Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
BÁSICO
Manfred B. Steger y Perle Besserman
Z EN
BÁSICO
MANFRED B. STEGER
PERLE BESSERMAN
Revisor técnico y director de colección: Fidel Font
Traductor: Josep Padró Umbert
Diseño de cubierta: David Carretero
Primera edición
ISBN: 84-8019-684-
X
Fotocomposición: Bartolomé Sánchez de
Haro Impreso en España por: A & M Gràfic
Damos las gracias a los miembros del Princeton Area Zen Group (Grupo
de Zen del área de Princeton) por hacer posible este libro, y deseamos agra-
decer en particular a quienes generosamente han permitido que les citemos.
Por nuestros animados diálogos Zen más allá de Princeton, nos gustaría
dar las gracias a Ursula Baatz, Wolfgan Waas, Jeff Shore, Michelle
MacDonald y Steve Smith.
ÍNDICE
Introducción..................................................................................................7
TIEMPO
Tal como viene, se va..................................................................................19
No te acostumbres a las veinticuatro horas................................................23
Habitar en el tiempo....................................................................................29
Hacer la cosas en el momento adecuado....................................................33
Matar el tiempo tan sólo.............................................................................37
Tiempos difíciles, grandes cambios............................................................41
Confiar en el momento...............................................................................45
Más allá del tiempo.....................................................................................51
ESPACIO
Puntos de vista equivocados.......................................................................57
Puntos de vista correctos.............................................................................65
Conteniendo multitudes..............................................................................69
Este mismo lugar.........................................................................................75
Vivir con limitaciones.................................................................................81
Espacio sagrado...........................................................................................89
El camino del medio...................................................................................95
Las cuatro sabidurías...................................................................................99
MOVIMIENTO
Emoción....................................................................................................109
Hambre espiritual.......................................................................................115
Todas las cosas simplemente son...............................................................119
Esfuerzo y persistencia.............................................................................123
Nuestra mejor estación..............................................................................129
Paciencia...................................................................................................135
Automejora contra autorrealización..........................................................141
Pasión en la compasión.............................................................................145
Hetty Baiz
ZEN BÁSICO
TS’AO-PEN CH’AN 7
NUESTRA HISTORIA
Puesto que todo este libro se basa en nuestra propia experiencia como
practicantes y maestros de Zen, nos gustaría contarles cómo llegamos al Zen
básico. Antes de ser comaestros en el Princeton Area Zen Group (Grupo de
Zen del área de Princeton), en Princeton, Nueva Jersey, en 1991, cada uno de
nosotros había pasado diez años practicando el Zen. La mitad de estos años 9
los dedicamos al duro entrenamiento tradicional con monjes japoneses, y el
resto en Hawai con el maestro laico Robert Aitken Roshi, el “decano de los
maestros Zen americanos”. Con la idea de llevar la práctica del Zen laico un
paso más lejos de sus raíces japonesas, iniciamos –al trasladarnos de Hawai a
Princeton– un pequeño grupo de Zen y comenzamos a experimentar con una
versión “básica” más americana de la práctica. Nuestra experiencia en Hawai
nos dejó claro que era un escapismo religioso lo que nos llevaba a vestirnos
con hábitos negros y a fingir ser monjes japoneses. Después de tratar durante
tanto tiempo de adoptar esta imagen de “tradición”, no pudimos seguir igno-
rando el hecho de que éramos occidentales a finales del siglo XX. Como
humanistas y “progresistas”, nos preocupaban los derechos humanos, la
igual- dad racial, la justicia económica, la no-violencia, la ecología y el
feminismo. Nos molestaba la naturaleza patriarcal y jerárquica del Zen
tradicional japo- nés, su militarismo y su distanciamiento de la acción social
y de las preocu- paciones del “mundo real”. Como testigos de nuestro siglo
genocida, ya no podíamos cerrar los ojos y oídos al racismo violento de
algunos de nuestros maestros Zen japoneses más reverenciados. Nuestro
karma “Zen samurái” había llegado claramente a su fin.
Resultaba particularmente perturbador ver que hombres y mujeres que
habían estado profundamente dedicados a la práctica del Zen lo abandonaban
al encontrarlo cada vez más “irrelevante” para sus vidas. Considerábamos
que nuestra tarea era doble: hacer el Zen más atractivo a los practicantes
laicos occidentales, pero permaneciendo fieles al verdadero “núcleo” de la
práctica. Prescindiendo del estilo cultural feudal del Zen japonés en nuestra
comunidad de Princeton, conservamos lo que creíamos que eran sus
elementos esencia- les: zazen, meditación formal sentados; sesshin, retiros
silenciosos para medi- tar; charlas dharma, conferencias relacionadas con la
práctica dadas por maes-
tros Zen; koans, intercambios verbales entre maestro y estudiante diseñados
para facilitar la intuición espiritual; y dokusan, entrevistas privadas entre
maestro y estudiante relacionadas con la práctica.
Eliminamos los hábitos y la tonsura monásticos, así como todo vestigio
de militarismo y de dominio masculino inherente en el adiestramiento Zen
japo- nés. Esto es especialmente importante, dado el papel de subordinación
que desde hace tiempo se le otorga a las mujeres en la mayoría de las
religiones del mundo, incluido el budismo Zen tradicional. Importado de
Japón en los años 50, el Zen era perfectamente compatible con los modelos
tradicionales de dominación masculina que encontró en su nuevo hogar en
Occidente. Combinando principios y entrenamientos enraizados en imágenes
de trascen-
10 dencia masculina y de materialidad femenina, glorificaba el celibato y demo-
nizaba el cuerpo. Así, incluso aquellas mujeres que trataban de escapar de su
estatus inferior, convirtiéndose en monjas, quedaron excluidas de la jerarquía.
Muchas mujeres soportaron en silencio la humillación sexual y psicológica,
así como las injurias, a fin de ser aceptadas en la sangha (comunidad budista).
De modo gradual, a medida que los abusos fueron saliendo a la luz, un
número creciente de mujeres se sintieron con la suficiente valentía como para
cuestionar no sólo la relación entre los maestros Zen y sus discípulos, sino
también las estructuras sociales que conformaban la propia práctica. En los
años 80, extendiéndose desde Occidente incluso hasta los lugares más aleja-
dos, la mayoría de las fortalezas misóginas del monasticismo asiático, el
movimiento de las mujeres había dado luz a una nueva etapa en la revolución
espiritual de la posguerra. En la nueva era, se ponía menos énfasis en mirar a
un maestro o a un linaje Zen como fuente de legitimidad que en aceptar la res-
ponsabilidad derivada de la propia práctica, y en confiar en la propia expe-
riencia. Los desafíos feministas a los maestros Zen varones se extendieron al
derecho a hacer preguntas, a las imágenes y símbolos androcéntricos, y a los
estilos de la enseñanza. Inspirados por este paradigma femenino, moldeamos
una forma más holística e inclusiva de práctica del Zen en nuestro sangha de
Princeton.
FUNCIÓN DE LA PLURALIDAD
Ser un maestro Zen laico occidental, a principios del siglo XXI, quiere 13
decir aceptar lo que llamamos “la función de la pluralidad”. Tal como han
demostrado los infames escándalos Zen de los años 80 en Estados Unidos, el
papel tradicional del roshi (maestro de Zen) como la viva manifestación de la
iluminación tendía a alentar a los estudiantes a extender el papel del “maes-
tro” a todos los aspectos de la existencia humana. Daban por sentado que sus
maestros no podían hacer nada malo. Incluso acciones claramente negativas,
como beber en exceso o abusos sexuales los del roshi, eran vistas como
“ense- ñanzas misteriosas” demasiado avanzadas para que practicantes
“ordinarios” pudieran entender. Una traducción tan automática del papel
especial del “maestro” a todas las áreas de la vida impedía a los estudiantes
comprender que sus maestros no eran perfectos. Como seres humanos, todos
desempeña- mos muchas funciones distintas, y tenemos también muchas
fuerzas y flaque- zas individuales. En algunos de los papeles, estamos
llamados a liderar; en otros, debemos seguir a personas más experimentadas.
Aceptar la pluralidad de nuestras funciones quiere decir que los maestros de
Zen competentes deben poder liderar a sus estudiantes en la meditación, pero
que ellos, a su vez, deben estar dispuestos a aprender de sus estudiantes en
otras áreas. Dicho de otra manera, tanto los estudiantes como los maestros
deben permitirse asu- mir distintos papeles en situaciones distintas, y olvidar
las jerarquías precon- cebidas y petrificadas que amenacen con perjudicar la
fluidez de las interac- ciones humanas.
Como maestros de Zen básico, siempre hemos sentido la necesidad de
desarrollar una estrecha amistad con nuestros estudiantes. No queríamos
estar confinados en el papel del roshi infalible, y nos negábamos a que se nos
paga- ra por nuestros servicios. Queríamos poder ir a tomar una taza de café
con nuestros alumnos, y que se nos viera como compañeros de conversación
del mismo nivel. Queríamos poder invitar a los estudiantes a cenar y
discutir
abiertamente sobre política, carreras y cuestiones culturales en una atmósfera
de igualdad que llevase a un libre intercambio de ideas. En este espíritu, esta-
mos practicando no sólo como maestros Zen, sino también como cabezas de
familia, asalariados, miembros de familia, amigos, y ciudadanos
involucrados por igual en la protesta contra la construcción de otra granja de
cerdos conta- minante en nuestra localidad del centro de Illinois, al igual que
como guías de nuestros estudiantes de Princeton en la meditación. Al ofrecer
este tipo de enseñanza Zen a un pequeño grupo de personas que, al igual que
nosotros, buscaban la paz mental en medio de una actividad febril,
descubrimos nues- tro hogar en la herencia del ts’ao-pen ch’an del Zen.
14
LA RAÍZ DE TODO
En este libro, exploraremos las cuestiones con las que se enfrentan los
practicantes actuales del Zen básico. Con un enfoque directo, demostraremos
cómo las preocupaciones sociales, profesionales y psicológicas de la gente
corriente pueden ofrecer oportunidades para el despertar espiritual. Usando
la metáfora de un “campo de hierba”, para el actual ts’ao-pen ch’an sangha
de Occidente (una comunidad igualitaria de miembros socialmente móviles
que ponen menos énfasis en la transmisión y en la jerarquía que en la
responsabi- lidad individual) nos concentraremos en la interacción entre el
“campo” (la comunidad Zen), el sencillo “componente de la base” (el
practicante indivi- dual) y las dimensiones de “tiempo, espacio y
movimiento” (el mundo). En el nivel de la superficie, cada miembro de la
comunidad aparece en el mundo de tiempo, espacio y movimiento como un
yo separado con un papel único, una sola brizna de hierba emergiendo de una
sola raíz. La raíz y la brizna de hier- ba individuales son una misma cosa, ya
que son dependientes la una de la otra. La raíz está implícita en la brizna; la
brizna existe en potencia en la raíz. Pero cuando excavamos a mayor
profundidad en el suelo, descubrimos que la raíz individual de hierba está
siendo sostenida, protegida y alimentada por todas las demás raíces de hierba
del campo. El Zen básico se puede considerar como una “guía de jardinería”
para el descubrimiento de la verdadera naturaleza del yo en esta conexión.
Como la brizna individual de hierba en el campo, el yo es parte de una
gran red sin costuras de la vida. Su persistencia en el tiempo es estacional,
sujeta a las condiciones cambiantes. Está enraizada en la tierra, pero no de
modo permanente. La meditación revela que la verdadera naturaleza del yo
interdependiente es la compasión. Habita sin agarrarse; cuando llega la
lluvia,
forma totalmente una unidad con ella; cuando aparece el sol, forma totalmen-
te una unidad con el sol.
El momento presente es la raíz de todo. Triste o feliz, en movimiento o en
reposo, el momento proporciona infinitas oportunidades para cultivar la per-
cepción. Cada raíz de nuestro campo de hierba, cada momento, está lleno de
todos los nutrientes que necesitamos. Yendo a la raíz, convirtiéndonos en uno
con el momento, descubrimos que la vida es perfecta tal como es. Al fin y al
cabo, en el mundo estamos en nuestra casa.
Zazen (meditación) es el modo de entender la verdadera naturaleza del
yo. Al ver más allá de la punta de una sola brizna de hierba y de su raíz
familiar, nos damos cuenta de que sólo hay cambio. Lo que imaginamos
como un blo-
que sólido de experiencia llamado “tiempo” es en realidad el yo en continuo 15
movimiento. En cualquiera de las formas en que aparezca, el yo constituye
una unidad con el cambio. Nosotros mismos nos estamos transformando con
el momento, manifestándonos ahora como raíz de hierba, ahora como el sol,
ahora como el firmamento. Somos simultáneamente únicos e indistinguibles
de lo que nuestros antiguos antepasados chinos llamaban "el mundo de las
diez mil cosas”.
En su sentido más profundo, el Zen básico trata de cómo ir a la raíz, de
descubrir cómo son todas las cosas. Al permanecer seguros en nuestro propio
terreno, nos sentimos cómodos con esta idea. Todo es; cualquier cosa que
ocu- rra es, incluidas todas las cosas terribles y todas las cosas maravillosas.
Centrados en esta sabiduría raíz, somos libres de movernos por nuestras
vidas. Sin esta sabiduría básica, sin embargo, no hay más que sufrimiento.
Sufrimos porque no aceptamos el momento que está aquí, en este preciso
instante, exac- tamente tal como se presenta. Queremos evitarlo. Lo
rechazamos, tratamos de escapar de él, ¿pero cómo podemos hacerlo, cuando
nosotros somos, en este mismo instante, una misma cosa con la propia raíz?
Cuando constituimos una unidad con ella, sabemos lo que hemos de hacer. El
ego desaparece y las posi- bilidades de elección se abren: nos encontramos
andando por un camino recto sobre el que damos seguros el paso siguiente.
ACEPTAR EL CAMBIO
OH CREPÚSCULO DE PRIMAVERA...
PRECIOSO MOMENTO
QUE VALE PARA MÍ
UN MILLAR DE MONEDAS
SOTOBA
MOMENTOS ESPECIALES
MOMENTOS MICROZEN
UN FIN AL SUFRIMIENTO
SILENCIOSO EL JARDÍN
DONDE EL ÁRBOL DE LAS CAMÉLIAS
ABRE SU BLANCURA
ONITSURA
UN MUNDO VIRTUAL
SESSHIN
niosamente. Pero todavía es más difícil cuando los ritmos chocan, por ejem-
plo, cuando tú y tu compañero estáis compitiendo para ver quién lidera y
quién va a seguir al otro.
DEBO IR
SUPLICANDO AGUA...
LOS DONDIEGOS DE DÍA
HAN CAPTURADO MI
POZO
CHIYO
CANSANCIO ESPIRITUAL
finalizando nuestra tarea, nuestra tarea de zazen del día. Debemos ver este
período como una maravillosa oportunidad, como un mundo lleno con poten-
cial de ser, por sí mismo.
EL ROSTRO DE LA DERROTA
Hasta que no nos vemos golpeados por grandes cambios, no solemos dar-
nos cuenta de cómo cambia la vida y nosotros mismos momento a momento.
Especialmente frente a una pérdida, incluso personas que han estado
meditan- do durante años se ven abocadas a una nueva relación con el
tiempo. Nos damos cuenta de esto después de una conversación con una
amiga que ha sufrido un cambio traumático en su vida, cuando un tornado se
llevó no sólo el ambiente físico tan querido por ella –la casa, el jardín, los
árboles y el lago donde había crecido– sino también su percepción de sí
misma como artista. Dijo que tenía la sensación de que toda su identidad
había sido “desarraigada”. Escucharla me hizo llorar, no porque la casa no
pudiera reconstruirse ni los árboles replantarse, sino por nuestro
compartido apego humano a estas cosas que apreciamos tanto. ¿Qué
queremos decir, por ejemplo, cuando hablamos de volver a nuestra
“verdadera casa en el momento” ante un desas- tre como éste? ¿Qué
sensación produce verse convertido en añicos por el
cambio?
Veamos esto en una escala menos monumental. Todos tenemos “tesoros”
personales de los que nos duele desprendernos, como por ejemplo aquel par
de zapatos que no tenemos ganas de tirar aun cuando se están cayendo a
peda- zos. Nos sentimos tan a gusto con ellos que se convierten en
extensiones de la vida relajada y feliz que más nos gusta. Nuestro vecino, por
ejemplo, tenía un par de sandalias que quería mucho. Se las ponía a diario.
Después, el mismo día en que regresaba de un viaje y dejó sus sandalias en el
portal, se las robaron. Hizo bromas sobre este asunto, pero su sentimiento de
pérdida era evidente incluso mientras reía. No existe comparación posible
entre que te roben las sandalias y perder la casa de tu infancia en un tornado,
por supues- to, pero ambos casos conllevan la sensación de haber sido
violado personal-
mente por el cambio. Es ésta la sensación con la que tenemos que enfrentar-
nos cuando nuestro sentido del yo, nuestro “santuario”, ha sido “arruinado”.
¿Dejaremos que nuestras crisis personales lleguen a tener tanta trascen-
dencia que ya no nos quede tiempo para el zazen? Se puede argumentar que
es lógico reducir tus actividades normales cuando nos enfrentamos a tiempos
difíciles, en especial si implican grandes cambios en la vida, como por ejem-
plo el paro, un divorcio, una enfermedad o la muerte de un ser querido. Es
comprensible que necesitemos toda nuestra energía para hacer frente al dolor
y a la pérdida provocados por tales acontecimientos. No queremos que nos
“distraigan” otras actividades. Parece natural decir: “No quiero que me
moles- ten con esto en este momento. Tengo problemas verdaderamente
graves que
42 resolver; tengo que concentrarme en ellos”. Ésta parece una respuesta natural,
pero en realidad es una estrategia para aumentar el dolor y el sufrimiento.
¿Por qué? ¿Qué es lo que estamos haciendo?
mismo de nuestra práctica del Zen; de hecho, son nuestra práctica del Zen.
Todas ellas son pequeños hilos de la gigante red básica que llamamos vida,
que se nos revela maravillosamente en el acto de sentarnos.
Cuando estés experimentando un intenso momento de crisis, intenta lo
siguiente. Concéntrate simplemente en tu respiración mientras inhalas y
exha- las, y descubrirás que aquello que tú creías que era la forma externa y
sólida de tu crisis no es sólida en absoluto. Verás que no es una piedra en
medio de la carretera, sino un acontecimiento fluido, cambiante y
transitorio. Deja que la respiración te muestre que el dolor que experimentas
como reacción a tu crisis no es absoluto, sino relativo; es parte de una vasta
red de interdepen- dencias compuesta por la respiración, el sentarse, el
hablar, el caminar y, sí, el
sentir dolor. Deja que la respiración desenrede la madeja de momentos entre- 43
tejidos que forman nuestro tapiz kármico, los modelos de experiencia, las
cosas que nos agradan y las que nos desagradan. Muy pronto descubrirás que
el Zen no es una práctica extracurricular, para el buen tiempo.
El Zen básico –la vida ordinaria– no tiene un referente externo, no tiene
nada externo a sí mismo. Esto es especialmente cierto durante momentos de
crisis personales, cuando más necesitamos el Zen para entrar en el momento.
EN EL ANTIGUO SANTUARIO
LÁMINA DE ORO DESLUSTRADO...
Y HOJAS VERDES
DESPERTANDO EL TIEMPO
CHORA
ECUANIMIDAD BÁSICA
49
Esta página dejada en blanco al propósito.
MÁS ALLÁ DEL TIEMPO
NIEVE SUSURRANDO
DURANTE TODO EL
DÍA LA TIERRA SE HA
DESVANECIDO DEJANDO SÓLO
EL CIELO
JOSO
HACERSE ETERNO
Estos días, con todo lo que se dice sobre seres humanos manipulados
genéticamente, la gente a menudo nos pregunta si creemos que el zazen se
quedará obsoleto. ¿Por qué iba un androide perfecto, dirigido por un ordena-
dor, a sentir la necesidad de despertar a un mundo en el que “la tierra se ha
desvanecido dejando solamente el cielo”? Respondemos diciéndole que
regrese al momento. Ahora mismo, todavía estamos hechos de carne y hueso,
todavía tratando de hallar el fin del sufrimiento y todavía comprometidos con
el camino de Buda. No obstante, las condiciones cambiantes exigen un exa-
men constante de ese compromiso. Particularmente en Occidente, a comien-
zos del siglo XXI, ¿qué es lo que convierte la práctica del Zen básico, basado
como está en un antiguo budismo chino, eterno?
budista vietnamita para niños y una casa de salud para ancianos. Cuando le
preguntamos quién hacía zazen, el reverendo Hai sonrió y dijo:
“Principalmente occidentales, personas como ustedes dos, y ocasionalmente
algún monje budista occidental de paso hacia el continente procedente de
Asia”. No estaba siendo sarcástico. De hecho, le complacía que la práctica
del Zen que había enseñado en el monasterio en Vietnam la llevaran a cabo
per- sonas occidentales laicas.
El budismo asiático tradicional es muy similar a nuestro propio estilo
judeocristiano de culto. La comunidad religiosa, compuesta por laicos, se
reúne en un templo para celebrar las fiestas, los nacimientos y los matrimo-
nios, y para conmemorar la muerte. No es distinto de lo que hemos visto
desde
la infancia. Por tanto, ¿qué tiene todo esto que ver con experimentar el 53
Camino de Buda? ¿Qué hay de eterno en esta práctica? Dos minutos de silen-
cio es todo lo que obtendrás un domingo en cualquier templo budista. Es casi
exactamente lo mismo que los dos minutos de “meditación” que hallarás en
cualquier iglesia o sinagoga. ¿Es esto lo que queremos decir con el término
Zen básico?
Incluso aunque desterremos todos los símbolos y rituales asiáticos, no
podemos negar que el Zen es una práctica de meditación arraigada en la espi-
ritualidad budista. En ella todo apunta a la experiencia de Buda sobre la ver-
dadera naturaleza del yo. Por consiguiente, la esencia del Zen Básico es el
zazen. Si nos agrada efectuar rituales budistas, bien. Pero es nuestro compro-
miso diario de sentarnos sobre nuestros cojines lo que cuenta de verdad. Es
tomar nuestro lugar, como el Buda sentándose en meditación bajo del árbol
Bodhi, mirando hacia arriba, contemplando la estrella de la mañana y desper-
tando a nuestra verdadera naturaleza. Éste es el camino “básico” de refugiar-
se en el Buda. Es comprometernos en despertar en este mismo cuerpo, cono-
ciéndonos a nosotros mismos como Buda, responsabilizándonos de nuestra
propia salvación. La nuestra no es una práctica religiosa en el sentido tradi-
cional. Más que adorar a Buda, continuamos su práctica de despertar a cada
momento –bien formalmente, sobre nuestros cojines, en el trabajo, o en
casa. En cada una de las facetas de nuestra vida, nos refugiamos en el Buda.
ESPACIO
HACIA UNA NOCHE FRÍA
HABLÉ EN VOZ ALTA...
PERO LA VOZ NO
ERA NINGUNA VOZ QUE YO CONOCIERA
OTSUJI
CODICIA
Para los practicantes del Zen básico, es importante entender que la “sed”
también tiene que ver con la codicia de tener experiencias, que conllevan
sufrimiento. Éste no es el tipo de apego que nosotros, como bodhisattvas
prac- ticantes, queremos mantener. Sin embargo, hay una diferencia
fundamental entre la codicia y el deseo “legítimo”, o lo que llamamos
“apego saludable”. Para empezar, la codicia tiene siempre como objetivo el
engrandecimiento o expansión del yo a costa de todo y de todos los demás.
La imagen que nos gusta emplear es la de una hierba creciendo de forma
descontrolada, que asfi- xia todas las demás formas de vida en el campo. El
apego sano, por otro lado,
58 tiene como finalidad mostrar compasión, tener consideración por los demás,
dejándoles espacio para crecer.
Enfrentarse a la codicia es esencial para la práctica del Zen básico. Desde
la primera inspiración que tomamos tras haber sonado la campana señalando
el período de comienzo del zazen, estudiamos el modo en que emerge la
codi- cia. Forma parte del proceso de contemplación del asombroso
funcionamien- to del yo. Sobre nuestros cojines experimentamos cuando
incesantemente se mueve la mente; con qué facilidad se distrae; cómo le
gusta acumular y refun- dir conceptos, ideas, recuerdos y fantasías. Ésta es
probablemente la forma más básica de codicia –fijarse en nuestras ideas y
objetivos favoritos. Antes de que podamos darnos cuenta, dejan de ser ideas
y se convierten en ansias que anhelamos cumplir. A esto nos referimos
cuando hablamos de engrande- cer o expansionar el yo.
Codiciar dinero es quizás la mayor preocupación en nuestro campo
básico de práctica. Suele empezar con un sincero deseo de un aumento de
sueldo. Inofensivo, en principio. Pero en lugar de detenerse allí, la mente
elabora una historia. “¿Qué podría tener si mi profesión fuera otra o, mejor
todavía, si hubiese nacido en el seno de una familia rica?”. El pensamiento
pronto se con- vierte en algo más que una cuestión de dinero. Antes de que
nos demos cuen- ta, quedamos atrapados en un círculo giratorio de
pensamientos sin fin gene- rados por nuestro deseo inicial. Ya no pensamos
en dinero, sino en situaciones que nos gustan y que nos desagradan. Ahora
estamos apuntalando el yo, bus- cando modos de hacerlo inmune al cambio y
a la muerte. Evocamos placeres que nunca se acaban, fortunas que nunca se
convierten en infortunios. En resu- men, estamos hipnotizados por la codicia.
Por supuesto, toda nuestra sociedad está basada en este principio de codicia.
Se le llama “confianza del consumi- dor”, que significa que cuanto más
compramos, “más sana” está la economía. En el mantra económico de
nuestra era “se prefiere más a menos”.
Si todas las cosas en este mundo interdependiente están impregnadas por
la codicia, ¿cómo vamos a poder controlarlo? ¿Qué podemos hacer frente a
una presión social tan fuerte? ¿No estamos nosotros también inextricable-
mente atados a acontecimientos del mundo por los resultados de nuestras
pro- pias acciones?
Para nosotros, la respuesta radica en la “sola brizna de hierba”, el hecho
de sentarse individualmente sobre el cojín, rompiendo el hábito de la codicia
al valorar la naturaleza del ir y venir de la respiración. El antídoto al veneno
de la codicia entra en acción cuando nos sumergimos en este mundo sin
obje- tivos, cuando simplemente gozamos de la vida por lo que es. Usamos
el zazen como un arado para eliminar las semillas a fin de que podamos
crecer en el
espacio que tenemos asignado. 59
Como siempre, la respiración es nuestro mejor maestro. Llena nuestro
cuerpo cuando inhalamos, pero lo abandona sin dejar ningún rastro cuando
exhalamos. Aunque no queda nada, hay la constante inhalación y exhalación
que sostiene nuestras vidas como bodhisattvas, practicantes de Zen básico,
mujeres y hombres, profesionales, peones agrícolas, y componentes de una
familia. Siempre está la respiración, una medida constante que nos enseña
algo muy fundamental sobre la codicia: a saber que nos basta con inhalar y
exhalar una vez para completar cada respiración. El aire que inhalamos debe-
rá ser exhalado posteriormente. Si nos lo quedamos, acabaríamos estallando.
Hemos de dejarlo salir para seguir viviendo.
No estamos abogando por renunciar a todas las cosas y convertirnos en
mendigos. Todo lo que hace falta es un esfuerzo honesto para prestar
atención al modo individual en que aparece la codicia, convirtiéndose en un
hábito inconsciente, y fortaleciendo con ello la codicia de la masa en nuestra
socie- dad. Te sorprendería ver la rapidez con la que los objetivos y apegos
super- fluos se debilitan o simplemente desvanecen bajo las lentes del zazen.
Tal percepción llega más allá del cojín, y afecta también a nuestras vidas en
su ámbito social, político y económico. Al encarnar nuestro Voto
bodhisattva, aprendemos a limitar nuestros deseos a fin de que haya
suficiente espacio para todos los ocupantes del planeta Tierra.
De todos modos, por muy conscientes que seamos, la “sed” no se acabará
nunca. La codicia, el odio y la ignorancia aparecen incesantemente. Pero esto
no nos hace dejar de trabajar para arrancarlos de raíz. Siguiendo la línea de la
tradición Mahayana, el Zen básico no trata del cese. Se ocupa de impulsar
los buenos deseos. Y lo que hace que unos deseos sean “buenos” es que
tengan como objetivo el bienestar de todos los seres. No pretendemos ir de
senti- mentales ni de moralistas. El tipo de “desinterés” del que estamos
hablando
es más bien como tocar un instrumento de viento. Las notas van y vienen
como la respiración. Sigue habiendo el deseo de interpretar, pero no existe la
necesidad de apego a alguna nota a lo largo de toda la pieza. Con toda segu-
ridad, tocaremos una nota falsa de vez en cuando. Pero no tiene ninguna
importancia, porque los errores también proporcionan el contexto para nues-
tra práctica. Imaginemos que la codicia se acaba; ¿qué haríamos los bodhi-
sattvas humanos ordinarios?
ODIO
La ignorancia es la base de los “tres venenos” que son la fuente del sufri-
miento. Desde una perspectiva budista, la ignorancia no es sólo lo contrario
del “conocimiento” conceptual, como puede ser el no coger un paraguas por-
que no se sabe que está lloviendo. La ignorancia es algo mucho más profun-
do que no saber. En realidad, tiene que ver con el modo en que nos vemos a
nosotros mismos, a nuestro ambiente, y nuestras acciones. Ser ignorante
significa no conocer el yo, no entender su verdadera naturaleza, no “com-
prenderse”. La ignorancia es la base para hablar en voz alta y no conocer tu
propia voz. Es pensar: “Estoy aquí, y tú estás allá fuera”. Es trazar una línea
cortante que te distingue de los demás, de modo que puedas hacer lo que quie- 63
ras sin preocuparte por los efectos que tus acciones vayan a tener sobre ellos.
La línea cortante te tranquiliza falsamente de que no habrá repercusiones.
Siempre que la ignorancia cierra los ojos a la naturaleza interdependiente
del momento, sufrimos. Al vernos frustrados, doblamos nuestros esfuerzos
para conseguir lo que nos gusta y evitar lo que no nos gusta. Luchamos para
librarnos de una trampa de la que no podemos salir. Pero, mientras más nos
movemos, más empeora la situación. Finalmente, agotados, dejamos de
deba- tirnos y comenzamos a examinar nuestra situación. Empezamos con lo
que tenemos más cerca: la respiración. En lugar de considerar la respiración
como algo que está “allá fuera”, nos unimos a ella. Los límites entre “mi” y
“mi res- piración” se desvanecen. Seguimos estando conscientes. No es
como caer en un trance, pero la calidad de nuestra conciencia cambia. Ahora
incluye la res- piración, el goteo del grifo, el susurro de las hojas, el ladrido
de los perros... todo lo que está sucediendo. El maestro Dogen llama a esto
“reducción súbi- ta del cuerpo y de la mente”. Y cuando ocurre esto, los
venenos de la codicia, el odio y la ignorancia también se reducen de súbito.
Esta página dejada en blanco al propósito.
PUNTOS DE VISTA CORRECTOS
CLARIDAD
DESPLIEGUE EN EL MOMENTO
Zen, y leemos que la respuesta está justo delante de nosotros. ¿Por qué no la
vemos?
Leerla no es suficiente; hemos de sentarnos y aceptar la claridad que está
justo aquí en este preciso momento. Hemos de pasar por la “puerta abierta”
del antiguo maestro Wu-men, el punto de control desguarnecido por el que
siempre estamos pasando libremente en uno y otro sentido.
No hay nada misterioso en la práctica del Zen, pero parece como si fuéra-
mos incapaces de dejar de complicar las cosas. Creemos que de algún modo
hemos de trascender este mundano mundo para llegar donde está la luz clara.
Cuando empezamos un taller, inevitablemente surge alguna pregunta sobre la
purificación. “¿No hemos de purificarnos, vaciar nuestras mentes, para poder
ver con claridad?” La propia pregunta es un buen ejemplo de pensamiento
conceptual. Al leer demasiados libros “espirituales”, a menudo engrandecemos
nuestras expectativas. Nos hablan sobre ángeles, paseos astrales, sorprenden-
tes estados de trascendencia, y de paz perfecta. No resulta nada sorprendente
68 que haya tantos buscadores espirituales que crean que la claridad debe de ser
algo especial. No puede darse aquí, en este mismo momento mundano. Debe
estar allá fuera, en alguna parte. Y nos vamos, de un taller al siguiente, espe-
rando “atraparla”.
La espiritualidad en sí puede ser un obstáculo para la claridad. Es la idea de
claridad que la mente crea por sí misma la que distrae la atención de lo que
hay aquí y ahora, y la que considera que carece de valor. Estableciendo
distinciones entre los mundos “sagrado” y “profano”, erigimos las barreras.
Después nos sentimos frustrados, si no tenemos experiencias misteriosas.
Aunque no pueda parecernos gran cosa, la mayor experiencia a nuestro
alcan- ce es convertirnos en uno con el momento, y comprender que el
espacio que habitamos es ya claro y perfecto tal como es. Lo hemos dicho
muchas veces, pero realmente es la “experiencia espiritual” más perfecta que
los humanos podamos llegar a tener nunca. Es la única que da respuesta a
todas nuestras preguntas, que las aclara de una vez y por todas. Un buen
ejemplo de lo que acabamos de decir, es la leyenda del buscador que va a ver
a Bodhidharma, el fundador del Zen en China, esperando convertirse en su
estudiante. Está nevando, y Bodhidharma está sentado en zazen en su cueva.
El hombre espera fuera durante tres días, hasta que al final está tan
desesperado que se corta un brazo. Bodhidharma sale y le pregunta: “¿Qué
quieres?”. El hombre responde que está buscando el modo de que su mente
descanse. “Tráeme esta mente, y la pondré en reposo por ti”, dice
Bodhidharma, e instantáneamente, el hombre queda iluminado. Ésta es la
mente con la que hemos de trabajar... pero sin cortarnos el brazo.
No hemos de crear olas cuando el océano está plano. El esfuerzo sólo apa-
rece cuando somos nosotros mismos quienes creamos esas olas. Pero incluso
entonces, el mismo hecho de encontrarnos en medio de una gran ola nos ofrece
una oportunidad. Lo único que hemos de hacer es zambullirnos directamente
en ella.
CONTENIENDO MULTITUDES
Nakagawa Soen Roshi reflexionaba una vez sobre la diferencia entre las
dolorosas relaciones kármicas y las maravillosas conexiones dhármicas.
Dirigiendo sus comentarios específicamente a un grupo de estudiantes occi-
dentales de Zen, comentó la facilidad con la que los problemas interpersona-
les se abren camino hasta las “relaciones shanga”. En oriente, donde las nor-
mas sociales y culturales confucianas regulan la conducta en las
comunidades Zen, los problemas interpersonales no suelen ventilarse en
público. Estas nor- mas han sido sobrepuestas al budismo, y a menudo son
difíciles de reconci- liar con la no-dualidad democrática del Camino de
Buda. De todos modos, los budistas asiáticos de alguna manera han
conseguido equilibrar el modo de vida jerárquico y confuciano con los
principios cíclicos y no dualistas del budismo y del taoísmo de los que
emergió el Zen.
Estábamos haciendo esfuerzos por resolver la cuestión, cuando encontra-
mos grupos Zen occidentales salmodiando la invocación tradicional de “deja
que el verdadero dharma continúe, que las relaciones sangha se completen”.
¿Por qué se han hecho tan completas las relaciones sangha? Cómo parte inte-
gral del dharma, ¿el sangha no está ya lleno y completo tal como es? Todo lo
que nos hace falta es conectarnos con él cuando nos sentamos, y el dharma
simplemente se nos revela. Cuando nos reunimos y practicamos como una
comunidad, ¿no estamos “practicando” el dharma? Y, por cierto, ¿qué es el
“verdadero dharma”, al fin y al cabo? Y, ¿por qué las relaciones kármicas
están tan a menudo en conflicto con él?
Este canto nos parece muy eficaz. Si las relaciones sangha necesitan ser
completadas, significa que todavía queda algo abierto. Hay una ruptura en el
círculo que de alguna manera hay que unir. Pero, si practicamos el Zen
duran- te suficiente tiempo, llegaremos a darnos cuenta de que no existe la
perfec-
ESPACIO
Todas las personas y todas las cosas están unidas por el karma, la ley de
la causa y el efecto. Incluso las personas iluminadas no pueden evadir la ley
del karma. Supongamos que hemos sido insultados y que sentimos ira.
Decimos que el insulto nos ha hecho estar iracundos. ¿Cuándo dejó de ser un
insulto para convertirse en un sentimiento de ira? ¿En qué momento se
transforma una persona “dhármica” en una persona “kármica”? ¿Se pueden
separar el dharma y el karma? ¿Pueden existir el uno sin el otro? ¿Puede
existir una “práctica” sin seres humanos, llena de codicia, odio, e ignorancia
como no- sotros? En realidad, no. No, si no quieres volver a nacer como
zorro. Sólo los
seres humanos encarnados en este grupo de tendencias kármicas pueden sen- 71
tarse en zazen y comprender el “verdadero dharma”. No hay dharma sin rela-
ciones kármicas, buenas o malas.
No es pacífico ser un ser humano con relaciones kármicas. Es un tanto
milagroso que podamos establecer una sola conexión dhármica; que de todas
las permutaciones y combinaciones posibles, nos encontremos entre espíritus
análogos en el campo de hierba de este mundo. Aun así, hemos de procurar
no enfrentar el dharma contra el karma. No debemos convertir el dharma en
un ideal último de perfección. En lugar de enfrentar un grupo perfecto de
rela- ciones contra otro grupo imperfecto de relaciones, pongámonos
simplemente a tono con lo que se esté manifestando en el momento: una cara
sonriente, una cara ceñuda, un elogio, señalar como culpable. No es que todo
esto sea lo mismo. Esto sería entender erróneamente la práctica del Zen. Una
bofetada en la cara es, desde luego, distinta a un beso. Es preferible prestar
atención a la ira que nos atraviesa después de un insulto –y luego, dejar que
se vaya.
CIELO Y TIERRA
Sólo hay unos pocos pasajes en los escritos budistas Zen que resumen la
práctica en una o dos frases, y las dos últimas líneas de la Canción de Zazen
del maestro japonés de Zen Hakuin figuran ciertamente entre las mejores.
Capturan la esencia del yo como la “raíz que no es domicilio”.
“Este mismo lugar es la Tierra del Loto;/Este mismo cuerpo, el Buda”. A
primera vista, las metáforas de Hakuin parecen extrañas. Aunque hay sectas
budistas dedicadas a encontrar la salvación en el paraíso, por lo general no
asociamos imágenes dualistas de cielo y tierra con el Zen. A la Tierra del
Loto se la conoce mejor como el paraíso del Budismo de la Tierra Pura, un
lugar verdadero que representa el cese del sufrimiento. No hay molestias en
este paraíso, sólo paz perfecta. Como sus equivalentes cristianos y
musulmanes en occidente, muchos budistas creen en la existencia de dicho
lugar. Pero aquí, en una interesante desviación de la tradición budista, el
maestro de Zen Hakuin parece estar proclamando que la propia tierra es el
paraíso, que este lugar es el cielo. ¿Cómo es posible? Al fin y al cabo, ¿no
está hablando del mundo del sufrimiento, del cambio, del llegar y volver a
marchar? Este mundo, nuestro mundo, es uno donde, por definición, nunca
somos perfectos, nunca estamos libres del sufrimiento. Nunca estamos allí. Y
sin embargo, Hakuin parece sugerir que, efectivamente, este mismo lugar es
donde encon- tramos la paz. Este mismo lugar de sufrimiento y de cambio es
el nirvana. El énfasis aquí radica en este mismo lugar, ahora mismo.
ZEN BÁSICO
Este mismo lugar, este mismo cuerpo, es todo el paraíso que necesitamos.
No hay nada excluido, nada demasiado grande ni demasiado pequeño; todo
merece ser cuidado. Cuidar es quizás la expresión más fundamental de la
sabi- duría Zen. Dicho de otro modo, es negarse a dejar que la vida se
convierta en una rutinaria secuencia mecánica de acontecimientos. Es
negarse simplemen- te a ir tirando, a no vivir plenamente todo nuestro
potencial humano. En este estado despreocupado, en el que nos gusta dejar
que las cosas se vayan desli- zando, no prestamos atención al momento. Tan
sólo dejamos que la vida nos lleve hacia donde soplen los vientos del
cambio. No hay duda de que existen casos en que es necesario operar con el
“piloto automático”, pero desde luego no puede ser el modo en que vivamos
nuestra práctica de Zen básico. El com- portamiento del rebaño que a
menudo pasa como entusiasmo, es más adecua- do para las distracciones
deportivas en el estadio.
Hacen falta esfuerzo y dedicación para comprender que este mismo lugar
es la Tierra del Loto, y que este mismo cuerpo es el Buda. Esto es sabiduría
práctica, no una comprensión intelectual del “simbolismo” del poema de
Hakuin. Por sabiduría práctica, queremos decir que se expresa en nuestra
capacidad por preocuparnos por los demás, por abrirnos y unirnos a la
corriente subyacente de la compasión que aviva la Tierra del Loto. Honramos
este lugar dando testimonio de este maravilloso misterio que llamamos vida.
El preocuparse por los demás comienza y acaba con el zazen. Sin él, nues-
tras vidas no tienen combustible, calidez ni energía. Necesitamos practicar
para preocuparnos por el cuerpo, y por este lugar. Y puesto que estamos
viviendo en unos tiempos en que a la gente le importa muy poco la suerte del
prójimo, es esencial que practiquemos juntos. Si lo practicamos solos, resulta
demasiado fácil deslizarse hacia la insensibilidad de nuestros hábitos y ruti-
nas cotidianas, limitándonos a efectuar las mismas acciones mecánicas en el
trabajo y en nuestras relaciones. No es que estemos diciendo que sea posible
mantener una actitud de preocupación por los demás continuamente; siempre
hay un intercambio entre la rutina y las ocupaciones activas. Pero preocupar-
se por los demás es saber que estemos donde estemos o haciendo lo que
haga- mos, el nirvana está siempre aquí, frente a nuestros ojos.
VOLVER A CASA
79
Para nosotros, la quintaesencia americana de las historias de volver a casa
es El Mago de Oz. En nuestra versión de Zen básico, la búsqueda por parte de
Dorothy de la tierra mágica de Oz es la búsqueda del yo, nuestra “verdadera
casa”. Sus amigos –el Hombre de Hojalata, el Espantapájaros y el León
Cobarde– representan la codicia, el odio y la ignorancia que nos impiden ver
la verdadera naturaleza del yo; Toto, las brujas y el mago son los maestros
que proporcionan guía, equipo y obstáculos necesarios para el viaje; y la
verde ciudad de Oz es el campo de hierba de nuestra práctica. Las zapatillas
de color rojo rubí representan el zazen, revelando que para empezar nunca
abandona- mos nuestra casa. Como El Mago de Oz, nuestra historia trata
también del descubrimiento de nuestro hogar perdido hace mucho tiempo en
el lugar menos esperado; aquí mismo, en el momento presente. La única
diferencia es que nuestra historia no acaba nunca. Ésta es la razón por la que
hemos de seguir practicando –despertándonos de nuestro sueño– una y otra
vez.
Esta página dejada en blanco al propósito.
VIVIR CON LIMITACIONES
NO ES FÁCIL
DISTINGUIR CON SEGURIDAD
A QUÉ PARTE CORRESPONDE
CADA EXTREMO
DE UN GUSANO EN REPOSO
KYORAI
SUPERVIVENCIA
HACER LO CORRECTO
Es posible que Helen sea un caso extremo, pero es muy humano hacer
“comparaciones envidiosas”, tal como le gustaba denominarlas a uno de
nues- tros maestros Zen. Nos preguntamos por qué algo que nos parece tan
noble,
tan importante para la humanidad, es considerado como insignificante. Esto
es incluso más apropiado en el caso de la práctica Zen. ¿Por qué entrar en
sesshin, por ejemplo, cuando podemos fácilmente tomarnos la semana libre y
jugar al golf, o cuando te iría bien apuntarte a un curso de ordenador y mejo-
rar tus técnicas? La práctica del Zen es una limitación que nos imponemos.
En cierto sentido muy real, nos separa del “mundo exterior”, especialmente
cuan- do tenemos en cuenta lo que el mundo exterior considera valioso: la
diversión, la fama y la fortuna. Podemos decirnos a nosotros mismos: “Sí,
estoy hacien- do lo correcto. Yo eligiría practicar si tuviera que hacerlo de
nuevo; pero me siento limitado, un poco apartado de mi familia y de mis
amigos que no prac- tican”.
Si nos lo tomamos en serio de verdad, hemos de observar atentamente el 83
Zen y el mundo que tanto nos preocupa; la situación social, el tiempo y el
lugar, que son el contexto de nuestra práctica. Consideremos, por ejemplo,
nuestros antecesores "básicos” en China, los practicantes ts’ao-pen ch’an.
Viviendo en la feudalista dinastía Sung, nacían con limitaciones que ni
siquie- ra podemos imaginar. La movilidad social que damos por supuesta
actual- mente en los Estados Unidos, no se conocía entonces. Un hombre de
negocios debía permanecer dentro de su círculo socialmente determinado
como hom- bre de negocios. Podía ser un hombre acomodado, pero nunca
podía esperar que su hijo se casara con nadie más que con la hija de otro
hombre de nego- cios. Quizás se lo habría podido permitir, pero ni él ni a su
familia estaban autorizados a vestirse con prendas de seda fina, un privilegio
reservado sola- mente a los aristócratas. Las líneas de separación entre un
monje y un hom- bre de negocios que practicase el Zen eran igualmente
duras y rígidas. Por ejemplo, a principios de la dinastía T’ang, durante la
llamada “edad de oro del Zen”, en el momento en que el seglar P’ang decidió
convertirse en un practi- cante serio del Zen pero no en monje, aun así tuvo
que cortar los vínculos con su antigua vida y abandonar todo lo que poseía.
Imaginemos lo que supondría, en la cima del éxito de una persona, tener que
renunciar a todo (familia, pro- piedades, animales de granja, muebles).
Entonces, acompañado solamente por su hija (también una devota del Zen),
vender utensilios domésticos de bambú para ganarse la vida y convertirse en
un maestro itinerante de Zen.
Hubo muchos practicantes laicos como P’ang en la China antigua: artis-
tas, poetas, eruditos, agricultores. Dado su restringido estatus social, podría
decirse que estaban haciendo algo único y revolucionario. ¿Estaban haciendo
lo correcto? Creemos que sí. ¿Seríamos lo bastante valientes como para
hacer- lo? Nos gustaría creer que sí. Teniendo en cuenta cómo era el mundo
en su tiempo, al practicar el Zen estaban aceptando un riesgo todavía
mayor que
quienes entraban en la vida religiosa. Al menos los monjes y las monjas tení-
an un lugar donde dormir y dos comidas al día.
Por otro lado, un sistema de castas se presta muy bien a la práctica del
Zen, que está llena de limitaciones. Estamos limitados por el timbre del
cronome- trador, el espacio del cojín y el alcance del movimiento. Hay un
número inde- terminado de limitaciones que nos imponemos para ejecutar
esta práctica, que, socialmente hablando, es en sí limitadora en cuanto nos
separa de lo que la mayoría de las demás personas de nuestra sociedad hace
en su valioso tiem- po libre. Como los antiguos practicantes básicos chinos,
nos sentamos cuan- do nuestros familiares y amigos preferirían vernos
haciendo otra cosa. Hoy en día, es casi inconcebible que alguien renuncie a
las comodidades, a su estatus
84 social y a la aceptación de la comunidad para vagar como un vagabundo Zen,
viviendo en la precariedad. La única comparación que me viene a la mente es
el poeta Beat Jack Kerouac y otros “holgazanes dharma” de los años 50. Pero
con unas pocas excepciones notables, estaban más interesados en la poesía y
en las drogas, que en una vida dedicada al zazen.
De todas maneras, no podemos negar que experimentamos una extraña
satisfacción debido a esta limitación. Podemos incluso decir que nos gusta
ser unos “forasteros”. Desde luego, no es tan malo para nosotros como lo fue
para los practicantes del Zen básico en la antigua China. Su mundo estaba
organi- zado tan jerárquicamente, que podían llevar a alguien ante los
tribunales por el mero hecho de sentarse en una silla equivocada a la hora de
la cena en tu propia casa y, además, podía ser castigado. No es extraño que la
gente de tales sociedades feudales hicieran de la obediencia una bendición, y
de la pobreza una cuestión estética. Estas limitaciones forman una buena
parte de nuestra herencia zazen. Aun así, quedan los aspectos positivos. Se
puede encontrar belleza en el arte de salir adelante con lo que se tiene. Al
igual que en la poe- sía haiku de este libro, la sabiduría Zen brota de las
limitaciones que le son impuestas.
EN MI TIERRA NATIVA
HAY ESTA
PLANTA: TAN PLANA COMO
LA HIERBA
PERO QUE FLORECE COMO EL CIELO
ISSAS
RITUALES
ATENCIÓN AMOROSA
PREPARACIÓN DE LA ESCENA
Cualquiera puede lograr que “la hierba sencilla florezca como el firma-
mento”. Cuando un amigo, que viaja mucho por cuestiones de negocios, se
quejaba de la “atmósfera tan antizen” de las habitaciones de su hotel, le con-
tamos lo que hacemos cuando estamos en la carretera. Puesto que nos gusta
viajar ligeros de equipaje, no nos llevamos nuestros cojines. Convertimos
nuestra habitación del hotel en un “espacio sagrado” usando mantas y almo-
hadas en lugar de esteras y cojines, y aplaudiendo con las manos en lugar de
usar una campana para controlar el tiempo.
El ritual tiene su propia lógica. Se trata más bien de ser que de hacer. Su
lenguaje es no lineal, diseñado para atraer los sentidos en lugar del intelecto.
Ésta es la razón por la que tantos cánticos chino-japoneses, incluso cuando
están traducidos al inglés, carecen de sentido sintáctico. La experiencia de
mover las cuerdas vocales al compás de la respiración es más importante que
comprender lo que estamos cantando. Cantar sin prestar atención al “signifi-
cado” nos sitúa en un estado mental no lineal y no dualista, que siembra el
despertar. Dicen que el analfabeto pulidor de arroz chino que se convirtió en
el gran sexto sucesor de Zen, alcanzó la iluminación al escuchar el Sutra
Diamante cantado en el mercado, sin “entender” intelectualmente ni una
pala- bra del mismo.
El ritual permite la fusión del sujeto y del objeto. Se experimenta, es
trans- formador, y sin limitación de tiempo. Los símbolos de significado
personal y de grupo nos ayudan a concentrarnos inconscientemente en
aquello con lo que nos sentimos bien. Pero necesitamos un sentido sano del
yo para empezar, por
lo cual resulta útil crear nuestros propios rituales. Los representamos porque
nos proporcionan placer, al tiempo que relajan el dominio del ego sobre
noso- tros. Perder el yo en un ritual es un preludio a la experimentación de lo
sagra- do en lo ordinario. El ritual es el arte de cultivar la atención. Tiene que
ser algo que hagamos con amor, con cariño.
Los símbolos compartidos sirven como rituales significativos de grupo;
los símbolos privados ofrecen un lazo personal con su representación.
Bodhidharma, el fundador del Zen en China durante el siglo octavo, ejempli-
fica esto en su papel como creador del rito del té verde que ha estado asocia-
do desde entonces con el Zen. Según cuenta la leyenda, Bodhidharma cultivó
el primer matorral pequeño de té verde fuera de su cueva, y dio a sus discí-
92 pulos las hojas para que las masticaran, y de esta forma no se durmieran mien-
tras hacían zazen. Con el tiempo, esto se formalizó en un rito. Tanto si se trata
de la ceremonia del té en Japón, como de beber té por la mañana durante la
celebración del sesshin, desde los tiempos de Bodhidharma los practicantes
de Zen han estado participando en un ritual común, que tiene
simultáneamente una función muy práctica. Tanto si lo hacemos
formalmente, sentados en el zendo y vertiendo té en tazas japonesas, como si
nos reunimos alrededor de la urna en silencio en la mesa de la cafetería,
llenando cada cual su propia taza con té y sentándonos para beberlo en la
sala de estar o en el pórtico, practica- mos un ritual Zen que refuerza física y
emocionalmente nuestra resolución de practicar juntos el camino de
Bodhidharma.
GESTOS SIMBÓLICOS
ENCONTRAR EL EQUILIBRIO
PRACTICAR SIEMPRE
EXPERIENCIA ZEN
COMPASIÓN Y ECUANIMIDAD
LA IMAGEN GENERAL
Compasión significa sentir con, desear con, sufrir con, desear con y sentir
con. Dicho de otro modo, el yo –el yo que percibe, siente, sufre y ama– pues-
to en un contexto más amplio. O quizás deberíamos decir que la compasión
consiste en despertar al hecho de que nunca hemos abandonado nuestra sabi-
duría original. Es echar una buena mirada a la imagen general, el amplio
panorama que está siendo oscurecido por nuestra negativa a ver el yo vincu-
lado en amor a todo lo que existe. Tal como hemos puesto de relieve repeti-
damente, la práctica del Zen básico no trata de nuestro desapego. No
viajamos a nuestro interior para perder todo nuestro sentido del mundo
exterior. Por el contrario, se trata de abrirnos, reconocer conexiones,
experimentar las sensa- ciones de otros como propias, maravillándonos ante
lo que el maestro Zen Thich Nhat Hanh llama la vasta red adornada con
piedras preciosas del “ser compartido”. Transformado por la compasión, el
yo se abre, y se reconecta a un universo vibrante y siempre cambiante. Los
límites rígidos desaparecen y las paredes caen, dando paso a la ecuanimidad.
Cuando el yo es transformado, participar en los sentimientos de un
hombre viejo no significa necesariamente que una mujer joven tenga que
autodestruir- se y convertirse por arte de magia en un hombre anciano. No
hay ninguna clase de magia en ello. Simplemente, se está despertando a la
imagen general que comparte con el hombre anciano. Sigue existiendo un
sentido del yo. Existe todavía el reconocimiento casi instintivo de la
diferencia, pero esta diferencia no es absoluta. El anciano y la mujer joven
están conectados; no puede haber el uno sin el otro. No hay un tú sin la
persona que se sienta junto a ti, sin el asiento en que estás, sin el ruido del
aire acondicionado ni sin el avión que pasa por encima. Este sentido de
contextualidad, de ampliación del punto de vista a través de los sentidos, es
la manera como definimos la ecua- nimidad compasiva.
101
Nuestra identidad aparece solamente como parte de un contexto. Los mis-
mos hilos sutiles y profundos que nos conectan con ese contexto son nuestros
sentidos. Mediante ellos experimentamos las “pasiones” que nos recuerdan
que todos los seres sensibles y no sensibles dependen unos de otros para su
existencia. Resulta que nosotros, los seres humanos, somos literalmente
“básicos”, con las plantas, animales e incluso con los hongos. Los científicos
han revelado que nuestro árbol genealógico es más alto y profundo de lo que
nunca habíamos imaginado. Según Brent Mishler, un botánico de la universi-
dad de California en Berkeley, “la clásica división entre los reinos vegetal y
animal es incorrecta… La mayor parte de los datos demuestran que los hon-
gos en realidad están más cerca de los animales que de los otros grupos…
Además, los animales, las plantas y los hongos ocupan ramas adyacentes del
árbol de la vida compuesto abrumadoramente por bacterias y otras criaturas
unicelulares... Es más bien humillante… Los humanos y los animales, así
como las plantas y los hongos, cuanto más sentimos, más interactuamos, más
extendemos los límites del yo, más cómodos nos sentimos en el universo.
Conservamos todavía nuestros modos peculiares de hacer y nuestras propias
debilidades. No hay nunca un momento en que congelemos una imagen, ni
un momento en que no estemos deseando estar en algún otro lugar; no hay
un instante en que no intentemos de alguna manera reafirmar ese rígido
sentido del yo, pero con la práctica, estos momentos se hacen más tolerables,
y no duran tanto tiempo. Nuestro apego es menor cuando simplemente obser-
vamos, reconocemos y sentimos la necesidad de congelar el instante, y lo
dejamos pasar. Es un duro koan para todos.
Hemos estado trabajando con especial intensidad en ello desde que vivi-
mos en los campos de maíz del centro de Illinois. Los dos fuimos criados en
ciudades, por lo que a menudo imaginamos cómo sería volver a la ciudad.
Sobre todo, nos gustaría volver a nuestra casa de Honolulú. ¿Dejaremos
algu- na vez de desear estar en algún otro lugar? Probablemente no. ¿Tener
prefere- ncias quiere decir que no llegamos a ser verdaderos practicantes de
Zen? En realidad, las preferencias no son el problema. El problema es pensar
que sabes lo que es un verdadero practicante de Zen, y medirte con relación a
ello, en lugar de trabajar de verdad con lo que se tiene a mano. Y lo que
tenemos a mano en nuestro caso es que anhelamos, que deseamos no sólo
vivir en la ciu- dad, sino que deseamos, y punto. La pregunta importante que
hay que formu- lar es ¿cómo vamos a hacer frente a nuestro deseo?
Hace poco estábamos viajando por la carretera, escuchando una cinta del
yogui americano Ram Dass sobre esta misma cuestión. Nos miramos y son-
102 reímos cuando le oímos decir: “Constantemente estoy deseando que las cosas
fueran diferentes, o que yo fuera alguna otra persona, o que mi situación fuera
otra. Sin embargo, la cuestión no es llegar alguna vez a determinado lugar
donde ya no tendría ningún anhelo, ningún sentimiento ni ningún deseo, sino
empezar simplemente a reconocer que eso es lo que está ocurriendo ahora
mismo. ¡Ajá! Anhelando. ¡Ajá! Deseando. No pasa nada”.
Por supuesto que hemos de trazar una línea; no podemos simplemente
dejar arrastrarnos por nuestros deseos, llevarlos a cabo, quizás lastimar a
otros. Es una línea muy tenue, desde luego. Creemos que sabemos dónde y
quiénes somos, porque pensamos que sabemos lo que conlleva la práctica
real del Zen. La verdad es que no lo sabemos. No podemos, porque, tal como
nos recuerdan tantos koan, el dharma no es una cuestión de saber o no saber.
El dharma es la imagen general en que nos encontramos. Incluye percibir,
pen- sar, sentir e interactuar; no se puede reducir a una simple fórmula. A
nosotros tampoco se nos puede reducir a una simple fórmula. No existe un
practicante real de Zen. Pero existe el esfuerzo, la práctica. Avanzamos hacia
algo. ¿Qué? Un proceso de mayor conciencia, de mayor comprensión de la
naturaleza del yo, un reconocimiento de la interdependencia. Y esta
comprensión se traduce en “compasión”: sentir con, ser con, sufrir con, vivir
con, amar con. El Zen es este proceso. Carece de un objetivo absoluto,
puesto que no hay objetivo. Cada vez que creemos haberlo alcanzado,
cambia de lugar, se va ante nues- tros propios ojos.
Pero existe la conciencia. Cuanto menos conscientes somos, más difícil
se vuelve la vida. Cuantas más reglas creamos, más intolerantes nos
volvemos. No obstante, personificando la advertencia de Ram Dass y
simplemente observando: “¡Ajá, intolerancia!”, transformaremos esta
intolerancia en com- pasión. Ampliará nuestro sentido de identidad.
Eliminará el mal sabor dejado por el hecho de no haber vivido de acuerdo
con lo que se supone que somos,
de no valer gran cosa. La conciencia nos permite reírnos de nosotros e
mismos: “Bueno, allá voy otra vez”. n
La compasión en el yo enfrentándose a las dificultades impuestas por la
práctica, prestar atención a los problemas de otra persona, encontrar veinti-
cinco minutos para sentarnos cada día, hacer una llamada por teléfono, lle-
vando en coche al zendo a alguien que no lo tiene. Así es como
abandonamos nuestro pequeño y circunscrito yo detrás, y nos abrimos al rico
campo de hier- ba de nuestro contexto, esté donde esté. La compasión es en
verdad nuestra principal preocupación. No hay ecuanimidad sin compasión
y, puesto que no pueden ir separadas, no puede haber compasión sin
ecuanimidad. Son lo mismo. Ser ecuánime es ser compasivo –sentir con,
sufrir con–. Es un proceso continuo y sin fin. Esto es lo que la hace tan
gratificante.
RELAJARSE
SER HUMANO
ACONTECIMIENTOS CUERPO-MENTE
Puesto que consideramos la práctica del Zen como una experiencia total,
no ponemos un énfasis especial en las emociones. No hay nada que las haga
más importantes que el ruido del camión de la basura en el exterior. Ambos
son manifestaciones maravillosas del Camino de Buda, puertas para apren-
der sobre la verdadera naturaleza del yo. Ambos reflejan quiénes y qué
somos en un momento determinado. En un contexto concreto, el sonido de
un guija- rro golpeando el pavimento puede ser más “importante” que el
exquisito crecimiento de una emoción. Cuando nos sentamos, nos sentamos
como seres plenos y completos. Cuando pasamos por un período
emocionalmente difícil, ése es nuestro contexto, y lo tomamos con seriedad.
Cuando estamos tenien- do un zazen soñoliento, ése es nuestro concepto,
nuestra dificultad, y también nos lo tomamos seriamente.
Hay muchas formas de meditación, y es una tontería intentar demostrar
que una es mejor que otra. Todas tienen sus puntos fuertes y sus puntos débi-
les. Lo importante para los practicantes de Zen básico es no intentar conver-
tir el zazen en algo que no es, meramente para acomodar la moda del mes.
Las personas tienen que encontrar la práctica más adecuada para sus
necesidades y para su temperamento.
Una mujer que apareció muy pronto cuando se estaba formando nuestro
grupo de Princeton era realmente una estudiante de Zen con talento. Podía
estar sentada cómodamente con las piernas cruzadas sobre su cojín durante
largos periodos de tiempo, y demostró tener una gran afinidad por la práctica
koan. Aun así, al cabo de un año solamente, quedó claro que echaba de
menos su iglesia y que había venido al Zen sólo porque no había podido
encontrar un maestro cristiano de meditación. Le recomendamos un grupo
dirigido por un sacerdote que enseña contemplación cristiana, y allí es muy
feliz. En lugar de intentar pescar a gente para que practique el Zen,
preferimos ayudarles a encontrar la práctica más adecuada para ellos. 113
El corazón del Zen es la práctica de la meditación sentado, zazen. No es
piadosa, ni pone más énfasis en las emociones que en ningún otro aspecto de
la experiencia humana. El zazen es un vehículo para alcanzar la autorrealiza-
ción en y según el momento. Pedir que trate únicamente de las emociones no
es realista. Desvirtuaría la práctica. El zazen incluye las emociones porque
respiramos con el momento en desarrollo, y descubrimos nuestra conexión
con todos los seres. Ésta es la experiencia sin adornos del Zen básico, descri-
ta en pocas palabras.
Esta página dejada en blanco al propósito.
HAMBRE ESPIRITUAL
tarios sobre la corriente, para desviarla, para pescar en ella o para beberla;
sólo está la respiración como la propia corriente de la vida.
Cuando vivimos conscientes de esto, no existe la inquietud de hacer que
ocurra esto o lo otro, ni de marcharse. Tomemos como ejemplo el sentarse en
la cama por la mañana, ponerse los calcetines, prestando la misma atención
al acto de ponerse los calcetines que al de seguir nuestra respiración cuando
estamos sentados sobre el cojín. Lo único que hay es nuestro brazo movién-
dose, la percepción del calcetín mientras lo extendemos sobre el pie, el arco
del cuello cuando nos doblamos hacia delante. Sin pensar en nada en absolu-
to, concentrando toda nuestra atención en tirar de este calcetín. De repente, el
mundo se abre. Nos sentimos enormemente contentos sin ningún motivo.
Todo lo que hay fuera de nosotros y en nuestro interior es absorbido por este
121
calcetín que está cubriendo la punta del pie. Ocurre todo tan deprisa, que ni
siquiera eres capaz de decir cuánto ha durado el momento. No notas ni tan
sólo que estás tirando del calcetín. Igual podría ser que el calcetín estuviera
tirando de ti. Tú, tu calcetín, tu pie, tu codo y tu cuello de algún modo se han
desvanecido en el propio acto. No es que desaparezcas físicamente ni que
entres en algún estado alterado; es simplemente que te has dejado caer en el
puro gozo de cerrar la grieta entre ti y el momento de tirar de tu calcetín.
Evidentemente, existe una intención: ponerte los calcetines. Ir al cajón,
sa- car los calcetines, sentarse en la cama: cada uno de estos gestos está
expre- sando la vida en ese momento, expresando este particular complejo
cuerpo- mente en movimiento –vestirse, andar desde la cama hasta el cajón–.
Millones y millones de pequeños impulsos neurológicos hacen que te
muevas; activi- dad muscular manifestándose como pensamientos que te
empujan; nanose- gundos de pensamiento tras pensamiento entran en este
procedimiento.
Cuando estamos abiertos, fluyendo, moviéndonos sin pensar consciente-
mente, totalmente fusionados con el momento en movimiento, no existe el
dualista tira y afloja por parte de la persona y del objeto que cede a la volun-
tad de la persona. No existe de por sí el pensamiento de ponerse un calcetín.
Existe simplemente el momento de “vestirse”. ¿No es una pena cómo nos
dis- trae “hacer que las cosas ocurran”? Nos distrae de la perfección absoluta
del momento, sin adornos, radiante tal como es.
DESAPARECER EN EL MOMENTO
ESFUERZO INTERESADO
Puede dar la impresión de que nuestra práctica básica eleva el “ser” por
encima del “hacer”, pero no es así. Para clarificarlo, echemos otro vistazo a
la gran epopeya india, el Bhagavadgita. El tema central de la historia es
una decisión que Arjunta, un guerrero real, debe tomar. Está sentado sobre
una colina observando el campo de batalla, imaginando su entrada, sabiendo
que, si baja para luchar, tendrá que matar a personas, algunas de las cuales
son sus parientes de la realeza, miembros de su propia familia. Se inicia un
diálogo entre Arjuna y su áuriga, Khrisna, una de las manifestaciones del
dios hindú Vishnu. El tema es el deber de casta. Como miembro de la casta
guerrera, el deber de Arjuna es luchar y matar, con independencia de cuáles
sean sus sen- timientos sobre ello.
Las interpretaciones hindúes ortodoxas de la historia mantienen que, a
tra- vés de este diálogo con Krishna, Arjuna llega a comprender que tiene
que cumplir con su deber de casta. Pero Mahatma Gandhi dio su propia
interpre- tación del Bhagavadgita. Él veía todo el diálogo como una batalla
psicológi- ca y emocional interior –un ejercicio para volverse desinteresado,
abando- nando los deseos, dejando de esforzarse para alcanzar la grandeza,
el poder o la gloria, y con ello conseguir la liberación espiritual.
Como práctica budista, el Zen tiene sus raíces en la tradición religiosa
india. Pero, ¿qué tienen que ver estas interpretaciones religiosas de deseo,
esfuerzo y desinterés con el Zen básico? ¿Es de veras razonable para
cualquier práctica espiritual occidental exigir que dejemos de esforzarnos, o
que aban- donemos nuestros objetivos, ideales y aspiraciones?
El esfuerzo espiritual es como el hambre espiritual. Tenemos la sensación
de que algo falta, y nos sentimos impelidos a averiguar qué es. Con la espe-
ranza de aliviar nuestras mentes, ponemos nuestra “pecera de los peces de
MOVIMIENTO
ESFUERZO DESINTERESADO
LA MENTE TRANQUILA
EL ZEN DE JARDINERÍA
El mundo de las diez mil cosas respira con nosotros mientras estamos
sen- tados en nuestros cojines. No se detiene porque nos hayamos detenido
nosotros. Lo único que sucede es que sosegamos nuestras mentes
hiperactivas en respuesta a ese mundo y nos reconocemos como parte del
mismo en su totalidad –desde el más pequeño de los insectos chirriando en el
jardín a la luna llena que brilla en el cielo nocturno. En zazen, destinamos
tiempo y espa- cio para detenernos y darnos cuenta de lo que ocurre en todo
momento: la vida. Y puesto que la vida comienza con la respiración,
empezamos concen- trándonos en nuestra respiración.
En lugar de usar el intelecto para analizar modos en los que podamos
experimentar la interdependencia, nos permitimos sumergirnos en la expe-
riencia del momento sin pensar en ello. Por ejemplo, si logramos limitarnos a
ver simplemente la imagen sin comentarla, observar a ese dictador en el tele-
visor puede convertirse de por sí en una ocasión para experimentar la inter-
dependencia. Es como experimentar el momento del ruido del martillo del
reparador en la casa de al lado, cuando estamos sentados en zazen; oyes el
ruido, pero sin que a continuación venga una cadena de pensamientos sobre
ello.
Vivir la interdependencia significa ver a la gente allí donde están, no
donde nos gustaría que estuvieran. Un buen ejemplo de esto es la relación del
Dalai Lama con los chinos responsables de matanzas masivas en el Tíbet.
Está
profundamente dolido por sus acciones, pero no los odia. Viniendo de la
expe- riencia de la interdependencia, ve que no son distintos a él mismo,
aunque sabe que todavía no están preparados para que ellos lo reconozcan a
su vez. Sabe que lo único que se puede hacer es aceptar a la gente tal como
es, que no se les puede forzar a hacer lo que está bien cuando no ha llegado
todavía el momento. Aun así, esto no le impide intentarlo, propagar su
mensaje de coexistencia pacífica.
La próxima vez que veas a ese dictador en televisión, préstale toda tu
aten- ción. Si puedes encontrar a todo el mundo reflejado en sus ojos, sabrás
lo que es la interdependencia. A partir de ese espacio, puedes pasar a la
acción: mani- festarte, sostener una pancarta, dar tu apoyo a una resistencia
no violenta para obligar al dictador a dimitir. Experimentar la
133
interdependencia no quiere decir
acabar con la vigilancia política; por el contrario, es el comienzo de la res-
ponsabilidad social.
Esta página dejada en blanco al propósito.
PACIENCIA
FATALISMO
AGUZAR LA PERCEPCIÓN
LA MAGIA DE LO MUNDANO
El maestro Zen Thich Nhat Hanh dice que no se puede meditar sobre un
cojín si no eres capaz de meditar mientras lavas los platos. Está repitiendo lo
que el antiguo maestro Chao-Chou dijo cuando un novicio le preguntó si
podía estudiar con él: “¿Has comido ya tu arroz?”, le preguntó Chao-Chou.
“Sí”, respondió el monje. “Entonces ve a lavar tu escudilla”, dijo Chao-
Chou. Fin de la entrevista. Si puedes encontrar la “santidad” en la actividad
más mundana, estás practicando el Zen. Desde aquí, sólo hay un pequeño
paso para encontrarlo en la adversidad. Volvamos a la situación del Dalai
Lama. Una vez un reportero le preguntó: “¿Qué piensa usted de Mao Tse-
tung?”. La respuesta fue rápida: “Mao Tse-tung es también el Buda”. Sería
fácil inter- pretar esto como la santa capacidad de perdonar a tu enemigo.
Pero no lo es. La experiencia del Dalai Lama de Mao Tse-tung como el Buda
le dio al líder tibetano la oportunidad de fundirse con su karma trágico. No
138 provenía de la comunión con los ángeles o con los espíritus muertos de
grandes maestros, ni
con las reencarnaciones de futuros Dalai Lamas. Era una declaración práctica
de su experiencia de interdependencia.
DESAPEGO E INMERSIÓN
139
Esta página dejada en blanco al propósito.
AUTOMEJORA CONTRA
AUTORREALIZACIÓN
al Zen como aquellos que buscan una cura temporal para el sufrimiento y
aquellos que buscan desarraigar del todo la raíz del sufrimiento. Aunque no
descartaba la primera, comentó que esta actitud instrumental no bastaba para
mantener una relación a largo plazo con el Zen, una que fuera más allá de
aña- dir simplemente otra “técnica” a nuestro botiquín de primeros auxilios.
Recurrir al Zen para la automejora no es una invención americana. Tiene
una larga tradición en Japón, que se remonta hasta su antigua sociedad gue-
rrera. La mayoría de los samuráis usaban el Zen, de hecho, para mejorar su
habilidad para hacer la guerra y morir. Practicaban el zazen con el fin de
desarrollar una mejor capacidad de concentración, de modo que fueran más
diestros en el manejo de la espada, y tener menos miedo al enfrentarse con el
142 enemigo. Los hombres de negocios japoneses actuales lo usan para
convertir-
se en competidores más concentrados. El impulso de los hombres de negocios
no difiere mucho del de los samuráis. La motivación para la propia mejora
toma muchas formas.
El segundo grupo de personas que acuden al Zen –aquellos que Yasutani
Hakuun Roshi describió como los que quieren arrancar totalmente la raíz del
sufrimiento– no sufren menos problemas ni dolores que los primeros. A
menudo, en el curso del entrenamiento, quienes buscan la automejora se
convierten en dedicados practicantes del Zen, mientras que los llamados bus-
cadores “espirituales” desaparecen. La cuestión no es tanto cuáles son las
razones para venir, como lo que ocurre una vez ya te sientas de verdad y
comienzas a meditar. Puede ser que vengas queriendo mejorarte a ti mismo
y que abandones al cabo de seis sesiones porque tienes la sensación de que
no consigues nada. Del mismo modo, puedes estar motivado por una
cuestión existencial profunda de toda la vida, y también abandonar al cabo
de estas mismas seis sesiones por la misma razón. Lo importante es seguir
practican- do pase lo que pase. Tienes que desarrollar el aprecio por sentarte
sin otra intención que sentarte –y un gusto por la paradoja, puesto que el fin
del Zen es darse cuenta de que no existe ningún yo estático que mejorar o
realizar–.
NOCIONES ERRÓNEAS
Física o espiritual, da lo mismo. Por buena o valiosa que sea la causa, sigue
siendo una distracción del momento, de la experiencia inmediata de lo que
está ocurriendo ahora mismo.
Nos domina la necesidad de adquirir algo que creemos que todavía no
tenemos.
Esta actitud está profundamente arraigada en la conciencia americana.
Veamos la Autobiografía de Benjamin Franklin, este elemento esencial de
lec- tura en el instituto. Franklin es el modelo para todos aquellos hombres y
muje- res que quieren “hacerse a sí mismos”. Deja espacio para adquirir una
vida mejor para sí mismo: una educación, una profesión que le dé más
dinero, res- peto y admiración de la comunidad, así como conocimientos de
la naturaleza, de la ciencia y de las personas. Por tanto, traza un gráfico de
automejora rela- 143
cionando los rasgos que quiere desarrollar –caridad, templanza, humildad,
modestia, etcétera– y comprueba su progreso cada día.
Un contraste interesante en actitudes está en la autobiografía de un japo-
nés contemporáneo de Franklin, el poeta Zen Basho, que relaciona todas las
cosas de las que quiere librarse cuando se va de casa en su viaje de autodes-
cubrimiento. No hay objetivos declarados en el libro de Basho, tan sólo un
simple relato de la experiencia de vivir. Concluye no con la adquisición de la
virtud, sino con la sensación de la lluvia en su cara durante un chubasco de
primavera.
El momento de la automejora es un momento de timidez. No hay espacio
para la experiencia, puesto que el yo ocupa hasta el último centímetro. Por
ejemplo, al pensar sobre la modestia, Ben Franklin pierde la posibilidad de
ser modesto bajo un montón de nociones sobre la modestia. Se distancia de
ella, pensando en ella; mientras que Basho la encarna en su experiencia de la
llu- via de primavera. La automejora no acaba nunca, porque el análisis de
todas nuestras faltas y puntos buenos no tiene fin, como tampoco lo tiene el
pesar y medirlos en nuestra búsqueda de ese equilibrio perfecto.
A falta de una palabra mejor, el “objetivo” del Zen tiene menos que ver
con la adquisición incluso de buenas cualidades que con el mero hecho de
sentarse. Puede haber efectos secundarios positivos de la práctica que mejo-
ren nuestras situaciones vitales, pero puede que no los haya o que no se
mani- fiesten con la rapidez que quisiéramos. Pero no deberíamos olvidar
que se trata tan sólo de efectos secundarios. Sabemos de personas que han
estado practicando durante más de cincuenta años, y a simple vista no
apreciamos que el resultado haya sido una gran “automejora”. Muy pocas de
ellas, de hecho, ganarían un concurso de popularidad. Pero el Zen no tiene
como fin ganar concursos de popularidad ni convertirnos en santos. No
recurres a él
con una lista. Por supuesto, existe el objetivo subyacente de despertar a algo
que ahora no ves, algo que presientes que aliviará esta corriente soterrada de
descontento. Pero no te conviene dejarte atrapar por la noción errónea de que
te sientas para lograr la iluminación, puesto que esto no es más que un anhe-
lo más sutil y más obstructivo de automejora.
ALIVIO
El maestro Zen Dogen criticó el juego de ver quién lograba una ventaja
táctica durante una conversación, en que se había convertido la práctica del
144 koan en los monasterios japoneses de su tiempo. Daba una paliza pública-
mente a los monjes ambiciosos por usarlo a fin de engrandecerse. Algunos
habían llegado incluso a “comprar” la aprobación oficial para enseñar las
enseñanzas de sus maestros Zen. Actualmente todavía se hace: “¿Cuántos
koans pasaste?”. “Yo hice cincuenta”. “Caramba, yo sólo llegué a veinte”. Es
casi lo mismo que estar en el gimnasio y oír: “Ayer hizo cincuenta flexiones
de brazos en la banqueta. ¿Cuántas puedes hacer tú?”. Como todas las cosas
que hinchan el ego, los koans, también, pueden llegar a ser parte del juego.
En lugar de aliviarnos, seguimos adquiriendo, hasta que al final, hemos
anulado la posibilidad de ver la auténtica naturaleza del yo desnudo y sin
disimulos.
No hay nada que haga más dolorosa la práctica del Zen que el desear
algo. Pero los largos años de sentarme, realmente se han convertido en
preciosos para mí en y de por sí, y los deseos se desvanecen. A fin de
cuentas, nos sen- tamos por el mero hecho de sentarnos. Por ejemplo, ya no
venimos al sess- hin con la esperanza de encontrar algo que nos falta;
simplemente venimos al sesshin. Por alguna extraña razón, es todo lo que
necesitamos. Al comien- zo de nuestra práctica, esperábamos que ocurriera
algo “grande” durante el sesshin. Un poco más tarde, todo lo que
esperábamos encontrar era dolor, aburrimiento y la cínica certeza de que no
iba a ocurrir “nada”. Al cabo de los años, ya no esperábamos nada. Tal como
solía decirnos a los indecisos participantes uno de nuestros maestros
japoneses de Zen al que bombardeá- bamos con preguntas sobre cómo era
aquello: “Sesshin es sesshin. Venid y lo descubriréis”.
El zazen es una estupenda oportunidad para aliviarnos del deseo de
la automejora. Basta con sentir la lluvia sobre la cara al salir andando por la
puerta del zendo.
PASIÓN EN LA COMPASIÓN
ACTIVIDAD BODHISATTVA
del maestro de Zen Chao-Chou: “La mente iluminada evita escoger y elegir”.
Como tantos otros koan, sin embargo, éste no hay que tomarlo como un
axio- ma ni como un mandamiento religioso –“No elegirás ni escogerás”–
sino como una expresión viva de actividad bodhisattva. La mente que deja de
esco- ger y elegir está muerta, incapaz de toda actividad. Mientras la mente
esté viva, seguirá escogiendo y eligiendo. Cada respiración, cada
pensamiento, es un momento de energía y pasión en movimiento. No existe
ningún estado neutral sostenido en ningún nivel del funcionamiento humano.
SEGUIR NAVEGANDO
147
Supongamos que vamos navegando. Formamos realmente una unidad con
la respiración, estamos alerta, todo va bien. De repente –¡BUM!– algo ocurre
y nos vemos arrojados desde un estado de arrobamiento a uno de sufrimien-
to. Ésta es la oportunidad perfecta para reconocer la “interrupción” como otra
de las manifestaciones de “seguir adelante”. Por el mero hecho de que no pro-
duzca la misma sensación, no significa que provenga de “ahí fuera” para
interferir con nuestra práctica. De hecho, es el propio vehículo de la práctica.
Siempre nos reímos de nosotros mismos cuando miramos fotografías de
cuando éramos nuevos en la práctica del Zen. Vestidos de negro, era evidente
que nos esforzábamos mucho para dar la impresión de que éramos estudian-
tes serios a los que nunca se les escapaba una sonrisa. Este tipo de conducta
es lo que le da al Zen una reputación de ser “severo”. Recientemente, cuando
un amigo de Australia nos visitó y salimos juntos a tomar una cerveza y a
jugar una partida de billar, se sintió aturdido y nos dijo: “Nunca me había
invi- tado antes un maestro de Zen a salir como ahora”. Le recordamos los
maes- tros Zen de la “Nube Roja” sobre los que habíamos escrito, como por
ejem- plo, Lin-chi, Ikkyu, Bankei, y otros, que ofrecían sus enseñanzas en las
calles,
en los campos y en las tabernas más veces que en el zendo.
Muchos de los practicantes básicos actuales todavía se agarran a una
herencia monástica que glorifica la actitud desapasionada del guerrero cuya
vida es en su totalidad una preparación para la muerte instantánea. Ésta
puede ser una actitud apropiada para un guerrero, pero nuestro prado de
práctica no es un campo de batalla. Nosotros cultivamos la vida, no la
muerte. Nuestro campo se asienta entre ellas. La melancolía, la triste dulzura
de nuestra transitoriedad, debe vivirse tan total e intensamente como el
guerrero vive la suya. Pero, a diferencia del guerrero que se desapega de la
transitoriedad, nos- otros debemos sumergirnos en ella.
EL MUNDO FLOTANTE
149
Esta página dejada en blanco al propósito.
SOBRE LOS AUTORES