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Una llama encendida, que se torna en incendio vigoroso. Así podría describir la
cosecha literaria de uno de los escritores salvadoreños más importantes de los
últimos años, docente, narrador, antólogo, poeta, firmante de los Acuerdos de Paz y
sobre todo lector infatigable; sin duda David Escobar Galindo, nacido en 1943 en el
occidental departamento de Santa Ana, tiene su lugar asegurado –fuera de las
discusiones e inclinaciones políticas o ideológicas- en el parnaso intelectual y
literario nacional. Autor de suelo fértil, hasta la fecha publicó más de 40 obras y una
gran cantidad de artículos, columnas y otros textos en distintos medios impresos y
digitales, laureado en la región con casi todos los premios importantes. Julián
Marías, filósofo y ensayista español decía -más o menos literalmente- que al
dedicarse a una actividad placentera el hombre descubre su efectiva pretensión,
Galindo la ha descubierto sin duda en los placeres de la lectura y la escritura. Entre
sus libros más conocidos están:
-Cantos a la noche
-Ejercicios matinales
-Devocionario
-Una Grieta en el agua
-Umbral Oriente
-Universo neutral
-Dios interior
-Álbum de transparencias, noticias del clima
-Índice antológico de la poesía salvadoreña
-Pasión del tiempo
Deslumbrado por sus experiencias en lo que el autor divide como los tres orientes
(China, Taiwán e India), Galindo nos ha legado un interesante poemario
titulado «Umbral Oriente», en el que nuestro autor nos deja saber que: “La actitud
oriental es, en nuestro leal sentir, un ejercicio de exquisita y discreta lucidez. Sin el
arrogante prurito del resultado perfecto –que al final de cuentas nunca se alcanza– ,
la lección es el acercamiento a las pequeñas sensaciones del instante, en las que
flotan –casi siempre inadvertidos– los vilanos, las brizas y las gotas de la
inimaginable eternidad.”
Dejamos pues tres fragmentos poéticos de David Escobar Galindo dedicados a ese
espacio geográfico tan pleno de hechizo, personajes, historias y fascinación.
Poemas:
***
«En la espesura de la piedra
-negra luna creciente-,
ese reflejo de inconclusa noche
que nos atisba desde las entrañas
del tiempo mineral.
Nosotros, áureos seres pasajeros,
nos sentimos llamados
por la belleza que persistirá
serenamente ahí,
cuando ya la ventisca
se haya llevado nuestros más fúlgidos poemas.»
***
Otra vez la memoria
se despierta, se viste y se prepara
para anunciar el día.
Nadie como ella
sabe lo que le aguarda:
un trabajo prudente y delicado
entre los arenosos habitantes
de su aldea global.
Por eso, en la abstracción de tal destino,
ni desata palabra
ni se apresura en vano.