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Introducción.

Hegel como madurez de la filosofía


occidental.
 
            La filosofía de Hegel supone la madurez del
pensamiento occidental (o, cuanto menos, del pensamiento
moderno). Madurez no quiere decir simplemente “cima”,
pero sí “final” de una andadura. Es la culminación del
racionalismo moderno, de la razón moderna, así como de
una determinada manera de hacer metafísica. Después de
Hegel, sintomáticamente, la metafísica como sistema de
pensamiento que abarque y explique toda la realidad será
algo raro, algo cada vez menos posible.
            Sabemos que Hegel intenta asimilar e incluir en su
filosofía (eso sí, superada) toda la tradición, esto es toda la
historia anterior de la filosofía. Pero, concretando más, se
podría decir que él intenta hacer la síntesis del
pensamiento griego y el pensamiento moderno. La
filosofía griega pensó especialmente la naturaleza
(physis), culminando en el concepto aristotélico de
sustancia; la filosofía moderna, desde Descartes y en su
línea de inspiración cristiana, se propuso comprender el
espíritu, la conciencia, el sujeto del conocimiento. Pues
bien, Hegel quiere pensar la síntesis de estos dos
conceptos (su unión y no sólo su separación) de naturaleza
y espíritu.
            Si queremos caracterizar de modo sencillo en qué
consiste lo que distingue, según Hegel, la Naturaleza del
Espíritu, nos encontramos con una fórmula simple. La
naturaleza es eso que está ahí. Y el espíritu es esto que soy
yo mismo. Naturaleza es, por tanto, estar ahí; como diría
Hegel ser en sí. Espíritu es ser para mí, ser para sí,
mismidad.
            Pensar la síntesis de naturaleza y espíritu quiere
decir también pensar la unión entre realidad y conciencia,
entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo exterior y lo
interior, entre sentidos y razón. En suma, entre lo finito y
lo infinito, entre Dios y el mundo, entre el Creador y su
creación.
 
            La dialéctica como unión y superación de los
contrarios.
 
            Para pensar y comprender la unión de los
contrarios se hace necesario, según Hegel, un nuevo tipo
de pensamiento, se hace necesaria una nueva lógica: no ya
la lógica tradicional, aristotélica, asentada sobre el
principio de no contradicción (no se puede afirmar y
negar una cosa al mismo tiempo y en el mismo sentido),
sino la lógica dialéctica. Esta lógica hegeliana afirma que,
más allá del entendimiento, que procede oponiendo
conceptos (viendo el límite en todas las cosas), está el
poder dialéctico y especulativo de la razón que primero
niega para afirmar después en un nivel más alto: primero
niega lo que afirma el entendimiento y, posteriormente,
afirma o asume tanto la primera tesis o afirmación del
entendimiento como la negación de esa tesis (antítesis),
llegando así a la síntesis donde son superadas y
conservadas a un tiempo tanto la verdad de la tesis como
la de la antítesis. Un ejemplo vivo de esto podría ser: a)
Tesis: yo soy yo (identidad); b) Antítesis: yo no soy yo, yo
no soy nunca el mismo (carezco de identidad como algo
fijo, permanente); c) Síntesis: yo soy yo y no soy yo. Yo
soy el que seré (mi identidad es un perpetuo hacerse o
devenir). Dicho de otro modo: lo que soy ahora es un
momento necesario e insustituible de mi realidad; pero eso
que soy tiene que ser negado, pues eso es finito y pasajero;
finalmente, seré plenamente al final de mi proceso vital
(acaso un proceso infinito) o cuando sepa que soy, yo
también, absoluto.
 
            El Absoluto como síntesis donde se resuelve, sin
aniquilarse, toda dualidad.
 
            Para comprender toda la realidad (toda la realidad
y cualquier realidad) hay que comprenderla en relación
con lo Absoluto. Para comprender cualquier cosa finita,
hay que ponerla en relación con lo infinito. En seguida
hablamos de ello, pero antes recordaremos que lo real es
para Hegel lo activo, lo que tiene capacidad para
desplegarse a partir de sí mismo. Por eso lo real es un
proceso u devenir o llegar a ser. La realidad es sustancia
pero también sujeto. Como sustancia es lo permanente,
lo esencial, lo que se objetiva o exterioriza (en lenguaje
religioso: El mundo como la objetivación o exteriorización
–o la negación- de Dios); como sujeto, es conciencia,
espíritu que conoce, capacidad de interiorización, vuelta a
sí mismo.
            Pues bien, para Hegel el Absoluto es sustancia y es
sujeto. Su mejor definición es decir que es espíritu
infinito (el buen infinito, que no está separado de lo finito,
sino que lo incluye dentro de sí. Pues, en efecto, lo finito
no puede limitar o poner límites a lo Absoluto). Lo
Absoluto es Dios o, como también lo llama Hegel, la Idea
(la Idea es el concepto adecuado del Absoluto).
            Hay que darse cuenta de que para Hegel no
conocemos de verdad ninguna cosa si no es en su relación
con el Absoluto (saliendo, por así decir del Absoluto,
como un momento –finito pero necesario- del Absoluto).
La verdad es la totalidad. Por tanto, el Absoluto sólo
existe concretándose y encarnándose en todas las cosas (en
la naturaleza y el espíritu finitos). Por eso no se puede
definir el Absoluto, ni hay que pensar que el Absoluto sea
una cosa absoluta, sino el fundamento absoluto de todas
las cosas.
            Decir que todo es espíritu absoluto, que todo es el
absoluto, quiere decir que nada tiene ser, ni es por tanto
verdaderamente conocido, repetimos, si no es entendido
en su última raíz, como un momento de la vida infinita.
Por eso dice Hegel que la verdad no se encuentra en la
cosa, nunca se encuentra en el resultado concreto,
provisional (esto es decisivo para entender la historia en
Hegel). El resultado sería como el cadáver que ha dejado
en pos de sí la tendencia que lo engendró. Lo verdadero –
dice Hegel- no es el resultado sino el todo; aquello que
vincula el resultado a su principio o fundamento.
 
            El sistema hegeliano.
 
            A esa relación o articulación que guarda cada cosa
con su fundamento absoluto lo llama Hegel sistema. La
filosofía ha de ser sistemática, ha de ser un sistema de
todos los conocimientos, si quiere ser un saber absoluto o
total del Absoluto. Pues bien, el sistema hegeliano tiene
tres partes: LÓGICA, FILOSOFÍA DE LA
NATURALEZA y FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU.
            La Lógica, que es como la Metafísica hegeliana,
pues expone y desarrolla las determinaciones conceptuales
del Ser (los modos en que se puede y debe pensar lo real),
del Absoluto. Sería la Idea estudiada en sí misma (Dios
antes de crear el mundo, dice Hegel). [Esto correspondería
al momento abstracto del entendimiento. Tesis, en el
proceso dialéctico].
            La Filosofía de la Naturaleza o estudio del mundo
en diferentes niveles (mecánica, química, física, biología,
geología, etc.), pero del mundo o naturaleza como lo otro
del espíritu, como la autonegación o alienación de Dios.
Sería la Idea fuera de sí misma (el resultado de la
creación, como algo finito). [Momento negativo-racional.
Antítesis].
            La Filosofía del Espíritu o la exposición de la toma
de conciencia que hace el espíritu de sí propio, desde su
emerger en y desde la naturaleza hasta convertirse en
espíritu absoluto. Es la parte más importante, sin
despreciar la primera, del sistema hegeliano. Sería la Idea
para sí, o mejor, en sí y para sí (Dios realizado y
realizándose en y más allá de su Creación). [Momento
positivo-racional o especulativo. Síntesis].
 
            El concepto de Espíritu.
 
            Hegel define el Espíritu como libertad. Esta es la
esencia del espíritu. Bien entendido que la libertad supone
o implica la autoconciencia, el conocimiento de sí mismo,
pues, para Hegel, somos lo que de verdad conocemos. La
voluntad racional que quiere la libertad, para uno mismo y
para todos los demás, porque sabe que todos somos
esencialmente libres, libres por derecho propio, es la
expresión cabal del espíritu. Ese querer racional es la
unión de teoría y praxis, de conocimiento y acción, de
esencia y existencia, de ser y deber-ser. El Espíritu es la
Razón que sabe que no hay oposición insuperable entre lo
que existe y lo que debe existir, entre lo imperfecto y lo
perfecto, entre lo que nos exige la conciencia moral y lo
que de hecho pasa en el mundo, en la historia. Ahora bien,
la Razón que sabe esto es la Razón o Espíritu Absoluto,
síntesis del Espíritu subjetivo y del espíritu objetivo.
            El espíritu subjetivo comienza siendo alma y
luego conciencia. El alma siente, pero no conoce; la
conciencia se desdobla (es conciencia de algo) para llegar
a la autoconciencia universal. El espíritu es voluntad
racional, capaz de llegar al conocimiento perfecto o
absoluto.
            Respecto al espíritu objetivo, importa fijarse en la
noción o concepto del Estado, verdadera síntesis del
derecho y la moralidad, lugar donde se manifiesta
plenamente la divinidad y donde se hace posible, real y
efectivamente, la libertad. Pero bien entendido que Hegel
se refiere a la idea del Estado y no sólo a los estados que
han existido históricamente, que son finitos e imperfectos.
            El espíritu absoluto comprende en Hegel el arte,
la religión y la filosofía. La historia de estas disciplinas
nos muestra un progreso dialéctico hasta culminar en la
perfecta toma de conciencia de lo que el Absoluto mismo
es y de lo que es todo (cualquier realidad) en relación al
Absoluto. La filosofía, no lo olvidemos, es saber absoluto
del Absoluto.
 
            La idea de la historia.
           
            La concepción hegeliana de la historia no es difícil.
Con todo, no hay que perder de vista que la historia es un
despliegue necesario del Espíritu Universal o Espíritu
del Mundo, que se encarna en los Espíritus de los
pueblos que han tenido un papel relevante en la historia de
la humanidad (son pueblos que se han constituido en
Estados). La historia ha transcurrido racionalmente, los
hechos históricos tienen un sentido que desciframos, en
última instancia, como un esfuerzo poderoso y astuto del
Espíritu divino por realizar la libertad. Pese a la
insistencia de Hegel en señalar la libertad como el
propósito, la meta y el fin de la historia, no queda
demasiado claro el papel de la libertad individual en este
sistema.
 
            Conclusión.
 
            Panlogismo: todo es lógica, todo se reduce a
concepto. El Absoluto, Dios, es la Idea. Sí, pero como
Vida infinita, como movimiento y devenir sin término.
Esto plantea algunas aporías, algunos callejones sin
salida, algunas contradicciones... ¿Podrán todas ellas
resolverse dialécticamente? El fondo último de la realidad,
de cuanto existe, ¿es él mismo racional? ¿O es irracional?
¿O ninguna de las dos cosas? Pero no es este el lugar de
críticas ni mayores especulaciones.
            Hegel quiere convertir el misterio en algo
comprensible, traducirlo a conceptos racionales. La
religión encuentra, para él, su sentido en la filosofía. Hay
algo muy loable en intentar unir el amor y el
conocimiento. Pero el joven Hegel, el teólogo, ponía el
amor por encima del conocimiento (ese amor que hace que
nos veamos en el amado); la unión con lo Infinito se
producía por vía religiosa y no podía comprenderse: la
filosofía no podía realizarla. El Hegel maduro invierte los
términos de esta relación: la razón por encima del amor.
Es la culminación (y el agotamiento al mismo tiempo) del
racionalismo moderno, del pensamiento que define al ser
humano como animal racional, pensante.
            “La verdadera naturaleza de lo finito –escribe
Hegel- es esta: que es infinito”. Ahora bien, lo Absoluto
(que comprende ambos conceptos, “finito” e “infinito”) no
es para Hegel una unidad abstracta más allá de todas la
limitaciones y allende todo saber, sino la totalidad
concreta que se despliega como naturaleza y espíritu. Los
dos conceptos claves de la filosofía occidental.

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