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Universidad Católica de Córdoba- Facultad de Filosofía y Humanidades.

Licenciatura en Historia
Seminario de Historia Argentina
Trabajo práctico número 4: Manifestaciones de la cuestión social: Enfermedad,
higienismo y salud pública. La criminalización de la cuestión social
Enfermedad y Delincuencia, problematizando la cuestión social 1880-1930
Profesora: Dra. Belén Portelli
Alumna: Analía Ramírez
La dupla salud enfermedad, no se limitó históricamente a un conjunto de
problemas individuales, sino que desde épocas tempranas hacían referencia a lo
social y ocupaban, por ende, en la sociedad un lugar central. A tales aspectos
sociales referían figuras públicas como Sarmiento y Rawson en Buenos Aires en las
décadas de 1860 y 1870 cuando “expresaban su temor a las plagas y los focos de
infección y se mostraban alarmados por el itinerario de los posibles contagios” (Cita,
LEANDRI, 2000)
Con la difusión de las innovaciones y descubrimientos médicos del último cuarto
del siglo XIX se puso el acento en el estudio de las bacterias y, en forma simultánea,
la pobreza, la tendencia al exceso y otras características “morales” de los sectores
populares, que le eran atribuidas como sus elementos más específicos, muchas
veces adquiridos genéticamente.
La segunda mitad del siglo XIX fue a su vez una época de auge de la medicina
“externa “(LEANDRI, 2000), en este periodo adquiere protagonismo los médicos
higienistas quienes lideraron el movimiento de combate frente a las enfermedades
infectocontagiosas construyendo paulatinamente lo que se conoce como “catecismo
de la higiene”.
Coincidimos con Leandri y Lobato en cuanto a que en este periodo se construye la
“profesionalización” médica, entendida sobre todo como una forma específica de
control institucional de la práctica del “arte de curar”, como un conjunto
conocimientos específicos, como “saberes del Estado”, cuestión que más tarde
desarrollaremos. (CFT. LEANDRI, 2012)
Médicos higienistas e instituciones médicas se hicieron eco de la situación
conflictiva que comenzaba a desarrollarse y actuaron consecuentemente con
distintas orientaciones y perspectivas. La “Cuestión Social” interpelaba a la
sociedad toda, los médicos se posicionaron como los grandes “traductores” de la
misma, bastante preparados para actuar de la mano del Estado. Al actuar o
proponer acciones sobre los sectores populares lo hicieron también a partir de sus
propios intereses y de su propia historia -intelectual, política y corporativa (CFT,
LEANDRI, pág. 431-423). En tal sentido los médicos, en su rol de profesionales,
intelectuales y funcionarios, dieron un tono especial y característico a la emergencia
de la “Cuestión Social”
Estos médicos, insertos en las instituciones estatales, delinearon su
profesionalización y consolidaron su posicionamiento en el imaginario colectivo
como profesionales, e irremplazables e incuestionables agentes del cambio en
cuestiones de salud frente al reconocimiento de la esfera pública.
Como bien lo demarca Leandri, los años transcurridos entre la epidemia del cólera
de 1867/68 fueron decisivos para la historia del vínculo entre saberes, prácticas
médicas e higiene pública.
Otro hito de apertura hacia las practicas higienistas fue la gravedad de las
epidemias de fiebre amarilla de 1871, que puso a prueba el cuerpo médico y a sus
instituciones, de este modo la higiene adquiría mayor legitimidad como herramienta
de intervención gubernamental afincándose en el imaginario social y urbano de las
elites.
En este contexto, la enfermedad como problema social surge como una forma de
ideología urbana articulada en torno a los temas de progreso, la multitud, el orden
la higiene y el bienestar. 1
Junto con el crecimiento de las ciudades de la mano de la inmigración, fenómeno
característico de la segunda mitad del siglo XIX se dio el boom de las epidemias,
particularmente infectocontagiosas.
Dentro de este contexto, se situó en forma creciente el rol de la higiene como
instrumento de intervención preventivo y también disciplinario, mucho antes,
(aunque si con más fuerza en este contexto), del periodo finisecular.
Como bien lo explicita la autora Lobato, la agenda del grupo higienista cambiaba
con el tiempo, en gran medida como reflejo de los cambios que tenían lugar en el
mundo urbano, sin embargo, el núcleo que se mantenía persistente en el tiempo
frente a la problemática de la enfermedad era la ciudad, “como artefacto y como
trama social”
Existieron hitos significativos y aspectos relevantes que importantes a citar frente
a este contexto de evidente conflictividad frente a las epidemias. En cuanto a ellos,
la higiene criolla se arraigó a la sociedad argentina porque se identificó con los
avances de la bacteriología moderna, el desarrollo de la estadística como disciplina,
la consolidación de las instituciones estatales con agendas abocadas a la salud
púbica, la creciente presencia de la profesión médica en la sociedad y las

1Zaida LOBATO, El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
pág. 510.
conferencias internacionales junto con el Estado, buscando dar soluciones rápidas
a la propagación de epidemias.
Como la autora Lobato afirma, en este periodo, fue el Estado quien generó el
entretejido de una densa red de medicalización indirecta que se apoyaba en obras
de infractructura, instituciones y campañas específicas. Como así también se
definían políticas que podían ser más o menos preventivas o curativas, más o
menos persuasivas o represivas
De este modo, según lo relatado antes, fueron los demógrafos y estadígrafos dentro
de las estructuras estales los que comenzaron a jerarquizar cuestiones de salud y
enfermedad. Para generar un declive en la mortalidad de las enfermedades
relacionadas directamente con el crecimiento urbano y el deterioro del medio
ambiento (fiebre tifoidea, cólera, etc.) se llevó a cabo una intervención del Estado
relacionado a las mejoras en la infractructura, como la construcción de sistemas de
agua y redes cloacales, el mejoramiento de la higiene urbana, etc. abordadas como
obras de salubridad.
La autora Lobato, analizando un periodo de varias décadas, afirma refiriéndose a
este contexto: “lo que resulta evidente es un proceso de diferenciación social en las
causas de muerte de la población…” de aquí se infiere que fueron los organismos
peor alimentados, más débiles, con viviendas precarias, expuestos a peligros de
contaminación los más vulnerables al contagio a todo lo largo del periodo
mencionado. Por ende, “el conventillo, el rancho, el agua, las basuras, el aire, el
matadero, el cementerio, el taller, la barranca todos ellos integraban un abanico de objetos
urbanos portadores siempre relacionaos con la enfermedad…”2 de aquí la discriminación
que hace la enfermedad entre ricos y pobres.
Nace de las manos de los higienistas la idea de salubridad como base material,
colectiva y ambiental que aseguraría la mejor salud para los individuos particulares.
Tomando como ejemplo la experiencia europea, los higienistas argentinos
buscaban controlar dos tipos principales de problemas urbanos, todo lo que llevaba
implícito el amontonamiento y peligro, “como los animales de consumo del matadero, la
gente y os alimentos en los marcados, los muertos en los cementerios, los oradores en las
viviendas “3 Y por otro lado la circulación de los elementos esenciales que
posibilitaban la vida de la ciudad, agua (potable), aire (viviendas pintadas de
blanco). La mayor o menor ventilación resultaba una cuestión clave, etc.
Las armas de los higienistas frente a estos fenómenos que amenazaban la salud
publica fueron la exclusión y la vigilancia, estos dos pilares afirmaron las propuestas
ordenadoras de la ciudad finisecular.

2 Zaida LOBATO, El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
pág. 528
3 Zaida LOBATO, El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Buenos Aires, Sudamericana, 2000.

pág. 530.
Con respecto a la exclusión, fue en este contexto un dispositivo que permitió separar
del conjunto, marginar, expulsar de las áreas comunes, purificar y preservar la vida
de los sanos, mientras que la vigilancia no segregaba, pero si controlaba el estado
da salud de los individuos, fijando a la sociedad como un” espacio dividido”.
Regresando al papel relevante que tuvieron las políticas estatales frente a la
enfermedad destacamos que en las últimas décadas del siglo y como parte del
proceso de creación de los aparatos institucionales abocados a la higienización del
mundo urbano, Rosario, Buenos Aires y Córdoba definieron sus instrumentos
legales para lo que en ese momento se llamó “profilaxis de las enfermedades
contagiosas”
Es relevante destacar que estas medidas profilácticas muchas veces eran mal
recibidas por la población, como lo dice la autora, algunos higienistas a fin de
defender el derecho de la salud colectiva no dudaban en violentar la resistencia
individual.
Las ordenanzas obligaban la denuncia de los focos infecciosos, ello traía
aparejado para los médicos una controversia importante ya que se ponía en
cuestión el secreto profesional. En defensa de sus ingresos, los profesionales
muchas veces ocultaban a los pacientes infectados o buscaban otras alternativas
ante la amenaza de infecciones (aislar al enfermo en un cuarto de la casa)
Una novedad importante que trajo la reforma higienista fue la vacuna antivariólica,
entre fines del siglo XIX y principios del XX la obligatoriedad de la vacuna fue una
importante estrategia frente a la lucha de la enfermedad.
Con la Ley de Vacunación obligatoria se sumó también las penas pecuniarias a los
infractores y la entrega de certificados que habitaban el ingreso a la escuela en el
caso de los niños y de la actividad pública en el caso de los adultos. Se intento
además mediante mecanismo propagandísticos modificar las conductas, aunque
también el estado optaba por mecanismo violentos, como irrumpir en las viviendas
de sectores populares, por ende, se acercaba de distintas maneras el servicio a la
población, pero el otro se generaban tensiones y violencias.
Un mecanismo importante para el cambio de conductas frente a la urgencia de
medidas higienistas fue la educación, y ante ello distintas voces, muchas veces
contrapuestas ideológicamente coincidían en la importancia de mantener la higiene
para mejor las condiciones referidas a la salud; Sarmiento, anarquistas, socialistas,
radicales, católicos. de la mano de educadores, médicos, políticos y burócratas,
propagaban la importantancia del “hombre higiénico” al calor de las preocupaciones
por la mortalidad y la morbilidad producidas por las enfermedades infecciosas.
La higiene se construyó así, de la mano del Estado, como política, como valor
social e individual, trascendió la cuestión salud-enfermedad y se impregnó en el
imaginario colectivo como fenómeno psicosocial y “como bandera y estrategia de
combate de la mayoría de los males y enfermedades”
La criminalización de la cuestión social

Atraídos por el boom agroexportador y las políticas de estímulo a la inmigración,


entre 1870 y 1914 arribaron aproximadamente seis millones de europeos a la
Argentina. De esta forma, la delincuencia, el crimen, constituía un síntoma más de
las trasformaciones de la sociedad del fin de siglo (cf., CAIMARI, 2004)
Las estadísticas oficiales en este contexto revelaron un aumento de delitos en los
años que se manifestaban crisis económicas. Se interpretó de esta forma, por los
contemporáneos, el aumento de la delincuencia como consecuencia del impacto de
la inmigración sobre la moral pública. Ello se justificaba poniendo el acento a la cifra
de arrestos policiales de españoles e italiano que era mucho mayor al número de
arresto de nativos. Citamos a modo de ejemplificar lo postulado por Cornelio
Moyano Gacitúa:
“El inmigrante no se disemina, queda en número excesivo en las capitales, de postulante
de trabajo que allí no existe; se derrama por las calles luchando a brazo partido con la
necesidad; viviendo en mancomún y promiscuidad con los paisanos, fomentando la huelga
y desordenes…. Y con ese mecanismo se verá surgir claramente la sobre-saturación de
homicidios, lesiones, atentados al pudor, huelgas hurtos…”

Frente a la problemática de la delincuencia la escuela italiana de criminología de


la mano de Lombroso, Garofalo y Ferri jugo un papel muy relevante en la
construcción de un imaginario que convertía a los marginales, entendidos como
mendigos, vagos y delincuentes como fuerza de trabajo productiva, reciclando
desde esta concepción a los “desgranados” del mercado del trabajo.
De esta forma y como lo afirma Salvatore “El surgimiento y consolidación de la
escuela Criminológica Positivista en la Argentina entre 1890 y 1920 se relacionan a
la problemática fundamental de la economía agroexportadora: la cuestión de la
disciplina del trabajo.”
La escuela positivista criminológica adhería a cuatro principios fundamentales: el
método experimental aplicado al estudio del delito y de las penas, la tesis de la
responsabilidad social del delincuente, oponiéndose a la tesis del libre albedrío de
la criminología clásica, la caracterización del delito como fenómeno natural y social,
la concepción de la pena como un medio de defensa social, no de castigo, sino de
rehabilitación.
Fue José Ingenieros a principios del siglo XX quien dio una dimensión a las ideas
de la escuela positivista de criminología. Ingeniero fusionó explicaciones biológicas
y sociales del delito y las puso dentro del marco de la psicopatología del delincuente
(ampliando la mirada interdisciplinaria frente a la problemática, enriqueciéndola con
los enfoques de otras disciplinas como la psiquiatría, la antropología y la sociología,)
desde esta perspectiva se conceptualizó al acto delictivo como “el resultado de una
anomalía psicológica que reflejaba la inhabilidad del delincuente para adaptarse a
las normas sociales”
La influencia de la escuela positivista de criminología impulso en terreno penal
como en la política gubernamental y discursos de las clases dominantes un Plan de
Defensa Social que buscaba combatir la delincuencia desde tres tipos de acciones,
la previsión o profilaxis del crimen, secuestro y reforma del delincuente y re
adaptación social del mismo. Al mismo tiempo distintas instituciones se encargaban
de reunir simpatizantes y divulgar ideas, entre ellas es importante mencionar: la
Sociedad de Antropología Jurídica (1888) la oficina Antropométrica de la Policía de
Buenos Aires (1889) y el Inst. Criminológico (1902) entre otros.
Los criminólogos positivistas no lograron con éxito los resultados esperados en el
terreno de la legislación penal ya que la reforma tardo 30 años en ser aceptada, con
una conjunción de ideas positivistas, pero también con resabios de la vieja
criminología y sumando además innovaciones de la nueva política criminal.
Dentro de esta perspectiva criminológica positivista el trabajo funcionaba como
instrumento crucial regenerador de los reclusos. La combinación de elementos que
transformaban esta estrategia disciplinaria en un poder formador de hábitos de
trabajo fabril que, junto a la segregación de delincuentes de acuerdo a su
peligrosidad, el sistema de estímulos y penalidades, un cuerpo de maestros,
artesanos y religiosos difundían e imponían lecciones prácticas y morales.
Se afirmaba, desde la Penitenciaria, la necesidad de una solución no represiva,
humanista al problema de la inadaptación de los inmigrantes, en termino de hábitos
de trabajo y conducta social.
En forma más general afirma Salvatore, la reforma de las prisiones y la
construcción de la criminología argentina estuvo conectada a la cuestión obrera. En
este periodo se arraigó la idea de que la itinerancia obrera, la desocupación, el
abandono de menores, la prostitución, el roo y otras problemáticas sociales se
reconocieran como patologías que necesitaban políticas de saneamiento. y las puso
dentro del marco de la psicopatología
Esta interrelación entre la delincuencia y la cuestión obrera que antes mencionado
se ve explicitada en los postulados de Zimmermann que afirma:” la doctrina
criminológica rápidamente incluyó a los conflictos obreros como otra causa de
agravamiento de la criminalidad”
Se generó en este contexto una vinculación entre inmigración, anarquismo y
criminalidad. Por ende, el anarquismo, se convirtió en un problema de orden público
que traspasaba y excedía el debate sobre la cuestión social inscribiéndose dentro
de un proceso de criminalización de las corrientes positivistas lombrosianas.
De esta forma, no fue casual que los anarquistas, frente a este panorama, fueran
frecuentemente identificados como ejemplares de patologías psíquicas y físicas,
con coincidencias anatómicas que se encuadraban dentro del estereotipo del
delincuente nato. (CFT. ZIMMERMANN,1995, pág., 133, 143, 135) A modo de
ejemplificar lo redactado en cuanto a la concepción de la época acerca de la
estigmatización de la delincuencia cito nuevamente a Cornelio Moyano Gacitúa:
“…Así como las ciudades, al recibí una gran población, necesita para su higiene física obras
de drenaje y salubridad so pena de grandes saturaciones metafísicas, así también
necesitan de esas obras de salubridad moral que son las instituciones preventivas o
represivas, destinadas a contener la sobre saturación criminal del inmigrante…”

Existían dos rasgos culturales o ideológicos de la sociedad argentina a los cuales


el activismo obrero y el anarquismo debieron enfrentarse a comienzo de siglo que
determinaron las respuestas del gobierno ante la creciente conflictividad. Por un
lado, la valoración del concepto del orden público como eje fundamental de un
Estado moderno y eficaz. Otro rasgo cultural preponderante fue la difusión que tuvo
el concepto de defensa social, que actuó como justificación y fundamento de las
medidas restrictivas tomadas por el Estado frente a la “inmigración indeseable”.
Como bien lo explicita Zimmermann la exclusión de los anarquistas era una
solución a un problema de “higiene pública”, desde esta perspectiva, los mismos
debían expulsarse para preservar la salud de la sociedad.
Bibliografía
- Diego Armus, “El descubrimiento de la enfermedad como problema social”,
Mirta Zaida Lobato, Buenos Aires , Sudamérica, 2000.
- Ricard González Leandri, “Itinerarios de la profesión médica y sus saberes
de estado”
- Eduardo Zimmerman, Los liberales Reformistas, la cuestión social en la
Argentina, Buenos Aires Sudamérica, 1995.
- Ricardo Salvatore, “Criminología positivista, reforma de prisiones, y la
cuestión social obrera en la genuina, Juan Suriano.
- Lila Caimari, Apenas un delincuente, Buenos Aires, Sigo XXI, Editores 2004.

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