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Cuerpo y cultura: una celebración erudita del baile

Caribeño que se respete es versado en el lenguaje del cuerpo. Sabe de meneos,

bembeos, miradas, giros, acercamientos y toda una gama de gestos que, en el nutrido

vocabulario de nuestra comunicación cotidiana, constituyen desde aprobaciones e

invitaciones hasta los más airados insultos. Incitados por la música, los cuerpos

parlanchines encuentran su escenario más prolífico en el baile. Ya sea en la calle, la sala del

anfitrión de turno o la pista del rumbeadero de moda, es en el espacio tomado y mapeado

por los cuerpos danzantes donde se producen las más ingeniosas frases y giros estéticos de

la poética cotidiana del ritmo caribeño. El libro más reciente de Ángel Quintero-Rivera,

Cuerpo y cultura: Las “músicas mulatas” y la subversión del baile es, ante todo, un

homenaje verbal a la riqueza lírica de los cuerpos. Es también un examen y una celebración

erudita de la memoria histórica y cultural en-carnada por los cuerpos danzantes caribeños.

No abundan entre nosotros las indagaciones sociológicas en los significados que

circulan a través de los cuerpos o del baile. Aprendemos, eso sí, cómo y cuándo sacar o no

a bailar, dejarse o no apretar, y cuanto contonear la cadera si se quiere resistir o invitar,

pero no sabemos cómo lo sabemos. Tampoco somos conscientes de los roles y relaciones

que aprendemos a través del diálogo entre los cuerpos danzantes. De hecho, debo el

reconocimiento de estos fenómenos a mi condición de migrante y asidua viajera, que me ha

hecho testigo, más allá de nuestras fronteras, de la fuerza expansiva y arrolladora de la

sonoridad caribeña. A pesar de los sentimientos de orgullo, pertenencia y alegría que me

produce encontrar nuestra música en los más inusitados escenarios del “Primer mundo”,

tengo que admitir que me genera aún algo de extrañeza ver bailar y bailar entre los “otros”.

Y es que incluso entre los más diestros bailarines, son otros los mensajes expresados por
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sus cuerpos, y muchos los malentendidos suscitados por sus imitaciones de nuestros

movimientos.

Sin embargo, fue en esos escenarios extranjeros y ante los “problemas de

traducción” de nuestras músicas y bailes, donde descubrí el Caribe. Mejor dicho, fue allí

donde vine a comprobar algo que intuía pero que no había necesitado articular: la relación

endémica entre el caribeño y la música y, más aún, la existencia de una serie de

significados socioculturales vinculados a la música y al baile que, desde entonces, he

intentado comprender. En castizo, tuvo que faltarme la “banda sonora” de los picós y las

discotecas ambulantes - alias busetas - para saber que esta manera de vivir la música es tan

particular a nuestra corporalidad como a nuestra historia. Y tuvieron que faltarme las

miradas y meneos públicos, para darme cuenta de que gran parte de nuestra comunicación

cotidiana se da a través de los cuerpos. De modo que el contraste provocó también mi

comprensión de que en el Caribe los cuerpos hablan. En esa certeza se basan mis profundas

afinidades con el trabajo de Ángel Quintero-Rivera y, en particular, con Cuerpo y cultura,

un libro que, entre otros méritos, tiene el de partir y girar alrededor del cuerpo.

Siglos de estigmatización del cuerpo como agente de lo irracional, el pecado y la

perdición, o la marca indeleble de una raza o condición de “natural” inferioridad, han

contribuido a la negación, al menosprecio, y al miedo, que, en contraste con nuestra

versatilidad corporal, caracteriza nuestros discursos sobre el cuerpo. No obstante, la

conciencia corporal de los sujetos caribeños es un motivo recurrente tanto en las prácticas y

percepciones populares, como en la discusión teórica, y en la imagen globalizada de la


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cultura caribeña, en cuya caracterización se destacan - no exentos de malos entendidos -

rasgos como la propensión al ritmo, la sensualidad y el performance.

Nuestros poetas y narradores han contribuido a materializar a través de la palabra

esta corporalidad, a hacer visibles las distintas modalidades de marginación que han

marcado los cuerpos caribeños, y a traducir los lenguajes, memorias y saberes que han

producido y atestiguado esos cuerpos. Narrar las historias detrás de voces violentamente

silenciadas o tradicionalmente disimuladas tras las voces dominantes del poder colonial, ha

sido un propósito común de escritores y teóricos a todo lo largo del Gran Caribe. Algunos

escritores y escritoras han sumado a este objetivo el de denunciar el carácter patriarcal de la

violencia sobre los cuerpos, así como el de distinguir las vulnerabilidades específicas a

ciertos cuerpos, marcados por diferencias étnicas, raciales, de género, preferencia sexual,

clase o edad, y cuyas diferencias no se reducen a la distinción del blanco del negro.

Recrear al Caribe desde los cuerpos ha permitido también dar cuenta de la

continuidad de esta violencia en el contexto postcolonial, bajo la transformación del cuerpo

ya no sólo en un objeto de apropiación e intercambio sino en un objeto de consumo.

Gracias a este tipo de investigaciones es posible, por ejemplo, trazar las continuidades entre

la explotación laboral y sexual bajo el régimen esclavista, y fenómenos contemporáneos

como el turismo sexual, en cuyas transacciones se actualizan las fuerzas que históricamente

han atravesado las relaciones de los caribeños y sus cuerpos con los centros de poder.

Sin embargo, las historias contadas por los cuerpos siguen siendo elusivas a la

escritura, y el saber producido por la corporalidad caribeña carece aún del estatus de

“conocimiento” que garantice su lugar en el mapa intelectual de la región. De hecho, puede


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reconocerse en la literatura y los estudios caribeños una tendencia a cierto “canibalismo

discursivo”1, que haciendo del cuerpo metáfora y asumiendo su docilidad frente al poder,

ha dejado de lado los gestos y posibilidades contra-hegemónicas implícitas en la

cotidianidad de los cuerpos caribeños. De allí que el de una epistemología que dé cuenta de

la corporalidad comunicativa del Caribe es aún un proyecto incompleto. Un proyecto para

el cual el libro del “Chuco” Quintero, es una piedra angular.

Cuerpo y cultura es un libro pionero que identifica y responde a la urgencia de

pensar el Caribe desde los cuerpos, un proyecto indispensable para una sociedad fundada

sobre la violenta en-carnación del poder colonial y patriarcal, que si bien lleva en los

cuerpos la memoria de esa violencia, lleva también en ellos el testimonio de las múltiples y

variadas resistencias de los sujetos caribeños.

El más reciente libro de Quintero Rivera retoma preguntas abiertas por su ya célebre

Salsa, sabor y control: Sociología de la música tropical (1999), donde plantaba la semilla

para un estudio sistemático de los saberes producidos desde las maneras de hacer música y

el particular goce en el ritmo de los y las caribeñas. En la salsa, leía el “Chuco” a través de

un análisis de las “claves” de su sonoridad, visiones alternativas del tiempo que revelan la

africanidad profunda de nuestra cultura e impugnan la visión eurocéntrica del mundo y de

las relaciones humanas impuesta por la colonización. Más que nada, el libro era un intento

de encontrar en una práctica tan nuestra como la salsa, a pesar de su condición migratoria, y

paradójicamente como resultado de la misma, un vocabulario y una semántica alternativos

desde los cuales plantear un diálogo equitativo con el saber occidental letrado, un diálogo

1M.M.Adjarian. Allegories of Desire: Body, Nation, and Empire in Modern Caribbean Literature by Women.
London: Praeger, 2004.
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que no sólo cuestione sino que sobrepase, con nuevos términos y desde distintas visiones de

lo humano, las definiciones y divisiones jerárquicas impuestas por el proyecto capitalista y

racionalizador de la “modernidad”.

En Cuerpo y cultura: las “músicas mulatas” y la subversión del baile, este esfuerzo

encuentra su principal aliado en los cuerpos. La convicción de la inteligencia del cuerpo, y

de la necesidad de entender su lenguaje para entendernos a nosotros y nosotras mismas,

cataliza el brillante esfuerzo investigativo y reflexivo que caracteriza el libro del “Chuco”,

un volumen extenso y profundamente documentado de la historia corporal y sentimental

inherente a nuestra memoria colectiva. Quintero persiste en este libro en su esfuerzo por

traducir las visiones del mundo propias de nuestra cultura popular. Con el rigor intelectual

que le ha merecido reconocimiento internacional y premios como el Casa de las Américas y

el Premio Iberoamericano de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, el “Chuco”

recurre en Cuerpo y cultura a una lectura de los cuerpos como entes vivos, agentes de

comunicación y creación. A partir de una genealogía de las “músicas mulatas” americanas,

desde la bomba hasta el reggaetón y la champeta pasando por la salsa, Quintero recrea las

prácticas de resistencia que los caribeños hemos ejercido a través del ritmo, situando en los

cuerpos danzantes el antídoto contra el acartonamiento y la hegemonía eurocentrista, y

contra sus jerarquías raciales y étnicas. Así, el libro del Chuco no es sólo un recorrido por

el origen de las músicas que él llama “mulatas”, sino un recorrido por los sentimientos e

ideas sobre las relaciones entre los seres humanos y de los mismos con su contexto social y

natural subyacentes en cada paso improvisado, cada agarre y suelte, cada giro, aceleración

o pausa.
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Cuerpo y cultura empieza por establecer los diferentes significados que el baile

asumiera en el contexto esclavista. El baile constituía para los africanos en América una

expresión ritual de memorias colectivas. Así mismo, su énfasis en la sensualidad y el

movimiento cumplía una doble función: la afirmación de una propiedad sobre el cuerpo,

más allá de la impuesta por el amo, y la incitación, a través de una estética de la seducción,

a prácticas libertarias. Desde ese entonces, la recepción de los significados sociales del

baile ha estado marcada por una tensión entre su percepción como “diversión enajenada” y

como “fiesta libertaria”2. Dicha tensión es una manifestación tangible de la radical división

entre mente y cuerpo, y del imperio de la Razón que ha dominado los discursos y las

prácticas que definen a los individuos como “sujetos” bajo el pensamiento y el poder

occidental. Una división que, como vendrá a demostrar Quintero, no corresponde a la

realidad individual o colectiva de los caribeños. De allí que, en esta segunda impugnación

de la visión eurocéntrica del mundo, el eje sea el baile, la materialización corporal del

tiempo en el espacio, y “el cuerpo (y su naturaleza) como sujeto, generador de cultura, de

expresividad, comunicación y elaboración estética”3.

El libro está dividido en un paseo, un merengue y un jaleo, con sus respectivos

repiqueteos, imitando la estructura de los merengues, como fueran llamados originalmente

en las tres Antillas hispanas las primeras danzas de sabor “mulato”. En el paseo se

introducen los contextos sociales y los significados asociados a las músicas bailables

mulatas y las prácticas dancísticas del Caribe, con un especial énfasis en las formas de

ciudadanía y en las dinámicas de pertenencia social que se manifiestan a través de la

2 Quintero Rivera, p. 9
3 Ibid, p. 13.
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comunicación entre sonido y movimiento. La definición de las músicas mulatas es el centro

de la segunda parte del libro: “Breve historia social de las “músicas mulatas”, de donde

cabe destacar su definición de la historia del baile como “social”, pues es imposible

desligar la producción sonora y performativa de las condiciones sociales que la rodean.

Posteriormente, en el primer repiqueteo del jaleo, Quintero Rivera retoma las complejas

relaciones de clase, género y “raza” implícitas en estas condiciones sociales, al igual que su

desarrollo histórico.

Mulatas son estas músicas, en principio, porque mezclan la espontaneidad de la

música y el baile comunales de sus orígenes africanos, con la composición, principal legado

de su tronco europeo. La combinación da lugar a una estructura en claves en la que se

expresan concepciones del tiempo más coherentes con el “progreso discontinuo” y las

experiencias fragmentarias de la historia americana4. Esta estructura privilegia también el

mundo subjetivo sobre el objetivo. El diálogo surgido de la mezcla se extiende a otras

características, tales como la prevalencia del ritmo sobre la melodía y el diálogo entre

composición e improvisación. También es destacable el contraste entre el tronco como

centro de la danza occidental y el cuerpo descentrado del baile caribeño, en movimiento y

ondulación abierta, así como la mezcla entre vitalidad y compostura o la de romanticismo y

erotismo, que caracterizan nuestras músicas y bailes. En estas características Quintero

Rivera sitúa la huella de saberes y concepciones vitales otras que disputan, desde la

heterogeneidad y la apertura al cambio, la racionalidad homogeneizante eurocentrista.

4 Ibid, 71 a 76.
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Finalmente, llegamos al Jaleo, en cuyo primer repiqueteo se cuenta el origen del

merengue, el primer baile en parejas en las Antillas hispanas, que cambia de nombre

después para cada una de ellas. En esta primera parte del Jaleo se discuten los vínculos

entre la institucionalización de estas danzas como “nacionales” y las negociaciones de las

clases populares, en especial de los mulatos, para ser incluidos en los proyectos nacionales

de cada país. El segundo repiqueteo hace un recorrido por el desarrollo de las músicas

bailables, ya en el siglo XX, desde el baile comunal de barrio hacia el mundo mediatizado,

el ámbito internacional y migratorio, hasta el surgimiento y la globalización de esa mezcla

bien condimentada de sabores que es la salsa.

En el tercer repiqueteo, Quintero discute las consecuencias de la arrolladora difusión

internacional de nuestras músicas bailables. Antes que un cierre, este capítulo es una

invitación abierta, una serie de preguntas legadas a caribeños de todos los rincones del gran

Caribe y su diáspora: ¿Qué tienen estas músicas que las hacen tan universales? ¿Cuál es la

estructura sentimental transmitida desde el Caribe a través de nuestros sonidos y nuestros

bailes? ¿Cuáles son las lecciones para el mundo transportadas por este diálogo entre

sonoridad y movimiento? Las anteriores son preguntas especialmente pertinentes para

investigadores del Caribe colombiano, dada la inmensa riqueza y extraordinaria difusión de

nuestra música, y dado el papel que ha jugado la misma en la reconstitución de la identidad

colombiana, dentro y fuera de nuestro país.

Ensayando respuestas posibles, aunque no únicas a estas cuestiones, el “Chuco”

señala el hecho de que esta música, viajera y plural desde sus orígenes transnacionales,

engendra y manifiesta identidades culturales compartidas, como es evidente en la libre


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combinación de géneros de la salsa y en muchas de sus letras. Aún más, al tratarse de

músicas “donde se conjugan expresión sonora y el movimiento corporal, donde música,

poesía y baile dialogan y se fecundan”, música “para mover el organismo”, nuestras

músicas sitúan en el cuerpo la lucha contra la hegemonía cultural5. Al poner a mover el

cuerpo, nuestras músicas “mulatas” van mostrando a los nuevos bailadores cómo suturar la

herida ancestral de la división entre cuerpo y mente. Así, el libro de Ángel Quintero Rivera

demuestra cómo, bailando, los cuerpos caribeños le han enseñado y siguen enseñando a

personas de todo el mundo otras maneras de coexistir y entenderse a sí mismos.

5 Ibid, 357-358

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