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U n e s t u d i o c o n b a s e a l P ronóstico y calendario
de 1628 ( V a l l a d o l i d )
Ricardo Uribe1
Universidad de Salamanca
Profesora tutora: Ana María Carabias Torres
Pt. I
por la imprenta. Sobre este punto, aunque restringido al ámbito inglés, resulta siempre útil acu
dir a la obra clásica de Bernard Capp (2008). Para el caso estadounidense se puede consultar el
catálogo elaborado por Milton Drake (1962) que recoge la producción de estos impresos desde
1639 hasta 1875. En la América hispana aún no contamos con una obra que compendie este tipo
de impresos una vez que arriba la imprenta por estas tierras, pero no resulta vano recordar que el
primer impreso que se realiza en el Nuevo Mundo sale de un taller limeño cuyo contenido guarda
estrecha relación con el orden del tiempo: la Pragmática sobre los diez días del año (1584) con la
que se efectuó la Reforma gregoriana al calendario juliano en los territorios ultramarinos (Toribio
Medina, 1984).
4 La modernidad supuso, entre otros factores, la conquista de una sociedad globalizada
que pretendió recoger en un relato universal las temporalidades (tiempo histórico y social) de las
múltiples sociedades que entraron en contacto precisamente en las postrimerías del siglo xv (Fer-
nández-Armesto, 2011). Empresa historiográfica que se emprendió de manera paralela tanto en
Oriente como en Occidente según lo ha señalado Subrahmanyam (2005: 26-58).
5 Según las investigaciones de Víctor Navarro Brotóns (2002: 259-266) quienes más se
interesaban en la astronomía en España durante el siglo xvi eran, siguiendo el orden de referencias
y las obras conservadas, los m édicos, los profesores universitarios, los cosmógrafos y los clérigos;
mientras que las ciudades en las que más se cultivaba este saber eran Sevilla, Madrid, Valencia,
Alcalá, Zaragoza y Valladolid. La imprenta animó entonces a muchos computistas a plasmar sus
cálculos sobre el papel, especialmente los médicos que fueron «prolíficos autores en toda Europa
de almanaques, lunarios, pronósticos y textos de aplicación de la astrología a la medicina».
6 Además de algunas referencias ya indicadas, los siguientes trabajos plasman bien los
enfoques mencionados: Botrel (2006: 35-46); Cuellar Wills (2019: 85-122); Galende Díaz (2011:
177-188); García Cuadrado (2016: 83-101); Gil Díaz (2008: 98-104); Mínguez Goyanes (2004);
Molí (1996: 253-259); Moreno (1986: 98-104); Park, (1999); Piñal (1995: 451-474); Quiñónez
(2005: 331-352); Rueda Ramírez (2014: 36-38); Sánchez Menchero (2010: 287-300).
7 La profusión de impulsos que gobernó a los coleccionistas entre los siglos xvi y xviii
no fue precisamente la de salvaguardar este tipo de impresos, populares y de bajo coste. Todo lo
contrario: los libros, pinturas, plantas y especímenes exóticos, ostentosos o de difícil acceso, fue
ron entonces los objetos que alimentaron su manía (Pomian, 1990). Como iremos ampliando a lo
largo del texto, los calendarios se conservaban en la medida en que respondieran a alguna utilidad,
ya sea para ubicar fechas pasadas o para servir de guía en la composición de los venideros. Solo la
nostalgia decimonónica propia del burgués, testigo presencial de la aniquilación material y sim bó
lica del pasado por la aceleración de su propio régimen de producción (Lowe, 1986), despertó el
gusto por almacenar este tipo peculiar de materiales que hoy son clasificados en las bibliotecas y
los archivos como piezas «efímeras» (Ramos Pérez, 2003).
8 Archivo Histórico Provincial de Valladolid (AHPV), Sección: Protocolo 1808, f. 139.
Todas las referencias en adelante provienen de este documento. Existe un facsímil de no muy fácil
acceso que cuenta con información general en su respaldo (Gutiérrez Ortiz, 1997).
9 En el catálogo bibliográfico elaborado por María Marsá Vilá (2007) que recoge las
obras impresas en Valladolid durante los siglos xvi y xvii, se pueden ubicar los libros que quedaron
rubricados con el pie de imprenta de Gerónimo Morillo.
Im a g e n I
15 El título que lleva en la cubierta que empasta los protocolos es: «Registro de Escrip-
turas publicas otorgadas ante Francisco Osorio Pimentel Escrivano de su Magestad. Año 1629».
Efectivamente, al final del libro, encontramos fragmentos de otro calendario que cerraba este vo
lumen, el cual en realidad juntaba la documentación correspondiente a los años de 1628 y de 1629.
16 Por los rastros de los dobleces que hemos notado en el análisis de otros calendarios,
es posible pensar que el motivo de su conservación se debió en alguna medida por la función aquí
descrita. Existen calendarios plegados en dos y cuatro partes precisamente para reducir su tamaño
y guardarlos entre papeles y libros. Otros, por su parte, conservan restos físicos de lacre o por lo
menos sombras de sus marcas, elementos que corroboran el uso al que inicialmente eran destina
dos: los muros (Uribe, 2018).
Pt. III
17 En la época que tratamos aún era confusa la distinción entre «autoría», aquel que
publicaba textos sustentándose o no en autoridades clásicas, y auctoritas, que bien podía ser la
fuente de autoridad o el autor de una obra que con la ayuda de la imprenta se posicionaba como
una autoridad (Ruiz Pérez, 2003).
la imprenta y reglas generales para los componedores (Madrid, 1680); impreso que se encuentra
en un facsímil prologado por Jaime Molí (Paredes, 2002).
21 Para entablar comparaciones con el proceso de componer libros y adentrarse al aná
lisis de lo que se denomina como la cuenta del original, consultar a Sonia Garza Merino (2000:
65-95).
Si el tiempo, como declaraba Henri Bergson (2017: 99), «es aquello que
por su naturaleza misma resulta menos propicio para la expresión a través de
signos, aquello que más escapa a la representación simbólica», entonces el
producto del oficio de los impresores obedecía más una convención particular
que a la reproducción del devenir. La representación gráfica del tiempo resulta
ser un sueño inconcluso, todo intento termina por ser una especie de diapositi
va, la captura de algunos instantes, la aprehensión más o menos sofisticada de
una duración. Los calendarios, almanaques, lunarios, pronósticos, repertorios
de tiempos y demás dispositivos cronográficos son, paradójicamente, la pe
trificación de una dimensión que en realidad es dinámica, la «aniquilación»
del tiempo que cambia con su propio acontecer -y a sea en su versión más
esquemática o estética, o sea en su interpretación más cuantitativa o artística-.
Entonces, lo primero que podemos afirmar, es que al compendiar un cúmulo
de información en aquella área de papel, los impresores encausaban el fluir del
tiempo mediante una forma plástica específica, cuadrícula dispuesta para ser
reproducida en la memoria mediante la práctica de su lectura, controlando así
por lo menos los niveles mínimos para lograr su comprensión.
Al migrar un texto de un soporte a otro, vaciando sobre otra materialidad
lo que en un principio puede parecer como un mero ejercicio de transcripción
y reproducción, se incide activamente sobre su sentido. La nueva área de papel
le impone, en muchos de los casos, otra diagramación al texto, otro sistema de
distribución e incluso otra redacción y puntuación. Las convenciones por las
que se rigió la fuente «original» se desdibujan y tras ello muta el orden de la
lectura. Tabular una información y manufacturar una lista de listas como re
sulta ser el Pronóstico y calendario de 1628 implica, inexorablemente, discri
minar unos datos por otros y reclasificarlos en un orden distinto al que estaban
cuando fueron colectados. Por ejemplo, en los kalendariums romanos y mar
tirologios no se indicaba simplemente el nombre del santo y su día, sino que
se encontraba su hagiografía, su imagen y el rito para vivificarla, propiedades
que cualificaban la fecha ahora mermadas a una especie de morfemas. Con los
lunarios ocurría una situación similar, todas las operaciones y los cálculos que
daban reducidos a unos cuantos caracteres alfanuméricos: la Epacta, la letra
Dominical, las fechas de las Témporas y los días y las horas de las lunaciones.
Nada distinto ocurrió con la sapiencia de las autoridades clásicas que se vio
resumida a un párrafo apiñado e inacabado.
Una de las características de las listas es que tienen la capacidad de abs
traer los datos del contexto en que se produjeron, instrumento de ordenamien
to posicional que los formaliza como realidades impersonales (Goody, 2008).
Esto conlleva a desvincular la información de su origen social y lingüístico
para asociarla a un posicionamiento ordinal; a una cantidad desnuda. El mar
tirio de los santos y el curso de los astros quedan desposeídos de toda su ri
queza y reducidos a un mismo plano espacial, el pliego, y a un mismo marco
temporal, el año. Cualquier vínculo con el pasado queda suplantado por el
que ahora guardan entre ellos en el papel, después de pasar por la mano del
componedor y la fuerza de los prensistas. En la mirada del lector recayó así la
22 Nos podemos hacer una idea de esta distribución del tiempo mediante la consulta de
los almanaques de bolsillo, libros que, en contraste con los calendarios tipo cartel, despliegan la
información en varias páginas.
BIBLIOGRAFÍA
Bergson, H. 2017. Historia de la idea del tiempo. Cursos del Collége de Fran
ee 1902-1903. Barcelona: Paidós.
Botrel, J.-F. 1993. «Del ciego al lector», en Libros,prensa y lectura en la Espa
ña del siglo xix: 15-98. Madrid: Fundación Sánchez Ruipérez; Ediciones
Pirámide.
Botrel, J.-F. 2006. «Para una bibliografía de los almanaques y calendarios».
Elucidario, 1: 35-46.
Capp, B. 2008. Astrology and the Popular Press: English Almanacs, 1500
1800. Londres: Faber and Faber.
Castillo Gómez, A. 2006. «Del oído a la vista. Espacios y formas de la publici
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