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TRABAJO FINAL

Carrera:​ Licenciatura en Psicomotricidad


Espacio Curricular:​ Introducción a la Filosofía
Docente:​ Campoamor, Emiliano
Alumnas:​ Cabral, Jesica
Fernandez, María Belén
Godoy, Victoria
Ortiz Jaimez, María Pilar
Curso: ​Tercer año
Año Lectivo:​ 2019
Los mandatos sociales son aquellos aspectos que nos dijeron o escuchamos de niños y
que asumimos como verdades absolutas, sin cuestionarlos o preguntarnos si existe la
posibilidad de excepciones. Por esto, se transmiten de manera casi imperceptible a través de
costumbres, creencias, marketing, propagandas, prejuicios, juguetes y juegos, entre otros.
Todos estamos atravesados por estos mandatos, no siempre conscientes, marcando nuestra
manera de accionar. Es común escuchar frases como “los hombres no lloran”, “la mujer debe
atender la casa y el marido, trabajar”, “los nenes no pueden jugar con muñecas ni las nenas
con autitos”, “el rosa es de nena y el azul de varón”, entre muchas más.

Sin bien es cierto que hoy en día, y debido a la crisis socio-económica que enfrenta el
país, algunos de estos “supuestos” se han ido erradicando; como, por ejemplo, el
empoderamiento de la mujer fuera del hogar, como trabajadora. Cada vez es más común ver la
inversión de los roles, mujeres trabajando fuera de los hogares, y hombres haciendo las tareas
domésticas.

En otros casos, tanto el trabajo como las tareas del hogar son compartidas entre
ambos. Esto es muy positivo para los dos; sin embargo, muchas de esas frases que nos hicieron
asumir de niños todavía quedan vigentes.

Tomemos como ejemplo, la elección de color. Es común que cuando una pareja está
esperando un bebé, y se entera el sexo, comience a buscar ropa, juguetes, mantas, y hasta
pintar la pared del cuarto, de color rosa o celeste según sea mujer o varón, respectivamente.
Supongamos que es un varón. Al nacer, ese niño comenzará a formar su psiquismo atravesado
por ese color, asumiendo todo lo profundo que eso significa. Irá creciendo bajo “guías”,
impuestas por sus padres (consciente o inconscientemente), las cuales lo formarán como
adulto, varón, macho, que no expresa sus sentimientos, que no llora, que no juega con
muñecas ni con pinturas, que no canta, que no baila, que solo debe desear jugar al futbol, que
debe ser padre de familia y, por ende, salir a trabajar para conseguir el sustento económico
con el cual sostenerla. Ahora, si lo pensamos al revés, si es una niña, crecerá bajo el color rosa
y su significado. Rosa de nena, de muñeca, de frágil, de callada, dócil, maquillada, pintada, sexy
pero no atrevida, madre de familia, encargada del quehacer doméstico, princesa a la espera de
su príncipe azul que la rescate, soñadora eterna del “final feliz”.

Pensemos por un momento qué pasaría si esa pareja que comienza a formar una
familia nunca conoce el sexo de su hijo o hija. La elección del color podría ser cualquiera,
verde, amarillo, naranja, blanco, violeta, incluso rosa o celeste. Los juguetes dejarían de ser
autitos o muñecas para pasar a ser la combinación de varias cosas, su ropa estaría cubierta de
colores, imágenes, diseños y texturas, sin delimitar ningún género. Hasta la manera de crecer
de ese pequeño o pequeña sería distinta, sin ideas impuestas, sin ningún deber ser, sin tener la
obligación de ser hombre, fuerte, padre de familia, trabajador, rico y futbolista; o, mujer, frágil,
callada, dócil, madre, princesa y ama de casa. Podría ser, por ejemplo: mujer, fuerte, madre de
familia, trabajadora y ama de casa, u hombre, frágil, futbolista, y amo de casa.

Para seguir reflexionando sobre esto, pongamos otro ejemplo: los mandatos sociales
del cuerpo del hombre y de la mujer. Al decir de los medios masivos de comunicación las
mujeres debemos ser altas, flacas, pero con curvas, pelo brilloso, largo, maleable, maquilladas,
piel de porcelana, vestir vestidos y tacos. En cuanto a los hombres, deben ser morochos,
musculosos, altos, con barba, ojos claros, depilados, vestir traje y zapatos. Es más que evidente
que dejan fuera a cuerpos bajos, gordos, sin curvas o con muchas curvas, rubios, colorados, sin
músculos, pelo corto o sin brillo, sin maquillaje, piel grasosa, que visten jeans y zapatillas. Todo
esto sin hablar de cuerpos con discapacidad, en sillas de ruedas, muletas, bastones.

Aquí es más identificable el problema que existe con este tipo de mandatos sociales.
Sin embargo, intentamos llegar a reflejar esos cuerpos. Comenzamos a elegir ese tipo de ropa,
a ir al gimnasio, a comprar miles de productos para el cabello, la piel y el maquillaje. Al
imponer estos cuerpos, se deja de lado el concepto de “cuerpo” como tal, y se lo comienza a
ver como un objeto, como una cosa.

Desde nuestra profesión, y tomando como referente a Myrtha Chokler, decimos que:

El cuerpo que somos es, está, se presenta al mundo e interactúa con él a través de su
tono y postura, actitud y movimiento (…) Cuerpo emergente de múltiples y
complejos sistemas que interactúan determinando la particular manera de
cada uno de ser y estar en el mundo. Cuerpo que, sabemos, no puede
entenderse fuera de la historia personal y social de cada sujeto. Cuerpo
nuestro, exclusivo, individual, pero determinado y significado, inclusive desde
lo biológico, por las condiciones de vida, los mitos, los valores y el poder de la
clase social y el grupo en el cual se desarrolla. (1988, pp. 30-32).
Respecto a lo que comentamos anteriormente, nos pareció necesario citar a Foucault
quién estudió al Cuerpo como eje principal en varias de sus reflexiones, para él, el
cuerpo es un texto en el cual se escribe la realidad social. El cuerpo no ha sido
respetado como tal, sino formado a merced de imposiciones ajenas a él, mediante
técnicas y procedimientos, que lo han subordinado, es decir, estar bajo el dominio, el
poder y que se ha visto como desmembrado, fragmentado. Foucault (1992) en uno de
sus escritos dice que:
En respuesta también a la sublevación del cuerpo, encontraréis una nueva inversión
que no se presenta ya bajo la forma de control represión, sino bajo la de
control-estimulación: «¡Ponte desnudo... pero sé delgado, hermoso,
bronceado!» A cada movimiento de uno de los adversarios responde el
movimiento del otro (s/p).
Como ya los sabemos el cuerpo esta atravesado, por lo social, lo histórico y lo
cultural de esta manera coincidimos con Foucault en que es la sociedad quien otorga
un carácter discursivo de lo que deben ser nuestros cuerpos: bellos, flacos, saludables,
etcétera. La sociedad muchas veces trata al cuerpo como un objeto el cual debe
cumplir con esas características para pertenecer y no ser individualizado, discriminado,
por su aspecto, el color de su piel, si pertenece a “X” clase social, si es demasiado
flaco, o demasiado gordo. Es a partir de ello que también pensamos las enfermedades
que se generan en nuestros cuerpos solo por tratar de pertenecer a la sociedad como
lo son los trastornos alimenticios, depresión, ansiedad, estrés.
Pensamos que esta idea de cuerpo “perfecto” y/o “normal” se contrapone
paradójicamente a una realidad que nos atraviesa hoy como sociedad no solo a nivel
país sino también en todo el mundo, nos referimos a la desnutrición y a la obesidad
causada por la mala alimentación. Ambas están ligadas a la problemática de la
economía que poseen hoy muchos países de Latinoamérica.
Para concluir acerca de los pensamientos de Foucault queremos hacer
referencia a las prácticas sociales que tiene un fuerte impacto, imponen y estigmatizan
nuestros cuerpos, nuestra forma de vestir, de hablar y de pensar. Como por ejemplo
las modas, la música, las ideologías políticas, la crianza de nuestras familias y nuestros
padres. Muchas veces nos encontramos con que uno de nuestros planes de vida es
conseguir una pareja y engendrar hijos, es una práctica que viene desde hace mucho
tiempo pero sigue vigente en la actualidad. Por eso pensamos que se nos enseña a
querer a otros desde niños, a buscar a un otro y no querernos, valorarnos a nosotros
mismos.

Dicho todo esto, ahora pensemos cómo sería la vida social si estos
estereotipos de cuerpo no existieran. Pensemos en la multiplicidad de cuerpos que
existen y, que pueden llegar a existir, pensemos en la persona que tiene esos cuerpos
que no son “normales” para los mandatos. Imaginemos su accionar, sus sentimientos,
sus deseos. En cómo atraviesa la vida de esta persona el no sentirse parte de los
mandatos que la sociedad impone. Pero si suponemos que esto no existe, que no hay
un “deber ser” supuesto, todo sería más ameno. No habría tantas diferencias entre
hombres y mujeres, los derechos de ambos serían respetados. No tendríamos que
luchar incansablemente por el respeto y bienestar de los adultos mayores, de las
personas con discapacidad; todos podríamos acceder a los mismos beneficios y
trabajos sin importar nuestros cuerpos, nuestros ideales, convicciones, vidas y
vivencias.
Por todo esto, nosotras alentamos a la reflexión consciente de la sociedad, con
el poder de cambiar estos mandatos; erradicarlos y crear acuerdos, de manera tal que
todos/ todas/todes nos veamos reflejados y formando parte de una misma sociedad,
permitiendo crear un mejor futuro para las sociedades venideras.

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