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Sebastián Waingarten
La noción más común que se tiene acerca del lenguaje humano es que éste
funciona al modo de un código. Las palabras serían las unidades de
significación, en tanto remiten, o hacen referencia a objetos o entidades
externas al código. Un ejemplo de esto sería: la palabra “zanahoria” remite al
objeto zanahoria, se utiliza para designar éste y solamente tal objeto. Al hecho
de que las unidades de significación remitan siempre a un solo y mismo objeto
se denomina univocidad de código.
Debemos agregar además tres hechos, que serán retomados más adelante:
el primero, que en ocasiones el fluir de nuestro discurso rebasa nuestra
intensión significativa, y muchas veces nos encontramos diciendo de más o
bien otra cosa que la que queríamos decir; el segundo, estrechamente
relacionado con el anterior, es que hay usos del lenguaje en los cuales es más
claro que la palabra no hace referencia a una significación preexistente sino
que genera un sentido que no estaba antes, como pasa en el caso de la
creación literaria o la elaboración conceptual; el tercer hecho es que en
ocasiones las palabras no cumplen la función de referir un estado de cosas o
comunicar una acción o intención humana, sino que la realizan propiamente, es
el caso de enunciaciones como: “te prometo…” que…”, “apuesto tal cosa…”, o
simplemente “acepto”, en donde el decir es al mismo tiempo hacer algo, instituir
hechos de palabra.
Los lingüistas denominan estos dos últimos hechos como fundantes de la
dimensión poética y preformativa del lenguaje, respectivamente. Estas
dimensiones implicadas en los actos de palabra, que alteran sustancialmente el
principio de univocidad de código, constituyen aspectos cruciales de
funcionamiento de lo que podemos denominar como orden o campo del
lenguaje.
Por otra parte, es frecuente opinar que lo biológico y lo subjetivo son dos
niveles distintos en constante interacción, pero se entiende a lo subjetivo como
algo caótico, inestructurado, azaroso o singular que interviene en las
regularidades que encuentra el saber científico. Pero entonces, ¿se puede
pensar un orden o legalidad propios, un modo de funcionamiento específico
para lo psíquico humano? ¿Cómo entender que lo psíquico, si bien está
incluido en lo físico o biológico, le es heterogéneo? ¿cómo dar cuenta de la
asimetría entre los dos órdenes y a la vez de su interacción, es decir, de su
diferencia?
Este orden del significante preexiste, espera por anticipado a cada sujeto
humano, aun antes de su nacimiento, bajo una multiplicidad de formas: no solo
la lengua que se habla en la comunidad a donde va a parar, las reglas que en
dicha sociedad prescriben o proscriben los intercambios sexuales sino también
el nombre que le han elegido, las palabras articuladas por sus padres a
propósito de ese ser, los modos prevalentes de hacer con ello, que deberá
acarrear, sin saberlo, a lo largo de su existencia.