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Y ALIENACIÓN
FABRICIO DE POTESTAD MENÉNDEZ
ANA ISABEL ZUAZU CASTELLANO
CONCIENCIA, LIBERTAD
Y ALIENACIÓN
BIBLIOTECA DE PSICOLOGÍA
DESCLÉE DE BROUWER
© 2007, Fabricio de Potestad Menéndez
2007, Ana Isabel Zuazu Castellano
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, dis-
tribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autoriza-
ción de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. del
Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por
el respeto de los citados derechos.
Presentación .................................................................................... 23
disfrutar con un libro de cavilación que nos crea una forma epistemo-
lógica de creer en el ser humano. Les dejo con sus páginas deseoso que
disfruten como yo he podido hacer en una primera lectura, porque
deseo que haya otras más reposadas y sin prisas.
Este trabajo es, ante todo, un ensayo, una revisión teórica y prác-
tica con clara vocación psicodinámica que tiene como objetivo un
análisis empírico y neutro de la conciencia, única instancia prejudi-
cativa de la vida psíquica. La conciencia es aquélla que da, en defini-
tiva, forma y contenido a cada una de las percepciones y vivencias del
ser humano. El objetivo que persigue este trabajo es mostrar y valo-
rar críticamente la teoría psicoanalítica en los albores del siglo XXI,
despejar la incertidumbre respecto al objeto psicológico del análisis y
reorientar sus observaciones hacia la conciencia que, lejos de ser una
región psíquica débil y gobernada por una enigmática y poderosa
dinámica inconsciente, es la condición sine qua non de toda expe-
riencia psicológica intencional.
En primer lugar, hemos realizado una breve y obligada reflexión
acerca del estado actual de la psiquiatría y la psicología clínica.
Meditación en la que incluimos, naturalmente, el psicoanálisis. En
este primer apartado se afrontan, de forma sucinta, numerosas cues-
tiones de actualidad. No hemos pretendido hacer un estudio sistemá-
tico y completo del actual panorama psiquiátrico, pues el texto habría
asumido unas características enteramente distintas y alejadas de
nuestro objetivo. Por dicho motivo, remitimos al lector, si pretende
dar más hondura a su avidez noética, a lecturas bibliográficas poste-
24 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
El paradigma neurobiológico
El paradigma psicológico
El paradigma social
El paradigma político
que operaban más como una trampa para alienados, de la que difícil-
mente era posible salir sin haber sufrido una grave erosión personal,
que se añadía al problema psiquiátrico que motivara su reclusión.
Sin embargo, pronto surgieron nuevas necesidades derivadas de la
emergente cronicidad, que, en principio, era y es atendida de forma
insuficiente en los centros ambulatorios. Éste es, sin duda, el más gra-
ve problema y el reto más importante que se plantea la salud mental
en la actualidad.
Los profesionales, familiares y usuarios han representado un ele-
mento crucial, independientemente de los avatares políticos y las cri-
sis económicas, tanto en la definición del problema como en sus posi-
bles soluciones. Finalmente, las administraciones públicas del país,
con más o menos audacia y determinación, han venido proponiendo,
de forma errática y desigual, respuestas para la atención de los pacien-
tes mentales graves, que en síntesis responden a la necesidad de crear
una red de apoyo social a la salud mental.
El problema de la cronicidad ha sabido buscar un espacio concep-
tual propio y próximo a la certidumbre científica. Hasta hace relativa-
mente poco tiempo, la cronicidad se consideraba como el destino bio-
lógico natural e irreversible de la psicosis: un vocablo terrible, carga-
do de intencionalidades trágicas, cuyo uso suponía la condena y el
abandono del paciente a las más bárbaras formas de exclusión social.
Hoy, sin embargo, surge una nueva epistemología basada en las
recientes experiencias de desinstitucionalización, en las actuales téc-
nicas de rehabilitación psicosocial, en la mayor sensibilización de las
administraciones públicas y en la mayor tolerancia de la sociedad.
Una concepción más optimista de la cronicidad, centrada no tanto en
las categorías psicopatológicas sino en las dishabilidades sociales de
los pacientes, surge firmemente convencida de que una práctica psi-
cosocial adecuada y evaluable posibilita la rehabilitación de los enfer-
mos crónicos.
Sin duda, lo genuino de la cronicidad es su estabilidad. Es decir, la
propiedad de un estado que ya no cambia, que no rompe su equilibrio
alcanzado a través del tiempo, que queda, en definitiva, fijado en esa
cualidad de lo estático. Sin embargo, la práctica viene a demostrar que
esta cualidad no implica necesariamente irreversibilidad. Es cierto
48 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
El paradigma subjetivo
Se dice que hemos entrado de lleno en la era del cerebro. Pues bien,
aún siendo relativamente cierta esta afirmación, la salud mental del
siglo XXI nos va a conducir inexorablemente a una epistemología psi-
copatológica centrada en el sujeto. Esto es, a un enfermo entendido
como una unidad biológica dotada de subjetividad, que opera de for-
ma consciente, intencionada y libre.
El psicoanálisis aporta, precisamente, una teoría que da la palabra
al sujeto, aunque la considera condicionada por la influencia de pro-
cesos de naturaleza supuestamente inconsciente.
Ortega y Gasset escribió en un artículo que el psicoanálisis era una
ciencia problemática. Lo cierto es que desde que un médico vienés,
Sigmund Freud, dio a conocer sus sorprendentes reflexiones, el psico-
análisis ha estado sometido a críticas demoledoras. Hay quien piensa
que se trata de un simple error superado, una ilusión con un pasado
lamentable y un provenir inexistente. Otros, en cambio, aspiran a
proporcionarle una objetividad contrastable mediante el método
científico. Es el caso de la Asociación Psicoanalítica Americana y de
la Asociación Internacional de Psicoanálisis, que han dado un gran
impulso a la investigación científica de la práctica analítica. Y, final-
50 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
La conciencia
El inconsciente
juez severo que juzga y critica las acciones del ser humano. Freud con-
sideró que parte del Super-Yo era inconsciente y gozaba de autonomía.
Lo cierto es que esta última instancia psíquica culmina una caricatu-
ra de la personalidad, que está más cerca de los dibujos animados que
de una totalidad psíquica coherente y funcionalmente posible.
La ética, la moral, las leyes, las ordenanzas, las costumbres, las tra-
diciones, las normas de urbanidad, la educación y el protocolo, es
decir, todo aquello que hace posible la convivencia humana no tiene
un origen natural ni sobrenatural. Todos las normas o leyes que rigen
la vida humana no tienen un valor moral per se. Lo tienen sólo en la
medida en que el ser humano, libremente, se lo atribuye. No existe,
pues, el bien o el mal. La guía preceptiva que rige la vida social es pro-
ducto de la imposición, como acontece en las sociedades totalitarias,
o del consenso social, como es el caso de las culturas democráticas. En
definitiva, es el ser humano quien decide libremente la bondad o mal-
dad de las acciones, aunque no lo hace de forma arbitraria o gratuita,
sino en función de los intereses colectivos. Un acto es moral cuando es
beneficioso para la mayoría social que lo adopta como tal.
En definitiva, el conjunto normativo procede de la organización
jurídica y moral que una sociedad se da a sí misma. Esta guía precep-
tiva es, pues, simple conocimiento del que dispone la conciencia para
comportarse de acuerdo con el conjunto de directrices morales que
facilitan la coexistencia civilizada de los seres humanos. La moral no
puede configurarse como una superestructura privilegiada capaz de
sojuzgar a la mismísima conciencia, poniendo, una vez más, en entre-
dicho el funcionamiento unitario del psiquismo humano. Y pretender
que las normas éticas, que deben presidir la conducta humana, sean,
en parte, inconscientes, es aún más inadmisible. Si alguna instancia
psíquica necesita ser plenamente consciente es precisamente ésta, ya
que su función esencial es discriminar entre el bien y el mal, con obje-
to de que la conciencia pueda tomar, con el mayor criterio posible,
decisiones libres y éticamente acertadas. La moral es cogito reflexivo,
conocimiento del que dispone la conciencia para obrar de manera
acertada y acorde con la moral socialmente establecida. Por ello, pen-
samos que el Super-Yo no es una instancia psíquica independiente, es
mero conocimiento al servicio del Yo.
66 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
Teoría de lo sueños
didos, y burle, de esta manera, todas las reglas que restringen sus ape-
tencias instintivas, es algo absurdo e innecesario.
Satisfacer un deseo secreto sin ni siquiera deleitarse ni tener con-
ciencia de su realización es un desatino. Si un anhelo ruin se somete a
la distorsión de una censura inconsciente, tan brutal y exigente, que ni
tan siquiera permite tener conocimiento de qué deseo ha sido supues-
tamente satisfecho ni de si realmente ha sido complacido, la satisfac-
ción simbólica de deseos no tiene sentido alguno ni aporta ninguna
ventaja. ¿De qué sirve entonces semejante vericueto psicológico?
Basta, como de hecho acontece, con fantasear los anhelos más exe-
crables o satisfacerlos de forma clandestina. Después se guardan en el
más absoluto silencio que es, sin lugar a dudas, el lugar más inexpug-
nable que existe. O se niegan con despreocupado ímpetu, que es la for-
ma más eficaz de mentir.
Los sueños no tienen como función el cumplimiento de deseos.
Afirmar lo contrario supondría afirmar que la censura, aún no dispo-
niendo de conciencia ni medio específico alguno para representar
relaciones lógicas, tiene capacidad de discernimiento, crítica y libre
albedrío. Suponer que la censura es capaz de deformar intencionada-
mente los deseos inadmisibles mediante complicadas operaciones en
las que intervienen omisiones deliberadas, astutos debilitamientos,
sutiles desplazamientos y eficaces condensaciones, es un exceso de
competencias que resulta racionalmente inadmisible.
tener coraje para admitir los errores, asumir como propios los deseos
comprometidos y hacer frente a las consecuencias de una falta come-
tida. Y como dice el refrán: Cada palo aguanta su vela.
La represión es el rechazo de un deseo inadecuado, que conserva
toda su vehemencia en el seno de la conciencia. Mantenerlo insatisfe-
cho supone, ciertamente, una lucha hercúlea, pero libremente asumi-
da. Son, en general, deseos de origen sexual o agresivo. El refranero
castellano expresa sabiamente esta situación: No es nada, que matan a
mí marido, dice con ironía la mujer que no ama a su cónyuge, pero
pretende ocultarlo. Con cierto sentido del humor, quita importancia al
desamor para que éste pase inadvertido.
La anulación consiste en dar por inexistente un hecho cierto. Por
ejemplo, retractarse de una ofensa sin un reconocimiento explícito de
la misma. Una buena capa todo lo tapa. Es tan sencillo como obsequiar
o agasajar al prójimo, previamente agraviado, con exagerado esmero.
Y tiene como objeto disminuir los sentimientos de culpa o evitar su
posible réplica.
El ceremonial o ritual es una conducta de clara impronta supersti-
ciosa con la que se pretende controlar los peligros derivados de cala-
midades naturales, de las desgracias derivadas del infortunio, de los
castigos divinos o de la hostilidad del prójimo. Correctivos o adversi-
dades que uno cree merecer, en el fondo, por la comisión, de pensa-
miento u obra, de deseos aborrecibles. Sin embargo, no hay miel sin
hiel. El ritual es socorrido y eficaz en la medida en que disminuye la
angustia.
El aislamiento supone la desconexión entre causa y efecto. Persigue
desvincularse, por ejemplo, de la responsabilidad de saberse causante
de un mal con objeto de proteger la propia imagen de la mirada inqui-
sitorial del prójimo. No sé cómo se ha podido romper el jarrón… Tan
sólo dejé el balcón abierto, dice desconcertado el bribón, ocultando el
fuerte viento que hacía, precisamente, en dicha ocasión.
La regresión es la huida hacia atrás ante situaciones adversas que
rebasan la capacidad de respuesta de un ser humano o, sencillamente,
ponen en evidencia la falta de coraje para afrontarlas. Representa, por
lo tanto, la adopción de una actitud inerme frente a las dificultades,
que se caracteriza por la presencia de conductas infantiles y depen-
EL INCONSCIENTE: MITO O REALIDAD 77
La libido
El chiste
La creación artística
Es obvio que no todas las personas están dotadas para crear una
obra de arte, cuya calidad sea susceptible de ser ampliamente recono-
cida y admirada. A nuestro juicio, cuatro son las cualidades necesarias
que debe poseer un artista:
El ser-para-sí
nadie, no puede tener una esencia previa. Y sin esencia, sus posibles
comportamientos no pueden estar determinados.
El ser humano es una presencia formalmente delimitada que care-
ce de esencia predeterminada. No tiene más esencia que la que él mis-
mo se da mediante su libre acción. La idea de una esencia genuina y
original, presente desde el mismo momento de su nacimiento, es sim-
plemente una invención, un artificio, una falsa fabricación idealista,
un procedimiento de magia negra, un trabajo sofístico de embaucado-
res. Detrás de las cosas no hay algo distinto a su apariencia formal,
sino el secreto de que el ser humano carece de esencia, o que su esen-
cia fue construida pieza a pieza a partir de su libre voluntad.
Lo que se encuentra en el comienzo histórico de las cosas y del ser
humano es el absurdo. El origen de los objetos, de la vida y del ser
humano es irrisorio e irónico. Acaba, que duda cabe, con cualquier
pretensión vanidosa e idealista. El ser humano comenzó por ser una
simple mueca de lo que ha llegado a ser. En el origen del ser humano
no se haya un alma que unifica o le da identidad y coherencia, sino
barbarie. No hay nada genuino en su pasado más remoto que perviva
en el presente, animándolo, desde el comienzo, a desarrollar una for-
ma dibujada, concreta y predestinada.
No hay nada en su origen que, per se, nos hubiera permitido anti-
cipar lo que el ser humano ha llegado a ser. Nada había escrito en su
naturaleza, nada, pues, estaba garantizado. Al contrario, la genealogía
del ser humano sólo encuentra indefinición, riesgo, incertidumbre,
indeterminación, contingencia y gratuidad. En definitiva, en su origen
y evolución se percibe su libre albedrío y la exterioridad del accidente.
En el pasado del ser humano no hay esencia, sino existencia fortuita,
biología, desorganización, ausencia de orden simbólico, errores o
aciertos, fracasos o éxitos, malos cálculos o predicciones bien conjetu-
radas, desviaciones ínfimas pero suficientes que, en definitiva, fueron
determinando su evolución. No tiene un destino personal irremedia-
ble, sino que es lo que él mismo decide ser. Su esencia es producto de
su absoluta libertad.
En efecto, el ser humano es libre. Baste como prueba su capacidad
imaginativa. Si bien la imaginación es una alternativa a la realidad
mediante la cual se pueden inventar futuros esperanzadores y creen-
EL EXISTENTE HUMANO 101
sante del obsesivo se asientan sobre una renuncia de la libertad que tie-
ne por objeto, precisamente, el sosiego de la angustia. El ser humano
no puede soportarse como ser absolutamente libre, por lo que prefiere
desviar la mirada de este hecho y verse falsamente bajo la forma de una
apariencia estable y restringida. Esto es, sucumbe ante una supuesta
sustancialidad determinista, que le sirve de coartada en la medida en
que pude eludir su libertad y la angustia que de ella se deriva.
Según Freud, los comportamientos neuróticos se deben a una mala
resolución de un conflicto universal: el Complejo de Edipo. Lacan ase-
gura sin embargo, que las neurosis son la consecuencia del peaje o cas-
tración, que debe pagar el ser humano para inscribirse en el orden
simbólico. Son, por lo tanto, la estructura normal del ser humano.
Frente a la teoría psicoanalítica que remite la causa de los comporta-
mientos neuróticos a una situación conflictiva de carácter universal o
a una carencia derivada de la socialización, nosotros defendemos el
reconocimiento de un hecho irreductible y esencialmente humano
como es la herida narcisista primaria, derivada, indefectiblemente, de
la conciencia de contingencia, imperfección y finitud. Lo que no exclu-
ye, lógicamente, la posibilidad de una contingencia originaria traumá-
tica. Esto es, un hecho singular y lesivo, acontecido en la infancia,
capaz de determinar una erosión añadida al para-sí, y, en consecuen-
cia, una herida narcisista secundaria.
El neurótico soporta su proyecto personal sobre esta contingencia
originaria o experiencia traumática infantil. El falso determinismo del
comportamiento neurótico surge como consecuencia de la coagula-
ción alienada de la infancia. Dicho de otra manera, el neurótico petri-
fica su proyecto vital mediante la conservación repetitiva del rol de
niño impotente y víctima de ominosas fuerzas parentales del pasado.
Es cierto que tuvo un pasado opresivo, que le envolvió inexorable-
mente durante muchos años, y en una época, además, en la que era
ciertamente indefenso y carecía de criterio suficiente como para dar
con la respuesta más adecuada. Sin embargo, una vez adulto, se afe-
rra al ineluctable determinismo neurótico, que le sirve de alegato para
eludir su libertad, en vez de abandonar las fascinaciones del pasado,
encararse a los demonios familiares y optar por una mayor capacidad
para enfrentar el futuro en estado de abierta resolución. No se puede
108 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
Arrojado así al mundo, el ser humano tropieza con las cosas, reali-
dades inertes y estables, que se dejan ordenar y manejar por el ser
humano como meros instrumento útiles para su proyecto, por lo que
no son fuente de angustia. Sin embargo, el proceso de manejo que
sobre las cosas ejerce se detiene abruptamente cuando irrumpe el pró-
jimo, una nueva realidad que no se deja someter. La presencia del Otro
es inevitable. Aparece entre las otras cosas del mundo circundante
como un objeto más, que tiene, no obstante, una relevancia especial.
El ser humano tiene conciencia subjetiva de su existencia, pero ésta
podría no ser más que un sueño o simplemente ser una existencia invi-
sible al mundo circundante. En la medida en que tiene la capacidad de
trascender, mediante un movimiento de su conciencia, hacia su seme-
jante, lo aprehende como un objeto existente más, pero inmediata-
mente intuye que es un semejante. Esto es, su congénere es percibido
como un ser libre, capaz, también, de captarle como objeto de su con-
ciencia. El prójimo aparece ante el ser humano como un ser irreme-
diablemente libre. El ser humano intuye esta situación al ser mirado.
El Otro no sólo es el objeto de su mirada, sino que también le mira. Su
mirada, pues, le convierte en objeto de la suya. El semejante es trans-
EL EXISTENTE HUMANO 115
vez, que esa libertad no sea libre. Dicho de otro modo, pretende cris-
talizar ese momento en que se siente amado libremente y prolongarlo
indefinidamente. Lo que, indudablemente, es imposible. El enfrenta-
miento entre libertades continúa. La aproximación amistosa no elimi-
na el conflicto con el otro. La relación amigable estará siempre ame-
nazada por el libre albedrío de ambos. Logra, de esta manera, cierta
estabilidad narcisista. Es-más-ser, pero siempre temeroso de dejar de
serlo en el momento menos pensado.
En el amor, stricto sensu, el ser humano tiende a dilatar su ser, a
colmarlo con la posesión de su pareja. El amor es el deseo de formar
un solo ser con el ser del amante sin la presencia de un tercero que
ponga en peligro dicha reunión. En la elección amorosa, el ser huma-
no no se siente elegido como el mejor o el más perfecto entre otros,
sino como el único. La aparición de un semejante ajeno a la pareja
acaba con la sensación plena de ser el único para pasar a ser, momen-
táneamente, tan sólo mejor que su semejante, situación que lleva
implícita la amenaza de una posible rivalidad. El amor es, pues, una
elección absoluta, ajena por completo a la mirada de sus congéneres.
Basta con que los amantes sean mirados por un tercero para que cada
uno de ellos se sienta objeto del intruso. El carácter absoluto del amor
queda así relativizado y, por ende, puesto en peligro. Tal es la verda-
dera razón por la que los amantes buscan la soledad.
El amor sexual, carnal, es el abrazo de dos cuerpos en un esfuerzo
desesperado por poseer el ser del otro para serlo todo. Es un intento de
apropiarse de su subjetividad encarnada, en un cuerpo a cuerpo sin
medida y sin pudor. En la relación amorosa, el ser humano descubre
su ser sexuado y, a la vez, el ser sexuado de su semejante, que suscita
recíprocamente una forma particular de deseo, que se caracteriza por
su intensidad y apasionamiento. Sin embargo, hemos de renunciar, de
entrada, a la idea de que el deseo sexual sea deseo de voluptuosidad.
En el acto sexual hay trascendencia hacia el objeto deseado, desliza-
miento del amante hacia el ser amado, que es, a su vez, un objeto capaz
de trascender. El deseo sexual amoroso es, pura y simplemente, deseo
de un encuentro intersubjetivo pleno, que determine como fruto una
totalización. Esto es, no una suma de dos personas, sino una unidad
efectiva que se expresa íntegra en la más insignificante y superficial de
EL EXISTENTE HUMANO 119
Con la caída del muro de Berlín se supone que acabó una era y que
ha comenzado otra muy distinta. Sin embargo, el llamado nuevo orden
mundial es esencialmente como el viejo, aunque con otro disfraz. Sus
reglas siguen siendo esencialmente las mismas: los débiles están some-
tidos a la fuerza del poder económico mientras que los poderosos se
sirven de la ley de la fuerza y de su riqueza para oprimir y dominar.
Persisten las clases sociales, aunque apenas luchen. Según los arbitris-
tas neoliberales las penurias de los desfavorecidos y las alegrías finan-
cieras de la burguesía tienen intereses convergentes. No hay, sin
embargo, mayor patraña histórica que la caducidad del conflicto de
clases. La aceptación de que en el actual sistema de mercado existe
una estrecha marcha en común o coincidencia de intereses entre la
burguesía y el asalariado es una falacia. Baste para probarlo que la
aventura social de los oprimidos dista sobremanera del optimismo.
Es fundamental conocer que, pese a la complejidad actual del capi-
talismo avanzado, el conflicto de clases sigue siendo la expresión prís-
tina de la desigualdad, de la injusticia y de la falta de cohesión social.
Es una mixtificación afirmar que, hoy día, la lucha de clases ya no tie-
ne sentido. La dialéctica entre la burguesía y los asalariados mantiene
toda su vigencia, aunque el escenario político haya cambiado conside-
rablemente, y el objetivo ya no sea, obviamente, el paraíso comunista.
El asalariado no puede permanecer como una clase-en-sí, es decir,
sin conciencia de a qué estrato social pertenece realmente ni de cual
es el origen profundo de su desdicha e incertidumbre laboral. Debe ser
una clase-para-sí, esto es, una conciencia plena de su lugar social, de
su relación con la burguesía y de sus consecuencias. Las relaciones
entre asalariados y burguesía no puede ser otra que nítidamente dia-
léctica. Sus intereses esenciales no coinciden, salvo puntualmente. Al
contrario, están en permanente contradicción. La dialéctica de clases
no es un movimiento mecánico, determinista, sino voluntario. En el
origen de la desigualdad está la libre voluntad de los poderosos. Y de
la voluntad y libertad del oprimido depende, sin duda, la evolución
constante hacia escenarios sociales más justos. No hay determinismo
histórico, sino voluntad de cambio en base al conflicto político per-
manente. Los desheredados de la tierra de provisión no pueden espe-
rar a que la pretendida e incierta dialéctica hegeliana solucione sus
128 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
lucha de intereses entre los seres humanos dentro del mercado. Sin el
libre juego de la oferta y la demanda como escenario de estableci-
miento de los precios monetarios, sin esa despiadada lucha, no es posi-
ble cálculo alguno. Por ello, la práctica capitalista ha de ignorar cual-
quier presencia del sentimiento moral, que perturbaría dicha previ-
sión. La moderna economía capitalista racional ha ido, por ello,
siguiendo sus propias leyes inmanentes y haciéndose más inaccesible
a cualquier relación imaginable con una ética fraternal. El proceso
neoliberal ha a avanzado a medida que el mismo se hacía más cientí-
fico y más impersonal; por tanto, a medida que se ha ido liberando de
contaminaciones sentimentales y morales. Para las leyes que rigen el
mercado liberal, los seres humanos sólo son tomados en considera-
ción como trabajadores o consumidores. Lo práctico pues es sustraer
la ética del ámbito económico. La economía, cuanto más positiva,
pragmática y calculadora es, más alejada está a la ética fraternal;
cuanto menos apasionada, menos afectada de amor, cuanto más téc-
nica y más afectivamente neutral, deviene más ajena e indiferente a la
moral. En definitiva, la ética solidaria es incompatible con la lógica
económica capitalista. Cuanto más se racionalizan ambos ámbitos,
más extraños e indiferentes son entre sí. El mercado liberal admite, si
acaso, un Estado de Bienestar reducido, una protección social que no
puede rebasar, en ningún caso, ciertos límites, pues dañaría grave-
mente la organización eficiente de la producción. La sociedad capita-
lista moderna no tiene alma, y es refractaria e insensible a las pres-
cripciones morales, éticas y religiosas. La racionalidad formal que rige
el sistema productivo capitalista posee, pues, en apariencia un aura de
neutralidad, aunque, en rigor, dicha imparcialidad está bajo sospecha.
No podemos olvidar que su origen arranca del interés privado y egoís-
ta, que su fin es el beneficio particular, y que genera enormes desi-
gualdades sociales. No debemos perder de vista tampoco que la socie-
dad capitalista tiene cada vez más connivencia con las múltiples for-
mas del irracionalismo: la barbarie de las guerras preventivas, la bru-
talidad del terrorismo internacional, la legitimación automática de la
desigualdad, del despido libre, del desempleo y de la pobreza.
No en vano Heidegger puso de manifiesto que el mal es intrínseco
a la razón. Frente a la tradición epistemológica occidental, que vio el
EL EXISTENTE HUMANO 145
revelado que opera como guía moral inequívoca, y una esperanza, que
tras el Apocalipsis final, se concreta en una vida plena en el paraíso.
La proposición, ciertamente, es muy seductora.
Tanto el islamismo como el cristianismo y el judaísmo afirman
estar en posesión de una manifestación especial de Dios, realizada a
través de sus respectivos canales, que la misma Deidad escogió para tal
fin. Es obvio que estamos ante un desarrollo arbitrario de la concien-
cia imaginaria a la que se le atribuyen las cualidades de la experiencia
sensible, lo que hace que funcione finalmente como si se tratara de
una verdad empírica. Los supuestos milagros o las pretendidas apari-
ciones son un ejemplo de pseudopercepción sensible sobre el que se
pretende asentar la verdad absoluta.
La idea de Dios, aunque sea incómodo afirmarlo, resulta racional-
mente absurda. Es imposible trascender los fenómenos, como afirman
Comte y Hume. El único modo cierto de acceder a la realidad es el
conocimiento fenoménico, que atiende únicamente a lo positivo, lo
tangible y lo mensurable. Dios es, obviamente, una realidad no positi-
va y, por tanto, cualquier intento de demostrar su existencia está des-
tinado al fracaso. Todas las proposiciones filosóficas sobre la existen-
cia de Dios, como dice Wittgenstein, carecen de sentido porque son
supraempíricas. Dios es, por tanto, inexpresable, indecible y sólo se
muestra místicamente. La idea de Dios remite necesariamente a un ser
inmaterial, indefinible, ilimitado, informe, ubicuo y ajeno a las coor-
denadas del espacio y del tiempo. Calificaciones que, no cabe duda,
niegan los predicamentos del ser. Aún aceptando hipotéticamente, en
un extremo alarde de generosidad intelectual, la existencia de un ser
de estas características, no es posible evitar un cierto número de pre-
guntas. ¿Dónde estaba Dios antes de crear el cielo y el universo? ¿Qué
hacía Dios en la nada? ¿Qué sentido tiene el don de la ubicuidad si no
existía nada en absoluto? ¿Cómo se puede ser Todopoderoso en sole-
dad y en la nada? ¿Por qué creó el universo? ¿Empezó a transcurrir el
tiempo para Él una vez que lo puso en marcha? ¿Qué sentido tiene que
un ser Todopoderoso hiciera un mundo en el que se ha precipitado una
cascada de calamidades, que desde el día de la creación han ido acon-
teciendo, día a día, hasta llegar a cifras de vértigo? ¿Por qué tuvo que
crear un mundo de criaturas conscientes, insatisfechas y mortales a
EL EXISTENTE HUMANO 149
las que darse a conocer? ¿Tenía necesidad de que alguien diera cons-
tancia de su existencia? Ninguna de estas preguntas tiene una res-
puesta lógica e inteligible, pues remiten obstinadamente al absurdo.
La idea de Dios desborda la razón, es una hermosa locura de la fe,
un delirio maravilloso que va en pos de una eternización. Sin embar-
go, aunque resulte bella y esperanzadora la idea de Dios, no puede ser
aceptada gratuitamente. El ser humano es capaz de conocer, al menos,
verdades relativas. La realidad se muestra hasta cierto punto inteligi-
ble, y la razón debe rechazar el misterio inescrutable como argumen-
to explicativo. Por economía de hipótesis, son los creyentes los que
están obligados a demostrar la existencia de Dios y no a la inversa. Una
idea no debe ser admitida hasta que no se demuestra su existencia y
validez. Además, el principio de parsimonia, también llamado de la
navaja de Occam, eficaz instrumento lógico de la ciencia, dice que non
sunt multiplicanda entia praeter necessitatem. Es decir, aconseja redu-
cir el número de causas, objetos o entes a los que tenemos que recu-
rrir para explicar un fenómeno. Pues bien, no es racional recurrir a un
Dios creador, imposible de demostrar de forma empírica ni deductiva,
para explicar el origen del universo, de la vida y del ser humano, si
resulta más racional, científico y sencillo afirmar que el universo apa-
reció espontáneamente, esto es, por azar. Y que la aparición de la vida
y del ser humano se debe a un fenómeno contingente. La evolución es,
en definitiva, un proceso casual, aleatorio, sin dirección ni propósito.
La grandilocuencia de san Agustín, los sólidos argumentos de la
metafísica y la teología, la sabiduría que se desprende de los textos
sagrados o las vías tomistas, no han logrado demostrar la necesidad de
un primer ser necesario, motor inmóvil y causa incausada. Es imposi-
ble llegar a la existencia de Dios basándose en un proceso deductivo
que ponga fin a un absurdo movimiento causal infinito, pues se pre-
supone la idea de Dios antes de ser demostrada. En cualquier caso,
suponiendo que se llegara por vía deductiva a un primer motor, éste no
tiene porque ser necesariamente asimilado con la idea de Dios. Es más
factible pensar que esa primera causa sea ese cúmulo de energía que
dio origen al Big Bang. El principio del universo, como así indica la
teoría de la Gran Explosión, pudo haber sido, perfectamente, produc-
to del azar. El universo no tiene que ser necesariamente afectado por
150 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
carnal, la vía cordial se muestra como una tentativa vana, pues, reco-
brada la circularidad interpersonal, vuelve ésta, irremisiblemente, a
darse entre un cuerpo y su imagen especular.
El prójimo no es tan sólo un objeto trascendido, un utensilio espe-
cular que restituye, en el mejor de los casos, la espuria imagen tras-
mitida, sino que es, a su turno, una corporalidad trascendente, que
exhibe también su mejor máscara, con objeto de eclipsar la de su
semejante. La prestidigitación recíproca con la que se pretende ocul-
tar la miseria humana, obrada por la herida narcisista primaria, con-
duce irremediablemente a la dramática y radical soledad humana.
La épica del deseo de plenitud conduce al ser humano a tales im-
posturas que, con el paso del tiempo, apenas tiene un cierto parecido
consigo mismo, pues no es otra cosa que el resultado de una sucesión
de enajenaciones. La farsa acaba teniendo un patético sabor a tiempo
perdido, un último paladar de fracaso.
La gente común, en el curso de su existencia, no busca un cambio
radical de su historia personal, un devenir auténtico, sino que se con-
forma con una falsa adecuación al instante presente, que le permita
vivir conforme al estándar social establecido, sin evocar ni un ápice de
extrañeza u originalidad, que le sitúe fuera del ámbito de sus seme-
jantes. Se conforma con subterfugios tales como la religión, candidez
barroquizada de contradicciones, o el supuesto determinismo de las
llamadas neurosis, que le sirven de coartada para hacer dejación de su
ilimitada libertad.
El ser humano se muestra vanidoso, esclavo de un anhelo de noto-
riedad, permanentemente insatisfecho, y de una penosa sensación de
insuficiencia general que le empuja a perseguir la adhesión incondi-
cional de sus semejantes. Los momentos estelares de su vida, cuando
su vanidad se ve puntualmente colmada, son tan fugaces que sólo
representan instantes que van de la nada a la nada. Su propia estima es
tan frágil que depende del reconocimiento y admiración que los demás
le profesen. Necesita ocupar un lugar de privilegio en la mente de sus
amigos, de su pareja y de sus compañeros de trabajo. Le urge creerse
capaz de ocupar puestos de responsabilidad. Precisa ser el héroe en los
momentos más difíciles. Desea sentirse único, diferente y superior a los
demás. Se rodea, en ocasiones, de mediocres aduladores, porque le
EL EXISTENTE HUMANO 171
hacen sentirse importante. Pasa por humilde, por virtuoso o por pací-
fico, para resultar atractivo a los demás y así conquistar su admiración.
Sólo así puede quererse y aceptarse. Depende pues de la constante
aprobación de sus congéneres, que son los que dan testimonio de su
propia valía. Es mendigo del elogio y sin él no vale nada. Si el sumi-
nistro de adulaciones le falla, se desmorona y cae en la depresión.
Entonces, le invade un total desinterés por todo lo que le rodea y huye
de la presencia de los otros seres humanos como de la peste. En casos
extremos, el ser humano no es capaz de amar ni de interesarse since-
ramente por nadie ni por algo. Sólo le interesa la gente, el trabajo o las
causas nobles, si le sirve para promover su propio prestigio.
El anhelo de ser reconocido es, sin embargo, errante. Da igual que
sea en esto o aquello. Lo que importa, en última instancia, es que,
cuando se decide a desplegar su capacidad en algo concreto, exista la
posibilidad real de recibir rápidamente la admiración pretendida, pues
la vital necesidad de ser más es muy impaciente. Por el contrario, el
ser humano se muestra ingrato y poco proclive a reconocer las cuali-
dades de sus semejantes, y cuando lo hace, espera en el fondo ser aún
más halagado, si cabe, por su generosa complacencia.
Si fracasa, termina por odiar a todos los que decaen en el elogio y
a todos los que osan ignorarle. Envidia a todos aquellos que brillan
con luz propia, y los envidia de forma solapada y abyecta, lo cual devo-
ra día a día lo más indefenso de su personalidad. En su interior no par-
ticipa de nada, tan sólo finge apasionarse. Los problemas, el dolor y el
sufrimiento de sus congéneres son cosas por las que sólo se interesa
para sacar provecho.
Vive, sin embargo, en el horror a la soledad, sombría como las tinie-
blas, que amenaza por sofocar sus pretensiones estelares. Su estrella-
to, empero, es superficial. Prefiere mirarse en las aguas de un estan-
que, pues su reflejo es más difuminado, irreal, tembloroso e indulgen-
te –lo cual hasta le permite idealizarse– que mostrarse ante el espejo
real, implacable taller de desguace de autoestimas, que le devuelve una
imagen cruda y sin clemencia, y le conduce irremediablemente al falle-
cimiento de la ilusión de ser más que los demás.
A los más aventajados no les gusta llevar una vida rutinaria. La ruti-
na está bien para la mayoría de los mortales, pero no para ellos. Antes
172 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
La renuncia-a-ser-más: la inhibición
Super Yo. Sin embargo, esta paupérrima imagen del Yo queda aún
más minorizada si fuese cierta la tesis del inconsciente, que, no obs-
tante, hemos rechazado por imposible. En efecto, si aceptamos la idea
freudiana del inconsciente, el Yo queda como una realidad indefensa
sometida a las fuerzas morales e instintivas y, por si fuera poco, ni
siquiera es él el mediador entre ellas, sino la censura quien realizaría
el trabajo sucio. La experiencia no parece apuntar hacia esta idea
endeble de la conciencia y la libertad humana. Más al contrario, la
conciencia, como hemos adelantado, es conocedora de sus deseos ya
sean de naturaleza sexual, material o moral, y es totalmente libre de
actuar como le venga en gana.
Sin embargo, su ilimitada libertad choca con la libertad también
ilimitada del prójimo. El miedo a esa libertad y a sus consecuencias es
lo que determina, como comportamiento defensivo, la inhibición. La
inhibición es una genuflexión ante el semejante. La renuncia a satis-
facer determinados deseos que pudieran irritar al prójimo. Es, pues,
una restricción de la libertad propia en beneficio de la ajena. La inhi-
bición produce perturbaciones o restricciones del normal desenvolvi-
miento humano, no sólo en el ámbito sexual, sino en cualquier otra
conducta: renuncia a emitir determinadas opiniones, a escribir textos
concretos, a ocupar cargos deseables, y todo ello para evitar un con-
flicto con el prójimo, al que se teme. La causa de la inhibición surge
en el ámbito del inevitable conflicto con los semejantes, y tiene como
objeto evitar el rechazo, el desamor o la pérdida de ciertos privilegios
de los que goza y que dependen enteramente de su prójimo.
La inhibición es siempre consciente, aunque ciertamente puede lle-
gar a extremos que limiten seriamente el rendimiento de una persona.
La inhibición disminuye o suprime la angustia derivada del conflicto
con el semejante, aunque la restricción, siempre consciente, de las pro-
pias posibilidades causa sentimientos de zozobra, ira, cobardía e
indignidad.
El máximo daño que el prójimo puede causar a un ser humano es
la muerte. La inhibición es, en último término, un mecanismo de
defensa que, mediante una total sumisión, trata de eludir la ejecución
a manos de un semejante.
178 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
El ser-alienado
1º- El ser-fóbico
2º- El ser-obsesivo
3º- El ser-histérico
4º- El ser-perverso
5º- El ser-alcoholizado
ducida por alcohol produce tal fascinación, que el sólo recuerdo del
placer obtenido comienza a ejercer su tiranía. Es entonces cuando el
libre albedrío ha quedado domeñado. Una vez que el bebedor traba
amistad con el alcohol no se puede reír por mucho tiempo: el alcohol
menoscaba su rendimiento intelectual, dificulta su atención y su con-
centración, derrumba su estado de ánimo y le irrita, despuebla su
mente de recuerdos, que sustituye por un mundo fabulado y, al final,
le priva de su propio gobierno. El brillante y traslúcido fuego, hogue-
ra roja, incendio interior que levanta sus fogatas allá donde hay un bar,
vuelve egoísta, mezquino e insensato a su consumidor.
Los indicios del alcoholismo severo suelen ser muy variados, pero
sobre todo, sutiles. Con eso nos referimos a que si a alguien caminan-
do por la calle, le cae encima un tiesto y sobrevive, la consecuencia
lógica del percance es maldecir su suerte y acordarse de la familia del
negligente vecino. Pero, si por el contrario, el desafortunado peatón,
como un octópodo de finos tentáculos, enmaraña el accidente y lo atri-
buye a una agresión perpetrada adrede por un irreal amante de su
mujer, es que tiene serios problemas con el alcohol. Su absurda con-
vicción, irrefutable, innecesaria y, a la postre, ilógica, no es otra cosa
que delirante celotipia.
A veces, los cielos se tornan cenicientos y sombríos. Se hace brus-
camente de noche, y el alcohólico se ve sumergido en el más horrible
delirio, donde los fantasmas predominan sobre su propio patetismo.
Queda, así, atrapado en un bosque espeso de alimañas amenazadoras
que, intempestivamente, entran a formar parte de un macabro desfile
onírico. Mientras persiste el alucinante carnaval, donde la mente se
encuentra prisionera de los espectros, el terror se adueña de la situa-
ción. El alcohólico está perdido en un lugar de la nada, lleno de sole-
dad y pavor, en un lapso inmemorial que no puede ubicarse ni en el
tiempo ni en el espacio. Está desorientado. El veneno bíblico le ha lle-
vado finalmente al delírium trémens. Llegado a este punto, los alcohó-
licos llegan a convertirse en personas rigurosamente fuera de servicio.
La facies hinchada y rubicunda, el temblor de manos, las náuseas
matutinas, las precipitaciones diarreicas, los accidentes, alguna que
otra asonada callejera y las repetidas inasistencias al trabajo, mues-
tran su concluyente pusilanimidad.
198 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
6º- El ser-escasamente-corpóreo
El anoréxico, mucho más frecuentemente anoréxica, se inscribe
en el orden simbólico como una totalización inaugural: Él-cuerpo-
detestable-que-no-es-él. La sola posibilidad imaginaria de alimentar ese
cuerpo le angustia. Urge menguarlo. Se retotaliza en un Él-cuerpo-
detestable-exigencia-de-ser-cuerpo-inadvertido. Pone al miedo a dieta.
EL EXISTENTE HUMANO 199
7º- El ser-depresivo
8º- El ser-maníaco
Tras la devastadora experiencia totalizada de ser un Él-desampara-
do-que-no-es-él, las posibilidades que le brinda su conciencia imagina-
ria son muy poco promisorias. Tampoco prometedoras que niega ilu-
soriamente su ser y se retotaliza como un Él-iIusión-de-serlo-todo. Se
consolida como alguien inmune frente al miedo.
En ocasiones, la vida del ser humano es insufrible. Y en cuanto se
desprenden sus párpados del sueño que los sella, su quehacer misera-
ble, inútil, cotidiano, vulgar y rutinario, ponen de manifiesto, ante sus
ojos incrédulos, su presencia sin relieve, sus contornos sin nitidez y su
deprimente pobreza de colores. Es consciente de su desmedida imper-
fección y de su cuerpo hambriento del favor de sus semejantes, que no
se prodigan lo más mínimo en devolverle una imagen grata de sí mis-
mo que satisfaga, en parte al menos, su avidez de reconocimiento.
EL EXISTENTE HUMANO 207
9º El ser-psicótico
que hay que transigir, pero nada más. El dinero crea seres humanos
tan desmesuradamente ambiciosos que resultan incapaces de gestio-
nar la riqueza en beneficio de la colectividad. La estrategia de los opu-
lentos es el fraude sistemático de los asalariados, mediante permisivas
homilías para ricos, y restrictivas y opresoras prohibiciones para pobres.
En estas condiciones de mixtificación del ser humano, determinadas
familias pueden someter a sus vástagos a tales exigencias competitivas
que, incluso, llegan a estragar su humanización.
La infancia supone una influencia determinante en la forma parti-
cular que adopta el deseo de plenitud en cada ser humano. Hay, sin
embargo, casos en los que el fracaso estructurante de la subjetividad es
de tal envergadura que queda reificada, alterando gravemente la capa-
cidad deseadora. ¿Puede una máquina averiada en su mismísima capa-
cidad de decidir y desear, ser productiva? Obviamente, no. En un ser
humano cosificado, la secuencia producir-para-tener y poseer-para-ser,
queda truncada. ¿Quién va a trabajar? ¿Para qué va a trabajar? ¿Para
quién va a trabajar? Trabaja un loco: un Él-inusitado-para-otro-que-no-
es-el, cuyos deseos, el interesado no comparte. Un Él-extraño que no es
validado como sujeto deseador sino como ser enajenado. Y lo hace
para beneficio de ese Otro que es quien le considera Él-alienado.
En definitiva, el psicótico ha pasado de ser un sujeto productivo a
ser un producto inútil, que queda, definitivamente, excluido del mer-
cado, cerrando el círculo de su reificación.
10º- El ser-paranoico
En cuanto a ser psicótico en el mundo, no difiere su proceso de
totalización-retotalización del señalado anteriormente. Su relación
con el Otro viene determinada por una marcada ansiedad ante su posi-
ble e imaginario ataque: el semejante representa una amenaza poten-
cial. Si acaso puede matizarse su escindida totalización en un Él-rece-
loso-para-otro-que-no-es-él, y un Él-acosado-para-sí-que-no-es-él.
Vivimos, sin duda, en una sociedad paranoide. El ser humano con-
temporáneo está sometido a intensos controles y a toda clase de mani-
pulaciones. Es un hombrecillo frágil, zarandeado por fuerzas econó-
micas, políticas, culturales, sociales, laborales y mediáticas que no con-
trola y que apenas entiende. El espacio de lo público es exigente en
EL EXISTENTE HUMANO 219
La praxis analítica
Es difícil, sin duda, librarse de los prejuicios que impiden una per-
cepción objetiva de la realidad, pero, en todo caso, el método dialécti-
co propicia un proceso de totalizaciones-retotalizaciones que tiene
como objetivo el incremento de la receptividad y, en consecuencia, el
abandono del pensamiento atávico o erróneo.
Otro obstáculo muy frecuente es la propensión de los pacientes
a aferrarse al pasado o a preocuparse excesivamente del futuro.
Consiguientemente, se perturba la capacidad de experimentar el pre-
sente y de actuar en conformidad con él. Esta falsa percepción del
tiempo produce importantes desajustes con el contexto actual. Se vive
el presente con cierta ansiedad en un intento inútil de recuperar el
tiempo perdido y en una vana espera de que suceda algo prodigioso o
casual que cambie radicalmente la vida. Obviamente, ni se recobra ni
cambia el pasado, ni sucede nada, salvo aquello que uno mismo hace.
Por otra parte, como la existencia es un proceso, una secuencia de
totalizaciones sucesivas, el ser humano no puede entenderse realmen-
te de una vez para siempre, puesto que el proceso de saberse está siem-
pre en función del proceso de hacerse, que está sujeto a un devenir
incesante. Ello supone una conciencia continua de lo que se es,
momento a momento, como producto de sí mismo. La verdad libera al
ser humano y lo convierte en el ser que realmente es.
Es frecuente también que el ser humano trate de experimentar sen-
timientos en base a lo que piensa en vez de hacerlo en función de lo
que percibe. Al poner el pensamiento por delante de la percepción, el
ser humano responde con un sentimiento que obedece más a cómo
debe sentir que a cómo siente realmente. Es decir, falsea los senti-
mientos. Es muy común en matrimonios sentimentalmente agotados
que traten de experimentar un afecto, en función de su obligación vin-
cular, que, en realidad, no sienten. El resultado es una situación muy
desagradable de vacío interior. Este obstáculo, la alienación del senti-
miento planificado, se presenta en el seno del grupo casi siempre
como una pregunta: ¿qué debería sentir, doctor? Es evidente que no
existe respuesta alguna. Sencillamente hay que tener el coraje de reco-
nocer el sentimiento tal y como es percibido, guste o no. El senti-
miento no es un deber, sino una consecuencia que se origina en la inte-
racción humana.
CUESTIONES DE MÉTODO 237
Abordaje de la psicosis
• La adherencia objetal.
El psicótico manifiesta en el curso de la psicoterapia unos senti-
mientos que se distinguen por su carácter intenso y masivo.
Sentimientos que no pueden ser considerados como simple empatía ni
como traslación de emociones pretéritas a la situación terapéutica en
curso. Hemos visto como el psicótico, como ser cosificado, siente en
realidad ajena, y el sufrimiento, que se deriva tras la satisfacción de
cualquier necesidad, ubica el umbral límite fuera de él.
¿Qué es, entonces, este modo particular de vinculación de los psi-
cóticos? En nuestra revisión bibliográfica no hemos encontrado nin-
guna referencia conceptual satisfactoria que designara esta realidad
fenoménica. Por ello proponemos un nuevo término con el que nom-
brar esta singular forma de relacionarse con el analista, y es: adheren-
cia objetal.
El psicótico se comporta en el tratamiento como lo que es, sujeto
cosificado, un Él-para-otro, y se relaciona directamente con el analista
246 CONCIENCIA, LIBERTAD Y ALIENACIÓN
sin que esta relación venga mediada por orden simbólico alguno. Es
un Él-inusitado-para-otro, pero no tiene conciencia de ello. No es para-
sí un ser inusitado. Es un ser cuya palabra, cuyos deseos, sentimientos
e iniciativas han quedado invalidadas por el discurso de los demás. Es
pues una cosa o, si se prefiere, un sujeto invalidado en su misma con-
dición de sujeto. ¿En qué forma puede acercarse al analista? Sólo
como sujeto trascendido por el discurso trascendente del Otro, pero
cuyo discurso propio carece de valor y trascendencia. El Otro se con-
vierte así en su única y total referencia. Todo depende de su prójimo al
que no ve como un semejante, sino como alguien del que depende
absolutamente. Obviamente cuando el analista, en el marco amable,
protector y respetuoso de la psicoterapia, le da la palabra, la reacción
del psicótico es aferrarse al terapeuta como a su única tabla de salva-
ción. Es tan grande su necesidad de ayuda que, cuando percibe al ana-
lista como su más seguro refugio frente a la angustia de aniquilación
de su ser, se adhiere a éste de forma masiva, viscosa, intensa y en extre-
mo dependiente. La adherencia objetal es, pues, el modo particular de
vinculación que detecta la psicosis. Y representa, sin duda, el único
nexo de unión posible del que se puede esperar una respuesta tera-
péutica. La adherencia objetal, precisamente por su carácter invasivo
con el que vive con y del Otro y en función de su umbral límite, repre-
senta una buena plataforma terapéutica desde la cual pueda acceder y
desplegar su condición de sujeto.
más allá de las reglas, sino el que tiene más normas que los demás, y si
no las tiene, es capaz de inventarlas. Frente a la excentricidad del genio,
está la desmesura desiderativa del psicótico, propenso a comporta-
mientos sin freno alguno, debidos a la falla estructural provocada por
la falta de discriminación entre la realidad y la imaginación.
El deseo del ser humano debe darse mediado por un orden que lo
regule: el registro simbólico. El deseo en el registro imaginario resulta-
ría enormemente confuso y distorsionado. Y la realidad, sin el orden
que le aporta el sustento simbólico, resulta feroz. Debe existir, pues, una
plena articulación de los tres registros –real, simbólico e imaginario– de
tal forma que queden indisolublemente anudados. Si cae el registro sim-
bólico, el ser humano se animaliza. La función que garantiza este anu-
damiento indisoluble, es la seguridad básica primaria u ontológica, que
implica necesariamente la validación como sujeto y la capacidad de dis-
criminación entre percepción y fantasía. La capacidad autónoma para
gestionar el peligro, sin necesidad de depender forzosamente del Otro,
depende del acceso a la subjetividad y de la determinación simbólica de
lo imaginario. Si, ante una tensión extrema, falla el orden simbólico, se
desmorona la autonomía, quedando el sujeto a merced del registro real
no simbolizado. Es decir, el individuo queda atrapado en su experiencia
inaugural –sin un soporte regulador suficiente que organice sus viven-
cias– y en total dependencia del discurso e iniciativa del otro.
El único camino ontológico posible de la psicosis es aquél que
imprime un horizonte nuevo al lugar de la palabra para elaborar un
remedo de orden que, dotando a su experiencia de suficiente sentido y
significación, actúe de dique de contención del mundo caótico en el
que tiende a desvanecerse.
La práctica de contención del paciente psicótico, dicho sea de paso,
no es nada nuevo. La inmovilización física, el encierro o la sujeción
neuroléptica son recursos habituales en la clínica. Y, en definitiva, lo
que ahora pretendemos, no es otra cosa que articular una nueva for-
ma de contención: la psicológica.
Para ello, es importante significar explícitamente el orden median-
te un horario cumplido rigurosamente; un tiempo determinado para
que el paciente elabore su petición y el analista comprenda la angus-
tia y la complejidad de la situación que percibe; un espacio físico con-
CUESTIONES DE MÉTODO 249
En fin, muchas son las cuestiones que quedan sin respuesta, muchos
más los interrogantes que, sin duda, se habrán suscitado, pero, en
cualquier caso, confiamos en haber abierto una nueva vía epistemoló-
gica que permita comprender las experiencias vitales alienadas. Un
camino que no sólo es compatible con el conocimiento neurobiológi-
co, sino que representa su obligada expresión ontológica.
Epílogo
riencia los mismos vocablos de forma lenta para dar tiempo a su com-
presión inteligente, lo que permitió demostrar que se activaba la mis-
ma región del cerebro de igual forma tanto si se efectuaba la lectura
inteligente como si no. Esto significa que la amígdala es capaz de
decodificar de forma automática, antes, incluso, que la conciencia
reflexiva pueda efectuar su propia lectura, otorgando un significado
grosero a cada una de las palabras y propiciando una respuesta emo-
cional adecuada al sentido de cada significante. Una vez más nos
encontramos ante una experiencia que requiere del estado consciente
del examinando, aunque ciertamente no se da tiempo a que su capa-
cidad discriminatoria sea efectiva. Sin embargo, lo único que prueba
el experimento es que el cerebro humano es capaz de desarrollar pro-
cesos automáticos que incluyen percepción, intelección y respuesta.
No obstante, este eficaz automatismo cerebral no puede ser confundi-
do con el inconsciente, aunque dicho proceso se efectúe, como dicen
los neurólogos, en un nivel de conciencia menor o incapaz de percibir
de forma significativa la realidad. Viene a ser, valga el símil, como esos
traductores automáticos de idiomas que abundan en Internet.
En el prólogo se suscita la idea de que un cierto escepticismo
impregna la totalidad del texto. ¿Escepticismo o esperanza? ¿Cabe
escepticismo donde el afán no rehúsa un grito de esperanza? La espe-
ranza está estrechamente relacionada con un futuro dotado de senti-
do y de dicha, y con la posibilidad, por improbable que sea, de su cum-
plimiento. Hemos convenido en que no ha sido posible encontrar un
sentido a la historia ni a la existencia del ser humano, más allá del que
con su propia praxis él sea capaz de darse. La aceptación de un orden
superior e inteligente del mundo obedece a una ilusión antropocéntri-
ca, que no es más que una trampa que nos tiende el propio narcisis-
mo, pero que la realidad acaba refutando.
El escepticismo surge con la mirada lúcida del que comprende, no
sin inquietud, el fondo del sin-sentido, y en esta comprensión y acep-
tación del absurdo reafirma su recelo y aquieta su espíritu. La verdad
y la serenidad lograda liberan así del sufrimiento derivado de la alie-
nación, porque enseñan a renunciar a lo imposible, y a encontrar en
ello la serenidad interior. La voluntad de vivir, la gozosa aceptación del
libre devenir forjado por los seres humanos, es el único remedio con-
EPÍLOGO 259
Los autores.
Lecturas recomendadas
15.- Cohen, A.: “L´ intentionalité” Pierre Laleur Editeur. París, 1976.
16.- Comte, A.: “Discurso sobre el espíritu positivo” Alianza Edito-
rial. Madrid, 1993.
17.- Cooper, D.: “Psiquiatría y antipsiquiatría” Paidos. Buenos Aires,
1964.
18.- Cotarelo, R.: “La izquierda: desengaño, resignación y utopía”
Ediciones del Drac. Barcelona, 1989.
19.- Deleuze, G.: “Nietzsche y la filosofía” Anagrama. Barcelona, 1998.
20.- Deleuze, G. Guattari, F.: “El antiedipo” Barral. Barcelona, 1974.
21.- Derrida, J.: “El concepto de verdad en Lacan” Homo Sapiens.
Buenos Aires,1977.
22.- Diatkine, G.: “Jacques Lacan” Biblioteca Nueva. Madrid, 1999.
23.- Einstein, A.. “Mi visión del mundo” Tusquets Editores. Barcelona,
1981.
24.- Feyerabend, P. K.: “Adiós a la razón” Tecnos. Madrid, 1982.
25.- Foulkes, S.H.: “Manual de psicoterapia de grupo” Fondo de
Cultura Económica. México, 1963.
26.- Freud, S.: “La interpretación de los sueños” Obras completas,
tomo II. Biblioteca Nueva. Madrid, 1972.
27.- Freud, S.: “El chiste y su relación con el inconsciente” Obras
completas, tomo III. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972.
28- Freud, S.: “El Moisés de Miguel Ángel” Obras completas, tomo
V, Biblioteca Nueva. Madrid, 1972.
29.- Freud, S.: “Introducción al narcisismo” Obras completas, tomo
VI, Biblioteca Nueva. Madrid, 1972.
30.- Freud, S.: “Lo inconsciente” Obras completas, tomo VI, Biblio-
teca Nueva, Madrid, 1972.
31.- Freud, S.: “La represión” Obras completas, tomo VI, Biblioteca
Nueva, Madrid, 1972.
32.- Freud, S.: “Lecciones introductorias al psicoanálisis” Obras
completas, tomo VI. Biblioteca Nueva. Madrid, 1972.
33.- Freud, S.: “Lo siniestro” Obras completas, tomo VII, Biblioteca
Nueva. Madrid, 1972.
34.- Freud, S.: “El Yo y el Ello” Obras completas, tomo VII, Biblioteca
Nueva. Madrid, 1972.
LECTURAS RECOMENDADAS 265