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Enfermedad, sanación y milagros -I-

Diácono Orlando Fernández Guerra

Los evangelistas afirman unánimemente que Jesús predicaba el Reino de Dios, no solo a
través de palabras, sino de obras (Lc 24,19; Jn 14,10; Hch 2,22; 7,22). El Maestro había pasado
haciendo el bien (Hch 10,38) y sus obras daban testimonio de eso (Mt 11,2.19; Jn 5,20.36; 7,3; 9,4;
10,25.32.37-38; 14,10-12; 15,24; Lc 7,35). Así, una buena parte de los evangelios, están dedicados a
narrar estas obras que los cristianos llamamos: los milagros de Jesús. En total, podemos encontrar
en ellos unos sesenta y cinco relatos de milagros. Marcos nos relata dieciocho, mientras que Mateo y
Lucas coinciden en veinte cada uno y Juan tan solo siete de estos signos.
Para acercarnos a este tema tan importante es bueno saber que términos usan en sus obras
para nombrarlos. Si miramos en cualquier Diccionario de la Lengua Española encontraríamos definida
la palabra milagro como: “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a
intervención sobrenatural de origen divino”. Para la mentalidad pagana de entonces –incluso, para
nuestra mentalidad moderna occidental-, los milagros suelen manifestarse de manera extraordinaria y
portentosa. Pero para la mentalidad bíblica esto no era absolutamente necesario. Aunque no
podamos explicar hoy –ni quizás nunca-, muchos de los milagros obrados por Jesús, este no rompió
al realizarlos ninguna de las leyes que rigen el universo conocido. Dios es el Creador del universo y
respeta su propia obra.
Los evangelistas sinópticos siempre usan el termino griego “dynamis”, que puede traducirse
por “poder, fuerza o señales” (Mt 7,22; 11,20-23; 13,54.58; 21,15; Mc 6,2; Lc 10,13; 19,37; Hch 2,22;
8,13; 19,11). Mientras que el evangelio de Juan usa dos términos griegos diferentes “semeión” que se
traduce por “signo, señal o símbolo” (Jn 2,11.23; 3,2; 4,48; 6,2.26; 7,31; 9,16; 11,47; 12,37; 20,30). Y
“erga” que se traduce por “obras” (Jn 5,20.36; 6,28; 9,3; 10,25.32.38; 14,10-12; 15,24).
Los primeros cristianos entendieron las obras que Jesús realizaba como signos de que el
Reino de Dios prometido había llegado a través suyo (Mt 11,5; Lc 7,21) y que Dios estaba
manifestando su victoria sobre las fuerzas del mal y de la muerte (Lc 10,18; 11,20; Mt 12,28). Sus
milagros eran una irrupción del futuro en el presente, evidenciando que en Él se unían dos aspectos
importantes que caracterizaban la era mesiánica: la espera de la salvación prometida y su realización
en el presente. Así los milagros son signos de que el Reino de Dios estaba entre ellos.
Ahora bien, la mayoría de los milagros que los evangelistas atribuyen a Jesús son curaciones
y muy pocos se refieren a otros temas. En el Antiguo Testamento la enfermedad era tenida como un
castigo divino debido a la condición pecadora del enfermo o de sus progenitores (Mt 9,2-7; Mc 2,5-12;
Lc 5,20-24). La enfermedad causada por el pecado volvía impuro a los enfermos. Y estos, cuando
sanaban, debían ofrecer un sacrificio en el Templo por su purificación (Lev 14,1-32). La impureza
legal les aislaba de la comunidad y les excluía de la sociedad (Lev 13,45-46). Esta creencia estaba en
el subconsciente de los apóstoles cuando le preguntan a Jesús: “Maestro, ¿quién pecó, él o sus
padres, para que haya nacido ciego?”. Jesús les respondió: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se
manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,2-3).
Si la enfermedad era fruto del pecado, solamente a Dios estaba reservado el restablecimiento
de la salud perdida. A diferencia de lo que sucedía en las religiones paganas donde hechiceros,
exorcistas, adivinos y sacerdotisas se dedicaban a este ministerio, en la Biblia solo Dios puede
devolver la salud a través de sus profetas (2 Re 5,7-8; 20,5). De ahí que encontremos varios salmos
invitando al enfermo a la oración para que sea librado de la muerte (Sal 6,2-5; 88,16; 41,5).
Cuando los profetas hablan de los tiempos mesiánicos, destacan entre sus características la
presencia de la salvación de Dios curando las enfermedades y dolencias: “Se despegarán los ojos
del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un Ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantará…” (Is 35,4-6). Los evangelios recogen estos textos aplicándoselos a Jesús como Mesías (Mt
11,4-5; Lc 7,21-22). Con su obrar Jesús cambia la comprensión de lo que es la vida y la muerte, la
salud y la enfermedad. Con el Mesías, Dios llegaba a su pueblo con criterios novedosos (1 Sm 2,8; Lc
1,53). Los evangelistas se hacen eco de esto al justificar el obrar de Jesús citando el Antiguo
Testamento (Is 61,1; Lc 4,18). Es en este contexto donde han de entenderse los milagros narrados en
los evangelios.

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