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1. INTRODUCCIÓN
2. LA CUESTIÓN CATEGORIAL
2.1. Teorías tipo/ejemplar: platonismo y aristotelismo
2.2. Alternativas a la teoría tipo/ejemplar
3. LA CUESTIÓN DE LA INDIVIDUACIÓN
3.1. El debate entre contextualismo y no-contextualismo
3.2. El debate entre sonicismo e instrumentalismo
REFERENCIAS
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Cuestiones generales
Ontología de las grabaciones musicales
Ontología de las improvisaciones
Ontología de la música por ordenador
Ontología de las versiones y transcripciones
1. INTRODUCCIÓN
La pregunta fundamental de la ontología es la pregunta acerca de qué cosas hay o existen.
La ontología de la música es una subdisciplina dentro de la ontología y, como tal, se ocupa
de un subconjunto de los objetos de los que esta trata. No se pregunta por la existencia de
las cosas en general, sino por la existencia de una clase particular de objetos. Su ámbito
son objetos que, o bien tienen al sonido como medio, o bien están estrechamente
relacionados con él. La pregunta fundamental de la ontología de la música es, pues, la
pregunta acerca de qué tipos de cosas musicales hay y cuáles son las relaciones que se
establecen entre ellas (Kania, 2012). La respuesta a esta pregunta involucra, a su vez,
determinar cuál la naturaleza de estos objetos musicales.
En las prácticas musicales nos encontramos con una amplia diversidad de productos que,
teniendo al sonido como medio, son objeto de apreciación estética. No resulta extraño que
se formulen juicios como los siguientes:
Debido a la centralidad que ocupan en dichas prácticas, las obras musicales han constituido
el principal objeto de estudio de la ontología de la música durante las últimas cinco décadas.
Tras la publicación de las monografías Languages of Art de Nelson Goodman (1968)
(Traducción al castellano: Los lenguajes del arte. Una aproximación a la teoría de los
símbolos, 2010) y Art and its Objects de Richard Wollheim (1968) (Traducción al castellano:
El arte y sus objetos, 2019), se originó lo que algunos autores han denominado la época
dorada de la ontología de la música (Rohrbaugh, 2012: 29; Giombini, 2017: 135). En su
desarrollo como disciplina, la ontología de la música se ha estructurado en torno a tres
cuestiones fundamentales: la cuestión categorial, la cuestión de la individuación y la
cuestión existencial (Dodd, 2007, 2008; Davies, 2004, 2009; Thomasson, 2009, 2010). La
cuestión categorial es la pregunta acerca de qué clase de entidad son las obras musicales.
Responderla consiste en determinar a qué categoría ontológica pertenecen. La cuestión de
la individuación es la pregunta acerca de cuáles son las condiciones de identidad de las
obras musicales. La tarea aquí consiste en determinar el conjunto de condiciones o
parámetros que fijan la identidad de una obra. Finalmente, la cuestión existencial es la
pregunta por las condiciones de existencia y persistencia de las obras musicales. La
respuesta a esta pregunta involucra diversas consideraciones acerca de la creabilidad y
destructibilidad de las obras.
Este último rasgo se conoce como la repetibilidad de las obras musicales. Se trata del
fenómeno por el cual una obra musical se manifiesta a través de sus ejecuciones
adecuadamente formadas –aquellas que satisfacen adecuadamente las normas prescritas
en la partitura de la obra o, en general, aquellas que satisfacen las propiedades normativas
de la obra– en distintos lugares y múltiples veces. Esas ejecuciones no son copias de la
obra, sino eventos sonoros que nos permiten apreciar estéticamente la obra que se
manifiesta en ellas. Se ha señalado que la repetibilidad de las obras musicales implica, a su
vez, otros dos rasgos de estas (Puy, 2019). Por una parte, implica su audibilidad, es decir,
el fenómeno de que las obras musicales son una clase de cosa que se puede escuchar por
medio de sus ejecuciones. Por otra, implica la variabilidad de las obras musicales en sus
ejecuciones. En tanto que las ejecuciones musicales son eventos sonoros, y que cada
evento posee una ubicación espacio-temporal única, cada ejecución musical es diferente.
Además, puesto que una obra musical admite múltiples interpretaciones correctas, las
ejecuciones de esta pueden diferir en aspectos artística y estéticamente relevantes (Davies,
2012: 643).
La consecuencia del platonismo de que las obras musicales no son creadas por sus
compositores es inasumible para algunos autores. Jerrold Levinson defiende que la idea de
que los artistas crean cosas (las obras de arte) es una de nuestras intuiciones más firmes
respecto al arte (Levinson, 1980: 8). Esta ha sido su principal motivación para proponer una
posición aristotélica sobre las obras musicales, la teoría de los tipos indicados, según la cual
los tipos con las que estas se identifican sí tienen origen temporal. Las obras musicales
serían tipos de la forma φ-indicada-por-X-en-t, donde φ es una estructura de sonidos, X un
compositor y t el momento en el que la estructura φ ha sido indicada. La Quinta Sinfonía de
Beethoven sería el tipo indicado φ-indicada-por-Beethoven-en-1908. Los tipos indicados son
iniciados en el sentido de que tienen origen, el momento en el que fueron indicados por los
compositores (Levinson, 1980: 21). Las condiciones de existencia de los tipos indicados no
vienen dadas, según esta perspectiva, por las condiciones de existencia de las propiedades
que los individúan, sino por la posibilidad de ser ejemplificados en ejecuciones musicales.
Así, la Quinta Sinfonía comenzó a existir cuando Beethoven indicó esta obra al escribirla en
una partitura. Mediante esta acción, Beethoven estableció una serie de reglas para la
ejecución correcta de esta obra –aquellas recogidas en la partitura–, iniciando así las
prácticas culturales que posibilitan ejemplificar esta obra en ejecuciones particulares
(Levinson, 2012: 54; Howell, 2002: 115–116).
La teoría de los tipos indicados no está libre de problemas. En primer lugar, se ha señalado
que se trata de una propuesta ad hoc para dar cuenta de la naturaleza de las obras
musicales, teniendo indeseables consecuencias cuando se aplica a otros dominios. Según
la teoría de los tipos indicados, cuando un compositor (c) entra en relación con una
estructura de sonidos (φ) en un determinado momento (t), el resultado es una nueva
entidad: el tipo φ-indicada-por-c-en-t. Sin embargo, no parece que cuando alguien me
señala ahora el edificio más grande de Málaga, se genere un nuevo objeto, a saber: el
edificio-visto-por-mí-ahora (Predelli, 2001: 289; Dodd, 2008: 1121). Asimismo, se ha
apuntado que la teoría de los tipos indicados es metafísicamente oscura, ya que resulta
difícil comprender cómo un objeto abstracto puede tener objetos concretos (personas y
momentos) como constituyentes (Dodd, 2008: 1122–1123).
Sin embargo, esta propuesta no está exenta de inconvenientes. Por ejemplo, no ofrece una
explicación adecuada de las condiciones de existencia e identidad de las obras musicales
que nunca han sido estrenadas. Si el nominalista es reduccionista respecto a los conjuntos
–admitiendo su existencia únicamente cuando existe alguno de sus miembros– las obras no
ejecutadas no existirían. Sin embargo, parece que tenemos la intuición de que una obra
existe una vez finalizada por su compositor, con independencia de que sea o no
interpretada. Si el nominalista no es reduccionista, y puesto que los conjuntos se individúan
extensionalmente por sus miembros, todas las obras que no hayan sido ejecutadas serían
la misma obra. Se identificarían con el conjunto vacío de ejecuciones (Giombini, 2017: 87).
Asimismo, también se objeta al nominalismo que no todas de las propiedades de las obras
musicales coinciden con, ni se reducen a, las propiedades de sus ejecuciones. En efecto,
podemos decir que el conjunto de ejecuciones actuales de una obra es estridente, debido a
las limitaciones del desarrollo técnico de los instrumentos, sin que digamos que la obra,
como tal, sea estridente. Igualmente, cuando decimos que la Quinta Sinfonía es
sobrecogedora, no queremos decir que todas sus ejecuciones lo sean (Dodd, 2007: 22–25).
Vistos los problemas a los que se enfrentan las propuestas que identifican a las obras
musicales con objetos concretos, algunos autores han intentado explorar otras soluciones.
La hipótesis idealista, según la cual las obras musicales son entidades de naturaleza mental
–ideas en la mente del compositor (Cox, 1986)– había dejado de ser atractiva por diversos
motivos: las obras musicales serían entidades privadas, confinadas en la mente del
compositor, no audibles y a las que nunca accederíamos en su totalidad. Sin embargo,
desarrollos recientes en la ontología de las ideas parecen haber abierto la posibilidad de
hipótesis más plausibles sobre la naturaleza de las obras musicales. De acuerdo con estas
propuestas, las ideas son sistemas de estados mentales ejemplares adecuadamente
relacionados entre sí, lo que requiere que esos estados mentales sean ejemplares del
mismo estado mental tipo y que estén suficientemente relacionados histórica y causalmente
(Cray & Matheson, 2017: 705). En este marco, las obras musicales son identificadas con
“ideas completas para una manifestación musical” (Cray & Matheson, 2017: 707). Sus
manifestaciones son las ejecuciones que tratan de realizar la idea de forma perceptible
(audible), satisfaciendo las condiciones impuestas por el contenido de esa idea. Así, la
Quinta Sinfonía es una idea completa para manifestación musical en sus distintas
ejecuciones. En tanto que idea, la Quinta Sinfonía es un sistema de estados mentales
ejemplares adecuadamente relacionados entre sí, siendo Beethoven la primera persona en
alcanzar uno de esos estados mentales. Por medio de las manifestaciones de esa idea,
cualquier persona puede alcanzar un estado mental concreto del mismo tipo del que tuvo
Beethoven y adecuadamente relacionado con este. Cuando esto sucede, el sistema en el
que consiste la idea de la Quinta Sinfonía se expande, incluyendo nuevos estados mentales
que son ejemplares del mismo tipo y que están adecuadamente relacionados entre sí (Cray
& Matheson, 2017: 705–6). De esta manera, las obras musicales son públicas, compartibles
y creadas mediante la actividad de sus compositores de alcanzar un estado mental concreto
que consideren del tipo adecuado para ser ejecutado musicalmente (Cray & Matheson,
2017: 709–10).
Pese a su sofisticación, esta propuesta no está exenta de problemas que tienen que ver con
la persistencia y el acceso que tenemos a las obras musicales. Las ideas se individúan, en
parte, por su contenido (Cray & Matheson, 2017: 709). Puesto que las ideas son sistemas
de estados mentales ejemplares, parte del contenido de una idea son los estados mentales
ejemplares que la componen. Una de las perspectivas más plausibles es considerar a estos
sistemas como agregados, es decir, como fusiones de sus componentes –estados mentales
ejemplares adecuadamente relacionados– que existen en, y solamente, aquellos momentos
y lugares en los que sus componentes existen (Cray & Matheson, 2017: 706). Los
problemas de esta propuesta son dos. En primer lugar, la Quinta Sinfonía dejaría de existir
cuando nadie estuviese pensando en ella –es decir, teniendo el estado mental ejemplar
apropiado– y volvería a existir cuando alguien volviese a pensar en ella. Este alguien,
distinto de Beethoven, debería considerarse también como creador de la Quinta Sinfonía en
ese momento desde un punto de vista ontológico. En segundo lugar, cada nuevo estado
mental ejemplar adecuadamente relacionado con el estado mental ejemplar de Beethoven
daría lugar a un nuevo sistema más complejo que el anterior. Por lo tanto, al escuchar una
ejecución de la Quinta Sinfonía hoy, estamos accediendo a un sistema distinto y mucho
más complejo de aquel al cual accedieron los contemporáneos de Beethoven en el estreno
de la obra en 1808. En consecuencia, el idealismo no es capaz de explicar la intuición de
que podemos escuchar la obra que Beethoven compuso en 1808, ya que estaríamos
escuchando una obra diferente pese a que alcancemos un estado mental del mismo tipo al
escuchar una de sus ejecuciones.
Ante las dificultades encontradas para identificar a las obras con alguna categoría
ontológica, algunos autores han optado por una estrategia nihilista o ficcionalista, según la
cual no hay obras musicales en el nivel fundamental de la realidad (Goehr, 2007; Cameron,
2008; Kania, 2012). Según estas propuestas, cuando hablamos en nuestras prácticas
acerca de las obras musicales, lo hacemos de una manera ficticia o figurada: no nos
estamos refiriendo a, ni nos comprometemos con la existencia de, ninguna entidad del
mundo. Nos comportamos como si hubiese obras musicales, pero en realidad no las hay.
Sin embargo, estas posiciones difícilmente encuentran una explicación y justificación del
aprecio que tenemos a los compositores musicales por el resultado de sus actividades, así
como de los intercambios y prácticas que tienen lugar en el mundo de la música (derechos
de autor, pago por encargos a los compositores, la autenticidad de las ejecuciones
musicales, etc.).
3. LA CUESTIÓN DE LA INDIVIDUACIÓN
La pregunta por la individuación en ontología de la música pretende determinar cuáles son
los rasgos que fijan la identidad de los objetos de apreciación en nuestras prácticas
musicales. Al igual que ocurre con la cuestión categorial, la investigación acerca de la
individuación está centrada fundamentalmente en las obras musicales. En este sentido, el
objetivo principal consiste en determinar cuáles son las condiciones bajo las cuales dos
objetos musicales O y O* son considerados como la misma obra musical o como obras
musicales distintas. Así, las condiciones de individuación de la Quinta sinfonía de
Beethoven son los rasgos que hacen que la Quinta sinfonía sea la obra que es y que la
distinguen de cualquier otra obra musical. Se han desarrollado dos debates en este ámbito,
atendiendo a la relevancia del contexto musical y la instrumentación en la individuación de
las obras musicales, respectivamente.
Contextualismo modal: nuestras intuiciones modales acerca de la relación entre una obra y
sus circunstancias de producción en su contexto de composición determinan los parámetros
que fijan la identidad de esta (D. Davies, 2004)
Sonicismo puro: las obras musicales son puras estructuras de sonidos sin color (Kivy,
1988/1993; Scruton, 1997).
El sonicismo puro ha sido criticado por no reconocer que las propiedades tímbricas
determinan muchos de los rasgos estéticos de una obra, siendo así propiedades relevantes
para su identidad (Dodd, 2007: 213, 217; Levinson, 2011: 245). El sonicismo tímbrico
sostiene que el timbre de los instrumentos prescritos por el compositor es un factor que
determina la identidad de una obra musical. Cualquier ejecución de la Quinta Sinfonía
llevada a cabo por instrumentos que produzcan timbres distintos de los correspondientes a
la instrumentación original prescrita por Beethoven no contaría como una ejecución de esta
obra. Sin embargo, el sonicismo tímbrico rechaza que el uso de los instrumentos
especificados por el compositor sea un requisito para que algo cuente como una ejecución
de esa obra. Una ejecución de la Quinta sinfonía llevada a cabo por un sintetizador perfecto
que fuese capaz de reproducir exactamente el sonido de los instrumentos prescritos por
Beethoven contaría como una ejecución apropiada de la Quinta sinfonía. Los defensores de
esta perspectiva sostienen que las propiedades estéticas de una obra sobrevienen
meramente a sus propiedades acústicas, entre las que figuran las propiedades tímbricas,
con independencia de cual haya sido su origen causal (Dodd, 2007: 213).
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