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PRESENTA:

EL ASESOR DE CAMPAÑA Y EL
MANUAL DEL CANDIDATO EN LAS
ELECCIONES DE LA ANTIGUA ROMA
Hola amigos de Todo Marketing Politico, hoy comparto con uds un material muy
interesante a nivel histórico inspirado en la antigua Roma.

Hablare un poco sobre el candidato, el asesor de campaña, un poco de historia de


Augusto III y además comparto el histórico Manual del Candidato de Quinto Tulio
Cicerón.

Seguramente los ayudara a entender cómo era una campaña electoral en aquellos
tiempos y así podrán apreciar las semejanzas y diferencias existentes con las actuales.

Comenzare hablando sobre el asesor de campaña que todo político o candidato a


político suele tener.

Para ello voy a utilizar como material el "Commentariolum Petitionis" o "Manual


del Candidato", atribuido a Quinto Tulio Cicerón, hermano del gran Marco Tulio
Cicerón.

El Asesor de Campaña

Quinto a su hermano Marco:

Aunque tienes talento natural y con aplicación y esfuerzo has adquirido otras muchas
habilidades, el cariño que nos profesamos me impulsa a poner por escrito las ideas
sobre tu campaña electoral que dan noche y día vueltas a mi cabeza; no creo que vayas
a aprender algo nuevo, pero pueden ayudarte a poner orden y sacar consecuencias de
una serie de observaciones que en sí mismas parecen inconexas y no llaman mucho la
atención. Además, me parece que aunque tengas una fuerte personalidad, te será
posible aparentar durante unos meses otra forma de ser y comportarte.
Como podrán ver el candidato a un cargo público debe tener talento natural y aparentar
durante la campaña electoral una forma de ser y de actuar que agrade a sus posibles
votantes, y además un asesor que le aporte ideas, ordene las ya existentes y le oriente en
su estrategia política.

Leerán el periódico, escucharán la radio, verán la televisión, navegarán por Internet y


redes sociales y comprobarán si esto que acabo de escribir es verdad o no.

Ya hable un poco sobre el "asesor de campaña", ahora voy a centrar el comentario


sobre el "candidato" y su comportamiento y actuación durante la campaña electoral.
Para ello nada mejor que leer a Quinto Tulio Cicerón.

El Candidato

Quinto a su hermano Marco:

Lo primero que debes tener en cuenta es dónde estás, cuál es tu objetivo y quién eres y,
a diario, cuando te encamines al Foro. has de repetirte: "soy un advenedizo, quiero ser
cónsul y esto es Roma".

Que muchos te consideren un arribista queda, en cierto modo, compensado por tu


reputación de buen orador; la elocuencia da siempre prestigio y la gente pensará que
no será mal cónsul quien es el abogado preferido de los consulares. Siendo esa la
causa de tu fama y de tu posición actual, debes estar siempre listo para preparar cada
defensa como si el veredicto fuera a depender sólo de tu habilidad y poder de
convicción; procura, pues, tener siempre ensayados nuevos argumentos y recuerda a
menudo lo que Demetrio escribió sobre los esfuerzos y prácticas de Demóstenes.

El siguiente paso es que la gente sepa los muchos y buenos amigos que tienes. ¿Qué
otro en tu situación ha tenido tantas ventajas?: gozas de la confianza del mudo
financiero, de la práctica totalidad del orden ecuestre y te apoyan todos tus antiguos
defendidos, muchos municipios y varias asociaciones; y además está ese grupo de
jóvenes selectos a los que enseñas Oratoria y tu amplio y constante círculo de
partidarios, que incluye gentes de toda condición. Aprovéchalos y no dejes que te
abandonen: dáles consejo, busca su ayuda, asegúrate de que todos los que estén en
deuda contigo se enteren que ahora es el momento de devolver tus favores y que los que
quieran hacerte un servicio comprendan que no encontrarán mejor ocasión para ganar
tu agradecimiento.

Como es bueno que te aprecie la gente a cuyo círculo quieres pertenecer, no olvides
que el favor de los nobles, especialmente el de los de rango consular, es de gran ayuda
para cualquier advenedizo y tienes que cultivar diligentemente su trato, visitándolos y
persuadiéndoles de que tus simpatías políticas siempre se han inclinado de su lado (...).

En esta misma línea, preocúpate de ganar partidarios entre los jóvenes nobles o, al
menos, que no pierdan el entusiasmo por tu causa, pues son fuente de prestigio; como
ya hay bastantes a tu alrededor, cuida que noten el mucho respeto que les tienes. Y, por
último, también sería muy útil que intentaras atraerte a cuantos nobles no te son
abiertamente hostiles.
Tras esta pequeña lectura, superficialmente se pueden extraer algunos puntos muy
interesantes que pueden ser fundamentales para todo candidato que aspire a un cargo
público:

1. Saber qué es lo que quieres y deseas conseguir.

2. Aprovechar tu fama o bien el éxito profesional cosechado como base de tu


candidatura.

3. Estar siempre expectante y activo durante la campaña electoral.

4. Muestra públicamente a tus amistades, hazlas lucirse y luego pídeles su colaboración.

5. Fomenta y relaciónate con políticos de prestigio que puedan apoyar públicamente tu


candidatura.

6. Busca el voto de la juventud, es bueno tener aire fresco, renovador y nutrirte de


nuevas ideas.

7. No desestimes a personas influyentes que aún no se han mostrado contrarias a tu


campaña ni a tus ideas; intenta atraerlas y convencerlas de las bondades de tu proyecto
político.
Un poco más de historia:

Augusto III “Primus inter pares”

En un lenguaje actual, y considerando las aptitudes políticas de Octavio, me atrevo a


afirmar que fue un verdadero genio. Causa admiración a muchos el modo en que se alzó
con el poder en aquél nido de serpientes que era Roma, y cómo supo mantenerlo durante
décadas contando siempre con el apoyo casi incondicional de su pueblo.

Tras derrotar a Marco Antonio, Octavio era de forma efectiva el dueño absoluto de
Roma y de todos sus dominios. En una astuta maniobra, perdonó a las legiones de
Antonio y les dio tierras en Oriente, de manera que se ganó el afecto de los militares y
limpió con ello su imagen de líder despiadado; la misma imagen con la que había
conseguido ascender al poder, y que ahora resultaba tan inconveniente.

Su tío abuelo Julio César había probado en sus propias carnes lo mal que aceptaba el
pueblo de Roma -y sobre todo su clase política- el poder de los dictadores. Puede que el
error de César fuera no quitar de en medio a los suficientes opositores como en su
tiempo hiciera Sila (quien a pesar de la terrible represión que encabezó, con miles de
asesinatos políticos, murió apaciblemente tras retirarse de la vida pública). Puede que el
mayor error de César hubiera sido el hacerse proclamar dictador vitalicio, en lugar de
prolongar su mandato gradualmente. Lo único cierto es que Octavio aprendió bien la
lección, y no estaba dispuesto a acabar como su asesinado padre adoptivo.

Así, el mismo año 31 a.C., el año de su victoria en Actium, Octavio convocó elecciones
y fue fácilmente elegido cónsul. Octavio seguiría siendo elegido cónsul de forma anual
hasta el 27 a.C. año en el que realizó la que algunos consideran la maniobra política más
hábil jamás realizada por gobernante alguno: Octavio proclamó que se habían
restablecido las instituciones republicanas, que no se sentía atraído por el poder, y que
renunciaba a éste en favor del Senado de Roma.

En aquél momento sucedieron muchas cosas casi simultáneamente: los políticos, sin un
liderazgo claro, se echaban las manos a la cabeza temiendo el regreso a las guerras
civiles que habían asolado Roma durante el último siglo. El pueblo, por su parte, más
propenso a la superstición, y ante la coincidencia de un periodo de hambruna provocado
por la falta de suministro de grano y algún que otro negro presagio acontecido en las
calles, tomaba los recientes infortunios como una señal divina y clamaba por el
nombramiento de Octavio como dictador vitalicio. Encerraron a los senadores dentro
del edificio del Senado y amenazaron con prenderles fuego si no accedían a entregar el
poder a Octavio.

Octavio apareció ante la plebe, y rasgándose las vestiduras, volvió a afirmar que
rechazaba el poder, que de ninguna forma quería ser nombrado dictador, y mucho
menos vitalicio, pero que asumiría la responsabilidad de devolver a Roma la paz social
si ese era el deseo del pueblo. El Senado, ante esta coyuntura, le mantuvo en el cargo de
cónsul -cargo que iría renovando en sucesivas elecciones hasta el año 23 a.C.- y repartió
los poderes del Estado con Octavio. Además, fue nombrado Princeps (título que
equivalía a Primus inter pares, “el primero entre iguales”), Augustus (un título de
autoridad moral religiosa por encima de la política), y se le concedió el derecho a portar
la corona cívica. Octavio, en efecto, no sería nunca dictador de Roma. A cambio, se
convirtió en César Augusto; un rey en todos los sentidos excepto en el nombre, con
tintes semi divinos y amplios poderes otorgados por un senado francamente afín; el
primer emperador de Roma propiamente dicho.

Con el tiempo, y en virtud de diferentes pactos con el Senado romano, Augusto fue
acumulando títulos y poderes que casi siempre tendían a proporcionarle mayor
autoridad moral y una mayor dignitas ante el pueblo. César Augusto amplió las
fronteras del Imperio, reorganizó las provincias y los municipios, romanizó los
territorios bajo influencia romana y, lo más importante, cumplió su promesa de
mantener la paz social en Roma. Tras sus campañas de conquista para ampliar el
Imperi0, Augusto decretó la Pax Romana, cerró las puertas del templo de Jano (que
siempre permanecían abiertas en tiempos de guerra) y, no menos importante, envió a las
legiones lejos, muy lejos de Roma, a las fronteras salvajes del Imperio donde no
pudieran influir en la política de la capital.

Mucho se podría hablar y escribir sobre sus largos años de reinado (porque, en efecto,
de una forma sutil, Augusto reinó sobre Roma). Antes de morir, un Octavio preocupado
por su papel en la Historia afirmó que había recibido una Roma de ladrillo y él devolvía
una Roma de mármol. Además impulsó reformas legales encaminadas a fortalecer las
costumbres morales ancestrales de Roma. Sin embargo, fracasó estrepitosamente a la
hora de aplicar su estricta moralidad a su propia familia. Octavio había contraído
matrimonio en el año 39 a.C., antes de su consolidación definitiva en el poder, con Livia
Drusa, quien ya tenía un hijo de un matrimonio anterior (Tiberio) y estaba embarazada
de otro (Druso). Claudio adoptó a los hijos de Livia, e incluso casó a su hija Julia con
Tiberio en la esperanza de conseguir una descendencia que heredara sus poderes.

Por desgracia, Augusto no contaba con el efecto que tendría sobre su hija la reiterada
utilización de ésta como moneda de cambio. Julia había estado casada anteriormente
con Marcelo, posteriormente con el fiel lugarteniente de Octavio Agripa (de quien tenía
cinco hijos) y ahora con su hermanastro Tiberio. Al final Julia acabó desmelenándose
como forma de protestar ante su falta de libertad de elección, y organizó un sonado
escándalo sexual que terminó siendo la comidilla de Roma. El dignísimo César Augusto
no podía consentir que semejantes cosas pasaran en su propia familia, y se vio forzado a
condenar al exilio a la pobre Julia. La hija del emperador terminaría sus tristes días lejos
de Roma, en una solitaria isla del Mediterráneo.

Por si esto fuera poco, la descendencia de Augusto fue muriendo -de muertes naturales
o provocadas- hasta que finalmente no quedó ningún heredero de su propia sangre a
quien cederle los poderes acumulados durante todos aquellos años. En vista de aquel
desastre, se vio forzado a declarar como heredero a su hijastro Tiberio.

César Augusto no sólo fue el primero de los emperadores de Roma; también fue el más
importante de todos. Augusto supo conservar el poder durante más de cuarenta años,
dándole una pátina de legitimidad moral en la que basó todo su reinado. A su muerte,
Roma era otra muy distinta de la que él recibió como legado de la moribunda República.
El pueblo había olvidado las guerras civiles y los conflictos internos, y Roma se
encaminaba con paso firme hacia la grandeza imperial. Ningún otro reino podía hacer
sombra a la gran superpotencia en la que se había convertido Roma, y su organización e
instituciones estaban tan bien coordinadas que fueron capaces de resistir los largos años
de locura imperial y abusos que se avecinaban con los herederos de Augusto: Tiberio y
Calígula.

Para los que les gusta, les recomiendo la serie Roma de HBO, una de las mejores que he
visto en mucho tiempo ;-). Les dejo un par de videos para los que no la conocen...
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