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Sergio Villalobos-Ruminott

Soberanías en suspenso
Imaginación y violencia en América Latina
Villalobos-Ruminott, Sergio
Soberanías en suspenso : Imaginación y violencia en América Latina.
- 1a ed. - Lanús : Ediciones La Cebra, 2013.
320 p. ; 21,5x14 cm.

ISBN 978-987-3621-00-0

1. Ensayo Filosófico. I. Título


CDD 190

© Sergio Villalobos-Ruminott
edicioneslacebra@gmail.com
www.edicioneslacebra.com.ar
Editor
Cristóbal Thayer
Imagen de tapa
Dr. Horacio H. Asprea, Flora mixta en filtro ecualizador

Esta primera edición de 700 ejemplares de Soberanías en suspenso se terminó de


imprimir en el mes de octubre de 2013 en Encuadernación Latinoamérica, Zeballos
885, Avellaneda

Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723


A Marlene Beiza Latorre
Así como a la madre sólo se la ve comenzar a vivir con
todas sus fuerzas cuando el círculo de sus hijos, al sentir
su proximidad, se cierra sobre ella, así las ideas sólo co-
bran vida cuando se juntan los extremos a su alrededor.
Walter Benjamin, El origen del ‘Trauerspiel’ alemán

Cada libro es una pedagogía destinada a formar su lector.


Las producciones en masa que inundan la prensa y el
mundo editorial no forman a los lectores, sino que presu-
ponen de manera fantasmática un lector ya programado.
De modo que terminan configurando a ese destinatario
mediocre que habían postulado de antemano.
Jacques Derrida, Estoy en guerra contra mí mismo
ÍNDICE
RECONOCIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

1. ENTRE LA EXCEPCIÓN Y EL INTERREGNO


Crítica de la operación efectiva del derecho
Excepción soberana y juristocracia
Violencia y destrucción
Soberanía y des-incorporación

2. DICTADURA Y MODERNIDAD: PARA UNA


CRÍTICA DE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA DEL
CAPITAL
Dictadura y globalización
Modernidad tardía latinoamericana
Prosa criolla de la contra-insurgencia
Principio evolucionista de comprensión
Golpe, dictadura y excepción

3. GOLPE, NIHILISMO Y NEO-VANGUARDIA: EL


DEBATE SOBRE LA AVANZADA Y LAS POLÍTICAS
DEL ARTE
Neo-vanguardia: modernismo y desistencia
La escena de “avanzada”: corte y politización
Nihilismo y transvaloración
Nihilización neoliberal
Duelo y modernización
Comparecencia y anacronía

4. POÉTICAS DEL HABITAR: LA HISTORIA COMO


REPETICIÓN Y CATÁSTROFE
La hipótesis del golpe a la lengua
Anasemia y literalidad
La raza como inflexión en la historia universal
El “gran” poema mistraliano
El fin de la hipótesis del Dichtung
Transición al nihilismo
5. EL ESTATUTO FILOSÓFICO DEL POEMA:
VARIACIONES SOBRE EL NOMBRE
La temporalidad del poema
El nombrar teológico-poético
Poesía, filosofía, universidad
El monolingüismo del otro
El estatuto poético de la filosofía
El coraje del poema

6. CINE Y FANTASMAGORÍA BARROCA


Formas de pensar la imagen
El cine impolítico de Raúl Ruiz
El punto ciego del espectáculo
Fantasmagoría barroca
Una Patagonia babélica
Escatología blanca

BIBLIOGRAFÍA
RECONOCIMIENTOS

Un libro es una reunión fortuita e intencionada, a la vez, de


encuentros, lecturas, comentarios y pasiones. En éste, en par-
ticular, la geografía que arman los nombres de todos aquellos
implicados, es ilimitada y esperanzadora. Uno hace lo que
hace por los amigos y amigas que ha ido encontrando en el ca-
mino, o por lo menos, trata de hacer lo que no puede dejar de
admirar en los demás. Durante la década de los 1990, mien-
tras era estudiante y luego profesor en la Universidad ARCIS,
establecí vínculos duraderos con una generación de la que me
siento orgullosamente parte. Carlos Casanova, Jaime Donoso,
Freddy Urbano, Oscar Cabezas, Felipe Victoriano, Mauro
Salazar, Francisco Báez, Cecilia Bartheld, Miguel Valderrama,
Alejandra Castillo, Elizabeth Collingwood-Selby, Paz López,
entre muchos otros. Miguel Urrutia Fernández y Juan Carlos
Mege también han acompañado este proceso reflexivo, con
sus propios énfasis y pasiones.
Una serie de profesores y amigos, es decir, hallazgos
fundamentales, han marcado mis lecturas y mis preocupacio-
nes, entre ellos, Carlos Pérez Soto, Miguel Vicuña Navarro,
Federico Galende, Willy Thayer, Isabel Cassigoli, Tomás
Moulian, Iván Reyes, Nelly Richard y, ya en Estados Unidos,
John Beverley, Mabel Moraña (responsable final de mi aterri-
zaje en este país), Hermann Herlinghaus, y, especialmente,
Ronald Judy y Paul Bové.

9
Por supuesto, no puedo dejar de mencionar a Teresa Peña-
Jordan, Juan Antonio Hernández, Rodrigo Naranjo, Ignacio
López-Vicuña, Manisha y Anustup Basu, todos compañeros
de aventuras y trasnoches. Asimismo, Scott Weintraub y Jess
Boersma han sido verdaderos descubrimientos en este largo
camino en el exilio.
Si los nombres de Federico, Willy y Nelly son determi-
nantes en mi vida y en mi trabajo, también lo ha sido Alberto
Moreiras, cuya generosidad y calidad intelectual me ha per-
mitido hacer un duelo, siempre incompleto, por la pérdida
ocurrida al haber dejado mi país y mi escena de inscripción
natural. Mediante un diálogo sostenido con Alberto, he te-
nido la suerte de conocer a un grupo de personas decisivas
para mis propias formulaciones: John Kraniauskas, Gareth
Williams, Jon Beasley-Murray, Patrick Dove y muchos otros,
tantos que si me pusiera a nombrarlos, seguramente el libro
debería ir en un tomo aparte. Permítaseme referir y agradecer
a los múltiples participantes de nuestro grupo de Crítica y
Teoría en Facebook, donde no deja de sorprenderme la inteli-
gencia y la gratuidad de cada uno.
En la Universidad de Arkansas, Fayetteville, mis colegas
en general, y mis estudiantes, cuya paciencia es ilimitada, han
resultado no solo estimulantes sino aliados fundamentales en
cada una de mis aventuras. Junto a ellos, la amistad sosteni-
da de Greg Buchanan, Iván Iglesias, Nelson Torres, Yimmy
Nieto, Brenda Magnetti, Gina Villamizar, among many others,
me ha acompañado durante todos estos años.
Pero si de compañías decisivas se trata, Marlene Paola
Beiza Latorre ha sido mi compañera por más de 23 años,
con una paciencia a toda prueba y con una generosidad que,
para los efectos de este libro, ha complicitado con el lector
para hacer digerible lo que, de no mediar su ayuda, hubiese
sido aún más insufrible. Me siento muy afortunado por su
compañía, la que consagra el entramado matriarcal que me
justifica. Mi madre, Yamileth Ruminott, mi hermana, Carla
Villalobos, mi esposa y mi hija, Martina Villalobos, constitu-
yen los puntos cardinales de mi portulano, poblado con los

10
nombres de Ricardo, Miguel, Orizon, Diego, Antonia, Gastón,
Rosa, Marisol y Viviana. Todos ellos, mi familia.
Ninguno de los mencionados puede ser considerado
responsable por las arbitrariedades e injusticias que deparan
las siguientes páginas, aunque, confesión de rigor, si alguna
idea concita la aprobación del lector se debe, seguramente, a
alguno de ellos o ellas.
Como es natural, al momento de reconocer mis deudas,
es muy probable que más de algún nombre haya quedado en
el olvido. Eso es solo efecto de mi impericia, misma que he
intentado corregir con una política decidida de valoración y
“critical engagement” con el mundo intelectual al que perte-
nezco. Eso también justifica las múltiples referencias que cru-
zan el libro, un simple gesto de honestidad comandado por
esa sentencia inolvidable de Borges: “cualquier pretensión de
novedad es producto de la ignorancia o del olvido”.
Este libro ha estado madurando por años, y la decisión de
publicarlo, ya más allá de las exigencias de la vida académica,
tiene que ver con razones personales y políticas, y con la es-
peranza de hacerme parte de una generación de intelectuales
jóvenes en Chile y en América Latina que me llenan de es-
peranza. Marcela Rivera Hutinel, Elixabete Ansa-Goicoechea,
Raúl Rodríguez Freire, Rodrigo Karmy, Miguel Ruiz Stull,
Gonzalo Díaz Letelier, Iván Pinto, Cristóbal Thayer, César
Pérez, y muchos más. A todos ellos también van dirigidas es-
tas reflexiones como testimonio parcial de nuestros esfuerzos
comunes.

*****

Una versión preliminar del capítulo uno apareció en Actuel


Marx 10 (2011) con el título “El poema de la ley. Notas sobre
constitucionalismo y Bicentenario en América Latina”. Una
versión también preliminar del capítulo dos apareció en A
Contracorriente, Vol. 6, N 1 (University of North Carolina),
otoño del 2008, con el título “Modernidad y dictadura en

11
Chile: la producción de un relato excepcional”. Una ver-
sión más breve del capítulo sobre artes visuales, apareció
en Revista De/rrotaR vol. 1, n 2 (Santiago: 2009), con el título
“Modernismo y desistencia. El debate sobre la neovanguardia
y el retorno a la Avanzada”. El trabajo sobre Marchant tiene
una primera formulación en Arena Romanistica, 6 (University
of Bergen), 2010, con el título “Catastrophe and Repetition:
On Patricio Marchant’s Poetical Thinking.” Aunque de los
capítulos restantes hay versiones preliminares, todavía no
aparecen publicadas. En cualquier caso, cada uno de ellos ha
sido reformulado de acuerdo con el intento argumentativo de
este libro, por lo que además del reconocimiento necesario
de las publicaciones previas, debo advertir que las versiones
actuales son sustantivamente diferentes.
INTRODUCCIÓN

Porque la imagen es otra cosa que un simple corte


practicado en el mundo de los aspectos visibles. Es una
huella, un rastro, una traza visual del tiempo que quiso
tocar, pero también de otros tiempos suplementarios
–fatalmente anacrónicos, heterogéneos entre ellos– que
no puede, como arte de la memoria, aglutinar. Es ceniza
mezclada de varios braseros, más o menos caliente.

Georges Didi-Huberman1

En el actual contexto de conmemoración de los 40 años del


golpe, comienza a imperar un cierto tono moralizante en el
debate chileno, principalmente en aquel promocionado por
los medios de comunicación masivos y por las retóricas de
los políticos profesionales y del Estado. Cómo si se tratara
de una cuestión moral y excepcional. Cómo si Chile, junto
con algunos pueblos elegidos, hubiese tenido que pasar por
esta tragedia comunitaria donde el hermano mata al herma-
no, herida de Caín sin cicatriz, para reinsertarse en la senda
del progreso y de la reconciliación. Donde, más allá de las
responsabilidades legales, muy tempranamente condonadas,
las responsabilidades éticas fuesen el incentivo para volver a
un discurso de la unidad, del perdón y del olvido demasiado
mediado por los cálculos electorales en un año de elecciones.
Cómo si el golpe y la muerte que vino con él fuesen una cues-
tión del pasado.

1.  “Cuando las imágenes tocan lo real”, Cuando las imágenes tocan lo real,
Madrid, Ediciones Arte y estética, 2007, pp. 7-36. La referencia proviene de
la página 35.

13
Sergio Villalobos-Ruminott

Pero esta estrategia ha sido habitual en los años recientes,


pues se trata, en la mayoría de los casos, de una confesión
acongojada sobre los errores del pasado, sobre sus excesos y
lamentables omisiones, que termina por indiferenciar todo
en un llamado a la Vida Nueva y a la reconciliación nacional
(como si el asesinato fuese todavía un crimen de orden fa-
miliar, una escena amorosa que hay que sanar). Nuestro in-
terés, por el contrario, radica en desbaratar el fetiche de la
excepcionalidad (¿cómo nos pasó esto a nosotros?), y mostrar
que el golpe y la calculada ingeniería refundacional que le
siguió, ni fueron excesos militares imponderables, ni hechos
del pasado, sino que responden a una racionalidad específica
que todavía determina los límites del debate político y de las
prácticas democráticas en la actualidad.
Creemos que es necesario pensar toda la dimensión del
duelo al hilo de la transformación del patrón de acumula-
ción y su consiguiente precarización de la vida, pues ahí el
golpe reaparece sin ningún misterio como pliegue soberano
que encarna una voluntad política bastante específica, la de
una vanguardia política y económica que se adueñó del país
hasta el punto de producir una lectura estandarizada de la
historia en la que convergen los miembros de la intelligentsia
progresista y neoliberal, concertacionista y empresarial. Es ne-
cesario mostrar la procedencia común del asesinato pasado
y del crimen actual, pues el desaparecido no está solo, y los
vencedores del pasado no han dejado de matar (de acumular
y de mandar). Este es el vínculo inocultable entre la derecha
civil, ultramontana y neoliberal, el militarismo posesivo na-
cional, y la moderada centro-izquierda arrepentida de sus
excesos juveniles. Los que hoy quieren aparecer como defen-
sores del libre mercado y la democracia tan solo ayer, manu
militari, concebían el asesinato como un problema de costos
de producción.
La reducción del terrorismo de Estado a un problema
simbólico y moral, o a una cuestión jurídica acotada, no hace
sino seguir invisibilizando la verdadera temporalidad del gol-
pe, aquella en la que todavía estamos domiciliados. No hubo

14
Introducción

un golpe sino una serie interminable de crímenes y fechorías


en nombre de una libertad y una democracia, al menos, cues-
tionable y como diría Walter Benjamin, los perdedores del
pasado ni siquiera muertos han dejado de sufrir, compete a
los vivos acallar tanto sufrimiento, encender la llama de la
historia como tiempo de redención.
En este sentido, y si pudiésemos decirlo en una frase que
por concluyente no parece menos enigmática, considerando
el desfile de personajes públicos, justamente olvidados, que
deambulan por la pantalla televisiva, la insufrible tendencia
narcisista de los medios a contar la historia de los mismos
medios en el momento del golpe, las ridículas escenas de
mortificación y los perdones instrumentalmente ofrecidos,
solo podríamos decir que, más que conmemoración y forzado
trabajo de duelo (que hoy la televisión pareciera estimular
con una retórica pedagógica y de servicio público, como si
esta misma televisión no hubiese estado ausente de todo de-
bate nacional en los últimos 40 años), lo que realmente se echa
en falta, lo que parece necesario y pertinente es terminar de
una vez con la terapia y darle paso a la política. No nos refe-
rimos, en todo caso, al necesario trabajo de elaboración que un
trauma histórico como el golpe (el exilio, la tortura y el asesi-
nato) implica para sujetos individuales y colectivos, sino a la
reducción terapéutica del proceso histórico chileno, una tera-
pia que además estaría fuertemente mediatizada y que termi-
naría convirtiendo el caso chileno, crucial para los reajustes
del patrón de acumulación y para la actual metamorfosis de
la soberanía estatal, en un caso más de los académicamente
fosilizados “trauma studies”.
El golpe no fue solo un evento trágico inscrito en las coor-
denadas del trauma y la biografía individual, sino también
operó una profunda transformación económica y política en
el país, en cuyo horizonte todavía estamos alojados. El pasa-
do del golpe, tan sobre-codificado por las imágenes en blanco
y negro que la televisión explota a mansalva, con sus tonos
nostálgicos y con una música de fondo que parece remitir a
una ingenua infancia colectiva, no está en el pasado, sino en

15
Sergio Villalobos-Ruminott

la perpetuación cotidiana del crimen, de la explotación, de la


impunidad y de la consagración del modelo de sociedad que
surgió violentamente el 11 de septiembre de 1973.
Como decía Benjamin para oponerse a un cierto anal-
fabetismo de las imágenes, hay que repensar la producción
masiva de imágenes que confirman los clichés convenciona-
les, pues una verdadera política de la imagen sería aquella
que muestra la incongruencia radical entre la imagen que nos
llega del pasado y las palabras destinadas a darle sentido, fi-
jándola y determinándola. Se trata de un trabajo de montaje
destinado a dejarla ser, dejarla arder en el instante de peligro
hacia el que debe ser conducido el espectador, el lector, pues
cualquier otra cosa es simple melodrama mediático.2
Es ese melodrama mediático y auto-desgarrado el que
continúa sobre-determinando el tono afectivo del debate pú-
blico chileno, desde el irresponsable “nunca más” de Patricio
Aylwin santificando el Informe Rettig (reporte que realiza en
el plano jurídico la misma operación expurgatoria que La vida
Nueva de Raúl Zurita realiza en el plano poético), a comien-
zos de los años 90, hasta hoy cuando el mismo Presidente de
Chile, parece liderar las confesiones y delatar las complicidades
pasivas entre su sector, la derecha política y neoliberal, y el
régimen dictatorial.
En tal caso, el golpe no ha pasado sino que se ha inten-
sificado en el presente, y el trabajo que nos proponemos en
estas páginas consiste en someter a cuestionamiento la ver-
sión estandarizada de la historia, su reducción a un principio

2.  Nos dice Georges Didi-Huberman “si lo que está mirando solo le hace
pensar en clichés lingüísticos, entonces está ante un cliché visual y no ante
una experiencia fotográfica. Si, por el contrario, se encuentra ante una expe-
riencia de este tipo, la legibilidad de la imágenes ya no está dada de antema-
no puesto que se halla privada de sus clichés, de sus costumbres: primero
supondrá suspense, la mudez provisoria ante un objeto visual que le deja
desconcertado, desposeído de su capacidad para darle sentido, incluso para
describirlo, luego, impondrá la construcción de ese silencio en un trabajo de
lenguaje capaz de operar una crítica de sus propios clichés. Una imagen bien
mirada sería, entonces, una imagen que ha sabido desconcertar y después
renovar nuestro lenguaje y por lo tanto nuestro pensamiento”. Ibíd., p. 31.

16
Introducción

evolucionista de comprensión según el cual, a 40 años de su


ocurrencia, estaríamos en condiciones y con la necesidad de
dar vuelta a la página y avanzar, decididamente, en la senda
del desarrollo nacional. En este sentido, lo que hermana a
todos los ensayos que presentamos acá, no es su intención et-
nográfica relativa a Chile o América Latina (ni se trata de una
contribución que debamos remitir a la lógica disciplinaria de
la Universidad contemporánea y sus “estudios de área”), pues
el interregno como soberanía en suspenso, central en todos ellos,
no solo funciona como clave para una teoría no excepciona-
lista de la historia, sino que suspende la misma geopolítica
que estructura un pensamiento nómico del desarrollo, por un
lado, y del reconocimiento, por el otro.
En otras palabras, una crítica de la filosofía de la historia
del capital no puede restarse de la problemática general rela-
tiva a la universalidad capitalista, a la filosofía de la historia
en general, y al problema de la democracia como un problema
que no es privativo ni de Europa ni de América, ni mucho me-
nos del llamado “Sur Global”. Contra todas estas reterritoria-
lizaciones soberanas e identitarias, sostenemos que la única
posibilidad de trascender el horizonte epocal del nihilismo es
la constitución de una crítica de la actual economía política de
la violencia. En tal caso, los ensayos reunidos en este volumen
son solo una primera aproximación a dicha tarea.
Comenzamos así con una problematización del
Bicentenario latinoamericano y con las iniciativas de refun-
dación constitucional en la región, atendiendo especialmente
al caso chileno y a la constitución de 1980. De ahí se procede
a interrogar las incongruencias y fisuras entre el poema de
la ley (la constitución) y la ley del poema (la condición hete-
róclita de la imaginación social) para mostrar, por un lado,
la necesidad de nuevas formas de contrato social capaces de
contrarrestar la jurisprudencia sorda instituida por las corpo-
raciones y, por otro lado, la necesidad de interrogar al mismo
derecho en cuanto forma de violencia mítica, en el actual de-
bate sobre las relaciones entre soberanía post-estatal y biopo-

17
Sergio Villalobos-Ruminott

lítica. No negamos la preeminencia de un cierto averroísmo


en nuestro argumento.
El capítulo siguiente se aboca a lo que llamamos una
crítica de la filosofía de la historia del capital, producida en
el contexto de las discusiones sobre la modernidad latinoa-
mericana y las transiciones democráticas en el Cono Sur.
Poniendo especial atención al debate chileno, se intenta mos-
trar la continuidad entre el historicismo analítico de los sabe-
res transitológicos y la reducida concepción de democracia
“tutelada” que ha imperado en la región desde mediados de
los años 1980. Esto nos permite fijar el contenido sustancial
de la lectura excepcionalista estándar del proceso chileno y
latinoamericano, a partir del vínculo entre la problemática
de la modernidad tardía latinoamericana y la democracia
neo-corporativa contemporánea.
En el ensayo siguiente, se retoma la discusión chilena so-
bre la neo-vanguardia artística y su redefinición de la relación
arte-política. Esto nos sirve para problematizar el fetichismo
de las reconstrucciones heroicas del pasado, el carácter fun-
dacional de la misma vanguardia estética y política (y militar)
y la problemática, más general, del nihilismo como condición
inherente al proceso de valoración capitalista actual. Gracias
a la claridad y profundidad del debate chileno, se cifran entre
sus hipótesis claves importantes para una lectura regional so-
bre la relación arte-política en el contexto de la globalización
neoliberal y la nihilización contemporánea. Lo que está en
juego en este capítulo, como en todo el libro, es la pregun-
ta por cómo escribir la historia nacional, regional, sin vicios
historicistas, excepcionalistas, ni partisanos. Cómo hacer del
trabajo de montaje narrativo un ejercicio de insubordinación
con respecto a las lógicas teóricas de la filosofía de la historia
del capital.
Posteriormente, mediante una recepción del trabajo del
filósofo chileno Patricio Marchant, se intentan discutir las
poéticas del habitar latinoamericano, el lugar singular de la
imaginación poética más allá de la economía simbólica que
estructura los estudios literarios convencionales, y la relación

18
Introducción

entre poesía, historia y catástrofe. Marchant aparece como eje


de un determinado giro reflexivo relacionado con la literatura
y, en especial, con la poesía latinoamericana, giro que hace
posible, por un lado, sentar una cierta genealogía de los de-
bates actuales del campo intelectual chileno (en particular, los
relativos a la neo-vanguardia y al estatuto del trabajo crítico
en la actualidad) y, por otro lado, anticipa un cuestionamien-
to sostenido sobre el estatus de la poesía y de la experiencia
histórica, más allá de la versión convencional sobre el origen
y el sentido de Latinoamérica.
Inmediatamente después, siguiendo con nuestra pregun-
ta en torno al poema, elaboramos una interrogación sobre su
estatuto filosófico y reflexivo, su don y su economía nominal,
en el contexto de una cierta catástrofe epocal, catástrofe que
habría alcanzado incluso a la definición de lo mestizo y del
singular castellano hispanoamericano tan relevante para el
mismo Marchant. Así, atendiendo a la disolución de lo que
podríamos llamar el Long Poem latinoamericano (siendo El
canto general su momento paradigmático), intentamos com-
prender el lugar de la poesía como crítica de la filosofía de la
historia en un doble movimiento que consiste en leer el poe-
ma ontológicamente, pero a la vez, en disolver la ontología
históricamente. El fin de ese Long Poem criollo desactivaría el
devenir filosófico del poema tanto como el devenir poético de
la filosofía, mediante una especie de estallido que astilla, a su
vez, la lengua de cristal de la “Gran Poesía” chilena, pero más
decididamente, de la “Gran Política” latinoamericana.
Si el estallido del poema monumental desactiva la homo-
logación entre historia, poema y filosofía, esa desactivación
desoculta, a su vez, la condición histórico-ontológica de la
imaginación contemporánea, más allá de cualquier exorcismo
normativo y de cualquier intento de sobre-codificación em-
prendido desde la filosofía de la historia. Lo que termina con
esta serie de procesos y prácticas materiales de significación
en torno a las últimas décadas de la historia nacional y regio-
nal, no es la historia sino el intento filosófico por remitirla a
los avatares de la modernización infinita, o de la liberación

19
Sergio Villalobos-Ruminott

partisana. Solo así es posible pensar la radicalidad de una de-


mocracia por venir, más allá del esquemático liberacionismo
marxista o nacionalista, y más allá del paradigma dominante
de la modernización, actualmente reformulado en términos
de integración y globalización.
Es en este contexto donde se inscribe la propuesta del
último ensayo dedicado al trabajo fílmico de Raúl Ruiz, parti-
cularmente de aquellas películas referidas a Chile, desde una
concepción de la fantasmagoría barroca que intenta suspen-
der la reducción de la imagen a la problemática del espectácu-
lo. El objetivo no es agotar la inmensa riqueza del trabajo de
Ruiz, sino señalar su pertinencia para pensar formas enreve-
sadas de la imaginación que suspenden tanto la identificación
pre-reflexiva con la comunidad (en el exilio) como la repre-
sentación monumental del poder. Un cierto efecto impolítico
se sigue de su elaboración negativa de la comunidad que es,
a la vez, una postulación sobre el carácter heteróclito de la
imagen, cuestión que suspende la teoría soberana del espec-
táculo, esto es, del espectáculo como soberanía total.
Por supuesto, ninguno de estos ensayos se presenta de
manera apodíctica ni promete soluciones definitivas. Por el
contrario, el intento no es otro que el de establecer una cierta
genealogía de procesos sociales y debates intelectuales que
sirvan de punto de partida para una investigación más sus-
tantiva, de la que aquí solo damos pasos preliminares.

Septiembre 2013, Fayetteville

20
1. ENTRE LA EXCEPCIÓN
Y EL INTERREGNO

Es totalmente erróneo afirmar que, en un estado consti-


tucional, la lucha por la existencia se convierte en una
lucha por la ley. Por el contrario, la experiencia muestra
de manera concluyente que lo opuesto es el caso. Y esto
es necesariamente así dado que la preocupación de la ley
con la justicia es solo aparente, mientras que en verdad
la ley está preocupada con su propia perpetuación.
Walter Benjamin, The Right to Use Force1

La violencia como medio es siempre, o bien fundadora


de derecho o conservadora de derecho. En caso de no
reivindicar alguno de estos dos predicados, renuncia a
toda validez. De ello se desprende que, en el mejor de los
casos, toda violencia empleada como medio participa en
la problemática del derecho en general.
Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia2

Crítica de la operación efectiva del derecho

Si la problemática general del derecho consiste en sancionar la


diferencia entre violencia legítima y violencia ilegítima, entre

1.  “The Right to Use Force”, Selected Writings, Volume 1, 1913-1926, Cambri-
dge, Massachusetts, The Belknap Press of Harvard University Press, 1997,
pp. 231-234. A menos que se indique lo contrario, las traducciones a lo largo
del libro son nuestras.
2.  “Para una crítica de la violencia”, en: Para una crítica de la violencia y otros
ensayos. Iluminaciones IV, España, Taurus, 1991, pp. 32-33.

21
Sergio Villalobos-Ruminott

el uso de la fuerza justificado por sus fines, y la injustificada


apelación a la violencia sin razón, entonces, ¿cómo se expre-
sa dicha problemática en la actualidad? Desde México hasta
Chile, la mayoría de los países latinoamericanos lograron su
independencia a partir de la serie de sucesos desencadenados
el año 1810 y que llevaron a la llamada emancipación política
de la región. Sin embargo, aun cuando dicha emancipación
permitió poner fin al vínculo colonial con España, como tal
este proceso no derivó en la consolidación automática de los
nuevos Estados nacionales que emergieron de aquella coyun-
tura. Marcadas por la ruptura y la continuidad, estas nuevas
naciones han sido incapaces de consolidarse, aplazando inde-
finidamente la realización del proyecto republicano que las
vio nacer. A pesar de este aplazamiento, no faltan los discur-
sos eufóricos ni las celebraciones monumentales dedicadas a
consagrar el mito de una cierto “progreso” regional que ocul-
taría, a fuerza de su insistencia, su accidentado reverso. Así,
para afirmar el carácter sostenido y lineal del progreso regio-
nal, la intelligentsia latinoamericana ha suspendido la cruenta
materialidad de la historia, reemplazándola con una narrati-
va excepcionalista alimentada por un principio historicista de
comprensión. Gracias a este principio, hoy no solo estaríamos
celebrando más de doscientos años de vida independiente,
sino que lo haríamos en envidiables condiciones de madurez
política y económica. Lo que esta intelligentsia (neo)liberal no
logra comprender, sin embargo, es la imposibilidad de soste-
ner en la actualidad los viejos paradigmas desarrollistas, ya
disueltos dramáticamente con el proceso general de refunda-
ción asociado con las recientes guerras civiles y dictaduras
militares que azotaron el continente en las últimas décadas,
y que marcaron su tránsito inexorable hacia la globalización
militar y financiera.
Si la problemática del derecho, más que una cuestión de
principios o fundamentos, es una cuestión relativa a la vio-
lencia y al establecimiento de límites y legalidades, entonces,
su operación distintiva es la diferenciación entre aquello que
resulta jurídicamente válido y aquello que no; pero, en la me-

22
1. Entre la excepción y el interregno

dida en que la desigualdad social antecede al mismo derecho,


descubrimos en el corazón de su problemática una violencia
fundacional que solo puede ser justificada por narrativas
reconstructivas sobre el origen de la ley. En este sentido, las
versiones oficiales del progreso latinoamericano pertenecen
a esta misma operación fundacional, no solo porque instalan
como origen el momento inaugural de la Independencia,
sino porque organizan el archivo material de la historia re-
gional según los criterios de legitimidad del Estado nacio-
nal, un Estado que aparecería como desenlace natural de la
historia republicana y como garante del predominio de la
Constitución.
En efecto, la historiografía convencional ha leído los pro-
cesos emancipatorios del siglo XIX como el comienzo de un
proyecto de liberación ininterrumpido a través de la historia;
proyecto que sería permanentemente confirmado, ya sea por
las distintas oleadas modernizadoras (versión liberal), ya sea
por las luchas anti imperialistas y de liberación nacional (ver-
sión marxista). Sin embargo, una serie de trabajos historiográ-
ficos recientes nos permiten comprender la “escena origina-
ria” de la Independencia ya no como una ruptura inaugural
sino como una metamorfosis de la soberanía imperial y como
configuración de una relación soberana vinculada al nomos
territorial del Estado moderno.3 Gracias a esta metamorfosis es

3.  El temprano trabajo de David Viñas, Indios, ejército y frontera, Buenos Ai-
res, Santiago Arcos editores, 2003 (original de 1982), resulta paradigmático
para comprender los procesos de largo plazo en la constitución del nomos
territorial moderno y para establecer la relación entre la Conquista y las
guerras de pacificación del siglo XIX en la región. Dichas guerras, pensadas
en perspectiva histórica, constituyen un capítulo tardío de la “destrucción”
de las Indias occidentales iniciada con el Descubrimiento y continuadas en
la actualidad con los cruentos procesos dictatoriales y de pacificación (Cen-
troamérica), así como con las nefastas consecuencias de la modernización
compulsiva y neoliberal de los últimos años (migración, femicidios, preca-
rización del empleo, etc.). Por otro lado, una serie de trabajos recientes han
problematizado la versión liberal y liberacionista de la Independencia lati-
noamericana, entre los que podemos mencionar a Françisco-Xavier Guerra,
Modernidad e independencias: ensayos sobre las revoluciones hispánicas, España,
Editorial MAPFRE, 1992. Jaime Rodríguez O., La independencia de la América

23
Sergio Villalobos-Ruminott

posible leer el llamado Bicentenario a contrapelo de la eufóri-


ca lectura oficial, es decir, ya no como la confirmación final del
proyecto post-colonial de liberación y progreso, sino como un
fetiche que edulcora el proceso de globalización y de flexibi-
lización del patrón de acumulación capitalista, proceso que
estaría dando paso a “nueva” metamorfosis de la soberanía
en la actualidad. En tal caso, lo que experimentamos hoy en
día como debilitamiento del Estado nacional no tiene mucho
que ver con su supuesta extinción in abstracto, sino que se tra-
ta de una transformación de la relación soberana de acuerdo
con una corporativización del espacio de lo político y con la
configuración de un nomos financiero global.
Pensar la problemática del derecho en este contexto, im-
plica distanciarse de las versiones historicistas de la historia
regional, interrumpiendo así la lógica del relato que alimen-
ta tanto a las ingenierías neoliberales como a las izquierdas
“progresistas”. La primera tarea para una concepción ma-
terialista de la historia sería, por lo tanto, la de suspender
este relato excepcionalista y exacerbar las diferencias entre
formas jurídicas de organizar la sociedad y formas históricas
de imaginar la vida en común. Pero, mostrar las diferencias
entre formas de vida y formas jurídicas no equivale a soste-
ner su mutua exclusión y su plena autonomía, precisamente
porque el derecho, en cuanto práctica y en cuanto horizonte
hermenéutico, no pre-existe ni trasciende a las formas histó-
ricas de la existencia humana, aunque si las sobre-codifica,
inscribiéndolas en su diagrama y regulándolas según sus
postulados fundamentales. De la misma manera, la crítica de
la operación efectiva del derecho no es una intervención filo-
sófica orientada a cuestionar sus fundamentos antropomór-
ficos, ni tampoco una estrategia destinada a desenmascarar
su carácter ideológico; se trata, por el contrario, de desocultar
su relación inherente con la violencia y su capacidad práctica

española, México, Fondo de Cultura Económica, 1996. Rafael Rojas, Las repú-
blicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, México,
Taurus, 2009. Y, Tomás Pérez Vejo, La elegía criolla. Una reinterpretación de las
guerras de Independencia hispanoamericanas, México, Tusquets, 2010.

24
1. Entre la excepción y el interregno

para circunscribir la multiplicidad de la vida social, las for-


mas heteróclitas de ser-en-el-mundo, a un relato interesado
sobre el origen y el destino de la comunidad.
Un caso ejemplar de esta operación es la llamada “hi-
pótesis hobbesiana” que presupone la condición precaria e
imperfecta de la naturaleza humana, una precariedad que
legitimaría la necesidad del pacto social como origen del or-
den y de la consiguiente vida política. Tanto en la operación
retroactiva de fundar el pacto en un orden cronológico que va
desde el “estado de naturaleza” hasta el “estado social”, como
en la postulación hipotética de una antropología relativa a las
pasiones humanas (Homo homini lupus est), se manifiestan las
características distintivas de la narrativa fundacional del de-
recho.4 En este sentido, la misma existencia humana se vuelve
un hecho jurídico, una vez que el pacto social sanciona su
precariedad como imperfecta condición natural. Pero, ¿es po-
sible imaginar una “vida en común” más allá de este modelo
contractualista? Y, ¿qué quiere decir “más allá”? ¿Qué quie-
re decir vida en común y qué significa “imaginación”? Para
resolver estas interrogantes no se requiere una perspectiva
filosófica sistemática, sino la constitución de un horizonte de
problemas articulados en torno a las transformaciones acae-
cidas en las últimas décadas; transformaciones que afectan
tanto nuestras concepciones naturales de la vida y del orden
social, como de la política y de las formas históricas de la
imaginación. En concreto, se trata de pensar la actual ocasión
histórica latinoamericana caracterizada por la crisis del mar-
xismo y de los proyectos liberacionistas, por la decadencia de
las democracias representativas y por el desmontaje paralelo
de los Estados benefactores (o populistas), por la inactuali-
dad (aparente o real) de sus luchas anti imperialistas y por la

4.  Recientemente, Roberto Esposito ha relacionado dicha hipótesis con lo


que él llama paradigma inmunitario el cual, englobando diversas formas
micropolíticas de control e inmunización, tiende a realizarse en el dominio
biopolítico contemporáneo. Esto permite develar el contenido mítico de la
hipótesis contractualista clásica y plantea la pregunta acerca de la relación
entre soberanía y biopolítica en la actualidad. Ver, Immunitas. Protección y
negación de la vida, Buenos Aires, Amorrortu, 2005.

25
Sergio Villalobos-Ruminott

configuración de un orden financiero articulado globalmente.


Más que un problema teórico indefinido, son estas situacio-
nes puntuales las que nos obligan a repensar cuidadosamente
el Estado, el derecho y la política y avanzar más allá de la
flexible filosofía de la historia del capital que ha marcado siste-
máticamente al reformismo y al progresismo de la intelligent-
sia latinoamericana.
En tal caso, antes que denunciar al derecho, a la política
o al Estado como instancias clausuradas o sobre-determina-
das en su propia operación ideológica y represiva, habría que
interrogar aquellas formas de la existencia que no se reducen
a la dominación unilateral y que por eso muestran la imper-
fección de la sutura que constituye a todo poder soberano.
Mostrar la imperfección de la sutura, el trazado irregular
de la costura que cohesiona al pacto social, no es criticar ni
oponerse fundacionalmente al poder, sino que es erosionar su
acabada figura y abrir una brecha por donde se hace posible
pensar la existencia como punto ciego de la soberanía. Así, los
movimientos sociales contemporáneos (desde los Zapatistas
hasta los Mapuches, desde los Sem terra hasta los estudiantes
chilenos), más allá de las lecturas académicas convencionales,
son una manifestación histórica de formas de imaginación
que se resisten a ser conjugadas por el derecho tradicional y
permiten sostener que no hay un diseño del orden social que
sea perfecto, que la utopía totalitaria de la administración ge-
neral de la existencia resulta finalmente irrealizable.
Para contextualizar correctamente estos problemas es ne-
cesario, sin embargo, atender a una serie de procesos que en
su conjunto nos indican la necesidad de pensar el fracaso ra-
dical del proyecto de soberanía nacional-estatal a nivel regio-
nal. En este sentido, sostenemos que las recientes transiciones
democráticas y los procesos de pacificación (Centroamérica)
y democratización (Cono Sur), con sus respectivas comi-
siones de verdad y reconciliación y sus acuerdos legales de
reparación económica e impunidad jurídica, además de las
recientes iniciativas constitucionales a nivel continental, han
funcionado como una reactualización del pacto social que dio

26
1. Entre la excepción y el interregno

origen, a comienzos del siglo XIX, a los Estados nacionales


latinoamericanos. Se trata de una reactualización, al menos
simbólica, de las promesas que marcaron el comienzo de
nuestra vida independiente, pero ahora en un contexto radi-
calmente diferente, donde experimentamos un agotamiento
de la soberanía estatal y, por consiguiente, su transmutación
transnacional y corporativa.
Sin embargo, el viejo republicanismo instigador de los
procesos de independencia latinoamericana no habría fallado
recientemente debido al proceso de globalización, sino que
estaría en una situación de permanente fracaso, al haber sido
históricamente sobrecodificado por la ideología liberal y mo-
dernizadora que impuso como condición del “bien común”
la realización de los “intereses individuales”. Para decirlo de
otra manera, la temprana alianza entre las emergentes bur-
guesías nacionales y el capital transnacional no solo impidió
el desarrollo político en el siglo XIX, o evitó el proceso de in-
dustrialización sustitutiva en el siglo XX, sino que aplazó las
promesas republicanas a un futuro intemporal relacionado
con una esquiva modernidad tardía. Así, gracias al proceso
globalizador fuertemente ligado con la ideología neoliberal,
asistimos hoy más que a la novedad del fracaso republicano,
a una crisis radical del formato estatal que lo sostenía.5
Los problemas inherentes al modelo republicano tradi-
cional parecen agravarse para una América Latina inmersa
en la globalización financiera y sus diversos mecanismos de
acumulación, dejando en evidencia que las formas históricas
de organización de la sociedad han quedado subsumidas al
proceso de valoración capitalista, exponencialmente com-
petitivo y globalmente articulado. La producción capitalista
que ha sido históricamente destructiva se muestra ahora, a

5.  Sin embargo, si el republicanismo puede ser concebido como una forma
política democrática destinada a interrumpir los procesos de acumulación
capitalista, entonces su fracaso histórico no evita que siga siendo un hori-
zonte irrenunciable para el pensamiento crítico contemporáneo. El debate
actual sobre republicanismo y la “re-habilitación” de Maquiavelo es inesca-
pable para una discusión sobre esta problemática, la que ahora solo pode-
mos dejar consignada.

27
Sergio Villalobos-Ruminott

diferencia del siglo XIX y gran parte del XX, como un proceso
sin mediaciones ni contrapesos, cuestión que desoculta los
secretos del viejo orden liberal: la complicidad entre guerra y
acumulación moderna; el estado de excepción como regla de
un derecho que se auto-inmuniza de la violencia subalterna
(de la vida precarizada), inoculando en ella la violencia mítica
de la ley; el pacto social como garante de la propiedad y los
privilegios del hombre privado, pero no solo del hombre abs-
tracto que Marx criticó como límite del imaginario burgués,
sino de las corporaciones como instancias transnacionales de
derecho privado que monopolizan la condición soberana de
la excepción.6

6.  Carl Schmitt, en un temprano texto publicado en 1922 (Teología política I.


Cuatro capítulos sobre teoría de la soberanía, México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1991) desarrolla la relación entre soberanía y excepción, entendiendo
que los conceptos políticos modernos son versiones secularizadas de los
conceptos teológicos, y que “En la jurisprudencia, el estado de excepción
tiene un significado análogo al del milagro en la teología” (43). Sin embargo,
es el mismo Schmitt quien comprende la crisis contemporánea del Estado
como debilitamiento de su monopolio sobre la excepción, cuestión que se
expresará no solo en su crítica de la República de Weimar, sino en su lectura
de la transformación geo-política precipitada hacia el fin de la Segunda Gue-
rra Mundial; transformación asociada con la crisis de la soberanía imperial
moderna y su organización territorial (The Nomos of the Earth in the Interna-
tional Law of the Jus Publicum Europaeum, New York, Telos Press, 2006). De
ninguna forma, sin embargo, Schmitt abandona o suspende la necesidad de
soberanía (tema central de su Teología política II. La leyenda de la liquidación de
toda teología política, México, Fondo de Cultura Económica, 1991), sino que
piensa en su rearticulación como condición de la misma historia universal.
En este sentido, más que un discurso post-soberano, el suyo es un análisis
orientado a las transformaciones de la soberanía en el escenario global (el
principio catecóntico del orden), cuya primera “gran transformación” esta-
ría en los albores de la modernidad y en la consiguiente transición desde el
orden teológico medieval y la monarquía absoluta, hacia las formas moder-
nas de organizar el Estado. En este sentido, para Schmitt es la misma moder-
nidad la que se manifiesta, permanentemente, como crisis, y es aquí donde
su lectura de la excepción (su excepcionalismo) funciona como un llamado
cuasi mítico a la autoridad para superar la condición anómica del orden so-
cial, siempre bordeando el nihilismo Ver, Carlo Galli, Genealogia della politica.
Carl Schmitt e la crisi del pensiero politico moderno, Bologna, Il Mulino, 1996. En
efecto, el decisionismo mítico de Schmitt es un excepcionalismo nihilista.

28
1. Entre la excepción y el interregno

En tal caso, la problemática actual del derecho tiene


que ver con las diversas formas en que, desde el punto de
vista de los intereses corporativos, se diseña el pacto social
contemporáneo mediante operaciones sucesivas y efectivas
de derecho, las que tienden a debilitar e invisibilizar los des-
ajustes entre formas jurídicas de administración de lo social y
formas históricas de imaginación política. Esta incongruencia
entre la ley como diseño y la condición heteróclita de lo social,
se presenta en el trabajo de Jacques Rancière, por ejemplo,
como tensión entre una esfera procedimental de la política
(la policía), preocupada del control y la administración de las
poblaciones, y una dimensión constitutiva tramada por un
exceso con respecto a dicha administración, asociada con el
desacuerdo.7 Este desacuerdo nos permite pensar los conflic-
tos sociales más allá del estrecho marco estatal, es decir, como
algo más que reajustes en la matriz de representación o en el
modelo cultural onto-antropológico que intenta subsumir en
una unidad pre-constituida todas las multiplicidades emer-
gentes; nos permite pensarlos como conflictos constitutivos
de la política, haciendo posible afirmar la diferencia entre la
tradición historicista del excepcionalismo latinoamericano y
las formas heterogéneas y materiales de imaginar la vida en
común, sin necesidad de reinstalar una subjetividad emanci-
patoria definida por una agenda todavía inscrita en la estela
jurídica del Estado y de las luchas por el reconocimiento.8

7.  Jacques Rancière, El desacuerdo. Filosofía y política, Buenos Aires, Nueva


Visión, 1996.
8.  Aquí se manifiesta el límite del pensamiento de Schmitt quien, sin poder
abandonar los presupuestos normativos (finalmente teológico-monárqui-
cos) de la soberanía encarnada históricamente en el Estado, termina por
privilegiar el orden como instancia trascendental sobre las formas heterogé-
neas de la historia. Límite éste de todo pensamiento “conservador” que siga
imaginando la eficacia de la política en términos de una acción estratégica
orientada y regulada por la toma del poder del Estado. Sin embargo, imagi-
nar una instancia de desacuerdo con respecto a la problemática jurídica del
reconocimiento, no equivale, necesariamente, a renunciar al Estado como
instancia táctica de empoderamiento, ni a la postulación de una teoría “fi-
losófica” del sujeto o una ontología de la multiplicidad autoreferente, sino
que demanda una consideración histórica de los procesos de constitución de

29
Sergio Villalobos-Ruminott

Apuntar a este desacuerdo sería, entonces, una forma


de resistir el control biopolítico y neocorporativo actual,
mostrando el límite del progresismo neoliberal no como un
problema acotado y técnicamente corregible, sino como un
elemento esencial de la relación entre derecho y vida, entre
policía y política, entre el Estado como monopolio legítimo
de la violencia y la violencia como efecto de la simple exis-
tencia de dicho desacuerdo. En otras palabras, afirmar esta
tensión es desocultar la versión patrimonialista del derecho
que tiende a segregar e inscribir la vida al interior de su hori-
zonte soberano, para administrarla y protegerla de sí misma.
Resistir dicha operación equivale a desistir de cualquier posi-
ción soberana, abriendo paso a la proliferación de formas de
vida más allá de la dialéctica entre crimen y castigo, entre ley
y naturaleza. De ahí que la política para Rancière no se reduz-
ca a una cuestión distributiva o de proporciones (cuotas), sino
que se refiera a la performance abismante de la “parte de los
que no tienen parte”. En sus propias palabras: “No hay políti-
ca simplemente porque los pobres se opongan a los ricos […]
La política existe cuando el orden natural de la dominación
es interrumpido por la institución de una parte de los que no
tienen parte”.9
De esta manera, desistir de la euforia del Bicentenario
(como síntoma de lo que hemos llamado la filosofía de la historia
del capital) es afirmar un desacuerdo con el estado de ánimo
“rayano en el entusiasmo” con el que se concibe la supuesta
“mayoría de edad” latinoamericana, es decir, es afirmar una
diferencia que no se reduzca ni a un problema identitario, ni
se organice en función de los partidos políticos o del Estado.
Se trata de concebir una imaginación política que no pueda
ser sustantivada onto-teológicamente en términos de destino,
determinación y proyecto, esto es, una imaginación política

“poder popular” y de las formas de imaginación que trasciendan la esfera


jurídica del reconocimiento. En otras palabras, aquí yace, en clave concep-
tual, la diferencia entre excepción e interregno.
9.  Jacques Rancière, op. cit., p. 25.

30
1. Entre la excepción y el interregno

“impolítica”, ajena a la dimensión policial del orden y a la or-


ganización sacrificial de la comunidad.10
Se abre así un espacio que difiere de la lucha política por
el control del Estado y la hegemonía, un espacio no reducible
al diseño corporativo del pacto social y su organización de la
vida. Si la moderna racionalidad estratégica (y la lógica hege-
mónica que la caracteriza) entiende la política como un proce-
so de alianzas y de conquista (territorial) de posiciones, habría
que establecer un desacuerdo con el carácter instrumental de
dicha racionalidad, precisamente porque tiende a reducir las
formas de vida en común a una disputa permanentemente
asistida por la voluntad de poder. Una política orientada por
el desacuerdo con respecto a las operaciones efectivas de la
ley, por el contrario, no tiene vocación universalista ni enfa-
tiza las semejanzas o las articulaciones pragmáticas, acaece
simplemente como fisura y desmontaje de cualquier articu-
lación; no como crítica ni operación, sino como “advenir de
la existencia” –sin intención; desbaratando el negocio de la
comunicación y el efecto policial de los consensos. Más que
un espontaneismo ingenuo, lo que se juega en esta instancia
an-hegemónica11 es la posibilidad de pensar la política (o lo

10.  Además de la obvia referencia a Roberto Esposito (Categorías de lo impo-


lítico, Buenos Aires, Katz, 2006), esta relación entre política y sacrificialidad
es uno de los aspectos centrales de la discusión sobre violencia política par-
tisana y terrorismo de Estado en América Latina. Por ejemplo, aparece en el
debate inaugurado por Oscar del Barco (“No matarás”) en Argentina, el año
2005. Este texto, junto con las airadas respuestas de León Rozitchner, Jorge
Jinkis, Juan Bautista Ritvo, Eduardo Grüner, y los comentarios complemen-
tarios de Diego Tatián, Alejandro Kaufman, y el mismo del Barco, aparecen
en No matar. Sobre la responsabilidad, Córdoba, Ediciones del Cíclope / La
Interperie, 2007. Una versión del debate en inglés se encuentra en el Journal
of Latin American Cultural Studies (12:2), 2007.
11.  Somos conscientes del trabajo de Jon Beasley-Murray, Posthegemony: Po-
litical Theory and Latin America, Minneapolis, University of Minnesota Press,
2011; sin embargo, no es éste el lugar para nuestro comentario, aun cuando
la posthegemonía como problematización del modelo gramsciano refor-
mulado por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe apunta al mismo horizonte,
intentamos acá remitirnos a la suspensión o interrupción de la voluntad de
poder como voluntad de voluntad, esto es, como fundamento metafísico de
la racionalidad política occidental, y de las diversas antropologías producti-

31
Sergio Villalobos-Ruminott

político) más allá de la “voluntad de voluntad” que se ex-


presa como voluntad de poder, es decir, como lucha por más
poder; pero también se expresa como “voluntad de derecho”,
es decir, como apelación a la autoridad mítica de la ley para
encontrar acuerdos normativos orientados al reconocimiento;
precisamente porque ambas comprensiones de la política si-
guen inscritas en el horizonte moderno de la “voluntad” que
es el mecanismo de auto-constitución soberana del sujeto.12
En tal caso, el reciente Bicentenario latinoamericano
puede seguir siendo leído desde el continuismo de las cele-
braciones oficiales, a pesar del fallido carácter de la utopía
republicana que lo instiga. Pero también puede ser leído
como puesta en escena de las cruentas potencias de la acumu-
lación capitalista y del derecho patrimonial como operación
de inscripción de la vida en su diagrama organizativo, dejan-
do entrever las limitaciones de la onto-antropología moderna
que abastece a la imaginación política tanto de los tecnócratas
neoliberales como de los social-demócratas reformistas. Esta
encrucijada no se refiere a una simple cuestión teórica, sino a
la posibilidad de un pensamiento de lo político no limitado
a la problemática general de la soberanía moderna, es decir,
un pensamiento orientado por las figuras de la interrupción o
suspensión de la ficción soberana.

vistas y sus respectivas teorías del sujeto y del sentido, pues lo que unifica a
la teoría de la articulación hegemónica y del sujeto soberano es una misma
concepción vulgar del lenguaje, sea como discurso político o como expre-
sión de demandas.
12.  Hacia esto apunta la problematización de la relación amigo-enemigo
como definición esencial de la política en la lógica partisana de Carl Schmitt,
realizada por Jacques Derrida (Políticas de la amistad, España, Trotta, 1998).
Se trata de mostrar el carácter paradojal de la voluntad de poder (y de re-
conocimiento) como fundamento de la razón política occidental y postu-
lar así un espacio no capturado por el diagrama jurídico y su constitutiva
violencia mítica. Imaginar la política más allá de dicha lógica instrumental
y calculabilista, para usar una noción weberiana, permitiría desocultar el
carácter aporético de la subjetividad y suspender su relación naturalizada
con los discursos de la soberanía. En términos de Derrida, se trata de poner
en cuestión una cierta configuración de lo político limitada a las lógicas del
reconocimiento familiar, fraternal y, finalmente, androcéntrico.

32
1. Entre la excepción y el interregno

Interrumpir dicha ficción no equivale a superarla en un


gesto que la confirmaría (la Aufhebung hegeliana), ni tampoco
se trata de refutarla, en un romántico salto atrás en la historia
(como en los comunitarismos ingenuos), equivale, por el con-
trario, a poner entre paréntesis su operación determinante a
partir de una genealogía de las formas históricas de su mate-
rialización: el Estado, la Constitución, el derecho como opera-
ción efectiva, la relación saber – poder, las tecnologías del yo,
las teorías normativas e instrumentales de la acción y del suje-
to, la literatura como canon e institución, las reorganizaciones
globales del poder, los bancos y las corporaciones, los medios
de comunicación de masas y de producción de espectáculo,
las universidades profesionalizantes, etc., para mostrar, final-
mente, su naturaleza ficticia y paradojal. Pues justo cuando
América Latina celebra su larga lucha por la emancipación, la
reconfiguración geo-política del mundo muestra a la ficción
soberana subsumida a la voluntad de poder imperial de la
Pax Americana, cuyo comportamiento “canalla” redefine, pre-
cisamente, los términos de dicha ficción.13

Excepción soberana y juristocracia

Volvemos así a nuestra hipótesis central: la situación actual de


América Latina está caracterizada por procesos de pacifica-
ción y democratización que se han producido desde fines de
los años ochenta, luego del término de las dictaduras militares
y guerras civiles que atormentaron al continente desde me-
diados de los sesenta; pero también, por las nuevas iniciativas
constitucionales en Chile (1980), Venezuela (1999), Ecuador
(2008), y Bolivia (2009), entre otras, que intentan producir en
un plano jurídico, los ajustes necesarios para confrontar las
nuevas realidades nacionales marcadas por el fracaso y la

13.  En su texto Canallas. Dos ensayos sobre la razón, España, Trotta, 2005,
Derrida nos advierte de la superación y reformulación de la soberanía por
parte de la política exterior norteamericana, radicalizada después de los
atentados del año 2001. A esta forma específica de metamorfosis le llamare-
mos “pliegue soberano”.

33
Sergio Villalobos-Ruminott

inestabilidad del modelo nacional desarrollista imperante a


partir de la segunda mitad del siglo XX. Dicho fracaso implica
que los mecanismos jurídicos en general, y los constituciona-
les en particular, destinados a asegurar el predominio repu-
blicano del “bien común” sobre la búsqueda (neo)liberal del
“beneficio personal”, se muestren “ineficientes”.
El proceso de globalización inaugurado con la instaura-
ción brutal del neoliberalismo en la región ha implicado, entre
otras cosas, el surgimiento de nuevas positividades sociales
que no pueden ser ni interpretadas ni reducidas a los términos
del viejo contrato social latinoamericano: desde el recrudeci-
miento de las problemáticas indígenas (ejemplarmente visi-
bilizadas por los Movimientos Zapatista, Maya y Mapuche)
hasta las protestas contra la especulación financiera de la
banca, del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial
(destacando las luchas de los piqueteros en Argentina y de los
estudiantes en Chile), una serie de manifestaciones sociales se
han venido desarrollando en la región como reacción a la fle-
xibilización de los mecanismos de acumulación capitalista. Lo
que Marx llamó subsunción real del trabajo al capital, esto es,
la subordinación total de los aspectos creativos del trabajo y la
existencia social a la lógica de acumulación y de extracción de
plusvalía relativa (y de renta extraordinaria), se manifestaría
hoy en día como proliferación de tratados de libre comercio,
de préstamos y endeudamiento sin restricciones, y de formas
de acumulación por desposesión (para usar esa noción de
David Harvey), es decir, formas de renta o ganancia ya no
basadas exclusiva ni principalmente en la explotación de la
tierra (propia del modelo colonialista de extracción de plus-
valía absoluta) ni en la extensión de la jornada de trabajo, sino
en un tipo de acumulación basada en la tecnología y en la es-
peculación financiera que opera más allá de las restricciones
históricamente impuestas por el Estado nacional.14 Así, desde

14.  Marx desarrolla el problema de la plusvalía relativa en la quinta parte


(capítulo 16: “Plusvalía absoluta y relativa”) de El Capital, Volumen I, New
York, Penguin Classics, 1990. Y la retoma en el famoso Libro I, capítulo VI (in-
édito): resultados del proceso inmediato de producción, México, Siglo XXI Editores,

34
1. Entre la excepción y el interregno

las corporaciones transnacionales que regulan los precios de


bienes de consumo productivo e improductivo, hasta nuevas
formas de apropiación que funcionan desposeyendo al ciu-
dadano moderno de sus derechos tradicionales, tales como
la privatización de recursos naturales (por ejemplo, la priva-
tización de las aguas-lluvia en Bolivia, la desposesión de las
tierras campesinas en Colombia producto de la alianza entre
paramilitares y corporaciones bancarias o la privatización de
playas y carreteras en Chile), o la configuración de prácticas
monopólicas que gozan de impunidad frente a los ineficientes
mecanismos de control legal (por ejemplo, la articulación de
las grandes cadenas televisivas y los carteles de narcotráfico
en México, la compañía biotecnológica de bienes agrícolas
Monsanto, o los grupos económicos chilenos que manejan la
educación), los vacíos legales dejados por los marcos jurídi-
cos inoperantes del pasado son sobre-codificados por estas
corporaciones transnacionales, sentando una jurisprudencia
sorda, que no se detiene a considerar la producción inherente
de vida precarizada como reverso de la acumulación capita-
lista contemporánea.15

2000. Por otro lado, David Harvey aclara la relación entre neoliberalismo y
acumulación por desposesión (con especial referencia a Chile) en su libro A
Brief History of Neoliberalism, New York, Oxford University Press, 2005. Por
último, es necesario pensar esta transformación del patrón de acumulación
en el contexto del debate regional sobre modos de producción de los años
sesenta (Roger Bartra, Agustín Cuevas, Ernesto Laclau, entre otros); pues lo
que estaría en juego aquí sería nada menos que la reformulación de una teo-
ría marxista de la historia que fuera capaz de superar el esquematismo y la
linealidad del viejo modelo evolucionista del marxismo “vulgar”, haciéndo-
se cargo no solo de la acumulación flexible contemporánea, sino también de
los desarrollos recientes de la historiografía y la antropología de la técnica.
15.  De ahí que la crítica a la operación efectiva del derecho no sea una
disputa “filosófica” a nivel de los fundamentos, sino una interrogación “ge-
nealógica” de las nuevas positividades surgidas con el agotamiento histórico
del modelo liberal-republicano tradicional, orientada hacia la posibilidad de
un “nuevo” republicanismo que no se reduzca, ni se oponga tajantemente,
a considerar el problema del Estado, la política y el derecho. La impolítica
(an-hegemónica) como crítica de la “voluntad de voluntad” (autoconstitui-
da, inmanente, autofundada en si misma) no se expresa como un “comu-
nitarismo apolítico o pre-político”, ni como una apuesta “sublime” por el

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Sergio Villalobos-Ruminott

En este contexto, la situación chilena es ejemplar y pa-


radojal pues se trata de un país marcado por la violencia
sistemáticamente ejercida contra su población, pero a la vez,
se trata de un “caso ideal” de transición y democratización,
fetichistamente elevado a la condición de ejemplo de ma-
durez cívica y de consolidación económica. En este sentido,
la Constitución chilena de 1980 representa un extremo en el
marco de las nuevas constituciones regionales, toda vez que
ésta fue impuesta fraudulentamente en condiciones repre-
sivas (bajo dictadura) y ha sido perpetuada (salvo mínimas
reformas) por la complicidad horizontal entre aquellos que se
identificaban con el régimen de Pinochet y aquellos que pre-
dicaban, a comienzos de los años 1990, la “recuperación” de
la democracia. Esta complicidad se expresaría además en la
incapacidad política para producir, vía asamblea constituyen-
te, una nueva institucionalidad democrática, más allá de los
acuerdos electorales que han tendido a confirmar el statu quo
en los últimos años. Lo que caracteriza a la supuesta excep-
cionalidad política chilena es, entonces, el silencio en torno a
una Constitución que desconstituye radicalmente la tradición
de soberanía nacional, es decir, una constitución ad hoc a la
“revolución neoliberal” implementada ejemplarmente en di-
cho país bajo la dictadura militar. De hecho, abrir el debate
sobre la condición fraudulenta de la Constitución es también
hacerse cargo de que la temporalidad del golpe de Estado de
1973 no se reduce a un evento puntual sino que se extiende
hasta nuestra actualidad, haciéndonos vivir en un cierto esta-
do de excepción consagrado por las defensas interesadas de la
institucionalidad vigente.
Por otro lado, los recientes procesos constituyentes en
Venezuela, Bolivia y Ecuador, responden menos a un diseño
post-estatal subrepticiamente implementado, y más a un mo-
delo participativo orientado a corregir los lastres autoritarios
del viejo contrato social. Sin embargo, en la medida en que los
procesos constituyentes no coinciden ni terminan, necesaria-

por-venir, sino como una concepción materialista de la historia, atenta a su


acaecer cotidiano.

36
1. Entre la excepción y el interregno

mente, en la formulación de una nueva Constitución, sino que


expresan un activismo social que no se conforma con las tí-
midas reformas del Estado en tiempos de capitalismo global,
entonces, antes que oponer el caso chileno a los demás, habría
que interrogar al mismo horizonte jurídico en cuanto mate-
rialización y límite de las dinámicas sociales instituyentes que
se han incrementado en los últimos años, debido al mismo
proceso de globalización y su consiguiente debilitamiento
de los formatos institucionales tradicionales. En este sentido,
Boaventura de Sousa Santos se hace la siguiente pregunta:
¿puede el derecho ser emancipatorio?16 Se trata de una inte-
rrogación que apunta al meollo del asunto: ¿hasta qué punto
el derecho es una práctica instituyente y hasta qué punto es
solo un efecto retroactivo de legitimación de la violencia fun-
dacional que posibilita la apropiación de plusvalía? Hemos
dicho que nuestro objetivo no es sustantivar ni el derecho
como entelequia auto-clausurada, ni la vida como exteriori-
dad incontaminada; tampoco queremos negar la condición
imaginaria e instituyente de los procesos constituyentes, cuya
cristalización sería una forma jurídica no solo opresiva sino
que garantizaría espacios de emancipación y “derechos” pre-
viamente inexistentes. En este sentido, afirmar el desacuerdo
entre lo que hemos llamado la operación efectiva del derecho
y las formas históricas de imaginación es afirmar la posibili-
dad de una política de lo común que haga posible otros modos
de ser, más allá de la reificada narrativa sobre la ciudadanía,
la sociedad civil y el Estado que caracteriza a la lógica liberal
de la delegación y de la representación.17

16.  Boaventura De Sousa Santos, “Can Law Be Emancipatory?” en: Toward


a New Legal Common Sense. Law, Globalization, and Emancipation, London, Bu-
tterworths, 2002, pp. 439-495.
17.  Como lo plantea Claude Lefort (La invención democrática, Buenos Aires:
Nueva Visión, 1990) contra cierto Marx. En efecto, Lefort argumenta en favor
de los derechos humanos y de su efecto performativo, en el contexto de los Es-
tados de Bienestar, considerándolos como una plataforma irrenunciable en
las luchas por la emancipación. Sin embargo, a pesar de su crítica a Marx por
la supuesta incapacidad para pensar el potencial emancipatorio del derecho
y la autonomía de la política, nos interesa entender la relación entre la crítica

37
Sergio Villalobos-Ruminott

En tal caso, entre la Constitución de Pinochet y las demás


iniciativas constitucionales de los últimos años en la región,
hay, sin duda, muchas diferencias que no deben ser oblitera-
das desde una lectura homogeneizadora; sin embargo, si bien
es cierto que necesitamos de un nuevo pacto social capaz de
subordinar el apetito desmesurado de las corporaciones trans-
nacionales a una nueva e irrenunciable comprensión radical
de la democracia, también es cierto que la democracia misma,
en su versión hegemónica, liberal o capitalista-parlamentaria,
no resuelve sino que sintomatiza el problema de fondo: la in-
congruencia entre cualquier diseño jurídico del orden social y
las dinámicas instituyentes que lo erosionan permanentemen-
te. La mayor diferencia entre la teoría jurídica excepcionalista
(que tiende a cerrarse en un constitucionalismo conservador)
y la comprensión social del interregno radicaría entonces en
concebir la crisis del modelo estatal nacional de soberanía y
su consiguiente metamorfosis no como anomia generaliza-
da, anarquismo insuperable o como infinita producción de
vida a-bandonada (subsumida al bando soberano), sino como
desocultamiento de las incongruencias que interrumpen a la
filosofía de la historia del capital.
Por otro lado, quizás aquí radique la importancia para-
dojal de la Constitución chilena: la de ser un caso ejemplar
de auto-disolución de la soberanía nacional en su tránsito a la
globalización. Sería esta auto-disolución la que, curiosamen-
te, nos permitiría confrontar las interrogantes asociadas con
los procesos de emancipación y justicia social más allá del na-
turalizado Estado nacional, es decir, una vez que se ha hecho
evidente el agotamiento de la fictive ethnicity que lo estructu-
raba debido a la innegable crisis de su nomos territorial.18

de la acumulación capitalista desarrollada por éste y la crítica de la violencia


mítica desarrollada por Benjamin, en cuanto crítica de la operación efectiva
del derecho, crucial para comprender el carácter destructivo-sacrificial del
capitalismo contemporáneo. Si el derecho tiene un potencial performativo
innegable, el capitalismo contemporáneo sería, a su vez, pura performance y
performatividad.
18.  Ver de Étienne Balibar “The Nation Form: History and Ideology”, en
Balibar y Immanuel Wallerstein, Race, Nation, Class: Ambigous Identities,

38
1. Entre la excepción y el interregno

En tal caso, la Constitución chilena auto-instituida en


1980 expresa tanto una continuidad con el constitucionalis-
mo conservador del siglo XX, como su realización, toda vez
que su consecuencia fundamental es la misma disolución del
marco soberano en el que había flotado, históricamente, la
tradición liberal y conservadora en la región. En este contexto,
resulta evidente que el constitucionalismo imperante desde la
Segunda Guerra Mundial a nivel del hemisferio occidental ha
tenido un acentuado carácter presidencialista, conservador y
autoritario, el que ha servido para la reterritorialización de los
conflictos y luchas sociales, cada vez más frecuentes debido a
las fallas del mismo orden jurídico moderno. Dicho constitu-
cionalismo ha definido el marco legal de la nación en términos
delegativos, post-representacionales y anti-garantistas, cues-
tión que ha reducido la política a una práctica administrativa
cuyas decisiones no pasan por los procesos o movimientos
instituyentes, sino por los expertos. Consistentemente con
esto, la llamada hipótesis del “contenido actitudinal” que
enfatiza como la historia latinoamericana estaría plagada de
líderes de marcada orientación populista (caudillos), incapa-
ces de respetar la ley, termina siendo un recurso habitual para
explicar las crisis dictatoriales latinoamericanas como efectos
de una falta de cultura cívica y de respeto por la autoridad.
Sin embargo, lo que tal argumento deja sin problematizar es
el mismo origen del marco legal, ya que concibe el dominio de
la ley como condición trascendental del orden social, es decir,
subordina la historicidad de los procesos constituyentes a la
juridicidad del poder constituido.19
Aun cuando la hipótesis actitudinal parece ser claramen-
te insuficiente es, sin embargo, consistente con las teorías so-

Londres, Verso, 1991, pp. 86-106. Y de Gareth Williams, The Other Side of
the Popular: Neoliberalism and Subalternity in Latin America, Durham, Duke
University Press, 2002.
19.  Miguel Schor, “Constitutionalism through the Looking Glass of Latin
America”, Texas International Law Journal, Vol. 41, 1, 2006, pp. 1-37. Para una
crítica tanto del institucionalismo sociológico, como del constitucionalismo
conservador, ver de Tony Negri, El poder constituyente. Ensayo sobre las alter-
nativas de la modernidad, Madrid, Ediciones Libertarias, 1993.

39
Sergio Villalobos-Ruminott

bre el tropicalismo y el populismo latinoamericano, sobre su


minoría de edad (y su falta de madurez cívica), sobre su parti-
cularismo afectivo y disfuncional (sociologías funcionalistas),
sobre la negatividad subalterna y la falta de racionalidad polí-
tica de los actores sociales (sociologías normativas), y permite
comprender la operación efectiva del derecho como subor-
dinación de la materialidad heteróclita de la historia a una
imagen ideal del orden social, de la comunidad y del Estado,
que estaría fundada en un modelo conservador y católico,
heredado de la dominación colonial española y perpetuado
por la articulación oportunista de una oligarquía financiera
criolla de similares aspiraciones espirituales. Se trata de una
juristocracia fundada en el mismo horizonte historicista en el
que habita la ideología progresista latinoamericana.20
Naturalmente, dicha juristocracia es el efecto de un des-
plazamiento radical de los debates de corte republicano hacia
instancias de deliberación acotadas y profesionales, y su límite
se encuentra en los mismos presupuestos que fundamentan a
la racionalidad moderna. La onto-antropología, como correlato
acotado del humanismo moderno, supone una cierta imagen
del orden social (de la soberanía, del sujeto y de la acción)
que Foucault caracterizó como eje de la “hipótesis represiva”
(que el derecho limita al poder, y facilita el ejercicio soberano
de la subjetividad), lo que demuestra, finalmente, la necesaria
complementariedad entre la crítica práctica de la imaginación
política moderna (inscrita en el paradigma de la fraternidad)
y la destrucción de la estética y de la ética del diseño, fundan-
tes de la imagen jurídica de la comunidad.21
Sin embargo, la hipótesis del “contenido actitudinal”
también cumple una función positiva, la de fundamentar

20.  Ran Hirschl, Toward Juristocracy. The Origins and Consequences of New
Constitutionalism, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press,
2004.
21.  Michel Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2000. Tema que ya está presente en sus tempranas investigacio-
nes sobre la verdad y las formas jurídicas y sobre el paradigma disciplinario
moderno.

40
1. Entre la excepción y el interregno

la supuesta superioridad de la tradición americana utiliza-


da como modelo comparativo tanto a nivel constitucional
como a nivel histórico y social. Esta lectura marcadamente
excepcionalista (desde Sarmiento hasta los teóricos de la mo-
dernización), indicaría que la tradición cívica americana, su
patriotismo de las instituciones, oculta la otra excepción que
gatilla el proyecto moderno de dominación colonial, a saber,
la copertenencia de derecho y violencia que fundamenta a
la razón imperial occidental, cuya última expresión es la Pax
Americana como realización de la teoría de la modernización
que organizó la agenda del progresismo latinoamericano des-
de el siglo XIX. Así como es posible percibir la continuidad
en la tradición onto-teo-lógica occidental, expresada política-
mente en términos de razón imperial (desde la Pax Romana
a la Pax Americana), así también es posible percibir la conti-
nuidad entre las teorías sociológicas de la modernización con
el proyecto civilizatorio del Estado nacional latinoamericano
del siglo XIX, y con la globalización como americanización
del mundo en la actualidad.22 Por supuesto, desde esta sote-
rrada filosofía de la historia, es natural reducir la historicidad
específica de los movimientos sociales de democratización a
la simple condición de proliferación pagana o anómica, des-
cartando su carácter instituyente como contaminación políti-
ca del derecho. En otras palabras, lo que aparece como crisis
anómica en los discursos juristocráticos y sociológicos, es,
para una concepción materialista de la historia, un interregno.
De esta manera, la especificidad de la Constitución chile-
na de 1980 radica en su carácter fundacional de un régimen de
dominación autoritario que se erigió sobre las ruinas de una
cierta tradición republicana. Este carácter fundacional o sobe-

22.  Siguiendo una línea fundamental inaugurada por las reflexiones de


Martin Heidegger, particularmente en su seminario de 1942-43 y publicadas
bajo el título de Parménides, William V. Spanos ha elaborado las continuida-
des y diferencias en la razón imperial occidental, poniendo especial énfasis
en la llamada Pax Americana como continuación de la Pax Imperial Romana, y
de la Pax Europea, propia del imperialismo moderno. Ver su libro America’s
Shadow. An Anatomy of Empire, Minneapolis, University of Minnesota Press,
1999.

41
Sergio Villalobos-Ruminott

rano, según la tipología de Schmitt, se debe a su intento pla-


nificado de transformar el orden constitucional y de dotar al
país con una nueva carta fundamental.23 Sin embargo, en una
perspectiva histórica de largo plazo, la crisis de la República
chilena se remontaría a la temprana articulación de la hege-
monía conservadora que sepultó los procesos democráticos
expresados en el periodo de la Independencia, cuestión que
delataría el carácter ambivalente del supuesto republicanis-
mo nacional (pues nunca habría existido en este país una
constitución producida en una asamblea general y constitu-
yente). Dicha hegemonía conservadora, que está asociada con
el mito del “Estado en forma”, y que en términos socio-polí-
ticos se materializaba en el conservadurismo católico nacio-
nal, alcanza su realización y, por tanto, su superación, con la
Constitución de 1980, pues este nuevo marco jurídico pone
de manifiesto no solo el carácter fundacional del golpe de
1973, su lógica calculada y soberana, sino también radicaliza
el anti-republicanismo constitucional chileno, más allá de lo
que la intelligentsia conservadora estaba dispuesta a tolerar. El
diseño de sociedad que emerge de esta operación fundacional
va más allá del modelo estatal autoritario que caracterizaba a
las aspiraciones de la vieja intelligentsia conservadora (Jaime
Eyzaguirre, Mario Góngora, Osvaldo Lira, por ejemplo), mar-
cando la aparición de una intelligentsia neoliberal transversal
a la organización partidaria.24

23.  Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle, La república en Chile. Teoría y práctica del
constitucionalismo republicano, Santiago, Ediciones LOM, 2007. Recordemos
que la tipología de Carl Schmitt se encuentra en su temprano trabajo (1921)
sobre los regímenes de excepción (La dictadura, Madrid, Alianza, 2000); en él,
Schmitt distingue entre dictaduras comisariales, que suspenden el estado de
derecho para restablecer el orden, y dictaduras soberanas, que suspenden la
ley para refundar el pacto social. Un análisis complementario del carácter
fundacional de la dictadura de Pinochet se halla en la tesis (inédita) de Isabel
Cassigoli, Estado de excepción. La biopolítica del derecho, Santiago, Universidad
ARCIS, 2007.
24.  Renato Cristi y Carlos Ruiz, El pensamiento conservador en Chile, Santia-
go, Editorial Universitaria, 1992. Gabriel Salazar, “Historiadores, historia,
Estado y sociedad. Comentario crítico en torno al Ensayo histórico sobre la

42
1. Entre la excepción y el interregno

En tal caso, para Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle, la


llamada recuperación de la democracia de los años 1990s
seguiría incompleta en la medida en que el marco constitu-
cional que la rige sigue siendo claramente anti-republicano:
“[l]a paradójica República neoliberal que se inaugura en 1990
es heredera de las cuatro primeras repúblicas chilenas –la
República independiente (1810-1833), la República autorita-
ria (1833-1871), la República liberal (1871-1924) y la República
democrática (1932-1973)”.25 Es más, la nueva Constitución no
respondería a una necesidad contingente del modelo dictato-
rial, sino que lo justificaría como medio para implementar un
rediseño radical del país:

El 11 de septiembre, las fuerzas armadas comandadas


por Pinochet derrocan al Presidente Allende, acusán-
dolo de graves violaciones a la Constitución de 1925.
Pero esta defensa de la Constitución dura muy poco.
Dos días más tarde, el 13 de septiembre, la Junta
Militar decide, en forma secreta, iniciar el estudio de
una nueva Constitución, lo que ya indica su intención
de abrogar la Constitución de 1925.26

Como operación efectiva, la Carta de 1980 expresa el


cambio de las reglas del juego en términos políticos e ideo-
lógicos, más allá del marco nacional y de la tradicional confi-
guración nómica del capitalismo industrial-desarrollista. Esa
es la clave de la (contra)revolución liberal-autoritaria chilena,
haber definido el campo de batalla más allá de los términos
habituales del intercambio ideológico, pues lo que el golpe
y la fundación autoritaria terminaron por producir fue el
agotamiento radical de la soberanía nacional. Golpe soberano
contra la soberanía, constitución desconstituyente del nomos
territorial. En esto consiste, precisamente, el “pliegue sobera-
no” operado por el Estado “canalla” pinochetista.

noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, de Mario Góngora”, Nueva
Historia 7, Londres, 1983, pp. 193-201
25.  Cristi y Ruiz-Tagle, op. cit., 16.
26.  Ibíd., 174.

43
Sergio Villalobos-Ruminott

Aquí también radica nuestra diferencia con el análisis de


Cristi y Ruiz-Tagle, pues al identificar el momento originario
de la república nacional con un cierto pasado republicano, es-
tos autores no vacilan en asignarle un potencial emancipador
a la ley y a la tradición, a la tradición como ley y a la ley como
tradición, cuestión que permitiría la recuperación de un cierto
momento republicano en la actualidad. Más allá del histori-
cismo constitucionalista que alimenta sus buenas intenciones,
el problema de fondo con su argumento radicaría en la falta
de discusión en torno a las potencialidades emancipadoras
de la ley. La pregunta de Boaventura de Sousa Santos (“¿pue-
de el derecho ser emancipatorio?”), constituye un horizonte
problemático que sería necesario interrogar radicalmente,
pues habría que entender que la crítica al constitucionalismo
conservador chileno no debe generalizarse desadvirtiendo
los procesos constituyentes de Ecuador, Bolivia o Venezuela;
pero, de la misma manera, sería necesario preguntar: ¿pue-
de la forma sedimentada de la ley coincidir con las formas
históricas de la imaginación social? ¿No tiende el derecho a
transmutarse en una cuestión de diseño, un desplazamiento
radical de la problemática de la justicia, una operación efec-
tiva? ¿No es acaso en su reinscripción o re-enmarcamiento
en el texto de la ley, en su autoridad mítica y fundacional,
donde se depotencia la imaginación social y sus heteróclitas
dinámicas de existencia? En términos relativos al historicismo
jurídico, lo que estamos demandando no es la recuperación
de un cierto pasado republicano que habiendo existido in illo
tempore, nos permita enderezar el camino. Necesitamos, por
el contrario, re-imaginar la ley, el derecho y la Constitución
de acuerdo con las formas históricas de la imaginación social
contemporánea y no de acuerdo con la imagen trascendenta-
lizada del orden, la comunidad y el hombre.

Violencia y destrucción

Obviamente, estas últimas preguntas están inspiradas en la


crítica de la violencia de Walter Benjamin, quien desarrolló

44
1. Entre la excepción y el interregno

una contraposición entre violencia pura (reine Gewalt) relati-


va a la manifestación de la vida desnuda (blosses Leben) en su
mera existencia, en cuanto oposición sin intención a la autori-
dad mítica de la ley, y violencia mítica relacionada con la ley y
con la operación efectiva del derecho, que consiste en inscribir
la vida en el horizonte soberano de la violencia fundadora
y conservadora de la ley, desatendiendo la problemática de
la justicia en su propia perpetuación. Para él, la diferencia
sustancial entre ambas formas de violencia era también la
diferencia entre una concepción materialista de las prácticas
sociales y una concepción juristocrática, policial o mítica de
éstas:

Es que la dominación del derecho sobre el ser viviente


no trasciende la mera vida. La violencia mítica es vio-
lencia sangrienta sobre aquélla, en su propio nombre,
mientras que la pura violencia divina lo es sobre todo
lo viviente y por amor a lo vivo. Aquélla exige sacrifi-
cios, ésta los acepta. 27

Mientras la violencia pura o divina se expresa como


afirmación de la vida, de su proliferación y de su gasto im-
productivo, la violencia mítica se expresa como fundación del
orden, regulación de la vida y productivización del gasto. La
misma noción de Gewalt que se traduce convencionalmente
por violencia, no debe llevarnos a pensar en un tipo de vio-
lencia fáctica, física o efectiva, sino que también incluye una
dimensión relativa al poder y a la potencialidad del uso de la
fuerza. Así, mientras la violencia pura permite el ritual sacrifi-
cial, la violencia mítica lo instituye como mecanismo de su ló-
gica de acumulación (de autoridad). Gracias a esta diferencia,
se aprecia también el carácter sinecdóquico de la Constitución
chilena, es decir, su condición de pliegue soberano que, ce-
rrando el círculo hermenéutico que constituyó la historia
del Estado nacional hispanoamericano, hace posible el paso
desde el modelo telúrico de la soberanía al régimen flexible
de acumulación contemporáneo, instituido y fundamentado

27.  “Para una crítica de la violencia”, op. cit., p. 42.

45
Sergio Villalobos-Ruminott

por la violencia fundacional y conservadora de la ley. En esto


consiste el fuerte carácter religioso del capitalismo contem-
poráneo, su base teológico-política, en haber subordinado la
sacrificialidad constitutiva de la existencia a la configuración
de un tipo de destrucción productiva, sin interrupción, ince-
sante; es decir, en haber realizado, finalmente, la subsunción
del trabajo al capital, haciendo posible el incremento extraor-
dinario de la renta sin mediaciones normativas ni políticas,
dejando el mundo a merced de una destrucción ilimitada.28
En tal caso, ni el golpe, ni la prolongada excepcionalidad
dictatorial que le siguió, constituyen una ruptura con la tradi-
ción autoritaria; más bien la realizan, marcando en su conti-
nuidad, la imposibilidad estructural de su diseño. Como nos
dice Benjamin en una de sus famosas “tesis” sobre el concepto
de historia, la supuesta excepcionalidad inaugurada con el
golpe y confirmada con la constitución es más bien la regla; la
tarea que se nos impone, por lo tanto, consiste en la búsqueda
del verdadero estado de excepción, es decir, consiste en la po-
sibilidad de pensar la relación entre vida y derecho más allá
del diseño jurídico de la comunidad.29

28.  Walter Benjamin, “Capitalism as Religion”, en: Selected Writings Vol.


1, 1913-1926, Cambridge, Massachusetts: The Belknap Press of Harvard
University Press, 1997, pp. 288-291. Obviamente, resuena acá la particular
recepción de Hegel realizada por Alexander Kojève, y la subsiguiente crítica
a la funcionalización de la violencia y del sacrificio por Georges Bataille,
injustamente inscrito e indiferenciado en la tradición francesa de violencia
partisana (de Robespierre a Sorel, y a un cierto Sartre). Pero, en atención a las
limitaciones de espacio, digamos simplemente que la crítica de la violencia y
de la economía política que la sustenta, no pasa por sustantivar la diferencia
entre violencia mítica y violencia revolucionaria (pura o divina, según Ben-
jamin), ni mucho menos por dotarla de “fundamento” filosófico, de razón
de ser, pues en ello radica el problema hegeliano de la “racionalización”
del sacrificio. De ahí entonces que sea necesario, en un momento posterior,
repensar la tensa relación entre Bataille y Kojève como lectores de Hegel,
como pensadores contrapuestos en el horizonte de la filosofía de la historia
del capital.
29.  Se trata de la “Tesis VIII”: “La tradición de los oprimidos nos enseña
que el ‘estado de excepción’ en que vivimos es la regla. Tenemos que llegar
a un concepto de historia que le corresponda. Entonces estará ante nuestros
ojos, como tarea nuestra, la producción del verdadero estado de excepción;

46
1. Entre la excepción y el interregno

Si el estado de excepción inaugurado con el régimen dic-


tatorial no equivale al verdadero estado de excepción benja-
miniano, sino a la suspensión de la Constitución en función
de su restauración o reemplazo soberano; entonces la dicta-
dura, más allá de la condición trágica de su puesta en escena,
aparece como recurso desde siempre ya a disposición en el
horizonte del derecho. Esto desocultaría el núcleo contradic-
torio del historicismo burgués: la posibilidad siempre latente
de “echar mano” a la violencia policial y militar, en cuanto
violencia mítica legalmente justificada. De hecho, la misma
policía encarnaría la ambigüedad de la ley en su capacidad
para promulgar, interpretar y ejecutar sus mandatos de ma-
nera automática, sin mediación de otra autoridad más allá del
principio fáctico de la fuerza (de las armas).30 Esta ambigua
posición, fundacional y conservadora a la vez, caracteriza a la
violencia mítica y a sus diversas materializaciones históricas
(el Estado, la Constitución, pero también las diversas prác-
ticas de disciplinamiento social), permitiéndonos ver cómo
la apelación al estado de excepción constituye el reverso del
orden estatal latinoamericano.

y con ello mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo”. “Sobre


el concepto de historia”, en: La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia,
Santiago, ARCIS-LOM, 1995, p. 53. Este fragmento, abusado indiscrimina-
damente en los últimos años, apunta, según nuestra lectura, al corazón de
la problemática histórico-jurídica acotada que estamos desarrollando y nos
permite pensar ese “verdadero estado de excepción” no como un aconteci-
miento por-venir, indescifrable, inscrito indeterminadamente en el derecho,
sino acaeciendo permanentemente en el corazón de la violencia mítica. Des-
pués de todo, la oposición entre violencia pura y violencia mítica no supone
su existencia sustantiva y excluyente, como si una ocurriera cuando la otra
deja de acaecer, sino su entrecruzamiento permanente en cuanto condición
de posibilidad del derecho y de la política en tanto que algo más que simple
violencia sacrificial o mítica.
30.  Recientemente, en su brillante comentario a la crítica de la violencia de
Benjamin, Federico Galende nos dice: “La policía se pone a disposición de
los mismos edictos que proclama, pero como estos ‘edictos’ no son leyes,
entonces diremos que la policía configura una instancia en la que se puede
apelar a la ley, por fuera de la ley, para hacer cumplir la ley” Federico Ga-
lende, Walter Benjamin y la destrucción, Santiago, Metales Pesados, 2009, pp.
83-84.

47
Sergio Villalobos-Ruminott

Leída desde aquí, la historia latinoamericana ya no puede


ser concebida como la historia del nuevo mundo y sus inten-
tos por alcanzar la madurez política a través de la adopción
irreflexiva del modelo euroamericano de modernidad, pues
la crítica destructiva benjaminiana es también una crítica de
la modernidad capitalista, es decir, una crítica de las formas
de producción de vida precaria y de pauperización de la
experiencia. Tampoco la serie infinita de golpes de Estado,
dictaduras, guerras civiles y genocidios, puede seguir siendo
considerada como excepcional con respecto al proyecto repu-
blicano latinoamericano, pues su historia se muestra como el
despliegue permanente de una forma de acumulación “pri-
mitiva” fundada en una concepción historicista del progreso
y fundacional de la violencia llamada a resguardar el pacto
social. Con esto se hace evidente entonces que el reverso del
historicismo es, precisamente, la repetición de la catástrofe. Si
la diferencia entre anomia e interregno expresa los límites del
fundacionalismo normativo moderno, la diferencia entre el
concepto de crisis institucional (estado de excepción jurídico)
y catástrofe (verdadero estado de excepción) pone de mani-
fiesto el horizonte de problemas con el que una concepción
materialista de la historia debe entreverarse si no quiere repe-
tir las taras de la intelligentsia tradicional y de la más eufórica
intelligentsia neoliberal.31

31.  Aquí se encontraría el criterio que nos permite relacionar las más de cien
mil muertes de las guerras sucias del Cono Sur, las innumerables víctimas
de las guerras civiles centroamericanas, y las más de ochenta mil muertes
que la Guerra contra el narcotráfico, inaugurada y ejecutada durante el gobier-
no de Felipe Calderón en México (2006-2012), nos han dejado como herencia
en los últimos años. Lo que se repite en todos estos procesos, más allá de la
brutal violencia genocida (étnica y femicida), es la misma operación mítica
que comprende la crisis histórica como un problema de seguridad nacio-
nal (soberanía y gobernabilidad). Así, la tarea principal del Estado ya no es
solo el reguardo del pacto social en abstracto o de manera potencial, sino la
restitución del orden y del predomino de la ley, mediante el uso del ejército
nacional (un ejército que no solo habría estado históricamente predispues-
to a la intervención brutal, sino que ahora comenzaría a sufrir un franco
proceso de privatización). Este mecanismo recurrente de violencia mítica
estatal-militar debe, a su vez, ser pensado en relación con la transformación
del patrón de acumulación y con la corporativización contemporánea, pues

48
1. Entre la excepción y el interregno

Elaborar una concepción de la catástrofe adecuada a un


concepto no teológico de lo político y no historicista de la
historia se muestra como una tarea ineludible para confron-
tar la filosofía de la historia del capital que es, en su despliegue
planetario, absoluta espacialización de la temporalidad y
predominio de la circulación ampliada de mercancías. Una
crítica de la economía política actual requiere, por lo tanto, de
una diferenciación entre la destrucción improductiva como
violencia pura (el gasto de la economía general batailleana),
y la destrucción sacrificial como mecanismo definitorio del
proceso de acumulación capitalista.
Pero antes de abordar lo que sería una crítica de la violen-
cia desde una negatividad sin reservas, necesitamos situarnos
en torno a las sucesivas referencias que Giorgio Agamben
realiza al trabajo de Carl Schmitt y su particular relectura de
Benjamin.32 Para el filósofo italiano, la trayectoria filosófica de
Schmitt podría ser concebida como un intento por inscribir,
en el campo jurídico, la excepcionalidad histórica, restándo-
sela al ámbito social. Esto habría derivado en una teoría de
la crisis constitucional (y política) que reitera las objeciones
que la tradición conservadora esgrimió contra la Revolución
Francesa (desde Edmund Burke hasta Donoso Cortés), y que
tienden a apelar a la decidida intervención del Estado (del po-
der) en cuanto único antídoto contra la anomia y el desorden
social. Aquí debemos mantener presente la relación entre el
mismo Schmitt y Jaime Guzmán, el artífice de la Constitución
de 1980, pues eso nos ayuda a comprender aún mejor cómo
la operación jurídica puesta en marcha por la dictadura de
Pinochet fue una estrategia de reterritorialización de las des-
ordenadas dinámicas sociales características de la Unidad
Popular, dinámicas que la intelligentsia transicional catalogó
convenientemente como anómicas y amenazantes para la es-

la seguridad ha llegado a ser no solo la conditio sine qua non de la “libre”


competencia capitalista, sino una mercancía en sí misma.
32.  Giorgio Agamben, Estado de excepción, Valencia, Pre-textos, 2004.

49
Sergio Villalobos-Ruminott

tabilidad del país.33 De ahí entonces la copertenencia de las


intelligentsias progresista y neoliberal a la misma concepción
vulgar de la temporalidad, como orden y progreso en función
de una integración a la economía global. El secreto de la vio-
lencia mítica dictatorial está en la configuración de un nuevo
pacto social que determinó el paso desde el nomos territorial
al nomos financiero global.
Por otro lado, la lectura de Agamben sobre el estatuto de
la excepción descansa en una tensión insuprimible entre la
teología política schmittiana, para la cual el soberano aparece
como una versión laica de Dios, especie de presencia dual
que conjuga los órdenes empírico y trascendental, y la esca-
tología blanca benjaminiana, manifiesta en la fantasmagoría
del Trauerspiel, y cuya especificidad consistiría en concebir al
soberano como creatura, abriendo una dimensión mundana o
pagana en la historia (y en la lengua):

Es tal “escatología blanca” –que no conduce a la tierra


a un más allá redimido, sino que la entrega a un cielo
absolutamente vacío– la que configura el estado de ex-
cepción del Barroco como catástrofe. Y es asimismo esta
escatología blanca la que quiebra la correspondencia
entre soberanía y trascendencia, entre el monarca
y Dios que define lo teológico-político schmittiano.
(Cursivas nuestras).34

En tal caso, en Schmitt encontramos una teoría decisionis-


ta de la soberanía que no está presente en Benjamin, cuestión

33.  Renato Cristi, El pensamiento político de Jaime Guzmán: autoridad y libertad,


Santiago, LOM, 2000. El agudo análisis de Cristi sobre el ideario político de
Guzmán permite establecer el vínculo entre el jurista alemán y el chileno,
develando la mediación española (desde Donoso Cortés hasta el Opus Dei).
La recepción de Guzmán, sin embargo, no fue pasiva, operando una me-
diación entre la esencialidad de la persona jurídica propia del catolicismo
conservador y la nueva antropología neoliberal que terminaba convirtiendo
la sacralidad de la “persona humana” en un bien de capital. Esto explica
en parte su ambigua posición entre la vieja intelligentsia conservadora y la
nueva intelligentsia neoliberal.
34.  Agamben, Estado de excepción, 85.

50
1. Entre la excepción y el interregno

que marca una diferencia sustantiva entre ambos, a menos


claro que se lea el “llamado” a la violencia revolucionaria
o divina en Benjamin como un decisionismo de otro signo.
Sin embargo, aun cuando el interés de Agamben consiste en
distanciar la excepción benjaminiana de la schmittiana, toda-
vía su lectura depende fuertemente de un concepto similar
de excepcionalidad que descansa, a su vez, en la supuesta
reciprocidad de ambos, una reciprocidad rastreable en sus
diversos trabajos desde los años 1920 y en una breve relación
epistolar. Nuestro interés, por el contrario, consiste en radi-
calizar aún más la diferencia entre ellos a partir de concebir
el estado de excepción benjaminiano no como un acaecer me-
siánicamente investido de violencia divina que interrumpiría,
acontecimentalmente, la historia qua historia de la ley, sino en
entender la misma condición heteróclita de esta historia, su
serialidad descentrada, como excepcionalidad constitutiva
y siempre en tensión con el intento fundacional del derecho.
Así, la justicia como contenido del “llamado” a la interven-
ción divina (o revolucionaria) en Benjamin, no se refiere a una
cuestión instrumental o de fundamentos, ni es homologable
con la decisión del soberano schmittiano que declara el estado
de excepción como su prerrogativa imprescriptible, sino que
apunta a la proliferación de lo no-humano; a la monstruosi-
dad que corrompe el antropo-logos humanista occidental, y
que aparece como vida ex-citada en momentos en que la crisis
de la soberanía exacerba su propia inscripción en el cuerpo
social. En última instancia, y contra la formulación paradig-
mática del estado de excepción agambeniano, en Benjamin el
recurso a la violencia divina (die göttliche Gewalt) tiene que ver
con la transgresión del “no matarás” en casos excepcionales,
y precisamente la expresión que él utiliza para dar cuenta de
esa transgresión del derecho, “in ungeheuren Fällen” (en casos
monstruosos), apunta a la dislocación como condición de la
incongruencia insuperable entre vida y derecho. Lo mons-
truoso de la historia es lo que el diseño jurídico de la comuni-

51
Sergio Villalobos-Ruminott

dad, mediante el uso de la violencia mítica, quiere exorcizar,


aunque siempre fracase.35
En este sentido, se trata de pensar esa diferencia entre
excepción y catástrofe barroca (interregno) en el contexto la-
tinoamericano actual, sobre todo porque lo que está en juego
aquí es la posibilidad de distinguir entre el concepto burgués
de crisis anómica y la interrupción catastrófica del continuum
de la historia. Por lo mismo, esta interrupción no podría ser
reducida a la condición de una decisión soberana (de ahí la
imposibilidad de reinstalar un modelo onto-político subjetivo),
sin traducirla a las coordenadas de la violencia mítica y su
complementaria concepción vulgar de la temporalidad. Si el
soberano es una creatura que abre, en el texto benjaminiano,
una dimensión pagana, lo que importa entonces es captar
esa dimensión como manifestación de una violencia pura o
divina que no queda remitida ni se reduce a la dialéctica en-
tre violencia fundacional y violencia restitutiva, propias del
derecho. La violencia pura benjaminiana, también llamada
violencia revolucionaria, no tiene nada que ver con las retóri-
cas épicas y las reconstrucciones heroicas de un determinado
proceso revolucionario, pues en cuanto violencia que renun-
cia a su fosilización mítica, se mantiene en estado permanente
y subvierte la constitución del marco narrativo que silencia a
toda revolución como origen fetichista de la historia. Se trata
de una suspensión del relato historicista que convierte al ori-
gen en el comienzo de un despliegue teleológico, es decir, de
una liberación del mismo origen, que se muestra, gracias a
esta proliferación pagana de los tempi de la historia, como un
remolino vertiginoso.
Benjamin, en su viaje a Moscú en 1927, escribió un dia-
rio en el que daba cuenta de la insólita situación de sus ca-
lles, abarrotadas de personas, en una suspensión del relato
revolucionario homogéneo y lineal, como sí no hubiese otro

35.  Ver Sigrid Weigel, “Disregard of the First Commandment in Monstrous


Cases. The ‘Critique of Violence’ Beyond Legal Theory and State of Excep-
tion”, en: Walter Benjamin Images, the Creaturely, and the Holy, California,
Stanford University Press, 2013, pp. 59-79.

52
1. Entre la excepción y el interregno

posible escenario que la vida callejera.36 Así mismo, de ma-


nera casi involuntaria, el documental de Patricio Guzmán, La
Batalla de Chile (1978), filmado sistemáticamente ad portas del
golpe militar, capta el bullicio callejero que puebla la ciudad
y contamina el paisaje cívico nacional, mostrándonos aquel
momento como un desorden generalizado de los flujos y las
densidades sociales, una suerte de anarquía esencial de los
órdenes urbanos y lingüísticos, una forma intempestiva de la
fiesta llena de acentos y rostros acontecidos. Se trata de una
puesta en escena del caos sin remedio que es la historia, es
decir, de un momento de indecidibilidad cuyo cielo, absolu-
tamente vacío, no promete ninguna redención.
La gente en las calles, más que en las trincheras, puede
ser pensada como el momento revolucionario por excelencia,
precisamente porque lo que aparece con estos derrames ca-
llejeros es un desorden involuntario que estropea la voluntad
programática de inscribir la vida en el derecho. A esta violen-
cia “involuntaria” e “inocente” (sin miramientos ni contem-
plación, sin resentimiento ni intención), le corresponde una
noción de vida proliferante y afirmativa, que la ley no puede
tolerar, no por su pre-existencia o su incompatibilidad, sino
por su mera existencia, como testimonio de la imperfecta cos-
tura que teje su diseño. Vida proliferante, violencia revolucio-
naria o pura, interregno, son otras tantas formas de nombrar
ese verdadero estado de excepción al que el materialista his-
tórico debería apuntar, dejando que los demás se desgasten
con la “puta ‘érase una vez’” del relato historicista.37 Después
de todo, la crítica de la violencia y del derecho burgués es una
apuesta por la vida, por su proliferante condición pagana,
una forma de interrumpir la representación estética de la co-
munidad ideal y darle cabida a la acción humana “más allá”
de la ley, es decir, para hacer posible una imaginación sin

36.  Walter Benjamin, Diario de Moscú, Buenos Aires, Taurus, 1990.


37.  “El historicismo postula la imagen ‘eterna’ del pasado, el materialista
histórico, una experiencia con éste que es única. Deja que los demás se des-
gasten con la puta ‘Érase una vez’ en el burdel del historicismo” Benjamin,
“Tesis XVI”: “sobre el concepto de historia”, op. cit., p. 63.

53
Sergio Villalobos-Ruminott

imagen sobre la comunidad que viene, esto es, sobre la comu-


nidad que nunca coincide con la Comunidad: comunismo sin
mayúsculas, atento a la épica menor de las luchas cotidianas.

Soberanía y des-incorporación

Llegamos así a un momento decisivo de nuestro argumen-


to. Si los ajustes constitucionales recientes intentan restituir
el fracasado proyecto post-colonial latinoamericano, o si por
el contrario, como parece atestiguar el caso chileno, inten-
tan despachar definitivamente cualquier recomposición del
horizonte republicano en nombre de un neoliberalismo sin
contrapesos, entonces la pregunta complementaria a aquella
sobre el potencial emancipatorio de la ley tiene que ver con
el predominio evidente de una escatologización de lo político
(una pudrición y des-incorporación de la soberanía), una vez
que el límite soberano moderno o catecón estatal sucumbe
a las potencias ilimitadas de la acumulación global. En este
caso, más allá de la obvia referencia a Schmitt, quizás sería
pertinente retomar el clásico estudio de Ernst Kantorowicz
sobre la “geminación” del cuerpo soberano como un indicio
que nos permite develar las complejas relaciones entre sobe-
ranía y biopolítica en la actualidad.38
Kantorowicz repara en la transformación del Corpus
Cristi a lo largo de la Edad Media, y en el pasaje desde la
plena identificación de Dios y el Rey hacia la configuración
de una hipótesis sobre la dualidad del corpus soberano, cuyo
comienzo se advierte en la geminación o duplicidad entre
un cuerpo incorruptible e intemporal y un cuerpo material y
precario, sujeto a la degradación y la muerte. Así, este pasaje
desde el poder constituido en torno al Corpus Cristi hacia el
cuerpo jurídico y político de la Tardía Edad Media, muestra

38.  Ernst Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política
medieval, Madrid, Alianza, 1985. Debo mencionar el trabajo decisivo de Eric
Santner, The Royal Remains. The People’s Two Bodies and the Endgame of Sove-
reignty, Chicago, The University of Chicago Press, 2011, pues ha iluminado
mi propio trabajo en más de un sentido.

54
1. Entre la excepción y el interregno

no solo el agotamiento del fundamento teológico del poder


monárquico como un evento propio de la modernidad hob-
besiana, sino como un proceso de pliegue interino a la misma
lógica de la teología política, interferida por la configuración
corporativa de un cuerpo terrenal con derecho divino (con to-
das las implicancias que esto tendría desde el punto de vista
de una genealogía de la actual soberanía corporativa-finan-
ciera). Aquí, en esta geminación constitutiva del orden teo-
lógico político, donde se articula la tensión entre lo divino y
lo mundano, lo trascendente y lo inmanente, lo teológico y lo
escatológico, está también la clave que configura las relacio-
nes entre El reino y la gloria, entre la economía y la teología, en
cuanto prácticas destinadas a preservar la incorruptibilidad
de las in-corporaciones soberanas del poder. Y es mediante
la lectura de Dante y Shakespeare (en particular del Ricardo
II –aunque podría haber sido Hamlet o el Rey Lear, perfecta-
mente-), donde Kantorowicz ve asomarse la paradoja de la
soberanía monárquica, aquella que apelando a la incorrupti-
bilidad del fundamento teológico del orden político terrenal,
debe arreglárselas con la locura, la vacilación y la enfermedad
del Rey en tanto que cuerpo mortal. Lo que Kantorowicz su-
giere finalmente es la metamorfosis interina de la soberanía
y sus diversas encarnaciones o in-corporaciones históricas,
las que permiten, entre otras cosas, regresar a la cuestión de
la soberanía popular como una re-incorporación del cuerpo
averiado del soberano clásico. Para decirlo con Santner, la
descomposición del cuerpo teológico-político clásico da paso
a un cuerpo plebeyo que debe ser interrogado desde una cierta
“ciencia de la carne” abocada a la materialidad escatológica y
perecedera de la finitud moderna.
Quizás podríamos retomar esta línea de argumentación
para sugerir que, más allá de la operación efectiva del dere-
cho y de los intentos constitucionales recientes, lo que parece
caracterizar el escenario latinoamericano de violencia brutal
y mítica no es solo el permanente proceso de acumulación
primitiva que subyace al despliegue del capital, sino la esca-
tologización (necrótica) del mismo cuerpo de la soberanía que

55
Sergio Villalobos-Ruminott

ya no puede seguir siendo sujetado al modelo estatal-nacional


moderno. Es este horizonte escatológico-político el que nos
lleva a pensar las relaciones indeterminadas entre soberanía y
biopolítica, es decir, el que nos lleva a pensar estas relaciones
como indeterminadas. En otras palabras, nuestra hipótesis se
refiere a lo que podríamos catalogar como el reverso histórico
del “cuerpo del rey”, esto es, el cuerpo plebeyo como territorio
donde la práctica soberana, vía diversas operaciones de ins-
cripción y limitación, de puesta en forma, con sus respectivas
dietéticas de la circunspección y del desborde, se configura
históricamente. En efecto, si el estudio de Kantorowicz se
concentró en la configuración de los diversos Corpus del po-
der (teológico, jurídico, político) como fundamento último
del orden teológico monárquico, lo que interesaría ahora
sería pensar la descomposición del corpus soberano moderno
(asociado a la teoría del Estado y del pacto social), su frag-
mentación y la recomposición de un corpus aparentemente post-
soberano vinculado a la facticidad corporativa bancaria (entre
otras instancias para-estatales).
Esto nos exige hacer un par de precisiones conceptuales
relativas a las nociones de soberanía y biopolítica, ambas cru-
ciales en los debates contemporáneos y que tenderían a so-
breponerse confusamente, hasta indistinguirse en una teoría
paranoica del poder. En tal caso, determinar qué tipo de rela-
ción existe entre los discursos de la soberanía y de la biopolí-
tica parece crucial para comprender la figuración del cuerpo
del poder en cuanto corpus fragmentado e históricamente
dislocado. Precisamente, porque se trata de una figuración y
no solo de una representación, es decir, de una elaboración
lingüística que desfigura los ordenados esquemas de la repre-
sentación jurídica convencional, apuntando a la posibilidad
de un nuevo contrato social, más allá de la facticidad de la
dominación corporativa actual. En esta diferencia está inscri-
ta, queremos sugerir, una política de la imaginación figurante

56
1. Entre la excepción y el interregno

que no puede ser a-bandonada ni reducida a la simple razón


política convencional.39
Por un lado, necesitamos distinguir la concepción de so-
beranía como práctica relativa al poder y a la determinación
espacio-temporal de la autoridad, es decir, como fundamento
de una determinada organización geopolítica e institucional,
pero, por otro lado, también (y aquí radica una diferencia
con un cierto horizonte juristocrático) necesitamos pensarla
como relación incompleta o indeterminada; lo que nos coloca
inmediatamente en tensión con la lectura popularizada por
Giorgio Agamben basada en el trabajo de Schmitt, sobre la
soberanía como determinación de la vida en cuanto “forma
de vida a-bandonada”. Esto implica que la soberanía no es
una instancia ni trascendental ni acabada, sino que remite a
un lugar vacío, para retomar la famosa expresión de Claude
Lefort, lugar abismal que impone un vértigo al pensamiento y
que la misma soberanía intenta domesticar mediante diversas
operaciones de inscripción y trascendentalización, es decir,
de incorporación o materialización; operaciones que han sido
agrupadas bajo la noción de biopolítica.40 En este sentido, la
complementariedad entre soberanía y biopolítica no es com-
pleta ni inescapable, pues la soberanía es, en sí misma, cir-
cunstancial (política) y no viene asegurada trascendentalmen-
te; de ahí entonces la brutalidad de la violencia ejercida sobre

39.  Por supuesto, la posibilidad de distinguir entre representación, en


cuanto captura y exposición del cuerpo soberano-popular (o Pueblo) en el
ámbito jurídico (e historiográfico) y la figuración en cuanto alteración del
orden de la representación jurídica (y visual), no implica distinguir tajante-
mente entre el Pueblo según la ley y los pueblos sin ley, sino que muestra la
permanente corrupción o contaminación de dicho Pueblo por poblaciones
des-figurantes. Ver de Georges Didi-Huberman, Peuples exposés, peuples figu-
rants, France, Les Éditions de Minuit, 2012.
40.  Ver la crítica de Jacques Derrida al concepto semi-trascendental de
biopolítica que está “al centro” del trabajo de Agamben y su lectura del cam-
po de concentración como paradigma de la experiencia moderna. Jacques
Derrida, La bestia y el soberano, volumen 1, (2001-2002), Buenos Aires, Manan-
tial, 2010, pp. 357-389. Dicha crítica sería complementaria de aquella otra, ya
anticipada, sobre un cierto excepcionalismo mesiánico que aún marcaría su
lectura de Benjamin.

57
Sergio Villalobos-Ruminott

el cuerpo, pues esa brutalidad es inversamente proporcional


a su condición coyuntural.41 Digámoslo así, la soberanía no
es una entidad sino una relación y como tal puede confirmar,
pero también interrumpir, la operación biopolítica.
Por otro lado, esto nos exige retomar las observaciones de
Roberto Esposito relativas a la ambigüedad constitutiva en el
uso de la noción de biopolítica en el pensamiento contempo-
ráneo.42 Según él, ya en las formulaciones de Michel Foucault
–desde sus trabajos sobre la historia de la sexualidad hasta
los cursos del Collège de France— es posible detectar un uso
ambivalente de dicha noción, relativo tanto a su carácter po-
sitivo (productivo) o negativo (represivo), gracias a lo cual es
posible plantear las siguientes interrogantes:

1) ¿Es la biopolítica una cuestión estrictamente contem-


poránea o emerge como posibilidad alojada al interior de
la racionalidad política occidental?

2) ¿Es la biopolítica un mecanismo de control de la vida


complementario de otros procesos de domesticación, dis-
ciplinamiento y violencia mítica, o es su culminación y
desenlace necesario?

Estas preguntas no solo interrogan la supuesta ambi-


güedad de Foucault, sino que alcanzan al mismo Agamben,
para quien el campo de concentración nazi y la sociedad del

41.  Piénsese en la semejanza que hay entre la inscripción del castigo en el


cuerpo del culpable, en la época clásica, según el análisis de Foucault en la
primera parte de Vigilar y castigar (España, Siglo XXI, 1983) y la descripción
de los crímenes contra las mujeres en Ciudad Juárez, en la cuarta parte de
2666 de Roberto Bolaño (Barcelona, Anagrama, 2004). Todo un trabajo sobre
la emergencia escatológica del cuerpo en el ámbito literario una vez agotado
el horizonte del Boom se hace necesario, trabajo éste que comenzaría con
la representación del SIDA en Severo Sarduy y con la descomposición del
peronismo como cuerpo de la soberanía popular estatalmente interpelado
en Osvaldo Lamborghini, por ejemplo.
42.  Especialmente su volumen Bios. Biopolítica y filosofía, Buenos Aires,
Amorrortu, 2010.

58
1. Entre la excepción y el interregno

espectáculo (Debord) terminarían por radicalizar la condición


sacrificial de la vida desnuda en la figura cuasi-trascendental
del homo sacer.43 A su vez, Esposito comprende la biopolítica
como una práctica históricamente acotada a la emergencia de
una reflexión propiamente moderna sobre la condición orgá-
nica del Estado, posterior a la hipótesis hobbesiana del orden
social, que sería su antecedente inmediato. De ahí la centrali-
dad que cobra para su trabajo el paradigma inmunitario como
horizonte de inteligibilidad último de esta biopolítica, pues lo
que define la actualidad de los procedimientos biopolíticos
es la inescapable paradoja que se produce por la dialéctica
entre las aspiraciones de realización de la vida comunitaria
y la consiguiente producción de mecanismos inmunitarios.44
De una u otra forma, la biopolítica pareciera ser inherente a
la racionalidad política occidental (recordemos que Agamben
la rastrea en Aristóteles), pero pareciera haber adquirido un
carácter más decisivo en la modernidad, una vez que el vín-
culo teológico-político (el Corpus Christi) ha sido desplazado
o secularizado.
Este mismo problema se expresaría actualmente en dos
posiciones irreconciliables, una negativa y otra positiva, por
decirlo de manera esquemática; una relativa a la biopolítica
ejercida sobre la vida, la otra pensada como política de la vida;
una identificada con la biopolítica como entramado de captu-
ra de la existencia, la otra identificada con la noción antropo-
lógica de biopoder.45 En esta ambigüedad, Esposito detecta no
solo un problema conceptual relativo a las formas en que la
dialéctica entre la inmunitas y la comunitas conforma el orden
contemporáneo, sino también un problema relativo a la com-
pleja relación entre soberanía y biopolítica, una relación que
no es de equivalencia ni de sucesión, sino de yuxtaposición

43.  Ver su Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-textos,
1999.
44.  Roberto Esposito, Immunitas, op. cit.
45.  Por supuesto nos referimos al trabajo de Toni Negri, en particular, su
colaboración con Michael Hardt, Empire, Massachusetts, Harvard University
Press, 2000.

59
Sergio Villalobos-Ruminott

casi aleatoria. Para decirlo de manera alternativa, gracias a


esta observación se hace posible comprender cómo la crisis
de la soberanía territorial moderna está vinculada con la pro-
liferación inmunitaria de formas de control de la existencia,
sin que esto signifique que la biopolítica sea un reemplazo
de la soberanía, una forma de poder postsoberano, o que la
soberanía sea homologable con la biopolítica. La transforma-
ción contemporánea de la relación soberana requiere de los
mecanismos biopolíticos de control de las poblaciones, pero
estos mecanismos no so inexpugnables (no porque sean parte
del biopoder, como quisiera Negri) sino porque la misma re-
lación soberana es indeterminada.
En el fondo, lo que está en juego aquí es la determina-
ción y la representación de la vida como forma de vida his-
tóricamente acotada (la misma noción de vida supone una
operación nominal que atiende a una cierta novedad y a su
inmediata captura representacional); lo que nos lleva a enten-
der el papel de las modernas ciencias humanas como intentos
biopolíticos orientados a representar la vida en cuanto evento
material irreductible a la teología medieval, con sus respecti-
vas jerarquías ontológicas y creacionistas. Foucault empren-
de el análisis arqueológico de las ciencias humanas (de la
lingüística, la biología y la economía política) precisamente
en aquel momento, el de la transición de la episteme clásica
a la moderna, en que la vida aparece desatada de su soporte
teológico-político, como irrupción material y como prolifera-
ción indisciplinada.46 De ahí la intrínseca complementariedad
entre biopolítica y representación: la necesidad de volver a
dirigir la vida, su materialidad heteróclita, al diagrama de la
razón, del saber y de la moral; necesidad entonces de ponerla
en regla, inscribirla y escribirla, para dotarla de una visibili-
dad, de un cuerpo y de un corpus de saber y de poder, que la
contenga y la organice, productivamente. Y ésta es también la
relación entre biopolítica y filosofía de la historia, precisamen-
te porque lo que está en juego en esta política de la vida y de

46.  Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México,
Siglo XXI, 2010.

60
1. Entre la excepción y el interregno

la proliferación de la existencia es una indeterminación into-


lerable de la temporalidad, propia de la experiencia moderna
del tiempo sin teleología, es decir, sin fundamento teológico.
Se trata entonces de pensar la ambigua relación entre
vida, soberanía y biopolítica, desde una ontología material
de la existencia, atenta a la crítica destructiva de la ontología
tradicional propia del proyecto heideggeriano, pero una vez
que la misma facticidad se encuentra sellada en la clausura
tecno-mediática de la experiencia. En este sentido, más allá
del catastrofismo finisecular que identifica la globalización
tecno-tele-mediática con la realización insuperable de la me-
tafísica occidental, o con el cierre del universo político por la
administración total de la existencia y el predominio del cam-
po de concentración como paradigma de la vida contemporá-
nea, habría que pensar, otra vez, en la ambigüedad contenida
en las relaciones entre soberanía, biopolítica y “forma de
vida”, en cuanto irrupción de una materialidad insuturable,
heteróclita (palabra foucaultiana par excellence) que no puede
ser reducida al orden tradicional de la ontología atributiva
ni al orden contemporáneo de la biología, sin operar sobre
ella una cierta violencia mítica reductiva.47 Quizás es este
pequeño margen habite una posibilidad de vida en común
más allá del diseño jurídico de la comunidad, en tensión per-
manente con las operaciones efectivas del derecho, en cuanto
suspensión de la soberanía, de sus lógicas representacionales
y administrativas. Es esto lo que está en juego en la historia,
lo que está sepultado por la euforia del Bicentenario y el coro
que confirma la versión vulgar del progreso. Hoy como ayer
se nos impone una tarea fundamental, la tarea de pensar la

47.  Ver Davide Tarizzo, La vitta, un’invenzione recente, Italia, Laterza, 2010.
Tarizzo, por otro lado, distingue soberanía de biopolítica de la siguiente
forma: la soberanía tiene como objetivo al pueblo, su constitución y su defi-
nición, mientras que la biopolítica tiene a la población, su control y su con-
tención. Así, la soberanía no es equivalente a la biopolítica y produce en ella
un cierto grado de indeterminación, precisamente porque el pueblo como
postulación nunca coincide plenamente con la población, como objeto de
las ciencias humanas y sociales. Recuérdese la diferencia entre pueblos ex-
puestos y pueblos des-figurantes que hemos tomado de G. Didi-Huberman.

61
Sergio Villalobos-Ruminott

historia como lugar en el que se materializa el interregno,


vocación principal de una ontología del presente todavía ne-
cesaria. Pensar aquí la vida más allá del vitalismo moderno,
como proliferación radical, como suspensión de la filosofía de
la historia del capital, conlleva afirmar la lucha por la emanci-
pación como única alternativa para poder habitar bajo el cielo
despejado del porvenir.

62
2. DICTADURA Y MODERNIDAD:
PARA UNA CRÍTICA DE LA FILOSOFÍA
DE LA HISTORIA DEL CAPITAL

Lo no pensable de una historia tiene que ver sin duda


con condiciones del presente, pero también con las
formas catastróficas que adquiere el fin político de un
proyecto histórico.
Nicolás Casullo1

Dictadura y globalización

Entre los múltiples debates que cruzan los diversos campos


intelectuales y políticos del Cono Sur latinoamericano, la
caracterización del rol y la importancia histórica de los años
de dictadura sigue siendo una cuestión delicada. Ya sea que
pongamos el acento en el uso sistemático de la tortura y de
la violencia represiva en general, o que reparemos en el re-
diseño forzado del pacto social llevado a cabo por el funda-
cionalismo militar, lo cierto es que dicho periodo histórico,
gruesamente inaugurado en 1964 con el golpe de Estado en
Brasil y cerrado con la intervención militar en Argentina en
1976, implicó un punto de inflexión en la historia latinoame-
ricana. Considerado como proceso general, el periodo dicta-
torial marcó el fin del modelo nacional-desarrollista y preci-
pitó la debacle de los proyectos de integración nacional y de
liberación anti imperialista, anticipando el fracaso histórico
del socialismo latinoamericano como alternativa al modelo

1.  Las cuestiones, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 11.

63
Sergio Villalobos-Ruminott

de acumulación capitalista predominante en la actualidad.


Para muchos, estas dictaduras funcionaron como procesos de
ajuste social y violenta represión casi-fascista en momentos
en que la expansión del ciclo revolucionario del tercer mundo
llegaba a su máximo esplendor, siendo la revolución cubana
el momento de mayor radicalización continental. Sin embar-
go, no se puede olvidar que junto a esta dimensión represiva
y “negativa”, corresponde a estas dictaduras el haber imple-
mentado o producido las condiciones para la plena puesta
en marcha de los procesos de liberalización económica y de
globalización financiera que han marcado las últimas dé-
cadas de la historia regional. Si la Unidad Popular en Chile
(1970-1973) pudo ser leída como una experiencia sui generis
de “socialismo con empanadas y vino tinto”, su caída, el 11 de
septiembre de 1973, marcó también el cierre del periodo his-
tórico abierto con el fin de la Segunda Guerra Mundial y que
se expresó en el contexto de la Guerra Fría como una disputa
integral entre proyectos alternativos de sociedad (socialismo
o barbarie). El fin de la “vía chilena al socialismo” no solo fue
el fin de un proceso pacífico e institucional de reforma social
sino también precipitó el agotamiento de los ideales políticos
y culturales de la izquierda latinoamericana tradicional y su
respectiva imaginación crítica.
Sin embargo, la consideración de las dimensiones “po-
sitivas” o productivas del periodo dictatorial nos obliga a
ahondar en el análisis de los dispositivos de poder y “guber-
namentalidad” de dichos regímenes más allá de las nociones
tributarias de la ciencias sociales tradicionales: sociedad civil,
racionalidad política, soberanía, Estado, etc.2 Tal considera-

2.  Michel Foucault acuñó la noción de gubernamentalidad en su crítica


genealógica de la teoría y práctica de la gobernabilidad, produciendo un
desplazamiento radical desde las representaciones fetichistas del gobierno,
del Estado y del poder en general, hacia una consideración de su economía
descentrada, diversificada y productiva. La gubernamentalidad desoculta
el núcleo onto-antropológico de las teorías liberales y contractualistas del or-
den social y muestra al poder siempre operando en un campo expandido y
descentrado, materializado en prácticas específicas y tecnologías acotadas
de producción “soberana” de la subjetividad (sujeción). En este sentido, el

64
2. Dictadura y modernidad

ción nos demanda, en otras palabras, repensar las recientes


dictaduras latinoamericanas como operaciones cruentas y
calculadas que utilizaron sistemáticamente la tortura y el
asesinato como mecanismos dirigidos a la transformación de
la sociedad, en un proceso de modernización institucional
y de liberalización económica que terminó por precipitar el
despliegue de la llamada globalización financiera y cultural
contemporánea. En dicho proceso, el llamado “caso” chi-
leno resulta ejemplar precisamente porque la dictadura de
Pinochet no solo terminó abruptamente con el gobierno de
la Unidad Popular, sino también porque desmontó el Estado
nacional-desarrollista que había organizado las agendas re-
formistas durante gran parte de la historia “republicana” del
país. El golpe funcionó como un rediseño político que diluyó
el imaginario reformista nacional y convirtió al país en un
enclave local para una economía articulada mundialmente.3
Pero, si es cierto que la dictadura chilena (1973-1989) se
diferenció de las demás dictaduras recientes en la región por

trabajo genealógico suspende los presupuestos de la imaginación política


occidental (la idea de sujeto soberano, de verdad, de justicia como recipro-
cidad, de agencia y racionalidad, de contrato social, etc.) y se concentra en
los mecanismos y prácticas históricas específicas que definen dicho orden.
Ver, por ejemplo, Dits et écrits II, 1976-1988, Paris, Édition Gallimard, 2001.
3.  Entre las características de dicha transformación están la privatización y
modernización del Estado, la desregulación de la actividad económica me-
diante bruscos mecanismos de ajuste fiscal, la baja de las tasas arancelarias
y de impuestos a la producción, el predominio de procesos de desprole-
tarización y precarización del empleo (post-fordismo), la contracción de la
inversión pública y de políticas distributivas, etc. Todo ello fue vigorosa-
mente implementado en condiciones excepcionales, de fuerte represión y
censura. El “secreto” del llamado “éxito chileno” fue su eficiente desmontaje
del Estado nacional, cuestión que marcó la agenda neoliberal oficializada
posteriormente por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Por eso, la transición chilena a la democracia de los años noventa esconde la
verdadera transición desde el patrón de acumulación de la economía nacio-
nal (primario-exportadora) hacia el patrón de acumulación flexible asociado
con la articulación económica global y sus procesos diferenciados de extrac-
ción de plusvalía relativa y especulación financiera. Ver, David Harvey, A
Brief History of Neoliberalism, op. cit.; y Naomi Klein, The Shock Doctrine: The
Rise of Disaster Capitalism, New York, Picador, 2007.

65
Sergio Villalobos-Ruminott

su cruda eficacia represiva y modernizadora, también lo es


que las transformaciones impulsadas por ésta se inscriben
en un cambio generalizado de la estructura social, el campo
cultural y las prácticas intelectuales a nivel regional. En este
sentido, los golpes de Estado latinoamericanos interrumpie-
ron un proceso de democratización social continental, radica-
lizando la transformación socio-cultural que la región venía
experimentando desde mediados de siglo. Y esto no es un
problema menor porque la crisis precipitada por las interven-
ciones militares (y la consiguiente suspensión del orden insti-
tucional), conllevó un cambio generalizado de las sociedades
–de sus dinámicas culturales, productivas, de consumo– que
no se puede explicar solo por la violencia represiva, sino que
apunta a un agotamiento categorial del pensamiento crítico
tradicional y de sus agendas reformistas y desarrollistas. Esto
nos permite entender el golpe de Estado chileno, sinécdoque
del militarismo regional, como una transición radical desde
el Estado al mercado y como big bang de la globalización
regional.4
Por otro lado, el que la fecha fatídica del golpe chileno
coincida con los atentados perpetrados en territorio nortea-
mericano el 2001 no es una cuestión casual o superficial, sino
que revela la profunda complicidad entre la serie de procesos
que han redefinido el paisaje geo-político contemporáneo y
que, desde el punto de vista del despliegue de la racionalidad
política moderna, coinciden con el paso desde la Doctrina de
seguridad nacional hacia la llamada Doctrina de guerra pre-
ventiva.5 Este pasaje a Occidente perpetrado por las dictaduras

4.  Willy Thayer ha desarrollado esta hipótesis en: “El Golpe como consu-
mación de la vanguardia”, El fragmento repetido. Escritos en estado de excepción,
Santiago, Metales Pesados, 2006, pp. 15-46. De todas maneras, no se trata de
una hipótesis empírica, sino de una propuesta de lectura que permite com-
prender la continuidad entre el desmontaje del Estado nacional-desarrollista
implementado por la dictadura desde sus primeros días, y la reorientación
general del modelo de acumulación asociado con la globalización actual.
5.  Dicha transición no debe entenderse como ruptura y re-fundación de
la política exterior norteamericana, sino como realización de su proyecto
imperial de pacificación y control de la disidencia. Así, la actual Pax Imperial,

66
2. Dictadura y modernidad

radicaliza así la violencia mítica constitutiva del proyecto mo-


dernizador latinoamericano y devela la profunda complici-
dad entre el historicismo burgués que lee la historia regional
de acuerdo con un esquema estandarizado y las transforma-
ciones sucesivas del patrón de acumulación, permitiéndonos
comprender la teoría general de la modernización (formación
del Estado, industrialización, nacional-desarrollismo, integra-
ción, globalización, etc.) como filosofía de la historia del capital.
En este contexto, nos interesa determinar el alcance de
las teorías culturales y sociológicas relativas a esta transfor-
mación nacional y continental para luego precisar las limita-
ciones de la lectura oficial de estos procesos y, a partir de una
crítica de su historicismo constitutivo, cuestionar la economía
política de la modernización regional, al menos en sus as-
pectos relativos a las agendas intelectuales dominantes. Para
acotar este problema, nos abocaremos al debate chileno al
interior de las ciencias sociales, particularmente aquellas de-
dicadas a producir una lectura verosímil sobre la crisis de la
sociedad chilena, sobre la Unidad Popular, el golpe de Estado
y las consecuencias de la dictadura para la transformación de
la sociedad. Esto porque en sus contribuciones se encuentran
las claves que permiten comprender no solo las transforma-
ciones históricas del continente, sino los reacomodos teóricos
y discursivos de la izquierda regional a la nueva facticidad
inaugurada con el despliegue del nuevo orden mundial.
Es importante comprender la forma en que estas discipli-
nas fueron capaces de producir una cierta lectura del proceso
histórico chileno y latinoamericano, reformulando sus agen-
das críticas y conceptuales y haciendo posible con esto reela-
borar una relación postraumática con la historia, que hiciera
sentido en medio del desorden dictatorial. Sin embargo, al

radicalizada después del fin de la Guerra Fría, funciona como un pasaje a Oc-
cidente, sin mediaciones ni contrapesos significativos. Permítasenos referir el
trabajo de Grace Livingstone, America’s Backyard: The United States and Latin
America from the Monroe Doctrine to the War on Terror, New York, Zed Books,
2009. Y Andrew W. Neal, Exceptionalism and the Politics of Counter-Terrorism.
Liberty, Security and the War on Terror, New York, Routledge, 2010.

67
Sergio Villalobos-Ruminott

reelaborar una cierta lectura de la historia –una cierta relación


entre teoría y facticidad–, estas prácticas intelectuales queda-
ron presas del formato normativo del pensamiento político
moderno, el que se expresa, concretamente, en la perpetua-
ción de criterios de continuidad institucional y jurídica a la
hora de comprender la misma historia nacional y continental.
Llamamos a esta limitación normativa, principio evolucionista
de comprensión y su manifestación patente está en la produc-
ción de argumentos que tienden a confundir el uso arbitrario
de la fuerza (como suspensión del derecho nacional e interna-
cional), con la recuperación de una tradición democrática (el
caso chileno) y con el triunfo definitivo de la democracia en el
mundo (como en la lectura oficializada por el Departamento
de Estado norteamericano después del colapso del bloque
socialista).
Nos interesa destacar entonces la forma en que una de-
terminada lectura de la modernidad regional aparece como
condición de posibilidad para la innovación paradigmática
al interior de las ciencias sociales, particularmente, aquellas
“responsablemente” abocadas a pensar el quiebre histó-
rico producido por los golpes y las dictaduras militares.
Consideramos que esta lectura historicista y normativa fun-
ciona como una operación efectiva del derecho que, al desechar
la interpretación marxista de la historia, da tempranamente la
bienvenida a la (tardía) modernidad latinoamericana, sin per-
catarse que dicha modernidad está fuertemente marcada por
la continuidad del proyecto onto-teo-lógico de la metafísica
occidental, cuya manifestación política es la razón imperial
contemporánea, configurada entre el golpe de 1973, en cuanto
fin y realización de la Doctrina de seguridad nacional, y la
guerra post-convencional de pacificación global, en cuanto
manifestación de la Doctrina de guerra preventiva, configura-
da en el periodo posterior al fin de la Guerra Fría.6

6.  Además del célebre texto de Michael Hardt y Antonio Negri, Empire,
op. cit.; habría que considerar el trabajo de William Spanos dedicado a las
continuidades de la razón imperial clásica-romana y contemporánea, por
ejemplo, America’s Shadow: An Anatomy of Empire, op. cit.

68
2. Dictadura y modernidad

En otras palabras, en su bienvenida a la modernidad, los


teóricos culturales chilenos y latinoamericanos adscritos al
paradigma transitológico, fueron incapaces de renunciar al
modelo evolutivo propio de la filosofía de la historia del capi-
tal (formación nacional, desarrollismo, industrialización, mo-
dernización, integración global), lo que les impidió percibir
la profunda continuidad entre la vieja agenda nacional-de-
sarrollista y la actual globalización generalizada del patrón
flexible de acumulación capitalista. Esta misma “ceguera”
les impidió conceptualizar adecuadamente el fuerte carácter
transformador de las dictaduras militares, dejándolos presos
de una concepción teleológica de la historia cuya finalidad
estaba asociada con el proceso de modernización autoritario
de las últimas décadas, sin ninguna relación sustantiva con
el llamado “horizonte emancipatorio moderno”. En tal caso,
su pragmática adaptación a la férrea lógica de los hechos,
aunque reivindicaba ser una superación de las limitaciones
normativas de la tradición, terminó por realizar el anhelo in-
tegracionista latinoamericano a condición de limitar la prác-
tica política e intelectual a una simple instancia santificadora
de la facticidad neoliberal contemporánea.
Desde este punto de vista, la serie de golpes y de dic-
taduras militares en el Cono Sur, complementadas por las
cruentas guerras civiles y el genocidio indígena llevado a
cabo en Centroamérica en las últimas décadas del siglo XX, no
pueden seguir siendo consideradas como un simple accidente
en la historia “republicana” del continente, ni menos como
un efecto involuntario relativo al agotamiento de las formas
institucionales de la democracia tradicional, pues lo que se
juega en estos procesos, para decirlo de manera positiva, es
la reconfiguración radical del patrón de acumulación capi-
talista, la implementación del neoliberalismo como filosofía
incuestionable de la historia regional y la redefinición radical
del pacto social latinoamericano. La relación entre guerra,
dictadura, transición y globalización entonces, más que au-
gurarnos una bienvenida a la esquiva modernidad regional,
revela la reorganización geopolítica del mundo, articulada

69
Sergio Villalobos-Ruminott

por una relación soberana trans-estatal; es decir, expresa la


lógica soberana del capital en un proceso global de subsun-
ción que ya no se haya interrumpido por el contrapeso del
Estado nacional moderno y sus mecanismos de mediación
y redistribución, sino que ahora se encuentra potenciado
por la configuración de un poder global tecno-mediático,
altamente militarizado y regido por la lógica privada de las
corporaciones.

Modernidad tardía latinoamericana


En los años ochenta, gracias a un conjunto de innovacio-
nes conceptuales y paradigmáticas que le disputaban al viejo
modelo decimonónico de civilización y cultura (todavía vi-
gente en las teorías desarrollistas implementadas desde los
años cincuenta en el continente) su indiscutida validez, se
hizo posible una teoría de la modernidad en América Latina
que no desconsideró la esfera simbólica de los medios de
comunicación de masas, ni tampoco olvidó, al momento de
sacar sus cuentas, las dinámicas de re-apropiación y re-pro-
ducción cultural hasta ese entonces negadas o reducidas a
la teoría tradicional de la manipulación ideológica. Así, este
cambio de perspectiva hizo posible reformular los credos ha-
bituales sobre la política y el papel de los intelectuales en ella,
y motivó la búsqueda de alternativas de gestión cultural más
allá de las viejas confianzas en el rol del Estado y las militan-
cias partidarias. Gracias a esto, la cultura ya no será concebida
como una esfera adyacente al Estado preceptor o pedagógico
ni será remitida a las sofisticadas prácticas de algún sector
privilegiado. Pero, si la modernidad ya no es una monolítica
aspiración regional, ni la cultura un resumen de las nove-
dades editoriales y artísticas del primer mundo, tampoco la
democracia podía seguir siendo concebida como una inalcan-
zable aspiración de las jóvenes repúblicas latinoamericanas.
Se hacía necesario entender la democracia como una forma
secular de organizar la sociedad y humanizar el ya naturali-
zado capitalismo global, dejando atrás aquellas concepciones
normativas sobre un modelo ideal de comunidad que habían

70
2. Dictadura y modernidad

alimentado a la imaginación política del continente desde su


utópica fundación republicana.
Estos desplazamientos fueron claves para las nuevas con-
figuraciones del campo intelectual chileno que le disputaba a
la oficialidad del régimen militar, pero también a la izquierda
tradicional, la hegemonía en las formas de leer la escena local.
A pesar de la diversidad de posturas críticas emanadas des-
de el teatro, las artes visuales, la literatura y la historiografía
social, lo cierto es que el papel desempeñado por las ciencias
sociales en su lectura de la experiencia histórica de la Unidad
Popular, el golpe y la dictadura, posibilitó su ubicación hege-
mónica en el tímido debate nacional y facilitó su estratégica
función de orientación y diseño de la transición a la democra-
cia. En este sentido, la ciencias sociales no solo pensaron las
claves políticas e institucionales de dicha transición, sino que
además marcaron su ritmo y definieron su tonalidad.
Sin embargo, para lograr esto se requería no solo diagnos-
ticar el pasado nacional, sino también evaluar las condiciones
regionales que hacían inteligible el caso chileno. Era imperio-
so elaborar una lectura de la modernidad latinoamericana que
enfatizara, por un lado, sus aspectos secularizadores relacio-
nados con la organización racional de la sociedad, el Estado,
el mercado y los sistemas industriales y de educación formal
y, por otro lado, permitiera unificar los divorciados criterios
que históricamente habían diferenciado a la modernidad cul-
tural de la modernización económica y social. Si la misma tra-
dición latinoamericana había alcanzado con el Boom literario
una compensatoria modernidad cultural, como indicaba con
cierto escepticismo Octavio Paz, ahora nos encontrábamos,
paradójicamente, con una re-estructuración neoliberal que
se mostraba como pasaporte y bienvenida a la globalización,
pero en momentos de agotamiento generalizado del otrora
esplendoroso Boom.7

7.  Ver el argumento de Jean Franco, The Decline and Fall of Lettered City,
Massachusetts, Harvard University Press, 2002. El fin del Boom es también
el fin de la literatura como práctica privilegiada e institución de referencia
para comprender las dinámicas históricas y culturales latinoamericanas.

71
Sergio Villalobos-Ruminott

Todo esto se tradujo en una teoría de la modernidad


flexible y heterogénea que superó los impasses del monolítico
modelo metropolitano, y que trascendió los límites herme-
néuticos e identitarios de las concepciones tradicionales sobre
la condición regional, demasiado proclives a la especulación
y a la romantización de nuestra especificidad o autenticidad
cultural. La modernidad latinoamericana debía ser concebida
de forma heterogénea e inclusiva más que de forma homo-
génea y segregativa, lo que llevó a Hermann Herlinghaus a
caracterizar este periodo en los siguientes términos:

El peso con que investigadores chilenos se han inser-


tado en la reconceptualización de las ciencias sociales
en los años ochenta tiene no poco que ver con las hen-
diduras y los profundos efectos transformadores en
lo social, lo académico y lo más ampliamente cultural
que ha tenido el régimen militar de Pinochet, resaltan-
do como modelo culminante de su estirpe en el Cono
Sur […] Chile fue uno de los países donde más llama-
tivamente se constituyeron modelos heterotópicos de
investigación sociológica y politológica en condiciones
de acelerada modernización económica bajo tutela
militar.8

En tal caso, la primera tarea encargada a esta generación


de investigadores sociales a la deriva (desvinculada de las
universidades, reprimida y exiliada) era la de producir un
concepto flexible y heterogéneo de modernidad que supera-
se el conocido lamento sobre “nuestro” atraso cultural. Las
sociedades latinoamericanas ya eran modernas y su carácter
mágico y “folclórico” tantas veces vinculado con el primiti-
vismo de una visión imperial y eurocéntrica, ya no remitía
a una premoderna identidad cultural que adornaba los catá-
logos turísticos, literarios y etnográficos de la región, sino a

8.  Hermann Herlinghaus, Renarración y descentramiento. Mapas alternativos


de la imaginación en América Latina, Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2004,
p. 41.

72
2. Dictadura y modernidad

“nuestra” forma particular de vivir la experiencia colectiva.9


Esto, a su vez, permitió desplazar la discusión hacia ciertos
núcleos institucionales y hacia redes simbólicas y mediáti-
cas liberadas de su endémica reclusión estatal. José Joaquín
Brunner precisaba:

Quisiera argumentar que las sociedades latinoame-


ricanas han llegado a ser modernas porque, al igual
que el resto de Occidente y de parte importante de la
humanidad no occidental, viven en la época de la es-
cuela, los mercados y las hegemonías como modo de
configurar el poder y el control.10

Así, la tardía modernidad regional, producto de brutales


procesos de liberalización económica y represión social, de
ajuste socio-económico y de forzado disciplinamiento fiscal,
era presentada como destino de un proceso general de ma-
duración en el cual había que enfatizar los aspectos relativos
a la pluralidad cultural y a la contingencia de las identidades
sociales. Pero, ¿no era ésta una interpretación que confundía
la modernidad con el transformismo radical del régimen mi-
litar? ¿Qué ocurrió primero, el agotamiento de los modelos
analíticos de la tradición crítica latinoamericana debido a las
dinámicas internas de la cultura regional, o su bancarrota cir-
cunstancial debida al violento rediseño social ejercido por las
dictaduras militares?
Como sea, con esto se intentaba no solo elaborar una
consideración ajustada a la heterogeneidad efectiva de la
sociedad latinoamericana, sino además, evitar la re-caída en
cualquier versión romántica (premoderna) del pasado. Por
un lado, se cuestionaban las versiones que diagnosticaban
“nuestro” endémico retraso como producto de una particular
simbiosis entre cristianismo e hispanidad (Paz), con su con-

9. “No somos ‘diferentes’ sino iguales a las sociedades que nos precedieron
en la construcción de la modernidad: somos un producto de la transforma-
ción social, económica y técnica del campo cultural”. José Joaquín Brunner,
Cartografías de la modernidad, Santiago, Dolmen, 1994, p. 178.
10.  Ibíd., p. 125.

73
Sergio Villalobos-Ruminott

siguiente recurso teológico al ethos cultural latinoamericano


(Morandé); pero, por otro lado, se enfatizaban las transforma-
ciones culturales precipitadas por el desarrollo de los merca-
dos simbólicos y los medios de comunicación de masas que
se volvían cada vez más universales en esta parte del mundo.
El espejo en el cual la sociedad latinoamericana se reflejaba
ya no estaba enterrado (Fuentes) sino trizado (Brunner) y era
necesario hacerse cargo de estas nuevas dinámicas socio-cul-
turales para evitar una imagen equivocada de una realidad
compleja y heterogénea. Esto tuvo enormes consecuencias
al ser contrastado con el núcleo especulativo de los debates
regionales sobre la identidad latinoamericana: ni el sincretis-
mo, ni la transculturación narrativa (Ángel Rama), ni ningu-
na otra ideología cultural resultaban aptas para definir una
modernidad que se había impuesto fácticamente. El ajiaco,
metáfora culinaria de una sabrosa cultura regional (Fernando
Ortiz), estaba servido y con él llegaba a su máximo apogeo el
banquete antropofágico de las vanguardias.11

11.  Es Brunner [El espejo trizado. Ensayo sobre cultura y políticas culturales,
Santiago, FLACSO, 1988] quien desdramatiza los debates antropológicos y
culturales latinoamericanos que tienen como hitos centrales a Octavio Paz,
El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1992; Fer-
nando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 1978; Ángel Rama, Transculturación narrativa en América Latina,
México, Siglo XXI, 1982; Antonio Cornejo Polar, Escribir en el aire: ensayo
sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas, Lima, Editorial
Horizonte, 1994; Carlos Fuentes, El espejo enterrado, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1992; y en Chile, Pedro Morandé, Cultura y modernización
en América Latina: ensayo sobre la crisis del desarrollismo y su superación, Santia-
go, Instituto de Sociología, Pontificia Universidad Católica de Chile, 1984,
entre muchos otros. Dicha desdramatización se mostró pertinente desde el
punto de vista de la hermenéutica cultural (Herlinghaus), pero impotente
frente a los procesos de flexibilización laboral que comenzaban a definir el
patrón de acumulación flexible del llamado post-fordismo contemporáneo.
Por otro lado, más allá de la antropología espiritual que alimenta la teoría
del ethos cultural latinoamericano, encontramos en el trabajo de Bolívar
Echeverría una concepción materialista del ethos barroco latinoamericano y
una problematización fundamental de la homologación entre modernidad y
capitalismo. Ver, por ejemplo, La modernidad de lo barroco, México, Ediciones
Era, 1998.

74
2. Dictadura y modernidad

Esto exigió, a su vez, una redefinición no solo de la cultu-


ra sino también de la práctica intelectual que ya no necesitará
apelar a la tradición, especificidad o identidad regional para
pensar su inscripción en la sociedad: la cultura comienza a
aparecer como una instancia subsumida y ya articulada al
mercado, pero el mercado ya no es concebido como origen
de todos los problemas sociales, sino, por el contrario, como
lugar de articulación y desarticulación de identidades y prác-
ticas culturales más allá de la lógica unilateral del Estado mo-
dernizador latinoamericano.12
En la medida en que esta nueva concepción se contrapu-
so a la versión homogénea y estandarizada de modernidad y
sus atávicas representaciones “macondistas”, también alteró
el viejo modelo de intelectual público y de universidad na-
cional, favoreciendo una privatización y multiplicación de las
agendas educativas, en función de criterios post-estatales y
mercantiles de flexibilización curricular. La práctica intelec-
tual aquí implícita, una vez liberada del pesado lastre de su
orientación estatal, ilustrada y reformista, comenzó a flotar en
un mundo complejo y dinámico en el que las viejas escalas de
valores se democratizaban y mercantilizaban. Por lo mismo,
cualquier intento de resurrección de una concepción sustanti-
va de modernidad podía implicar la reinstalación de un tipo
de práctica intelectual asociada al modelo “frankfurtiano” de
elitismo crítico. La responsabilidad intelectual ya no radicaba,
entonces, en la producción de infinitos marcos especulativos
donde inscribir a las sociedades latinoamericanas, sino en la
producción práctica y responsable de políticas públicas que
facilitasen el acceso a la cultura y, con ello, reforzasen a la

12.  Algunos de estos enfoques están relacionados con las contribuciones


de Jesús Martín Barbero y su reconceptualización de los medios de co-
municación y las mediaciones culturales en De los medios a las mediaciones.
Comunicación, cultura y hegemonía, México, Ediciones G. Pili, 1987; Néstor
García Canclini y su elaboración de las llamadas “epistemologías nómades”
en Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, Argenti-
na, Paidós, 1992; y Carlos Rincón y sus nuevas cartografías culturales para
América Latina en Mapas y pliegues: ensayos de cartografía cultural y de lectura
de neobarroco, Bogotá, Colcultura, 1996.

75
Sergio Villalobos-Ruminott

misma democracia. De esta forma, en Chile al menos, la efi-


cacia en la gestión y el realismo político desplazaron en im-
portancia a la producción de utópicos modelos de sociedad
futura, y esto precipitó la renovación paradigmática de las
ciencias sociales y la renovación política del socialismo.
Pero, si la modernidad ya estaba inexorablemente entre
nosotros, entonces, la supuesta diferencia entre ésta, enten-
dida como un horizonte cultural de configuración de prácti-
cas sociales, de constitución hegemónica de lo político y de
definición de proyectos emancipatorios, y la modernización,
entendida como desarrollo económico y societal, se volvía
irrelevante, cuestión que desplazaba o parecía resolver, al
menos teóricamente, la aporética relación entre capitalismo
y democracia. En términos gramscianos podríamos decir que
la serie de transformaciones socio-políticas y culturales que
afectaron a América Latina desde mediados del siglo XX, y
que en Chile se advierten con gran nitidez gracias a la condi-
ción brutal de la modernización compulsiva implementada
por la dictadura de Pinochet, produjeron una desarticulación
del viejo contrato social que articulaba al Estado nacional
con la sociedad civil y, particularmente, con las instituciones
culturales (con la Universidad nacional, específicamente).
Esta desarticulación favoreció la emergencia de una nueva
intelligentsia político-cultural que reemplazó a la anterior,
orgánicamente vinculada al viejo modelo desarrollista, desde
posiciones más pragmáticas y desenfadadas, lo que se expre-
só como una radicalización de la filosofía de la historia que
alimentaba el proyecto reformista de la intelligentsia tradicio-
nal, y el surgimiento complementario de un realismo político
que funcionó como apropiada lectura sobre la realidad regio-
nal y chilena.13

13.  La desarticulación entre el Estado y las instituciones culturales, la mo-


dernización de la educación superior, su privatización y la consiguiente fle-
xibilización curricular, junto con la implementación del modelo neoliberal
y la refundación institucional alcanzada con la Constitución de 1980, mar-
caron el fin de la intelligentsia tradicional o letrada y de su proyecto político
nacional, dando paso a la formación de una nueva intelligentsia mediática y
desenfadada, horizontal a los diversos sectores político surgidos del proce-

76
2. Dictadura y modernidad

Si ya no era posible distinguir modernización (facticidad)


de modernismo (pensamiento crítico) sin olvidar el carácter
interdependiente de ambos procesos, entonces, la crítica al
transformismo neoliberal implementado con la dictadura chi-
lena quedó peligrosamente anulada o convertida en inconfor-
mismo y nostalgia intelectual. Por eso, antes que antagónica,
la estrategia de estos discursos fue la de un plegamiento a la
“lógica de los hechos” y así, el mercado ya no podía seguir
siendo concebido como el indómito escenario de la explota-
ción del hombre por el hombre, sino que aparecía ahora como
un espacio de resignificación de las identidades sociales que
ya no respondían al esquema simplificador de la lucha de cla-
ses o de la identidad nacional. La mercantilización generaliza-
da de la cultura no era solo un efecto nocivo del predominio
de la razón instrumental, sino también su democratización, y
este entusiasmo post-frankfurtiano caracterizará a gran parte
del debate regional en los años noventa.
Todo esto se expresó, consecuentemente, en una apertura
epistemológica hacia nuevas dinámicas culturales que antes
no poseían la condición de objetos dignos para el análisis
social (melodrama, consumo, migración transnacional, eco-
nomías “informales”, identidades queer, etc.). Pero, ¿es cierto
que el mercado comienza a funcionar, o que ha funcionado
alguna vez, como un espacio óptimo para la auto-constitución
y transformación de las identidades sociales? En la medida
en que estas identidades se estructuran simbólicamente de

so transicional. En todo caso, es esta misma horizontalidad, o complicidad


estructural con los presupuestos historicistas del capitalismo global, lo que
hermana, a pesar de las alegadas diferencias, al tibio reformismo postdicta-
torial con la ingeniería social neoliberal propia de la dictadura, en América
Latina y en el mundo: la incapacidad de formular un concepto no capitalista
de modernidad (considerando que el socialismo real fue, finalmente, un ca-
pitalismo de Estado, orientado por los mismos presupuestos de productivi-
dad e innovación). Es importante enfatizar el carácter horizontal de la filoso-
fía de la historia del capital en esta nueva intelligentsia post-dictatorial, y no
reducirla simplemente a los llamados Chicago Boys, pues sus presupuestos
también caracterizan al reformismo concertacionista (de centro-izquierda)
que ha sido incapaz de cuestionar sustantivamente el modelo de desarrollo
nacional y regional.

77
Sergio Villalobos-Ruminott

acuerdo a la variada oferta y demanda contemporánea (con


sistemas diversificados de producción para la “diferencia”),
entonces, todas estas reflexiones apuntan al abandono de la
vieja crítica marxista del fetichismo de la mercancía y fetichi-
zan, de una u otra forma, el potencial liberador del consumo
cultural, en cuanto práctica de resignificación del poder y de
producción simbólica. Para José Joaquín Brunner, las identi-
dades sociales mediadas por estos procesos:

[N]o expresan un orden –ni de nación, ni de clase, ni


religioso, ni estatal, ni de carisma, ni tradicional, ni de
ningún otro tipo– si no que reflejan en su organización
los procesos contradictorios y heterogéneos de con-
formación de una modernidad tardía, constituida en
condiciones de acelerada internacionalización de los
mercados simbólicos a nivel mundial.14

De esta manera, en América Latina y en Chile, nociones


tales como modernidad periférica, heterogénea, tardía o sui
generis funcionaron como hipótesis orientadas a dar cuenta
de una serie de dinámicas de transformación socio-cultural
y política que no solo ponían de manifiesto el agotamiento
de la tradición intelectual de la región, sino que funcionaban
además como contra-relato al predominio de las corrientes
post-modernistas que emergían en los ámbitos artísticos y
filosóficos del llamado Primer Mundo. Así, el carácter espe-
cífico de la modernidad latinoamericana, con sus dinámicas
enrevesadas y flexibles, permitió que esta nueva intelligentsia
cultural abrazara las transformaciones vinculadas al postmo-
dernismo metropolitano (y su desconfianza en los grandes
relatos), sin renunciar (al menos nominalmente) a la agenda
que había caracterizado históricamente al reformismo regio-
nal. Sin embargo, este alambicado acomodo a las lógicas flexi-
bles de la acumulación capitalista contemporánea implicó
un recorte sustantivo del horizonte emancipatorio moderno,
debilitando las aspiraciones republicanas, democráticas y de
justicia social que habían caracterizado desde su fundación

14.  Brunner, Cartografías de la modernidad, op. cit., p 134.

78
2. Dictadura y modernidad

al llamado proyecto post-colonial latinoamericano. Gracias


a esta inanticipable paradoja histórica, la modernidad ya
no aparecería como “un proyecto inconcluso”, sino como
una facticidad vacía y plegada al transformismo neoliberal
contemporáneo.15

Prosa criolla de la contra-insurgencia


Ya desde principios de los años 1960, con la puesta en
marcha de las estrategias contrainsurgentes en América
Latina, donde se inscriben tanto la constitución de grupos
paramilitares en Centroamérica, como los golpes de Estado
y las intervenciones militares en el Cono Sur en los años si-
guientes, se produjo un freno a los procesos sociales de demo-
cratización, lenta y parsimoniosamente inaugurados con la
desvinculación colonial y las revoluciones de Independencia,
y proseguidos a través de los siglos XIX y XX mediante la
configuración soberana de los Estados nacionales. Este freno
o desactivación social dejó claro que cualquier posibilidad
de incorporación del continente a una dinámica universal de
modernidad se daría mediante una violenta implementación
modernizadora que volvería a hipotecar las esperanzas de-
mocráticas latinoamericanas en una forzada síntesis cultural
y en un proceso compulsivo de adaptación a los imperativos
del orden económico global. Así al menos lo indicaba una
accidentada historia regional, marcada por guerras regiona-
les (civiles y fronterizas), configuración de Estados fuertes
(Rosas en Argentina, el Porfiriato en México, el Estado en for-
ma de Portales en Chile, etc.), y procesos de pacificación (de
la Pampa, de la Araucanía, etc.) y capitalización de la tierra;
junto al fomento de la migración europea, en un programa de
diseño biopolítico de la nación; exterminio y represión indis-
criminada de importantes sectores de la población (desde las

15.  Para una discusión matizada sobre este punto, ver Hermann Herlin-
ghaus y Monika Walter, Posmodernidad en la periferia. Enfoques latinoamerica-
nos de la nueva teoría cultural, Berlín, Langer Verlag, 1994. Y John Beverley,
Michael Aronna y José Oviedo, The Posmodernism Debate in Latin America,
Durham, Duke University Press, 1995.

79
Sergio Villalobos-Ruminott

campañas del desierto y la Pampa, las matanzas obreras, has-


ta el genocidio centroamericano). En esta pila de escombros
y ruinas que constituye la historia no oficial del progresismo
latinoamericano, los golpes venían tanto a confirmar un mo-
delo autoritario siempre latente en la historia regional, como
a transformar las relaciones históricas de dependencia con
las metrópolis, mediante la implementación de un modelo de
acumulación flexible y diversificado. Esto obligó a las teorías
socio-culturales y a gran parte de las humanidades a distan-
ciarse del paradigma asociado con un nostálgico modernismo
que se había parapetado históricamente en la defensa de los
valores tradicionales del continente (desde el arielismo hasta
el calibanismo), contra el indiscriminado imperialismo, y a
potenciar el desarrollo, más o menos articulado, de nuevas
lógicas conceptuales para reapropiar y reorientar el menú
teórico de la oferta metropolitana.16 La apertura hacia estos
nuevos fenómenos culturales, y la reconsideración del rol del
mercado y las mediaciones simbólicas permitió hacer la tran-
sición desde los rígidos esquemas normativos y prescriptivos
que marcaron el comienzo de las disciplinas estatales (positi-
vismo, estructural-funcionalismo y las teorías del desarrollo
y la modernización), hacia nuevos enfoques y paradigmas
relacionados con la emergencia y masificación de los Cultural
Studies en el currículo multicultural de la universidad metro-
politana. Pasamos de la pesada antropología identitaria a una
antropología del consumo cultural más flexible y ajustada a
los nuevos tiempos.
Es innegable que gracias a estas reformulaciones se desa-
rrollaron nociones tales como interculturalidad y multicultu-
ralismo que, en principio, fueron asumidas irreflexivamente y
funcionaron como simple reemplazo conceptual de enfoques

16.  Monumentos centrales de esta tradición de pensamiento son: José


Martí, Nuestra América, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1977 –originalmente
publicado en 1891; José Enrique Rodó, Ariel. Motivos de Proteo, Caracas, Aya-
cucho, 1985 –originalmente 1900; Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme,
París, Présence Africaine, 2000 –originalmente 1955; Roberto Fernández Re-
tamar, Calibán: apuntes sobre la cultura en nuestra América, México, Editorial
Diógenes, 1972; entre muchos otros.

80
2. Dictadura y modernidad

tradicionales agotados y desplazados por la historia. Pero, en


el mediano plazo, esto permitió el desarrollo de una sostenida
reflexión sobre la sociedad latinoamericana contemporánea:
procesos de hibridación y heterogeneidad sustantiva, migra-
ción y redefinición de identidades sociales, transformaciones
del Estado y emergencia de prácticas culturales no tradicio-
nales (el cine, la música y la literatura popular). Sin embar-
go, esto no debiera impedirnos advertir cómo el entusiasmo
con las nuevas nociones de cultura y modernidad, postergó
el análisis de las cruentas transformaciones en las estructu-
ras de poder político y económico, produciendo una suerte
de neo-ricardismo para el cual el consumo y la distribución
representaban lugares analíticos prioritarios en un plano
simbólico y comunicacional. Las viejas robinsonadas critica-
das por Marx seguían estando presentes en la consideración
generalizada de la cultura como campo diversificado y he-
terogéneo de flujos e identidades sociales, sin atender a las
interrelaciones entre transformaciones político-económicas y
socio-culturales.
Obviamente, al señalar este neo-ricardismo hacemos alu-
sión a la hipótesis marxista sobre la coherencia entre el nivel
de desarrollo de las fuerzas productivas y la consiguiente for-
ma histórica de la superestructura ideológico-jurídica y cultu-
ral, como si el patrón de acumulación flexible y post-fordista
fuera, de alguna manera, coherente con la flexibilización cu-
rricular de la universidad y la mercantilización general de la
cultura, y con la consiguiente teoría líquida de la modernidad
tardía latinoamericana.17 Sin embargo, lo que nos interesa en
este contexto no es tanto la denuncia de la condición ideoló-
gica de la modernidad tardía latinoamericana, sino poner de
manifiesto la inviabilidad radical de uno de los presupuestos
constitutivos de la filosofía de la historia del capital, es decir,
aquella convicción que ve en el desarrollo capitalista la inexo-
rable realización de la modernidad, y en ésta, el inevitable

17.  En un sentido parecido opera el análisis de Fredric Jameson, Postmoder-


nism or the Cultural Logic of Late Capitalism, Durham, Duke University Press,
1992.

81
Sergio Villalobos-Ruminott

triunfo de la democracia: lo que el orden económico-político


contemporáneo ha desocultado en su propia performance es la
flexibilidad del patrón de acumulación para articularse con
procesos de modernización autoritarios y con nuevas formas
de micro-fascismo, más allá del orden liberal republicano.
Esto último debiera ser suficiente para problematizar la floja
dicotomía entre democracia liberal y totalitarismo que ha ca-
racterizado al discurso de las ciencias sociales desde comien-
zos de la Guerra Fría.
No olvidemos que esta concepción de modernidad, dis-
tanciada de la versión monolítica, precipitó la sentencia de
muerte para un agónico campo intelectual tradicional que
había sido violentamente desplazado del centro del debate
por las asonadas dictatoriales. Las intervenciones militares
de esos años también mostraron el agotamiento de los mode-
los de interpretación del campo intelectual latinoamericano
relacionado con el marxismo (al menos, con un cierto mar-
xismo oficial); campo que estaba incapacitado para prever la
radicalidad de la violencia estatal y que no pudo pensar la
transformación mediática y comunicacional de la cultura y la
sociedad latinoamericana en general. Esto significó, de una u
otra manera, el fin de una forma histórica de la imaginación
y permitió el desarrollo de una nueva forma de articulación
entre saber y poder, entre intelectuales y proceso histórico, en
otras palabras, entre crítica e historia.
Para la nueva intelligentsia surgida de este proceso,
América Latina era moderna no porque la modernidad fuera
“una y la misma en todas partes”, sino por el innegable desa-
rrollo de ciertas instituciones y prácticas sociales. No se trata-
ba de un proceso homogéneo sino radicalmente heterogéneo,
aun cuando dicha heterogeneidad continuaba supeditada
a controvertidos indicadores formales. A la vez, junto con
la liberación del campo cultural de su asentamiento estatal,
planificador y reformista, y de su práctica elitista y letrada,
para abrirse a los medios de comunicación, las narrativas po-
pulares y las formas heteróclitas de la cultura popular, era
necesario producir una concepción radical de heterogeneidad

82
2. Dictadura y modernidad

que contrarrestara las insistencias no solo del pensamiento


identitario tradicional, sino también del marxismo ortodoxo
y del determinismo económico en general. En el fondo, la
gran contribución de esta intelligentsia cultural fue el cuestio-
namiento de la autoridad hermenéutica de la intelectualidad
tradicional, junto con su crítica de la autoridad política de
la generación anterior que aparecía, según el curso trágico
de la historia, como responsable de la debacle continental.
Si los modelos analíticos tradicionales fueron incapaces de
comprender las nuevas dinámicas culturales, así también lo
fueron los militantes revolucionarios que, ofuscados con su
proyecto de transformación social, no se preocuparon por
pensar nuevas formas de entender la democracia.18
Queremos sugerir, sin embargo, que el mérito de esta
nueva intelligentsia es proporcional a su reconstrucción his-
toricista del proceso político chileno, con sus discutibles
lecturas de la Unidad Popular, del golpe de Estado y de la
dictadura. Es decir, más allá de sus innovaciones teóricas,
muchos de estos discursos quedaron subordinados a la ló-
gica realista de la transición democrática, funcionando como
criterios estandarizados y oficiales de entender el pasado na-
cional, indiferenciando a la vez dicho pasado en un estado
general de predictadura. Gracias a su inadvertido historicis-
mo, elaboraron una consideración redentorista del golpe de
1973, cuestión que mitificó su efecto fundacional, partiendo
la historia entre un erróneo pasado juvenil y una secularizada
madurez de postdictadura. No se trata de suponer una línea
causal entre el desarrollo de las hermenéuticas culturales y el
tibio realismo transicional, sino, por el contrario, se trata de

18.  Nicolás Casullo, sin embargo, muestra el olvido paradojal de los exper-
tos transitólogos contemporáneos de la siguiente manera: “La extinción de
la revolución científicamente fundamentada, el fin de una cosmovisión que
planteó la hechura de otra comunidad que nacería de manera inevitable desde
las calderas del capitalismo, debiera llevar a la teoría cultural y política a
una interrogación tan basta para comprender el sentido de la marcha civili-
zatoria […] que resulta incomprensible la poca importancia de análisis que
merece en las últimas décadas esta brutal inversión temporal del ‘sitio de la
revolución’ desde el futuro al pretérito”, Las cuestiones, op. cit., p. 21.

83
Sergio Villalobos-Ruminott

mostrar la utilidad pragmática de estos desplazamientos her-


menéuticos para la elaboración de una criteriología normati-
va y restrictiva de la actual democracia chilena, coherente con
la nueva disposición geo-política del mundo. De esta manera,
al historicismo característico de sus versiones del pasado,
se suma una concepción normativa del orden social (y de la
política), basada en una antropología trascendental que po-
demos llamar “hipótesis represiva” o “hipótesis hobbesiana
del orden”.19
Así, al elaborar un relato sobre el pasado nacional, estos
discursos remitieron los conflictos y antagonismos sociales
del pasado y del presente a un cierto populismo idiosincrási-
co (la Unidad Popular) y a un ámbito institucional relativo a
la precaria democracia pactada, expropiando con esto a la na-
rrativa histórica de sus centrífugas dinámicas para-estatales.
Quizás, la consecuencia más relevante de esta operación de
lectura fue la desactivación del “potencial crítico” de los mo-
vimientos de protesta de los años ochenta, que desestabiliza-
ron el régimen dictatorial y que reactivaron un protagonismo
social expropiado por la violencia del golpe, favoreciendo, en
cambio, el reposicionamiento en la estructura del Estado de
una “renovada” lógica de representación política (la llamada
Concertación de Partidos por la Democracia).
En este sentido y para referir al historiador indio Ranajit
Guha, podríamos decir que estos discursos transitológicos
funcionaron como una forma criolla y tardía de “prosa de
la contra-insurgencia”. Recordemos que el trabajo de Guha

19.  La llamada “hipótesis hobbesiana” no se refiere al impacto de Thomas


Hobbes o de su pensamiento en particular, sino a la versión estándar y vul-
gar del orden como resultado de un acuerdo o contrato entre subjetividades
asistidas por una precaria condición natural, caracterizada por el miedo
como incertidumbre colectiva pre-política y el pacto social como superación
del estado de naturaleza. Esta “hipótesis represiva” entonces, radicaliza
dicho contractualismo al dotar a la subjetividad firmante del pacto con una
condición “soberana”, que implica hacerla parte de su propia dominación.
Esto resulta evidente en las explicaciones habituales de los golpes de Estado
y de las diversas intervenciones militares en el continente, siendo la llamada
“tesis de los dos demonios” en Argentina y la explicación “transitológica”
chilena, ejemplos fundamentales y recientes.

84
2. Dictadura y modernidad

está referido a las insurrecciones campesinas de la India co-


lonial y a la forma en que la historiografía tradicional (liberal
o marxista), encerrada en sus esquemas evolutivos y sobera-
nos de sociedad civil (clases sociales) y formación del Estado,
consideraba a estas insurrecciones como manifestaciones
de una cierta negatividad irracional y violenta, ajena a los
criterios normativos de racionalidad y agencia histórica. De
esta manera, Guha muestra cómo la versión oficial sacrifica
la historicidad de los procesos de lucha social al narrarlos y
circunscribirlos dentro de los límites de la legitimidad del
Estado. De manera similar operaría la prosa criolla de la con-
trainsurgencia al organizar el relato histórico según la teleo-
logía de la transición y la integración a la economía mundial,
obliterando las luchas sociales antidictatoriales y restándoles
sus deseos y pulsiones políticas.20
Sin embargo, dicha negatividad subalterna no se refiere a
un contenido sustantivo y “en reserva”, que pueda ser invo-
cado, románticamente, contra las operaciones de la domina-
ción, sino a la “puesta en escena” del carácter imperfecto de
la sutura hegemónica. El poder estatal, entonces, no solo se
articula mediante los mecanismos de interpelación y persua-
sión ideológica, sino también mediante la cruenta imposición
fáctica de la dominación sin hegemonía (de ahí la recurrencia
latinoamericana al golpe de Estado). De hecho, para Guha, la
hegemonía es, en su forma general, un relato reconstructivo
(ex-post-facto) que otorga racionalidad a la violencia de los
vencedores, negándosela a los vencidos.21 Sin embargo, más
allá de este problema, podríamos pensar analógicamente el
“potencial crítico” del movimiento de protestas en el Chile
de los años ochenta no como una apelación populista a las

20.  Para una versión alternativa ver Gabriel Salazar, Violencia política popular
en “las grandes alamedas”, Santiago 1947-1987: una perspectiva histórico-popular,
Santiago, Sur, 2000.
21.  Ranajit Guha, Dominance without Hegemony: History and Power in Colonial
India, New York, Oxford University Press, 1997. Siendo su libro fundamen-
tal Elementary Aspects of Peasant Insungency in Colonial India, Durham, Duke
University Press, 1999.

85
Sergio Villalobos-Ruminott

supuestas reservas democráticas del movimiento popular


chileno, sino, en cambio, como un síntoma del agotamiento
del modelo de dominación de la dictadura militar, cuestión
que la obligó a repensar su formato, dando paso a la tan elo-
giada transición a la democracia. En este sentido, la oleada
festiva que ocupó las calles del país ad portas del plebiscito
de 1988, más que una recuperación del horizonte radical de
la (imaginada) democracia nacional, funcionó como una cita
anacrónica de la política de masas, extemporánea a los tiem-
pos neoliberales contemporáneos y, a su vez, la transición a la
democracia que le siguió, más que el resultado de las conquis-
tas del movimiento popular o de la llamada sociedad civil,
fue el proceso mediante el cual la dominación se rearticuló
hegemónicamente, pasando desde su administración militar
hasta su actual condición civil, siempre en el mismo marco
constitucional.
En tal caso, la flexibilización categorial post-identitaria,
fundamental para una consideración post-normativa de la
formación histórica de la sociedad latinoamericana, quedó in-
defectiblemente remitida a la lógica “contra-insurgente” de la
transición democrática, precisamente porque quedó converti-
da en criterio para el diseño de políticas públicas de marcada
orientación compensatoria. Indudablemente, las reflexiones
contemporáneas en el campo cultural han producido impor-
tantes matices en las formas de concebir la diversidad social
en la región, pero no nos interesa abundar en descripciones
etnográficas sobre dicha heterogeneidad, sino cuestionar la
forma en que ésta terminó siendo adscrita a una concepción
flexible y abarcadora de sociedad civil. De esta manera, lo que
aparecía en los múltiples estudios dedicados a las transforma-
ciones de los años ochenta como un progreso evidente en el
ámbito analítico y conceptual, pronto fue pragmáticamente
traducido a la gestión y administración gubernamental y se
mimetizó, una vez más, con las estrategias de legitimación
estatal y de gobernabilidad.22

22.  Debemos mencionar, en este caso, los tempranos trabajos de Brunner y


Gonzalo Catalán, Cinco ensayos sobre cultura y sociedad, Santiago, FLACSO,

86
2. Dictadura y modernidad

La conversión de la multiplicidad social en una categoría


indiferenciada de sociedad civil fue coherente además con un
proceso de largo plazo en el que nociones tales como sincretis-
mo y transculturación, junto a las de mestizaje e hibridación
cultural han operado, por un lado, como hipótesis relativas a
la constitución de las sociedades latinoamericanas y, por otro
lado, como ideologías de claro diseño estatal orientadas a la
producción o justificación normativa de algún tipo específico
de organización de la nación. Ellas, en tanto que categorías
de una hermenéutica social interesada, respondían a la pre-
gunta por el estatuto de la sociedad latinoamericana, pero lo
hacían supeditando el análisis a una comprensión teleológica
de la formación del Estado-nacional o subordinándolo a una
concepción normativa del orden social. Por eso, asumir la
heterogeneidad (o la multiplicidad) como punto de partida
implica cuestionar radicalmente las formas en que conceptos
tales como sociedad civil y gobernabilidad circulan en los dis-
cursos contemporáneos de las teorías sociales y culturales la-
tinoamericanas, facilitando la reformulación del vínculo entre
saber y poder, y orientando la gestión estatal, la seguridad y
el control ciudadano (gubernamentalidad), en un marco cada
vez más globalizado.23

1985; junto a El espejo trizado, op. cit. En una perspectiva complementaria, los
documentos de trabajo publicados a mediados de los ochenta, en CENECA
y luego, en FLACSO. Junto a los enfoques politológicos de Tomás Moulian y
Manuel Antonio Garretón, especialmente, Análisis coyuntural y proceso políti-
co: la fase del conflicto en Chile: 1970-1973, Costa Rica, Ediciones Centro Améri-
ca, 1978. Una edición complementaria: La Unidad Popular y el conflicto político
en Chile, Santiago, SESOC, 1993. También Norbert Lechner, La conflictiva y
nunca acabada construcción del orden deseado, Santiago, FLACSO, 1984; junto a
Los patios interiores de la democracia, Santiago, FLACSO, 1988. En un contexto
más amplio, el trabajo de Adam Przeworski, Democracia y mercado. Reformas
políticas y económicas en la Europa del Este y América Latina, New York, Cam-
bridge University Press, 1995; y las diversas compilaciones sobre Paraguay,
Chile, Argentina y Uruguay realizadas por Saúl Sosnowski.
23.  Gareth Williams en su libro The Other Side of the Popular, op. cit., emplea
la noción “Fictive Ethnicity” (tempranamente acuñada por Étienne Balibar)
para caracterizar la forma en que el Estado latinoamericano ha interpelado a
la ciudadanía desde una supuesta identidad común o nacional. Desde dicha
interpelación, las categorías descriptivas de la heterogeneidad latinoame-

87
Sergio Villalobos-Ruminott

Lo que está en juego en este problema, de todas maneras,


no es tanto la denuncia del Estado como instancia de poder
homogeneizador y disciplinante, sino el cuestionamiento de
los presupuestos liberales tradicionales acerca del origen con-
tractual del Estado nacional. En Chile y en América Latina, el
Estado aparece como fundante (más que garante) de la nación
(comunidad o sociedad civil), y no al revés, como supone el
modelo contractualista tradicional, y esto devela un límite
tanto de los modelos sociológicos de modernidad tardía
como de la institución historiográfica liberal y progresista.24
Por otro lado, el que la globalización económica se muestre
articulada más allá de las medidas restrictivas encargadas de
proteger el clásico patrón de acumulación ligado a las econo-
mías nacionales, tiene como efecto un debilitamiento del or-
den institucional característico de la modernidad occidental
(Estado, Parlamento, soberanía nacional, derecho constitucio-
nal, etc.), lo que muestra a la Fictive Ethnicity como una for-
ma histórica concreta de producción de gubernamentalidad,
complementada hoy con formas más laxas y heterogéneas de
producción de subjetividad, es decir, con nuevas tecnologías
del yo adecuadas a la reorganización corporativa del mundo
contemporáneo.
Por supuesto, estos discursos culturales y transitológicos
permitieron la rearticulación de una historia dramáticamente
indescifrable, haciendo que su violenta trama mostrase su
sentido; pero al hacer esto, también produjeron una recons-
trucción normativa que debe ser reconocida y disputada. El
elogiado diagnóstico socio-cultural de América Latina y su

ricana han quedado subordinadas a la historicidad normativa del Estado


nacional, lo que tiende a sustantivarlas y a convertirlas en criterios prescrip-
tivos de un orden histórico concreto.
24.  Una temprana aproximación a esta problemática, desde una historio-
grafía de corte conservador, está en Mario Góngora, Ensayo histórico sobre
la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago, La Ciudad, 1981.
A las que recientemente podemos sumar los trabajos de Rafael Rojas, Las
repúblicas de aire, op. cit.; y, Tomás Pérez Vejo, La elegía criolla, op. cit., como
muestras de la reciente crítica al formato liberal-contractualista de la funda-
ción de los Estados nacionales latinoamericanos.

88
2. Dictadura y modernidad

redefinición de la modernidad, la cultura y la heterogeneidad,


no debe ocultar la insistencia en un viejo vicio excepcionalista
que se complementa con una versión evolutiva de sus propias
premisas disciplinarias. Ese es el rendimiento de su historicis-
mo, su particular operación efectiva del derecho.

Principio evolucionista de comprensión

El que cada sociedad cuente la historia de manera teleológica,


haciendo aparecer el pasado en general como su pasado, es
una operación ideológica vulgar según nos advertía Marx en
su famosa Ideología alemana.25 Pero Marx también nos advertía
que lo que caracterizaba a la época burguesa era, precisamen-
te, su vocación universal, es decir, el hecho de presentar el
modelo de modernidad capitalista como destino inexorable
de la especie humana. Este complejo historicismo ha acom-
pañado las agendas políticas e intelectuales de la historia lati-
noamericana desde su inicio, por lo cual no debería extrañar
que los discursos transicionales repitieran dicho mecanismo
retrospectivo como clave de su auto-legitimación: se trataba
de producir una identificación entre la accidentada historia de
América Latina y la historia ejemplar de las ciencias sociales,
como condición epistemológica y existencial para un análisis
de las posibilidades abiertas con el fin de la dictadura y la
así llamada “recuperación” de la democracia. Esto permitió
sostener la reciprocidad entre maduración personal y evolu-
ción socio-política, facilitando la configuración de una visión
secular para una generación que habría hecho su experiencia
de maduración en los oscuros talleres de la historia. Así, los
análisis de la modernidad tardía, de los mercados simbólicos
y de la política secularizada en los años ochenta, disputaron
al campo oficialista de la dictadura militar, la lectura hege-
mónica sobre el estado de la sociedad chilena, pero a la vez,
disputaron al campo crítico tradicional el asignado lugar de
la verdad, desplazando el reduccionismo de clases y el deter-

25.  Karl Marx y Frederick Engels, La ideología alemana, La Habana, Editora


Política, 1979.

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Sergio Villalobos-Ruminott

minismo económico que habrían definido el cruce entre mar-


xismo latinoamericano y ciencias sociales en los años sesenta.
Al desmarcarse en ambos sentidos, estas ciencias sociales
lograron constituirse en el lugar privilegiado desde donde
interrogar y determinar la situación nacional y regional.
Para ganar esta disputa e instalarse como adecuada lec-
tura del presente, sin embargo, todavía era necesario supe-
rar de forma definitiva las taras del “utopismo juvenil” y las
arbitrariedades de un poco riguroso “compromiso político e
intelectual” que habría limitado fuertemente a la generación
“partisana” anterior. Por lo tanto, la renovación temática de
sus enfoques y procedimientos irá de la mano con la renova-
ción política del socialismo, cuestión facilitada, a su vez, por
el desencanto de una generación golpeada por la brutalidad
de la intervención militar. El paso desde la crisis epistemo-
lógica y existencial, producto de la represión y el exilio, a la
autocrítica y de allí a la renovación, parecía automático, sobre
todo porque más allá de la escena local, a nivel global dicho
diagnóstico se confirmaba sobradamente. De todas maneras,
aun cuando la rápida renovación política estuvo asistida por
un proceso de “maduración” generacional precipitado por el
evento traumático del golpe y elaborado existencialmente en
la soledad para-institucional producida por el exilio y la cen-
sura, lo que llama la atención de esta “maduración” no es solo
la coherencia del relato autocrítico, sino su complementarie-
dad con la versión teleológica del proceso de modernización
latinoamericano, como si la operación biopolítica más imper-
ceptible del golpe hubiese sido la introyección de una culpa
generacional que, una vez “confesada”, permitiera alcanzar
una madurez epistemológica y política más a “tono” con el
tímido realismo conformista de los nuevos tiempos.26

26.  La relación entre auto-crítica, culpa y confesión no se reduce a un asunto


de carácter psicológico puntual, sino que expresa la complejidad inherente
a la cuestión del sujeto soberano. Para Michel Foucault, por ejemplo, antes
del desarrollo de las técnicas confesionales del cristianismo medieval o de
la constitución cartesiana de la lógica de la verdad, habría que interrogar las
transformaciones históricas de la parresía (parrhesia, el habla llana) en cuanto
convergencia de sinceridad y verdad, convergencia, sin embargo, desvirtua-

90
2. Dictadura y modernidad

En cualquier caso, más allá de las denuncias y recrimi-


naciones políticas en torno a esta “renovación”, nos interesa
destacar que el vínculo entre ciencias sociales y procesos de
modernización en América Latina siempre ha sido un síntoma
de la estrechez analítica de los reformadores sociales y de la
vocación intervencionista de sus exponentes intelectuales. La
emergencia de una consideración objetiva y científica sobre
los comportamientos sociales ya había delatado su carácter
normativo con el positivismo en el siglo diecinueve, pero será
con la implementación de los programas de industrialización
y sustitución de importaciones en la primera mitad del siglo
XX, donde se expresará de mejor manera este vínculo entre el
desarrollismo y la incipiente ingeniería social norteamerica-
na asociada al estructural-funcionalismo. Fue esta estrechez
analítica la que posibilitó en los años sesenta la irrupción de
variadas teorías críticas del desarrollismo y su implícita filo-
sofía de la historia, así como de la relación entre imperialismo
y dependencia (André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini,
Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, etc.). Sin embargo,
todo esto fue leído desde el contexto chileno de los años
ochenta como una errática politización del campo profesional
que habría derivado en el naufragio de las ciencias sociales,
complementario del aún más grave naufragio generacional.27
De esta forma, la intervención militar y la misma dictadura
habrían forzado la re-elaboración de los mapas epistemoló-
gicos y políticos de esta intelectualidad y habrían favorecido

da por la emergencia de las formas jurídicas del testimonio y la confesión.


Ver, Michel Foucault, La verdad y las formas jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1980;
además, El coraje de la verdad. El gobierno de sí y de los otros II (Curso del Collège
de France, 1983-84), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010. Así,
la verdad incuestionable de la filosofía de la historia del capital interrumpe
la parresía, convirtiéndola en testimonio y auto-crítica, en favor de una re-
conciliación por-venir. Más que una práctica intelectual parrésica, tenemos
una compungida ceremonia de arrepentimiento que termina confirmando
la hegemonía neoliberal.
27.  José Joaquín Brunner, Conocimiento, sociedad y política, Santiago, FLAC-
SO, 1993. Para una visión regional alternativa, Jaime Osorio, Las dos caras del
espejo: ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana, México, Triana
editores, 1995.

91
Sergio Villalobos-Ruminott

no solo la incorporación de autores heterodoxos a la tradición


de la izquierda militante, sino también, la definitiva profesio-
nalización de las disciplinas sociales que, gracias a esto, aban-
donaron sus agendas radicales y se concentraron en el diag-
nóstico y bienvenida de una esquiva modernidad periférica.
Es innegable que los regímenes militares marcaron pro-
fundamente a un campo profesional impactado por la expe-
riencia del exilio y cobijado por las ONGs y otras instancias
internacionales, por lo que resulta lógico asumir que fue esta
experiencia de despojo y errancia la que coadyuvó a la reno-
vación de temáticas y problemas para las agendas intelectua-
les en cuestión. Sin embargo, más allá de las dramáticas con-
secuencias de las intervenciones militares, la represión y la
censura, no se debe olvidar que desde su primera aparición,
estas constelaciones disciplinarias estuvieron encargadas de
diagnosticar el atraso cultural y el impacto de los procesos
tardíos de industrialización y urbanización en la región, des-
empeñando un rol equivalente al ejercido por el positivismo
en el siglo diecinueve, en cuanto ideología consagrada a faci-
litar la pacificación y la anexión territorial.28
En efecto, a lo largo del siglo XIX, la naturaleza indómita
de la pampa, la selva y el desierto aparecían como limitacio-
nes del proyecto de civilización latinoamericana y como mar-
ca indeleble de nuestro atraso económico y cultural; por esto
no fue extraño el carácter de culto religioso atribuido al posi-
tivismo en cuanto enfoque que sirvió como justificación laxa
para los procesos de pacificación e incorporación productiva
de los territorios “salvajes” –o no colonizados– al expansivo
circuito del capital y su correspondiente marco institucional.
De manera análoga, desde comienzos del siglo XX, las nuevas
realidades urbanas en la región, con sus impredecibles y des-
ordenadas dinámicas de contaminación de la otrora ciudad
patricia, necesitaron del dispositivo analítico de las ciencias
sociales para domesticar y normar ya no solo la naturaleza in-
dómita del continente (llenas de gauchos, indios y bandidos)

28.  David Viñas, Indios, ejército y frontera, op. cit.

92
2. Dictadura y modernidad

sino también sus amenazadas ciudades (llenas de “caras su-


cias”, “rotos”, “compadritos” y “cabecitas negras”).29 A esto
se debe también la importancia atribuida a las nociones de
“conducta desviada”, “alienación juvenil”, “particularismo
emotivo”, “rebeldía sensual”, “anomia” y muchas otras que
repiten en el siglo XX las frenologías racistas que definían al
indio, al peón y al gaucho, en el diecinueve. Ahora, cuando
la sociedad latinoamericana se muestra totalmente penetra-
da por las dinámicas flexibles de la acumulación capitalista
contemporánea, las ciencias sociales vuelven a cumplir un rol
normativo y normalizador, en un plano aún más sutil pero
no por ello menos efectivo: la presentación de la facticidad
actual del capitalismo global como destino inexorable de la
historia regional y como bienvenida a la tan esperada moder-
nidad, amenazada por delincuentes, micro-traficantes y “nar-
co-terroristas”. Lo que está en el corazón de esta filosofía de
la historia es la representación naturalizada del orden social,
basada en una antropología neoliberal que reduce lo humano
a una función del consumo y, consecuentemente, reduce las
humanidades a un nostálgico lastre del pasado que se hace
innecesario en un mundo configurado por dinámicas flexibles
y formas profesionalizadas de saber. Pero, ¿es cierto que el
pensamiento crítico solo puede optar entre las viejas herme-
néuticas humanistas, conservadoras y elitistas, y los nuevos
saberes profesionalizados, pragmáticos y ligeros?
Paralelamente, la renovación temática de estas ciencias
sociales precipitó la renovación política de un socialismo que
se apresuraba a dejar de lado sus lastres estalinistas y parti-
sanos y así, casi simultáneamente con la debacle del mundo
soviético, se apresuraba a redefinir sus tácticas y estrategias
en una versión acotada y criolla de la Perestroika. Este cambio
paradigmático y político permitió no solo definir la transi-
ción, sino también reorganizar la democracia chilena desde

29.  Horacio González, Restos pampeanos. Ciencia, ensayo y política en la cul-


tura argentina del siglo XX, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1999. También,
Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios: formación y crisis de la sociedad
popular chilena en el siglo XIX, Santiago, Editorial SUR, 1989.

93
Sergio Villalobos-Ruminott

una renovada concepción de la responsabilidad política, de la


democracia representativa y de la administración delegativa
del Estado. De cualquier manera, esta renovación y auto-críti-
ca de las tradiciones burocráticas y partisanas no derivó, des-
afortunadamente, en una democratización sustantiva, sino
en el reacomodo de las viejas elites que constituyen lo que
podríamos llamar la “clase política” criolla, a las nuevas di-
námicas políticas de representación en postdictadura. La tesis
de la permanencia y reproducción de las elites, diagnosticada
tempranamente en el siglo XX por la sociología política (Max
Weber, Robert Michels, Charles Wright Mills, etc.), debe ser
complementada con una crítica sostenida de la relación entre
política y soberanía, precisamente porque lo que nos interesa
es la genealogía y no la crítica moralista de la forma en que la
renovación, después de la transición, consagró el desmontaje
neoliberal de la república.
En este contexto es donde resulta importante la serie de
contribuciones elaboradas por intelectuales como Brunner,
Norbert Lechner, Tomás Moulian, Manuel Antonio Garretón,
Ángel Flisfisch, Eugenio Tironi y muchos otros. Así, con la
aparición de Cinco ensayos sobre cultura y sociedad de Brunner
y Catalán, apreciamos un momento crucial en el cambio de
perspectivas sobre las transformaciones culturales; innova-
ción que será confirmada un poco después con El espejo trizado
del mismo Brunner. Lechner, por su parte, desarrollará en los
ochenta un sostenido análisis de las formas colectivas de or-
ganizar y definir el orden social, basado en una crítica de las
filosofías de la historia que alimentaban las concepciones tan-
to de marxistas deterministas como de los nuevos tecnócratas
neoliberales. Para estos últimos, “la política consistía en el
conocimiento científico de la realidad social (la ‘ciencia eco-
nómica’) y la adaptación de la voluntad a las necesidades”.30
Y esto sería no solo expresión de una filosofía decimonóni-
ca actualizada según las recomendaciones pragmáticas de
la economía, ya por entonces un discurso hegemónico, sino

30.  Ver Norbert Lechner, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado, op. cit., p. 151.

94
2. Dictadura y modernidad

también la postulación de un concepto restringido de práctica


política. Por eso, la producción colectiva del orden aparecía
como el objetivo de la democracia: “construir esa continui-
dad en la discontinuidad, es la política; es lo que se opone a
lo fugaz y fútil, ordenando la discontinuidad; lo que crea lo
común, lo contiguo, lo contrario”.31
Así para Lechner, quien consideraba el proceso de secu-
larización como causa y consecuencia de la crisis categorial
de los enfoques tradicionales y de la crisis social precipitada
por las dictaduras, esto se traducía en la necesidad de pensar
secularmente la política, es decir, de no remitirla a algún pa-
radigma cerrado sino de concebirla como construcción sim-
bólica colectiva y concreta, referida al problema de los miedos
que estructuraban la vida cotidiana. Refiriéndose a la Unidad
Popular nos dice:

Desde niño aprendí lo difícil que es construir amis-


tades, rutinas, el mismo lenguaje [...] Quien quiera
instalarse en el mundo tiene que crearse un lugar,
arraigarse en un barrio, vivir una ciudad. Por eso, en
el último año de la Unidad Popular las tensiones se me
hacen insoportables, aunque solo tomé conciencia de
ello después del golpe.32

De esta manera, se hace converger en el mismo plano la


autocrítica existencial del pasado militante con la necesaria
renovación categorial en el presente dictatorial. Es decir, se
trata de constatar cómo el desorden institucional y cotidiano
de la Unidad Popular fue reemplazado por el miedo como
experiencia colectiva, en tiempos de dictadura, lo que debe-
ría dar paso a una definición colectiva del orden social como
condición indispensable de la democracia. Sin embargo, nos
interesa interrogar los límites institucionales y la generalidad
de dicha definición colectiva, precisamente porque la ambi-
güedad de este tipo de lecturas, con sus apelaciones al orden

31.  Ibíd., p. 34.


32.  Ibíd., p 15.

95
Sergio Villalobos-Ruminott

colectivo y simbólicamente fundado, deja el problema de lo


político inconcluso e instalado en las inmediaciones de la an-
tropología neoliberal contemporánea. Si la política consiste en
la producción de ofertas variadas de certidumbre, entonces
la suspensión de la política por la dictadura aparece como
generalización de un estado angustiante de incertidumbre.
La transición a la democracia tendrá como tarea principal
la restitución de la confianza y la estabilidad social, expul-
sando al miedo dictatorial de la vida cotidiana. Sin embar-
go, el límite de esta práctica colectiva estaba en un concepto
ambiguo de orden social: “[e]l orden es la encarnación de la
vida. Es el Ser. El Ser se presenta bajo forma de orden y no
podemos concebirlo sino como forma ordenada. El orden es
la vida enfrentada a la muerte”.33 Si el orden es el ser, la vida;
el desorden es el no ser, el caos, la muerte. En la medida en
que la democracia transicional es concebida como orden y ser,
entonces, el pasado indiferenciado (predictadura y dictadura)
aparece como desorden y no-ser.
Es debido a este tipo de pensamiento abismal que se
hace necesario cuestionar los criterios antropológico-políticos
presentes en las teorías transitológicas y en los desarrollos
contemporáneos de la teoría social (el neoconservadurismo
americano, las sociologías del riesgo y la tercera vía, el institu-
cionalismo sociológico, etc.). Así también resulta necesario se-
ñalar cómo, aun cuando estos trabajos plantean los problemas
centrales sobre la cuestión de la política y el conflicto social en
los años ochenta, siguen dependiendo de una lectura absolu-
tamente convencional del marxismo y de una ambigua defi-
nición del problema del orden social. La antropología política
de la que hablamos, y que está anclada en la llamada hipótesis
hobbesiana del orden social, se expresa en un concepto de or-
den que fluctúa entre construcción social y condición norma-
tiva indispensable para esa misma construcción, es decir, que
funciona como presupuesto normativo y efecto normalizador
de la política. Aquí también está el límite del reformismo

33.  Ibíd., p. 73.

96
2. Dictadura y modernidad

contemporáneo, en su inadvertido presupuesto onto-antro-


pológico y en su reducción convencional de lo humano a una
función del orden y del consumo, fundada en una particular
filosofía evolutiva de la historia y en una teoría normativa del
orden social y de la democracia jurídicamente limitada. En
este sentido, la crítica destructiva del humanismo occidental
emprendida por el pensamiento contemporáneo no es una
cuestión “teórica”, sino eminentemente política, que está tra-
mada por la necesidad de desocultar la imbricación histórica
de la metafísica como espacialización de la temporalidad,
como subordinación del ser-en-el-mundo al Ser atributivo
de la ontología clásica, y al horizonte onto-teo-antropo-lógico
contemporáneo, esto es, la reducción de lo humano a la condi-
ción de homo economicus, recurso y material a disposición, en
el contexto de la subsunción final del trabajo al capital.
De esta manera, la proposición de un concepto hetero-
géneo de modernidad, basado en los mercados pluralizados
y en las dinámicas “masmediáticas” de la cultura, será com-
plementada con una necesaria reflexión sobre la política en
cuanto conjunto de prácticas no solo distinguibles de la lógica
instrumental de la representación partidaria, sino concerni-
das con la definición colectiva del orden deseado. Pronto, sin
embargo, se hará evidente cómo estas propuestas quedaron
limitadas por la reconfiguración civil de una estructura pi-
ramidal de poder y toma de decisiones que usurpó el lugar
de los sectores populares volcados a las calles en los años
ochenta, remitiéndolos mediante la lógica de la promesa y del
realismo político, a una pactada negociación con los bloques
militares y políticos tradicionales, todavía enquistados en el
aparato estatal.
Desafortunadamente, las mismas reconstrucciones que
favorecieron importantes planteamientos en el ámbito de la
cultura y la comunicación, permitieron ostentar un saber so-
bre lo que pasó en tiempos de transición a la democracia, es
decir, en momentos en que se abría una disputa por las diver-
sas versiones del pasado y las formas de significar la violencia
dictatorial. Todo esto motivará el desenmascaramiento de las

97
Sergio Villalobos-Ruminott

complicidades entre las ciencias sociales y el transformismo


dictatorial por parte de Tomás Moulian, quien caracterizará
a la transición como un maquillaje “gatopardista” destina-
do a expropiar la historicidad de las diversas narrativas que
confluyen hacia el fin de la dictadura.34 Y esto demuestra, a
la vez, que al historicismo le asiste una limitada imaginación
política, una imagen ideal del hombre y de la sociedad, de la
convivencia y del progreso que persiste hoy, como teoría y
práctica de la excepción y del orden global.

Golpe, dictadura y excepción


En cualquier caso, la función contrainsurgente de estas
teorías culturales y socio-políticas se vuelve más evidente
en su versión de las características, desarrollo y causas del
golpe militar y la crisis institucional de Chile en 1973. Sobre
todo porque en ella se enfatiza cómo la polarización política e
ideológica junto al agotamiento del sistema de representación
formal y de la tradición constitucional, habrían conducido a
este país a la crisis institucional de ese año y al consiguiente
quiebre de la continuidad jurídica que habría caracterizado
su historia como una ejemplar historia republicana. De esta
manera, la intervención militar no fue concebida como el
evento “catastrófico” que diluyó para siempre el horizonte
utópico del socialismo chileno, sino como la consecuencia
inexorable del agotamiento paulatinamente experimentado
por el sistema formal de representación, que por ese entonces
se encontraba deslegitimado y “sobrecargado de expectati-
vas”. La crisis aparecía así como el resultado necesario de una
cierta carencia de “cultura cívica”, lo que habría permitido
la contaminación del orden constitucional con insostenibles
demandas sociales de democratización y justicia. El origen
inmediato de esta sobrecarga de expectativas se hallaba en
la estrategia populista de los gobiernos radicales iniciados a
mediados de siglo y en su referente organizativo, los frentes

34.  Tomás Moulian, Chile actual. Anatomía de un mito, Santiago, LOM Edi-
ciones, 1997.

98
2. Dictadura y modernidad

populares. Esto porque la articulación del frente popular pri-


vilegiaba contenidos generales más que identitarios, confesio-
nales o clasistas, y entonces tendía a dividir el campo político
entre un bloque hegemónico y un bloque anti-hegemónico,
lo que terminó por simplificar y radicalizar los conflictos en
torno a la administración del Estado. Sin embargo, una vez
adquirida dicha administración, el frente se disolvía en con-
flictos internos que amenazan su unidad.35 A esta explicación
mecanicista todavía habría que sumarle la “hipótesis actitudi-
nal” referida al tropicalismo latinoamericano, para entender
cómo la crisis histórica de 1973 quedó reducida a un proble-
ma institucional que terminó siendo explicado (y justificado)
reconstructivamente.
Dicha reconstrucción nos indica que durante este periodo
(1940-1973), y de manera progresiva, el sistema político se ha-
bría visto sometido a un insostenible crecimiento de deman-
das sociales, cuestión que explicaba la crisis de legitimación
de la misma actividad política y de las instituciones públicas
(Estado, partidos, parlamento).36 Esto habría coincidido con
una sobre-ideologización favorecida, entre otras cosas, por
un efervescente contexto internacional (la revolución cubana,
la guerra de Vietnam, las protestas estudiantiles en Europa
y América Latina, la emergencia de grupos de izquierda
militarizados en el Cono Sur, etc.). Pero, a la sobrecarga de

35.  Ernesto Laclau ha elaborado [desde su temprano trabajo con Chantal


Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, España, Siglo XXI, 1987, hasta su
reciente On Populist Reason, London, Verso, 2005] una concepción de lo polí-
tico como producción permanente de equivalencias y diferencias marcadas
por un antagonismo hegemónicamente articulado y orientado a la captura
del espacio fundamental de lo popular. Esto ha generado muchos debates
en torno a la noción de populismo, categoría utilizada indiscriminadamente
por las retóricas neoliberales, neoconservadoras y transitológicas para des-
acreditar no solo el pasado político regional, sino los actuales movimientos
sociales de democratización.
36.  El mismo proceso podría leerse en sentido contrario: la contaminación
de lo político por lo social no sería sino la expresión del carácter estrecho
de las concepciones jurídicas convencionales de lo político (juristrocracia)
y manifestaría las paradojas del poder constituyente y de su permanente
reterritorialización institucional y disciplinaria.

99
Sergio Villalobos-Ruminott

expectativas en torno al sistema político y al partisanismo de


las militancias revolucionarias todavía se sumaba un proceso
de polarización que hacía inviable la búsqueda de acuerdos
políticos y consensos nacionales.
Sin embargo, más allá de la aparente pertinencia de estos
argumentos, no debemos olvidar que ellos funcionan como
un diagnóstico estandarizado y flexible, orientado por crite-
rios normativos de gobernabilidad y realismo político, que
no solo fueron esgrimidos para leer el pasado, sino que serán
necesarios para definir las claves transitológicas de la tímida
democracia postdictatorial. En su conjunto, ellos correspon-
den a lo que el sociólogo alemán Claus Offe ha llamado, en
referencia al proceso europeo de desmontaje del Estado del
bienestar, “teorías conservadoras de la crisis”, pues en cuanto
versión profesional de las causas del golpe y de la debacle
nacional, estas teorías forman parte de un giro neoconserva-
dor en política y neoliberal en economía que marca la recon-
figuración hegemónica contemporánea, de la cual el proceso
transicional chileno es un capítulo acotado pero decisivo.37
En este sentido, el predominio de las teorías de la crisis
como diagnóstico del impasse histórico de los años 70 y 80,
fue complementado por la hegemonía del neoliberalismo
como visión de mundo y como política efectiva en la re-es-
tructuración de la economía mundial en ese periodo. Así, la
crisis de legitimación del capitalismo tardío que la sociología
alemana definía como último eslabón del análisis de la so-
ciedad moderna –Habermas leyendo la razón instrumental
de Horkheimer y Adorno–, se transformaba en una teoría de
la gestión financiera y del libre mercado, eximida de los ele-
mentos emancipatorios de la tradición ilustrada y divorciada
del horizonte distributivo que había caracterizado a la agenda
política de la socialdemocracia europea. De esta forma, las
agendas radicales y reformistas que inauguraron el siglo XX,
aparecían ahora como parte de un oscuro pasado repleto de
equivocaciones (“estalinismo”, “estatismo”, e incluso, para el

37.  Claus Offe, Contradicciones en el Estado del Bienestar, Madrid, Alianza,


1990.

100
2. Dictadura y modernidad

contexto latinoamericano, “populismo”), haciendo evidente


cómo el giro neoconservador europeo coincidía plenamente
con la renovación circunstancial y formal del socialismo la-
tinoamericano, y con el reacomodo de las elites políticas tra-
dicionales al nuevo contexto internacional. El fin de la “vía
chilena al socialismo” anunciaba la instauración hegemónica
de un concepto de lo político estrictamente acotado a la admi-
nistración y gestión del capital global y su patrón de acumu-
lación flexible. Así mismo, la Unidad Popular, ese doloroso
“error de juventud”, comenzaba a concebirse como expresión
de un ingenuo populismo latinoamericano.38
Como consecuencia de esto, el golpe fue leído como el
resultado de la convergencia entre el agotamiento del siste-
ma de representación nacional, la sobre-ideologización de la
sociedad y la polarización de la misma práctica política.39 Por
supuesto que estos argumentos son coherentes y relevantes,

38.  La reducción de la Unidad Popular a la condición de un “lamentable


error de juventud” y a la condición de fiebre o sueño populista esconde
no solo las especificidades históricas de esta experiencia de constitución
de poder popular, sino también muestra como la noción de populismo ha
terminado siendo un fetiche conceptual para las olvidadizas izquierdas re-
formistas y para las derechas técnicas y dirigenciales. Casullo nos dice: “No
hubo mayores procesos democratizadores en los países de América Latina
durante el siglo XX que los protagonizados por los llamados populismo”
(Las cuestiones 218), lo que implica no solo poner en cuestión la circulación
irreflexiva de este “adjetivo”, sino también la necesidad de atender a las es-
pecificidades históricas del llamado populismo latinoamericano que tiende
a ser homologado con experiencias metropolitanas y vaciado de su com-
plejidad social: “Leído desde el cuadrante populista, sin duda lo político
como conflicto permanente (incubándose en lo social) rebasa ampliamente
los límites de la formación estatal-institucional y sus configuraciones consi-
deradas definitivas por el republicanismo clásico” (219).
39.  Son muchas las interpretaciones que comparten este esquema, aquí
mencionaremos solo algunas: Manuel Antonio Garretón, Reconstruir la po-
lítica. Transición y consolidación democrática en Chile, Santiago, Andante, 1987.
De Garretón y Tomás Moulian, Análisis coyuntural y proceso político, op. cit.
De los mismos autores: La Unidad Popular y el conflicto político en Chile, op.
cit. De Garretón, La faz sumergida del iceberg. Estudios sobre la transformación
cultural, Santiago, LOM-CESOC, 1993. Por último, Hacia una nueva era políti-
ca: estudio sobre las democratizaciones, Santiago, Fondo de Cultura Económica,
1995. De Eugenio Tironi, La Torre de Babel, ensayos de crítica y renovación po-

101
Sergio Villalobos-Ruminott

como también debieran serlo las relaciones entre la derecha


chilena y el Pentágono, la puesta en práctica de la doctrina
de seguridad nacional y las estrategias del containment ema-
nadas desde el Departamento de Estado norteamericano, los
procesos de reconstitución de la economía mundial y la nece-
saria desestructuración del patrón de acumulación nacional
para la implementación del patrón de acumulación asociado
a la globalización neoliberal. Y en un plano local, la paulatina
desarticulación de la disciplinada relación de representación
de los sectores populares por parte de los partidos políticos
tradicionales y la pérdida de eficacia de la interpelación au-
toritaria hacia estos sectores, que empiezan a cansarse de los
sostenidos abusos por parte de una “clase política” nepotis-
ta, autoritaria y oligárquica. Obviamente, haber reducido el
golpe y la predictadura a este esquema simple de “contami-
nación institucional”, es la operación distintiva de la prosa
criolla de la contrainsurgencia y su consiguiente historicismo,
que opera como borradura e indiferenciación del pasado (el
no-ser), y como recorte normativo e institucional de lo políti-
co en el presente.
Consecuentemente, la caracterización del periodo pre-
dictatorial como populista, sobreideologizado y polarizado,
ha permitido concebir a la dictadura como una instancia de
aprendizaje para una sociedad que se dirigía, inexorable-
mente, a la crisis. Una experiencia necesaria de fracaso que
permitirá acceder a las claves de una política secularizada
–mesurada, realista, postclasista, modernizante– a la que de-
berá atenerse el continente latinoamericano si quiere alcanzar
realmente la re-democratización regional. Sin embargo, esto
revela la falta de historia para pensar la historia y, dado este
consenso interpretativo, no debería extrañar que ahora se
entienda que la Unidad Popular fue la que nos dirigió hacia
la dictadura, la cual es presentada como necesaria disolución
de la vieja matriz populista.40 Todo eso se complementa con

lítica, Santiago, SUR Profesionales, 1984. También, Paul Drake e Iván Jasik
(compiladores), El difícil camino hacia la democracia, Santiago, FLACSO, 1993.
40.  Manuel Antonio Garretón. Hacia una nueva era política, op. cit..

102
2. Dictadura y modernidad

el uso de la noción de polarización como explicación hipos-


tasiada del golpe, favoreciendo un relato sobre la historia
interesadamente des-politizador y consistente con la carac-
terización de la predictadura como caída abismal en el caos
popular. No debiera resultar una sorpresa entonces el hecho
de que esta misma noción de polarización sea la que funciona
como antecedente directo de la problemática de la “seguridad
ciudadana” que define la agenda de gubernamentalidad y
criminalización de la disidencia en Chile y en América Latina
en la actualidad (referida a los movimientos indígenas, estu-
diantiles, laborales, etc.).
En general, esta lectura es consistente con las idiosincrá-
sicas interpretaciones de la dictadura. Si la predictadura es
el no-ser, el error absoluto, la dictadura, más allá de su san-
grienta materialidad, aparece como instancia de redención
y re-acondicionamiento de un desgastado Estado en forma.
Por eso, no debería ser extraño que de esta experiencia “catas-
trófica” se pretendan obtener las enseñanzas necesarias para
actuar con mesura, realismo y madurez en la actualidad; esto
vuelve a confirmar cuan difundida está la llamada “hipótesis
represiva” en este imaginario intelectual de la transición. Esta
hipótesis no solo ha determinado el escenario predictatorial
como nefasto y sobrecargado, y el golpe como interrupción
de la fiesta populista, sino también a la misma dictadura
como una experiencia de desarticulación de las formas de
convivencia nacional, de expropiación de la vida colectiva,
de manipulación y miedo, pero más sustancialmente, como
una experiencia de maduración y aprendizaje, suerte de pro-
pedéutica necesaria para una nueva política en tiempos de
modernidad tardía y socialismo renovado.
Esta “hipótesis represiva”, muy productiva en términos
de su lectura histórica, tiene una variante muy similar en la
llamada tesis de los dos demonios que circuló masivamente
para explicar el problema de la dictadura de los generales
en Argentina en los años ochenta. Al respecto, Alejandro
Kaufman nos dice:

103
Sergio Villalobos-Ruminott

La historia argentina no registra institucionalidad


democrática consistente entre 1930 y 1984. La institu-
cionalidad democrática de 1984, por diversas razones,
se erige sobre un mito fundacional retrospectivo. El
mito se basa en el supuesto de que tanto los actos de
violencia del movimiento revolucionario de los 60-70
como la represión militar de los 70-80 transgredían
un orden jurídico que se restituyó, con enmiendas y
perfeccionamientos, en 1984. De esta manera, el jui-
cio a las juntas se sitúa como el acto instituyente del
retorno a la democracia. El paralelismo entre los dos
actores de los enfrentamientos, al menos en el mero
plano de la oposición ideológica, antes de abordar
los acontecimientos reales, es una premisa ineludible
de la doctrina institucional sobre la que se sostiene el
Estado argentino de la postdictadura.41

Quizás la diferencia entre el proceso argentino y el chileno


no esté en la relación entre excepcionalidad y reconstrucción
historicista de un “supuesto” pasado democrático, sino en
los límites de la misma democratización, pues ahí donde los
argentinos pudieron hacer un juicio, al menos simbólico, de
las Juntas militares, los chilenos debieron conformarse con las
afligidas retóricas de la autocrítica y la responsabilidad com-
partida (esto es, indiferenciada), con que se promocionaron
los diversos informes de Derechos Humanos en momentos
claves de la post-dictadura nacional.42

41.  “Prólogo”, Memoria en presente: Identidad y transmisión en la Argentina


posgenocidio, compilado por Sergio J. Guelerman, Buenos Aires, Grupo Edi-
torial Norma, 2001, p. 26.
42.  Baste recordar las afligidas disculpas del primer presidente chileno de
postdictadura, Patricio Aylwin, al momento de dar a conocer el Informe Rettig,
primer informe sobre la violación de derechos humanos en dictadura, el 04
de marzo de 1991; como si su función presidencial consistiera en asumir e
indiferenciar las responsabilidades políticas y jurídicas de los militares, en
un gesto aparentemente generoso, pero preñado de la irresponsabilidad po-
lítica necesaria para desactivar las demandas de justicia de diversos sectores
sociales y hacer converger los múltiples tiempos abiertos con el fin de la
dictadura, a la temporalidad espacializada de la transición modernizadora.

104
2. Dictadura y modernidad

Para los autores chilenos, consecuentemente, cualquier


posibilidad de transitar desde la desesperanza dictatorial
hacia una nueva democracia pasaba, inexorablemente, por la
rearticulaión no solo del orden institucional pre-dictatorial,
sino también por la configuración de nuevos actores políticos
(o partidos políticos modernizados) capaces de representar
las demandas de democratización, sin alterar el precario equi-
librio de una tímida democracia tutelada militarmente, todo
lo demás era simplemente anomia. Para decirlo con Deleuze
y Guattari –en vez de Parsons y Touraine–, las teorías tran-
sitológicas chilenas comparten una concepción molar de la
sociedad y expresan, a la vez, un cierto excepcionalismo que
limita la heterogeneidad efectiva de lo social, expropiando el
protagonismo de los movimientos de protesta y remitiéndolo
a un pluralismo oficial y formalizado. El problema de fondo,
en cualquier caso, no es solo el carácter moral (y molar) que
trae consigo el uso de la noción de anomia, sino la imposibili-
dad de pensar por fuera de la constitución nómica del Estado
moderno, más allá de su contractualismo territorial, sin alcan-
zar a percibir las transformaciones inherentes a la soberanía
contemporánea y su desplazamiento desde el Estado nacional
hacia los bancos y las corporaciones trans-estatales.43

43.  Guilles Deleuze y Félix Guattari desarrollan esta crítica de las represen-
taciones colectivas impregnadas normativamente (edipizadas moralmente)
en su trabajo Mil Mesetas: capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos,
1997. Asimismo, la incapacidad de pensar más allá de la constitución nómi-
ca del Estado nacional hace imposible percibir la anomia como interregno,
como indecidibilidad entre el viejo contrato social que marcó la geo-política
moderna y la nueva constitución anómica del orden mundial. Gracias a esta
imposibilidad de trascender la vocación contractualista, estos discursos son
incapaces de percibir la Pax Americana como razón imperial, confundiéndola
con la “buena nueva” de la modernidad tardía. En este sentido, las teorías
transitológicas siguen presas del paradigma nómico expresado ejemplar-
mente en la teoría del orden internacional de Carl Schmitt, The Nomos of the
Earth, op. cit., cuestión paradojal si consideramos que el mismo Schmitt es
una influencia fundamental para la tradición conservadora chilena y para
su proyecto de refundación constitucional en plena dictadura. Ver: Renato
Cristi y Pablo Ruiz-Tagle, La república en Chile, op. cit.

105
Sergio Villalobos-Ruminott

Por otro lado, si los movimientos sociales bajo la dictadu-


ra se expresaron como un “éxodo anómico” con respecto al
Estado autoritario, lo que las ciencias sociales hicieron, mar-
cadas por sus presupuestos historicistas y antropológicos, fue
remitir dichos movimientos a la escena de configuración de
un “nuevo” contrato social, asociado con la transición y la
“recuperación” de la democracia. El problema con este nuevo
contrato social, sin embargo, es que parece repetir la inscrip-
ción nómica y territorial del viejo modelo contractualista,
precisamente en tiempos en que la facticidad indesmentible
de la acumulación capitalista global nos demanda una for-
ma radical de re-imaginar la política. En otras palabras, más
que sostener la necesidad de una asamblea constituyente que
desplazara la Constitución fraudulenta de 1980, los sectores
políticos formales se apresuraron en negociar pequeñas en-
miendas que asegurasen una distribución proporcional de las
cuotas de poder, mandando a los sectores populares para sus
casas, con la promesa de una democratización y una moder-
nización que, por fin, resolvería sus problemas. (Hoy, más de
veinte años después, todavía impera la misma Constitución).
En general, sin embargo, no debería asombrar que la
comprensión de la modernidad referida a unos cuantos nú-
cleos institucionales de acción (escuelas, mercados, Estado y
sociedad civil), se muestre ahora como comprensión de las
manifestaciones sociales de los años ochenta en tanto que
expresión de la crisis anómica y de la des-composición de la
sociedad chilena. Toda esta falta de consideración del proble-
ma de la reconfiguración geo-política del orden mundial y
de la transformación del patrón de acumulación se expresará
no solo en la caracterización patológica de las “protestas” de
los años 80, sino también en la legitimación de una lógica de
negociación neo-corporativa propia de la pactada transición a
la democracia.44
Efectivamente, el golpe y la dictadura operaron como una
desarticulación de la vida colectiva y una refundación radical

44.  Carlos Ruiz, Seis ensayos sobre teoría de la democracia, Santiago, Universi-
dad nacional Andrés Bello, 1993.

106
2. Dictadura y modernidad

de la institucionalidad y de las formas de convivencia nacio-


nal. Ambos procesos fueron tanto una manifestación patente
de la doctrina de seguridad nacional y de su estrategia de
containment y contra-insurgencia en tiempos de Guerra Fría,
como también una práctica soberana caracterizada por su
re-fundación del marco jurídico y del orden político y social.
Y todavía más, permitieron la implementación de las medi-
das neoliberales en condiciones de cruenta represión social.
Por todo esto, Tomás Moulian concibe la dictadura chilena
como “revolucionaria” en el sentido de una transformación
neoliberalizante, privatizadora, desreguladora, pero en con-
diciones represivas y autoritarias.45 La modernidad aparece
así, indefectiblemente ligada al golpe y la dictadura, un efecto
calculado de las ingenierías neoliberales de modernización
que serán asimiladas al interior de una teoría flexible de la
cultura, pero restringida de lo político.
Este concepto restringido de lo político propiciará, final-
mente, una lectura de la transición democrática como recu-
peración de una larga tradición republicana, interrumpida
momentáneamente por el paréntesis dictatorial. Esto es lo que
más asombra del historicismo propio del excepcionalismo
jurídico chileno, su miopía respecto a la historia como repe-
tición de la catástrofe y su ingenua postulación de la “saga”
nacional como un eterno progreso institucional. Esto es así
porque el excepcionalismo jurídico radicaliza y desnuda el
provincialismo que alimenta toda pretensión de autenticidad.
Este relato se complementa, a su vez, con un tipo de análisis
que opera de manera evolucionista, concibiendo la misma
historia excepcional del país como permanente progreso
moral y jurídico del Estado. Lo que resulta problemático, en
cualquier caso, es la irreflexiva aceptación y generalización
de este dispositivo, más allá de la historiografía tradicional
y la sociología transitológica, cuestión evidente en las con-
cepciones institucionalistas de la política en la actualidad.
Gracias a esta serie de operaciones efectivas del derecho, la

45.  Chile Actual, op. cit.

107
Sergio Villalobos-Ruminott

globalización modernizadora aparece como destino inexora-


ble de la nación y del continente, cuestión que confirma la
predominancia geo-política de una temporalidad espaciali-
zada planetariamente, subsumida a la producción flexible de
plusvalía y divorciada de los verosímiles políticos modernos.
El excepcionalismo contemporáneo realiza la dominación
propia del proyecto colonial occidental y se manifiesta como
razón imperial global, a pesar de que nos esforcemos por
festejar las buenas nuevas de la democracia y la modernidad
latinoamericana.
Todavía, sin embargo, pareciera necesario aclarar que
la llamada complicidad estructural o “copertenencia” entre
la ingeniería neoliberal que transformó al país y las lógicas
restringidas de representación que la sucedieron y la confir-
maron en democracia, no apunta ni a un problema moral ni a
una cuestión local o circunstancial. La copertenencia es, por el
contrario, una hipótesis que nos permite desocultar la profun-
da comparecencia de los diversos sectores políticos modernos
a la teoría convencional de la soberanía y sus presupuestos
productivistas, evolucionistas y onto-antropológicos. De
tal modo, una crítica actual de la globalización financiera y
militar no puede reducirse a una reivindicación ingenua del
pasado nacional o comunitario, menos a la supuesta recupe-
ración de una tradición excepcionalmente democrática, sino
que debe orientarse hacia la caracterización del patrón de
acumulación flexible del capitalismo contemporáneo y hacia
la consiguiente transformación histórica de la soberanía. Para
pensar una política alternativa en este contexto se requiere
entonces poner la soberanía en suspenso.

108
3. GOLPE, NIHILISMO Y NEO-VANGUARDIA:
EL DEBATE SOBRE LA AVANZADA Y LAS
POLÍTICAS DEL ARTE

¿Hacer historia del arte es hacer historia, en el sentido que


se la entiende, en el sentido en que se la practica habitual-
mente? ¿O es mejor modificar en profundidad el esquema
epistemológico de la propia historia?
Georges Didi-Huberman1

Neo-vanguardia: modernismo y desistencia

¿Cómo pensar la relación entre arte y política en el contexto del


Bicentenario, y en medio de tantas conmemoraciones preocu-
padas de no olvidar, de traer a la memoria todo aquello que
se habría perdido, o que se podría perder, sino mediase esta
preocupación generalizada? Inscrita en el nudo de un pasado
esquivo, la discusión sobre arte y política, o al menos una cierta
discusión nacional, giraría en torno a las formas de escribir la
historia del arte, no solo desde una perspectiva historiográfica o
técnica, sino más decisivamente, desde un punto de vista preo-
cupado con la misma relación entre valor y narración: ¿qué debe
ser enfatizado, qué recuperado, qué debe ser olvidado o des-
plazado cuando se habla del arte en Chile en los últimos veinte,
treinta años?
En efecto, revisar la neo-vanguardia chilena de fines de
los años 70 y principios de los años 80 no es solo una cuestión

1.  Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, Buenos Aires,
Adriana Hidalgo editora, 2008, p. 50.

109
Sergio Villalobos-Ruminott

ilustrativa, de carácter historiográfico o técnico, sino una proble-


matización de los rituales y protocolos de la historia cultural y
de sus estrategias de canonización, monumentalización e indife-
renciación del pasado en un “valioso” testimonio de resistencia
y de lucha. En tal caso, es necesario contrastar los énfasis de la
historia fetichista de la cultura y del arte con el fondo oscuro de
la transformación socio-política del país y del continente, pues
contar la historia de la neo-vanguardia chilena ignorando dicha
transformación es desconsiderar la misma constitución del arte
como desacuerdo con el transformismo dictatorial y su arte de
la constitución.
Sería precisamente un desacuerdo en torno a este problema
lo que anima una de las discusiones más intensas de la última
década y respecto de la cual se habrían formulado diversas hi-
pótesis de lectura. Así, el reciente intercambio sobre “la escena
de avanzada” (nombre específico de la neo-vanguardia chilena)
protagonizado por Nelly Richard y Willy Thayer, aun cuando
solo se refiere a una situación acotada, permite reformular la
interrogación relativa al papel histórico de la vanguardia es-
tética, en un contexto marcado por la violencia dictatorial y la
operación transicional y globalizadora que definen el marco de
inscripción del arte en Chile, y facilita la diferenciación entre
las obras de la “avanzada” y las lecturas que dichas obras han
generado.2
Entre las diversas lecturas que dicha coyuntura artístico-po-
lítica ha recibido, debemos destacar las hipótesis de la “ruptura
y el no calce”, de la “modernización”, del “modernismo luc-
tuoso”, de la “complicidad de gestos”, y de la “complicidad
estructural” o “copertenencia”, que funcionan como nombres
de pila para desentrañar las claves y los secretos de un época,
aparentemente lejana, pero absolutamente decisiva para pensar
los difíciles contornos de la cuestión del arte y de su política hoy
en día. A la vez, el que las consideremos como hipótesis apunta
a su condición tentativa, a su vocación interpretativa y crítica

2.  Nos referimos al intercambio entre ambos cuyo último momento explí-
cito ocurrió en el Coloquio internacional sobre arte y política acaecido en Chile,
en junio del 2004.

110
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

de una cierta facticidad que todavía se resiste a transitar, do-


mesticada, hacia el archivo y su retórica sacramentada. En este
sentido, la discusión sobre la neo-vanguardia no es un problema
del pasado, sino un problema plenamente presente, relativo al
concepto de actualidad y a las especificidades de la relación ar-
te-política en el contexto contemporáneo.
De esto también se sigue que el margen de inscripción de
nuestras reflexiones esté dado por la relación entre vanguardismo
y desistencia. Por una particular concepción del vanguardismo
orientada por una teoría general de la ruptura, por un lado; y
por otro, por una determinada apelación a este “nombre de la
diferencia y de la evasión” que Jacques Derrida acuñó para ex-
poner las dificultades inherentes al trabajo de Philippe Lacoue-
Labarthe, a su circulación y a su traducción, y que apunta a
debilitar o interrumpir la compleja complicidad entre el funda-
cionalismo político y estético contemporáneo.3
Se trata de problematizar el secreto corazón metafísico del
romanticismo estético y político occidental, pues éste (en cuanto
programa de educación de la humanidad) copertenece y coinci-
de, en su “voluntad de diseño”, con un cierto ánimo vanguar-
dista contemporáneo (un cierto entusiasmo), sobre todo en sus
insistencias fundacionales o revolucionarias. Desistir de dichas
insistencias es interrumpir la economía significante de una tra-
dición constituida en los términos genéricos de la innovación y
la re-fundación permanente, pero también es interrumpir la in-
sistencia en los trascendentales estéticos propios de la metafísica
occidental, tan determinantes para la historiografía y crítica del
arte (autor, obra, sentido, decisión, política, etc.), obligándonos a
una interrogación del “arte” (de sus prácticas) divorciada de los
modelos genéticos e historicistas habituales. Habría que advertir
también de una cierta relación entre desistir y abdicar, relación
que pondría en cuestión al discurso soberano del poder y del
arte como si la desistencia fuese una suspensión de la soberanía,
una apertura al interregno, es decir, a lo que Walter Benjamin
llamó “verdadero estado de excepción”, en contraste con la ex-

3.  Jacques Derrida. “Introduction: Desistance”, en: Philippe Lacoue-Labarthe,


Typography, California, Stanford University Press, 1998, pp. 1-42.

111
Sergio Villalobos-Ruminott

cepcionalidad como regla que constituiría el plano soberano de


la historiografía del arte y del Estado.
En este sentido, estas hipótesis no se disputan el lugar de
“la verdad histórica”, desde una supuesta condición exclusiva
y excluyente. En tanto que formulaciones tentativas dedicadas
a desentrañar las complejidades de la relación arte-política, ellas
se complementan y contradicen, se homologan y tensan, para
inscribirse en un horizonte más o menos compartido de proble-
mas. Digamos que como hipótesis comparecen al agotamiento
general de la institución cultural y artística del país, para des-
asosegar el sordo consenso epocal y enrostrarle que el secreto
del excepcionalismo chileno es la continuidad de la violencia.
Así, oscilando entre un énfasis modernista, crítico y rupturista,
y una cierta desistencia con respecto a las coordenadas de la
relación tradicional arte-política, coordenadas constituidas por
lo que podemos llamar el contrato social-popular característico
de la organización nómica del Estado nacional, dichas hipótesis
leen la escena artística chilena, particularmente aquella relativa
a la neo-vanguardia o “escena de avanzada”, como punto de in-
flexión de la historia del arte, pero también de la historia nacional
y de la historia como una cuestión nacional. Lo que ellas propo-
nen –y prometen–, en cuanto esquemas tentativos de lectura,
no es solo una descripción eficiente de la neovanguardia, sus
características y sus firmas más relevantes, sino una considera-
ción sobre el “cambio” en la relación arte-política, relación que
necesitamos pensar más allá de los esquemas profesionales de la
historia y de la crítica cultural.

La escena de “avanzada”: corte y politización


Más allá de las lecturas desarrolladas por las ciencias socia-
les sobre el golpe, la dictadura, el proceso transicional chileno y
sobre las relaciones entre memoria histórica, cultura y moder-
nización, es posible concebir el debate en torno a “la escena de
avanzada” como un lugar preciso de articulación de posiciones
que difieren y cuestionan, a la vez, los límites y los énfasis del
pensamiento post-dictatorial chileno. Efectivamente, la inte-
rrogación sobre el estatuto de las artes visuales y el rol que la

112
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

neovanguardia habría tenido durante la dictadura militar, nos


permiten atisbar no solo cuestiones relativas a un campo espe-
cífico de producción artística o intelectual, sino también, cues-
tiones referidas a la pulsión crítica del arte, a su política y sus
potencialidades, tanto en el momento de su emergencia, como
hoy, cuando el debate en torno al carácter del vanguardismo
anti dictatorial vuelve a estar en el centro de la discusión.
La “avanzada”, como la bautizó Nelly Richard4, estuvo
constituida por un conjunto bastante heterogéneo de prácticas
artísticas cuyo común denominador fue su condición marginal
con respecto a la institucionalidad de la dictadura y su “no cal-
ce” con respecto a las estéticas oficiales y / o tradicionales que
inscribían y funcionalizaban dichas prácticas en el viejo contrato
social del Estado nacional-popular, con sus variantes desarro-
llistas y populistas. Su importancia deriva tanto de su carácter
opositor y contestatario bajo condiciones represivas, como de su
efecto dislocador de las formas en que se ha narrado la historia
del arte en este país; además, como movimiento, ésta demanda-
ba un cierto grado de innovación no solo de la relación arte-po-
lítica sino también de los formatos y soportes del arte y de su
crítica. Richard acuñó esta categoría proponiendo una lectura
sistemática pero tentativa de las artes visuales bajo dictadura
y quiso, a su vez, conservar ese nombre para mitigar cualquier
dejo nostálgico del vanguardismo metropolitano.

4.  Se trata del texto fundamental de Richard, publicado en una edición bi-
lingüe: Margins and Institutions. Art in Chile since 1973, Melbourne, Art and
Text, 1986. Recientemente reeditado: Márgenes e instituciones. Arte en Chile
desde 1973, Santiago, Metales Pesados, 2007, –en adelante indicaremos como
Margins la primera y Márgenes la segunda edición, dado que hay diferencias
importantes entre ambas–. En rigor, la “avanzada” es el nombre de una es-
cena emergente que se desmarcaba del bloque antagonista hegemonizado
por el “arte militante” bajo dictadura y que se presentaba como instancia
paralela, en permanente nomadía, consciente de sí gracias a su “envío” y
recepción en muestras y bienales internacionales (Francia, Australia, Argen-
tina, Italia, etc.). La misma Richard vuelve recientemente a esta noción en su
contribución [“La Escena de Avanzada y su contexto histórico-social” (103-
111)] al volumen editado por Gerardo Mosquera, Copiar el Edén, Santiago,
Puro Chile, 2006.

113
Sergio Villalobos-Ruminott

La escena de “avanzada”, por lo tanto, no debe ser confun-


dida ni reducida a la performance general de un arte de oposi-
ción, desconsiderando la especificidad de su planteamiento
y sus diferencias no solo con las estéticas oficiales y marciales
del régimen militar, sino también con las estéticas militantes y
románticas de una izquierda floja en cuestionar los dispositivos
burgueses de creación y circulación que limitaban sus prácticas
artísticas y que instrumentalizaban sus “rendimientos”. Richard
señala:

Es cierto que la “avanzada” ha ocupado una singular


posición de no calce en la escena de recomposición so-
cio-cultural chilena; posición que por supuesto la sitúa
contra el régimen, pero también al margen de las or-
ganizaciones de la cultura militante subordinada a los
imperativos de enfrentamiento ideológico que guían los
movimientos opositores.5

Es decir, su heterogeneidad de procedencias y elaboracio-


nes, su heteróclita producción de obra y su enrevesado vínculo
con el desbaratado universo simbólico nacional, bajo dictadura,
la convirtió en una manifestación inasimilable para los bloques
de poder que se disputaban lo público y lo político en el periodo
dictatorial. En ese sentido, la “avanzada” expresaba no solo el
agotamiento de los imaginarios de izquierda tradicionales, sino
el “estado de emergencia” de una imaginación histórica asedia-
da por el fundacionalismo militar:

La cantidad de fracturas producidas en el Chile post-Gol-


pe afectó no solo el cuerpo social y su textura comunita-
ria, sino también las representaciones de la historia aún
disponibles para un sujeto quebrantado en su memoria
y en su identidad nacionales.6

Se trataba de un conjunto de prácticas artísticas que desbor-


daban el marco tradicional de las Bellas Artes: performance, arte

5.  Margins, p. 121.


6.  Márgenes, p. 21.

114
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

social comprometido pero en retirada con respecto a su circuns-


cripción institucional y con respecto al vanguardismo tradicio-
nal pre-golpe (Grupo Rectángulo y Grupo Signo, entre otros),
video-testimonio, instalaciones públicas, pintura aeropostal
y fotografía. Entre los artistas más destacados están Eugenio
Dittborn, Carlos Leppe, Juan Dávila, Gonzalo Díaz, Carlos
Altamirano, el Colectivo de Acciones de Arte, CADA (Raúl
Zurita, Diamela Eltit, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando
Balcells). La fotógrafa Paz Errázuriz; además de Catalina Parra;
Mario Soro, Arturo Duclos, Víctor Codocedo, Alfredo Jaar,
Gonzalo Mezza, Virginia Errázuriz, Francisco Brugnoli; los crí-
ticos y ensayistas Ronald Kay, Patricio Marchant, Justo Pastor
Mellado, y la misma Nelly Richard, entre muchos otros, vincu-
lados en grados y momentos diversos.7

La escena de “avanzada” –hecha de arte, poesía y litera-


tura, de escrituras críticas– se caracterizó por extremar
su pregunta en torno a las condiciones límites de la prác-
tica artística en el marco totalitario de una sociedad re-
presiva; por apostar a la imaginación crítica como fuerza
disruptora del orden administrado que vigila la censura;
por reformular el nexo entre “arte” y “política” fuera
de toda dependencia ilustrativa al repertorio ideológico
de la izquierda sin dejar, al mismo tiempo, de oponerse
tajantemente al idealismo de lo estético como esfera des-
vinculada de lo social y exenta de responsabilidad crítica
en la denuncia de los poderes establecidos.8

Por otro lado, no deberíamos olvidar que las contribuciones


de Richard se desarrollaron en un doble registro. Crítica y activa
participante del campo intelectual anti dictatorial, sus trabajos e
intervenciones formaron parte de la misma escena que ella des-

7.  Si pusiésemos el acento en las prácticas estéticas dislocantes de la tra-


dición militante y del realismo social comprometido, como de las grandes
poéticas canonizadas, habría que considerar al mismo Nicanor Parra como
King Lear de otro “reino”. El trabajo de Enrique Lihn, o La nueva novela de
Juan Luis Martínez, junto a Raúl Ruiz e incluso, Alejandro Jodorowsky, tam-
bién demandarían una “lectura de obra” que estaría pendiente.
8.  Márgenes., pp. 15-16.

115
Sergio Villalobos-Ruminott

cribió en su libro de 1986. Su participación entonces, elogiada


unánimemente como indispensable para la reconstitución de la
crítica literaria y de arte en Chile, debe ser concebida como parte
de la rearticulación del campo oposicional al autoritarismo chile-
no. Sin embargo, con la publicación sumaria de su libro Margins
and Institutions, dicha actividad crítica se habría convertido en
un discurso histórico que, para algunos, habría terminado ins-
titucionalizando las actividades de la neovanguardia nacional.9
Este es también el argumento, por ejemplo, de la crítica de Pablo
Oyarzún; crítica luego retomada por Willy Thayer.10 Sin embar-
go, no habría que perder de vista el double-bind de la lectura de
Richard, toda vez que las sospechas contra su interpretación de
la escena artística no desacreditan su contribución en general,
sino el efecto canónico que se sigue, indefectiblemente, de su
poderoso diagrama.
En 1986, año en que apareció Margins, Oyarzún escribió su
recensión del libro donde reconocía el indiscutible aporte de su
autora para la reformulación del campo general de la crítica en
el país, aporte que se remontaba a las primeras intervenciones
de ésta, alrededor de 1975, es decir, apenas diluido el poder pa-
ralizante del golpe. Para Oyarzún, este libro-gesto no solo era
fundacional sino que hacía transitar las intervenciones puntua-
les de Richard desde el plano de la contingencia hacia el plano
del discurso historiográfico sobre el arte nacional, ya que en él
“la crítica se convertía en historia”. Dicha conversión, sin embar-

9.  Una primera crítica a la operación fundacional de Richard –antes de su


libro– está en la temprana intuición de Justo Pastor Mellado (mayo-junio
de 1983), en el Taller de Artes Visuales de la Universidad de Chile, que fue
posteriormente publicada en “Cuadernos de/para el análisis”, N 1, diciem-
bre 1983, Santiago, con el título “Ensayo de interpretación de la coyuntura
plástica”. Aquí Mellado advierte de un vaivén inflacionario-deflacionario de
la Escena de Avanzada, marcado por el gesto unificador de Richard que reu-
nía, bajo su operación nominal, una heterogeneidad de obras e intensidades
difícilmente soslayable.
10.  Pablo Oyarzún, “Crítica, historia. Sobre Márgenes e institución de Nelly
Richard” (1986), citamos desde su última edición: Pablo Oyarzún, El rabo del
ojo, Santiago, ARCIS, 2003, pp. 229-234. Ver de Thayer, “Crítica, nihilismo
e interrupción. La Avanzada después de Márgenes e Instituciones”, en Willy
Thayer, El fragmento repetido, op. cit., pp. 47-94.

116
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

go, fue complementada por la internacionalización de la escena


gracias al envío de sus obras a la Bienal de París de 1982: “El año
1982 marca el límite de la aventura expansiva de la ‘avanzada’ y
el comienzo de su dispersión y cierre”, haciendo que el recuento
sumario de Richard se muestre como una lectura canonizante
que, muy a pesar de sus motivaciones críticas, promovía la cap-
tura de la neovanguardia por una cierta retórica monumental;
captura que ella no habría podido evitar y a la que habría contri-
buido de manera decisiva.11
Esta observación sobre el gesto sistemático y reconstructivo
de la versión fundacional de Margins reparaba, además, en la
forma en que el corte analítico propuesto por su lectura reflejaba
un esquema más o menos estandarizado de interpretación del
contexto dictatorial y de las causas del golpe, esquema que se
debía, en gran medida, a los discursos de las ciencias sociales del
periodo. Mientras que el trabajo de Richard constituye una crítica
frontal a estos discursos12, todavía su disposición reconstructiva,
nítida en su lectura de la “avanzada”, compartiría, inadvertida-
mente, la concepción vulgar de la temporalidad que alimentaba
las lecturas sobre el proceso chileno que estas disciplinas venían
desarrollando desde mediados de los años 1970. Es decir, este
“esquema compartido” del marco histórico limitaba fuertemen-
te su trabajo crítico y mostraba que su “hipótesis de la ruptura y
del no calce” operaba a nivel superficial, ocultando una compli-
cidad mayor. Dicha complicidad será concebida bajo el rótulo de
la “hipótesis de la modernización” por el mismo Oyarzún, en su
célebre texto “Arte en Chile de veinte, treinta años”.
La reciente reedición del libro de Richard no solo pre-
senta un retocado general al énfasis de su primera redacción,

11.  Si la recensión crítica es de 1986, Oyarzún reitera dicha critica en su


texto “Arte en Chile de veinte, treinta años” (texto de donde extraemos la
cita, 229). En: Pablo Oyarzún, Arte, visualidad e historia, Santiago, Editorial La
Blanca Montaña-Magíster en Artes Visuales, Universidad de Chile, 1999, pp.
191-238. La primera edición de este texto fundamental apareció en Georgia
Series on Hispanic Thought, N° 22-25 (1989), pp. 291-234.
12.  Siendo su libro, La insubordinación de los signos: cambio político, transfor-
maciones culturales y poéticas de la crisis, Santiago, Cuarto Propio, 1994, un
ejemplo fundamental.

117
Sergio Villalobos-Ruminott

sino que trae como anexo una serie de textos presentados en la


conferencia “Arte en Chile desde 1973. Escena de avanzada y
sociedad” que se realizó en 1986 y que se publicó por FLACSO-
Chile un año después.13 Junto a las observaciones de Oyarzún,
las de Norbert Lechner y José Joaquín Brunner apuntan a un
cierto olvido de las condiciones sociológicas generales del país
a la hora de proceder en el análisis; a un olvido de las lógicas de
mercado para pensar el arte y, en el caso de Brunner, a una cierta
auto-asignación del carácter marginal por parte de la “avanza-
da”. En este sentido, la misma “avanzada” como nombre de la
práctica artística en el Chile post-golpe sería tanto un efecto o
síntoma del autoritarismo, como una muy particular y herméti-
ca elaboración de éste:

La escena de “avanzada” se piensa a sí misma, al menos


en el texto de Nelly Richard, como un espacio producti-
vo “marcado” por las huellas de la represión (censura,
prohibiciones, vigilancias, etc., por un lado; por el otro,
contestación, desmontaje, coartada, contra-instituciona-
lidad oficial, etc.). Creo que el análisis del libro muestra
hasta dónde esta afirmación es válida. En cambio, me
parece que se ha reflexionado menos sobre el hecho de
que la represión actúa también induciendo o reforzando
efectos ideológicos de marginalidad.14

Lo que llama la atención de este comentario es la forma en


que Brunner le resta exclusividad a un campo acotado e inscrito
en una serie de transformaciones culturales de carácter estructu-
ral sufridas en el país, y, a la vez, denuncia un cierto plus de goce
de la marginalidad, que se muestra improductivo con respecto
a la necesidad de constituir un horizonte político anti-autoritario

13.  Originalmente publicado por FLACSO como documento de trabajo Nº


46 (1987) a cargo de Richard, aparece en la reedición de Márgenes del 2007,
pp. 139-199. Compuesto de 11 textos que discuten el libro, ahí aparece la
recepción de Oyarzún que hemos citado (“Crítica, historia. Sobre Márgenes e
institución de Nelly Richard”).
14.  J. J. Brunner, “Campo artístico, escena de ‘avanzada’ y autoritarismo
en Chile” en: Márgenes e instituciones, op. cit., pp. 171-177. La cita está en la
página 176.

118
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

de carácter contra-hegemónico. En otras palabras, el esteticismo


arrobado del vanguardismo chileno sería para-hegemónico e
improcedente, cuestión que se torna aún más coherente si consi-
deramos que Brunner sería el verdadero artífice de la “hipótesis
de la modernización” cultural, gracias a su temprana hermenéu-
tica de la cultura bajo el autoritarismo y su atenta lectura de las
dinámicas de transformación del país y la región.
Margins, en cualquier caso, sigue representando la única
sistematización de la neovanguardia chilena, y es innegable la
sutileza de Richard en atender a la serie de “innovaciones” de
dicha escena, innovaciones relativas a las “salidas de marco” con
respecto a la institución pictórica, a la problematización de la
fotografía como dispositivo técnico, a la conversión del escena-
rio social en soporte de obra, a la territorialización del cuerpo
como campo de expresión deseante, al montaje de elementos
en el “imbunche” artesanal y a la constitución de una escena
específica de escritura que deviene obra y, en su devenir, se
instala como parte de la misma performance artística. De hecho,
si consideramos sus intervenciones como parte integrante de la
“avanzada” y no como elaboración de una versión a posteriori,
se hace inevitable atribuirle a ella una importancia mayor en la
renovación de la crítica de arte, por entonces todavía sujeta al
periodismo oficial y a un ensayismo sociohistórico demasiado
académico y profesional. Su incorporación de “marcos” teóricos
relativos al post-estructuralismo, a la semiología barthesiana y
al feminismo, produjo una renovación de los estándares y for-
matos críticos y favoreció el surgimiento de escrituras lúdicas y
encandiladas con las infinitas posibilidades del sentido. Desde
documentos de galerías (Cromo, Época), y revistas (Cal, La separa-
ta, Sur) hasta folletines y catálogos (Cuadernos de / para el análisis,
Protocolo), esta nueva escena de escritura no solo disponía sus
juegos significantes contra la censura, sino también contra la es-
cisión entre teoría (escritura) y práctica (arte).15 En este sentido,
Richard señala lo siguiente:

15.  Oyarzún señala que: “[e]l principal documento de la nueva crítica es la


consolidación del catálogo como estrategia y práctica de saber, donde el tex-
to, en tanto que dispone su lectura en relación homológica con la obra que

119
Sergio Villalobos-Ruminott

La secuencia de textos de la “avanzada” abierta en 1977


se desmarca de la tradición chilena del comentario esté-
tico por su ocupación de algunos referentes derivados de
la filosofía alemana y del post-estructuralismo francés.
Dichos referentes cayeron naturalmente bajo sospecha
en un medio cultural cuya tradición de izquierda se
muestra más bien reacia a las importaciones de la teo-
ría europea. Las escrituras críticas de la “avanzada”
que trabajan con dichos referentes fueron objeto de una
doble censura ejercida tanto por el oficialismo cultural
(el mejor ejemplo es la campaña anti-estructuralista de
Ignacio Valente en El Mercurio) como por la sociología
de izquierda y la prensa progresista. En nombre de un
mismo humanismo del autor y de la obra que aborda
los contenidos del arte transparentando la materiali-
dad codificante de los signos, la cultura de derecha (El
Mercurio) y la cultura de oposición (Revistas Hoy, Apsi,
etc.) segregaron a las nuevas escrituras críticas.16

Dicha escritura, que desde su emergencia ha insultado el


buen sentido de los ensayistas chilenos, llegará a ser concebida
como neoensayo en los años noventa, y se le hará responsable

analiza, se articula experimentalmente como propuesta de escritura” (“Arte


en Chile” 221-222). De todas maneras, existió una intensa discusión sobre las
obras, más allá de su agrupamiento en dicha escena, entre autores y artistas
que leyendo cruzadamente sus trabajos, disputaban al rigor conceptual de la
lectura de Richard sus énfasis y sus pertinencias. Hoy en día podemos acce-
der a varias de esas lecturas gracias a la compilación realizada por Daniella
González Maldini, El revés de la trama. Escritura sobre arte contemporáneo en
Chile, Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2010.
16.  Márgenes e instituciones, op. cit., pp. 56-57. La referencia alemana en
boga en ese tiempo era Walter Benjamin, pero se trataba de un Benjamin
muy particular, asociado al campo de la visualidad y la reproductibilidad
técnica, como en el caso de las observaciones sobre fotografía y reproducti-
bilidad de Ronald Kay [Del espacio de acá. Señales para una mirada americana,
Santiago, Editores Asociados, 1980] y de algunos tempranos textos sobre
arte de Enrique Lihn [compilados recientemente en: Textos sobre arte, Santia-
go, Ediciones Universidad Diego Portales, 2008]. Sin embargo, el nombre de
Benjamin seguirá siendo el eje de un tácito desacuerdo que cruza la escena
intelectual chilena hasta nuestros días.

120
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

de una cierta auto referencialidad “resistida” como teoría.17 De


cualquier forma, es necesario entender que la estrategia general
de Richard no consistía ni consiste en “hacer teoría”, sino en
una práctica inscrita en la configuración de trazos e identidades
contingentes y antagónicas, aún a costa de juegos adjetivales
maniqueos. Hay ciertamente un maniqueísmo politizante en su
escritura, una pulsión conflictiva y deseante que denuncia los
órdenes categoriales disciplinarios desde una auto conferida
marginalidad. Margins, en tal caso, representa un tipo específico
de neovanguardia, no reducible a los vaivenes metropolitanos
de la historia del arte y sus hitos fundamentales. Lo que está
en juego en su operación de lectura, mucho más que una cues-
tión de estilo, es una cuestión toda ella relativa a una política
de la localización, pero también de la localidad de una escena
particular.
Sin embargo, es en esta política de la localización, de la
marginalidad frente a un centro, donde se juegan cuestiones
decisivas para el conjunto de su producción crítica, previa a
Margins y posterior. Oyarzún, por otro lado, también insiste en
la cuestión de la marginalidad como tópico central del disposi-
tivo de lectura del libro; pero, mientras la crítica de Brunner se
concentra en mostrar el plus de goce que experimentaría Richard
como efecto compensatorio de una política sostenida de censura
y autoritarismo, la observación de Oyarzún interroga la geopo-
lítica articulante del diagrama esbozado ya por su título, desde
una preocupación referida a la representación del poder que
dicho diagrama importa a la escena de discusión. Así, Margins
and Institutions operaría una capitalización del margen crítico
con respecto a un centro de poder, cuestión que reinstala todo el
problema relativo a la concepción del “poder como centro”. Esto
le habría permitido a Richard entender su operación como “exte-
rioridad respecto de un centro –que bajo la forma de metrópolis y
de institución, a nivel internacional o local, es siempre un centro

17.  Argumento de Tomás Moulian, Chile Actual, op. cit.

121
Sergio Villalobos-Ruminott

de poder” entendiendo su práctica, por lo tanto, como discurso


de la “periferia”.18
Habría que atender a dos elementos complementarios en
esta observación: por un lado, se trata de la concepción monolí-
tica del centro y la marginalidad que aquejaría a Richard, y que
en el libro se mostraría como una escisión entre el campo dicta-
torial y el campo de influencia de las artes visuales, entre la ins-
titución y sus márgenes (de ahí la concepción del autoritarismo
como bloque sin fisuras). Esta escisión se volverá un argumento
central en el debate posterior sobre la “avanzada”, aun cuando
debemos advertir que la política performativa de Richard hace
uso de una retórica de la estratificación y diseminación de los
márgenes y del poder, respectivamente, cuestión que siempre
complejiza y reelabora sus juicios espectaculares.19
Por otro lado, en la capitalización del margen, del carácter
excedentario de la práctica artística local con respecto al código
general de la historia del arte metropolitano, ella pareciera re-
caer en los términos cuasi-trascendentales de la relación entre
centro y periferia, entre identidad y diferencia, lo que constituye
un logro y una trampa sobre la que pendería su trabajo crítico.
A pesar de que sus referencias a las retóricas de la copia, la cita,
la traducción y la différance harían imposible reducir la política
de su escritura a una simple cuestión de identidad y margen, o
a un ingenuo mecanismo de influencia-teórica-metropolitana y
aplicación-local, todavía se nota en su lectura de la “avanzada”
una cierta inclinación a confundir el desacuerdo propulsado por
la re-partición de lo sensible, para citar a Jacques Rancière, con la
diferencia como trinchera identitaria en la lucha por la represen-
tación.20 Permítasenos hacer dos precisiones:

18.  Oyarzún, “Crítica, Historia”, op. cit., p. 233.


19.  En este caso, resultan centrales sus trabajos complementarios, La estra-
tificación de los márgenes, Santiago, Francisco Zegers Editor, 1989; y, Residuos
y metáforas: ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición, Santiago,
Cuarto Propio, 1998.
20.  Cuestión que se confirma en su texto “Intersectando Latinoamérica con
el latinoamericanismo: discurso académico y crítica cultural”, en: Teorías sin
disciplina (latinomericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), Santiago

122
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

1) El énfasis en la cuestión de la marginalidad constitutiva


de la “avanzada” debe ser relativizado, sobre todo porque no se
trata de la marginalidad que experimentaría el arte popular o in-
dígena, del cual siempre recibimos representaciones pintorescas
que esconden, a su vez, un olvido e invisibilización más radical.
En tal caso, la marginalidad sufrida por la neovanguardia sería
tan excepcional como la excepcionalidad dictatorial a la cual
ésta se debe, en primera instancia, según la misma genealogía
desgarrada de Richard.21

2) A la vez, el énfasis en la cuestión del margen reintrodu-


ce, inevitablemente, la necesidad de interrogar el agotamiento
sufrido por la geopolítica tradicional en la cual solía circular y
legitimarse la escena artística nacional y regional. Dicho abrup-
tamente, la escena pre-golpe todavía podía leerse como una con-
traposición entre centro y periferia, entre vanguardia metropo-
litana e historicidad del margen, mientras que con el golpe y su
respectivo arte de la Constitución (que es un arte de la globaliza-
ción) se manifestaría un cambio sustantivo de dicha geopolítica,
cambio que precipita una redefinición de las luchas culturales
y políticas anti-imperialistas del tercer mundo (cuestión evi-
dente en el agotamiento de las vanguardias estéticas y políticas

Castro-Gómez y Eduardo Mendieta Eds., México, Miguel Ángel Porrúa,


1998. Ver de Rancière, The Politics of Aesthetics. The Distribution of the Sensible,
New York, Continuum, 2004.
21.  Ticio Escobar, El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones sobre arte
popular, Santiago, Metales Pesados, 2008. La ambivalencia de lo popular y de
lo marginal permite así que haya una yuxtaposición entre el vanguardismo
letrado y la marginalidad relativa de sus propuestas estéticas, con respecto
a la marginalidad endémica que sufre la “creatividad” cultural y artística
popular. La marginalidad de la “avanzada”, en tal caso, no tendría mucho
que ver con la marginalidad endémica de dicha creatividad popular (sin
mencionar siquiera la cuestión indígena), a menos que se las equipare desde
el punto de vista de la “experiencia autoritaria”. Este sería, sin embargo, el
problema más delicado, arrogarse un lugar de enunciación articulante de
dicha experiencia.

123
Sergio Villalobos-Ruminott

en general).22 Si esto es así, la política del arte neo-vanguardista


difícilmente puede reducirse a su reivindicación del margen; in-
sistir en eso sería equivalente a reinscribir la especificidad de las
obras en una metarrelato historicista que todavía funciona como
matriz inadvertida de lectura, anclado en un modelo nómico ya
desplazado por la misma operación dictatorial.

En cualquier caso, fue Richard la primera en advertir el ca-


rácter innovador y crítico de unas prácticas artísticas orientadas
antagónicamente contra la dictadura y en retirada con respecto
no solo a la institución del arte, sino también con respecto a la
subordinación de sus pulsiones innovadoras en un cierto bloque
(tradicional) de oposición. En esto radica entonces la fuerza de
su gesto, pues si Richard ha leído la “avanzada” como “corte y
no calce” con respecto a la tradición, suyo sería el mérito de plan-
tear la cuestión de la “ruptura” como una problemática crucial
para la historia del arte nacional. Faltaría precisar, sin embargo,
cuál es el estatus de esa “ruptura”, dentro de la práctica artística
y más allá de ella. Cuestión extremadamente compleja porque
en la confusión entre ruptura, “corte y no calce” y fundación,
comparecen, hermanados, los ritmos temporales del vanguar-
dismo estético y de la operación modernizante de la dictadura
chilena.

22.  Para ponerlo en una perspectiva más general, lo que está en juego en
esta observación es el cambio del lugar asignado al arte y la literatura del
“Tercer Mundo”, ya no adscrita al modelo de la alegoría nacional anti impe-
rialista, sino en estado de deriva, una vez que el mismo patrón de acumu-
lación ya no se condice con el modelo centro-periferia. Distancia entonces
con el modelo universalizado de lectura sugerido por Fredric Jameson,
“Third World Literature in the Era of Multinational Capitalism”, Social Text
15 (1986), pp. 65-88, modelo que se ha convertido en una suerte de “actitud
natural” para leer la literatura y el arte regional en los procesos de formación
y crisis nacionales.

124
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

Nihilismo y transvaloración

Márgenes e instituciones enhebra conjuntos y subconjuntos


de obras leyéndolas y dándolas a leer exhaustivamente. Eso,
sumado a la erosión que han sufrido esas obras ¿no termina
acaso por rescatarlas, fijándolas?
Eugenio Dittborn. Cuatro Alcances23

Si es posible identificar la lectura de Richard con la hipótesis so-


bre el carácter rupturista de la “avanzada”, su condición de “cor-
te y no calce” con la institucionalidad del arte nacional, entonces
podemos identificar la crítica de Oyarzún con aquella hipótesis
que detecta en el afán innovador de la neovanguardia una ten-
dencia a la modernización y a la actualización que caracterizaría
a cada nueva generación de artistas y críticos en el país, en los
últimos años, según el criterio ordenador de la historia oficial del
arte. Sin embargo, debemos ser extremadamente cuidadosos en
no atribuirle la hipótesis de la modernización a Oyarzún en el
mismo sentido en que ésta opera en el análisis de Brunner. En el
trabajo del primero, la modernización no aparece como meta del
proceso histórico ni menos como la utópica “mayoría de edad”
de las sociedades latinoamericanas. Oyarzún más bien atisba en
la modernización una operación de plegamiento operado por la
lectura estándar del arte, según los presupuestos historicistas de
la continuidad y la ruptura. Así mismo, no se trata de desacredi-
tar las interpretaciones acotadas de Richard sobre, por ejemplo,
las pinturas aeropostales de Eugenio Dittborn (Margins), o la
performance de Carlos Leppe24, sino que se trata de interrogar un
cierto énfasis de conjunto en su presentación de la escena artísti-
ca, énfasis que ambiguamente se yuxtapondría con la operación

23.  “Cuatro alcances”, en: Márgenes e instituciones, op. cit., p. 199.


24.  Nelly Richard, Cuerpo Correccional, Santiago, V.I.S.U.A.L, 1980.

125
Sergio Villalobos-Ruminott

fundacional inaugurada por el golpe de Estado y realizada por


la dictadura.
Así también, sostendremos que la hipótesis de la “complici-
dad” entre el gesto de conjunto de Richard y la concepción histo-
ricista de la temporalidad imperante en la postdictadura chilena,
puede ser atribuida perfectamente a Willy Thayer, aun cuando
ya está anticipada en las críticas de Oyarzún, que advierten
sobre el carácter generalizado del esquema de lectura histórica
elaborado por las ciencias sociales en el periodo dictatorial. Por
esta razón, el carácter de la “avanzada” y de la interpretación
que Margins favoreció, vuelve a ser uno de los ejes sobre los que
se desarrolla el intercambio entre Thayer y Richard en el Coloquio
internacional sobre arte y política que tuvo lugar en la sala Isidora
Zegers de la Universidad de Chile, en junio del año 2004.25 En
este intercambio, las contribuciones de Thayer facilitaron un
desplazamiento desde la “complicidad de gestos” entre el golpe
y el corte vanguardista, hacia una “complicidad estructural” o
copertenencia entre las retóricas historicistas de la historia del
arte nacional y el “tiempo homogéneo y vacío” de la globaliza-
ción planetaria; desplazamiento que le permitió diferir no solo
del tono general de la “reconstrucción” fundacional de Margins,
sino también cuestionar la pertinencia del retorno a la “avanza-
da” desde los procedimientos fetichistas de la historia cultural y
auto-referencial que predominarían en la postdictadura chilena.
Thayer, en una serie de trabajos que culminan en su libro El
fragmento repetido, arma un eje de tensionamiento que relanza las
reservas que la temprana recepción de Richard había provocado,
pero ahora en el contexto transicional chileno, donde el rescate
de la neovanguardia adquiere ribetes más dramáticos y donde
la problemática de cómo escribir la historia del arte nacional se
confunde con la problemática de cómo escribir la historia en ge-
neral, en un contexto dominado por las pragmáticas realistas de
la postdictadura y la globalización.

25.  Dicho Coloquio apareció editado por Pablo Oyarzún, Nelly Richard,
Claudia Zaldívar, Arte y política, Santiago, ARCIS-Universidad de Chi-
le-Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2005.

126
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

En el Coloquio, Thayer leyó su texto “Crítica, nihilismo e in-


terrupción”, después que Richard había leído su texto “Lo políti-
co y lo crítico en el arte: ¿quién teme a la neovanguardia?”, texto
que ya había aparecido en el número 28 de su Revista de Crítica
Cultural.26 No debe extrañar, por otra parte, que en dicho inter-
cambio circule la acusación de nihilismo en ambas direcciones,
pues será en torno a dicha noción que se ordenarán y diferen-
ciarán las posiciones sobre la neovanguardia en la actualidad.
Mientras que Richard acusa a Thayer de una actitud de descon-
sideración nihilista con respecto a los objetivos y deseos que mo-
tivaron a la “avanzada”, concibiéndola solo como un efecto de la
violencia fundacional de la intervención militar del 73; Thayer le
responde señalando un dejo nihilista en su actitud de auto-afir-
mación que produce, finalmente, una reconstrucción romántica
y fundacional –suerte de foundational fiction– de aquel particular
movimiento. Para la primera, el nihilismo es una actitud de des-
consideración con respecto a la pulsión política de unas prácticas
artísticas de ruptura y contestación; para el segundo, el nihilis-

26. “Lo político y lo crítico en el arte: ¿quién teme a la neovanguardia?” en:


Arte y política, op. cit., pp. 33-46. Más allá de la referencia directa a Hal Foster,
quien abre su libro The Return of the Real. The Avant-Garde and the End of the
Century, Cambridge, Massachusetts, The MIT Press, 1996, con un capítulo
titulado “Who’s Afraid of the Neo-Avant-Garde?”, pp. 1-34; la discusión entre
ambos estuvo presente en varias sesiones del diplomado sobre Postdictadura
y Memoria, realizado en la Universidad ARCIS entre 1997 y 1999, dirigido por
la misma Richard. Por otro lado, Thayer publicó sus trabajos “Vanguardia,
dictadura, globalización (La serie de las artes visuales en Chile 1957-2000)” en
el año 2001 [en un libro editado por ella y por Alberto Moreiras, Pensar en / la
postdictadura, Santiago, Cuarto Propio, 2001] y, “El golpe como consumación
de la vanguardia” el año 2003 (una edición abreviada apareció en Revista Ex-
tremoccidente, el mismo año). Además, muchos de los argumentos que cruzan
este debate ya habían sido esgrimidos con ocasión de la publicación del libro
de Thayer sobre La crisis no moderna de la universidad moderna, Santiago, Cuarto
Propio, 1997 –parte de este primer debate puede verse en inglés en la Revista
Nepantla, Vol. 1: N° 1, 2000. Así, la crítica a la canonización de la Avanzada
tiene como contraparte una crítica al trasfondo “filosófico” e inoperante que
motivaría el temor a la neovanguardia. Dicho trasfondo se remontaría no solo
a Oyarzún y Thayer, sino también a Patricio Marchant, cuya obra dispersa es
compilada y publicada el año 2000 con el título Escritura y temblor, Santiago,
Cuarto Propio, precisamente por ambos filósofos. Como si la vuelta a la avan-
zada fuese la contraparte de la vuelta a Marchant.

127
Sergio Villalobos-Ruminott

mo es equivalente a la valoración ejercida fetichistamente en la


reconstrucción monumental de dichas prácticas.
La acusación de Richard repara, a la vez, en una cierta exa-
geración del rol del mercado como lugar de homogeneización
general de la cultura, pues si bien es cierto que siempre existe
el peligro de la mercantilización, lo que importa es antagonizar
con éste peligro sin quedar desactivado por su representación
macro-física. Por otro lado, la “avanzada” sería solo un nombre
de pila de una práctica múltiple y descentrada que converge
más en el libro que en los hechos:

Habría que recordar [argumenta Richard] que la Escena


de Avanzada no constituye un todo homogéneo. Si bien
[ésta] reunía prácticas que solidarizaban entre ellas por
su misma pasión de exploración conceptual y desmonta-
je artístico, estas prácticas ofrecían a menudo respuestas
divergentes en su forma de abordar la relación entre arte,
crítica y sociedad.27

En este sentido, más que una categoría socio-histórica, se


trataba de un nombre que agrupaba bajo su sombra un conjun-
to de trabajos disparejos, heterogéneos y multidimensionales, cuyo
denominador común estaba garantizado por su orientación
oposicional a la censura prevaleciente del régimen militar y su
consiguiente lógica monolítica de representación.
Thayer, por su parte, señala una cierta “complicidad es-
tructural” entre el fundacionalismo dictatorial y el rupturismo
propio de la lectura de Margins. Su crítica no es de orden moral,
sino de carácter ontológico, lo que importa acá no son las buenas
intenciones ni el activismo politizante, sino la copertenencia al
historicismo generalizado que caracteriza al capitalismo global.
Reconstruir la historia sacrificial de la neovanguardia es hipos-
tasiar su rol histórico y así, valorarla, hacerla transitar a la circu-
lación generalizada de mercancías culturales:

Habría en la avanzada [y en ese presupuesto anclará


la lectura de Thayer] un estrato primario, anasémico,

27.  “Lo político y lo crítico en el arte”, op. cit., p. 43.

128
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

inoperante (des-obrante), que se sustrae a cualquier


intento de repetición o secundariedad simbólica. Tal
estrato anasémico, irreductible a la simbolización, más
que “operar” como principio de decodificación y lectura
de la institucionalidad autoritaria y post-representacio-
nal que comienza a disponerse desde 1979, permanece
intransitivo en las inmediaciones del golpe, neutro ante
las demandas de nuevas lecturas de signos, desinte-
resado en cualquier inicio del duelo, metaforización o
narración de lo acontecido [...] La inoperancia primaria
de la avanzada, aparte de sus manifestaciones exotéricas
—”exploración de las roturas y los quiebres de sentido”
(Richard) del paisaje autoritario que se explaya en los
80— persevera en la suspensión (epokhé) de cualquier
atisbo de inscripción y repetición, como si lo primario
fuese, ello mismo, el único testigo anterior al narcisismo
de la palabra que no deja de hablar de sí cuando supone
hablar de otro, limitada como está a autoestimularse te-
cleando sobre el dorso de la cosa, imposibilitada de toda
verdad por afuera de la inmanencia cambiaria.28

Esta crítica tiene enormes consecuencias para pensar la re-


lación arte-política, sobre todo porque lo que está en juego acá
no es solo determinar el carácter oposicional o anti-dictatorial de
la neovanguardia, sino, cuestión aún más importante, explorar
hasta qué punto hay en las obras de la “avanzada”, más allá o
antes de sus diversas lecturas oficiales, atisbos de una interro-
gación que trascienda la distribución de lo sensible propia del
contrato nacional popular. ¿Cómo es que ese conjunto disjunto,
heterogéneo y multidimensional permite una re-partición de lo
sensible que logre escapar a la lógica de la sobre-codificación
operada por la valoración ampliada del capital? Esto es lo que
habría que pensar en el trabajo de los artistas visuales y críticos
agrupados en la escena de “avanzada”, pues no se trata de obras
homogéneas y equivalentes, que puedan ser desconsideradas
y apiladas en el depósito referencial de una teoría general del
arte, aun cuando sea un arte de la resistencia cultural. Mientras

28.  Willy Thayer, “Vanguardia, dictadura, globalización”, op. cit., pp. 255-
256.

129
Sergio Villalobos-Ruminott

esta interrogación esté pendiente, o se la siga desplazando en


nombre de una concepción fundacional de la ruptura (histori-
cismo), no habrá ninguna posibilidad de debilitar el nihilismo
del progreso que constituye el horizonte de inteligibilidad de
la postdictadura nacional. En última instancia, la interrogación
abierta por la crítica de Thayer tiene que ver con la resistencia
de la práctica artística a su subordinación simbólica y narrativa
por parte de la historiografía del arte y la crítica cultural, que
sigue tecleando narcisistamente en el dorso de la cosa. ¿Cómo
pensar dicha interrupción anasémica, esto es, dicha desistencia
con respecto a la operación discursiva propia de toda disputa
hegemónica, de toda teoría cultural de la hegemonía y de toda
teoría hegemónica de lo cultural?
El nombre “avanzada”, en todo caso, no repetiría simple y
mecánicamente las pretensiones rupturistas del modernismo es-
tético metropolitano (en cualquiera de sus versiones canónicas),
ni se reduciría al realismo social del arte comprometido. Por el
contrario, al acuñar dicho nombre, Richard pretendía destacar
las manifestaciones críticas y antagónicas de un movimiento
que recordaba al experimentalismo vanguardista sin remitirlo
a su decadente historia institucional. Su versión recupera así el
fulgor experimental del arte bajo dictadura, mostrando que en la
lectura de Thayer hay una exageración del efecto mediático del
golpe y una sobrevaloración de las fuerzas del mercado global:

Lo que Thayer llama “el final neocapitalista de la crítica de la


representación” cuenta precisamente con sacar beneficios
de esta renuncia a lo político contenida en el gesto de
volver equivalentes el diagnóstico postmoderno de la crisis
de la representación con el nihilismo posthistórico del fin de las
luchas por la significación.29

Sin embargo, la contestación de Thayer apunta tanto al


tono canónico de Margins and Institutions, como al problema de
la lógica reconstructiva que impera en la textualidad evocativa
de Richard y que, junto a sus intervenciones más recientes, re-

29.  “Lo político y lo crítico en el arte”, op. cit., p. 45.

130
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

sulta en un retorno fetichista a la “avanzada”.30 Por un lado, en


su libro no solo se daría una narrativa maestra en torno al arte
bajo dictadura, sino que se desconsideraría, con un cierto opti-
mismo ingenuo, la misma facticidad inaugurada por el golpe
militar de 1973:

Las operaciones de la avanzada no podrían ser considera-


das bajo la resonancia del vanguardismo en términos de
desmantelamiento de la institución representacional histórica,
porque en 1979, cuando la avanzada emerge, no solo los
aparatos de producción y distribución de arte; sino toda
forma institucional ha sido suspendida en una seguidilla
de golpes. Seis años de golpe (1973 / 79), de políticas de
shock y decretos de la junta militar.31

Thayer intenta mostrar cómo el carácter iconoclasta ad-


judicado a la neovanguardia estaba totalmente alojado en el
dispositivo de cancelación de sentido implementado por la
dictadura, pero, a la vez, quiere poner en escena una concep-
ción de la temporalidad del golpe que no lo reduzca a la auto
referencialidad mediática de un simulacro de acontecimiento: el
golpe fue la facticidad de su ocurrencia y la sucesiva serie de su
alevosa reiteración. Esto último es crucial porque no hay aquí

30.  Como directora de la Revista de Crítica Cultural, ella ha favorecido la


publicación de diversas intervenciones atingentes, destacando los números
29 y 30 en los que se presenta una muestra panorámica de intervenciones
sobre el arte chileno desde los sesenta hasta el presente (justamente, con el
título: “Arte y política desde 1960 en Chile”, noviembre 2004), con bastante
material complementario a la edición paralela del libro Arte y política, del
año 2005, ambos instigados por el mismo Coloquio Internacional de junio del
2004. A la vez, junto con la reedición de Márgenes e instituciones el 2007,
habría publicado una selección de textos relativos a la relación entre arte,
política y crítica, donde se retoman y reformulan sus posiciones al respecto:
Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico, Buenos Aires, Siglo XXI,
2007. Federico Galende, por otra parte, ha realizado una serie de entrevistas
entre los actores directamente implicados en este movimiento, lo que facilita
una visión de conjunto sobre la percepción que dichos artistas tendrían tan-
to de la “avanzada” como de la lectura de Richard. Galende, Filtraciones I.
Conversaciones sobre arte en Chile (de los 60’s a los 80’s), Santiago, ARCIS-Cuar-
to propio, 2007.
31.  Thayer, “Vanguardia, dictadura, globalización”, op. cit., pp. 251-252.

131
Sergio Villalobos-Ruminott

una consideración del golpe como evento inaugural o realiza-


ción definitiva de la historia, sino como pliegue genealógico de
una serialidad que descentra la historia nacional, mostrando su
supuesta excepcionalidad como continuidad de la violencia. Su
eventualidad apunta entonces tanto a su origen circunstancial
como a su repetición: el golpe es la dictadura, la dictadura es la
transición. Como dice Jean-Louis Déotte:

El acontecimiento no puede ser determinado más que si


es inscrito. El encadenamiento sobre él, y la experiencia
que se tiene, son indisociables de la superficie sobre la
que se inscribe […] La repetición precede entonces a la
inscripción, la inscripción precede al acontecimiento.32

Por otro lado, este retorno a la “avanzada” ocurriría en un


contexto caracterizado por el “desbande” y la “desolación” de la
situación del arte nacional en postdictadura, un contexto de olvi-
do e impunidad generalizada.33 Para Richard, este retorno contie-
ne la recuperación del ímpetu oposicional de la neovanguardia y
de su experimentalismo performativo; y como tal, resulta crucial
para contrarrestar el olvido negligente con el que las instituciones
de arte en Chile se abocan a realizar muestras “representativas”
que indiferencian el quiebre infringido por las artes visuales en

32.  Jean-Louis Déotte, Catástrofe y olvido. Las ruinas, Europa, el museo, Santia-
go, Cuarto Propio, 1998, p. 184.
33.  Habría que tomar en cuenta los múltiples trabajos de artistas visuales
que ya desde fines de los ochenta parecen resistir lo que ellos identifican
como “el discurso teórico de la crítica”, desde posturas que, paradojalmente,
no solo son “teóricas” sino incluso, testimoniales. A su vez, lo que Oyar-
zún catalogó como una “vuelta a la pintura” una vez que la “avanzada” se
convirtió en “capítulo de historia” (“Arte en Chile”), es retomado reciente-
mente por Guillermo Machuca quien problematiza la producción artística
relacionada con el Magíster de Artes Visuales de la Universidad de Chile
en los últimos años, relacionada con la misma noción de escena y de esta
“vuelta” a la pintura “después de Duchamp”. Ver de Machuca, Frutos del
país. Después de Duchamp, Santiago, Editorial La Blanca Montaña-Magíster
en Artes Visuales, Universidad de Chile, 2003. A su vez, Galende reciente-
mente ha publicado el segundo tomo de sus Filtraciones dedicado a discutir
la escena artística desde mediados de los años ochenta, es decir, posterior a
la “avanzada”. Federico Galende, Filtraciones II. Conversaciones sobre arte en
Chile (de los 80’s a los 90’), Santiago: ARCIS-Cuarto propio, 2009.

132
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

el campo cultural bajo dictadura. Se trata de un retorno inscrito


en una batalla bastante concreta sobre la memoria del arte y el
olvido de algunas curatorías parciales que homogenizan todo
en un largo plazo ilustrativo y depotenciador del fulgor de las
luchas por el sentido libradas en un pasado reciente.34 Thayer,
sin embargo, identifica dicho retorno con un mecanismo de re-
construcción fetichista que repite las taras historicistas del ges-
to fundacional originario, pero en un presente marcado por la
mercantilización general del aura y la circulación ampliada de la
mercancía. En otras palabras, la recuperación de la “avanzada”
abastecería la oferta de producción cultural exótica en el mer-
cado global, siempre que no se ha reparado suficientemente en
las obras y en las condiciones actuales de su circulación. De esta
forma, su problema de fondo no es con las obras en particular,
pues éstas merecerían una lectura ajustada a sus posibilidades y
promesas, sino con la lectura hegemónica de Richard que dicta la
ley de su interpretación y reprime nuevos acercamientos.
Así, la narrativa de Margins habría funcionado como una
exageración del potencial crítico de un movimiento artístico que
como tal, aparece en su versión fundacional como momento y
movimiento soberano. Como si la recuperación del fulgor de la
avanzada no lograse escapar a los protocolos de la historiografía
tradicional del arte y su tráfico de soberanías.
Richard, por el contrario, concibe las sospechas de Thayer
como doblemente problemáticas; por un lado, porque niegan
la relevancia táctica o contingencial de la neovanguardia, con la
trama local de sus desajustes y sus recortes temporales, y la re-
miten a un indiferenciado pasado dictatorial, ahogando su pul-
sión crítica y contestataria en un macrorrelato que fantasea con

34.  El caso ejemplar está dado por la llamada Batalla del Bellas Artes, del año
2000, y que se refería a los criterios curatoriales ejercidos por Justo Pastor
Mellado y la “injusta” representatividad de su muestra “Transferencia y
densidad” referida históricamente al periodo que va desde 1973 hasta esa
fecha. La no inclusión de algunos y la omisión de otros habría activado la
polémica. Ver de Mellado: 1973-2000: Transferencia y densidad, Santiago, Mu-
seo Nacional de Bellas Artes, 2000. También: Revista de Crítica Cultural, 29-
30; y la página Web de Mellado: (http://justopastormellado.cl/) donde éste
desarrolla un asiduo trabajo de análisis de coyuntura.

133
Sergio Villalobos-Ruminott

la globalización. Por otro lado, dichas sospechas niegan también


la pertinencia de cualquier lectura evocativa en el contexto ano-
dino de la transición, cuestión grave porque dicha negación no
solo depotencia un capítulo central de la historia del arte nacio-
nal, sino que imposibilita la cita entre “las generaciones pasadas
y la nuestra”. ¿A qué se debe entonces el retorno? Las respuestas
varían entre el dispositivo de una cita (¿secreta?) con la historia y
el problema valorativo de la historia cultural y su reconstrucción
fetichista del origen.
A la vez, para distinguir la temporalidad relativa a la dic-
tadura de aquella inaugurada por la neovanguardia, Richard
instala una dicotomización entre el campo de poder dictatorial y
su cultura oficial y, el posible campo alternativo de la “avanza-
da”. Es decir, transfiere a la dictadura un carácter marcadamen-
te autoritario que escinde el campo de la significación entre la
cultura oficial y el arte contestatario. Solo así se comprende que
la neovanguardia haya desarrollado su dispositivo crítico como
invasión significante del codificado campo dictatorial. Pero, si
esto es así, la dictadura necesariamente debe aparecer inaugu-
rando una inédita relación entre el poder del Estado y la socie-
dad, mientras que Thayer pareciera decirnos que la dictadura
realiza –y no inaugura– una disposición inscrita en el largo plazo
de la historia institucional chilena: lo que la dictadura termina
por hacer, en su auto-declarado estado de excepción, es, preci-
samente, confirmar el excepcionalismo de la historia chilena, sus
más de doscientos años de violencia política “republicana” en
nombre de la ley. Pero, si la excepcionalidad histórica del golpe
está sobredeterminada por la continuidad de la violencia infrin-
gida en nombre de esa ley, la dictadura no debe confundirse con
un nuevo comienzo de la historia nacional, sino que apunta a la
perpetuación de dicha violencia dictatorial (y predictatorial) en
la pragmática nihilista de la transición y su irreflexivo apego a la
modernización.
Todo ello resignifica el marco de inscripción donde opera
el “retorno” e impone graves condicionamientos a cualquier
reconstrucción romántica sobre la práctica intelectual anti dic-
tatorial. Después de todo, la batalla se perdió, pero no por la

134
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

simple perpetuación de la dictadura en la democracia, sino


por la continuidad absoluta entre la democracia globalizada y
el mercado simbólico capitalista para el cual todas las historias
locales de resistencia adquirirían una condición mercantil de
“exótico” e “interesante” objeto de estudio. Pareciéramos estar
atrapados entre dos exageraciones: una sobre el carácter radical
(excepcional) del golpe y la otra sobre el carácter rupturista de
la experimentación neo-vanguardista. Esto porque para salir
del marco soberano de la dictadura, Richard necesita apelar a
una suerte de soberanía invertida, es decir, necesita considerar
la autonomía –soberana– de la escena de “avanzada” más allá
del nihilismo que Thayer instala como condición de partida. Si
el golpe de Estado funcionó como transición desde el Estado al
mercado, esto habría traído consigo un proceso de valoración
generalizada en donde todo circula, sin posibilidad de sustraer-
se a la lógica mercantil de valoración. “La Moneda, la República,
el Estado en llamas es, a la vez, la representación más justa de la
‘voluntad de acontecimiento’ de la vanguardia, voluntad cum-
plida siniestramente por el Golpe de Estado como punto sin
retorno de la vanguardia, y como big bang de la globalización”.35

Nihilización neoliberal
Sin embargo, todavía tendríamos que entender la relación
entre el nihilismo y el proceso de valoración no como el resul-
tado de una lectura pesimista y circunstancial del presente, ni
tampoco como el inadvertido efecto de una monumentalización
del golpe o de la articulación del capitalismo como sistema mun-
dial, sino como la constatación de las condiciones materiales de
inscripción de la práctica intelectual en la actualidad. Si el golpe
es leído como big bang de la globalización, la metáfora, a pesar de
su carácter rimbombante, apunta a un cambio sustantivo en las
relaciones de producción y circulación en las que se desarrolla la
práctica intelectual en general, y las artes visuales en particular
(lo que más de alguno ha llamado la bienalización del arte, su so-
bredeterminación a partir de eventos internacionales es un claro

35.  El fragmento repetido, op. cit., p. 15.

135
Sergio Villalobos-Ruminott

ejemplo de esto). La condición nihilista del proceso globalizador


no se debe, entonces, a la desazón de Thayer o de cualquier afli-
gido testigo de fines del siglo XX, sino que expresa la indiferen-
ciación radical entre pensamiento crítico y facticidad, es decir, la
imposibilidad de elaborar un metacriterio para tomar distancia
del predominio mudo y brutal de dicha facticidad. El primer
síntoma de este predominio sería la “impotencia categorial” del
presente, el hecho de que éste, como tal, ya no constituya actuali-
dad; esto es, el hecho sencillo y terrible de que nos encontremos
confrontados con un mundo inédito para cualquier sistema ca-
tegorial moderno, como si habitásemos el desierto nietzscheano
lleno de categorías rotas y anacrónicas.36 Sin embargo, mientras
la estrategia nietzscheana consistía en la transvaloración de los
valores que hermanaban la moralidad cristiana con la racionali-
dad moderna, lo que ocurre ahora sería aún más radical debido
a la constitución de un plano general de valoración respecto del
cual ya no sería posible distinguir entre valor de uso y valor de
cambio, cuestión que marcaría el predominio de la circulación
y de la valoración homologándola con un nihilismo asertivo,
auto-valorativo y bio-político que termina por desdiferenciar el
régimen de categorías modernas (sujeto, pueblo, clase, razón,
historia, progreso, crítica, verdad, etc.), subsumiéndolas a su
proceso general de valoración. En otras palabras, la condición
del nihilismo contemporáneo radicaría en el debilitamiento de la
distancia crítica, haciendo que todo intento por re-editarla quede
preso de la valoración como dispositivo distintivo de la globali-
zación, instancia en que la espacialización de la temporalidad se
presenta como modo de producción planetario.
Esto, ciertamente, resulta intolerable para el ánimo trans-
valorador de Nelly Richard quien concibe su propia práctica

36.  Dicha crisis categorial sería también la crisis de la Universidad como


idea y como institución, en cuanto crisis de la universalidad del proyecto
moderno emancipatorio, y cuya emergencia material estaría dada por el
proceso de racionalización universitaria implementada en la dictadura y ra-
dicalizada con la ley de educación superior a principios de los años 1990. No
se trata de la “crisis de las humanidades” en general, según el diagnóstico
neoconservador habitual, sino de la crisis de la forma moderna de pensar la
relación entre teoría y práctica.

136
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

intelectual como permanente cuestionamiento de las lógicas


macrofísicas y deterministas del fin de la historia. De ahí en-
tonces el “nihilismo” de Thayer. Mientras que para éste, la in-
sistencia irreflexiva en una textualidad romántica y maniquea
no contribuye a la interrupción de la circulación ampliada del
arte como mercancía, sino que la confirma. Así, el trabajo crítico
en general, y el de Richard en particular, en la medida en que
no se detienen suficientemente a considerar sus propias condi-
ciones de emergencia en el contexto neoliberal de circulación
planetaria, todavía dependerían de la valoración que alimenta
no solo la romántica reconstrucción del pasado desde un mito-
lógico “origen”, sino que además abastecerían al nihilismo en
cuanto soporte material de ésta época. En otras palabras, ahí
donde tenemos una práctica transvalorativa y deseante, cuya
pulsión escritural enfatiza los desmarques con respecto al poder
de la representación, se nos propone un habitar reflexivo en el
horizonte nihilista del neoliberalismo, no para superarlo, en un
gesto que lo confirmaría (lo abastecería), sino para interrumpir-
lo mediante su debilitamiento. Estamos frente a algo así como
una transvaloración soberana de la soberanía versus una desistencia
con respecto a la auto-afirmación nihilista contemporánea.37 Pero esta
misma desistencia aparece, a primera vista, como reaccionaria,

37.  Puede leerse una continuación y reformulación de este delicado pro-


blema en el efecto de diálogo indirecto que se arma a partir de la publi-
cación de sus últimos libros. Así, en Nelly Richard, Crítica de la memoria:
1990-2010, Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2010, volvemos
a encontrarnos con las preocupaciones habituales de una conciencia crítica
orientada a precisar los contextos de enunciación y los juegos de poder y sig-
nificación que constituyen universos más o menos acotados donde la misma
crítica adquiere su posibilidad de ser y de operar, sin perderse en el infinito
especulativo de la imagen del mundo. Por otro lado, en Willy Thayer, Tec-
nologías de la crítica. Entre Walter Benjamin y Gilles Deleuze, Santiago, Metales
Pesados, 2010, encontramos una consideración que suspende la mentada
operación crítica, su eficacia y su pertinencia, mostrando su copertenencia,
en cuanto operación, al ámbito de las tecnologías; a la vez, el que se hable
de tecnologías de la crítica no implica denunciar las limitaciones del discurso
crítico desde una “sospecha” heideggeriana de la técnica, sino que se trata
de mostrar el origen genealógico del discurso crítico desde siempre alojado
en el aparato de producción de sentido moderno (teórico, crítico, universi-
tario, profesional, etc.).

137
Sergio Villalobos-Ruminott

descomprometida o insensible con respecto a las demandas po-


líticas del presente. La desitencia sería, en este sentido, impolítica.
Digámoslo de otra manera: ¿en qué radicaría la especifi-
cidad del nihilismo neoliberal? En que éste no operaría como
un horizonte valórico, ni menos como un estado de ánimo, al
estilo en que los manuales de filosofía caracterizan al nihilis-
mo eslavo pre-nietzscheano o se refieren a la crisis valórica del
hombre moderno. Se trata, por el contrario, de una condición
general anclada en el corazón de la producción artística nacional
(gracias a la alianza entre transición y globalización). Es decir, el
nihilismo se expresaría en las condiciones que rodean la produc-
ción, circulación y consumo de arte; condiciones marcadas por
la proliferación de escuelas y de instancias de comercialización
de obra; por el privilegio de la rentabilidad sobre el contenido
crítico de éstas; por la emergencia de instancias estatales de fi-
nanciamiento del arte, desde criterios al menos discutibles; por
la retirada del taller y el predominio del aula neoliberal como
dispositivo de transferencia sin experiencia; por las demandas del
mercado académico; pero, más sustantivamente, por:

La simultaneidad espacial y temporal que posibilita el


satélite universal, que no deja espacios de sombra […]
Algo similar ocurre con los modos de producción de arte,
que parecen agolparse todos en una misma actualidad
[…] Tal como todo fue susceptible de convertirse en
mercancía (Marx), en objeto serial masivo (Benjamin) o
en espectáculo (Debord), pareciera que hoy en día todo
fuera susceptible de transformarse en archivo, memoria,
patrimonio que activa para todo objeto o procedimiento
la posibilidad de ingresar al museo; y por consiguiente
su carácter de ruina”.38

Thayer piensa el nihilismo entonces no desde un punto de


vista moral o “filosófico”, sino como comparecencia generali-
zada de toda digresión temporal a la espacialización planetaria
operada por el capitalismo global, pero ya no en términos de
homogeneización o estandarización, sino como articulación laxa

38.  “Crítica, Nihilismo, Interrupción”, op. cit., p. 52.

138
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

de las diferencias; de ahí entones que toda política identitaria,


toda política del reconocimiento, siga presa de la relación entre
soberanía y representación, es decir, siga siendo una manifesta-
ción, entusiasta y eufórica, de dicho nihilismo. En este sentido,
Thayer trata de pensar el nihilismo contemporáneo como una
condición histórica de la acumulación capitalista, lo que nos
lleva a reformular la crítica de la teoría del valor en tiempos en
que la subsunción real del trabajo al capital se muestra como
circulación generalizada de mercancías. En tal caso, interrumpir
el nihilismo no es afirmar un valor más verdadero (y así trans-
valorar la valoración capitalista) sino debilitar o desactivar la cir-
culación y el intercambio generalizado. De ahí entonces que la
geopolítica tradicional y nómica, cruzada por los conceptos de
identidad, autenticidad, originalidad, genialidad, creatividad,
etc., se muestre agotada y subsumida en una nueva “imagen del
mundo”, planetarizada y tecnológicamente soportada, donde
la confrontación entre valor y valor solo confirma el proceso de
valoración capitalista.
El nihilismo no es, por lo tanto, una negación de los valores,
sino la generalización de su dispositivo, la espacialización de la
serie de tecnologías o planos de consistencia llamados a produ-
cir una diferencia en su plexo de sentido, pero ahora cuando
dicho plexo ya no opera como homogeneización o indiferen-
ciación, sino como heterocronía, heterogeneidad y articulación
laxa. Por lo mismo, no hay crítica del nihilismo que no abastezca
su misma retórica de la novedad (teórica), frente a lo cual, lo que
queda es la desistencia, no como renuncia pasiva y conserva-
dora, sino como desoperación e interrupción de la circulación
y la valoración capitalista.39 Esto es, concretamente, lo que está
dado aquí para ser pensado, la condición “desobrante” de las
“obras” de la “avanzada”, en tanto que desplazamiento de la
relación arte-política más allá del contrato social característico
del moderno Estado nacional. Aun cuando desde el punto de
vista transvalorador de la crítica cultural, toda esta cuestión de
la desistencia no sea sino una ineficaz renuncia (im)política.

39.  Así como Derrida nos propone pensar el efecto “involuntario” de la


moneda falsa en Dar (el) tiempo, Buenos Aires, Paidós, 1995.

139
Sergio Villalobos-Ruminott

En este sentido, si no se trata de invertir ni transvalorar los


valores, ni menos de encontrar un valor más verdadero, más au-
téntico –todas éstas: claves onto-antropológicas del pensamien-
to crítico moderno– entonces tampoco se trata de representar
el capitalismo como plano inmanente e inescapable, final de
la historia o abismo del sentido, pues el mismo capitalismo es
un proceso heterogéneo y axiomático, que se arma y desarma
infinita y estocásticamente, más allá de los modelos decimo-
nónicos de metrópolis y periferia y más allá de las teorías del
imperialismo como etapa final del capitalismo contemporáneo.
Si hay imperio, es el imperio de una errancia ya alojada en su
diagrama, donde nada puede ser definitivamente capitalizado
o desechado. El nihilismo es tanto la insistencia onto-antropo-
lógica en las categorías modernas del orden soberano, como la
insistencia en la crítica en tanto que operación desenmascarado-
ra. Interrumpir el nihilismo equivale a aproximarse a una teoría
material de los ensamblajes sociales, axiomáticos, inancicipa-
bles, acontecimentales.
Por lo mismo, sería erróneo leer en esta comprensión del ni-
hilismo una formulación local del problema, diagnosticado por
Jameson, sobre el postmodernismo como superestructura cul-
tural del capitalismo tardío (noción tomada de Ernest Mandel),
pues mientras Jameson ubica la deshistorización postmodernis-
ta como efecto del debilitamiento del pensamiento universalista
y dialéctico, Thayer concibe al golpe de Estado como signo local
de un fin no moderno del modernismo político y estético. La
“excepcionalidad” del golpe entonces, y su fundacionalismo
(Constitución), hacen imposible concebir a la “avanzada” como
una crítica eficiente de la representación, precisamente porque
el golpe operó como fin espectacular de ésta y como redefinición
radical del contrato social.
Habría que distinguir entonces entre la crítica al fetichismo
de la historia (y crítica) cultural y la noción de obra desobrante
(como don y pensamiento) que suplementa la destrucción del
fetichismo del origen con una afirmación tenue sobre un pensar
posible. En tal caso, el debate pasaría por la diferencia entre la
desistencia en los énfasis del pensamiento moderno y la euforia

140
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

de un rupturismo militante en el campo del arte. Para uno, solo


un pensamiento post-enfático (en el sentido borgeano de la in-
significancia de los acontecimientos históricos) sería “capaz” de
desactivar, sin abastecer, al nihilismo tardo-capitalista. Para la
otra, en cambio, el campo de las artes visuales, como todo cam-
po cultural, estaría cruzado por múltiples vectores deseantes,
series inagotables de producción de sentido que no pueden ser
gobernados por la ley general del mercado global.
Por último, habría que destacar que lo que está en juego en
el intercambio mencionado no es solo la posibilidad de un pen-
samiento crítico en general, una lectura de la facticidad o una
nueva organización del discurso, advertida del predominio de
la globalización tardo-capitalista. De manera bastante precisa, lo
que está en discusión aquí es cómo se debe escribir la historia del
arte en Chile, qué papel se debe asignar a las prácticas asociadas
con la neovanguardia y cómo debemos pensar nuestra relación
actual con la “avanzada”, con sus promesas y fracasos, con las
lecturas que hay y con todas las que faltan, no para abastecer una
exótica política cultural, sino para des-obrar lecturas canónicas
que conspiran con la indiferenciación y el olvido. Y aún más, de
manera paralela, se trata de una discusión más amplia y deter-
minante sobre el estatuto mismo de la vanguardia, ya no solo
estética sino también política, y su proyecto revolucionario, anti
imperialista y fundacionalista, pues la nihilización neoliberal no
sería el efecto de un simple movimiento termidoriano asociado
con la contra-revolución y los golpes de Estado recientes, sino
el efecto de una revolución vanguardista a nivel político, social
y financiero. La vanguardia militar y financiera que transfor-
mó a América Latina en la última parte del siglo XX y que fue
responsable de la aceleración de los procesos de globalización
e intercambio planetario, puede perfectamente ser pensada con
las mismas categorías modernas con las que se pensó el fenóme-
no vanguardista estético y político, pues comparte con éstas la
misma representación de la temporalidad. Intentar distinguirla
desde el punto de vista de los horizontes emancipatorios y li-
beracionistas modernos es re-caer en la problemática del valor
(¿qué vale más?, ¿cuál es la verdadera vanguardia?, etc.), lo que

141
Sergio Villalobos-Ruminott

termina por abastecer y justificar el estado de cosas actuales. En


esta paradoja se inscribe todo proyecto de transformación social
articulado por las figuras de la voluntad, la subjetividad sobera-
na y la acción instrumental. Pensar más allá de esto es la tarea
que se nos da en nuestra actual condición histórica.

Duelo y modernización

Desde sus primeras reflexiones, Richard concebía la “avanzada”


no como recuperación nostálgica de las vanguardias históricas,
sino como conjunto de prácticas caracterizadas “por haber ex-
tremado su pregunta en torno al significado del arte y a las con-
diciones-límites de su práctica en el marco de una sociedad fuer-
temente represiva” (Margins 119). Dicha “sociedad fuertemente
represiva” impuso condiciones excepcionales para la escena
artística nacional y, a la vez, obligó a las prácticas antagónicas
a la dictadura a tener una compleja relación con el pasado. Por
un lado, se podía apreciar una cierta continuidad alimentada
por una inevitable relación a la memoria social reprimida por
el fundacionalismo militar que indiferenció dicho pasado con
la retórica del caos y de la crisis nacional; por otro lado, sin em-
bargo, sus obras exigían el desarrollo de nuevos marcos teóricos
acordes con sus operaciones de corte con la tradición y con la
institucionalidad del arte. También podríamos contar esta his-
toria desde el punto de vista de la inscripción traumática de la
violencia militar, en cuyo caso lo que sobrecodificaba el fulgor
modernista de la experimentación artística era la insondable
melancolía que suponía el abrupto fin de un utópico proyecto
perdido. Dicha pérdida afectaba directamente al campo intelec-
tual chileno, haciéndolo girar heliotrópicamente alrededor del
golpe como signo indescifrable de la historia.40

40.  Habría que mencionar las compilaciones de Alain Brossat y Jean-Louis


Déotte, L’époque de la disparition. Politique et esthétique, París, L’Harmattan,
2000; y Nelly Richard, Políticas y estéticas de la memoria, Santiago, Cuarto
Propio, 2000, como intervenciones particularmente atingentes y definitorias
del problema epocal de la desaparición, en Chile y en el Cono Sur. Lo que se
había perdido, lo que había desaparecido era, finalmente, la misma historia
como posibilidad y promesa.

142
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

No se trataba solo de las nefastas consecuencias “consta-


tables” de la intervención militar, su política de desaparición y
tortura, de exilio y represión. El golpe también había operado
como un golpe a la lengua (para recordar la famosa sentencia
de Patricio Marchant), produciendo una alteración incurable de
la relación entre la comunidad y sus nombres.41 Nada podría
seguir siendo como antes, precisamente porque en el golpe, y
en su perpetuación dictatorial, lo que se ponía en suspenso era
el destino de las palabras. Una comunidad sin sus nombres con-
llevaba una experiencia radical de la orfandad, experiencia que
anulaba cualquier recuento bien intencionado, cualquier narra-
tiva voluntariosa destinada a curar la herida. Que el lenguaje ya
no cure, ese era y sigue siendo el problema.
Quizás, esta fractura irrecuperable del habla esté también
“testimoniada” en el desorden lingüístico de El padre mío, la et-
noficción que Diamela Eltit publicó a fines de los años ochenta.42
Pero, el alcance de esta “incomunicabilidad de la experiencia”
no se limitaba a elaboraciones para-literarias acotadas. De una
u otra forma, el campo intelectual chileno en su conjunto esta-
ba afectado por dicha experiencia y, a la vez, estaba dedicado a

41.  “Un día, de golpe, tantos de nosotros perdimos la palabra, perdimos to-
talmente la palabra. Otros en cambio –fuerza o debilidad– (se) perdieron esa
pérdida: pudieron seguir hablando, escribiendo, y, si cambio de contenido,
sin embargo, ningún cambio de ritmo en su hablar, en su escritura. Destino,
esa pérdida total fue nuestra única posibilidad, nuestra única oportunidad”,
Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Buenos Aires, La Cebra, 2009, p.
348.
42.  Eltit introduce la condición fracturada de esta habla “histórica” y mi-
noritaria, con una indicación sobre la condición social de la lengua en el
país: “[e]s Chile, pensé. Chile entero y a pedazos en la enfermedad de este
hombre; jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte,
pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una onda
crisis del lenguaje, una infección en la memoria, una desarticulación de to-
das las ideologías. Es una pena, pensé” (17), El padre mío, Santiago, Francisco
Zegers, 1989. Las entrevistas al padre mío fueron realizadas entre 1982 y
1985. Esta “habla histórica” tiene, por otro lado, una versión post-mimética
y casi pícara en los Sermones y prédicas del Cristo del Elqui de Nicanor Parra
(1977 y 1979, respectivamente), cuyo tono complejiza la hipótesis del moder-
nismo melancólico.

143
Sergio Villalobos-Ruminott

la elaboración de un relato que comprendiera la magnitud del


“evento”.
En este contexto se inscribe la reciente lectura de Miguel
Valderrama sobre el “modernismo luctuoso” que habría carac-
terizado a la “avanzada”.43 Tal lectura destaca cómo la violencia
dictatorial y el cese de la significación operado por el golpe, ha-
brían marcado la inscripción de las obras asociadas con las artes
visuales bajo dictadura. Dichas obras, más allá de su primera
agrupación generacional, funcionarían como testimonio de un
cierto trabajo incompleto e infinito de duelo por la pérdida de
una historia que ya no podrá narrarse en clave nacional. Así,
el modernismo de la neovanguardia no debería ser indiferen-
ciado con el fundacionalismo vanguardista metropolitano, ni
ser inscrito en la dinámica modernizadora del arte periférico.
Lo que está en juego en su pulsión crítica es una “salida” del
marco tradicional desde el que se narra la historia del arte y
la historia nacional. Valderrama vuelve con esta hipótesis a la
“avanzada”, inaugurando una lectura intermedia entre lo que él
mismo denomina como “hipótesis de la modernización”, la cual
desatendería el desgarro específico del arte bajo dictadura, y la
“hipótesis de la ruptura”, la cual queda ahora redimensionada
desde el problema abierto por su atención a la cuestión de la
desaparición. Por otro lado, aun cuando su trabajo no desarrolla
análisis acotados de alguna obra en particular, todavía permite
reabrir el problema de la relación entre arte y política desde el
punto de vista del poder del arte, poder que le permitiría desins-
cribirse de la economía simbólica de la transición y sus discursos
culturales. En otras palabras, su lectura retoma la compleja di-
námica de intercambios entre interioridad y exterioridad, entre
ergon y parergon, que cifra la herida histórica infringida por la
dictadura, para redefinir el modernismo de la neovanguardia
como algo más que un simple reflejo de las modas internaciona-
les, precisamente porque en cuanto modernismo inscrito, éste no
repetiría el fulgor de otros momentos (vanguardias europeas,
modernismo soviético, formalismo pre-golpe, etc.) sino que

43.  Modernismos historiográficos. Artes visuales, postdictadura, vanguardias,


Santiago, Palinodia, 2008.

144
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

expresaría la tonalidad enlutada de una práctica artística en la


época del fin del arte y de la historia.
Desde esta hipótesis, la lectura de Richard estaría atenta a
la violenta escena primordial del golpe y no cesaría de repetir el
gesto politizante pero desgarrado que caracterizaría al arte bajo
condiciones de extrema represión y censura; es decir, la “avanza-
da” ya no aparecería como un rendimiento de la modernización
dictatorial, ni como una categoría de la historiografía fetichista
del arte, sino como expresión de la condición dramática del mo-
dernismo en la época de la desaparición. De ahí también que la
pregunta de Valderrama por el arte sea, a la vez, una pregunta
por la misma historia, por sus énfasis y recortes, sus procesos y
sus jerarquías; pero no solo respecto a lo que podríamos llamar
“una historia interna”, sino en relación a la misma suspensión
del relato histórico nacional que la dictadura supuso para el
país. Como historiador sensible a los vaivenes epocales, él com-
prende que la desaparición implica una condición post-histórica,
no por su supuesto “estancamiento” y realización, sino por la
imposibilidad de traducir, definitivamente, el drama que la
constituye a las coordenadas de un discurso disciplinariamente
circunspecto. Habitamos ahí, a medio camino entre la crisis de la
experiencia y la imposibilidad de narrarla, y el gesto modernista
de la neovanguardia no debería ser comprendido como resolu-
ción de este hiato, sino que como reiteración de su condición
irresuelta.
Sin embargo, para presentar esta delicada dialéctica entre
repetición (del rupturismo vanguardista) e inscripción de la
neovanguardia (en la herida social), se necesitaba desplazar
lo que él mismo Valderrama considera como la “hipótesis do-
minante” de la interpretación de las artes visuales chilenas, la
llamada “hipótesis de la modernización”:

Se pretende interrogar la hipótesis dominante que ha


organizado la historia de las artes visuales en Chile en
los últimos treinta años. Esta hipótesis, formulada por
Pablo Oyarzún en un artículo escrito a fines de los años
ochenta, enseña que la historia del arte nacional debe

145
Sergio Villalobos-Ruminott

ser entendida a partir de la idea de modernización: es


decir, como una serie de modernizaciones o puestas al
día de la escena de arte chilena respecto de sus referentes
metropolitanos.44

El texto referido es, por supuesto, “Arte en Chile de vein-


te, treinta años”, donde el juego implícito en el título apunta
a señalar cómo, si cambiamos levemente el marco temporal,
descubriremos que la pulsión fundacional de la neovanguardia
más bien confirma una tendencia que ya estaba presente treinta
años antes, en las discusiones que rodeaban la formación de los
grupos vanguardistas de pre-dictadura en los años sesenta. En
todo caso, la lectura de Valderrama disuelve el carácter tentativo
de la hipótesis de Oyarzún y la posiciona en un lugar estratégico
y determinante.
Habría que preguntarse, sin embargo, hasta qué punto la
hipótesis de la modernización funciona como metacriterio que
ordena la serie total de las artes visuales nacionales y, hasta qué
punto, efectivamente, ésta sería “dominante”. Según nuestra
perspectiva, la hipótesis en cuestión no solo sería tentativa sino
que adquiere un tono distinto si se toma en cuenta el trabajo
general de problematización del arte contemporáneo, de la tem-
poralidad vanguardista y de la renuncia o desistencia ducham-
piana respecto a la obra de arte que su autor ha venido desarro-
llando coherentemente, en los últimos veinte, treinta años.45

44.  Modernismos, op. cit., p. 13.


45.  De todas maneras, ya en “Arte en Chile”, la misma hipótesis es presen-
tada de manera más tentativa: “La evolución del arte en Chile, desde fines
de los 50, puede ser descrita como una serie de modernizaciones. Si se las
toma por separado, si se les conoce la individualidad absorta con que a me-
nudo se han presentado ellas mismas, es posible que desfilen, unas respecto
de otras, como antinomias, hiatos o saltos, que difícilmente podrían ser con-
tados a título de etapas de un proceso orgánico. Desde luego no presuponemos
una organicidad fuerte, es decir, teleológica, que vincule a estas modernizaciones
en un curso pleno de sentido interno, pero no debe ser imposible aprender el
ritmo de su serie” (“Arte en Chile”, op. cit., p. 194. Cursivas nuestras). Aquí,
sin embargo, también habría que distinguir las obras mismas, del discurso
autoral y del discurso crítico, en el entendido que la potencialidad de una
obra no se reduce ni a su mutismo anasémico ni se agota en lo que su autor
pueda decirnos de ella.

146
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

En otras palabras, leída en el contexto de su reflexión ge-


neral, la hipótesis de Oyarzún permite no solo relativizar la
auto-comprensión ejercida por las interpretaciones solidarias
con la neovanguardia, sino incluso develar el suelo común en-
tre diversas experiencias vanguardistas, previas y posteriores
a la dictadura militar, suelo constituido por una comprensión
más o menos similar de la temporalidad, de la que se sigue una
igualmente compartida comprensión de la ruptura y la innova-
ción. Considerado en un marco temporal mayor, el rupturismo
vanguardista, su “voluntad de novedad”, antes que hacer saltar
“el continuo de la historia”, lo confirma, invirtiéndolo, y por
eso, todavía habita el territorio del historicismo burgués.46 Pero,
considerada como juicio analítico y definitivo, como parece
hacerlo Valderrama, la hipótesis estaría planteando un equiva-
lente acotado de la teoría general de la modernización cultural
elaborada por las ciencias sociales en los años ochenta, cuando
el agotamiento de los modelos marxistas y liberacionistas llevó
a renovar los paradigmas de comprensión de la cultura y de la
misma modernidad como un fenómeno sui generis y tardío para
América Latina.
Como sea, sigue siendo bastante diferente sostener que la
hipótesis de la modernización es ambigua y genérica, a sostener
su condición “dominante” en la historia del arte nacional. Lo que
resulta de ésta última afirmación es un desplazamiento de las crí-
ticas que, por ejemplo, el mismo Oyarzún o Thayer han dirigido
contra la lectura “fundacional” de la “avanzada” realizada por
Richard en su libro Margins and Institutions, hacia ellos. Ahora
resulta que Margins no sería el texto que inaugura la lectura ca-

46.  Si atendemos a las pausas y previsiones (en cursivas en la nota ante-


rior) con las que Oyarzún despliega su lectura, entonces lo que está en juego
no es la simple construcción de un criterio general de organización de la
“heterogeneidad sensible”, sino una paráfrasis irónica que devuelve las as-
piraciones de la lectura oficial de la neovanguardia de fines de los setenta y
principios de los ochenta, a un proceso de mediano plazo marcado por un
cierto principio evolucionista de comprensión, para el cual, la continuidad
de la modernización se realiza en la ruptura modernista; así como la rup-
tura dictatorial confirma a la tradición excepcionalista del Estado en forma
chileno.

147
Sergio Villalobos-Ruminott

nónica o “hegemónica” de la neovanguardia, y la “hipótesis de


la modernización”, junto con ser “dominante”, desconsidera la
pulsión crítica de Richard e impide captar la especificidad de las
artes visuales bajo dictadura. En esto consiste la interpretación
crítica de Modernismos: en mostrar que las discusiones sobre ar-
tes visuales, el golpe y la dictadura, siempre tienen un revés y
que el historicismo (principio evolucionista de comprensión) es
un enemigo tenaz que amenaza a los muertos incluso después
de terminada la batalla.
En este mismo sentido, apelando al carácter luctuoso del
momento vanguardista chileno, Valderrama logra contrarrestar
la eufórica lectura fundacional de Margins and Institutions, y nos
presenta, mediante la atribución de una hipótesis fuerte sobre la
modernización a Oyarzún (y consecuentemente a Thayer), una
escena aún no leída por la crítica de arte en el país. Sin embargo,
tanto Oyarzún como Thayer no intentarían oponer a una cierta
lectura canónica de dicha escena simplemente otra “lectura de
escena”, sino desmontar dicha operación historiográfica para
entreverarse con las obras mismas, en el irresuelto mutismo de
sus promesas.47
Por otro lado, aun cuando la interrogación que despliega
Modernismos está relacionada con la pregunta por cómo escribir
la historia del arte y cómo organizar historiográficamente “la
lectura de obra de la escena de avanzada”48; su búsqueda está
orientada a la “escritura y lectura de la crítica y del arte en la
época de la desaparición”. Al darse precisamente como tema

47.  Pensar las obras más allá de las claves historiográficas oficiales, de las
retóricas de la conmemoración y de los discursos autorales, siempre pre-
ocupados de “tapar el sol con un dedo”, es pensar las obras en su invo-
luntario acoplamiento temporal, en su montaje (sin autor ni director) y su
proliferación. Es decir, es pensar las obras en su eventualidad y su serialidad
como explosión heteróclita de la Historia, siempre hilvanada en torno a una
temporalidad mayor o dominante. Esa sería la condición para escribir una
historia del arte, y una historia en general, atenta a los anacronismos y diver-
sos tempi de la historia, según observa Georges Didi-Huberman en su Ante el
tiempo, op. cit., en relación a la práctica histórico-crítica de Walter Benjamin,
Aby Warburg y Carl Einstein.
48.  Modernismos, p. 14.

148
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

la misma temática compleja que alimenta las discusiones ante-


riores, no repara suficientemente en la advertencia de Oyarzún
sobre una posible “otra lectura”49, y al no detenerse suficiente-
mente aquí, no abunda en la posible diferencia entre la desisten-
cia, la interrupción de la valoración nihilista de la ruptura, y las
apelaciones a la novedad, a la condición fundacional de un arte
experimental y politizado (pero politizado en el marco del con-
trato social nacional-popular), que sería parte de la performance
y de la promesa utópica no solo de la vanguardia histórica sino
también del capitalismo planetario. Antes de habitar en esa “otra
lectura”, Modernismos declara su total incomodidad: “la moder-
nización deviene aquí –en el texto de Oyarzún– metalenguaje de
las artes visuales, significado último al cual remitir todos los sig-
nificados presentes en las obras”.50 Este es uno de sus juicios más
categóricos, la atribución de una soterrada filosofía de la historia
a un ensayo, el de Oyarzún, que pretendería organizar la histo-
ria de la producción artística chilena de manera definitiva.
A la vez, al desplazar el eje del debate sobre las artes visua-
les se produce un efecto de homologación entre la inscripción
de la neovanguardia por la escritura crítica de Margins y la hipó-
tesis de la modernización, las que compartirían un mismo sue-
lo epistémico dado por la desaparición. La diferencia radicaría,
entonces, en que mientras Margins privilegia la trama local de
un arte desgarrado y politizado, el trabajo de Oyarzún se habría
orientado hacia una interrogación relativa a la crisis terminal del
arte; crisis del potencial representativo de la obra, pero también
crisis de su historia y de su teoría. Por esto Duchamp aparece
para éste último como el signo definitorio del “fin” o agotamien-
to del arte occidental, de manera similar a como Arthur Danto
leyó en el pop art de Andy Warhol el fin de las pretensiones de la

49.  “La hipótesis de la modernización –que por esto es provisoria—sería


fructífera en suma si sirviese de pretexto para definir el sitio de otra lectura,
específica, de las artes visuales y, ante todo, de la pintura, en Chile” (“Arte
en Chile”, op. cit., pp. 196-197. Cursivas nuestras)
50.  Modernismos, p. 25.

149
Sergio Villalobos-Ruminott

vanguardia estética internacional y el sosiego conformista de la


escena neoyorkina.51
En última instancia, habría que considerar cómo el debate
chileno sobre las artes visuales tiene que ver, de manera de-
cisiva, con la recepción de un cierto Duchamp y de un cierto
Benjamin, el uno crucial para desentrañar las relaciones entre
arte y teoría, institución y “voluntad de obra”; el otro, para pro-
blematizar el mismo estatuto de la práctica artística y de la obra
de arte en el contexto del capitalismo planetario. Sin importar
cuan asentadas estas lecturas estén, lo cierto es que constituyen
un lugar claro por donde pasa el debate postdictatorial, siempre
que no reduzcamos dicho debate a una sentida discusión sobre
nuestras esperanzas perdidas. Aquel lugar clareado por efecto
del golpe y su evidenciación del permanente “estado de excep-
ción como regla”, impone sobre el pensamiento crítico, asumir
el agotamiento del contrato social tradicional, agotamiento que
implica una deriva de las prácticas intelectuales ya nunca más
pensables en términos de una relación orgánica con la comu-
nidad (nación, clase, etc.). Lo que está en juego en esta deriva
entonces, no puede ser confundido con una antropología nega-
tiva o una política pudorosa y realista, sino que se trata de una
reformulación radical del trabajo intelectual, esto es, de la crítica
en un sentido no convencional, más allá de la mimesis identi-
taria y productivista que está a la base de la moderna división
social del trabajo intelectual.
Por otra parte, si enfatizamos demasiado la interpretación
luctuosa del ensamblaje duchampiano, se corre el riesgo de

51.  Y esta sería otra dimensión del mismo problema, ¿cuál es el estatuto
de dicho “fin del arte” en Duchamp?, ¿cómo entender el ready-made sin con-
firmar la voluntad de ruptura que caracteriza y continúa al vanguardismo
histórico?, ¿cuál es el estatuto de la scición duchampiana con respecto a la es-
tética occidental?, ¿cómo pensar una noción de ruptura que no opere como
confirmación del historicismo?, ¿fracturas, escansiones, desplazamientos,
etc.? En el fondo, si todo nuestro problema tiene que ver con la desistencia,
reserva infinita con la filosofía de la historia, entonces, todo nuestro proble-
ma tiene que ver con la cuestión del “corte y el no calce”, de la ruptura y la
formulación “teológica-política” del evento. En última instancia, la desisten-
cia como impolítica implica un cierto motto fenomenológico radical: “a las
obras mismas”.

150
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

desconsiderar que los ready-mades no son ni significantes ni asig-


nificantes, sino que se equilibran en el punto indeciso en que el
sentido se pliega sobre sí mismo, anasémicamente, para desacti-
var la relación obra-mercancía, obra-monumento y obra-evento
y novedad. Duchamp se refería a sí mismo como un “artista sin
inconsciente”, y en esto habría un indicio de lo que Oyarzún
comprende por el choix de su elaboración y el mutismo de su
discurso.52 El ejemplo central de la desistencia duchampiana (y
del carácter involuntario de la memoria benjaminiana, su ana-
cronía como diría Didi-Huberman) estaría dado por el montaje
sin intención que caracteriza al ready-made. En éste encontramos
un ensamblaje circunstancial pero no deliberante, en el cual la
capacidad creativa del artista o, al menos, “el genio juguetón”
se haya desplazada, en suspenso. Con dicho desplazamiento
se interrumpe el programa modernista de la vanguardia pero
no para refundarlo en una escena post-modernista vaciada de
los ímpetus rupturistas en un pastiche sin ironía (Jameson).
La interrupción tiene el estatus de una problematización que
“pone en escena” la falta de Escena: en vez de escenario, muestra
el foso-espectáculo de la historia. Y sería esta imposibilidad de
restarse al espectáculo lo que interesa pensar en el gesto del mo-
dernismo historiográfico de Margins and Institutions.53

52.  Para distinguir el carácter anasémico del ready-made duchampiano del


ensamblaje creativo de, por ejemplo, La cabeza de toro de Picasso, Oyarzún
señala: “lo primero que parece preciso hacer es separar escrupulosamente
choix (Duchamp) de creación. Pues como va mostrándose, los ready-Mades
no suponen la creación artística: al contrario, la abolen o más bien la suspen-
den […] choix indica la suspensión del proceso creativo y su anulación, la
persistencia en el paso intermedio” en: Anestética del ready-made, Santiago,
ARCIS-LOM, 2000, p. 86.
53.  Por supuesto, esta lectura del choix duchampiano difiere radicalmente
de la reciente lectura realizada por Federico Galende, Modos de producción.
Apuntes sobre arte y trabajo, Santiago, Palinodia, 2011, donde Duchamp apa-
rece como extremo de la voluntad cosificante de las vanguardias europeas.
En un gesto, de alguna manera rancièriano, Galende le transfiere a Du-
champ un cierto esteticismo decisionista que termina por reificar la brecha
entre arte y vida. Habría que problematizar cuidadosamente esta lectura de
Galende que, entre otras cosas, no acusa recibo de la propuesta de Oyarzún,
siendo, a la vez, su contraparte. Lamentablemente, desarrollar este intrin-
cado problema nos llevaría muy lejos respecto de nuestro cometido actual.

151
Sergio Villalobos-Ruminott

Nos encontramos así, otra vez, con el problema central de


nuestra interrogación, la relación arte-política: el choix ducham-
piano y la scisión que supone con respecto al vanguardismo
histórico, su desistencia, abre para nosotros un camino interme-
dio entre la patética del modernismo luctuoso y la euforia del
neo-vanguardismo periférico, una posibilidad de pensar más
allá de la derrota y del entusiasmo, que coincide con una política
no reducible al vanguardismo estético y político moderno y sus
estrategias fundacionales. La lectura del ready-made como tes-
timonio del fin de las vanguardias, no debe homologarse con
un diagnóstico dramático sobre el fin de la historia, sin reparar
en su “habilitación” tenue. Lo que termina, lo que es problema-
tizado, es la función conceptual anestesiante y explicativa del
historicismo. Solo una vez que son destruidas las precompren-
siones historicistas, se nos hacen citables las obras nuevamente.
La redención es el fin de la anestesia, un despertar que desba-
rata la dicotomía sueño-vigilia: “solo a la humanidad redimi-
da se le hace citable el pasado en cada uno de sus momentos”
(Benjamin). En eso radica la comprensión del ready-made como
anestética, y así habría que entender la cita Benjamin-Duchamp,
cita que apunta al debilitamiento de la presencia originaria tan-
to del “genio maligno” de la intencionalidad fenomenológica,
como del “genio juguetón” de la creatividad artística. Pero, ¿qué
significa que el genio juguetón esté desplazado? Significa que el
horizonte post-mimético de suspensión del juicio y de la inten-
ción, interrumpe la circulación de la obra-mercancía, desde un
montaje que no responde a las claves de lectura que definen y
han definido la economímesis característica del contractualismo
nacional-popular. En esta yuxtaposición de la cuestión del arte
y la cuestión de lo político yace la clave, no siempre formula-
da (ni convertida en teoría), que explica la relevancia de dicha
compleja referencialidad. Su impacto no se reduce a la tragedia
local ni responde a una operación crítica, precisamente porque
la operación supone al genio y a la intención, re-enviándonos
otra vez a una política de la significación.

152
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

Comparecencia y anacronía
En un texto elaborado con ocasión de la presentación de
Modernismos historiográficos, Thayer indicaba cómo la interpreta-
ción llevada a cabo por éste no habría puesto suficiente atención
a la diferencia entre obra y crítica, es decir, no habría reparado
en que su debate con Richard, por ejemplo, expresaba una in-
comodidad con su lectura de la “avanzada” y no con las obras
agrupadas bajo tal denominación. Por eso, aun cuando Oyarzún
ya había advertido una cierta “solidaridad de gestos” entre la
ruptura del golpe y el rupturismo fundacional de dicha lectura,
una suerte de complicidad manifiesta, todavía parecía necesario
extremar la crítica al historicismo y su concepción vulgar de la
temporalidad, sobre todo porque dicha concepción impregna no
solo las versiones oficiales de la cultura y la transición, sino tam-
bién aquellas concepciones de la política que siguen pensando
el problema de la justicia como una cuestión de diseño. Thayer
llama a esto último “complicidad o proximidad estructural”,54
abriendo así una nueva dimensión en la discusión; dimensión
ésta orientada a señalar la copertenencia entre arte y mercancía,
representación y clausura de la representación, vanguardismo
e innovación, ruptura y axiomática capitalista, como resultados
de la supuesta realización metafísica de la historia universal.
Es en este pasaje desde la “complicidad de gestos” entre
el corte profundo de la dictadura y el “corte y no calce” de la
“avanzada”, hacia lo que se ha presentado como “complicidad
estructural”, donde se debe arriesgar una nueva formulación de
la relación arte-política; una formulación que esté advertida de la
profunda comparecencia del vanguardismo histórico (y local), y
su “voluntad de acontecimiento”, con el corte fundacional ope-
rado por la dictadura y perpetuado por la transición, en cuanto
desmontaje del pacto social y subsunción al mercado global.
Aquí también es donde la hipótesis de la copertenencia se
despliega en su plenitud: la yuxtaposición entre lo político y lo
artístico, mostraría la comparecencia del carácter fundacional de

54.  “Posibilidad, tensión irresuelta, resistencia infinita” Revista Papel Máqui-


na, N° 2 (Santiago: 2009), pp. 203-215.

153
Sergio Villalobos-Ruminott

la dictadura y de la “voluntad de acontecimiento” de la neovan-


guardia en un mismo plano onto-teológico, inaugurado genea-
lógicamente con el golpe militar de 1973. De una forma u otra
entonces, la intervención militar precipitó un cierto agotamiento
de las tradiciones de la izquierda militante y vanguardista, en un
plano político y cultural. Dicho agotamiento no se debe solo a la
“impotencia hermenéutica” de sus agendas intelectuales, sino
también a la instauración de un Estado de excepción que nos
hizo, finalmente, partícipes de la historia universal. Obviamente,
no se trata de elaborar un discurso resignado sobre la imposibi-
lidad de trascender el nihilismo como horizonte epocal inesca-
pable, sino de advertir hasta qué punto resulta ingenuo y con-
traproducente reiterar las claves interpretativas del historicismo
moderno para entreverarnos con la singularidad política de las
prácticas sociales, estéticas y culturales en general, sobre todo
hoy cuando la re-organización geopolítica del mundo impone
una nueva división del trabajo que amenaza con la radical indi-
ferenciación entre crítica y facticidad. No se trata, por lo tanto, de
sancionar un fin de la historia o un agotamiento de la política
desde una suerte de a priori trascendental, sino de elaborar una
interrogación orientada a la condición eminentemente política
de las prácticas artísticas que esté concernida con sus formas
acotadas y precisas de interrupción de la circulación y distribución
de lo sensible. Sobre todo porque el nihilismo contemporáneo no
es, como el nihilismo clásico denunciado por Nietzsche, una
pérdida o desvalorización de los valores, sino porque como tal
el nihilismo actual es el predominio de un valor sin sombra.
Competencia absoluta entre valor y valor, donde todo lo que
circula como alternativa, circula ya con valor agregado.
En tal caso, el debate chileno nos permite advertir que las
hipótesis que hemos descrito forman un juego de espejos que
desmontan tanto la lectura estándar de la historia del arte como
la lectura monumental de la historia nacional. Como decía
Benjamin: “[n]ada hay que haya corrompido tanto a la clase
obrera alemana como la opinión de que ella nadaba a favor de

154
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

la corriente”.55 Y este “nadar a favor de la corriente” es, precisa-


mente, el criterio ordenador de cualquier reconstrucción heroica
del pasado, de nuestras luchas y desgarros.56 Pensar nuestra cita
con las obras de la “avanzada”, entonces, requiere suspender el
optimismo de la transición globalizadora, y esta desistencia des-
entona con el “ánimo rayano en el entusiasmo” que caracteriza
la transición desde la obra a su espectacularidad. Así mismo, si
la noción de neovanguardia no ayuda mucho a despejar el mal
entendido que hermana al rupturismo estético con la innovación
capitalista, entonces con esto hemos llegado a uno de los pro-
blemas fundamentales del pensamiento crítico contemporáneo:
¿cómo entrar en relación con la historia reciente de América
Latina, con sus vanguardias artísticas, políticas y culturales, más
allá del modelo desarrollista y del principio evolucionista que ca-
racteriza a las narrativas oficiales, y más allá del olvido negligen-
te de las pulsiones políticas y los deseos que han caracterizado
a cada una de las generaciones que nos preceden en la historia?
¿Cómo pensar la condición rizomática y anacrónica del montaje
que es la historia, una vez que hemos entendido su despliegue
como acontecimentalidad sin referencia, esto es, sin filosofía
de la historia? Pues la ideología oficial de las transiciones de-
mocráticas latinoamericanas, de los procesos de pacificación de
América Central y las celebraciones regionales del Bicentenario,
no es sino una reformulación historicista de la vieja ideología del
progreso, aunque ya no centrada en el carácter protagónico del
Estado desarrollista, sino que embelesada con los discursos de la
globalización y del orden mundial.
Aquí es donde el debate chileno sobre artes visuales funcio-
na como sinécdoque de un debate mayor, que no ha tenido lugar,

55.  “Sobre el concepto de historia”, Tesis XI, en: La dialéctica en suspenso,


Santiago, ARCIS-LOM, 1996, p. 56.
56.  Es esto lo que delata la complicidad de los sectores políticos de la cen-
tro-izquierda y del centro cristiano con el modelo de capitalismo financiero
propugnado por la Constitución neoliberal chilena. No la “complicidad de
gestos” de aquellos que imploraron por el golpe y luego se mostraron como
arrepentidos demócratas, sino la comparecencia generalizada de todos al
formato jurídico-político del Estado (sin república) neoliberal. Su “nadar a
favor de la corriente”.

155
Sergio Villalobos-Ruminott

y que compete no solo la actualidad de América Latina, sino el


estado general de una forma histórica de la imaginación que no
logra arreglar cuentas con los resabios nihilistas de la identidad,
la autenticidad, la especificidad, la Nación, el Pueblo y la serie
infinita de categorías que estructuran a dicha imaginación al mis-
mo tiempo que la amarran a la lógica valorativa del nihilismo.
Pero aquí también es donde la condición post-mimética de
la figuración artística y literaria contemporánea se distancia de
la economímesis moderna, aquella articulada por la relación cen-
tro-periferia, y nos deja en la intemperie sin fin de un mundo
que excede a toda representación. Para habitar ahí se requiere
suspender el mito del origen y el carácter heroico de toda re-
construcción del pasado; se requiere, como mínimo, de un ma-
terialismo aleatorio, sin Dios ni referencia.
En otras palabras, la reciprocidad entre las hipótesis pre-
sentadas desoculta la continuidad entre la crítica de la filosofía
del arte, la crítica de la teoría estética y la relativización de la
recepción modernista, como partes importantes de la crítica
de la metafísica, no en un sentido kantiano (en búsqueda de las
condiciones trascendentales de posibilidad de su objeto), sino
en sentido post-crítico, de destrucción diseminante de la tempo-
ralidad. El agotamiento de la estesia y el develamiento del carác-
ter anestésico de la teoría del arte, habilitarían una vuelta a las
obras (a las cosas mismas) en la época de la desaparición, lo que
permite problematizar no solo los ritmos de la historia del arte,
sino de la historia en general, para el país y para el continente
(fundación, modernización, globalización, Bicentenarios).
Si las obras de la neovanguardia –así como las prácticas
artísticas y literarias contemporáneas– pueden ser leídas más
allá de los énfasis de la “avanzada”, entonces, tal lectura estaría
desujetada del contractualismo moderno y su respectiva econo-
mía política. Por eso, el intento por clausurar la representación,
característico de las vanguardias contemporáneas (Malevich,
por ejemplo, pero también Artaud), habría sido consumado, en
el plano local, no solo por el golpe de Estado, sino por la mis-
ma constitución tecno-tele-mediática de la actualidad. En este
sentido, existe una relación fundamental entre la modernización

156
3. Golpe, nihilismo y neo-vanguardia

brutal precipitada por el golpe y la onto-teología planetariamen-


te articulada en el capitalismo actual, de la cual el golpe, pero
también la democratización transicional, son dividendos loca-
les. Por lo mismo, re-visitar a Malevich, Duchamp o Artaud, a
Warhol, a Kiefer o a Kabakov (y, por supuesto, a las obras de la
neovanguardia que siguen demandando lectura) más allá de las
categorías que la misma estética y teoría del arte se abasteció,
equivaldría a trabajar ese horizonte post-mimético advertido an-
teriormente, no desde la reafirmación vanguardista o modernis-
ta de la ruptura por exceso irrepresentable (todavía productivo),
sino desde lo que Duchamp concibió como mutismo profano del
ready-made y Benjamin como muerte de la intención.57
Esto sería así porque la deriva post-mimética de la imagina-
ción contemporánea no apuntaría hacia una “nueva” etapa cul-
tural, periodo o instancia que vendría a reemplazar y continuar
la seguidilla de “momentos fundamentales” en la historia del
arte o en la historia de Occidente. Se trata del fin de la “voluntad
de obra” como desistencia, un paso (no) más allá, una suspensión
de la resistencia y de la deliberación, del sujeto de la política (y
de la filosofía), que nos deja confrontados con la irregular con-
dición de la temporalidad del arte, de la historia y su arremo-
linado origen, siempre inactual: su interregno. La consecuencia
principal de esta comprensión anacrónica de la temporalidad
nos lleva a renunciar al pathos de una historia del progreso de
las imágenes y de la imaginación, característica del culturalis-
mo moderno, pero también nos lleva a problematizar la misma
noción de revolución, dividendo mayor de la concepción vulgar
de la temporalidad que caracteriza tanto a izquierdas como a
derechas en su inexorable copertenencia. Así lo expresa Georges
Didi-Huberman:

Solo hay historia anacrónica: es decir que, para dar cuen-


ta de la “vida histórica” […] el saber histórico debería
aprender a complejizar sus propios modelos de tiempo,
atravesar el espesor de memorias múltiples, tejer de nue-

57.  Walter Benjamin, “Prólogo epistemo-crítico”, El origen del Trauerspiel


alemán, Madrid, Abada Editores, 2010, pp. 223-257.

157
Sergio Villalobos-Ruminott

vo las fibras de tiempos heterogéneos, recomponer los


ritmos a los tempi dislocados. […] Hablar así del saber his-
toriador implica decir algo sobre su objeto: es proponer
la hipótesis de que solo hay historia de los anacronismos.58

En tal caso, la conversión de la “solidaridad de gestos” en


una co-pertenencia generalizada al horizonte de la historia uni-
versal, políticamente articulada como nuevo orden mundial, se
presenta como necesaria conclusión de la historia de occidente
qua historia del capital. Sin embargo, al desmonumentalizar la
historia del arte y al cuestionar el peso de la neo-vanguardia, de-
bemos estar advertidos de la condición axiomática, segmentada
y discontinua de dicho orden mundial, pues solo así evitaremos
re-monumentalizar el poder, desapercibiendo su condición de
ensamblaje. La tarea para un pensamiento crítico concernido con
todo esto es no olvidar, precisamente, la condición heterocróni-
ca, irregular y discontinua del montaje de la historia, es decir, de
la historia como montaje; índice de esto es que el anacronismo
pareciera contrariar la voluntad de progreso que reina en todos
lados. En este sentido, desistencia, muerte de la intención, crítica
de la operación efectiva del derecho, son simples nombres que
apuntan a un pensamiento comprometido no con el arte de la
constitución, sino con las formas múltiples en que se expresa la
imaginación histórica más allá de sus formulaciones historicistas.
Quizás desde aquí, las obras olvidadas por la Historia advengan
a nosotros con otro rostro, irreconocibles, extrañas. Así, el traba-
jo intelectual ya no consistirá más en el rescate o recuperación de
un valioso testimonio del pasado, pues todo esto solo confirma
la acumulación de crítica universitaria. Quizá entonces, lo que esté
en juego acá no sea sino la posibilidad de un pensamiento más
allá de todo fetichismo del origen, de la fuente y de la identidad,
un pensamiento que sin estar tramado por el nihilismo y sus
operaciones valorativas, sea, precisamente, una crítica radical de
la acumulación, imperativo inaplazable de nuestro tiempo.

58.  Ante el tiempo, pp. 62-63.

158
4. POÉTICAS DEL HABITAR:
LA HISTORIA COMO
REPETICIÓN Y CATÁSTROFE

Confiar en una herida es ajustar la vida teniéndola pre-


sente, en función del filo del dolor.
Edmond Jabès, El libro de las preguntas1

La hipótesis del golpe a la lengua

Una característica común de la escena intelectual chilena que


no se conformó con el proceso de democratización, formal-
mente inaugurado con el fin de la dictadura de Pinochet, fue
su comprensión de los sucesos acaecidos en septiembre de
1973 como un golpe a la lengua. No se trataba solamente de una
violenta intervención militar que ponía en suspenso el Estado
de derecho y el orden constitucional, sino también de una
experiencia radical de desapropiación de la lengua con la cual y
en la cual pensar –imaginar– el futuro nacional y continental.
Lo que el golpe había mostrado era la precaria relación de la
comunidad con los nombres, dejándonos ver, de paso, que el
proyecto de la Unidad Popular, ejemplar en el contexto lati-
noamericano, había llegado a su fin sin alcanzar su “realiza-
ción”. No se trataba solo de una situación relativa a la historia
nacional, sino de un síntoma de la radical impropiedad que
comenzábamos a vivir, a nivel regional, respecto a la historia
en cuanto horizonte de sentido, lugar de ocultamiento de la
verdad, la tradición y las razones del presente.

1.  Madrid, Siruela, 2006, p. 199.

159
Sergio Villalobos-Ruminott

“No poder contar (con) la historia” era parte del diag-


nóstico generalizado que la intelectualidad crítica chilena
oponía al tono entusiasta con el que las ciencias sociales y los
discursos transitológicos daban cuenta de la realidad nacio-
nal, pues el golpe había mostrado sus efectos nocivos en la
profundidad insuturable de un quiebre histórico que dejaba,
por un lado, un proceso de democratización social y política
asociado con el gobierno de Salvador Allende como culmina-
ción frustrada de una historia de creciente insubordinación
social; y por otro lado, un desmantelamiento generalizado de
dicho proceso, gracias a una “dictadura revolucionaria” que
fue capaz de refundar el orden social a partir de un marco
constitucional eminentemente post-republicano.
Para los discursos transitológicos que comenzaron a hege-
monizar el tibio debate nacional en los años ochenta, la inter-
vención militar solo había sido una interrupción excepcional
y necesaria, preparatoria para un tipo de democracia liberal
plenamente ajustada a los imperativos del modelo económico
y político contemporáneo; es decir, un pequeño paréntesis
destinado a superar el acentuado caos populista del gobierno
de Allende y refundar el pacto social en vistas al nuevo orden
internacional. Contra esta lectura era posible objetar no solo
la supuesta condición excepcional del golpe, sino la tempora-
lidad en la que debían dimensionarse sus consecuencias. En
tal caso, el golpe no era –a pesar de su sanguinaria factura–
ni original ni único, pues repetía una dinámica destructiva y
sacrificial propia de los procedimientos del Estado y de los
aparatos jurídicos y militares que lo constituyen. Así mismo,
la supuesta tradición democrática nacional no era sino el re-
sultado de una narración interesada y el golpe, como confron-
tación con lo Real, marcaba un momento de agotamiento final
de aquella narrativa maestra, obligándonos a pensar su catas-
trófico acaecer en términos de repetición y pliegue soberano,
como si su eventualidad acotada se plegase sobre la historia
excepcional de la República, reiterándose en la dictadura y en
la post-dictadura (Constitución y transición).

160
4. poéticas del habitar

Leídos en este registro, los sucesos de 1973 aparecían


como una experiencia radical de finitud y repetición: lo que
terminaba no era solo la Unidad Popular y las esperanzas en
la vía chilena al socialismo, sino que el mismo paradigma repu-
blicano como eje de una historia nacional de liberación y pro-
greso; lo que se repetía, a su vez, era la conducta auto-inmu-
nizante del Estado y de los sectores dominantes frente a las
arremetidas de democratización social emanadas desde los
sectores populares. Una de las consecuencias inadvertidas de
este proceso fue la expropiación del uso público de la lengua,
del rumor masivo y anónimo que inundaba las calles y que
acentuaba la euforia de los discursos políticos de ese enton-
ces. No se trataba sin embargo solo de la censura –una de las
prácticas distintivas de las dictaduras latinoamericanas–, sino
de algo aún más inasible, una suerte de desfamiliarización
con respecto al lenguaje, como si viviésemos enmudecidos e
incapaces de hacer sentido y dar cuenta de lo acontecido.
Lo que quedaba claro después de la abrupta intervención
militar era que la performance del golpe no solo indicaba el
ocaso de una imaginación histórica estructurada en torno a
las ideas de comunidad nacional y progreso, sino que también
hacía imposible narrativizar su propio acaecer, sin someter a
cuestionamiento radical el repertorio lingüístico con el que se
contaba para dicha tarea. Aquí, sin duda, se encuentra el as-
pecto más delicado de esta hipótesis, la concepción del golpe
como desapropiación de una forma histórica del habla que, por
otro lado, nunca pudo haber constituido una propiedad, un
bien del cual alguien pudiese jactarse. Una de las formula-
ciones más claras al respecto la encontramos en el prólogo
a Escritura y temblor, una compilación de textos de Patricio
Marchant realizada por Willy Thayer y Pablo Oyarzún el año
2000:

El carácter que tenía esta experiencia para Marchant,


era primaria, primordial, no determinable por con-
ceptos, no reducible a explicaciones, no articulable en
ningún esfuerzo de comprensión. Desbordando ilimi-
tadamente los argumentos y relatos de identidad de

161
Sergio Villalobos-Ruminott

los sujetos, la pérdida de la palabra se ahondaba como


la orfandad irrescatable de la lengua con la cual y en la
cual delimitar lo que —literalmente– no tiene nombre
y que, en esa misma medida, da que pensar; don, cier-
tamente, al cual se debe quien, a pesar suyo, lo recibe.2

Sin embargo, el don de este golpe nada tenía que ver


con las lecturas redentoristas que veían en la intervención
militar un “mal necesario” para superar el populismo y la so-
bre-ideologización del gobierno de Allende. Se trataba de un
don, él mismo, inapropiable, cuyo efecto era, precisamente,
desocultar, hacer visible, la impropiedad como una condición
constitutiva del habitar latinoamericano. Thayer y Oyarzún
complementan:

La pérdida de la palabra no indicaba, pues, el fenó-


meno de una privación de algo que alguna vez había
sido posesión o pertenencia efectiva, de una supuesta
habla originaria, por ejemplo, ni menos de una simple
sustracción coyuntural o transitoria, como tantas veces
se quiso insistir (y en cierto modo hasta hoy mismo) al
querer ver en la dictadura un “paréntesis” dentro de
la tradición democrática de Chile. Se trataba de una
pérdida desde siempre acontecida.3

Pero, si la pérdida evidenciada por el golpe era, a la vez,


una pérdida desde siempre acontecida, el golpe mismo no po-
día constituir un acontecimiento. Se trataba, más bien, de un
evento mediático sin acontecimentalidad, multiplicado en su
espectacularidad por la imagen de la Moneda en llamas como
sinécdoque de la violencia militar. No había nada nuevo en él
y, sin embargo, sus consecuencias se dejarán sentir como fin
de la historia excepcional de la república y como expulsión de
la comunidad al desierto de la globalización y del intercam-

2.  Ver “Perdidas palabras, prestados nombres” Pablo Oyarzún & Willy
Thayer, en: Patricio Marchant, Escritura y temblor, Santiago, Cuarto propio,
2000, p. 4.
3.  “Perdidas palabras, prestados nombres”, Escritura y temblor, op. cit., pp.
11-12.

162
4. poéticas del habitar

bio mundial. Es aquí donde habría que pensar el exilio no solo


como una tragedia acotada al orden de lo político, sino como
condición constitutiva de un habitar en la errancia y en la
desposesión de una lengua con la que nombrar, dar sentido,
al mundo. Así, golpe y exilio, más allá de la trágica biografía
militante, trama la signatura de una relación constitutiva con
la lengua, definiendo una forma de ser, o mejor dicho, una
forma de estar en la historia.
Por otro lado, cualquier intento de oponer el golpe como
simulacro a la Unidad Popular como el verdadero aconteci-
miento en la historia de Chile debe cuidarse no solo del bina-
rismo valorativo que lee la historia en términos de verdad y
dignidad, sino que debe evitar la trampa fonologocéntrica de
concebir el gobierno de Allende como instancia de plenitud
y convergencia entre la comunidad y sus nombres. De ahí
entonces que el golpe como evidenciación de “una pérdida
desde siempre acontecida” sea crucial para evitar el presu-
puesto rousseauniano de una comunidad pre-babélica de la
que habríamos sido expulsado “un día, de golpe” en 1973.4
En el fondo, lo que está en juego en esta consideración
sobre el estatus de la intervención militar tiene que ver con la
posibilidad de elaborar una concepción de la historia atenta
a la forma en que la catástrofe tiende a repetirse y plegarse
sobre sí misma. Es decir, lo que está en juego es una conside-
ración sobre la estancia latinoamericana en la lengua como un
“estar de paso”, más allá de toda concepción ontológica de la
significación, la pertenencia y la identidad. Solo así podremos
pasar desde la concepción burguesa de la catástrofe a su ver-
sión barroca, motivo de las siguientes reflexiones.

4.  Federico Galende desarrolla una sugerente crítica a la hipótesis del golpe
a la lengua advirtiendo en ella un olvido negligente del “verdadero aconte-
cimiento de Chile: el de la llegada de la Unidad Popular al poder” (62) “Esa
extraña pasión nuestra por huir de la crítica”, Revista de Crítica Cultural, 31
(Santiago: junio del 2005), pp. 60-63. Sin embargo, todavía sería necesario
determinar hasta qué punto la Unidad Popular, su dignidad republicana,
no es una inseminación retro-proyectiva elaborada desde el presente; esto
es, hasta qué punto no se introduce aquí, subrepticiamente, un principio
valorativo, binario y, finalmente, fonologocéntrico.

163
Sergio Villalobos-Ruminott

Anasemia y literalidad
Como advertíamos previamente, debemos a Patricio
Marchant no solo la hipótesis del golpe a la lengua, sino
también una entramada y compleja lectura sobre el habitar
latinoamericano, sobre la relación entre estancia temporal y
un cierto “estar de paso” en la lengua, marcado por la im-
propiedad y el don, por el préstamo y la pérdida. En efecto,
el trabajo de Marchant se caracteriza por formular la proble-
mática relación entre pensamiento, lenguaje e imaginación
literaria en América Latina y, aun cuando no sería fácil ins-
cribir su pensamiento en algún campo profesional o discurso
académico identificable, lo cierto es que constituye un aporte
indesmentible para reflexionar sobre el espacio literario y su
relación con el histórico habitar latinoamericano, sin repetir
ingenuas nomenclaturas antropológicas o identitarias. No hay
en su trabajo, como veremos, ningún intento reivindicativo de
la especificidad onto-antropológica de lo latino, lo indígena,
lo criollo o lo mestizo, cuestión que define la especificidad de
su pensamiento en contraste con el horizonte identitario, libe-
racionista y de-colonialista que caracteriza y ha caracterizado
al pensamiento regional en sus versiones más relevantes.
Marchant fue autor de un libro único titulado Sobre ár-
boles y madres5, un trabajo auto editado que apareció en 1984
y que estaba dedicado, en términos generales, a la poesía de
Gabriela Mistral a quien él mismo consideraba como una
poeta cuya elaboración de la experiencia errática del habitar
humano la distinguía y la desmarcaba de las recepciones ha-
bituales que de su obra se han hecho. Junto a este libro casi
secreto, relativamente inadvertido por la crítica convencional
de entonces y de ahora, habría que mencionar la serie de en-
sayos y conferencias que, con el título de Escritura y temblor,
han aparecido el año 2000. Gracias a esto y a unas cuantas
contribuciones acotadas a su trabajo, recién pareciera posible

5.  Patricio Marchant, Sobre árboles y madres: poesía chilena, Santiago, Edicio-
nes Gato Murr, 1984.

164
4. poéticas del habitar

comenzar a disputar su concepción poética del habitar y de la


relación de la comunidad con sus “prestados” nombres.6
Por otro lado, junto con sus reflexivas consideracio-
nes sobre Mistral y Neruda, Paz, Borges y García Márquez,
Marchant también incorporó las contribuciones de la escuela
húngara de psicoanálisis, principalmente de Imre Hermann,
a través de la recepción del psicoanalista húngaro-francés
Nicolas Abraham y sus nociones de “anasemia”, “poeta” y
“poema”. Todo esto nos permite evaluar la cuestión de la len-
gua y de la violencia en una dimensión distinta a la acotada
escena local, sin que por esto perdamos de vista el proble-
ma de fondo. En efecto, en su libro sobre Gabriela Mistral,
Marchant desarrolló una lectura sistemática de la escritora
chilena desde el punto de vista de lo que Nicolas Abraham
ha llamado la dimensión anasémica del lenguaje: “lenguaje
anasémico en la terminología de Abraham, que alude a aque-
llo ‘sin lo cual ninguna significación habitual –ni en sentido
propio ni en sentido metafórico– podría advenir’”.7 Este ca-
rácter anasémico del lenguaje psicoanalítico (y poético), que
Abraham elaboró a partir de su recepción del trabajo de Imre
Hermann, se opone a los análisis simbólicos propios de las
concepciones culturalistas e historicistas del lenguaje y de la
literatura, y le ha permitido a Marchant leer a Mistral más
allá de su recepción habitual, para encontrar en su poesía una
coincidencia con el tópico psicoanalítico de la madre como
ficción generativa del origen, y de la figura del árbol como un
tropo arquetípico relacionado a la existencia humana.8

6.  Ver el ya citado, Escritura y temblor, 2000. Recientemente, ha aparecido la


compilación de ensayos sobre Marchant –donde hay una versión preliminar
de este texto– a cargo de Miguel Valderrama, Patricio Marchant. Prestados
nombres, Buenos Aires, La Cebra-Palinodia, 2012. A esto hay que sumar la
re-edición argentina de Sobre árboles y madres el año 2009, por la misma edi-
torial La Cebra.
7.  Patricio   Marchant,   “El   árbol   como   madre   arcaica   en   la   poesía 
de   Gabriela   Mistral  (1982)”, Escritura y temblor, op.  cit., p.  117.
8.  Marchant se refiere a la versión francesa de Imre Hermann, L’Instinct
filial, trad. Nicolas Abraham, París, Denoel, 1972, donde se desarrolla la
cuestión tropológica del árbol y del origen como caída y de-sujetamiento

165
Sergio Villalobos-Ruminott

Para Hermann –y esta es la noción de poema aludida


acá–, la única posibilidad de hablar del origen del hombre se-
ría al nivel del mito arcaico del principio de la historia humana
como pérdida del abrigo y de la madre, como caída y aban-
dono, pero no de manera existencialista sino en cuanto una
forma de hablar generativa: un “poema”. Consistentemente,
emerge aquí la diferencia entre la teoría del sentido que se
mueve enteramente al nivel de la significación simbólica y
una teoría de la significación atenta a su articulación anasémi-
ca, en cuanto proceso indirecto, una especie de trans-fenome-
nología para la cual el psicoanálisis, en cuanto práctica inter-
pretativa oblicua, resulta ser un ejemplo crucial. La principal
postulación de Marchant es, por lo tanto, la concomitancia de
tópicos en Hermann, Abraham, Heidegger y Mistral (podría-
mos agregar a Benjamin y su crítica de la filosofía burguesa de
la lengua, como a Georg Groddeck y su análisis “no judío” de
la crucifixión); concomitancia que, por otro lado, éste nombra
con la noción de “escena” y que no tiene nada que ver con
analogías formales o influencias. Se trata de la corresponden-
cia inherente de poesía y pensamiento, articulada ahora por
una compleja teoría de la a-significación poética:

Gabriela Mistral trabaja, entonces, con los mismos


elementos de lo que, comentando a Abraham comen-
tando a Hermann, llamamos el poema del origen del
hombre; es decir, pero entiéndase bien lo que esto
significa, Gabriela Mistral pensó por su cuenta, inde-

o privación, cuestión que marca el habitar como errancia y pérdida. Poste-


riormente, el mismo Abraham postuló la relación fundamental entre psi-
coanálisis y literatura a partir de una concepción del sujeto como instancia
esencialmente incoherente, considerando, a su vez, la práctica interpretativa
como ejemplo de una indagación en las fuentes trans-fenoménicas del sentido,
más allá de su constitución soberana y unilateral. De aquí la relevancia de la
noción de anasemia, pues en ella se materializa la teoría del sentido poético
que Marchant considera central en su lectura de Mistral y de otros autores
latinoamericanos y españoles. Entre los múltiples trabajos de Abraham, y
de su colaboración como Maria Torok, habría que destacar The Shell and the
kernel: Renewals of Psychoanalysis, Chicago, University of Chicago Press, 1994.
Ver también, Sobre árboles y madres, op. cit., “árboles”, pp. 163-189.

166
4. poéticas del habitar

pendientemente del psicoanálisis, relaciones incons-


cientes arcaicas.9

Esta concomitancia entre la poesía de Mistral y la com-


prensión psicoanalítica del origen, más allá de cualquier teo-
ría antropológica y de cualquier simbología historicista, nos
permite comprender la tematización del origen como conte-
nido arcaico del “poema”; es decir, en tanto que emergencia
y principio y no como un código fetichista que administre la
experiencia humana in illo tempore. Visto entonces desde la
configuración anasémica de lo arcaico, el poema puede ser
concebido como una postulación sobre el habitar humano
(abandono y pérdida) en tanto que “falta” esencial, toda vez
que en éste no se manifiesta la plenitud sino la incompletitud
de la experiencia humana en cuanto separación y errancia. Si
el origen es una “falta” (hay falta en el origen tanto como el
origen mismo está en falta), lo que se extraña aquí no es solo
la presencia sustantiva de una entidad, sino la misma noción
de identidad, lo que obviamente desbarata las apropiaciones
vulgares de la poesía mistraliana, mostrándonos que la inter-
pretación habitual y profesional de su obra y de la literatura
latinoamericana en general, opera como forzada reducción
hermenéutica. Precisamente porque es mediante el artilugio
de la identidad que la “gran crítica literaria latinoamericana”,
sinécdoque de la tradición de pensamiento regional concerni-
do con lo propio y lo auténtico, ha sacrificado el aspecto re-
flexivo de la imaginación literaria continental, subordinando
su don a una economía del “reconocimiento” cultural.
La poesía de Mistral, por lo tanto, es una elaboración del
origen como falta y ficción, que redefine toda la polémica
sobre lo que ha sido clásicamente agrupado bajo la noción
de identidad latinoamericana. Por eso, para Marchant (y es
esto lo que más acompleja a la crítica literaria tradicional),
tanto la dicotomía metafísica de identidad y diferencia, como
la representación oficial de Mistral en cuanto madre de la

9.  Patricio   Marchant,   “El   árbol   como   madre   arcaica   en   la   poesía 


de   Gabriela   Mistral  (1982)”, Escritura y temblor, op. cit., p. 119.

167
Sergio Villalobos-Ruminott

poesía chilena o latinoamericana, son productos del histori-


cismo característico de la institución literaria, que desatiende
la condición reflexiva del poema –su cifra–, y con ello evade
la interrogación que éste hace posible –su don–. Esto traza un
camino distinto, un pathos y una patética marchantiana que se
mostrará particularmente indispuesta con respecto a la lec-
tura de Mistral que Jorge Guzmán había ensayado en 1984.10
Para Marchant, la poesía puede ser leída –y generalmen-
te lo es– de acuerdo a su contenido explícito o intencional, lo
que ésta dice de la experiencia del poeta; pero esa sería una
lectura que privilegia la dimensión comunicativa del lengua-
je –una lectura subordinada a la soberanía del poeta (autor,

10.  Justo después de la auto edición de su libro Sobre árboles y madres, por la
casa editorial Gato Murr (en alusión a la autobiografía fantástica de E. T. A.
Hoffman, Opiniones del gato Murr) y como una contestación a las críticas que
el mismo Marchant había realizado a su libro Diferencias latinoamericanas,
Santiago, Centro de Estudios Humanísticos, 1984, Jorge Guzmán criticó el li-
bro de Marchant y su patético estilo, como ejemplo de una lectura especulativa
y exagerada de Mistral, una suerte de pastiche medieval o palimpsesto. [Esta
crítica apareció bajo el título “Patricio Marchant: Sobre árboles y madres”, Es-
tudios Públicos 22 (Santiago, 1986), pp. 303-313]. A su vez, junto con dedicarle
bastante atención en Sobre árboles y madres, Marchant vuelve a problematizar
la lectura de Guzmán en un texto que apareció en 1985 (ahora compilado
en Escritura y temblor, “Jorge Guzmán: ¿diferencias latinoamericanas?”, pp.
127-136). En términos generales, su crítica se dirigía a la auto-limitación del
libro de Guzmán que leía la poesía de Mistral solo a nivel de su contenido
manifiesto, sin alcanzar a interrogar la más decisiva dimensión anasémica
de su elaboración poética. Este es uno de los muchos ejemplos que marcan la
insuperable diferencia entre el procedimiento marchantiano y la operación
historicista y culturalista que está a la base de la lectura figurativa, simbólica
y alegórica (en sentido tradicional) propia del establishment crítico literario.
En tal caso, no se trata de una reivindicación de la condición universal de
la poesía mistraliana; por el contrario, en ésta encontraríamos, según Mar-
chant, una de las mejores expresiones de la “diferencia” latinoamericana, su
différance, que no remite, bajo ningún punto, a la cuestión ontológica de los
atributos del ser. Se trata de la diferencia como resultado, en proceso, de las
complejidades inherentes a la experiencia histórica del ser en cuanto estar-
en-el-mundo (estancia), que Guzmán desconsideró (obliteró) en su apela-
ción al contenido manifiesto de la poesía de Mistral. Por supuesto, lo que
está en juego acá es una particular recepción de la filosofía heideggeriana
desde el punto de vista del Dasein como “estar-ahí” y “estancia”, que marca
notoriamente la interpretación marchantiana.

168
4. poéticas del habitar

creador, genio)–. Por el contrario, su interés estaría en aquella


otra lectura donde el poeta, si así pudiésemos decirlo, es ha-
blado por el lenguaje, lo que supone la suspensión de toda
relación soberana, dada la condición histórica y no gramatical
de la significación. Así, es el carácter anasémico del sentido y
no la “intencionalidad comunicativa” del poeta lo que cons-
tituye la experiencia poética y hacia ella habría que apuntar
en una interrogación reflexiva que trascienda las limitaciones
propias de la operación de “reconocimiento” desarrollada
por la crítica profesional. En este sentido, la “gran” tradición
crítica latinoamericana habría habitado endémicamente la
dimensión de una lectura manifiesta, enfatizando la “inten-
cionalidad comunicativa” de la poesía y concibiendo al poeta
como un “agente” de sentido (la romántica voz de la tribu).
Éste es, sin embargo, el límite de esta tradición, en tanto que
esta crítica historicista todavía está domiciliada en el plexo
de una concepción vulgar o burguesa del lenguaje, para la
cual el sentido y lo simbólico son más importantes que una
comprensión de la poesía en tanto que articulación de una
experiencia histórica particular, más allá de toda intención y
voluntad comunicativa.11
En el fondo, más allá de la comprensión vulgar o burgue-
sa (mercantil, comunicativa, caída a la circulación y al valor)
de la lengua, estarían las “filosofías del nombre” (Rosenzweig,
Heidegger, Benjamin, Levinas, Derrida), para las cuales la
lengua es pensada como don y exceso respecto de su mera
función comunicativa; un don, sin embargo, que no puede ser
apropiado, siendo esta falta de propiedad la que nos permitiría
entender tanto su condición desmesurada como su carácter
incapitalizable. En tal caso, la literatura latinoamericana sería
un ejemplo de dicho don, realizada en la lengua del conquis-

11.  Es evidente la alusión al seminal ensayo de Walter Benjamin, “Sobre el


lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”, Sobre el programa de
la filosofía futura, Barcelona, Planeta-Agostini, 1986, pp. 139-153. Por ejemplo,
“¿En qué lengua se habla Hispanoamérica? (1987)”, Escritura y temblor, op.
cit., pp. 307-318. En el mismo título de su artículo, la presencia de la partícu-
la reflexiva indirecta “se”, desactiva la agencia del sujeto (Hispanoamérica),
mostrándolo no como el que habla, sino como el que es hablado.

169
Sergio Villalobos-Ruminott

tador, expresaría por ello la im-propia relación al sentido con


la que la raza latinoamericana habita el mundo (volveremos so-
bre estas nociones en cursivas). En otras palabras, la falta de
origen y el origen como falta, aparecen como condición para
una impropia relación entre el nombrar poético y sus nom-
bres. Y sería esta impropiedad la que desactiva toda lectura
ontológica de la cuestión de la identidad y de los atributos,
e interrumpe también toda la operación del juicio analítico
propio de la crítica literaria tradicional. A su vez, la cuestión
del don de la lengua (y de la lengua como don) en tanto que
impropiedad e interrupción, es ya una desactivación de la
problemática general del juicio, lo que no solo concita las re-
acciones del establishment literario, sino también del neokan-
tismo filosófico que pulula en las universidades criollas.
En esta misma sustracción del nombre a la circulación
habita entonces la posibilidad de oponer la cifra del poema
al guarismo del capital, como primer paso en la elaboración
de una crítica del valor atenta la problemática del lenguaje;
un paso que debe ser complementado con una crítica a las
relaciones de apropiación y a la reducción onto-antropológica
del ser humano a la condición universalizada y naturalizada
de propietario. De ahí se sigue también la importancia que
Marchant atribuye a la condición impropia del habitar lati-
noamericano, aquel que elabora con “prestados nombres” su
histórica experiencia. Hijos del libro y de la letra, adolecemos
de propiedad y sustancia ontológica, como todos los pueblos,
pero en ese adolecer nos construimos un hogar en la lengua,
hogar sin embargo que nunca termina por salvarnos comple-
tamente de la errancia.12

12.  Marchant no está solo en esta insistencia, pues habría que releer a Octa-
vio Paz, José Lezama Lima y Bolívar Echeverría en un horizonte similar, es
decir, como artífices de una poética marcada a fuego por el histórico habitar,
una poética, entonces, que opone su semiosis figurativa al “clasicismo co-
municativo” del capital (su racionalidad aritmética).

170
4. poéticas del habitar

La raza como inflexión en la historia universal

Así, una vez abandonada la “concepción vulgar del lengua-


je”, lo que aparece como “asunto” del poema sería una cierta
experiencia particular relacionada con la violencia de la his-
toria y su permanente repetición, desde el origen ficcional de
Hispanoamérica, la Conquista, hasta la última versión de esta
catástrofe: el golpe de Estado chileno de 1973. El estatus de
esta “catástrofe qua repetición”, sin embargo, no es meramen-
te empírico sino que apunta a una dimensión constitutiva y
distintiva que Marchant percibe en la literatura latinoameri-
cana, en la medida que dicha literatura estaría marcada por
la condición de impropiedad y precariedad de la lengua de
su propia inscripción (experiencia que Mistral concibió como
desolación):

Lengua de padre español, Lengua de india violada,


la Lengua en que se habla Hispanoamérica es una
Lengua fragmentada, violada. No porque, como cree
cierta “crítica” universitaria chilena, que en el español
europeo, a diferencia del latinoamericano, las pala-
bras funcionan con un sentido pleno. Toda Lengua es
Lengua violada.13

Su análisis de la poesía de Mistral, por lo tanto, atiende


al carácter precario y acontecimental del lenguaje y suspende
la asumida plenitud del sentido que caracteriza a la crítica

13.  Patricio Marchant, “¿En qué lengua se habla Hispanoamérica? (1987)”,


Escritura y temblor, op. cit., p. 315. La convergencia entre violación y violen-
cia, más que simbólica es germinal, lo que permite retomar la problemática
de lo literario como trabajo de elaboración y cura con respecto a un origen
–sin origen– siempre traumático. Proximidad y distancia entonces con Octa-
vio Paz y su análisis de los “hijos de la chingada”, en O. Paz, El laberinto de la
soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. A su vez, el que “toda
lengua sea lengua violada” desacredita las críticas etno-poéticas sobre un
supuesto privilegio, de parte de Marchant, del español o del castellano crio-
llo y mestizo. Si bien es cierto que su corpus de referencias sigue siendo el de
la Gran Literatura regional, su lectura difiere substancialmente de aquella
realizada por la Gran Crítica regional. No se trata de corregir el “idioma”
sino de problematizar el corpus, como veremos más adelante.

171
Sergio Villalobos-Ruminott

tradicional. Ahora, la poesía no es un discurso que se mueve


a nivel del contenido manifiesto (político, reivindicativo, fes-
tivo, épico), sino que una forma de entreverarnos con nuestra
relación impropia con el sentido –una relación caracterizada
por el hecho de que la literatura latinoamericana se escribe
con la lengua del conquistador. Es esta precaria condición de
la lengua, el hecho de que “nosotros” no la poseemos ya que
ésta no pertenece a nadie, lo que marcaría la experiencia más
decisiva de un pensamiento latinoamericano cuyos bordes y
contornos escapan de cualquier ontología regional. Este sería
el don de la poesía mistraliana: ser una elaboración de nuestra
histórica condición, donde lo que más importa es la tempo-
rariedad de un habitar como estancia en la lengua, cuestión
que desactiva cualquier osificación de lo latinoamericano. De
ahí se sigue la postulación de una raza latinoamericana, una
raza de mestizos que difiere del racismo espiritual europeo y
su referencia circular a la historia de Occidente:

De este modo, en Gabriela Mistral, es la raza la que


toma conciencia de sí misma, gracias a su escritura.
Conciencia de sí misma: de su “estancia” gracias a la
escritura, de su herencia europea (la lengua castella-
na) y de haber aparecido tal vez demasiado tarde en la
historia y a causa de ello, su precariedad constitutiva.14

14.  Patricio Marchant, “‘Atópicos’, ‘etc.’ e ‘indios espirituales’” (1989), Escri-


tura y temblor, op. cit., p. 391. Dicha raza de mestizos no solo difiere del ideal
del mestizaje que ha caracterizado las agendas integracionistas en América
Latina, sino que no coincide con un bio-tipo empíricamente identificable al
que le pudiese oponer, ingenuamente, lo indio, lo negro, u otra categoría
óntica no contemplada en la noción de mestizo. El mestizaje del que habla
Marchant es un encuentro constante y un fluir permanente que nunca puede
ser adscrito a una política de la identidad sin traicionarlo y convertirlo en
una categoría onto-antropológica. Esa, nuestra objeción al sugerente trabajo
de Andrés Ajens [“Ex-Autos. Autógrafos para Patricio Marchant”, en Miguel
Valderrama, Patricio Marchant. Prestados nombres, op. cit., pp. 113-129], quien
le reclama a Marchant, entre otras cosas, el olvido de un cierta tradición
latinoamericana, particularmente andina, escrita en una lengua otra que
la del castellano amestizado –todo en Marchant está referido a la cuestión
histórica del habitar en la lengua y no a la reivindicación poética del idioma.

172
4. poéticas del habitar

El punto de partida de esta problemática, tanto para


Mistral como para Marchant, fue la recepción convencional
de su poesía, en cuanto poesía latinoamericana, por parte de
Paul Valery, quien, como un prologuista circunstancial intro-
duce a Mistral en una dudosa versión francesa de sus poemas,
destacando el carácter “natural” de su canto. Aquí está una
de las claves del llamado universalismo espiritual europeo,
aquel que ve en la literatura latinoamericana en general, y
en la poesía mistraliana en particular, un “canto natural”,
casi primigenio, manchado de tierra y especias. El racismo
espiritual europeo, para usar la frase colérica de Marchant,
al concebir la versión oficial y blanqueada de su –también
dramática– historia como historia universal, no solo remite lo
latinoamericano –y lo otro en general– a la condición de “can-
to natural”, sino que ignora los cruentos procesos materiales
que han marcado la emergencia histórica de dichos “cantos”.
Nos dice Marchant:

Gabriela Mistral es una poeta que medita política


y culturalmente con un rigor extremo, o “extremis-
ta”. Saber del “estar” gracias a la escritura: por ello
Gabriela Mistral medita con la conciencia de los lati-
noamericanos de hallarse en la misma situación que
otros pueblos, tales como nuestros “primos” de la
“orilla oscura del Mediterráneo”, pueblos orientales
y norte-africanos que “nacieron igualmente de una
confluencia doble o triple de sangre”, lo que no le ha
impedido “ser” a partir de su voz […]. Y si el poeta
subraya la violencia del mestizaje verbal, la “lengua
estropeada de los pueblos que porque fueron colonia
usan una lengua prestada” […] con fuerza escribe en
el “Colofón de Ternura”: ‘Una vez más, yo cargo aquí,
a sabiendas, con las taras del mestizaje verbal…me
cuento entre los hijos de esa cosa torcida que se llama
una experiencia racial, mejor, una violencia racial’.15

15.  Atópicos…, p. 390.

173
Sergio Villalobos-Ruminott

En tal caso, la idea literaria de una raza hispanoamericana,


una raza de mestizos, apunta a una experiencia que difiere
de cualquier tipo de identidad sintética o biológica (como en
la idea de raza cósmica de Vasconcelos o como en la agenda
cultural Antropofágica de la vanguardia brasileña). Tampoco
se trata de la noción antropológica de mestizaje, alternativa
al énfasis decolonial en la cuestión del indio, o de un pro-
ducto de lo que ha sido llamado la transculturación narrativa
de América Latina. Se trata, por el contrario, de la différance,
como una diferencia constituida histórica y no biológicamen-
te, en la lengua y como una forma del habitar, una inflexión
más que una distinción categorial.16 Para Marchant, y según
él, para Mistral, la raza es la condensación histórica de una
siempre-repetida experiencia originaria de violencia, asocia-
da al evento del Descubrimiento y reactualizada periódica y
regularmente; pero también es la particular experiencia deri-
vada de una imposible apropiación que nos remite a elaborar
el duelo infinito por la catástrofe histórica en una lengua otra,
una lengua que no pertenece, ni a nosotros ni a nadie.
En este sentido, la literatura latinoamericana (pero no la
gran literatura que es el resultado de una operación interpre-
tativa elaborada desde la gran política moderna) no expresa una
“fictive ethnicity” (criolla o mestiza) en el nivel vulgar de la
política (identitaria), sino una nueva formulación de la pro-
blemática del ser (estar) y del habitar, que Marchant estaba
elaborando hasta el momento de su desafortunada muerte. La

16.  Es fundamental diferenciar la noción literaria de “raza” en Marchant


y en Mistral, que opera una inflexión en el racismo espiritual europeo, de
aquella otra noción socio-antropológica que aparece constantemente en el
campo de los estudios históricos y literarios en el continente, donde junto a
la noción de “raza cósmica” desarrollada por José Vasconcelos (La raza cós-
mica: misión de la raza iberoamericana, Madrid, Aguilar, 1961), habría que ubi-
car el programa modernizador de Ángel Rama y su célebre Transculturación
narrativa en América Latina, México, Siglo XXI, 1982, donde se lee la literatura
regional como síntoma y causa de procesos de aclimatación entre elementos
arcaicos y modernos en la cultura regional. La postulación marchantiana es
histórico-ontológica (en sentido heideggeriano) y no responde a las claves
de la ontología tradicional, atributiva y que caracteriza las políticas identita-
rias y reivindicativas del sentido común académico.

174
4. poéticas del habitar

viabilidad de esta hipótesis marchantiana, su ir contra la co-


rriente de los énfasis identitarios del pensamiento categorial
universitario y sus actuales manifestaciones decoloniales, se
comprueba de sobre manera en múltiples escrituras latinoa-
mericanas (Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, César
Vallejo, José María Arguedas, Pablo Neruda, Nicanor Parra,
Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, entre varios), donde lo
que resulta relevante no es la pertenencia geográfica ni iden-
titaria a un cierto horizonte temático, sino la comunidad del
nombre expresada en la desgarrada reiteración de una misma
problemática.17 De ahí entonces la importancia de la inadver-
tida diferencia contenida en las derivaciones del “ser” y el
“estar” en el español contemporáneo:

“Estar” y no “ser”. Diferencias entre los dos verbos:


“ser”, que confiere a los sujetos cualidades y mane-
ras de estar permanentes, inherentes a su naturaleza;
“estar”, que confiere estados pasajeros. Si, en lo que
nos atañe, damos preferencia al verbo “estar”, y a su
derivado “estancia”, de ningún modo se trata de dar
la preferencia, ante lo natural, ante una supuesta na-
turaleza, al eterno transcurrir heracliteano. Allende
tales oposiciones metafísicas, con “estar” y “estancia”,
queremos o intentamos marcar la “fragilidad” de un
“estar” como un “estar” inscrito en una escritura.18

17.  Sírvanos por ahora un comentario de José Carlos Mariátegui a la poesía


de César Vallejo: “Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su
hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un
‘¡para qué!’ En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad
humana […] Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce
una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi
o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud
espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad
con el nihilismo o el escepticismo intelectual de Occidente. El pesimismo de
Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento”
(456). José Carlos Mariátegui, “César Vallejo.” Crónicas. Tomo I: 1915-1926,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984, pp. 453-459.
18.  Patricio Marchant, “‘Atópicos’…, p. 375.

175
Sergio Villalobos-Ruminott

Esta “estancia” en la lengua es crucial para compren-


der, por ejemplo, la proximidad entre la ambigua “identi-
dad” de marranos y latinoamericanos: “es así como, debido
a una cierta identidad entre la errancia judía y la errancia
latinoamericana, la escritura latinoamericana se asemeja a
aquello que Edmond Jabès –ese primo de la orilla oscura del
Mediterráneo, como habría dicho de él Gabriela Mistral– lla-
ma ‘Judaïsme après Dieu’”.19 Así, los latinoamericanos no son
sino que están, y es la temporariedad de esa experiencia la que
los define como un pueblo más amigo del viento que de sus
propias raíces, siempre a la deriva, siempre en movimiento.
Como en el famoso comentario de Jacques Derrida a Edmond
Jabès20, se trata de pensar el estatuto del poema concernido
no con la facticidad acotada de un evento traumático, sino
con la “herida sin edad” que constituye la experiencia de un
pueblo (el latino, el judío, el español) conformado en torno a
la imponderable herencia del libro, de la letra y de la tierra.
Aunque no se trata de una experiencia lárica o pastoril, de
una renuncia romántica a la urbe y a la técnica, sino de un
habitar interrumpido, imposible, sin substancia, una estancia
de paso, sin huellas duraderas, como las pisadas sobre el agua
o sobre el desierto, dispuestas a ser borradas por el viento.
Pensada así, la literatura latinoamericana nada tendría que
ver con la economía alegórica identitaria, su cifra, su poema,
solo constituiría la posibilidad de un libro por venir (libro de
arena el de Borges, desértico, el de Rulfo, que captura el soni-
do del viento y de las aguas, el de Argüedas, etc.).
De ahí entonces que Marchant considere importante
comprender la historia desde un punto de vista anti-esencia-
lista, pero sin indiferenciar todo en una des-dramatización
pragmática de la catástrofe. Esta es, podríamos decir, la posi-
bilidad inaugurada por el poema: ser una interrupción de la
significación que no promete una narración recuperativa de
la historia, sino que des-obra o des-activa su circulación como

19.  Ibíd., p. 378


20.  Jacques Derrida, “Edmond Jabès y la cuestión del libro”, La escritura y la
diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989, pp. 90-106.

176
4. poéticas del habitar

mercancía. En este sentido, leído en su dimensión no intencio-


nal, indirecta, el poema es una crítica de la economía política
de la narración, una crítica de la teoría del valor implícita en
cualquier forma de historicismo, particularmente en aquella
propia a la historia espiritual de la literatura occidental. Su
crítica del colonialismo entonces, de manera radicalmente no
convencional, identifica el racismo espiritual europeo como
condición de posibilidad todavía activa y presente en las rei-
vindicaciones identitarias, ónticas y culturalistas del pensa-
miento de la autenticidad, llegando incluso a sospechar del
mismo Heidegger quien, más allá de su compromiso con el
nacionalsocialismo, habría intentado restituir una cierta ori-
ginariedad al pensamiento occidental, retrotrayéndolo hasta
su “comienzo” griego.
En otras palabras, el “marranismo marchantiano” con-
tamina la versión heideggeriana del pensar originario al
mostrarnos no solo que la tensión entre Jerusalén y Atenas ha
sido fundamental en el decurso de Occidente, sino también al
hacer posible una interrogación sobre la otredad latinoame-
ricana sin reducirla a una cuestión de reconocimiento, esto
es, sin otrificarla ni restituirla en una dicotomía anclada en la
copertenencia entre identidad y diferencia. Como lector sofis-
ticado de Heidegger, estaba claramente consciente del trabajo
de Emmanuel Levinas y de aquel “lugar sin nombre de la
errancia, ni Oriente ni Occidente, la voz de la ley, la voz de
Emmanuel Levinas, [que] profetiza una universalidad en la
diferencia absoluta”. Diferencia no especificable en atributos
y cualidades, sino en su disposición para poblar el mundo;
disposición que el mismo Levinas oponía al pensar hiper-ori-
ginal de Heidegger a partir de formular la relación entre
errancia judía y templo como refugio contra la tempestad de
la historia. Ahí mismo, Marchant se pregunta por el lugar de
la errancia latinoamericana, y su pensamiento, inconcluso y
efímero, alcanza a sugerir la necesidad de elaborar una inte-

177
Sergio Villalobos-Ruminott

rrogación sostenida sobre la determinación nómica del pen-


sar, de la filosofía occidental y de las escrituras profanas.21
En este contexto, “mestizo” no es un nombre que apunte
a una determinación ontológica de atributos que puedan ser
organizados en un orden categorial; por el contrario, “mes-
tizo” nombra la radical des-posesión de un lenguaje con el
cual habitar en propiedad la tierra. Nombre de la falta y la
fugacidad, es un tropo literario que muestra, al nivel literal (y
no figurativo) de lo anasémico, aquello que podríamos llamar
“lo latinoamericano”. De la misma forma como el pícaro, el
monstruo, el bárbaro y el negro han funcionado como tropos
liminares de la imaginación de Occidente, marcando el límite
del espiritualismo europeo y su correlativa imagen del hom-
bre, pero de manera tal que en cuanto diferencia, ésta no pue-
de ser confundida con el fundamento de una política identi-
taria “alternativa”. De ahí entonces la distancia insuperable
entre la interrogación marchantiana por el histórico habitar
latinoamericano, y las filosofías identitarias concernidas con
lo propio y lo auténtico, incluyendo las sentidas reivindica-
ciones neo-indigenistas que, disconformes con el recorte po-
lítico representacional del archivo literario latinoamericano,
esa inseminación monumental producida por el discurso de
la Gran Crítica, todavía plantean el problema de la justicia
en términos de representación e inclusión en dicho archivo.
Opuestas políticamente al criollismo tradicional, estas nuevas
políticas identitarias comparten, sin embargo, con dicho crio-
llismo, una misma forma de comprender, onto-antropológi-
camente, la cuestión del habitar.22

21.  Patricio Marchant, “Suelo y letra. Sobre la España nacional y sobre la


España judía (1987)”, Escritura y temblor, op. cit., pp. 357-370. La cita está en
la página 361 de un texto inacabado pero crucial.
22.  Por supuesto, desde esta concepción estrictamente histórica del ha-
bitar (en) la lengua, se hace evidente la continuidad entre las filosofías y
teologías de la liberación y los énfasis post y decoloniales del pensamiento
reivindicativo latinoamericano. A pesar de la pertinencia histórica de dichos
enfoques, todavía identitarios, lo que Marchant nos permite pensar es su
co-pertenencia al modelo onto-antropológico característico del racismo espi-
ritual europeo, ese que piensa el problema del ser y del habitar en términos

178
4. poéticas del habitar

El “gran” poema mistraliano

Entonces, al leer a Abraham junto con Heidegger, a Mistral con


Jabès y Levinas, Marchant es capaz de proponer una noción
de poesía que difiere de la idea de discurso, y, gracias a eso, es
capaz de alejarse de las implicaciones metafísicas que carac-
terizan a la crítica literaria estándar, misma que determina la
comprensión estética de la poesía como poiesis, producción y
obra de arte. Marchant lee en el poema mistraliano y latinoa-
mericano, la elaboración anasémica como ruina de la represen-
tación, una ruina que no coincide con ningún fetichismo del
fragmento o del resto, sino que desactiva (suspende) la lógica
de la producción que traduce el poema al discurso significativo
de la crítica. Pero, no hay aquí oposición entre poema y logos,
precisamente porque el logos no ha sido reducido en su pensa-
miento a la condición de episteme y verdad qua rectitud.
A la vez, la falta de origen y la im-propia relación a la
lengua coincidiría en Mistral con la experiencia del fracaso y
la derrota. Uno de los mejores lugares para pensar esta coin-
cidencia sería el poema “El regreso”23, el que ha sido comen-
tado por Marchant en su ensayo “‘Atópicos’, ‘etc.’, e ‘indios
espirituales’ (1989)” instigado por la necesidad de precisar “si
no era éste el gran poema mistraliano”. Permítasenos citarlo
en su totalidad para traerlo al centro de nuestro argumento:

El regreso24

Desnudos volveremos a nuestro Dueño,


manchados como el cordero

de atributos y distinciones. En otras palabras, aquí radica la diferencia entre


la crítica mistraliana-marchantiana al racismo espiritual europeo y la crítica
contemporánea al colonialismo, mientras que para la primera, “mestizo” es
el nombre de un habitar irresuelto, para la segunda, mestizo, tanto como
indio o negro, son categorías de orden identitario.
23.  Incluido en Lagar, 1954.
24.  Esta es la versión citada por Marchant, en Gabriela Mistral, Obras com-
pletas, editada por Margaret Bates, Madrid, Aguilar, 1966, pp. 745-747.

179
Sergio Villalobos-Ruminott

de matorrales, gredas, caminos,


y desnudos volveremos al abra
cuya luz nos muestra desnudos:
y la Patria del arribo
nos mira fija y asombrada.

Pero nunca fuimos soltados


del coro de las Potencias
y de las Dominaciones,
y nombres nunca tuvimos,
pues los nombres son del Único.

Soñamos madres y hermanos,


rueda de noches y días
y jamás abandonamos
aquel día sin soslayo

Creímos cantar, rendirnos


y después seguir el canto;
pero tan solo ha existido
este himno sin relajo.

Y nunca fuimos soldados,


ni maestros ni aprendices,
pues vagamente supimos
que jugábamos al tiempo
siendo hijos de lo Eterno.
Y nunca esta Patria dejamos,
y lo demás, sueños han sido,
juegos de niño en patio inmenso:
fiestas, luchas, amores, lutos.

Dormidos hicimos rutas


y a ninguna parte arribábamos,
y al Angel Guardián rendimos
con partidas y regresos.

180
4. poéticas del habitar

Y los Angeles reían


nuestros dolores y nuestras dichas
y nuestras búsquedas y hallazgos
y nuestros pobres duelos y triunfos.

Caímos y levantábanos,
cocida la cara de llanto,
y lo reído y lo llorado,
y las rutas y los senderos
y las partidas y los regresos,
las hacían con nosotros,
el costado en el costado

Y los oficios jadeados


Nunca, nunca los aprendimos:
el cantar, cuando era el canto,
en la garganta roto nacía.

De la jornada a la jornada
jugando a huerta, a ronda, o canto,
al oficio sin Maestro,
a la marcha sin camino,
y a los nombres sin las cosas
y a la partida sin el arribo
fuimos niños, fuimos niños,
inconstantes y desvariados.

Y baldíos regresamos,
¡tan rendidos y sin logro!,
balbuceando nombres de “patrias”
a las que nunca arribamos.

Lo que es crucial en estos versos es la exposición de la


impropia condición humana manifiesta en la errancia, la des-
nudez y la falta de nombres propios, en la medida en que “los
nombres son del Único”. El estatus de la experiencia humana
sería tanto el de la desolación como el de la des-posesión, una

181
Sergio Villalobos-Ruminott

falta radical de determinación gracias a la cual experimenta-


mos el destino como permanente errancia e indeterminación,
como balbuceo de patrias a las que no dejamos y nunca termi-
namos de arribar, condición salvaje de una escritura que se
dispone y predispone a poblar el mundo. Sin embargo, esta
experiencia de la desposesión o desapropiación constitutiva de
nuestra errancia, no debe ser reducida a una representación
onto-antropológica de la falta, pues el nivel en que la falta
se inscribe en el pensamiento mistraliano-marchantiano es
el de la elaboración de relaciones inconscientes y arcaicas.
Oyarzún, en su comentario a la lectura de Marchant, nos dice
al respecto:

Expropiados del nombre, somos en su falta, estamos


en ella. En su falta, no como su pérdida o su indebida
omisión, no a la manera del accidente, sino como lo
que para “nosotros” –para los que el poema pro-nom-
bra “nosotros”– determina la más íntima esencia del
Nombre: eso es lo que dice el poema. El poema poetiza
la desposesión de lo que nunca podía haber constitui-
do, para “nosotros”, una propiedad, pero cuya caren-
cia nos determina como lo que somos.25

Así, el doble sentido de la falta, lo que hace falta y el acto


de cometer una falta, se indistinguen en un habitar que re-
suelve su condición incompleta con la figura del préstamo, de
los “prestados nombres”. Sin embargo, habría que pensar esta
economía del préstamo y del don, en la poética mistraliana y
latinoamericana en general, como subversión de la propiedad
y de la pertenencia. Una subversión, por otro lado, que no
deja de mostrar en el balbuceo de los prestados nombres –que es
la literatura– la invención poética como constitución de una
existencia larvaria, acompañada de los Ángeles “el costado
en el costado”. Más que una experiencia ecuménica y teológi-

25.  Pablo Oyarzún, “Regreso y derrota. Diálogo sobre el ‘gran poema’, el


estar y el exilio”, La letra volada, Santiago, Ediciones Universidad Diego Por-
tales, 2009, p. 243.

182
4. poéticas del habitar

ca entonces, lo que aparece en este poema, y en la lectura de


Marchant, apunta a una religiosidad sin Dios, a un errar más
allá de los confines del “Único”, donde una cohorte angelical
nos acompaña en “nuestros dolores y nuestras dichas y nuestras
búsquedas y hallazgos y nuestros pobres duelos y triunfos”. Así
mismo, en vez de enfatizar la condición brutal del a-bandono y
la desnudez de la existencia (algo que seduce de sobremanera
a la filosofía política contemporánea), se trataría de pensar en
la angeología mistraliana y en el préstamo nominal como con-
diciones de posibilidad para la historia humana, una historia
constituida por la impropiedad, a pesar de que se pretenda
decir lo contrario.26 Oyarzún, de hecho, enfatiza cómo el poe-
ma de Mistral inscribe la cuestión del fracaso y de la derrota
como su asunto, el asunto del poema:

El poema al que me refiero [nos dice Oyarzún] dice la his-


toria como derrota. El decir poético que puede decir así la
historia es un decir que se dice a sí mismo como fracaso. La
derrota histórica y el fracaso poético (el fracaso de la palabra,
del poder de los humanos nombres) constituyen la unidad
esencial del inaudito decir de este poema. Sería El regreso
una re-inscripción –una re-escritura– del poema en la
historia (242).27

Sin embargo, todavía necesitamos pensar cuidadosamen-


te el estatus de este fracaso y de esta derrota en Marchant,
precisamente porque lo que está en juego aquí es la experien-
cia histórica de América Latina, una experiencia marcada por
la violencia y la desolación, pero también por el préstamo y
el don. En tal caso, dicho fracaso y dicha derrota no son ni
condiciones trascendentales de cualquier experiencia posible,
ni eventos empíricos relativos al orden de lo accidental o lo

26.  “Una extraña civilización existió y aún existe, civilización que se carac-
teriza por la siguiente especialidad: considerar que ella, y solo ella, posee de
veras un ‘nombre propio’. Esta civilización se hace llamar Europa y llama
a su “nombre propio” Espíritu”. “‘Atópicos’, ‘etc.’ e ‘indios espirituales’”
(1989), Escritura y temblor, op. cit., p. 380.
27.  Pablo Oyarzún, “Regreso y derrota. Diálogo sobre el ‘gran poema’, el
estar y el exilio”, La letra volada, op. cit., pp. 237-248.

183
Sergio Villalobos-Ruminott

contingente; se trata de la condición de posibilidad específi-


ca del poema y de su interrogación reflexiva. En este sentido
acotado, el fracaso y la derrota, el préstamo y el don, constituirían
el cuadrante en el que se inscribe/escribe la potencialidad de la litera-
tura y de la historia. Esto, sin embargo, no nos debe llevar a des-
atender el hecho, por otro lado significativo, de que los even-
tos relativos al golpe de Estado en Chile y a la serie de golpes
similares en el Cono Sur, junto a las cruentas guerras civiles
en Centroamérica, conllevan una experiencia histórica de la
derrota de un cierto proyecto liberacionista latinoamericano.
En rigor, es la condición histórica de esta derrota parti-
cular la que nos permite pensar la historia como repetición
de la catástrofe.28 Pero, también nos permite distinguir en la
concepción marrana y profana de la poética marchantiana
algo más que la total subsunción de la imaginación al domi-
nio planetario del capital, pues su lectura de Mistral, más que
melancólica y derrotista, no se conforma con ser una versión
sofisticada del fin de la historia, sino que se abre a la posibi-
lidad del nombrar poético, a su don y a su préstamo, como
posibilidad de una poética y de una política por venir, una
política del poema, nos atrevemos a decir, que habiendo pen-
sado rigurosamente el estatuto de la catástrofe, se oriente a la
existencia profana de los pueblos repartidos por el mundo,
sin Dios ni ley, consagrados a la construcción de un templo
de palabras, artificial y larvario, un templo dedicado, todo él,
a la cuestión de la hospitalidad.

28.  De ahí la relevancia del trabajo de Idelber Avelar, Alegorías de la derrota.


La ficción postdictatorial y el trabajo del duelo, Santiago, Cuarto Propio, 2000.
Aun cuando, al concentrarse en lo que ha sido llamado como narrativas
post-dictatoriales, no desarrolla plenamente el estatuto de esta derrota, cir-
cunscribiéndola, en cambio, a una cuestión relativa a la “crisis de la comu-
nicabilidad de la experiencia” debida al terror dictatorial y al consiguiente
agotamiento del Boom literario latinoamericano. Faltaría retomar su indis-
pensable lectura en un contexto asistido por la concepción marchantiana de
la historia.

184
4. poéticas del habitar

El fin de la hipótesis del Dichtung

En efecto, Marchant no está pensando este poema, ni la poesía


de Mistral en general, como una descripción categórica de la
existencia humana, como si su interpretación fuese posible
por una subrepticia antropología negativa. Por el contrario,
esta “falta” y “desposesión” se debe a una serie de circuns-
tancias históricas cuyo despliegue no es el “olvido del ser”
en general, sino los procesos materiales de Descubrimiento
y Conquista en cuanto eventos que habrían marcado perma-
nentemente la historia latinoamericana. De la misma mane-
ra, el golpe de Estado chileno del 11 de septiembre de 1973
aparecería como una re-actualización de la catástrofe latinoa-
mericana en tanto que éste no habría sido solo un accidente
local reducible al orden vulgar de “lo político”, sino tanto un
fracaso del proyecto histórico latinoamericano de democracia
radical y su más trágica derrota. En este sentido, el efecto de la
intervención militar fue la expropiación radical de la lengua
festiva en la cual y con la cual Chile y América Latina podían
imaginarse a sí mismos; un golpe a la lengua de la imagina-
ción política y literaria del continente que había alcanzado
con la Unidad Popular su momento más alto. Gracias a esta
lectura de la catástrofe como histórica re-currencia, Marchant
concibió el sombrío paisaje post-golpe como una ocasión para
volver a leer (por primera vez) a Gabriela Mistral en toda su
relevancia: “como si esta hubiera necesitado de la catástrofe
nacional para comenzar a ser entendida”.29
Lo que está en juego aquí es tanto una versión no acci-
dental del fracaso y la derrota, como la misma condición his-
tórica de América Latina después del golpe chileno. ¿Cómo
se yuxtapone el poema y su condición anasémica con la ex-
periencia cotidiana del terror que caracteriza a la historia de
América Latina? La importancia del golpe estaba dada por su
estructura cuasi-trascendental, en la medida en que éste, antes
que inscribirse en el imaginario político continental como una

29.  Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allen-


de”, Escritura y temblor, op. cit., p. 214.

185
Sergio Villalobos-Ruminott

excepción, se manifestaba como re-actualización, es decir,


como repetición y recurrencia. Así, el golpe repetía la escena
originaria y volvía a poner en evidencia los límites del histo-
ricismo burgués que está a la base de las narraciones épicas,
liberacionistas y progresistas de la Gran Política y de la Gran
Literatura latinoamericana. Estar a la altura de esta dramática
experiencia implicaba la imposibilidad, la inoportunidad, de
reelaborar una relación fluida entre el lenguaje y la historia,
avalada desde una secreta filosofía del progreso que insistía
en leer el proceso latinoamericano (literario, cultural, políti-
co, etc.) como realización y finalidad. El golpe, en su trágico
acontecer, nos devolvía a la experiencia originaria, pero no
original, de desolación y orfandad que marcaban a fuego la
forma del habitar latinoamericano, su deriva más allá de la
filosofía de la historia del capital, esto es, de la filosofía del
espíritu europea.
Sin embargo, ese más allá no podría ser formulado con
los códigos culturales ni con el sistema categorial europeo que
conocemos como filosofía profesional, de ahí la necesidad de
entreverarnos con la precariedad del habitar latinoameri-
cano expresado en su imaginación literaria, no en La Gran
Literatura continental, sino en la fugacidad trans-fenoménica
de su figuración anasémica. Dicha figuración, históricamente
posibilitada por el fin del relato teológico-político, hacía de la
literatura regional un caldo de cultivo para la proliferación
pagana de formas de la existencia (creaturas insubordinadas)
que no podían ser fijadas en el modelo antropológico del con-
trato social. De ahí la política minimalista implícita en esta
lectura anasémica: una política de la interrupción del orden
jurídico burgués y de su respectiva imagen del hombre.
En el siguiente comentario, Marchant nos permite ver la
forma en que el carácter no-accidental de la desolación huma-
na y la materialidad del golpe de Estado se yuxtaponen:

Reconozcamos, establezcamos la catástrofe como tal.


Repetimos la concepción mistraliana: la “raza latinoa-
mericana” se constituye al constituirse como escritura.
Raza, escritura como diferencial (en sentido derrideano

186
4. poéticas del habitar

de differentia) poder político y cultural. Pero, en con-


traste con otros pueblos –europeos, por ejemplo– pue-
blos ricos en una tradición de escritura de siglos y los
que al unificarse pudieron establecer su differentia polí-
tica, la constitución de la escritura latinoamericana no
ha ido, ni irá, tal vez, jamás acompañada de differentia
política. La derrota del proyecto ejemplar latinoameri-
cano, la Unidad Popular, canceló porque ejemplar, esa
posibilidad a nivel de la totalidad de Latinoamérica.30

Más que un accidente en el plano vulgar de la política, el


golpe se manifiesta entonces como un pliegue que reorganiza
la agotada imaginación latinoamericana, demandándonos
una concepción del sentido –de lo político y de lo literario, al
menos– que tome distancia del optimismo reformista y pro-
gresista que habría caracterizado a dicha imaginación en el
siglo XX. En otras palabras, existe en esta lectura una concep-
ción doble de la imaginación poética o literaria de América
Latina: por un lado, está la precariedad del espacio literario
como un espacio tomado por la institucionalidad académica
y la crítica tradicional, y además como un espacio débilmente
configurado por (y con) la lengua del conquistador. De ahí
que no haya nada propio (auténtico) en esta imaginación his-
tórica, nada que pudiera ser reivindicado por la argucia de
la identidad. Por otro lado, y en contra de la sobrevaloración
romántica del decir poético (que llamamos la hipótesis del
Dichtung) se comprende que la imaginación literaria está, a su
vez, sobredeterminada por los procesos históricos, cuestión
que el mismo Marchant llama escritura.
Se trata, en otras palabras, de pensar esta escritura en
el arco reflexivo tensado por los nombres de Heidegger y
Levinas, Blanchot y Derrida, pues, lo que está en juego acá

30.  Ibíd., p. 223. En efecto, no se trata de leer el fin de la Unidad Popular


como el fin del Boom literario regional, sino como puesta en evidencia del
desacuerdo histórico entre la imaginación literaria latinoamericana, cons-
tituida por su anasémica figuración qua différance, y la política continental,
inscrita en el plexo de una filosofía excepcionalista del progreso. Pensar esto
es pensar otra política, impolítica si se quiere, o en retirada desde los énfasis
característicos de la Gran Política moderna.

187
Sergio Villalobos-Ruminott

es una lectura muy precisa del pensamiento heideggeriano,


especialmente en contraste con el énfasis inusitado con el que
se ha leído la famosa “vuelta” (die Kehre) o giro desde la pre-
gunta por el ser (die Seinsfrage) a la cuestión del poema (die
Dichtung), como si en dicho giro, Heidegger hubiese abando-
nado su filosofía primera (todavía marcadamente inscrita en
el plexo de la metafísica occidental, se dice) y hubiese reor-
ganizado su pensamiento en torno a la experiencia poética,
aparentemente a salvo de la caída en la metafísica, cuestión,
se dice, que sería evidente en su acercamiento a los grandes
nombres de la poesía. Pero Marchant no concibe este giro de
manera radical (como una ruptura epistemológica), ni tam-
poco concibe el problema del pensamiento heideggeriano en
términos de continuidad o discontinuidad; por el contrario,
haciendo uso del contexto derridiano de problematización, lo
que destaca en su lectura es la relación entre poema y habitar,
entroncando la analítica existenciaria del Dasein con la cues-
tión del poema, sin exagerar ni inseminar ningún fetichismo
romántico.
No podríamos, por otro lado, hablar de este fin del
Dichtung, y de la búsqueda de una cierta salvación en el poe-
ma, sin hacer dos precisiones fundamentales: por un lado, ne-
cesidad de considerar el trabajo de Jean-Luc Nancy y Philippe
Lacoue-Labarthe, en sus convergencias y en sus diferencias en
torno a Heidegger y al estatuto del poema, como continuación
indispensable para matizar la crítica de Levinas al pensador
alemán, y para repensar al mismo Marchant en el horizonte
del pensamiento occidental, en su estructura destinal y en sus
impensados.31 Por otro lado, necesidad de distinguir este fin
como plegamiento y repetición, de aquella lectura sociológica
que ve en el agotamiento de la literatura latinoamericana (en

31.  Por ejemplo, y en contraste con la relectura de Nancy de la problemática


del ser-en-el-mundo y del Mitsein en Heidegger y en Levinas, y con su con-
cepción del ser-singular-plural, habría que mencionar de Lacoue-Labarthe
su Heidegger. La política del poema, Madrid, Trotta, 2007, como un intento de
problematizar el giro a la autenticidad en Heidegger no solo en la estructura
existenciaria del ser-en-el-mundo, sino en su recuperación del poema y del
nombre de Hölderlin, como acceso a un “nuevo comienzo”.

188
4. poéticas del habitar

el fin del Boom), la causa mayor de la emergencia de nuevas


formas y prácticas culturales, que prometen un acceso más
adecuado (más auténtico) a los subalternos. En este sentido,
la lectura marchantiana no consiste en devolverle dignidad a
la filosofía terminal de Occidente, sino en tomarse seriamente
la misma idea del “fin de la filosofía y la tarea del pensar”,
orientando dicha tarea hacia un entreverare con la condición
histórica del habitar.
Gracias a esta concepción histórica del sentido poético
–del poema como acontecimiento de un histórico decir–, po-
demos ver ahora a la misma literatura subsumida a la nueva
soberanía inaugurada por el golpe de 1973, cuestión que des-
barata las esperanzas de redención que habían acompañado
al Boom literario latinoamericano, por ejemplo, pues resulta
indesmentible que el golpe a la lengua no solo afectó el decir
cotidiano comunitario, sino también la paciente orfebrería de
sus poetas. No se trata de un “fin del poema” (y de la litera-
tura en general) después del golpe, como si éste fuera nuestro
pequeño Auschwitz, desbaratando así toda pretensión de su-
blimidad; por el contrario, el golpe, como repetición de la con-
dición catastrófica de la historia, nos permite entreverarnos
con la articulación anasémica del pensamiento poético, solo
si nos negamos a reducir el “poema” a la condición vulgar
de un discurso escrutable desde la crítica tradicional. En este
sentido, su pensamiento no está concernido con la institución
literaria per se, o con las dimensiones sociológicas de esta
práctica social. Se trata de habitar ciertos trabajos dotados con
la habilidad de expresar o “des-ocultar” la condición histórica
de la sociedad latinoamericana y allí, proceder reflexivamen-
te, no “críticamente”.
Al mismo tiempo, este “des-ocultamiento” requiere que
el lector-pensador trascienda la lógica de la representación y
de la comunicabilidad característica de la crítica tradicional,
para que sus lecturas no estén orientadas ni por un mecanis-
mo de desciframiento ni menos por una operación interpre-
tativa, pues éstas estarían enfocadas en los elementos metafó-
ricos de una obra literaria o en su economía alegórica. Por el

189
Sergio Villalobos-Ruminott

contrario, lo que hace Marchant es entablar una confrontación


polémica con el trabajo literario, que interrumpe la economía
de la interpretación gracias a un tipo de lectura que podemos
llamar, en referencia a Heidegger, “destructiva”. Se trata de
la destrucción de los énfasis de la historia de la filosofía y de
la crítica literaria (ambas tenidas como ciencias del espíritu)
para leer con una recuperada serenidad, cruzada por la ex-
periencia histórica latinoamericana de un habitar siempre
temporal; un “estar de paso”.
Es así como volvemos a la lectura del poema mistralia-
no y, sin ingenuidad, comprendemos cómo literatura y so-
beranía se yuxtaponen y co-pertenecen a la misma ocasión
histórica. En tal caso, el golpe podría perfectamente ser ca-
racterizado como fin de la “hipótesis del Dichtung”, toda vez
que lo que resta después de este “fin” es la articulación de un
proceso histórico diferente que nos expulsa de la pretendida
convergencia entre lengua, territorio y comunidad, elevando
la fugacidad de nuestra errancia a una condición epocal. El
golpe “des-oculta” que “el estado de excepción dictatorial
es la regla”, haciendo evidente que la violencia política y
la devastación, la guerra civil y la guerra sucia, no han sido
excepcionales en la historia latinoamericana sino, en cambio,
elementos constitutivos desde su mismo comienzo. Cualquier
pretensión de autenticidad o cualquier mitologización de un
pasado pleno, no es sino producto del olvido de la condición
catastrófica de la historia, y de la misma condición histórica
de la catástrofe, es decir, es una caída en el fono-logo-centris-
mo característico de la crítica moderna.
Desde este punto de vista, tal fono-logo-centrismo tam-
bién estaría alimentado por el historicismo de la imaginación
burguesa. De ahí entonces que el “poder de la literatura” para
alegorizar, simbolizar, confirmar e interpelar el progreso de-
mocrático regional haya quedado subsumido al mecanismo
de desocultamiento impulsado por la dictadura soberana
(soberanía sobre soberanía), dejando entrever cómo la historia
regional y su aparente progreso no es sino un plegamiento
a la articulación onto-teológica del mundo contemporáneo.

190
4. poéticas del habitar

Aquí es donde se hace evidente la co-pertenencia y continui-


dad entre la soberanía del esplendoroso Boom literario, con
su respectiva confianza en el poder de la lengua para decir
el mundo, y la soberanía dictatorial que no solo dice sino
que se da como tarea la transformación de este mundo. Las
recientes dictaduras latinoamericanas, y especialmente la de
Pinochet, no fueron simples interrupciones comisariales del
orden, sino, en cambio, rediseños soberanos de la sociedad, a
través del desmontaje del viejo y fallido contrato social, y la
reconfiguración de un nuevo orden constitucional y econó-
mico ya nunca más autolimitado a la historicidad del Estado
nacional. En Chile, el golpe fue una brutal operación soberana
contra la soberanía atribuida a la tradición republicana, pero
la consecuencia de su ingeniería biopolítica fue, precisamen-
te, la disolución radical de la ficción soberana.32
Esto debería ser suficiente para evitar cualquier malen-
tendido sobre el recurso de Marchant a la literatura como si
éste estuviese apelando a su “natural” condición reflexiva.
Este doble movimiento –o pliegue soberano– implica una yuxta-
posición de la soberanía literaria (debida a su canonización y
monumentalización por la crítica y la historiografía literaria),
y el nuevo régimen inaugurado por la dictadura de Pinochet.
Por eso, si lo más importante es la condición histórica y acon-
tecimental de la figuración literaria, entonces el golpe podría
ser perfectamente el hito que marca el agotamiento radical de
la crítica tradicional. Como mínimo, la intervención militar
habría precipitado tanto el agotamiento de la moderna ima-
ginación literaria de América Latina (el fin del Boom), como
el fin de la “vía chilena al socialismo”. La nueva soberanía
inaugurada por este régimen de excepción ya no requiere,
en cualquier caso, de más ficción, haciendo de la imaginación
literaria una potencialidad sin institución. Ésta es, finalmente,

32.  Por eso, resulta importante destacar el tremendo influjo de Carl Schmitt,
Friedrick von Hayek y Juan Donoso Cortés en el ideólogo fundamental de
esta operación, Jaime Guzmán, el artífice de la Constitución de 1980. Ver,
Renato Cristi, El pensamiento político de Jaime Guzmán. Autoridad y libertad,
op. cit.

191
Sergio Villalobos-Ruminott

la hipótesis marchantiana, el golpe como repetición de la ca-


tástrofe comporta un involuntario don: desocultar la ficción
soberana y así, mostrar la imaginación literaria como una
soberanía en suspenso.
Gracias a esta hipótesis, podemos pensar la literatura lati-
noamericana como un proceso que comienza su inscripción en
la tradición occidental, en el mismo momento en que deviene
consciente de su carácter diferencial. Más aún, es esta dife-
rencia (críticamente entendida como distinción e identidad)
la que se muestra como un efecto interno a esta tradición, una
diferencia que la complejiza, la contamina, descentrando su
cerrada auto-referencialidad, pero que la crítica tradicional ha
tendido a reducir a una cuestión de valor. Al visitar la poesía
de Mistral entre otras, Marchant nos permite comprender el
proceso literario latinoamericano, particularmente en el siglo
veinte, como un proceso de incorporación de la literatura en
el contrato social o, para referir a Carl Schmitt, de incorpora-
ción de la imaginación literaria al nomos de la tierra.33 En otras
palabras, se trataría de un siglo inaugurado por la revolución
mexicana –evento histórico que marcó la incorporación de la
multitud en la narrativa (de ahí entonces la importancia de
la Novela de la Revolución)– y cuya culminación estaría dada
por el golpe de Estado en Chile, un proceso que podría ser
considerado como sinécdoque del retiro de la multitud desde
la narración. En lenguaje convencional, se trataría de un siglo
caracterizado por el apogeo y la caída del telurismo literario,
el realismo mágico y el universalismo enciclopedista.
Pero, si pudiésemos entreverarnos con la imaginación
literaria latinoamericana más allá de la habitual comprensión
historicista de su progreso y su relación con el proceso de
formación del Estado nacional –es decir, como contra-inter-
pelación del “contractualismo” que la reduce a la condición
de alegoría confirmatoria de su figuración antropomórfica–
entonces, la potencialidad literaria no podría ser concebida
como una interpretación sublime de la condición humana,

33.  Carl Schmitt, The Nomos of the Earth in the International Law of the Jus
Publicum Europaeum, op. cit.

192
4. poéticas del habitar

sino que permitiría una interrogación radical sobre la yuxta-


posición entre la condición anasémica del poema y el ritmo
trágico de la historia latinoamericana. En otras palabras, esta
imaginación literaria, sobredeterminada por el paréntesis his-
tórico cuyos hitos fundamentales son la revolución mexicana
y el golpe de Estado, elabora un círculo perfecto entre dos
formas diferentes y complementarias de soberanía: la sobe-
ranía del movimiento popular relacionado a la revolución
mexicana, y que reaparecerá constantemente en la historia
(la revolución cubana, el Peronismo, la Unidad Popular, las
revoluciones centroamericanas, etc.); y la soberanía del nuevo
contrato social post-republicano asociado con la globalización
neoliberal cuyo inicio “espectacular” habría sido el golpe chi-
leno y su proyecto refundacional. Esta última soberanía, sin
embargo, “desoculta” el agotamiento de la misma ficción sobe-
rana, operando como una soberana disolución de sí misma, en
la medida en que lo que caracteriza al paisaje contemporáneo
sería su condición post-contractual y post-literaria, donde la
auto-referencialidad del poder se expresa como planetaria
articulación onto-teológica: Pax Americana.
Es aquí, en el cierre de este “círculo hermenéutico” de
la soberanía, poderoso mecanismo interpretativo moderno,
que lo “poético” hace posible un pensamiento históricamente
constituido (y no historicistamente formulado) donde la ima-
ginación literaria se desarticula del “sujeto” de la filosofía, de
la historia y de la literatura, para afirmar la historicidad del
estar-en-el-mundo, de lo humano como no-soberano en su ex-
periencia impropia y no atributiva: su estancia.

Transición al nihilismo

Marchant murió en 1990, en el umbral del proceso chileno de


democratización; un proceso que ha sido comúnmente refe-
rido como “transición”. Sería erróneo concebir su crítica a la
institución literaria como una demanda por teoría o incluso
por una crítica informada filosóficamente, ya que su lectura
apunta a un problema de pensamiento y no a una cuestión

193
Sergio Villalobos-Ruminott

categorial o disciplinaria. Como pensador de lo poético y lo


histórico, él era sensible a la yuxtaposición entre los procesos
de largo plazo y los procesos coyunturales, a la catástrofe y su
repetición, y no concebía la universidad como un lugar seguro
desde donde comentar a suficiente distancia los asuntos mun-
danos. Como “intelectual negativo” su trabajo está orientado
a confrontar la condición histórica del pensamiento, su “oca-
sión”, y no su tradición o sus discursos maestros. Su lectura
destructiva de la literatura y la crítica literaria, por lo tanto,
no deben ser consideradas como autorización de un nuevo
discurso maestro, filosófico o psicoanalítico; su resistencia a la
crítica tradicional era equivalente a su diagnóstico pesimista
del estado de la filosofía en Chile, puesto que Marchant no
abogaba por una filosofía latinoamericana anclada en el or-
den categorial de la identidad pero tampoco se conformaba
con el genérico horizonte historicista del neo-kantismo con-
temporáneo y su a-crítica división universitaria del trabajo:

Los Departamentos de Filosofía organizaron sus cur-


sos a partir de disciplinas “eternas” creadas por el
neokantismo, tales como teoría del conocimiento, gno-
seología, filosofía de los valores, es decir, en realidad
y como resumen y sentido: la pseudo-filosofía que es
la Historia de la Filosofía. Es efectivo que en muchos
Departamentos se ha sustituido esos programas por
el estudio de los “Grandes Filósofos” en sus “Obras
Fundamentales”, “Grandes Filósofos” e “Obras
Fundamentales”. Repárese en esto: hay en Chile quie-
nes creen saber cuáles son los filósofos fundamentales
y de ellos, cuáles son sus “Obras Fundamentales”.
¿Llorar o reír? […] ¿no resulta posible –necesa-
rio– pensar en un Departamento de filosofía que no
sería un simple Departamento de Filosofía sino un
Departamento que tuviera como mandato pensar lo
simple?34

34.  Patricio Marchant, “Sobre la necesidad de fundar un departamento de


filosofía en (la universidad de) Chile”, Escritura y temblor, op. cit., p. 281.

194
4. poéticas del habitar

Si el académico que trabaja con la filosofía no es, necesa-


riamente, un filósofo; el filósofo no es tampoco, de manera au-
tomática, aquel que está concernido con pensar lo simple. Por
esto, precisamente, los trabajos de Marchant, especialmente
aquellos contenidos en Escritura y temblor (2000), están aboca-
dos a la relación entre filosofía, su práctica y procedimientos,
y el problema de la ocurrencia histórica del lenguaje. De ahí
también el problema de adjudicarle a la hipótesis del golpe a
la lengua una irreflexiva condición académica, como si fuese
una hija bastarda de la “apática” filosofía universitaria chi-
lena, cuando el horizonte reflexivo que la hace posible, en
primera instancia y como horizonte de lectura de la relación
entre historia, catástrofe y repetición, es un cuestionamiento
radical del malestar de la filosofía en la universidad, tanto
como el malestar inherente a la relación entre pensamiento
y tradición. La universidad, por otro lado, que ya estaba ar-
ticulada por una comprensión historicista del pensamiento
como “historia de las ideas”, fue literalmente devastada por
la dictadura (censura, represión, desmontaje de las humani-
dades, reforma curricular en las ciencias sociales, etc.), expul-
sando a sus intelectuales a una inevitable confrontación con
la condición histórica nacional (y regional). Sin embargo, la
mayoría de ellos, en vez de asumir el “don” involuntario de la
expulsión (la errancia), el inesperado “don” del golpe (hacer
posible una confrontación radical con la catástrofe), recurrió
nuevamente al historicismo, produciendo una versión del gol-
pe y la dictadura en la cual estos dramáticos acontecimientos
aparecían como “excepciones” sembradas e indiferenciadas
en el largo plazo que constituía la acendrada tradición de un
cierto republicanismo chileno. Gracias a esta lectura, la inter-
vención militar fue concebida como un paréntesis, una breve
interrupción del progreso institucional chileno, un “progre-
so” que hoy organiza todos los discursos oficiales orgullosos
de celebrar su Bicentenario.
Marchant, como un intelectual negativo, se ubicaba en
las antípodas de esta comprensión vulgar y progresista de la
historia. Su comprensión de la catástrofe y de la repetición

195
Sergio Villalobos-Ruminott

le permitió suspender la continuidad de este historicismo su-


brepticio que ha llegado a ser el “sentido común” del periodo
transicional y, por eso mismo, fue capaz de reformular un
programa radical de pensamiento concernido con lo simple,
es decir, con la elaboración poética de la condición histórica
latinoamericana desocultada por estos acontecimientos:

¿Cuáles son las consecuencias del “efecto total”


“Chile”? Esto es, ¿cuál es, en qué consiste el deber del
“intelectual” negativo chileno? Ciertamente en iniciar
el comentario de la catástrofe nacional. ¿En qué consis-
te esa catástrofe y qué significa iniciar su comentario?
En tanto todas las voces oficiales intentan negar la
existencia de la catástrofe, la parálisis de la historia de
Chile –su discurso: se trató solo de un suspenso, un
poco largo, es verdad, pero solo de un suspenso de
nuestra noble tradición democrática; deber de mirar
hacia adelante, no hacia el pasado, sobre todo que si
hiciéramos esto último, aparecerían conspiraciones,
traiciones, crímenes, miseria y dolor infinitos, iniciar
su comentario consiste entonces –contra la frivolidad
de los que son exactamente continuadores de Pinochet,
esto es, de quienes consolidan, en “democracia”, su
obra: su concepción del hombre, de la economía, de
la cultura (estamos hablando a nivel del sistema y no,
necesariamente, de las “vivencias”)– en reconocer, en
establecer la catástrofe como catástrofe.35

Esta continuación del régimen de Pinochet en la demo-


cracia sugerida por Marchant no es una denuncia de las li-
mitaciones que caracterizan el proceso transicional chileno,
en la medida en que él no está hablando al nivel de lo que
podríamos llamar una “complicidad formal” entre los miem-
bros del gobierno de Pinochet y aquellos miembros de los
gobiernos transicionales. Tampoco se trata de una denuncia
moral contra la corrupción inherente a la política oficial de la
postdictadura chilena. En Marchant ya está sugerida la hipó-

35.  Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador


Allende”, Escritura y temblor, op. cit., p. 222.

196
4. poéticas del habitar

tesis de una “complicidad estructural” o co-pertenencia entre


la comprensión esencial de la temporalidad de ambos, la neo-
liberalización dictatorial del país y su confirmación y conso-
lidación por los gobiernos transicionales. Esta es finalmente
la situación más delicada elucidada por sus comentarios: la
predominancia del historicismo (ciertamente de la filosofía de
la historia del capital) como el común denominador de dicta-
dura y democracia:

Con el golpe Chile entró –y sigue, no se conoce un pro-


yecto alternativo– en el camino hacia la barbarie de la
tecnocracia neoliberal […] De su escritura solo queda,
por el momento, “su escritura”, su differentia cultural.
Por el momento, es decir, sin poder decir hasta cuán-
do. Catástrofe, pero no todavía la catástrofe como tal.
Con la expresión catástrofe como tal, queremos señalar
este hecho: es la voluntad –en sentido nietzscheano–
del pueblo chileno la que ha elegido el camino de la
barbarie de la tecnocracia. Debilidad, falla, delegación
de una voluntad de estancia. La catástrofe como tal –
necesidad de decir claramente todo esto ahora, en los
momentos en que la “dictadura” de la ideología de la
así llamada “reconciliación” domina toda la habladuría
(das Gerede heideggeriano) nacional. 36

Esta copertenencia a la espacialización del tiempo en el


horizonte del capitalismo global es lo que se ha llamado “la
barbarie”; y la ideología de la “reconciliación” (la cual ha sido
un proceso formal impregnado de olvido e impunidad), es
la “habladuría” (das Gerede) que expresa la degradación del
lenguaje gracias al optimismo vulgar asociado con la moder-
nización autoritaria de la dictadura y la acelerada producción

36.  Ibíd., p. 223. Esta habladuría no refiere a una dimensión moral, como si
Marchant estuviese criticando de manera superficial un desvío de la histo-
ria, sino a la misma condición histórica de una lengua ensortijada y atrapada
en la euforia de la transición. El nihilismo de la transición no es un problema
técnico ni moral, entonces, sino su mismo dispositivo, en la medida en que la
transición al nihilismo es el abandono del proyecto histórico republicano sin
que se conozca, por ahora, otro que le reemplace, más allá de la facticidad
neoliberal contemporánea.

197
Sergio Villalobos-Ruminott

de lo “nuevo”. Este es, finalmente, el carácter nihilista de la


transición chilena a la democracia, el hecho de que no permita
una confrontación con la potencialidad histórica de una len-
gua que exprese en sus complejidades la turbulenta condición
de su historia, favoreciendo, en cambio, el predominio de la
vulgaridad expresada en el optimismo de la globalización
y en el ámbito de las opiniones políticas de expertos. Por lo
mismo, no hay una comprensión sublime o aristocrática de la
poesía en Marchant, pues lo que resulta crucial para su trabajo
es, como indicábamos, la potencialidad de una comprensión
diferente de lo político, esto es, de lo poético y su impropie-
dad como condición de posibilidad de un pensamiento histó-
rico capaz de trascender el horizonte valorativo del nihilismo
actual. Su consigna no sería “sólo un dios puede salvarnos”,
sino algo así como “en cierta poesía latinoamericana es la raza
la que inscribe su errancia como catástrofe y repetición, como
préstamo y como don”; cifra de un patetismo inconformista,
de un desasosiego mayor que no se deja sobornar por las pro-
mesas de la modernización, y que tampoco se deja atrapar,
incauto, por el optimismo flagrante de los tiempos.
Quizás ahora, después de desplegar algunas de las suge-
rencias inscritas en el horizonte problemático de la hipótesis
sobre el golpe a la lengua, estemos en mejores condiciones
para volver a interrogar el presente, y para volver a pensar lo
simple, esto es, el problema de la figuración anasémica como
elaboración lingüística de una habitar precarizado que consti-
tuye el horizonte histórico en el que se despliega, se repliega
y se repite, la historia de los pueblos mundanos, huérfanos de
Dios y de su lengua, criaturas profanas que naufragan en la
medianoche de los tiempos, y que llevan consigo fragmentos
de una imaginaria torre de Babel, ya nunca más recuperable:
pérdida sin fin que destina al duelo y a su infinito diferimiento.

198
5. EL ESTATUTO FILOSÓFICO DEL POEMA:
VARIACIONES SOBRE EL NOMBRE

Nombrar es asestarle un golpe de muerte a las cosas y


desesperar a la vez de la injusticia de no tener más que nombres.
Federico Galende1

La temporalidad del poema

En este capítulo intentaremos establecer una aproximación


preliminar a la relación entre lengua y temporalidad acotada
al poema, a su forma y a su pretensión. ¿Cómo pensar el poe-
ma de acuerdo con una economía del nombre que no lo re-
mita a la sublimidad de un decir “iluminado” ni lo convierta
en un canto consagratorio de los “nuevos tiempos”? Se trata,
en todo caso, de pensar el poema en un contexto que todavía
podríamos llamar post-dictatorial, marcado por las deter-
minaciones del diseño soberano del régimen militar, diseño
que ha sido “exitosamente” prolongado e intensificado en los
años recientes. Pero también se trata de pensar la “potencia”
del poema en un cierto horizonte post-heideggeriano don-
de la poesía habría dejado de ser concebida como alocución
destinal del ser, en su “habitar sin medida”, para convertir-
se en una economía pagana que organiza el estatuto de los
nombres una vez que el lenguaje ha sido exiliado del reino
de los dioses. El poema acaece entonces siempre después de
la caída, después del estallido de la lengua de cristal (lengua
trasparente que coincide con su objeto), y surge así ya disemi-

1.  La oreja de los nombres, Argentina, Gorla, 2005, p. 22.

199
Sergio Villalobos-Ruminott

nado en su encuentro con el tiempo de los hombres, tiempo


babélico del transcurrir histórico, marcado por la insuperable
distancia entre las palabras y las cosas.
El estatuto filosófico del poema, en el contexto inaugu-
rado el año 1973, ya no puede ser homologado al decurso de
una historia orientada hacia la redención final, se distancia de
la lírica ensoñación del ruiseñor y de la épica de un destino
manifiesto (Helgensage), como en las fundaciones poéticas de
América, en Andrés Bello o en Pablo Neruda, donde el verbo
resuena en su vocación bautismal y profética. El golpe habría
precipitado un cierto fin, el fin del Long Poem latinoamericano;
pero también, el fin del poema de la ley y de la ley del poema,
lugar de convergencia entre un nombrar monumental y una
historia supuestamente excepcional.
En efecto, desde su brutal inscripción en la historia na-
cional, el golpe habría desactivado el dispositivo del nombrar
poético en cuanto nombrar proyectivo y utópico. Sin embar-
go, la pregunta por la temporalidad del poema justo “aquí”
nos exige una cierta ponderación de las variaciones del tiem-
po seminal de la poesía. Nos exige entreverarnos con la llama-
da neo-vanguardia chilena, cuyos nombres centrales serían,
ya desde antes del mismo 73, Nicanor Parra y Enrique Lihn,
seguidos por una progenie luminosa: Raúl Zurita, Juan Luis
Martínez, Rodrigo Lira, Diego Maqueira, Gonzalo Muñoz,
Diamela Eltit, Elvira Hernández, Soledad Fariña, entre mu-
chos otros y otras.2 En todo caso, si es cierto que el golpe, en
cuanto pliegue soberano, puso de manifiesto el fetiche del
republicanismo chileno, mostrando su supuesta historia ex-
cepcional como continuidad de la violencia mítica del Estado
y de la ley, también lo es el hecho de que no todo poema está
“abierto” de la misma forma a este histórico acontecer (acon-
tecer no del golpe sino de lo que éste desoculta). De ahí que

2.  Al menos dos serían los textos referenciales que dan cuenta de esta esce-
na neo-vanguardista y su relación con el golpe y sus consecuencias. Rodrigo
Cánovas, Lihn, Zurita, ICTUS, Radrigán: literatura chilena y experiencia autori-
taria, Santiago, FLACSO, 1986; y Eugenia Brito, Campos Minados. (Escrituras
post-golpe en Chile), Santiago, Editorial Cuarto Propio, 1990.

200
5. El estatuto filosófico del poema

podamos observar gestos irrisorios (La Tirana de Maqueira,


1983), desgarrados (Purgatorio de Zurita, 1979), iconoclastas
(La nueva novela de Juan Luis Martínez, 1977), irreverentes (La
poesía chilena de Juan Luis Martínez, 1978; Lihn y Pompier de
Enrique Lihn, 1978), vanguardistas (Para no morir de hambre en
el arte, CADA 1979), y monumentales (Anteparaíso de Zurita,
1982). Ya en Manifiesto de 19633, Nicanor Parra declaraba:

Señoras y señores
Ésta es nuestra última palabra
–Nuestra primera y última palabra–:
Los poetas bajaron del Olimpo.

Esta declaración resulta en extremo reveladora no solo


de su impronta rupturista, una impronta ya insinuada en sus
Poemas y antipoemas de 1954 y Versos de salón de 1962, sino
también de su giro desacralizador del lenguaje poético, el
que ha sido considerado paralelo a la poesía conversacional
de Ernesto Cardenal y que contendría una estrategia retórica
concernida con las formas de versificación y con los sortilegios
de una astucia heredera de la picaresca española, anclada en
un Chile profundo y rural y en una cierta apelación populista
a los ingeniosos saberes de la tierra.4 Lo que nos importa de

3.  Cito de acuerdo a Nicanor Parra, Obras Completas I & algo + (1935-1972),
Colombia, Galaxia Gutenberg, 2006, p. 143.
4.  Ver el estudio comparativo de Rosa Sarabia, Poetas de la palabra hablada,
Londres, Támesis, 1997. Ver también el reciente trabajo de Matías Ayala,
Lugar incómodo: poesía y sociedad en Parra, Lihn y Martínez, Santiago, Uni-
versidad Alberto Hurtado, 2010. El estudio de Ayala está tramado por las
tensiones entre poesía y sociedad y, en el caso de Parra, Ayala se atreve a
ponderar las diferencias entre un momento fructífero asociado con su Obra
gruesa (compilación sumaria que va desde 1954 a 1969) y con sus estrategias
coloquiales e irónicas, balanceadas con su apelación al lenguaje cotidiano
y popular; y un momento tardío en el que el poeta, víctima de su propio
personaje, desactiva la ironía característica de su pasado antipoético en una
producción de objetos (Cachureos) tibios y no elaborados: “Su trabajo con
el habla de la burocracia capitalina, con las voces populares y con el cantor
campesino –ingenuo y burlón a la vez– es posible que hayan sido suficientes
para creerse eximido, durante la dictadura, de algún trabajo literario más

201
Sergio Villalobos-Ruminott

este manifiesto, sin embargo, no es tanto su elaboración poé-


tica sino su política explícita, la que se hace ostensible en los
versos finales:

Nada más, compañeros


Nosotros condenamos
–Y esto sí que lo digo con respeto–
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso (146).

En ellos, además del uso irónico de la palabra “compa-


ñero” (palabra que marcará la épica popular del periodo in-
mediatamente posterior al poema), se declara una diferencia
insalvable con los “Grandes Poetas” nacionales, quienes, sin
ser nombrados, son aludidos inequívocamente: Huidobro, el
pequeño dios; Neruda, la vaca sagrada; Pablo de Rokha, el
toro furioso. Lo que mueve a Parra no es, aparentemente, la
necesidad de romper con las generaciones pasadas, motiva-
do por la “angustia de las influencias” (tesis psicologista que
alimenta la historia convencional de la literatura), sino la ne-
cesidad de devolver el poema a su gente, aterrizarlo y hacerlo
parte de la vida cotidiana de la tribu. Este recurso “populista”
y lárico, sin embargo, tampoco resucita románticamente la
imagen del Pueblo propia de las estéticas comprometidas,
sino que la fragmenta en un conjunto de ocurrencias de las
cuales su poesía anterior y posterior se alimenta. Gracias a
esto, Parra se mantendrá, en cierta medida, inmune a la iden-
tificación generalizada entre vanguardismo literario y polí-
tico, propio de los escritores comprometidos con la Unidad

complejo” (78), pero no para estar a la altura de los demás poetas que desa-
rrollaron un fino trabajo con el lenguaje durante dicho régimen. Aun cuando
compartimos el análisis general de Ayala, creemos que la traducción del Rey
Lear y Los sermones y prédicas del Cristo del Elqui (1977) junto a Los nuevos
sermones y prédicas del Cristo del Elqui (1979), todavía pueden ser leídos más
allá de este juicio terminal.

202
5. El estatuto filosófico del poema

Popular, apareciendo como un cínico e iconoclasta observa-


dor neutral. Manifiesto concluye así:

Contra la poesía de las nubes


Nosotros oponemos
La poesía de la tierra firme
–Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos—
Contra la poesía de café
La poesía de la naturaleza
Contra la poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo (146).

Sin embargo, más allá del gesto desacralizador, un gesto


que será posteriormente complementado con las ocurrencias
prácticas de los Sermones y prédicas del Cristo del Elqui, Matías
Ayala pareciera tener razón al observar en Parra una cierta
actitud conformista con su propia figura y una cierta restitu-
ción vanguardista de la antipoesía como forma invertida de
la “Gran Poesía” nacional. Su poética, para movernos hacia el
plano de los dispositivos de composición de sus textos y arte-
factos, no parece acusar recibo de la violenta herida infringida
en el lenguaje y en el imaginario social por la intervención
militar, no tanto por su declarada neutralidad política, cues-
tión siempre sospechosa en la escena nacional, sino porque
su relación a la temporalidad pareciera diferir del tiempo que
marca la historia factual (événementielle) del proceso político
chileno, anclándose en una suerte de largo plazo relativo a
las representaciones y creencias de la cultura popular. Así, sin
tomar partido de manera manifiesta, Parra deambula por la
institución literaria como un díscolo cantor que no puede ser
agrupado en ninguna escena oposicional, pues la clave de la
antipoesía es precisamente su desconfianza de todo progra-

203
Sergio Villalobos-Ruminott

ma, salvo el propio, esto es, su juego inversamente referencial


con la institución y el canon.
Por otro lado, Los sermones y prédicas del Cristo del Elqui
(1977, 1979) –un conjunto de intervenciones de un estrafalario
personaje epocal, hipotéticamente emitidas durante un pro-
grama de radio– también pueden ser leídos no solo como la
inscripción autográfica del yo poético en la deriva carnava-
lesca de la homilía radial, sino como emergencia de una sub-
jetividad liminar, ex-citada por la experiencia autoritaria que
funciona como marco general para la poesía del periodo, un
periodo profundamente marcado por el predominio de una
visión ultra-católica del destino nacional.5 En todo caso, la
hegemonía indisputada de este conservadurismo católico du-
rante la dictadura no contradice la orientación neoliberal de
su economía, gran obra de la dictadura –su legado; sino que
muestra la particular adaptación de la tradición conservadora
europea (desde Donoso Cortés hasta Carl Schmitt y el Opus
Dei) a los nuevos presupuestos de la antropología neoliberal
relacionada con el programa de los Chicago Boys, cuestión ma-
nifiesta en el paso desde la condición sagrada de la “persona
humana” a su conversión en “recurso humano” empresarial.
Por supuesto, no es que Parra remita las ocurrencias y
los “sabios” consejos de Domingo Zárate Vega, el Cristo del

5.  Este predominio del catolicismo no alude solo a la complicidad mani-


fiesta entre la Iglesia y el aparato estatal en la represión y en la propagación
de una violencia mítica y sacrificial en contra de la disidencia política, ni
a la expiación de la culpa y la consiguiente santificación de la revolución
neoliberal llevada a cabo por la sui generis derecha nacional, neoliberal en
lo económico y ultra-montana en lo cultural. El predominio del catolicismo
también tiene que ver, quizás de manera determinante, con la configuración
de una filosofía de la historia excepcionalista que justifica el presente de
acuerdo con la revelación de un destino providencial asegurado a la patria.
En este contexto y más allá de la obvia referencia a Jaime Guzmán, habría
que leer el trabajo de Pedro Morandé (Cultura y modernización en América La-
tina: ensayo sobre la crisis del desarrollismo y su superación, op. cit.), pues en él se
produce una formulación paradigmática del ethos católico como respuesta
“comunitaria” a las antinomias de la modernidad racionalista, identificada
con el nacional-desarrollismo inaugurado con los gobiernos radicales y pro-
fundizado durante el truncado gobierno de Allende.

204
5. El estatuto filosófico del poema

Elqui, a las coordenadas de la revolución neoliberal, sino


que su discurso radial parodia el predicamento cristiano que
fundamenta a dicha revolución en su versión chilena, dislo-
cando su referencialidad sagrada en una cotidianidad con-
vertida al sentido común, sin carecer de humor y sarcasmo.
Permítasenos referir el sermón VI:

Unos poquitos consejos de carácter práctico:


levantarse temprano
desayuno lo más liviano posible
basta con una taza de agua caliente
que el zapato no sea muy estrecho
nada de calcetines ni sombrero
carne dos o tres veces por semana
vegetariano soy pero no tanto
no cometa el error de comer mariscos
todo lo proveniente del mar es veneno
no matar un pájaro sino en caso de extrema necesidad
evitemos las bebidas espirituosas
un copa al almuerzo suficiente
siesta de 15 minutos máximo
basta con la pérdida de la conciencia
hace mal dormir demasiado.6

Es necesario, sin embargo, relativizar la misma relación


entre poema y lengua comunitaria, concediéndole a estos
Sermones y prédicas la circunstancial “habilidad” de haber
captado un estado histórico del habla nacional, pero un es-
tado histórico marcado por la brutalidad de la revolución
neoliberal, pues Parra nunca logró alcanzar (y nunca pareció
particularmente interesado en hacerlo) los tintes épicos que
caracterizaban el optimismo de aquellos identificados con “la
vía chilena al socialismo”. De hecho, Patricio Marchant con-
sidera que esta serie de poemas expresan un momento histó-

6.  Nicanor Parra, Sermones y prédicas del Cristo del Elqui VI, Obras completas II
& algo +, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011, p. 10.

205
Sergio Villalobos-Ruminott

rico de la sociedad chilena, momento marcado por la carestía


y la terrenalidad: “cumplimiento de deseo [deseo de Parra
de ser la voz de su pueblo], el Cristo del Elqui constituye el
lenguaje preciso de un cierto momento histórico de la tribu: el
lenguaje de la economía, de la economía vital”.7 En cuyo caso,
la lengua pública y el poema solo podrían coincidir una vez
que el mismo poema ha sido vaciado de su reflexividad, de su
conceptualidad, convertido en dieta minimalista y pragmáti-
ca. Lo que Parra hace con estos sermones, en otras palabras, es
develar el contenido económico del logos teológico, mostrando
la accidentada coyuntura dictatorial como lugar de plena con-
vergencia entre el reino y la gloria.
También se podría argumentar, sin embargo, que este
predicador, mezcla de apóstol cristiano y Zaratustra salitre-
ro, expone una forma de habla paródica que podría servir
de contraste con respecto al diagnóstico más o menos gene-
ralizado sobre el golpe como interdicción y arruinamiento
del sentido. Recordemos que la primera novela de Diamela
Eltit, Lumpérica (1983), mediante la configuración de un juego
cifrado de referencias, inscribe precisamente la problemática
represiva, urbana y de género en el montaje de una margi-
nalidad irredimible (lumpen) y una comunidad de referencia
(América). Lumpérica interrumpe toda narrativa; corta y mul-
tiplica los planos de sentido en una alusión cifrada a la crisis
histórica de la sociedad chilena, patriarcal y militarizada. Así
mismo, su “testimonio” El padre mío (1989), puede ser consi-
derado como un ejemplo no solo de experimentalismo formal
y neo-vanguardista, sino también como un registro de aquella
habla históricamente afectada, manifiesta en las elucubracio-
nes de un paciente psiquiátrico que en su confusión delata la
“honda crisis de sentido” de ese momento.8

7.  Patricio Marchant, Sobre árboles y madres: poesía chilena, 2 edición, Buenos
Aires, La Cebra, 2009, p. 329.
8.  Diamela Eltit, Lumpérica, Santiago, Ediciones del Ornitorrinco, 1983.
También, El padre mío, Santiago, Francisco Zegers, 1989. Se trata, en todo
caso, de un testimonio sui generis, totalmente heterodoxo con respecto a
las leyes de un género que en ese tiempo, tanto en Chile como en América

206
5. El estatuto filosófico del poema

En efecto, El padre mío está basado en entrevistas realiza-


das a un paciente esquizofrénico entre 1983 y 1985, en las que,
mediante una paradojización de la figura patriarcal y paterna,
se procede a dejar hablar a un personaje que muestra, en su
monólogo incoherente, el estado dislocado de la lengua na-
cional, poblada de fantasmas y alucinaciones, cuestión ésta
que hace imposible volver a traducir su desbaratado imagi-
nario a las claves emancipatorias y utópicas del pasado. La
lengua que habla el padre mío, más allá de su sin-sentido, ex-
presa la condición histórica de un “decir” desarticulado por la
violencia estatal. No se trata de un enrevesado barroquismo
estético destinado a superar la censura, sino de una profunda
adulteración sintáctica y semántica, síntoma inequívoco de la
desarticulación entre las palabras y las cosas en el contexto
dictatorial. En este sentido, el humor ameno y cotidiano del
Cristo del Elqui contrasta fuertemente con el tono melancó-
lico que caracterizaría a la lengua nacional, fragmentada y
desorientada, según nos muestra el trabajo de Eltit y su efecto
des-narrativizador.
Pero, si con Parra surge una parodización del tono Gran-
Señor de la poesía chilena, todavía es necesario pensar, al me-
nos, dos dimensiones de este problema; por un lado, ¿hasta
qué punto su antipoesía y su coqueteo populista con la voz de
la tribu terminan por restituirle una cierta funcionalidad a la
poesía, esto es, hasta qué punto su desenfadado tono depende
referencialmente del tono Gran-Señor de la poesía oficial? Por
otro lado, si es cierto que su estrategia anticipa la desarticu-
lación entre Poesía e Historia que el golpe confirmará bru-
talmente unos años después, entonces, ¿hasta qué punto su
poética acusa recibo de esa desarticulación o, simplemente, la
soslaya desde la cómoda posición de un testigo neutral? Más
allá de la oposición entre poéticas populistas y melancólicas,

Latina, comienza a adquirir un rol político fundamental en contextos de de-


nuncia contra la represión y la violencia militar (desde Tejas verdes de Her-
nán Valdés el 74 hasta Los zarpazos del Puma de Patricia Verdugo, el mismo
89, sin olvidar Me llamo Rigoberta Menchú, de Menchú y Elizabeth Burgos a
comienzos de los 80).

207
Sergio Villalobos-Ruminott

es cierto que Parra no parece compartir la averiada relación a


la temporalidad inaugurada con el golpe, pues sigue pensan-
do su inscripción como des-inscripción, a veces cómicamente,
otras irónicamente. Sin embargo, la pregunta que quedaría
pendiente tiene relación con el agotamiento histórico de la
ironía en el contexto de la indiferenciación entre crítica y
facticidad, indiferenciación que habría sido realizada con el
predominio de la globalización neoliberal y gracias a la cual
la misma antipoesía habría quedado convertida en un exótico
objeto de culto estetizante y en un “saber” inscrito en el curri-
culum de la universidad contemporánea. ¿Hasta qué punto
Parra queda atrapado en el “pastiche” de una poética de ges-
tos vacíos, un “aleteo” más en plena caída desde el Olimpo?
Más allá de estas interrogantes, sin embargo, nos interesa
mostrar cómo su poética anticipa el agotamiento del nombrar
monumental de la “Gran Poesía” chilena, una poesía que de-
berá esperar (después de la muerte de Neruda a pocos días
del golpe) hasta la aparición del Zurita de Anteparaíso y La
vida nueva (1994), para recuperar su vocación bautismal.

El nombrar teológico-poético

En una crítica precisa y devastadora, Carlos Pérez Villalobos


muestra el proyecto poético de Zurita, particularmente evi-
denciado con la grandilocuente edición-presentación de La
vida nueva en la feria internacional del libro de Santiago en
1994, como reedición de lo que hemos llamado esa “Gran
Poesía” nacional, sinécdoque del Long Poem criollo:

Es conocida la voluntad de los grandes poetas chile-


nos por producir un poema de programa ambicioso,
que funde por la palabra la geografía y la historia de
América. Ni a la Mistral ni a De Rokha les fue ajena
esta ambición. Pero es el Canto general, de Neruda el
que da prodigiosa realización a ese proyecto ecumé-

208
5. El estatuto filosófico del poema

nico. El trabajo de Zurita quiere ser un nuevo Canto


general, el canto general de los nuevos tiempos.9

Pérez Villalobos no apunta prioritariamente al mesia-


nismo fuerte que estructura la poética de Zurita y la orienta
hacia un concepto de justicia siempre diferido en un por-ve-
nir postdictatorial asegurado teleológicamente10, sino a la
incongruencia entre esa justicia proféticamente prometida en
el poema (particularmente en Anteparaíso) y la realidad del
Chile transicional, donde La vida nueva parece ser el canto que
festeja y consagra, de manera sensacional, la tímida demo-
cracia pactada que sucedió al régimen de Pinochet. Su crítica
apunta no solo al hecho, más o menos esperable, de su ca-
nonización postdictatorial, sino a la monumentalidad de sus
intervenciones poéticas y a la fastuosidad de sus ediciones.
Recordemos que la última parte de Anteparaíso contiene foto-
grafías de una serie de poemas que Zurita escribió en el aire,
en la ciudad de Nueva York, el año 1982. Asimismo, La vida
nueva contiene fotos de un proyecto de Land Art ejecutado en
el Desierto de Atacama (uno de sus tropos predilectos), el año
1993; coordinado por el Ministerio de Obras Públicas y aus-
piciado por Coca-Cola. En él se leía desde el aire la frase “Ni
pena ni miedo”, frase que define una cierta predisposición al
olvido y al duelo oficial, declarado jurídicamente a comienzos
del gobierno de Patricio Aylwin.
Sin embargo, esta grandilocuencia habría caracterizado
su poesía desde el principio y le habría permitido ocupar un
lugar central en la nueva escena cultural inaugurada con la
transición a la democracia, a principios de los años 90, pues

9.  Carlos Pérez Villalobos, “Transfiguración poética y transición”, Dieta de


archivo. Memoria, crítica y ficción, Santiago, Universidad ARCIS, 2005, pp. 68.
10.  Se trata de un mesianismo teológico, opuesto al atisbo derridiano re-
lativo a la mesianisidad débil (sin Mesías) propia de la hauntology que inte-
rrumpe y espectraliza la filosofía de la historia del capital (Jacques Derrida,
Los espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva inter-
nacional, Madrid, Trotta, 1998). Ver el lúcido comentario de Scott Weintraub,
“Messianism, Teleology, and Futural Justice in Raúl Zurita’s Anteparaíso”,
The New Centennial Review, Vol. 7, N 3 (invierno 2007), pp. 213-238.

209
Sergio Villalobos-Ruminott

“La vida nueva ya estaba prescrita en la nueva vida del poe-


ta”.11 (66). Así, la crítica de Pérez Villalobos repara en dos
elementos complementarios, uno sustantivo, si se quiere, y el
otro sociológico. El primero relativo a la mesianisidad fuerte o a
la condición teológica de la voz poética dominante en sus tra-
bajos; el segundo relativo al contexto de enunciación y a los
gastos de auto-representación asociados con la construcción
del sujeto poético público, a fines de la dictadura y en plena
transición:

Zurita como poeta-sacerdote es un calculado efecto


especial de la industria cultural de la familia chilena
(que erige su santoral en las páginas de este libro [La
vida nueva]), y su cántico de amor es la música inciden-
tal que ésta, hoy en día, necesita para fundar sacra-
mentalmente el domingo de su nueva vida, hecha de
autocomplacencias y olvidos.12

Consideramos que los aspectos relativos a su crítica so-


ciológica son inmejorables, sin embargo, en lo relativo a su
teología-poética, mucho más podría decirse. Roberto Bolaño
ya había hecho mofa, en su estilo habitual, de la convergencia
o copertenencia entre el vanguardismo estético asociado a la
escena chilena y los dispositivos tecnológicos de seguridad
implementados en plena dictadura, en su novela Estrella dis-
tante (1996). En ella, Carlos Wieder, un poeta chileno vanguar-
dista y asesino que escribe poemas en el aire con su avión de
procedencia alemana es también un “artista” de la tortura y
la desaparición de personas. Recordemos que Wieder, hacia
el final de la novela, después de escribir sus ilegibles poemas

11.  Pérez Villalobos, op. cit., p. 66


12.  Pérez Villalobos, op. cit., p. 71. Sin embargo, ya antes Zurita había
gozado de un caluroso reconocimiento en las páginas de El Mercurio, medio
de prensa de la derecha nacional, en la recepción favorable que Ignacio Va-
lente, paladín del fervoroso catolicismo de la cultura oficial durante la dicta-
dura, le brindó. Dicho reconocimiento no parece ser casual, pues Valente es
el nombre literario del cura Opus Dei José Miguel Ibáñez Langlois, autor de
un execrable panfleto anti-marxista y profesor de cabecera de los miembros
de la Junta Militar.

210
5. El estatuto filosófico del poema

aéreos, monta una exposición fotográfica en el departamento


de un amigo en Santiago, donde los asistentes, conducidos
enigmáticamente a un cuarto aislado, son expuestos a las imá-
genes de cuerpos destrozados en los calabozos de la policía
secreta chilena.13 La alusión a las acciones poéticas de Zurita
y del grupo CADA son muy explícitas y pueden ser remitidas
a la temprana relación entre tecnologías militares y disposi-
tivos artísticos cada vez más frecuentes desde comienzos del
siglo XX.
Así, en su libro Temblores de aire14, Peter Sloterdijk presenta
un contexto de inteligibilidad para el terrorismo estético y po-
lítico contemporáneo y para lo que él llama el atmoterrorismo,
un tipo de violencia relacionada con la guerra química y las
luchas por el control atmosférico que habrían alcanzado una
condición epocal a principios de la Primera Guerra Mundial.
El atmoterrorismo sería la versión desinhibida de la violencia
en cuanto elemento constitutivo de la racionalidad política
moderna, en la que se desarrolla su inherente voluntad de
diseño, desde el modelo de la República ideal y la Ciudad de
Dios hasta la configuración experimental de un parque huma-
no, genéticamente programado. Así, la invención de la nube
tóxica durante la Primera Guerra Mundial (en particular, la

13.  Algo similar ocurre en Nocturno de Chile (2000), donde la escena literaria
bajo dictadura se da cita, durante las noches, en la casa de María Canales
(Mariana Callejas), esposa de un oscuro personaje extranjero (Michael
Townly, agente de la CIA y asociado a los aparatos represivos de la dictadu-
ra). En aquella casa convergen, en una ironía que resalta la copertenencia del
vanguardismo estético y los dispositivos tecno-militares, la escena literaria y
lo más podrido de la seguridad estatal. El personaje central de la novela, el
cura Sebastián Urrutia Lacroix, poeta y crítico literario, firmaba sus reseñan
como H. Ibacache –alusión imperdible a Ibáñez Langlois– Valente. Pero,
más allá de los excesos sardónicos de Bolaño, interesa pensar el dispositi-
vo tecnológico (los aviones sobre Nueva York, los bulldozer en el Desierto
de Atacama) que habilitan el poema, sin caer en la oposición binaria entre
poesía y técnica, cuestión imprescindible para pensar la temporalidad del
poema después del golpe. Ver, Roberto Bolaño, Estrella distante, Barcelona,
Anagrama, 1996. También, Nocturno de Chile, Barcelona, Anagrama, 2000.
14.  Peter Sloterdijk, Temblores de aire. En las fuentes del terror, Valencia,
Pre-Textos, 2003.

211
Sergio Villalobos-Ruminott

producción y uso de las granadas de cloro y gas mostaza)


constituye un evento decisivo en la historia de la metafísica
occidental, pues de “ahí” en adelante, la guerra no solo será
un intento por exterminar al enemigo, sino una operación
orientada a controlar las condiciones ambientales y hacer que
este enemigo sea protagonista involuntario de su propia de-
vastación. De esta manera, la larga lucha por programar la
ciudad ideal habría llegado a un momento cualitativamente
superior, momento en el que los medios a disposición para
la dominación total convergen con los medios disponibles
para la crítica de esa misma dominación. No olvidemos que
Wieder hace manifiesto cómo los mismos aeroplanos usados
para bombardear la moneda, pueden ser re-utilizados para
escribir poesía en el cielo.
En su lectura, Sloterdijk descubre un cierto parentesco
entre la invención atmoterrorista y la emergencia del van-
guardismo estético contemporáneo, parentesco que se haría
obvio con la famosa conferencia-performance de Salvador Dalí,
el 1 de junio de 1936, en la Galería New Burlington, en Londres.
En ésta, Dalí se presenta al público vestido con un traje de
buzo, con escafandra soldada y pesados zapatos de plomo.
Sin embargo, alguien había olvidado conectar el oxígeno a la
escafandra, lo que derivó en una insólita escena en la que el
español movía sus manos desesperadamente, asfixiándose,
mientras provocaba la admiración de unos espectadores que
consideraban sus aleteos desesperados como parte de la mis-
ma escena surrealista. Sería esta confusión de planos lo que
hace de la confección artesanal de dicha performance, una in-
dicación de la “continuidad estructural” entre el rupturismo
estético y el horizonte atmoterrorista contemporáneo. El aleteo
de Dalí, entonces, pone en escena al vanguardismo estético
como inflexión del dispositivo tecnológico de la racionalidad
política occidental. Sloterdijk lo resume así: “quien escanda-
liza al burgués no hace sino profesión de fe de la iconoclasia
progresista”.15

15.  Sloterdijk, op. cit., p. 106.

212
5. El estatuto filosófico del poema

Zurita, sin embargo, más que escandalizar, quiere insta-


lar su poesía según un signo mayor e inolvidable, una marca
que dote al poema de un soporte de lectura capaz de superar
el opaco horizonte cultural bajo dictadura. Las estrategias
para la constitución de dicho soporte, más allá de las indica-
das por Pérez Villalobos relativas al ceremonial inmaculado
de su consagración, están relacionadas con aspectos interinos
a su poesía, aspectos de carácter sustantivo como la invención
de una voz femenina en la apertura de Purgatorio, la quema
de su mejilla, el ácido en sus ojos, la eucaristía constante de
su geografía, el paisajismo lárico como protagonista de sus
cantos en Anteparaíso y El amor de Chile16, y, quizás de manera
decisiva, una sacrificialidad cristiana que sobre-codifica todo
posible desgarro en términos de una redención asegurada en
el porvenir.
En este sentido, los ya mencionados trabajos de Cánovas
y Brito han desarrollado una lectura acotada de la poética de
Zurita, particularmente de Purgatorio y Anteparaíso, donde
se destacan, en el caso de Brito, la cicatriz en la mejilla como
inscripción de una tensión de género en Purgatorio; y en el
caso de Cánovas, un cierto discurso nacionalista que estaría
implícito en Anteparaíso y que funcionaría como un llamado,
avant la lettre, a la reconciliación, mediante un mecanismo de
transmutación bastante gratuito:

Anteparaíso rescataría la identidad de un sujeto cul-


tural a través de la figura de la “transformación en lo
contrario”: ante el abandono presente, se postula un
idilio futuro; ante el caos, una armonía “por-venir”, en
fin, ante la destrucción y la muerte, la resurrección y
el amor.17

Nos interesaría, en todo caso, profundizar un poco más


en la dimensión sacrificial de su poesía, una sacrificialidad

16.  Catálogo poético-turístico en el que se combinan poemas de Zurita con


fotografías de paisajes nacionales de Renato Srepel. El amor de Chile, Santia-
go, Montt Palumbo & CIA. Ltda. Editores, 1987.
17.  Cánovas, op. cit., p. 78.

213
Sergio Villalobos-Ruminott

cristiana que cumple una doble función. Por un lado, alegori-


za el desgarrado cuerpo de la comunidad nacional, sometido
a la tortura y a la represión; pero, por otro lado, en una refe-
rencia bíblica bastante obvia, alude al sacrificio del hijo (tanto
de Abraham como de Jesús), en cuanto condición ineludible
para la reconciliación de dicha comunidad. Zurita no es un
poeta-Dios, pero si un profeta que, como Abraham e Isaac a la
vez, se ofrece a sí mismo para ejecutar el ritual del sacrifico y la
resurrección. En este sentido, el poeta-Cristo, autoflagelado,
transforma su rostro en superficie donde el poema mayor, no
solo el escrito, sino el que compila toda la parafernalia que le
rodea, adquiere consistencia. Se trata, sin embargo, de una
consistencia engañosa, o si se prefiere, se trata de un sacrifi-
cio simulado que pavimenta su ascenso al cielo de la “Gran
Poesía” nacional.
En tal caso, la pregunta que se nos impone sería la siguien-
te: ¿hasta qué punto el simulacro de sacrificio movilizado por
su poética funciona como catecón que contiene y transmuta
la negatividad asociada con el flagelo dictatorial en un canto
que anuncia un porvenir luminoso? Lo que está en juego en
esto, y en toda la ineludible “grandeza” de la poesía de Zurita
es, precisamente, la dimensión teológico-poética que comple-
menta a la revolución neoliberal realizada durante el régimen
militar e institucionalizada durante la infinita transición a la
democracia: ¿hasta qué punto esta teología-poética del dolor
y del martirio, pero también de la esperanza y del amor, es
complementaria de la teología-política que posibilita el nuevo
orden constitucional en el país?
Así, la temporalidad del poema-Zurita supera dialéctica-
mente la tragedia asociada con el golpe y la transforma en la
energía que moviliza un canto natural, pastoral y mesiánico.
Se trata de una negatividad con reservas, esto es, subsumida a
la filosofía de la historia del capital, que parece interrumpir
las gramáticas del poder, pero solo para restituirlas en una
síntesis mayor, que recupera el proyecto de la “Gran Poesía”
nacional y lo expone como suplemento del excepcionalismo

214
5. El estatuto filosófico del poema

jurídico chileno. Permítasenos citar los primeros y últimos


versos del canto VIII de su Pastoral:

Despiértate, despiértate y mira al que ha llegado


despiértate y mira como han reverdecido los pastos
ellos no volverán a secarse ni crecerá la zarza
ni se mecerán sus aviones bajo nuestro cielo […]

Entonces despiértate, despiértate riendo que has llegado


Despiértate y desata las cadenas que te tenían atada
ya no volverás a cargarlas
ni llevarás más sobre tu cuello el peso de la vergüenza
Porque nuevamente nos hemos visto
y Chile entero se ha levantado para mirarte
¡hija de mi patria!18

Así, mediante la yuxtaposición de una escena amorosa


sobre el fondo opaco de la vida castigada por la represión
militar, surge el anuncio de una nueva vida reconstituida
en el despertar desde la tragedia. La catástrofe nacional evi-
denciada con el golpe queda convertida en un sueño que el
poeta más que inducir, como en la clásica metáfora órfica, está
llamado a despabilar. Despertar de la pesadilla es el objetivo
propuesto en estas líneas, cuyo mandato final es la reconci-
liación con la amada y con la patria. Por eso advertíamos de
una negatividad con reservas, porque el canto zuritano que
interrumpe la pesadilla opera, finalmente, como traducción
de la negatividad de la experiencia a un programa teológi-
co-poético donde se recupera la “Gran Poesía” nacional, junto
con la historia “excepcional” de la república. Sin embargo, si
la crítica de Bataille al problema de la muerte y el sacrificio

18.  Anteparaíso, p. 116, Cánovas lee precisamente este poema como ejemplo
de la transmutación zuritana: “la relación amorosa obra aquí como un pai-
saje emblemático más de ‘lo nacional’: la separación alude a una comunidad
chilena fragmentada y el encuentro final, a la reunión de esa comunidad
[…el poema marca el paso…] Del abandono al amor, de la patria traiciona-
da a su liberación” (76).

215
Sergio Villalobos-Ruminott

en Hegel apuntaba a las astucias del filósofo para evadirse


de la experiencia radical de la negatividad, superándola en
un gesto dialéctico conocido como aufheben, bien podríamos
decir que Zurita es un poeta cuasi-hegeliano pues la dialéctica
que moviliza sus cantos, más allá de sus juegos gramaticales
y sintácticos, es precisamente aquella que permite superar,
desde el simulacro de la tortura y la devastación, la desgarra-
da situación de la comunidad nacional. En este sentido, nada
importa que tan real hayan sido sus auto-inmolaciones pues
siguen estando articuladas a la biografía de un yo poético
auto-referencial y siguen apelando a un por-venir redimido
y fundado en la reconciliación. El sacrificio del poeta-Cristo
sublima la violencia ejercida sobre el pueblo de Chile, en
nombre de una tierra prometida que ha sido anunciada y san-
tificada con la sangre del cordero.19

Poesía, filosofía, universidad

Otra cosa es lo que plantea Patricio Marchant con su lectura


del golpe de Estado de 1973 como un golpe a la lengua. Para
él, precisamente es este suceso el que, más que inaugurar una
nueva etapa en la historia nacional, marca el declive sin re-
torno de, quizás, la última posibilidad de hacer coincidir la
escritura americana con su política. El carácter “devastador”
del golpe habría tenido que ver, entonces, no con una supues-
ta acontecimentalidad que inaugurase un nuevo periodo, in-
édito, en la historia de Chile, sino con su condición de pliegue
inscrito en el plexo de la historia regional. Así, el golpe como
repetición y catástrofe desoculta una temporalidad distinta de

19.  Georges Bataille, “Hegel, la muerte y el sacrificio”, La felicidad, el erotis-


mo y la literatura: ensayos 1944-1961, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008,
pp. 283-309. Para Bataille, la experiencia radical de la muerte y del sacrificio
mantiene a la literatura en el umbral de la narratividad, haciendo imposi-
ble que ésta subordine su “soberanía radical” a la soberanía del lenguaje,
de la comunicación. En Zurita, en cambio, la poesía accede al campo de la
literatura, precisamente como confirmación monumental de la soberanía
puesta en escena por la transformación dictatorial del país, transformación
confirmada por la llamada transición a la democracia.

216
5. El estatuto filosófico del poema

aquella que marca el acaecer cotidiano e irreflexivo de aque-


llos que precipitaron su ocurrencia y de aquellos que festejan
el supuesto retorno de la democracia. Marchant lee el poema
nacional (particularmente a Mistral y, luego, a Neruda) como
indicación de un tiempo distinto al tiempo circular del capi-
tal, un tiempo de duelo y “desolación”:

Sobrevivientes de la derrota de la única gran experien-


cia ético-política de la historia nacional –aquella que
se condensa, se revela y se oculta en el misterio de la
palabra “compañero”– contemplamos, lejanos, una his-
toria, la de ahora, que, si bien continuamos a soportar,
no nos pertenece, pertenece, ella, a los vencedores del
73 y del 89: los mismos y otros (ingenuos, demasiado
realistas o cínicos) apoyados, es cierto, todos ellos, por
un pueblo, ante todo, agotado. Otra historia, sin embar-
go, no nos es del todo ajena: poesía chilena, su nombre.
Historia, ésta que se mueve a otro nivel –que el nivel–
superficial es ese nivel– de la que, ahora, se presenta
como “historia “real” u oficial”. Y de la poesía chilena,
descubrimiento, en estos años, de la poesía mistralia-
na: como si ésta hubiera necesitado de la catástrofe
nacional para comenzar a ser entendida, en tanto ella
–en primer, indiscutido lugar– nos entrega, y así es,
los elementos para comenzar esta tarea ineludible: el
comentario –en todos los ámbitos de la estancia nacio-
nal– de nuestra catástrofe.20

Marchant, tanto es su libro sobre Mistral como en sus en-


sayos compilados bajo el título Escritura y temblor, traza una
imbricación fundamental entre universidad, filosofía y poesía
desde el punto de vista del pensamiento. Y aun cuando su lec-
tura de la poesía chilena está enmarcada por sus referencias a
la tradición cristiana (desde El retablo de Isenheim de Matthias
Grünewald hasta su interpretación de El evangelio según San
Marcos de Borges, o el poema La cruz de Nicanor Parra), cabe
señalar aquí una diferencia fundamental con el catolicismo de

20.  Patricio Marchant, “Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allen-


de”, Escritura y temblor, op. cit., p. 213-214.

217
Sergio Villalobos-Ruminott

Zurita. Para Marchant, la escena sacrificial remite a un origen


sin origen que desoculta, a su vez, la condición desterrada y
caída del habitar humano, un habitar que no se resolvería,
graciosa o cínicamente, con la transición (pues los vencedores
del 73 son equivalentes a los del 89). Se trata, por el contrario,
de una condición histórico-ontológica decisiva, que marca la
orientación pagana de su interpretación de la historia latinoa-
mericana; un paganismo, por otro lado, impensable desde la
poética bautismal de Zurita que tiende a restituir “el curso
normal de la historia” con la promesa de un momento de re-
conciliación y re-encuentro que nos aguarda más allá de la
deriva y del destierro. En este sentido, el de Zurita es un regre-
so distinto al de Mistral, no un regreso que nos ve advenir des-
nudos ante nuestro dueño, manchados como el cordero, de
matorrales, gredas, caminos, sino un retorno ufano, pletórico
de reconciliación y amor, seguro de sí e insoportablemente
optimista.
En efecto, a través de sus referencias a la escena psicoa-
nalítica húngara y francesa, Marchant concibe la figura del
árbol en Mistral como indicación de una cuestión mayor re-
lativa al histórico habitar de los pueblos americanos, huérfa-
nos de tierra y madre, arrojados al mundo y condenados a la
des-posesión de una lengua que, en su condición de préstamo
y don, los obliga a la permanente elaboración de su forma
de ser in-auténtica. Se trata de una forma de estar más que
de Ser, donde la ontología clásica y atributiva da paso a la
impropiedad y a la temporariedad constitutiva del ser como
siendo-ya-siempre-en-el-mundo-con-otros. Así, la poesía
para Marchant funciona como un lugar de inteligibilidad de
la condición hispanoamericana, una condición marcada por
la violencia (desde la Conquista hasta el Golpe y la transición)
y su reiteración. Es esa violencia reiterada la que caracteriza
a la historia continental como catástrofe, una catástrofe que
el golpe no inaugura sino que hace, nuevamente, evidente.
Sin embargo, no se trata, otra vez, de una condición priva-
tiva de lo americano, pues Marchant sabe de sobra dos cosas:
la profunda complicidad entre los pueblos de la orilla “os-

218
5. El estatuto filosófico del poema

cura” del mediterráneo, hijos del limo y del desierto, con los
pueblos americanos (de ahí sus referencias a Edmond Jabès y
su marranismo soterrado); y sabe que Europa se hace llamar
civilización mediante el forzamiento atributivo de su historia,
una historia también configurada violentamente, pero blan-
queada por un cierto “racismo espiritual”.21
Tampoco hay fonocentrismo en su interpretación de la
Unidad Popular, como si durante el gobierno de Salvador
Allende hubiese existido una correspondencia absoluta entre
el pueblo y sus nombres; por el contrario, el estatus de “única
gran experiencia ético-política” asignada a este periodo ten-
dría que ver con su carácter realmente excepcional en relación
a la historia chilena y continental, una historia caracterizada
por estados de excepción e intervenciones militares perma-
nentes, sobre el fondo acumulado del genocidio indígena y de
la mestización forzada.
Entonces, su recurrencia al poema tiene que ver con dos
cosas fundamentales: su necesidad de entreverarse con la
poesía chilena, don de la lengua y manifestación de nuestro
histórico habitar; pero también, su necesidad de resistir los
saberes epocales que, demasiado inscritos en el programa
“técnico-universitario”, no pueden esconder el optimismo
superficial que los lleva a entender el golpe y la dictadura
como un breve paréntesis, una interrupción menor en la larga
historia republicana del país. De ahí entonces que Marchant
distinga entre un tiempo poético relativo al habitar latinoa-
mericano y un tiempo marcado por el predominio de la ha-
bladuría (das Gerede) transicional, un habla sometida a la es-
pacialización de la temporalidad consagrada con la transición
y la globalización.
Por otro lado, si el golpe funcionó como un interdicto de
la lengua pública, como una expropiación de la fiesta asocia-
da con la Unidad Popular, también marcó un cierto silencio
y una cierta improductividad en su trabajo, silencio éste que

21.  Central su texto, “ ‘Atópicos’, ‘etc.’ e ‘indios espirituales’ (1989)”. Escri-


tura y temblor, pp. 371-414.

219
Sergio Villalobos-Ruminott

dará paso a su “obra” principal, Sobre árboles y madres (1984);


“obra” que será confirmada y continuada por la serie de ensa-
yos compilados en Escritura y temblor, dedicados al problema
del mestizaje, de la lengua, de la universidad y de la necesidad
de fundar un departamento de filosofía abocado a “pensar lo
simple”, esto es, a pensar el poema latinoamericano más allá
de los modelos curriculares asociados con el historicismo y
con el neokantismo. En este sentido, el postulado crítico de
Marchant, su definición del deber del intelectual negativo,
consiste en oponer la lectura reflexiva del poema al predomino
del nihilismo universitario (complementario del nihilismo de
la globalización-transición), precisamente porque dicho nihi-
lismo universitario está configurado por la traducción de toda
lengua madre a la lengua universal-universitaria, en cuanto
saber técnico y programático. Exigencia entonces de pensar
la poesía y de cuestionar no solo la lectura simbólico-identi-
taria de la Literatura (su distancia con Jorge Guzmán), sino
también la disposición disciplinaria de la Universidad, y en
ella, de la Facultad de Humanidades y del Departamento de
Filosofía, demasiado abocado a “los grandes autores y sus
obras fundamentales”:

Y son esas exigencias: con o como el trabajo teórico


europeo, verdadero trabajo y no ideologías, el traba-
jo de nuestro tiempo, pensar lo que es primeramen-
te real para nosotros: el español, nuestra lengua, y
Latinoamérica; y, como chilenos, pensar la poesía
chilena, poesía conceptual como pocas, regalo para el
pensar, que en ella se encuentran las ideas que en vano
se buscarán en los escritos de los profesores latinoame-
ricanos de filosofía.22

22.  Sobre árboles y madres, p. 108. La referencia central, mas no la única, es


al estudio sobre el pensamiento de Kant de Roberto Torretti. Por otro lado,
ese trabajo de “nuestro tiempo” al que alude una y otra vez Marchant está
asociado principalmente con su lectura de Heidegger, y junto a él, Freud,
Hermann, Abraham, Groddeck, Derrida, etc., de hecho es a éste último a
quien va dedicado su libro, como excesiva tarjeta postal.

220
5. El estatuto filosófico del poema

Habría que señalar, sin embargo, que este proyecto de


volver a conectar filosofía y poema, poesía e historia, queda
esbozado en su trabajo acotado a la Mistral, con algunas suge-
rencias generales a Neruda, Zurita y Parra, pero sin un desa-
rrollo sustantivo. A la vez, el mismo Marchant cuenta, en una
indicación autográfica central en Sobre árboles y madres, cómo
esta tarea, la de entreverarse con la poesía chilena, le habría
sido donada por su profesor Louis-Bertrand Geiger:

Y, aquí, necesidad de la inserción de un recuerdo per-


sonal: Montreal, 1962, mi primer maestro de filosofía,
Louis-Bertrand Geiger, neotomista y sacerdote –todo
en todo, diría Groddeck. Sus palabras: “Su deber es
estudiar lo que es grande en su patria, la poesía chi-
lena”. Regalo de un deber, de una exigencia, de una
fiesta que desprecié durante más de quince años de
vida universitaria...23

Sin embargo, Marchant todavía pretende estudiar la


“Gran Poesía” chilena, lo que ésta tiene de “Grande”, su
nombrar y su forma de conceptualizar lo latinoamericano.
Aquí yace, indudablemente, una paradoja, pues no estamos
hablando de una lectura sistemática y formalmente depurada
(¿pensar lo simple en lo grande?), sino de un pensar histó-
ricamente situado, esto es, inscrito como proyecto y como
demanda en una batalla bastante precisa por el destino de la
universidad. Se trata, en otras palabras, de una serie de inter-
venciones dirigidas contra el Discurso Crítico-Literario, pero
también, contra el Discurso Universitario, en vistas a una nue-
va universidad, es decir, a una nueva relación con el poema y
con su don: “nuestro” habitar y pensar. Aun así, necesidad de
reparar en esta valoración naturalizada: Marchant cuestiona
las lecturas convencionales de la “Gran Poesía” chilena y la-
tinoamericana, sin cuestionar suficientemente lo que le daría
a ésta su “grandeza”; cuestiona, en otras palabras, a la crítica
literaria y a la filosofía universitaria por no estar a la altura
del poema. La cuestión de fondo, en última instancia, es su

23.  Sobre árboles y madres, op. cit., p. 121.

221
Sergio Villalobos-Ruminott

llamado a desarrollar un pensamiento latinoamericano, una


filosofía concernida no con la repetición formal e irreflexiva
del curriculum universitario de moda, sino con la especifici-
dad histórica de un pensar que se manifiesta de manera pri-
vilegiada en la escritura americana, y en esta escritura, en los
grandes poetas. Como si la relación entre poesía y filosofía,
cuyo momento de consagración se encuentra en el trabajo de
Martin Heidegger sobre los grandes poetas europeos, fuese
una relación natural, de copertenencia y co-implicación.
La paradoja de esta formulación, para decirlo un tanto
esquemáticamente, consiste en el intento de entreverarse
reflexivamente, más allá del logocentrismo, con la poesía lati-
noamericana ascendida a la condición de logos sustituto, como
si el poema fuese una prótesis del origen sin origen de lo ame-
ricano. No tenemos filosofía, miseria de los departamentos
de filosofía y de los filósofos profesionales de este lado del
mundo, pero tenemos escritura, poesía. Necesitamos enton-
ces cuestionar dos cosas de este trabajo fundamental; por un
lado, el alcance de la homologación entre la “Gran Poesía”
latinoamericana y la escritura mestiza como clave de acceso
a “nuestra” forma de estar-en-el-mundo (deber de estudiar
“nuestra lengua”, el español americano); pero, por otro lado,
necesitamos interrogar la relación naturalizada de coperte-
nencia entre filosofía y poesía, toda vez que lo que se juega
en dicha copertenencia es una habilitación, aparentemente
todavía logocéntrica de lo no-europeo.

El monolingüismo del otro


En una reciente e insoslayable crítica a Marchant en la
que se problematiza la imbricación entre poesía, lengua e
“identidad”, tan decisiva para su trabajo, Andrés Ajens seña-
la como éste tiende a olvidar que el español latinoamericano
más allá de ser una lengua mestiza y alterada por el histórico
acaecer continental, es también una lengua hegemónica que
adquiere preponderancia gracias al olvido y a la negación de
otros pueblos y otras lenguas que no solo no han sido tra-
ducidas-asimiladas al castellano criollo, sino que prueban

222
5. El estatuto filosófico del poema

irrefutablemente una heterogeneidad radical ya no solo con


respecto al poema de la ley y su constitución, sino con respec-
to a la misma noción, todavía castiza, de poema en Marchant:

Latinoamérica se habla en castellano, (pero) en cas-


tellano latinoamericano [dice Ajens refiriéndose a las
afirmaciones de Marchant]. Por lo cual, si un aguayo
se habla en quechua y/o aymara, por caso, ¿vamos a
decir que en tal textil ya no (se) habla Latinoamérica?
¿O habría que decir que en tal entrelugar la identifi-
cación latinoamericana se hace trizas, falla o fracasa?
¿O aun vamos a estirar infinitamente el chicle náhuatl,
haciendo entrar toda diferencia por venir al container
latinoamericanista, sin puesta en cuestión y en juego
de la identificación tal?24

La pregunta es muy pertinente porque abre el poema a


una confrontación radical con la heterogeneidad latinoame-
ricana. Mejor aún, reconceptualiza el poema más allá del
castellano latinoamericano, para mostrarlo como una posibi-
lidad-imposibilidad articulada en el umbral de toda lengua,
pues toda lengua es siempre movimiento y resistencia, deve-
nir contaminado de sentidos que no pueden ser resueltos con
la teoría omniabarcante de la mestización lingüística con la
que Marchant leería a Neruda y a Mistral. El poema estalla,
acaece ya estallado y astillado, una vez rota la lengua de cris-
tal, después de la invención de América, y Ajens no intenta
encontrar el origen sagrado e incontaminado del poema la-
tinoamericano, sino mostrarlo como efecto inanticipable de
cruces y poblamientos múltiples que materializan la noción
de habitar en Marchant, sin caer en la reivindicación de una
sospechosa etno-poesía que le devolviera el sagrado fuego a

24.  La flor del extérmino. Escritura y poema tras la invención – de América,


Buenos Aires, La Cebra, 2011, p. 135. Las observaciones de Ajens apa-
recidas en este libro ya habían sido presentadas (aunque publicadas
posteriormente) en su contribución al volumen sobre Marchant editado
por Miguel Valderrama, Patricio Marchant. Prestados nombres, Buenos Aires,
Palinodia-La Cebra, 2012, con el título: “EX-AUTOS. Autógrafos para Patri-
cio Marchant”, pp. 113-129.

223
Sergio Villalobos-Ruminott

los dioses de un multiculturalismo decolonial y ramplón. Lo


que Ajens hace posible es, precisamente, una interrogación
de la hibrides salvaje latinoamericana y de la cuestión indíge-
na si se quiere, sin la necesidad de restituir el ídolo del ori-
gen y la autenticidad que caracteriza al enfoque decolonial
contemporáneo.25
En tal caso, no se trata de leer el aguayo quechua-aymara
o aymara-quechua desde un indigenismo tradicional, sino
de problematizar los límites del castellano latinoamericano,
distintivo todavía de la “Gran Poesía” nacional y regional,
pues estos límites serían contraproducentes para el núcleo
de la lectura marchantiana. Junto con esto, se trata de abrir
la misma definición de poema más allá de la heredada no-
ción de literatura con la que todavía se circunscribe, valora
y organiza el canon latinoamericano, pero no para incluir las
textualidades-oralidades indígenas en el archivo latinoameri-
canista, realizando así la fantasía de una representación trans-
parente, fundamentada en la ideología del archivo total, sino

25.  Recomendable para este punto es el prólogo de Alberto Moreiras a la


edición del libro de Ajens en inglés, pero más resueltamente su libro The Ex-
haustion of Difference. The Politics of Latin American Cultural Studies, Durham,
Duke University Press, 2001, donde se problematiza la reificación de cate-
gorías tales como mestizaje, transculturación e hibrides en el campo de los
estudios latinoamericanos, mostrando que la apelación a la diferencia étnica
y cultural tiende a quedar reducida a una identity politics oportunista. Así, la
noción hibrides salvaje intenta pensar esa heterogeneidad material latinoame-
ricana sin remitirla a las categorías identitarias propias de los estudios cul-
turales y decoloniales contemporáneos. Con esto, Moreiras abre una posibi-
lidad, en la que quisiéramos situar a Ajens, para un pensamiento abocado a
la democracia radical que solo es posible como superación del antropo-logos
de la metafísica occidental. En este sentido, nuestra lectura –presentada en
el capítulo anterior– del fin del Dichtung como fin de la copertenencia entre
Poesía e Historia, nos muestra al poema en su propia historicidad, esto es,
como fragmentación radical y heteróclita de la comunidad, una vez que el
vínculo entre el cantar monumental y la filosofía de la historia del capital
queda evidenciado como impostación circunstancial. La historicidad radi-
cal del poema, como ocurrencia acontecimental de un determinado decir
históricamente posibilitado, marca el fin de la filosofía de la historia, lugar
donde todo lo que el poema puede hacer –esa, su potencia– en indicar la
condición histórico-ontológica de la existencia como proliferación material
de-sujetada.

224
5. El estatuto filosófico del poema

para cuestionar la misma relación entre lengua y experiencia


poética más allá de la organización categorial del pensamien-
to universitario:

Ahora bien [continúa Ajens], en este castellano, en este


castellano latino o hispanoamericano en que se habla
Latinoamérica –no solo lo dice Marchant, también
Mistral y Neruda, Mitral que desaconseja alfabetizar
en quechua o aprender quechua porque, según ella,
no era lengua apta para la vida moderna, ni Neruda,
¿cómo olvidar?, que pensaba, escribía, que los con-
quistadores españoles se habían llevado el oro, los
lingotes, pero nos habían dejado el oro, la lengua, la
lengua castellana en que se habla Latinoamérica –¿de
qué mestizaje, de que escritura mestiza se habla?26

Es en este plano donde se juega lo más decisivo de la


intervención de Ajens, no solo, quisiéramos creer, en la obser-
vación sobre el límite del castellano criollo, ni en la recupera-
ción de las expresiones (orales, escritas, etílicas, figurativas)
poéticas del Aconcagua o del Nazca, sino en la posibilidad de
radicalizar sus preguntas, más allá de la denuncia al imperia-
lismo lingüístico de “la” Mistral o Neruda, y pensar el poema
como estallido de la lengua, esto es, como desarticulación
radical de la organización categorial de la experiencia. Pues
aquí es donde habría que llevar el programa marchantiano
de un pensamiento latinoamericano concernido con su his-
tórico habitar, no a la reivindicación del valor de su poesía,
de su “Gran Poesía” si se quiere, sino a la interrogación de
la disposición categorial-temporal del lenguaje como traduc-
ción, siempre en fracaso, de la experiencia. En este sentido,

26.  Op. cit., p. 134. Ajens incluso observa la mala traducción de Neruda
desde el quechua, en sus poemas del Canto General, como indicación no solo
de la ignorancia sino también del descuido, todo el irreflexivo, con respecto
a las tradiciones “poéticas” andinas. No se trata de corregir (ni co-regir) la
traducción, sino de mostrar su misma imposibilidad como posibilidad del
poema, un poema que ya no podrá ser inscrito en la “Gran Poesía” latinoa-
mericana y chilena, aun cuando muchos intenten hoy abastecer el archivo
latinoamericanista con más “novedades” andinas o mesoamericanas.

225
Sergio Villalobos-Ruminott

dos son los niveles en que se inscribe la sugerente observación


de Ajens: por un lado, la negligente falta de oído en Mistral,
Neruda y Marchant, para escuchar lo que se juega y lo que
se pierde en el español mestizo iberoamericano considerado
como “recurso natural para la expresión americana”; por otro
lado, necesidad de extremar la interrogación marchantiana
dirigida a la relación entre poema y universidad, cuestionan-
do radicalmente una cierta actitud natural con respecto a la
“Gran Poesía” chilena. Es el segundo de estos puntos el que
más nos interesa.
Lo que la interrogación de Ajens hace posible es, preci-
samente, una des-naturalización de la relación entre poesía
y pensamiento latinoamericano, haciendo evidente, a la vez,
cómo cierta filosofía de la historia, confirmada por la “Gran
Poesía” latinoamericana, seguiría operando en el trabajo de
Marchant, inadvertidamente. En otras palabras, lo de Ajens
no apunta a una crítica de la lectura filosofante del poema, à
la Badiou, sino a un cuestionamiento de las formas en que el
mismo concepto de poesía latinoamericana tiende a violentar,
porque traduce a una relación lineal y categorial, la condición
heteróclita del “poema” indígena. Sin embargo, resulta bas-
tante discutible sostener que el proyecto marchantiano coin-
cida con la agenda estatal modernizadora latinoamericana
asociada con el programa asimilacionista y con la ideología
del mestizaje, una ideología que en América Latina ha fun-
cionado bajo nociones tales como raza iberoamericana, raza
cósmica o identidad nacional. Lo que en Marchant queda sus-
pendido en una vacilación problemática, pareciera adquirir el
carácter de afirmación contundente en la lectura que Ajens le
adjudica.
A pesar de esto, las observaciones de Ajens no pierden
pertinencia ya que el “monolingüismo del otro” tiende a ser
un síntoma de la condición espiritual de la “Gran Poesía” oc-
cidental. Es decir, lo que se abre en esta discusión es relevante
para nuestro propio interrogar, pues, si es cierto que el golpe
sanciona un divorcio insalvable entre poesía y filosofía de
la historia (fin del Long Poem como canto confirmatorio del

226
5. El estatuto filosófico del poema

excepcionalismo jurídico, liberal-republicano, lugar en que la


Constitución de 1980 aparecería como el último gran poema
nacional en su propia auto-disolución), también es cierto que
las observaciones de Ajens muestran la imbricación entre la
poesía chilena y latinoamericana, y la filosofía de la historia
asociada con el progresismo liberal y el excepcionalismo
jurídico, ya desde la misma invención de América y no solo
desde el golpe, como efectos de una narración interesada, ali-
mentada no por una falsa conciencia ideológica o un interés
político criollo de integración y asimilación de las diferencias,
sino por un logocentrismo que inscribe sus determinantes en
un nivel aún más decisivo.
Así como la relación entre esa concepción, todavía, es-
piritual del poema y el “monolingüismo del otro” marca la
relación problemática, generosa y reflexiva, pero crítica, que
Derrida desarrolla con el legado de Heidegger, así mismo
habría que entender el espacio que se abre con las observa-
ciones de Ajens a la predilección de Marchant por el español
iberoamericano, y su “irreflexiva” asunción de la riqueza o
del “valor” de la poesía conceptual chilena.27
Por otro lado, las observaciones de Ajens, aunque “poe-
máticas”, no se hacen en términos sustantivos, esto es, desde
una tradición “alternativa” a la hispanoamericana, como si lo
suyo fuese un ejercicio de recuperación del canto a los dioses

27.  Jacques Derrida, Del espíritu: Heidegger y la pregunta, Valencia, Pre-tex-


tos, 1989. También, El monolingüismo del otro, o, la prótesis del origen, Buenos
Aires, Manantial, 1997. Este último texto es una conferencia en la que Derri-
da aborda la problemática relación entre lengua y nacionalidad, conferencia
en la que estaba presente Édouard Glissant, poeta-teórico fundamental
de la creolización (nada que ver con la criollización) como contaminación
radical y borramiento de todo origen incontaminado en la lengua y en la
cultura. Referencia ésta, fundamental para repensar la relación entre poesía
e historia. Así mismo, volviendo a Derrida como cifra central de las lecturas
de Marchant y Ajens, quizás sea pertinente sugerir la relación fundamental
entre el monolingüismo del otro y el mesianismo fuerte, en cuanto manifes-
tación de una irreflexiva homologación entre poema y filosofía de la historia,
tan notoria no solo en el proyecto mitopoético de Neruda y de la “Gran
Poesía” latinoamericana, sino también en Zurita y su noción de justicia
“transicional” (Futural Justice como nos ha dicho Scott Weintraub).

227
Sergio Villalobos-Ruminott

andinos, olvidados por el poema cristiano. Su libro fracasa,


triunfa porque fracasa, es decir, contiene el fracaso como mo-
mento decisivo de su planteamiento, un planteamiento que
no puede ser convertido en teoría, en narrativa, en idea, en la
medida en que, en cuanto planteamiento, habita un entre-lugar
incómodo y tumultuoso, donde se cruzan énfasis y acentos,
derivaciones y desusos que exceden la pretensión de unidad
de toda lengua (Derrida: la deconstrucción es la constatación
de que siempre hay más que una lengua, más de una). De una
u otra forma, con su problematización del “poema”, se com-
plejiza la relación entre lengua y temporalidad, hasta el punto
en que ya no es posible sostener la copertenencia entre poesía
y filosofía en los términos heideggerianos de Marchant.

El estatuto poético de la filosofía


Entonces, se trata de repensar la relación naturalizada
entre poesía y filosofía, tarea para la cual se hace ineludible
entreverarnos con la crítica a la edad de los poetas de Alain
Badiou, por todo lo que nos dice sobre las limitaciones del ho-
rizonte de pensamiento abierto por Martin Heidegger, y por
todo lo que nos atañe de ese entuerto, acá, donde pensamos el
estatuto filosófico del poema en el contexto de una disolución
radical del vínculo entre el poema de la ley y la ley del poe-
ma, es decir, del vínculo que ha hecho del poema un recurso
confirmatorio de la filosofía de la historia del capital, ya sea
en su versión progresista, ya sea en su versión liberacionista.
Badiou comienza su crítica constatando un cierto agota-
miento de la poesía para dar cuenta de la complejidad del
mundo, de la multiplicidad qua ser. La edad de los poetas sería
propiamente moderna y estaría articulada por ciertos aconte-
cimientos fundamentales que marcarían tanto su emergencia
como su declive final: la Revolución francesa, la Revolución
industrial, la Comuna de París y el Holocausto. En torno a
estos eventos históricos surge una cierta poesía “filosófica”,
concernida con el destino del ser y con las condiciones de
su habitar en un mundo abandonado por los dioses. De ahí
entonces el llamado giro heideggeriano (die Kehre), giro que

228
5. El estatuto filosófico del poema

se habría producido en los años 1930, una vez constatado el


fracaso de su hermenéutica radical del Dasein, para buscar re-
fugio en la poesía como sustituto de la filosofía. Así, los gran-
des nombres de la tradición filosófica serían reemplazados en
el texto heideggeriano por los grandes nombres de la poesía
(Hölderlin, Rilke, Trakl, Celan), pues con ellos sería posible
pensar la condición “sin medida” (sin dioses) del Dasein del
hombre, en un contexto marcado por el predominio de la téc-
nica como realización del destino metafísico de Occidente.
El fin de la filosofía, en su versión heideggeriana, coinci-
diría, según Badiou, con el reemplazo de las problemáticas
propiamente filosóficas por aquellas relativas a un nombrar
misterioso y experimental, donde la lengua se pone a prueba
como tentativa exploración de los laberintos de la existencia
desarraigada del ser, pues es el ser el que habla a través del
lenguaje y no el hombre como sujeto soberano del sentido. De
hecho, Badiou presenta la edad de los poetas como si se trata-
ra de una repetición del momento pre-platónico y sofístico en
que la mímesis poética desplazaba los rigores del concepto.
Así, mediante un canon bastante singular, configurado por
siete nombres de innegable relevancia (Hölderlin, Mallarmé,
Rimbaud, Trakl, Pessoa, Mandelstam y Celan), canon, por
otro lado, que no coincide plenamente con las predilecciones
de Heidegger (faltarían Stefan George, Rainer Maria Rilke y
los clásicos), se nos indica que el paso desde Hölderlin, voz
privilegiada de la romántica reacción a las asperezas del
mundo moderno, hacia Celan, poeta del sufrimiento final y
de la imposibilidad de dar cuenta del Holocausto (como si
Celan realizara lo que está contenido en la esencia del poeti-
zar de Hölderlin), es también el paso que marca no solo el fin
de la edad de los poetas, sino la posibilidad de des-imbricar
o, como diría el mismo Badiou, desuturar la relación entre fi-
losofía y poesía:

Por eso la única crítica fundamental a Heidegger


sería la siguiente: la edad de los poetas concluyó, es
necesario desuturar también la filosofía de su condi-
ción poética. Lo que quiere decir: la desobjetivación,

229
Sergio Villalobos-Ruminott

la desorientación no tienen porqué mantenerse hoy


enunciadas en la metáfora poética. La desorientación
es conceptualizable.28

La filosofía tendría como objeto la multiplicidad del ser,


cuestión que se hace pensable en determinadas situaciones.
El arte, el amor, la política y la ciencia serían así condiciones
generales para la filosofía, y en cuanto condiciones, en ellas se
haría inteligible el problema de la multiplicidad. Sin embar-
go, la relación entre filosofía y sus condiciones es extremada-
mente compleja producto de una cierta negligencia que opera
como olvido del rigor filosófico (rigor, todo él, platónico) y
como reducción de la filosofía a alguna de estas condiciones.
Esta reducción sería equivalente a una sutura, y entre algunas
suturas históricas ejemplares, Badiou menciona el marxismo
histórico (sutura política de la filosofía), el positivismo (sutura
científica de la filosofía) y el pensamiento heideggeriano con-
vertido en una nueva sofística (sutura poética de la filosofía).
La tarea filosófica se vería entorpecida, entonces, al ser deter-
minada por las problemáticas “regionales” emergidas desde
sus “condiciones”, cuestión que impide pensar la relación en-
tre ser y acontecimiento como irrupción de una multiplicidad
que cambia la inscripción de lo real.
Badiou, sin embargo, apunta no solo a este problema
lógico-ontológico relativo a la necesaria autonomía-hete-
ronomía de la filosofía y sus condiciones, sino que también
señala una cierta clausura empírica del poema relativa al
agotamiento de nombrar poético, nombrar metafórico y fi-
gurativo después del Holocausto (ironía de su similitud con
el decir de Adorno), y que se haría explícito en el encuentro

28.  Alain Badiou, Manifiesto por la filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión,
1989, p. 47. Badiou presenta parte de este polémico texto en el coloquio
dirigido por Jacques Rancière, La politique des poètes. Pourquoi des poètes en
temps de détresse?, Paris, Éditions Albin Michel, 1992, “L’âge des poètes”,
pp. 21-38. Texto seguido de una brillante respuesta por parte de Philippe
Lacoue-Labarthe, “Poésie, philosophie, politique”, pp. 39-63. El mismo
Lacoue-Labarthe desarrolla esta polémica más sustantivamente en su libro
(originalmente publicado el 2002), Heidegger, la política del poema, Madrid,
Trotta, 2007. Volveremos a esta intervención más adelante.

230
5. El estatuto filosófico del poema

entre Celan, el poeta judío de la catástrofe, y Heidegger, el


filósofo nacional-socialista alemán. Pues sería este encuentro
o desencuentro el que habría hecho evidente la imposibilidad
de mantener la relación, manifiesta en el estallido del poema
celaniano y en el “vergonzoso” silencio heideggeriano, entre
el nombrar poético y la aspiración del filosofar. De ahí en-
tonces la importancia de las matemáticas contemporáneas,
pues en ellas, en cuanto interrogación radical del ser (ciencia
del ser-en-tanto-que-ser), se habría avanzado más allá de la
sublimidad de la poesía. En otras palabras, Badiou recurre al
matema como superación del poema, esto es, a la asidua labor
de las matemáticas contemporáneas (especialmente a la teoría
de conjuntos), para trascender el “giro lingüístico” y, junto
con él, la teoría del límite y de lo “innombrable”.29
En efecto, en una “línea” que va desde Cantor y Gödel
a Cohen, las matemáticas habrían avanzado más allá de la
sublime experiencia de lo innombrable, haciendo posible, sin
caer en las paradojas de la representación, una concepción
radical de la multiplicidad, pensable, nombrable, según si-
tuaciones específicas, es decir, conceptualizable. Gracias a esto,
es posible percibir el carácter fuertemente secularizador de
la concepción matemática de la filosofía en Badiou, una secu-
larización que exhorta al misterio de la poesía a dar paso a
la claridad del concepto (el desastre blanchotiano se escribiría
entonces con números).
Sin embargo, ¿son las matemáticas una expresión ontoló-
gica en sí, o un derivado de la ciencia en cuanto condición de
la misma filosofía? Este es un problema delicado, pues si las
matemáticas son el lenguaje del ser, entonces no da lo mismo
pensar las matemáticas como filosofía que pensarlas como
ciencia. En el primer caso, las matemáticas, más que la poesía,
y en plena sintonía con un cierto “cabalismo” soterrado, pro-

29.  “El matema es aquí aquello que, haciendo desaparecer al Recitador, su-
primiendo su lugar de toda validación misteriosa, expone la argumentación
a la prueba de su autonomía, y por consiguiente al examen crítico, o dialó-
gico, de su pertinencia”, Alain Badiou, “El recurso filosófico del poema”,
Condiciones, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002, p. 85.

231
Sergio Villalobos-Ruminott

meterían un mejor acceso a la multiplicidad del ser en tanto


que ser, como si hubiésemos reemplazado el alemán como
única lengua metafísica moderna por los axiomas del plato-
nismo numérico contemporáneo. En el segundo caso, Badiou
estaría sustituyendo la sutura poética de la filosofía por una
sutura cientificista de nuevo cuño.30
Como sea, la afirmación respecto al fin de la sutura poéti-
ca de la filosofía tiene un carácter ontológico y no historicista.
Badiou piensa las matemáticas como un lugar donde la multi-
plicidad del ser no es solo pensable, sino conceptualizable, de
lo que se deriva una nueva expulsión de los poetas desde La
república (de ahí su reciente versión de La república de Platón).
La desuturación de la filosofía desde la poesía, en nombre de
las matemáticas, es entonces, también una política muy preci-
sa, una política de la universalidad y de la inteligibilidad del
concepto, más allá de la ficción, de la imagen y del relato:

La filosofía quiere y debe establecerse en ese punto


sustractivo en que el lenguaje se ordena en el pensa-
miento sin el prestigio ni las suscitaciones de la ima-
gen, de la ficción y del relato; donde el principio de
la intensidad amorosa, se desliga de la alteridad del
objeto y se sostiene de la ley de lo Mismo; donde el
esclarecimiento del Principio pacifica la violencia cie-
ga que la matemática asume en sus axiomas y en sus
hipótesis; donde, en fin, lo colectivo es representado
en su símbolo, y no en lo real excesivo de las situacio-
nes políticas.31

De lo contrario, la filosofía volverá a quedar suturada y


funcionalizada como argumento para una nueva onto-políti-
ca. La política de Badiou, en cualquier caso, pareciera oscilar
ella misma entre una restitución del sujeto (constituido en su
lealtad al evento), cuestión que exaspera el horizonte impolíti-
co del pensamiento filosófico contemporáneo, y la política de

30.  Como observaron agudamente Gilles Deleuze y Félix Guattari, ¿Qué es


la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 1993
31.  Badiou, “El recurso filosófico del poema”, pp. 90-91.

232
5. El estatuto filosófico del poema

la filosofía, esto es, una política interesada en una multiplici-


dad que siempre resulta excesiva (y substractiva, como diría
François Wahl), con respecto a cualquiera de sus posibles su-
turas.32 Es esto último lo que le salvaría de ser simplemente un
profeta tardomodernista de la voluntad y del sujeto soberano,
sin poder evitar que su trabajo sirva, a la vez, para fomentar
suturas militantes en el ámbito político y universitario. Pero
ahí, la crítica debería estar dirigida a sus usos y no a la com-
pleja arquitectura de su pensamiento. Nosotros, sin embargo,
quisiéramos repensar la relación entre poesía y filosofía en
el contexto del golpe y de lo que éste implicó para Chile y
América Latina, manteniendo en suspenso la desuturación,
interrogándola desde una concepción alternativa del poema
y del pensar que parecen ser desapercibidas por el argumento
secularizador de Badiou.
En concreto, aun cuando pensamos que el golpe habría
mostrado la articulación entre Historia y Poema como una
impostación abastecida por la filosofía de la historia del ca-
pital, eso no nos obliga a desechar el estatuto reflexivo del
poema en nombre de una universalidad axiomática derivada
de la teoría contemporánea de conjuntos como figuración nu-
mérica de la multiplicidad qua ser. Por el contrario, al aban-
donar dicha homologación, el mismo poema estalla (y con él,
la “Gran Poesía chilena”, su lengua de cristal) haciéndose evi-
dente que dicha multiplicidad es la condición misma de una
historia ya no sobre-codificada filosóficamente ni remitida a
la hipótesis del Dicchtung como nombrar esencial.

El coraje del poema

Algo similar observa Lacoue-Labarthe en su texto, “Poesía,


filosofía, política”.33 En él se hacen una serie de precisiones re-
lativas a la justeza y a la justicia del dictum terminal de Badiou,

32.  François Wahl, “Lo sustractivo” (Prefacio), Alain Badiou, Condiciones,


op. cit., pp. 7-47.
33.  Ya citada respuesta a “La edad de los poetas” de Badiou. Ver primer
capítulo de Heidegger, la política del poema, op. cit., pp. 29-48.

233
Sergio Villalobos-Ruminott

pues, según su autor, lo primero que habría que advertir es la


concepción restringida de poesía y de filosofía que comanda
la crítica realizada por el autor de El ser y el acontecimiento. En
efecto, su versión platónica de la filosofía resulta unilateral y
negligente no solo para determinar el estatus del pensamiento
heideggeriano, sino también el horizonte crítico inaugurado
con Kant como primer filósofo que, mediante una anamnesis
rigurosa, recupera la metafísica ab initio para someterla a una
crítica bastante particular. Si el poema, en cuanto relación a la
experiencia más allá de su reducción categorial, apunta al im-
ponderable efecto de lo sublime en la arquitectónica kantiana
–un imponderable sometido al tribunal del juicio y subordi-
nado al predomino de la razón, pero siempre indeterminable
y listo para ser llamado a terreno por la filosofía post-kan-
tiana–, la discordancia entre los poetas heideggerianos y los
poetas preferidos por Badiou sintomatizaría la reducción de
la poesía a una de sus versiones modernas, olvidando, entre
otras cosas, a los poetas clásicos y, junto con ello, la tensión
entre el Idealismo alemán y el Romanticismo, cuestión que
llevaría a Badiou a exagerar el gesto anti-poético del mismo
Platón, para encontrar un digno fundamento de sus sospe-
chas con respecto al heideggerianismo francés. Es esa exage-
ración, que va más allá del capítulo III de La república, la que
convierte a la intervención de Badiou en un ultra-platonismo
reactivo respecto del anti-platonismo que va desde Nietzsche
a Deleuze, y no le permite problematizar adecuadamente la
subordinación hegeliana del arte y la tragedia al saber abso-
luto, al espíritu develado, cuestión que constituiría la sutura
filosófica por excelencia del poema en la modernidad.
Por otro lado, mucho más podría decirse de la versión del
giro heideggeriano entregada por Badiou, sobre todo con la
publicación, en años recientes, de la Heidegger Gesamtausgabe,
donde se redefine la amplitud del trabajo destructivo del
alemán y la profunda relación entre las problemáticas de la
facticidad, de la vida, de la analítica existenciaria del Dasein y
del estatuto del poema en el contexto del nihilismo europeo.
Sin embargo, incluso reconociendo ésta como una tarea in-

234
5. El estatuto filosófico del poema

dispensable, quisiéramos enfocarnos ahora en lo que Lacoue-


Labarthe llama “la política” detrás de la desuturación de
filosofía y poesía:

Es esto [nos dice Lacoue-Labarthe], consecuentemen-


te, lo que me gustaría poner en juego aquí; la ligazón
de la poesía, la filosofía y la política. No tanto para
cuestionar el concepto de sutura, o de suturación, al
que considero operante, sino porque me parece que
la suturación al poema, tal y como la analiza Badiou,
como también la desuturación (platónica, por ejem-
plo), no concierne exactamente a la poesía; y menos
a la poesía en su exigencia estrictamente moderna.34

Lo que se juega en esta precisión es un mal entendido


que, no solo en Heidegger sino en la versión que el mismo
Badiou entrega del alemán, sigue confundiendo el acaecer
histórico del poema con la construcción filosófica del mito. Lo
que Badiou identifica como sutura entre poesía y filosofía, en
otras palabras, no le alcanza para identificar correctamente
el pensamiento inherente a la misma poesía, pues la poesía
piensa a pesar de que sea la filosofía la que declare un cierto
monopolio sobre el pensar, y a pesar de que sea esta misma
filosofía la que recurra al poema para encontrar un mito alter-
nativo del origen (un logos sustituto). Por otro lado, tampoco
Badiou alcanza a entender la exigencia de la poesía moderna,
exigencia que, según Lacoue-Labarthe, tendría que ver con
nombrar la imposibilidad de absoluto, resistiéndose así a dar
el paso que aproblema al horizonte romántico por excelencia,
esto es, el constituirse como lengua en la que se habla la tota-
lidad sin fisuras. El poema moderno, su exigencia, es esa tota-
lidad imposible, y en tanto nombre de esa imposibilidad, es el
lugar de una tensión, toda ella política, con cualquier intento
de suturación del poema a la filosofía de la historia, ya sea
la funcionalización lingüística de los románticos, la remisión
estetizante o religiosa de Schelling, la inclusión dialéctica de
Hegel o su conversión en sentencia originaria del ser.

34.  Lacoue-Labarthe, op. cit., p. 36.

235
Sergio Villalobos-Ruminott

Es aquí donde la crítica de Badiou a Heidegger resulta


demasiado “blanda”, pues, según Lacoue-Labarthe, aparte de
las imprecisiones señaladas, lo que se juega en la confusión
entre poema y mito es el lugar que la mitopoesis ocupa en el
pensamiento postkantiano y en el mismo Heidegger. Badiou
no alcanza a comprender el silencio heideggeriano frente a
Celan más allá de un fin “vergonzoso” de la filosofía, un fin
de lo que la filosofía tendría que decirle al poeta; pero lo que
estaría en juego allí, sería precisamente la apelación paradojal
de Heidegger al poema, una apelación que Lacoue-Labarthe
considera parte de una tradición onto-mitológica que deriva en
un cierto “nacional-esteticismo”. Así, el carácter contunden-
te del gesto rupturista propiciado por Badiou solo alcanza
a llamar la atención sobre la ligazón entre poesía, filosofía y
política, pero termina siendo contraproducente pues impide
avanzar en un programa crítico-deconstructivo de ese nacio-
nal-esteticismo y de su consiguiente onto-mitología, en cuan-
to política, errada indudablemente, que marcaría el horizonte
poético y filosófico moderno. De ahí la desconfianza con el
programa refundacional heideggeriano (y con el privilegio
del Alemán y su secreto vínculo con el nombrar originario),
pues Lacoue-Labarthe no se cansa de habitar el horizonte de
pensamiento abierto por el filósofo alemán, pero de manera
deconstructiva, mostrando las paradojas de su retiro desde
la metafísica del sujeto y su política todavía adscrita a la pro-
blemática del espíritu (su delicado monolingüismo), cuestión
evidenciada para su generación, como para la nuestra, por
los indispensables trabajos de Jacques Derrida. De lo que
se trata, en cierta medida, es de una crítica heideggeriana
de Heidegger. Pero también se trata de un desplazamiento
sutil del horizonte poético-filosófico articulado en los nom-
bres Hölderlin-Heidegger, hacia una relectura, al hilo de la
investigación benjaminiana, del romanticismo alemán, de su
concepto de crítica y del atisbo central de Walter Benjamin
sobre la prosa como poesía moderna, esto es, la prosa como con-
vergencia de escritura y filosofía, como verdad del matema:

236
5. El estatuto filosófico del poema

En todo caso [concluye Lacoue-Labarthe], siguiendo


a Benjamin, el matema no es lo “matemático”; es el
poema mismo, es decir, la prosa. ¿Porqué la filosofía,
o lo que quede de ella, debería “desuturarse” si, por
otra parte —aunque en el mismo movimiento— puede
comprometer –como testimonia el primer Benjamin—
una política diferente? ¿Y si la prosa –la poesía como
prosa—, quizás aún hoy en día, resulta ser “una idea
nueva en Europa”?35

Gracias a estas observaciones podemos nosotros volver al


problema que hemos ido tejiendo a lo largo de estas páginas.
Problema que tendría que ver no con la “novedad” de una
idea de poema que no pertenecería a la tradición europea, a
su fono-centrismo y a su racismo espiritual; sino, con una idea
de poema que descoloca la misma diferencia ontológica entre
Europa y América, para multiplicarla en una différance que se
hace ostensible una vez que la determinación ontológica de la
historia (la filosofía de la historia del capital), es confrontada
desde una ontología salvaje y no atributiva, de-sujetada de
cualquier jerarquía, diseminada en un ser sin SER, sin regreso
y sin domicilio, habitando el exilio de los nombres que pen-
den en el umbral de la imposible comunidad por venir. Si el
golpe, más que inaugurar una nueva relación entre poesía y
filosofía, más que ser un evento que las desutura a la una de la
otra, no es sino un acaecer que desoculta como ficción la pre-
tendida copertenencia de ambas, esto es, el destino poético de
la filosofía y el decir filosófico de la “Gran Poesía” americana.
Si esto es así, lo que habría estallado no sería el poema, sino la
lengua de cristal que insiste en convertirlo en una saga, un can-
tar pletórico, identitario, utópico, bautismal. Estalla el poema,
pues acaece ya estallado, trizado o diseminado, como un
phármakos que adultera todo logocentrismo y que se resiste,
por eso, a toda filosofía de la historia que pretenda traducirlo,
domesticarlo, dar cuenta de su existencia salvaje.
Estas serían las condiciones preliminares, no cabe duda,
para comenzar la lectura reflexiva del poema contemporá-

35.  Ibíd., p. 48.

237
Sergio Villalobos-Ruminott

neo, en su exigencia propiamente pagana, de-sujetada de los


dioses, “sin medida”; aleteando en el vacío de la existencia,
sin recurrir a ningún nombrar ancestral, a ninguna progenie
destacada. Aquí es donde habría que interrogar los objetos
poéticos de Juan Luis Martínez, en especial su Poesía chilena
(1978), constituida por la heteróclita reunión de unas banderi-
tas chilenas, una bolsita de tierra del Valle central y los certifi-
cados de defunción de los “cuatro grandes poetas nacionales”
(Neruda, Huidobro, De Rokha, Mistral), junto al de su padre.
Pero, más aún, la urbanidad afectada y exiliada de Gonzalo
Millán, la condición prosaica del verso de Elvira Hernández,
y tantas otras figuraciones poemáticas del periodo (la tirana,
la manoseada, lumpérica, etc.). Aquí es donde habría que re-
pensar ese libro imposible que es La nueva novela de Juan Luis
Martínez (1977), como suspensión de la traducción categorial
de la experiencia, un vez que esta experiencia ya no puede
ser devuelta a la organización poemática convencional, ni a
la tradición de la “Gran Poesía” conceptual chilena, no por su
falta de conceptualidad, sino por su resistencia a todo desci-
framiento teórico, crítico. En cuanto libro ilimitado, inscrito
y escrito más allá de la captura del lenguaje por el texto, La
nueva novela supondría una “nueva lógica del sentido”, ya
nunca más reconciliable con la metafísica representación de
la República chilena, pues tiene más de paradoja patafísica y
de absurdo que de discurso pletórico y fundacional.36
En una nota a pie de página, en medio de un texto de-
vastador de Sobre árboles y madres, Miguel Vicuña se pregunta
por el silencio de Marchant en relación a este libro imposible
de Martínez:

Causa extrañeza comprobar [apunta Vicuña] que una


obra aparentemente tan atenta a la “nueva poesía chi-

36.  Nuestra intención no es sugerir una lectura deleuziana de Juan Luis


Martínez, como si con ella se habilitara su estatuto filosófico. Sin embar-
go, una lectura tal no es solo posible sino que pertinente. Para tal efecto, el
muy recomendable artículo de Scott Weintraub, “Juan Luis Martínez y las
otredades de la metafísica: apuntes patafísicos y carrolianos”, Estudios 18:35
(Enero-Julio 2010), 141-168

238
5. El estatuto filosófico del poema

lena” como ÁRBOLES Y MADRES (téngase presente,


por ejemplo, las referencias que contiene a la poesía
de Raúl Zurita) no ofrezca ninguna mención del im-
portante libro de Juan Luis Martínez, La nueva novela.
Obra que en su título hace un guiño irónico al “nou-
veau roman”, bien que, en lo esencial, constituya una
ex-posición de las paradojas poéticas de la literatura y
del Libro, entendiendo a éste no solo en relación con
la mitología teológica del Libro, sino a la vez como
Volumen en el que se configuran unos espacios “topo-
lógicos” en virtud de los cuales el Libro se exhibe en su
presencia / ausencia.37

Y esta pregunta complementa y anticipa, en cierta me-


dida, las observaciones de Ajens en torno a la fijación de
Marchant con una cierta poesía chilena, esa que abastece al
mismo discurso del excepcionalismo chileno y que da pie a
una reivindicación del destino poético de la patria. Pues si
bien es cierto que Marchant no absolutiza ni lee convencio-
nalmente a Gabriela Mistral, si es cierto que es la tensión
entre violencia-violación y préstamo-don el cuadrante donde
se inscribe su lectura, y si es esa violencia generadora la que
destituye cualquier metafísica de la presencia relacionada con
la herencia cultural y con el legado lingüístico de la Conquista
y la devastación, todavía la pregunta por el fin del poema de
la ley (el excepcionalismo jurídico nacional) y por el agota-
miento de la ley del poema (el Long Poem criollo como confir-
mación del destino de América) resulta pertinente. Es decir,
todavía es necesario interrogar el horizonte abierto por el fin
de la hipótesis del Dichtung, pues lo que se deja ver ahí, lo que
se nos da para pensar, es el carácter salvaje de un habitar que
se manifiesta heteróclitamente, sin la rienda ni el catecón de la
“Gran filosofía occidental”, o de su sustituto, la “Gran Poesía”
chilena y americana.
La verdad del golpe, lo que su acaecer desoculta, es la
ruina de la filosofía de la historia del capital (Conquista, colo-

37.  Miguel Vicuña, “Una autobiografía fantástica”, Patricio Marchant. Pres-


tado nombres, op. cit., pp. 13-41.

239
Sergio Villalobos-Ruminott

nización, emancipación, fundación republicana, pacificación,


modernización, breves interrupciones, democratización,
integración a la economía mundial), es “aquí” donde habría
que leer el poema, como heteróclito acaecer que prolifera en
un presente que no puede ser remitido a esa filosofía de la
historia sin domesticarlo según la operación categorial de la
crítica convencional. Marchant dio un primer paso, induda-
blemente, en esta de-sujeción, pero la teología, como se sabe,
es hoy “pequeña y fea”, y sin dejarse ver, por todas partes nos
asecha.

240
6. CINE Y FANTASMAGORÍA BARROCA

El aparato cinematográfico monta tantas sensibilidades


como aparatos proyectivos anteriores o futuros que han
o que habrán existido. ¿Podemos pensar la estética y
la política eliminando desde el comienzo la técnica, la
tecnicidad de los aparatos?
Jean-Louis Déotte, ¿Qué es un aparato estético?1

Un filme es un conjunto de planos independientes.


Cuando vemos un filme de cuatrocientos planos no
vemos un filme, vemos cuatrocientos filmes
Raúl Ruiz, “Las seis funciones del plano”2

Formas de pensar la imagen

Haciendo un uso eficiente de una de las ideas fundamentales


de La sociedad del espectáculo de Guy Debord: “El espectáculo
es capital acumulado hasta el punto en que se convierte en
imagen”3, los miembros del colectivo RETORT (Iain Boal, T.
J. Clark, Joseph Matthews y Michael Watts), han publicado
recientemente una suerte de manifiesto destinado a llamar

1.  ¿Qué es un aparato estético? Benjamin, Lyotard, Rancière, Santiago, Metales


Pesados, 2012, p. 115.
2.  El cine de Raúl Ruiz. Fantasmas, simulacros y artificios, Valeria de los Ríos
e Iván Pinto (editores), Santiago, Uqbar, 2010, pp. 305-316. La cita está en la
página 305.
3.  Guy Debord, The Society of Spectacle, New York, Zone Books, 1994, p. 24.

241
Sergio Villalobos-Ruminott

la atención sobre la yuxtaposición del espectáculo, la proli-


feración de imágenes y las nuevas estrategias de poder esta-
tal-imperial en el contexto inaugurado por los atentados en
Washington y en Nueva York, el 11 de septiembre del año
2001.4 Dichos atentados habrían desocultado no solo la volun-
tad imperial norteamericana en el contexto de la Post-Guerra
Fría, sino la especificidad del poder mediático-capitalista-mi-
litar contemporáneo, un poder que sella el pacto de conviven-
cialidad mediante el uso sistemático de la imagen como forma
de persuasión y como instalación de la ambigua diferencia
entre Estados democráticos y Estados fracasados (failed States)
o canallas (Etats voyous), como los llamó Derrida.5
Lo que habría que destacar en este análisis, que extrema
analíticamente las hipótesis tempranamente formuladas por
Debord y que han adquirido una tonalidad paranoica en el
trabajo de Jean Baudrillard6, es la consideración de la imagen
como instancia fundamental en la articulación del poder con-
temporáneo, pero no solo en términos performativos, sino en
términos productivos, toda vez que la generalización masiva
del espectáculo se presenta como una forma inédita de capi-
talización de la experiencia en tiempos de satélite global y co-
municación tecno-tele-mediática. Quizás acá también resuene
un cierto tono “heideggeriano”, o incluso marcuseano, que
sospecha de la técnica (y de la tecnología) como manifestación
substancial de un devenir occidental orientado por el olvido
del ser y de los dioses, o por la alienación y la constitución de
un horizonte unidimensional de la existencia.7 Como sea, lo

4.  RETORT, Afflicted Powers. Capital and Spectacle in the New Age of War, New
York, Verso, 2006. Ésta es la segunda edición aumentada de un texto que
apareció el 2005.
5.  Jacques Derrida, Canallas. Dos ensayos sobre la razón, España, Trotta, 2005.
6.  Jean Baudrillard, Simulacra and Simulation, Ann Arbor, The University of
Michigan Press, 1994.
7.  De todas maneras, a pesar de la llamada vulgata heideggeriana como reac-
ción cuasi romántica a la tecnología o a la tecnificación, habría que advertir
la complejidad de la reflexión heideggeriana sobre la cuestión de la técnica
que, en principio, y más allá de las formulaciones sociológicas sobre la racio-

242
6. Cine y fantasmagoría barroca

cierto es que RETORT, sin necesidad de hacerse cargo del con-


cepto de simulacro elaborado por Baudrillard para denunciar
el pacto entre imagen, medios, tecnología y poder, apunta a la
misma configuración espectacular de los atentados del 2001,
configuración que no solo pone en escena la precariedad del
poder estatal norteamericano, sino la coyuntura precisa en
que dicho poder se reconfigura, post-hegemónicamente (más
allá de la función interpelante del discurso y del texto), para
inaugurar una nueva etapa de la razón imperial occidental
compatible con las características y exigencias del patrón de
acumulación contemporáneo.
En este sentido, la herida infringida por los atentados no
solo devela la precariedad del Estado nacional, sino la ubi-
cuidad de la violencia y del capitalismo actual como régimen
planetario y desterritorializado. Así mismo, el que la imagen
cumpla una función central en el orden capitalista actual nos
permite interrogar el espectáculo no solo como prolongación
natural de la industria cultural, tempranamente criticada por
la Escuela de Frankfurt, sino como un tipo de performance que
suplementa a la vieja función ideológica de la persuasión y
la búsqueda del consentimiento. El espectáculo deviene así,
puesta en práctica de un poder auto-referencial que no está
mediado por las formas de hegemonía tradicionales (consen-
so y pacto social), sino que se configura axiomáticamente. La
lógica de valorización contemporánea consistiría, de esta ma-
nera, en una permanente espectacularización de la imagen, es
decir, en una subsunción de las diversas formas de vida a la
condición de referente para un espectáculo que no representa
a la lógica del capital sino que la constituye. El espectáculo de
los atentados, las torres gemelas derrumbándose en llamas,
no puede ser sino la confirmación de la misma espectacu-

nalización del mundo de la vida y sobre la constitución de un horizonte ena-


jenado y burocratizado, apuntan a pensar la técnica más allá de la relación
medios-fines, es decir, más allá de la lectura instrumental-antropológica que
caracteriza a la mayoría de los enfoques críticos y etnográficos contemporá-
neos. Para una problematización alternativa y adecuada: Bernard Stiegler,
La técnica y el tiempo I. El pecado de Epimeteo, España, Hiru Argitaletxea, 2003.

243
Sergio Villalobos-Ruminott

larización de la política, pues, como nos diría radicalmente


RETORT: “no creemos que se pueda producir la destrucción de la
sociedad del espectáculo mediante la producción del espectáculo de
su destrucción”.8 Como si el horizonte del nihilismo contempo-
ráneo fuera esta misma imposibilidad de trascender la espec-
tacularidad de la historia subsumida a la imagen del capital, a
la imagen como capital.

***

Sin embargo, ¿hasta qué punto sería posible pensar la imagen


más allá de su función referencial, más allá de su conversión
en espectáculo? Si esto fuera posible, se trataría de un pensar
sobre la imagen que atendiera a la forma en que ésta inte-
rrumpe la lógica del capitalismo y no solo la confirma, como
si fuera su puesta-en-escena espectacular. Pero, ¿cuál sería el
estatus de esta imagen que suspende la soberanía de un es-
pectáculo mediático global y el espectáculo de una soberanía
post-estatal? Para abrirnos a dicha posibilidad necesitamos
abandonar el horizonte de pensamiento que piensa la imagen
como espectáculo o simulacro, es decir, necesitamos cuestio-
nar la dicotomía, constitutiva de la tradición occidental, entre
physis y techné, physis y episteme y, finalmente, physis y nomos,
pues en esta serie de oposiciones se afinca la tradición de
pensamiento filosófico concernido con la crítica y rechazo de
la tecnología, de la ideología, y de la anarquía. En otras pala-
bras, pensar la imagen más allá de la hipótesis del complot
y la manipulación, más allá de la ideología como lo opuesto
a la verdad, o como debilitamiento radical de lo real, y más
allá de su función soberana, exige abandonar estas oposicio-
nes y elaborar una nueva reflexión sobre las relaciones entre
imagen, técnica y poder, una reflexión no capturada por el
fetiche de la autenticidad (physis), de la verdad (logos) o de la
ley (nomos).

8.  RETORT, op. cit., p. 34.

244
6. Cine y fantasmagoría barroca

Quizás, el trabajo de Georges Didi-Huberman pueda ser


referido como ejemplo de una interrogación que no se limita a
concebir la imagen desde un punto de vista estrictamente re-
ferencial, ideológico o jurídico, como simple ilustración de un
sentido que se decide en otro lado, sino que apunta a una con-
cepción post-referencial, a una concepción de la imagen que
la remite al campo heterogéneo de las múltiples formas de
imaginación social, interrumpiendo así el continuum de la his-
toria en cuanto historia del poder, del arte o de la cultura. En
efecto, para Didi-Huberman la imagen-mariposa constituiría
el opuesto de la espectacularidad, pues en su infinito aleteo,
ésta escondería y dejaría ver una posibilidad incapitalizable,
a menos que se opte por la disección de la mariposa, es decir,
por la subsunción categorial de la imagen a los códigos cultu-
rales de una historia indefectiblemente convencional.9 En tal
caso, el aleteo de una mariposa, el momentáneo resplandor
de una luciérnaga, no son sino figuras de pensamiento que
problematizan la historia, en cuanto acontecer y narración, en
cuanto imagen y espectacularización:

La imagen se caracteriza por su intermitencia, su fra-


gilidad, su latir de apariciones, desapariciones, reapa-

9.  Georges Didi-Huberman, La imagen mariposa, Barcelona, Mudito & Co.,


2007. El antecedente directo para esta consideración sobre la precariedad
irrenunciable de la imagen se encuentra en las diferencias entre el mismo Di-
di-Huberman y Claude Lanzmann (director del documental Shoah, 1985) en
torno a la difícil representación del Holocausto. Para Lanzmann, la devasta-
ción y el sufrimiento interrumpen la posibilidad de una representación con-
vencional obligando a una elaboración indirecta que termina por suspender
la imagen y su desafectada circulación (de ahí las insuperables diferencias
entre su acercamiento documental al tema y la versión hollywoodense re-
presentada, por ejemplo, por La lista de Schindler de Steven Spielberg). Por
otro lado, atendiendo a unas fotografías clandestinas tomadas en Auschwitz
por unos prisioneros a cargo de los hornos crematorios, Didi-Huberman
considera que las imágenes, a pesar de estar siempre en-falta con respecto
al mudo dolor que evocan, siguen siendo irrenunciables como forma de
resistencia y rememoración de lo que ha ocurrido, es decir, como forma
de anamnesis que interrumpa el duelo forzado y el olvido negligente. Ver,
Georges Didi-Huberman, Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto,
Barcelona, Paidós, 2004.

245
Sergio Villalobos-Ruminott

riciones y redesapariciones incesantes. Así, pues, es


muy diferente pensar la escapatoria mesiánica como
imagen (ante la cual no podremos por mucho tiempo
hacernos ilusiones, porque desaparecerá pronto) o
como horizonte (que llama a una creencia unilateral,
orientada, sostenida por el pensamiento de un más
allá permanente, aunque sea a la espera de su futuro
siempre). La imagen es poca cosa: resto o fisura. Un
accidente del tiempo que lo hace momentáneamente
visible o legible.10

Pensar la imagen más allá de la noción de horizonte,


utopía, progreso o inclinación natural de la historia humana,
es pensarla en su precariedad constitutiva, en su “latir de
apariciones y desapariciones”; es decir, es pensar la óptica
no solo como desarrollo tecnológico de la evidenciación o
del desocultamiento (Descartes), sino como enervación y su-
plemento de la visión (Benjamin). Y es en este plano donde
la pregunta por el cine adquiere una relevancia innegable.
No olvidemos que las reflexiones de Didi-Huberman sobre
la imagen-intermitente están elaboradas en torno al trabajo
cinematográfico de Pier Paolo Pasolini y su afirmación acerca
de una cierta extinción de las luciérnagas. Es en la luciérnaga,
en su resplandor intermitente y en su clinamen, donde Didi-
Huberman encuentra el latir discontinuo que trastoca la es-
pectacularidad tecnológicamente soportada de un horizonte,
el progreso, como destino inevitable de la historia. Y es aquí
mismo donde importa tensar la relación entre imagen y capi-
tal para complejizar la teoría del espectáculo que tiende a fun-
cionar como un cemento que sella y cancela toda posibilidad
para una política distinta de las imágenes y de la imaginación.
Pero, ¿cómo pensar entonces una política distinta de las
imágenes, una política atenta a la imagen ya no como confir-
mación espectacular de un tiempo “homogéneo y vacío” sino
como “accidente del tiempo que lo hace momentáneamente
visible o legible”? ¿Sería ésta una política en el sentido con-

10.  Georges Didi-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas, Madrid, Aba-


da Editores, 2012, p. 67.

246
6. Cine y fantasmagoría barroca

vencional, una nueva imagen de la política o, por el contrario,


no sería acaso necesario pensar una política sin imágenes, una
política sin iconografía, una política, finalmente, impolítica?11
Y, sabiendo la complejidad abismal de este problema, ¿cómo
pensar el cine, en cuanto aparato distintivo de la espectacu-
larización de la imagen, pero también como interrupción del
mismo espectáculo?
Para avanzar más allá del espectáculo soberano y de la con-
siguiente denuncia del cine contemporáneo como producción
intencionada y culminación tecnológica de la ideología, necesi-
tamos sin embargo volver a la noción de aparato desarrollada
por Jean-Louis Déotte. Para éste, el cine funcionaría como un
aparato perspectivo fundamental de la cosmo-política con-
temporánea, precisamente porque se trata de un aparato que
es tanto constituido como constituyente de la relación entre
imagen y experiencia, relación que ya no puede ser descar-
tada desde el punto de vista de una crítica tradicional de la
tecnología o de la alienación como errancia del habitar en el
horizonte de la técnica.12 En un sentido bastante radical, el
trabajo de Déotte se constituye como disolución de la dicoto-
mía physis / techné, que sigue alimentando las desconfianzas
con respecto a la técnica en sentido epocal, o con respecto a
la tecnología como producción artificial de una segunda na-
turaleza que aliena y suprime un cierto remanente original o

11.  Traída recientemente al debate por Roberto Esposito (Categorías de


lo impolítico, op. cit.), la misma noción de impolítica no debe confundirse
con una renuncia nihilista y despreocupada del poder o de las lucha por la
emancipación, sino que apunta a una crítica interna a las tradiciones eman-
cipatorias modernas que siguen presas de la razón instrumental y sacrificial
que abastece, a su vez, al horizonte de la racionalidad política occidental.
Quizás el texto fundamental en esta línea sea aquel de Jacques Derrida, Po-
líticas de la amistad, op. cit. 1998, cuyo objetivo es, precisamente, la crítica de
la lógica partisana que subyace al concepto de lo político de Carl Schmitt.
Sin embargo, en el presente comentario al trabajo cinematográfico de Raúl
Ruiz intentaremos comprender el horizonte impolítico como si éste fuera
inmanente a su poética del cine.
12.  Jean-Louis Déotte, L’époque des appareils, París, éditions Lignes & Ma-
nifestes, 2004. También del mismo Déotte, ¿Qué es un aparato estético?,
op. cit.

247
Sergio Villalobos-Ruminott

auténtico de la existencia.13 Así, utilizando el famoso texto de


Walter Benjamin “La obra de arte en la época de su reproduc-
tibilidad técnica”, Déotte desarrolla una consideración sobre
el cine como aparato constitutivo de la experiencia contempo-
ránea, una experiencia no solo mediada por la tecnología de
la cámara y su capacidad de percibir más allá del ojo huma-
no, sino una experiencia ex-citada por esta mediación técnica
configuradora. El que la percepción mediada por el cine sea
ya una percepción ex-citada, descentrada del ego percibiente
y multiplicada en una transindividualidad articulada por el
ritmo de las imágenes mecánica y / o digitalmente reproduci-
das, conlleva una suerte de incorporación de la experiencia en
un cuerpo no reducible a la physis ni al organismo “natural”,
un corpus enervado y conectado más allá de la piel. Así, el
cine como aparato que configura y da forma a la percepción,
esto es, como aparato que media configurativamente y no
solo altera o corrompe un cierto substrato originario del mun-
do, implica un cambio no solo de nuestras experiencias de lo
visible y lo audible, sino un cambio en el modo mismo del
experimentar.
Obviamente, Déotte tiene una lectura muy particular de
Benjamin que no se demora en lamentar la “crisis de comu-
nicabilidad de la experiencia” o la “pobreza de experiencias”
características del mundo contemporáneo, gracias a la inven-
ción de la novela burguesa como fin del storyteller tradicional,
o a la guerra como evento puntual en la historia europea. Si es
cierto que la desaparición del narrador y la precarización de

13.  Aun cuando no podemos desarrollar este intrincado problema –proble-


ma que se relaciona con la onto-antropología identitaria, con las pretensio-
nes de originariedad y autenticidad, y con una lectura pendiente del barroco
como producción de una existencia larvaria (prótesis)– es necesario tener
presente una línea de pensamiento de la técnica que, más allá de la oposición
entre physis y techné, piensa la misma técnica como prolongación inorgánica
del cuerpo orgánico (Marx y los Manuscritos de 1844), como complejización
celular inherente al organismo (Lyotard y lo inhumano), como co-creación
de silex y córtex, herramienta y cerebro, bipedalismo y tecnología (André
Leroi-Gourhan), o como producción de una segunda naturaleza inherente
al mismo despliegue de la historia humana (Gilbert Simondon y el modo de
existencia de los objetos técnicos).

248
6. Cine y fantasmagoría barroca

la experiencia están marcadas por la consolidación del capita-


lismo y su agenda bélica, Déotte también lee en Benjamin una
problematización fundamental del cine como configuración
de un aparato que redefine la relación entre política y estética,
entre técnica y experiencia, más allá de la “vulgata adorno-hei-
deggeriana”, que encontraría cierto eco en las tesis sobre el
espectáculo total o el simulacro contemporáneo.14
De hecho, este desplazamiento desde el problema del
espectáculo hacia la consideración del aparato perspectivo y
transubjetivo resulta fundamental para responder a la crítica
de Jacques Rancière sobre un cierto determinismo técnico en
la lectura de la fotografía y del cine desarrollada por el mismo
Benjamin. Primero, porque la fotografía y el cine son artes
transindividuales (noción tomada de Gilbert Simondon) lo
que hace imposible restituir la diferencia entre objeto y sujeto
y, precisamente por eso, hace imposible entender el aparato
cinematográfico como una reducción de la experiencia estética
a su soporte técnico, pues no se podría distinguir, de manera
definitiva, entre tal experiencia y su soporte, como si se tratara
de una relación de exterioridad, una relación que de ser tal,
haría reingresar totalmente la dicotomía physis-techné. En otras
palabras, el aparato es concebido como mediador constitutivo
del aparecer, y no como sesgo que altera o corrompe un cierto
remanente natural, una cierta desnudez de la experiencia (de
la vida) que estaría “arropada” por el modo de su presenta-
ción técnica: “cuando una obra está tan perfectamente consti-
tuida por un aparato, su condición técnica desaparece”.15

14.  Ver el capítulo 3 de su libro ¿Qué es un aparato estético?, op. cit.: “Wal-
ter Benjamin, la cuestión de la técnica y el cine”, pp. 73-88.
15.  Déotte, ¿Qué es un aparato estético?, op. cit, 2012, pp. 53-54. Y esta im-
posibilidad de desnudez total no apunta a la lectura estándar del texto de
Benjamin sobre la violencia, en el que la vida aparecería como el objetivo
central de la violencia mítica del derecho, sino a las apropiaciones contem-
poráneas de esta desnudez (blosses Leben) en el campo de la filosofía política
(Agamben, por ejemplo). Por otro lado, la crítica de Rancière a Benjamin
aparece en su “Mechanical Arts and the Promotion of the Anonymous”, The
Politics of Aesthetics. The Distribution of the Sensible, New York, Continuum,
2004, pp. 31-34.

249
Sergio Villalobos-Ruminott

En efecto, si ya no es posible afirmar un estado de des-


nudez total, puesto que la existencia siempre está soportada
técnicamente, entonces no es posible tampoco “desvestir” la
experiencia de su mediación técnica. En cuyo caso, más que
víctima de un cierto determinismo mecánico, el Benjamin
que piensa la fotografía y el cine apunta al carácter configu-
rador de la cámara y del aparato cinematográfico en gene-
ral (prótesis o prolongaciones inorgánicas del cuerpo en un
corpus histórico complejo), los que pertenecen al orden de la
experiencia de manera substancial y no solo a unas ciertas
condiciones exteriores relativas a su circulación o reproduc-
tibilidad. De hecho, la pertinente crítica de Déotte a la lectura
de Rancière afirma que la misma expresión del desacuerdo no
puede sino estar ya mediada por un tipo específico de apara-
to, lo que marca un cierto límite en su formulación. Este límite
se traduce en el hecho de que la expresión del desacuerdo
tenga como condición de su existencia su propia audibilidad
e inteligibilidad. En tal caso, el desacuerdo, aun cuando solo
es posible como desactivación de la diferencia entre logos y
phoné, todavía supone una cierta universalidad común donde
su resonar pudiera tener sentido. No pensar esa universali-
dad (todavía kantiana) es no pensar la inexorable mediación
técnica de la experiencia, como si el desacuerdo fuese no solo
la expresión de un daño, una reivindicación de la parte de
los sin parte, sino también el grito que interrumpe el sentido
y cuya proveniencia le asegurara una cierta relación con el
substrato casi-nouménico e incontaminado de lo real. Para
Déotte, no lo olvidemos, el lenguaje es, ante todo, un aparato,
y como tal, media constitutivamente el desacuerdo como con-
dición de la política.16

16.  Déotte, ¿Qué es un aparato estético?, op. cit. De Jacques Rancière, El des-
acuerdo. Política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996. Todos estos te-
mas, que solo nos sirven para orientar nuestra lectura del cine de Raúl Ruiz,
recibirán, en un volumen posterior, debida atención; sin embargo, una vez
que el lenguaje mismo queda develado en su condición de aparato, la lectura
epocal de Benjamin como el teórico de la desapropiación y del exilio de los
nombres debe ser re-evaluada, precisamente porque la tarea del traductor no
en consiste devolverle la condición originaria o divina al nombre, perdida

250
6. Cine y fantasmagoría barroca

De todas maneras, lo que nos importa acá es su reflexión


sobre el aparato cinematográfico como configurador enervan-
te de una experiencia indirecta y transindividual, y no solo
como una industria cultural o como una práctica orientada a
producir plusvalía en la proliferación de simulacros y espec-
táculos tecnológicamente soportados. Es esta configuración
enervante y ex-citada de la experiencia y la misma cuestión
del aparato la que nos permiten pensar el cine como una
práctica reflexiva que, aunque no de manera convencional, es
también una práctica política. Sin embargo, esta política del
cine tampoco puede definirse en términos generales, pues,
como indica el mismo Rancière, existe una diferencia impor-
tante entre el carácter político del arte en general, o del cine
en particular y las pretensiones, todavía intencionadas, del arte
politizado. Con estas precisiones en mente, vayamos ahora al
contexto de discusión de nuestro libro y al trabajo fílmico de
Raúl Ruiz.

El cine impolítico de Raúl Ruiz

Nuestra interrogación no apunta entonces a un cine político


o militante declarado, comprometido con la emancipación o
con la puesta en escena de una cierta verdad histórica, sino a
una poética del cine pensada en los términos de una transfor-
mación cualitativa de la experiencia que indaga la dimensión
de lo político de forma no convencional: cine político no mili-
tante y no documentalista, es decir, cine impolítico que se dis-
tingue de las corrientes más o menos características del cine
contemporáneo con vocación de crítica social. Esta distinción
se nos impone a la hora de comentar el trabajo cinematográ-
fico de Raúl Ruiz, el recientemente fallecido director chileno,
pues se trata de un trabajo que difiere del cine militante, ale-
górico-nacional, comprometido con la liberación y la lucha
contra la opresión, sin que por esto sea un cine-espectáculo,
subordinado a los requisitos del entretenimiento y de la in-

en su extravío a través de los idiomas, sino en aceitar convenientemente el


engranaje del aparato lingüístico a disposición para dicha tarea.

251
Sergio Villalobos-Ruminott

dustria cultural. En última instancia, pensar el estatuto del


cine de Ruiz es pensar una poética del cine no subordinada a
la comunicabilidad del relato ni a la condición ilustrativa de
las imágenes, precisamente porque en su confección, en su
montaje, lo que está puesto en cuestión es el carácter instru-
mental del medio, algo así como la “concepción burguesa del
cine” para parafrasear el famoso atisbo benjaminiano.
En este caso, a pesar del carácter ilimitado de su reper-
torio, y sin siquiera considerar su prolífica obra escrita, pare-
ciera posible atender a una cierta tendencia que marcaría el
carácter de su poética, un cierto habitus material que lo distin-
guiría. Su forma de posar la cámara, de contrastar las secuen-
cias, de interrumpir las narrativas con tomas panorámicas y
descentradas, la aparente autonomía del relato con respecto a
los planos acústicos y visuales, y la innegable multiplicidad
de dichos planos como capturas independientes y alegóricas
de una totalidad imposible, caracterizarían su poética no solo
en su estado maduro, es decir, en relación a su producción
post-exilio –básicamente en Francia, Portugal e Italia–, sino
también aquella otra, confusa e indeterminada, relacionada
con sus comienzos en Chile. Aquí es donde habría que buscar
la posible relación entre películas tales como Tres tristes tigres
(1968), Palomita blanca (1973), Diálogos de exiliados (1974), La
hipótesis del cuadro robado (1979), En el techo de la ballena (1982),
Las tres coronas del marinero (1983) o, incluso, Cofralandes (2002),
Días de Campo (2004), y una de sus últimas obras basada en
las narraciones de Camilo Castelo Branco, Misterios de Lisboa
(2010).
No se trata, sin embargo, de sostener ni una continuidad
fuerte ni una coherencia sistemática, sino de delinear una
traza, la huella de una cierta insistencia en la condición expe-
riencial y experimental de la dirección, sin subordinarla a los
mandatos comerciales de las producciones contemporáneas
ni al compromiso con la verdad histórica como condición de
un cine politizado. Lo que agruparía sus obras en una cons-
telación heterogénea, regida por el principio inclaudicable de
la multiplicidad sería, entonces, su resistencia a subordinar

252
6. Cine y fantasmagoría barroca

el delirio de la imagen, su deriva constitutiva, a algún pre-


supuesto hermenéutico avalado en el principio aristotélico
del conflicto central; y todo esto no sería solo para invertir
la clásica relación jerárquica entre relato e imagen, sino para
emancipar la imagen de cualquier reducción narrativa.17
En este sentido, si el golpe de Estado de 1973 marcó el fin
de su estadía en Chile, empujándolo al exilio a comienzos del
74, tampoco pareciera pertinente atribuirle a dicho suceso el
carácter de un acontecimiento decisivo para la elaboración de
su poética, como si pudiésemos hablar de un Ruiz pre-golpe
y otro europeo (Raúl y Raoul), ajeno a las urgencias de sus
primeros proyectos. Por el contrario, la Unidad Popular y el
golpe aparecen una y otra vez, tanto en sus primeras pelícu-
las (La colonia penal, 1970-71; La expropiación, 1972; El realismo
socialista, 1973; Palomita blanca, 1973 –aunque editada y pu-
blicada años después–, entre muchas otras), como después,
en varias de sus producciones “europeas”, siendo Diálogos de
exiliados, 1974; y Memoria de las apariencias (La vida es sueño),
1986, dos ejemplos fundamentales.
Empero, una teoría general de su producción cinemato-
gráfica pareciera imposible y arriesgada, no solo porque sus
numerosos trabajos –a pesar de las abundantes retrospectivas
y los recientes homenajes póstumos– siguen siendo difíciles
de conseguir, sino también porque cada uno de ellos funcio-
naría como un objeto prismático, inagotable y multifacético.
A pesar de esto, proponemos comentar preliminarmente lo
que pareciera ser un síntoma que desoculta el habitus material
de su poética, es decir, una cierta inclinación a entreverarse
con la historia (con lo real), según un procedimiento que no
se acomoda a las claves convencionales ni de la ficción ni
del cine testimonial. El mismo Ruiz nos entrega las claves
de dicha poética cuando se distancia del modelo narrativo
convencional y de la subordinación de la heterogeneidad ra-
dical de la imagen a la secuencia unívoca de una “historia”
digerible o “entendible” por el espectador. Su poética, si se

17.  Programáticos en este sentido son sus volúmenes Poética del cine, Santia-
go, Editorial Sudamericana, 2000; y Poetics of Cinema 2, París, Dis Voir, 2007.

253
Sergio Villalobos-Ruminott

quiere, funcionaría como una alternativa a la sociedad del


espectáculo y a la espectacularización de la política, delatada
tempranamente por Guy Debord y los situacionistas y con-
firmada recientemente por la consolidación del complejo mi-
litar-financiero-espectacular del capitalismo contemporáneo.
Sin embargo, la estrategia de este distanciamiento no puede
confundirse con la postulación de una “política alternativa”,
una nueva “lectura” del mundo, todavía alojada al interior
del dispositivo moderno de la verosimilitud. La poética de
Ruiz no es una política en un sentido habitual, sino una impolí-
tica que se desmarca del horizonte de la filosofía de la historia
(del cine militante, liberacionista, de denuncia, etc.) para inte-
rrumpir el flujo domesticado de las imágenes ya subsumidas
al relato de la circulación de las mercancías (al espectáculo
como capital acumulado y convertido en imagen). Sus pelí-
culas son rigurosamente polisémicas, difíciles de comentar
para la crítica cinematográfica convencional, porque no dicen
“nada en particular”, sino que sugieren mucho sin darse a
leer desde algún lugar privilegiado. No se trata de películas
envasadas y certificadas por el estándar de la industria cultu-
ral, sino de regímenes de signos en caída libre (Demócrito);
suerte de atomismo materialista y monádico que lleva a fra-
casar a cualquier empresa hermenéutica.
Diríamos que dada su concepción compleja y heterócli-
ta de la temporalidad, su alteración de la narrativa lineal y
su teoría de los planos y de la imagen-tiempo-movimiento,
entonces, sus películas abocadas a la Unidad Popular y a la
dictadura, lejos de pertenecer al género militante, en el primer
caso, y al género de la denuncia o del testimonio, en el segun-
do caso, constituyen problematizaciones poco habituales de
la historia como una cuestión nacional, es decir, como una
cuestión acotada al evento catastrófico del golpe de Estado
de 1973. Su alejamiento o distancia de las estéticas militantes
y heroicas le ha deparado, más de una vez, críticas por su
cínico desenfado y por su aparente “afrancesamiento”, para
no hablar de su coqueteo con un esteticismo apolítico y so-
bre-elaborado. Sin embargo, es la condición impolítica de su

254
6. Cine y fantasmagoría barroca

propuesta cinemática la que quisiéramos formular como una


posible alternativa al concepto convencional de lo político,
cuestión que siempre complejiza las formas naturalizadas
de la identificación y de la interpretación. En otras palabras,
sostenemos que la fantasmagoría barroca característica de su
cine es también una clave central de su poética, orientada a
la interrupción de la circulación sin fin de las imágenes en el
capitalismo tecno-tele-mediático contemporáneo.

El punto ciego del espectáculo

Si el golpe de Estado de 1973 funciona como criterio de inter-


pretación referencial para leer la producción cultural chilena
de los últimos treinta o cuarenta años, éste no siempre funcio-
na de la misma manera. Así, por ejemplo, el registro más aca-
bado de los sucesos que llevaron a la intervención militar del
11 de septiembre de ese año lo encontramos en el documental
de Patricio Guzmán, La batalla de Chile, filmado en el último
año de la Unidad Popular y ensamblado definitivamente años
después, en el extranjero. De hecho, Carlos Pérez Villalobos
sugiere, en una escueta nota a pie de página de su libro Dieta
de archivo, la necesidad de contrastar el discurso epopéyico
documental de Patricio Guzmán, con el tono doméstico y tri-
vial de Palomita blanca, el film de Ruiz basado en la novela
homónima de Enrique Lafourcade, y ambientado en el mismo
periodo:

No es extravagante cotejar La batalla de Chile con


Palomita blanca, película filmada por Raúl Ruiz en 1973,
el mismo año en que Guzmán registra la Historia(!).
Parodiando las convenciones del género telenovela, el
relato idiota de la joven del cité popular enamorada
del joven rico del barrio alto, dentro del contexto san-
tiaguino del año 70, previa elección de Allende, sirve
a Ruiz para poner en escena la bambalina doméstica
e insignificante que la puesta en escena de la Historia
–su inscripción– disimula y borra. El trabajo paródi-
co de Ruiz con los dispositivos discursivos –la vida

255
Sergio Villalobos-Ruminott

alucinada desde el kitsch del culebrón– hace visible lo


impresentable, aquello sobre cuyo inadvertido oculta-
miento (bajo el signo épico de la Gran Marcha) se erige
el documental de Guzmán.18

Y es que la preocupación de Pérez Villalobos consiste


en determinar el tono narrativo con el que se da cuenta de
la historia, con el que se pretende fijar su ambiguo decurso.
Su acierto tiene que ver con hacer evidente una diferencia de
tono entre la domesticidad de Ruiz y la épica de Guzmán, y
en términos generales, entre el carácter militante y compro-
metido del cine oficial de la Unidad Popular y, posteriormen-
te, del exilio, y la propuesta de Ruiz que no siempre ha sido
bienvenida o fácilmente identificable como cine progresista,
político o revolucionario. En otras palabras, lo que se sugiere
es la contraposición entre la bambalina doméstica como taller
secreto de la historia y la representación épica y espectacular
de la Unidad Popular y del golpe, como lugares de visibilidad
absoluta. Así, las primeras imágenes que abren el documental
–y que de cierta manera cierran la historia– habrían quedado
inscritas en el imaginario nacional y continental con el peso
inexorable de una destrucción, el bombardeo de la Moneda,
que es una sinécdoque de la derrota del proyecto liberacio-
nista latinoamericano. La espectacularidad del bombardeo,
en este sentido, anticipa la espectacularización de la política
que, subsumida a una guerra de imágenes, ya no se cuestiona
el revés impolítico del espectáculo, sino que inscribe su mo-
numentalidad alternativa en ese mismo horizonte de sentido.
Sin embargo, el agudo comentario de Pérez Villalobos
pareciera aplicarse de mejor manera al primer volumen de
la Batalla de Chile y a su recepción en los festivales internacio-
nales, más que a la deriva traumática de su confección final,
montada en el exilio y prohibida en Chile hasta los años 1990.
Incluso, si se considera la cuarta parte complementaria, La me-

18.  Pérez Villalobos, “La edición de la memoria. La batalla de Chile, La memo-


ria obstinada y el caso Pinochet”, p. 18. En Dieta de archivo. Memoria, crítica y
ficción, Santiago, Universidad ARCIS, 2005, pp. 13-37.

256
6. Cine y fantasmagoría barroca

moria obstinada (1997), como tematización final de esta deriva19,


entonces, más que registrar la “Gran marcha de la historia”, lo
que el documental de Guzmán termina haciendo es el registro
traumático de un fracaso generacional cuyas consecuencias se
presentan no solo como amnesia, impunidad y olvido en la
post-dictadura chilena, sino como predominio de un modelo
neoliberal radicalmente opuesto a aquel defendido por los
anónimos protagonistas del documental, en un pasado para
siempre extraviado.
Cercano a la crítica de Pérez Villalobos se encuentra el
texto de Felipe Larrea sobre Diálogos de exiliados, que no solo
es la primera película de Ruiz en Francia, sino la primera en
abordar el tema del golpe y el exilio en clave, hasta cierto
punto, documental. Larrea destaca la crítica de Ruiz, su des-
marque de las estéticas sacrificiales del exilio, de la siguiente
manera:

Es que para Ruiz algunos militantes de la UP daban


ribetes épicos a un momento en el cual nada estaba
ganado, todo eso se reflejaba en la idea de documental
que se tenía en la época, en donde lo principal era lo
heroico, la gesta épica que se quería transmitir. Este
tono crítico de Ruiz no era para otra cosa que para ha-
cer ver el error estratégico y el peligro que podía existir
al convertir lo político en una cuestión estrictamente
estetizante (énfasis agregado).20

De esta manera, el trabajo fílmico de Ruiz se distanciaba


de la estética militante y de su concepción épica de la historia
y de la política, de tal forma que si el golpe había funcionado
como debacle de la Unidad Popular, entonces parecía imposi-
ble mantener ingenuamente una noción de pertenencia cuan-
do el plan llevado a cabo por la dictadura militar consistía,

19.  Recordemos que La memoria obstinada es una filmación abocada a captar


las reacciones de diversos públicos nacionales frente a la exhibición, por
primera vez, de La batalla, a fines de los años 90.
20.  Felipe Larrea, “Cuatro señas alegóricas. Diálogos de exiliados de Raúl
Ruiz”, p. 26. En: De/RotaR vol. 1, número 2 (Santiago 2009), pp. 25-35.

257
Sergio Villalobos-Ruminott

precisamente, en el desmontaje del Estado nacional (popular)


y en la implementación radical de una economía neoliberal
que terminaría por agotar las figuras modernas de la comu-
nidad y la soberanía territorial. Larrea, como muchos otros,
pone especial atención a la primera escena de la película,
cuando un inmigrante negro procedente de África le pregun-
ta insistentemente a otro inmigrante, presumiblemente de
Chile, de dónde viene, a lo que éste responde siempre “lejos,
más lejos”, cuestión que produce un efecto de des-identifica-
ción o indeterminación y que funcionaría como alegoría del
fin de la comunidad nacional.
En contraste con todo esto, Jacqueline Mouesca es su li-
bro Plano secuencia de la memoria en Chile21, señala una cierta
ambigüedad en las decisiones del director. Para ella, descon-
tando las innegables virtudes de su creatividad y estilo, ha-
bría una cierta indefinición en su propuesta fílmica que limi-
taría fuertemente el impacto y la potencialidad de su trabajo
y convertiría sus gestos en un código secreto para iniciados.
La observación de Mouesca no es banal porque se inscribe
en una larga cadena de acusaciones que denuncian un cierto
oportunismo en el cineasta, manifiesto en su “vuelta de espal-
da a la cuestión chilena” y en su “afrancesamiento”, lo que
le distanciaría de propuestas más fácilmente identificables
con el cine comprometido durante y después de la Unidad
Popular (Patricio Guzmán, Helvio Soto, Miguel Littín, etc.).
Si sus primeras películas muestran una cierta distancia
con la ética del compromiso –incluyendo aquellas cuyo tema
era precisamente político: La expropiación (1971), El realismo so-
cialista (1973); para no hablar de la película político-alegórica,
casi indescifrable en ese contexto, La colonial penal (1970); o de
aquella otra co-dirigida con Saul Landau, ¡Qué hacer! (1970)
de la que el mismo Ruiz renegó en varias oportunidades–;
sería con Diálogos de exiliados donde se radicaliza la ruptura
con el cine militante y con la comunidad chilena exiliada en
ese país, toda vez que esta película trata de manera irónica

21.  Jacqueline Mouesca, Plano secuencia de la memoria en Chile: veinticinco


años de cine chileno (1960-1985), Madrid, Litoral, 1988.

258
6. Cine y fantasmagoría barroca

la problemática del exilio, restándole a sus protagonistas el


tono sacrificial que los redimía en tan desesperada situación.
Mouesca recuerda, precisamente, que por el mismo perio-
do en que la película se presentaba en el cine Marais, en el
Olympia se organizaba un recital de música en apoyo a los
chilenos donde participaron Quilapayún, con su famosa can-
tata Santa María de Iquique, junto a Inti Illimani, los hermanos
Parra, mientras, en el fondo del escenario, una “brigada”
de pintores realizaba un mural que empezaba y terminaba
con el recital (José Balmes, Gracia Barrios, José García, José
Martínez).22 Esta anécdota marca una serie de desencuentros
entre las expectativas que generaba Ruiz por ser un cineasta
latinoamericano y, particularmente, chileno y el carácter atí-
pico de sus películas, que no cumplían con la cuota de realis-
mo mágico y de exotismo, ni menos con el tono martirizante
y denunciatorio que el público europeo, tibiamente solidario
del Tercer Mundo, esperaba. Quizás en la historia secreta de
estos desencuentros se halle un capítulo central del etnocen-
trismo contemporáneo, sin embargo, más allá de esto, lo que
está en cuestión aquí no es solo la indolencia de Ruiz frente al
problema del exilio, sino su desconfianza con las insistencias
y esperanzas del establishment cultural chileno, ahora diaspó-
ricamente distribuido por el mundo. Michael Goddard refi-
riéndose a Diálogos de exiliados, nos dice:

[L]o que la película demuestra como un tipo de crítica


prospectiva del exilio, es la imposibilidad y absurdo
de mantener las investiduras políticas del periodo de
Allende en la situación del exilio, como también los
fracasos de los intentos de formar alianzas entre la iz-
quierda chilena y la francesa debido a la incompatibi-
lidad de sus experiencias y modos de comportamiento
y acción. Todo esto lo hace, sin embargo, a una escala
micropolítica en la cual, como en las películas de Ruiz
del periodo de Allende, es a través de una atención
minuciosa a los detalles del habla, los gestos y los
comportamientos que una política irónica emerge,

22.  Mouesca, op. cit., pp. 122-123.

259
Sergio Villalobos-Ruminott

precisamente al mostrar cómo las buenas intenciones


políticas quedan varadas en el túrbido reino de la vida
cotidiana en las condiciones del exilio.23

De manera complementaria, para Malcolm Coad, el pri-


vilegio ruiciano por la vida insignificante, por la “bambalina
doméstica”, no solo se debería a una perífrasis irónica del dis-
curso militante, sino a la necesidad de redefinir la estrategia
política del cine que, en el periodo en cuestión, estaba total-
mente hegemonizada por una cierta “cultura Quilapayún” en
la que los elementos culturales populares eran tergiversados
desde una concepción romántica e ideológicamente hilva-
nados desde una cosmovisión redentorista del presente.24
Habría que recordar que antes de sus primeras películas, Ruiz
estuvo estudiando cine en Argentina y luego trabajando en la
televisión mexicana, en el área melodramática específicamen-
te. En cierto sentido, dicha disposición detallista y cotidiana
de la cámara es evidente en la forma en que el relato del exilio
es eximido de su condición dramática y adornado con las vici-
situdes y peleas de un grupo de exiliados que, poco claros res-
pecto de la situación histórica efectiva que atravesaba el país,
siguen elucubrando soluciones sensacionales y fantásticas.
Ya en Tres tristes tigres (1968), el objetivo aparente era
captar, mediante una entrometida cámara intimista, lo que
ha sido llamado la condición urbana y media de la chileni-
dad25, esto es, la condición intrínsecamente contradictoria
del chileno, manifiesta en las formas enrevesadas del habla
popular, que como casi ninguna otra variante del castellano

23.  Michel Goddard, “Escapando al realismo socialista”, p. 98. En: El cine


de Raúl Ruiz. Fantasmas, simulacros y artificios, Valeria de los Ríos e Iván Pinto
(editores), Santiago, Uqbar, 2010, pp. 81-99.
24.  Malcolm Coad, “Grandes acontecimientos y gente corriente”, El cine de
Raúl Ruiz. Fantasmas, simulacros y artificios, Valeria de los Ríos e Iván Pinto
(editores), Santiago, Uqbar, 2010, pp. 71-79.
25.  Destaca el estudio monográfico de Verónica Cortínez y Manfred Engel-
bert, La tristeza de los tigres y los misterios de Raúl Ruiz, Santiago, Cuarto Pro-
pio, 2011. Un volumen dedicado a desentrañar las claves de interpretación
y confección de Tres tristes tigres, la primera película importante de Ruiz.

260
6. Cine y fantasmagoría barroca

iberoamericano, se presta no solo para la poesía, sino para el


absurdo y la paradoja.26 Sin asumir la complejidad histórica
de esta forma de habitar en la lengua, podríamos argumentar,
ninguna reforma superestructural podía garantizar un cam-
bio efectivo, lo que convertía a su propuesta no solo en una
disidencia con respecto a las concepciones dominantes del
periodo, sino en lo que podríamos llamar una “crítica realista
del realismo socialista”.27 Sin embargo, la domesticidad inhe-
rente a Tres tristes tigres o Palomita blanca y todavía presente en
Diálogos de exiliados, no tiene una función etnográfica vulgar,
sino que marca una orientación atenta a los detalles y a los
gestos, a la economía corporal y a los sobre-entendidos que
traman de manera profunda los comportamientos sociales. Y
todo esto sería parte de la impolítica ruiciana, pues gracias a
este detallismo insidioso logra restarse de las construcciones
monumentales del Pueblo, del Exiliado y del Militante.
La atención puesta al cotidiano no debe confundirse, en-
tonces, con un intimismo precursor, avant la lettre, del dispo-
sitivo fascista del reality show, pues lo que éste parece buscar

26.  Ruiz, en sus conversaciones editadas en Chile, nos dice: “La idea es
muy simple, es casi un chiste, es que los chilenos hablamos un castellano
fracturado, doloroso, con una sintaxis sorprendente, que si uno piensa que
es una mezcla de dos idiomas, podría pensar que es posible. Pero es eviden-
te que los chilenos no hablamos el español mezclado con el mapuche, con
el huilliche, hablamos con un lenguaje hipotético. Es un lenguaje hipotético,
que es una especie de lo que en cine se llama el espacio en off [por ejemplo]
Se acerca una señora y yo le abro el paraguas y la señora me dice: ‘Puedo
refugiarme bajo su paraguas’. Yo le digo: ‘Por supuesto, señora’. Y ella me
dice: ‘¿Usted se llama Fernando López de Mulchén, no?’. Yo le dije: ‘No’. Y
ella me dijo: ‘¿Y por qué?’ (risas). Me refiero a este tipo de cosas”. Eduardo
Sabrovsky (editor), Conversaciones con Raúl Ruiz, Santiago, Universidad Die-
go Portales, 2003, p. 35.
27.  En este sentido, la película La expropiación (1971), con Jaime Vadell, Ne-
mesio Antúnez, Delfina Guzmán y Luis Alarcón, trata sobre un propietario
tradicional del sur del país y un funcionario de gobierno que lo visita para
expropiar sus tierras y repartirlas entre los campesinos; sin embargo, estos
campesinos se resisten a expropiar a su patrón con quien se identifican y
terminan por asesinar al ingeniero, quien resultó ser amigo de infancia del
propietario. Se trata de una historia contra-intuitiva que contradice la repre-
sentación heroica de los sujetos históricos en ese periodo.

261
Sergio Villalobos-Ruminott

incansablemente es el acontecimiento de la paradoja –tanto


como la paradoja del acontecimiento–, el momento en que
gestual, discursiva o visualmente aparece el fantasma que en-
turbia y desubstancializa el guión de la Historia. De la misma
manera, no se trata de reflotar un cierto criollismo identitario
en un cine obsesionado con dar cuenta del “chilenismo” o,
peor aún, de la “chilenidad”, pues su elaboración cinemato-
gráfica no solo se muestra distante de los presupuestos ónti-
cos de la tradición del pensamiento identitario, sino que su
propia concepción poética de lo real, fantasmagórica más que
ontológica, subvierte cualquier operación atributiva. En este
sentido, Diálogos de exiliados no solo le resta el plus de goce al
discurso sacrificial del exilio, sino que ironiza con la retórica
izquierdista y su heroicidad, y adivina la disolución radical
del proyecto de la Unidad Popular llevado a cabo por la inge-
niería neoliberal implementada por la dictadura de Pinochet.
Finalmente, para volver al problema planteado por Pérez
Villalobos, interesaría notar que en Ruiz no predomina un
tono melancólico o agraviado por los desastres de la histo-
ria. Si el problema de los ensayistas que emprenden el arduo
trabajo de hacer inteligible el pasado es “dar con el tono apro-
piado” para contarlo, en Ruiz hay una obsesión por captar
el momento atonal, el momento que desentona con respecto a
cualquier composición cultural, trastocando con esto la armo-
nía de las semejanzas y avanzando hacia un cine monadológico
cuyo soporte está en la multiplicidad de posibilidades que
constituyen lo real. Su “falta de tono” no es una carencia de su
propuesta fílmica, sino un efecto buscado por sus montajes,
mismos que tienden a sospechar de toda puesta en escena
sacrificial de la historia, de toda forma del espectáculo, inclu-
yendo el espectáculo de la destrucción. En este sentido, las
formas de paradojización de la pertenencia comunitaria y de
la identidad que marcan sus primeras películas, así como su
crítica micropolítica de las retóricas monumentales de la mi-
litancia y del compromiso, anticipan de manera manifiesta su
trabajo posterior, sus elaboraciones barrocas y sus hipótesis
acerca de la plurivocidad del sentido, de la virtualidad de lo

262
6. Cine y fantasmagoría barroca

real y de la realidad de lo virtual. Y por todo esto, podríamos


decir, hay un cierto humorismo en su trabajo, un humor, sin
embargo, metafísico, al estilo de Macedonio Fernández o de
Juan Luis Martínez, e incluso más, un humor que habita justo
allí donde la lógica del sentido queda evidenciada como una
simple atribución debida a la costumbre. La orientación pata-
física del cine ruiciano tendría que ver precisamente con esto,
delatar la condición artificial (barroca) de la realidad que es
siempre el producto de la costumbre, para relativizar el mun-
do y hacer que el espectador experimente una sensación radi-
cal de indeterminación. Esa es la clave de su poética, habitar
allí donde no hay Dios ni código, pues el sentido siempre sur-
ge de un encuentro casual o estocástico. Cine acontecimental
pero no arbitrario, surgido de la libre asociación atonal como
potencia de la imaginación insubordinada al juicio y a las re-
glas trascendentales del entendimiento.28

Fantasmagoría barroca

La relación entre cine y política entonces, lejos de ser au-


tomática, implica una serie de complejidades difícilmente
reducibles a un modelo ideal o estandarizado. No hay cier-
tamente una forma exclusiva de cine político que marque la
pauta de dicha relación, así como tampoco es posible pensar
en un cine absolutamente ajeno a la política, a sus énfasis y a
sus presupuestos. Más allá de las prácticas cinematográficas
militantes, del documentalismo comprometido y de las esté-
ticas neo-realistas abocadas a denunciar el crimen del poder,

28.  Si la patafísica es la permanente conversión en paradoja y aporía de


aquello que resulta caro al esquematismo de la razón, entonces, la condición
patafísica de la poética ruiciana radica en sus montajes inverosímiles tanto
como en su trabajo con la lengua, con las formas del habla cotidiana. Por
otro lado, la relación entre costumbre y asociación, tempranamente adver-
tida por Deleuze (en su trabajo sobre Hume), se vincula, de alguna manera,
con el trabajo de Alfred Jarry, lo que abre un horizonte problemático donde
habría que considerar la cercanía de Ruiz con Borges, Nicanor Parra, Lewis
Carroll y Juan Luis Martínez (especialmente, La nueva novela). Todo esto, sin
embargo, solo puede ser mencionado por ahora.

263
Sergio Villalobos-Ruminott

habría que pensar en la condición inherentemente política de


esta práctica toda vez que su asunto, aquello que la define, es
la relación entre imagen y sentido, es decir, la proposición de
una experiencia mediada y constituida por un aparato pers-
pectivo fundamental de la época contemporánea.
En tal caso, habría en el cine una cierta lógica del sen-
tido que no sería reducible a la dimensión comunicativa e
instrumental y que no se agotaría en la función referencial o
ilustrativa, un cierto plusvalor incapitalizable que no se pre-
senta de manera explícita, sino como un hacer práctico y ya,
por eso mismo, un hacer que pone en cuestión, reinventando
permanentemente, el sentido habitual de lo político. Más im-
portante que hacer cine político, en este sentido, sería “hacer
cine políticamente”, de ahí que el cine de Ruiz nada tenga que
ver con una renuncia nihilista a las estéticas militantes, ni mu-
cho menos con una afirmación esteticista del art pour l’art. Es,
en la fantasmagoría barroca de sus alambicadas filmaciones,
donde mejor se manifiesta dicha lógica del don de la imagen
y de la imaginación.29
De ahí también que la poética del cine de Ruiz pueda ser
concebida como una negación de toda coherencia terminoló-
gica que pretenda anticipar la experiencia fundamental de ver
sus películas, pues ver sus películas implica una experiencia

29.  La noción de fantasmagoría intenta, por un lado, suspender el criterio


instrumental que ve en el cine una narración orientada solo a la comunica-
ción, que lo ve, en última instancia, de manera ilustrativa; y por otro lado,
suspender aquel otro criterio que ve en el cine experimental una trastocación
del sentido, todavía intencional, modernista o vanguardista. La fantasmago-
ría se refiere entonces a una relación con el sentido interrumpida, indirecta,
dorsalizada, inadministrable, similar al choix sin sujeto ni genio creativo del
ready-made duchampiano. Quizás esta sea la forma de interrogar la relación
entre técnica y experiencia, mediante la configuración post-aurática de una
figuratividad que no nos atrapa de frente, que supone esa experiencia in-
directa del espectador moderno de la que hablaba Benjamin en sus textos
sobre el cine y sobre el flâneur, y que, siguiendo a David Wills, llamamos
dorsalidad, pues el fantasma, lo que estando ahí no constituye (metafísica de
la) presencia, siempre llega por la dorsal, de lado y de manera casi intem-
pestiva. David Wills, Dorsality, Minneapolis, University of Minnesota Press,
2008.

264
6. Cine y fantasmagoría barroca

sui generis derivada de la condición laberíntica y heterocró-


nica de sus tramas, de sus montajes y juegos de planos y
contraplanos, de su experimentación con la fotografía y la
música, de su particular dirección actoral y de su capacidad
para construir el guión in medias res.30 Su cine terminaría
involucrando al espectador y convirtiéndolo en un agente
participante de la elaboración de dicha poética, opuesto al ca-
rácter receptivo del público convencional, abarrotado por la
solidez del espectáculo y subsumido a las moralejas del relato
o a las intensidades de su puesta en escena –como si la expe-
riencia del cine fuese solo evocativa y siempre a posteriori,
un ejercicio reconstructivo organizado coherentemente desde
un “después” subjetivo. Su cine entonces demanda un espec-
tador cómplice, inscrito en medio de la escena, partícipe de
su lógica, anterior al guión y con la capacidad de perderse y
des-interesarse (dormirse) por la linealidad de la historia para
habitar cualquiera de sus meandros secundarios.31 Por todo
esto, su poética des-automatiza la función narrativa e ilus-
trativa del cine contemporáneo, particularmente del modelo
americano definido por la tesis del conflicto central, y hace
posible una relación con la imagen que tiende a interrumpir
su circulación naturalizada. Sus películas no son, por lo mis-

30.  José Román: “‘El guión lo hago al final’: declaraciones de Raúl Ruiz a
José Román”, Enfoque 7, 1986, 37-41.
31.  Revelador, por lo mismo, resulta el hecho de que la recepción hecha por
la crítica norteamericana a la película La vida es sueño, estrenada en Nueva
York a fines de los años 80, repare no solo en la calidad indesmentible de su
propuesta (una mezcla de Resnais y Buñuel, con un toque de Godard), sino
en el efecto adormecedor de su bastante exigente montaje: “La vida es sueño
es, en adición a algunos momentos brillantes, interesante desde el punto de
vista técnico. Pero hay momentos incluso en las secuencias mejor intencio-
nadas cuando una siente que se va quedar dormida” (Jami Bernard, “Wide
Awake in the Land of Dreams”, New York Post, Weekend, Friday, diciembre
30, 1988); o “La vida es sueño tiene como requisito cabecear. En efecto, la au-
diencia representada en la película –mitad fascinada, mitad roncando– pa-
rece ser una parodia de la misma audiencia que tiene Ruiz en sus películas”
(J. Hoberman, “Beautiful Dreamers: Clockwise from Left, Life is a Dream, Le
Doulos, and Horse Thief”, The Village Voice, New York, diciembre 01, 1988).
Por supuesto, lo que tendríamos que pensar a cabalidad es el estatus de
dicho aburrimiento, más allá de las convenciones del cine comercial.

265
Sergio Villalobos-Ruminott

mo, ni buenas ni malas, ni entretenidas ni muy sofisticadas,


sino que indecisas y alambicadas: demandan del espectador
una actitud distinta, no la pasividad del entretenimiento sino
la predisposición casi detectivesca de alguien que debe “tra-
bajar” para organizar el mundo. Se trata de un cine difícil, sin
concesiones, una práctica que deja en evidencia, en cada una
de sus variantes, la artesanía de su propia confección.
Por otro lado, si es cierto que su nombre ha sido asociado
con lo barroco32, habría que reparar en que el barroco de Ruiz
no se refiere solo a la sobreabundancia simbólica y al exceso
de su economímesis productiva, sino también a su interrup-
ción de la linealidad del relato y de la respectiva comple-
mentariedad entre oralidad y visualidad. El barroco ruiciano
tendría que ver con la desnaturalización de lo visual y con la
suspensión de la asumida complementariedad entre lenguaje
e imagen. En cuyo caso, sus películas nos presentan secuen-
cias heteróclitas en el plano narrativo y en el visual, haciendo
del cine una forma de acontecimiento serial, es decir, no un
acontecimiento fundacional y, por ello, individual o sobera-
no, sino juegos de series que siempre envían a la imaginación
a otras series de acoplamientos múltiples e inanticipables. Por
eso, sería con Deleuze, más que con Bazin, donde encontraría-
mos las claves para interrogar su producción –o incluso con
Whitehead–, es decir, con aquella tradición de pensamiento
enfocada en la configuración inmanente del sentido y en la
irrenunciable prioridad de la multiplicidad en la constitución
de lo real.33

32.  Por ejemplo, el texto fundamental de Christine Buci-Glucksmann y


Fabrice Revault D’Allonnes, Raoul Ruiz, París, Dis Voir, 1987; y de Richard,
Bégin, Baroque cinématographique. Essai sur le cinéma de Raoul Ruiz, Saint-De-
nis, Presses Universitaires de Vincennes, 2009.
33.  Habría que destacar el reciente estudio de Cristián Sánchez, La aventura
del cuerpo. El pensamiento cinematográfico de Raúl Ruiz, Santiago, Ocho Libros,
2011. Más allá de la imagen-tiempo y la imagen-movimiento elaboradas por
Deleuze, Sánchez propone radicalizar la teoría deleuziana de la aconteci-
mentalidad a partir de concebir, a la Whitehead, la constitución de lo real
como un proceso permanente desde donde el acontecimiento queda remiti-
do a una suerte de “ontología del simulacro”, una virtualización radical que

266
6. Cine y fantasmagoría barroca

En este sentido, su cine no supone una ontología de la


imagen sino una proliferación de toda ontología hasta tras-
cender su propio límite como apuesta por la permanencia del
Ser y diluirse en un juego infinito de espejos. Usando la noción
de virtualidad presentada por Deleuze, diríamos que el cine
de Ruiz se propone desmontar las diferencias entre lo real y
lo imaginario a partir de poblar el campo de la visualidad (y
de la narración) con una figuración fantasmática. El fantasma,
según nos decía hace poco Derrida, es una presencia sin pre-
sencia, es decir, sin metafísica de la presencia; como la luz in-
termitente de una luciérnaga, brilla momentáneamente para
desaparecer; ahí es donde el cine trabaja como elaboración sin
preocuparse por la representación, como una forma de traba-
jo sin valoración, plusvalía sin realización.34 Así, las cámaras
desplazadas de la escena central siempre apuntan de soslayo
al tema de la composición cinemática, favoreciendo una ex-
periencia específica de la dorsalidad, que desvía sutilmente
la mirada hacia un punto muerto que en cualquier momento
podría reactivarse; punto que se multiplica siempre con cada
plano y que constituye la arquitectura simulada de una reali-
dad convertida en potencialidad, en ritornello.
Más que un cine acontecimental, abocado a captar ruptu-
ras e invenciones extraordinarias, el cine ruiciano es un flujo
permanente de serialidades y “trastocamientos” que, como
observa Deleuze a propósito de Lewis Carroll y los estoicos,

no se inscribe en el horizonte de lo real como posibilidad, sino como poten-


cia. En esto radica la diferencia entre el cine-flujo de Ruiz y la ontología de
la imagen (de la fotografía) de André Bazin, quien fue, por otro lado, una
referencia formativa para el chileno. Deleuze, sin embargo, sigue siendo una
referencia irrenunciable no tanto por sus monumentales libros sobre cine,
sino por haber extraído de la filosofía clásica, particularmente de Leibniz, las
claves de la imaginación barroca como pliegue y serialidad que desactiva la
oposición entre historia (artificio) y naturaleza, haciendo posible una noción
de acontecimiento serial y no soberano que abre el camino para una virtua-
lidad que se constituye más allá de la oposición (egológica) entre lo real y lo
imaginario y entre la physis y la techné. Gilles Deleuze, El pliegue. Leibniz y el
barroco, Barcelona, Paidós, 1989.
34.  Jacques Derrida, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo
y la nueva internacional, Madrid, Trotta, 1998.

267
Sergio Villalobos-Ruminott

tiende a alterar las relaciones de causalidad, tamaño, tiempo,


potencia o cantidad. Los planos cinemáticos, las historias,
los diálogos y la relación tempo-musical funcionan en sus
películas como síntesis y disyunciones al mismo tiempo, es
decir, como puentes entre diversos niveles de complejidad,
casi como en los video-juegos donde te metes por una ven-
tana y apareces en otro nivel.35 El mismo Ruiz elabora esta
concepción serial en su teoría de los planos cinematográficos,
particularmente en su noción de plano centrípeto y centrífu-
go, con respecto a la secuencia central.36 Así, en una entrevista
con Jordi Torrent nos confiesa que su intención es hacer un
cine capaz de problematizar las junturas y suturas de toda
representación coherente o ideológica de la realidad, un cine
abocado a desbaratar la pretendida solidez de todo discurso
político y, por eso, una práctica cinematográfica imperfecta,
con sus costuras a la vista, para no ser formulada según los
términos convencionales de las teorías o filosofías políticas
contemporáneas ni menos adscrito indiscriminadamen-
te al espacio habitual de lo político, de su sentido y de sus
intensidades.37
La conexión entre los planos viene dada por una recu-
peración de la figura del puente barroco que permite pasajes
inesperados entre niveles de complejidad diferentes, sin redu-
cir ni hilvanar la trama a un plano central o a una narración
privilegiada. De ahí también su oposición a la dogmática
aristotélica y su versión americana que predomina en el com-
plejo industrial-cinematográfico contemporáneo. De hecho,
la complejidad de sus historias y la permanente yuxtapo-
sición de los planos en sus películas nos dan la impresión
no solo de haber superado la teoría de los tres actos estruc-
turantes del cine hollywoodense, sino la de asomarse a una
experiencia descentrada donde nada realmente pasa porque

35.  Deleuze, Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1994.


36.  “Las seis funciones del plano”, op. cit.
37.  Jordi Torrent, Paradox, Allegory, and Miscellanea. An Interview with Raoul
Ruiz, DVD, 21 minutos, New York, Duende Pictures, 1990.

268
6. Cine y fantasmagoría barroca

todo está pasando en diversas direcciones. Se trata de un cine


negro, que augura una experiencia del aburrimiento como
condición fundamental de ser-ver en-el-mundo, pues “ser” es
ver-se multiplicado en la economía proliferante de los planos
cinemáticos.
La fantasmagoría barroca de Ruiz, entonces, tiene que ver
con la substracción de la imagen desde su función referencial
y con su resistencia a la ontología como discurso del Ser, para
dar paso a la experiencia cinemática del devenir. Más allá de
los tropos escenográficos que abundan en sus películas (espe-
jos, cuadros, ventanas, diálogos inconexos, primeros planos
y contra planos acotados a la conversación extraviada de los
actores, interrupciones y enrevesamiento de la temporalidad
narrativa, deconstrucción de la diferencia entre ficción y
documental, etc.), habría que reparar precisamente en esto:
la condición enrevesada de su cine no supone una práctica
apolítica, puramente experimental, tardo-modernista o sim-
plemente estética, sino una interrupción del entretenimiento
como dispositivo característico del cine comercial, así como
un cuestionamiento de la subordinación instrumental del cine
a las prerrogativas ideológicas del compromiso. Su poética no
está opuesta ni enemistada con la política, sino que habita su
borde y su reverso, su dorso; el espacio que se pliega e invisi-
biliza cada vez que se sanciona y naturaliza un consenso. Poco
importa determinar su condición de hombre progresista, de
militante de izquierda o de exiliado político, lo que interesa,
por el contrario, consiste en su comprensión del cine como un
ejercicio de auto cuestionamiento y paradojización radical, es
decir, como una práctica orientada a desbaratar los consen-
sos que configuran a toda comunidad. Así mismo, lejos de
favorecer la transparencia comunicativa, la poética ruiciana
arruina al lenguaje y des-auratiza la imagen para producir un
grado cero de reflexividad en el espectador. Se trata más que
de un cine experimental, de un cine orientado hacia la expe-
riencia, pero no para dar cuenta de ella ni para asignarle una
coherencia venida de otro lado, sino para habitarla, dejarla
fluir frente al ojo entrometido de la cámara, hasta el punto

269
Sergio Villalobos-Ruminott

en que ambas, cámara y experiencia, se indiferencian en una


síntesis sin dialéctica.

Una Patagonia babélica


Un buen ejemplo de montaje patafísico destinado a sub-
vertir el esquema etnográfico de la identidad y los presu-
puestos antropológicos de la relación entre lengua y política,
lo encontramos en su película En el techo de la ballena (1982).
En un tiempo incierto, en Europa, una pareja de etnolingüis-
tas, Eve y su acompañante, conocen a un chileno propietario
de tierras y comunista, Narciso, patrón de un fundo en la
Patagonia y que dice conocer a los dos últimos habitantes
de una tribu que estaría a punto de desaparecer, los Yaganes
Adam y Eden. El antropólogo se dedica a los fenómenos
de telepatía colectiva, con especial atención a cuatro ma-
nifestaciones fundamentales: los sueños proféticos de los
indios, los delirios de fin de semana de los trabajadores de
Philips, el tráfico de drogas y los best-sellers leninistas (sic!).
Conversando con Narciso, la pareja europea decide visitar
su fundo patagónico y estudiar el lenguaje de estos indios,
desplazándose hasta el sur de Chile donde entabla contacto
con ellos. Pronto, el antropólogo descubre que dicho lengua-
je consta de unas 60 palabras y de sus diversas entonaciones,
pero también se da cuenta de que los indígenas varían sus
comportamientos y acciones según van leyendo su deseo.
Una niña, Anita, de características andróginas e hija de Eve,
aparece en la película jugando en la casa y en sus inmedia-
ciones, y al final, cuando se hace explícito que los indíge-
nas en realidad son políglotas y que estaban fingiendo una
lengua realmente inexistente (recordemos que Ruiz hace
hablar a los habitantes de La colonial penal, su film de 1970,
una lengua creada artificialmente para la ocasión), la niña
aparece “embarazada” como si la causa de dicho embarazo
fuese su insistencia en jugar con los espejos (Eve, le había
advertido de lo peligroso que eran los yaganes, los espejos y
las creencias, que funcionan como “el opio del pueblo”). En
esta trama alucinante se lee no solo una ironía radical contra

270
6. Cine y fantasmagoría barroca

la antropología y sus presupuestos humanistas, sino, otra


vez, una tematización del habla y de la lengua en general,
como lugar de desencuentros e incoherencias. En el film se
habla alemán, francés, holandés, español e inglés, además
de los vocablos que entonan repetitivamente Adam y Eden.
El antropólogo se ausenta en un viaje a la ciudad, Eve se
queda como dueña de la casona, Luis, el capataz se corta la
lengua debido a una apuesta con Narciso sobre si éste últi-
mo podía aguantar más de una semana en la casona, apuesta
que pierde. Ya sin lengua, Luis desaparece, se suicida. Adam
y Eden re-aparecen discutiendo en alemán e inglés sobre
Mozart y Beethoven (¿quién es más revolucionario, quién
es más popular?), y hacia el final de la película, cuando el
antropólogo vuelve para despedirse, éstos le preguntan qué
hará con lo que ahora sabe, pregunta final de la película, pero
no sin antes preguntarle por Hegel y Spinoza. Narciso, que
le ha dado la casa a Eve, planea convertirse en escritor por-
que aparentemente al haber pasado un tiempo en la casa, y
al haber ganado la apuesta, ha “descubierto” sus raíces, su
“identidad”, aunque dice que escribirá sus libros en inglés.
Paralelamente, el discurso visual de la película alterna
primeros planos y contra planos descentrados al interior de
la casona, con diálogos incoherentes y en una inverosímil
diversidad lingüística, y con planos generales y fotográficos
del paisaje estepario que rodea a la casona y de la misma
casona como gran tarjeta postal que representa el punctum
barthesiano que atrapa al espectador (y a los actores): una
casa blanca, de madera, grande, patronal, chilena. Los colores
varían desde tonalidades rojizas hasta el sepia, produciendo
un efecto de extrañamiento de las imágenes que parecen no
coincidir con un supuesto guión que no termina por apare-
cer. La música por otro lado, a cargo de Jorge Arriagada, está
caracterizada por una diversidad de momentos climáticos y
por increcendos que le dan autonomía a cada escena, a cada
plano, como si la película estuviese empezando y terminando
permanentemente, en una suerte de clinamen general tan in-
coherente como el repertorio de lenguas que en ella se hablan.

271
Sergio Villalobos-Ruminott

Sería interesante, por otro lado, hacer converger esta


hipótesis ruiciana sobre el carácter simulado de la lengua,
con las observaciones del misionario irlandés David Brodie,
en el cuento de Borges dedicado a los Yahoo, un pueblo bár-
baro que escasamente conoce unas cuantas palabras y que,
sin embargo, pertenece a la especie humana porque cree en
la vida después de la vida, en la eficacia de los castigos y en
la poesía. Los Yahoo son, como nos indica Borges, “al igual
que los griegos y los hebreos” parte de nuestra herencia
cultural.38
Tanto en la ironización del colonialismo realizada por
Borges, como en la invención de Ruiz, encontramos una
operación de disolución de las jerarquías y atributos de una
determinada lengua de la verdad. Pero también encontra-
mos la disolución de la relación entre lengua y comunidad,
en un caso, porque la precariedad de la lengua anticipa el
primitivismo insuperable y degenerado de la tribu; en el
otro caso, porque la postulación fantástica de una lengua
inexistente es también la postulación de un pueblo en vías
de desaparición. Dicha desaparición se debería no solo al
hecho brutal relacionado con el exterminio de los yaganes
(cuestión que Narciso menciona varias veces en la película,
con el afligido sentido de culpa paternalista del patronaje
chileno), sino también al hecho de que la casona, metáfora
predilecta de la imaginación literaria chilena (Alberto Blest
Gana, José Donoso, Isabel Allende, etc.), funcionaría como
una imagen alegórica de la inhabitabilidad de un país que
también estaría desapareciendo, a pesar de los sueños gran-
dilocuentes y paradojales de su dueño, el patrón comunista

38.  Jorge Luis Borges, “El informe de Brodie”, Obras Completas II, Buenos
Aires, Emecé, 1994. Pp. 451-456. Este cuento es una paráfrasis de la cuarta
parte de los viajes de Gulliver, la irónica novela de Jonathan Swift (1726). Por
otro lado, habría que leer esta “ironización del colonialismo” a contrapelo
del secreto de El etnógrafo, ese otro relato borgeano híper comentado, pues
aquí el único secreto de Adam y Eden es que no hay secreto sino invención
(artificio).

272
6. Cine y fantasmagoría barroca

que quiere ser escritor vernáculo y, sin embargo, escribir en


inglés.39
Esta película no ha sido muy comentada ni considerada
en la mayoría de los trabajos dedicados a Ruiz, sin embargo,
pareciera contener un capítulo central en la elaboración de
su poética. Recordemos que la lógica del sentido cinemático
desarrollada por éste está intrínsecamente relacionada con la
disolución de los presupuestos logocéntricos de la tradición
de pensamiento representacional, y si ya hemos dicho que su
estrategia consiste en moverse a contrapelo de las estéticas
partisanas y militantes, todavía habría que atender a la forma
en que la comunidad (el pueblo, la nación) desaparece en la
postulación de esta tribu imaginada y políglota. Volvemos así
al problema del tono, pues en Ruiz se trata de la atonalidad,
es decir, de la forma en que la lengua envía al hablante a un
más allá de la representación y de la coherencia narrativa,
haciéndolo delatar en sus gestos y pantomimas la condición
paradojal de la existencia.
Para decirlo de manera alternativa, su problematización
del logocentrismo constitutivo de la relación naturaliza-
da entre lengua y comunidad, depara una clave sustantiva
de su poética, toda vez que en ésta se juega una crítica a la
concepción instrumental de la lengua, pero también se juega
una crítica a las concepciones bautismales o redentoristas del
nombre, para las cuales, la recuperación del tono apropiado
para narrar la historia comportaría una cierta redención de
sus sufrimientos. Todo en Ruiz tendría que ver, entonces,
con una distancia frente al logocentrismo lingüístico y con
una evidenciación de la archi-escritura que norma las repre-

39.  La desaparición y la cuestión de la casa, del hogar, como tropo predilec-


to de la imaginación literaria, encontraría en el poema de Juan Luis Martínez
“La desaparición de una familia” una formulación cercana a la manera en
que la casona patronal cruza la imagen cinemática como punctum que orga-
niza el paisaje estepario de la Patagonia. No se trata, en ambos casos, solo
de la desaparición brutal y sistemática de los Yaganes o de los disidentes
políticos, sino de la desaparición del sentido y de una cierta lógica del habi-
tar, una desaparición que raya en el absurdo patafísico de la existencia. Juan
Luis Martínez, La nueva novela, Ediciones Archivo, 1985, p. 137.

273
Sergio Villalobos-Ruminott

sentaciones progresistas o catastróficas de la historia. Por


eso decíamos que su trabajo fílmico es humorístico, pero su
humor es patafísico, no se deja arrestar por la gravedad de
tono que caracteriza a la escena intelectual local durante y
después de la dictadura, sino que va más allá, hacia un espa-
cio vertiginoso e incoherente que tiene el estatus de lo virtual,
es decir, de aquello que difiere de la oposición entre lo real
y lo imaginario, en cuanto categorías todavía inscritas en un
modelo subjetivo de articulación de la experiencia. Pero, a la
vez, su desmarque de la afectada tonalidad post-dictatorial
nada tiene que ver con un espíritu juvenil y decisionista, pues
su humor es denso y elaborado, rigurosamente paradójico,
irreducible al voluntarismo eufórico que niega el pasado y de
éste, el triste secreto de su drama.
Por otro lado, si cada plano comporta el infinito de lo vir-
tual, entonces, más que un origen antropológico, lo que hay
en esta película es una postulación materialista sobre los en-
samblajes sociales. La sociedad no aparece como una entidad
auto constatable, sino como series de agregados circunstan-
ciales, montajes y desmontajes aleatorios que ocurren en el
campo de la comunicación, pero donde lo que se comunica
siempre excede la transparencia del mensaje. En este sentido,
su poética del cine es una teoría no comunicativa del lenguaje
que desentona radicalmente con las pretensiones del consen-
so político y de los acuerdos institucionales que priman en
las post-dictaduras latinoamericanas como razón de Estado
y fundamento del orden social. Digámoslo así: su cine es una
puesta en escena de la condición babélica de la historia, pero
sin posibilidad de retorno, donde nos hayamos abandonados,
irremediablemente, en la orfandad de los nombres. Adam y
Eden, Spinoza y Hegel, Mozart y Beethoven, arman una poli-
semia de extranjerías.

274
6. Cine y fantasmagoría barroca

Escatología blanca

Hipogrifo violento
que corriste parejas con el viento
¿dónde, rayo sin llama,
pájaro sin matiz, pez sin escama
y bruto sin instinto
natural, al confuso laberinto
desas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
Calderón, La vida es sueño40

Si la filmografía de Ruiz comporta una alegoría del fin de la


comunidad y del agotamiento de toda filosofía política como
disputa por los fundamentos del orden social, quizás sea en
Mémoire des apparences (La vie est un songe) de 1986, donde ac-
cedemos de mejor forma a las claves de su trabajo. Se trata de
una película concernida con las intrincadas relaciones entre
el poder y la imaginación, entre la memoria y el olvido, en el
periodo dictatorial chileno. Recordemos que el protagonista,
Ignacio Vega, es un profesor de literatura que en 1974 había
memorizado más de 15.000 nombres de militantes de izquier-
da, gracias a un mecanismo mnemotécnico preciso que con-
sistía en relacionar dichos nombres con los versos de La vida
es sueño, la obra de teatro del siglo XVII, escrita por Pedro
Calderón de la Barca. El mecanismo era tan preciso que en
cada verso estaba cifrado un nombre, en cada metáfora un
plan y en cada estanza una estrategia.
Vega vuelve diez años después a su ciudad natal,
Valparaíso, alojándose en el hotel Paraíso, y habría que repa-
rar en estas alusiones religiosas pues ya En el techo de la ballena
los nombres de los personajes aluden al origen bíblico de la
comunidad humana y a su destierro desde el Paraíso hasta la
Patagonia. Ahora, en cambio, la obra de Calderón utilizada
como referencia central no solo es parte del llamado teatro ba-

40.  Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, Madrid, Cátedra, 2000, p. 85.

275
Sergio Villalobos-Ruminott

rroco español, sino una obra fundamental del teatro teológi-


co-político de ese periodo e incluso, a pesar de que la versión
conocida es la segunda o llamada versión profana, también
existe una primera versión más restringida destinada al uso
religioso. Ruiz, en todo caso, utiliza la versión francesa de
Jean-Louis Schefer, uno de sus colaboradores frecuentes, para
producir una yuxtaposición entre escenas de esta obra y las
ensoñaciones y peripecias de Vega quien, como Segismundo,
el bruto personaje de Calderón que vive en un mundo de apa-
riencias, también se encuentra atrapado por las ensoñaciones
distópicas de su memoria afectada por una amnesia, en prin-
cipio, forzada debido a que en 1974, apenas después del golpe
de Estado, se vio obligado a olvidar todo para no delatar a
la resistencia presionado por los aparatos de seguridad de la
Junta.
Sin embargo, además de estas referencias explícitas, es
la cuestión de la memoria y el olvido, o mejor aún, es el cine
como un aparato memorístico lo que resulta crucial en la for-
mulación de Ruiz. Así, en una entrevista con Adrian Martin41,
el director confiesa haber realizado la película justo después
de leer el hermoso libro de Frances Yates, El arte de la memoria.42
En él, Yates rastrea la invención de la mnemotecnia en la anti-
güedad clásica y elabora una reflexión histórica que va desde
Cicerón hasta Giordano Bruno, a principios de la modernidad
occidental. Si la memoria es un arte, y no un procedimiento
de recolección o de almacenamiento de información, entonces
no sorprende que el mismo Cicerón la conciba como una par-
te fundamental de la retórica clásica, es decir, como un arte
formativo y asociativo.
La anécdota contada por Cicerón en De oratore, y que fun-
ciona como apertura del libro de Yates, nos narra la historia
de Simónides de Ceos, un poeta lírico invitado a un banquete
ofrecido por Escopas de Tesalia, un rico hombre noble que pi-

41.  Adrian Martin. ‘Never One Space: An Interview with Raúl Ruiz’, Cine-
ma papers, número 91 (enero 1993), p. 61
42.  Frances Yates, El arte de la memoria, Madrid, Ediciones Siruela, 2005.

276
6. Cine y fantasmagoría barroca

dió del poeta un panegírico. Como Simónides decidiese dedi-


car parte del canto a los héroes gemelos Cástor y Pólux, hijos
de Leda, Escopas, no muy satisfecho, decidió pagar solo una
parte del poema a Simónides, diciéndole que el resto debía
arreglarlo con los gemelos. Momentos más tarde, mientras to-
dos comían en el banquete, un sirviente advirtió a Simónides
que un par de hombres jóvenes lo esperaban afuera, cuando
éste salió no encontró a nadie, pero al regresar se percató de
que en su ausencia el techo se había desplomado matando
y desfigurando a todos los invitados, hasta el punto en que
nadie podía ser identificado. Los gemelos habían pagado
su tributo al poeta, pero no solo salvándolo de una muerte
segura, sino permitiéndole recordar el lugar en que cada co-
mensal estaba sentado. Solo así los familiares de las víctimas
pudieron reconocer los cadáveres. En dicha asociación entre
el lugar ocupado en la mesa y las personas que lo ocupaban
se encontraba la clave de la mnemotecnia que Cicerón y Yates
conciben como origen del arte de la memoria occidental:

Los invisibles visitantes, Cástor y Pólux, le habían pa-


gado hermosamente su parte en el panegírico sacando
a Simónides fuera del banquete momentos antes del
derrumbamiento. Y esta experiencia sugirió al poeta
los principios del arte de la memoria del que se le
consideró inventor. Reparando en que fue mediante
su recuerdo de los lugares en los que habían estado
sentados los invitados como fue capaz de identificar
los cuerpos, cayó en la cuenta de que una disposición
ordenada es esencial para una buena memoria.43

Cuando Vega vuelve a su ciudad en 1984, intenta desen-


trañar la oscura trama de su pasado, frecuenta los barrios de
su niñez y se comunica con un viejo amigo de su hermano con
el que decide ir al cine. Frustrado por no poder re-armar su
memoria rota, Vega pronto se da cuenta que en el viejo cine
de su infancia se presenta la misma cartelera de hace 20 años
(Flash Gordon, El Zorro, El hombre de la máscara de hierro, Jim de

43.  Yates, op. cit., p. 17.

277
Sergio Villalobos-Ruminott

la selva, etc.), y gracias a esta reiteración comienza, involun-


tariamente, a recordar las estrofas de Calderón y junto con
ellas, los nombres en cuestión. El proceso no es automático
sino zigzagueante, con momentos de memoria y otros de re-
pentina amnesia que lo mantienen en un angustioso estado
de incertidumbre. La misma sala de cine se presenta como un
escenario fantasmagórico donde desfilan, tanto en la pantalla
como entre las butacas, personajes que poblaban su infancia.
De una u otra forma, el cine aparece como una alegoría de
la memoria, es decir, como una alegoría de Chile, aquel país
desarticulado por la violencia dictatorial y que ya no consti-
tuía un referente claro en la memoria de Vega, sino más bien
una presencia brumosa e inespecífica.44 En un diálogo con
otro asistente habitual emerge este intercambio:

Vega: estaba usted aquí ayer


Otro: no tengo comentarios…
V: Yo le vi.
O: Es fácil para usted decirlo, aunque usted no es
diferente a nosotros
V: ¿Qué nosotros?
O: Nosotros, los chilenos.
V: Pero, ¿Qué es ser chileno?
O: Ser chileno es como estar muerto.

44.  Así, el cine como aparato y alegoría de la memoria, tanto como la vieja
cartelera y la disposición de la sala, así como la pantalla y el entorno en
general, funcionan en la película como posibilidad de anamnesis, esto es, de
rememoración viva (opuesta a la recolección o hipomnesis), lo que nos permi-
te pensar la problemática del aparato memorístico-cinemático más allá de la
tradición platónica que lee en la artificialidad de la escritura y de la técnica
(calculadora, fotografía, cine) la decadencia de la memoria y la pérdida de
la verdad. Se trata de una problematización de la tradición inaugurada por
el Fedro de Platón y cuya versión moderna estaría en la sospecha de Husserl
contra la tecnificación calculabilista de las matemáticas, por ejemplo. Ver,
Jacques Derrida, “La farmacia de Platón”, La diseminación, Madrid, Funda-
mentos, 1975, pp. 91-260.

278
6. Cine y fantasmagoría barroca

“Ser chileno”, nos dice este personaje en otro momento,


“es estar muerto de la risa”. De manera paralela a las películas
presentadas en este cine, hay gente que entra y sale por puer-
tas laterales, lo que nos permite comprender que detrás de
la pantalla hay una oficina de investigaciones, desde donde
surgen gritos, probablemente asociados con la tortura. Vega
vuelve a su hotel creyendo haber recuperado su memoria y
constata que esto no es así, que sigue perdido en las ensoña-
ciones y las trampas que el recuerdo fragmentario del pasado
le deparan (cuestión que repite los sortilegios por los que
atraviesa Segismundo en su “despertar”). Hasta su cuarto
llegan viejos amigos de juventud que son, a la vez, parte del
aparato policial de la Junta y que le piden no recordar, no
entrometerse y dejar las cosas como están. Sin embargo, Vega
insiste y recuerda, pero también se percata que él es el último
sobreviviente de la organización y que su memoria es el único
testimonio de lo que alguna vez fue una época prometedora.
Mientras tanto, en la pantalla del cinema se muestran esce-
nas de la obra de Calderón que, y esto habría que mantenerlo
presente, también funciona como un espejo de príncipes, es
decir, como una obra didáctica destinada a la educación de
los soberanos. Al final de la película, el actor que representa a
Segismundo aparece conversando con Vega, como su herma-
no mayor, con quien brinda en un par de ocasiones antes del
momento dilatado en que una bala que se acerca paulatina-
mente en el horizonte alcance a Vega y le haga transitar hacia
el plano final de la película, en un paisaje costeño ubicuo (el
planeta Mongo) donde todos los personajes de las diversas
capas narrativas de la película aparecen moribundos, mien-
tras se sienten ruidos en el horizonte que alguien asocia con
la explosión de una bomba atómica en Europa (y habría que
reparar es esta escena destructiva-redentora como background
general de una narración donde el concepto convencional de
catástrofe queda redimensionado en clave barroca).
Si el cine para Ruiz funciona como un aparato mnemo-
técnico, como un arte de la memoria, esto se debe a que lo
que importa de la práctica cinematográfica no es el mensaje

279
Sergio Villalobos-Ruminott

directo o intencionado, como en el cine militante y testimonial,


sino la posibilidad de una forma de asociación entre imagen
y discurso que no está asegurada naturalmente, es decir, que
prolifera como una lógica de la significación distanciada de
los presupuestos transparenciales de la comunicación y sus
consiguientes criterios instrumentales. Hay ciertamente
una semiosis barroca en la proliferación de planos que esta
película nos presenta, semiosis que no se reduce al vínculo
naturalizado entre las palabras y las cosas y que por lo mis-
mo, hermana la teoría de los planos de Ruiz con el arte de la
memoria de Simónides, es decir, con la retórica ciceroniana
como expresión de un logos no capturado por el dispositivo
moderno de la verdad qua representación.
En otras palabras, los múltiples niveles de la narración, la
puesta en escena de las diversas escenografías, la écfrasis vin-
culante entre teatro, cine y ensoñación, además de los delirios
fantasmáticos del mismo Vega, todos asistiendo sin jerarquía
ante el espectador, funcionan como una alegoría rota, sin re-
ferente preciso, como una forma involuntaria de la memoria
que asiste y se despliega de manera inanticipable –recordemos
que Proust es una referencia central para Ruiz. Por un lado, la
auto-escenificación de la obra de teatro en el cine, y del cine en
la historia, muestra no solo los recursos del teatro barroco, sino
también la convergencia de diversos niveles de significación
que hacen imposible remitir la trama a un “conflicto central”.
Más que una historia que evoluciona desde un clímax hacia
un desenlace, en Ruiz siempre encontramos juegos diversos
de conspiraciones, simulacros y fantasmagorías que entran sin
pudor en franca contradicción; es decir, el suyo es un cine de
intensidades sin coherencia necesaria. Por eso, no debería ex-
trañar que se le anexen apelativos tales como “impostor”, “fal-
sificador” o “chamanista”45, todas nociones que apuntan a la
destitución de la identidad, de la organización lineal del relato

45.  Adrián Cangi, “Muertos, falsos y nadies. La poética de Raúl Ruiz”, El


cine de Raúl Ruiz. Fantasmas, simulacros y artificios, Valeria de los Ríos e Iván
Pinto (editores), Santiago, Uqbar, 2010, pp. 247-260.

280
6. Cine y fantasmagoría barroca

y de la coherencia entre visualidad y sonoridad como claves en


su teoría de la composición cinemática.
Por otro lado, quizás esta película sea uno de los mejores
ejemplos de la teoría del montaje y la serialidad ruiciana, pues
supone una relación heterónoma con la imagen y una proble-
matización de la linealidad de la historia y del recuerdo. Su
puesta en escena de los mecanismos de la memoria, su com-
plejización del recuerdo como forma involuntaria de ritornello,
no hacen sino complejizar las pretensiones transparenciales
de la literatura y del cine testimonial, para no decir nada de
las políticas oficiales de la memoria y sus limitaciones al relato
jurídico propio de los informes de derechos humanos. Pero, si
la memoria involuntaria de Proust (como la llamó Benjamin)
supone una suspensión de la intención y de la voluntad re-
constructiva, todavía tendríamos que preguntarnos por el rol
del director en este montaje. Ruiz, en la entrevista citada con
Jordi Torrent, advierte que como director se conforma con
favorecer los encuentros y las coyunturas, pero confiesa que
resulta imposible determinar sus derivas. Obviamente, esta
problemática no solo refiere la memoria proustiana, sino tam-
bién se inscribe en la tradición del montaje cinematográfico,
en la cual los nombres de Vertov, Eisenstein, Kluge y Bazin
son fundamentales. De todas maneras, lo que está en juego
acá es mucho más que una simple analogía formal entre la
memoria involuntaria proustiana, el ready-made duchampia-
no y el montaje cinemático en general (o incluso, el ritornelo
deleuziano); lo que está en juego es la configuración de un
plano transindividual de la experiencia, no reducible a las
vicisitudes del cógito moderno, ni indeferenciable en una teo-
ría estructuralista de los códigos lingüísticos o culturales. Un
plano anasémico multiplicado por una virtualidad que funcio-
na como pliegue de la imaginación más allá de la imagen del
mundo como espectáculo. Leída en este contexto, Mémoire des
apparences no es solo una alegoría del pasado dictatorial y de
las confabulaciones entre poder y discurso, sino una auto-es-
cenificación de la misma memoria, esto es, de la forma en que
ésta opera y se articula rizomáticamente.

281
Sergio Villalobos-Ruminott

Sin embargo, esta forma involuntaria de la memoria


habría sido sobre-codificada por el tono “melancólico” que
prima en situaciones de “duelo” prolongado o irresuelto,
como en las post-dictaduras latinoamericanas. Este afecto o
“habitus” comandaría la disponibilidad del repertorio crítico
nacional, inscribiendo las intensidades creativas en una teoría
general de la “crisis de comunicabilidad de la experiencia”.
Con Ruiz, no obstante, sería posible cruzar el tono melancó-
lico con el que se tiende a identificar la problemática de la
memoria con la lectura deleuziana de Proust, en términos de
regímenes de signos y derivas, cuestión que permitiría tras-
cender, sin negar, el afecto post-dictatorial.46
De ahí que tampoco sería descabellado cotejar, como ya an-
ticipábamos, esta película de Ruiz con la de Patricio Guzmán, La
memoria obstinada (1997), un documental realizado una vez que
el mismo Guzmán vuelve a Chile y se decide a filmar las reaccio-
nes de diversos públicos frente a la exhibición, por primera vez
en el país, de su obra monumental, La batalla de Chile, cruzando
las sorprendidas y afectadas caras de la gente con algunas en-
trevistas y con algunos acordes titubeantes del Claro de luna de
Beethoven, lo que le sirve para marcar el carácter dramático de
las escenas. Frente a esta territorialización cinemático-afectiva,
la postulación de Ruiz del cine como un aparato mnemotécnico
más bien parece ser un delirio, sobre todo porque descodifica el
tono dramático con el que tiende a representarse el pasado, tra-
yendo su fantasmagórica presencia a un tiempo indeterminado.
La memoria como narrativa de una herida ancestral, infringida
in illo tempore se opone así a la memoria como un afecto multi-
temporal, siempre a punto de hacerse presente.
Así mismo, la ensoñación de Vega, como la de Segismundo,
muestran la fisura histórica producida por el poder (en un

46.  Benjamin “Una imagen de Proust”, Imaginación y sociedad, Iluminaciones


I, Madrid, Taurus, 1980, pp. 15-39; Deleuze, Proust y los signos, Barcelona,
Anagrama, 1996. Se trataría, en el fondo, de pensar la escatología blanca ba-
rroca y su concepción no convencional de la catástrofe como “interregno”, y
este sería el distintivo de una impolítica destinada a abrir la posibilidad para
un pensamiento sin atribuciones, un devenir cinemático en el laberíntico uso
común de la lengua.

282
6. Cine y fantasmagoría barroca

caso, monárquico, en el otro, dictatorial), fisura de-subjetivante


que envía los personajes a un delirio permanente, forma de
locura circunstancial de la que solo surge una zoología salvaje,
plagada de criaturas irreconocibles desde el punto de vista de
la comunidad. Quizás, en esto radica la relación entre barro-
co e imaginación poética, en sus figuraciones de la muerte, lo
monstruoso y lo fantasmático. Y aquí es donde la poética de
Ruiz se muestra como parte del Trauerspiel latinoamericano,
esto es, del drama barroco precipitado por las intervenciones
militares y por el borramiento radical del proyecto liberacio-
nista a nivel nacional y regional en los años 1970, lo que apunta
a un concepto de catástrofe cuya imagen no puede pasar, sin
ser traducida y domesticada, al orden del discurso histórico.
Un violento hipogrifo recorre nuestra historia, que es la his-
toria de la soberanía imperial y estatal, y que el cine de Ruiz,
entre otros, paradojiza y suspende, permanentemente. De ahí
que su escatología proliferante, ajena al orden catecóntico de la
narración, sea también una escatología blanca, una figuración de
la catástrofe que funda a toda soberanía como afirmación en el
vacío. De ahí también que la obra de Calderón preste tan buen
servicio a la película, pues Segismundo expresa precisamente
esto, la locura constitutiva del soberano una vez que el funda-
mento teológico-político del poder ha quedado expuesto como
una cuestión de orden mundano.47
Sin embargo, la proliferación de formas inverosímiles de
la existencia no sería patrimonio de ningún estilo o periodo

47.  Entender el cine de Ruiz como proliferación que desborda el catecón


o equilibrio imperial, no es solo contraponer la fantasmagoría barroca al
modelo jurídico del orden social, que encuentra en Carl Schmitt su versión
consular, sino que es oponer la poética de la imagen a la filosofía política en
general. El cine piensa de manera no categorial, y hace posible por ello, una
nueva reflexión sobre la política. En última instancia, la fantasmagoría proli-
ferante que puebla la imagen, que es la imagen más allá del espectáculo, no
muestra sino la locura y degradación de la soberanía, cuerpo escatológico
del rey que contamina y mundaniza el otro cuerpo teológico y puro, desti-
nado a la trascendencia.

283
Sergio Villalobos-Ruminott

cultural.48 Habría que buscar sus claves al hilo de la pregunta


por la soberanía y por su articulación material, los procesos de
acumulación de capital. Una historia de la soberanía moderna
atenta a la acumulación capitalista y a la geminación del corpus
del poder, tendría como contra-relato una historia de la prolife-
ración figurativa de la imaginación social, de ahí la importancia
de la zoología salvaje del neo-barroco latinoamericano y del
cine de Ruiz, modelo ejemplar de su estirpe.49
En otras palabras, si el Trauerspiel, según la tradición
calderoniana que tanto le importaba a Benjamin, consistía en
el reemplazo de la naturaleza, reino sin fisuras y verosímil del
poder, por la historia como escenario en que el orden teológico
político medieval comienza a deteriorarse, esto es porque ni el
orden divino, ni su representación naturalista y renacentista,
pueden seguir siendo evocadas como modelos de perfección.
La decadencia barroca es precisamente la des-auratización
de la naturaleza y la auratización de una historia llamada
a corregir el deterioro de las potencias naturales que ya no
pueden dar cuenta del orden terrenal. Ahí donde Descartes
transforma el saber de los antiguos en anécdotas secundarías
para las reglas del espíritu (Meditaciones), o donde Hobbes
concibe el Pacto social como corrección de las desigualdades
naturales y de las pasiones, ahí mismo el barroco destituye
la vieja metáfora naturalista por una alegoría cuya referen-
cialidad catastrófica apunta a un tiempo que ya no coincide
con el tiempo inverificable de los dioses, inscribiendo en el
corazón del presente una proliferación profana que cuestiona
la legitimidad de la ley natural y divina.
El monarca del Trauerspiel calderoniano, Segismundo,
aparece así como una alegoría del nuevo concepto de Estado en
plena transformación histórica del orden monárquico tradicio-

48.  Eric Santner, leyendo la tradición judío-alemana de entre-guerras des-


cubre una imaginación proliferante en tiempos de catástrofe, perfectamente
compatible con la emergencia y proliferación de personajes oscuros (negros,
pícaros, indios, brujos, etc.) en el barroco histórico y contemporáneo. On
Creaturely Life, Chicago, The University of Chicago Press, 2006.
49.  Eric Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey, op. cit.

284
6. Cine y fantasmagoría barroca

nal, donde el fundamento teológico-político de los dos cuerpos


del rey cede ante la corrupción escatológica de su divinidad
corporativa, marcada por la finitud moderna. Segismundo,
el violento hipogrifo es un bruto, abandonado a sus pasiones
naturales, vive en una permanente ensoñación que solo la ra-
zón, ese nuevo recurso de la hsitoria, podrá interrumpir. Esa
misma alteración escatológica de la soberanía imperial, preci-
pitada por la corrupción contemporánea del Estado nacional
y su régimen soberano, es la que caracteriza a la imaginación
neo-barroca contemporánea, desde Severo Sarduy y Osvaldo
Lamborghini hasta la escatología blanca del cine de Ruiz.
Recordemos que En el techo de la ballena, la vastedad des-
poblada de la Patagonia alude el desierto post-paradisiaco al
que hemos sido enviados, cuando (de golpe) se nos exilió de
la patria feliz de la infancia (como diría Rilke); así también, la
economía onomástica de los personajes (Annita, Eve, Adam,
Eden, etc.), y sus diversas lenguas y encriptadas referencias
nos hablan de una pérdida irrecuperable de aquel estado
pre-histórico o pre-babélico, anterior al saber y al poder que
constituiría el horizonte hipotético de toda antropología
política moderna, es decir, el “origen” mítico de todo orden
social. De manera similar, el cine en cuanto espacio físico fun-
damental en el montaje de los diversos tempi que componen
Mémoire des apparences, puede ser visto como una suerte de
purgatorio al que se deben todos los personajes de las di-
versas narrativas inscritas en la película central, misma que
funcionaría, en su heterogénea composición, como una suerte
de pastiche visual, como un aparato múltiple que captura y
envía hacia todos lados. Así, las películas de Ruiz, y ésta en
particular, están habitadas por una incivil demografía que
emerge en momentos de crisis y reconfiguración soberana,
cuando la linealidad del relato y de la historia parecen desco-
yuntarse y cuando el tiempo parece, como advertía el Derrida
de Espectros, estar fuera de quicio (out of joint).
En efecto, tomada del repertorio shakesperiano (Hamlet,
otro “espejo de príncipes”), la figura de un tiempo fuera de qui-
cio supone no solo la trastocación radical de la linealidad, sino el

285
Sergio Villalobos-Ruminott

delirio proliferante de una pérdida del quicio, del eje o soporte


donde afirmar la soberanía del juicio. Ruiz advierte en el drama
chileno no solo una trampa melancólica, sino un desquiciamien-
to general, que trasciende y re-codifica la patética de izquierda
(que es una inversión de la euforia partisana del pasado). En esto
radicaría finalmente su impolítica, en restarse tanto al entusiasmo
como a la patética de la pérdida, no para negar delirantemente la
historia, sino para multiplicar sus efectos, produciendo un extra-
ñamiento radical que rompe con todos los códigos del reconoci-
miento. De ahí su complejidad y su arrojo: no haber abandonado
nunca el cine como viaje clandestino, como un envío, sin origen
y sin finalidad, sin precipitarse ni alucinar, bajo ningún punto,
con el orden cotidiano del espectáculo. En última instancia, la
proliferación barroca de sus fantasmagorías señalan hacia un
descoyuntamiento radical entre filosofía e historia, haciendo que
el cine, en cuanto elaboración y montaje sea un lugar apropiado
para pensar la materialidad del mundo sin remitirla a la filosofía
de la historia del capital.
Así, al final de este recorrido, la hipótesis del golpe y su
inscripción disciplinaria en el debate chileno y latinoamericano
queda desbaratada como consecuencia de un arruinameinto
general de la historia como narrativa excepcional. La historia
entonces queda remitida a una alegoría no convencional que
nos envía al Purgatorio de la globalización actual, desierto va-
ciado de utopías y esperanzas. Pero este tiempo no teológico,
este tiempo de catástrofe, es también aquel que nos promete
(esa su potencia) un habitar descentrado y heterotópico, más
allá de la filosofía de la historia del capital. Ahí, en ese mo-
mento catastrófico por excelencia, se hace patente la diferencia
entre la destrucción improductiva y la devastación sacrificial,
la suspensión de la soberanía impulsada por la acumulación
ilimitada, y las soberanías en suspenso como epojé invertida,
donde no es el mundo el que queda fuera del paréntesis, sino
que es el paréntesis el que queda totalmente abierto, torcido,
arruinado, bajo el cielo des-astrado de un tiempo por venir.

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Esta primera edición de 700 ejemplares de Soberanías en suspenso
se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2013 en
Encuadernación Latinoamérica, Zeballos 885, Avellaneda

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