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Especialización
acción sin daño y
construcción de paz
Acción sin daño en
la gestión integral
del riesgo
Responsable: Gustavo Wilches-Chaux
Con la colaboración de:
Blanca Cecilia Castro B.
Misael Murcia G.
Módulo b
Especialización acción sin daño y construcción de paz
Anexos 2, Lectura complementaria
La confluencia del cambio climático con la crisis alimentaria y la crisis financiera global
(y sus correspondientes repercusiones a nivel nacional), está obligando a la humanidad
a repensarse a sí misma y con respecto a las dinámicas del mundo natural, lo cual im-
plica, entre otras cosas, la necesidad de repensar el concepto de desarrollo. En general,
podemos hablar de una crisis de paradigmas con repercusiones tangibles y dramáticas a
nivel planetario, porque -como decíamos en la introducción-, la naturaleza ha dejado de
ser una espectadora al margen de las veleidades humanas y ha tomado la decisión de
intervenir activamente en el debate. Estamos hablando de una crisis de saberes, que a su
vez nos impone la obligación de la humildad.
La magnitud de la crisis actual y lo que se sabe que puede acarrear en las décadas por
venir, no puede enfrentarse desde una sola forma de conocimiento ni una sola manera de
mirar el mundo. De allí que hoy más que nunca, sea necesario acudir a los diálogos de
saberes , que en el fondo son diálogos entre cosmovisiones y procesos históricos.
Pero muchas veces, ese error se ve también en las comunidades y en algunos de sus
líderes , que creen que se las saben todas y desprecian cualquier conocimiento que
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Un científico, con muchas especializaciones y diplomas, puede ser un analfabeto comple-
to en una selva, un páramo o un manglar, donde el indígena, el campesino, la recolectora
de conchas o el pescador artesanal, conocen y se relacionan sabiamente con el lugar.
Pero más aún, todos los conocimientos del científico de academia y los conocimientos del
sabedor tradicional, no son suficientes por sí solos para conocer y entender de manera
completa la realidad de su propio territorio o del campo específico de su especialidad. Lo
cual cada día se hace más evidente, en un planeta que se transforma aceleradamente
como consecuencia del cambio climático.
De allí que sean necesarios los diálogos de saberes , en virtud de los cuales cada
uno, desde su propia experiencia y su propio saber, aporta sus maneras de mirar el mun-
do, su sabiduría relativa , sus conocimientos y sus estrategias para dialogar con la
naturaleza y generar información en un proceso compartido de construir una imagen más
completa y comprensible de la realidad.
Para lograr que nuestros saberes entren en diálogo, es necesario que seamos capaces
de poner a dialogar también nuestras propias ignorancias. Lo cual equivale a reconocer
que nadie se las sabe todas , y que posiblemente, los vacíos que existen en los sa-
beres de unas formas de conocimiento, pueden completarse con los saberes de otras.
Esto resulta especialmente importante en el campo de la gestión del riesgo, que como ya
sabemos, equivale a gestión del desarrollo en busca de la sostenibilidad. Especialmente
ahora que la Tierra comienza a expresar de manera clara y contundente su inconformidad
con la forma como los seres humanos y en particular, eso que hasta ahora entendemos
como “modelo de desarrollo dominante”, se ha venido relacionando con ella en los últimos
cien años.
La sabiduría de los pueblos indígenas, que en algún momento fue suficiente para convivir
de manera armónica con sus territorios originales, no es suficiente para enfrentar todos
los retos que impone un planeta cambiante.
Pero quizás del diálogo entre cosmovisiones pueda salir una solución. Este reto de la es-
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pecie humana no es abstracto, sino que se concreta en todos y cada uno de los espacios
y momentos en los que tiene lugar una relación de interculturalidad. Y muy especialmen-
te, en los momentos de crisis actual o potencial que es cuando la gestión del riesgo debe
demostrar su validez y utilidad como herramienta social.
Estos son algunos de los espacios y momentos donde los diálogos de saberes, precedi-
dos por los diálogos de ignorancias, pueden tener lugar:
►► Cuando intentamos identificar y comprender la manera como dis-
tintas dinámicas de carácter natural y social, interactúan para
conformar un territorio, y entender la posición y la función de
cada cual dentro de él. Para esto, entre otros conocimientos, debemos re-
montarnos a la memoria de la comunidad , guardada algunas veces en sus
integrantes de mayor edad, otras en sus mitos y leyendas o en la toponimia, es
decir en los nombres con que se identifica cada lugar. Y también debemos con-
sultar la experiencia cotidiana y las percepciones de quienes todos los días
se relacionan con ese lugar. Asimismo, debemos acudir a lo que ciencias como la
geología , nos pueden contar sobre las distintas fuerzas y procesos que desde
millones de años atrás, han intervenido para conformar el paisaje; o a las expli-
caciones que nos puedan otorgar la meteorología o la ecología sobre las
implicaciones actuales o futuras del clima respecto a las características del lugar,
las comunidades que lo habitan y los cultivos de los cuales depende su seguridad
alimentaria.
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Esto sucede, por ejemplo, cuando existe la necesidad de elaborar planes de ges-
tión del riesgo; o planes de desarrollo que (como debería ser en todos los casos),
contengan planes de gestión del riesgo como parte de ellos, cuando debe decidir-
se si se lleva a cabo o no una evacuación temporal o una reubicación definitiva,
etc.
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En general, uno de los principales resultados de los diálogos de saberes y de ignorancias,
es fortalecer la capacidad de las partes para dialogar . Para valorar al máximo
sus propios saberes, al tiempo que se reconoce con humildad y con gusto el saber de los
demás. Aprender a dialogar con otros seres humanos nos enseña a dialogar con la tierra,
y viceversa.
Lo que sí puede ser excepcional, es que esa crisis se agudice como consecuencia de un
fenómeno natural o socio-natural. Sin embargo, las mismas condiciones que le permiten
al tejido social resistir diversos tipos de amenazas antrópicas (como la violencia por parte
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de actores armados o la aculturación), le otorgan a la comunidad resistencia y resiliencia
frente a los otros tipos de amenazas (como un terremoto o una inundación).
Por eso, quienes de una u otra manera nos dedicamos a la gestión del riesgo y que, en
la mayoría de los casos, actuamos como actores externos en las comunidades afecta-
das, debemos tener la precaución de someter nuestra propia actividad a una gestión del
riesgo permanente. Esto quiere decir: anticipar los efectos negativos que pueda
generar nuestra actuación, e intervenir sobre ellos para evitar que contribuyan a debilitar
de alguna manera la resistencia o la resiliencia del tejido social.
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de los casos, determina que los procesos generados por el proyecto carezcan de conti-
nuidad y sostenibilidad.
Y, en el peor de los casos, suplantan y desplazan los mecanismos con que normalmente
contaban las comunidades para responder a sus crisis cotidianas, sin que, al terminar el
proyecto, la comunidad quede en capacidad de retomar esos mecanismos o sustituirlos
por otros más eficaces.
Para citar un ejemplo, es el caso de los pequeños tenderos que quiebran y desaparecen
como resultado de la ayuda alimentaria que le llega a la comunidad con posterioridad al
fenómeno que desencadena un desastre, y que determina durante algunos meses, que
la gente no tenga que volver a mercar . Cuando deja de llegar la ayuda externa, ese
tendero, que cumplía una serie de funciones de apoyo en la comunidad (entre otras la
de vender en pequeñas cantidades y al fiao), ha desaparecido sin que otra figura local lo
pueda reemplazar.
A este respecto la gestión del riesgo tiene una serie de retos, entre los cuales se
incluyen:
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►► Identificar y fortalecer las distintas estrategias culturales con que cuenta la comu-
nidad -que se derivan de su cosmovisión o manera de interpretar los procesos del
mundo-, como herramientas para una adecuada gestión del riesgo.
Amenazas y desplazamientos
Para las comunidades étnicas, y otras muchas comunidades urbanas y rurales que no
necesariamente posean ese carácter, una amenaza antrópica derivada de la ocurrencia
de un fenómeno natural o socio-natural (como un terremoto, una erupción volcánica, un
huracán, un deslizamiento, los efectos directos o indirectos del cambio climático, o cual-
quier otro), puede ser la pérdida de su territorio, ya sea que éste se vuelva inhabitable,
o que con ese pretexto se aproveche para desalojar a las comunidades de sus tierras y
facilitar que nuevos dueños se apoderen de ellas.
Esta es una de las razones por las cuales muchas veces, cuando de verdad existen ra-
zones que ameritan una reubicación definitiva, las comunidades se niegan a aceptar un
traslado.
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Bibliografía
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►► Wilches-Chaux, G. “La gestión del riesgo y la prevención de desastres en esce-
narios de interculturalidad. Aportes y pretextos para múltiples conversaciones”.
Bogotá : FLACSO – AECI, 2008. (En publicación).
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