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La Constitución vigente comparte este sino. Forma parte de la reacción
conservadora y autoritaria contra el gobierno de Salvador Allende y, especialmente,
contra la tendencia socioeconómica que venía mostrando Chile desde la década de 1930
algunas de cuyas características eran el desarrollismo, la incipiente industrialización,
la nacionalización de recursos naturales, en especial del cobre, y la reforma agraria.
Con la velada intención de proteger los intereses económicos particulares afectados por
estas reformas, el golpe de Estado fue orquestado desde la derecha con la intervención
del gobierno de EE.UU. y las patronales nacionales, lo que se encuentra debidamente
documentado en los archivos desclasificados por la C.I.A.
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ha sido el contexto histórico que acompañó a las constituciones de 1833, 1925 y 1980—
y por el otro, y quizá más importante, este proceso es percibido por amplios sectores
de la sociedad, lo que no solo podría permitir un diseño reflexivo de las instituciones
fundamentales del país, sino también incluir en esa deliberación a aquellos sectores
que han estado sistemáticamente al margen. Aunque el grado de difusión que ha
alcanzado en la sociedad civil pueda ser, y de hecho será siempre, insuficiente, ciertos
antecedentes permitirían despejar algunas dudas: en primer lugar, la histórica demanda
por una asamblea constituyente —que ha estado presente en diversos grupos más bien
minoritarios o marginales desde antes de la aprobación de la Carta actual— traspasó
las fronteras de las élites políticas, culturales o académicas y desde 2013 se instaló en
los medios de comunicación social, como un debate permanente que acompañó las
elecciones presidenciales y parlamentarias de ese año. En segundo lugar, este fenómeno
tuvo una protagonista destacada: la campaña MarcaTuVoto2 que logró condicionar la
agenda de la propia clase política, instalando la demanda por una asamblea constituyente
en el discurso oficial de la política profesional, que se vio obligada a responder a los
requerimientos que se levantaron desde una sociedad cada vez más organizada. Luego
de la clase política, la propia institucionalidad debió salir al paso de la contingencia
marcada por esta campaña, particularmente durante el proceso electoral —recordemos
la ambivalente actuación inicial del Servicio Electoral, así como otras declaraciones
provenientes del Tribunal Constitucional o de miembros del Congreso Nacional3. Ello
tensionó a las instituciones fundamentales del ordenamiento constitucional vigente,
preferentemente a aquellas formuladas por la dictadura; también fueron cuestionados
los cambios institucionales realizados durante la progresiva recuperación de la
democracia, reformas de diversa significación que no han sido suficientes para superar
definitivamente la crisis de legitimidad que afecta al ordenamiento constitucional.
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Podría decirse que lo razonable sería partir por el principio, es decir, abordar
el mecanismo para llegar a una nueva Constitución antes de analizar su contenido.
Sin embargo, determinar cómo vamos a llegar a un nuevo texto constitucional —qué
mecanismo permitiría destrabar el presente conflicto— puede condicionar su contenido,
por lo que me parece necesario comenzar por un breve diagnóstico del estado actual
del dilema constitucional en Chile. Un diagnóstico como el propuesto nos permitirá
comprender la necesidad del actual proceso constituyente que vive el país; asimismo,
contribuirá a la identificación del tipo de solución que necesitamos y de qué podemos
esperar, o no, de una futura Constitución. En otras palabras, cuáles y cuántos de
nuestros problemas en tanto comunidad política podemos, razonablemente, endosarle a
“lo constitucional”. La historia política reciente da cuenta de cuán significativa es esta
determinación: importantes diferencias políticas, en lo que se ha llamado el período
de “la transición”, han sido reconducidas a la Constitución, principalmente alegando
supuestas inconstitucionalidades de proyectos de ley o propuestas de reformas
institucionales. Aduciendo, en resumidas cuentas, que la Constitución no permitiría
materializar importantes cambios necesarios para el proceso de democratización
postdictadura. Estos permanentes reenvíos de la contingencia política a lo constitucional
han dificultado cambios significativos, instalando una sensación de petrificación que
ha profundizado la crisis de legitimidad. En definitiva, se ha recurrido a una suerte
de constitucionalización de la política, como una estrategia de contención de los
procesos de cambio social que afectan al legado de la dictadura. La postergación de
esas demandas ha incrementado las expectativas ciudadanas en un eventual momento
constituyente que sea capaz de terminar con dichas trabas. Y sin perjuicio de que la
Constitución vigente es un obstáculo que debe ser salvado, idealmente a través de una
asamblea constituyente, parte del referido diagnóstico nos podría permitir sentar las
bases para que este vicio de constitucionalización de la política no se reproduzca en
una nueva Constitución.
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dilema central es por qué, a pesar de ese ejercicio, la ilegitimidad sigue siendo un
tema vigente y relevante; de alguna manera, el fracaso de la reforma constitucional
del año 2005 también demuestra que el origen de la Carta no permite explicar todas
las aristas de su ilegitimidad. Si el asunto mantiene su vigencia, se debe a que hay
algo que la ilegitimidad de la Constitución esconde: un pueblo que, finalmente, no
la reconoce como propia. Creo que solo formulando adecuadamente el problema
podremos identificar una solución satisfactoria. Si su origen ilegítimo en dictadura no
es suficiente para explicar su ilegitimidad, es necesario establecer cuál podría serlo.
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Un programa de gobierno que, junto con desplegar su contenido, se protege de
los futuros cambios sociales a través de una serie de instituciones que han impedido una
adecuada deliberación democrática. Durante la década de 1990 fueron denominados
“enclaves autoritarios”,5 también conocidos como instituciones contra mayoritarias,
aunque creo que la denominación antimayoritarias refleja de mejor forma aquel ethos
autoritario que desconfía de la política y permite distinguirlas de otras instituciones que,
en principio, no debieran presentar problemas para el constitucionalismo contemporáneo,
hoy denominadas “trampas de la Constitución”:6 senadores designados, ya eliminados;
Consejo de Seguridad Nacional, hoy reformado; sistema electoral binominal, también
su diseño territorial, Leyes Orgánicas Constitucionales y la especial composición y
estructura competencial del Tribunal Constitucional, entre otras. Todos estos factores
han impedido que las fuerzas políticas que han gobernado el país desde el año 1990,
puedan llevar adelante sus respectivos programas de gobierno, salvo, por cierto, el
gobierno de Sebastián Piñera, aunque más bien por su carácter minoritario.
5 Zúñiga (2007).
6 Atria (2013).
7 Atria (2013).
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8 Mouffe (2003).
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un espacio de participación y deliberación ciudadana sin precedentes en la historia
institucional chilena. En efecto, me parece razonable concluir que si la constitución es
un espacio normativo para la configuración de relaciones de poder entre los sujetos que
forman parte de la comunidad política, y si en la configuración de dicho instrumento
esos mismos sujetos participan y deliberan activamente en condiciones suficientes de
libertad, igualdad e información, entonces, es razonable esperar que el instrumento
resultante intente establecer relaciones de poder más cercanas a lo que los sujetos
participantes considerarían justas y en las cuales ellos mismos estarían dispuestos a
participar, sin que eso suponga aceptar una relación de sometimiento.
Así, por ejemplo, una definición en torno a los derechos fundamentales debiera
asumir que estos no solo protegen valores y principios vinculados al individuo. Estos
también establecen, normativamente, determinado tipo de relaciones jurídicas entre
sujetos, lo que es aplicable —tal como el debate en torno al costo de los derechos—10
a todos los derechos fundamentales. Desde esa perspectiva, los derechos no protegen
solo espacios de autonomía, tal como fue la concepción predominante en la primera
formulación del Estado liberal de Derecho que siguió a las revoluciones burguesas.
Ante esas definiciones tradicionales es posible formular una pregunta más compleja:
cómo se construyen los espacios de autonomía protegidos constitucionalmente. La
pregunta es de capital importancia en un momento político como el actual, pues si
la construcción de esos espacios queda entregada simplemente a la autonomía de los
individuos y su capacidad, el resultado será un catálogo de derechos fundamentales
9 Bandrés (1999).
10 Holmes & Sunstein (2011).
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solo para los sectores privilegiados. Se trata de un desafío significativo para la presente
discusión, atendiendo a que los derechos, como prácticamente todo el ordenamiento
jurídico, sirven para proteger posiciones jurídicas, en términos relativos, débiles. El
grado de participación ciudadana será determinante en la configuración normativa de
este tipo de relaciones, las que podrían establecer mayores espacios de libertad en la
medida que el mecanismo garantice una participación efectiva.
11 Böckenförde (2000).
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de relaciones de poder que sean configuradas luego de la deliberación soberana y
democrática en sede constituyente. Sincerando la discusión, los únicos que estarían
en la posición de esgrimir este argumento crítico del proceso serían los sectores que
han resultado privilegiados con el sistema actual. En otras palabras, las críticas se
levantarían desde sectores que se encuentran actualmente en una posición acomodada
dentro de las relaciones de poder que establece el actual diseño constitucional, sectores
de la sociedad que han alcanzado cierto estatus de privilegio al cual no están dispuestos
a renunciar. Si la asamblea constituyente sirve para (re)configurar una convivencia
democrática en clave de derechos y no en clave de privilegios, el saldo será finalmente
un incremento en los estándares de libertad e igualdad en la sociedad chilena, sin
perjuicio de que ciertos sectores privilegiados puedan quedar en una posición algo
desmejorada en términos relativos. En rigor, este debiera ser considerado como un
efecto positivo, salvo que estemos dispuestos, como comunidad política, a mantener la
protección de aquellos privilegios.
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mayorías implementen legítimamente su programa de gobierno, la voz “consenso” nos
lleva a otro significado, incompatible con la democracia. La sociedad chilena debe
ser capaz de construir consensos en forma participativa y democrática, especialmente
para contar con un ordenamiento constitucional compartido, que permita a cualquier
mayoría realizar el programa por el cual fue elegido.
De esta manera, creo que es posible afirmar que la deliberación que surge
de la existencia del conflicto político no es solo uno de los hitos constitutivos del
ordenamiento jurídico, sino que es, a la vez, su propia fuente de legitimidad. Por ello,
debe ser recogido y acogido por él, hipotecando gravemente su propia legitimidad
en caso de desconocerlo o, peor, de reprimirlo. En efecto, esta deliberación que se
radicaliza en el momento constituyente logra algún grado de encausamiento en ese
ordenamiento jurídico que él mismo constituye; sin embargo, dado que ese momento
también constituye a la comunidad política, su conflictividad no desaparece del
todo, sino que se mantiene como base de los futuros —y permanentes— procesos de
generación del Derecho, solo que sin la radicalidad de su fuerza constituyente originaria.
Se trata, en definitiva, de una legitimación democrática del Derecho que emana de
un acto político constitutivo que se proyecta hacia lo constituido. En este sentido, la
asamblea constituyente como mecanismo es clave, en la medida en que es capaz de
representar simbólicamente aquel hito de deliberación política radical, necesaria para
que la comunidad política se constituya a sí misma como tal y, de paso, reconozca como
propio al Derecho que emana del proceso.
Bibliografía
Bassa, Jaime (2013): “La pretensión de objetividad como una estrategia para obligar.
La construcción de cierta cultura de hermenéutica constitucional hacia fines del siglo
XX”, Estudios Constitucionales, año 11, Nº 2.
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Holmes, Stephen & Sunstein, Cass (2011): El costo de los derechos. Por qué la libertad
depende de los impuestos, Siglo XXI, Buenos Aires.
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