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Guerra de sucesión española

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No debe confundirse con Guerra de sucesión castellana.
Guerra de sucesión española

El mariscal Villars liderando la carga francesa durante la batalla de Denain. Óleo


de Jean Alaux, 1839; Palacio de Versalles.

Fecha
Julio de 1701 - julio de 1715
Lugar
Europa occidental, Norte de África y América1
Casus belli
Subida al trono español de Felipe de Borbón conservando derecho al francés.
Interés anglo-austro-neerlandés (Tratado de La Haya) de repartirse los territorios
españoles y derrotar a Luis XIV de Francia.
Derechos sucesorios del archiduque Carlos.
Resultado
Tratado de Utrecht, Tratado de Rastatt y Tratado de Baden
Consecuencias
Felipe V es reconocido como rey de España, sin derecho al trono francés.
Gran Bretaña se convierte en la potencia hegemónica de Europa en detrimento de
Francia y España y adquiere el derecho de asiento.
Comienzo de la decadencia de la monarquía francesa.
Cambios territoriales
España cede Menorca y Gibraltar a Gran Bretaña, Sicilia a Saboya y los Países Bajos
Españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña a Austria.
Francia cede zonas de Canadá a Gran Bretaña y consigue Landau in der Pfalz y
Barcelonette.
Beligerantes
Borbónicos:
España fiel a Felipe V
Francia
Baviera (hasta 1704)
Colonia
Mantua
Portugal (hasta 1703)
Saboya (hasta 1703)
Austracistas:
España fiel al archiduque Carlos
Sacro Imperio Romano Germánico
Austria
Prusia
Hanóver
Provincias Unidas
Gran Bretaña
(unión de reinos en 1707)
Inglaterra
Escocia
Portugal (desde 1703)
Saboya (desde 1703)
Dinamarca (cuerpo auxiliar)
Figuras políticas
Felipe V
Luis XIV
Maximiliano II
Carlos III
Archiduque Carlos
Leopoldo I
José I
Ana I
Víctor Amadeo II
Comandantes
Marqués de Villadarias
Duque de Berwick
Cardenal Belluga
Marqués de Bay
Duque de Vendôme
Duque de Villars
Conde de Tessé
Duque de Villeroy
Duque de Boufflers
Rafael Casanova
Basset y Ramos
Margrave de Baden-Baden
Príncipe de Hesse-Darmstadt
Conde de Starhember
Príncipe de Saboya
Duque de Marlborough
George Rooke
Marqués de Ruvigny
Anthonie Heinsius
Señor de Overkirk
Conde de Albemarle
Marqués de Minas
Fuerzas en combate
30 0002
350 0002
32 0002
(Soldados movilizados al tiempo. No se incluyen todos los beligerantes)
100 0002
75 0002
130 0002
(Soldados movilizados al tiempo. No se incluyen todos los beligerantes)
Bajas
10 000-12 000 muertos en combate2
115 000-140 000 muertos en combate2
4000-5000 muertos en combate2
35 000-40 000 muertos en combate2
24 000-30 000 muertos en combate2
40 000-52 000 muertos en combate2
Probablemente entre 400 000 y 700 000 muertos (100 000 a 200 000 civiles), solo 228
000 a 274 000 caídos en combate, la mayoría por enfermedades y heridas.23 Otras
fuentes elevan la cifra a 1 251 000 muertos, cerca de medio millón en Francia,
muchos de ellos por enfermedad.4
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Guerra de sucesión española en Europa


1701-1715
[mostrar]

Guerra de sucesión española en América


(guerra de la reina Ana)
La guerra de sucesión española5 fue un conflicto internacional que duró desde 1701
hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713, que tuvo como causa fundamental la
muerte sin descendencia de Carlos II de España, último representante de la Casa de
Habsburgo, y que dejó como principal consecuencia la instauración de la Casa de
Borbón en el trono de España.nota 1 En el interior del país, la guerra de Sucesión
evolucionó hasta convertirse en una guerra civil entre borbónicos, cuyo principal
apoyo lo encontraron en la Corona de Castilla, y austracistas, mayoritarios en la
Corona de Aragón, cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1714 con la
capitulación de Barcelona y 1715 con la capitulación de Mallorca ante las fuerzas
del rey Felipe V de España. Para la Monarquía Hispánica, las principales
consecuencias de la guerra fueron la pérdida de sus posesiones europeas y la
desaparición de la Corona de Aragón, lo que puso fin al modelo «federal» de
monarquía,6 o «monarquía compuesta»,7 de los Habsburgo españoles.nota 2

Índice
1
Situación política previa
1.1
Los tratados de partición de los territorios de la «monarquía católica» de Carlos
II
1.2
El testamento de Carlos II
1.3
La aceptación del testamento por Luis XIV y la ruptura del Segundo Tratado de
Partición
2
Felipe V ocupa el trono
2.1
El nacimiento de la Gran Alianza antiborbónica
3
El comienzo de la guerra (1701-1705)
3.1
Primeras acciones bélicas
3.2
Los aliados llevan la guerra a la península
3.3
La sublevación austracista del Principado de Cataluña y del Reino de Valencia
4
La guerra se alarga (1706-1710)
4.1
El archiduque Carlos proclamado Carlos III de España
4.2
La batalla de Almansa y el fin de los reinos de Valencia y de Aragón
4.3
La ruptura de 1709 entre Felipe V y Luis XIV
4.4
1710, el año decisivo para Felipe V
5
El final del conflicto (1711-1714)
5.1
Hacia la paz de Utrecht
5.2
El Tratado de Utrecht
5.3
El Principado de Cataluña sigue resistiendo (1713-1714)
5.3.1
La batalla del 11 de septiembre de 1714
5.4
El fin del Principado de Cataluña
5.5
Toma de Mallorca
6
Consecuencias
6.1
La represión borbónica y el exilio austracista
6.2
La política «revisionista» de Felipe V y el Tratado de Viena de 1725
7
Conclusiones
8
Véase también
9
Notas
10
Referencias
11
Bibliografía
12
Enlaces externos
Situación política previa[editar]
Los tratados de partición de los territorios de la «monarquía católica» de Carlos
II[editar]

Carlos II de España, último rey español de la dinastía Habsburgo, por Wilhelm


Humer.
El último rey de España de la Casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado, debido a
su enfermedad, no pudo dejar descendencia. Durante los años previos a su muerte —en
noviembre de 1700— la cuestión sucesoria se convirtió en asunto internacional e
hizo evidente que España constituía un botín tentador para las distintas potencias
europeas.
Tanto el rey Luis XIV de Francia, de la Casa de Borbón, como el emperador Leopoldo
I del Sacro Imperio Romano Germánico, de la Casa de Habsburgo, alegaban derechos a
la sucesión española debido a que ambos estaban casados con infantas españolas
hijas del rey Felipe IV, padre de Carlos II, y, además, las madres de ambos eran
hijas del rey Felipe III, abuelo de Carlos II. Tanto la madre como la esposa de
Luis XIV, Ana de Austria y María Teresa de Austria, respectivamente, habían nacido
antes que sus respectivas hermanas, María de Austria y Margarita de Austria, madre
y esposa del emperador Leopoldo I.
El rey Luis XIV había estado casado con María Teresa de Austria, hermana mayor de
Carlos II, y el Gran Delfín de Francia, único hijo primogénito de ambos que seguía
con vida, parecía ser el descendiente del «rey católico» con más derechos a la
Corona española. Sin embargo, en su contra jugaba el hecho de que tanto Ana de
Austria como María Teresa de Austria habían renunciado a sus derechos sucesorios a
la Corona de España, por ellas y por sus descendientes,8 con la firma del Tratado
de los Pirineos. Además, como el Gran Delfín era heredero también al trono francés,
la reunión de ambas coronas hubiese significado, en la práctica, la unión de España
—con su vasto imperio— y Francia bajo una misma dirección, en un momento en el que
Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia
hegemónica.
Por su parte el emperador Leopoldo I había estado casado con Margarita de Austria,
hermana de Carlos II, y la hija de ambos, María Antonia de Austria, fue depositaria
de los derechos de sucesión de la Monarquía Hispánica ante la posible muerte de
Carlos II, pero esta falleció en 1692, antes de la muerte de Carlos II. Así, los
hijos del emperador Leopoldo I, primos hermanos de Carlos II, que seguían vivos
pedían su derecho sucesorio, aunque estos tenían un parentesco menor que el Gran
Delfín ya que su madre no era española, sino la alemana Leonor de Neoburgo, así
que, como ha señalado Joaquim Albareda, «en términos legales la cuestión sucesoria
era enrevesada, ya que ambas familias [Borbones y Austrias] podían reclamar
derechos a la corona [española]».9

Lazos familiares de José Fernando de Baviera, Felipe de Anjou y el archiduque


Carlos con la Casa de Austria (la Casa de Habsburgo en España).
Por otro lado, las otras dos grandes potencias europeas, Inglaterra y los Países
Bajos, veían con preocupación la posibilidad de la unión de las Coronas francesa y
española a causa del peligro que para sus intereses supondría la emergencia de una
potencia de tal orden. También ofrecían problemas los hijos de Leopoldo I, puesto
que la elección de alguno de los dos como heredero supondría la resurrección de un
imperio semejante al de Carlos I de España del siglo XVI (deshecho por la división
de su herencia entre su hijo Felipe II de España y su hermano Fernando I de
Habsburgo). Un temor compartido por Luis XIV que no quería que volviese a repetirse
la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que el eje España-Austria
aisló fatalmente a Francia. Aunque tanto Luis XIV como Leopoldo I estaban
dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su
familia —Luis al hijo más joven del delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo
menor, el archiduque Carlos—, tanto Inglaterra como los Países Bajos apoyaron una
tercera opción, que también era bien vista por la corte española, la de la elección
del hijo del elector de Baviera, José Fernando de Baviera, único hijo de María
Antonia de Austria, nieto de Leopoldo I, bisnieto de Felipe IV y sobrino nieto del
rey Carlos II. El candidato bávaro parecía la opción menos amenazante para las
potencias europeas, así que el rey Carlos II nombró a José Fernando de Baviera como
su sucesor y heredero de todos los reinos, estados y señoríos de la Monarquía
Hispánica.
Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis
XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698, a espaldas
de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los
reinos peninsulares (exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos españoles y
las Indias, quedando el Milanesado para el archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia,
los presidios de Toscana y Finale y Guipúzcoa para el delfín de Francia, como
compensación por su renuncia a la Corona hispánica.
El testamento de Carlos II[editar]
En la última década del siglo XVII, se extendió en la corte de Madrid una opinión
favorable a que se convocara a las Cortes de Castilla para que resolvieran la
cuestión sucesoria, si el rey Carlos II, como era previsible moría sin
descendencia. Esta opción era apoyada por la reina Mariana de Neoburgo, el
embajador del Sacro Imperio Aloisio de Harrach, por algunos miembros del Consejo de
Estado y del Consejo de Castilla, que ya en 1694 defendieron «la reunión de Cortes
como único remedio de salvar la Monarquía». Sin embargo, frente a esta opción
«constitucionalista» se impuso la posición absolutista, que defendía que era el rey
quien en su testamento debía resolver la cuestión.10

Retrato del cardenal Portocarrero, por Juan Carreño de Miranda.


En 1696, cuando Carlos II testó a favor de José Fernando de Baviera, y, sobre todo,
cuando en el año 1698 se conoció en Madrid la firma del Primer Tratado de
Partición, que dejaba al archiduque Carlos únicamente con el Milanesado, se formó
en la corte un «partido alemán» (o austracista) para presionar al rey para que
cambiara su testamento en favor del segundo hijo del emperador. Ese «partido
alemán» estaba encabezado por Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla
y por el conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla y primer ministro de
facto, y el conde de Aguilar, y contaba con el apoyo de la reina y del embajador
del Imperio. Frente a él se alzaba el «partido bávaro», encabezado por el cardenal
Luis Fernández Portocarrero, y el embajador de Luis XIV, el marqués de Harcourt,
que seguía presionando para defender los derechos de Felipe de Anjou.11
La cuestión sucesoria se convirtió en una grave crisis política a partir de febrero
de 1699 cuando se produjo la muerte prematura del candidato escogido por Carlos II,
José Fernando de Baviera —de seis años de edad—, lo que llevó al Segundo Tratado de
Partición, también a espaldas de España. Bajo tal acuerdo el archiduque Carlos era
reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos de España,
además de Guipúzcoa, a Francia. Si bien Francia, los Países Bajos e Inglaterra
estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y reclamaba la totalidad
de la herencia española. Tampoco fue aceptado por la corte española, encabezada por
el cardenal Portocarrero, porque además de imponer un heredero suponía la
desmembración de los territorios de la Monarquía.12 El «partido bávaro» del
cardenal Portocarrero, al haberse quedado sin candidato, se acabó inclinando por
Felipe de Anjou. Nació así el «partido francés» que acabaría ganándole la partida
al «partido alemán», gracias entre otras razones a la eficaz gestión del embajador
Harcourt —que no excluyó el soborno entre la Grandeza de España—13 «frente al
ineficaz embajador austríaco Aloisio de Harrach, cuyas relaciones con la reina, por
si fuera poco, nunca fueron buenas».11nota 3 «Mientras Carlos II era sometido a
exorcismos para librarse de supuestos hechizos».15nota 4 El marqués de Villafranca,
uno de los miembros más destacados del grupo de Portocarrero, justificó así la
decisión a favor del candidato francés:17
Mirando a la manutención entera de esta Monarquía hay poco que dudar, o nada, en
que solo entrando en ella uno de los hijos del delfín, segundo o tercero, se puede
mantener
Así pues, Carlos II, persuadido también por la presión de Harcourt, de que la
«opción francesa» era la mejor para asegurar la integridad de la «monarquía
católica» y del Imperio español —y ello a pesar de las cuatro guerras que se habían
mantenido contra Luis XIV a lo largo de su reinado: guerra de Devolución entre 1667
y 1668; guerra de Holanda entre 1673 y 1678; guerra de las Reuniones entre 1683 y
1685; y guerra de los Nueve Años entre 1688 y 1697— testó el 2 de octubre de 1700,
un mes antes de su muerte, a favor de Felipe de Anjou, hijo segundo del delfín de
Francia y nieto de Luis XIV, a quien nombró «sucesor... de todos mis Reinos y
dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos» —con lo que invalidaba los dos
tratados de partición—.18

Alegoría del reconocimiento del duque de Anjou como rey de España, por Henri
Antoine de Favanne (1704).
En el testamento Carlos II establecía dos normas de gran importancia y que el
futuro Felipe V no cumpliría. La primera era el encargo expreso a sus sucesores de
que mantuvieran «los mismos tribunales y formas de gobierno» de su Monarquía y de
que «muy especialmente guarden las leyes y fueros de mis reinos, en que todo su
gobierno se administre por naturales de ellos, sin dispensar en esto por ninguna
causa; pues además del derecho que para esto tienen los mismos reinos, se han
hallado sumos inconvenientes en lo contrario». Así decía que la «posesión» de «mis
Reinos y señoríos» por Felipe de Anjou y el reconocimiento por «mis súbditos y
vasallos...» [como] «su rey y señor natural» debía ir precedida por «el juramento
que debe hacer de observar las leyes, fueros y costumbres de dichos mis Reinos y
señoríos», además de que en el resto del testamento se incluían nueve referencias
directas más al respeto de las «leyes, fueros, constituciones y costumbres». Según
Joaquim Albareda, todo esto manifiesta la voluntad de Carlos II de «asegurar la
conservación de la vieja planta política de la monarquía frente a previsibles
mutaciones que pudieran acontecer, de la mano de Felipe V». La segunda norma era
que Felipe debía renunciar a la sucesión de Francia, para que «se mantenga siempre
desunida esta monarquía de la corona de Francia».19
En conclusión, la elección de Felipe de Anjou se debió a que el gobierno español
tenía como prioridad principal la conservación de la unidad de los territorios del
Imperio español, y Luis XIV de Francia era en ese momento el monarca con mayor
poder de Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder llevar a cabo
dicha tarea.
La aceptación del testamento por Luis XIV y la ruptura del Segundo Tratado de
Partición[editar]
El 1 de noviembre de 1700 se produjo la muerte de Carlos II —tres días antes había
nombrado una Junta de Gobierno al frente de la cual había situado al cardenal
Portocarrero—. El 9 de noviembre se confirmaba en Versalles que Carlos II había
nombrado como su sucesor al segundo hijo del delfín de Francia, Felipe de Anjou, lo
que abrió un debate entre los consejeros de Luis XIV ya que la aceptación del
testamento supondría la ruptura del Segundo Tratado de Partición suscrito en marzo
con el Reino de Inglaterra y con las Provincias Unidas. El embajador francés en
Londres relató la duda de Luis XIV: «se sentía contento por la reunión de las dos
monarquías, pero preveía que ello podía conducir a una guerra que se había
propuesto evitar».20

Proclamación de Felipe V como rey de España en el Palacio de Versalles (Francia) el


16 de noviembre de 1700. Pintura de François Gérard.
Luis XIV finalmente respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, hizo
pública la aceptación de la herencia en una carta destinada a la reina viuda de
España en la que decía:
Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz inviolable, la
monarquía de España al más alto grado de gloria que haya alcanzado jamás. Aceptamos
en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto rey católico.

Retrato oficial de Luis XIV de Francia, por Hyacinthe Rigaud (1702).


El 16 de noviembre,21 el rey de Francia, ante una asamblea compuesta por la familia
real, altos funcionarios del reino y los embajadores extranjeros, presentó al duque
de Anjou con estas palabras:
Señores, aquí tenéis al rey de España.
Pero a continuación le dirigió a su nieto una frase que inquietó al resto de
potencias europeas, cuya respuesta no se haría esperar:22
Sé buen español, ese es tu primer deber, pero acuérdate de que has nacido francés,
y mantén la unión entre las dos naciones; tal es el camino de hacerlas felices y
mantener la paz de Europa.
Tampoco pasó desapercibida la frase a la Junta de Gobierno del cardenal
Portocarrero —ya que vulneraba el testamento del rey Carlos II, que prohibía
expresamente la unión de las dos coronas— sobre todo cuando el embajador español en
la corte de Versalles le comunicó al cardenal lo que le había dicho Luis XIV
durante la entrevista que mantuvieron el mismo día de la presentación de Felipe
V:23
Ya no hay Pirineos; dos naciones, que de tanto tiempo a esta parte han disputado la
preferencia, no harán en adelante más de un solo pueblo.
Estos temores se confirmaron al mes siguiente cuando Luis XIV hizo una declaración
formal de conservar el derecho de sucesión de Felipe V al trono de Francia —
legalizada en virtud de cartas otorgadas por el Parlamento de París del 1 de
febrero de 1701—,24 lo que abría «la puerta a una eventual unión de España y
Francia, se violaba el testamento de Carlos II y se amenazaba el equilibrio
europeo».23 Al mismo tiempo Luis XIV ordenó que tropas francesas ocuparan en nombre
de Felipe V las ocho plazas fuertes de la barrera de los Países Bajos españoles
(Ocupadas por tropas de las Provincias Unidas de los Países Bajos), debido «al poco
entusiasmo de los Estados Generales de los Países Bajos españoles por jurar al
duque de Anjou como rey de España», lo que por otro lado provocó «un verdadero
pánico en la Bolsa de Londres»25 ya que podía ser el inicio de una guerra ya que la
ocupación de esas plazas fuertes violaba el Tratado de Rijswijk de 1697. Además los
enviados de Luis XIV empezaron a hacer cambios institucionales en los Países Bajos
del Sur y a incrementar los impuestos.23
Felipe V ocupa el trono[editar]

Felipe de Borbón, duque de Anjou, por Hyacinthe Rigaud (1701).


Felipe de Anjou entró en España por Vera de Bidasoa (Navarra), llegando a Madrid el
17 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico reinado de
Carlos II, lo recibió con una alegría delirante y con esperanzas de renovación.
Pronto el nuevo rey Felipe V de España, sería conocido, no sin cierta ironía, con
el sobrenombre de el Animoso.nota 5
Fue ungido como rey en Toledo por el cardenal Portocarrero y proclamado como tal
por las Cortes de Castilla reunidas el 8 de mayo de 1701 en el Real Monasterio de
San Jerónimo.26 El 17 de septiembre Felipe V juró los Fueros del Reino de Aragón y
luego se dirigió a Barcelona donde había convocado las Cortes catalanas. Allí el 4
de octubre de 1701 juró las Constituciones catalanas y mientras las Cortes
estuvieron reunidas tuvo que permanecer en la capital del Principado. Finalmente a
principios de 1702 pudo clausurar las Cortes después de verse obligado a hacer
importantes concesiones —como la creación del Tribunal de Contrafacciones—,
reforzándose así la concepción pactista de las relaciones entre el soberano y sus
vasallos. Como recordó un memorial presentado por las instituciones catalanas: «en
Cataluña quien hace las leyes es el rey con la corte» y «en las Cortes se disponen
justísimas leyes con las cuales se asegura la justicia de los reyes y la obediencia
de los vasallos». Las Cortes del Reino de Aragón, presididas por la reina ya que
Felipe embarcó el 8 de abril desde Barcelona hacia el Reino de Nápoles, no llegaron
a clausurarse a causa de la marcha de la reina a Madrid, quedando pendientes de
resolverse las peticiones de los cuatro brazos que la componían. Las Cortes del
Reino de Valencia nunca llegaron a convocarse.27
Por otro lado, tras su llegada a Madrid, Felipe V, siguiendo las indicaciones del
embajador francés marqués de Harcourt, formó un «Consejo de Despacho», máximo
órgano de gobierno de la Monarquía por encima de los Consejos establecidos por los
Austrias, integrado por el propio rey y el cardenal Portocarrero, presidente de la
Junta de Gobierno nombrada por Carlos II; Manuel Arias, presidente del Consejo de
Castilla; y Antonio de Ubilla, nombrado secretario del Despacho Universal, y al que
pronto se unió el embajador francés, por imposición de Luis XIV, ya que en seguida
quedó claro, según la historiadora francesa Janine Fayard, que «Luis XIV iba a
actuar como el verdadero dueño de España». Así en junio de 1701 envió a la corte de
Madrid a Jean Orry para que se ocupara de sanear y aumentar los recursos de la
Hacienda de la Monarquía, y también negoció sin consultarle el casamiento de Felipe
con la princesa saboyana María Luisa Gabriela de Saboya —la boda real se celebró en
Barcelona a donde había acudido Felipe V a jurar como conde de Barcelona ante las
Cortes Catalanas—, quien dominó por completo al rey a pesar de tener apenas catorce
años, contando con el apoyo de la princesa de los Ursinos de sesenta años nombrada
camarera mayor de palacio por indicación de Luis XIV. Que Luis XIV tomó las riendas
del gobierno en la Monarquía de España también lo prueban las 400 cartas que le
envió a su nieto entre 1701 y 1715, «en las que fue pródigo en consejos políticos,
incluso órdenes» y el destacado papel que desempeñó en la corte de Madrid su
embajador.28 «Era, pues, el rey francés... quien controlaba los auténticos resortes
del poder. De este modo, los respectivos embajadores —Harcourt, Marcin, los dos
Estrées, tío y sobrino, y Gramont— no actuaron como representantes legales de
Francia en el sentido estricto sino como auténticos ministros».29
El interés de Luis XIV por la «monarquía católica» radicaba fundamentalmente en su
Imperio de las Indias Occidentales, como reconoció más adelante en una carta
enviada a su embajador en Madrid una vez iniciada la guerra: «el principal objeto
de la guerra presente es el comercio de Indias y de las riquezas que producen».
Esto es lo que explica que en seguida el Consejo de Despacho tomara una serie de
medidas para favorecer el comercio francés con el Imperio americano. Así, en pocos
meses más de una treintena de barcos realizaban continuos viajes entre los puertos
franceses y los de Nueva España y Perú y más adelante los puertos de la América
española fueron «pacíficamente invadidos» por cientos de navíos franceses haciendo
saltar las férreas disposiciones que habían estado en vigor durante dos siglos y
que concedían el monopolio del comercio con América a la Casa de Contratación de
Sevilla. La medida de mayor trascendencia fue la concesión del asiento de negros —
el monopolio de la trata de esclavos con América— a la Compagnie de Guinée, el 27
de agosto de 1701 —compañía de la que Luis XIV y Felipe V poseían el 50 % del
capital—,nota 6 que también recibió el privilegio de extraer oro, plata y otras
mercancías, libres de impuestos, de los puertos donde había vendido esclavos.
Algunos historiadores consideran esta decisión como el detonante de la guerra de
sucesión española y así lo vieron algunos contemporáneos, especialmente ingleses y
holandeses.30
El nacimiento de la Gran Alianza antiborbónica[editar]
La apertura del Imperio español al comercio francés era uno de los grandes temores
para las dos potencias marítimas de la época, Inglaterra y las Provincias Unidas,
que sospechaban del interés de Francia en adueñarse del comercio español con
América, siendo este uno de los motivos por el cual el 20 de enero de 1701 se firmó
una alianza para realizar operaciones conjuntas contra Francia y dar su apoyo a las
aspiraciones del segundo hijo del emperador Leopoldo I al trono español. Cuando se
conocieron las concesiones hechas por Felipe V a la Compagnie de Guinée en la trata
de esclavos —que coincidió con el reconocimiento por Luis XIV de Jacobo III
Estuardo en sus aspiraciones al trono de Londres—, Inglaterra y las Provincias
Unidas, promovieron la formación de una gran coalición antiborbónica.31 Así el 7 de
septiembre de 1701 se firmó el Tratado de La Haya que dio nacimiento a la Gran
Alianza, formada por Austria, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países
Bajos, Prusia y la mayoría de los estados alemanes,32 que declaró la guerra a Luis
XIV y a Felipe V en mayo de 1702.33 El Reino de Portugal y el Ducado de Saboya se
unirían a la Gran Alianza en mayo de 1703.
La guerra se inició al principio en las fronteras de Francia con los Estados de la
Gran Alianza, y posteriormente en la propia España, donde se convirtió en una
guerra europea en el interior del país, desembocando en una auténtica guerra civil,
básicamente entre la Corona de Aragón, partidaria mayoritariamente del archiduque,
el cual había ofrecido garantías de mantener el sistema "federal" de la Monarquía
Hispánica, y la Corona de Castilla, que había aceptado a Felipe V, cuya mentalidad
era la del estado centralista de monarquía absoluta comparable al modelo de la
Francia de la época.343536 Terminada la guerra, los Estados de la Corona de Aragón
desaparecieron al ser suprimidas sus leyes e instituciones propias sustituidas por
las «leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el universo» —como se
decía en el Decreto de Nueva Planta de 1707 que puso fin a los reinos españoles de
Aragón y de Valencia—, y solo las «provincias» vascongadas y el Reino de Navarra
mantuvieron sus leyes e instituciones propias al haberse mantenido fieles a la
causa borbónica.37
El comienzo de la guerra (1701-1705)[editar]
Primeras acciones bélicas[editar]
Como el rey de España poseía el Ducado de Milán y junto con Francia estaba aliado
con varios príncipes italianos, como Víctor Amadeo II de Saboya38 y Carlos III,
duque de Mantua,39 las tropas francesas ocuparon casi todo el norte de Italia hasta
el lago de Garda. El príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas del
emperador austriaco, dio comienzo a las hostilidades en 1701, sin declaración de
guerra, batiendo al mariscal francés Nicolas Catinat en la batalla de Carpi, así
como a su sucesor el mariscal Villeroy en la batalla de Chiari, pero no consiguió
tomar Milán por problemas de suministros. A comienzos de 1702 el primer ataque lo
lanzaron las tropas austriacas contra la ciudad de Cremona, en Lombardía, haciendo
prisionero a Villeroy (batalla de Cremona). Su puesto lo ocupó el duque de Vendôme,
que rechazó las tropas invasoras del ejército del príncipe Eugenio de Saboya. Los
partidarios del emperador Leopoldo I atacaron primero a los electorados de Colonia
y Brunswick, que se habían puesto del lado de Luis XIV de Francia, ocupando dichos
principados. También deseaban impedir que se unieran las fuerzas francesas con las
del elector de Baviera, para lo cual reclutaron un ejército al mando del margrave
Luis Guillermo de Baden, que tomó posiciones en el Rin superior frente a las
fuerzas francesas mandadas por el mariscal Villars. El margrave de Baden conquistó
el 9 de septiembre de 1702 Landau, en Alsacia, y el 14 de octubre de 1702 se
volvieron a enfrentar ambos ejércitos en la batalla de Friedlingen, de la que
ninguno salió vencedor pero tuvo como consecuencia que los franceses retrocedieran
detrás del Rin y no pudieran unirse con los bávaros. Más al norte, el mariscal
Tallard ocupó de nuevo todo el Ducado de Lorena y la ciudad de Tréveris.

John Churchill, I duque de Marlborough, por Adriaen van der Werff (1704).
Estimulado por su abuelo, en 1702 Felipe V desembarcó cerca de Nápoles pacificando
el Reino de las Dos Sicilias en un mes, tras lo cual reembarcó hacia Finale. De ahí
fue a Milán, siendo recibido con entusiasmo también allí e incorporándose a
comienzos de julio al ejército del duque de Vendôme cerca del río Po. La primera
batalla tuvo lugar en Santa Vittoria y supuso la destrucción del ejército del
general Visconti por las tropas franco-españolas, a la que siguió un sangriento
intento de desquite en la batalla de Luzzara. Su comportamiento en estas batallas
fue brillante, rayando lo temerario. Sumido en un nuevo acceso de su enfermiza
melancolía, se reembarcó y regresó a España, pasando por Cataluña y Aragón y
haciendo entrada triunfal en Madrid el 13 de enero de 1703. A su regreso le
esperaban las malas noticias de que la Dieta imperial le había declarado la guerra
a él y a su abuelo como usurpadores del trono español. El ejército del duque de
Borgoña tuvo que retirarse ante la superioridad del duque de Marlborough
(protagonista de la canción infantil Mambrú se fue a la guerra), perdiéndose
Raisenwertz, Venlo, Ruremunda, Senenverth, Maseich, Lieja y Landau en Alsacia.
Contrarrestaron un poco esto los éxitos del elector de Baviera (aliado de la causa
borbónica) tomando Ulm y Memmingen.
Los aliados llevan la guerra a la península[editar]
Una de las principales preocupaciones de los aliados era conseguir una base naval
en el Mediterráneo para las flotas inglesa y holandesa. Su primera tentativa fue
tomar Cádiz en agosto de 1702, pero fracasó.40 En la batalla de Cádiz un ejército
aliado de 14 000 hombres desembarcó cerca de esa ciudad en un momento en que no
había casi tropas en España. Se reunieron a toda prisa, recurriéndose incluso a
fondos privados de la esposa de Felipe V, la reina María Luisa Gabriela de Saboya
(que en el futuro sería conocida afectuosamente por los castellanos como «la
Saboyana»), y del cardenal Luis Fernández Portocarrero. Sorprendentemente este
ejército aliado fue rechazado, triunfando la defensa española.

Mapa de la batalla de Cádiz (1702).


Antes de reembarcar el 19 de septiembre, las tropas aliadas se dedicaron al pillaje
y al saqueo del Puerto de Santa María y de Rota, lo que sería utilizado por la
propaganda borbónica —según el felipista marqués de San Felipe los soldados
«cometieron los más enormes sacrilegios, juntando la rabia de enemigos a la de
herejes, porque no se libraron de su furor los templos y las sagradas imágenes»— e
hizo imposible que Andalucía se sublevara contra Felipe V tal como tenían planeado
los austracistas castellanos encabezados por el almirante de Castilla.41

Ludolf Backhuysen: la batalla de Rande en la ría de Vigo, óleo, Museo Marítimo


Nacional.
Otra de las preocupaciones de los aliados era interferir las rutas transatlánticas
que comunicaban España con su Imperio en América, especialmente atacando la flota
de Indias que transportaba metales preciosos que constituían la fuente fundamental
de ingresos de la Hacienda de la Monarquía española. Así en octubre de 1702 las
flotas inglesa y holandesa avistaron frente a las costas de Galicia a la flota de
Indias que procedía de La Habana, escoltada por veintitrés navíos franceses, que se
vio obligada a refugiarse en la ría de Vigo. Allí fue atacada el 23 de octubre por
los barcos aliados durante la batalla de Rande infligiéndole importantes pérdidas,
aunque la práctica totalidad de la plata fue desembarcada a tiempo.42 Fue conducida
primero a Lugo y más tarde al alcázar de Segovia.
Uno de los principales giros de la guerra tuvo lugar en el verano de 1703, cuando
el Reino de Portugal y el Ducado de Saboya se sumaron a los restantes estados que
componían el Tratado de La Haya, hasta entonces formada únicamente por Inglaterra,
Austria y los Países Bajos. El duque de Saboya, a pesar de ser el padre de la
esposa de Felipe V, firmó el Tratado de Turín y Pedro II de Portugal, que en 1701
había firmado un tratado de alianza con los borbones, negoció con los aliados el
cambio de bando a cambio de concesiones a costa del Imperio español en América,
como la Colonia del Sacramento, y de obtener ciertas plazas en Extremadura —entre
ellas Badajoz— y en Galicia —que incluía Vigo—. Así el 16 de mayo de 1703 se firmó
el Tratado de Lisboa que convirtió a Portugal en una excelente base de operaciones
terrestres y marítimas para el bando austracista.43
La entrada en la Gran Alianza de Saboya y, sobre todo, de Portugal dio un vuelco a
las aspiraciones de la Casa de Austria, que ahora veía mucho más cercana la
posibilidad de instalar en trono español a uno de sus miembros. Así el 12 de
septiembre de 1703 el emperador Leopoldo I proclamó formalmente a su segundo hijo,
el archiduque Carlos de Austria, como rey Carlos III de España, renunciando al
mismo tiempo en nombre suyo y de su primogénito a los derechos a la corona
hispánica, lo que hizo posible que Inglaterra y Holanda reconocieran a Carlos III
como rey de España. A partir de aquel momento había formalmente dos reyes de
España.44
El 4 de mayo de 1704 el archiduque Carlos desembarcó en Lisboa contando con el
favor del rey Pedro II de Portugal. La causa «carlista» (como fue llamándose,
aunque no está relacionada con las guerras carlistas) iba ganando adeptos. El rey
Pedro II publicó un manifiesto en el que justificaba su decisión de retirar su
apoyo a Felipe V.45 Carlos III llegó a Lisboa al frente de una flota anglo-
holandesa que contaba con 4000 soldados ingleses y 2000 holandeses, a los que
sumaron 20 000 portugueses pagados por las dos potencias marítimas. En Santarém
Carlos proclamó su propósito de «liberar a nuestros amados y fieles vasallos de la
esclavitud en que los ha puesto el tiránico gobierno de la Francia» que pretende
«reducir los dominios de España a provincia suya». Permaneció en Lisboa hasta el 23
de julio de 1705.46
El archiduque efectuó un intento de invasión por el valle del Tajo, en Extremadura,
con un ejército anglo-holandés que fue rechazado por el ya considerable ejército
real de 40 000 hombres, a las órdenes de Felipe V desde marzo, y que posteriormente
recibiría refuerzos franceses al mando de James Fitz-James, I duque de Berwick, un
general brillante de origen inglés. Un segundo intento anglo-portugués tratando de
tomar Ciudad Rodrigo también fue rechazado.

Navío de guerra británico frente a la roca de Gibraltar, por Thomas Whitcombe


(hacia 1800).
Por su parte Inglaterra había apostado por el dominio de los mares desde hacía
mucho tiempo, y en realidad lo que deseaba era el desgaste de los dos
contendientes, así como el reparto de los territorios españoles para poder obtener
puntos estratégicos para su comercio y obtener los máximos beneficios. En 1704,
George Rooke y Jorge de Darmstadt llevaron a cabo el desembarco de Barcelona,
empresa que se convirtió en fracaso debido a que las instituciones catalanas, a
pesar de sus simpatías por la causa austracista, no encabezaron ninguna rebelión.
Sin embargo, de regreso, la flota asedió Gibraltar, la cual estaba defendida solo
por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de Diego de Salinas. Gibraltar se
rindió honrosamente el 4 de agosto de 1704 al príncipe de Darmstadt tras dos días
de lucha —es decir, se rindió a tropas bajo la bandera de un autoproclamado rey
español, Carlos III de Habsburgo— y el príncipe asumió el cargo de gobernador de la
plaza.
Una flota francesa al mando del conde de Toulouse intentó recuperar Gibraltar pocas
semanas después enfrentándose a la flota anglo-holandesa al mando de Rooke el 24 de
agosto a la altura de Málaga. La batalla naval de Málaga fue una de las mayores de
la guerra. Duró trece horas pero al amanecer del día siguiente la flota francesa se
retiró, con lo que Gibraltar continuó en manos de los aliados. Así que finalmente
consiguieron lo que habían venido intentando desde el fracaso de la toma de Cádiz
en agosto de 1702: una base naval para las operaciones en el Mediterráneo de las
flotas inglesa y holandesa.46
En el mismo mes en que se produjo la toma de Gibraltar, los aliados conseguían en
la batalla de Blenheim (Baviera) una de sus mayores y más decisivas victorias de la
guerra. En la batalla que tuvo lugar el 13 de agosto de 1704 se enfrentaron un
ejército franco-bávaro de 56 000 hombres al mando del conde Marcin y de Maximiliano
II Manuel de Baviera y un ejército aliado compuesto por 67 000 soldados imperiales,
ingleses y holandeses al mando del duque de Marlborough. El combate duró quince
largas horas al final del cual el ejército borbónico sufrió una derrota total: tuvo
34 000 bajas y 14 000 soldados fueron hechos prisioneros. Los aliados por su parte
perdieron 14 000 hombres entre muertos y heridos. El elector de Baviera se refugió
en los Países Bajos españoles mientras su Estado era ocupado y administrado por los
austríacos —y así permanecería hasta el final de la guerra—, con lo que Luis XIV
perdía a su principal aliado en Europa Central. Según la mayoría de los
historiadores la victoria de Blenheim puso fin a «cuarenta años de supremacía
militar francesa en el continente». «A partir de aquel momento Luis XIV se
enfrentaba a un escenario bélico claramente adverso».47
La sublevación austracista del Principado de Cataluña y del Reino de
Valencia[editar]
Artículos principales: Guerra de sucesión española en el Reino de Valencia y Guerra
de sucesión española en Cataluña.
Tras el fracaso del desembarco austracista en Barcelona de finales de mayo de 1704,
el virrey de Cataluña Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar desencadenó
una oleada represiva contra el austracismo catalán acusando a la Conferencia de los
Tres Comunes de ser «la oficina donde se formó la conspiración antecedente». Muchos
de sus miembros fueron encarcelados y finalmente el virrey Fernández de Velasco
ordenó su supresión.48
En marzo de 1705, la reina Ana de Inglaterra nombró como comisionado suyo a Mitford
Crowe, un comerciante de aguardiente afincado en el Principado de Cataluña, «para
contratar una alianza entre nosotros y el mencionado Principado o cualquier otra
provincia de España» y le dio instrucciones para que negociara con algún
representante de las instituciones catalanas.49 Sin embargo, Crowe no pudo
entrevistarse con ningún miembro de las mismas a causa de la represión del virrey
Velasco, así que se puso en contacto con el grupo de los vigatans, para que
firmaran la alianza anglo-catalana en nombre del Principado. Así nació el pacto de
Génova, así llamado por la ciudad donde fue rubricado el 20 de junio de 1705, que
establecía una alianza política y militar entre el Reino de Inglaterra y el grupo
de vigatans en representación del Principado de Cataluña. Según los términos del
acuerdo, Inglaterra desembarcaría tropas en Cataluña, que unidas a las fuerzas
catalanas lucharían en favor del pretendiente al trono español Carlos de Austria
contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo Inglaterra a mantener
las leyes e instituciones propias catalanas.50

Sitio de Barcelona (1705).


Los vigatans cumplieron su parte del pacto y fueron extendiendo la rebelión en
favor del archiduque y a principios de octubre de 1705 se habían adueñado
prácticamente de todo el Principado, excepto de Barcelona donde seguía dominando la
situación el virrey Velasco.51 Por su parte el archiduque Carlos, en cumplimiento
de lo acordado en Génova, embarcó en Lisboa rumbo a Cataluña al frente de una gran
flota aliada. A mediados de agosto la flota se detenía en Altea y en Denia el
archiduque era proclamado rey, extendiéndose a continuación la revuelta austracista
valenciana de los maulets liderada por Juan Bautista Basset y Ramos. El 22 de
agosto llegaba la flota aliada a Barcelona, cuando estaba en pleno apogeo la
revuelta austracista catalana, y pocos días después desembarcaban unos 17 000
soldados, dando comienzo al sitio de Barcelona de 1705, al que se sumaron los
vigatans.52
El 15 de septiembre de 1705, nada más capturar el castillo de Montjuic, en cuyo
asalto perdió la vida el príncipe de Darmstadt —uno de los principales valedores de
la causa del archiduque—, los aliados comenzaron a bombardear Barcelona desde allí.
El 9 de octubre Barcelona capitulaba y el 22 Carlos entraba en la ciudad. El 7 de
noviembre juraba las Constituciones catalanas, y a continuación convocaba las
Cortes catalanas.53
En Cataluña la actitud favorable de la población a la causa austracista se debió a
varios motivos: en primer lugar, el mal recuerdo que tenían los catalanes de los
franceses desde que la Paz de los Pirineos (1659) certificó la cesión del Rosellón,
con la ciudad de Perpiñán incluida, a la Corona francesa —los catalanes estaban
convencidos de que nunca se reunificaría el Rosellón con Cataluña con un rey Borbón
en España—; en segundo lugar, el hecho de que la Casa de Austria siempre había
respetado sus Constituciones, actitud diametralmente opuesta al centralismo
borbónico.[cita requerida]
Valencia se declaró por Carlos III el 16 de diciembre, así que a finales de año, en
Cataluña y Valencia, solo Alicante y Rosas permanecían fieles a Felipe V.
La guerra se alarga (1706-1710)[editar]
El archiduque Carlos proclamado Carlos III de España[editar]

Retrato del archiduque Carlos ante el puerto de Barcelona, óleo de Frans van
Stampart, Museo de Historia del Arte de Viena.
Tras la rendición de Barcelona, Felipe V intentó recuperar la capital del
Principado de Cataluña y un ejército borbónico integrado por 18 000 hombres a las
órdenes del duque de Noailles y del mariscal Tessé inició el sitio de Barcelona de
1706 el 3 de abril, mientras el propio Felipe V se instalaba en Sarriá. A finales
de abril los borbónicos ya controlaban el castillo de Montjuic desde donde
prepararon el asalto a la ciudad. Pero el 8 de mayo llegaba a Barcelona una flota
anglo-holandesa compuesta por 56 barcos y con más de 10 000 hombres a bordo al
mando del almirante John Leake, lo que obligó a retirarse a los borbónicos. Felipe
V cruzó la frontera francesa volviendo a entrar de nuevo en España por Pamplona.54
Al partir de Madrid Felipe V dejó casi desguarnecido el frente portugués, por lo
que casi al mismo tiempo que llegó a Barcelona la escuadra aliada, un ejército
anglo-portugués tomaba Badajoz y Plasencia y avanzaba sobre Madrid por los valles
del Duero y del Tajo. Los aliados tomaron en mayo Ciudad Rodrigo y Salamanca, lo
que forzó al rey y a la reina a abandonar Madrid y trasladarse a Burgos con la
corte. El almirante de la escuadra borbónica, marqués de Santa Cruz, se pasaba al
bando austriaco. Zaragoza proclamaba a Carlos III, quedando en Aragón solo Tarazona
y Jaca leales a la causa borbónica. Carlos III dejó Barcelona y el 27 de junio de
1706 tuvo lugar la primera entrada en Madrid del archiduque Carlos,55 siendo
recibido con una frialdad que sorprendió al propio Carlos. En Madrid fue proclamado
el 2 de julio como Carlos III rey de España pero a finales de ese mismo mes
abandonaba la capital con destino a Valencia debido a la falta de apoyos que había
encontrado —solo unos pocos nobles le habían jurado obediencia— y a los problemas
de abastecimiento de las tropas aliadas. Felipe V volvió a entrar en Madrid el 4 de
octubre ante el clamor popular, mientras el duque de Berwick junto con el obispo
Luis Antonio de Belluga y Moncada y «cuerpos francos» (precursores de las
guerrillas) reconquistaban Elche, Orihuela y Cartagena, capturando 12 000
prisioneros. Por contra, el mismo día en que Felipe V volvía a ocupar el trono en
Madrid, se proclamaba en el Reino de Mallorca al archiduque como su rey tras la
toma austracista de Mallorca. El 10 de octubre Carlos III el archiduque juraba en
Valencia los Fueros y quedaba asimismo consagrado como monarca del Reino de
Valencia.
En el resto de los frentes europeos los borbónicos eran derrotados en la batalla de
Ramillies, en mayo de 1706, y 15 000 soldados eran hechos prisioneros, con lo cual
el ya duque de Marlborough tomaba casi todos los Países Bajos españoles, incluyendo
Bruselas, Brujas, Lovaina, Ostende, Gante y Malinas; y en Italia se levantaba el
asedio de Turín, la capital de Saboya, lo cual permitía al duque de Saboya tomar
Milán el 26 de septiembre y Eugenio de Saboya conquistaba para el archiduque Carlos
el Reino de Nápoles.
La batalla de Almansa y el fin de los reinos de Valencia y de Aragón[editar]

Batalla que se dio en los campos de Almansa por las armas de las dos coronas,
contra las de los portugueses, ingleses y olandeses (sic) el día 25 de abril de
1707, óleo de Buonaventura Ligli y Filippo Pallotta (topógrafo), 1709, Museo del
Prado.
El 25 de abril de 1707 un ejército aliado anglo-luso-holandés presentó batalla a
las tropas borbónicas en la llanura de Almansa sin conocimiento de los importantes
refuerzos que estos últimos habían recibido. Así, la victoria borbónica en la
batalla de Almansa fue muy importante, pero no decisiva para el final de la guerra.

El ejército aliado se retiró y las fuerzas borbónicas avanzaron tomando Valencia,


recuperando Alcoy y Denia (8 de mayo) y Zaragoza (26 de mayo). El 20 de junio cayó
Játiva, que fue incendiada.56 Lérida fue tomada por asalto el 14 de octubre. Las
consecuencias políticas de la batalla de Almansa fueron importantes. Se abolieron
los Fueros de Valencia y los Fueros de Aragón mediante el Decreto de Nueva Planta.
A pesar del envío de un ejército por el hermano del archiduque Carlos,
posteriormente cayeron también Tortosa, en julio de 1708 y Alicante, en abril de
1709.
Véanse también: Decreto de Nueva Planta del Reino de Valencia y Decretos de Nueva
Planta del Reino de Aragón.
La ruptura de 1709 entre Felipe V y Luis XIV[editar]
Artículos principales: Preliminares de La Haya y Conversaciones de Geertruidenberg.
Esta euforia duró poco. Los triunfos terrestres de la Casa de Borbón eran
contrarrestados por los triunfos marítimos debidos a la superioridad naval anglo-
holandesa. En ese mismo año 1708 se perdió la plaza de Orán y las islas de Cerdeña
y Menorca. Además, la guerra en Europa le iba mal a Luis XIV y sus enemigos le
habían puesto al borde del colapso militar. Había enviado una expedición desastrosa
con la intención de restaurar a los Estuardo en Escocia. En la batalla de Oudenarde
(julio de 1708) había sufrido una derrota aplastante y había perdido la ciudad de
Lille.

Jean-Baptiste Colbert de Torcy. Grabado de Hyacinthe Rigaud.


A principios de 1709 comenzó en Francia una grave crisis económica y financiera que
hizo muy difícil que pudiera continuar combatiendo. Por eso Luis XIV envió a su
ministro de Estado, el marqués de Torcy, a La Haya para que negociara el final de
la guerra. Se llegó a un acuerdo llamado Preliminares de La Haya de 42 puntos pero
este fue rechazado por Luis XIV porque le imponía unas condiciones que consideraba
humillantes: reconocer al archiduque Carlos como rey de España con el título de
Carlos III y ayudar a los aliados a desalojar del trono a su nieto Felipe de Borbón
si este se resistía a abandonarlo pasado el plazo estipulado de dos meses.57
Como Luis XIV había previsto, Felipe V no estaba dispuesto a abandonar
voluntariamente el trono de España y así se lo comunicó su embajador Michel-Jean
Amelot que había intentando convencer al rey de que se contentase con algunos
territorios para evitar la pérdida de la monarquía entera. Pero a pesar de todo
Luis XIV ordenó a sus tropas que abandonaran España, menos 25 batallones, porque
como él mismo dijo «he rechazado la proposición odiosa de contribuir a desposeerlo
[a Felipe V] de su reino; pero si continúo dándole los medios para mantenerse en
él, hago la paz imposible». «La conclusión a la que llegó [Luis XIV] era severa
para Felipe V: era imposible que la guerra finalizara mientras él siguiera en el
trono de España», afirma Joaquim Albareda.58
La retirada de las tropas de España le permitió a Luis XIV concentrarse en la
defensa de las fronteras de su reino amenazado por el norte a causa del avance de
los aliados en los Países Bajos españoles. Y para ello puso toda su confianza en el
mariscal Villars que se enfrentó el 11 de septiembre de 1709 a las tropas aliadas
al mando del duque de Marlborough en la batalla de Malplaquet. Aunque los aliados
se impusieron tuvieron muchas más bajas que los franceses por lo que estos la
consideraron una «gloriosa derrota», que les permitió resistir el avance aliado.
Sin embargo, no pudieron impedir que Marlborough tomara el 23 de octubre Mons y se
hiciera con el control completo de los Países Bajos españoles.59
Felipe V, de acuerdo con la reina «saboyana», reaccionó frente a Luis XIV, haciendo
jurar a su heredero y recabando independencia total para regir España.

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