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CAPITULO III

LAS TRANSFORMACIONES DE LA CONDUCTA

I. Desde su nacimiento, el hombre no deja de conducirse. Debemos tomar esta fórmula


al pie de la letra: lejos de 'ser conducido', como una máquina, que encuentra fuera de
ella las reglas de su funcionamiento, es propio del ser humano hallar en sí mismo la
fuente de sus ajustes al ambiente; el individuo nunca deja de 'conducirse' porque,
precisamente, en virtud de la vieja fórmula de Spinoza debe conducirse para poder
persistir como su organismo. Es por eso que la personalidad se elabora con procesos
que, de una u otra manera, son inmanentes a la 'corriente de conducta' que comienza con
el nacimiento. Y, si con la actual psicología de inspiración psicoanalítica 1 convenimos
en denominar conducta al conjunto organizado de las operaciones, seleccionadas en
función de las informaciones recibidas sobre el medio, por las cuales el individuo
integra sus tendencias, resulta que es a través de la historia de las conductas cómo debe
explicarse la formación de la personalidad. Pero, dado que 'conducir' operaciones
equivale a seleccionarlas y organizarías, se infiere también que las conductas tienden a
ser producidas -inducidas, si se quiere-, por otras conductas que son las que orientan
esta selección y esta organización: en cierta medida, la presencia de una determinada
conducta permite fijar las probabilidades de aparición de toda otra serie de conductas.
En consecuencia, si bien es cierto que la personalidad se forma a través de las
conductas, no es menos cierto que las conductas expresan la personalidad. Dicho de otra
manera: la personalidad es a la vez el resultado de la conducta y aquello que conduce;
personalidad y conducta son, pues, dos aspectos complementarios de una misma
historia.
No es de extrañar entonces que, según el punto de vista en que uno se ubique, se
pueda considerar las tendencias que la conducta integra, tanto como factores, cuanto
como productos de la conducta. "Según el punto de vista en que uno se ubique",
significa: según el momento histórico que se considera. En efecto, nadie puede dudar de
que las operaciones, cuyo papel consiste en integrar motivaciones o tensiones, no sean a
su vez, causa de nuevas tensiones, digamos de tendencias adquiridas. Según la
excelente fórmula de G. Palmade, ''la conducta es organizadora de tensiones o de
"motivaciones, así como de las operaciones transitivas por las cuales ella misma se
realiza..." En cierto sentido, pues, algunas tensiones, organizadas de determinada
manera, existen porque existe una conducta. De este modo, nuevas tendencias y nuevas
operaciones nacen en el transcurso de un continuo proceso de interacción. Finalmente,
parecería que los procesos que hemos llamado 'inmanentes' a la corriente de la conducta
no pueden concebirse, dentro del marco de la psicología clínica, sino como
transformaciones a través de las cuales se elabora una historia personal.
El estudio de las transformaciones de la conducta se torna entonces fundamental.
¿Cómo son posibles tales transformaciones? ¿Cómo surgen y cómo se fijan? Cualquiera
sea el momento en que se estudia la "transformación', ésta se efectúa necesariamente

1
D. LAGACHE, La psychanalyse, 1956, cap. VI [tr. esp.: El psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1960]. G. PALMADE, De
l'appareil conceptuel dans les sciences humaines, en Psyché, N' 102 y 103, 1955.
sobre la base de: 1) Tendencias, elementales o adquiridas, innatas o que aparecen
cuando la maduración orgánica lo permite, las cuales suscitan y dirigen el
comportamiento; 2) Operaciones ya existentes, instintivas o adquiridas, que forman el
fundamento de la transformación, y que, o bien son asimiladas a un nuevo todo, o bien
sufren una disociación; 3) Imposiciones situacionales, obstáculos sociales o modelos
culturales de acción; 4) Por último, un conductor: la variable personal misma, la
personalidad ya formada y 'pregnante' que, por lo menos, prohíbe ciertas posibilidades.
Supongamos ya conocida -en el momento en que se estudia la personalidad- la
presencia de elementos 'pasados'; con esta base particular, la transformación obedece a
normas transversales, que dan cuenta del 'mecanismo' de la operación de elaboración.
Por esto mismo resulta absolutamente necesario desprender los principios a que obedece
o puede obedecer la elaboración (es lo que han hecho todas las psicologías genéticas,
incluso el psicoanálisis). Frente a un obstáculo que induce a la frustración, el psicólogo
sólo podrá decir con certeza:- puede ser que se produzca una reacción agresiva; pues le
será imposible prejuzgar de las variables exactas que condicionan la individualidad de la
reacción. Sin embargo, podrá enumerar cierto número de variables y prever que si tal
variable está presente, un principio general comenzará a actuar.
Es tan decisiva la influencia de los cinco primeros años de vida sobre la formación de
la personalidad, que los problemas planteados por las transformaciones de la conducta
se sitúan concretamente dentro de ese marco. Las experiencias posteriores al quinto año
de vida ejercen, por cierto, una acción formatriz sobre la personalidad, y pueden, según
la expresión de D. Lagache, "ser los agentes de aperturas o de cierres nuevos". Pero
dado que en estos cinco primeros años progresa rápidamente la maduración
psicofisiológica, se estructuran los primeros modos de relación con nuestros semejantes,
se forman hábitos culturales fundamentales, se asimilan los principales sistemas de
referencias sociales y aparecen finalmente, a la vez, la angustia y los estilos primitivos
de reacción a la angustia, es lícito considerar que el postulado freudiano de los primeros
cinco años no puede ponerse seriamente en tela de juicio 2 . Por esto, conviene insistir
principalmente en los mecanismos que intervienen en este período.
II. Pero antes retomemos la noción de 'tendencia' a que hemos aludido. Las
transformaciones de la conducta no podrían tener ninguna significación sino la de
asegurar la función que le ha sido atribuida. Ahora bien, dijimos que el objeto de la
conducta es asegurar la existencia misma, la persistencia del organismo. Por lo tanto,
inmanente a todos los hechos de comportamiento, existe un dinamismo que expresa la
tendencia del organismo a perseverar en su ser, dinamismo que se traduce por una
movilización energética cuya mira es la integración. En efecto, el organismo no puede
persistir sino en la medida en que es 'uno', en que resiste a las fuerzas disociativas.
Surge de allí la necesidad ineludible de postulados dinámicos en psicología. La noción
de tendencia responde a esta necesidad. Todo ocurre, en efecto, como si -por una
extensión del principio fisiológico de la "homeostasis" de Cannon- toda tensión
interior al organismo que entraña para éste el riesgo de una disociación, exigiera del
mismo que .actuara para suprimir esta tensión. En resumen, la fuente de la
tendencia sería una situación interna que exige su propia supresión por medio de una
conducta adecuada. A la tensión suprimida sigue un estado de equilibrio y de
satisfacción que persiste hasta que aparece otro estado de tensión. Prácticamente, resulta
correcto entonces describir la conducta refiriéndose a las fuerzas motivacionales que la
orientan hacia actos y objetos que realizan el ajuste que ella, por su naturaleza, busca.
Sin embargo la noción de tendencia (al igual que la noción de 'pulsión', de drive en la

2
Cf. la polémica G. FRIEDMANN-D. LAGACHE, con respecto a este tema en Bulletin de psychologie, nov., 1956, pág. 11-30.

2
terminología anglosajona) no carece de ambigüedad. 3
¿Debemos denominar tendencia a toda fuerza que orienta al organismo en una
dirección o en otra? Es lo que hacen no sólo los teóricos 'clásicos' de la tendencia, sino
además Lewin, Cattell y Murray. ¿Por el contrario, debemos reservar, como Freud en su
teoría de las pulsiones, el nombre de tendencias para las fuerzas que se insertan en un
objeto (cosa o persona) y se presentan como 'hambres' de un estimulo? Es necesario
plantear la pregunta, porque si se acepta la primera definición se podrá hablar tanto de
tendencias negativas (tendencia a huir del dolor) como de tendencias positivas
(tendencia a apoderarse de un alimento). Pero entonces, para conservar el esquema
tensión-reducción de la tensión y no vernos obligados a aceptar que las tendencias
actúan como reflejos -lo cual, precisamente, parece excluirlo de dicho esquema-
tendremos que clasificar las tendencias a evitar un estímulo en la categoría de las
tendencias adquiridas; mejor aún, será necesario indicar, o bien que estas tendencias
implican el recuerdo de un daño precedente, o bien que nacen de un condicionamiento.
Eso no tendría mayor importancia si se tratase solamente del carácter adquirido de las
tendencias, ya que, concretamente, la mayor parte de las motivaciones humanas, aun
aquellas que pueden ser denominadas 'innatas', son el resultado de la experiencia y de la
influencia cultural; pero tal descripción de las tendencias negativas –evitamientos- pone
en tela de juicio la naturaleza ante todo interna, la fuente 'tensora' de las motivaciones y,
por lo tanto, se muestra contradictoria, como ocurre principalmente en Murray y Cattell.
Dado que tendremos que utilizar la hipótesis 'pulsional' -principalmente dentro del
marco de una psicología del conflicto, en que pueden intervenir fuerzas negativas y
positivas-, lo mejor, a nuestro entender, será distinguir separadamente: 1) los reflejos
primarios espontáneos impulsivos y automáticos en los que el estimulo provoca la
respuesta sin la intervención de una motivación en el sentido real de la palabra; 2) las
fuerzas adquiridas, que sobre la base de un hábito impulsan el organismo a evitar el
riesgo de una disociación; 3) las tendencias propiamente dichas que, como el hambre, la
sed y la necesidad sexual, son las exigencias de objetos complementarios externos
definidos, por intermedio de operaciones adecuadas. En el primer caso, es ilegítimo el
uso de la noción de tendencia. En el segundo, sólo es legítima la noción general de
fuerza. Únicamente en el tercero se justifica utilizar la idea de tendencia o de
motivación, porque sólo en este caso existe realmente una tensión que orienta el
organismo hacia el objeto que aparece como el instrumento que permite la reducción de
la tensión y, por lo tanto, la 'satisfacción'. El lector notará la influencia de Pradines en la
distinción que efectuamos entre 'fuerza' y 'tendencia a'4 ; la tendencia, en sentido estricto
es una fuerza, pero no toda fuerza es una tendencia: para ello hace falta, además, que la
fuerza se inserte positivamente en un objeto-fin positivo. Un conflicto de fuerzas puede
ser tanto un conflicto entre tendencias en el sentido amplio de la palabra, como un
conflicto entre tendencias en el sentido estricto, o un conflicto entre tendencias en el
primer sentido y tendencias en el segundo sentido.
En consecuencia, sólo pueden considerarse innatos, muy relativamente, por otro lado,
los ergs de la terminología de Cattell, tales como las necesidades físicas (hambre, sed) y
las necesidades sexuales (con todas sus componentes sucesivas a medida que se cumple
la maduración psico-fisiológica): en efecto, sólo ellos orientan hacia objetos cuya
ausencia produce la disociación. Los ergs obedecen primitivamente a dos principios: el
principio de constancia que indica que el organismo tiende a persistir en una forma de
conducta hasta que logra la satisfacción y el principio de placer, que indica que el

3
Cf. MA.SLOW, Motívation and Personality, 1954.

4
M. PRADINES, Traite de psychologie genérale; 1943, t. 1, cap. V.

3
organismo tiende primitivamente hacia objetos-fines que procuran la satisfacción.
Basado en estas tendencias se edifica progresivamente el comportamiento, por
sustitución sucesiva de objetos, en función de las necesidades del ambiente y de las
fuerzas coercitivas que éste inserta progresivamente en el organismo.

III. Prácticamente esta influencia del medio se experimenta desde el nacimiento. A


partir de ese momento el niño manifiesta una gran plasticidad, y a medida que aparecen,
con la maduración, posibilidades de nuevos ajustes, la transformación de la conducta
orienta insensiblemente al individuo hacia un estilo de personalidad singular, vale decir;
poco a poco surgen y se fijan 'hábitos de comportamiento', en el sentido amplio del
término, los cuales dejan una marca imborrable. ¿Cómo surgen nuevas estructuras de
conducta y cómo se mantienen?
La pregunta se plantea más en el caso del hombre que en el caso del animal. En
efecto, los animales cuentan con todo un arsenal de respuestas instintivas, que les
permite reducir las motivaciones que los presionan; en buena medida, y sobre todo si
pertenecen a los grados inferiores de la escala, están ya adaptados al medio. El niño
debe adaptarse, él mismo, activamente. Para esto, debe casi inventar vías especificas de
reacción y, sobre todo, tomar en cuenta los modelos de comportamiento que la cultura le
propone por intermedio del círculo adulto y familiar. La inflexibilidad del medio
cultural lo obligará continuamente a hacer una cosa para lograr hacer otra; por ejemplo
lo obligará a satisfacer los deseos de sus padres para poder satisfacer sus propios deseos.
El niño se verá llevado entonces a buscar cuidadosamente ciertos objetos o a responder
a estímulos cuyo valor es secundario, porque éstos son los medios indirectos para
satisfacer las tendencias elementales. Así se establecen lo que Cattell llama "conductas
de largo circuito", que permiten satisfacer en último término el fin principal por
intermedio de comportamientos cuya mira son fines secundarios.
Los conductistas pretendían que bastaba el mecanismo del 'condicionamiento' para
dar cuenta de la formación de los hábitos infantiles. El condicionamiento define, como
sabemos, la transferencia de eficacia de un estímulo absoluto (el objeto normal) a un
estímulo primitivamente ineficaz que se encuentra constantemente en concomitancia
con el primero. Por lo tanto, según estos autores, ¡la copresencia de objetos indiferentes
y de objetos-fines bastaría para explicar que los objetos indiferentes se transforman
ellos mismos en fines! En realidad, el condicionamiento no actúa sino en el nivel en que
Pavlov lo hacía efectivamente actuar: en el nivel de los reflejos, exclusivos de toda
motivación. El niño aprende así a evitar el dolor reaccionando negativamente a los
signos del estímulo doloroso; en este caso la concomitancia del signo y de la cosa
significada basta para explicar el hábito. Pero desde que entra en juego una
motivación positiva hacia un objeto fin, sólo la ley del efecto, es decir el principio de
la satisfacción final de la tendencia, permite explicar la fijación de una conducta que
responde a otro objeto. Ahora bien, tenemos que admitir que se trata del caso
general. No todo estímulo asociado da origen a una nueva conducta, porque la conducta
sólo se fijará si la respuesta a ese estímulo resulta útil en alguna forma; si, en último
término, reduce la tensión motivadora.
Bastaría otra razón para rechazar la teoría del condicionamiento. Se debe buscar en el
conflicto el motor de la transformación de las estructuras, de la adquisición de conductas
vinculadas con nuevos objetos-fines y finalmente de la instalación de conductas de
largo circuito. Newcomb 5 resume lo esencial: "Las nuevas vías de reacción nacen
cuando las más antiguas están bloqueadas; tal es el principio fundamental de la
formación de la personalidad."
5
T. M. NEWCOMB, Manual de psicología social, Buenos Aires, EUDEBA. 1964.

4
Si los objetos buscados por las motivaciones elementales siempre estuvieran
presentes, si las vías usuales de satisfacción siempre fuesen posibles y, en particular, si
el niño encontrara siempre, instantáneamente, satisfacción por medio de sus modos
precedentes de actuar, no habría adquisición de conductas nuevas. Es extraño que esta
evidencia no haya llamado la atención, aún antes de los esquemas freudianos. Debemos,
pues, volver a la ley del efecto y a la manera en que ésta realmente actúa en las
situaciones socialmente dadas: es decir, en un universo hecho de obstáculos que se
oponen a la satisfacción de las tendencias.
IV. Es necesario precisar el término obstáculo. Porque existen dos clases de
obstáculos. Unos pueden ser contorneados y todo ocurre entonces como si fuese
primordialmente necesario buscar la vía 'del rodeo'. Otros aparecen como prohibiciones
y dan origen a frustraciones que a su vez originan conductas específicas ligadas, para el
caso, no a fines-medios sino a fines substitutivos. Las transformaciones de la conducta
tienen, pues, un aspecto diferente según que el fin primitivo de la tendencia sea
finalmente permitido y sólo la vía directa esté prohibida o que el fin último esté
prohibido; en el segundo caso nos encontramos frente a complicados procesos en los
cuales sólo el psicoanálisis ha hecho, en parte, alguna luz.
El estudio experimental del comportamiento por medio de ensayos y errores ha
permitido concebir un esquema de la formación de hábitos debidos a la presencia de una
barrera exterior: después de un período desordenado, con tentativas infructuosas, rabia
impotente, etc., el individuo (animal u hombre), termina por descubrir la conducta de
rodeo que permite, indirectamente, la satisfacción. Esencialmente, el descubrimiento de
este camino depende, primero, de las posibilidades individuales (mayor o menor aptitud
de aprendizaje, inteligencia, etc.) y luego de la ayuda recibida del exterior, es decir de
las indicaciones que provienen del medio, ya en forma de modelo para imitar, ya como
recompensas que gratifican los 'buenos comportamientos' ,y castigos que sancionan las
conductas censuradas. Desde este punto de vista el 'adiestramiento' de los animales no
difiere gran cosa de la 'educación' de los niños. Después de la pubertad, marcos
institucionales muy estrictos condicionan la satisfacción de las tendencias sexuales.
Pero siempre funciona el mismo esquema: los 'instintos' -en el sentido freudiano del
término- se satisfacen en forma derivada, por medio de operaciones adquiridas. La
mayoría de las conductas que consideramos civilizadas e influidas por la cultura, ¿no
son, acaso, como sugiere Cattell 6 ', ''conductas instintivas de largo circuito, basadas en
las vías de las tendencias secundarias prolongadas hasta los fines de las tendencias
fundamentales”?
Así, en virtud de la intervención de las exigencias de la realidad, surgen nuevos fines
y se crean nuevas tendencias. Como ha mostrado Freud, el desarrollo del yo, o sea la
formación de la personalidad consciente, está estrechamente ligado a la adquisición del
sentido de realidad, el cual conduce al individuo a tomar en cuenta los obstáculos
previstos y las vías prescriptas, para lograr los fines que, en último término, busca. Los
fines indirectos pueden hacer necesario el uso de vías del rodeo aprendidas; de manera
que puedan establecerse cadenas. Ocurre entonces que los fines indirectos se
transforman en fines, como si el individuo perdiera conciencia de su utilidad indirecta.
Después de haber tratado de complacer a su madre, de actuar como ella le exige para
que ésta le permita la satisfacción de sus tendencias, el niño se fija a su madre, quien
llega a ser entonces el objeto simbólico de todas las satisfacciones posibles. Por otro
lado, esta simbolización de los fines-medios no tiene término. En la escuela, el niño
tratará de conseguir 'buenas notas' por las buenas notas en si, y más tarde, aprenderá a
valorar, como 'recompensas simbólicos" -la expresión es de Stagner- no sólo la
6
R. B. CATTLL., op. cit., cap. VI.

5
presencia de sus semejantes, sino tamban las situaciones de prestigio y, sobre todo, el
dinero. Para Stagner, este proceso de 'simbolización' es fundamental en la formación de
la personalidad 7 . Paralelamente, otros motivos se insertan sobre la base de los motivos
innatos: la necesidad de comer hará surgir .la necesidad de trabajar, dado que el dinero
es el medio de comprar alimentos, etc. Tendencias adquiridas acompañan a todos los
fines adquiridos y, de este modo, se enriquece el capital de las motivaciones.

V. Pero no todo obstáculo puede ser 'rodeado'. Existen obstáculos frustrantes, que
ponen en jaque toda tentativa, directa o indirecta, de satisfacer la motivación y reducir la
tensión inicial. Si la insatisfacción es sólo temporaria, se habla de 'privación', pero si es
definitiva existe 'frustración' propiamente dicha. Esta última eventualidad se produce
cuando el mundo exterior no puede responder a los deseos -cuyos fines se tornan
entonces inaccesibles— y sobre todo cuando normas culturales intransigentes prohíben
la satisfacción de las tendencias. Por esto habría que distinguir las frustraciones debidas
a una barrera exterior al individuo, de las frustraciones provocadas por un conflicto
interno entre fuerzas antagónicas. En la primera infancia, antes de los tres primeros años
de vida, cuando la personalidad aún no se ha construido ni estructurado, intervienen
únicamente frustraciones del primer tipo, que se deben tanto a las exigencias de
adaptación al mundo, cuanto a las dificultades experimentadas por el niño para
descubrir las vías indirectas de satisfacción. En efecto, en el infante, la frustración de las
tendencias sólo es relativa, y proviene de las dificultades que realmente experimenta
para coordinar sus actos, para responder eficazmente al calor, al frío y a otros agentes de
desorganización. Luego, la supresión de la lactancia (destete) y los diversos castigos
crean, como sabemos, conflictos frustrantes; las actitudes contingentes de rechazo por
parte de los padres -cuyas graves consecuencias estudió Symonds 8 -, el nacimiento de
otro niño, etc., actúan en el mismo sentido. Luego, junto a conflictos de componente
exterior, aparecerán conflictos internos, principalmente después de la formación de
complejos morales y de reflejos de inhibición dirigidos a las motivaciones sexuales o a
otras motivaciones adquiridas. En consecuencia, al menos con fines metodológicos,
resulta conveniente estudiar por separado las frustraciones exógenas y las frustraciones
endógenas.
Pero antes hagamos justicia a una hipótesis brutal por su forma, cuyo carácter absoluto
muestra la propensión de ciertos psicólogos a reducir al mínimo la complejidad
etiológica de las conductas concretas. Se trata de la famosa ley frustración-agresión de
Dollard, Miller y Sears 9 , que establece una relación unívoca entre la frustración, en
cualquiera de sus formas, y las conductas de agresividad (combatividad, hostilidad,
rabia, etc.). Sus autores la formulan de la siguiente manera: "La existencia de un
comportamiento agresivo presupone siempre la existencia de la frustración e,
inversamente, la existencia de la frustración conduce siempre a alguna forma de
agresión." Agregan que la intensidad de la conducta agresiva depende de tres factores:
la intensidad de las necesidades frustradas, el número de éstas y la importancia del
obstáculo; y, por último, que los efectos de una serie de frustraciones son acumulativos.
Ahora bien, si es probable que la agresividad esté ligada -si no siempre, al menos la
mayoría de las veces- a una frustración previa (hay, en efecto, casos en que el grupo
aconseja el comportamiento agresivo y éste proviene entonces, no de una frustración,
sino de una imposición cultural), ello no basta para deducir que la frustración determina
universalmente actos agresivos. En primer término, la agresividad no es sino una

7
STAGNER, Psychology, cap. 13
8
P. M. SYMONDS, Diagnosing Personality and Conduct, 1931.
9
J. DOLLARD, N. E. MILLER y R. R. SEARS, Frustration and Aggression, 1939.

6
posibilidad entre otras: desplazamiento de la tendencia frustrada hacia un fin-sustituto,
represión, etc. Luego, y sobre todo, habría que distinguir la instigación a la agresión de
los actos agresivos en si. Estos últimos son frecuentemente incompatibles con las
exigencias del ajuste interno y de la adaptación social y se ven entonces sometidos a un
proceso de inhibición. Queda entonces, únicamente, la motivación agresiva que, al
encontrarse frustrada, puede dar origen a los diversos tipos de conducta, que
analizaremos en el marco de las consecuencias de una frustración endógena. Por último,
habría que atenuar considerablemente el carácter absoluto de la fórmula precedente,
para ser fieles a la multiplicidad de las posibilidades reales de reacción a las
frustraciones. El individuo frustrado se encuentra de hecho frente a una encrucijada, y
su reacción no puede ser la resultante de una ley transversal rígida que no tenga en
cuenta ni los hábitos reaccionales, o la personalidad anterior, ni la evolución futura.
Cabe preguntarse si es por haber adquirido conciencia de esto que uno de los autores de
la hipótesis, Miller, admitió luego que, tal vez., era más exacta esta otra fórmula: "la
frustración produce instigaciones a cierto número de diferentes tipos de respuestas, una
de las cuales es una instigación a ciertas formas de agresión 10 '". Visiblemente más
satisfactoria que la primera, esta fórmula induce, al menos, a buscar qué otras
'instigaciones aparecen, cuáles son las ramas de esa 'encrucijada dinámica' según la
expresión de Cattell, frente a la cual se encuentra el individuo.

VI. En todos los casos de frustración 'exógena', resultante del choque de las
motivaciones contra un obstáculo exterior que se percibe como indestructible, las
reacciones agresivas traducen simplemente la impotencia del individuo para adaptarse
en alguna forma a la realidad. En su esencia son respuestas emocionales, vale decir,
traducen la incapacidad del organismo para organizarse de manera útil. En
consecuencia, estas reacciones ceden el paso a otras reacciones en cuanto el organismo
necesita recuperar en alguna forma el equilibrio perdido. La agresividad no conduce a
un estilo de comportamiento estable sino en la medida en que obtiene algún resultado
indirecto, por ejemplo, si la agresividad misma provoca reacciones de defensa internas
al instalar, digamos, una represión. Por esto, la primera respuesta a un obstáculo no es
necesariamente la cólera o la ira combativa: si la tendencia que está en juego exige
satisfacción, aparece regularmente otra respuesta emocional: la ansiedad, que es,
también, el signo de una adaptación difícil, una "desregulación" como dice Pradines.
Porque el problema que enfrenta el organismo frustrado es su reorganización interna. En
este caso, adaptarse a las exigencias del medio (obstáculos físicos, tabúes sociales, etc.)
es, esencialmente, encontrar en sí mismo las posibilidades de un reajuste. Como señala
Cattell, al referirse a los resultados de los trabajos psicoanalíticos sobre este tema, "se
trata solamente de los medios que posee el organismo para renunciar a su tendencia 11 "
Difícil en la primera infancia, esta función de ajuste se realiza más fácilmente cuando el
principio de realidad traduce la fuerza del yo, frente al mundo circundante. Aparecen
entonces conductas, ya no negativas, sino positivas, que, al menos por tentativas
internas de ajuste, responden a las exigencias de la situación. Pero también pueden
producirse respuestas de huida, en forma de los mecanismos estudiados por el
psicoanálisis ortodoxo con los nombres de negación, aislamiento, etc. Se sabe que la
'negación' -tan antigua, se dice, como el sentimiento mismo del dolor- consiste en negar,
más o menos mágicamente, las partes desagradables de la realidad. En cierto sentido,
esto equivale a cerrar los ojos frente al verdadero estado de cosas. El "aislamiento"
consiste, por su parte, en separar conductas que normalmente están ligadas: por
10
Texto citado por M. H. MARX. Psychological Theory, 1951, N* 38.
11
R. B. CATTELL, op. cit., cap. VIII.

7
ejemplo, separar el relato de un acontecimiento de su aspecto emocional.
Estas respuestas, que tal vez ajustan al individuo pero no lo adaptan, sólo pueden ser
temporarias. Por el contrario, la creación de conductas que giran en torno de fines-
sustitutos es un factor de adaptación, porque por intermedio de ellos las tendencias
frustradas se satisfacen finalmente. Este mecanismo de transferencia de la motivación
de un fin a .otro fin que remplaza al primero, que lo "sustituye”, es tan fundamental en
la historia de la personalidad, que Stagner no vacila en referirse a un principio de
gratificación sustituida que sería el motor esencial de la valoración de nuevos objetos.
Freud consideraba que el desplazamiento sólo intervenía como consecuencia de una
represión insuficiente que necesitaba formaciones de compromiso. Pero después de los
trabajos de Adler y de los neo-psicoanalistas como Murray, parece ser que existen
'desplazamientos' previos a toda represión o, por lo menos, desplazamientos que
intervienen independientemente de la represión.
En verdad, el valor de adaptación que posee la adopción de un fin substitutivo despende de su naturaleza. Cuando la satisfacción
se obtiene por medio del pensamiento autista, vale decir, de minera imaginaria y fantaseosa, el equilibrio sólo tiene un precario
valor. Las compensaciones imaginarias a los fracasos son de naturaleza alucinatoria, rayana en el desequilibrio mental. Según Karen
Horney 12 , el pensamiento fantasioso, frecuente en la infancia -período en que la distinción entre el sueño y la realidad no es siempre
muy neta-, ocasional en la adolescencia y en la edad madura, llega a ser una reacción neurótica característica en determinadas
condicionales sociales, vale decir, cuando la cultura es frustrante y crea conflictos. En efecto, este tipo de pensamiento permite una
suerte de evasión fuera de sí, que sólo equilibra al individuo a costa de su enajenación. Ahora bien, nuestra sociedad favorece esta
'enajenación` al poner al individuo en condiciones de perpetua frustración (riquezas inalcanzables, etc.) y proporcionarle al mismo
tiempo la posibilidad de satisfacciones alucinatorias (las novelas, el cine, etcétera).
Por su parte, los comportamientos 'regresivos`, que existen ya en la infancia, pueden ser peligrosos si inducen al individuo a
retornar a conductas que no tienen relación con la realidad presente.
Así, niños que habían dejado atrás la edad de los balbuceos y ya se expresaban convenientemente, presentaron afasias
caracterizadas al nacer otro niño dentro de la familia, precisamente, a causa de este nacimiento. Al vivir al hermano como una
frustración que les prohibía el interés total y único de sus padres, los niños 'regresaban` a un estadio anterior de la infancia, en el que
precisamente obtenían toda la atención parental; esta regresión hacia conductas precedentemente eficaces lograba sus fines, puesto
que la afasia consecutiva provocaba un remozamiento del interés parental, ligado justamente a la enfermedad. En general, se puede
llamar regresión a todo retorno a un modo de ajuste más infantil; en el adulto se transforma en sinónimo de infantilismo. La
substitución da un fin actual prohibido por un fin del pasado parece ser un fenómeno general, ya que Maier obtuvo esta reacción con
animales de laboratorio.
La sublimación -'desplazamiento hacia lo mejor'- es el mismo tipo de transferencia equilibrante. Se sabe que en este caso la
tendencia se descarga en un fin que presenta cierta equivalencia con el fin primitivo y tiene, además, la ventaja de merecer la
aprobación social. Las tendencias sexuales reprimidas pueden así reaparecer en forma de un interés muy vivo por el arte, la música o
la religión. Este tipo de interés forma una tendencia "inhibida en su fin", según la expresión consagrada, porque se ha abandonado
completamente el fin original. Muchas actividades humanitarias o caritativas son el resultado de sublimaciones. Según los
psicoanalistas, la sublimación puede existir desde muy temprana edad, incluso .en los estadios pre-genitales (Sterba interpreta por la
sublimación el juego creador, con barro, en el niño de menos de cinco años), pero la sublimación se refiere esencialmente a las
componentes sexuales, las cuales sufren, así, por inhibición del fin sexual, un proceso de desexualización. Es casi imposible
sublimar el hambre y la sed (aunque, como destaca Cattell, algunos santos y mártires lo hayan logrado en cierta medida).
¿Se puede considerar la represión como una reacción directa ante una prohibición de
origen exógeno? En realidad, para que haya represión, es necesario que el obstáculo
exterior simbolice un obstáculo internó, que lo represente. La represión es siempre
consecuencia de un conflicto interno, aunque una barrera externa brinde la ocasión.
¿Cómo puede haber conflicto interno? ¿Qué fuerzas están presentes? ¿De dónde
provienen? ¿Qué secuelas traen las diversas soluciones a los conflictos? Se trata una vez
más de procesos cuya definición y descubrimiento se deben a las observaciones clínicas
del psicoanálisis.

VII. La idea de conflicto interno es inseparable del postulado dinámico al que ya nos
hemos referido: en efecto, todo conflicto de ese tipo se establece entre 'fuerzas' que se
originan en el individuo mismo.
Lewin intentó sistematizar, desde un punto de vista puramente topológico, los diversos
tipos de conflictos internos posibles; numerosos teóricos anglosajones, Stagner entre
otros, retomaron tal sistematización. Lewin, prescindiendo de la naturaleza de las
fuerzas que actúan en tal o cual caso concreto, y de su origen, distingue los siguientes
conflictos: "acercamiento-acercamiento"; "alejamiento-alejamiento"; "acercamiento-

12
KAREN HORNEV, The Neurotic Personality of our Time, 1937 [tr. esp., Buenos Aires, Paidós, 1946].

8
alejamiento".
El conflicto acercamiento-acercamiento (tipo a) implica fines incompatibles, cada
uno de los cuales tiene, de acuerdo con la terminología lewiniana, una 'valencia' positiva
(el asno de Buridán). El conflicto alejamiento-alejamiento (tipo b) surge cuando el
individuo se encuentra entre dos amenazas; y puede provenir, ya de una situación
objetivamente insoluble (de Escila a Caribdis), ya de la propensión del individuo a
captar las situaciones bajo un aspecto amenazador. Por último, el conflicto
(acercamiento-alejamiento) (tipo c) se plantea cuando un mismo fin provoca, a la vez,
atracción y rechazo, vale decir, cuando es 'ambivalente'.
Es importante recordar que en tales conflictos actúan dos tipos de fuerzas de esencias
diferentes. Como sabemos, Lewin no distingue las tendencias propiamente dichas -
dirigidas hacía objetos cuya 'hallazgo' produce satisfacción-, de las fuerzas que
dependen de un condicionamiento, suerte de reflejos de fuga o de inhibición que
provienen de una experiencia. Ahora bien, esta distinción es importante, no ya desde el
punto de vista topológico, sino desde el punto de vista genético porque, en este último
caso, se plantea el problema del origen de las contrafuerzas de alejamiento, las cuales
prácticamente actúan como si fueran barreras internas. Los famosos perros neuróticos
de Pavlov, a los que primero se había enseñado a huir de todo estímulo de forma
circular y a los que luego, hambrientos, se ubicaba, frente a un alimento colocado
precisamente en el centro de un círculo, presentaban reacciones de angustia cuya causa
era un conflicto del tipo c: inhibición adquirida contra tendencia a la nutrición. La
explicación de un conflicto de este tipo no podría omitir en este caso particular el
carácter contingente del reflejo de alejamiento, dado que está determinado por una
experiencia individual y actúa rigurosamente a la manera de un obstáculo exterior; en
cambio, se trata de un obstáculo interno que procede de la historia del organismo.
Por otro lado, cada uno de los tres tipos de conflictos no tiene en la transformación, de
la conducta, la misma importancia. Los conflictos a, cuando son puros, no implican
ninguna amenaza y, en general, no bien se ha efectuado la elección, la otra tendencia
desaparece: rara vez sigue uno de los caminos que precedentemente señalamos como
consecuencia de una frustración. Los conflictos b provocan grandes oscilaciones de
comportamiento y acarrean en mayor grado la búsqueda de nuevas soluciones:
frecuentemente se produce una fuga fuera del campo por refugio en el ensueño o en la
regresión. Los conflictos del tercer tipo, a los que pertenecen todos los conflictos
'freudianos', dan origen a las características más esenciales de la conducta, estos
conflictos exigen imperiosamente la invención de una solución y esta solución siempre
tiende a fijarse, porque su esencia es no sólo resolver el conflicto, sino además eliminar
la angustia que lo acompaña.
¿Cómo pueden surgir conflictos de este último tipo? En otras palabras: ¿Dónde se
originan, a medida que evoluciona la personalidad, las contracatexias 13 , contracargas
que actúan como barreras internas?

VIII. Estas contracatexias consisten en primer lugar en reflejos de bloqueo que se


adquieren en la misma forma en que los perros adquirían las tendencias de fuga creadas
experimentalmente por Pavlov. La anticipación del dolor o del castigo actúa como si
fuera el dolor o el castigo mismo, por medio de una especie de memoria proyectiva,
análoga a la que describió Pradines. Así, en el esquema freudiano, los primeros
impulsos de la libido infantil producen reflejos de inhibición en función de la
anticipación del castigo que surge de las cosas o de los padres. Esta función de

13
Catexia: término del psicoanálisis para referirse a la concentración de energía psíquica en una determinada idea, objeto o
dirección.

9
anticipación permite un mejor control personal y, por lo tanto, un dominio mayor de la
realidad. Durante toda la vida se instaurarán hábitos de 'control' en función de las
situaciones en que sucesivamente se encuentra el individuo: en la escuela, en la vida
profesional, etc. Es necesario evitar toda satisfacción de tendencia que directa o
indirectamente provoque un desequilibrio y tener el hábito de evitar tales satisfacciones:
de este modo se establece en el organismo toda una red de funciones de 'control' que
alimenta numerosos conflictos internos.
También debemos tomar en cuenta los mecanismos de ego-involvement, por los cuales
el individuo internaliza normas culturales 14 . Estos mecanismos pertenecen al dominio
de la identificación y de la introyección. En la terminología freudiana, la
'identificación' se define como el proceso por el cual un individuo 'deviene', en cierta
manera, una persona a la cual está ligado por una relación emocional determinada, y
actúa como si fuera esa otra persona. Pero debemos precisar, por una parte, que siempre
el individuo se identifica sólo con un aspecto del 'modelo', el cual puede llegar a
transformarse en un ideal del yo; y por la otra, que el individuo puede identificarse con
un grupo. La psicología social explica el patriotismo y otras actitudes similares por una
identificación de este último tipo. La 'introyección' puede considerarse como una
consecuencia de la identificación; por el proceso de introyección, características que
primero fueron extrañas al individuo pasan a formar parte integrante de la
individualidad. Estas características pueden ser las de la persona o del grupo con quien
se ha identificado el individuo y pueden consistir en valores morales, religiosos, etc.,
tanto como en prejuicios e ideologías diversos.
Freud parece reducir los ego-involvement al super yo, el cual se instala desde el primer
año de vida, pero se constituye definitivamente con la resolución del complejo de Edipo.
Fenichel 15 , discípulo ortodoxo de Freud, afirma que, ya desde .el primer año de vida, al mismo tiempo que el yo aprende a
rechazar ciertas pulsiones peligrosas o inapropiadas y a defenderse de ellas, el temor al castigo y el temor a perder el afecto de los
padres provocan la internalización de las prohibiciones parentales: una parte del yo deviene una 'madre interior' que señala la
aproximación de situaciones que significan el peligro de perder el amor. En el periodo edípico, hacia los tres años, se complica
bruscamente la situación afectiva del niño frente a sus padres (dentro del marco de la familia conyugal). El niño, que ha encontrado
en la madre el medio indirecto de toda clase de satisfacciones, convierte a esta en el objeto fundamental de sus tendencias. La madre
es así objeto de una fijación a pesar de ser, al mismo tiempo, fuente de frustraciones. Desde entonces, el niño varón ve en el padre
un rival de su amor, y para evitar una agresividad peligrosa, se identifica con él. La niña experimenta 'sexualmente` sentimientos
inversos: fijación al padre y hostilidad hacia la madre. De la conjunción de la fijación normal a la madre y de esta hostilidad 'sexual'
resulta una actitud muy ambivalente; al mismo tiempo se representa siempre al padre como portador de tabús y de interdicciones
sociales. En virtud de esto, la niña tiende a identificarse tanto con el 'sistema padre' como con el 'sistema madre'.
De todos mudos, en el niño -cualquiera sea su sexo- las tendencias edípicas desaparecen con la identificación y la subsecuente
introyección de normas 'parentales` que pertenecen, según los casos, principalmente al sistema padre o principalmente al sistema
madre, y con mayor frecuencia, a ambos sistemas a la vez. En este sentido, se puede considerar el super yo como el heredero del
complejo de Edipo. Como los padres el super yo castiga, pero, como los padres, es fuente de seguridad y de tranquilidad.
Tal es, según Fenichel, el proceso de formación del super yo. Las normas estrictas que éste comporta constituyen una barrera con
la que el yo debe contar. El papel del yo, en el sentido psicoanalitico del término, consiste en solucionar los conflictos entre las
tendencias que surgen del 'ello` y esta arcaica conciencia moral que actúa en el inconsciente a la manera de un reflejo.
Veremos que a la constitución del super yo siguen otros ego-involvements. No todos
actúan como obstáculos, en tanto las prohibiciones internalizadas en el super yo infantil
producen la represión a la que nos referimos precedentemente.

IX. En efecto, la represión, que prohíbe a las tendencias indeseables no sólo toda
acción, sino incluso toda expresión consciente, está íntimamente ligada a la existencia
del super yo. Mientras aún no se ha constituido el super yo, las respuestas a las
frustraciones pueden consistir en desplazamientos y en reacciones agresivas diversas,
pero no en represiones. Para que haya represión es necesario que el individuo encuentre
en sí mismo la energía necesaria para luchar contra las pulsiones indeseables. Así, el
niño logrará reprimir la agresividad hacia el padre 'real' y, por lo tanto, hacer que ésta
14
La expresión ego-involvement quiere indicar que el yo 'envuelve' en sí algo que primitivamente fue exterior. Cf. M. SHERIF y H.
CANTRIL, The psychology of ego-involvements, 1947.
15
O. Fenichel, The psichoauanalytic theory of neurosis, 1945 [tr. esp.: Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos Aires, Nova,
1957].

10
desaparezca de la conciencia, sólo en el momento mismo en que internaliza la «imago»
paterna, vale decir, cuando introyecta las prohibiciones que recaen principalmente sobre
la agresividad. Ya efectuada la represión, ésta tiende a mantenerse sólidamente, salvo si
acontecimientos traumatizantes ponen en tela de juicio su eficacia o si no hubo más que
una represión incompleta, "elástica", como dice Cattell.
Cuando a continuación de conflictos internos una tentativa de represión alcanza
totalmente sus fines, la consecuencia más importante, como sabemos, es una pérdida de
energía debido a la necesidad de mantener continuamente en acción una fuerza de
catexia. Frecuentemente la represión no es absoluta sino relativa y provoca la
intervención de conductas de defensa que se presentan como otras tantas soluciones, a la
vez del conflicto que provocó la tentativa de represión y del compromiso exigido por la
irrupción temporaria o caótica de lo reprimido. Anna Freud sistematizó, dentro de un
enfoque ortodoxo, la teoría de los 'mecanismos' de defensa 16 . Algunos mecanismos de
defensa, por ejemplo: el desplazamiento, la huida a la fantasía, la sublimación, la
regresión, citados precedentemente, no son específicos de la represión; por lo tanto
pueden intervenir, en presencia de una barrera exterior y con anterioridad a toda
represión, aunque revisten particular importancia cuando es la represión la que los
condiciona. Otros sólo intervienen más tarde y en función de un conflicto con el super
yo. Ejemplos de este segundo tipo son la proyección, la racionalización, la formación
reactiva, la defensa por lo contrario, etc.
La proyección aparece ya en la infancia. Proyectar es ver en los demás aquello que uno se prohíbe ver en si mismo: así el
individuo recibe la amenaza que proviene del 'ello' como una amenaza externa y reacciona ante la misma con un sentimiento de
seguridad mayor. Por ejemplo: en lugar de cobrar conciencia de la agresividad que lo sumerge, el individuo creerá que ciertas
personas abrigan malas intenciones en contra de él, que lo persiguen. En la formación reactiva, el individuo adopta conductas
directamente opuestas a aquellas que las pulsiones reprimidas buscan. Por ejemplo: la obstinación, la 'rigidez psicológica", no son,
como bien lo demostró Frenckel-Brunswick 17 , signos de la potencia del yo sino, por el contrario, reacciones a fuertes pulsiones
desorganizadoras. Del mismo modo, aquellos individuos que mejor educados parecen, suelen ser, en el fondo, los más agresivos.
La racionalización interviene cuando a pesar de los esfuerzos del yo la pulsión reprimida., se manifiesta y el yo elabora entonces
un razonamiento por el cual imputa la conducta a causas distintas de las que realmente la originan. Nos encontramos aquí con los
razonamientos de justificación que Ribot describió dentro de otro enfoque.
Existen muchas otras fuerzas de defensa del yo, principalmente las descriptas por Adler con el titulo
general de compensación. No es nuestro objeto entrar en su detalle.

X. En efecto, excedería el limitado fin del presente capítulo enumerar y describir cada
tipo de conducta nueva, creada como consecuencia de condicionamientos, ego-
involvements, frustraciones y represiones. El objeto de este capítulo es encontrar por qué
se transforman las conductas originales (particularmente en la infancia), por qué hay
transformación.
Ahora bien, dentro de este enfoque, queda aún por resolver un último problema
teórico. Existen ciertos hábitos que se instalan y desaparecen luego, y otros, en cambio,
que se fijan y se transforman en una suerte de constantes de la conducta. No todas las
nuevas respuestas se conservan. ¿Cuáles son entonces los principios que pueden dar
cuenta de la fijación de las conductas emergentes?
La fijación de conductas más complejas que substituyen a las conductas originales
inadecuadas se explica suficientemente por lo que la psicología experimental llamó "la
ley del efecto", y el psicoanálisis "el principio de realidad". Se instalan y se refuerzan
aquellas conductas que obtienen regularmente un resultado favorable. En términos
generales, toda 'recompensa' refuerza la conducta ya formada, y todo 'castigo' la
debilita. De este modo, el yo aprende a satisfacer las pulsiones primitivas en función de

16
ANNA FREUD, Das Ich und die Abwehrmechanismen 1946 [trad. esp.: El yo y los mecanismos de defensa, Buenos Aires,
Paidós, 1954]
17
FRENKEL-BRUNSWICK "Intolerance of Ambiguity as an Emotional and Personality Variable", en
Journal of Personality, sept 1949.

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los medios puestos a su disposición por el ambiente. La constante repetición de
situaciones análogas establece una serie de pautas reaccionales eficaces, cuyo conjunto
permite la integración de las motivaciones esenciales. A partir de ese momento ya no es
necesario inventar cada vez la conducta adaptiva; la utilidad que brinda su
espontaneidad misma la preserva de la desaparición.
Las conductas se fijan, pues, en la medida en que son un factor de equilibrio, vale
decir, en la medida en que favorecen la adaptación al medio externo y un ajuste interno,
caracterizado por aquello que llamamos una máxima integración.
Por su lado, Allport 18 supone que toda conducta adquirida tiende a funcionar en forma
autónoma, en virtud de una suerte de inercia propia. Textualmente: la autonomía
funcional de los sistemas adquiridos a través de la integración, se convierte en uno de
los principios más importantes de la psicología de la personalidad". Ejemplos de
autonomía funcional; el proceso por el cual los medios se transforman en fines en sí,
múltiples regresiones a conductas instaladas sólidamente ante la presencia de
dificultades nuevas, etc. Allport, al estudiar casos de la experiencia cotidiana "que
podrían multiplicarse hasta el infinito", muestra a propósito de cada uno cómo "una
función nueva surge de las funciones precedentes como una estructura independiente" y
cómo "la actividad de estas nuevas unidades no depende de la prosecución de la
actividad de las unidades de que provienen". En resumen, las conductas adquiridas
tienden a repetirse en virtud de su existencia misma.
¿Tiene alcance general el principio de la 'autonomía funcional'? En verdad, si existe
aquello que los psicoanalistas llaman "compulsión de repetición", la ley de rigidez no es
fundamental en el psiquismo, y recíprocamente, toda persistencia, toda resistencia al
cambio está lejos de ser un hecho de 'inercia'. Así, en lo que concierne al segundo punto,
la persistencia del super yo y de las formaciones debidas a la defensa del yo contra las
pulsiones no provienen de una pura y simple inercia, sino de la identidad temporal de un
modo de organización. Por otra parte, la posibilidad de adquirir conductas nuevas está
en contradicción con el carácter incoercible que la teoría de la autonomía funcional
adjudica a la rigidez de las estructuras adquiridas.
Si bien es cierto que todo modo de percepción y de respuesta opone una resistencia
intrínseca al cambio -resistencia que puede dar cuenta de la estabilidad de las
estructuras de largo circuito- no es menos cierto que sólo se trata de una disposición, ya
que la ausencia total de plasticidad impediría la formación de los sistemas cuya
conservación se quiere explicar. En realidad, nos encontramos enfrentados aquí con la
dificultad teórica que acecha a quien pretendiera estudiar, en la historia de la corriente
de la conducta, variación y permanencia por separado, sin tener en cuenta que la
dialéctica entre conducta y personalidad, que ya mencionamos, se traduce por la
dialéctica cambio-estabilidad. Si las conductas emergentes se fijan, no es quizá en razón
de factores puramente intrínsecos -compulsión a la repetición o autonomía funcional-
sino, más bien, en virtud de las condiciones generales que presidieron su aparición.
Algunas de estas condiciones pueden considerarse como exógenas, por ejemplo: el
choque cotidiano de los mismos conjuntos de estímulos en el mismo medio cultural y
social, la mayor o menor estabilidad de la cultura, la permanencia relativa de los
obstáculos y prohibiciones que obligan a adoptar conductas de largo circuito. Otras se
relacionan con lo que podríamos llamar "la personalidad precedente". El tímido no
reacciona a la frustración como lo hace el extravertido. Una conducta nueva sólo se fija
en el caso en que se integre a la personalidad ya existente. Debemos pues remitirnos una
vez, más al problema histórico de la personalidad individual. Antes de abordarlo como
18
ALILPORT, Personality, cap. VII.

12
tal, es necesario estudiar un determinante que no ha intervenido hasta ahora más que en
forma teórica: el medio y sus solicitaciones.

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