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Gloria a Dios

la gloria EN loS
EJErCiCioS ESPiriTUalES

JUAN OCHAGAVÍA, S.J.


Gloria a Dios
la gloria EN LOS
EJERCICIOS ESPIRITUALES

JUAN OCHAGAVÍA, S.J.


Ediciones Revista Mensaje.
Cienfuegos 21, Santiago, Chile.
www.mensaje.cl
Diseño y diagramación: Mercedes Lincoñir H.
Registro de Propiedad Intelectual Nº 241.290.
ISBN: 978-956-8662-16-5
Primera Edición: 1000 ejemplares.
Mayo de 2014.
Impreso por Copygraph en Santiago de Chile.
ÍNDICE

Presentación 7
Prólogo 11
Comentario a las anotaciones de los Ejercicios Espirituales 15

PARTE I: PRIMERA SEMANA 33


PRESUPUESTO 35
PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (PyF) 37
1. Comentario del texto de Ignacio 37
2. El PyF de Jesús: “Su Padre y su Reino” 48
3. Para mí la vida es Cristo, el PyF del Cardenal Newman 50
4. “Quién es Jesucristo para mí”, el PyF del Padre Arrupe 51
MEDITACIONES SOBRE PECADO E INFIERNO 52
1. El pecado en la Biblia 52
2. Apuntes sobre el pecado en: “Gaudium et Spes” 55
3. “Conviértanse y crean en el Evangelio” 66
4. Ejercicios 1° al 5° de Primera Semana 83
LAS ADICIONES 92

PARTE II: SEGUNDA SEMANA 99


1. Los muchos misterios del único Misterio 101
2. El llamado del Señor 107
3. Los sentidos de la Escritura 113
4. Contemplación de los misterios de la vida oculta de Jesús 116
5. Contemplación de la Encarnación 122
6. Contemplación del Nacimiento 128
7. La presentación de Jesús al Templo 134
8. La huída como en destierro a Egipto y la vuelta a Israel 140
9. Contemplación de la niñez de Jesús 142
10. Jesús en el Templo a los doce años 145
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

11. Vida en Nazaret desde los doce hasta los treinta años 150
12. El bautismo de Jesús 153
13. Las tentaciones en el desierto 160
14. La Elección, mirada sintética 162
15. Meditaciones Ignacianas, marco introductorio 165
16. Meditación de Dos Banderas 168
17. Tres Binarios de hombre para abrazar el mejor 177
18. Los grados del querer seguir a Cristo en los Evangelios y
en las tres maneras de humildad 183
19. Llamamiento de los Apóstoles a seguir a Jesús 190
20. Las bodas de Caná 194
21. El sermón de la montaña, Jesús enseña 198
22. Las curaciones, Jesús sana 208
23. La tempestad calmada 210
24. El envío de los discípulos 213
25. La Resurrección de Lázaro 217
26. La pecadora y el fariseo 220
27. Domingo de Ramos 224
28. La predicación en el Templo 229
29. Enmienda y Reforma de Vida 231

PARTE III: TERCERA SEMANA 237


1. Introducción a Tercera y Cuarta Semanas 239
2. Contemplación de la Última Cena (I) 244
3. Contemplación de la Última Cena (II) 250
4. Getsemaní 258
5. El juicio del Sanedrín 262
6. El juicio ante Pilato 267
7. Desde Pilato hasta la cruz 271
8. Misterios de cuando Cristo estuvo en la cruz 275
9. Los misterios desde la cruz al sepulcro 279
10. Vivir en el corazón de Cristo 284

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

PARTE IV: CUARTA SEMANA 291


1. El Dios de la alegría 293
2. La Resurrección 300
3. El Resucitado se encuentra con su Madre 305
4. Otros aspectos de la Resurrección 308
5. Aparición a las Tres Marías, a Magdalena, a Pedro 314
6. Emaús, Cenáculo, Lago, Misión Universal 319
7. Contemplación para alcanzar Amor (I) 325
8. Contemplación para alcanzar Amor (II) 331
9. Contemplación para alcanzar Amor (III) 336
10. La Confianza 345

PARTE V: REGLAS DE LOS EJERCICIOS 349


LAS REGLAS DEL LIBRO DE LOS EJERCICIOS 351
1. Reglas de discernimiento Primera Semana 352
2. Reglas de discernimiento Segunda Semana 356
3. Notas sobre escrúpulos y suasiones 360
4. Reglas sobre el uso de los bienes o el ejercicio de la caridad 366
5. Reglas para ordenarse en el comer 371
6. Reglas para sentir con la Iglesia 375

PARTE VI: PROFUNDIZACION EN algunos TEMAS DE LOS EJERCICIOS 381


1. La voluntad de Dios 383
2. El Cristo de los Ejercicios 392
3. Historia del discernimiento de espíritus 402
4. Egocentrismo y Trinidad 424
5. El corazón de Cristo 428
6. María en la espiritualidad ignaciana 445
7. El fruto de los Ejercicios 451
8. Raíces teológicas del discernimiento 460
9. El Padre Hurtado, un Santo de los EE 463

EPÍLOGO 487
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la gloria en los ejercicios espirituales
PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN

En este año 2014, en que el Centro de Espiritualidad Ignaciana de Chile cumple 30 años
desde su nacimiento, se suma la feliz coincidencia de la publicación del Tomo III de la colec-
ción “Gloria a Dios” dedicada a los Ejercicios de San Ignacio.
Es una delicia ir recorriendo las páginas de este largo material. Juan Ochagavía s.j. vuel-
ca su dilatada experiencia en torno a los Ejercicios Ignacianos tanto en su rol de acompañante
como en el de acompañado; y, en este último caso, tal como Ignacio que “lo que experimen-
taba y encontraba que podía servir a otros, lo dejaba por escrito” (cfr. Autobiografía 99), así
también Juan nutre su experiencia de acompañante con su propia vivencia como ejercitante.
El autor, línea a línea, va preparando y presentando sus puntos de Ejercicios, o sus pláticas
o incluso sus homilías, y trasunta aquello que le fue significativo, sea por experiencia o por
gusto directamente espiritual y/o intelectual, pensando y sintiendo que le pueda ayudar a
otros dejándolo apuntado.
Nuestro autor, de vasta experiencia en el acompañar personas y en el asumir funciones
de gobierno dentro de la institución jesuita, nos ayuda a conocer una “mistagogía” ignaciana
de riqueza inacabable. “Mistagogo” es el que conduce a otro por el camino del encuentro con
el “Misterio de Dios”, pero que no puede hacerse “misterioso” él mismo, limitando o inco-
modando ese encuentro. En este material podremos ver la “diafanía” que debe asumir quien
acompaña ese proceso de encuentro entre la creatura y su Creador, como lo quería el autor
de los Ejercicios Espirituales.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Mucho se ha escrito y estudiado sobre los Ejercicios. Pero sorprendentemente poco,


en mi opinión, en relación a su larga historia y validación eclesial, que incluye una encíclica
y más de 600 documentos magisteriales que los promueven. Pero ¿por qué esta escasez?
En parte por un cierto desconocimiento de las obras de Ignacio (Autobiografía y Diario Es­
piritual); y en parte porque por un buen tiempo los Ejercicios eran dados sólo por jesuitas,
grandes acompañantes algunos de ellos, pero proporcionalmente pocos con la capacidad de
unir un estudio serio y profundo con una buena práctica de dar los ejercicios y de procurar
que dejaran además transcritos sus textos.
Por esto es que Gloria a Dios: La Gloria en los Ejercicios Espirituales viene a ocupar
un espacio muy importante, sobre todo para Latinoamérica y el Caribe. Autores de esta
parte del continente americano son relativamente escasos los que hayan escrito sobre
Ejercicios, uniendo estudios y práctica; y los menos son originarios de estas tierras. Juan
ahora es uno de ellos.
El material busca ir en ayuda, sobre todo, de los que dan y acompañan los Ejercicios
de San Ignacio en sus diversas modalidades. Enhorabuena, pues el apostolado de los Ejer-
cicios en estas tierras ha ido tomando una fuerza maravillosa. Sobre todo por la cantidad
ingente de laicas y laicos, religiosas y religiosos, y sacerdotes que los están dando después
del Concilio Vaticano II, que trajo un resurgir enorme en la formación de acompañantes de
Ejercicios Ignacianos.
Las “perlas” de estos escritos están repartidas por todas sus páginas, pero hay que des-
tacar algo que al menos yo no había encontrado antes, y es la presencia de textos tan amados
y claves en la vida de San Ignacio y que tuvieron un potente influjo en su conversión y en su
modo de dar sus Ejercicios. Me refiero a Ludolfo de Sajonia en su libro Vita Christi, que Iñigo
leyó con profusión. El autor los presenta textualmente en muchas partes y con un castellano
accesible al lector. Éstos pueden ser de gran ayuda para entender la “mente” de Ignacio y pre-
parar nuestros propios puntos para dar los ejercicios a otros, siguiendo un correcto “modo y
orden” ignaciano.
Invito al lector a leer con calma el escrito. Si es acompañante, será un aporte grande
para preparar los puntos, ya sea para entregar por escrito o para que el que se ejercita los
escriba de su propio puño y letra. Si es alguien que desea complementar sus propios ejerci-
cios espirituales, vaya con calma, pues no el mucho saber harta y satisface interiormente. Si

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la gloria en los ejercicios espirituales
PRESENTACIÓN

es alguien que desea saber más sobre lo experimentado en los ejercicios espirituales, tendrá
ricas lecturas. Pero si es alguien que no conoce los Ejercicios y tiene una alta curiosidad por
saber de qué se tratan, le recomiendo que primero los haga personalmente en alguna de sus
diversas modalidades.

P. Juan Pablo Cárcamo Velasco, s.j.

CEI – Chile.

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la gloria en los ejercicios espirituales
PRÓLOGO

PRÓLOGO

Durante mis años de formador de jesuitas en Chile, y después como miembro del Centro
de Espiritualidad Ignaciana, he trabajado la vida de San Ignacio y, en particular, los Ejercicios
Espirituales (EE). Este volumen III de Gloria a Dios recoge esos trabajos ofrecidos a públicos
bien diversos, pero teniendo en común el interés por lo ignaciano. Ahora les devuelvo agra-
decido en la forma de este libro la buena acogida que dieron a mis palabras.
Para mí ha sido un gran regalo haber tenido la fuerza y el tiempo para hacerlo. Han sido
meses de un gran retiro espiritual, repasando lo que ha dado vida a toda mi vida: los Ejerci-
cios que son el alimento de mi ser cristiano y jesuita.
Este libro no pretende ser un comentario docto y sistemático de los Ejercicios. Su pro-
pósito es ofrecer el material útil de que dispongo a las personas que deseen profundizar más
en ellos. No está demás decir que el libro no es “para hacer los Ejercicios” y que su lectura no
suple la experiencia del encuentro personal con Dios que en ellos se da.
Con esto indicamos ya a quiénes va dirigido este trabajo. No lo veo como una introduc-
ción para principiantes en la materia ni tampoco para especialistas. Apunta a un nivel inter-
medio, y tiene en vista ante todo a los que dan Ejercicios en sus muy diversas modalidades y
a los que alimentan su fe cristiana con la inspiración que nos da la vida y la espiritualidad de
Ignacio de Loyola.
Es un hecho histórico que los Ejercicios Espirituales jugaron un papel importante en la
renovación y reforma de la Iglesia del siglo XVI. Confío que esto también pueda suceder hoy

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

día, cuando la Iglesia de América Latina, movida por el Papa Francisco, busca renovarse en el
surco del Concilio Vaticano II y de Aparecida.
Esos dos eventos eclesiales nos animan a no asustarnos ni retroceder ante los males
presentes, sino a que con fidelidad y audacia relancemos la misión de la Iglesia. Para este
relanzamiento la Iglesia se apoya en Jesucristo. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la
novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comuni-
tario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Jesucristo es nuestro camino al Pa-
dre, el Hermano que nos hermana, la Imagen de Dios y del hombre que nos descubre nuestro
verdadero ser y que nos acompaña con su Espíritu para recorrer este camino.
Los EE nos conducen a un encuentro personal con Jesucristo, a hacernos sus discípulos,
a vivir la vida como envío y misión del Señor, a conversar con Él “como un amigo habla a
otro”, a “pedir conocimiento interno del Señor para que más le ame y le siga”, a “oler y gustar
la infinita suavidad y dulzura de la divinidad”, a sentir “dolor con Cristo doloroso, quebranto
con Cristo quebrantado”, a “alegrarme y gozarme intensamente de tanta gloria y gozo de
Cristo nuestro Señor” y, finalmente, que sólo su amor y su gracia nos basten.
Necesitamos hoy una renovación espiritual y una conversión pastoral. En las palabras fi-
nales de Aparecida, lo que nos hace falta es “recobrar el fervor espiritual, el valor y la audacia
apostólica” (552). Es lo que buscan estas páginas al ayudar a conocer y a dar los Ejercicios
Espirituales del maestro Ignacio. El discípulo misionero de Aparecida es el que ha pasado con
Jesús por los misterios de su vida y de su Pasión, y se ha bañado de confianza y gozo en la luz
del Resucitado. A esto es a lo que llevan los Ejercicios.
Me doy cuenta de que es un libro difícil de clasificar porque participa de variados gé-
neros literarios: hay ensayos libres sobre temas de Ejercicios, hay comentarios al texto, al-
gunos son apuntes para meditaciones y reflexiones. No trata de todo lo posible, sino que se
limita a las cosas que a mí me han llamado la atención o me han servido. Tiene ante los ojos,
sobre todo, los Ejercicios de 30 días, y no tanto los de 8, 4 o 3 días; la Anotación 20 más que
la 18 o la 19.
En los comentarios a las contemplaciones, el libro pone énfasis en lo bíblico que — como
lo pide San Ignacio — es lo que nos funda en “la verdad de la historia”. También ofrece textos
de los Padres de la Iglesia sacados de la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia, en la nueva
y excelente traducción de Emilio del Río, S.J., (2010) Madrid. Confieso que me gusta mucho

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la gloria en los ejercicios espirituales
PRÓLOGO

esta Vida de Cristo porque la leyó Ignacio y le ayudó en su conversión. Tanto la quiso que ex-
trajo de ella un cuadernillo de 300 páginas de notas, que influyó en el texto de los Ejercicios.
Me llena de gozo saber que Ignacio no saca las cosas de sí solo, sino que bebe de la gran
tradición de los Padres de la Iglesia.
Me gusta la mezcla y dosificación que hace Ludolfo de citas de teólogos positivos y
de doctores escolásticos. Los primeros (Orígenes, Crisóstomo, Ambrosio, Agustín, Gregorio,
Beda, por citar sólo algunos de los mencionados por Ludolfo) mueven más los afectos; mien-
tras que los segundos (Pedro Lombardo, Tomás de Aquino, Buenaventura) iluminan y dan
respuestas a cuestiones de su tiempo (EE 363).
Una vez puesto con lo bíblico el “fundamento verdadero de la historia”, se ha de dar
prioridad al mundo de los afectos; y atender a que en los momentos afectivos de la oración
tengamos mayor reverencia (EE 2, 3, 5, 15). Para esto Ignacio nos inculca tratar con Nuestro
Señor muy sencillamente, “como un amigo habla a otro o un siervo a su señor” (EE 54), pi-
diendo ayuda, contando sus cosas, escuchando, mirándolo, quedando en silencio, pidiendo
alguna gracia. Confío que el libro ayude a lograr esa comunicación sencilla y profunda del
Criador con la criatura, que es en el fondo de donde surge todo verdadero progreso.
Quiero agradecer al Centro de Espiritualidad Ignaciana y a Ediciones Mensaje el que ha-
yan querido publicar este libro. Lo mismo, a muchas personas que me animaron a escribirlo
y me ayudaron de varias maneras.
Como en los dos volúmenes anteriores de Gloria a Dios, debo un agradecimiento muy
especial a Josefina Errázuriz no sólo por ayudarme a escribirlo, sino también por aceptar mi
pedido de incluir aquí varias meditaciones suyas, que completan muy bien mi trabajo.
El libro lo dedico a la Iglesia de Chile y, en particular, a todos los que buscan renovar su
vida en Cristo para darlo a conocer a los demás.

Juan Ochagavía, s.j.

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la gloria en los ejercicios espirituales
COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)

COMENTARIO A LAS ANOTACIONES


DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)

Por el año 1535 Ignacio, como su gran manera de ayudar a los prójimos, comenzó a tras-
pasar a sus compañeros el arte de dar los Ejercicios. Este es el origen de las “Anotaciones”
con que se abre el libro de los Ejercicios. En un estilo muy característico suyo, ofrece conjun-
tamente grandes principios de vida espiritual y normas muy concretas para la buena marcha
de los Ejercicios. Nos ocupamos aquí de comentarlas, resaltando cosas que parecen ser más
relevantes para nosotros hoy.
Para una cultura como la nuestra, tan renuente para reconocer la presencia y la acción
de Dios entre nosotros, las Anotaciones parten de un presupuesto contracultural. Afirman
rotundamente que en los Ejercicios “hablamos con Dios nuestro Señor” y que él lo hace con
nosotros (3ª); que nos entregamos a él y que él se nos entrega y se sirve de nosotros y de
nuestra entrega (5ª); que Dios se manifiesta por los estados interiores de consolaciones y/o
desolaciones (6ª).
Para Ignacio el libro de los Ejercicios es un instrumento que él ofrece al que da Ejercicios
para que guíe al ejercitante. Éste, empero, ha de guiarse por la Biblia, punto cuya importancia
sólo podemos comprender si recordamos la controversia que desató Lutero sobre el empleo
de la Biblia por los cristianos. El libro de los Ejercicios es la Biblia, pero no en cuanto ella es
una colección de 72 escritos, sino en cuanto ella es la Palabra de Dios que nos la ofrece la
Iglesia (tradición) para que la hagamos vida. Erramos si pensamos que la Palabra de Dios se
refiere primordialmente a los textos escritos a lo largo de siglos, en páginas y en caracteres

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

impresos. La Palabra de Dios es más que esto. El cristianismo no es la religión del libro sino
de la Palabra viva, personal, reveladora, creadora, salvadora de Dios, que es Jesucristo, y que
nos llega en la Iglesia por la Escritura y la Tradición (Jn 1, 1–18: 1 Jn 1, 1–4; Hb 1, 1–4; Dei Ver­
bum 4, 10). Los Ejercicios, siguiendo la historia bíblica de la salvación, nos ponen en contacto
vivo con Cristo Palabra.

¿Anotaciones en la Biblia?

Todos los procesos humanos tienen sus reglas para que funcionen suavemente y duren
en el tiempo. Esto se da también en lo religioso y, en particular en la Biblia.
La Biblia ora a partir de lo que al Pueblo de Dios le sucede en la historia. Se apoya en el
designio salvador de Dios y lo invoca mediante mediadores escogidos por Dios para hacer
esta función: Moisés, que fue el prototipo del gran intercesor; David, Salomón, los profetas.
Los EE se asemejan en esto a la oración bíblica, con su fuerte énfasis en los procesos perso-
nales y en el acudir a los mediadores en los grandes coloquios, y en la relación del ejercitante
al que le da Ejercicios.
Los salmos expresan la variedad de tonos de la experiencia religiosa de Israel: sus ale-
grías, tristezas, sentido comunitario, confianza, acción de gracias, búsqueda del verdadero
bien. Son la base pedagógica de la oración de Jesús.
Jesús aprendió a orar desde niño. Los judíos piadosos oraban no sólo en la sinagoga
sino también en todo momento. Había plegarias prescritas para el acostarse y levantarse.
Cualquier cosa era motivo para alabar a Dios con una beraká, una bendición: “¡Bendito
eres, Señor!”
Jesús es el Gran Orante y el Maestro de oración. Sus grandes peticiones están en el Padre
Nuestro: la preocupación por Dios, nuestro Padre, por que venga su reino, por que se haga
su voluntad. Da indicaciones más particulares sobre cómo y dónde orar. Son las Anotaciones
y las Adiciones de Jesús.

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la gloria en los ejercicios espirituales
COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)

Observaciones generales a las Anotaciones de EE

¿De dónde y cuándo salieron? Algunos (Larrañaga) opinan que fueron redactadas en el
tiempo en que Ignacio estuvo en Roma (1538 en adelante). Otros (Leturia, Watrigant, Codina)
las sitúan en los últimos años de París (1535 al 37), pero admiten que en Roma fueron mejo-
radas hasta la redacción que nos ha llegado.
¿Qué son y quiénes las redactaron? Estas 20 anotaciones son una especie de prólogo al
libro de los EE. Ignacio las trabajó mucho y hemos de tomarlas muy en serio si queremos que
las personas den mucho fruto por medio de los EE. Constituyen un pequeño Directorio con el
cual se abren los EE.
Su redacción se fue haciendo por etapas sucesivas de traductores en las cuales intervi-
nieron el mismo Ignacio, Pedro Fabro y Alfonso Salmerón. Pero Ignacio se reservaba la apro-
bación final de estas redacciones.
¿A qué finalidad responden? Tengamos en cuenta que por esa fecha los compañeros de
Ignacio empezaban a dar los EE. La idea de Ignacio con estas anotaciones era traspasarles
sus propias experiencias acerca de para quiénes son los EE y cómo proceder al darlos.
Por su propia experiencia el mismo Ignacio veía que para sacar fruto es indispensable
que el ejercitante tenga una buena disposición interior. El ideal es que el que recibe EE entre
en ellos: “Con grande ánimo y liberalidad para con su Creador y Señor, ofreciéndole todo
su querer y libertad” (5). Este es el tipo ideal de persona para el cual Ignacio ofrece los EE
completos, en toda su forma. Pero es realista y visualiza que los EE también pueden darse
con provecho a personas con disposiciones menos adecuadas, o faltas de formación, o de
voluntad menos firme. Ignacio no les niega los EE, pero sí pide que se los adaptemos. De esto
trata la anotación 18.
En esta pedagogía de la gradualidad y respeto a las diversas situaciones espirituales
resuenan escenas y palabras bíblicas, como cuando Jesús llama a un seguimiento más radical
de dejarlo todo (barcas, redes, mesa de cambistas) y a otros, en cambio, Jesús les desaconse-
ja seguirlo. Otros textos de los evangelios nos hablan de por qué Jesús hablaba en parábolas
y cómo siempre buscaba la imagen que estuviese al alcance de la gente. Pablo hace esta
misma distinción entre dar leche y entregar pan sólido (1 Cor 3, 2); igual cosa se advierte en
la variedad de ministerios en la iglesia de Corinto (1 Cor 12).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Los actores de los EE

Por mucho que los EE sean personalizados, se hacen en un intercambio muy vivo con
otros. El que los recibe trata con el que se los da. Pero el único Gran Actor, el de la palabra de-
cisiva, es Dios nuestro Señor. Pero al Padre se llega a través de los mediadores: los santos de
la corte celestial, nuestra Señora, Jesucristo nuestro Señor. Pero hay también voces extrañas,
desafinadas y estridentes, que intentan apagar los diálogos de crecimiento en luz y amor. Son
las voces del mal espíritu, que nos llegan por medio de los engañosos criterios mundanos.
Las anotaciones nos hablan de todos estos actores y de cómo se manifiestan y se inte-
rrelacionan. Todos se orientan al Gran Actor del encuentro de los EE, que es Dios nuestro Se-
ñor, cuya voluntad, vivida en Cristo y su misión, es el principio ordenador de nuestras vidas.
Las anotaciones indican lo que el ejercitador y el ejercitante han de hacer en común para que
ocurra, crezca y produzca frutos ese encuentro entre Dios y su criatura.

El combate interior

Esto de crecer en el Señor no se hace sin el esfuerzo de vencer resistencias, purificarse


del pecado, ordenar la vida y llenarnos del Señor. De aquí las agitaciones interiores y exterio-
res, las luchas de espíritus, las tácticas de doblar la voluntad hacia el lado opuesto del que
está mal inclinada. Los EE son para gente que desea entregarse de veras, totalmente, ellos
y todo lo que son y poseen, al mayor servicio y alabanza de Dios nuestro Señor. No son para
mediocridades.

Clasificación de las anotaciones

Se suele ordenarlas en bloques de acuerdo a criterios diversos: 1°) Para el que los da (2,
4, 6, 7, 8, 9, 10, 12, 14, 15, 17). 2°) Según la forma como el ejercitante se ha de conducir con
el ejercitador (6 y 17). 3°) Las indicaciones al ejercitante y su comportamiento consigo mismo
(Anot. 2, 11, 12 13, 16, 17). 4°) Según los diversos tipos de personas que pueden vivir los EE,

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la gloria en los ejercicios espirituales
COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)

conforme a sus disposiciones; y las adaptaciones que éstos necesitan para acudir a esas
personas ( Anot. 18, 19, 20).
No conviene forzar mucho esta clasificación de las anotaciones porque Ignacio, aunque
es claro y ordenado, no es cartesiano y entremezcla las cosas. En vez de agruparlas por títu-
los, prefiero ponerles subtítulos respetando el orden:
Naturaleza y fin de los EE (1 y 21)
Manera global de proceder en los EE (2.3.4)
Disposición básica del que los recibe (5)
Conducta a seguir por el que da EE según sea y reaccione el que los recibe:
•• Si no experimenta mociones en su alma (6)
•• Si está desolado (7 a 13)
•• Si está consolado (14–15).
•• Principio pedagógico de “afectarse al contrario” (16)
La reserva que ha de tener el acompañante (17)
Modalidades de adaptación de los EE (18.19.20)

Las anotaciones ponen en evidencia lo que el P. Diego Laínez decía de Ignacio: que era
hombre de pocas ideas, pero muy firmes y trabadas entre sí. En ellas ya se esbozan el Princi-
pio y Fundamento (1), los Binarios (16) y la Contemplación para Alcanzar Amor (5).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Breve comentario de cada anotación

El título

Es interesante notar la idea detrás del hablar de “el que los ha de dar” como “el que los ha
de recibir”. No son nombres casuales. Se emplean porque designan bien el carácter tan perso-
nalizado de los EE, y la situación de Palabra de Dios ofrecida y recibida que en ellos se establece.
No son un documento que hay que leerlo a toda costa. No son algo teórico que hemos de saber.
Están pensados en función del bien personal del ejercitante. El que los da tiene que tener esto
en cuenta todo el tiempo. Para ello ha de vivir en íntima escucha tanto a Dios como al ejercitante.
Desde el punto de vista del que los hace, los EE “han de ser recibidos”. Aquí hay una
disposición de fe: los recibo de Dios, como Palabra suya, por medio de quien me los da. Los
recibo porque deseo nutrirme de esa Palabra, que la medito, la saboreo, la rumio y pido reci-
bir las gracias que me trae.

Naturaleza y fin de los EE (1 y 21)

Anotación 1ª y 21ª: Ya San Pablo había acuñado la comparación entre los ejercicios cor-
porales y los espirituales: “Ejercítate en la piedad” (gymnase seautón). Dice que “aunque la
gimnasia física sea buena para algo, la piedad (=el trato religioso con Dios) es buena para
todo” (1 Tim, 4, 7). Ignacio, que vivió su juventud fascinado con proezas de armas, recoge el
tema de ejercitarse y lo aplica a la vida en el Espíritu. Por eso llama ejercicios espirituales
todo modo de operaciones espirituales que se enderecen a “preparar y disponer el alma para
quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la
voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima”.
Notemos la escala espiritual que proponen los EE. Lo primero es “preparar y disponer
el alma para quitar de sí las afecciones desordenadas”. Corresponde al llamado de los

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COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

profetas a la conversión, que Jesús hace suyo al inaugurar el anuncio del reinar de Dios:
“Conviértanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias” (Mc 1, 15). De esto trata la Pri-
mera Semana.
La palabra afección viene de “afecto”, que es palabra clave en los EE. Su raíz viene del la-
tín “afficere ad” (pensemos en los “afiches”), apegarse a otro por el deseo y el amor. El amor
tiene esa capacidad de unir al amante y el amado, de intercomunicar nuestro ser con otro ser.
El amor es, según Santo Tomás de Aquino, “fuerza que une y apega unos a otros” (vis unitiva
et concretiva. In Boet. de Trinitate). Permite que dos sean uno manteniendo la alteridad, sin
que se fusionen en una tercera entidad.
La palabra afecto designa la gran variedad de manifestaciones del amor, el deseo y el
apetito, desde los niveles más transitorios y fugaces hasta aquellos niveles profundos en que
la persona percibe toda la realidad de su vida, la encauza, la elige y actúa en consecuencia.
Pero hay afectos que unen y otros que desunen. Todas las criaturas están transidas del
deseo de unirse a Dios en Cristo (Ef 1, 3–14). Este deseo lo enciende el Espíritu divino que está
siempre uniéndonos a Cristo, para con él y en él unirnos a Dios Padre. El hombre libre, pero
con libertad todavía no madura, en crecimiento, puede mal usar su deseo de Dios, centrán-
dose en quereres de corto plazo, en cosas que no lo hacen crecer ni lo llevan a Dios. A estos
impulsos los llama Ignacio “afectos desordenados”. Estos hemos de quitarlos de nuestros
corazones.
Lo dicho nos muestra que los EE tienen que ver con la conversión de la afectividad:
convertirla del desorden al orden; y alimentar y hacer crecer los afectos ordenados, para que
desde allí pueda el Espíritu de amor actuar en nosotros y enviarnos a la misión de Cristo.
Hay una dialéctica entre el “quitar” y el “hallar”. Es la misma que se da entre la gracia
y el pecado, entre la “gracia ofrecida” y la “gracia recibida”. Quito el afecto desordenado
porque recibo y acepto la gracia ofrecida. Si el pecado es “alejamiento de Dios para volcarse
a las criaturas”, la conversión es todo lo contrario: “desapegarme de los ídolos vacíos para
unirme a Dios”.
No está demás hacer notar que “hallar la voluntad divina en la disposición de su vida”
no es un mero cumplimiento legalista del deber. El desorden para Ignacio, al igual que para la
Biblia, no radica en el no cumplimiento de obligaciones abstractas. El desorden se da siem-
pre entre personas: los demás, Dios, yo mismo. Lo mismo el orden, que es encontrarse con

21
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Dios mismo, en un camino de crecer siempre más. El orden no consiste en ceñirse a modelos
genéricos sino en dejarnos plasmar por el Espíritu de Cristo, que nos va cincelando a imagen
de él. No en vano, Cristo es el tema de todos los EE. Cuando esta anotación concluye que en
nuestra vida hemos de “buscar y hallar la voluntad divina” no está diciendo otra cosa que
esto, porque la voluntad de Dios para nosotros es que seamos otros cristos.
La palabra “ejercicio” da la idea de acción y de esfuerzo. El “segundo título” del libro de los
EE refuerza esta idea: “EE para vencer a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afec­
ción alguna que desordenada sea” (21). El esfuerzo espiritual —la ascesis—es un tema bíblico
desde el comienzo hasta el final de la Escritura. Recordemos los salmos en que se pide ayuda a
Dios en la aflicción (Sal 3, 5), el camino de los buenos (Sab 1), las parábolas de estar vigilantes
(Lc 12, 35–38; Mt 25, 1–13), las exhortaciones de Pablo a la comunidad de Roma (Rm 12 a 15).

Manera global de proceder en los EE (Anot. 2.3.4.)

2ª Anotación: Esta anotación da principios muy iluminadores para la función y el modo


de proceder del que da los EE. No se trata de trasmitir “mucho saber” sino que la persona
llegue a “sentir y gustar de las cosas internamente”. De aquí que, siendo fiel a la verdad de la
historia, exponga los puntos para la meditación o contemplación en forma breve y resumida.
La idea es que sea el ejercitante, por su propio discurrir y ayudado por la luz divina, quien
encuentre más luz y gusto espiritual. Esto produce más fruto.
Es interesante notar el trasfondo bíblico de esto. La Biblia contiene libros históricos,
proféticos y sapienciales. Los históricos narran las diversas intervenciones de Dios en la his-
toria de su Pueblo; los proféticos hablan de los mensajeros que Dios se elige para sacar a
Israel de sus vías insensatas y encaminarlo hacia el verdadero culto de Dios; los sapienciales
mueven a saborear, gustar, la acción salvadora de Dios. Al Dios de la Biblia se le conoce por
sus hechos salvíficos: los del pasado, los del momento presente y los que vendrán. Esta reco-
mendación de partir de la historia es atenernos al enfoque de la Escritura.
Pero, como hacían los profetas, la historia ha de ser leída e interpretada a la luz de la
Palabra y el Espíritu de Dios. Esto requiere que el acompañante de EE se vaya al desierto y
entre en contacto íntimo con él; sólo así podrá ayudar al que los recibe a que camine hacia el

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COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

encuentro con su Dios “sea por la raciocinación propia”, sea “por la virtud divina”. El supues-
to de esto es que Dios, como hizo con Israel en el desierto, sigue acompañando como nube
luminosa y habla tanto al que da EE como al que los recibe.
¿Qué nos sugiere esto para los EE? Nos dice que pongamos el énfasis en la historia; es
decir, en los hechos salvíficos de Dios, en su trato personal con su Pueblo, con nosotros, con
cada cual, conmigo. A esto nos invita la Anot 2ª, cuando Ignacio pide “tomar el verdadero
fundamento de la historia”… “hallando alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir
la historia”. Hay aquí una valoración positiva del saber basado en la verdad, del “discurrir y
raciocinar por sí mismo” para alcanzar más fruto y gusto espiritual.
Cuando Ignacio dice “no el mucho saber harta y satisface al alma”, no se trata de des-
deñar el saber; ni tampoco de oponer el conocimiento a la experiencia subjetiva del sentir y
gustar. Se trata de integrarlos. El sentir y gustar es ya un conocimiento; si no lo fuese, dejaría
de ser sentido y gustado. Lo que en el fondo Ignacio hace es prevenir contra un conocimiento
de pura cabeza, de información ansiosa, de adornos inútiles, de ideas inoperantes. La segun-
da carta de San Pedro es fuerte en esto (2 Pe 2, 17–18); y San Pablo —siguiendo una vena de
Isaías— previene muchas veces contra una “ciencia que infla” (1 Cor 8, 1) y contra la “sabidu-
ría de este mundo” (1 Cor, 1, 18–25). Lo del “no el mucho saber… sino el sentir y gustar” tiene
muchas resonancias en la Escritura: 1 Cor 1, 17–25; Salmo 119.
“Dar modo y orden para meditar o contemplar”. Todo proceso serio de crecimiento físi-
co, intelectual, artístico o espiritual tiene unas reglas precisas que son clave para avanzar en
él. Ignacio pide al acompañante que se ciña al modo y orden que proponen los EE. El ejerci-
tante ha de seguirlo con confianza, abandonándose a ellos. Son medios ya probados por una
larga experiencia, provenientes de la sabiduría milenaria judeo—cristiana. No tienen otro fin
que propiciar el encuentro personal con Dios, que una vez que se da, ya sobran esas reglas.
El modo y orden lo encontramos en los EE en tres niveles: en cada ejercicio; en la estructura
del día completo y en el recorrido entero de los 30 días. El modo y orden en estos tres niveles pre-
tende que siempre crezcamos en purificación, iluminación y unión (Javier Melloni). Todo apunta
“al sentir y gustar internamente” por la acción del Espíritu Santo que trabaja dentro de nuestros
corazones. El tema no puede ser más joánico (Jn 16) y paulino (Rm 8, 1.17; 2 Cor 3, 1–18).
3ª Anotación: La reverencia ha de manifestarse en el elegir los lugares y las posturas de
la oración, conforme a las adiciones. Pero más a fondo, en dejarse conducir por el Espíritu

23
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en los temas “sin ansia de pasar adelante”. Ignacio en el Diario Espiritual anota que tuvo
ansias desordenadas de terminar su deliberación sobre la pobreza a plena orquesta, con la
confirmación de todas las tres personas de la Trinidad, sin contentarse con que fuese sólo
de la humanidad de Cristo (Diario, N° 44, 50, 57). La reverencia hace parte del amor. Es un
ingrediente suyo, no el único ni el principal, pero sí es parte de él.
Ejemplos de la Biblia tenemos en el descalzarse de Moisés ante la zarza ardiente.
En el tizón encendido de los labios de Isaías. En Pedro que dice a Jesús “Apártate de mí,
Señor, porque soy un pecador” (Lc 5, 8). En Ignacio reverencia va unida a “acatamiento”
y “amor”. Tiene que ver con el temor, no el servil, sino con el temor amoroso, el de no
querer defraudar al amado. Ignacio en el Diario espiritual habla de una “reverencia y
acatamiento amorosos”.
¿Por qué razón hemos de tener esta mayor reverencia cuando usamos de los actos de la
voluntad, afectando? Porque es por medio de los actos de la voluntad —con el corazón— que
la persona hace contacto con la otra, la presencia se hace más íntima, la comunicación mutua
más intensa. Los actos del entendimiento se quedan a cierta distancia del otro; señalizan y
encaminan hacia él, pero de por sí solos no llegan a él. La persona por su inteligencia busca,
pero por la voluntad toca y abraza. Dios nos toca y abraza por su Espíritu de amor. Él no sólo
hace posible este abrazo sino que se nos da él mismo en el abrazo al darnos su Espíritu que
nos cristifica y nos lleva hacia el Padre.
4ª Anotación: Trata de las partes de los EE y de su duración. Los Ejercicios de cuatro
semanas son el modelo más original, siendo los otros más cortos adaptaciones suyas que
siempre hay que regularlas conforme al modelo original. Lo central de los EE es Cristo. El
nombre de Jesús —IHS— se puso desde el comienzo en la primera página. Los EE son para
conocerlo a él en los misterios de su vida narrados por los evangelios, para así más amarlo y
seguirlo en su trabajo de reunirle al Padre todos sus hijos. Es la misma idea que tuvieron los
apóstoles para buscar a alguien que sustituyera a Judas (Hechos 1, 21–26).
Ignacio fue original al introducir la contemplación de los misterios de la vida de Cristo,
con sus repeticiones, coloquios y aplicación de sentidos, como el camino para cultivar esta
amistad honda y servidora con Cristo. Camino que se hace prestando fina atención a los mo-
vimientos interiores del Espíritu, que con sus luces y consuelos (o, tal vez, desconsuelos y
arideces) va forjando en nosotros la imagen de Cristo que estamos llamados a ser e irradiar.

24
COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

Por otra parte, en todo esto ha de reinar el principio de la adaptabilidad. La duración de


los EE se ha de adaptar a las diversas condiciones de las personas y a los procesos espiri-
tuales que están viviendo. Lo importante es que la persona obtenga los frutos que se buscan
en cada semana y que se expresan en la petición de cada ejercicio. Esto es lo que significa la
frase “buscando las cosas según la materia subiecta”.

Disposición básica del que los recibe (5)

5ª Anotación: Trata de la disposición básica del que hace EE. Ignacio había ya tenido
muchas buenas experiencias y otras que no lo fueron. Esta anotación usa palabras de encare-
cimiento “mucho aprovecha”. ¿Para qué aprovecha? Para “buscar y hallar la voluntad divina
en la disposición de su vida para la salud del ánima” (1). Esta ha de ser una actitud desde la
partida: “entrar en ellos. . . con grande ánimo y liberalidad”. No se trata de una generosidad
temperamental y momentánea, sino de una disposición profunda y duradera. Es la respuesta
pronta y generosa al llamado de Jesús que nos dice “Sígueme…”, “deja las barcas…”, “no
mires para atrás si has puesto la mano en el arado…”. Es la respuesta pronta de Mateo y la de
Pablo de Tarso en el camino de Damasco.
“Ofreciéndole todo su querer y libertad…conforme a su voluntad”. Aquí resuena el Sal-
mo 40, que dice: “Tú no te complaces en los sacrificios ni en las ofrendas de cereales… En
cambio me has abierto los oídos. Por eso he dicho: ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad, Dios
mío’’” (Sal 40, 6–8), pasaje que cita la carta a los Hebreos, poniéndola en labios de Jesús
cuando hace su entrada en este mundo (Heb 10, 5–7). De esto precisamente se trata: que en
Jesús, e imitándolo a él, entremos en EE con un oído atento y un corazón generoso. Aquí ya
desde el principio empieza a resonar la entrega incondicional del “Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad…” (EE 234). “…para que de su persona como de todo lo que tiene, su divina
majestad se sirva conforme a su voluntad”. Este lenguaje cortesano expresa la delicadeza de
un amante reverente.

25
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Conducta a seguir por el que da EE según sea y reaccione el que los recibe:
Si no experimenta mociones en su alma (6 y 17)

Anotaciones 6ª y 17ª: Ignacio relata en su Autobiografía como él fue agitado interior-


mente por el mal espíritu y como Dios le regalaba paz y consuelos muy grandes. Asombrado
de esto, en cierto momento exclamó: “¿Qué nueva vida es esta que ahora comenzamos?”
(Aut. 21). El tema de la tentación en nuestro peregrinar hacia Dios no puede ser más bíblico:
la persecución de los egipcios en el paso del Mar Rojo, el hambre y sed en el desierto, las
tentaciones de Jesús después de su bautismo, su predicción a los discípulos de que sufrirían
persecuciones a causa suya y del Reino. El Señor anuncia a Ananías que ha elegido a Saulo de
Tarso para ser su enviado a los gentiles, y le añade: “Yo le mostraré lo mucho que tiene que
sufrir por mi causa” (Hech 9, 16). Cosa que después Pablo formula en palabras profundas:
“Prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo… porque cuando
más débil me siento es cuando más fuerte soy” (2 Cor 12, 9–10).
En este contexto de lucha entre dos fuerzas antagónicas se entiende que Ignacio va-
lore como algo positivo la alternancia entre consolaciones y desolaciones. En el Directorio
Autógrafo, sacado de apuntes del mismo Ignacio, se aconseja al que da EE que “siempre le
demande de consolación y desolación, y lo que ha pasado por él en el ejercicio o ejercicios
que ha hecho después que la última vez le habló”. Esta agitación es signo de que algo está
pasando interiormente; que hay vida que trata de brotar. Lo normal en un ejercitante gene-
roso es que los temas meditados en un ambiente tan bien cuidado le produzcan grandes
alegrías y a la vez, rechazos. Enderezar un afecto desordenado no se logra sin dolor. Es mala
señal que el ejercitante no experimente ni consuelos ni dolores. Por eso, si así sucediese, el
que da ejercicios ha de preguntarle en detalle cómo está haciendo las cosas.
La anotación 17 señala al que da EE dónde debe de estar centrada su atención. Le dice
que no desee saber otras cosas del que los recibe (= sus pensamientos y pecados), sino que
se concentre en ser informado de las agitaciones que él padece. Ignacio cuida mucho la liber-
tad en la relación del que da y el que recibe EE. Por eso aconseja en el Directorio Autógrafo:
“Mejor es, pudiendo, que otro le confiese y no el que le da los Ejercicios”.
Según varios antiguos Directorios, en los EE cerrados de treinta días ha de haber un en-
cuentro diario entre el que los da y el que los recibe, y a veces hasta dos al día. La costumbre

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COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

de Ignacio era ir él personalmente al lugar del acompañado. Este encuentro ha de ser corto, lo
suficiente para animarle e informarse sobre tres puntos: 1) si el que recibe tiene claro el fruto
por alcanzar; 2) qué ha hecho para ello; 3) qué experiencias interiores ha tenido.

Cuando el ejercitante está desolado (7 a 13)

La 7ª anotación recoge uno de los rasgos más fuertes del Dios de la Biblia: el ayudar, el
dar ánimo y fuerzas, el traer paz y consuelo. La historia del Pueblo de Israel, y después la de
la Iglesia, fue tejida en base a muchos “No teman” y “la Paz a ustedes” dados por el Señor.
Con razón Pablo lo llama “el Dios de todo consuelo” (2 Cor 1, 3). Las palabras “no se haya con
él duro ni desabrido, más blando y suave, dándole ánimo y fuerzas para adelante”, recuer-
dan mucho la ternura con que Oseas describe al Señor devolviéndole con lazos humanos la
dignidad a la prostituida Israel (Os 2, 14–17; 11, 1–7). Cuando Ignacio habla de “ayudar a la
almas”, expresión que emplea muchísimas veces, pensemos en este modo con que el que da
Ejercicios trata al que está afligido y tentado.
Las Anotaciones 8ª , 9ª y 10ª señalan el modo con que el que da EE ayuda al que los
recibe. No sólo con palabras cariñosas de consuelo. Va más profundo y trata que él vea la
causa que le produce la turbación. Esto es ir más allá de lo que puntualmente siente; es un
conocimiento que va al origen y que, por lo mismo, sana. Se requiere en el ejercitador mucha
capacidad de empatía y de discreción de espíritus para entender qué espíritu mueve al ejer-
citante y darle lo que le conviene: alguna o algunas de las reglas de desolación y/o consola-
ción, las de escrúpulos, etc. Todo esto ha de hacerse “según la necesidad que sintiere el que
los recibe”. No se trata de dárselas todas, sino las que de verdad le ayuden. De estas reglas
se tratará más adelante.
La 11ª Anotación se dirige al que “toma ejercicios” y lo invita a concentrarse en lo que
el ejercitador le da y trabajar en eso “para alcanzar la cosa que busca”, sin divagar en lo que
vendrá después. Pide al ejercitante un gran despojo de sí mismo y una gran confianza en que
la Palabra de Dios le llega por medio del que le da Ejercicios. Supone que el ejercitante tiene
muy claro “la cosa que busca”. Es lo diametralmente opuesto a la cultura del zapping. Exige
disciplina interior. Va unida a la recomendación de los Directorios antiguos de no entregar al

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

ejercitante el libro de los Ejercicios. Más de una vez me ha sucedido que yo les pasé el libro y
él o ella se lo despacharon todo de una leída y en seguida querían irse a la casa.
La 12ª Anotación es la de la fidelidad a los encuentros con el Señor. Invita a que “en cada
uno de los cinco ejercicios o contemplaciones que se harán cada día” la persona se goce de
haber estado una hora completa con el Señor, “y antes más que menos”. Parece cosa chica,
pero en el fondo es muy grande porque va en la línea de la fidelidad a la amistad. Recuerda
las palabras de Jesús a los discípulos dormidos en Getsemaní: “¿No pudieron velar una hora
conmigo?” (Mt 26, 40).
La 13ª Anotación complementa la anterior al recomendar al ejercitante que está en deso-
lación y que es tentado a acortar la hora entera, que la alargue un poco más. Esto le acostumbra-
rá no sólo a resistir al adversario sino a derrocarlo; es decir, sacarlo fuera de su castillo interior
(= roca), que no es otro sino la tibieza de nuestra voluntad por cerrar las compuertas al amor
de Dios.

Si está consolado (14. 15)

La 14ª Anotación es un “tratadito” para que el que da EE evite que el ejercitante fer-
voroso y consolado se precipite más allá de sus fuerzas, comprometiéndose a cosas que le
quedan grandes. Es la “tentación bajo especie de bien” de que hablaba la anotación 10ª. Ig-
nacio señala que también los buenos propósitos pueden ser nocivos si sobrepasan nuestras
fuerzas, si no surgen de la gracia que hace que podamos llevarlos sin fatiga exagerada (Anot.
18); si, en el fondo, se alimentan de la vanidad y el orgullo.
Esta recomendación nos recuerda varias escenas del evangelio: a Pedro, que presume de
sus fuerzas, a los hijos del Zebedeo, que inconsideradamente responden que pueden llevar el
cáliz que Jesús les ofrece, y al que pone la mano en el arado y vuelve atrás. En realidad, no sólo
se aplica a creyentes individuales sino también a grandes sectores de la Iglesia, y a la Iglesia
entera, cuando nos exaltamos prometiendo seguir cursos de acción que nos quedan grandes.
La 15ª Anotación se dirige al que da EE. Se requiere por parte del que da Ejercicios mu-
cha abnegación y despojo de sí mismo para ayudar a que se produzca ese encuentro inmedia-
to del “Creador con la criatura”, sin interferirlo con sus propias ideas o ansiedades. Su papel

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COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

es no adelantarse a la acción del Espíritu Santo; no interferir con ella ni suplirla. Fuera de los
Ejercicios —en conversaciones, catequesis y sermones— podemos mover a las personas a
diversos estados de vida, invitarlas a hacer el bien en tal o cual cosa. Pero en ejercicios, no.
Es Dios quien tiene que hacerlo, sin ponernos nosotros de por medio: “deje inmediatamente
obrar al Creador con la criatura y a la criatura con su Creador y Señor”. Nosotros hemos de
estar como el fiel de la balanza, en el medio.
Dios es un amante apasionado que puede y desea comunicarse con el ejercitante “abra­
zándolo en su amor y alabanza, y disponiéndolo por la vía que mejor podrá servirle adelan­
te”. Es un presupuesto de la más alta mística esponsal de la Biblia (Oseas, Cantar, Efesios 5,
Apocalipsis 12), que apunta al servicio por amor: “Venga tu Reino” (Mt 6, 10).

Principio ascético de “afectarse al contrario” (16)

Esta 16ª Anotación anticipa el meollo de la meditación de Tres Binarios. Para entender-
la, hay que ponerla en el contexto del Llamamiento y Las Banderas. En otras palabras, en el
contexto de Cristo, mi Salvador y único Camino al Padre, que me llama; a quien deseo amar y
seguir con toda mi alma, aunque sintiéndome tironeado por diversos apegos que me impiden
hacerlo con plena libertad. Esto es lo que le da fuerza vital. Fuera de esta llamada tan gratuita
y personal, el “afectarse al contrario” sería pura virtud griega, el medén ágan, “nada en de­
masía”, del templo de Apolo en Delfos.
Vale la pena subrayar algunas palabras, llenas de énfasis, con que Ignacio muestra su
punto. El objetivo de ella es, nada más y nada menos, colaborar a que Dios “obre más cierta­
mente en la su criatura”, en caso de que esté desordenadamente afectada a algo que le quite
libertad para seguir lo que el Señor le indique. Pone como ejemplo buscar un puesto por pro-
vecho propio, cuando lo correcto sería buscarlo por la causa del Reino (“por el honor y gloria
de Dios nuestro Señor y por la salud espiritual de las almas”). Pide al ejercitante “moverse,
poniendo todas sus fuerzas, para venir al contrario de lo que está mal afectado”. Se trata de
un esfuerzo nada tibio ni mediocre, sino de poner todas las fuerzas en ello.
¿Y cómo se hace esto? “Instando en oraciones y otros ejercicios espirituales, y pidiendo a
Dios nuestro Señor el contrario”. Pedir, pedir, pedir. Esto es lo que le da la fuerza a los Ejercicios.

29
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Es lo de Jesús: “Pidan y recibirán” (Mt 7, 7). Los Ejercicios, con toda su complejidad y sutileza, no
escapan a esta regla tan simple del Evangelio. Es don sólo de Dios el ordenar nuestros afectos
desordenados para que busquemos tan sólo el “servicio, honra y gloria de su divina majestad”.

Diversos tipos de ejercitante y adaptación de los Ejercicios (Anotaciones 18, 19 y 20)

Sugiero leamos estas tres anotaciones con el trasfondo de Jesús en su enseñanza del
Reino, estrategia que dejó en legado para el futuro de la Iglesia. A las masas les habla de su
Padre Dios y los llama al arrepentimiento y cambio de vida. Cuando siente que habrá rechazo,
les habla en parábolas que quedan vivas dentro de sus corazones, con la esperanza que den
fruto (Mt 13). A los discípulos, que lo acompañan en sus correrías evangélicas, los instruye
más pormenorizadamente. Después de escoger a los doce, los instruye más en particular y
los envía a anunciar el reino con palabras y curaciones (Mt 10; 16). A Pedro, Santiago y Juan
les muestra su gloria en la transfiguración, en preparación a su éxodo pascual (Mt 17).
Anotación 18: San Ignacio promovió mucho los Ejercicios, pero los fue adaptando siem-
pre a las personas que deseaban hacerlos. De esto tratan estas tres anotaciones finales. Los
adapta según sea la disposición de los ejercitantes, conforme a su edad, letras o ingenio. Lo
que se busca es que aprovechen, y no recargarlos con “cosas que no puedan descansada­
mente llevar”: sin duda, se acordaba al escribir esto de las palabras de Jesús “mi carga es
ligera” (Mt 11, 28).
También entra el factor voluntad, es decir, lo que la persona realmente quiere y busca.
Hay personas que quieren instruirse más en las cosas básicas de la fe —que están en el
Credo, el Padre Nuestro y otras oraciones vocales, en los mandamientos, los preceptos de la
Iglesia, las virtudes teologales, el uso de los sentidos— y participar en la Eucaristía. Ignacio
recomienda proponer a éstos el examen particular y el general y los tres modos de orar.
Otro factor a tener en cuenta es el “subiecto” o capacidad natural de la persona, que la
mide no tanto por el grado de su inteligencia sino por el fruto que se puede esperar de ella
en los Ejercicios. Es un criterio mucho más global que la sola inteligencia, porque abarca
otros factores que inciden en el dar poco fruto. Conocemos cuánto cuesta abrirse a nuevos
horizontes sociales, vencer prejuicios religiosos, cambiar de estilo de vida. A los tales Ignacio

30
COMENTARIO A LAS ANOTACIONES DE LOS EJERCICIOS espirituales (ee)
breve comentario de cada anotación

aconseja proponerles los “ejercicios leves”, sin entrar en los de Segunda Semana que condu-
cen a las elecciones de vida. Añade, como justificación de esto, que “en otros se puede hacer
mayor provecho faltando tiempo para todo”.
La Anotación 19 trata de los “ejercicios abiertos” o “en la vida”. Son aptos para personas
ocupadas en muchos asuntos, de cualquier orden, que no pueden disponer de tiempo para ha-
cerlos continuados. También se recomiendan por motivos de salud a aquellos que se fatigarían
demasiado de otro modo. Su materia son todos los ejercicios de las cuatro semanas, pero he-
chos en el día a día de la vida corriente. Normalmente se extienden por unos ocho meses, ya que
lo que se hace en un día en ejercicios cerrados, suele hacerse en una semana en esta modalidad.
La Anotación 20 trata de los ejercicios completos. No son para todo el mundo sino para
los que dispongan de tiempo y “que en todo lo posible desean aprovechar”. Se inspiran
claramente en el ejemplo de Cristo que pasó cuarenta días en el desierto. Así lo expresó el
arzobispo de Granada, don Pedro Guerrero, en 1556, cuando en defensa de los muy criticados
Ejercicios de Ignacio, dijo que no eran cosa nueva, ya que Cristo había ido al desierto a hacer
ejercicios. En realidad, del ejemplo de Cristo en el desierto provino la cuaresma litúrgica, al
igual que los movimientos de “Desierto” del siglo IV y siguientes, cuando miles de cristianos
abrazaron la vida eremítica.

Conclusión

Como conclusión y resumen de lo dicho, señalamos tres notas características de los Ejerci-
cios espirituales de San Ignacio, que se desprenden de las Anotaciones. Primera, los Ejercicios
son un proceso ordenado y gradual de varias operaciones destinado a disponerse para quitar
los afectos desordenados y dejarse llenar de Cristo, que es el criterio del orden de nuestras
vidas. Segunda, este proceso se estructura de acuerdo a un modo y orden por un tiempo deter-
minado, manteniendo siempre la oración personal en un ambiente de silencio y retiro, aunque
varíe el modo concreto de realizarlo. Tercera, este modo y orden no es algo fijo y mecánico,
igual para todos, sino que es regulado por el que da ejercicios, que, iluminado por las pautas
de Ignacio, ha de buscar lo que más aproveche al ejercitante. En una palabra, oración metódi-
ca centrada en Cristo, desierto y acompañamiento. Ver Ignacio Iparraguirre, S.J., Historia de la
práctica de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, Tomo I, 29 (1946) Roma.

31
PARTE I

PRIMERA SEMANA
“Conviértanse y crean en el Evangelio” (MC 1, 15)

33
34
parte I: Primera Semana
PRESUPUESTO

PRESUPUESTO

“Para que así el que da los ejercicios espirituales, como el que los recibe, más se
ayuden y se aprovechen: se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más
pronto a salvar la proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar,
inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta,
busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve” (EE 22).

Comentario

El contexto histórico de la época de Ignacio explica la razón de este Presupuesto, que


de otro modo podría sonar a cosa extraña. Recordemos que el libro de los Ejercicios estuvo
muy desde el comienzo bajo la lupa de la Inquisición (A 59). En aquellos años circulaban por
Europa corrientes iluministas e ideas de la reforma que tenían muy sobre aviso a los inqui-
sidores. Entre los mismos católicos, Melchor Cano y otros dominicos se cuidaban de todo lo
que pudiera sonar a mística y a mucha afectividad espiritual.
A los que puedan tener objeciones o abrigar sospechas de los puntos tratados en los
Ejercicios los invita a que, como buenos cristianos, sean más inclinados a interpretar bien
que a condenar lo que allí se escribe. Es de justicia no condenar sin que haya razones objeti-
vas de peso. Y si algún ejercitante tuviese objeciones, su deber es informarse, preguntando

35
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

cómo él entiende la proposición cuestionada. Y si hubiese error, que lo corrija con amor. Final-
mente, si esto no bastare, busque otros medios para que la persona sea corregida y se salve.
Son pasos de elemental prudencia evangélica que conservan su actualidad hoy día, en
que ser opinólogo es bien visto por muchos y lleva a condenar personas o ideas con escaso
o ningún fundamento.

36
parte I: Primera Semana
Elpyf: Comentario del texto de Ignacio

EL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (= PyF)

1. Comentario del texto de Ignacio

Situar el PyF

El PyF pertenece al género literario bíblico de la “sabiduría”. Es un apretado compendio


de vida espiritual en una perspectiva muy ignaciana de peregrinación, de recorrer un camino,
el de la salvación, y de cómo servirnos de las criaturas que encontramos a nuestro paso.
Hugo Rahner ha mostrado en forma convincente (San Ignacio de Loyola y la génesis de
los Ejercicios, 1979) que el PyF, aparentemente tan lógico y escolástico, no puede ser com-
prendido sino a partir de la estructura general de los EE. El embrión o núcleo genético de
éstos son las dos meditaciones del Reino y las Banderas, en un proceso interior de elección
de vida. Rahner afirma en términos enfáticos: “El texto del Fundamento no es comprensible
sino a partir del texto de la elección“ (pp. 169–179).
Lo que en el PyF se dice de la salvación del alma y de la indiferencia respecto a todos los
bienes de la tierra no es otra cosa que la actitud necesaria para elegir estado de vida. Actitud
que consiste en tres fines jerarquizados: 1) la salvación de la persona en Dios; 2) la indife-

37
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

rencia en relación a todos los bienes creados; 3) el deseo de asemejarse al Señor y Creador
crucificado en la forma que conduzca más al fin. El Fundamento es pues un compendio muy
denso del conjunto de los EE, y no se le puede comprender sino a partir del llamado del Reino,
que, según los antiguos Directorios, también es llamado ”Fundamento” (Hugo Rahner, Igna­
tius von Loyola als Mensch und Theologe, cap. 13, 251–312).
Por esto se le presenta fuera de la Primera Semana. Con mayor rigor pertenece a las Ano-
taciones. Es una nota preliminar, un ejercicio preparatorio, que debe ser dado en forma de con-
sideración; es decir, dejando que la mente y el corazón del ejercitante discurran por las grandes
verdades de la fe: Dios como origen y meta de nuestra vida; el fin de las criaturas y la libertad
del hombre ante ellas (el tanto cuanto); el deseo de la indiferencia y del magis para elegir el
camino de Cristo, que es el que más nos conduce al Padre, que es el fin para que somos criados.

La fuerza del PyF

La fuerza y gracia del PyF está en su brevedad y concisión. Es una muy sintética brújula
que nos orienta en la vida. Es una carta de ruta “para ayudar a las ánimas”. Ha ayudado a
muchos cristianos por largos siglos a encontrar su camino y ha contribuido a hacer muchos
santos y santas de la Iglesia. Es muy actual en un mundo en que la gente busca pero no en-
cuentra; o que encuentra otras cosas, menos lo que busca; o que ni busca ni encuentra, salvo
sus propios vacíos y frustraciones. Es una gracia que hemos de pedir para ayudarnos y ayudar
a otros.
Propiamente, el PyF es una consideración sobre el camino para llegar a Dios Padre, que
nos crea para que marchemos hacia Él y, finalmente, alcancemos en Él nuestra salvación, es de-
cir la plenitud de ser “hijos en el Hijo”. El hombre está en este mundo para alabar hacer reveren-
cia y servir a Dios nuestro Señor. Las demás cosas —todos los seres y situaciones— son para
que le ayuden a alcanzar su fin, siguiendo la regla del tanto cuanto, la indiferencia y el magis.
Cristo es el único que puede “ordenar nuestra vida”; es el solo en quién y por quien
podemos “alabar, hacer reverencia y servir a Dios”. Sólo Él vive el “magis” hasta el “amor
más grande de dar la vida”. Por esto la frase final del PyF “solamente deseando y eligiendo lo
que más nos conduce para el fin que somos criados” requiere de una lectura cristológica. El

38
parte I: Primera Semana
EL PyF: Comentario del texto de Ignacio

neutro “lo que más” es en realidad una persona única: es Jesucristo. Elegimos “al que más”,
nos conduce al Padre. Elegimos a Cristo, Camino, Verdad, Vida, Mesías, Señor, Mediador de
nuestro peregrinar hacia el Padre.
El Dios del PyF está muy lejos de ser un “Dios filosófico” y “ahistórico”, mera respuesta
explicadora de nuestras preguntas trascendentales. Es el Padre de nuestro Señor Jesucris-
to, que nos crea por Él a su imagen. Es el Dios que hace historia con su Pueblo y que día
tras día su presencia (shekinah) nos acompaña en todas las cosas, desde lo más íntimo de
nuestro ser.

¿Por qué se le llama “Principio y Fundamento”?

Ignacio encontró en la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia la expresión “fundamento”


para referirse a Jesucristo (I, 1,1); y “principio y fundamento” para nombrar su encarnación:
“Hoy es el principio y fundamento de todas las fiestas y de todo nuestro bien” (I, 5, 34). Pero
el texto del PyF lo introduce después de sus estudios en Paris y está formulado en las cate-
gorías teológicas de medio y fin, de clara connotación escolástica. Principio es aquello que
da origen a todo lo que viene después. Así, el grano de trigo es principio de la planta y de la
espiga madura; y al revés, ésta se relaciona al grano como a su origen vital.
El “principio” de los Ejercicios es Dios Padre, a quien la fe de la Iglesia llama “Principio
sin principio”, y que da origen a la procesión del Hijo y del Espíritu. Es el Padre creador, que
todo lo hace de la nada con sus dos manos, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo.
El Principio y Fundamento parte desde el acto de la creación: la del hombre: “el hombre
es criado”; y la de las demás cosas: “las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para
el hombre”. Refleja el pensamiento del Génesis, cuando Dios crea todo y otorga al hombre el
dominio sobre los seres de la tierra (Gen 1, 1–31).
Por “el hombre” el PyF entiende el género humano, varón y mujer, la criatura hecha a
imagen y semejanza de Dios. Dentro de la teología paulina que subyace a este texto (Col 1,
15–20; Ef 1, 3–14), la imagen y semejanza consisten en que el hombre ha sido creado por Dios
según el modelo de Jesucristo y que por el Espíritu está ordenado hacia Él (2 Cor 3 y 18). El
hombre, todo hombre, lleva una sello crístico muy activo que lo dirige a configurarse en su

39
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

vida al Cristo pascual, el de Belén, el del Gólgota y el de la mañana de la resurrección; al Jesús


constituido por el Espíritu Hijo de Dios en poder, espíritu santificador (Rm 1, 4).
El Principio de los Ejercicios es a la vez su Fundamento. El cimiento de una casa, que yace
bajo tierra, es la base de la casa. Todo lo construido encima del cimiento se levanta encima
suyo. Lo mismo se da en los EE: todo su edificio descansa sobre este fundamento, que es el
camino trinitario de subida hacia el Padre. Esto explica por qué se le llama Principio y Funda-
mento. Las dos palabras juntas se potencian mutuamente.
La primera tarea del ejercitante que comienza EE es darle vueltas a estas verdades bási-
cas de nuestra fe, para compenetrarse de ellas. A esto lo llama San Ignacio “considerar”, cosa
que recomienda hacerlo a ratos por todo el día, y que recuerda a los antiguos navegantes,
que de noche se guiaban por los astros (en latín sidera).

¿Qué es el hombre?

Desde siempre nos hemos planteado esta pregunta. El salmista que inquiere: “¿Qué es
el hombre, para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5). El libro de la Sabiduría la enfoca desde su
debilidad: “Mi primera palabra fue la de todos: lloré” (Sab 7, 1–6). San Pablo lo ve en relación
a Cristo: “llevamos la imagen del Hombre celeste”. (Col 1, 13–20; 1 Cor 15, 49). San Ireneo
arguye contra los gnósticos que “el hombre completo es alma más cuerpo, más el Espíritu de
Dios (AH 5, 6, 1). Santo Tomás de Aquino no ve mejor manera de decir qué es el hombre sino
verlo desde Dios: es el ser “capaz de Dios”; el que no se contenta con nada menos que Dios
mismo. O la mística Santa Catalina de Siena, que medita como Dios sucumbe a la pasión de
amor por el hombre: “Te dejaste cautivar de amor por él. Por amor lo creaste, por amor le
diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno” (Diálogo 4, 13). Como el “oyente de la Palabra”,
lo definirá K. Rahner, apuntando con esto a que lo que más anhela el ser humano es escuchar
y recibir la comunicación de Dios. El Concilio Vaticano II lo define como “la única criatura en
la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24, 3). En otro texto, el Concilio ve a la
Trinidad difractándose de mil maneras en la historia de la humanidad, en sus culturas y en las
religiones (GS 34, d. 4 y 5).

40
parte I: Primera Semana
EL PyF: Comentario del texto de Ignacio

Es creado

La criatura hombre cuelga entre la nada del no ser, el ser desde Otro y el ser crecien-
do siempre más, siempre en aumento, por eternidad de eternidades. La criatura hombre no
saca de sí misma el existir ni al comenzar ni al permanecer en la existencia ni en el proseguir
creciendo para siempre. Es una chispita de ser en un mar de no ser, colgando del hilito del
querer del Creador. Fuera de Dios desaparece en la nada. En él todo lo que no es desde Dios,
es nada. Dicho al revés, Dios es todo para el hombre.
Pero esto no lo dice todo. Porque el hombre es creado por Dios en Cristo. La Trinidad mira
a Cristo al crear al hombre, lo forma a imagen suya, y, dándole su Espíritu, lo dinamiza y lo en-
camina hacia él: “Es Dios quien nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras”
(Ef 2, 10). Finalmente, Cristo recapitula toda la creación en sí para llevarla al Padre e instaurar el
reinado definitivo de Dios (1 Cor 15, 23–28). La creación no da pie a que tengamos una mirada
del hombre ignorante del Dios Trinidad. Hacerlo sería no darle peso a los datos de la fe.
El colgar de Dios en la existencia, lejos de hacernos insignificantes y frágiles, refuerza sin
medida nuestra solidez. Nuestro suelo, nuestro cimiento, nuestro piso es Dios mismo; o sea,
la Trinidad inconmovible en su amor de dar vida y misericordia a todas sus criaturas. Toda la
creación se sostiene y renueva al estar fundada en Jesucristo, plenitud de lo humano y de lo
divino. Las criaturas tienen cauces y fines propios, que hemos de saber investigar y respetar,
porque son prolongaciones del ser glorioso de Cristo en que lo humano y lo divino se dan sin
mezcla, ni distancia, sin separación ni confusión (Concilio de Calcedonia), en un dinamismo de
aumento siempre mayor de gloria, intimidad, gozo y poder. El vivir en Dios nos agranda siempre
más, pero sin dejar de existir como personas, lo que vendría a ser una aniquilación panteísta.
Ser creado es ser llamado por Dios a la existencia para vivir en diálogo de amor y trabajo
con Él. Diálogo cotidiano, siempre nuevo, porque cada día Dios viene a saludarnos. Y no diálogo
uno por uno, cada cual por su cuenta con “su” Dios. Es vocación al amor en una comunidad que
llamamos la Iglesia, lo que en su raíz etimológica significa “el Pueblo o asamblea de los llama-
dos porque amados”. Dios nos llama como su Pueblo escogido, lo que nos engrandece una
enormidad, y a la vez nos impele a dilatar el horizonte de nuestro amor y servicio a los demás.
Los EE son muy inclusivos. El PyF brota de las gracias que recibió Ignacio en Manresa,
junto al río Cardoner: las gracias de la Trinidad, la creación, la encarnación, la humanidad de

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Cristo, la Eucaristía y Nuestra Señora. Anticipa así las gracias de la meditación final de los
EE, que es la Contemplación para alcanzar amor (EE 230–237), que nos habla de Dios llenán-
donos de regalos y dándose a sí mismo, habitando en toda la creación y en nosotros como
en un templo, trabajando por nosotros y dándonos la gracia de que nuestro propio trabajo
prolongue su omnipotencia. Tanto regalo e intimidad nos enaltecen y desafían a atrevernos a
hacer cosas grandes para su mayor gloria.

Para alabar, hacer reverencia y servir

Detengámonos en cada palabra. Al decir que el hombre es creado para, se afirma que
él no es una criatura inerte, estática, encerrada en sus propios bordes como un cubo de
mármol, sino que su ser es salir de sí hacia Dios. Es aquello de San Agustín: está inquieto su
corazón hasta que descanse en Él.
Ese salir de sí para ir a Dios el hombre lo realiza mediante esos tres verbos, que sinte-
tizan una multitud de otras concreciones de la actividad humana en su caminar hacia Dios.
Cada uno de estos verbos añade algo al anterior y se prolonga y revierte en los otros.
Alabar viene de “aplaudir”, “batir palmas”. O sea, es amor entusiasta porque —como lo
indica la raíz de esta palabra— se está “en Dios” (en Theo  entusiasmo). La alabanza es la
respuesta al amor que Dios primero pone en nuestros corazones: “Ustedes no han recibido un
espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos
de Dios,…diciendo: “¡Abba! ¡Padre! De él nos viene la consolación, el abrazo, la unión”(Gal
5, 22–25). El amor de Dios derramado en nuestros corazones es lo que nos ha de llenar de
fe, esperanza y amor. Este amor es mayor y más hondo que todas mis dudas, depresiones y
quebrantos, porque está conectado a Aquél que en el Huerto pidió con lágrimas: “Padre, si
es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga lo que yo quiero sino lo que Tú” (Lc 22, 42).
Reverencia es amor casto, respetuoso, delicado. Lo opuesto a lo chabacano y a echar
al trajín la imagen de Dios presente en la mujer y el hombre. Lo opuesto a la superficialidad,
a los “corazones partidos”, al desgano, a utilizar a Dios, al desamor por “falta de tiempo”.
La reverencia se nutre de la intensidad del amor, que por muy íntimo e intenso que sea, es
consciente de que Dios es mayor que yo; y que, por serlo, me introduce más y más en su

42
parte I: Primera Semana
EL PyF: Comentario del texto de Ignacio

intimidad. En su Diario Espiritual Ignacio asocia la reverencia a la fina atención a las luces y
toques interiores del Espíritu. La reverencia no lleva a la huída sino al acatamiento, al amor
delicado y agradecido. Mueve a la sumisión y a la adoración; a la total entrega del “Tomad,
Señor, y recibid”.
Servir es amor en hechos (EE 230). Dios nos sirve a cada momento, por todos los poros
de nuestra existencia y de nuestra historia. Jesús es el Servidor de Dios por antonomasia. El
sirviente hace la voluntad de su señor. Así también Jesús, la de su Padre. Vino no a ser servido
sino a servir y dar su vida por nosotros (Mt 20, 28). Creados a su imagen, nuestra respuesta
de amor reverente pasa a la acción del humilde servicio. Servir es estar siempre dispuesto a
hacer la voluntad de Dios, manifestada de mil maneras, no sólo porque me parece bien y útil
lo que haré, sino por confianza, fe y amor a mi Señor que me lo pide. En palabras del jesuita
Erich Przywara:

“Servir no es ver algo y por eso actuar, sino que el hecho del mandato es su
fundamento. De otro modo permanecería yo mi propio señor…Servir significa estar
constantemente listo… aprisionado por el Señor. La última consecuencia es, así, que
incluso el servir mismo está a Su disposición: acaso se me permita hacer algo, acaso
se me deje plantado, acaso tenga que permanecer contratado para siempre. Todo esto
es servicio, y por eso se requiere estar dispuesto para todo eso. Es, así, servidumbre
absoluta” (Deus Semper Maior, Trad. A. Edwards, p. 69).

Es el modo como Dios nos trata: nos ama, nos reverencia y nos sirve en todo momento.
Jesús viene a servirnos. María es la sierva del Señor. Servir a Dios, ayudando a los prójimos,
es nuestro modo de servir.

…a Dios nuestro Señor

Todo el dinamismo del fin del hombre termina en “Dios nuestro Señor”. Él es la fuente
de donde todo mana, el imán que lo atrae todo y la meta a la cual todo aspira y encuentra
en Él su plenitud. Dios nuestro Señor es el Dios Trinidad, que desde la comunidad de la

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Iglesia, nos mueve por el Espíritu para configurarnos cada vez más a Cristo, quien nos
conduce al Padre.

Salvar el alma

La salvación cristiana es totalizante; denota plenitud en todos los aspectos, en todas las
relaciones. Su raíz etimológica indoeuropea es keilon, y significa totalidad, tal como se da
en su derivado alemán heil (salud), y en el inglés whole (todo). Tiene que ver con la recapi-
tulación de Ef 1, 10 y con “Dios todo en todos” de 1 Cor 15, 28. No es nada individualista sino
“católica”, universal (katá holón).

Las otras cosas son creadas para el hombre

El PyF encierra no sólo una enseñanza sobre el fin del hombre sino asimismo acerca del
destino y relación del hombre al mundo, al trabajo y al uso de las cosas. Somos colaborado-
res de Dios en la obra de construir un mundo que esté más y más impregnado de Cristo; es
decir, que sea a la vez cada día más humano y más divino.
Frente a cada una de sus obras Dios exclama “¡que buena es!”. Y cuando crea al hombre
“vio que era muy bueno”. Hemos de ver a Dios sorprendiéndose cada día al crear tanta maravi-
lla, cada nuevo amanecer, nosotros mismos y todo lo que nos rodea. La creación es un proceso
continuado y Dios pone en nuestras manos la posibilidad de dejar en ella nuestra libre impronta
crística. Hemos de aprender a exclamar: “tanto amó Dios al mundo! (Jn. 3, 16)”. El Padre ama al
mundo porque es la obra cuidadosa de sus dos manos, el Verbo Jesucristo y el Espíritu, con las
que lo modela, lo conserva y lo llena de vida y belleza (Ireneo, La Predicación Apostólica, 10 y 11).
Desde el momento en que el hombre es creado, Dios le da el poder sobre la creación:
“llenen la tierra y domínenla” (Gen. 1, 28). Con esto Dios le hace partícipe de su poder crea-
dor, encargándole que complete y perfeccione en el tiempo la obra de creación. Con su in-
teligencia, su habilidad (tekné) y su amor tendrá la posibilidad y la obligación de ir creando
un mundo más humano, más fraternal, más sometido en sus fuerzas al bien de todos y a su

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parte I: Primera Semana
EL PyF: Comentario del texto de Ignacio

destino divino. Ha de construir un mundo que sea la casa de todos los hermanos. Esta es su
noble misión; esto es hacer ecología (oíkos = casa) profunda: hacer “una tierra nueva (GS
39), “construir la civilización del amor y edificar la paz en la justicia” (Puebla, 1188).
El hombre se realiza y alcanza la felicidad cuando acepta plenamente los planes de
Dios y los pone en práctica. Entonces el mundo se configura cada vez más a Cristo, su
Imagen primigenia y su meta, y Dios se hace más y más presente en este mundo, como
lo simboliza el paseo vespertino del Señor por el Paraíso hablando amigablemente con el
hombre (Gen 3, 3).
“Las demás cosas” nos remiten a un Dios ilusionado con su creación buena y que la deja
en manos del hombre libre, para que discierna sus planes amorosos y los ponga por obra.
El concilio Vaticano II nos ilumina en nuestra reflexión. Ante el ingente esfuerzo del hom-
bre contemporáneo por dilatar el campo de su dominio sobre la naturaleza mediante la cien-
cia y la técnica, se formula la pregunta tan hondamente humana del sentido y valor de ese
esfuerzo y afirma:

“Una cosa hay cierta para los creyentes: la actividad humana individual y colecti­
va o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos
para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la vo­
luntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar
el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene,
y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como
Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea
admirable el nombre de Dios en el mundo”.
“Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los
hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su
trabajo de forma que resulta provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pue­
den pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador. Sirven al bien de sus
hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en
la historia”.
“Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se opo­
nen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signos de la grande­
za de Dios y consecuencia de su inefable designio, cuanto más se acrecienta el poder
del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva. De donde se
sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo
ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que al contrario, les impone como
deber el hacerlo” (Gaudium et Spes 34).

El tanto cuanto, la indiferencia y el magis

El hombre, hemos visto, es apertura al universo de las cosas en su peregrinar hacia Dios.
En el Pueblo de Dios, que es la Iglesia, hay muchos carismas y vocaciones distintas pero com-
plementarias. Cada época, cada sociedad humana, cada familia y cada persona es llamada
por Dios, mediante el Espíritu inhabitador, a buscar su camino propio, único, irremplazable
de crecimiento hacia el Padre. Cristo es el Camino, pero cada cual ha de seguirlo según los
dones que le fueren dados. Ser hombre significa pues elegir, escoger, ejercitar su libertad
para crecer así en el amor. De esto es lo que se ocupa el PyF cuando trata del tanto cuanto, la
indiferencia y el magis.
El “tanto cuanto” es lo propio del peregrino anhelante de la Patria, que no se deja se-
ducir ni distraer ni perder tiempo en cosas que lo desvíen de su camino o que retarden su
marcha. El tanto cuanto no se alimenta de un legalismo calculador sino del amor atento y
conectado a la voz del Amado. Tiene mucho que ver con vivir en la verdad y rehuír el engaño
personal y la mentira social, que trata de vendernos, como felicidad imprescindible, objetos
de consumo que sólo alimentan la vanidad.
La indiferencia es llamada así porque percibe las cosas como diferentes, que no todas
son iguales o que den lo mismo. No tiene nada que ver con la apatía, sino todo lo contrario.
Reconoce y siente como objetivamente diferentes la salud y la enfermedad, la riqueza y la
pobreza, el honor y el deshonor, la larga vida y el morir joven. Y esto no obstante, movido por
el amor a la vida de Cristo nuestro Señor, “se hace indiferente”. No es que desconozca esas
diferencias, sino que se esfuerza por hacerse indiferente para aceptar cualquier situación
que le toque vivir, si es el camino por el cual el Señor le pide caminar.

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parte I: Primera Semana
EL PyF: Comentario del texto de Ignacio

La indiferencia no es un punto de partida que uno lo logre de una vez para siempre. Es
un proceso continuo, de por vida: hemos de “hacernos indiferentes”. Es la lucha del cami-
nante que encuentra a su paso obstáculos y enemigos. Es la disposición que nos hace crecer
en libertad para acometer, siguiendo a Cristo, los miedos y las dificultades que nos salen al
encuentro. Es la pobreza de espíritu que nos hace bienaventurados (Mt 5, 3). Es lo que nos
permite ir creciendo en el amor a Cristo pobre y perseguido.
Los EE son una palestra para cultivar esta indiferencia. Contemplando la vida de Cristo,
y a la luz de las meditaciones de Dos Banderas y Binarios, el ejercitante se dispone a la elec-
ción de vida y estado. El hacerse indiferente ha de calar muy fino, porque el llamado de Dios
se manifiesta por los toques del buen Espíritu, que hemos de diferenciarlos de los engaños y
astucias del espíritu de la mentira.
El magis. El PyF califica el “hacernos indiferentes” con este añadido final: “solamente
deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”. Este desear y
elegir “lo que más” es el famoso magis ignaciano.
Ignacio fue por naturaleza un hombre competitivo y de grandes deseos. En el relato de
su vida cuenta como Dios se valió de esta característica para irlo ganando al discipulado de
Cristo. En su convalecencia en Loyola sus pensamientos giraban en torno a conquistar una
señora muy noble por medio de hazañas de armas y bellas palabras. Era su etapa primera, la
del “magis envanecido”: “muchas cosas vanas que se le ofrecían” (Aut. 6).
La segunda etapa fue la del “magis competitivo”. Con las lecturas de la vida de Cristo y de
los santos, se avivó en Ignacio el deseo de emularlos: “Qué sería, si yo hiciese esto que hizo
San Francisco y Santo Domingo? …Todo su discurso era decir consigo: Santo Domingo hizo
esto; pues yo lo tengo de hacer. San Francisco hizo esto; pues yo lo tengo de hacer” (Aut. 7).
Le llevó tiempo a Ignacio el pasar del “magis competitivo” al “magis humilde y discernido”.
Ya cerca del final de su vida dirá sobre este paso: “En estos pensamientos tenía toda su con­
solación, no mirando a cosa ninguna interior, ni sabiendo qué cosa era humildad, ni caridad,
ni paciencia, ni discreción para reglar y medir estas virtudes, sino toda su intención era hacer
estas obras grandes exteriores, porque así las habían hecho los santos para gloria de Dios, sin
mirar otra ninguna más particular circunstancia” (Aut. 14). Pero Dios lo fue ganando de a poco
por medio de muchas pruebas, hasta que llegó a comprender que la verdadera grandeza con-
siste en desposeerse de sí mismo y, en amor humilde, trabajar con las fuerzas que da el Señor.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2. EL PyF DE JESÚS: “SU PADRE Y SU REINO”

Si Jesucristo es la encarnación viva del Principio y Fundamento, quiero recoger aquí algunos
rasgos suyos que le dan mayor contenido a esta afirmación. El cuadro completo lo dará el desarro-
llo de las cuatro Semanas de los EE, y cada persona lo seguirá trabajando por el resto de la vida.
•• Jesús vive centrado en su Padre, nada de disperso; pero por lo mismo Jesús es el herma-
no de todos y nos enseña a decir “Padre Nuestro”.
•• Dios para él no es una doctrina teórica; es experiencia vital.
•• Su Dios no es un Dios nuevo: es el de Israel, el Creador y Liberador, el de siempre.
•• El Dios de Jesús libera de la esclavitud de los ritos vacíos, de la autocomplacencia, del
odio, de la enfermedad, del demonio, del pecado y de la muerte.
•• Promueve la justicia y la misericordia; anuncia la “Buena Noticia” a los pobres y exclui-
dos; trae luz a los ciegos (Lc 4, 16–21).
•• Vive en relación íntima y confiada con su Padre, a quien ve en todas partes: en las aves
del cielo y los lirios del campo; en los acontecimientos y en la gente de su tiempo, espe-
cialmente los que sufren y los pecadores.
•• Se sabe confirmado por su Padre: “Mi hijo muy amado, en ti me gozo”. Y con ello desti-
nado a una misión: el Espíritu lo lleva al desierto a preparar su misión (Is 42, 1–9).
•• Sus dos actitudes fundamentales: confianza total y disponibilidad total. Es dócil y vive
abandonándose a Dios: sólo busca cumplir su voluntad. Su alimento es hacer la volun-
tad de su Padre: “no mi voluntad sino la tuya”.
•• La intimidad con su Padre es la base de toda su misión (Lc 2, 49: “estar en las cosas de
mi Padre”).
•• Jesús vive como seducido por la bondad de Dios, por su amor generoso y compasivo
con todos.
•• No piensa a Dios predominantemente en términos de poder (Roma), o de sabiduría es-
peculativa (Grecia), sino por su cariño y amor a su pueblo, a todos, a cada persona.
Nunca la religión puede ser usada contra las personas.

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parte I: Primera Semana
EL PyF: EL PyF DE JESÚS: “SU PADRE Y SU REINO”

•• La bondad de Dios ahora está escondida bajo los odios, las luchas y los desórdenes de la
vida de la humanidad. Pero un día terminará triunfando sobre el mal. Hoy el trigo está mez-
clado con la cizaña, pero un día se levantará puro en hostias vivas de amor, gozo y alabanza.
•• Nadie está separado del amor de Dios en Cristo Jesús (Rm 8,31). Él es de todos, está con
todos, los quiere a todos, especialmente a los más apartados y débiles. El sol y la lluvia
son de todos… Lo mismo, el Padre de Jesús es Dios de todos.
•• El Dios de Jesús está más allá del mérito de la buena conducta o de los bellos y sublimes
sentimientos. La mejor ilustración de esto es la historia de Lc 15 sobre el padre de esos
dos hijos: el dilapidador y farrero y el observante sin amor. El padre para los dos tiene
su corazón abierto y los quiere dentro de la fiesta eterna. En esto Jesús va mucho más
lejos que los salmos.
•• No es el Dios vigilante de la ley, atento a las infracciones de sus hijos, y que no perdona
sino después de haberse cumplido severas condiciones. Es el Dios de la sobreabundan-
cia del perdón y de la vida, el de la Fiesta de los reconciliados renacidos.
•• Suscita un espíritu de confianza, gozo, adoración extática y acción de gracias.
•• Jesús vive a Dios como el Padre que lo llena de su Espíritu, el cual lo conduce a hacer las
obras de Dios: reunirle un nuevo Israel, anunciar, llamar a la conversión, predicar, sanar,
formar discípulos, ir a la muerte, resucitar.
•• El Espíritu en Jesús muestra que Dios es el Dios de “lo nuevo”, del “recrear”, “nueva
palabra”, “nueva agua”, “nuevo pan”, “nuevo templo”, “nueva alianza”, “nueva tierra”,
“nuevos cielos”, “Jerusalén nueva”.
•• El Dios de Jesús lo mueve a sanar, perdonar, expeler demonios, resucitar muertos, “a
pasar siempre haciendo el bien”.
Vivir el Principio y Fundamento es ser cristiano de veras. Es con Cristo, por Él y en Él,
enfocar toda nuestra vida hacia el Dios de Jesucristo.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3. PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO (El PyF del Cardenal Newman)

Jesús mío: ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya; inunda
mi alma con tu espíritu y tu vida; penetra todo mi ser y toma de él posesión de
tal manera que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya.
Quédate en mi corazón en una unión tan íntima que las almas que tengan
contacto con la mía puedan sentir en mí tu presencia; y que al mirarme olviden
que yo existo y no piensen sino en Ti.
Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para los otros. Esa luz, oh,
Jesús, vendrá toda de Ti; ni uno solo de sus rayos será mío. Te serviré apenas de
instrumento para que Tú ilumines a las almas a través de mí.
Déjame alabarte en la forma que te es más agradable: llevando mi lámpara
encendida para disipar las sombras en el camino de otras almas.
Déjame predicar tu nombre sin palabras… Con mi ejemplo con mi fuerza de
atracción, con la sobrenatural influencia de mis obras, con la fuerza evidente del
amor que mi corazón siente por Ti.

Cardenal John Henry Newman

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parte I: Primera Semana
EL PyF: “¿QUIÉN ES JESUCRISTO PARA MÍ?”

4. “¿QUIÉN ES JESUCRISTO PARA MÍ?” (El PyF del Padre Pedro Arrupe)

“Para mí lo es todo, ¿no? Para mí lo es todo. El rostro de Dios no sabría des-


cribirlo; no me lo imagino con un rostro, pero es algo que llena completamente
mi vida y que aparece en la fisonomía de Jesucristo, en el Jesucristo oculto, natu-
ralmente, en la Eucaristía, y después, en mis hermanos, en los hombres, que son
imagen de Dios; de modo que creo que esto, para mí, lo resume todo. ¿Quién es
Dios para mí? La respuesta, pues, es muy sencilla: Todo”.
“Para mí Jesucristo lo es todo. Así se define lo que Jesucristo representa en mi
vida: TODO. Fue mi ideal desde que entré a la Compañía. El fue y continúa siendo
mi camino, fue y es siempre mi fuerza. Creo que no hace falta explicar mucho lo
que esto significa: quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo
al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza”.

¡Enamórate!
“No hay nada más práctico que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse rotundamente y sin ver atrás.
Aquello de lo que te enamores,
lo que arrebate tu imaginación,
afectará todo.
Determinará lo que te haga levantar por la mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana, lo que leas,
a quién conozcas, lo que te rompa el corazón
y lo que te llene de asombro
con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado,
y esto lo decidirá todo”.
P. Pedro Arrupe, s.j.

51
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

MEDITACIONES SOBRE PECADO E INFIERNO

1. EL PECADO EN LA BIBLIA

La Biblia tiene muchas palabras para referirse al pecado, las más de ellas tomadas de las
relaciones humanas: falta, iniquidad, rebeldía, injusticia, deuda, quedarse corto de la meta.
El pecador es “quien hace el mal a los ojos de Dios”, es el “malvado”. Pero para la Biblia el
pecado sólo se entiende a fondo por contraste con el amor de Dios, que busca a Israel, le sale
al encuentro, lo libera y lo protege. El pecado es traición a una alianza de amor; es abandono
del Dios de las promesas para irse en pos de otros dioses. Es la idolatría, en la que repetida-
mente cae el Pueblo elegido pero de la cual lo rescata el Señor de las muchas misericordias.
La idolatría entraña la ruptura de una alianza; pero más a fondo, es desconocer una amistad;
es desconfiar de la generosidad de Dios; es rebajarlo al nivel de un Dios mezquino que com-
pite con sus criaturas.
El pecado marcó los orígenes de la historia de la humanidad (Gen 3) y la de Israel. Desde
el Éxodo de Egipto, el Pueblo fue elegido sin mérito alguno de su parte, por puro amor de
Dios que lo escogió libremente de entre otros muchos pueblos (Dt 7, 7–8). En el momento en
que Dios sella su alianza con Moisés, entregándole las tablas de la Ley, el pueblo fabrica un

52
parte I: Primera Semana
EL PECADO EN LA BIBLIA

becerro de oro, un ídolo, un dios al cual pueda trasportar y manejar a su antojo; no un Dios
al cual deba seguir y obedecer. Este es el pecado original de Israel, del cual se siguen otros:
las murmuraciones por el maná, las rencillas entre los jefes, los temores ante la fuerza de los
pueblos a conquistar.
Pecando contra Dios el hombre se destruye a sí mismo. Si Dios nos prescribe leyes, no
es para su bien sino para nuestro provecho, “a fin de que todos seamos felices y vivamos”
(Dt 6, 24). Pero el Dios de la Biblia no es un ser insensible o impávido. El pecado lo ofende
porque daña a los que él ama entrañablemente. Despreciar al prójimo es ofender a Dios. A
medida que se va profundizando el conocimiento de que Dios es amor, se comprende más
cuánto el pecado ofende a Dios: es la ingratitud del hijo para con su padre (Is 64, 7) o con una
madre que jamás olvida a su hijo amado (Is 49, 15); es la infidelidad de una esposa que se
prostituye con los viajeros de paso, sin tener en cuenta el amor fiel y perdonador del esposo
(Jer 3, 7–12; Ez 16, 23).
El Nuevo Testamento revela lo que ha hecho el amor de Dios para vencer al pecado. Per-
mite así, ante Cristo en la cruz, descubrir toda su malicia y fuerza destructora. Y manifiesta a
la vez el papel del pecado en el plan de la sabiduría de Dios (Rm 8).
Muestra a Jesús amigo de los pecadores. Entre ellos se mezcla pues para ellos ha venido
(Mc 2, 17). Llama a la conversión y a creer en la Buena Nueva (Mc 1, 15). Denuncia con fuerza
el pecado, sin medir las consecuencias que esta acción pueda traerle. Estimula a llevar la Ley
hasta su plenitud (M7 5, 17). En parábolas inigualables dibuja a Dios como Padre de miseri-
cordia, cuyo amor transforma el corazón del hijo dilapidador y hace que su hermano deje su
enojo e ingrese a la fiesta (Lc 15).
Jesús vence al pecado cuando rechaza la tentación de Satanás (Mt 4, 1–11) y cuando
libera a los poseídos del pecado y del demonio. Como el Siervo de Isaías (Is 53, 6. 11–13), él
cargó sobre sí los pecados del mundo (Mt 8, 18).
San Juan habla de que Cristo viene a “quitar el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Más allá de
los pecados singulares, percibe la realidad misteriosa que los engendra. Cristo se enfrenta
contra esta hostilidad que se manifiesta en el amor a las tinieblas y el repudio de la luz (Jn
3, 19); en la ceguera de origen de Satanás, que esclaviza (Jn 8, 34; 1 Jn 3, 8–10). El pecado es
homicida desde el principio y mentiroso (Jn 8, 44), dos cosas que provienen del odio: el diablo
“odia la luz” (Jn 3, 20).

53
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Dios en Cristo triunfa sobre el pecado. Pablo habla de la “sabiduría de Dios” que saca
bienes de la infidelidad de Israel, que es paradigmática de todas las infidelidades humanas
(1 Cor 1, 21–24; Rm 11, 33). Esta sabiduría de Dios se revela en la cruz de Nuestro Señor Jesu-
cristo, el cual por su acto de obediencia y amor obró la redención del pecado para el género
humano (Rm 8, 28).

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parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

2. APUNTES SOBRE EL PECADO EN: “GAUDIUM et SPES”

Nuestra reflexión se ha centrado en Dios, Padre y Creador; y en la creación, particular-


mente en el hombre. Hemos pedido conocer mejor al Padre de Cristo y Padre nuestro, admirar
su obra, reflejo suyo; especialmente al hombre con su historia, a quien Dios crea para tener
en quien vaciar su ser, su amor y bondad infinitas.
El amor entre el Padre y el Hijo es infinitamente gozoso, pleno, libre de toda coacción.
Es tan libre y sólido ese amor, que se constituye en Persona divina, el Espíritu Santo, que une
al Padre y al Hijo en un “Nosotros” extático de donación gozosa. El Padre engendra, el Hijo
es engendrado y el Espíritu Santo es el don mutuo que vincula a ambos en un clímax de auto
donación, felicidad, alegría y paz. Según una idea de Tertuliano, es tan intensa la fuerza del
amor generador y comunicador de las tres divinas personas, que crea criaturas dotadas de
libertad para que así se unan a Dios y entre sí.

La libertad como un proceso

Dios quiso que las criaturas racionales alcancen, por don suyo, esta libertad sublime, en
que el amor es tan fuerte que resulta impensable separarse del amado. Para ello Dios dispo-
ne un proceso pedagógico en que el crecimiento en libertad se va conquistando de a poco,
de menos a más. Las criaturas racionales pasan a través de sus propias decisiones históricas
de una libertad más frágil, la de poder apartarse de la comunión con Dios y con los demás, a
la libertad plena y definitiva de escoger nunca querer apartarse de esta comunión en la que
se satisfacen todas sus aspiraciones de infinito.
La historia de los ángeles y los hombres es la historia de este proceso de maduración
en la libertad que va de menos a más. Creados en gracia antes de la caída, su libertad no era
robusta porque podían apartarse de Dios y de su camino.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La caída debilitó aún más la libertad del ser humano. El rechazo a la comunión con Dios
y con los demás fue haciendo que el hombre enfermara, y que viviera encerrado en sí mismo.
Es lo que San Agustín llama “el no poder no pecar”. Si no hubiese sido por la gracia de Cris-
to —que Dios repartió a todos desde los albores de la humanidad— el camino de la libertad
humana habría sido el de un debilitamiento siempre en aumento, el de una libertad cada vez
más fija en la autodestrucción humana, disminuyendo en el ser y en el querer, en vez de cre-
cer siempre más. En esto consiste el infierno.
Sólo el hecho de Cristo redime al hombre desde lo más hondo de su ser y le permite
vivir con Dios y los demás seres en libertad siempre creciente; desde ahora ya en la tierra y,
después, en la patria celestial. Porque el hombre completo no es sino el hombre en Cristo,
dinamizado por el Espíritu, en comunidad con todos sus hermanos y la creación entera, avan-
zando y gozando siempre más de la intimidad de Dios Padre (Ireneo).
En la Primera Meditación, al entrar en el tema ignaciano del pecado en el mundo, no nos
sintamos ajenos a esta historia, que es la nuestra, es mi historia. Yo no soy separable de mis
antepasados ni del mundo que ellos me han legado, así como soy responsable de los que
vendrán después de mí y del mundo que les deje.
Finalidad de esta meditación: 1) Conocimiento interno del pecado y del daño que pro-
duce; 2) Conocer las argucias y engaños del Adversario; 3) Conocer nuestra propia fragilidad
y la grandeza de la gracia de Cristo que nos salva desde la Cruz; 4) Mediante esto, crear en
nosotros un “olfato espiritual” que nos permita ser “médicos de buen diagnóstico” en las
cosas propias y en ayudar a los demás.
Que cada uno de estos fines los pida al Padre de los cielos en intensa y humilde oración
y coloquios por medio de María y Jesucristo, nuestros intercesores para con Dios.

Aclaraciones catequético–teológicas en base a Gaudium et Spes

En el primer ejercicio o meditación, aparecen figuras y conceptos que es bueno aclarar,


porque hoy son frecuentemente cuestionados o ignorados: ángeles, el pecado de los ángeles
que los convierte en demonios, Adán y Eva y su justicia original, el paraíso, el pecado original,
sus consecuencias para sus descendientes, el pecado del mundo.
Por otro lado, una comprensión honda de estas enseñanzas nos dispone a comprender

56
parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

mejor la solidaridad humana y el misterio del mal en el mundo, y a cultivar una relación más
verdadera, agradecida e íntima con Dios nuestro Señor.
En un magnífico texto Gaudium et Spes describe la enseñanza de la fe sobre la creación
del hombre, el pecado original y la miseria profunda que el hombre experimenta. Su lectura
y comentario nos sirven para enfocar bien el 1° y el 2° ejercicio de la Primera Semana. Repro-
duzco el texto en cursiva e intercalo aclaraciones.

La creación del hombre en la justicia: Gaudium et Spes n° 12

“¿Qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da


sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias: exaltándose a sí mismo como regla
absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. De aquí muchas veces sus dudas y
ansiedad...”.“La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado ‘a imagen de Dios’,
con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido
señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios... No
creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1, 27).
Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de las perso­
nas humanas. El hombre es por su íntima naturaleza un ser social, y no puede vivir ni
desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”.

Aclaraciones:

“¿Qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre
sí mismo…”. Anoto algunas: Es criatura de Dios. No, es un producto de la evolución material
del universo. Es espíritu y no materia. Está determinado en su actuar, sin libertad. Es un ser
social. No lo es sino que a lo más hace “un contrato social”. Está destinado a desaparecer
después de su muerte. Pervive con Dios y los demás eternamente. Es la maravilla de Dios, su
imagen y semejanza. Es un proyecto frustrado, un sin sentido. etc
“La Biblia nos enseña que el hombre…” Fijarse que GS evita hablar de Adán: sólo dice
“el hombre”. Después de largos siglos de ligar la creación y el pecado original a la existencia
de una pareja inicial, la Iglesia ha visto que esto no es necesario. También con evolución y

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

poligenismo la fe se sostiene. Adán es una palabra para decir que el hombre viene de Dios
que lo saca de la tierra (adamah). Asimismo, para decir que el pecado entró por medio del
hombre en el mundo, por un acto de su libertad, y que no proviene —como lo quieren tantas
religiones— de otro dios, el “dios de la materia mala” (los dualismos).
“Ha sido creado ‘a imagen de Dios…”. La “Imagen” de Dios es Jesucristo. El hombre ha
sido creado “a imagen” de la Imagen. Es decir, Adán, y qué es el hombre, sólo se esclarece
en Cristo: “Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir Cristo nuestro
Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, ma-
nifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación...
El que es imagen de Dios invisible (Col 1, 15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto
a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el pecado” (GS 22).
“Con capacidad para conocer y amar a su Creador…”. Se trata de ese conocimiento y
amor que implica comunión: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en
nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 22).
“Y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible…”. Es señor de
toda la creación, pero unido y sujeto a Dios con matices inexpresables por una sola palabra:
hijo, hermano, siervo, amigo, esposo, etc. En este tiempo de toma de conciencia del daño que
produce el hombre en la naturaleza, es interesante destacar el cuidado que el hombre debe
tener de ella. Ecología viene de oikos = “casa”. El señorío del hombre no es para depredar la
naturaleza sino para construir un hogar común para todos.
“Para gobernarla y usarla glorificando a Dios”. La gloria de Dios es que el hombre viva en
comunión con él y los demás; es una misión, una tarea; la de ir realizando en Cristo el reinado
de Dios, hasta que Dios sea todo en todo en la Jerusalén del cielo.
“No creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer” (Gen
1, 27). El “hombre completo” es siempre un ser de comunión dinámica y en crecimiento:
la pareja humana, la familia de padres e hijos, los habitantes del lugar, la comuna, la
provincia, la nación, el concierto de las naciones. Pero todo esto siempre dentro de la
comunión trinitaria.

58
parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

El pecado

En la Biblia lo que primero y más se afirma es la omnipresencia del pecado personal y


social. No se parte del pecado de Adán. Este será un relato etiológico para responder a la
pregunta acuciante del origen de tanta maldad. Es interesante notar la presencia de este
mismo énfasis en la composición de lugar y en la petición del primer ejercicio: se enfatizan
los pecados graves, no tanto el pecado original (EE 47, 48, 52, 53).

Gaudium et Spes n° 13:

“Creado por Dios en la justicia, el hombre, por instigación del demonio, en el


mismo comienzo de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pre­
tendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios pero no le glo­
rificaron como a Dios. Así se oscureció su corazón y perdieron la sabiduría, sirviendo
a la criatura, no al Creador”.
“Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en
efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente ane­
gado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse
con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida orde­
nación a su fin último como también la ordenación a sí mismo, a los demás hombres
y al resto de la creación”.
“Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la indivi­
dual y la colectiva, se presenta como lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y
las tinieblas. El hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques
del mal, hasta el punto que cada uno se sienta como aherrojado entre cadenas”.
“Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole
interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (Jn 12, 31), que le retenía en la
esclavitud del pecado. El pecado disminuye al hombre, impidiéndole lograr su propia
plenitud”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Aclaraciones:

“Creado por Dios en la justicia, el hombre, por instigación del demonio, en el mismo co-
mienzo de la historia…”. En fidelidad al texto bíblico, GS busca el origen del pecado en la liber-
tad de las criaturas, yendo al demonio que instiga al hombre a pecar. Decir que el pecado del
mundo tiene que ver con un ángel convertido en demonio y con Adán y Eva resulta chocante a la
sensibilidad de muchos modernos. Pero en realidad dice cosas de una profundidad enorme en
el lenguaje del mito. Es lo que diferencia a las religiones monoteístas de las dualistas. El asunto
continúa hoy día siendo muy actual, pues persiste la tendencia a considerar el mal como fruto
de fatalidades incontrolables: las fuerzas económicas, los dinamismos sociales, las pulsiones
de la psiquis personal. En el fondo, son otros tantos dualismos que no podemos manejar.
En la cultura moderna no caben ángeles ni demonios, como en general no cabe lo tras-
cendente, lo sobrenatural. La Iglesia en cambio afirma su existencia. No comparte el criterio
de que sólo existe lo que es perceptible a la mirada de la razón científico–técnica. Tiene un
sentido más agudo para captar esas realidades “de otro orden”, que se hacen presentes en
nuestro orden y desorden.
“…abusó de su libertad…”. Que un ángel se convierta a sí mismo en un demonio nos
invita a profundizar el valor de la libertad de un ser creado y los pasos del crecimiento en
libertad. Una criatura libre es aquella que tiene la capacidad de comulgar con el Infinito y,
en él, con todas las demás criaturas. ¡Ángeles y humanos tenemos un poder enorme por el
hecho de ser libres!
De Dios, océano de bondad, sólo brota la vida, el bien. A todas sus criaturas las hace bue-
nas y las invita a aceptar para siempre la comunión con él. Pero esto él no lo impone sino que
lo propone, invita, lo ofrece. Aceptar la oferta de comunión es crecer en libertad; rechazarla, es
renunciar a la vida, suicidarse, morir. Los ángeles buenos aceptaron el don de la comunión que
Dios les ofrecía y, al hacerlo, alcanzaron su libertad más madura y permanentemente creciente
(¡tener siempre en cuenta que en libertad se crece!). El demonio, en cambio, la rechazó y con
eso se convierte en libertad siempre decreciente. Por lo mismo, es lo menos personal que hay,
persona siempre en disminución, que trata que nosotros también disminuyamos.
La existencia del demonio es un tema que, ante reiteradas negaciones, la Iglesia siem-
pre la ha reafirmado. Pero ella no se interesa en discutir la naturaleza del demonio, sino los

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parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

fines malos hacia donde quiere conducirnos: la privación de la comunión, del gozo, de la
vida; su empleo de engaños y falacias. La escena del jardín de Edén es perfecta descripción
del demonio, a quién el evangelio de Juan llama “homicida desde el principio” y “padre de
la mentira”.
“…levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios”.
El fin del hombre es la comunión con Dios en Cristo. Esto es lo que significa el hecho de que
el “árbol de la vida” esté puesto en el centro del jardín de Edén (Gn 2, 9). Dios y su voluntad
han de ser lo central para el hombre. Actuando autónomamente contra la voluntad de Dios,
el hombre conoce “el bien y el mal”, es decir, pasa de la justicia al pecado, de la amistad con
Dios a separarse de él y sentirse confundido y avergonzado de lo hecho y de su nueva condi-
ción de “desnudo” de Dios.
“Así se oscureció su corazón y perdieron la sabiduría, sirviendo a la criatura, no al Crea­
dor”. El jardín de Edén, el Paraíso, no hemos de entenderlo como un lugar geográfico situado
en el tiempo remoto, sino como la expresión plástica del designio cristificador de Dios para
el hombre. Este designio viene desde “el principio”, se mantuvo “secreto” hasta la venida de
Jesús al mundo, nos acompaña en el tiempo y apunta siempre hacia la Pascua y la Parusía
del Señor (Ef 1, 3–14). Hemos de corregir la falsa imagen de que el Paraíso es lo que hubo al
comienzo de la creación. La fe cristiana no tiene nada de nostalgia de “un paraíso perdido”
sino que es tensión gozosa y esperanzada a lo que tenemos delante.
La muerte incurrida por el pecado de Adán no es la muerte física sino el alejamiento
de Dios. Es equivocado tratar de hacer fluir del pecado de Adán la muerte, la enfermedad,
el dolor y otras calamidades de la naturaleza. GS es muy sobrio a este respecto y refleja el
pensamiento teológico actual. Nótese que este tema sigue siendo muy actual, porque mucha
gente atribuye los terremotos, los tsunamis, las inundaciones y las pestes a castigos de Dios
que nos vienen desde Adán, y que nosotros acrecentamos con los propios pecados.
“Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia”. Hemos hablado de lo
que en la enseñanza cristiana se llama el pecado original, en su doble vertiente: el cometido
por Adán (pecado original originante) y el que los hombres contraen desde que nacen a este
mundo (pecado original originado).
Respecto al pecado de Adán, nótese que el meollo de esta doctrina vale no sólo en la
hipótesis científica del monogenismo evolutivo (toda la humanidad provendría de una sola

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

pareja), sino también en la del poligenismo (diversidad de parejas humanas dan origen a la
humanidad). En otras palabras, la enseñanza de la Iglesia no es sobre evolucionismo o pa-
leontología sino sobre el misterio de la creación en Cristo y de la libertad humana. Hablar de
Adán y su pecado es una manera de decir que el pecado entró en el mundo por medio de una
decisión libre del hombre histórico. “Sólo la culpa personal de un hombre libre puede fundar
el no ser de algo que, según el querer de Dios debiera ser” (K. Rahner). Sin la enseñanza del
pecado original ese “no ser” habría que atribuirlo a un “dios del mal”, ya que del Dios bueno
sólo puedo venir el bien. Además, se caería en un neo–pelagianismo o se niega que Cristo
sea el Salvador de todo el género humano. Tengamos siempre presente que Adán es sólo
una figura del Nuevo Adán, Jesucristo. ¡Con cuánta razón Ignacio pone toda la fuerza de esta
meditación en el coloquio con Cristo en cruz!
“El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y
se siente anegado por muchos males…” Es lo de San Pablo: “...queriendo hacer el bien, so-
lamente encuentro el mal a mi alcance:... es la ley del pecado, que está en mí y que me tiene
preso. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo?
Solamente Dios, a quien doy gracias por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 7, 21–25).
Por la gracia de Cristo, recibida en el bautismo, continúa la lucha interna, la llamada
concupiscencia, pero en sí ella no es pecado. ¿Qué es? Es el tironeo que llevamos dentro,
producto de que, pese a que caminemos en la dirección debida, no logramos integrar en
esta dirección deseos y pensamientos que se nos disparan en forma espontánea e indeli-
berada; es esa cierta desintegración interior que nos dificulta hacer marchar en el camino
hacia el amor de Dios y del prójimo todas las capas e impulsos de nuestro ser. A lo cual
se suma toda la contaminación de pecado del mundo en que nos movemos, que enardece
nuestra concupiscencia solicitándonos a lo dañino y destructor de la comunión con Dios, los
demás y el mundo.
“…que no pueden tener origen en su santo Creador”.
“Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la de­
bida ordenación a su fin último como también la ordenación a sí mismo, a los demás hombres
y al resto de la creación”. Con esto GS señala el enorme poder devastador del pecado.
“Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual
y la colectiva, se presenta como lucha dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las ti­

62
parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

nieblas. El hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal,
hasta el punto que cada uno se sienta como aherrojado entre cadenas”. Literalmente, es la
metáfora usada en los EE en el sermón que echa Lucifer a los suyos en la meditación de Ban-
deras (EE 142).
“Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interior­
mente y expulsando al príncipe de este mundo (Jn 12, 31), que le retenía en la esclavitud del
pecado. El pecado disminuye al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud” La acción
salvadora del Señor crucificado–resucitado se extiende a todos los hombres y los ángeles,
desde el comienzo hasta el final de la historia (Col 1, 15–20).
Juan Luis Ruiz de la Peña recoge estas ideas en la siguiente apretada síntesis:

“El pecado posee un espesor y una potencia dinámica que sobrepasa al individuo
pecador aisladamente considerado y a la mera suma de los pecados personales. Ade­
más de los pecados, existe lo que Pablo llama la hamartía, el Pecado como poder y
como reino. ¿Quién puede decir tranquilamente que no tiene nada que ver con él? Cier­
tamente no ha surgido de mi sola opción libre, pero sí ha contado con mi complicidad.
Si no soy reo de él por acción, lo soy seguramente por omisión; lo tolero y lo fomento,
si no actuándolo libremente, sí admitiéndolo voluntariamente, disfrutando de él de una
u otra forma”.
“El estado de pecado original es voluntario como es voluntario el uso de la lengua
materna, cuyo aprendizaje ha sido espontáneo, sin ser jamás el objeto de una op­
ción libre. El niño ha consentido, por un consentimiento inevitable, pero no impuesto
coactivamente, en el uso de la lengua... En virtud de esta analogía..., se puede decir
que los hombres son constituidos pecadores en cuanto que están entrañados en el
comportamiento pecaminoso de su medio, al que prestan una adhesión voluntaria,
sin ser siempre la obra de una decisión libre”.
“Esta solidaridad interpersonal en el pecado implica una suerte de reciprocidad:
soy sujeto pasivo y activo del mismo. Y como no puedo adjudicar ni a Dios ni a la na­
turaleza humana la puesta en marcha de su poder dinámico, tengo que pensar en el
factor humano como elemento activador del proceso (pecado originante). A resultas
de tal factor, se ha frustrado la función mediadora de la gracia, prevista por Dios en

63
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

primera instancia y exigida por mi socialidad constitutiva, y se ha abierto una brecha


entre Dios y el hombre que éste, por sí solo, no puede soldar, sino sólo ensanchar
(pecado originado)” (El don de Dios. Antropología teológica especial, Sal Terrae. San­
tander. 1991, pp. 195–197, citando a la vez al especialista del tema A.M. Dubarle, Le
péché originel. Perspectives théologiques, París 1983).

Conclusión:

De lo anterior Ruiz de la Peña concluye que pese a...

“...la estrategia de encubrimiento con que el hombre en Adán trata de ignorar su


pecado, percatarse de la hondura y gravedad de la situación de no salvación es estar
ya en camino hacia la conversión; sólo quien resuelve ser fiel es capaz de sondear las
dimensiones de la infidelidad. Mientras se permanece sometido a su dominio, el pecado
aparece como cualquier cosa menos como pecado; si se muestra con su verdadero rostro,
es porque ha sido desenmascarado y, de esta forma, comienzan a vacilar sus cimientos. La
revelación del pecado en el Nuevo Testamento es la secuela de la revelación de la gracia
salvadora. Es la universalidad de ésta la que ha confirmado a la Iglesia en la convicción
de la universalidad de aquél. Es, por tanto, el misterio pascual de Cristo lo que, según la
fe cristiana, se sitúa en el centro de la historia, como clave interpretativa de su sentido:
hemos sido creados para ser divinizados, y la divinización va a tener lugar por la vía de la
encarnación”.
“Nada, ni siquiera el pecado de todos, puede hacer desistir a Dios de este designio
eterno, que no es el expediente de emergencia al que se apela para poner remedio a
una catástrofe, sino el objetivo último de la creación, querido y previsto desde siem­
pre y para siempre, a favor de aquellos que han sido puestos en la existencia como
“imágenes de Dios”. La centralidad de Cristo sitúa el pecado en la perspectiva justa;
él es el revés de la trama, la oscura urdimbre de una historia que Dios ha querido llena
de gracia y que el hombre ha desgraciado”.
“Sin embargo, una vez sobrevenido, la gracia se demuestra más fuerte que él. Más
fuerte: ella se confiere ahora en el contexto de un combate y como resultado de una

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parte I: Primera Semana
apuntes sobre el pecado en: “gaudium et spes”

victoria; el mensaje del pecado original pertenece a la entraña del evangelio porque, a
fin de cuentas, es el mensaje de la gracia victoriosa. Las precisiones de Trento sobre la
concupiscencia remanente en los bautizados (canon 5) levantan acta de este contexto:
que ella reste “para la lucha”, pero que ya no sea pecado, significa que se ha quebran­
tado su nefasto magnetismo, de suerte que ”en los renacidos no hay nada que Dios
odie”. En ellos, pues, se recupera el destino originario del hombre, al ser constituidos
en “herederos de Dios y coherederos de Cristo”.

65
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3. “CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO” (Mc 1, 15)

Meditemos sobre el llamado que nos hace Dios a la conversión. Tal vez nunca lo hemos
sentido con mayor fuerza que en estos tiempos en que la Iglesia está bajo la lupa de todos
por los abusos y desórdenes de todo tipo de que nos acusan.
Como en los profetas de Israel, es Dios quien nos llama a la conversión, a reconciliarnos
en Cristo con Él. Reconciliémonos con Dios en todos los niveles de nuestro ser: nuestra vida,
la familia, nuestras carencias, nuestros éxitos y fracasos. Reconciliémonos con la Iglesia, que
nos la han cambiado a lo menos tres veces en sesenta años. Reconciliémonos con el mundo
de ayer, de hoy y de mañana.
Convertirse es una actitud perma­nente. Jamás podremos decir que nos hemos conver-
tido del todo; que nuestros sentimientos, pensa­mientos y acciones individuales y colectivas
se hayan hecho ya conformes a la mirada y a los designios de Dios. Jamás podre­mos decir
—individual o colectiva­mente— que no tenemos pecado. Recordemos la palabra fuerte de
la carta primera de Juan “si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y unos
mentirosos”, dejamos a Dios por embustero, y ponemos en evidencia que no hemos acogido
su Mensaje (1 Jn 1, 8 – 10). Los invito pues, a que con gran confianza en Jesucristo, nuestro
inter­cesor, con quien trabajamos por el Reino, entremos a este tema del pecado y conversión.
Convertirnos del pecado personal, social, eclesial es siempre difícil. Oponemos resisten-
cias. Por eso hagámoslo dejándonos acompañar por Jesús, que comenzó a predicar diciendo
“conviértanse porque ya está cerca el Reino de Dios” o, según Marcos, “conviértanse y crean
en el mensaje de Salvación”.

La conversión anunciada por Jesús

La buena noticia de que el Reino de Dios está cerca es juntamente un anuncio y una
invitación. Es una invitación a convertimos y a recibir a Jesús y todo lo suyo con la fe. Es un

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

anuncio de que el amor de Dios Padre es activo, está en plena fuerza, a velas desplegadas,
trabajando en Jesucristo para realizar esta conversión.
La invitación a convertirnos hemos de tomarla literalmente: nos encontrábamos
descami­nados, marchando en una dirección equivocada y Dios nos llama a volvernos a él; a
él que es nuestro punto de partida, nuestro centro. Convertirse significa pues, reorientarnos
de nuevo hacia Dios, volver a él. No es cosa de hacer algunos propósitos sectoriales: voy a
comer menos, me voy a levantar temprano. Eso puede ser muy útil, pero es algo más hondo.
Se trata de una orientación fundamental: volverse hacia Dios que es el Señor y que se nos
acerca en la persona, en las obras y en el camino de Jesús. Volverse hacia Dios, convertirse,
es volverse a Jesús. Esta es la acción que exige el Evangelio: la “buena noticia” de Dios es que
nos volvamos a Jesús.
Arrepentirse es renacer a una vida más plena. La vida de Dios produce frutos de herman-
dad, de solidaridad, de justicia, de espe­ranza en una sociedad que está materia­lizada.
Confiemos y pidámosle a Dios la gracia del perdón y de la reconciliación; y de ser, como
dice san Pablo, portadores a los demás de este minis­terio de reconciliarnos unos con otros
y así recibir el perdón de ese corazón inmenso de Dios que nos lo quiere siempre otorgar (2
Cor 5, 18–21).

Conversión a Jesús

El Evangelio como noticia, como anuncio, es un llamado que no puede dejarnos tran-
quilos en nuestros hábitos adquiridos o en nuestras inclinaciones personales o en el conoci-
miento que tengamos ya de Jesús. El Evangelio y la invita­ción a la conversión son una llamada
a crecer siempre más en el conocimiento y en el amor de Cristo. Con esa fuerza, con ese celo
de un san Pablo: “Esto es lo que deseo: conocer a Cristo, configurarme con su muerte para
así participar con Él en su Resurrección” (Fil 3, 10).
Esto es el sentido de creer el Evangelio: significa apropiarse de la persona de Jesús me-
diante el amor, la imitación, el segui­miento y el servicio a los demás. Es aceptar con confianza
firme y entrega filial el hecho de que Dios nuestro Padre nos da a su Hijo Jesucristo y que en
su Hijo el Padre actúa en nuestras conversiones, en las de toda la Iglesia y del mundo, ins-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

taurando así cada vez más su Reino. Es en Jesucristo, en su persona y camino, donde se nos
revela todo el amor y todo el señorío de Dios Padre.
Convertirse es primeramente convertirse a Cristo. Es un proceso que jamás termina. “Dios
reina” es el mensaje del Evangelio del Reino de Dios. Dios reina con una fuerza que va siempre
penetrando más y abarcando más. Quiere servirse de nosotros como pueblo de sacerdotes
para extender su Reino. Pero, primero Jesús ha de adentrarse cada vez más en nosotros. No
podemos confesar que Dios es el Señor y al mismo tiempo dejar a medias nuestra conversión
a Cristo, dejar mediocre nuestro amor a Él, jugarle chueco en materia de amor. ¡No!
Si realmente confesamos que Dios es el Señor, nuestra conversión ha de ir siempre cre-
ciendo, progresando: conversión a Cristo por la oración, conversión a Cristo por los sacra-
mentos del encuentro con Cristo que la Iglesia nos da; conversión a Cristo en el pobre, en
el enfermo, en el encarcelado, en el que sufre; conversión a Cristo en todo nuestro ser sa-
cerdotal como bautizados y en toda nuestra acción. La fe en Dios, en cuanto Señor, exige de
nosotros un continuo cambio de corazón. Cambio de corazón no es solamente apartarse de
las vías malas, erradas, sino que correr con fuerza, con alegría en la vía del Señor.

Conversión a personas

Dicho esto, creo haber dicho lo principal. Pero quiero explicitar más algo que considero
importante. El reinado de Dios no es una pintura abstracta. Como uno no se convierte mien-
tras no se convierte a Cristo, tampoco se convierte si se convierte a sólo ideas de lo que es la
Iglesia, de lo que es el actuar cristiano. Uno no se convierte si sólo se convierte a “virtudes” o
a “valores” o a nuevas “situaciones”. Convertirse es convertirse a personas. El reinado de Dios
Padre se actúa siempre en personas: Jesucristo, la piedra angular; María, la que creyó; y todos
los que por la fe viven en él y lo siguen; todos los hombres y mujeres llamados a vivir en él.
A veces describimos el reino de Dios como “Reino de paz, de justicia, de amor y de gra­
cia” (en el Prefacio). Pero corremos el riesgo de platonizar, de decir ideas bonitas, sin caer
en la cuenta y sin hacer el esfuerzo correspondiente, para que esas ideas salgan del mundo
platónico y transformen las relaciones entre las personas, comenzando por nosotros mis-
mos. El Espíritu de Cristo produce vínculos verdaderamente perso­nales. Porque el Espíritu

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

que mora en nuestro corazón y en el corazón de los demás, el Espíritu que nos mueve y nos
va moldeando según Cristo, conforme a Cristo, es el Espíritu de la inter–comunicación entre
personas. “La comunicación de Dios es el Espíritu Santo”, dice San Ireneo.
Por lo tanto toda conversión verdadera o es una inten­sificación del vivir en el Espíritu,
del vivir interpersonal, o no es verdadera conversión. Si no hay intensificación de relaciones
personales con Dios y con los demás, no hay una verdadera conversión. Al afirmar esto es-
tamos, en otras palabras, diciendo que toda conversión se mani­fiesta y desemboca en una
renovación de la vida de oración, porque la vida de oración no es sino la expresión de la rela-
ción personal vivida con Dios y con los demás.
Dicho esto, tomemos el ámbito de las conversiones: a Dios, a uno mismo, a los demás,
a la Iglesia, a la creación y al uso de ella.

Conversión a Dios

El escollo más grave para el cristiano no es el ateísmo, sino la idolatría. Hay agnósticos
y existen algunos ateos. Pero todos somos víctimas de la idolatría; todos en alguna u otra
medida cedemos a la idolatría. La idolatría no es una realidad que podamos superar de una
vez para siempre, porque una vez que en algún sector de nuestra vida dejamos de servir a
Dios, renace la idolatría bajo muchas formas de las cuales nos hacemos esclavos: el dinero,
el éxito mundano, el dominar y controlar a otros con muy diversos tipos de poder, tales como
el intelectual, el económico, el religioso, el familiar, los dones de simpatía, etc. El placer, los
celos, la envidia, el propio ego pueden convertirse en ídolos.
Por esto el Nuevo Testamento conecta el pecado con la idolatría (Col 3, 5–11). Idolatría
es el afán de hacernos un “dios” a la medida de nuestros deseos, de nuestros capri­chos, de
nuestros miedos, de nuestras búsquedas de dominio, de controlar a las personas o situacio-
nes; o pretender controlar todas las circunstancias de mi vida, pecando contra la confianza en
la providencia de Dios. Es la tentación más recurrente. Amenaza a los tibios, a los fervorosos,
a los sacerdotes, a los laicos y a los religiosos; amenaza a todos.
Evidentemente que estoy tomando el concepto de idolatría en el sentido amplio. No se
trata de ir a bailarle a un baal de leño o de piedra. Pero nos construimos baales (baal signi-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

fica señor), pequeños señores que nos dominan; y aunque no les bailemos ni les pongamos
velitas con incienso, nos inclinamos ante ellos y subordinamos otras cosas más importantes,
otras personas a estos pequeños baales. Nuestra conversión a Dios no consiste en aceptar
teóri­camente que Dios existe, sino en recibirlo vitalmente como él es. Además de lo que dije
al inicio sobre Jesucristo, ¿qué es convertirse a Dios?

Que Dios sea el creador

Convertirse a Dios es aceptar que él sea realmente el Creador, de quien recibimos cada
día todo como regalo. De él recibimos el ser y el obrar y Dios nos lo da con grande amor, con
una frescura original que seremos capaz de percibirla en la medida que nuestro corazón se
haga más sensible a su presencia y acción en el mundo y en mi propia vida.
Dios creador derrama sus dones en nosotros y en el universo con inmensa generosidad,
con sobreabundancia, variedad, fantasía y cariño. Dios creador no sólo nos hace llegar sus
regalos, sino que él mismo se hace presente en todos y en cada uno de sus regalos, asignán-
dole a las criaturas el privilegio de servir al hombre y de poder así entrar un día, junto con el
hombre, en la Jerusalén celestial, en la Patria definitiva.
Dios no crea de una vez para siempre, “al comienzo”, para después desentenderse del
mundo dejándolo sólo, como el dios relojero de los deístas. Él sigue creando, sigue acompa­
ñando, sigue interviniendo. No por nada antes del concepto bíblico de creación del primer
capítulo del Génesis, están las intervenciones creadoras de Dios, que encontramos en Isaías
40, 26; 43, 13; 45, 7; 51, 6; 52, 10. Son hechos, son acontecimientos creadores de Dios, que
interviene en la historia.
Convertirse al Dios creador es, concretamente en nuestras vidas, estar atento a él
en los deseos que pone en nosotros y en las sorpresas que nos trae la vida. El Concilio
Vaticano II nos pide que estemos atentos a los signos de los tiempos, a las voces de Dios
en todo lo que acontece. Convertirnos al Dios creador es registrar, interpretar y obedecer
a estas voces.

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

Que Dios sea el Señor

El significado de Dios Creador se comple­menta con lo que es Dios en cuanto Señor. No


sola­mente crea sino que tiene el dominio; es el Señor, se enseñorea de lo creado: suyo es el
mar, la tierra, los bosques, las cumbres de las montañas. El Dios Creador es el Señor. Al decir
esto se está diciendo que la relación de Dios a los hombres y al mundo es siempre personal.
El Dios Señor tiene en su mano la tierra y los montes: pero al hombre lo tiene en sus Dos Ma-
nos, que son el Verbo Jesucristo y el Espíritu Santo (San Ireneo).
Meditar sobre Dios Señor nos hace, por contraste, meditar en nuestro deseo de enseñorear-
nos de las situaciones, de la realidad. El pecado de orgullo nos mueve a querer mandar, dominar;
a que yo reine, que yo sea el centro; complejo de “centro de mesa” inacabable; referir todo a mí, a
mí. Hay tantos “mis” en nuestro lenguaje: mis ideas, mis intereses, mi tiempo, mi trabajo, mis gus-
tos. El problema con este “mi” no es gramatical sino la actitud posesiva de fondo que hay debajo.

Que Dios sea Padre

Dios es nuestro Padre. Él no nos aplasta con su grandeza, a pesar de que es siempre
mucho más que todo lo que podamos pensar de él. Se nos acerca con su amor de Padre, nos
ama tiernamente, somos su pueblo, sus hijos. El término “Abba” —“papacito querido”— in-
dica la relación que él siente hacia nosotros: la de un papá que ama tiernamente a sus hijos,
y quiere ser tratado y querido así. Esta palabra inspira confianza, res­peto, cercanía; invita a
pedirle todo lo que necesi­temos, porque él nos lo dará.
Dios es Padre, pero un padre “rico en Misericordia”. Y que también tiene rasgos y entra-
ñas de madre y de apasionado esposo. Ama con amor de madre y de esposo, como hablan
Oseas, Jeremías y Ezequiel. Necesitamos poder convertirnos siempre más a este Dios que
es a la vez nuestro Creador, nuestro Señor, nuestro Padre, nuestra Madre, nuestro Esposo y
Amigo. Nuestro compañero de trabajo, roca, fuerza, sabiduría, viento, paz, luz, origen y meta
de todos y de todas las cosas, “Dios con nosotros”.
Pero la conversión a Dios no se hace acumulando textos de la Sagrada Escritura. Los
textos pueden ayudar, pero no es lo mismo. La conversión a Dios la hace Dios. Nosotros po-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

demos disponernos con humildad a ser recibidos, a ser puestos en sus manos, a ser transfor-
mados por él; y él entonces se vuelca más inmediatamente a nosotros. La conversión a Dios
se hace cuando nosotros le abrimos los espacios de nuestro corazón y con toda sencillez le
pedimos: “Señor, hazme sentir y gustar inter­namente lo que Tú eres: Señor, Padre, Amigo,
Esposo de la Iglesia”.
Tratemos de disponernos con nuestros ruegos de hijos (no nos va a dar un escorpión
si le pedimos que nos dé más amor); con nuestra silenciosa esperanza; con nuestro estar
arrodillado junto a Jesucristo en la capilla pidiéndole: “Jesús, hermano mío, ayúdame a amar
a tu Dios y a mi Dios como lo amas tú”; pidiéndole lo mismo por medio de la Virgen María:
“Madre, ayúdame a amar más”; con la aceptación de nuestro pecado y distancia de él, reco-
nociendo y al mismo tiempo pidiéndole: “Señor, sáname, sáname, tócame”.
Todo el camino espiritual consiste en dejarse tomar, levantar, dar unos pasos más en
este amor a Dios Padre, Creador, Señor. Esto puede bastar para renovar absolutamente nues-
tras vidas mediocres, sin necesidad de hacernos largas hileras de propósitos voluntaristas.
¿Por qué? Porque las conversiones profundas impulsan, dinamizan, orientan todo el resto, y
alegran la vida.

Celebrar la conversión

La Biblia enseña a celebrar comunitariamente la conversión. Nosotros en la Eucaristía


comenzamos con una celebración penitencial. Pero está también el sacra­mento de la recon-
ciliación, que es la gran celebración de la penitencia, el sacramento del retorno, la fiesta que
hace el Padre del Hijo pródigo.
Es importante no olvidar nunca que si yo —hablando en lenguaje bien corriente— no ten-
go ganas de confesarme, Dios puede tener muchas ganas de encontrarse conmigo y darme un
abrazo: un abrazo de perdón, un abrazo para reconfortarme, un abrazo que me marque nuevos
horizontes. No seamos tan egocéntricos como para medir siempre la frecuencia de la confesión
sacramental según las ganas que yo tenga; olvidándome que más importante que mis ganas,
son el deseo y el amor de Dios; su deseo de encontrarse conmigo en Jesucristo y de darme la
misión de ser más reconciliador, más embajador suyo para llevar reconciliación a otros.

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

Evidentemente con esto no estoy diciendo ni puedo decir que baste mirar a este solo
aspecto, al aspecto de Dios. También está y ha de entrar el aspecto mío, personal; pero es
mucho más fácil que surja en mí un deseo personal de confesar sacramentalmente mi culpa
si mi mirada va primero al deseo de Dios.

Reconciliarse consigo mismo

Conversión como reconciliación a nosotros mismos. ¡Qué difícil es, pasados ciertos años,
reconciliarnos a fondo con nosotros mismos! Tal vez no sea tanto cuando somos jóvenes, por-
que hay un impulso y una fuerza que miran con mucha vitalidad hacia adelante. Pero cuando
se pasa los 60 o 70, muchas veces se nos hace difícil aceptar la vida personal.
A veces pueden ser cosas absoluta­mente sin importancia —las cualidades que yo tengo,
si soy alto o bajo, si soy gordo o flaco, si soy deportista o no lo soy— las que me producen esa
no aceptación. Otras veces puede ser la familia. Las fallas y las virtudes de mis padres pue-
den ser muy difíciles de aceptar. Antes, de jóvenes, habíamos idealizado mucho a la familia,
al padre, a la madre. Llega un tiempo en que nos es duro aceptarlos en sus limitaciones. Si lo
logramos, nuestro amor y nuestra persona se hacen maduros.
Puede ser también muy duro aceptar el medio social en que nos criamos. Uno nota fácil-
mente cuando una persona se resiste a aceptar el medio social del cual proviene o en el cual
trabaja. Esto se manifiesta en tantas sutilezas que expresan resentimiento, disconformidad,
falta de amor a ese medio. Reconciliarnos con la vida que hemos recibido, con la vida que vivi-
mos, con las personas con las cuales nos relacionamos. Reconciliarnos con nuestros propios
traumas, con nuestras dificultades de orden psicológico, que influyen en nuestro carácter.
Reconciliarnos con nuestra afectividad, que es la fuerza para amar, para trabajar, para
transformar las cosas y que puede estar frenada por miedos, ansias y depresiones. Los mie-
dos en el fondo son una no aceptación de la afectividad. Poder sanear todo esto. Que el Señor
entre y nos toque. Este es el camino de la conversión, y no estoy hablando necesariamente
en el orden de lo que hace el sicoanalista, aunque éste puede ayudar mucho. No, estoy ha-
blando de esa conversión que está en nuestras manos porque Cristo nos impulsa a ella por
medio de su Espíritu Santo.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

A los sacerdotes la Iglesia del rito latino les pide que abracen por amor a Cristo con entu-
siasmo y generosidad el camino del celibato. Pero, con el correr de los años, la renuncia a la
mujer y al propio hogar se puede ir haciendo difícil. No sólo en cuanto a las tentaciones más
burdas, sino a una fuerte nostalgia de tener una compañera de vida y un hogar. Que sientan
esto es normal y es señal de vida, y tienen que agradecer por ello a Dios. Sería mala señal
que no lo sintieran.
Pero el sentirlo requiere conversiones. Uno no puede pensar que por haber hecho una
vez la promesa o voto de celibato, la cosa funcionará sin nuevos cuidados para el resto de la
vida. La relación afectiva a las mujeres a lo largo de los años va cambiando con el desarrollo
y el crecimiento de la afectividad. Se trata de convertir esas relaciones para que la afectivi-
dad se haga más madura, más desinteresada, más apostólica. El celibato por el Reino de los
cielos es una fuerza apostólica inmensa, es una bendición de la Iglesia latina, pero siempre
hay que tratar de reavivarla, sacarle brillo, fuerza para poder llegar a un gusto y capacidad de
trabajar y ser amigo de hombres y mujeres en el trabajo del Reino.
Esto incluye saber aceptar las propias limitaciones afectivas en el trato humano, ya que
es muy difícil llegar con todos a situaciones armónicas y cien por ciento exitosas. Hay que sa-
ber convivir en humildad y contar con que nos acompañarán dificultades, seguramente hasta
la hora de la muerte. Hemos de ser maduros para aceptar lo imperfecto, lo no bien logrado
en la relación afectiva. Es importante desarrollar el sentido de que las cosas —la felicidad, la
amistad, el trabajo— no siempre pueden llegar a ser completas, perfectas. Esto es parte de
la maduración de la afectividad del sacerdote; y por lo demás, de todos y todas. Equilibrar
ese animus y esa anima, lo masculino y lo femenino que hay en todo hombre y en toda mujer
equilibrarlo en una vida de amar y servir.
Las personas que no lo logran corren el serio riesgo de convertirse en pequeños tiranos,
que imponen sus reglas y sus gustos a los demás, o en seres encerrados en sí mismos.

Amar y servir

La conversión a los demás nos lleva siempre a amar y servir. Amar y servir a los demás
es la garantía de la autenticidad de nuestra conversión a Dios. San Agustín decía a propósito

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

de gente muy piadosa, que quería tener grandes experiencias de oración “no se puede querer
abrazar y besar efusiva y tiernamente la cabeza, Cristo, si uno está pisoteando y maltratando
con los pies a los pobres del cuerpo de Cristo”.
Ser bautizado es una bendición de Dios porque nos incita a servir, y querer a más gente.
Es una gracia inmensa. Pero tengamos cuidado de no hacernos burócratas del amor al próji-
mo, haciendo las cosas como de memoria, por un sentido extrínseco del deber, que en reali-
dad ofende en vez de hacer bien. Pongamos también atención al protagonismo, a la tentación
de querer ser “centro de mesa”. El manda­miento divino no es “amar al prójimo en el mismo
grado con que uno se ama a sí mismo”. Si así fuera, todos podríamos ser protagonistas,
todos amándonos en igual medida que a los demás. La medida del amor de Jesús es “dar la
vida por los demás”.

Conversión a la Iglesia

Quisiera hacer ahora una reflexión especial sobre la conversión a la Iglesia. Pasamos
por diversos estados y tenemos diversos sentimientos hacia la Iglesia. Tal vez se explica tal
variedad porque la Iglesia es muy concreta y muy cercana: son los hermanos, son los demás,
son los jóvenes y son los viejos, son los pobres y los ricos, los justos y los pecadores; son
aquellos que me mandan, mis superiores, aque­llos a los cuales tengo que dirigirme en mi
trabajo. Por eso los sentimientos son muy variables.
Creo que todos hemos conocido un entusiasmo juvenil respecto a la Iglesia, una vibra-
ción al ver cómo el misterio de Dios se ha encerrado y encarnado en lo frágil, en lo humano. A
cierta edad, todavía jóvenes, nos ha entusiasmado la catolicidad de la Iglesia, su difusión por
todo el mundo y en el tiempo, esa inmensa riqueza de tradición que acumula y que arrastra
consigo, esa sabiduría que ella adquiere y que la ofrece a un mundo que busca salidas.
Pero también experimentamos sentimientos de desilu­sión hacia la Iglesia por no ser ella
la que nos habíamos ima­ginado. La Iglesia del post–Concilio no es la Iglesia que habíamos
soñado durante el Concilio.
Podemos abrigar un sentimiento más duro, más maligno en cierta manera, hacia la Igle-
sia; podemos tenerle resenti­miento porque ella hoy no reconoce mis servicios del pasado o

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mis trabajos del presente. Sucede en la Iglesia lo que acontece en política cuando triunfa una
nueva línea de gobierno, quedando muchos fuera de las esferas del poder. Quedan resenti-
dos porque no se les valora lo que ellos pueden ofrecerle a la Iglesia.
Se dan otros sentimientos: miedo a que la Iglesia se convierta en tirana, miedo a que la
Iglesia no sea la respuesta adecuada a los hombres, por lo menos a los hombres que yo me
imagino. O tal vez, por el cansancio de los años, experimento apatía hacia ella. Es cierto que
la Iglesia es artículo de mi fe, pero no vibro con ella como vibraba hace años, cuando era jo-
ven. La apatía es peligrosa y puede llevar a una separación afectiva, a un alejamiento cordial,
de corazón. ¿Permanecer? Sí, pero no me identifico, hago mi camino aparte, no sufro ni me
entusiasmo con ella, soy apático.
Otros sentimientos son más doctrinales. Como sería: “la Iglesia no res­ponde a mis in-
quietudes, a mis sueños de cambio social y político. Por lo tanto prefiero el Reino: prefiero la
acción invisible de Dios en los hombres a esta Iglesia visible, con su tradición, con sus institu-
ciones”. De esa postura pueden provenir rupturas: “Me separo y hago un grupo aparte”. No
es necesariamente la ruptura de la herejía, pero sí el cisma práctico que lleva a no colaborar,
a no interesarme, ni entrar en la vida de la Iglesia.
El nivel de los sentimientos no es ni mucho menos el nivel más profundo del ser huma-
no. Pero pesa mucho en las orientaciones de vida y en las decisiones concretas y por eso es
preciso convertir los sentimientos. La reconversión madura lleva a aceptar la Iglesia como es,
como Dios la quiere, con un amor crucificado, grande, intenso y lleno de esperanza, precisa-
mente porque es crucificado.
No es raro que coexistan en nosotros sentimientos opuestos. Por ejemplo, entusiasmo
por la persona del Papa, y falta de atracción o rechazo a la Santa Sede o al obispo diocesano.
Puedo sentir una vibración juvenil por mi Diócesis y, al mismo tiempo, desesperanza respec­to
a la posibilidad de que se rejuvenezca la Iglesia en mi país o en el continente.

Aceptar la Iglesia de justos y pecadores

Es normal que tengamos tentaciones frente a la Iglesia. La Iglesia peregrina en la carne


se ensucia con todas las fealdades y las miserias del hombre. Hemos de convertirnos a la

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

Iglesia tal cual es, a la Iglesia de los pecadores. A veces podemos ser terriblemente donatis-
tas. Para los que no se acuerdan de quién era Donato y los donatistas, les recordamos que
esta herejía del siglo IV pretendía excluir de la Iglesia a los pecadores, y eso es muy grave.
Porque, en el fondo, es negarle al pecador la conver­sión.
Una de las experiencias sacerdotales bonitas que tuve a los pocos años de ordenarme
fue escuchar confesiones en la Iglesia de San Miguel de Munich. Estaba empezando a estu-
diar alemán y me pidieron ir a confesar. Al dar absoluciones a ex nazis sentía cómo actuaba
la misericordia de Dios, que a todos los acogía en sus brazos como hijos suyos muy queridos.
Lo comenté con un padre sin dar mayores detalles. Sí, me dijo, aquí viene gente que se alejó
de la Iglesia durante 30 a 40 años y reciben el perdón y el abrazo de Dios.
Lo que quiero decir con esto, es que nosotros estamos llamados a aceptar la Iglesia de
justos y peca­dores. Esa es la Iglesia que Dios quiere, esa es la Iglesia con que Dios se ha
casado en su Hijo, esa es la Esposa de Cristo. Y cuando surgen en nuestro corazón deseos
de empezar a dividir la esposa, de decir: ¡no, estas personas no pueden estar en la Iglesia!,
seguramente vamos a convertirnos en verdugos de algunos y des­cuartizar a la esposa. Y esto
por purismos que se anticipan al juicio que solamente queda reservado a Dios. “¿Quién soy
yo —decía san Agustín, oponiéndose a los donatistas— para excluir de la misericordia de
Dios a aquellos que él tiene destinados eternamente para su gloria? Quizás van a estar ellos
más altos que yo en el Reino de los cielos”.
Esta conversión a la Iglesia de los pecadores, a la Iglesia real, nos lleva al amor maduro,
crucifi­cado. Es una conversión honda, difícil. Exi­ge que nos despojemos de nuestro afán de
juzgar y dominar a los demás: “ese movimiento que no cuadra conmigo”… “ese fulano que
yo no lo trago”. Abrirme a los que son distintos, convertirme a “ese fulano” será dar el paso
para convertirme a la Iglesia.

Los laicos son la Iglesia

Otro aspecto de la conversión a la Iglesia, es la conversión a la Iglesia de los laicos. “Los


laicos son la Iglesia”, frase que todos venimos repitiendo desde hace 60 años, pero todavía
falta vivenciarla y sacar las consecuencias prácticas. Tanto los sacerdotes como los religio-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

sas/as y laicos faltamos en esto. Nos toca reflexionar y cambiar respecto a nuestra postura
ante los laicos. ¿Realmente recono­cemos su llamada al apostolado?, ¿Reconocemos las invi-
taciones que Dios les hace a llevar una vida activa, a tener voz dentro de la Iglesia? En la ins-
titución en la cual trabajo —llámese hogar, oficina, negocio, colegio, parroquia, diócesis—,
¿reconocemos el llamado a todos los bautizados a la santidad, a ser sacerdotes, profetas de
Dios y gobernantes en los diversos ámbitos en que se mueven? ¿Les ofrecemos lo mejor y
lo más rico de la tradición y del camino cristiano? ¿O nos contentamos con entregarles unas
cuantas devociones, algunas pocas vaguedades, porque no son sino laicos, y esto les debiera
bastar? Creo que aquí tenemos un camino largo por andar.

Vivir en sana tensión el Reino y la Iglesia

El Papa Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio dice una frase difícil de entender,
pero que encierra sabiduría: “no hay que tener miedo a caer en una forma de “eclesiocen­
trismo” (19). Los “ismos” son peyorativos. Pero aquí el Papa está diciendo, que si captamos
bien a fondo la inseparabilidad, aunque no identidad, entre el Reino y la Iglesia, podemos
centramos en la Iglesia, sabiendo que, al hacerlo así, no nos podemos separar ni de Cristo ni
de la evangelización de todos los pueblos. Porque la Iglesia, —aquí cita a Pablo VI—, “no es
fin para sí misma, sino solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente
de los hombres, entre los hombres y para los hombres”. Por eso, el afecto a la Iglesia no nos
llevará a convertimos en fanáticos suyos, sino que nos abrirá hacia todos los hombres, a los
grandes intereses del Reino de Dios, pero a través del Cuerpo vivo que se ha dado Cristo para
realizar el Reino. El Papa Francisco expresa esto mismo con sus llamados a “salir a las calles”.

Etapas en la vida en el Espíritu

Quiero ahora decir algunas cosas sobre el crecimiento en la conversión y los progresos
en ella. Antes se hablaba de etapas en la vida espiritual y se distinguían tres fases, tres es-
tadios: la vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva. Era un esquema cómodo, pero que

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parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

no calza con la realidad porque en la vida en el Espíritu hay puntos que aún no parten y hay
marchas atrás. El crecimiento espiritual no suele ser homogéneo, y normalmente no lo es. En
algunos aspectos de mi ser, mi entrega a Dios y a los demás puede estar muy avanzada; pero
en otros, ni siquiera me he empezado a poner en marcha. Mi crecimiento en algunos aspectos
puede ser sumamente raquítico, mientras que en otros ha crecido bastante.
Esto sucede no sólo a los individuos, sino a grupos y colectividades. La historia nos mues-
tra que según culturas y épocas, a los cristianos les faltó sensibilidad ética, por ejemplo, en el
caso de la esclavitud. Así como hoy día nos falta sensibilidad respecto al uso de los bienes su-
perfluos. En muchas cosas el avance no es homogéneo. Nuestras conversiones son seguidas
de “desconversiones”, de marchas atrás. Puede sucedernos muy bien que a la tercera edad
tengamos que recomenzar a purificar nuestras pasiones, que ya las dábamos por dominadas.
La vida en el Espíritu es vida, y la vida nos trae muchas sorpresas. No todo está sujeto a
cálculo o a previsión fija. Ignorar esto produce muchas frustraciones, tibiezas y compromisos.
Las etapas de la vida en el Espíritu pueden ayudar algo, pero son muy relativas. Lo que más
importa es aceptar de fondo que el Espíritu de Dios no tiene reglas, y que es absolutamente
libre. Esa es la disposición necesaria para vivir en una disponibilidad permanente a la conver-
sión. Nos libera de ciertas dictaduras del superego: “Tú tienes que ser así, tú tienes que ser
asá”. Y como no soy así, ni soy asá, empiezo entonces con claudicaciones o con engaños a mí
mismo y a los demás. Reconocernos en lo que somos, el camino de la humildad, es el primer
paso para crecer siempre en el amor.

Conversión a crecer siempre en el amor

Hemos sido creados para amar. Es decir, para la intercomunicación con los demás, inter-
comunicación de vida, de ser, de luz, de servicio. Nuestra vocación humana es, a través de
todas las situaciones y circunstancias, crecer siempre en el amor a Dios y a los demás. Esto es
posible porque Cristo nos da la fuerza para hacerlo. Crecer en el amor filial, en amor de amigo
y en amor fraterno es nuestra llamada a la santidad.
Para crecer siempre en el amor, primero que nada, hemos de recibir el amor de Dios.
La caracterización más profunda de Dios es que él es amor, que él nos ama primero. En eso

79
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

radica el amor, no en que nosotros lo hayamos amado primero, sino él primero a nosotros.
Ha enviado a su Hijo para darnos su perdón y su amor. El amor de Dios se nos anticipa. Es la
razón por la cual podemos siempre crecer en el amor a él y a los demás (1 Jn. 4, 7–10). Jesús
pide que amemos a Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas”
(Mc 12, 30). Pero hay una cosa previa que aparece en los textos del libro del Deuteronomio:
Dios nos ama con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Por esto, porque
él nos ama así, estamos capacitados para amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma
y con todas las fuerzas; y al prójimo tal como lo ama Dios. El amor anticipado de Dios es la
base de nuestra vida en el Espíritu, de nuestra respuesta y de nuestra posibilidad de crecer
siempre en el amor. A esto lo llamamos “gracia”, don que nos viene del Padre y que por Cristo
nos regala su Espíritu de amor.
No es fácil convertirnos y creer esto de fondo, no solamente con la cabeza, sino con las
“tripas”. ¿Por qué? Porque el amor nos descoloca, nos quita muchas seguridades. ¡Nos afe-
rramos tanto a controlar las situaciones, a dominar nuestra existencia! ¡Nos cuesta aceptar
y reconocer nuestras heridas y ponerlas al sol del amor de Dios para que él las oxigene y las
purifique! Es la Sangre de Cristo la que nos purifica de nuestros pecados (1 Jn 1, 7).

Reconocernos pecadores

La primera carta de san Juan es una exhortación a reconocernos pecadores para así re-
cibir la salud, el perdón, la luz, el amor. Juan insiste sobre esto precisamente para que no
pequemos (1 Jn 2, 1) y así crezcamos siempre más y más en el amor y vida de Dios: “Así parti­
ciparéis de la vida del Padre y del Hijo” (1 Jn 2, 24).
El espíritu fariseo, en cambio, niega el pecado, pretende no ser pecador. Lo peor es que
lo hace con una buena intención, con la intención de acercarse a Dios: “No soy como los de­
más hombres: adúlteros, ladrones, injustos” (Lc 18, 11). En realidad, por la soberbia y la auto-
suficiencia el fariseo se aleja de Dios y se separa de los hombres: “No soy como los demás”.
El espíritu fariseo impide que crezcamos en el amor de Dios y de los demás.
En cambio, el que se reconoce pecador se abre al amor y a la luz que nos salvan del
pecado. El cristiano sabe que peca cada día, pero que es salvado en el Amor. Reconocién-

80
parte I: Primera Semana
“CONVIÉRTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO”

dose pecador, se protege por la luz y el amor de Dios de muchos pecados. Personas que
tienen un gran deseo de la perfección, que son obsesivamente perfeccionistas, pueden
tomar fácilmente la actitud farisaica de separarse de los demás para acercarse más a Dios.
El Evangelio enseña todo lo contrario: “No he venido a llamar a los justos sino a los peca­
dores” (Mc 2, 17).

Ser agradecidos, dar gloria a Dios

Si vivimos en la verdad de que somos pecadores perdonados y amados, viviremos en


acción de gracias y alabanza continuas a Dios. De ahí nace la confianza, y de la confianza
nace el valor para atrevernos a todo lo que Dios nos dé y nos pida. Sin confianza, no nos
abandonamos; pero si confiamos en Dios, nos atreveremos a todo y nuestra fuerza apos-
tólica se multiplicará.
Aceptándonos como pecadores tendremos el amor de Dios, la unión a los hermanos, la
paz, la alegría, el gozo y el valor que nos da el Espíritu de Cristo: todos sus dones. “Todo es
posible al que cree”, dijo Jesús al padre que tenía a su hijo enfermo (Mc 9, 23).
Todo es posible para una Iglesia que cree, todo es posible para nosotros si creemos.
Sentimos que la Iglesia necesita un milagro de curación y, siendo todo posible para el que
cree, dejémonos llevar por la fuerza de esta confianza. ¡Eso es ayudar a las almas!
Tomémonos de la mano de Cristo y pidámosle recorrer juntos los espacios de nuestra
vida y de nuestra conciencia: lo que hemos sido, lo que somos, lo que nos falta de esperan-
zas para el futuro. Que él nos toque con su mano e ilumine aquellos rincones de nuestro ser
que están oscuros para que les de vida, los vitalice. Que dirija nuestra mirada a los campos
de apostolado a los que el Señor quiere enviarnos, que nos dé fuerzas para ayudar aque los
hombres y mujeres vivan y crezcan siempre en el amor.

81
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“Dar el paso”, “La segunda conversión”

(Un texto de Henri Bremond atesorado por el P. Hurtado,


que él conservaba entre sus apuntes)

“Dar el paso” es tomar un camino nuevo; es penetrar en un cierto or­


den, diferente del orden común que aún no había sido abandonado; es,
en una palabra, traspasar la frontera del mundo místico… Simplemente,
se es apremiado a renunciar de una vez por todas a todos los intereses, a
todas las voluntades propias; a realizar el sacrificio completo; a ponerse
en una total desnudez espiritual. De esta pérdida de sí mismo no se ve, por
un instante, más que el horror casi infinito; se duda ante el vacío horrible
que se va a producir, pero no se imagina la plenitud que le debe seguir si
se acepta, si se abandona, si se da el paso. Y solamente se experimenta
que este drama íntimo es extremadamente serio, si se tiene la valentía de
no retroceder; será tomada la palabra y no se perderá totalmente. Se trata
de una angustia totalmente distinta de aquella que precede a las resolu­
ciones ordinarias de la vida cristiana. Ellas acarician siempre un poco más
o menos de amor propio, ellas encantan la imaginación. Después de todo,
no se cambia de Maestro, uno se mantiene el capitán de su alma, como
dijo un poeta inglés. Aquí, por el contrario, se va a entregar todo el propio
ser, lo más querido, lo más profundo. En la segunda conversión se cede la
propiedad del alma… el hombre no vive más, y Dios vive en él”.

Henri Bremond, M.S.R

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parte I: Primera Semana
EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

4. EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

Para los EE el mayor y más profundo desorden consiste en que la humanidad desconoz-
ca a Jesucristo, el Camino hacia el Padre, y no lo ame y lo siga de todo corazón, con un amor
humilde y agradecido.
Esto que afirmamos de la humanidad en general vale también de cada persona en par-
ticular. Por eso San Ignacio va a confrontar al ejercitante con su pecado, pero siempre en
relación a Cristo. Porque él es la persona que me hace conocer y aborrecer mis pecados (EE
63). Con sus sentimientos estoy llamado a acompasar los míos (193, 221). Él es la fuerza para
vivir y el modelo para imitar (106–108; 114–116).
Los cinco ejercicios a meditar de la Primera Semana están íntimamente ligados entre sí,
y terminan siempre en coloquios con Cristo puesto en la cruz (EE 53, 61); o con el Padre, pa-
sando por los mediadores, María Nuestra Señora y Jesucristo nuestro Hermano y Señor (63).

El primer ejercicio (EE 45–54)

El primer ejercicio trata “sobre el primero, segundo y tercer pecado”. Lleva a meditar,
con las tres potencias del alma (la memoria, la inteligencia y la voluntad), el pecado de los
ángeles (Tema 1°), el de Adán y Eva (tema 2°), y el caso hipotético de una persona que peca
mortalmente y se auto–excluye para siempre del amor misericordioso de Cristo (Tema 3°).
Lo que impresiona a nuestra sensibilidad actual es la claridad de Ignacio por llamar a
las cosas por su nombre e ir a la verdad de fondo que contienen los relatos bíblicos. Lo dicho
anteriormente, comentando la enseñanza de Gaudium et Spes sobre el hombre y el pecado,
nos permite comprender el hondo significado de estos temas, que resultan “difíciles” para la
cultura moderna y postmoderna.
El punto 3° del primer ejercicio medita sobre el caso hipotético de una persona que se
condena por un solo pecado mortal. Se le llama caso hipotético, porque desde el tiempo de

83
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

San Ignacio se le consideraba así, como atestigua el “quizás” (forte), que escribió el Padre
Polanco al margen de esta meditación. Lo importante de este punto no es que la hipótesis se
haya verificado sino que es mostrar que es una posibilidad real del ser humano, aun cuando
no se haya verificado.
Este caso nos enseña mucho sobre la grandeza de la libertad humana, que Dios la
respeta tanto que no concibe forzarla. Sería una contradicción el que la gracia de Dios
forzase a adherir a él a una persona que desde el fondo de su ser se resiste a hacerlo. Ya
no sería gracia.
Ayuda a comprender esto lo dicho antes sobre el pecado mortal como idolatría. El pe-
cado mortal es mortal porque mató al Hijo de Dios. Aparta tanto al hombre de Dios que nos
llevó hasta matar a Cristo, el Hijo de Dios, que se entregó a esa muerte implorando al Padre
que nos perdonara, restableciendo así el vínculo roto.

Coloquio ante Cristo en cruz (53–54)

Sólo el Crucificado revela la fuerza destructora del pecado y la intensidad del amor de
Dios: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20; 1 Jn 4, 10). Por esto Ignacio mueve al ejercitan-
te a que se ponga ante Cristo en cruz: “Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto
en cruz, hacer un coloquio…Viéndole tal, y así colgado en la cruz…”.
El coloquio se hace en una relación de gran intimidad, “como un amigo habla a otro”,
pasando de un tono a otro: “cuándo… cuándo”. Así enseña que ante Cristo nos situamos en
muchas y diferentes relaciones: de amigo, de siervo, de culpable, de confidente. Ve a Cristo
como redentor del pecado y dador de la vida.
Para Ignacio amar es responder con obras, sirviendo. La mirada al Señor, que ha hecho
tanto por mí, requiere una respuesta de parte mía, preguntándome “lo que he hecho por
Cristo, lo que hago por Cristo; lo que debo hacer por Cristo”.
El dinamismo de este ejercicio no termina en la cruz, sino que lleva al Padre todo lo vivi-
do; por eso acaba con el Padre Nuestro.

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parte I: Primera Semana
EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

Segundo ejercicio sobre los pecados propios (EE 55–61)

Ignacio estuvo largos meses en Loyola y Manresa purificándose ante Dios de su vida
desordenada mediante la oración, lecturas, visitaciones de Nuestra Señora, tentaciones, es-
crúpulos, confesiones, eucaristía y las gracias especiales del Cardoner. En Monserrat dedicó
tres días a su confesión general.
En el segundo ejercicio nos propone que meditemos sobre mi yo pecador y sobre los pro-
pios pecados. Propone para ello, después de la oración sólita y dos preámbulos, que lo haga-
mos en cinco puntos y un coloquio: (1) el proceso de los pecados propios; (2) ponderación de
su malicia; (3) situarme: ¿quién soy yo?; (4) ¿quién es Dios en comparación conmigo; (5) la
benevolencia conmigo de todas las criaturas del cielo y de la tierra a quienes yo he ofendido.
El segundo ejercicio de los pecados se endereza a obtener de Dios la gracia de un “cre­
cido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados” (EE 55). Para ello Ignacio invita no solo a
“considerar quien es Dios, contra quien he pecado” (EE 59), sino la creación entera, afectada
por mi pecado:”... discurriendo por todas las criaturas, como me han dejado en vida y con­
servado en ella; los ángeles... los santos... los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos,
aves, peces y animales; y la tierra, cómo no se ha abierto para sorberme...” (EE 60).
En la mirada de Ignacio el ser humano es un ser relacional; existe en referencia a Dios,
a todos los demás, a la creación entera. Por eso el pecado corta o altera las verdaderas rela-
ciones y provoca aislamiento y destrucción. La conversión, en cambio, restablece comunión.
Desde la comunión con Dios, pasando por la comunión con los demás, hasta la comunión
con la mas ínfima de las criaturas. La conversión cristiana exige desalojar el pecado de las
estructuras en que se ha encastillado.
Este ejercicio termina con un “coloquio de misericordia” en que se pone el acento en dar
gracias a Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta ahora; y en el propósito, con su
gracia, de enmendarme para adelante. Y se cierra con la oración vocal del Padre Nuestro, en
que, en unión con Jesucristo, pedimos al Padre Dios que perdone nuestros pecados, nos pro-
teja de las caídas y que estemos disponibles para hacer su voluntad para que venga su Reino.

85
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Tercer ejercicio es repetición del 1° y 2° (EE 62–63)

Un viejo profesor mío de Historia de la Iglesia, el padre Ed Ryan, s.j., compañero de


estudios del Padre Hurtado en Lovaina, decía que “Ignacio era lento para aprender”. De ahí
que repitiera tanto las cosas. Sería mejor decir que conocía bien la superficialidad humana,
que sólo con muchas vueltas sobre lo mismo las cosas nos entran en profundidad. Repetir
es un punto clave de la pedagogía ignaciana. Pero no se trata de cualquier repetir, porque no
es cosa de memorización mecánica. Es algo mucho más sagrado: es del orden de la escucha
reverente de la palabra de Dios resonando en nuestros corazones; y de prestarle la atención
debida para recibir sus dones. La repetición es como un riego gota a gota que penetra hasta
las raíces de nuestro ser, para que desde allí la Palabra nos vivifique y dé fruto.
¿Qué repetir? Ignacio propone volver a aquellos puntos de la oración donde la persona haya
sentido mayor consolación interior y sentimiento espiritual (EE 62). Tras esto está la convicción
de que la alegría interior proviene de Dios, fuente de toda consolación. Y que Dios se nos comu-
nica haciéndose presente y tocándonos desde lo profundo de nuestro corazón. Es la vieja doc-
trina de la Iglesia de que Dios nos guía por sus luces y atracciones (Concilio de Orange, Trento).
También conviene volver a los puntos en que hayamos sentido desolación o resistencias
en la oración. La sequedad y el bloqueo espiritual son signos de lucha interior, de que el Es-
píritu se agita por romper nuestras cadenas y estrecheces. Vale la pena horadar más hondo
hasta que fluya una fuente de agua límpida.
Como se trata de obtener del Padre gracias muy grandes, Ignacio recurre a tres colo-
quios: a Nuestra Señora, al Hijo y al Padre (EE 63). A cada uno pide purificación del pecado en
tres niveles: el de un conocimiento profundo de mi pecado para que llegue hasta aborrecerlo;
el de sus raíces estructurales que están en mí y me desordenan en mis acciones; el del cono-
cimiento y rechazo de los valores y criterios vacíos con que se rigen quienes se dejan engañar
por las coordenadas mundanas de la cultura ambiental.
Estas tres gracias corresponden a los tres niveles en que el pecado lucha y se estable-
ce en nosotros: en el corazón, en los hábitos operativos, en las estructuras de pecado en
el mundo. Sin identificarse del todo, estos niveles son muy interdependientes entre sí. La
conversión ha de procurar extenderse lo más posible en todos ellos. Evidentemente, es una
tarea de por vida.

86
parte I: Primera Semana
EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

En cada uno de estos niveles pide conversión del pecado, “que me enmiende y ordene”.
Sabe que María, Jesús y el Padre están interesados y tienen eficacia salvadora en estos nive-
les tan hondos y universales de las huellas del pecado en nosotros y en la creación; hasta en
sus mismas estructuras desordenadas.
Ve a Nuestra Señora y a Cristo como mediadores ante el Padre. Pero el movimiento no
se detiene en los mediadores sino que termina en el Padre. A Nuestra Señora pide “para
que me alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas”. Y a Cristo pide “otro tanto, para
que me alcance del Padre”. En cambio, al Padre pide “que el mismo Señor eterno me lo
conceda”.
En el mundo abunda el pecado pero sobreabunda la gracia. En último término el pe-
cado no sale vencedor, será destruido. El camino que hace el ejercitante en pos de Cristo y
de los que siguen su bandera pasa por la cruz pero llega a la resurrección. Entretanto está
la lucha.
Para ayudar a encontrar el camino en esta lucha Ignacio ofrece al ejercitante las reglas
de discernimiento de espíritus (EE 313–327). Son el fruto de la experiencia espiritual del pro-
pio Ignacio y sirven para reconocer y vencer los obstáculos y hacer crecer lo que favorece el
crecimiento en Cristo. Fueron pensadas para los individuos, pero sirven también para ayudar
al crecimiento de grupos, comunidades e instituciones. Así, por ejemplo, las reglas de con-
solación y de desolación espiritual (EE 316 y 317) y las recomendaciones que les siguen (EE
318–324) son muy útiles para guiar la marcha de una comunidad numerosa. Lo mismo vale de
las reglas para reconocer las diversas maneras de disfrazarse el pecado conforme a la diversa
disposición de las personas (EE 325–327). Y es muy efectivo lo que Ignacio recomienda para
desalojar el mal de sus escondites (EE 332–335).
Son reglas de gran sabiduría humana y espiritual. Su manejo requiere un cultivo y finura
que en un primer momento puede parecer excesivo para una persona, cuánto más para una
comunidad numerosa. Sin embargo la justicia y la paz social requieren que vivamos discer-
niendo las situaciones sociales con gran finura de discernimiento.

87
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El cuarto ejercicio: el resumen (64)

Ignacio tuvo en el río Cardoner una experiencia espiritual que lo marcó para toda su vida.
Fue para él una gran luz (habla de “una ilustración tan grande”) que le hacía ver todas las
cosas como nuevas (A 30).
Manteniendo las distancias con la experiencia del Cardoner, el resumen pretende que
tengamos una mirada sintética, guardada en el corazón, de nuestra condición de pecador.
San Ignacio la tenía cuando de sí mismo, sin mentir, decía: “Soy todo impedimento”.
Se trata de recoger lo que se ha decantado de los recuerdos de las cosas contempla-
das en los ejercicios pasados. Y como siempre, acudir a la escala de los intercesores con
los tres coloquios.

El quinto ejercicio: el infierno (65–71)

La meditación sobre el infierno no pretende asustar sino subrayar lo extraordinario del


amor de Dios hacia nosotros. A lo largo de la Primera Semana, Ignacio contrapone extremos
opuestos. El último es el contraste definitivo entre la cruz y el infierno. Un extremo requie-
re del otro para que cada uno se entienda en su radicalidad. Sin el infierno es imposible
captar lo extremo del amor de Dios que se expresa en la cruz. Y sin la cruz el infierno tiene
la última palabra. Para experimentar el grado extremo de la misericordia de Dios, sólo el
infierno podría servir.
Sabemos por su Autobiografía que Ignacio experimentó en su propio cuerpo el impac-
to de estos dos extremos. En Manresa, vivió por un buen tiempo en un estado infernal en
que casi se suicidó. Los escrúpulos lo tenían amarrado hasta el día en que despertó de su
pesadilla, y reconoció haber sido rescatado por la misericordia de Dios. Es la experiencia
que Ignacio desea que el ejercitante viva para que pueda darse cuenta de la profundidad e
inmensidad del amor de Dios.
Hay que decir que, para Ignacio, el infierno fue una realidad indisputable. Era la suerte
inevitable de cada pecador impenitente. La existencia del infierno fue afirmada por Jesús
mismo en múltiples pasajes de los evangelios; y fue parte importante de la religiosidad

88
parte I: Primera Semana
EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

vigente en la época de Ignacio. El infierno era considerado más como un lugar determinado
que como un estado vital. Nadie cuestionaba su existencia. Por eso, la salvación fue, bási-
camente, salvación del infierno–un infierno concebido como un lugar y en términos físicos
de terror.
Hoy en día, no es posible hablar del infierno únicamente en términos físicos, ni es posi-
ble mencionar la palabra sin provocar un escepticismo típico de nuestra cultura secularizada.
El infierno no es ni grande ni chico, porque no es un lugar sino una condición. C.S.Lewis, en
su obra El gran divorcio, dice que todo el infierno puede pasar por dentro del ojo de una ma-
riposa sin que ella se dé cuenta ni sea disturbada. Es disminución creciente e inacabable de
vida; todo lo contrario al cielo, que es un crecer sin fin más y más, porque Dios quiere darnos
siempre más y más de sí por medio de Cristo resucitado.
Pero pese al escepticismo del hombre moderno, lo infernal lo vivimos día a día en la
violencia de las poblaciones, en el odio que aparece en las familias, en las guerras que des-
truyen ciudades, familias, culturas; en las hambrunas del África; en los tráficos de niños,
mujeres, armas, drogas, manejadas por mafias asesinas. E incluso está de moda en el estilo
pop vestirse de negro con signos satánicos y maquillaje infernal.
Hay personas ingenuas que dudan si el ser humano tiene la libertad de pecar tan grave-
mente como para merecer un castigo eterno. Otros, como el teólogo Hans Urs von Baltasar,
piensan que la misericordia de Dios es tal que no quedaría nadie en el infierno. Así, se ha ido
infiltrando la tentación de omitir esta meditación en el recorrido de los EE.
Pero saltársela, por lo menos en los Ejercicios de un mes, no me parece una buena op-
ción porque es una parte necesaria de la Primera Semana. El desafío está en cómo presentar
la meditación del infierno de modo que pueda abrir al ejercitante a una experiencia que le
aporte una gracia semejante a la que vivió San Ignacio o San Francisco de Borja, que los llenó
de gozo al reconocer en ella la inmensa profundidad del amor de Dios. Hay que ayudar a las
personas a que encuentren en su propia experiencia de vida situaciones análogas a lo infer-
nal y ayudarlas a que desde allí elaboren una mirada que impulse a anhelar el fruto que esta
meditación pretende.

89
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

¿Qué se busca en esta meditación?

Se busca tener una experiencia directa del amor misericordioso y personal de Dios
en Cristo crucificado que murió por mí para salvarme. Su fruto es una gratitud aun más
grande, profunda e iluminada por el amor de Dios; y una nueva toma de conciencia de la
fragilidad propia.

¿Cómo buscar este regalo?

Pidiéndolo al Señor y usando la imaginación, es decir, imaginando situaciones límites,


como por ejemplo:
•• estar privado, por mi decisión, de todo amor, bondad, luz, felicidad, belleza, etc.
•• una situación de odio y violencia interior insufrible que se trasforma en un estado per-
manente de odio, en un NO definitivo a todo amor
•• intentar sentirse apartado de Dios sin vuelta
•• haber perdido por culpa propia la oportunidad de elegir vivir en plenitud
•• hundiéndose en la situación de victimas de guerras o de extrema pobreza, de ser con-
denados a prisión perpetua
•• poniéndose en la situación de muerte que experimentan los drogadictos o alcohólicos
atrapados en sus propios infiernos
•• entrar en un escenario de pecado social y global sin solución
•• revivir alguna experiencia de oscuridad, aislamiento, impotencia, depresión, ausencia
de amor, exclusión
•• imaginarse en un mundo sin Dios, sin todas las cosas que dan gozo y sabor a la vida
•• sufrir la perdida permanente de la música, el arte, los seres queridos, la naturaleza
•• experimentar un duelo o una jaqueca sin tregua

Frente a alguno de estos escenarios podré exclamar con San Pablo: “¿Quién me librará
de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Tendré que agradecérselo a Dios por medio de Je­
sucristo, nuestro Señor!” (Rom 7, 24– 2).

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parte I: Primera Semana
EJERCICIOS 1° AL 5° DE PRIMERA SEMANA

Puede ayudar el orar con textos bíblicos, como:

•• Salmo 139, cambiando todo lo positivo a negativo;


•• Óseas 9, 15–16;
•• Mateo 25, 41–46 el juicio final;
•• Lucas 16, 19–31 la parábola del rico despreocupado y el pobre Lázaro.

El coloquio para crecer en amor

Sobresale en este coloquio con Cristo la centralidad de nuestro Señor. Las almas se
distribuyen en “antes “, “en la vida” y “después de Cristo”. Cristo ocupa el centro. De él
parte toda fuerza salvadora hacia adelante, hacia atrás y durante su venida. Esto será pro-
fundizado en la 1ª contemplación de la Cuarta Semana, cuando trata del descenso de Cristo
a los infiernos (219).
El coloquio da primacía al amor: “Para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por
mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado”. El ejercitante
siente que ha sido salvado por la “tanta piedad y misericordia” de Cristo y del Padre. Con ello
apunta al tema central de la economía cristiana: EL PRINCIPIO MISERICORDIA. Y termina con
un Padre Nuestro.

91
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

LAS ADICIONES (EE 73–90)

“Adición” viene de “añadir” algo a un tema o a una cosa para completarla. En el lenguaje
de los Ejercicios, las Adiciones son “añadidos” a lo dicho anteriormente sobre los ejercicios.
Que se las presente en este momento obedece a la pedagogía ignaciana de ir ofreciendo las
cosas gradualmente, de a poco, para dar tiempo y espacio interior a que sean asimiladas.
Con ellas Ignacio recoge y hace suya una sabiduría muy antigua de la oración de todas las
religiones.
Las adiciones son “para mejor hacer los ejercicios”, y se han de ir adecuando según sea el
proceso espiritual y el tema del día que el ejercitante está viviendo (EE 74, 130, 131, 206, 229).
Las cinco primeras son ayudas para los bloques de oración (73–77). La 6, 7, 8 y 9 sirven
para mantener durante el día el clima de los ejercicios, y así “mejor hallar lo que desea” (73).
La 10 es más amplia y trata de la penitencia. Sabemos ya que lo que se desea con los ejerci-
cios es “vencerse a sí mismo y ordenar su vida...”(21).
Las adiciones son ayudas importantes, tanto que merecen que uno lleve el examen par-
ticular sobre ellas (90). Pero han de usarse con discreción, según tiempos y personas, sin
excesos de rigurosidad ni laxitud, no sea que la energía del ejercitante se emplee en lo acci-
dental y no en lo sustancial. Para personas nerviosas u obsesivas pueden llegar a ser un serio
obstáculo, pero normalmente son una gran ayuda, porque contribuyen a mantener el clima
interior de los ejercicios durante todo el día y nos hacen ser receptivos a la acción del Espíritu
en nosotros, que a menudo nos sorprende fuera de los tiempos formales de oración con sus

92
parte I: Primera Semana
LAS ADICIONES

luces e impulsos afectivos. En esto, como en todas las cosas, hemos de usar el “tanto cuanto”
a fin de que, como dice el título, las adiciones nos sirvan “para mejor hallar lo que desea” (73).
1ª Adición (73): Sugiere que hagamos tres cosas al momento que, ya acostado, “me
quiera dormir”. 1) Pensar en la hora de la levantada, lo que puede ayudarme tanto a dormir-
me en paz como a levantarme con presteza. 2) Avivar lo que voy a hacer al levantarme: “a
qué”. 3) Para ello, resumir el ejercicio que haré. Este resumen no debe ser detallado sino una
mirada rápida y global. Lo principal de esta 1ª adición es recordar el “a qué”; es decir, excitar
el deseo del encuentro futuro con el Señor y de obtener el fruto de la oración. Y en seguida,
el “querer dormirse” con ese deseo, como una integración onírica, y para estar descansado y
con fuerzas para el día siguiente.
2ª Adición (74): El comienzo del día ha sido considerado siempre como un momento im-
portante. También en los ejercicios. Lo principal de esta adición es avivar el sentimiento de lo
que busco en este día que tengo delante. Esta segunda adición en cierta manera adelanta la
oración. No es lo principal, aunque sí es parte de ella, el resumir la materia de la oración que
voy a hacer. Los ejemplos de resumen que pone Ignacio aquí sirven al propósito del 1° y 2°
ejercicio de la Primera Semana que persiguen, en imágenes muy suyas, el obtener el fruto de
vergüenza, confusión y dolor de los pecados. Las escenas del caballero confundido ante su
rey y de los encadenados que comparecen ante el juez de la Inquisición, seguramente Ignacio
las vio en vivo y en directo.
Si a alguno le resulta cansador hacer este resumen, que se contente con avivar el deseo
del fruto del día (131) o que se contente con hacer bien la 3ª adición (75) y la oración sólita
(46), con la petición correspondiente (48), que no se deben dejar jamás.
3ª Adición (75): Es muy potente. Con ella se entra propiamente en la oración. Abarca un
aspecto externo (estar un rato de pie y hacer una reverencia) y otro interno. En la contempla-
ción de la Encarnación San Ignacio nos invita a encontrarnos con la mirada de la Trinidad que
mira el mundo para salvarlo (102). Es con ésta mirada divina con la que tratamos de conec-
tarnos en esta 3ª adición. El “etcétera” incluye muchas cosas: acto de fe, confianza y amor en
Dios presente a mí, que quiere ayudarme, que desea comunicarse conmigo y que yo lo haga
con él, dárseme como Padre, Señor, Amigo.
El acto de reverencia sirve para involucrar la dimensión corporal de la persona en la ora-
ción. No tiene por qué ser tieso y estereotipado, sino adaptado a lo que cada persona es y al

93
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

tema de la oración y lo que se desea obtener. Dios no es sólo la Suma Majestad, sino muchas
otras cosas a la vez. En realidad, lo es todo: Padre, Madre, Amigo, arriba de mí e inmanente a
mí, lejano y cercano, alegre y serio, solemne y a la vez sencillo. Hemos de aprender a convivir
con estos contrarios y a sacar fruto de ellos conducidos por el Espíritu Santo.
4ª Adición (76): En primer lugar, conforme a lo dicho sobre la dimensión corporal, trata
de las diversas posturas que uno puede adoptar, una vez entrado en la oración. Llama la
atención la amplia libertad que deja al ejercitante. Pero, a la vez, la exigencia de que sea una
libertad discernida; es decir, que la postura contribuya siempre “a buscar lo que quiero”. Con-
viene notar aquí que no se menciona el pasear, cosa que sí se hace en la siguiente adición.
Notemos también que la postura más mortificante no es necesariamente la que más ayuda:
“Non quia durum, optimum”, lo que significa que en la vida espiritual lo más difícil no es
siempre lo mejor (San Agustín). Es una vez más una aplicación del Principio y Fundamento.
Las dos advertencias acerca del cambio de postura y de tema de oración, apuntan a
calmar la inquietud corporal y las ansias de estar cambiando de tema de conversación antes
de que el encuentro con el Señor haya dado todo su fruto. La bella expresión “antes que me
satisfaga” apunta a una cosa de finura interior que no se puede definir ni someter a reglas.
Tiene que ver con esa íntima comunicación de Dios con su criatura de que habla la anotación
15. Tiene que ver con nuestra propia experiencia de las muchas veces que dejamos al Señor
hablando solo.
5ª Adición (77): Ignacio sabe que la oración es un tiempo de encuentro y comunicación
en que participan diversos actores: fundamentalmente, Dios nuestro Señor y el ejercitante;
pero también Nuestra Señora, los santos, las personas que interceden por él. Y por otro lado,
como le acaeció a Jesús, también somos tentados por el mal espíritu. Sabe, asimismo, que
en la oración ocurren cosas: impulsos afectivos, ilustraciones, llamadas en miras al servicio,
elecciones de nuevos caminos.
De aquí la importancia de examinar lo ocurrido cuando todo está aún fresco y presente
en la memoria. Lo normal es que el ejercitante distinga por sus propios signos la presencia
y las voces de los actores. Pero habrá ocasiones en que estime necesario someterlas a un
análisis más acabado, para lo cual se sirve de las reglas del discernimiento de los espíritus.
Dentro de los ejercicios, que son un proceso, el examen de la oración apunta sobre todo
a ver si se ha cosechado el fruto del ejercicio, que se expresa en la correspondiente petición.

94
parte I: Primera Semana
LAS ADICIONES

Aquí hemos de atender a los sentimientos profundos y a las imágenes recurrentes, ligadas
normalmente al acerbo de vivencias de cada persona, ya que suelen ser uno de los vehículos
preferidos de las gracias divinas.
El examen de la oración es en sí mismo oración, aunque un poco más desde la altura que
otea un camino recorrido. Por eso es parte suya el dar gracias a Dios por los bienes recibidos.
Si la cosa no anduvo bien, si hubo desolación o distracciones, esto no significa que fue
por propia negligencia; puede ser prueba purificadora. Pero conviene examinar si de parte
nuestra hubo falta, para lo cual ayuda examinar cómo preparé los puntos de la oración, la
atención a las adiciones, especialmente la cuarta. Si ha habido falta, se pide perdón.
El examen de la oración, al hacernos tomar conciencia de las gracias recibidas y de los
bloqueos que hemos experimentado, nos prepara para encontrar los puntos que profundiza-
remos en las repeticiones.

Las adiciones 6 a 9

Estas adiciones ayudan a mantener durante el día el clima de los ejercicios. Son de una
fuerza enorme, corroborada por la experiencia de los que han hecho ejercicios, que saben
que a menudo las “visitas de Dios” les han venido fuera de los tiempos formales de oración.
Es propio del Criador “dar consolación al ánima sin causa precedente,... entrar, salir, hacer
moción en ella, trayéndola toda en amor de su divina majestad” (330).
Detrás de estas adiciones hay una gran sabiduría psicológica, y es que los pensamientos
y sentimientos, para ahondarse en nosotros, necesitan del recogimiento de los sentidos. La
dispersión en el mirar, oír, hablar, reír disminuye la disposición de acogida interior a las seña-
les del Espíritu. El vagabundeo curioso de los sentidos es una manera de evasión, de pereza
de trabajar bien, y puede ser producto de una falta de esperanza de que Dios pueda o quiera
en verdad comunicarse conmigo. En tal caso se impone implorar a Dios que me ayude en mi
falta de esperanza.
Estas adiciones también señalan que hay una congruencia entre las realidades exterio-
res y las interiores. El mundo está hecho “para el hombre” ya que Cristo es su medida, su
imagen y su meta. Las cosas son “símbolos” o “mensajeros” del Dios Trinidad. De ahí el valor

95
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

de cuidar el ambiente exterior, sea la luz o la oscuridad, el habla o la risa. La adición 10 tratará
de lo mismo en relación a la temperancia y la penitencia. Hemos de cultivar un humus de lo
similar y no de lo opuesto: oscuridad para el dolor, luz para la alegría.
6ª Adición: Esta adición, debe adaptarse en cada una de las semanas de los ejercicios
(78 à 1ª; 130 à 2ª; 206 à 3ª; 229 à 4ª). En la Primera Semana nos recomienda traer a la
memoria el misterio del mal en mí y en el mundo, así como la perspectiva de la muerte y el
juicio misericordioso de Dios, cosas que ayudan a profundizar el fruto de esta semana (78).
En las otras semanas nos pide que durante el día “traigamos frecuentemente a la memoria la
vida y misterios de Cristo nuestro Señor”, según la materia de la semana en que nos encon-
tramos (130). De esta forma tan sencilla y, diría, casual, nos pone en el objetivo central de los
ejercicios, que son para conocer más a Cristo y llenarnos de él el corazón, para más amarlo y
seguirlo en su trabajo por el reinado del Padre (104).
10ª Adición: Sobre la penitencia. Fundamentalmente, la penitencia no consiste en cier-
tas prácticas exteriores sino en la conversión interior del corazón. El concepto bíblico es muy
claro: metanoia, conversión de la mente y del corazón a Dios. Es el primer llamado que hace
Jesús al iniciar el ministerio del Reino (Mc 1, 15). De esta penitencia interna se ocupan todos
los Ejercicios, con sus exámenes, meditaciones, contemplaciones, elecciones y reglas. Tratan
de quitar de nosotros los afectos desordenados para llenarnos de Cristo, que es el camino
querido por Dios para ir a él, para nuestra salvación.
Ignacio la distingue en dos clases: penitencia interna y externa, llamando a ésta “fruto
de la primera” (82). Si pensamos con mayor rigor, toda penitencia es a la vez interna y ex-
terna, porque el hombre ante todo es una unidad indisociable, situada en un contexto social
determinado. El distinguir entre lo interno y lo externo responde a una perspectiva ulterior a
la unidad de la persona. Esto tiene su importancia porque señala que nadie puede contentar-
se con la sola penitencia interna, dispensándose de la externa. Así como la genuina fe ha de
manifestarse en obras, también la penitencia interna necesita encarnarse y concretarse en el
entorno exterior. Es su dinamismo, del cual no podemos prescindir, a no ser que nos creamos
seres extraterrestres.
Aquí, según distinciones clásicas que nos vienen desde Aristóteles, se distingue la pe-
nitencia de la temperancia (83 y 84). La temperancia es el intento de moderar según la razón
los deseos y acciones excesivas y las cosas superfluas. Por tratarse de apetitos tan funda-

96
parte I: Primera Semana
LAS ADICIONES

mentales, como son el deseo de mantenerse vivo y trasmitir la vida a otros, en sentido más
restringido se refiere la temperancia a la moderación en el comer y beber y en lo sexual.
Pero de suyo su ámbito se extiende a todo: a los bienes materiales, el dinero, el confort, el
estudio, el trabajo, el arte, los amigos, el descanso, las vacaciones, la oración... y a la misma
penitencia externa.
Lo que hoy hace más falta —en la cultura del carpe diem, del consumo y de la diver-
sión— es la temperancia con una perspectiva social, sensible al bien común de la polis y de
la sociedad mundializada.
En cuanto a los motivos de hacer la penitencia externa en el comer, el dormir y en el in-
fligir algún dolor al cuerpo, Ignacio dice que el primer motivo es para reordenar el pasado; y
que el segundo es “por vencer a sí mismo” (87). Tiene pues un carácter reparador, ya que el
pasado de un modo u otro continúa haciéndosenos presente. No es ni masoquismo ni ven-
ganza contra el cuerpo. Es en satisfacción por los pecados, en cuanto el desorden introducido
por éstos prosigue haciéndose presente en nosotros y en la sociedad. Esto es lo que Ignacio
llama “para que la sensualidad obedezca a la razón” (87). En este sentido la penitencia apun-
ta a vivir en la temperancia.
El tercer motivo de la penitencia es “para pedir alguna gracia o don que la persona quie­
re y desea, así como contrición de sus pecados...” (87). Esto tiene que ver con nuestro ser
corporal. No somos seres descorporizados. No podemos limitar nuestras súplicas y oraciones
a deseos y susurros interiores. Es justo y saludable que nuestro cuerpo, determinadas di-
mensiones o áreas suyas (el apetito de comer, el descanso del sueño, la sensualidad del tacto
de la piel), se involucren en nuestra oración soportando algún dolor que nos permita sentir en
carne propia, y así solidarizar con los dolores de Cristo y de los demás en este mundo nuestro
tan violento y despreocupado por los que sufren. Este tipo de penitencia corporal fortifica y
le da mayor espesor a nuestras oraciones.
Ignacio liga la oración a la penitencia, pero pide que esto no se haga de forma mecánica
sino bien discernida, tanteando y cambiando las dosis de la penitencia, para así hallar lo
que la persona desea, porque “como Dios nuestro Señor conoce infinitamente mejor nuestra
naturaleza, muchas veces en esos cambios da a sentir a cada uno lo que le conviene” (89).

97
PARTE II

segunda SEMANA
“Pedir lo que quiero:
conocimiento interno del Señor
que por mí se ha hecho hombre,
para que más le ame y le siga” (EE 104)

99
100
parte II: segunda semana
LOS MUCHOS MISTERIOS DEL ÚNICO MISTERIO

1. LOS MUCHOS MISTERIOS DEL ÚNICO MISTERIO

Los Ejercicios de mes son una larga y pausada contemplación de los misterios de la vida
de Jesús, para que a su luz hagamos una elección o reforma de vida. San Ignacio propone 50
misterios y, en cada uno, tres puntos tomados de los evangelios, lo que da 150 escenas en
que el ejercitante, en cinco bloques de una hora de oración al día, es invitado a ver al Señor,
mirar lo que hace, escuchar sus palabras, hacerse presente al misterio, tocarlo, oler y gustar
el perfume y la dulzura que emanan de él y conectarse con Jesús y los que lo rodean en co-
loquios de intimidad y sacando provecho de ello. Cada bloque termina con el Padre Nuestro,
llevando todo lo allí vivido al Padre para que “venga su Reino”, tema de la contemplación
inicial de la Segunda Semana y que enmarca todas las contemplaciones restantes de los EE.
A las personas que entienden la vida cristiana como una fidelidad a los mandamientos
y a los preceptos de la Iglesia, les podrá extrañar tanta prolijidad. ¿No basta con el Principio
y Fundamento, los exámenes, y los modos de orar los mandamientos y pecados mortales,
tal como lo propone la Anotación 18 de los EE? ¿No está todo contenido allí? Ignacio respeta
y ofrece ayuda a esas personas, pero los EE más de fondo los dirige a los que quieren más,
tienen más inquietudes, mayor capacidad natural y voluntad de dejarse cambiar la vida por
el Señor. A estos los invita a contemplar durante tres semanas a Cristo en los misterios de su
vida. De ahí que nazca la pregunta: ¿Para qué tantas y tan lentas y repetidas contemplaciones
de los misterios de la vida del Señor?
Una primera respuesta nos la da la Biblia. La Biblia es historia que narra los hechos sal-
víficos de Dios con su Pueblo escogido, en miras a la salvación universal de la humanidad. La
Biblia no es sólo cosa de mandamientos de buena conducta sino de presencia y acciones de

101
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

un Dios amante de los suyos. La gran y definitiva acción de Dios a favor de la humanidad es el
envío de su Hijo: su encarnación, su vida, su muerte y resurrección y la ascensión a la diestra
del Padre, para desde allí juntarle todos sus hermanos, hijos en él del Padre eterno. Este es
el misterio escondido desde los siglos de que habla San Pablo, pero revelado en la Pascua de
Cristo Jesús (Ef 1, 3–14).
Las primeras comunidades cristianas atesoraban los hechos y las palabras de Jesús y las
coleccionaron en escritos que dieron pie a nuestros cuatro evangelios. Formados en la exége-
sis bíblica judía del Antiguo Testamento, los autores del Nuevo se sentían con gran libertad
para ver en el detalle al Todo y al Todo en el detalle. El Todo es el plan salvífico de Dios que
ama de tal modo al mundo que envía a su Hijo a hacerse hombre, padecer y resucitar para
que crea y vaya al Padre. Dentro de este Todo cada paso del Jesús histórico está cargado de
trascendencia salvífica. En cada pasaje evangélico aflora el gran Misterio del Dios Trinidad ha-
ciéndose historia para constituir el Reino. De aquí que para el Nuevo Testamento la atención
a los misterios de la vida de Jesús sea insoslayable
La liturgia cristiana —que en el fondo es la celebración hecha por el nuevo Pueblo de
Dios del gran Misterio realizado y manifestado en la vida de Jesucristo— organiza y vive a lo
largo del año litúrgico en totalidad pascual esa atención festiva y cariñosa a cada paso de la
vida del Señor. Mediante esto lo universal del Cristo Pascual se particulariza y lo particular
se universaliza. El triple ciclo de lecturas bíblicas A, B y C y el doble ciclo ferial permiten que
en la Eucaristía nos unamos a la reactualización misteriosa del Todo en sus misterios y de los
misterios al Todo.
Ignacio se alimentó de esta convicción cuando leía los tomos de la Vida de Cristo de
Ludolfo de Sajonia. En su famoso Prólogo dice éste:

“Toda su vida en la tierra, por el hombre que se dignó tomar sobre sí, fue para
nuestra enseñanza. San Agustín dice: ‘Concedamos que hoy no aparezcan hombres
dignos de imitación. Pero tú, que piensas así, mira a Dios: él se hizo hombre para en­
señarle al hombre a vivir’. Recuerda lo que dice san Juan: ‘El que dice que permanece
en Cristo, también él debe caminar, como éste caminó’ ” (1 Jn 2,6). Así no te faltará a
quien seguir; toda acción de Cristo es instrucción nuestra” (Prólogo 9).

102
parte II: segunda semana
LOS MUCHOS MISTERIOS DEL ÚNICO MISTERIO

Los misterios de la vida de Cristo son muy profundos y su contemplación ayuda tanto a
los individuos como a las comunidades y a la Iglesia entera a trabajar con Jesús por el reinado
del Padre en nuestro mundo y en la historia que vamos construyendo. Ludolfo recomienda
que penetremos en ellos lentamente, no a la carrera, tomándonos el tiempo para profun-
dizarlos. En los ejercicios de Mes San Ignacio, para una asimilación saboreada y profunda,
propone que cada día se hagan os repeticiones y una aplicación de sentidos sobre el o los
miesterios contemplados.
Karl Rahner profundizó este tema en numerosos estudios dispersos por muchas partes.
El profesor Andreas R.Batlogg, s.j., alumno suyo y editor de muchos de sus escritos, trabajó
el asunto y publicó en alemán el libro Los misterios de la vida de Jesús en Karl Rahner (Inns-
bruck 2001; 2ª edición 2003)1. Al final de su vida Rahner confesaba que, más que ningún otro
teólogo o filósofo, los EE fueron para él el principal influjo que alimentó su pensamiento y sus
búsquedas. Sus ideas sobre los misterios de la vida de Jesús son iluminadoras y fecundas.
Sin una relación personal y concreta a Jesús en sus misterios, dice, se cae rápido en el
peligro de entender a Cristo como “un Dios vestido de hombre”. Esto lleva a tomar la Encar-
nación como un episodio transitorio, y por lo mismo como un mito no creíble (B 336). Así para
mucha gente Jesús pasa a ser tenido nada más que como una “idea” para referirse a la acción
de Dios a favor nuestro, sustituible, si fuere conveniente, por otra cualquiera. Esto no es to-
mar en serio la Encarnación que nos exige creer que todo lo humano, con toda su historia, es
asumido definitivamente por el Verbo de Dios y que Dios se expresa y acontece en nuestra
historia. Jesús no es un “mitad dios” que se reviste de humanidad para hacer su trabajo en
la tierra, y que una vez terminado, se desprende de ella y se vuelve al cielo. Esto no sería ser
“verdaderamente hombre”, como lo pide Calcedonia (B 338).
Lo católico es sostener que, sin vuelta atrás, Dios se expresa totalmente y acontece para
siempre en el hombre Jesús que entra y hace historia con nosotros. Esto significa que los mis-
terios particulares de la vida de Jesús sirven no sólo para darnos ejemplo de cómo imitarlo
sino que son lugares reales y concretos de encuentro con Dios, el Infinito que se expresa en
su Palabra: Niño, adorado por los pastores en Belén; carpintero, oculto en Nazaret; profeta
itinerante en Galilea; crucificado en el Gólgota. El Resucitado recoge y lleva consigo toda

Citado como B y página.


1

103
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

la historia de su vida terrestre, quedando así los misterios de su vida siempre presentes y
actuantes para nosotros, como ventanas abiertas al misterio de Dios. La vida del Resucitado
llega a nosotros, seres inmersos en el acontecer histórico, a través de los misterios históricos
de la vida de Jesús. No hay un camino “puramente espiritual” para subir a Dios. Nuestra sal-
vación sigue el camino corporal de la vida y de la carne resucitada de Cristo y no hay otro. No
se puede dar una fe sin historia, sin los acontecimientos de la vida de Jesús. Estos tienen un
significado universal porque la revelación sucede en la historia. La esencia del cristianismo,
su norma moral, su fuerza redentora no consiste en teorías y pensamientos sublimes sobre
Dios y la humanidad sino en la persona y vida concreta de Jesús (B 283–287).
Las consecuencias de esto son muy prácticas. El cristiano en su vida no puede regirse
simplemente por las normas generales de la doctrina y la moral sino por la concreta vida de
Jesús, que es la única norma, la Norma de todas las normas (B 288). La vida de Jesús reluce
y se reparte de formas diferentes en las vidas de los cristianos hasta el punto que podemos
decir que al número de cristianos corresponden otras tanta vidas de Jesús. Cada uno es una
vida de Cristo. (B 368).
Lo mismo vale de los carismas más generales de la historia de la Iglesia y de la vida reli-
giosa: son realizaciones de énfasis diversos de la vida de Cristo y sus misterios. De aquí que
para Ignacio sea tan importante que el que da EE ayude al ejercitante a contemplar a partir
del “verdadero fundamento de la historia” tal como se narra en la Escritura (EE 2. B 297). En
otras palabras, pide Ignacio que la contemplación se base en los misterios de la vida de Jesús
y que desde allí tome vuelo, en la dirección que lo mueva y llame Dios.
No se trata de sólo conocer sino de amar a Jesús. El amor a Jesús exige una relación per-
sonal de absoluta confianza en él, un amor incondicional a él como camino al Dios misterio.
Movidos por el Espíritu, la contemplación de la vida de Jesús nos invita a recorrer, en forma
cada vez más honda, un camino de transformación. Conociendo más íntimamente al Señor,
lo amamos más y nos hacemos disponibles para seguirlo de cerca y ser enviados donde él
quiera servirse de nosotros.
La conducción del Espíritu nos ayuda a una transformación espiritual. A pasar de una
vida de “exigencias” y de querer “estar a la altura” a una vida de interacción humilde, con-
fiada y agradecida con Dios nuestro Padre y con Jesús, en quien vivimos y trabajamos. El
Espíritu es el Consolador, y los signos de la consolación que él nos da son la paz, el ánimo y

104
parte II: segunda semana
LOS MUCHOS MISTERIOS DEL ÚNICO MISTERIO

la alegría. Esto se opone al vivir de imperativos que no vienen de Dios sino de otras fuentes,
como podrían ser la familia, el medio social, la cultura, la Iglesia o alguna corriente espiritual
de moda. Estas cosas pueden ser en sí buenas, pero no son lo que Dios quiere para mí aquí y
en este momento. En el fondo son fabricación nuestra.
El Espíritu de Cristo nos hace pasar de una vida de ansiedad malsana, a una de paz y con-
fianza, como los niños que confían en sus padres; de una vida centrada en la esclavitud del
yo a una vida de libertad interior, que nos mueve a olvidarnos de nosotros mismos y a servir
a los demás. Va borrando en nosotros el egocentrismo y la competitividad, lo que genera en
nosotros la alegría de sabernos distintos y a la vez complementarios. Pasamos del “qué debo
hacer”, dictado por un superego exigente y severo, a la libertad de sabernos conducidos por
Dios y llevados en sus brazos, como lo fue Jesús, llevado en los brazos de María y José, y más
en lo hondo conducido por el Espíritu de Dios.
Si lo dejamos actuar, es el Espíritu Santo quien nos guía en las contemplaciones. A cada
persona le enseña con toques propios y distintos. De aquí la importancia, al preparar los
puntos y hacer el examen de la oración, de estar atentos a sus mociones, luces y atracciones.
Él quiere cincelar en nosotros el rostro de Cristo, pero de mil maneras diferentes. Así va plas-
mando en la Iglesia y el mundo el mosaico del Cristo total, Cabeza y miembros, destinado a
revelar al mundo el poder del amor del Padre.
La contemplación ignaciana surge como respuesta de amor a la mirada de la Trinidad que
quiere redimir y salvar al mundo (EE 102). De aquí que sea una espiritualidad de llamamiento
inmensamente apostólica. Mueve a colaborar con Dios en una gran cristogénesis; es decir,
apunta a ayudar a que Cristo siga naciendo y viviendo los misterios de su vida terrestre de
entonces en nuestro tiempo y en nuestra tierra de ahora. Jesús quiere a través nuestro nacer
de nuevo, pobre entre los pobres, marchar de nuevo al exilio con los millones de refugiados,
volver a predicar en nuestras plazas y campos. Quiere sanar y consolar hoy. Y quiere hacerlo
a través nuestro, que en las contemplaciones nos dejamos contagiar con Sus “modos”, con
Su estilo. Esto es servir al mundo como el Señor nos pide hacerlo. Cristo aún no termina de
nacer. Nace todas las veces que nace un nuevo cristiano, y va creciendo en cada uno de ellos
en la medida que se deja trasformar por él.
A esto alude San Ignacio cuando nos invita a “reflectir para sacar provecho”. No se trata
de sacar provecho tan sólo para mi persona y mi entorno más cercano. Se trata de que mire-

105
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mos también al mundo y a la Iglesia, que está para ser servidora del mundo. Se trata de que
por nuestro creciente conocimiento, amor y seguimiento de Cristo, la Iglesia sea más viva,
más “sacramento”, más signo e instrumento eficaz del amor de Dios; haga más presente al
Señor y así brille con mayor fuerza el rostro del Padre que quiere llamar a todos a la fe. La
contemplación ignaciana es, por eso, eminentemente apostólica.

106
parte II: segunda semana
EL LLAMADO DEL SEÑOR

2. EL LLAMADO DEL SEÑOR

Cuando era niño escuchaba una canción, parte del musical “Rose Marie”, que se lla-
maba “Llamada de amor indio”, cantado a dúo por Nelson Eddie y Jeannette MacDonald. Al
escucharla, recuerdo que me impresionaba mucho una frase en que el indio llamaba a su
amada, ofreciéndose a ser suyo con todo su amor y esperando de ella la misma cosa. Ahí
intuí que vivimos gracias a que alguien nos llama por amor. Experimenté lo mismo, pero
con mucho mayor realismo, profundidad y combate, durante el proceso de madurar y deci-
dir entrar a los jesuitas.
Al preparar este tema del llamado del Señor, con que se inicia la Segunda Semana, estos
recuerdos me hacen pensar que recibir un llamado de Dios y responderle con amor total es lo
que nos constituye como persona creada. Junto con ser puestos en la existencia, somos lla-
mados por nuestro Señor a responderle. Ser criatura es vivir a la escucha del que nos llama,
y responderle con una entrega total. Así somos dichosos.

El marco bíblico de esta contemplación

La Biblia está llena de la idea de que Dios llama a sus criaturas. El Dios de Israel convoca
a su Pueblo llamándolo por su Voz (hakol Jahewh) a formar la “asamblea de los que han sido
llamados” (kahal Jahweh) (Ex 19). A la base del significado de “Pueblo o Asamblea de Dios”,
está el llamado del Señor.
Esto, tan propio de Israel, se mantiene y se profundiza más en la Iglesia de Cristo. Cristo
es un Enviado y a la vez un Llamado por su Padre. Su vida en la tierra fue un saberse enviado
y dar respuesta: a su Padre y a nosotros sus hermanos.
Al darse a sí misma el nombre de ekklesía, “asamblea de los convocados por Dios”, la
primera comunidad de los discípulos de Cristo se reconoce en continuidad con la asamblea
del Sinaí. Estos discípulos saben muy bien que Jesús, en obediencia a la misión recibida del

107
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Padre, los ha convocado por la fuerza del Espíritu de vida para que sean el nuevo “Pueblo de
Dios”, que tiene por Cabeza a Cristo.
Jesús empezó a hacer Iglesia en el tiempo cuando llamó a Pedro y Andrés, a Santiago y
a Juan (Mc 1, 16–20). Y así a los demás que recibieron y acogieron su llamado. Esto lo enten-
dieron ellos muy bien después de Pentecostés, cuando salieron por todas partes a llamar y
hacerle discípulos a su Maestro. La centralidad del anuncio (kerygma) del Crucificado Resu-
citado, celebrado en las asambleas litúrgicas eucarísticas locales, muestra que es Jesucristo,
la Voz del Padre, el que sigue convocando y haciendo a la Iglesia.
La manera más dinámica e interpersonal de pensar la Iglesia es la que está precisamen-
te a la raíz etimológica de la palabra ekklesía. Ésta es la asamblea de los llamados por Dios
Padre por medio de su Voz o Palabra, Jesucristo, que se reúnen por el lazo de amor que es el
Espíritu. Los llamamientos del Resucitado se continúan por el anuncio de la Palabra y por la
presencia eucarística del Resucitado en medio de las comunidades cristianas. Él insufla a la
communio ecclesiarum, a la comunión de las iglesias, su fuerte dinamismo misionero.
En efecto,el término latino communio traduce al griego koinonía, que el Nuevo Testa-
mento lo relaciona con el cuerpo de Cristo crucificado resucitado: “Ese pan que partimos
¿no significa comunión (koinonía) del cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10, 16). Koinonía es, pues,
participación en el Resucitado. Con él y en él agradecer al Padre por todos sus dones y com-
prometerse a seguir anunciando su muerte hasta que él venga.
Communio, antes de querer indicar “unión común de los ánimos”, es por sobre todo un
compromiso y una tarea: el oficio solidario (cum–munus) de recibir y comunicar a Cristo, de
acoger su llamamiento, vivir su vida y comunicarla a los demás.
Esto es muy pertinente para encuadrar bien la contemplación del Llamamiento del Se-
ñor: en ella estamos en la médula del vivir como cristianos.

La contemplación del llamamiento, marco del resto de los EE

Una eclesiología de llamamiento, muy calcada de los evangelios, la encontramos en la


contemplación del Llamamiento del Rey eternal. En ella, después de hacernos imaginar a
Jesús predicando por los pueblos y campos de Galilea, se nos invita a contemplar “a Cristo

108
parte II: segunda semana
EL LLAMADO DEL SEÑOR

nuestro señor, rey eterno, y delante de él todo el universo mundo, al cual y cada uno en par­
ticular llama y dice: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así
entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmi­
go, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE 95).
La respuesta al llamado de Cristo lleva a embarcarse en un combate contra las fuerzas
del mal. En los evangelios esto se ve muy claro en las perícopas de envío de los discípulos
que, como parte de su trabajo por anunciar el reinado de Dios, deben expulsar a los espíritus
inmundos y sanar de enfermedades.
El combate se desarrolla no sólo contra los que “están fuera”, sino también dentro del cír-
culo de los propios discípulos de Jesús y en el corazón de cada uno: las tentaciones de las rique-
zas, de poner la seguridad en los medios que dan poder mundano, el gloriarse en uno mismo.
Esta eclesiología de llamamiento y respuesta se hace en los EE contemplando los misterios
de la vida de Jesús y prestando gran atención a las mociones del Espíritu Santo a fin de discernir
la misión y el puesto en que Jesús quiere que nosotros, sus discípulos y seguidores, estemos
junto a él. Así nos ayuda a mantener los ojos del corazón fijos en Cristo, deseosos de conocerlo
y amarlo siempre más, atentos a que el Espíritu nos configure más a él, sensibles a reconocerlo
y servirlo en todos los hombres y mujeres, especialmente en los más pobres y desfigurados.
Porque buscamos la guía del Espíritu, fuente de la libertad y la esperanza, nos mantene-
mos alegres y esperanzados de que en el combate entre la luz y las tinieblas es la Luz la que
vence; reconciliados, por tanto, con este mundo en que hoy nos toca vivir, el cual pese a que a
veces lo sintamos como Babilonia, lleva ya dentro de sí los rasgos y destellos de la Jerusalén ce-
lestial… Es sólo cosa que trabajemos con el Señor y que nuestra esperanza nunca desfallezca.

La parábola en el contexto político y cultural de la época de Ignacio

Desde la reconquista de Granada por los Reyes Católicos, Europa entera respiró el am-
biente de la Gran Cruzada. Una alianza de España, Portugal, Inglaterra y Austria pretendía
conducir sus ejércitos y sus naves para reconquistar Tierra Santa y llegar hasta las riberas del
río Indus. Los musulmanes, vencidos, reconocerían que el Dios de los cristianos es el verda-
dero Dios y se convertirían a Cristo. Así se restablecería la paz y la unidad de la fe.

109
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Ignacio en Castilla respiró desde muchacho este ideal y vibró con este proyecto. En rea-
lidad, lo mantuvo toda su vida. Como General de la Compañía en Roma, recordaba a Papas y
emperadores que lo pusieran en práctica y hasta estuvo calculando el número de naves y de
soldados que se necesitarían para realizarlo. En cuanto a los jesuitas, dispone que su voto de
obediencia incluya el ir a misionar a los turcos, o sea a las tierras donde debiera enviarse la
Gran Cruzada, cosa que según el derecho canónico de esa época quedaba fuera del ámbito
de la obediencia.
La estructura social del medioevo facilitaba este sueño. Existía el rey, por derecho divino,
y a él se sujetaban y servían los nobles caballeros. En una ceremonia litúrgica realizada en la
Torre del Homenaje, el caballero prestaba el juramento de acudir a las empresas a que el rey lo
llamase. El rey marchaba en primera fila al combate y la relación al rey era de respeto, venera-
ción, compañerismo en los trabajos, lucha codo a codo, vivir juntos las batallas y las victorias.

El punto de la parábola

Está en la suma de los siguientes elementos: 1°) El rey es por elección divina y a él “ha­
cen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos los hombres cristianos” (EE 92). 2°) Se
trata de una causa justa y grande. 3°) El rey es “liberal y humano”: va primero, tiene igualdad
de trato con los súbditos, en los trabajos y en la victoria (93). 4°) Por esto, todo súbdito noble
y bueno dará una respuesta liberal y generosa.

La figura del Cristo que llama

No es la del rey de la parábola, sino la del Jesús de los Evangelios, que recorre incansable
las aldeas, ciudades y campos de Galilea. Está pintada en la composición de lugar (EE 91)
y responde a la figura de Jesús de los sinópticos (Mt 4, 24; Mc 1 y 2). Es el Jesús misionero
itinerante del Padre, que en el alma de Ignacio dio origen a la espiritualidad apostólica del
seguimiento del Cristo que anuncia y sana, pobre, humilde y no tomado en cuenta, como se
pide en la oblación del coloquio final (98).

110
parte II: segunda semana
EL LLAMADO DEL SEÑOR

Su llamado

A diferencia del rey temporal, que quiere conquistar “toda la tierra de infieles”, Cristo
tiene delante suyo “todo el universo mundo” y a todos busca conquistar. Mientras el primero
llama sólo a sus caballeros para que participen en su campaña, Cristo “llama a todos y a cada
uno en particular” (95). El objeto del llamado es, como el del Jesús de los sinópticos (EE 91),
anunciar de palabra y con hechos el reinado del Padre en el mundo. Sus armas no son la lan-
zas y las guerras, sino las que emplea Jesús en sus recorridos por Galilea: salir al encuentro
de la gente donde ellos están, acercarse a sus pobrezas y enfermedades y buscarles remedio,
cercanía a los pecadores, acoger sus necesidades, estilo humilde y respetuoso y por nada
imperioso y prepotente, aceptar las durezas y persecuciones que entraña el ser fiel a Dios.
Es patente la grandeza de esta empresa, que supera todas las empresas y las fuerzas
humanas. Ante tanta grandeza podemos acobardarnos y hacernos los sordos. De aquí la pe-
tición, que encierra el fruto que queremos alcanzar. Pedimos “instantemente” (= con fuerza
e insistencia) a Dios nuestro Señor la gracia que quiero; es decir, la de “no ser sordo a su
llamamiento sino prestos y diligentes para cumplir su santísima voluntad” (91). Es una gracia
grande. Acogerla, es darle pleno sentido a nuestra vida. Ayudar a otros a que la reciban, es
ponerlos en el camino de la verdadera felicidad.

La respuesta

La respuesta al llamado del Señor admite grados. Desde luego, porque él jamás im-
pone que lo sigan: invita. Los evangelios nos narran en repetidas ocasiones este estilo de
Jesús: “si quieres…”.
Para Ignacio resulta claro que todos los de corazón bien dispuesto aceptarán su llamado
y se ofrecerán a trabajar con él. Esto no está en discusión para un cristiano de corazón leal y
generoso. En el lenguaje de la parábola, quien no lo hiciera “sería digno de ser vituperado por
todo el mundo y tenido por perverso caballero” (94).
Pero hay seguidores suyos a los que el Señor invita a más: a que lo sigan más de
cerca suyo, en los puestos de mayor peligro, donde se hace mayor bien. Se habla de “los

111
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal”.
“Afectarse” es “unirse” por el amor, que es “la fuerza que lleva a unirse y apegarse a la
persona amada” (Pseudo Dionisio, Sto Tomás). Un amor fuerte lleva a siempre mayor unión
y servicio, a una generosidad total.
La respuesta de “mayor estima y momento” (=peso, importancia) marca el paso de lo
debido en justicia al paso del amor que sobrepasa todo límite contractual. Es propio del
amor caminar junto al amado sin hacer caso de los peligros. Dentro del contexto de esta
contemplación, pedimos que el Señor nos de un amor loco a él y a trabajar con él por el
reino del Padre Dios.
Hay en esto una gradación: primero, lo pedimos con insistencia (91 y 97); segundo, cuan-
do sentimos que nuestra petición ha sido acogida, nos ofrecemos con un desprendimiento
radical: a pobreza espiritual y —si él lo pidiere— también a pobreza actual y a acudir a los lu-
gares de peligro donde más llegan las balas de las injurias y vituperio; tercero, nos quedamos
esperando humildemente a que el Señor nos muestre en qué vida y estado nos quiere elegir
y recibir (98). Esta concreción se irá haciendo en el resto de la Segunda Semana de los EE.
Los trabajos por el Reino son la concreción del amor–amistad en el seguimiento de Cris-
to. Las injurias y vituperios son la señal de que estamos viviendo al estilo suyo, en un mundo
que no tiene oídos y se defiende contra el modo de proceder del evangelio.
La confianza de haber sido y seguir siendo llamados por el Señor es la fuerza que nos
sostiene y lleva adelante en todos los obstáculos y negruras de la vida. No es una “fuerza
impersonal” sino es el estar en sus brazos, compartiendo él la parte más pesada del yugo
que llevamos juntos.
Para cultivar esta entrega generosa se recomienda leer los Evangelios y Vidas de San-
tos (100).

112
parte II: segunda semana
LOS SENTIDOS DE LA ESCRITURA

3. LOS SENTIDOS DE LA ESCRITURA

San Ignacio pide al que da EE que “narre fielmente la historia” de la meditación o con-
templación que propone, señalando los puntos “con breve o sumaria declaración” (Anot. 2).
En la lista de los “Misterios de la vida de Cristo”, practica él mismo este consejo, sintetizando
el pasaje en tres puntos muy claros, escribiendo en cursiva las palabras textuales del Evange-
lio. Su concisión contrasta con los muy largos desarrollos de cada escena de los evangelios
que hace Ludolfo de Sajonia, en los cuatro grandes tomos de la Vida de Cristo, que leyó Igna-
cio con tanto interés y provecho.
Al dar los EE hemos de tender a esta sobriedad, aunque a veces por el bien del ejerci-
tante debamos extendernos algo más. El esquema de las meditaciones y contemplaciones se
presta para ello: oración preparatoria, historia, contemplación de lugar, petición que encierra
el fruto esperado, los tres puntos, el coloquio. ¿Cómo ayudar al ejercitante a partir desde “el
fundamento verdadero de la historia”? Ignacio sugiere varias maneras.
1) La composición de lugar. En la Vida de Cristo de Ludolfo, Ignacio pudo ver que en casi
todos los capítulos, recurriendo a relatos de peregrinos a Tierra Santa, se hace una referencia
que sitúa el tema en lo geográfico y el ambiente de la época. Esto facilita que nos hagamos
presentes en el misterio contemplado. Ignacio nos invita a hacerlo cuando dice: “Ver la casa
y aposentos de Nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea” (103);
“ver el camino desde Nazaret a Belén…” (112). A veces un mapa puede ayudar más que las
fotografías de la actual Palestina, porque hoy todo está muy cambiado.
2) Explicar el género literario. El Concilio Vaticano II dice que para conocer el sentido de
un texto de la Biblia hay que tener en cuenta los géneros literarios “pues la verdad se presen­
ta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o
poéticos o en otros géneros literarios” (DV 12). La Iglesia sabe que hay muchas maneras de
interpretar el sentido de las Escrituras: sentido literal (p.e. Jesús subió a la barca, fue a Jeru-
salén), sentido metafórico (p.e. “Yo soy el pan de vida”), sentido parabólico (grano de mos-
taza), alegórico (Jn 15, 8: la vid y los sarmientos). Una breve alusión a esto, dicha en palabras

113
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

simples, puede ahorrarle al ejercitante dudas desgastantes y dirigirlo hacia el encuentro con
Dios en Cristo, su Palabra, que es lo central. Tener en cuenta esto libera de falsos problemas
y ayuda a la oración.
3) Buen manejo de la Escritura. Para esto, el que da EE ha de estar bien fundado en la
Sagrada Escritura, tener en cuenta su unidad, la Tradición viva de toda la Iglesia y la conca-
tenación de las verdades que enseña. La unidad de la fe descansa en Cristo, que es la clave
de lectura para interpretar la Biblia entera. Todos los sentidos de la Escritura conducen final-
mente al sentido cristológico, ya que todo viene del Padre por medio de Cristo, todo en él
descansa y a él se dirige (Col 1, 15–20); él reúne todo hasta que entregue todo al Padre (1 Cor
15, 27–28; Col 1, 20; Ef 1, 10).
4) Ser creativos. La lectura de la Biblia desde el Cristo pascual nos proyecta al Cristo
total, Cabeza y miembros, y por tanto al hoy de nuestras vidas. Los mismos Ejercicios nos
enseñan a que seamos creativos tomando imágenes del mundo en que hoy vivimos. La con-
templación del Llamamiento del Rey eternal se hace contra el trasfondo de esa época, en que
los reyes de la entonces cristiandad hacían un llamado a sus súbditos “a conquistar toda la
tierra de infieles”. La meditación de los Binarios, con sus diez mil ducados, era lenguaje muy
decidor a la gente de aquella época en que el capitalismo y la banca empezaban a dominar
los intereses de comerciantes y reyes. La creatividad no consiste en decir cosas raras y se va
adquiriendo de a poco.
5) Orar desde la Palabra. Los textos bíblicos nos han de llevar a la oración, al diálogo,
al coloquio: “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus pa­
labras” (San Ambrosio). A esto apunta la anotación 2ª de los EE: a que discurriendo con la
propia inteligencia e iluminados con la fuerza y luz divina, entremos en una comunicación
más intensa, gustosa con él, que produzca fruto. No se trata de hacer una prolija exégesis
científica; pero tampoco de orar desde desvaríos poco sólidos.
6) Sentido comunitario. La espiritualidad cristiana es muy comunitaria. Nos baste re-
cordar el “Padre Nuestro”. Los salmos de la Biblia nos muestran que junto a las plegarias de
todo el pueblo, hay lugar también para la oración del individuo: del afligido, del pecador que
gime por el perdón, del que se extasía contemplando a Dios en sus obras. También los Ejer-
cicios nos mueven a orar en singular y en plural, por mí y por los demás. Cuando el Principio
y Fundamento habla del “hombre es creado”, se refiere a todo el género humano. Lo mismo,

114
parte II: segunda semana
LOS SENTIDOS DE LA ESCRITURA

las grandes meditaciones ignacianas del “Llamamiento” y las “Banderas”. Recordar al ejerci-
tante que no descuide esta dimensión comunitaria. Apoyándose en sus lecturas de la Vida de
Cristo, que así lo hace, Ignacio entiende el “reflectir para sacar provecho” como un desafío a
que el ejercitante se pregunte: ¿Cómo hacer para que este misterio de la vida de Cristo que
he contemplado sea mejor vivido hoy en la Iglesia?

115
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

4. CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS


DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

Las contemplaciones de los “misterios” de la infancia y vida oculta del Señor que San
Ignacio propone contemplar durante los que llama el segundo y el tercer día de la Segunda
Semana son varios. En total propone once “misterios” (262–272) para quienes quieran alar-
gar la contemplación de la vida oculta. Pero antes de entrar digamos unas palabras sobre la
contemplación como fuerza dinamizadora del amor y del seguimiento de Cristo:

¿Qué es contemplar y qué produce?

Los padres de familia saben lo importante que es contemplar a sus hijos para quererlos
más y mejor... Lo mismo pasa con los enamorados… El amor crece con el contacto, la cercanía,
el mirarse, escucharse, estar atentos al otro. De esto mismo se trata en las contemplaciones
de los Ejercicios. Tras el “Llamamiento del Rey”, San Ignacio nos abre a las contemplaciones
haciéndonos contemplar al Dios Trino que nos contempla. Nos hace tomar conciencia de la
realidad más honda de nuestra existencia: que la Santísima Trinidad nos crea y nos con-
templa con amor desde siempre y para siempre. Dios es el primero en contemplarnos, es el
gran contemplativo… Y ese Dios Trino que nos contempla quiere también ser contemplado en
forma personal; y no sólo en la naturaleza, lo que ya es una maravilla… Quiere que podamos
contemplarlo personalmente para llenarnos de su gozo. Y para que eso sea posible envía a su
Hijo a hacerse hombre para que en él podamos verlo y contemplarlo.
San Juan, el discípulo amado lo comprendió así y en su primera carta dice:

“…les escribimos a ustedes acerca de aquel que ya existía desde el principio, de


lo que le hemos oído y de lo que hemos visto con nuestros propios ojos. Porque lo
hemos visto y lo hemos tocado con nuestras manos. Se trata de la Palabra de vida…
(que) se manifestó; nosotros la contemplamos y damos testimonio de ella, y les anun­

116
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

ciamos a ustedes esta vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos ha manifesta­
do” (1 Juan 1, 1–4).

De esto se trata en las contemplaciones, por ahí va la cosa. San Juan contempló a Jesús
en acción; lo miró, lo escuchó, lo tocó, se dejó invitar por él, transformar por él; lo acompañó
a lo largo de su vida pública y así fue conociéndolo más íntimamente, amándolo más tierna-
mente y eso lo llevó a ponerse al servicio del Reino del Padre más fielmente y con el corazón
lleno de alegría.
En las contemplaciones del mes de EE se trata de que nosotros hagamos lo que hicieron
los apóstoles: escucharlo, mirarlo, tocarlo y gustar de estar con el Señor. Y hacerlo con ese
criterio que aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Acompañarlo durante todo el
tiempo que el Señor Jesús estuvo entre nosotros… para que sea, junto con nosotros, testigo
de que Jesús resucitó” (Hechos 1, 21–22).
Se trata de un tipo de oración de larga tradición en la Iglesia. La Vita Christi de Ludolfo
de Sajonia, que leyó Ignacio durante su recuperación en Loyola, va comentando, versículo
a versículo, los textos evangélicos de la vida del Señor y también va incluyendo una muy
buena recopilación de lo que los santos Padres de la Iglesia vivieron y escribieron contem-
plando esos pasajes del Evangelio. Esta experiencia vivida por Ignacio en sus propios Ejer-
cicios lo fue transformando; y es lo que nos invita a experimentar en nuestros Ejercicios:
contemplar a Jesús desde su concepción y nacimiento y a lo largo de toda su vida, hasta su
muerte y resurrección. Porque sólo así podremos conocerlo mejor y dejarnos contagiar con
su forma de ser y de amar, porque él vino a mostrarnos a Dios y a mostrarnos al hombre en
su plenitud.
Sólo contemplándolo a él podrá su Espíritu de Resucitado enamorarnos y hacer de noso-
tros verdaderos discípulos y testigos suyos en este mundo nuestro. Así nos puede dinamizar
para seguirlo de cerca en su trabajar por el reinado del Padre aquí y a lo largo de toda nuestra
vida. Contemplarlo puede ir cambiando nuestros corazones a imagen del corazón de Jesús,
puede llenarnos de gozo y hacernos interiorizar los criterios de Jesús.

117
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La contemplación en los EE

La contemplación es la forma de oración más frecuente de los EE. En la Segunda, Ter-


cera y Cuarta Semanas, San Ignacio expone al ejercitante a muchísimas horas de contem-
plación de Jesús y María en los Evangelios. Se trata de una forma de oración menos dis-
cursiva que la meditación, más intuitiva y cordial, que busca dejarse tocar afectivamente
hasta las capas más íntimas del ser por los “misterios” = “fuerzas salvíficas” de la vida de
Jesús. Se trata de una forma de oración que parte por descentrarnos de nosotros mismos
para mirar a Jesús e intentar conocerlo, comprenderlo y dejarse impregnar por las fuerzas
vitales que emanan de su persona. Son largas horas centradas en contemplar a Jesús que
el Espíritu Santo puede y quiere aprovechar para ir dibujando, como con un rayo laser, los
rasgos de ese Jesús contemplado en nuestros corazones.
Cada día se ha de contemplar dos misterios y se ha de hacer dos repeticiones de ellos,
más la aplicación de sentidos. Es muy importante no moralizar en las contemplaciones, por-
que si lo hacemos dejaremos de mirar, escuchar y centrarnos en el Señor para centrarnos en
nosotros mismos y comenzar a reflexionar en otras cosas que pueden distraernos de él.
 el Primer Día (EE 101) se contempla la Encarnación y el Nacimiento, con dos repeticio-
nes y el traer de los sentidos (EE 101–126; Lc 1 y 2).
 el Segundo Día (EE 132) abarca La Presentación de Jesús en el Templo (EE 268, Lc 2,
22–39) y La huida como en destierro a Egipto (EE 269 y 270, Mt 2, 13–23).
 el Tercer Día (EE 134) abarca “Cómo el niño Jesús era obediente a sus padres en Na­
zareth” (Lc 2, 39–40) y contiene la ida de Jesús al Templo cuando tenía doce años de edad
(EE 272, Lc 2, 41–50) y la vida de Jesús creciendo en Nazareth desde los doce años hasta los
treinta (EE 271, Lc 2, 51–52 y Mc 6, 3).
San Ignacio nos invita a contemplar “misterios” en el sentido bíblico de la palabra. Vea-
mos qué significa el “misterio” en el AT y en el NT:
En el Antiguo Testamento el “misterio” se refiere a los secretos de Dios, a la revelación
de los designios salvíficos que va realizando Dios en la historia humana del pueblo de Israel.
La palabra “misterio” tiene, como trasfondo, el vocablo arameo raz, que designa una “cosa
secreta”. En el libro de Daniel se habla de secretos divinos que están inscritos en el cielo y
que se cumplirán de forma infalible y que Dios puede revelarlos en sueños, en visiones o por

118
parte II: segunda semana
LA CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

LA CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

intermedio de ángeles. Lo que así se revela son sus juicios que son el preludio de la salvación,
que es el gran misterio de Dios.
En el Nuevo Testamento la palabra “misterio” es ya un término teológico. Aparece sólo
una vez en los Evangelios, en Mc 4, 11, en una respuesta de Jesús a sus discípulos que lo
interrogan sobre el sentido de la parábola del sembrador. Allí Jesús les dice que no a todos;
sólo a sus discípulos les “es dado el misterio” de los designios de Dios y de su Reino. En San
Pablo esta palabra abre un resquicio al infinito porque el objeto que designa es el Evangelio =
la Buena Noticia de la realización de la salvación por la muerte y resurrección de Cristo Jesús,
que es un secreto divino, inaccesible a la inteligencia humana fuera de la revelación. Por eso
es escándalo para los judíos y locura para los griegos, pero fuerza y sabiduría de Dios para
los que creen, 1 Cor 1, 22–25. Se trata del Misterio de la incomprensible sabiduría divina que
aparece en forma de cánticos de alabanza en Efesios 1, 3–14; Col 1, 15–20; Heb 1, 1–4.
Para los cristianos, por siglos y siglos, los “misterios” de la vida de Cristo han sido la
fuerza espiritual que nos transforma. Y San Ignacio en los EE nos propone, por muchísimos
días, ponernos a contemplar esos misterios porque está seguro, por experiencia propia, que
pueden lograr que dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine e impulse a encontrarnos en
forma más profunda e íntima con Jesús, para reconocerlo como nuestro “Señor”, para querer
entregarle nuestra vida y trabajar con él por el reinado del Padre en nuestro mundo y en la
historia que vayamos construyendo.
En esta etapa del recorrido de los EE se trata de contemplaciones de Misterios de la
infancia, niñez y vida oculta, iluminados desde textos bíblicos tomados de los Evangelios de
San Lucas y San Mateo, que son los únicos evangelistas que hablan de la encarnación, infan-
cia, niñez y crecimiento de Jesús. Y lo que cuentan es muy diferente… Tan diferente que se
percibe tras ellos fuentes y testimonios que aportan miradas con diversa preocupación. Es-
tas diversas miradas pueden ampliar nuestro conocimiento interno acerca de quién es Jesús
y pueden complementarse, aunque John P. Meier diga que se necesita hacer piruetas para
ello… Es importante darse cuenta de que lo que aparece como central en ambos Evangelios
de la infancia es la presencia del Espíritu Santo en todos los acontecimientos que se están
relatando, aunque provengan de fuentes diferentes.
En una primera síntesis podríamos decir que San Lucas nos transmite en su Evangelio
de la Infancia las reflexiones de María, recopiladas por la primitiva Iglesia de Jerusalén, de la

119
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

cual ella fue miembro importante tras la resurrección (Hechos 1, 12–14). Para dar testimonio
de esto repite en sus relatos: “María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los
meditaba en su corazón” (Lc 2, 19), y “su madre conservaba cuidadosamente todos estos
recuerdos en su corazón” (Lc 2, 51–52). También Lucas, a través de su Genealogía, quiere
afirmar que Jesús viene a salvar a toda la humanidad ya que lo vincula no sólo a David y luego
a Abraham, sino que llega hasta Adán y Dios (Lc 3, 23–37).
San Mateo, en cambio, centra su relato en mostrar que en Jesús se cumplen los anuncios
proféticos sobre el Mesías ungido por Dios para salvar al pueblo de Israel y para esto en cada
episodio repite que esto sucede “para que se cumpliesen” los oráculos de los profetas, o las
Escrituras. Su Evangelio de la infancia está más centrado en la figura de José, que es quien
se comunica con el Ángel que le habla en sueños de parte de Dios. Y su genealogía comienza
con Abraham y termina en José que es el descendiente de la familia real de David a quien
Jahvé prometió que de su descendencia vendría el salvador definitivo. Mateo quiere aclarar
también que la vida de Jesús demuestra que es el nuevo Moisés anunciado por las Escrituras
para salvar definitivamente al pueblo de Israel de sus esclavitudes por medio de una Nueva
Alianza. Las fuentes tras estos dos capítulos parecen provenir de testimonios atesorados por
una comunidad de origen judío, tal vez de Belén mismo, que transmite lo que más puede
mover a sus miembros para creer que Jesús es el Mesías prometido.

Reflexiones generales de estos misterios

 San Ireneo, con su fuerte convicción de que Jesucristo para salvarnos debía recapitular
en sí todas las cosas, afirma que recapituló en sí todas las edades, haciéndose infante (= el
que no habla) con los bebés, niño con los niños, adolescente con las adolescentes, joven con
los jóvenes y mayor con los mayores (senior cum senioribus). Al pasar por cada edad, Jesús la
hace suya y la santifica para que nosotros nos santifiquemos en ella; y a la vez nos da ejemplo
de cómo vivirla. Es un pensamiento fecundo, en la línea de lo que hemos ya planteado sobre
los misterios de la vida de Jesús.
 La buena noticia Dios la hace llegar en primer lugar a los más pobres y a través de ellos
a los demás integrantes del Pueblo de Israel. En los pobres —como ser los pastores— San

120
parte II: segunda semana
LA CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

LA CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS DE LA VIDA OCULTA DE JESÚS

Lucas destaca actitudes propias de los discípulos de Jesús: vigilan, escuchan, creen los anun-
cios, reconocen a Dios en la pobreza, se alegran, adoran y anuncian a otros la Buena Noticia,
Lc 2,8–20. (EE 265).
 Más allá de Israel, la buena noticia Dios la hace llegar también a los paganos, repre-
sentados por los reyes magos, que sin ser ni reyes ni magos, son sabios de países lejanos
tocados por la acción del Espíritu Santo. Ellos representan el antiguo sueño de los profetas
sobre la peregrinación de los gentiles que acuden en tropel atraídos por la luz de Dios que
irradia Israel cuando, como pueblo escogido y bendecido, se convierte de corazón a su Señor
(Isaías 60 y Ezequiel 36). Mt 2, 1–12. (EE 267).
 La consagración de Jesús a Dios su Padre por los misterios de la Circuncisión y la impo-
sición del Nombre de Jesús (Lc2,1–12) y la presentación al Templo (Lc 2,21–38) (EE 266 y 268)
muestran lo de San Pablo “nacido bajo la Ley” (Gal 4, 4) y señalan la unidad dinámica entre
la Antigua y la Nueva Alianza.
 El exilio a Egipto muestra a Jesús como el nuevo Moisés: al igual que el Pueblo de Israel
también Jesús va al exilio y regresa. Es él quien salvará al Nuevo Pueblo de Dios, Mt 2, 13–23.
(EE 269 y 270).
 Los largos y callados años de Nazaret muestran el valor que concede Dios a los tiem-
pos normales de la vida: al tiempo que necesita el niño para crecer y superar etapas propias
del pertenecer a una comunidad. La importancia que concede Dios a la familia, a los tiempos
vividos en familia, a la oración, la obediencia, el trabajo y la sencillez de vida à Lc 2, 39–40.
(EE 268).
 Estos “misterios” son muy profundos, tanto a nivel personal espiritual como a nivel de
su potencia salvífica para trabajar con Jesús por el reinado del Padre en nuestro mundo y en
la historia que vamos construyendo. Es bueno ser fiel a lo que San Ignacio recomienda de ir
tomándolos de a poco, y haciendo las repeticiones y la aplicación de sentidos.

121
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

5. CONTEMPLACIÓN DE LA ENCARNACIÓN (EE 101–109)

La Encarnación en la vida de Ignacio

Este misterio ocupa un lugar muy importante en la vivencia espiritual de Ignacio. Recor-
demos sólo la vela de armas en Montserrat, en la capilla de Nuestra Señora durante la noche
del 24 al 25 de marzo de 1522, donde abandonó su antigua caballería e inició la nueva de pe-
regrino pobre al servicio de Cristo pobre. Otra manifestación de esto mismo es la devoción de
Ignacio y sus compañeros a la casa de Loreto, en la costa adriática de Italia, que en la leyenda
medieval fue la casa de María en Nazaret, donde ella recibió el anuncio del arcángel Gabriel y
Dios realizó en ella la encarnación de su Hijo.

La historia del misterio

San Ignacio nos lleva a contemplar la encarnación partiendo de la Trinidad que mira el
mundo buscando su salvación. Es el modo como lo hace San Pablo en la carta a los Gálatas
que dice que “cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, na­
cido bajo la ley de Moisés” (4, 4). Los tiempos debieron colmarse hasta llegar a la “plenitud
de los tiempos”. Esta misma idea, pero con categorías levemente diferentes, la encontramos
en Efesios 1, 3–14.
Pero, más allá de San Pablo, una mirada atenta a la Biblia nos muestra que toda ella
está transida de la espera de que Dios envíe a su Mesías para la salvación de Israel, y por su
medio, de los demás pueblos. Y que esta salvación o reinar de Dios se concreta en la venida
del Hijo que nace de María. Esta es la perspectiva general en que nos coloca Ignacio para
contemplar la Encarnación.
La mirada de la Trinidad al mundo tiene una larga historia. De hecho, hay textos bíblicos
que la retrotraen hasta “antes de la creación del mundo” (Ef 1, 4). Fue antecedida de una larga

122
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ENCARNACIÓN

preparación por medio de las diversas alianzas, la elección de un Pueblo, los profetas. Ireneo
habla de una “lenta maturatio”, del modo divino de ir madurando lentamente las cosas.
La contemplación mira, pues, la realidad universal, apunta a hacer el bien a todos los
hombres. Las tres personas dividas miran “toda la planicie o redondez de todo el mundo”
y deciden “salvar el género humano” (102). Todo respira a teología paulina y lucana de “la
plenitud de los tiempos”. Es una perspectiva trinitaria y cósmica.
Observemos en el texto ignaciano la frecuencia del verbo “mirar” y “ver” (102–108). De
esa mirada de la Trinidad proviene la contemplación ignaciana: “ver las personas… mirar lo
que hacen”. Uniéndonos a esa mirada de la Trinidad es que nosotros contemplamos. Al Su-
perior de la Compañía Ignacio pide que “tenga mucho miramiento en las misiones que hace
para que… se haga siempre lo que es a mayor servicio divino y bien universal” (Const. 618).
También, nosotros hemos de abrir los ojos del corazón al mundo para ver dónde quiere estar
naciendo hoy el Señor.
El relato de Lucas sobre la Anunciación se ciñe al género literario bíblico de los anuncios
del cielo por medio de ángeles y está lleno de referencias implícitas a esperanzas mesiánicas
del Antiguo Testamento. El diálogo de Gabriel con María acentúa que la encarnación es libre
iniciativa del Dios de Israel, siempre fiel a sus promesas, y a la vez que Dios requiere de parte
nuestra la libre aceptación de sus propuestas salvíficas.

El título de “Nuestra Señora”

Es el modo preferido de Ignacio de referirse a María. Tiene como sustrato natural el ho-
rizonte caballeresco de Ignacio. Recordemos que su juventud la pasó en la corte de Castilla
durante el reinado de Fernando e Isabel, y que aún estaba el recuerdo de la reina cabalgando
con su esposo a combatir los moros en Granada. Pero ese horizonte está sublimado crística-
mente al referirlo a María. La ve junto a Cristo, nuestro Señor, trabajando ella muy activamen-
te en extender el Reino del Padre. En la empresa de todas las empresas, la del Reino, María es
la persona más activa después de Cristo, siempre en él, con él y para él. Para Nuestra Señora
reinar es trabajar con Cristo por el reinado del Padre. También nosotros trabajamos con Cris-
to, nuestro Rey eternal.

123
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La petición

Se trata de eso tan originalmente evangélico de “seguir a Jesús” en respuesta al llamado


que él hizo a los discípulos y que, a través de los Ejercicios, continúa haciendo hoy: “Sígan-
me”. El conocer lleva a “estar el uno en el otro y de ahí a trabajar por lo mismo”. ¿Seguir o
imitar a Cristo? Es falsa disyuntiva. Ignacio usa las dos (109).

La actualización en el hoy de los misterios de la vida de Cristo

Ignacio invita a contemplar a Cristo “ansí nuevamente encarnado” (109). Toda la “Vida
de Cristo” de Ludolfo de Sajonia está llena de esta idea tan querida a la patrística y a la teo-
logía medioeval: “Cristo todavía no termina de nacer; él nace cada vez que alguien se hace
cristiano” (Elipando de Toledo, s. VIII, citado por H. de Lubac, Catolicismo p. 95, n. 73). El
“reflectir para sacar provecho” tiene mucho que ver con el cómo actualizar en nosotros tal o
cual misterio de la vida de Jesucristo, de María, de los apóstoles. El mundo necesita a Dios
sin conocerlo. La encarnación es el encuentro de dos necesitados de amor: Dios del hombre
y el hombre de Dios. Y ese misterio de amor necesitado sigue todavía y seguirá hasta el final
de los tiempos.

Sacar provecho

La contemplación ignaciana es marcadamente apostólica. Las tres actividades del con-


templar —ver las personas, advertir lo que hablan, mirar y considerar lo que hacen (114–
116)— desembocan en el “reflectir para sacar provecho”. Según lo ya dicho, la contempla-
ción se dirige fundamentalmente a que Cristo nazca hoy en nosotros y en nuestro mundo; a
cristificarnos y cristificar a otros y toda la realidad. La contemplación ignaciana es una gran
cristogénesis. Es inmensamente apostólica.

124
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ENCARNACIÓN

Textos de Ludolfo

El convaleciente de Loyola leyó en la Vida de Cristo muchos textos que, sin duda, le
sirvieron para aprender a contemplar. Más tarde, en las “Reglas para sentir en la Iglesia”, Ig-
nacio alaba a “los doctores positivos”, porque “mueven más los afectos para en todo amar y
servir a Dios nuestro Señor”. Pero alaba también a “los doctores escolásticos”, porque “defi­
nen y declaran para nuestros tiempos las cosas necesarias a la salud eterna” (EE 363). El libro
de Ludolfo cita abundantemente a doctores de estas dos clases. A continuación, presento
algunos textos de los primeros.

La Trinidad aguarda expectante

“La Trinidad está esperando la respuesta de esta hija singular, contemplándola,


oyendo sus palabras. ¡Oh, qué casita, donde está Dios y se realizan tales cosas! Aun­
que la santa Trinidad esté en todas partes, debes meditar que está ahora ahí de algún
modo singular, por razón de la obra singular que realiza.
“Mira también cómo ella se mantiene temerosa y humilde, con el rostro vergonzo­
so, como sorprendida de improviso por el ángel con sus palabras. No se exalta, ni se
tiene por más. Oye cosas tan grandes sobre sí, como nunca se dijeron a nadie. Y todo
lo atribuye a la gracia divina.
“El ángel, cumplido ya su oficio de embajador, espera la respuesta de la virgen.
Dice san Bernardo: “Oíste, Virgen, que concebirás. Oíste que no por un hombre, sino
por el Espíritu Santo. Espera el ángel tu respuesta, porque es tiempo ya de volverse
a Dios que le envió. Esperamos también nosotros, Señora, la palabra de tu piedad,
pues la sentencia de condenación nos oprime. Mira, se te ofrece el precio de nuestra
salvación. Si consientes, al momento somos liberados... Todo el mundo lo espera,
arrodillado a tus pies. ¡Responde, Señora, la palabra que esperan la tierra, el cielo,
los infiernos! Responde la palabra y recibe a la Palabra. Da la tuya y recibe la divina.
Pronuncia la transitoria y abraza la eterna”.

125
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Las bodas divinas

La mirada de la Trinidad reúne todas las alianzas anteriores, desde el comienzo de la


creación, pasando por Noé, Abrahám, Moisés y los profetas, y las lleva a su culminación en
la Encarnación y la Pascua del Hijo de Dios. El carácter nupcial de esta alianza es enfatizado
por Ludolfo:

“Gabriel, una vez cumplido su oficio de embajada, se inclinó reverente y se des­


pidió de la Señora. “Se retiró de ella el ángel” (Lc 1,38). Desapareció, lleno de gozo
exultante, pues llevaba a Dios respuesta afirmativa. Había llegado el esposo; se apar­
tó el padrino de bodas; dejando al esposo en la habitación santísima de la esposa,
realizado el matrimonio. Se retiró de ella el ángel, pero quedó con ella el Rey de los
ángeles, el Hijo de Dios... Se apartó, cumplido su anuncio, y volvió a la patria”.

Hoy es la fiesta de Dios

“Contando esto el ángel, hubo allá (en el cielo) una fiesta nueva, un gozo y exul­
tación muy grande… Nunca hasta entonces había habido tal solemnidad. Hoy es la
fiesta de Dios Padre, que hizo las bodas de su Hijo desposándole con la naturaleza hu­
mana. Hoy es la boda del Hijo de Dios en el seno. Hoy es la fiesta de nuestra gloriosa
Señora, que el Padre elevó a hija, el Hijo a madre, el Espíritu Santo a esposa suya. Hoy
es la fiesta de toda la corte celestial, porque empieza su restauración. Hoy es, mucho
más, la fiesta de la naturaleza humana, porque empieza su salvación, su redención y
reconciliación. Hoy fue sublimada y deificada”.

Alabanzas a María

Es propio de la contemplación darle prioridad a los afectos. A esto llevan las repeticiones
y la aplicación de sentidos. La alabanza a María la comenzó Isabel, allá en la región montaño-
sa de Judea, al ser visitada por su prima. Ludolfo recoge hermosos testimonios de alabanzas
a María, como el de San Anselmo que, escribiendo a su hermana, dice:

126
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ENCARNACIÓN

“En primer lugar, entrando con María en su habitación, despliega los libros en
que se anuncia la profecía de la venida de Cristo y el parto de la Virgen. Aguarda la
llegada del ángel, para verle cuando entre y oírle cuando le saluda. Llena de estupor y
de éxtasis, saluda con el ángel a tu dulcísima Señora, clamando: ‘Ave María’”.
“Si pudieras oír a la Virgen cantando con júbilo, pienso que empezarías también
con ella a exultar de alegría y no cesarías de dar gracias a Dios por beneficio tan gran­
de. Para renovar tan gran gozo a la Virgen y traerlo de nuevo a la mente, salúdala con
frecuencia con el dulce verso angélico y besa sus pies, diciendo: ‘Ave María’”.

127
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

6. CONTEMPLACIÓN DEL NACIMIENTO (EE 110–117; 264)

“Este es el motivo por el cual el Verbo se hace hombre y el Hijo


de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, uniéndose al Verbo,
y recibiendo así la filiación adoptiva, se haga hijo de Dios”.
(Ireneo, siglo II, Contra las herejías, III, 19, 1).

La Navidad ayer y hoy

Este texto de San Ireneo señala el deseo más hondo del corazón del Padre: hacerse
uno de nosotros y estar con nosotros a fin de que seamos sus hijos, divinizados por un amor
nupcial que va hasta el extremo de dar la vida. El Hijo de Dios sigue teniendo esa voluntad
de nacer y estar en nosotros. Nada ni nadie le puede hacer cambiar éste, su deseo de venir
a nosotros, de estar con nosotros, de hacerse uno de nosotros. Hacer Navidad es para él un
deseo continuo que lo va realizando día a día en la historia. Cristo sigue naciendo. Esto da
sentido a la pregunta: ¿Cómo está nuestra voluntad de recibirlo?
La liturgia preparatoria a la Navidad recurre a Isaías, como a su profeta preferido, para
trasmitirnos ese anhelo de Dios de estar con nosotros. Sabemos que el optimismo del profe-
ta no provenía precisamente de que por aquel tiempo las cosas para Israel marchasen muy
bien, porque de hecho andaban muy mal. También hoy las cosas hacen difícil a Cristo nacer
en nuestro mundo.
En efecto, vivimos el debilitamiento de la fe en muchos y un estilo de vida consumista,
depredador de la naturaleza y hedonista. Haciéndose más rico, el mundo no se ha hecho más
feliz. La desesperanza post–moderna genera estrés y rostros tensos. Por todas partes y en
todo orden de cosas nos estremece el dolor de las víctimas, mientras el peso de la conciencia
aplasta a sus victimarios. Por contraposición a la globalización y su frívola cultura, en estos
últimos decenios surgen los fundamentalismos religiosos.
Los cristianos, sin embargo, no nos asustamos ni retrocedemos ante el desconcierto
generalizado, sino que con fidelidad y esperanza volvemos a recorrer el camino de Jesús. En

128
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DEL NACIMIENTO

este marco volvemos a contemplar hoy su Nacimiento. Nuestra petición humilde es poder
conocerlo más y mejor como camino hacia el Padre para allegarle a todos sus hijos.
La sencillez de la contemplación pone carne, color y sentimientos a la afirmación de
Ireneo, que de no hacerlo corre el riesgo de contradecir lo que afirma la encarnación real y
concreta del Verbo de Dios.

El verdadero fundamento de la historia

Si sólo tuviéramos el evangelio de Marcos, pensaríamos que Jesús nació en Nazaret (Mc
1, 9; 6, 1); si sólo el de Juan, no sabríamos dónde nació. Los que nos dan el dato de Belén son
Lucas y Mateo. Éste lo dice en forma asertiva: “Jesús nació en Belén, un pueblo de la región
de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país” (Mt 2, 1). Este rey era Herodes el
Grande, rey de todo Israel, dominado por los romanos. Aunque suene absurdo, pero se debió
a un error de cálculo, el nacimiento ocurrió entre los años 6 a 5 antes de Cristo.
Desde hace años hay autores que dudan si debamos atribuirle exactitud histórica a los
relatos del nacimiento que nos proponen Lucas y Mateo, y se sienten sin fundamento para
afirmar que Jesús nació en Belén y las circunstancias que lo rodearon. Conviene recordar, a
este propósito, lo dicho sobre los géneros literarios, reconociendo que Lucas y Mateo los em-
plean, pero afirmando al mismo tiempo que esto no quita que ambos autores hayan estado
bien informados en cuanto al lugar del nacimiento de Jesús. Lucas afirma haber “investigado
todo con cuidado desde el principio”, palabra esta última que se refiere al comienzo de la
vida de Jesús y hace un aporte propio suyo (Lc 1, 3).
La Escritura, lo dice el Concilio Vaticano II, transmite “verdades para nuestra salva­
ción” (DV7, 11) y su interés no es poner fechas ni lugares con pruebas para los historia-
dores. La Iglesia desde el comienzo lo entendió así y ya antes del fin del siglo primero
se había aceptado el dato de Mateo y de Lucas de que Jesús nació en Belén y las otras
circunstancias narradas por ellos dos. La tradición de los primeros siglos corrobora esto y
no hay motivo razonable para que el que lee y contempla el evangelio no pueda hacer suyo
lo verdaderamente esencial, que es que“Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo
la Ley” (Gál 4, 4).

129
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

No es razonable —lo decía ya Ireneo contra los gnósticos del siglo II— sustituir las
imágenes y narraciones de Mateo y Lucas por otras que mejor cuadren al gusto de algunos
expertos del método histórico, que por lo demás opera en base a presupuestos que siem-
pre van cambiando. Esto sería desconocer el propósito de la verdad bíblica, que quiere ser
alimento de salvación.

Tres recomendaciones para comenzar una contemplación

La historia. Al comenzar la oración Ignacio propone tres preámbulos que son de mucha
ayuda para que la contemplación fluya bien. Después de la oración preparatoria en que ac-
tualizamos la presencia de Dios e invocamos su ayuda para que sea él quien nos conduzca,
el primer preámbulo es traer a la memoria “la historia de la cosa que quiero contemplar” (EE
102). Esto no sólo es una práctica piadosa, sino un acto de fe profundísimo en la Trinidad que
me impulsa a que en la oración actualice hoy en mí la vida de Jesucristo.
La composición de lugar. Ésta trabaja con la “vista imaginativa” los paisajes, caminos y
lugares donde se mueve Jesús, bajando según sea el caso a detalles. El amor necesita ver los
detalles, se interesa por ellos. Vivimos hoy en la cultura de la imagen y nos sentimos satura-
dos de imágenes radiales, televisivas, publicitarias por todos los sentidos: la vista, el tacto,
el gusto, el olfato, el oído. La composición de lugar de la oración ignaciana es otra cosa. No
pretende que el ejercitante reviva las imágenes del film sobre Jesús de Zefirelli o nada pare-
cido. Evita el exceso de imágenes y por eso selecciona “tanto cuanto” aquellas que puedan
serle espiritualmente sugerentes. Para ello, se informa y lee los Evangelios, Vidas de Cristo y
de los Santos (EE 100). Hay en esta operación mucha creatividad artístico–espiritual.
La petición. San Ignacio habla de “pedir lo que quiero”. En la Segunda Semana lo que
quiero es conocer de corazón al Señor, hecho hombre por mí, para que más le ame y le siga
(EE 104). Hay una tensión misteriosa en esto: pido porque no lo tengo, pero a la vez ya quiero
tenerlo. El conocimiento amoroso de Cristo es pura gracia, no está en mi mano poder alcan-
zarlo. Es don del Padre del cielo. Pero, por otro lado, lo quiero. Lo quiero muy decididamente
y por esto lo pido con insistencia y empleo los recursos de la contemplación para alcanzarlo.
San Ignacio es muy consciente de estos dos polos: de que todo es gracia, y de que hemos de

130
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DEL NACIMIENTO

trabajar por obtenerla. Pero ambos no están en el mismo nivel porque nuestro trabajo tam-
bién es gracia y, aunque hayamos de esforzarnos y no ser negligentes en la oración, no hemos
de confiar en nuestro esfuerzo sino vivirlo también como gracia. Todo es gracia.
Hacerse presente en la escena. San Ignacio nos invita a que en nuestras contempla-
ciones nos hagamos presente y tomemos iniciativas: “Ver a nuestra Señora y a Joseph…
y al niño Jesús, … haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contem­
plándolos y sirviéndolos, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia
posible” (EE 114).

Textos de Ludolfo

Hacerse presente y servir

“Anda ahora, tú también, a ver la Palabra hecha carne por ti. Dobla las rodillas,
adora al Señor, tu Dios. Saluda con reverencia a su madre y al santo José. Besa luego
los pies del Niño, acostado en el pesebre, y ruega a la Señora que te lo dé, o te permita
tenerlo. Recíbelo, trayéndolo a ti; retenlo entre tus brazos. Mira atentamente su ros­
tro, bésale con reverencia, gózate en él, de corazón. Puedes hacerlo confiadamente.
Hazlo siempre con reverencia y temor, porque es el Santo de los santos”.

Otra vez, citando a San Anselmo, que un siglo antes de Francisco de Asís demostraba ser
ya un precursor de la devoción al pesebre, Ludolfo sugiere:

“Sigue a la Madre con toda devoción a Belén, alojándote en el albergue, asiste y


sirve a la madre; colocado el Pequeño en el pesebre, rompe en voz de júbilo y exclama
con el profeta Isaías: “Un Pequeño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,6).
Abraza aquel divino y dulce pesebre. Mitigue la vergüenza el amor; el temor, expúlselo
el afecto. Fija los labios en los sacratísimos pies del Niño, multiplica los besos. Piensa
luego mentalmente la vigilia de los pastores, admira el ejército de los ángeles apresu­
rándose, mezcla tus peticiones con la melodía celestial. Canta sin cesar con el corazón

131
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

y con la boca: “Gloria a Dios en lo más alto y paz en la tierra a los hombres del divino
beneplácito” (Lc 2, 14).

La medicina de la Encarnación

“Nuestro Redentor, según san Anselmo, aplicó a nuestros ojos ciegos la medi­
cina de su Encarnación, para que pudiéramos mirar a Dios manifestado como hom­
bre, los que no podíamos mirar a Dios brillando en el secreto de su majestad; para
que mirándole, le conociéramos; conociéndole, le amáramos; amándole con amor
extremo, nos esforzáramos por llegar a su gloria. Se encarnó para retornarnos a las
cosas espirituales. Se hizo mudable como nosotros, para hacernos tomar parte en
su inmutabilidad. Se inclinó a nuestra pequeñez, para levantarnos a su altura” (VC
I, 9, 9).

De Belén a la cruz

San Ignacio nos anima a considerar lo que hacen María y José para que el Niño nazca “en
suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed y de frío, de injurias y afren­
tas, para morir en cruz; y todo esto por mí.” (EE 116). El tema de la relación de Belén a la cruz
Ludolfo lo relaciona con el himno cristológico de la carta de Pablo a los filipenses:

”El Señor quiso ser inscrito en un censo de la tierra, por ti; para que tu nombre
sea escrito en el cielo. Te dio ejemplo de perfecta humildad. Por ella comienza el Señor
desde su nacimiento; así continuará hasta su muerte: “se humilló a sí mismo hacién­
dose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 8) (VC I, 9, 3)”.

El asno y el buey

Lo del asno y el buey lo toma San Ignacio de las tradiciones antiguas, aunque para San
Juan Crisóstomo (siglo IV) la cosa no era tan clara. Dice Ludolfo:

132
parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DEL NACIMIENTO

“José, como era carpintero, haría tal vez un pesebre para el buey y para el asno
que llevaban consigo. El asno, para llevar en él a la Virgen encinta. El buey, quizá para
venderlo y poder pagar el tributo por él y por la Virgen, y vivir del resto… Dice san Juan
Crisóstomo: “El que sea pobre, consuélese; José y María, la madre del Señor no tenían
criado ni sierva. Vienen solos desde Galilea, desde Nazaret. No tenían jumento. Ellos
mismos son señores y criados. ¡Cosa nueva! Entran en un albergue, no en la ciudad. La
pobreza, tímida entre los ricos, no se atrevía a acercarse (VC I, 9, 6)”.

Primogénito

“La Virgen “dio a luz a su Hijo primogénito” (Lc 2, 7). Primogénito no dice aquí
relación a uno que siga, sino privación de uno anterior; no tuvo ningún otro. Se dice
primogénito, según san Beda, porque no hay ninguno antes… no porque haya alguno
detrás. Todo unigénito, dice, es primogénito; y todo primogénito en cuanto tal, es uni­
génito. El Hijo de Dios quiso nacer corporalmente de una madre según la carne, para
adquirir muchos hermanos por la regeneración del espíritu. Por eso se le llama mejor
primogénito que unigénito. Dice el mismo Beda: Cristo es unigénito en la sustancia de
la divinidad, y primogénito en cuanto asume la humanidad” (VC I, 9, 7).

María, maestra de evangelistas

“María, por su parte, guardaba todas estas cosas, confrontándolas en su cora­


zón” (Lc 2, 19). Guardaba en su pecho las palabras sobre la anunciación del ángel,
sobre la alegría de Juan, sobre el nacimiento del Salvador, sobre el cántico de los
ángeles y la aparición y la fe de los pastores. Las comparaba, en su corazón, con los
escritos de los profetas. Como la mejor alumna, sabía de memoria todo lo que había
oído, repasando con frecuencia cuanto había observado. Fue como un arca que guar­
daba las palabras divinas. Lo retenía todo para que más tarde, cuando ella lo contara,
se escribiera y anunciara por todo el mundo” (VC I, 9, 18).

133
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

7. LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO


(EE 268; Lc 2, 21–38)

Hay en este texto de Lucas varios “misterios”, y quisiera ahora destacar algunas luces
bíblicas que podrían ayudar a profundizar en el mensaje que quieren trasmitir estos “miste-
rios” de la infancia de Jesús.

La circuncisión y el nombre de Jesús, Lucas 2, 21 (EE 266)

Fieles a la Ley de Moisés, José y María al cumplirse 8 días de su nacimiento hacen circun-
cidar a su niño en la Sinagoga de Belén siguiendo lo que manda la Ley en el libro del Levítico
12, 3. Ceremonia dolorosa e íntima que vincula a Jesús con su padre Abraham y con el pueblo
en que se ha encarnado; así pasa a ser uno más de ellos (Gn 17, 10–14).
San Lucas agrega que allí “se le dio el nombre de Jesús, nombre que le dio el Ángel
antes de ser concebido en el seno de su madre”. Jesús significa “Dios salva” y era en
ese tiempo un nombre lleno de significado salvífico y que sonaba algo así como Yeshú,
en arameo. Venía de Yeshúa = Josué, quien fue el que salvó al naciente pueblo de Israel
conduciéndolo a la tierra prometida tras la muerte de Moisés. Es un nombre teofórico
que da sentido a la vida del que lo lleva. Y este nombre se lo sopla el Ángel, tanto a María
como a José en sus respectivas “anunciaciones”, diciendo a ambos: “… le pondrás por
nombre Jesús” (Lc 1, 31, y Mt 1, 21). Este nombre es, por lo tanto, algo muy importante
en la reflexión de María y en cómo el mismo Jesús pudo entender la misión de su vida. Y
también una luz para la primera Iglesia y tema de reflexión para la Iglesia a lo largo de
toda la historia del cristianismo.

134
parte II: segunda semana
LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

La Purificación de María, Lucas 2, 22ª (EE 268)

A los cuarenta días del nacimiento era el momento solemne de la purificación ritual y le-
gal de las madres tras el parto. Todo lo que tuviera que ver con sangre era causa de impureza
legal según las normas del Levítico 12, 1– 8. María, la llena de gracia porque el Señor estaba
con ella según el anuncio del ángel, también se somete a esta purificación legal y reflexiona
sobre ello en su corazón.
Este pasaje, ampliamente meditado por María a la luz de las Escrituras, y recogido por
la comunidad de Jerusalén es confuso: era María quien tenía que purificarse, pero San Lucas
en el texto griego dice: “Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos” (Lc 2, 22ª).
¿Quiénes eran “ellos”? Los exégetas no se ponen de acuerdo pero es imposible que, en el
contexto judío de ese tiempo, se tratara de la purificación de José y Jesús; eso no entraba en
las leyes de la pureza. Lo que algunos creen —en un esfuerzo simbólico muy post pascual—
es que según Lucas, María, la llena de gracia por llevar a Dios mismo consigo, no tenía necesi-
dad de ser purificada, y que por eso el evangelista transfiere aquí la purificación designando
como “ellos” al pueblo judío. Esto significaría que la entrada del Mesías = Cristo = el Señor,
en su Templo ha purificado todo: al Templo, a Jerusalén a los sacerdotes, al pueblo, según la
profecía de Malaquías (3, 1–4) que subyace en todo el Evangelio de la Infancia.

La consagración de Jesús a Dios su Padre, en el misterio de la presentación al


templo, Lc 2, 22b–24 (EE 268)

Los padres judíos ofrendaban a sus hijos primogénitos a Dios en señal de que lo primero
en sus vidas era su Dios. Antes incluso que sus familias y sus bienes, antes que sus propios
hijos. Como todos los padres judíos, José y María, dichosos con su niño, lo llevaron desde
Belén al Templo de Jerusalén, distante unos 8 kilómetros, para ofrecerlo a Jahvé Dios en señal
de agradecimiento y confianza total.
La ley judía, desde muy antiguo, prescribía el “rescate” de los primogénitos como una
forma simbólica de luchar contra la costumbre de los cananeos que inmolaban sus hijos pri-
mogénitos a sus dioses. Desde el famoso sacrificio que Abraham estuvo a punto de hacer con

135
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

su hijo Isaac, pero que fue detenido por el cielo, el sacrificio de los primogénitos se condenó
en Israel. Y, al igual que las primicias de las cosechas y del ganado, los primogénitos eran
consagrados a Dios por medio de ofrecer en sacrificio animales, pájaros o monedas (Ex 13,
1–2; 34, 20; Num 18, 15–16) Los padres de Jesús hacen la ofrenda mínima: la ofrenda de los
pobres según lo mandaba el Levítico (Lv 12, 8).
José y María se dirigen con el Niño al Templo de Jerusalén. Seguramente para María que
no cesaba de reflexionar los “misterios” de su Hijo, este llevar a Jesús al Templo era algo muy
significativo porque desde la desaparición del Arca de la Alianza el año 586 a.C., el Templo
estaba vacío de la “presencia” de Jahvé. Y ahora ellos traían al Hijo de Jahvé para llenar el
Templo, sin ruido, de Su Presencia… Esto, de alguna forma, ella lo intuiría y, tras vivirlo, lo
reflexionaría, como dice Lucas. Y sobre todo, después de la Resurrección se le aclararía aún
más, y lo contaría a los apóstoles y discípulos en Jerusalén aclarándoles que todo lo que es-
taba ocurriendo era el cumplimiento de la profecía de Malaquías 3, 1–5 cuyas palabras están
recogidas a lo largo del Evangelio de la infancia.
Según René Laurentinen su libro Vida auténtica de Jesucristo (Vol I, Relato, (1998) San
Lucas en su evangelio, para señalar la solemnidad de la entrada del Señor en su Templo, repi-
te el estribillo del “cumplimiento”: ver Lc 2, 6. 21. 22. 23. Se trataría de una fórmula hierática
e insistente, pero que está disimulada por nuestras traducciones, incluidas las litúrgicas…
Por lo tanto, no es Jesús quien es consagrado en el Templo, es Él quien purifica, consagra y
santifica con su presencia al Templo y a la Ciudad de Jerusalén.
Según Laurentin, hay como dos planos en este relato procedente de la meditación de
María: el visible y el simbólico:
•• El visible es que María ha cumplido con el rito de purificación y consagración del Niño, y
•• El simbólico es la realidad profunda de lo allí ocurrido y que ella meditaba en su cora-
zón: la entrada del Mesías Señor a su Ciudad Santa y a su Templo purificándolos, res-
catándolos, y santificándolos, tanto a ellos como a sus sacerdotes y al pueblo mismo.
Ambos planos pueden ser considerados en esta contemplación en los Ejercicios.
La profecía de Simeón, Lc 2, 25–33. Simeón, impulsado por el Espíritu Santo ha venido
al Templo y al ver a Jesús en brazos de María se llena de espíritu profético (Espíritu Santo)
y lo reconoce como el Salvador Universal , el “Cristo Señor” anunciado por Yahvé al pueblo
de Israel. Esta “buena noticia” Dios la hace llegar en primer lugar a quienes la ansían, los

136
parte II: segunda semana
LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

ancianos y desconocidos Simeón y Ana y, a través de ellos, a los demás miembros del pue-
blo de Israel que buscan a Dios en su Templo. Simeón y Ana representan la mejor tradición
profética del Antiguo Testamento. Ambos se llenan de gozo al verlo y alaban a Dios por el
Niño. Ambos reconocen que ese niño es el anunciado por Malaquías: cambiará la historia
de su Pueblo y de toda la humanidad, será la luz que iluminará a todas las naciones y la
gloria del Pueblo de Israel. Y San Lucas nos dice que María y José estaban admirados de lo
que se decía del Niño.
En Simeón y Ana San Lucas destaca actitudes propias de los discípulos de Jesús: se de-
jan guiar por el Espíritu Santo, están atentos, escuchan, creen los anuncios, reconocen a Dios
en la pobreza, la pequeñez, la falta de brillo, se alegran, alaban, adoran y anuncian a otros la
Buena Noticia.
Contradicción en el horizonte, Lc 2, 34–35. Pero María también escucha, de labios de
Simeón iluminado por el Espíritu Santo, que esta salvación universal que trae su Hijo no será
puro gozo y fiesta, sino que también traerá dolor y desgarro. Porque ese niño suyo será en el
futuro piedra de tropiezo para el pueblo de Israel según lo anunció Isaías 8, 14–15: “Será la
piedra en que tropiecen, la roca desde la que se despeñarán… muchos tropezarán en ella…”.
Esta profecía aparece en muchas partes del AT como, por ejemplo, en Isaías 28, 16: “He aquí
que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa, fundamental:
quien tuviere fe en ella no vacilará”, y en el Salmo 118, 22“La piedra que los constructores
desecharon en piedra angular se ha convertido”.
Tras oír al anciano, y después al meditarlo en su corazón contrastándolo con las pro-
fecías bíblicas, María reconocería en las palabras de Simeón el anuncio doloroso de que su
niño, como Mesías salvador, podría ser una señal de contradicción y escándalo para muchos
en Israel como aparece en Isaías 53, 1–12. Y escucha también que ella misma deberá sufrir
por las contradicciones que se desencadenarán en torno a su Jesús reconocido por Simeón
con títulos divinos: Salvación, Luz, Gloria, el Señor. Comprende que con su Hijo se hallará
sumida en el centro de ese dolor salvador anunciado y vivido por los profetas, que a Él lo
llevará a la muerte como a los profetas, y que para ella será como una espada de dolor que
atravesará su alma.
La profetiza Ana, Lc 2, 36–38. También reconoce proféticamente al niño como al Salva-
dor prometido, “alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención

137
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

de Jerusalén”. Al igual que Simeón identifica a Dios en el niño en la línea de la Anunciación


a María (Lc 1, 28–38) y a los pastores (Lc 2, 11). Se trata de la primera venida del Hijo de Dios
hecho hombre “a la casa de su Padre”, y es allí donde es reconocido como Señor del Templo
y como Cordero pascual consagrado a la muerte por la salvación de su pueblo.
Y este es, con seguridad, el sentido que le fue dando María al meditarlo en su corazón a
lo largo de su vida. Y este es el sentido de lo trasmitido por Lucas que lo pone así al inicio de
su Evangelio:

“Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos


que se han cumplido entre nosotros, según nos lo transmitieron quienes desde el
principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, también yo he creído
oportuno, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde el
principio, escribirte una exposición ordenada, ilustre Teófilo, para que llegues a com­
prender la autenticidad de las enseñanzas recibidas” (Lc 1, 1–4).

Lo que Lucas trasmite aquí es, sin duda, el resultado de la reflexión de María tras la Re-
surrección, transmitida por ella a los apóstoles y discípulos en Jerusalén, y luego atesorado
por la Iglesia por siglos y siglos.
Laurentin resume lo que es este misterio en las siguientes palabras,

“La Presentación es la cima, es el cumplimiento (de las profecías)… Jesús nacido


humildemente en un pesebre, ha encontrado su sitio en Jerusalén. El Templo ha en­
contrado a su Dios. El acontecimiento se ha desarrollado en una atmósfera de silen­
cio y de modestia, pero ha sido reconocido y celebrado de manera discreta, interior,
profunda, aunque oscura, por unos pobres: un hombre (Simeón) y una mujer (Ana),
pues la Biblia no es monosexual ni patriarcal como tanto se repite. Las mujeres tienen
en ella, tanto en las primeras páginas como en las últimas, los primeros papeles, y no
sólo maternos sino también proféticos” (op. cit. 52).

Regreso a Nazareth, Lc 2, 39. San Lucas, en el vs 39 pone “Cuando cumplieron todas las
cosas prescritas por la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazareth”. Pero aquí

138
parte II: segunda semana
LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

parece que Lucas va demasiado rápido, o que no conoce los episodios posteriores a haber
cumplido con lo que mandaba la ley, y que sin embargo son narrados por San Mateo en su
Evangelio de la Infancia. Ambos relatos pueden armonizarse, y se ha armonizado de hecho
por la fe cristiana por más de 2.000 años, como episodios sucedidos a continuación de lo
ocurrido en el Templo. Episodios narrados por otra corriente de testimonios evangélicos más
cercanos a la familia de José.

Textos de Ludolfo

La presentación al Templo

“Simeón entregó el niño Jesús a su Madre, que lo recibió de nuevo con alegría.
Marchan luego hacia el altar, formando una procesión, que este día se renueva en la
liturgia de la Iglesia en el mundo. Van delante, ligeros, los dos hombres venerables,
José y Simeón, llenos de júbilo. Sigue la Madre, llevando al rey, Jesús, con inefable
alegría de corazón. Ana se junta a ella, yendo a su lado con reverencia, llena de gozo
indecible, y alabando a Dios con afecto inmenso. Pocos son ciertamente; pero repre­
sentan a la humanidad.
Al llegar, la madre dobla con reverencia las rodillas, y ofrece sobre el altar su que­
ridísimo Hijo a Dios Padre. La Virgen presenta su Hijo al Señor, dando gracias a Dios
Padre por tal regalo. Virgen lo había concebido, y lo había dado a luz; ahora, honradí­
sima de tal Hijo, se lo entrega al Padre. No tenemos por escrito lo que entonces oró y
dijo. Diría palabras semejantes a estas, al menos en el corazón:
Mira, Señor, Padre santo. Te presento a tu Hijo, engendrado eternamente por ti
y nacido temporalmente de mí. Te presento al que siempre está presente para ti. Te
doy gracias, porque le concebí por don tuyo y lo di a luz de modo inefable. Padre
santo: Te ofrezco una ofrenda nueva, este Hijo tuyo y mío, Dios hecho carne, que se
ofrecerá a sí mismo por la salvación del mundo. En todos los siglos no se hizo una
ofrenda semejante”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

8. LA HUÍDA COMO EN DESTIERRO A EGIPTO (269) Y LA VUELTA


A ISRAEL (270) Mt 2, 13–23

San Mateo, al comenzar el segundo capítulo de su Evangelio (Mt 2, 1–12) quiere trasmitir
que “la buena noticia” = “el misterio” de Dios oculto por milenios, Dios mismo quiere hacerlo
llegar a Israel y también más allá de Israel, a los paganos. Y los paganos son representados
aquí por los reyes magos, (que no son ni reyes ni magos). Se trata de sabios de países leja-
nos, buscadores de Dios, que tocados por la acción del Espíritu Santo, salen a buscar a un
“gran rey” siguiendo una luz misteriosa. Ellos representan el antiguo sueño de los profetas
de Israel sobre la llegada de los gentiles que acuden en tropel a Jerusalén atraídos por la luz
de Dios que muestra Israel como pueblo escogido y bendecido (Isaías 60, 1–9).
Según Mateo, la envidia que causa esta visita incita a la persecución del Niño Jesús y
más tarde, tras la muerte y resurrección de Jesús, la reflexión de la fuente de Mateo lo lleva a
poner a Jesús como el nuevo Moisés anunciado por las Escrituras, perseguido desde su naci-
miento por un rey malvado que hace matar a los niños judíos como relata el libro del Éxodo,
caps 1 y 2. Y, como Moisés y el Pueblo de Israel al inicio de su historia, también Jesús va al
exilio y regresa.

Huida a Egipto: Mt 2, 13–15, EE 269. Nuevamente José, en un sueño, es visitado por


el ángel del Señor que le revela la intención de Herodes de matar al niño y lo incita a huir a
Egipto con toda la familia para protegerlo. Huyen de noche, solos y afligidos, pero confiando
en que Yahvé los protege. Egipto está muy cerca, al sur de Israel, y no se sabe en qué lugar
pueden haberse quedado a la espera del anuncio de que había pasado el peligro. Desde ahí,
desde Egipto, Jesús está en situación de iniciar un nuevo éxodo que evoca el que vivió el pue-
blo de Israel según el profeta Oseas 11, 1: “de Egipto llamé a mi hijo”.
Y la matanza de inocentes (Mt 2, 16–18) recuerda Exodo 1, 23: “Entonces el faraón dio
esta orden… Arrojen al río a todos los niños que nazcan…” Con esto pone a Jesús como el
nuevo Moisés salvador de su pueblo. Y Mateo, para su público judío, lo relaciona con la
profecía de Jeremías 31, 15.Es también la primera persecución sangrienta que sufre el Hijo

140
parte II: segunda semana
LA HUÍDA COMO EN DESTIERRO A EGIPTO Y LA VUELTA A ISRAEL

LA HUÍDA COMO EN DESTIERRO A EGIPTO Y LA VUELTA A ISRAEL

de Dios encarnado, y que causa la muerte de inocentes por la maldad del que lo persigue.
Este hecho preanuncia lo que en la vida de Jesús, y en la de los que lo siguen hasta hoy por
su camino contracultural, pasa a ser una constante: los poderosos se sienten amenazados
y buscan suprimirlos.

Vuelta a Nazareth: Mt 2, 19–23, EE 270. El exilio dura un tiempo corto, tal vez 3 o 4 años
durante los cuales viven sufriendo lo de todos los exiliados de la historia: el no ser respeta-
dos, el no comprender el idioma, el sufrir la ausencia de la familia, el ser considerados raros.
Y esto hasta la muerte de Herodes. Es entonces cuando otra vez José tiene un sueño: es
visitado por el Ángel del Señor que lo invita a levantarse y regresar a la tierra de Israel, casi
con las mismas palabras con que Dios le había dicho lo mismo a Moisés exiliado en Madián
en Exodo 4, 19. Y el relato agrega que al volver a su tierra José se asustó porque Arquelao,
hijo de Herodes el grande, con una fama de crueldad semejante a la de su padre, gobernaba
en Judea. Entonces, avisado en el sueño, decide irse a vivir a Galilea a un pueblo llamado
Nazareth. Y Mateo termina la última perícopa de su Evangelio de la infancia, como todas las
anteriores, con una cita bíblica introducida por la misma frase “para que se cumpliese la pa­
labra de los profetas”, con la cual parece querer justificar bíblicamente las paradojas de este
Mesías decepcionante: “Será llamado Nazareno”, es decir rústico en su época.
La Biblia de Jerusalén comenta que no se sabe a qué oráculos proféticos alude Mateo;
pero se puede pensar en el nazir de Jueces 13, 5 y 7 que se refiere al juez Sansón, figura
del Mesías liberador, que significa “santo de Dios”. Este es el título que, en la vida pública,
le dan a Jesús los demonios en Mc 1, 24, y también Pedro “Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,
69; 1 Jn 2, 20)
Estas referencias de Mateo a profecías vétero–testamentarias fueron muy importantes
para los judíos que se convertían al cristianismo en los primeros siglos. Les mostraba la con-
tinuidad con la historia bíblica en que habían crecido y con las promesas de Yahvé a lo largo
de los siglos; y, a la vez, los impulsaba a aceptar el paso adelante que significaba creer en ese
Jesús como el nuevo Moisés prometido para los tiempos venideros.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

9. CONTEMPLACIÓN DE LA NIÑEZ DE JESÚS, Lc 2, 39–40

“Cuando cumplieron todas las cosas prescritas por la ley del


Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazareth. El niño crecía y se
fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él”.
(Lc 2, 39–40).

No podemos olvidar que toda la vivencia que sugieren estas afirmaciones, era reflexio-
nada por María, día tras día, repasándola en su corazón para poder descubrir en cada peque-
ño acontecimiento de la vida de Jesús el cumplimiento del anuncio del Ángel (Lc 1, 19). María
y sus reflexiones en torno a Jesús, seguramente compartidas con José, es la fuente primera
y fidedigna del Evangelio de la Infancia que nos trasmite San Lucas. Esta ha sido la fe de la
Iglesia por milenos, y tras los muchos y serios estudios bíblicos del siglo XX, sigue siendo
para nosotros, creyentes, central en nuestra fe.
Para poder contemplar mejor lo que llamamos vida oculta de la Sagrada Familia, es bue-
no recordar cómo se vivía en Galilea en los años de la niñez de Jesús. La vida de la Sagrada
Familia en Nazareth fue una vida sencilla. Eran parte de los llamados “anahwin”, “pobres
de Jahvé” o “resto de Jahvé”; que esperaban la salvación de Dios y no se sumaban a los que
querían adelantar la salvación de Israel por medio de la violencia contra Roma. Hacían suya
la profecía de Sofonías 3, 12–13 que dice de parte de Dios:

“Yo dejaré en medio de Israel un pueblo sencillo y humilde, que buscará refu­
gio en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá más iniquidad, no dirá
mentiras, ni hablará con falsedad. Se alimentarán y reposarán sin que nadie los
inquiete”.

La aldea de Nazareth estaba ubicada en una zona de montes, muy verde y hermosa,
donde se vivía en clanes familiares. Pero se trataba de una aldea pequeña, despreciada y con
mala fama. Lo expresa San Juan al comienzo de su Evangelio: “¿De Nazareth puede salir algo

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parte II: segunda semana
CONTEMPLACIÓN DE LA NIÑEZ DE JESÚS

bueno?” (Jn 1, 45–46). Y era, en ese tiempo, una región empobrecida por los muchos impues-
tos que imponían los invasores romanos y las autoridades judías.
José ejerció para Jesús el rol de imagen paterna a través de la cual fue paulatinamente
atisbando el rostro del Abbá, su Padre de los cielos. Desempeñaba el oficio de “carpintero”,
que implicaba trabajar con la madera, los metales, las piedras. Vivían sencillamente en el clan
familiar donde cada padre o adulto de la familia grande aportaba para el sustento, además de
lo que cosechaban en la huerta familiar. Seguramente José fue enseñando sus destrezas a Je-
sús a medida que crecía, como hombre bueno y responsable a quien el Padre Dios se atrevió
a confiar el cuidado de su único Hijo divino.
María era una de las mujeres del clan, joven alegre y llena de vida. Muy religiosa, unida
a Dios y a la historia de su Pueblo. Para Jesús fue ella el rostro materno de Dios. Conocía bien
la Biblia y la historia de Israel como lo expresa su cántico el Magníficat (Lc 1, 46–55). Buena
vecina, buena amiga, preocupada de los demás, cercana a sus alegrías y penas como se ve
en las bodas de Caná (Jn 2, 1–3). Cocinaba, barría, hilaba, lavaba, cantaba, reía, limpiaba la
casa. Mujer valiente que se atrevió a decir “Sí” a Dios a lo largo de toda su vida y que siempre
estaba repasando en su corazón los “misterios” de su Hijo.
Jesús crecía en medio de sus primos, amigos y vecinos como un niño normal. Día a día
fue aprendiendo a amar a su familia, a gozar de la naturaleza, a ser buen amigo, a jugar, a reír,
a pensar e imaginar, a trepar árboles, discutir con los otros niños, y tantas otras actividades
infantiles. También, poco a poco, fue aprendiendo a ayudar a su Madre en sus quehaceres:
limpiar y ordenar la casa, ir a buscar el agua al pozo del pueblo, moler el trigo para hacer la
harina y amasar el pan, regar la huerta, desmalezar, etc.
Jesús se nutre de los usos y costumbres de su pueblo y del paisaje que lo rodea: así lo
muestra el lenguaje de sus parábolas, imágenes, comparaciones, discursos.
Enseñado por María y José, Jesús empieza a aprender de memoria los rezos al comenzar
el día, al recibir un huésped, al bendecir la mesa. Son bendiciones (=berajah) del tipo de las
que hacemos en la misa al momento de ofrecer el pan y el vino: “Bendito seas Señor, Dios del
universo, por este día… por este huésped que nos visita… por este pan que nos das…”. Como
todo niño judío, aprendió en la Sinagoga a leer y a conocer la historia de su Pueblo. También
en Nazaret fue aprendiendo a reflexionar textos bíblicos de profetas como Malaquías, Isaías,
Ezequiel… Y, sobre todo con su padre y su madre, fue aprendiendo a mirar la vida como regalo

143
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

del Padre Dios y progresando en saber quién era. Así crecía en la entrega a Dios su Padre, en
sentirse muy querido por él, y en mirar a los demás como otros hijos de Su Padre.
País invadido. Pero no todo era hermoso y esperanzador en esa vida oculta. En ese tiem-
po su país estaba invadido por las tropas romanas que explotaban al pueblo sencillo y se
aprovechaban de ellos: les robaban las cosechas y los despreciaban a todos. Era una vida
dura para ese pueblo oprimido y seguramente Jesús niño fue testigo de muchos abusos de
esos soldados. Cuando tenía alrededor de 7 años hubo una revuelta y las tropas romanas
crucificaron a cerca de 300 guerrilleros judíos en esa región y, seguramente, Jesús niño escu-
chó hablar de esa atrocidad o incluso pudo ver algunos crucificados en las colinas cercanas.
Jesús, aún teniendo una infancia feliz en su hogar, sufrió por la humillación de su patria y en
su oración diaria, junto a María y José, pediría a Dios, su Padre, por esta terrible situación.

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parte II: segunda semana
JESÚS EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS

10. JESÚS EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS (EE 272) Lc 2, 41–50

La fiesta de la Pascua era la más importante fiesta religiosa judía. Los israelitas fieles
peregrinaban a Jerusalén en esa fecha para celebrar allí la liberación de la esclavitud de Egip-
to con todo lo que eso representaba para ellos (Ex 12, 1 y ss, y Deut 16, 1 y ss). En ese año
era especialmente importante para la Sagrada Familia porque Jesús cumplía doce años y así
alcanzaba su mayoría de edad.
Las familias partían en caravanas, contentas de ir al Templo, contándose incidentes de
fiestas anteriores, cuidándose entre ellos de los asaltantes, haciéndose parte de grupos con
intereses comunes. Había grupos de adultos y de jóvenes, y grupos de mujeres con los niños
pequeños. En la marcha cantaban los Salmos de las Subidas (120–134), con que avivaban el
sentido religioso de la peregrinación.
Jesús con sus primos y amigos de su edad irían emocionados y orgullosos de poder ce-
lebrar su mayoría de edad y el pasar a formar parte de los miembros responsables y adultos
de Israel. Era un momento importante, y Jesús, María y José con seguridad lo vivían con pro-
fundo sentido religioso. Al divisar en el horizonte la Ciudad Santa la caravana entona “¡Qué
alegría cuando me dicen: ‘¡Vamos al templo del Señor! Jerusalén, ¡ya estamos dentro de tus
puertas!’“ (Salmo 122). Entran por la “puerta de las Ovejas”, y Jerusalén desborda de peregri-
nos. ¡La ciudad de 25.000 habitantes, durante la semana que dura la fiesta, recibe cerca de
100.000 peregrinos!
Terminada la fiesta la caravana sale por la puerta norte de la cuidad, por el camino que
recorrerá Jesús 21 años más tarde, en esa misma fecha, cargado con su cruz. José y María
viajan en grupos separados, y dice Lc 2, 44: “Pero creyendo que Jesús estaría en la caravana
(en el grupo de jóvenes) hicieron un día de camino”.
En la contemplación es bueno acompañar la angustia de María y José esa noche cuando
se dan cuenta de que Jesús no está, y su temor de que hubiera sido raptado por bandidos.
Acompañarlos en el día siguiente cuando vuelven solos y asustados a Jerusalén, día de largo
caminar y de mucho buscarlo en las otras caravanas que vienen de vuelta. Les llega la noche,

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

la segunda noche sin Jesús, cada vez más asustados, hasta llegar a la ciudad santa. Ansiedad
y dolor pero, como siempre, con confianza en Dios y encomendándose a él, lo que los hace
sentirse protegidos en sus brazos.
A la mañana siguiente, “al tercer día” (Lc 2, 46–47), lo encuentran “sentado en medio
de los doctores, no sólo escuchándolos, sino también haciéndoles preguntas. Todos los
que le oían estaban sorprendidos de su inteligencia y de sus respuestas”. José y María
quedan estupefactos contemplando esta escena impactante e inesperada. Impresiona-
dos por lo que ven y escuchan y felices de encontrarlo vivo y bien. Esperan que Jesús
salga de ese círculo de gente docta y sólo entonces María le plantea lo que la atormenta
desde hace tres días: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te
andábamos buscando”. La palabra “angustiados”, en griego (odynómenoi), revela una
angustia muy intensa, que tal vez María relacionó con la espada de Simeón, que le tras-
pasaría el corazón.
La respuesta de Jesús también los desconcertó: “¿No sabían que debo ocuparme de las
cosas (o de la casa) de mi Padre?”. María le hablaba de José y él le respondía de su Padre del
Cielo. Dice Lucas “pero ellos no comprendieron lo que les decía”. ¿Pretendería quedarse en
el Templo como un nuevo Samuel? Pero no fue así, porque “bajó con ellos a Nazareth, donde
vivió obedeciéndoles”. ¿Quedaría la separación para más tarde? Las incógnitas que les plan-
teaba Jesús hacían reflexionar a María: “Su madre conservaba cuidadosamente todos estos
recuerdos en su corazón” (Lc 2, 51).
Lucas sugiere que esa reflexión de María, buscando desentrañar los “misterios” de su
hijo a lo largo de la vida oculta, ella la pudo compartir con los apóstoles y los discípulos
reunidos en Jerusalén tras la resurrección y Pentecostés. Fue entonces cuando terminaron
de iluminárseles. Allí pudieron captar que esa desaparición de tres días en Jerusalén, para la
fiesta de la Pascua, anunciaba la Pasión y la muerte de Jesús, que era lo que le desgarraría
el corazón, en esa misma fecha, en el mismo lugar, en la fiesta de Pascua del año 30 en que
Jesús se convertiría en la víctima pascual de la Nueva Alianza. En esta pascua definitiva Jesús
desaparecerá durante tres días de manera más violenta, para volver al encuentro de su Padre
a través de la puerta de su muerte en Cruz.

146
parte II: segunda semana
JESÚS EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS

Reflexión espiritual sobre “El Hijo emancipado” (Lc 2, 41–52)

La respuesta de Jesús a sus padres “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tengo
que estar en la casa de mi Padre?” afirma que en algún sentido él se siente emancipado de
ellos. Todo joven judío, al cumplir los doce años, alcanzaba la mayoría de edad legal concer-
niente a sus derechos y obligaciones religiosas. Profundicemos este misterio con la reflexión
del escriturista Luis Alonso Schöckel:

“Aunque Jesús no fuera hijo de José, debemos imaginar —por analogía con ca­
sos conocidos de adopción temprana— que entre ambos había crecido una relación
de cariño y familiaridad equivalente a la natural. En términos de afectos, confianza
y sumisión, hemos de imaginar a Jesús como un hijo normal respecto a su padre. En
cuanto a María, la relación tuvo que ser de intimidad sencilla y abierta. Los vínculos
humanos afectivos irían creciendo durante la infancia.
El dinamismo del relato se tensa hacia la declaración de una paternidad que está
por encima de la humana. Habla la madre y dice “tu padre y yo”; responde Jesús y se
refiere a otro padre: Dios. Seguirá sumiso en la vida doméstica, pero en su misión
depende directamente de su Padre Celeste. El principio es tan importante que Jesús lo
introduce e inculca de forma dramática y dolorosa, admitiendo —se diría que incluso
provocando— la angustia de los que más quiere.
* Angustia, en un primer momento, de unos padres a quienes se les ha extraviado
el hijo.
* Angustia que se convierte después en verdadero pavor al sentirse ante un abis­
mo o un misterio que no comprenden en absoluto. María lo siguió meditando para
progresar en la comprensión.
Nosotros también meditamos y contemplamos para crecer en conocimiento; pero
nunca olvidemos que estamos ante el misterio. No nos asustemos si alguna vez nos inva­
de la angustia. Si alguna vez en nuestra vida nos parece que se nos extravía Jesús, bus­
quemos donde se puede encontrar: junto al Padre. Jesús es ahora templo o casa de Dios.
Llega el momento en que la ley lo declara mayor de edad y responsable, y lo re­
clama como hijo —según la expresión tradicional bar miswa (= hijo del precepto).

147
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

En ese momento de afirmación de la personalidad, Jesús suspende los vínculos na­


turales para revelar su más auténtica filiación, que a su vez revelará la más auténtica
paternidad de Dios. En algunas novelas y dramas románticos hay un momento en
que se descubre que el protagonista pobre y despreciado es hijo de un duque o de un
hombre riquísimo. En esos episodios, que hoy se nos antojan ingenuos, se expresa un
profundo deseo humano de enaltecer a sus favoritos, encontrando en el personaje un
desquite vicario: lo que uno no puede tener lo proyecta en el personaje.
En un orden insospechado, Jesús descubre el misterio oculto. La ley le ordena acu­
dir en peregrinación al templo, y él se somete, conducido por sus padres. La ley es
interpretada oficialmente por los doctores, y él entra en diálogo con ellos. Pero ha
llegado para el adolescente la hora de asumir la iniciativa: conducido por sus padres,
se desprende de ellos; instruido por los doctores, introduce una sabiduría inesperada.
Él recibe órdenes directas y enseñanzas particulares de su Padre, Dios.
El primer acto suyo que podemos llamar “público” es exhibir su título de naci­
miento, “Hijo de Dios”, y revelar que Dios es su Padre. Sin que se escuche la voz de
Dios, este momento tiene algo de transfiguración anticipada. El hecho es tan enor­
me que María y José, tras doce años de convivencia, no logran entenderlo. Los doce
años de intimidad humana ¿han servido de preparación o han sido un obstáculo
para comprender? Aun creciendo en años con Jesús, no logran ahora dar el salto.
Acostumbrados a un Jesús tan casero, no entienden que tenga otra casa paterna.
Cuando Jesús vuelva con sus padres a Nazaret, nada será igual, aunque externa­
mente lo parezca.
No intentemos nosotros domesticar dulzonamente al “niño Jesús”; contemplemos
más bien en él el misterio de su filiación divina. A su ejemplo, y como hijos de Dios,
aceptemos órdenes paternas superiores a vínculos humanos y a la autoridad de la
ley. Nuestra confirmación podría ser, además de simple ratificación del bautismo, una
especie de peregrinación espiritual, para comprender y manifestar que somos hijos
de Dios y que hemos de vivir en la casa de Dios. Nadie más padre que él; nadie con
autoridad superior sobre nosotros.
Finalmente, este episodio se proyecta hacia el futuro: cuando vuelva a subir en
peregrinación a Jerusalén, en el viaje definitivo y pascual; cuando mantenga agrias

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parte II: segunda semana
JESÚS EN EL TEMPLO A LOS DOCE AÑOS

discusiones con doctores de la ley reacios; cuando purifique la casa de su Padre; cuan­
do peregrine a la gloria…, nos hará partícipes de su filiación.
En nuestra vida, nos vamos emancipando a medida que crecemos: nos emancipa­
mos del vientre y de los brazos maternos, de la mano paterna, de nuestros maestros,
de la patria potestad… De nuestra relación con Dios Padre, sin embargo, nunca nos
emancipamos. Él quiere ejercer cada vez más sobre nosotros su amorosa y sobera­
na patria potestad. Sentirla y vivirla es un acto de maduración espiritual” (L. Alonso
Schoekel, Esperanza, Santander 1991, pgs. 239ss.).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

11. VIDA EN NAZARET DESDE LOS DOCE HASTA LOS TREINTA AÑOS
(EE 271) Lc 2, 52– 52 y Mc 6, 3

Se trata del “misterio” de la vida de Jesús más misterioso para nosotros, entre los 12 y
los 30 años, porque no aparece nada específico en los Evangelios al respecto. San Ignacio en
su breve propuesta dice solamente: Primero: “Era obediente a sus padres”; Segundo: “Apro­
vechaba en sabiduría, edad y gracia”; Tercero: “Parece que ejercía oficio de carpintero, como
indica San Marcos en el capítulo sexto: “¿No es éste aquel carpintero?”.

Volvió con ellos a Nazareth (Lc 2, 51)

Lucas dice muy sencillamente que Jesús “volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obe­
deciéndoles en todo”. O sea, este hijo emancipado se quedó con ellos desde los 12 hasta
los 30 años. ¿Qué pasaría en su corazón para actuar así? ¿Dónde quedó su gran prisa por
estar en las cosas del Padre, en la Casa del Padre? Lucas nos ofrece una clave para com-
prender estas preguntas cuando afirma que “Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatu­
ra, y gozaba del favor de Dios y de los hombres” (Lc 2, 52). Seguramente se dio cuenta de
que era demasiado joven, de que aún le faltaba escuchar un llamado claro del Padre Dios
mostrándole lo que esperaba de Él y enviándolo. Y, también, se daría cuenta que le faltaba
madurez humana, que le faltaba crecer, trabajar, aprender más de las profecías de la Biblia
y de la sociedad humana.

Jesús trabajador

La gente de Nazaret llama a Jesús por su profesión laboral: “¿No es este el carpintero,
el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón” (Mc 6, 3). Según Mateo 13, 55,
José, el esposo de María, había sido carpintero y trasmitió a Jesús su profesión. El vocablo

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parte II: segunda semana
VIDA EN NAZARET DESDE LOS DOCE HASTA LOS TREINTA AÑOS

griego tékton significa carpintero, pero también albañil. Podemos pues pensar que Jesús tra-
bajaba tanta la madera como la piedra y la argamasa.
Jesús fue trabajador toda su vida. Lo aprendió en el taller de Nazaret y lo hizo bien. Se
ganó el pan con el sudor de su frente hasta que a los 30 años comenzó su ministerio público.
Desde entonces su título ocupacional ya no fue carpintero sino rabino, maestro, y la gente de
su pueblo se admiraba preguntándose: “¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha
sacado esa sabiduría y los milagros que hace” (Mc 6, 2).
El ser un trabajador manual lo marcó por el resto de su vida, como se ve por el empleo fre-
cuente de parábolas y dichos sobre trabajadores y desocupados. El reino de los cielos lo com-
para con el dueño de una viña que se afana a diversas horas del día por contratar trabajadores
para el viñedo y que a todos les paga por igual, lo que despierta protestas de los que llegaron al
alba (Mt 20, 1–16). Hay otras dos parábolas de trabajadores de una viña. La de los dos hijos que
el padre los envía a trabajar: uno dijo que iría y no fue; mientras que el otro le respondió que no
quería ir, pero después cambió de parecer, y fue (Mt 21, 28–31). Está asimismo la parábola de
los trabajadores que asesinaron a los criados enviados por el dueño de la viña (Mt 21, 33–40).
Jesús conoce el caso de mal clima laboral, donde un criado cumple y otro no cumple con las
tareas encomendadas por su amo (Mt 24, 48–51). Mt 25, 14–30 habla de los talentos (un talento
equivalía a 6.000 denarios, o sea, el pago por 6.000 días de trabajo de un obrero). Algo entendía
Jesús también de pesca, como aparece en el evangelio de Juan, cuando, después de preguntarles
“Muchachos ¿han pescado algo?”, les da el dato de echar las redes al lado derecho (Jn 21, 5–6).
Los dichos de Jesús sobre el reino de Dios indican que sentía y pensaba mucho en térmi-
nos del trabajo: “La cosecha es mucha pero los trabajadores pocos… Rueguen al Dueño de la
cosecha que mande trabajadores…” (Mt 9, 37–38). Pero sobre todo esa respuesta misteriosa,
que da a los judíos de Jerusalén: “Mi Padre siempre ha trabajado, y yo también trabajo”, que
le valió el odio de ellos por hacerse igual a Dios (Jn 5, 17–18).

Jesús crecía en sabiduría

Es decir, en conocimiento de Dios y de la historia de salvación de su pueblo. Y esto lo haría


en la Sinagoga y en su casa acompañado de María y José, buscando juntos las profecías res-

151
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

pecto del Salvador. Juntos comentarían los acontecimientos de cada día. María y José fueron,
seguramente, para Jesús padres muy cercanos, a quienes el joven Jesús oía y apreciaba por-
que le enseñaban tantas cosas. Además de las enseñanzas en la Sinagoga, de sus relaciones
familiares, sociales y laborales, ellos lo acompañaron en su crecimiento y en su lenta madura-
ción humana que necesita tiempo, cercanía, gracia de Dios y esfuerzo personal para integrar
los distintos aspectos que conforman la vida y darse tiempo para soñar en su Misión.

Textos de Ludolfo:

María hilando, José en la madera

“Hemos vuelto al niño Jesús de Egipto. Vuelto él, las hermanas de la Señora,
otros parientes y amigos, se reúnen con ellos, apresurándose a visitarlos. Se quedan
luego en Nazaret, llevando una vida pobre. José toma, como de costumbre, las obras
de carpintería que le piden. María, hilando, cosiendo y de otras maneras, trabajaba,
como podía, siendo a la vez muy solícita y cuidadosa con su hijo”.

Ocupaciones del niño Jesús

“Desde entonces hasta los doce años del niño, no sabemos nada de él, ni de sus
padres. Se dice y es verosímil que en Nazaret hay todavía una fuente pequeña a la que
iba a veces la Virgen, y de donde bebía agua con frecuencia el niño Jesús. Serviría a
su madre, a la que estaba obediente. Sería una delicia para él dar agua a su madre,
siendo él quien da alimento a toda carne”.
“Iría también a recoger plantas, con las que pudiera ella preparar la verdura. Estos
servicios los haría el humilde Señor a su madre, pues ella no tenía otro que la ayudara.
Practicó desde muy pronto la humildad”.
“Piensa, dice san Anselmo, que ninguna locura llegará a tocarte, si contemplas al
Señor en Nazaret, niño entre los niños, obediente a su madre, y asistiendo al obrero
que cuidaba de él”.

152
parte II: segunda semana
EL BAUTISMO DE JESÚS

12. EL BAUTISMO DE JESÚS (273) Mt 3, 13–17 y Lc 3, 21–22

El movimiento de Juan Bautista

Juan era de familia sacerdotal que vivía en el campo, al norte de Jerusalén. Su padre
Zacarías servía por turnos anuales en el templo, pero Juan rompió con el templo y su sistema
de sacrificios y purificaciones y se fue al desierto. Seguramente se sintió hastiado del tem-
plo. En el desierto comenzó a predicar y bautizar llamando a un nuevo comienzo, una nueva
liberación de Israel. Llama al pueblo a una honda conversión al Dios que ya llega: “Preparen
el camino al Señor, allanen sus senderos” (Is 40, 3).
El bautismo y las purificaciones con agua eran un símbolo religioso bastante universal.
También Israel lo practicaba para purificarse ante Dios: “Los rociaré con agua pura y queda­
rán purificados de todas su impurezas y suciedades. Les daré un corazón nuevo,…un espíritu
nuevo” (Ez 36, 24–26). El agua lava, refresca y da vida.
Pero el bautismo de Juan tenía rasgos propios que lo hacían ser distinto de las purifica-
ciones de los judíos o de los ascetas del Qumrán. Juan lo hacía en el río y no en piscinas, lo
que ayudaba a entender la absoluta conversión que se esperaba. El “agua viva” de los ríos,
para la Biblia, era más purificadora que el agua inmóvil en piscinas o en jarros. Además, a
diferencia de las purificaciones de los judíos, Juan mismo era quien sumergía en el agua al
penitente. Por eso lo llamaron “Bautista” o “el bautizador”. Esto creaba un lazo especial de
las penitentes en torno a Juan. Juan era el mediador de Dios, no el centro ni la meta; Dios lo es
todo. Ser bautizado por el Bautista significaba un compromiso de apartarse del pecado para
abrirse a una nueva Alianza con Dios.
Hombres y mujeres se hacían bautizar confesando en voz alta sus pecados: pero no sólo
los personales, sino los de todo el pueblo de Israel. Su bautismo era “para el perdón de los
pecados” (Mc 1, 4). Incluía, por tanto, el perdón del mismo Dios. Esto escandalizó a los sacer-
dotes del templo, que suponían que sólo allí se podía obtener el perdón divino. Los oyentes
de Juan, incluso los recaudadores de impuestos para Roma, se hacían bautizar; pero los fari-

153
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

seos y los maestros de la ley rechazaban el bautismo de Juan, despreciando la oportunidad


que Dios les ofrecía (Lc 7, 29–30).
La gente que acudía a Juan era en su mayoría gente pobre, de las aldeas del campo. Tam-
bién prostitutas, soldados, pequeños comerciantes y recaudadores de impuestos. No era el
grupo selecto de los miembros del Qumrán sino que era un bautismo ofrecido a todos los que lo
buscaran. Ahí estaba naciendo el “pueblo renovado” para acoger la llegada inminente de Dios.
Juan predicaba la preparación a los últimos tiempos, pero nunca se pensó él como el
Mesías. Hablaba del “que ha de venir” y lo llama “el más fuerte”, que bautizará ya no con
agua sino con fuego. ¿Quién es este “más fuerte”? ¿Es Dios o es un personaje mediador
entre Dios y el pueblo? Juan no lo tiene claro. Dice, sí, que bautizará con el Espíritu Santo y
que inaugurará una era nueva (Mc 1, 8). Este es el panorama con que se encuentra Jesús a su
llegada al Jordán.

El discernimiento de Nazaret

Las noticias del movimiento penitencial del Bautista se esparcen por todos lados y lle-
gan a Nazaret. No había habido profeta en Israel por 400 años. Ya a los doce Jesús se había
separado de sus padres, quedándose en el templo por tres días (Lc 2, 41–52); pero ahora él
sentía que se trataba de algo distinto, mucho más radical y definitivo. Siente una voz fuerte
que lo llama a ir al desierto donde Juan. En la intimidad de la oración Jesús madura este
llamado: “muéstrame, Señor, tus caminos” (Sal 27, 11). También lo conversa con su madre,
la que lo alienta a dejarse conducir por el Espíritu del Señor. Y entonces se decide a partir:
“nada de poner la mano en el arado y mirar para atrás” (Lc 9, 62). Se despide de su madre y
se marcha al Jordán.

Ida al Jordán

Juan realiza su ministerio en el lado oriente del Jordán. O sea, adonde llegó Israel vi-
niendo desde Egipto, antes de entrar en la Tierra Santa. Esto en sí ya está lleno de sentido,

154
parte II: segunda semana
EL BAUTISMO DE JESÚS

es un signo profético que indica que hay que hacer un nuevo comienzo. Ni el Templo, ni las
clases dirigentes ni nada de lo de adentro de la Tierra de la promesa debe mantenerse. Está
corrupto y hay que cambiarlo. La alianza ha sido rota: “Dios puede de estas piedras sacar
hijos de Abraham”.
El desierto fue el lugar en que nació el pueblo de Dios. Es el terreno propicio a las teofa-
nías y a la escucha de Dios en el silencio de la soledad. En el desierto “Dios habla al corazón”
(Os 2, 16). Juan escogió el desierto frente a Jericó, sitio por donde había pasado Josué con los
israelitas (Jos 4, 13–19). También era sitio de tráfico de viajeros y comerciantes, a los que el
Bautista les anunciaba la inminencia del juicio de Dios.
Jesús no va al desierto en busca de experiencias espirituales personales, como lo hacen
hoy tantos grupos que se reúnen en diversas partes del mundo; en Chile, en el Valle del Elqui,
Arica o en San Pedro de Atacama. Va al desierto porque “el pueblo estaba a la expectativa”
(Lc 3, 15). Desea hacer como Moisés y los otros profetas de antiguo. El sufrimiento de la gente
le conmueve y quiere ayudar a aliviarlo.
Jesús se fascinó con la persona del Bautista. Dirá de él que es “más que un profeta”, “el
mayor de los nacidos de mujer” (Lc 7, 26 y 28). ¿Por qué?

El bautismo de Jesús

Que Jesús fuese a ser bautizado por Juan era un dato incómodo para los primeros cristia-
nos porque cuestionaba la superioridad de Jesús sobre el Bautista: ¿Cómo pudo someterse
a este bautismo que era en confesión de los pecados, si Jesús estaba libre de pecado? ¿Era
acaso también un pecador?
Los relatos de los evangelistas responden a estas preguntas. Era un hecho sólido que
Jesús fue bautizado por Juan, pero había que aclarar las cosas. Marcos lo hace describiendo
la teofanía del bautismo: se abrieron los cielos, el Espíritu bajó sobre él y la voz de Dios
selló el bautismo diciendo: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Mc 1, 9–11 à Sal
2, 7; Is 42, 1). Mateo afirma más explícitamente el dilema: “Yo debería ser bautizado por ti,
¿y tú vienes a mí?”. Jesús le responde apelando a la necesidad de cumplir toda justicia (Mt
3, 13–17). Y después trae la teofanía narrada por Marcos. Lucas no entra en el tema en dis-

155
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

cusión, y se limita a enmarcar la teofanía trinitaria dentro del contexto de que Jesús estaba
orando (Lc 3, 21–22).
Juan desde el Prólogo vincula estrechamente a Juan con la venida de Jesús y dedica una
detallada sección al testimonio que da Juan sobre Jesús cuando es requerido a responder por
parte de las autoridades judías de Jerusalén. Su testimonio dice que él no es ni el Mesías ni
uno de los profetas redivivos. Afirma ser sólo “la voz que clama en el desierto” a que abran
un camino derecho para el Señor (Is 40, 3). Después lo muestra a sus discípulos, invitando
a reconocer en él al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dice que Jesús es ese
“más fuerte que yo” y que vio descender sobre él al Espíritu Santo. Termina su testimonio
declarando que “es el Hijo de Dios” (Jn 1, 19–34).

La vivencia de Jesús en su bautismo

Salir de Nazaret fue para Jesús un cambio radical de vida. Deja las seguridades de su fa-
milia y ocupación laboral para ir a meterse en una aventura profética. Parece que al comienzo
de la ida al Jordán carece de un proyecto propio bien definido. Pero sí participa del proyecto
genérico de Juan. Quiere sumarse al llamado del Bautista a una conversión radical para reci-
bir así el perdón divino. Esto traerá un cambio en el pueblo: volviendo éste a ser restaurado,
la Alianza será renovada y se vivirá en la justicia y el derecho con un nuevo corazón. Este
núcleo de la esperanza de Juan pasará a Jesús y quedará siempre en él hasta su muerte. Así
Jesús empezó a entrever las grandes líneas de su misión. Las parábolas de la perla y el tesoro,
en que Jesús destaca que la alegría que siente el mercader, es lo que lo impulsa a vender todo
lo que tiene, para quedarse con el tesoro, probablemente refleja el estado de consolación
intensa con que vivió Jesús esa conversión radical al trabajo del reino de su Padre (Mt 13,
44–46). Jesús se sintió lleno de la alegría del Reino al comenzar su misión. Esa alegría es la
causa por la cual todas las renuncias por el Reino se hacen fáciles.
Jesús vivenció su bautismo como un signo y compromiso de un cambio radical que debía
ocurrir “ahora”. No se trata de posponerlo para un futuro incierto. Por eso no vuelve inmedia-
tamente a su tierra sino que va al desierto movido por el Espíritu a profundizar estas cosas.
Hay comentaristas que dicen que Jesús no sólo acogió el proyecto de Juan, sino que adhirió al

156
parte II: segunda semana
EL BAUTISMO DE JESÚS

grupo de sus discípulos y colaboradores (Jn 3, 22–30). Allí conoció a Andrés, Simón y Felipe,
todos de Betsaida y del círculo del Bautista.

La teofanía trinitaria

Mt 3, 16–17 es la confirmación del Padre a la larga búsqueda y discernimiento de Jesús, a


su decisión de dejar Nazaret para estar cerca del pueblo que busca, de los pobres y necesita-
dos de salvación. Es confirmación trinitaria de que su elección es, en todo, la voluntad de su
Padre para él; y los signos de ello son:
•• Ve que se abre el cielo y que en él se unen lo divino y lo humano, Dios y la creación…
•• El Espíritu ordenador de Gn 1, y vivificador de Gn 2 desciende sobre él y lo sella, lo unge,
lo llena, lo envía…
•• El Padre lo re–conoce como su Hijo amado que le llena de alegría el corazón. Es la con-
firmación, unción, del Padre al discernimiento de Jesús y a su elección de trabajar por el
Reino, es a la vez, un envió a la misión de ser profeta para Israel: El Profeta anunciado
en el primer poema del Siervo de Dios de Isaías...

La muerte de Juan, señal para Jesús

Juan denunció con fuerza al rey Herodes por repudiar a su mujer para casarse con He-
rodías, la mujer de su hermanastro Filipo. Esto le valió la cárcel y que después le cortaran la
cabeza. La muerte del Bautista causó un enorme impacto. La conversión de Israel quedaba
inacabada. ¿Cómo se iba a seguir? ¿Quién sería su continuador?
Varios estudiosos sostienen que Jesús asumió el desafío de proseguir la obra del Bautis-
ta, introduciéndole a la vez cambios sustanciales. Para Jesús ya se ha terminado la etapa de
la preparación en el desierto y empieza la irrupción definitiva de Dios. Lo que Juan esperaba
para el futuro empieza ya a hacerse realidad inminente. Comienza una era nueva, la de la
salvación de Dios. Además Jesús empieza a verlo todo desde la divina misericordia. Habrá un
juicio, pero será de misericordia al pueblo que no había acabado de convertirse.

157
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Jesús pronto emplea un lenguaje nuevo: está llegando el “reinado de Dios”. No hay que
seguir esperando más; hay que acogerlo; hay que “entrar” en él. Jesús lo ofrece a todos y no
sólo a los bautizados por Juan en el Jordán. Dios no fuerza a nadie; sólo invita. Los que entran,
se dejan transformar; los que no, quedan fuera.
Jesús abandona el desierto y empieza a recorrer la tierra prometida acompañado de
sus colaboradores y discípulos. Abandona así mismo el modo austero y penitente de Juan, y
promueve un tono más festivo: comidas, banquetes, parábolas poéticas, celebraciones de la
vida nueva que Dios quiere para su pueblo.
El mismo bautismo del Jordán deja ya de ser la vía de ingreso al Reino. Lo reemplaza por
el perdón, las curaciones, el bendecir a los niños y a los pequeños; todo lo gratuito. El len-
guaje duro del desierto es sustituido por la “Buena Noticia”. Hay palabras de poesía: flores,
semillas, pájaros del cielo, mies del campo, bodas.

“Con Jesús todo empieza a ser diferente. El temor al juicio deja paso al gozo de
acoger a Dios, amigo de la vida. Ya nadie habla de su “ira” inminente. Jesús invita a la
confianza total en el Padre Dios. No solo cambia la experiencia religiosa del pueblo.
También se transforma la figura misma de Jesús. Nadie lo ve ahora como un discípulo
o colaborador del Bautista, sino como el profeta que proclama con pasión la llegada
del reino de Dios. ¿Es él aquel personaje al que Juan llamaba ‘el más fuerte’ “? (José
Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica [2007], p. 80).

Textos de Ludolfo:

Cumplir toda justicia (Comparar con “Tres maneras de humildad” EE 164–168)

“Hay una humildad ordinaria, necesaria a todos los justos, que consiste en someter­
se por Dios al que es mayor que uno, y no preferirse al que es igual. Hay otra, abundante,
que consiste en someterse al igual, y no preferirse al menor. Y hay una tercera, perfecta y
sobreabundante, que consiste en someterse al menor, y no preferirse a nadie. Este tercer
grado tuvo Cristo aquí; así cumplió toda la humildad… La justicia se manifiesta en el hu­

158
parte II: segunda semana
EL BAUTISMO DE JESÚS

milde, pues el humilde ni quita ni pone, ni se atribuye lo que no debe, sino que da a cada
uno lo que le corresponde. No quita el honor a nadie, para atribuírselo a sí; el honor lo
atribuye a Dios y retiene para sí la bajeza. No hiere a los otros, ni los juzga, ni se prefiere
a ellos, ni se compara con nadie. Se tiene por inferior a todos y escoge el último lugar!.

Humildad en Cristo

“Había vivido como un hombre humilde, inútil, y despreciado. Aquí quiso apare­
cer ante los hombres como pecador. A los pecadores predicaba Juan la conversión y
los bautizaba. Jesús quiso bautizarse con ellos, como uno de tantos. … El maestro de
la humildad quiso parecer lo que no era, con desprecio suyo, para instruirnos. Noso­
tros, en cambio, queremos aparecer lo que no somos, para que nos alaben. Si tenemos
algo que parezca bueno, lo mostramos. Los defectos, en cambio, los escondemos”.

Se abre el cielo al bautizarse Cristo

“Al subir de nuevo de las agua del bautismo, Jesús se puso a rezar para recibir
el Espíritu Santo. Entonces “se abrió el cielo”, formándose en torno a Cristo un gran
resplandor. … Esto daba a entender que quedaba abierta la gloria celeste para los que
creen en Cristo; la puerta del reino del cielo, que se cerró para el hombre por el peca­
do, quedaba abierta para los que vuelven a renacer por el bautismo”.

159
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

13. LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO (EE 274) Lc 4, 1–13 y Mt 4, 1–11

Al desierto impelido por el Espíritu

En este contexto de discernimiento y de cambio de vida hemos de situar la ida de Jesús


al desierto durante 40 días. De acuerdo a los tres primeros evangelistas, Jesús fue impulsado
por el Espíritu a ir al desierto y allí ser tentado. Marcos se ciñe a narrar el hecho, mientras que
Mateo y Lucas componen un relato imaginativo de lo que allí le sucedió a Jesús. En esto no hay
ni exceso de la fantasía ni voluntad de engaño, sino un género literario que consiste en antici-
par en una introducción lo que sucederá después. En efecto, el relato de Mateo y Lucas sobre
las tentaciones son un compendio de las acechanzas que encontró Jesús en el servicio al reino.
El breve relato de Marcos que termina diciendo que “estaba con las fieras y los ángeles
le servían” hace eco al tema del paraíso, donde fue tentado Adán. Leyendas judías de esa
época decían que Adán y Eva eran servidos por los ángeles. Esto lleva a pensar que la inten-
ción de Marcos era afirmar que con Jesús y su fidelidad a la voluntad de Dios se iniciaba la
humanidad nueva porque la tentación, para Marcos, es querer la propia voluntad en vez de
la de Dios.
Mateo y Lucas dicen que el tentador se acercó tres veces a Jesús, tratando de apartarlo
de la tarea asignada por el Padre. ¿Cuál era esa tarea? Sin duda, continuar la línea trazada
por el Bautista. Pero hay aún más. La voz del Padre que se dejó oír en el bautismo era el inicio
del primer canto del Servidor de Isaías. No se trata todavía del Siervo sufriente, pero sí del
siervo elegido y llamado por Dios, colmado de su Espíritu y enviado a cumplir una misión en
beneficio no sólo de Israel sino de todos los pueblos. Le señala un estilo humilde, no prepo-
tente ni violento, compasivo y misericordioso. Traerá la salvación y será señal de la Alianza
con el pueblo y luz de las naciones. Dará vista a los ciegos y libertad a los cautivos (Is 42, 1–9).
Este es el tema que Jesús ora y medita en su estadía en el desierto. Como se ve en la
vida de Jesús, es un programa contra–cultural para el Israel de su tiempo, y del choque de esa
realidad social con este programa surgen las tentaciones.

160
parte II: segunda semana
LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO

Las tentaciones de Jesús no son de las corrientes, que nos acechan a todos, tales como
la codicia o el placer, sino que son más profundas. Es la tentación de que el Pueblo de la
Alianza, representado por Jesús, no viva para Dios y la misión encomendada, sino que viva
para sus intereses más básicos y mezquinos. La primera, la del pan, es un intento de buscarse
el sustento uno mismo, sin esperarlo del Señor. La del pináculo del templo es la tentación de
usar lo espectacular, para inducir a la fe, cosa que Dios abomina. La tercera es la de la codicia
desatada que ofrece “todos los reinos de la tierra” por una adoración a las falsas fuerzas que
imperan en el mundo.
Este relato de las tentaciones inmediatamente después del bautismo, muestra que
Jesús fue a menudo tentado en sus valores más hondos; y, al mismo tiempo, que la fuerza
para resistir la encontraba en la Palabra de Dios. Así, Pedro fue Satanás para Jesús (Mc 8,
32–33). La escena culminante de la tentación y de su fidelidad total a la voluntad de Dios
es la de Getsemaní.

Texto de Ludolfo

El siguiente texto es un típico mural de una catedral medieval. Lo escojo por la deliciosa
ingenuidad con que comunica una visión tan abarcadora de la salvación que trae Cristo:

“Bautizado el Señor ‘Jesús volvió del Jordán, lleno de Espíritu Santo’ (Lc, 1), con
la abundancia ‘de cuya plenitud todos hemos recibido’ (Jn 11, 16). Y ‘entonces’, sin
demora, fue llevado, queriéndolo él, al desierto, a un monte muy alto, llamado de la
Cuarentena, que está a dos millas de Jericó y a unas doce de Jerusalén. En este desier­
to solía haber bandidos. Por la sangre que derramaban ellos, el sitio se llama Domin,
‘sangre’. Domin es precisamente la finca donde aquél que bajaba de Jerusalén a Jericó
cayó en manos de ladrones. El hombre que cayó en manos de ladrones era figura de
Adán, cuando fue vencido por el enemigo. Fue conveniente que en ese mismo sitio
que recordaba a Adán, Cristo venciera histórica y realmente al enemigo. El samaritano
bajaba por el mismo camino; así el Hijo de Dios encarnado, para guardar a los hom­
bres, sostuvo allí las mismas tentaciones”.

161
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

14. LA ELECCIÓN, MIRADA SINTÉTICA

Elegir mirando a Cristo y discerniendo los espíritus

Los EE no son “baños espirituales”, no son termas para sentirnos bien, en paz y tranqui-
lidad con nuestro “yo” acomodado. Los EE son para “desear y elegir” a Cristo (PyF) y seguirlo
en el lugar y el puesto al que él nos llame en su trabajo por el reinado de su Padre (Reino).
Los EE son para cambiarnos; no para continuar después tal como estábamos. Cambio,
como el ocurrido a los pescadores Andrés y Pedro, Santiago y Juan, que abandonando las
redes lo siguieron para toda la vida. Cambio de los afectos: ¡ordenarlos! Cambio de vida: ¡lo
que el Señor quiera para que lo sirvamos!
De estos cambios se trata en el “Preámbulo para considerar estados” (135) y en la “En-
mienda y reforma de la propia vida y estado” (189). En ambos casos el ejercitante “debe mu­
cho considerar y ruminar por los ejercicios (se refiere a Banderas, Binarios, Tres maneras de
humildad) y modos de elegir, según qué está declarado” (EE 169–188).
El modo de organizar el día de EE combina las contemplaciones de la vida de Cristo con
el discernimiento de las mociones que se producen y las razones a favor y en contra de lo
que Dios me propone que elija (175–188).Este trabajo de elecciones se realiza en la Segunda
Semana y después la llevamos a la Tercera y la Cuarta para que el Señor allí lo confirme.
Discernir las mociones con las reglas para ello de la Primera y de la Segunda Semana
porque la vida espiritual es la vida movida por el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de amor
y de vida en la creación (Gen 1; Sal 104). Es la vida movida por el Espíritu que movía a Jesús
en su ser (“encarnado por obra del Espíritu Santo”), en su actuar (marchar al desierto, sanar
enfermos, anunciar con hechos y palabras) y en el dar su vida hasta la muerte de cruz (Hb 9,
14). La vida espiritual del cristiano consiste en, como Cristo, ser movido por el Espíritu; que
su vida sea una “carta escrita por el Espíritu” (2 Cor 3, 3).
Ignacio tuvo el regalo de esta experiencia cuando comprendió que Dios le hablaba por
aquello que le producía alegría duradera (Aut. 8) y por lo único que lo salvó de su crisis de

162
parte II: segunda semana
LA ELECCIÓN, MIRADA SINTÉTICA

escrúpulos (Aut 25). Para llegar a la alegría hay que saber aceptar las cruces. La resurrección
pasa por la cruz. Hay que mirar las cosas con la mirada de Dios, que quiere que seamos ple-
nos y fecundos, que demos fruto abundante (Jn 15). La gloria de su Padre es para Jesús que
vivamos en plenitud, dando mucho fruto en ayuda de los demás (Jn 17).
Los EE buscan la gloria de Dios en la salvación de los hombres, nuestros prójimos;
buscan que seamos seguidores de Jesús como apóstoles suyos en el mundo de hoy. No nos
permiten contentarnos con ser personalmente piadosos y cuidar a la familia. ¡No! Nos invi-
tan a salir a trabajar por la evangelización y salvación plena de los hombres. Nos impulsan a
cultivar un corazón de apóstol porque el amor de Cristo, derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, nos impulsa a más. Nos lleva a responder a los desafíos de la Iglesia
y del mundo.

“Discernimiento espiritual” y “discernimiento de los espíritus”

En los EE estamos siempre discerniendo: los puntos a contemplar, las consolaciones,


las resistencias, la elección y reforma de vida. También fuera de los EE discernimos ya que lo
propio del cristiano es seguir a Cristo por su camino, y él oraba y actuaba en todo momento
conducido por el Espíritu Santo. El discernir en el Espíritu de Cristo no es algo exclusivo de
Ignacio y los ignacianos porque la Iglesia lo ha practicado siempre, en una larga tradición que
viene desde la Biblia y los Padres de la Iglesia.
Es importante que distingamos entre “discernimiento espiritual” y “discernimiento de
los espíritus”. Ambos están cercanos, pero no son lo mismo:
 El hombre espiritual ha recibido el Espíritu de Dios “para poder distinguir lo que le vie­
ne de Dios como gracia: nadie conoce lo que es de Dios sino el que tiene el Espíritu de Dios”
(1Cor 2, 11–16). Así llegamos a adquirir “la mente” de Cristo (Rm 12, 2).
 En cambio el “discernimiento de los espíritus” es un genitivo objetivo: trata del campo
u objeto al que se aplica el discernimiento. Se trata de las mociones, luces, tendencias, incli-
naciones, rechazos, que actúan en nuestro interior. A éstas se les llama “espíritus”. El discer-
nimiento de espíritus, para que sea espiritual, debe hacerse al nivel del Espíritu Santo (1 Cor
2, 14). Si no, no debiera ser llamado así. San Pablo es claro al respecto cuando dice: “Pido

163
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en mi oración que su amor siga creciendo más y más todavía, y que Dios les dé sabiduría y
entendimiento, para que sepan escoger siempre lo mejor “ (Fil 1, 9–11).
San Ignacio habla del “discernimiento de espíritus” (328), pero hecho en el Espíritu, que
percibimos por los signos de su consolación, que son alegría, paz, impulso espiritual. Su gran
aporte en los EE es ordenarlo y sistematizarlo como camino para hallar la voluntad de Dios,
crecer en Cristo y ponernos a su servicio. Los EE enseñan a discernir dentro de un proceso de
purificación y ordenamiento de nuestra vida, contemplando a Cristo, haciéndonos sensibles
a sus gracias y a nuestras propias resistencias.

164
parte II: segunda semana
MEDITACIONES IGNACIANAS, MARCO INTRODUCTORIO

15. MEDITACIONES IGNACIANAS, MARCO INTRODUCTORIO

Ignacio ama los marcos introductorios, como se puede ver en los EE y en las Constitucio-
nes. El PyF y la contemplación del Llamamiento pertenecen a este género. Lo mismo las medi-
taciones de Banderas y Binarios y de las Tres Maneras de Humildad, que son para introducir
el proceso de las elecciones.
Como todo buen pedagogo, Ignacio traza estas meditaciones con rasgos fuertes, con-
trastantes, que resaltan las diferencias. Los matices los dejará para las reglas de discerni-
miento de Segunda Semana. Pero, lo veremos en seguida, Ignacio lleva al ejercitante a una
perspectiva espiritual muy penetrante, que toca el fondo de las cosas.
Banderas está en línea con aquella muy antigua literatura sapiencial que nos habla de
“Dos Caminos” (Sal 1), del combate entre la Luz y las Tinieblas (Jn 1), de escoger entre la Vida
o la muerte (Dt 30, 15), de esos dos amores que construyen dos Ciudades (San Agustín). Lo
característico del discurso sapiencial es que enseña a bien vivir. Son esquemas que simpli-
fican los hechos complejos con el fin de destacar más nítidamente el camino, aunque en la
realidad concreta, todo crezca entremezclado, como el trigo y la cizaña.
Algunos prefieren presentar Banderas después de las contemplaciones del bautismo y
las tentaciones en el desierto porque así el tema brota de la contemplación de lo que Jesús
mismo vive: el envío por el Padre a anunciar el Reino y reunirle discípulos, la lucha con Sa-
tanás y sus tres tentaciones. No son razones de poco peso y en la práctica funcionan bien.
Por otra parte, hay tres razones en favor del orden propuesto en los EE: 1ª la didáctica de los
marcos introductorios; 2ª, así se resalta que entramos en un terreno nuevo, el del trabajo por
el Reino, que vale para todo el resto de los EE; 3ª, después de contemplar la intimidad de la
Sagrada Familia, viene la lucha por reunirle a Dios un nuevo Pueblo, lo que conlleva un traba-
jo que va más allá de las tentaciones y engaños de Satanás.

165
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El preámbulo para considerar estados (135)

Este preámbulo concierne la elección de vida. Más abajo pondrá Ignacio otro preámbu-
lo, ya más técnico y operativo, para hacer la elección (169). Para él el ejercitante ideal es el
que puede presentarse ante Dios nuestro Señor desde su juventud y pedirle le indique qué
hacer con su vida, sin estar ya ligado por obligaciones de familia, votos religiosos, negocios
o servicios temporales.
Lo fundamental es que el Señor santificó tanto la vida “laical” como “la vida religiosa” y
por lo tanto en cualquier género de vida se puede alcanzar la perfección cristiana. Esta aber-
tura de mirada era notable para los tiempos de Ignacio, punto que ha quedado establecido
por el Vaticano II para todos: “Todos los cristianos en cualquier estado o condición de vida
están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lg 40).
Encontramos aquí un camino de crecimiento espiritual que sirve para elegir estado de
vida y también para muchas otras decisiones. La idea es realizar la elección a la luz de las
contemplaciones de la vida de Cristo, atendiendo simultáneamente a las diversas mociones
espirituales, mediante un proceso que tiene sus modos y reglas.
Hemos de hacer ambas cosas y la una beneficia la otra. La elección del camino divino nos
llega por vías complementarias: por la Palabra escrita contemplada y orada, y por los toques
interiores del Espíritu de Cristo. La una llama a la otra. Fue lo que le sucedió a Iñigo durante
su convalecencia en Loyola. Aquí está el núcleo de toda la sabiduría ignaciana.
El Preámbulo para considerar estados habla de “…investigar y demandar”. Son dos ver-
bos que se complementan. El primero acentúa el esfuerzo personal y metódico; el segundo,
la gratuidad del don, que pese a todo el esfuerzo sigue siendo todo don y que el simple pedir
es el único camino adecuado para que el Señor pueda darlo.

Hondura trinitaria de la elección

La elección cristiana, a la que nos convida San Ignacio, es la actualización de nuestro


vivir en Cristo, movidos por el Espíritu, para trabajar por el reinado del Padre. Es algo inefable,
enorme, lo que se nos propone. Se trata del misterio del que venimos: de la Trinidad. Se trata

166
parte II: segunda semana
MEDITACIONES IGNACIANAS, MARCO INTRODUCTORIO

de que estamos en sus brazos, que vivimos en un combate, que nuestra lucha de Iglesia es
plasmar el mundo, la sociedad, la cultura, la familia y nuestros propios corazones según Cris-
to. Se trata de que desde nuestra intimidad más íntima el Espíritu Santo nos empuja para que
no nos dejemos acobardar ni vencer por el enemigo sino que luchemos valientemente, cola-
borando así con Cristo para enseñorearle al Padre su reinado de amor universal (1 Cor 15, 28).
Los Ejercicios espirituales provienen de la Trinidad (Aut 28, 99). Ella nos ilumina con su luz
y nos enciende en su amor para que en la Iglesia trabajemos por el reinado de Cristo y del Padre
en la historia. Todo en ellos apuntan a esto: el Principio y Fundamento, la creación y la caída, la
encarnación desde la mirada de las tres divinas personas, las contemplaciones de los misterios
de la vida de Cristo, su pasión y muerte como paso al Padre, la resurrección gloriosa, universal
y cósmica, el envío a los discípulos en misión en la fuerza del Espíritu, el proceso de las elec-
ciones y la reforma de vida, las reglas para vivir en la Iglesia y usar de los bienes (la comida, la
limosna). Todo se dirige a formar una Iglesia crística servidora de la causa del reinado de Dios.
Hace falta recalcar siempre este aspecto cristológico, escatológico, apostólico y eclesial
de los EE para poder entender bien las reglas de discernimiento de espíritus. Es capital no
perder nunca de vista que lo que siempre hace el Espíritu Santo es construir Cuerpo de Cristo,
o sea, Iglesia. La prueba más evidente la da san Pablo, que insiste que todos los dones y ca-
rismas del Espíritu, los corrientes y los más especiales, los da Dios “para provecho de todos”
(1 Cor 12, 7. 27–28ss). La carta a los Efesios lo repite con énfasis: “Cada uno de nosotros ha
recibido los dones que Cristo le ha querido dar... Por Cristo el cuerpo entero se ajusta y se liga
bien mediante la unión entre sí de todas sus partes; y cuando cada parte funciona bien, todo
va creciendo y edificándose en amor” (Ef 4, 7 y 16).
En otras palabras, los movimientos o mociones espirituales se han de mirar en una pers-
pectiva de construir Iglesia. Hemos de reaccionar contra la tendencia actual de “privatizar”
las cosas del Espíritu, que es un tremendo constructor de cuerpo, de Iglesia de Cristo, para
el Padre. La riqueza carismática de las iglesias de los primeros siglos, con toda su enorme
variedad de diakonías o ministerios eclesiales, no es que se haya apagado. Por todas par-
tes los laicos y religiosos están inventando nuevos ministerios de servicio: en el área de la
educación, de la salud, de la Cáritas, del acompañamiento espiritual. Pero hace falta ponerle
nombre a estos ministerios hacedores de Iglesia, a fin de darles más peso y estabilidad. El
asunto de la elección de vida y estado apunta a ello.

167
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

16. MEDITACIÓN DE DOS BANDERAS (EE 136–148)

En la contemplación del “Llamamiento”, el ejercitante es llevado por Dios nuestro Señor


a “no serle sordo sino presto y diligente para cumplir su voluntad”. Banderas prosigue el
mismo tema, pero buscando claridad acerca de cuál sea el estilo y la misión a que nos envía
Jesús y la lucha que esto implica contra los engaños y las fuerzas del mal: “Ayuda para de
ellos me guardar” (EE 139).
Esta meditación refleja la experiencia personal de Ignacio, que sintió en sí mismo la lu-
cha de dos poderes opuestos. Es de raigambre profundamente bíblica, como ya lo indicamos
al inicio. Son dos bandos opuestos, aunque en ningún modo equiparables ni en poder ni en
cuanto al éxito final. Cristo vence al mundo (Jn 16, 33), y los poderes del mal le quedan some-
tidos (1 Cor 15). Así las acechanzas de Satanás terminan contribuyendo finalmente al bien de
los elegidos (Rm 8 ).
Ignacio no se detiene a describir los efectos externos y visibles del poder del mal (guerras,
odios, idolatría, robos, mentiras, asesinatos, perversiones de la naturaleza) y el choque con
los poderes del bien, tales como son la paz, la armonía, la prosperidad común y la fraternidad,
como lo hacían los profetas y San Pablo (Rm 1, 18–3, 1–20). Él prefiere señalar las raíces de don-
de provienen las fuerzas del mal caudillo y que son la codicia de bienes, el alimentarse de seudo
honores y la soberbia desbordada. Lo mismo, en relación al seguimiento de Cristo, revela las
actitudes interiores del discípulo suyo, que es mucho más que una vida moralmente correcta,
sino que abraza la pobreza espiritual y actual, el deseo de menosprecios y la humildad.
Es necesario decirlo desde el comienzo: cuando Ignacio habla de Banderas, de Cristo y
de esparcir con él “su sagrada doctrina” (145), no piensa esta meditación para gente que se
quede en cosas chicas. Es para apóstoles. Por lo mismo, no se debiera proponerla a los que
no tienen ni las cualidades ni el interés para ello; cosa que se supone ya ha sido resuelta
antes de comenzar la Segunda Semana (EE 18).
Con esto no afirmamos que Banderas sea sólo para personas que quieren tomar una op-
ción que les cambie radicalmente su vida. Su sentido más hondo y esencial es una conversión

168
parte II: segunda semana
MEDITACIÓN DE DOS BANDERAS

más honda a Cristo y a “la vida verdadera” a que él nos invita, “en cualquier estado o vida que
nos diere para elegir” (EE 135).
Banderas y Binarios son una pieza clave de los EE. Pero no olvidemos que se sitúan den-
tro de un proceso que viene desde muy antes y que se continuará dentro y después de los
EE. A medida que se avanza en las contemplaciones y elecciones, y después a lo largo de la
vida, irá creciendo la percepción de Banderas y la disposición de abrazar la bandera de Cristo.
Se ha de tener cuidado en no teorizar acerca de los detalles pictóricos de esta meditación:
cátedra de fuego y humo, redes y cadenas, numerosos demonios. Hemos de atenernos a lo
esencial, que es lo que importa: vivimos tironeados por dos juegos de valores, por dos sabidu-
rías; y lo que importa es decidirnos por el seguimiento del Cristo pobre y humilde del evangelio.

Comentario al texto:

Preámbulos

(136) Este ejercicio es una “meditación”, en la que hay que “considerar” muchas cosas
(141, 142, 144–146); lo que no excluye el empleo de la imaginación (140, 143). Notemos en
el título y en el primer preámbulo que Cristo precede a Lucifer. Esto obedece al objetivo de
Banderas, que es mayor conocimiento de Cristo, de su proyecto y estilo. El conocimiento de
los engaños de Lucifer no es un fin comparable al conocimiento de Cristo, sino sólo una ayuda
para evitar que nos apartemos de él.
“Sumo Capitán”. Tiene una clara connotación bíblica: el pastor o rey que conduce al
pueblo, el que hace de cabeza, el que dirige una batalla. La fe cristiana no es de un irenismo
utópico: Cristo está en guerra, reina combatiendo las fuerzas opositoras (1 Cor 15, 20), y no-
sotros peleamos con él.
“Lucifer, mortal enemigo de nuestra humana natura”. En estas palabras tan simples los
EE recogen la visión bíblica de que Cristo es la plenitud de lo humano y que Lucifer es el des-
tructor de la raza humana: “homicida desde el principio” (Jn 8, 44). A veces pareciera ser todo
lo contrario, que no es Cristo sino el mundo el que promueve el bien del hombre: libertades
sin medida de los liberales de hoy día.

169
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La oración sólita nos pone en la dinámica de libertad del P y F.


(137) La historia à es realidad de vida, no filosofía fantasiosa; es lo que acontece hoy en
el mundo en que vivimos. A veces nos resulta más cómodo evacuar de sentido esta historia
pensándola como residuos del medioevo.
“Bandera” à en el sentido de estandarte bajo el cual los capitanes enrolan a sus com-
batientes. Aquí son Cristo y el anticristo.
(138) “Jerusalén” à Es tierra alta, aire muy puro y luz muy diáfana, lugar de encuentro
de Dios con su pueblo. Significa “lugar de paz” y simboliza el mundo penetrado de la gloria
del Reino que Cristo y los suyos van conquistando. “Babilonia” à símbolo de la soberbia
que desea arrebatar a Dios su poder, del mundo corrompido por el mal uso de la riqueza y el
poder. Allí reina Lucifer.
(139) “Demandar lo que yo quiero” à La petición señala la gracia que se espera del
ejercicio. Lo que aquí se espera y se pide es “conocimiento”, “ayuda” y “gracia”, porque
conocimiento sin gracia nos deja en la más absoluta inopia. Se espera crecer en un conoci-
miento que nos venga de la mirada de Dios, de la fe; y que nos mueva a ser como el Señor: “y
gracia para le imitar”. Pedimos conocer “la vida verdadera que enseña el sumo y verdadero
capitán”. Es bueno notar que Banderas nos muestra a Cristo “enseñando la vida verdadera”,
en lo mejor de la tradición de los evangelistas sobre el “Cristo maestro”. Los calificativos de
“sumo” y “verdadero” son muy hondos y reveladores.

Parte I

(140) Los toques imaginativos para describir a Lucifer son decidores: “como si se asen­
tase”; “en una gran cátedra de fuego y humo” à Lucifer enseña desde las pirotecnias, oscu-
ridad y confusión. Las reglas de desolación espiritual elaboran esto (317). “Babilonia” à el
poder del mal está no en el infierno sino en el mundo, muchas veces bajo apariencias muy
correctas e impecables.
(141) “Llama innumerables demonios y los esparce” à Los “demonios” son fuerzas ma-
léficas de las que se vale Satanás para dañar a la raza humana. En la demonología del NT
están muy ligadas a las estructuras cósmicas. No hay para qué imaginarlos disfrazados de
ridículos: todo su afán es actuar pasando inadvertidos. Ignacio no les da el nombre de “per­

170
parte II: segunda semana
MEDITACIÓN DE DOS BANDERAS

sonas”, como lo hace con los amigos de Cristo (145). Está claro que la acción por medio de de-
monios no niega que Satanás también trabaje por medio de gente que se hace cómplice suyo.
“Por todo el mundo” à El proyecto de Satanás es cósmico y permea todas las estructu-
ras sociales y llega hasta los individuos. No hay estado de vida que escape a las acechanzas
del Maligno.
(142) “El sermón que les hace” à “echar redes y cadenas”, es decir, impedir el libre de-
sarrollo de la persona. Los seres humanos pasamos a través de nuestras propias decisiones
históricas de una libertad más frágil (la de poder apartarse de la comunión con Dios y los
demás) a la libertad plena y definitiva de nunca querer apartarnos de esta comunión en que
se colman todas nuestras aspiraciones de infinito. Satanás muchas veces nos tienta “sub
angelo lucis”, “como ángel de luz” (332), proponiéndonos cosas aparentemente muy buenas
y atractivas, pero que van disminuyendo la fuerza espiritual de la persona. Así nos va encade-
nando y minando la libertad.
“Primero… tentar de codicia de riquezas” à ¿Qué se entiende aquí por riquezas? Pa-
reciera que en primer lugar se refiere a las riquezas materiales y al status que éstas suelen
llevar consigo. Esta lectura mantiene hoy toda su vigencia. Pero, “en un sentido más amplio,
‘riquezas’ puede ser cualquier cosa que satisfaga la necesidad humana de identidad, seguri­
dad, estima, amor” (Michel Ivens, Understanding the Spiritual Exercises, 109).
El problema no radica en las riquezas o en desearlas. Las cosas son buenas y son por
lo tanto en sí apetecibles, deseables: “Vio Dios todo lo que había hecho y era bueno” (Gn 1,
31). Aún más, Dios me puede pedir que posea o cultive ciertos bienes para su servicio. La
palabra “codicia” viene de “cupiditas”, “cupio”, “deseo”, “desear”. Célebre es la afirmación
de San Pablo: “Cupio disolví etesse cum Christo”, “deseo morir y estar con Cristo” (Fil 1, 23).
El problema no está en el deseo sino en el “codiciar” cosas, entendiendo por esto un apetito
desordenado, como lo expresan los refranes: “la codicia rompe el saco”, “codicia mala, en
mancilla para”, “quien por codicia viene a ser rico, corre más peligro” (de que lo mal ganado
dure poco). La codicia a que se refiere Banderas es el deseo desordenado de tener lo que uno
no tiene o de aferrarse posesivamente a lo que uno tiene, más allá de toda racionalidad de
la fe y de la vida; es el atribuirse “derechos” de propietario sobre las cosas; es la actitud de
“poner la confianza en las riquezas”. Satanás es un experto en engañar a partir de cosas y
deseos buenos.

171
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“Vano honor del mundo” à De nuevo nos encontramos con algo que podemos pervertir-
lo en una fuerza que juegue en nuestra contra. El honor es un reflejo de la calidad del ser hu-
mano. Valemos mucho porque somos la única criatura amada por Dios por sí misma, hechos
a imagen y semejanza suya (GS). El honor es el aprecio propio y de los demás de este nuestro
infinito valor. A lo que se añade el honor que proviene del actuar virtuoso, del cultivo de las
cualidades, la familia, la patria. El buen honor se difunde socialmente como buena fama, lo
que es bueno y útil para la sociedad. Tenemos una necesidad social de que se nos reconozca
y respete el honor. Hasta aquí todo bien.
Pero el problema comienza con “el vano honor del mundo”. Aquí cada palabra cuenta:
Honor vano, es decir, “hueco”, “vacío”, “estéril” como una semilla vana, que nunca va a ger-
minar. Vano porque se alimenta de aire, de apariencias, de brillo externo pero sin sustancia ni
de realidad ni de verdad. Es el honor que se consigue por barnices externos, que no penetran
hasta nuestro ser hondo y personal; es el honor “producido” como las luces comerciales de
los malls; el que está hecho para avasallar y dominar; el que sólo cuenta los “éxitos”, los “lo-
gros”, los “top”, los “superstars”, los campeones, las carreras de marketing, los “winners”.
Este honor vano no busca la interioridad ni tiene cabida para el pobre, el ignorado, el rutina-
rio, el silencioso; a lo más, le dedica de vez en cuando un reportaje de la TV.
En el mundo competitivo de hoy nos alimentamos mucho del vano honor. El mundo de la
academia, de la economía y negocios, de los medios, está lleno de esto. Pero el vano honor se
nos mete también en las cosas más santas, como los Movimientos Espirituales, que compiten
entre sí y se reafirman en su identidad a costa de los demás. El individualismo genera perso-
nalidades renuentes a sentirse en comunión solidaria y por lo mismo ansiosas de atribuirse
a sí mismo los dones de los demás. Falta el sentido de cuerpo de Cristo con la diversidad de
miembros y carismas (1 Cor 12). Esto es “vanidad y apacentarse de viento” (Qoh 1–2).
“Crecida soberbia” à La palabra “soberbia” proviene del latín superbus, que a su vez
consta de las partículas super (àsobre) y bus (àser). Es un juicio sobre sí mismo y los demás
que los descalifica como inferiores. En relación a Dios, es la tendencia, por sutil que fuere, de
ponerse a sí mismo como absoluto. “Así entendida, la soberbia se nutre de la codicia: necesi­
ta las cosas que le alimentan y reafirman su yo a fin de plantearse como absoluto, por encima
de los demás. Y por eso las desliga de la alabanza, reverencia y servicio de Dios. Al dar este
paso, el yo soberbio pasa a ser el árbitro de las acciones” (M. Ivens, ibid. 109).

172
parte II: segunda semana
MEDITACIÓN DE DOS BANDERAS

Parte II: El sumo y verdadero capitán, que es Cristo nuestro Señor

Recordemos la figura de Cristo presentada ya en los preámbulos: es el Capitán, es decir


Cristo en campaña, en acción de reinar, que nos llama a estar con él y trabajar con él. No he-
mos de separar la estrategia de la persona de Cristo.
(143) “Se ha de imaginar” à Muy meditación y consideración será Banderas, pero el
hecho es que nos desafía a emplear la imaginación. Lo que muestra que esas distinciones
entre los diversos modos de oración en los EE nunca son tajantes.
(144) “En un gran campo” à alusión a Lc 6, 17–26: “Jesús bajó del cerro con ellos y se
detuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente… para
oír a Jesús y para que los curara… los sanaba a todos;… Les dijo: ‘Dichosos ustedes los po­
bres’…”. Este pasaje es fuente clásica de Banderas. Los “Ay de ustedes…” corresponden a la
bandera de Lucifer.
“Lugar humilde, hermoso y gracioso” à La caracterización del lugar describe los rasgos
del sumo Capitán. Jesús tiñe con su personalidad el entorno suyo.
(145) “escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc. y los envía por todo el mun­
do esparciendo su sagrada doctrina…”. No se suele hacer notar bastante este carácter tan
misionero de Banderas. Es un envío a dar a conocer la “sagrada doctrina” de Jesús, o sea,
fundamentalmente al Padre y a su enviado Jesucristo (Mt 28, 19–20; Jn 17, 1). Es llevar a otros
el conocimiento de este Jesús del que pedimos a Dios poder conocerlo con conocimiento
interno para más amarlo y seguirlo (104). Ignacio dirá en carta al Dr. Miona que los EE son
para ayudarse a sí mismo y ayudar a los demás. Sabemos que para él “ayudar” es hacer a
los demás lo que el Señor nos hace a nosotros: enseñar y sanar (Mt 4, 20). Dentro de este
número 145 hemos de situar el 146, y no al revés, restringiendo la misión de los enviados de
Jesús a la sola estrategia del sermón.
“Por todos estados y condiciones de personas” à carácter universal del envío que nos
hace Jesús.
(146) “Sermón…a todos sus siervos y amigos” à La manera como Jesús nos ve
como colaboradores amigos. El gran título personal de Pablo era ser “siervo del evan-
gelio” (Rm 1, 1).
“Que a todos quieran ayudar” à Ver (145).

173
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“primero a suma pobreza espiritual” à “denota una actitud que no mira a las riquezas
y honores como una defensa contra Dios, sino que los usa y goza como regalos y sólo para
el servicio y alabanza de Dios. Pobreza espiritual no necesariamente implica pobreza ac­
tual, pero sí una abertura a ella… Para una persona que posee bienes, la pobreza espiritual
le hace posible tenerlos sin ser poseída por ellos” (M. Ivens ibid 110–111). Carta de Ignacio a
Pedro Contarini, noble clérigo, en posesión de muchos bienes, de agosto 1537: “…a vos en
especial conviene considerar que, si algún bien habéis, por ninguno seáis cogido, por nada
temporal poseído, dirigiendo todas las cosas para servicio de quien las habéis”.
“Segundo, a deseo de oprobios y menosprecios” à Estos surgen del seguimiento ra-
dical y generoso de Cristo que llama a “los que más se querrán afectar y señalar en todo
servicio de su rey eterno y señor universal” (EE 97 y 98). Están pues relacionados con el
envío a esparcir la sagrada doctrina y a ayudar a todos. Responden cabalmente a la bien-
aventuranza de Lc 6, 22: “Dichosos ustedes cuando la gente los odie, cuando los expulsen,
cuando los insulten y cuando desprecien su nombre como cosa mala, por causa del Hijo del
hombre. Alégrense mucho… también así maltrataron a los profetas”. Como se ve del texto,
son oprobios y menosprecios relacionados con el ser profeta del evangelio de Cristo. La
misma idea está en 1 P 4, 14; 2 Cor 6, 3–10. Es aquello de que el discípulo no es más que su
Maestro. Ver también Mc 8, 34–38; Lc 14, 26–33).
“Destas dos cosas se sigue la humildad” à Por el contexto apostólico de esta medita-
ción de Banderas, no se trata sólo de aquella humildad por la cual uno se reconoce como puro
don de Dios y encima pecador perdonado. No se trata sólo de lo contrario al egocentrismo del
soberbio. Todo esto ciertamente va incluido, pero la humildad de este párrafo —que será más
esclarecida en las “Tres maneras de humildad”— contiene el matiz propio del asumir conten-
to, porque así me asemejo más a Cristo, las persecuciones y cruces del discípulo enviado a
esparcir por todas partes “la sagrada doctrina por todos estados y condiciones de personas”
(145). Es el timbre y para San Pablo la gloria, del servidor fiel del evangelio: donde se es fiel
al evangelio, vendrán las persecuciones porque el mundo no tiene oídos para comprender la
sabiduría crucificada de Dios (1 Cor 1, 18–25).

174
parte II: segunda semana
MEDITACIÓN DE DOS BANDERAS

Parte III: El Triple coloquio (147)

El tono del lenguaje indica que se trata de gracias muy grandes. Es un tono menos decla-
matorio que el de la oblación de mayor estima y momento (98); es más de petición humilde
y desconfiada de sí. Pero no es sólo cosa de peticiones. El coloquio se hace conversando “así
como un amigo habla a otro”. El tema de conversación y petición es todo el desafío inmenso
de Banderas que vive la Iglesia y el ejercitante hoy día. No es un asunto que me afecta sólo a
mí. Se trata de la causa de Cristo hoy: Vaticano II, de Aparecida y la renovación de la Iglesia,
de su servicio al mundo tan necesitado de razones para vivir y hacer feliz a los demás. Se trata
de mi disponibilidad para ir a servir en esta causa en esos tres niveles: pobreza espiritual,
pobreza actual y servicio apostólico radical, con sus consecuencias.
“…a nuestra Señora” à Ella es nuestra intercesora ante Cristo nuestro Señor: “Porque
me alcance gracia de su hijo y Señor”. Ella prosigue su maternidad espiritual en la Iglesia y es
la que mejor sabe interceder por nosotros para que seamos generosos en nuestra entrega a
la bandera del Señor.
“De ser recibido debajo de su bandera” à La frase evoca la petición de Ignacio a Nuestra
Señora antes de La Storta de “ser puesto con su Hijo” (Autob. 97). Es bueno notar que lo que
se pide a Nuestra Señora no es en primer lugar pobreza y humillaciones, sino “ser recibido
debajo de su bandera”. A esto se añaden los tres niveles de pobreza espiritual, pobreza ac-
tual y humillaciones apostólicas.
“En suma pobreza espiritual….no menos en la pobreza actual” à La petición de pobreza
espiritual es sin limitaciones: “en suma”, mientras que la pobreza actual está condicionada a
que con ella sirva a Dios y a que él me elija y reciba en ella.
“Sin pecado de ninguna persona ni displacer de su divina majestad” à Aquí se advierte
la finura de conciencia de un apóstol: por su parte está dispuesto a pasar injurias y humi-
llaciones por más asemejarse a Cristo. Pero que no sea con ofensa a Dios ni displacer suyo,
porque esto iría en contra de la misión. Aquí se enuncia la necesidad del discernimiento apos-
tólico para las situaciones concretas; pero se mantiene la línea general que es querer imitar
muy de cerca al Capitán bajo cuya bandera estamos sirviendo. “La gracia de Dos Banderas
consiste en que nos convirtamos a una mirada en que la humillación tiene una valoración
positiva, contra otra en que el valor básico es el ‘honor’ ” (M. Ivens, op.cit. 113).

175
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El segundo coloquio se hace al Hijo, al cual Nuestra Señora nos ha llevado. Le pedimos
nos alcance del Padre las mismas gracias pedidas a María. Lo hacemos rezando la oración
“Alma de Cristo”, cuyas varias invocaciones el ejercitante ya ha aprendido a hacer, introduci-
do por el Segundo Modo de Orar (EE 253).
Por último el coloquio se dirige al Padre: “Pedir otro tanto al Padre, para que él me lo
conceda”. Finalmente, el conceder la gracia pedida nos lo da el Padre. Hay una tensión diná-
mica entre el alcanzar gracia de María, del Hijo y el conceder del Padre.
(148) Nota à Está claro que este ejercicio toma dos bloques de oración y dos repeticio-
nes, cada vez terminando con los tres coloquios.

176
parte II: segunda semana
TRES BINARIOS DE HOMBRE PARA ABRAZAR EL MEJOR

17. TRES BINARIOS DE HOMBRE PARA ABRAZAR EL MEJOR


(EE 149–157)

Es la quinta meditación del cuarto día y está destinada a preparar al ejercitante a entrar
en las elecciones. Si Banderas se ordenaba más a iluminar el entendimiento al considerar los
dos polos antitéticos, Binarios se dirige más a purificar la voluntad de afectos desordenados,
a perfeccionarse en la indiferencia. Sabemos que “binarios” significan tres clases o tres tipos
de personas: los dos primeros atados en su libertad; el tercero, el indiferente, es el que está
libre de verdad.
Banderas proviene del tiempo de Ignacio en Loyola, Binarios del período de sus estudios
en Paris. Esto en parte explica la diferencia de forma de los dos textos: Banderas todo imagina-
tivo; Binarios, seco y cortante. En París Ignacio entró más en contacto con el dinero (sabía que
estudiar allí un año en la universidad costaba 50 ducados: carta de junio de 1532 a su hermano
Martín García de Oñaz) y con clérigos en pos de prebendas (el mismo Francisco Javier).
En su desarrollo de fondo, Binarios representa un paso adelante con respecto a Bande-
ras: el paso de la visión general a las exigencias de la toma concreta de decisiones. Porque
uno puede tener sueños y proyectos preciosos, pero fallar en la voluntad de ponerlos en prác-
tica. Los deseos instintivos no se convierten de inmediato hacia la dirección de los sueños
generosos de santidad. Puede aun suceder que proyectos grandiosos despierten resistencias
que hasta ese momento habían permanecido ocultas.
Binarios trabaja nuestra libertad para prepararnos a las elecciones: ¿cuán libres estamos
para elegir? Lo didáctico y lo práctico del esquema de Binarios no nos debe hacer olvidar que
en estos asuntos lo principal es pedir el regalo de la libertad. Ignacio pone al ejercitante delan-
te de Dios nuestro Señor y de todos los santos para conocer y desear lo que les sea más grato.
El proceso de binarios no es algo que sucede sólo en los EE de elección; es una situación
que surge a cada rato: en la opción general por vivir amando a Cristo y a los otros “cristos”
que me resultan menos simpáticos; en la lucha por ser alegre y positivo más bien que oscuro
y tragedioso; de ser ayudador más bien que encerrado en mi propia cápsula; de vivir en fe, es-
peranza y amor, sin dejarme encarcelar por sus contrarios; en el empleo del tiempo. En todo.

177
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Ante las gracias y dones de Dios podemos actuar como los tres binarios: postergarlos,
acomodarlos a los propios intereses o acogerlos en plenitud. Binarios es un ejercicio de dis-
cernimiento espiritual que hemos de llevar a lo cotidiano mediante la práctica del examen
de conciencia. Pero todo esto no quita que Binarios sea un recurso especialmente adecuado
para salir de situaciones que nos mantienen sumidos en la mediocridad espiritual y poco
fruto apostólico.
San Ignacio es muy consciente de la diversidad de las personas según edad, tempera-
mento, formación y voluntad de aprovecharse en el camino del Señor (EE 18). Nuestra volun-
tad puede ser de muchas maneras: tenaz, frágil, rebelde, errática. Ante ciertas cosas puede
ser decidida y frente a otras, indecisa. El Nuevo Testamento es rico en presentar estos mati-
ces de la voluntad. Para entrar en el proceso de elecciones se requiere una voluntad decidida
de aprovecharse. Por otra parte, el núcleo del ejercicio de Binarios, practicado en la vida
corriente en el ámbito del examen general y particular, es una ayuda potente para fortalecer
la voluntad.

Comentario al texto:

(149) “Para abrazar el mejor” à Ya desde el título se ve claro que este ejercicio se ordena
a elegir; y no cualquier cosa que sea buena, sino la“mejor”. Es camino de perfección; nada
de mediocridad.
(150) “10.000 ducados” à Una suma enorme: 200 becas universitarias en Paris. El di-
nero que le costó al duque de Gonzaga armar un ejército para combatir las tropas del rey de
Francia. Una cantidad apetecible desde muchos puntos de vista, incluso muy santos.
“No pura o debidamente por amor de Dios” à No se trata de dinero mal habido. Aquí se
hila más fino: ¿me pide el amor de Dios que me libere de esa suma o que la retenga?
“Quieren todos salvarse y hallar en paz a Dios nuestro Señor” à No están en paz. Su
problema, como arriba vimos en Banderas, no es la posesión de esos bienes sino la codicia
con que los poseen, es decir el deseo no ordenado según la voluntad de Dios. Este deseo
pone en peligro su búsqueda de lo que Dios quiere: su salvación. Mientras no hacemos la
voluntad de Dios no estamos en paz.

178
parte II: segunda semana
TRES BINARIOS DE HOMBRE PARA ABRAZAR EL MEJOR

“Quitando de sí la gravedad o impedimento… en la afección de la cosa acquisita” à Este


apego (=afección) a los 10.000 ducados es una carga e impedimento que les turba la paz.
Lo central para los binarios no es tenerlos o renunciar a ellos; el punto es cómo liberarse de
ese apego que les impide plantearse las cosas con claridad ante Dios y desear y conocer su
voluntad. Es un tema de libertad interior.
(151) “ante Dios nuestro Señor y de todos sus santos…” à El lugar para crecer en liber-
tad es la corte de los libres,= los santos, que a la vez son nuestros amigos libertadores.
“Para desear y conocer” à Sí, en este orden: percibimos de acuerdo a los deseos que
tenemos. El deseo precede el conocer. El axioma “sólo queremos lo que primero hemos
conocido” funciona también al revés: “para conocer, primero hemos de desear conocer”.
Para que seamos libres de elegir lo que agrada más a Dios hemos de desear todo lo que
más le agrade.
“Lo que sea más grato” à Aquí se trata de elegir en lo concreto según el criterio del “ma­
gis”. Pedimos desear la voluntad de Dios y elegir lo mejor. En cambio en Banderas el punto
principal a pedir era el conocimiento (139)
(152) “Lo que más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea” à La gloria
de Dios coincide con nuestro bien en plenitud: salud de mi ánima. ¿Se podría entender ese
“lo que más” en un sentido dialéctico de que Dios admite, en caso de que nuestra respuesta
esté por debajo del blanco, otras maneras menos plenas, pero también queridas por él, en
que se manifiesta su gloria y sea para nuestro bien? Ver 169 y 174.
(153) “El primer binario querría…y no pone los medios” à Se produce en ellos un em-
pate entre el deseo de ordenar sus afectos y el apego a los bienes. Total: hay parálisis y uno
posterga las decisiones.
(154) “Venga Dios donde él quiera” à Es la gente que busca manejar a Dios para que
quiera lo que ellos quieren. No son libres sino quedan prisioneros de sus apegos desordena-
dos. Y no dan el paso que para ellos sería lo mejor.
(155) Tercer binario: “sólo el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva
a tomar la cosa o dejarla” à Aquí Ignacio describe un proceso de discernimiento en el que se
pasa de los deseos sensibles a los deseos movidos por el Espíritu de Dios. El tema será más
desarrollado en las elecciones por tiempos y modos (169, 175–189). La palabra clave es “que-
rer”, palabra que conjuga la moción de gracia del Espíritu con la libre aceptación por parte

179
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

nuestra de esa gracia. Todo el proceso es del Espíritu y a la vez nuestro. La gracia nos mueve
a que busquemos y nos esforcemos. Somos íntegramente colaboradores de Dios.
“Entre tanto… todo lo deja en afecto” à Aquí se desarrolla el tema de la indiferencia
como un proceso de búsqueda de libertad. Ya desde el Principio y Fundamento la indiferen-
cia es presentada como un proceso de liberación de lo que nos ata: “es menester hacernos
indiferentes” (23). No es el ideal que se parta de un punto muerto de afectos sensibles, lo
que podría ser señal de poca vitalidad. La indiferencia para San Ignacio es un logro que con-
seguimos poco a poco, pasando de una menor a una mayor captación de los deseos de Dios
y de docilidad a las mociones del Espíritu. Para hacerse indiferente a los ducados, trata de
ponerse en la situación interior de renuncia a ellos.
“Según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad” à Esta es una joyita de teología
de la gracia y de su acogida por nosotros. Dios mueve nuestra voluntad ante todo suscitando
en nosotros un deseo de Él mismo y de comunión con Él en todos sus amores y proyectos:
amar a Dios es responder a sus deseos. Pero este deseo radical de Dios debe irse concre-
tando en las opciones del diario vivir. Es lo que hacemos en los 10.000 ducados. La moción
divina en nuestra voluntad puede suscitar un deseo de tal intensidad de “tonos divinos” (EE
316, regla de consolación), que se nos presente como clara elección de Dios. Es el caso de la
elección por el primer tiempo (175). O puede ir surgiendo de a poco, discerniendo lo que me
trae consuelo espiritual de lo que me deja desolado o indiferente (176). Mientras más me dejo
mover por el Espíritu, más libre seré. Esta es la libertad de los hijos de Dios (Rm 8, 14–16) que
San Ignacio llama “indiferencia”.
(156 y 157) “Hacer los mismos tres coloquios… de las dos banderas” à Son y no son
los mismos. El punto de Binarios es pasar de la libertad amarrada a la verdadera libertad.
Esto conlleva vencer resistencias y desórdenes. Es un trabajo que se viene haciendo desde la
Primera Semana, en que ya se había desbrozado mucho el camino; pero ahora hay que elegir
para el cambio de vida, una vida más en consonancia con el Señor que me envía a “esparcir su
sagrada doctrina”, a comprometerme bajo su bandera. Me alegro de ser enviado pero siento
con mayor fuerza mi debilidad ante la magnitud de la misión; siento mi rechazo a la pobreza
actual; soy muy consciente de los apegos que frenan mi libertad interior. Por eso recurro a la
Virgen y a los santos, a Jesucristo y, por último, al Padre para que me conceda “la gracia para
elegir lo que más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea” (152).

180
parte II: segunda semana
TRES BINARIOS DE HOMBRE PARA ABRAZAR EL MEJOR

El triple coloquio era una práctica controvertida ya en tiempo de Ignacio, y que venía al
menos de San Bernardo de Claraval. En un sermón en 1546 el doctor Martín Lutero advertía
del peligro de pasar de María al Hijo, y de éste al Padre: “He ahí un cuadro que representa a
un Dios airado, con un Cristo que muestra a Dios sus llagas, mientras que María muestra a
Cristo su Señor”. Esta crítica llevará al protestantismo a excluir la mediación de María porque
Cristo nos está muy cercano, nos conoce muy bien y nos ama inmensamente, y lleva así ante
el Padre nuestras necesidades y deseos.
Ignacio no impone seguir los pasos del triple coloquio y en la Tercera Semana prevé
que se pueda hacer un solo coloquio a Cristo nuestro Señor (199) y en la cuarta deja total
libertad: “Acabar con un coloquio o coloquios según la subiecta materia” (225). Para Ignacio
es claro que la mediación de María no se añade a la única mediación de Cristo; pero esto no
quita que sea una mediación real porque Dios Padre tiene el poder, la magnanimidad y la libre
voluntad de asociarla a ella y a nosotros a la mediación de su Hijo. No es cuestión de quitarle
al poder de Dios sino de su liberalidad y de su deseo de que María y nosotros (comunión de
los santos) participemos en las acciones redentoras. María es “nuestra Señora” porque ella
“es nuestro “sí” a la salvación del Padre por su Hijo… Todos son mediadores para todos… “En
este universo de mediadores la mediación de María es única para todos” (P–H Kolvenbach,
Escritos desde 1983–1990, p. 308–309).
El elegir el número y orden de los mediadores se rige por “la materia y la devoción” que
mueve a cada uno (199, 225). La nota del número 199 explica claramente lo que entiende
“según subiecta materia”: “En los coloquios debemos de razonar y pedir según la subiecta
materia, es a saber, según que me hallo tentado o consolado, y según que deseo haber una
virtud o otra, según que quiero dolerme o gozarme de la cosa que contemplo, finalmente
pidiendo aquello que más eficazmente cerca algunas cosas particulares deseo”.
En caso de apegos desordenados a pobreza o riqueza (en un sentido muy amplio), Ig-
nacio, como buen conocedor del corazón humano, aconseja que en los coloquios uno pida
lo contrario a lo que uno está mal afectado. Y hacerlo en forma enfática y repetida: “que él
quiere, pide y suplica” la pobreza actual. Pero está claro con la condición “que sea servicio
y alabanza de la su divina bondad” (157). Es una manera conmovedora de significar que
un cambio de vida (“extinguir el afecto desordenado”) no se obtiene a fuerza de apretar
los puños, sino por don del Espíritu que lo dará en el momento que le parezca mejor. No es

181
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

cosa de fuerza de voluntad, sino regalo obtenido por la sencillez y confianza filial con que
lo pedimos.
“Aunque sea en contra la carne” à Ver las respuestas al llamamiento de Cristo, EE 97:
“más aún haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano”. Cier-
tamente no se trata de convertir al ejercitante en un asceta masoquista. Pero sí de reconocer
que el amor auténtico entraña el ir en contra de lo que a él se opone y vencer las tentacio-
nes (Anotación 13ª acerca del “hacer contra” las desolaciones. Es un tema recurrente en los
EE à 16, 325, 350, 351). Haciendo contra con un énfasis deliberado permite llegar al justo
medio entre el exceso de rigor y la laxitud de conciencia (350). La vara que pone Ignacio al
ejercitante es muy alta: “Extinguir el afecto desordenado”. Para entender esto mejor, recorde-
mos que él distingue entre “resistir al enemigo” y “derrocarlo” (13. Ver también 33, 34, 324).

182
parte II: segunda semana
LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE HUMILDAD

LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE
HUMILDAD

18. LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS


EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE HUMILDAD (EE 164–168)

Seguimiento de Cristo en el Nuevo Testamento

La Biblia es rica en matices para indicar la fidelidad a Dios en el seguimiento de Cristo. La


parábola del sembrador habla de las “personas que con corazón bueno y dispuesto conservan
la palabra y dan fruto con perseverancia”. Pero habla también de los que fueron inconstantes,
“Los que no tienen suficiente raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba fallan”
(Lc 8, 13).
Jesús mismo vive con intensidad su fidelidad al Padre y a su misión: cuando a los doce
años se queda en el Templo, cuando después del bautismo se encamina al desierto a reflexio-
nar el llamado del Padre, cuando recorre tenazmente todas las aldeas y ciudades de Palestina
anunciando la Buena Noticia del Reino, en la elección y formación de sus discípulos, que la
prosigue con perseverancia pese a la rudeza e inestabilidad de ellos.
Hay momentos en que expresa su ansia y determinación de llevar a término la tarea en-
comendada. Ante los trigales ya maduros para lo siega, dirá: “Mi comida es hacer la voluntad
del que me envió y terminar su trabajo” (Jn 4, 34). Y cuando se acercaba el tiempo de su paso
al Padre “Endureció su rostro para ir a Jerusalén a padecer” (Lc 9, 51). Como lo notan varios
comentaristas, este es uno de los pocos pasajes que describen un gesto de Jesús, y es un
gesto de decisión ante la ya cercana prueba.
Sabemos que la fidelidad de Jesús fue una fidelidad pedida, suplicada con clamor y lágri-
mas (Hb 5, 7);muy rezada: “Padre, la hora ha llegado, glorifica a tu Hijo, para que también él
te glorifique a ti” (Jn 17, 1). En el Huerto de Getsemaní él practica lo que pide a sus discípulos:
“Oren para que no caigan en tentación” (Lc 22, 40). Es la misma súplica del Padre Nuestro, y
¡con qué nota de urgencia el Señor la practica y la inculca! Va tres veces a orar al Padre pidien-
do que le aparte este cáliz de sufrimiento.
Según algunos manuscritos de Lucas, lo hacía cada vez con mayor intensidad, y el sudor
le caía a tierra como grandes gotas de sangre (Lc 22, 44). Vale la pena detenerse en este de-

183
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

talle de la expresión de Getsemaní “oraba aún con más intensidad”. El griego es un compara-
tivo “extendido”, “de brazos abiertos”, “fervoroso”, calificativo que el NT aplica al amor. Así
la carta de Pedro pide que nos amemos “unos a otros con corazón puro y con todas nuestras
fuerzas” (=”intensamente”) (1 P 1, 22); con “intenso amor” (1 P 4, 8).
Con este amor intenso, extendido, fervoroso, Jesús ruega en Getsemaní que no se haga
su voluntad sino la del Padre de todo su amor. En esto hay algo asombroso, que nos hace
enmudecer. Y por contraste nos hace pensar en nuestro poco fervor, poca constancia, poca
continuidad en la oración y en la aceptación de nuestro llamado y misión.
El Nuevo Testamento es rico en otros términos que expresan el perseverar con constan-
cia. Señalo algunos otros:
*Katéxw: Mantenerse firmes en el Evangelio (1 Cor 15, 2). Comprender y profesar la fe
con firmeza (1 Tim 5, 21), mantenerse firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profe-
samos (Hbr 10, 23; 3, 6). Relacionada con katexwestá la palabra “catequesis”, que indica un
conocimiento firme y ordenado (Lc 1, 3).
*Bebaiós: Firme, fuerte, constante, seguro. El verbo bebaioo indica establecer, conso-
lidar. El sustantivo bebaiwsis, confirmación, tiene relación con la fidelidad a la palabra y al
Espíritu (Mc 16, 20; Rm 15, 8; Gal 3, 17; 1 Cor 1, 8); asimismo, con el sacramento del bautismo
y confirmación.
*Yπομἐνω, “aguantar: “el que persevere hasta el fin será salvado” (Mt 10, 22; 24, 13;
// en Mc 13, 13); “el amor lo espera todo, todo lo soporta” (1 Cor 13, 7); Pablo: “Por esto todo
los soporto por lo elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo
Jesús con la gloria eterna” (2 Tim 8–10).
*Elpis: “esperar”: “esperar contra toda esperanza” (Rm 4, 18).
*Menein, “permanecer”, “adherir a Jesús”: Jesús pide que permanezcamos en su amor
(Jn 6, 27; 15, 11; 15, 16).
*Pisteuoo, “creer”, “la fe”, que tiene, entre otros, el sentido de ser una adhesión per-
manente, algo que no se retira. En la Biblia la fe es omnipotente (Mc 9, 23). Permite a
Dios mostrar su propio poder: Abraham “no vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin
vigor —tenía unos cien años— y el seno de Sara igualmente estéril. Por el contrario, ante
la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe
(ἐνϵδυναμωθη τη πίστϵι), dio gloria a Dios con el pleno convencimiento de que poderoso

184
parte II: segunda semana
LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE HUMILDAD

LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE
HUMILDAD

es Dios para cumplir lo prometido” (Rm 4, 20–21. Dios se agranda cuando reconocemos
nuestra debilidad (2 Cor 12, 9–10).
*Kabod, doxa: “Gloria”, que tiene el significado no sólo de “honor”, “belleza”, “majes-
tad”, sino también de “solidez”, “peso”, “riqueza”, “lo duradero”, “lo que permanece”.
Esta firmeza en el seguimiento, imitando al Maestro, lleva al discípulo a la cruz. Jesús no
les disimula este aspecto de su llamada: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). Lucas refuerza la idea, diciendo “tome su
cruz cada día” (Lc 9, 23 //). La fidelidad al Maestro conlleva la aceptación de la cruz.
Pero hay más todavía, porque la cruz es la marca y el título de gloria del cristiano. El
discípulo muere no sólo a sí mismo y a los lazos naturales (Mt 10, 33–39) sino que muere
también al mundo, que lo perseguirá (Mt 23, 34). Debe de estar dispuesto a verse criticado,
burlado, encarcelado y entregado a la muerte; pero sin temer, porque el Padre lo protege
(Mt 10, 16–39). En la octava bienaventuranza de Mateo esto constituye una causa de alegría:
“Dichosos ustedes cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los
ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran
premio en el cielo…” (Mt 5, 11–12).
Esta palabra de Jesús anima al cristiano a “gloriarse de los sufrimientos; porque sabe­
mos que los sufrimientos producen la constancia, y esta firmeza nos permite salir aprobados,
y el salir aprobados nos llena de esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios
ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (Rm
5, 3–5). Así, San Pablo sobreabunda de gozo en los sufrimientos (2 Cor 7, 4; 12, 10; Col 1, 24),
lo que es por don del Espíritu (Hech 13, 52; Gal, 5, 22) y al mismo tiempo signo de la presencia
del reino de Dios. En una palabra, todo está centrado en Cristo y en el amor a Cristo —“por
causa mía”— hasta el extremo; es cosa de amor porque “el amor más grande es dar su vida
por sus amigos” (Jn 15, 13).

En los Ejercicios

En este contexto de elección de vida, después de las meditaciones de Banderas y Bina-


rios, repetida cada una con su poderoso triple coloquio a Nuestra Señora, al Hijo y finalmente

185
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

al Padre para que él nos conceda la gracia pedida, Ignacio nos propone la consideración de
las Tres Maneras de Humildad (TMH) “aprovecha mucho considerar y advertir en las siguien­
tes tres manera de humildad, y considerarlas a ratos por todo el día, haciendo los tres colo­
quios” de Banderas y Binarios (EE 164).
El tema de las tres maneras de humildad era un tema clásico en la literatura cristiana.
Pero Ignacio le da un giro muy propio suyo a la Tercera Manera, en el que recoge la octava
bienaventuranza de Jesús y lo que aquí hemos dicho sobre la alegría del discípulo en las
persecuciones como signo de la presencia del Reino y, a la vez, como camino para crecer
en el amor.
“Considerar a ratos por todo el día” à Los EE no le asignan tiempos fijos y determinados
a las “Tres maneras de humildad”, (TMH), sino que piden que a partir del día cuarto o quinto,
se las considere “a ratos por todo el día, y haciendo los coloquios”. Coathalem observa que
mientras algunos proponen las “tres maneras” como una meditación aparte, otros las dan
separadamente unas de otras, para ser rumiadas a lo largo de la jornada. Personalmente, él
se inclina a que se den juntas (Ibid. 184–185). Yo me inclino a que se den aparte, porque cada
una es un tema diverso, y porque su mayor fuerza está en pedir con el triple coloquio la gracia
de crecer en amor y generosidad.
“Para hombre afectarse a la vera doctrina de Cristo nuestro Señor” à Incluyendo las dis-
posiciones interiores de Banderas y Binarios, las Tres Maneras de Humildad, (TMH), con sus
coloquios, tienen por fin mover al ejercitante a “afectarse a la vera doctrina de Cristo nuestro
Señor”. ¿Desde qué marco hemos de entender esto? Pienso que desde el marco del Llama-
miento, de Banderas y de Binarios. En el trasfondo de las tres maneras de humildad está Cristo
Rey que a “cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y
todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir con­
migo ha de trabajar conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria”
(95). Esta perspectiva de seguimiento en la misión, que marca y dinamiza todos los Ejercicios,
especialmente a Banderas y Binarios, es la que profundizan las TMH. Son apostólicas.
Pero hay aún más. El punto 3° del Llamamiento del Rey Eternal habla de “los que más se
querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal” (97). “Afectarse”
significa aquí querer estar más cerca, más entregado, más unido a Cristo en los trabajos del
Reino. Lo que se desea es tener mayor deseo y valor para estar junto a su Rey en la primera

186
parte II: segunda semana
LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE HUMILDAD

LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE
HUMILDAD

fila del combate, donde llegan más las flechas y lanzazos de los enemigos, en las posturas
que son más contrarias “a la propia sensualidad y al amor carnal y mundano” (97).
La oblación enfatiza (“yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada”) esta entrega
y disposición a trabajar en la primera línea, en pleno desprendimiento espiritual y actual, dis-
puesto a todos los ataques que surjan de la fidelidad a combatir junto al Rey. Es el amor que
desea estar junto a Cristo amado, en los lugares de mayor impacto apostólico.
Este amor intenso y personal a Cristo y a su proyecto de instaurar el reinado del Padre,
este deseo de escuchar su llamamiento y de trabajar con Él en los puestos más peligrosos
de la primera línea del combate, son expresados brevísimamente en la nota introductoria de
TMH con las palabras “para hombre afectarse a la vera doctrina de Cristo nuestro Señor”.
TMH tiene, pues, por fin afinar las tres disposiciones interiores que se requieren para ser
un colaborador generoso y fecundo de Cristo en su trabajo del Reino. Es un ejercicio para
prepararse a una elección que me identifique con Cristo en su acción de reinar descrita en el
Llamamiento y las Banderas.
Las TMH son tres maneras de amor a Dios. Llamando al “amor” “humildad”, se resalta
especialmente el amor de entrega confiada de uno mismo a Dios, dejándolo ser el Señor de
todo mi ser y de mi hacer. De hecho, en los apuntes del Doctor Pedro Ortiz, legado de Carlos
V ante el Papa Paulo III y ejercitante de San Ignacio en Monte Casino el año 1538, estas tres
maneras de humildad son llamadas “manera y grado de amor de Dios”.
La palabra humildad la entiende San Ignacio como la sumisión y subordinación de la
criatura a Dios y a lo que él pide. Proviene de humus, tierra, la que es nuestro verdadero
lugar de criaturas (23). Es centrarnos en Dios, en vez de hacer de nosotros mismos el origen
y centro de todo, que es lo que hace el soberbio. Es reconocer nuestra necesidad de Dios y
de confiar en él y abandonarnos a él. Es desearlo con todo nuestro corazón, ya que sólo él
puede saciar nuestro anhelo de un amor y de un gozo infinito. “Para el humilde, la pobreza
en cualquiera de sus formas es un valor porque nos deja espacio para vivir de la confianza”
(M. Ivens, op. cit. 111).
Michel Ivens hace una observación muy pertinente que ayuda a situar bien este ejerci-
cio. Distingue entre un “momento” en los EE y el “proceso” de maduración en Cristo. Las TMH
son ambas cosas a la vez. Son un ejercicio para preparar al ejercitante al momento de la elec-
ción. La 1ª es insuficiente para entrar a la elección; con la 2ª ya se puede elegir y con mayor

187
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

razón con la 3ª. Si se tomase la 2ª y la 3ª manera de humildad como disposiciones habituales,


el ejercicio tendría un aire de cosa irreal, porque cada día nos sabemos pecadores. Pero a la
vez las TMH son un proceso siempre en crecimiento de maduración en Cristo, plantando en
el corazón un amor tan grande a él, que nos lleve a preferir estar con él en los sufrimientos y
dificultades del Reino.
Pasemos ahora a cada una, notando, eso sí, que ponerle número a la humildad equivale
a decir que crecemos en ella a través de un proceso que nunca termina.
1ª humildad à “En todo obedezca a la ley de Dios nuestro Señor” à Es una sujeción
muy fuerte y radical a toda obligación en que veo la voluntad divina. Es un grado alto de
obediencia amorosa a Dios, que de hecho ha producido muchos mártires. Su formulación
negativa “no sea en deliberar en quebrantar un mandamiento... que me obligue a pecado
mortal” restringe el campo de la positiva, pero ayuda a explicitar las consecuencias de esta
humildad: “aunque me hiciesen señor de todas las cosas… ni por la propia vida temporal”.
Esta disposición no basta sin embargo para hacer una elección, porque éstas van más allá de
lo estrictamente obligatorio, buscando en todo el mayor servicio divino.
“La 2ª es más perfecta humildad que la primera” à En su formulación positiva, repite
exactamente la indiferencia del Principio y Fundamento, con la sola omisión de “más salud
que enfermedad” (23). En términos de pecado, es la disposición de que, aquí y ahora, ni por
nada del mundo, ni aunque me maten, consentiría en cometer un pecado venial. La diferencia
fundamental entre esta 2ª y la 1ª manera de humildad consiste no tanto en la calidad del pe-
cado que uno rechaza, sino en la activa indiferencia para hacer la voluntad de Dios en cosas
que están más allá de la ley común que obliga a todos. Por lo mismo, con esta 2ª humildad
se puede entrar en elección.
“Siendo igual servicio de Dios nuestro Señor y salud de mi ánima” à ¿De qué tipo de
servicio de Dios y salud de mi ánima se trata en esta 2ª y en la 3ª humildad? No se trata de
una perspectiva individualista, abstracta y literal de imitar a Cristo sino de una perspectiva
concreta y apostólica. Se trata de la salvación de las almas, de la ayuda al prójimo, del ser-
vicio a la Iglesia y al mayor bien universal, al advenimiento del Reino de Cristo y de Dios. Así
la han entendido los grandes misioneros, un Francisco Javier, un Mateo Ricci, un Anchieta.
“No sea en deliberar de hacer un pecado venial”à Las palabras “no sea en deliberar”,
más que al mismo pecar venialmente, señalan la firmeza del temple y de los valores de la

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parte II: segunda semana
LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE HUMILDAD

LOS GRADOS DEL QUERER SEGUIR A CRISTO EN LOS EVANGELIOS Y EN LAS TRES MANERAS DE
HUMILDAD

persona, su disposición fundamental de tener a Dios como su Dios. Dentro del dinamismo
de esta segunda manera de humildad está ya en germen el buscar las preferencias de Cristo.
“La 3ª es humildad perfectísima” à Se distingue de la segunda por su disposición
positiva de abrazar el camino de Cristo: “Quiero y elijo”. Va un paso más allá de la pobreza y
los oprobios del coloquio de Banderas (147), porque desea más ser tenido “por necio y loco
por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo”.
Lo que impulsa hacia la 3ª manera de humildad es un hondo amor a Cristo, a estar
con él y ser enviado por él a trabajar por el Reino (Mc 3, 14); a aceptar con alegría los
desprecios y las persecuciones que conlleva el combate contra la bandera de Lucifer y
los criterios del mundo. Jesús anunció a sus seguidores que los habían de perseguir (Mt
10, 16–39) y que la suerte del discípulo no debería ser diversa de la del Maestro (Mt 10,
24–25). San Pablo experimentó todo esto y nos dejó páginas luminosas acerca del ser loco
por Cristo (2 Cor 5, 13: “si estamos locos, es para Dios”) y la locura de la cruz (1 Cor 1, 18.
21; 3, 18–20; 4, 10).
“Siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad” à Es preciso notar que las per-
secuciones de que nos habla Jesús y la locura de la cruz de San Pablo están siempre en
conexión con el anuncio del evangelio. En este mismo sentido hemos de entender la 3ª
manera de humildad. Porque, mirados en sí mismos, ni la pobreza ni los oprobios ni el ser
tenido por necio y loco por Cristo constituyen valores evangélicos absolutos. Podrían ser es-
piritualmente sospechosos si no son bien discernidos. De aquí la cláusula de discernir si la
elección es para alabanza y gloria de Dios. La 3ª Manera incluye y respeta las dos anteriores,
es decir, la ley de Dios, la activa indiferencia para hacer su voluntad y la salvación mía y de
los prójimos.
La 3ª manera de humildad es una gracia que debe pedir “quien desea alcanzarla”. Es
interesante este matiz opcional que le pone Ignacio y, a la vez, la fuerza con que invita a que
para ello se hagan los tres coloquios de los binarios: “Pidiendo… le quiera elegir en esta…
mayor y mejor humildad, para más le imitar y servir”. De la oración confiada y humilde de
los tres coloquios se arraiga y robustece nuestro deseo de seguir a Cristo pobre y humilde.
Esta 3ª manera de humildad no necesita para ser practicada que se den situaciones
extremas, pero que acaecen pocas veces en la vida. Estamos llamados a vivirla en todo mo-
mento, en el trabajo y la rutina diaria de la vida.

189
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

19. EL LLAMAMIENTO DE LOS APÓSTOLES A SEGUIR A JESÚS (EE 275)

Apóstoles y discípulos

San Ignacio tiene una contemplación sobre el llamamiento de los apóstoles (EE 275) y
otra sobre su envío a predicar (EE 281). En general, siguiendo a Mateo, para Ignacio los após-
toles y los discípulos son los mismos Doce (Mt 5, 1; 10, 1). No ocurre así en Marcos y otros
textos del Nuevo Testamento, en que hay muchos que son discípulos y discípulas de Jesús,
sin ser del número de los Doce. De aquí que conviene aclarar más esto desde la Biblia.
Marcos, Mateo y Juan dan comienzo al relato del ministerio público, narrando como Je-
sús llama discípulos. Lucas, en cambio, le da inicio con la presencia de Jesús en la sinagoga
de Nazaret (Lc 4, 16). Esto da cuenta de algo fundamental en la mente de Jesús: el reunir dis-
cípulos y, dentro de ellos, a los Doce, pertenece al meollo de la acción por el reino de Dios. Es
tan fundamental como la predicación y las curaciones.
Discípulo es el que sigue al maestro (akolouthein), el que, según la costumbre del Orien-
te, camina a unos pasos detrás de él. En el NT es siempre forma verbal, nunca un sustantivo.
No es cosa de una idea o de una disposición interior. Se es discípulo siguiendo a Jesús, cami-
nando detrás de él. Los estudiantes de los rabinos caminaban detrás de ellos.
Discípulos de Jesús y de los rabinos. Los discípulos de Jesús se diferenciaban de los de
los rabinos:
* Primero, porque el énfasis de éstos era estudiar la Torah, mientras que en el caso de los
de Jesús, era seguirlo y estar con él y disponerse a ser enviado a pescar hombres (Mc 1,
16–18).
* Segundo, porque, algo que no sucede con los rabinos, es Jesús quien los llama.
* Tercero, porque los discípulos de los rabinos, además del estudio de la Torah, debían
servir a sus maestros: lavarle los pies, hacer compras, etc. Mientras que Jesús no viene
a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 45).
* Cuarto, para los discípulos de los rabinos todo giraba en función de la Torah, la Ley de

190
parte II: segunda semana
EL LLAMAMIENTO DE LOS APÓSTOLES A SEGUIR A JESÚS

Moisés. En cambio Jesús, si bien enseñaba la Ley, todo giraba en torno al reinado de
Dios, que hacía culminar la Ley.
* Quinto, el rabinato se hacía en un lugar estable, una casa de estudios. Jesús, en cambio,
recorría el país entero.
* Sexto, Jesús no tenía ingresos fijos para vivir sino que pedía a Dios “el pan para el día”,
como Israel en el desierto esperaba el maná (Exod 16, 4). Los rabinos, no así.

Ligero de equipaje

El discípulo de Jesús ha de marchar ligero de equipaje: ni plata, ni cobre, ni ropa de re-


puesto (Mt 10, 9–10; Mc 6, 8–9; Lc 9, 3). La razón no es por desprecio de los bienes terrenos,
ni sólo para edificar predicando en pobreza, sino por la irrupción del reinado de Dios. Cuando
éste viene, se establece una solidaridad comunitaria tan intensa que se hace innecesario
llevar provisiones personales. Es algo que en alguna medida lo vivimos en las comunidades
religiosas; pero no sólo en éstas, ya que hay mucha gente solidaria que, sin profesarlo expre-
samente, comparten los bienes con los necesitados.

Persecuciones por causa del reino

Esa nueva comunidad no sólo tiene ventajas. Trae consigo inconvenientes. Los discí-
pulos deben seguirlo anunciando el Reino, lo que les provoca dificultades, como las trajo a
Jesús. No sólo cortar con sus familias, sino que entrar en conflicto con ellas, porque Jesús y
los suyos, el grupo de los discípulos, pasan a ocupar el puesto de las familias, el puesto de
los parientes.
También tienen dificultades con las autori­dades: los seguidores de Jesús comparten las
perse­cuciones y la Cruz del Maestro. El segui­miento va en serio, hasta el martirio: “El que no
toma su cruz y viene en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10, 39)

191
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Signos constitutivos del Reino

Resumiendo, los signos constitutivos del reinado de Dios son los siguientes:
* La presencia de Jesús a partir del bautismo de Juan.
* El anuncio a todo Israel, pero no todavía a los gentiles, con palabras y signos de sana-
ción espiritual y física.
* El sanar de los males: enfermedad, discriminaciones, pecado.
* El llamado a la conversión.
* El llamamiento de discípulos: los Doce, que son los pilares del nuevo Israel, y otros y
otras más.
* Sentido teológico de esta acción.

Recomendaciones

Ignacio nos invita a considerar la alta dignidad a que fueron tan suavemente llamados
los apóstoles y los dones y gracias que recibieron por encima de todos los padres del viejo y
nuevo testamento (275). Yo no me he detenido en esta consideración sino más bien, todo lo
contrario, en las tareas y responsabilidades tan duras a que Jesús los llamó.
La elección de los Doce señala que Jesús los puso como fundamento del Nuevo Israel. Al
igual que en el relato de la creación de Génesis 1, Jesús “crea los Doce” (epoiesen dodeka).
Esta acción es un gesto soberano, en un momento y un lugar determinado, que quedó impre-
so como tal en el recuerdo de los discípulos. Hacía tiempo que ya había dejado de existir el
sistema de las doce tribus de Israel, pero la gente esperaba su restauración en un futuro (Ez
47–48). El gesto de Jesús al crear los Doce es un signo deliberado de que los nuevos tiempos
han llegado. Los Doce son el cumplimiento de las esperanzas de Israel; pero ya no más en un
futuro incierto, sino en la presencia actual y tangible de la persona de Jesús y sus discípulos.
Estas tres contemplaciones: el bautismo de Jesús (EE 273), las tentaciones (EE 274), y el
llamamiento de los discípulos (EE 275), son fundamentales para conocer, amar más y seguir
a Jesús hoy día. El bautismo es su opción de vida en fidelidad a Dios y su llamado. Lo que lo
mueve no es la búsqueda de un bienestar espiritual personal sino el servicio al reinar de su

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parte II: segunda semana
EL LLAMAMIENTO DE LOS APÓSTOLES A SEGUIR A JESÚS

Padre en su pueblo y, desde ahí, en todos los pueblos. Jesús se muestra valiente al unirse al
Bautista. Las tentaciones es bueno tomarlas en el contexto de Jesús preparando su pastoral
del Reino; así adquieren toda su fuerza. Los llamamientos hemos de verlos en un contexto no
sólo de llamados individuales sino a trabajar colegiadamente por el Reino.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

20. LAS BODAS DE CANÁ (Jn 2, 1–11) (EE 276)

El evangelio según San Juan, comparado con los otros tres evangelios tiene rasgos lite-
rarios y teológicos muy característicos. Parte presentándonos a Jesús como la Palabra divina,
el Hijo único de Dios enviado por el Padre a dar a los hombres la luz y la vida, si lo aceptan
con fe (Cap 1). Esta revelación se va dando paso a paso: comienza con el testimonio de Juan
el Bautista, y se va desarrollando en los diversos encuentros personales que va narrando el
evangelista. Y se va acentuando en sus actos poderosos llamados “signos” o “señales”, que
realiza por encargo del Padre y en sus palabras, expresadas ante diversos públicos, en las
que revela claramente su origen, su verdadero ser y su misión salvadora.
Tras el llamado a los discípulos en el capítulo 1, 35–51 comienzan las que podríamos
llamar acciones del Reino efectuadas en sus recorridos por los pueblos y los descampados de
Galilea. La primera de estas acciones es el signo que Jesús hizo en las bodas de Caná y que
el evangelista dice que fue su primer signo = señal. San Juan no habla de milagros, como lo
hacen los evangelios sinópticos, sino de signos que acreditan la llegada del Reino y apuntan
a una respuesta de fe. Signos del Reino de Dios que está llegando para alegrar a Israel en-
tristecido y sumido en la humillación, con una Nueva Alianza con su Dios que viene a reinar.
Uno de los medios que este evangelio utiliza, para lograr el fin que se propone, es el
del simbolismo de los signos. Se percibe mucho más que en los sinópticos un lenguaje que,
partiendo de las cosas de este mundo, lleva al lector a las realidades del Reino de Dios. En la
primera sección de su evangelio Juan quiere poner de manifiesto la novedad que trae Jesús,
y cómo a través de esos “signos” va dando los pasos para sustituir las instituciones de la Ley
y el Templo por una Nueva Alianza que libera a sus seguidores de cumplimientos obligatorios
y les transforma la vida si creen en él.
Las fiestas de bodas = alianzas, eran fiestas gozosas que expresaban a nivel humano
la Alianza de Jahvé con Israel, su pueblo elegido y amado, con el que siempre quería renovar
la alianza. En Jn 2, 1–11 se nos cuenta de una fiesta de bodas, es decir, la celebración de la
alianza de amor y fidelidad de dos israelitas entre sí, ante su pueblo y ante su Dios. Eran fies-

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parte II: segunda semana
LAS BODAS DE CANÁ

tas importantes en los pueblos y duraban varios días. Las familias de los novios aportaban
para la alegría de los invitados un banquete muy bien regado con vinos abundantes. Y Jesús
habla del Reino de Dios como de un gozoso banquete de bodas (Mt 22, 2–10). Y en el Antiguo
Testamento se habla de la Alianza del pueblo de Israel con Jahvé como de un compromiso
nupcial indestructible.
Siguiendo los puntos para la contemplación que pone San Ignacio (N° 276), podemos
darnos cuenta de que:
Primero: “Fue convidado Cristo nuestro Señor con sus discípulos a las bodas” y también
en esa fiesta está María, su madre. Aquí podemos contemplarlos sencillamente celebran-
do en la fiesta. Pero también podemos descubrir y contemplar, siguiendo el simbolismo del
Evangelio de Juan, cómo en esa fiesta, en Jesús acompañado de su madre y sus discípulos, es
la naciente Iglesia la que está presente. Se puede descubrir que al pueblo de Israel, pobre y
entristecido porque su “boda = alianza” con su Dios se ha ido secando y perdiendo el fuego
del amor inicial, ha llegado la esperada salvación, la luz y la alegría de la vida con su Dios.
Y esto sucede “Al tercer día…” no se precisa de qué. Y el “tercer día” para Juan y la Iglesia
primitiva aludía al día de la resurrección del Señor ya muerto en Cruz por nosotros, que viene
y se acerca para consolar a los suyos y devolverles la alegría.
Segundo: “La madre hace notar al Hijo la falta de vino…”. Falta el vino y María intercede
para que no se opaquen la felicidad y el honor de esa boda = alianza de amor entre los espo-
sos, y de sus familias. María, atenta y preocupada por las necesidades y penas de los demás,
parece reconocer el poder único de Jesús y lo incita a ponerlo al servicio de sus amigos en la
boda. Aunque Jesús le hace notar que mejor no apure los acontecimientos de su vida, que
aún no ha llegado “su hora”, tras ver que ella les dice a los sirvientes que hagan todo lo que
él les diga, accede a manifestar su poder para alegrar esas vidas.
Recordemos que Jesús llama “su hora” a su muerte, cuando será “levantado en lo alto”
(Jn 12, 27–33). Esto nos hace tomar conciencia que esta fiesta de bodas es un anuncio pas-
cual. Recordemos también que en el Evangelio de Juan aparece Jesús hablando con su madre
sólo dos veces: aquí, al comienzo de su vida pública, cuando le dice que aún no ha llegado
“su hora” pero que parece estar muy presente para ambos; y en la Cruz, encargándole a ella
ser la madre de su Iglesia en la persona de su apóstol Juan, el único discípulo que lo acom-
pañó hasta la Cruz.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Tercero: Dice San Ignacio: “Convirtió el agua en vino, y manifestó su gloria, y creyeron
en él sus discípulos”. Para hacer este “signo” Jesús pide a los “servidores” que “llenen las
tinajas de agua”. Petición casi imposible de cumplir en un lugar donde no hay agua corriente
(Caná está en un cerro), y las tinajas a llenar eran de alrededor de 80 litros cada una. Y les
pide que lleven el agua convertida en vino a los encargados del banquete. El evangelio afirma
que Jesús, impulsado por María, se decide a actuar y convierte el agua, destinada a las puri-
ficaciones de los judíos, en un vino exquisito que alegra la fiesta: a los novios, a sus familias
y a todos los invitados.
Contemplar esto es ya muy conmovedor, nos hace percibir que Jesús ama la alegría, le
gustan las fiestas y goza con el gozo de los demás. Pero hay mucho más en esta contempla-
ción: hay símbolos que nos permiten dar un paso más allá. Porque se produce aquí un cambio
radical: el agua que servía para cumplir las exigencias de pureza legal de la Antigua Alianza
se convierte en vino exquisito, regalo de Dios para alegrar la fiesta de la vida nueva, de la
Nueva Alianza en Cristo. El agua convertida en vino que Jesús aporta a esas bodas es símbolo
de los anhelados bienes mesiánicos y de la alegría que él trae a la humanidad.
Y queda claro que necesita para hacerlo la colaboración de los “servidores”, necesita
que pongamos de nuestra parte algo, lo que podamos, aunque sea inadecuado, como lo era
el agua para alegrar la fiesta. Esto destaca la importancia de que los que queremos servir a
Jesús cumplamos los pedidos que nos hace aunque a veces parecen imposibles de cumplir…
para que el Reino del Padre llegue a alegrar nuestra sociedad.
Y lo que completa el cuadro, es que el evangelista termina afirmando: “Fue el primer
signo realizado por Jesús. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. Es decir,
comenzaban a darse los pasos para la Nueva Alianza en su sangre, simbolizada por el vino
excepcional y abundantísimo. Como puede verse, este es un relato que puede tener diversas
lecturas y puede ser contemplado avanzando por diferentes grados de profundidad en el
Misterio inagotable del Reino de Dios.
Y dice Ludolfo de Sajonia en la Vita Christi Tomo I, cap 25:

“Como hay, pues, bodas humanas, las de la unión carnal, así hay bodas de Dios
con el hombre, cuando se unen las dos naturalezas, o cuando se asocian el espíritu
creado y el Increado; en la gracia inicialmente, en la gloria en su plenitud. Las bodas

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parte II: segunda semana
LAS BODAS DE CANÁ

de Dios y el hombre fueron, en primer lugar, cuando se unió la naturaleza humana a


la divina en unidad de persona, en Cristo. En segundo lugar, cuando Dios y el hombre
se unen en espíritu, en la gracia, en la caridad. En tercer lugar, en la gloria: cuando el
alma fiel entrará al Esposo, en el secreto de la luz celestial. Estas tres bodas últimas
son las que cambian el agua insípida del gusto terreno en el vino de la alegría eterna,
que es el sabor y la unión con Dios”.

Triple coloquio: Pidiendo y pidiendo… y buscando a qué cambio de vida personal y ecle-
sial nos impulsa esta contemplación.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

21. EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA


(San Mateo, cap 5, 1–48) (EE 278)

Queriendo sintetizar la actividad mesiánica de Jesús, Mateo la condensa en dos accio-


nes: enseñaba y sanaba (Mt 4, 23). Ocupémonos primero con su enseñanza.
Jesús recorría toda la Galilea enseñando, es decir, anunciando la Buena Noticia del
reinar de Dios. Su palabra era acogida con entusiasmo y producía un efecto maravilloso
en la gente. Al final del sermón de la montaña, Mateo nos hace notar que “cuando Jesús
terminó de hablar, toda la gente estaba admirada de cómo les enseñaba,…con autoridad”
(Mt 7, 28–29).
Después de su discurso de apertura en Nazaret, Lucas comenta que “todos hablaban
bien de Jesús y estaban admirados de las cosas tan bellas que decía” (4, 22). La gente se
apretujaba en torno a él para escuchar su palabra (Lc 5, 1). En otra escena, ahora en una casa,
una mujer amiga, María, sentada a sus pies escuchaba su palabra como un discípulo que no
quiere perder ni una sílaba de su maestro (Lc 10, 39).
La palabra de Jesús, como la semilla (Mc 4, 14–20) puede ser acogida de diversas mane-
ras: en corazones duros como piedras, en zarzas de afectos desordenados que la ahogan, en
tierra mullida y fértil donde da mucho fruto (Mc 4, 3–9).
Su palabra divide: la línea divisoria de los que pertenecen al Reino pasa por recibir la
palabra de Jesús (Jn 5, 24). El amor se prueba en escuchar y guardar su palabra (Jn 14, 23).
Al contemplar a Cristo en el Sermón del Monte hemos de ver más al Mensajero que el
mensaje: su rostro, su cariño, su mirada a la gente, a los enfermos, a los niños, sus ganas de
ir a otros pueblos. Tratar de estar con él, verlo, escucharlo hablar, percibir sus tonos de voz,
hacerse presente a él con el corazón. La contemplación tiende a detenernos en él y no tanto
en nosotros mismos.
No pasar a meditar “el mensaje” de las Bienaventuranzas hasta que se sientan llenos
de respeto, entusiasmo, amor por el Mensajero de las Buenas Noticias. No tiene por qué ser
amor y entusiasmo sentidos. Basta que brote de la fe que Jesús tiene en mí, en nosotros; de la
esperanza y el amor con que me habla y me declara por esto bienaventurado/a y feliz. Puede

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parte II: segunda semana
EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA

ayudar el tomar una bienaventuranza que a mí más me diga y conectarla con alguna escena
del ministerio público de Jesús.
Dios es el Dios del bien, de la alegría, de la dicha, de la bienaventuranza. La Biblia nos narra
la alegría de Dios al crear (Gen 1), su alegría al elegir un Pueblo de su propiedad (Deut. 7ss), su
gozo al perdonar (Lc 15). La alegría de Dios es pascual, viene del gozo del Padre y del Hijo en el
abrazo de la resurrección. También las Bienaventuranzas son pascuales. En realidad, cada una
relata el camino recorrido por Jesús desde su vida pobre, mansa, misericordiosa, transparente
hasta la felicidad de su Pascua; son ocho ángulos del retrato de Jesús en el camino de su vida
que lo lleva hasta la Pascua gloriosa. Las Bienaventuranzas son un himno hecho por la primera
comunidad cristiana al camino pascual del Maestro amado, que quiso condensar en estos ras-
gos su figura. Las de Lucas son más “sociales” que las de Mateo; pero entre sí se complementan.
Hay en la Biblia muchas otras bienaventuranzas que nos invitan a la alegría. Por ejem-
plo: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 28), “dicho­
so el que no se escandalice de mi nombre” (Mt 11, 6). La Iglesia se sintió libre de añadir otras
como por ejemplo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch. 20, 35), “felices los que
mueren en el Señor” (Apoc. 14, 13). ¡Y muchas otras!

Comentario bíblico de las llamadas Bienaventuranzas:

San Ignacio invita a contemplar en el día 8° de la Segunda Semana “El Sermón que hizo
Cristo en el monte” (Mt 5, 1–48; EE 278). En los Evangelios están la versión del Sermón del
Monte de Mateo (Caps 5, 6 y 7) y el Sermón del Llano de Lucas (Cap 6, 17–49); que reúnen
todas las enseñanzas de Jesús acerca del Reino del Padre. Se trata de capítulos que engloban
el ministerio de Jesús en Galilea como Mesías que enseña y anuncia la llegada del Reino de
Dios con palabras. Estos capítulos son mucho más que pautas de un comportamiento cristia-
no para seguir a Jesucristo; son, sobre todo, expresiones de la inmensa alegría ante la llegada
del Reino que hace dichosos a los que siguen a Jesús por su camino. Mateo presenta a Jesús
sentado en un monte, proclamando las bienaventuranzas como la Nueva Alianza con Jahvé, y
en un marco muy solemne que recuerda la Alianza del monte Sinaí donde el pueblo de Israel
recibe, a través de Moisés, las tablas de la Ley (Exodo 20, 1–21).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Para contemplar el Sermón del Monte, San Ignacio recomienda ahondar tres momentos
diferentes:
1) Las llamadas bienaventuranzas (Mt 5, 1–12)
2) Nuestra identidad como seguidores suyos, siendo la sal y la luz del mundo (Mt 5, 13–16)
3) Profundización de la Ley de Moisés por la llegada del Reino de Dios que requiere una
Nueva Alianza en Cristo (Mt 5, 17–48).

1) Mt 5, 1–12: Las Bienaventuranzas o “La auténtica felicidad”

Las bienaventuranzas no son un sueño idílico de Jesús. Son la expresión de su vida


entregada a hacer la voluntad del Padre para salvar al género humano; son pascuales. In-
cluyen su entrega de vida por su pueblo; el dolor y el sufrimiento que vivió para llevarnos
a gozar de la verdadera felicidad del Reino que con él comienza a llegar a este mundo. En
esta parte se trata de centrar la mirada en Jesús, que mira y contempla a sus seguidores:
los de hace 2.000 años en Galilea a la orilla del lago, y los que a lo largo de los siglos
hasta ahora queremos escucharlo y seguirlo. Se trata de que, así como nos contempla él,
contemplarlo también nosotros: mirar cómo nos mira, con qué cariño, con qué confianza.
Escuchar lo que nos dice, su tono de voz, el contenido de sus palabras y el ansia con que
desea comunicarse con nosotros para llenarnos de su alegría porque nos reconoce como
herederos del Reino del Padre. Se trata de acercarse más a él para verlo y escucharlo mejor
y sentir el efluvio de su amor por nosotros y de la inmensa alegría que quiere comunicarnos
para que seamos felices.
Afirma que lo que el Padre Dios quiere es la felicidad del ser humano y que, por eso, lo
que buscamos a lo largo de toda la vida es la felicidad. Y nos presenta las ocho bienaventu-
ranzas, o modos de ser feliz, que él mismo vivió y sufrió como resumen de una nueva forma
de vida que encierra la esencia de su mensaje de salvación. Ellas apuntan a los caminos
difíciles por los que es necesario caminar para ser verdaderamente felices. Este sermón de
Jesús no apunta a algo dulce y sentimental, sino que es la proclamación del mundo al re-
vés. Se trata de un muy provocativo llamado, totalmente contracultural, tanto en su tiempo
como ahora, pero capaz de cambiar la vida de quienes le ponen el oído atento. Y eso es lo

200
parte II: segunda semana
EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA

que espera San Ignacio que nos suceda en esta contemplación de los EE: que nos sintamos
invitados a cambiar de vida por una más plena.
Sus seguidores de entonces eran gente humilde que conocía de cerca el sufrimiento.
Gente que debía trabajar duro para poder comer y que era abusada por los impuestos exigi-
dos por Roma y por el Templo. Gente que buscaba respuestas a sus necesidades urgentes…
Y el Señor les propone algo que no es instantáneo y que es muy diferente a las exigencias
de la religión en torno al Templo. Les anuncia el camino a la felicidad. Y la felicidad que
anuncia está en dejarse amar por Dios que puede consolarlos, regalarles la tierra, saciarlos
en sus necesidades, regalarles un corazón misericordioso, hacer que lo descubran y gocen
de su presencia en todo, y regalarles el Reino de los Cielos. Esta contemplación nos invita a
recordar sus propuestas y, tras la composición de lugar, a contemplar a Jesús enseñándoles
y enseñándonos.
“Felices” dice Jesús, refiriéndose a quienes nosotros consideramos infelices, porque
tendemos a considerar dichosos a los ricos, poderosos, reconocidos, tenidos en cuenta. Pero
para Jesús es feliz el pobre, el humilde y el despreciado, el que nada tiene, nada puede, y no
es tenido en cuenta. Escuchamos aquí una inversión total de nuestros valores, lo que nos
pone ante la disyuntiva de: o nos equivocamos nosotros, o se equivoca Jesús.
Este comienzo del Sermón de la Montaña es la Carta Magna del Reino que Jesús anuncia:
dice quiénes son sus ciudadanos y cuál es su condición. Dice que los criterios con los que
Dios juzga y actúa son exactamente los opuestos a los nuestros. Nos hace notar y reflexionar
sobre estos dos modos contrarios de valorar la vida.
El sermón de la montaña es una catequesis bautismal, una síntesis de vida cristiana:
una regla de vida planteada por el Hijo de Dios que nos quiere regalar ese “corazón nuevo”
anunciado por los profetas (Jer 24, 7; 31, 31–33; 32, 37–49; Ez 11, 19 y 36, 25–27). Sus pala-
bras no son Ley sino Evangelio = Buena Noticia. Lo que afirma aquí es lo que él vivió y nos
quiere regalar, comunicándonos su Espíritu para que seamos de verdad felices. Sin el don de
su Espíritu, estas bienaventuranzas son una ideología loca e imposible.
En resumen, estas bienaventuranzas son como una imagen de la vida de Jesús, como un
retrato suyo que nos ilumina y que fue construido por la primera Iglesia que recordaba a su
Maestro cuando los invitaba a ser felices siguiéndolo a él.

201
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Veamos algunas de estas alegrías anunciadas por Jesús:

La primera alegría (Mt 5, 3): “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos” resume de algún modo todas las demás: Jesús llama “dichosos” y promete al
Reino de Dios a los que viven “la pobreza en el Espíritu” entendiéndola como actitud de sen-
cillez y desprendimiento de toda riqueza mundana porque, como él, confían en Dios Padre
y lo esperan todo de él. Esto quiere decir que los pobres son los “príncipes herederos” del
Reino porque desde ya están viviendo en el espíritu del Reino que les pertenece, y que es
nada menos que el Reino de los cielos.
En palabras de la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia:

“…la pobreza espiritual nace de la pobreza voluntaria de las cosas materiales,


y de la verdadera humildad. Es la primera bienaventuranza, la perfección primera de
los que siguen a Cristo, y el cimiento de todo el edificio espiritual. A Cristo, espejo de
pobreza, no puede seguirle bien el que está cargado de cosas temporales; el que tiene
sujeto el afecto de su alma a estas cosas que pasan, no es libre; porque nos hacemos
esclavos de aquello que amamos. Por eso no debemos amar nada, sino a Dios; o a
cualquier otra cosa por Dios”.

 La segunda alegría (Mt 5, 4): “Dichosos los que lloran” = los afligidos. La Vita Christi
permeada por la Biblia comenta:

“Las lágrimas… consiguen misericordia. Hay diversas causas… por los pecados
propios y por los ajenos; por el destierro y la miseria presente y por el peligro del cas­
tigo eterno; y porque se retrasa la gloria del cielo”.

 La tercera alegría (Mt 5, 5): “Dichosos los humildes = los mansos, porque ellos posee-
rán la tierra”. La Vita Christi comenta:

“A la pobreza sigue la mansedumbre (= humildad): el pobre recibe muchas injurias,


tiene que ser sufrido. Sufrido es el que no ofende a los otros y soporta a quienes lo ofen­

202
parte II: segunda semana
EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA

den a él; incapaz de devolver mal por mal… vencen al mal con el bien. Dichosos ellos,
porque poseerán la tierra. Que otros se enfurezcan por cosas temporales. Dichosos los
humildes, porque poseerán en herencia perpetua la tierra de la felicidad eterna”.

 La cuarta “dicha” (Mt 5, 6 y 10) que se proclama es para los que tienen “hambre y sed
de justicia” y es sinónimo de querer y hacer la voluntad de Dios, como Jesús, y poder así ser
herederos con él en el Reino del Padre, que saciará todo deseo.
 La quinta felicidad (Mt 5, 7): “Dichosos los misericordiosos porque ellos obtendrán
misericordia”. Dice Ludolfo:

“La misericordia es sentir la miseria del mal. Misericordiosos son los que se due­
len del mal de los otros, como si fuera propio. La misericordia perdona las injurias, y
da la ayuda que puede, espiritual y corporal. Hay que tener misericordia de sí mismo,
según el texto del Eclesiástico: ‘Agradando a Dios, ten piedad de tu alma’ (Eco 30, 24).
Luego hay que tener misericordia del prójimo, por sus defectos, hasta morir por el
otro, como Cristo, que se entregó a la muerte por nosotros… Debemos insistir mucho
en la misericordia, porque necesitamos en todo la misericordia de Dios. Es una virtud
tan grande, que Dios se la atribuye a sí mismo, como más propia suya que las demás”.

 La sexta “felicidad” (Mt 5, 8) “Dichosos los limpios de corazón…” Los limpios de cora-
zón son bienaventurados porque verán a Dios en la otra vida y, mientras tanto, lo irán encon-
trando aquí en todo… Y afirma Ludolfo:

“Este tal, ya limpio de corazón, en todas las cosas halla noticia de Dios: gozosa,
casta, pura, espiritual, alegre y amorosa”.

 La séptima “felicidad” habla de la construcción de la paz. (Mt 5, 9) “Dichosos los que


construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos”. Jesús propone una paz activa que es
mucho más que la simple ausencia de guerras. Y que no tiene nada de aburrida o cobarde
como callarse por no pelear... Es una paz vital, en lucha con nosotros mismos y con los de-
más. Porque se requiere vivirla, es una paz en acción. No es suficiente proclamarla, hay que

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

crearla, construirla, asentarla en la vida concreta y en la sociedad. Tiene como objetivo y


como medio buscar una vida más plena para todos.
 La octava “felicidad” (Mt, 5, 11–12): “Dichosos serán ustedes cuando los injurien y los
persigan y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocí­
jense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas
que vivieron antes que ustedes”. Desde el comienzo de sus enseñanzas les advierte que su
camino no será fácil, que seguirlo es peligroso y requiere valentía. Pero que la recompensa en
felicidad, en esta vida y en la eterna, como hijos e hijas de Dios, es inconmensurable.
La “injuria” es algo terrible, busca matar la dignidad de la persona, la deshonra y le pro-
duce mucho daño… Pero aquí el Señor la proclama una alegría porque, siguiéndolo a él, hemos
sido dignos de sufrir la deshonra que él sufrió y que lo llevó a la muerte. Por eso los apóstoles
en Hch 5, 41, después de haber sufrido los azotes, salieron del Sanedrín alegres por el honor
de haber sido deshonrados “a causa de su nombre”. Eso lo comprendió muy bien San Ignacio
porque a quienes desean vivir la libertad evangélica los hace pedir en triple coloquio en lugar
de riqueza, pobreza con Cristo pobre, en lugar de honores, humillaciones con Cristo humilla-
do, y deseo de ser considerado necio y loco a causa de Cristo, quien “fue el primero en ser con­
siderado así, más que sabio y prudente en este mundo” (Binarios N° 147 y 157 y Tres grados de
humildad = amor” N° 167), y esto “sólo para imitar y asemejarse más a Cristo nuestro Señor”.
Porque el que ama a Cristo desea vestir “su librea”, estar con él y ser como él.
La “persecución” que amenaza la integridad de la vida marca en el discípulo la imagen
del Maestro perseguido y capaz de dar la vida (Jn 15, 18 al 16, 4). Para Pablo esta es su cre-
dencial de su condición de apóstol (2 Cor 11, 16–33). Las tribulaciones son la prueba de que
somos hijos (Hb 12, 4–8) y son causa de un grande gozo (St 1, 2–4), de alegría plena (1 P 1,
3–9) y de consuelo en toda tribulación (2 Cor 1, 1–7).
“Alegraos y regocijaos” es lo que anuncian las bienaventuranzas: alegría interior que
siguiéndolo a él recibimos de regalo, y que se expresa en una luminosidad interior que lleva
a exultar de alegría y que puede contagiar a los demás. Habla de recompensa “en los cielos”,
es decir, en Dios mismo, porque siguiendo a Jesucristo podremos ir convirtiéndonos en hijos
del Padre al asemejarnos a su Hijo.

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parte II: segunda semana
EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA

2) Mt 5, 13–16: Nuestra identidad como seguidores suyos: ser la sal y la luz


del mundo.

Es precisamente “haciendo la voluntad de Dios” y viviendo así las alegrías del Reino
proclamadas por Jesús, como los discípulos y los que buscan serlo se pueden convertir en
fermento, sal y luz de una nueva humanidad.
v. 13: “Ustedes son la sal de la tierra”. La sal da sabor y preserva de la corrupción. Además
es símbolo de sabiduría y amistad. La comunidad es sal cuando tiene el sabor de las bienaven-
turanzas (= el sabor de Cristo) que nos dan Su “saber” y Su “sabor”; nos preservan de la corrup-
ción, nos dan sabiduría y capacidad de amistad: nos dan nuestra identidad de hijos del Padre
y hermanos de Jesús. Nuestra identidad como seguidores de Cristo es ser “sal de la tierra”, lo
que da sentido y sabor no sólo a nuestra existencia personal sino a nuestro vivir como “hijos” y
“hermanos”, y como “amigos en el Señor” para la construcción del Reino. “Pero si la sal se des­
virtúa…” Es fácil perder el sabor de Cristo que es saber dar la vida con amor y humildad porque
la sabiduría mundana no es la de la cruz y nos permea por todos lados. En cada uno de nosotros
es grande la lucha entre la sabiduría del amor y de la cruz y la sabiduría del egoísmo. Y el dis-
cípulo que no tiene el sabor de Cristo no sirve para la construcción del Reino, se queda afuera.
v. 14: “Vosotros sois la luz del mundo…” El que “conoce” a Cristo es luz. La luz es lo prime-
ro en la creación (Gn 1, 3). Mateo ve a Jesús como el surgir de esa gran luz anunciada por Isaías
(8, 23; 9, 1 y 49, 6) que ilumina a todos los que habitan en tinieblas y sombras de muerte (Mt
4, 16–17); luz que llevará la salvación hasta los confines de la tierra. En él somos iluminados
y con su luz podemos iluminar al mundo entero haciendo ver su belleza. La palabra “mundo”,
en griego kósmos, significa orden, estructura, belleza, en cambio en el nuevo testamento tiene
una connotación negativa porque lo ve como estructurado sobre la codicia del tener, del poder,
y del aparecer (1 Jn 2, 16), y con su fascinación engañosa que lo hace parecer bueno, hermoso,
deseable, como en Gn 3, 6. En Jn 8, 12 Jesús afirma:”Yo soy la luz del mundo, el que me siga no
caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” porque la vida de hijos del Padre que
nos enseña Jesús descubre el engaño, y le devuelve al mundo su verdadero esplendor. Y Jesús
nos envía a llevar esa luz salvadora hasta los confines de la tierra. Así, la comunidad que sigue
a Jesús pasa a ser luz del mundo, luz que permite que se vivan las relaciones al modo del Rei-
no, y su identidad no puede permanecer escondida porque la luz no puede dejar de iluminar.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

v. 15: “No se enciende una lámpara…”. Nosotros no somos la luz sino la lámpara que sólo
si está encendida y se pone sobre el candelero reparte luz. Para Jesús el candelero fue la cruz:
lo máximo de su ocultamiento fue su revelación plena. Así nosotros, también iluminaremos
si estamos encendidos en Cristo por el fuego del Amor, y si aceptamos ser puestos sobre el
candelero de seguirlo por el camino de la cruz.
v. 16: “Brille su luz delante de los hombres…”. Parece que se refiere a nuestras buenas
obras que pueden iluminar a los demás para que, al ver nuestra vida fraterna y esperanzada,
puedan percibir el perfume de Cristo (2 Cor 2, 14) y glorificar a Dios.

3) Mt 5, 17–48: Jesús profundiza la Ley de Moisés y nos enseña sobre la


Ley del Reino de Dios, la Nueva Alianza.

Nos enseña a vivir en una actitud que supera la ley porque no la vino “a abolir sino a dar
cumplimiento”. Frente a la interpretación farisaica de la Ley que había caído en la trampa del
mínimo imprescindible y del estricto cumplimiento externo, Jesús propone una vivencia de
la ley desde dentro del corazón y fundamentada en una relación personal con el Padre Dios.
Mateo pone en boca de Jesús cinco ejemplos que apuntan a vivir en una actitud generosa que
va más allá de la Ley mosaica, porque él no vino a poner fin a esa ley sino a perfeccionarla. Y
estos ejemplos son:
v. 21–26: Comportamiento fraterno “Han oído que se dijo a nuestros antepasados no
matarás”(Ex 20, 13). “Pero yo les digo…”: no se enojen, no insulten, no se acerquen al altar si
están peleados con otros; ponte de acuerdo con tu adversario.
v. 27–32: Adulterio y divorcio: “Han oído que se dijo: no cometerás adulterio (Éx 20, 14;
Dt 5, 18). Pero yo les digo…”. Y agrega que tenemos que quitar de nosotros todo lo que nos
hace caer en pecado porque nos lleva a la muerte. Y “También se dijo: el que se separe de su
mujer que le de un acta de divorcio (Dt 24, 1), pero yo les digo que todo el que tiene malos
deseos… ya cometió adulterio” (Mc 9, 43, 47; 10, 4–12; Lc 16, 18).
v. 33–37: Sinceridad en las relaciones: “Han oído que se dijo: no jurarás en falso en mi
nombre, sino que cumplirás lo que prometiste con juramento (Lv 19, 12; Nm 30, 3; Dt 23, 22)
pero yo les digo que no juren por nada… que tu palabra sea sí cuando es sí; y no, cuando es no”.

206
parte II: segunda semana
EL SERMÓN DE La montaña, JESUS ENSEÑA

v. 38–42: Venganza (Lc 6, 29–30): “Han oído que se dijo: ojo por ojo y diente por dien­
te” (Ex 21, 24; Lv 24, 20; Dt 19, 21 que era, y sigue siendo, un gran adelanto en humanidad).
“Pero yo les digo que no enfrenten al que les hace mal, al contrario al que les abofetea en la
mejilla derecha, preséntenle también la otra… da al que te pide y no des la espalda al que te
pide prestado”.
v. 43–48: Amor a los enemigos (Lc 6, 27–28. 32–36). “Han oído que se dijo: Ama a tu
prójimo (Lv 19, 18) y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por
quienes los persiguen. Así serán dignos hijos de su Padre del cielo que hace salir el sol sobre
buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos…”.
Cada uno de estos ejemplos, todavía tan chocantes, es una invitación a aplicar el amor
sin límites que Dios nos tiene. Es una invitación a aplicar el principio general de “amar hasta
que duela” como lo hacía Jesús, a todos los casos y situaciones de nuestra vida. Las palabras
finales “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”, son la clave para entender lo que
Jesús propone: vivir desde la actitud de quien tiene su mirada fija en Dios y no pone límites ni
barreras al amor. Y la “perfección” del Padre de Jesús es su “misericordia”. Esta es la Buena
Noticia que llena de alegría el corazón: de Jesús, el de los oyentes de sus palabras, y el de los
que contemplan esto en los EE: ese Dios lleno de misericordia que Jesús proclama nos abre
a una nueva y gozosa esperanza. El llamado a ser “perfectos” de Mateo es el llamado a ser
“misericordiosos” de Lucas (Lc 15); porque es la misericordia de Dios la que se trasparenta e
ilumina la Buena Noticia de la llegada del Reino que anuncia Jesús, donde los pobres son los
príncipes herederos.
Triple coloquio: Como en todas las contemplaciones de esta etapa de los EE, se termina
con el triple coloquio de Banderas y Binarios que nos llevan a cambio de vida. Cambio de vida
que no somos capaces de decidir por cuenta propia sino que pedimos, como regalo, a María,
a Jesús y al Padre. El regalo de seguir a Cristo muy de cerca dejando de lado todos nuestros
apoyos y consuelos mundanos para afirmarnos sólo en él; y pidiendo seguirlo en pobreza y
en pasar oprobios y menosprecios por su causa para asemejarnos más a él.

207
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

22. LAS CURACIONES, JESÚS SANA

Los evangelios sintetizan el ministerio de Jesús por el Reino en dos actividades: enseña-
ba y sanaba (Mt 4, 23 y Lc 6, 17–19). Las curaciones de Jesús abarcan un ámbito muy extenso:
Sana leprosos (=Cualquier afección a la piel. Más amplio que la enfermedad de Hassen:
Mt 8, 1–4; Lc 17, 11–19), paralíticos (Mt 9, 1–8; Jn 5,1–18), mujer con flujo de sangre (Lc 8,
40–56), ciegos ( Mc 8, 22–25 de Betzaida; Mc 10, 46–52 de Jericó), sordo y tartamudo (Mc 7,
31–37), y en general, numerosas curaciones (Mt 8, 16; Mc 1, 34; Lc 4, 40)
Expulsa demonios (Mt 9,32–37; Espíritu inmundo: Mc 1, 21–27; Endemoniado de Gera-
sa: Mc 5, 1–15).
Resucita muertos (Hija de Jairo: Mt 9, 18–26; Hijo viuda Naím: Lc 7, 11–17; Lázaro: Jn 11, 1–44).
Hoy los críticos del Nuevo Testamento son mucho más dispuestos que en el pasado a
reconocer que Jesús fue un taumaturgo. La cultura actual es muy alerta a lo sensible, a los
gestos concretos, y hemos de atrevernos a comunicar salud en esta forma. También la Iglesia
hoy en día ha vuelto a apreciar el ministerio de sanar a personas privadas, grupos, institucio-
nes, estructuras sociales, la sociedad entera (Fe y justicia; cultura; diálogo).
El sanar dolencias pertenece al ejercicio de la misericordia, llamado fundamental del
mensaje de Cristo. Como enviados de Jesús, estamos llamados a sanar muchas enfermeda-
des, pestes, llagas y heridas no bien cerradas. Sanamos con una palabra de estímulo, con
una visita a un enfermo, con un consejo, con una mirada o con un apretón de mano. Y en el
ámbito social y político, con leyes y políticas públicas que corrijan injusticias, favorezcan la
educación, la salud, la familia y, en general, promuevan la paz y el bien común.
Los sacramentos son encuentros con Jesús Médico, de cuerpos y almas. El Bautismo:
exorciza y diviniza. La Eucaristía es Pan y fuerza de vida. La Confesión devuelve la paz al pe-
nitente y lo reconcilia con la comunidad y con Dios. La unción implora la salud del enfermo y
lo alivia del peso de sus pecados.
La oración, el examen de conciencia, los tiempos litúrgicos de la Cuaresma y el Adviento,
los Ejercicios Espirituales, tienen todo un aspecto terapéutico, que sana al yo egoísta, tanto

208
parte II: segunda semana
LAS CURACIONES, JESÚS SANA

en sus formas desenfadadas como en las más sutiles, moviéndolo a vivir en el amor y el ol-
vido de sí.
A primera vista puede extrañar que San Ignacio en los Ejercicios, —fuera del envío de los
apóstoles a predicar con “potestad de echar los demonios de los cuerpos humanos y curar
todas las enfermedades” (EE 281) y de la resurrección de Lázaro (EE 285)—, no proponga
directamente misterios de curaciones para contemplar a Jesús. Más todavía, si tenemos en
cuenta que la “Vida de Cristo” del Cartujano narra abundantemente milagros de curaciones.
Esto se puede entender con dos conjeturas. La primera es que Ignacio incluye en los
dos misterios arriba nombrados (EE 281 y 285), todo lo demás que narran los evangelios
sobre curaciones de Jesús. La segunda es que Ignacio selecciona los misterios de Cristo
que más puedan ayudar al fin de los EE, que es elegir, mirando al Señor y discerniendo los
espíritus, el estado de vida o la reforma de vida en que más pueda servirlo a la mayor gloria
de Dios. Las luchas que se dan en esta elección son de carácter más interior, las que apare-
cen en las Banderas, Binarios y en la Reglas de discernimiento, para lo cual ayudan más las
escenas que él elige.

209
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

23. LA TEMPESTAD CALMADA (EE 279; Mt 8, 23–27)

Esta contemplación nos lleva a acompañar a los discípulos, que siguen a Jesús y son
testigos de la atracción que él suscita con sus palabras y sanaciones. Han dejado sus vidas
anteriores, “sus barcas y redes”, y lo siguen confiados. Pero esto no es sólo triunfo, porque
el ministerio de Jesús provoca rechazos y acusaciones. Ante el peligro de ser tildados de
rebeldes por los jefes de Israel y de ser tenidos por traidores a la Alianza (simbolizado por
la tempestad en el lago), se asustan y sienten que se hunden y que Jesús no los protege. Se
angustian y le gritan: “¡Señor, sálvanos que perecemos!”.
Es sabido que en el lago de Genezaret, al igual que en muchos otros lagos, al choque
de vientos contra los montes vecinos surgen grandes tempestades. Los apóstoles del lago
sabían esto, pero esta vez se asustaron mucho.
En un sentido más profundo, el texto narra una tempestad eclesial como muchas que la
Iglesia ha vivido a lo largo de los siglos. Los cristianos de la primera generación las vivieron
con intensidad. Pero siempre la respuesta de Jesús fue llamar a la confianza: “¿Por qué tie­
nen miedo, hombres de poca fe = confianza?”. El miedo y la confianza son dos sentimientos
opuestos que se disputan nuestro corazón: el miedo nos paraliza y aleja del Señor; y la con-
fianza nos hace caminar y entregarle nuestra vida.
Siguiendo de cerca a Jesús y adoptando su modo contracultural, no es de extrañar que
surjan tempestades a nuestro alrededor. Esta travesía de Jesús con sus discípulos es una ima-
gen de nuestra existencia cristiana. La barca es la Iglesia donde él está con nosotros, aunque
pasemos por dificultades. Pero los momentos de crisis vividos confiando en él, sin desertar ni
bajarnos, son un inmenso regalo que hace crecer en nosotros la vivencia de la fe, la esperanza
y el amor. La contemplación de este episodio en esta etapa de los EE es muy importante por-
que ya hemos decidido dejar de lado nuestra vida egocéntrica y luchar contra las tentaciones
de riqueza, brillo mundano y poder, que nos dan seguridad y que nos acechan por todos lados.
Estamos discerniendo qué cambio de vida nos puede estar queriendo regalar el Señor… Y
esto, de hecho nos asusta, nos descoloca, nos hace sentirnos inseguros ante el futuro.

210
parte II: segunda semana
LA TEMPESTAD CALMADA

Este episodio es bautismal, nos conecta con nuestro bautismo donde fuimos sellados
con sello crístico. Su contemplación permite que reconozcamos nuestros miedos y activa la
nueva vida en Cristo que imprimió en nosotros el bautismo. Y así va sellando toda nuestra
vida, toda nuestra historia personal y comunitaria, día a día, relación a relación, decisión a
decisión… y nos sumerge (= bautiza) siempre más hondo en el Señor, hasta que al final, nos
hace entrar con él, que “duerme en la cruz”, en su misma muerte, para salir de ella con su
misma vida de resucitado (Rom 6, 1–11). Pero no nos es fácil confiar en ese Señor que “duer-
me”, es decir, que muere por nosotros, y “despierta” = resucita para resucitarnos y llenarnos
de su Espíritu de vida. Todo a nuestro alrededor se opone a ello.
En el recorrido de esta etapa de EE hemos rogado insistentemente, en el triple coloquio
con que terminan las diversas contemplaciones de la vida pública, ser transformados por él y
seguirlo por su camino de pobreza y humildad. Pero, a pesar de esto, sentimos que el camino
del seguimiento no es un camino fácil. Sabemos que enfrentaremos muchas tempestades
pero que, si queremos llegar a la “otra orilla”, tenemos que atrevernos a confiar en el Señor.
Esta contemplación está orientada a ayudarnos a creerle y confiar en él porque él es a quien
“hasta el viento y el mar obedecen”. Y esto a pesar del camino misterioso por el que iremos
transitando en respuesta a su llamado, y del que no nos es fácil aceptar sus coordenadas. En-
tregarnos a él, como los apóstoles, nos hace sufrir sobresaltos como a ellos. Nos asustamos
y el Señor nos pregunta a los que nos hemos subido a Su Barca = la Iglesia: “¿por qué tienen
miedo? ¿por qué tan poca fe?”.
Últimamente hemos sentido que estamos viviendo una tremenda tempestad en todos
los niveles del mundo y su cultura, como asimismo en la Iglesia. Y nos pasa lo mismo en la
vivencia de las otras “barcas”, más pequeñas, en las que nos hemos embarcado con Jesús:
la vida de familia, la vida de trabajo, la vida de nuestras comunidades parroquiales o de
asociaciones laicales, etc. Nos sentimos frágiles y nos asustamos, sentimos que estamos
naufragando y que el Señor duerme y no interviene… Pero si confiamos, podremos reconocer
que él es “a quien el viento y el mar obedecen”.

211
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Textos de la Vita Christi

“En esta barca se contienen los fieles que con Cristo, a través del mar del mundo,
se dirigen al reino del cielo. Estamos en la Iglesia como en una barca, y el Señor está
con nosotros por sus sacramentos. Pero contra la Iglesia soplan los vientos varios y
fuertes de los malvados, y se alzan olas contra ella, hasta que las olas casi cubren la
barca; pero la barca no puede sumergirse. Entre tanto, Cristo parece dormir, no aten­
der; porque espera, según Orígenes, la paciencia de los buenos y la conversión de los
impíos. El dormir de Cristo es la permisión divina en las aflicciones; se le despierta,
cuando le tocan las oraciones de los fieles”.

Triple coloquio: Recurrimos aquí a quienes de verdad nos aman y quieren ayudarnos:
María, Jesús nuestro Hermano y Señor, y el Padre que nos atrae hacia él.

212
parte II: segunda semana
EL ENVÍO DE LOS DISCÍPULOS

24. EL ENVÍO DE LOS DISCÍPULOS (EE 281; Mt 10, 1–15)

Este texto bíblico es importante para los Ejercicios ignacianos, que son una espirituali-
dad de llamamiento y envío. Con él comienza el llamado “discurso apostólico” del Evangelio
de Mateo, que abarca todo el capítulo 10, y que tiene una enorme importancia para la Iglesia.
Contiene diversos aspectos de la misión de la Iglesia enviada por Jesús a hacer lo mismo que
él hacía: comienza con la misión de los Doce, sigue con la predicción de persecuciones, la
recomendación de hablar sin temor y aceptar las contradicciones, la pobreza y las renuncias
que conlleva el seguirlo, y termina hablando de las recompensa que trae vivir siguiéndolo.
“Llamando a sus discípulos los envió”: En la Biblia, el llamado = la vocación, y el envío
= la misión, van siempre juntos. En la creación, la vocación = el llamado a ser, es lo que
nos constituye, lo que nos da la identidad de criaturas llamadas y enviadas a la misión de
ser co–creadores con Dios: “Y dijo Dios: hagamos a los seres humanos a nuestra imagen y
semejanza, para que se enseñoreen de todo lo creado ... Y creó Dios a los seres humanos a
su imagen y semejanza … y los bendijo y los envió … diciéndoles: crezcan y multiplíquense,
llenen la tierra y háganse señores de todo lo creado” (Gn 1, 26–30).
Aquí, la vocación y la misión de “los doce” las coloca Mateo, la una a continuación de
la otra, porque siempre van juntas. Para nosotros, la vocación a ser hijos de Dios en el Hijo,
se realiza en la misión a ser hermanos de los demás en el compartir con ellos todo lo bueno
que tenemos.
En este texto Jesús aparece llamando (= creando) y enviando a “los Doce” (= nuevas
creaturas) a llevar y esparcir la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios haciendo y
diciendo lo que él, antes que ellos, ha dicho y hecho. Así nace la Iglesia que tiene en “los
Doce” la raíz que la une a Cristo. Y la Iglesia es apostólica no sólo porque fue fundada sobre
los apóstoles, sino porque está constituida por apóstoles, por hijos enviados a los hermanos
y a hacerse hermanos.
En los vs 1 al 4 está la vocación = el llamado a sus doce discípulos, elegidos entre otros
muchos, para darles poder como hace Dios en el Génesis, cuando dice a la pareja humana

213
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

que sean señores de todo lo creado. Jesús los empodera para expulsar espíritus impuros y
para curar toda clase de enfermedades y dolencias, es decir, para vencer a todo lo que dis-
minuye al ser humano y lo daña. El poder que les da es su mismo poder de vencer el mal con
el bien. Su misión es esencialmente un exorcismo porque la palabra de verdad y el amor que
llevan vencen a la mentira y el egoísmo. Así los hace = los crea, como sus apóstoles enviados
a anunciar el Reino. Y Mateo va mencionando sus nombres poniendo como primero a Pedro.
Son doce, como los patriarcas y las tribus de Israel, porque es un nuevo Pueblo de Dios el
que se gesta aquí.
Desde ese comienzo de la Iglesia, tanto la vocación como la misión son a formar comu-
nidades: los Doce representan a las doce tribus de Israel, y los apóstoles son nombrados por
parejas, y son enviados de dos en dos (Mc 6, 7). Ellos son los que están más cerca de Jesús
en el Sermón de la Montaña, y son los destinatarios del Sermón Apostólico; y son enviados
a llevar la Buena Noticia del Reino, primero a las ovejas perdidas del pueblo de Israel (v 6) y
luego a todo el mundo (Mt 28, 18–20).
En los vs 5 al 15 encontramos las instrucciones que Jesús les da:
v. 5 y 6: dirigirse a las ovejas perdidas de Israel, a los alejados, a los no tomados en cuen-
ta, a los excluidos y despreciados.
v. 7: anunciar el Reino de los cielos, que es el Reino del Padre Dios que reina en el amor
entre sus hijos. El suyo es el reino de la fraternidad y de la libertad, de la alegría y de la paz.
Esto es lo que Jesús ha mostrado con su Palabra en el Sermón del Monte (Mateo caps 5–7 y
con su Acción en Mateo caps 8–9).
v. 8a: devolver la dignidad a las personas: curar enfermos, resucitar muertos, purificar
leprosos, expulsar demonios tal como han visto hacer a Jesús; milagros que son señal de la
llegada del Reino. Dice san Gregorio: “Se añadieron los milagros a los santos predicadores,
para que el poder mostrado en ellos diera fe a sus palabras; hacían cosas nuevas los que
enseñaban cosas nuevas” (Ludolfo, Vita Christi).
v. 8b–10: y hacerlo, como él, gratuitamente “gratis lo han recibido, denlo también gra­
tis”. “Recibir” y “dar” como un don es la característica de la vida trinitaria. El Padre y el Hijo se
dan todo uno al otro y todo lo reciben recíproca y gratuitamente; y su don recíproco de amor
es el Espíritu Santo. El apóstol, al dar gratuitamente lo que ha recibido, entra en el seno de
la relación trinitaria.

214
parte II: segunda semana
EL ENVÍO DE LOS DISCÍPULOS

v. 9–10: ni oro ni plata ni dinero en el bolsillo = en pobreza. Porque el don es victoria con-
tra la posesión, que encuentra en el dinero el criterio universal. La ausencia de dinero hace
que las relaciones puedan ser generosas: por un lado, dar acogida desinteresada, como Dios
acoge; y por el otro, confiar en los hermanos y ofrecerles el gran tesoro que llevan de parte
del mismo Dios.
v. 11–13: es importante la casa en que elijan quedarse y trasmitir allí, mediante el saludo,
la paz mesiánica que llevan de regalo. Porque quienes los acojan por ir de parte de Jesús, es
a Jesús a quien reciben (Mt 25, 40).
v. 14–15: el rechazo a ellos es no querer convertirse en hijo de Dios, es ser infiel, no que-
rer recibir el amor de Dios (Mt 25, 45).
Jesús es el que trae el Reino y su primer apóstol. Y la Iglesia tiene en él sus raíces a
través de los primeros apóstoles y fructifica en el apostolado de todos los llamados y envia-
dos, los nuevos apóstoles a lo largo de los siglos. La itinerancia, el anuncio de la Palabra,
el servicio a los pobres y sufrientes, la gratuidad y la pobreza son sus características más
importantes que estamos invitados a aceptar y hacer nuestras para colaborar en la llegada
del Reino de Dios.
Seguramente Jesús sorprendió a todos al decir: “El reino de Dios está llegando” cuando
todo a su alrededor era tan oscuro: la dominación romana, los impuestos que empobrecían
al pueblo, la prepotencia de los terratenientes y del rey títere que obedecía al Emperador…
Y Jesús envía a sus apóstoles a predicar lo mismo que él predicaba, los envía a ellos y a no-
sotros, a pesar de todas las calamidades y guerras, a decirles a los tristes y pobres que Dios
se preocupa por ellos, que su Reino está viniendo y que responde a lo que más desean: ser
sanados de sus males y vivir con dignidad. Dios viene a vencer el mal que los esclaviza, viene
a destruir el mal que destruye todo.
Por eso Jesús dice a sus discípulos cuando vuelven de la misión a que fueron enviados
y en la que tuvieron éxito: “¡Yo he visto a Satanás caer del cielo como un rayo!” (Lc 10, 18).
Para Jesús esta batalla entre Dios y las fuerzas del mal (las dos banderas de San Ignacio) es
un enfrentamiento que sucede a lo largo de toda la historia; y Dios busca, a través nuestro,
aniquilar todo lo que hace daño al ser humano. El reino de Dios se abre camino cuando Jesús
y sus seguidores sanan el sufrimiento de los enfermos, liberan de su tormento a los poseídos
por espíritus que los destruyen, y hacen recuperar su dignidad a los marginados.

215
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El Dios de Jesús no viene como un juez enojado, sino como un Padre que desborda de
amor por sus hijos. Esto la gente lo escucha asombrada y se alegran, porque todo lo que
escuchaban antes era de un Dios siempre enojado con ellos por no cumplir todas las leyes…
Y otra sorpresa es que el Dios de Jesús no se pone del lado de los “buenos y cumplidores”
porque “hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” Mt 5, 45;
y tiene preferencia por los que sufren, “es un Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera
y rico en amor y fidelidad” Salmo 86, 15. Y Jesús viene como el Buen Pastor anunciado por los
profetas para hacer pastores a los que a él lo siguen.
La Introducción de la Vita Christi recuerda esta frase luminosa de san León Magno Papa:
“Hay que aprender a descubrir el Corazón de Dios en la Sagrada Escritura, y escuchar los
latidos de ese divino Corazón. Pastorear es amar. Cuidar las almas es amar con el amor de
Jesucristo: amar a Jesucristo y ser amado por Él. Porque es así como Él nos apacienta” (Tomo
I, pg XXVIII).
Triple coloquio pidiendo escuchar el envío del Señor, dejarnos enviar y que adoptemos
el estilo de Jesús… para que pueda seguir viniendo el Reino de Dios.

216
parte II: segunda semana
LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

25. LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO (EE 285; Jn 11, 1–45)

Como texto joánico, este relato evangélico está cargado de simbolismos. Va precedido
por la afirmación de que Jesús, perseguido, se va al otro lado del Jordán (Jn 10, 40–42); y, al
final, va unido por los vs 45 y 46 al relato de la deliberación del Sanedrín en que deciden ma-
tar a Jesús (Jn 11, 47–53). Según Xavier Léon–Dufour este episodio sirve de transición entre el
relato de la vida pública de Jesús y el de la semana que conduce a la Pasión. Relata el último
“signo” realizado por Jesús que corona así “sus obras”, es decir sus acciones que atestiguan
la llegada del Reino de Dios.
Siguiendo los puntos de San Ignacio se pueden contemplar, en cada uno de ellos, dos
realidades que se conjugan entre sí: la del acontecimiento y la simbólica:
w La realidad del acontecimiento. La resurrección de Lázaro en algunos aspectos se ase-
meja a otros retornos a la vida que nos cuenta la Biblia. En este caso el desarrollo de los acon-
tecimientos es muy largo y lleno de personas y de detalles importantes de contemplar: Jesús
y su gozo de volver, aunque le cueste la vida, para devolver la vida a Lázaro. Los discípulos
asustados, que deciden acompañar a Jesús que se expone a ser apresado y que no entienden
casi nada de lo que Jesús está intentando hacer. Los encuentros emotivos de Jesús con Marta
y María, los diálogos afectuosos con ellas, sus sentimientos fuertes, la expresión de su dolor
por el “atraso” de Jesús en volver. El llanto de Jesús y su dolor. La tumba cerrada de Lázaro y el
llamado = grito de Jesús para que salga de ahí, y cómo el muerto en descomposición obedece
al llamado y sale amortajado de una muerte de cuatro días. Los judíos y su presencia cariñosa
para con las hermanas y cómo entre ellos, presenciando lo mismo, algunos se convierten a
Jesús y otros, en cambio, lo acusan y traicionan.
w La realidad simbólica: junto a la contemplación de los acontecimientos va incluida la mi-
rada simbólica que las palabras e intención de Jesús dejan entrever, y que apuntan a manifestar
la “gloria de Dios”. La “gloria de Dios” es una expresión típica del Evangelio de Juan, que evoca
el pleno cumplimiento del designio del Padre. Y este pleno cumplimiento ocurre en la glorifica-
ción del Hijo que se realiza en la Cruz; Cruz que en este episodio se percibe siempre cercana.

217
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Ambos niveles del desarrollo del texto culminan con la desconcertante revelación de
Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, no morirá para siempre”. Significa
que para y por Jesús el creyente se transforma desde ya en un “viviente” porque está en él el
germen de la vida eterna. Y este es el último “signo” con que Juan cierra las diversas victorias
de la vida de Jesús sobre los diversos males que destruyen al ser humano y al pueblo de Dios.
En Caná, el primer “signo” expresa la irrupción de la nueva y definitiva Alianza de Dios con su
pueblo; irrupción que es fiesta y llena de alegría a los que son invitados a vivirla. En los otros
“signos” Jesús va sanando enfermos disminuidos por la enfermedad o expulsando demonios
que hacen horrible la vida a los por ellos poseídos. Así va restaurando en ellos una vida digna
de su ser hijos del Padre. Aquí, con este último “signo” derrota al último y peor enemigo de la
raza humana (1 Cor 15, 25–26), que es la muerte.
La pretensión de Jesús de ser el Hijo, fuente de la resurrección y la vida, era imperdo-
nable para el modo legalista de los judíos de entonces. Se puede decir que con este “signo”
se compra voluntariamente su propia muerte, y muerte de cruz. “Aunque la resurrección
de Lázaro fue un milagro inmenso que llevó a su culmen el ministerio de Jesús, siguió sin
embargo siendo sólo un ‘signo’; porque la vida a la que Lázaro fue resucitado era la vida
natural. Pero Jesús quiso que simbolizara la vida eterna, la vida que sólo Dios posee y que
Jesús, en cuanto Hijo de Dios, hizo y hace posible” (Raymond E. Brown, Para que tengáis
vida, Sal Terrae).
Este pasaje evangélico ilustra la profundización de la fe que puede producirse en la
vivencia de una experiencia de muerte como la vivida por Marta y María y sus amigos,
porque tanto la vida como la muerte pueden enseñarnos sobre realidades terrenas y ce-
lestiales. En el caso de Lázaro, Jesús no pretendía simplemente renovar la vida de Lázaro,
sino que quería ofrecer a esa familia amiga la fe en la Vida Eterna, creyendo en él como
Fuente de Vida. Las largas conversaciones de Jesús con las hermanas muestran que lo que
quería trasmitir era que la verdadera fe ha de incluir la creencia en Jesús como fuente de
vida sin fin, y no sólo como la recuperada por Lázaro. Esa inmortalidad, sin embargo, no
podía llegar durante el ministerio público de Jesús, sino que apareció plena en la propia
Resurrección del Señor. Y esa es la inmortalidad a que aspiramos los que creemos en él a
lo largo de los siglos.

218
parte II: segunda semana
LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

Texto de la Vita Christi:

“La voz de Cristo fue grande, por la grandeza del efecto; porque su fuerza fue
tanta que resucitó a Lázaro de la muerte, como se despierta a uno dormido del sueño.
Esta voz es también representativa de aquella voz grande que habrá en la resurrección
universal, por la que todos resucitarán de sus sepulcros. Era tan grande esta voz de
Cristo, que sin dilación de tiempo daba la vida, como será en la resurrección universal,
cuando, “en un abrir y cerrar de ojos” (1 Cr 15, 52), al oír el sonido de la trompeta los
muertos resucitarán. Clamó…: ‘¡Lázaro, ven afuera!’, llamándole por su nombre, por­
que, según san Agustín, tanta era la fuerza de su voz, que obligaría a salir a todos los
muertos, si no hubiera limitado su poder a uno, por su nombre”.

219
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

26. LA PECADORA Y EL FARISEO (EE 282; Lc 7, 36–50)

San Ignacio, por su propia experiencia de vida, no puede omitir el misterio de la mujer
pecadora que entra al banquete que le ofrecía Simón el fariseo a Jesús, en que ella le baña
los pies con ungüento y lágrimas (EE 282). No se contenta con proponerlo sino que invita
también a contemplar el misterio de la cena en Betania según Mt 26, 6–10, que tiene seme-
janzas al primero (EE 286).
Estos dos misterios nos ponen delante la pregunta sobre la calidad de nuestro amor a
Dios. ¿Les importa, a Jesús y al Padre Dios, que “les tengamos mucho amor”? Es una pregun-
ta para pensarla y rezarla.
La Biblia nos dice que sí les importa: Salmos, Oración de Moisés, de Ana, de Isabel, de
Simeón y Ana, de Jesús en las noches de su ministerio, en su despedida (Jn 17), en el Huerto,
en la Cruz.
Ignacio, en la carta a los estudiantes de Coimbra, llamada de la perfección, escribe:
“Mirad vuestra vocación para de una parte dar a Dios muchas gracias de tanto beneficio, y
de otra pedirle especial favor para poder responder a ella, y ayudaros con mucho ánimo y
diligencia… Así que no seáis, por amor de Dios, remisos ni tibios… Procurad entretener el fer­
vor santo y discreto… que con el uno y con el otro vale más un acto intenso que mil remisos;
y lo que no alcanza un flojo en muchos años, un diligente suele alcanzar en breve tiempo”
(7 Mayo 1547, N° 2).
Y en la intimidad de su Diario Espiritual él anota: “En este intervalo de tiempo me pa­
recía que la humildad, reverencia y acatamiento no debía ser temeroso, mas amoroso, y así
esto me asentaba en el ánimo, que frecuentemente decía: ‘dadme humildad amorosa, y así
de reverencia y acatamiento’, recibiendo en estas palabras nuevas visitaciones” (N° 178).

220
parte II: segunda semana
LA PECADORA Y EL FARISEO

El gesto de la mujer:

•• Brota del amor a su maestro.


•• Se acrecienta por el hecho de haberle devuelto la vida a su hermano.
•• Una libra de nardo. Libra romana = 327 grs. Equivale en dinero al trabajo de diez meses.
Significa mucho amor, amor intenso.
•• Ungir los pies: tarea de esclavos.
•• Secar con los cabellos = gesto desusado porque el pelo lo llevaban arreglado en forma
muy elaborada.

Comentario mediante textos de Ludolfo:

Cristo comía con pecadores

“Después de esto subió Jesús de Galilea a Judea, donde ‘uno de los fariseos le
rogaba que comiese con él; y cuando entró en la casa del fariseo se recostó a la mesa’
(Lc 7, 36). Simón, quizá para mostrarse justo, invitó a Jesús, y éste no evitó la simula­
ción; como buen médico quería curarlo. Cristo comía con pecadores para incitarlos a
la conversión, así comió con publicanos en casa de Mateo; lo hacía con justos, como
Marta y María; con conocidos y pobres, como en las bodas, donde convirtió el agua en
vino. Y, en fin, con fariseos engreídos, para corregir su soberbia y reprender sus vicios,
como hace aquí. Algunas veces, cuando era invitado, recibía con humildad y acción
de gracias, según tiempo y lugar, porque era pobre y tenía poco de este mundo. Con
razón hay que invitar a tal huésped y, cuando él se invita, recibirle con mucho gusto;
porque todos los bienes vienen junto con él”.

Se acerca a Jesús la pecadora

“Y oyendo esto la Magdalena, que quizá le había oído predicar, tocada por dentro
con dolor del corazón, por sus delitos, plena, perfectamente convertida, y encendida

221
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

del fuego de su amor, con un vaso de alabastro de ungüento, se dirigió al lugar del
banquete…”.
“Cuando llegó la mujer al lugar, inclinado el rostro y bajados a tierra los ojos,
pasando entre los convidados, no descansó hasta llegar a Jesús; y entonces, allí mis­
mo, ‘estando junto a sus pies’ postrada, pues no se atrevía a ponerse delante por
vergüenza de sus delitos, inclinando el rostro sobre sus pies, con cierta confianza,
porque ya le amaba intensamente, sobre todas las cosas, y ardía en su amor, ‘empe­
zó’ con llanto fuerte, y con lágrimas abundantes a bañar y ‘lavar’ los “pies’ del Señor.
Está clara la grandeza de su contrición; derramando lágrimas de conversión, sangre
del corazón, lloró tanto que sus lágrimas pudieron lavar los pies de un hombre. Lue­
go, cesando el llanto, ‘con los cabellos de su cabeza los enjugaba y’, creciendo el
amor, ‘los besaba’ con insistente dulzura y amor, y no podía saciarse. Y como los pies
del Señor, por los caminos, estaban secos y cansados, los ‘ungía con el perfume’,
para refrescar el calor y mitigar el dolor del trabajo de caminar. Lo que se ha dicho
se obraba fuera; lo que dentro revolvía su intención era de mucho más fervor y sólo
Dios lo veía”.

Los pies del Señor son los pobres

“En el sentido espiritual, o místico, los pies del Señor son los pobres; porque son
la parte inferior del cuerpo místico por su decaimiento, y están clavados a la cruz por la
aflicción. El rico y pecador que quiere obtener la redención en el presente y en el futuro
la gloria del reino que es de los pobres, debe estarse junto a estos pies, mostrándoles
familiaridad y amistad; bañarlos con lágrimas de compasión; enjugarlos con sus ca­
bellos, por su pobreza, y resolver por la comunicación de las cosas temporales, desig­
nadas por los cabellos, su miseria; por fin, ungirlos con ungüento por la alegría de la
compasión, por la dulzura de un corazón benigno y la suavidad de la consolación. De
otra forma, según san Agustín, no pueden los ricos decir de un modo adecuado ‘Pa­
dre nuestro’, si no se saben y se muestran hermanos de los pobres. Pero, ay, muchos
hacen lo contrario…”.

222
parte II: segunda semana
LA PECADORA Y EL FARISEO

El amor, plenitud de todo

“Queriendo el Señor mostrar que todo se cumple en el amor, dijo a Simón: ‘Por
lo cual te digo: han quedado perdonados todos sus muchos pecados, porque ama
mucho’ (Lc 7, 47). Tú ama mucho, también, para que se te perdone mucho. Dice el
Crisóstomo: ‘Necesitamos ánimo ferviente; nada impide que el hombre se haga gran­
de. Ninguno de los que están en pecado desespere, ni ningún virtuoso se duerma. Ni
éste confíe, pues con frecuencia la pecadora pública le precederá; ni el otro desconfíe,
porque es posible también que él supere a los primeros’”.
Y san Gregorio: “¿Qué creemos, hermanos míos, que es la caridad sino fuego?
¿Y qué es el pecado sino herrumbre? Por eso se dice ahora: ‘Sus pecados quedan
perdonados, porque amó mucho’. Abrasa del todo la herrumbre del pecado, porque
arde mucho en el fuego del amor. Y si es muy duro lo que se quema, abunda sin
embargo en fuego de amor que consume también lo duro. Tanto más a fondo se con­
sume la herrumbre del pecado, cuanto el corazón del pecador se quema con mayor
fuego de caridad”.

Fe y recompensa de la mujer

“A ella le dijo: ‘Tus pecados han quedado perdonados’; de culpa y pena; y esto
por el vehemente amor de Dios y el horror del pecado pasado. ¡Feliz mujer, a quien
se le dan tantos dones! Se le da la redención de los delitos, como dice aquí; se
hace espiritualmente familiar al Señor, como se añade en el capítulo siguiente; y
se le hace la primera aparición, como se narra en la resurrección del Señor. ..Pero el
Señor, dejando de lado sus pensamientos, ‘dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado’, la
fe que te ha infundido Dios, esta fe llevada a plenitud por la caridad; esta, al que la
tiene, le hace digno de la vida eterna”.

223
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

27. DOMINGO DE RAMOS (ee 161 y 287; mt 21, 1–11)

Para el día 12 de la Segunda Semana Ignacio propone la contemplación del día de Ra-
mos, seguida de la predicación en el Templo (EE 288). Para Ramos remite a Mt 21, 1–17; y para
la predicación en el Templo, a Lc 19, 47–48. Vamos a tomar estos dos misterios tan hondos
de la vida de Jesús, que muestran con qué tesón llevó hasta el final de su vida el mandato del
Padre de evangelizar a todo Israel y en particular a Jerusalén.
Según especialistas (Vincent Taylor, The life and Ministry of Jesús; Norbert Lohfink, Die Ge­
meinde Jesus wollte), Jesús ejerció en Jerusalén su ministerio no por unos pocos días, sino por
un tiempo largo en que entró en conflicto con las autoridades y los grupos adinerados. Ya no se
sostiene la tesis de que Jesús fue desde Galilea a Jerusalén a padecer y morir sin antes enseñar
en la ciudad santa (Taylor, p. 183). Más bien, hay que postular una estadía larga suya en Jerusa-
lén, en que iba diariamente al templo con la esperanza de llevar allí la luz de la Buena Noticia (Lc
19, 47; 21, 37; 22, 53; Jn 18, 20). Después de la resurrección de Lázaro, cuando entendió que su
suerte estaba ya echada y que lo arrestarían para matarlo, sólo entonces se alejó de Judea y se
fue a un lugar cercano al desierto llamado Efraín, donde se quedó con sus discípulos (Jn 11, 54).
Ver a Jesús tan valiente nos ayuda de gran manera a que en los EE, guiados por las mocio-
nes y luces del Espíritu Santo, elijamos dónde nos quiere el Señor que seamos sus discípulos
misioneros de este siglo XXI. Lo investigamos y lo pedimos como gracia, porque es todo regalo.
Dediquemos, pues, tiempo a ambas cosas: a las contemplaciones y, a la vez, a investigar y pedir
gracia y confirmación para la elección y reforma de vida. Que sea la “forma de Cristo” la que
informe nuestro ser; su sentido, el sensus Christi, el que arda en nuestro corazón.

Día de Ramos (EE 287–288)

La contemplación de la entrada mesiánica de Jesús a Jerusalén cierra la Segunda Se-


mana y hace de transición para la Tercera. Situemos primero la escena. Todo Israel se pre-

224
parte II: segunda semana
DOMINGO DE RAMOS

paraba para peregrinar a Jerusalén a celebrar la fiesta de la Pascua. Los peregrinos de la


diáspora judía venían de lejos: del norte de África, desde las costas del Mar Negro, de
Macedonia y Grecia; también de Roma y de otros lugares del Mediterráneo. Se les calcula
en más de 100.000, no sólo judíos sino también gentiles simpatizantes. Jerusalén con su
templo era un lugar fascinante. La joven primavera y la luna que crecía hacia llena, daban
al ambiente un toque mágico de encanto y misterio.
Para Jesús era riesgoso asistir a la fiesta. Tenía conciencia lúcida, profundizada en los
días de retiro en la región de Efraín, que le aguardaban muchos sufrimientos y la muerte. Sus
discípulos se lo advierten: ¿Quieres ir, pese a que hace poco los judíos querían matarte? (Jn
11, 8). Pero, como aparece en la última Cena, él lee su camino bajo la óptica de dar su vida por
muchos, establecer una nueva alianza y consumar el Reino de Dios. Sin ninguna idea maso-
quista de sacrificarse a un Dios exigente, él vence las aprensiones de sus discípulos y marcha
hacia la Ciudad santa, como ya lo había hecho desde joven con sus padres.
Subiendo desde Jericó, al llegar al Monte de los Olivos, divisa la ciudad con sus murallas
y sus torres. Ya en lo alto domina la gran explanada del templo, con sus edificios cubiertos
de láminas de oro. Rosarios de peregrinos suben por las escaleras y calles estrechas de la
ciudad. Muchos de entre ellos se preguntaban si Jesús iría o no a la fiesta (Jn 11, 56).
Para los judíos celebrar la Pascua es revivir la liberación que “con mano poderosa” hizo
el Señor del cautiverio de Egipto. Ahora ya no era el exilio en un país ajeno, sino que su propia
tierra estaba cautiva de los romanos. Esto provocaba en el pueblo rachas subversivas y por
eso Pilato, el gobernador, se trasladó a Jerusalén con guarniciones reforzadas para contener
cualquier desorden que se produjese. La entrada mesiánica a Jerusalén es una de estas ra-
chas. Ya cerca de las puertas de la ciudad, empieza a tener lugar la escena que nos narran los
evangelios.
Hay varios puntos que contemplar:
1) La decisión de prender a Jesús (Jn 11, 45–53). Los fariseos y los jefes de los sacer-
dotes reúnen el Sanedrín y le plantean el problema político que se les avecina: vendrían los
romanos y destruirán el templo, la nación (Jn 11, 48). Caifás profetiza que convenía que un
hombre muriese por todo el pueblo y deciden matar a Jesús.
2) Por este motivo Jesús ya no aparecía en público y se ocultó en la región de Efraín
(Jn 11, 54).

225
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3) Pocos días antes de la Pascua Jesús hizo una entrada en Jerusalén. Mt y Jn. le dan
el carácter de “ingreso triunfal” del Mesías. En cambio Mc y Lc sólo la ven como un gesto
profético, semejante a los de otros profetas de antaño (Jeremías anda con un yugo: Jer. 27).
En el relato de Marcos, por lo demás, es un gesto que fue advertido por un grupo reducido
de gente y que escapó a los centenares de miles de peregrinos que iban a Jerusalén para la
Pascua.
4) ¿Qué pretende este gesto? Los profetas, cuando las palabras fallan, recurrían a los
gestos. Los reyes victoriosos entraban a caballo y con gran pompa de lanzas y escudos en las
ciudades que visitaban. El cabalgar en un burro nuevo es una manera de decirle a su pueblo:
¡no busquen en mí un Mesías político! Quiero ser Mesías de otro género, como el rey humilde
de Zacarías 9, 9–10.
5) El burrito: Ludolfo narra una tradición antigua. En los pueblos los ricos acarreaban
sus mercaderías y cosechas en carros, mulas o caballos. Pero el sentido solidario judío les
movía a que hubiese un burro que pudieran pedir los pobres, usarlo y después devolverlo en
el mismo lugar. Si esto hubiese sido así, resplandece aun más la humildad de Jesús y su amor
a los pobres en su anuncio del reinado del Padre.
6) Cuando Jesús monta, muchos tendían sus capas por el camino como una alfombra y
cortan ramas gritando “hosana”, que significa “salva”, como gesto de aclamación y alabanza.
“¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mc 11, 8).
7) Con estas exclamaciones el pueblo expresaba su tensa expectativa política y pedía a
Dios que interviniera, que los salvara del dominio de los romanos. Los fariseos comprenden
esto así, y piden a Jesús que los reprenda. La respuesta de Jesús fue muy amarga: “Si estos
callaran, las piedras gritarán”. ¿Qué gritarían las piedras? Gritarían “mesianismo político”,
porque tan impregnado estaba todo de ansias de poder y de violencia, tan lejanas a los pro-
yectos de Dios para Israel (Lc 19, 40).
8) Lc 19, 42: Por esto Jesús lloró al ver a Jerusalén desde lo alto del cerro.
9) Mc 11, 11: Jesús da una vuelta y se retira.
10) Judas se da cuenta que sus ambiciones mesiánicas no cuadran con Jesús y se va a
traicionarlo.

226
parte II: segunda semana
DOMINGO DE RAMOS

Textos de Ludolfo

Descripción de la escena

“El gentío muy numeroso que había venido a Jerusalén de las doce tribus, porque
todos estaban obligados a ir a Jerusalén en la solemnidad pascual, y los niños y la ple­
be humilde de Jerusalén al oír que venía Jesús a Jerusalén cogieron ramos de olivo y de
palmas, y salieron a su encuentro hasta el monte de los Olivos. Y le recibieron con gran
alegría como a Rey con himnos y cánticos, echando al suelo sus vestidos y ramos; y
desde ese sitio hasta Jerusalén le acompañaron con himnos y alabanzas, cantando:
‘Tuyas son la alabanza, la gloria y el honor, Rey Cristo Redentor’” (de la liturgia de la
Misa de Ramos).

El rey de Israel

“Añaden: el Rey de Israel; confiesan su poder, pero disminuido; creían que reina­
ría temporalmente, que los libraría de tributos; pero vino para reinar espiritualmente
y librar al linaje humano del diablo, algo peor. A la letra creían que había venido para
reinar sobre ellos temporalmente en el reino de David, que los redimiría de la escla­
vitud de los romanos; a restaurar el reino temporal usurpado por los romanos. Es lo
contrario lo que él dijo ante Pilato: ‘Mi reino no es de este mundo’ (Jn 18, 36), sino
del cielo; pero ellos le aplaudían como a su rey. Y así las turbas añaden: ‘¡Bendito el
reino que viene de nuestro padre David!’ (Mc 11, 10), restituido con tu venida. Como si
dijeran: ‘Le dará el Señor tu Dios la sede de su padre David’ (Lc 1, 32). Le llamaron su
Rey en testimonio contra sí mismos para su condenación; es claro así que mataron al
propio Señor”.

Gritarían las piedras

“En respuesta, profetizando el futuro, se excusó: ‘Os lo digo; si éstos callaran,


gritarían las piedras’ (Lc 19, 40), cosa que sucedió. Porque al que los hombres tem­

227
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

blaban confesar por temor o mala fe, a ése le proclamaron los durísimos elementos.
Pues, Crucificado el Señor, muertos de miedo sus discípulos y conocidos, callando la
alabanza de Cristo, ‘la tierra tembló, las peñas se hendieron, los sepulcros se abrieron’
(Mt 27, 51); dando testimonio de la santidad de Cristo que moría, le aclamaban como
Dios y Señor de todo el mundo. Ahí se muestra la dureza de los hombres; hasta los
elementos se compadecen de su Creador y le reconocen”.

228
parte II: segunda semana
LA PREDICACIÓN EN EL TEMPLO

28. LA PREDICACIÓN EN EL TEMPLO (EE 288; Lc 19, 47–48)

Mientras el evangelista Lucas le dedica al tema cinco capítulos de su evangelio y Ludolfo


veintidós de su obra, que suman 151 páginas grandes de doble columna, San Ignacio propo-
ne en dos líneas la materia para contemplar la predicación de Jesús en el Templo. Con esta
brevedad Ignacio encauza el tema a contemplar. Su idea es que el ejercitante, estando Jesús
ya próximo a la pasión, se le acerque con respetuoso silencio para dejarse empapar de sus
sentimientos tan llenos de celo por su Padre y de amor a su Pueblo elegido, que él invita al
proyecto del Reino. Como en el Sermón del Monte, aquí lo más central es acompañar a Jesús
y que él nos hable con su presencia y la hondura de su modo de ser.

Comentario bíblico

Al final de la vida de Jesús los sucesos se desenvuelven velozmente. En una hipótesis


razonable de reconstrucción de los meses finales, Jesús habría enseñado en el templo entre
octubre y diciembre por unos dos meses. Después, durante un tiempo similar, se retiró al otro
lado del Jordán, donde Juan había bautizado (Jn 10, 40 y 11, 54). Allí, otra vez en el desierto,
Jesús profundizó el sentido del sufrimiento mesiánico preparándose en oración con su Padre
para lo que ya veía venir. Hizo alguna visita a sus amigos de Betania, donde resucitó a Lázaro
y volvió a Jerusalén seis días antes de la Pascua.
Textos que dan la historia: Lc 19, 47–48; Jn 18, 20, 21, 37 (de día enseñaba en el Templo,
de tarde se quedaba en el Monte de los Olivos. Y toda la gente iba temprano al templo a oír-
lo); 22, 53 (“todos los días he estado con ustedes en el templo”).
Sabemos poco de las enseñanzas en el templo. Los evangelios nos han hecho llegar so-
bre todo las controversias con las autoridades sobre el templo, el origen de la autoridad del
Mesías, el fin de los tiempos y sus señales. Pero sería erróneo pensar que sólo fuesen con-
troversias. Jesús no dejaba de hablar del Reino, del Dios misericordioso, cercano, amante de

229
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

los pobres y de los pecadores. Lucas afirma que “estaba en el templo enseñando a la gente
y anunciando la buena noticia” (Lc 20, 1). Dada la inminencia de su pasión, Jesús enfatizó al
final de su vida la consumación del Reino y el regreso del Mesías en poder y gloria.

Sugerencia para la oración

Lo más importante es que el que contempla, más allá de las palabras que él dice, se
concentre en la persona de Jesús y sus sentimientos interiores: con qué amor a su Padre y a
su Pueblo enseña, con qué perseverancia, con qué pasión iba cada día al Templo, cuando la
atmósfera estaba ya cargada de amenazas a su vida. Verlo. Escuchar la pasión que late en su
voz, en su corazón. Oler las amenazas. Tocar la dureza de los corazones que evitan escuchar-
lo; y los otros, la gente, que le creyó con un corazón abierto como tierra mullida, que recibe
la buena semilla. Admirarlo. Y pedir el valor (parresía) de los misioneros de Cristo: Paulo de
Tarso y Bernabé, Ignacio, Xavier, Alberto Hurtado.

Texto de Ludolfo sobre el día final

El día escondido

“Dice san Bernardo: ‘Nada más cierto que la muerte y nada más incierto que su hora.
No sabemos cómo, cuándo, dónde moriremos, pues la muerte nos espera en todas par­
tes. Debemos estar preparados, de modo que, cuando el cuerpo vuelva a la tierra de que
fue formado, el espíritu vuelva a Dios que le dio’. Y san Gregorio: ‘Nadie entorpezca en el
camino de esta vida, para que no pierda el lugar en la patria. Todavía hoy sabemos que se
puede obrar bien, ignoramos si mañana se podrá’. También el Crisóstomo: ‘¿Por qué está
escondido a cada hombre el día de su muerte? Sin duda para que haga siempre el bien,
esperando siempre su muerte; por lo mismo, también el día de la venida de Cristo está
escondida a todos los hombres, para que no se salve sólo una generación sabiendo su
venida, sino todas, esperando su venida en todas y cada una de las generaciones’”.

230
parte II: segunda semana
ENMIENDA Y REFORMA DE VIDA

29. ENMIENDA Y REFORMA DE VIDA (EE 189)

Los Ejercicios Espirituales se plantean como una experiencia personal de encuentro con
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos llevan a un cambio de vida. A elegir vivirla según la
voluntad de ese Dios encontrado y para su mayor gloria y alabanza. Por eso apuntan, como a
su fin, a una elección de estado de vida o a una reforma de la propia vida ya elegida.
Para alcanzar este fin, los Ejercicios están articulados como una escuela de discerni-
miento del llamado de Dios a escuchar y seguir a su Hijo Jesús y las insinuaciones de su
Espíritu de Resucitado–resucitador. Se trata de una pedagogía espiritual que apunta a elegir
vivir la vida como la vivió Jesús: en amor y servicio a Dios su Padre y a sus hermanos y her-
manas, los hombres y mujeres.
La mayoría de las personas adultas a quienes damos Ejercicios de 8 días ya están vi-
viendo un “estado de vida” que no es susceptible de cambiarse aunque la elección de esa
vida no se haya hecho de la mejor manera. ¿Qué buscan estas personas? Buscan un encuen-
tro más profundo con el Señor, un encuentro que las dinamice a seguirlo más de cerca en sus
ya definidos estados de vida y, gracias a este encuentro, enmendar sus vidas. Buscan, con la
ayuda del Espíritu Santo, reformarlas más de acuerdo con la vida de Jesús.
Por eso, al final de la Segunda Semana encontramos el bloque dedicado a los “tiem-
pos” y “modos” de hacer elecciones que se cierra con un texto llamado: “Para enmendar y
reformar la propia vida y estado” (189). Se trata de un ajuste en la vida espiritual y apos-
tólica en función de un discernimiento para el que ayudan mucho los “tiempos” y “modos”
que propone San Ignacio para hacer elecciones mutables. Un ajuste que tiene que tomar en
cuenta los llamados de Dios, las circunstancias concretas de la sociedad en que vivimos, y
los deberes de estado de cada cual. Y con este texto, que contiene propuestas exigentes de
coherencia espiritual, San Ignacio cierra la Segunda Semana.

231
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

¿Cómo acompañar el proceso que lleve a la reforma de vida?

Cuando el ejercitante comienza a contemplar la vida pública de Jesús, hay que invitarlo
a comenzar un proceso de discernimiento respecto de lo que el Señor puede estar queriendo
regalarle en el retiro. Es necesario ayudarlo a buscar siguiendo la doble vía propuesta por
San Ignacio:
•• Contemplar los misterios del Señor en su vida pública, donde vamos aprendiendo cuá-
les son sus prioridades y cuál es su estilo de vida y, al mismo tiempo,
•• Plantearse la pregunta, iluminada por las “meditaciones ignacianas”, de cómo podría
seguir a Cristo más de cerca hoy día, en el mundo actual que es donde el Señor quiere
hacer que el Padre reine. ¿Con qué cambios en su estilo de vida? ¿con qué cambios en
su uso del tiempo y del dinero?
Para ayudar a ese proceso hay que incentivar al ejercitante a preguntarse a qué y a dón-
de llevan las mociones que experimenta tanto durante la oración como fuera de ella. Estas
mociones le darán pistas sobre lo que lo frena en el seguimiento de Cristo y lo que lo dinami-
za. Según sean estas mociones o la falta de ellas, hay que apoyarlo con las diversas formas
que San Ignacio prevé como posibles y ofrece como alternativas en el bloque de elecciones.
Para cada persona será algo diferente lo que lo hace debatirse y luchar por una mayor liber-
tad para amar y servir
Así, paso a paso, las contemplaciones de Jesús en su vida pública, orientadas por la
petición del “conocimiento interno del Señor… para que más le ame y le siga”, lo van ena-
morando de un Jesús que aparece ejerciendo la Misión que le confió el Padre y en campaña
por establecer su Reino con un estilo pobre y humilde y, por eso, sufriendo malentendidos y
persecuciones. Esto va siendo reforzado por las concreciones que inculcan las peticiones de
los triple coloquios de los ejercicios de Banderas, Binarios y Tres Maneras de Humildad con
las que ahora terminan las contemplaciones.
Este proceso lleva poco a poco al ejercitante a desear seguir al Señor muy de cerca, a
encontrarle sentido a Su estilo de vida pobre y humilde, y a buscar los pasos que ha de dar y
los medios adecuados para hacer verdad en su vida ese seguimiento. Se trata de un proceso
pedagógico de transformación afectiva y efectiva que, pidiendo y pidiendo, lleva a desear ser
testigos del Señor, aquí y ahora. Y a hacerlo en creciente pobreza y humildad apostólicas,

232
parte II: segunda semana
ENMIENDA Y REFORMA DE VIDA

dejando de lado las comodidades y estilos de vida que no conducen. Este recorrido lleva
suavemente a decidir una Reforma de Vida.

La Reforma de Vida (N° 189)

La Reforma de Vida que propone San Ignacio apunta a “dar forma y modo de enmendar y
reformar la propia vida y estado”; y lo hace en referencia al uso de bienes. ¿Por qué? Porque,
para vivir, todos necesitamos y disponemos de bienes de diverso tipo; y es en el uso de esos
bienes donde se juega nuestra respuesta al Señor. El texto apunta a que busquemos los me-
dios concretos para administrar esos bienes, según un estilo de vida crístico.
El tiempo de que disponemos es uno de estos bienes, y a menudo lo olvidamos. En reali-
dad es uno de los bienes más importantes, muchas veces más importante que las posesiones
y el dinero. La distribución de nuestro tiempo refleja las prioridades de nuestro corazón. Pen-
semos en los trabajólicos, los adictos a los viajes de placer, los fanáticos de algún deporte,
los holgazanes, el rato diario o semanal que reservamos para la familia, la comunidad y para
Dios. En esto del tiempo, no se trata sólo de la cantidad que dedicamos a tal o cual cosa, sino
hemos de tener muy en cuenta la calidad del tiempo dedicado: ¿con qué ánimo interior lo
hacemos? ¿Con qué gusto y convicción o “por cumplir a la fuerza”?
a) ¿Con que criterio hacer esta reforma? Dice San Ignacio: “…entregando su propio ser,
tipo de vida y estado, a la gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de su propia
ánima”, es decir, poniendo la mira en el fin propio de los Ejercicios, que no es otro que inten-
tar vivir como Jesús vivió. Contemplando a Jesús y dejándonos contagiar por Él, podremos
discernir cuáles son los medios para hacer una reforma de nuestra vida que apunte a ese fin.
San Ignacio afirma que, para llegar a una buena reforma de vida, el ejercitante “debe
considerar y ruminar mucho” tanto en las “contemplaciones” como en las “meditaciones igna-
cianas” el camino al que se va sintiendo invitado por el Señor y, para hacerlo verdad en su vida,
ha de disponerse a dar los pasos necesarios para conseguir el fin deseado: dejarse cristificar.
b) La materia de la reforma de vida es, explícitamente, lo que llamamos el “tren de
vida”. Es decir, la tenencia y la administración de todo tipo de bienes, tanto materiales como
espirituales, por el peligro que encierran en el seguimiento de Cristo (Mt 6, 19–21 No acu-

233
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mular riquezas; y Mt 6, 24 Dios y el dinero; Mt 13, 22 preocupación por los negocios; Mc 10,
17–27 el joven rico; Lc 1, 53 los ricos son despedidos; Lc 6, 24 Ay de vosotros, los ricos; Lc
12, 16–21 no acumular riquezas; Lc 21, 1–4 la ofrende de la viuda). Para San Ignacio el tema
de la pobreza es capital en una reforma de vida. Esto es reforzado por el potente conjunto
de “Reglas para distribuir limosnas” (337–344) que son, en realidad, reglas para el uso de
todos los tipos de bienes.
San Ignacio quiere que nos preguntemos “cuánta casa y familia debe tener, cómo la
debe regir y gobernar, cómo la debe enseñar con palabras y con ejemplos, … cuánta (riqueza)
debe tomar para su familia y casa, y cuánta para dispensar en pobres y otras cosas pías…”.
Parece suponer que cada cristiano, y también las familias cristianas, tienen que establecer
criterios estables de tren de vida, de solidaridad con los pobres, y de contribución a la Iglesia
tomados de los propios recursos financieros o de lo percibido como ingreso familiar (N° 344).
La gran pregunta es qué porcentaje de medios económicos, tiempo y cariño se debe destinar
a compartir con los pobres y con la Iglesia (“otras cosas pías”).
También lo que llama “haberes” es materia importante de reforma: como la atención
y dedicación a las personas que están bajo nuestro cuidado: ¿las trato y cuido dando testi-
monio del amor que Dios les tiene a través mío? Y hay que incluir aquí las personas con que
me relaciono en cualquiera de las actividades de mi vida: mis familiares, mis compañeros
de trabajo, mis vecinos, quienes dependen de mí o de quienes dependo en diversas formas.
También habría que revisar la equidad en los negocios, la justicia de los salarios, etc. Todo
este recorrido suscita normalmente tensiones interiores y dificultades. Es muy importante
ayudarle al ejercitante a dejarse orientar por las Reglas de discernimiento de la Segunda Se-
mana que ayudan a descubrir los diversos engaños que pueden frenar su búsqueda.
c) Clave de abnegación. En definitiva, San Ignacio propone como reforma de fondo salir
del egoísmo y del amor propio para dejarnos guiar por el Espíritu de generosidad que nos
regala el Señor resucitado de la cruz. Espíritu que nos lleva, como a Jesús, a centrarnos en la
voluntad del Padre y no en la nuestra. La formula así: “…no queriendo ni buscando otra cosa
alguna sino, en todo y por todo, mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor”. Y concluye
el texto con una frase que es una clave muy profunda de orientación espiritual: “Piense cada
uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor,
querer y interese”. Se trata del descentramiento del Tercer grado de Humildad, en seguimien-

234
parte II: segunda semana
ENMIENDA Y REFORMA DE VIDA

to cercano de Jesús pobre y humillado, en creciente entrega abnegada de amor. En el proceso


de los Ejercicios, San Ignacio considera el camino de la abnegación como un éxodo del amor
propio hacia la bandera de Cristo, que no es otra que la cruz.
d) Determinación y oblación. Dice San Ignacio (183) “Hecha la tal elección o deliberación
(para enmendar la vida), debe ir la persona que tal ha hecho, con mucha diligencia, a la ora­
ción delante de Dios nuestro Señor y ofrecerle la tal elección —en este caso, la propuesta de
reforma de vida— para que su divina majestad la quiera recibir y confirmar, siendo su mayor
servicio y alabanza”. Aquí es importante sugerir hacer un signo muy concreto que dé solem-
nidad de compromiso serio a este proyecto de reforma para llevarlo al Señor como nuestra
ofrenda más sagrada. Ofrenda en la que estemos enteramente involucrados, para que Él la
confirme con su gracia y así podamos vivirla con paz y alegría. Por supuesto, este signo será
diferente según las personas. Por ejemplo, para alguno puede ayudar el redactar una oración
personal para rezar cada mañana los propósitos tomados. Para otros serán otras las formas
concretas de expresar el compromiso. Es bueno tener claro que la fidelidad a los propósitos
depende a la vez de la gracia, fruto de la oración, y de una vigilancia personal sostenida. Vigi-
lancia a la que ayuda mucho el examen diario, y el acompañamiento espiritual.
e) La confirmación de esta ofrenda al Señor hay que esperarla de Dios mismo a lo largo
de la Tercera o de la Cuarta Semana.
En definitiva: Es importante incentivar a discernir con claridad a qué Reforma de vida
está llamando el Señor y con qué medios. Este discernimiento no es el producto de una técni-
ca bien hecha. Es, ante todo, el fruto de un corazón convertido que busca conocer y amar más
y mejor a Jesús, y que intenta seguirlo con más fidelidad por el camino que él siguió y que lo
llevó a la Cruz, y poniendo los medios adecuados.
Los propósitos y resoluciones se deben hacer sobre los medios que pueden ayudarme
a alcanzar el paso de cristificación al que me llama el Señor. Estos propósitos no pueden ser
muchos. Tal vez una o dos resoluciones concretas y no más, porque de lo contrario se corre
el riesgo de no poder “descansadamente” vivirlos. Han de ser pocos, pero los que descubro
que son los que el Señor me pide en este momento de mi vida.

235
PARTE III

TERCERA SEMANA
“Pedir lo que quiero, lo apropiado en la pasión:
dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí”
(EE 203).

237
238
parte III: tercera semana
INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y CUARTA SEMANAS

1. INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y CUARTA SEMANAS

Algunos podrían pensar que con las elecciones de la Segunda Semana, a la luz de Ban-
deras, Binarios y Tres Maneras de Humildad, ya estaría terminado el proceso de “ordenar la
vida”, que es lo que se busca en los EE (1 y 21). Sin embargo, Ignacio no lo ve así y dedica dos
semanas enteras a que contemplemos a Jesús en su Pasión y en su gloriosa Resurrección.
Esto equivale a casi la mitad de los EE.
Al hacerlo, Ignacio guarda la proporción que los evangelistas consagran al misterio de la
Pascua de Jesús: tres largos capítulos San Mateo, Marcos y Lucas; nueve capítulos San Juan.
Estaba claro: desde el comienzo los cristianos consideraron el camino pascual de Jesús como
la prueba “del mayor amor” (Jn 14, 13), la mayor gloria del Padre, del Hijo y de la humanidad
(Jn 17, 1–26), herencia tan preciada que quisieron consignarla por escrito hasta en sus detalles.
La Pasión y la Resurrección son dos vertientes opuestas de un único misterio, la pascua
de Jesús al Padre. Sólo recorriéndolas ambas se llega al núcleo de su vital significado. Por
mucho que formen una unidad indisociable, los EE nos piden que marchemos paso a paso
por ellas, deteniéndonos pausadamente, sin ansia de saltarnos los pasos del dolor para lle-
gar pronto a la gloria; ni los pasos del gozo, para lanzarnos frenéticos a los quehaceres.
La Tercera y la Cuarta Semanas no son un apéndice de los EE. No se hacen por el mero
fin de “completar el recorrido” de la vida de Jesús. Están conectadas con los EE desde su co-
mienzo: desde el “Alma de Cristo” y desde el Principio y Fundamento, ya que él es quien nos
enseña a “amar y servir a Dios nuestro Señor” (EE 23). En los coloquios de la Primera Semana
(EE 53) conversamos con Jesús crucificado por mis pecados y los pecados del mundo y nos
preguntábamos “qué he hecho por Cristo, qué hago, qué debo hacer… viéndole así, colgado

239
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en la cruz”. Y en la contemplación del Llamamiento del Rey Eternal se nos invitaba a trabajar
con Él, a fin de que, siguiéndolo en la pena, lo sigamos también en la gloria (EE 95).
Dentro de la dinámica general de los EE, estas dos semanas no sólo ofrecen al ejercitan-
te materia nueva para contemplar, sino que lo introducen en un nuevo clima espiritual. San
Pablo describe este clima en términos elocuentes:

“Dondequiera que vamos, llevamos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Je­


sús, para que también su vida se muestre en nosotros” (2 Cor 4, 10); “Con Cristo he
sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí… que me
amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2, 20); “Lo que quiero es conocer a Cristo,
sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; hacién­
dome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos” (Fil
3, 10–11).

Ignacio aspira a que el ejercitante crezca en esa dirección cuando lo insta a pedir “dolor
con Cristo doloroso… pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE 203) y, después,
“pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro
Señor” (EE 221). La Tercera y la Cuarta Semanas pretenden conducir al ejercitante, con la
gracia divina, a una intimidad cada vez mayor con Jesús (aquí vuelve el famoso “magis” igna-
ciano, en su significado más hondo y fecundo), llevándolo a participar mediante la petición y
la contemplación en la Muerte y Resurrección del Señor.

La identificación con Cristo doloroso como compasión y confirmación

¿Qué avanzamos desde los coloquios de la Primera Semana (EE 53) hasta ahora, en que
San Ignacio aconseja considerar “lo que Cristo Nuestro Señor padece en la humanidad y todo
esto por mis pecados y qué debo hacer y padecer por él” (EE 195 y 197)? Sí, hay avance: ahora
ya no me contento con preguntar desde fuera, al pie de la cruz, qué he hecho, qué hago, qué
debo hacer por él; sino que aspiro a estar dentro de él, unido plenamente a él, “co–crucifi-
cado” con él. Ya no enfoco tanto su muerte como mi salvación (EE 61 y 71  en eso puede

240
parte III: tercera semana
INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y CUARTA SEMANAS

quedar un poco de egoísmo), sino que me duelo y entristezco porque crucifican a mi Señor, a
la persona que más quiero en el mundo (EE 195). Y además, yo soy cómplice de esa crucifixión
(EE 197), que sigue en los hermanos que sufren.
Esta idea de que los misterios de la vida de Cristo se hacen presentes en el mundo hoy
es un elemento central de las contemplaciones de los EE, que Ignacio la encontró muy ex-
plícitamente tratada en la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Ver EE 109  “así nuevamente
encarnado”. En la Primera Semana éramos dos personas. Ahora, él y yo formamos una sola
persona, estamos identificados.
Esta gracia de identificación íntima y participativa en la Pasión de Cristo la llamamos
compasión, “sufrir con”. Ignacio la describe como sentir “pena, lágrimas y tormento con
Cristo atormentado” (EE 48), “dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va
el Señor a la pasión” (EE 193), “considerar lo que Cristo nuestro Señor padece… y comenzar
con mucha fuerza y esforzarme a doler, tristar y llorar…” (EE 195). O mejor, en una acabada
síntesis, “lo propio de demandar en la pasión es dolor con Cristo doloroso, quebranto con
Cristo quebrantado, lágrimas pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí” (EE 203).
Michael Ivens dice que:

“la compasión consiste en una cierta empatía espiritual, que hace que la contem­
plación de la Pasión sea también una pasión para quien la contempla, un sufrimiento
que es nuestro, pero —en él y con él— Cristo nos hace ser partícipes del suyo propio.
Sólo puede existir como una manera de intenso amor. Trasforma nuestra percepción
del significado de cada cosa de la Pasión y nos cambia la calidad de nuestras respues­
tas a ellas. La compasión es la clave para ser contemplativos en aquella unión —en—
la acción por la que Cristo, mediante sus enviados, continúa trabajando y sufriendo en
la misión de la Iglesia en el mundo hoy” (Understanding the Spiritual Exercises, 147).

La confirmación de nuestros buenos deseos y propósitos está íntimamente ligada a esa


honda compasión de la que venimos hablando. En las elecciones se nos pedía que rogáse-
mos a Dios que confirmase nuestra elección o reforma de vida (EE 182). Es propio de la Ter-
cera y Cuarta Semanas el que en ellas Dios nos confirme en nuestra adhesión incondicional
a Cristo (“me amó y se entregó a la muerte por mí”), y, de esta manera, en las elecciones que

241
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

hayamos hecho. Porque toda elección o reforma de vida se resume, finalmente, en seguir
a Cristo y actuar conforme a él, es decir, pascualmente, en obediencia filial al Padre. Si no
conseguimos durante la Tercera y Cuarta Semanas la compasión, esa identificación pascual
con él, ese amor grande, total, ¡de locura!, los propósitos y reformas de la Segunda Semana
durarán poco, se secarán ante las primeras dificultades (parábola del sembrador). Es nues-
tra historia de tantos EE, de tantos deseos efímeros por falta de suelo pascual.
Por eso, la Tercera y Cuarta Semanas no son para experimentar dolor sensible y ale-
gría sensible, sino para unirnos definitivamente con el Señor, hacernos “hombres nuevos”,
personas nuevas. Muchos espectadores se han emocionado con la película de Mel Gibson
sobre La Pasión, pero luego han seguido lo mismo: con amores dañinos o con negocios du-
dosos; egoístas y violentos en sus casas. A los que hacemos y acompañamos EE nos puede
acontecer lo mismo, si no nos enyugamos con coyundas firmes al vivir pascual de Cristo, que
quiere morir y resucitar en el mundo, muriendo y resucitando en nosotros.
El logro de esto no se obtiene en un instante, sino que es una empresa de por vida.
La misma vida, con sus renuncias y pérdidas costosas, nos va madurando en el Señor. La
Tercera Semana, vivida en humilde y amorosa compasión de los dolores que él padece por
nosotros, nos refuerza en la voluntad de entregarnos del todo a él.

Discernimientos en la Pasión

Hemos visto que Ignacio nos hace pedir la gracia de la compasión: “Dolor con Cristo
doloroso”. Pero en la experiencia concreta hay ejercitantes que se conmueven hasta las lá-
grimas por la Pasión del Señor, mientras otros pueden permanecer secos, áridos y distantes.
Y entre ambos extremos, se da toda la gama de matices intermedios.
¿Qué pensar de esto? Creo que hemos de pedir la gracia de una compasión honda y
sentida, pero debemos estar sobre aviso respecto a las ambigüedades que pueden darse en
las emociones. Sería ambigua una fuerte emoción que no contenga una real entrega de sí
al seguimiento del Señor, o que sea pobre en sentido del pecado personal, o que sea desa-
gradecida. Igual cosa, hemos de discernir con cuidado las experiencias de sequía espiritual,
esterilidad y parálisis. Porque pueden ocultar un rechazo a abrirse a contemplar la Pasión

242
parte III: tercera semana
INTRODUCCIÓN A LA TERCERA Y CUARTA SEMANAS

en toda su hondura y crudeza. O pueden provenir de un deseo inmoderado de consuelo in-


mediato (EE 322  Regla 9ª de discernimiento de la Primera Semana).
Pero también puede ser que la sequedad y el sentimiento de rechazo sean para el ejer-
citante concreto la mejor manera de ejercitarse en los dolores de Cristo en su Pasión, la me-
jor actualización de ésta para su Cuerpo que es la Iglesia (Col 1, 24: “Completo lo que falta
de la pasión de Cristo por la Iglesia”).
La Pasión es un acontecimiento macizo, que no se puede reducir a un solo enfoque. Sin
duda la categoría de la “compasión”, es decir, la identificación con Cristo doloroso, es la más
abarcadora. Pero como lo señala el Directorio de EE de 1599, cap. 35 – hay cabida para otros
afectos, tales como el sentido del pecado, la alabanza a la bondad y sabiduría divinas que
resplandecen en la cruz de Cristo (Rm 8, 31–39), la incitación al amor (Jn 3, 16–17; Ignacio de
Antioquia: “¡Mi amor está crucificado!”), la imitación (Fil 2, 5–11), el celo apostólico (1 Cor 2,
1–2; 2 Cor 5, 14–15), etc.
Pensamos que hemos de ser serios en pedir y trabajar para obtener la gracia de la
compasión, “el dolor con Cristo doloroso”, tanto en su Pasión histórica como la que sufre
en los hombres de hoy, que somos su Cuerpo. Se trata de crecer en compasión hacia el
Cristo total. Pero una vez establecido esto, el ejercitante, y quien lo acompaña, ha de estar
atento a la conducción personal con que el Espíritu guía a cada persona, buscándole lo que
le es más conveniente.
También queda al discernimiento cuánto tiempo uno querrá detenerse en la Pasión,
tomando para ello más o menos misterios (EE 209  “quien más se quiere alargar en la
pasión… Por el contrario, quien quisiere más abreviar…”).
Igualmente, se requiere del discernimiento para sentir cuánto convenga detenerse
en los sufrimientos físicos de Jesús, y en cuáles sí más bien que en los demás. Sacarle
el cuerpo a éstos sería sin duda vaciar la kénosis de todo su realismo: “Se humilló a sí
mismo hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Fil 2, 8). Pero no todas las personas
son conducidas por el Espíritu de igual manera. Hay personas que son llevadas a sentir
más la libre entrega de Jesús en fidelidad a su Padre que quedarse en los dolores físicos.
Los relatos de la Pasión de los evangelios y la liturgia del Viernes Santo, en su sobriedad,
pueden ayudar a que cada cual discierna en el Espíritu la medida, por lo demás variable,
que le convenga.

243
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2. CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (I) (EE 190–198)

Texto de Ignacio

[190] 1º día. LA PRIMERA CONTEMPLACION, A LA MEDIA NOCHE, ES COMO CHRISTO


NUESTRO SEÑOR FUE DESDE BETHANIA PARA HIERUSALEN A LA ULTIMA CENA IN­
CLUSIVE, NUM. (289), Y CONTIENE EN SI LA ORACION PREPARATORIA, 3 PREAMBU­
LOS, 6 PUNCTOS Y UN COLOQUIO.
Oración. La sólita oración preparatoria.
[191] 1º preámbulo. El primer preámbulo es traer la historia, que es aquí cómo Christo
nuestro Señor desde Bethania envió dos discípulos a Hierusalém a aparejar la cena, y
después él mismo fue a ella con los otros discípulos; y cómo después de haber comi­
do el cordero pascual y haber cenado, les lavó los pies, y dio su sanctíssimo cuerpo y
preciosa sangre a sus discípulos, y les hizo un sermón después que fue Judas a vender
a su Señor.
[192] 2º preámbulo. El segundo, composición viendo el lugar: será aquí considerar el
camino desde Bethania a Hierusalém, si ancho, si angosto, si llano, etcétera. Asimis­
mo el lugar de la cena, si grande, si pequeño, si de una manera o si de otra.
[193] 3º preámbulo. El tercero, demandar lo que quiero: será aquí dolor, sentimiento
y confussión, porque por mis peccados va el Señor a la passión.
[194] 1º puncto. El primer puncto es ver las personas de la cena, y reflitiendo en mí
mismo, procurar de sacar algún provecho dellas. 2º puncto. El segundo: oír lo que
hablan, y asimismo sacar algún provecho dello. 3º puncto. El 3: mirar lo que hacen y
sacar algún provecho.
[195] 4º puncto. El 4: considerar lo que Christo nuestro Señor padesce en la humanidad
o quiere padescer, según el paso que se contempla; y aquí comenzar con mucha fuerza y
esforzarme a doler, tristar y llorar, y así trabaxando por los otros punctos que se siguen.

244
parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (I)

[196] 5º puncto. El 5: considerar cómo la Divinidad se esconde es a saber, cómo po­


dría destruir a sus enemigos, y no lo hace, y cómo dexa padescer la sacratíssima
humanidad tan crudelíssimamente.
[197] 6º puncto. El sexto: considerar cómo todo esto padesce por mis peccados, etcé­
tera, y qué debo yo hacer y padescer por él.
[198] Coloquio. Acabar con un coloquio a Christo nuestro Señor, y al fin con un Pater
noster.
[199] Nota. Es de advertir, como antes y en parte está declarado, que en los colo­
quios debemos de razonar y pedir según la subiecta materia, es a saber, según que
me hallo tentado o consolado, y según que deseo haber una virtud o otra, según
que quiero disponer de mí a una parte o a otra, según que quiero dolerme o gozarme
de la cosa que contemplo, finalmente pidiendo aquello que más efficazmente cerca
algunas cosas particulares desseo; y desta manera puede hacer un sólo coloquio a
Christo nuestro Señor o si la materia o la devoción le conmueve, puede hacer tres
coloquios, uno a la Madre, otro al Hijo, otro al Padre, por la misma forma que está
dicho en la segunda semana en la meditación de los dos binarios, con la nota que se
sigue a los binarios.

Comentario al texto (EE 190–199)

190  Es notable el hecho deque Ignacio distribuya la contemplación de la Pasión en 7


días, siendo siempre tan fiel a la historia, para lo cual usa el esquema temporal: “de los mis-
terios hechos desde… hasta…”. Este esquema temporal se refuerza por los tres puntos tan
simples y ceñidos a lo que allí acaece, que son el ver las personas, oír lo que hablan y mirar lo
que hacen (194). Tanta sencillez, tanto fijar los ojos nada más que en Jesús, no es el lenguaje
del discurso intelectual, sino del discurso del amor. Requiere mucho salir de uno mismo, de
las penas propias o de la búsqueda de la frase inteligente o del sentimiento que me centra
en mí. Es una oración que, al estar toda centrada en Jesús, nos despoja de nosotros mismos.
La oración preparatoria: la sólita. Ahora que me acerco a la prueba del “amor más gran­
de” (Jn 15, 13), más que nunca he de pedir que aproveche, que me deje entrar en la Pasión,

245
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

no como protagonista sino como co–padeciente con Cristo, con sus mismos sentimientos de
entrega en obediencia amorosa al Padre y a su designio de reunirle a todos sus hijos.
191  1° preámbulo es traer la historia. Es una secuencia de hechos llamados a hablar
por sí mismos. Si fue cena Pascual: 1ª copa, legumbres, haggadah sobre Éxodo (Ex 12, 1–14).
Primera parte de hallel (Sal 113–114) y 2ª copa. Empieza cena bendiciendo el pan (Jesús lo
hace su cuerpo). Comen cordero y 3ª copa, llamada “de bendición” (Jesús la hace su sangre).
La 4ª copa y segunda parte de hallel (115–118). Luego salen para el Monte de los Olivos.
Ignacio evita hacer de la contemplación de la Cena una elaboración teológica sobre la
Eucaristía, al estilo de la que hace Pablo en 1 Cor 11 al 13, o Juan en los capítulos 6 y 17 de su
evangelio. De hecho, en la contemplación de la Cena Ignacio pone el énfasis en presentarla
como el inicio de la Pasión, como se colige de los tres puntos que hace resaltar en el n. 289:
el rito del cordero pascual con la predicción de su muerte; el lavatorio de los pies, con énfasis
en que los lavó a Judas y en el rechazo de Pedro; la institución del “sacrificio de la eucaristía,
en grandísima señal de su amor” en un contexto de inmediata traición.
Pero hay una leve incoherencia entre la historia (191) y los puntos del N° 289. El N°
191 menciona los sermones de la Cena de Juan, “después que Judas fue a vender a su
Señor”. En cambio, el N° 289 remite a Mt 26, 20–30 y a Juan 13, 1–30, donde no hay ser-
mones porque el versículo 30 se cierra con la salida de Judas cuando era de noche. Los
sermones vienen a continuación. ¿Por qué hago notar esto? Porque me inclino a pensar
que Ignacio no recomendaría tanto al ejercitante novato que se dedique a meditar los
sermones de despedida (Jn 13, 31  17 final), que son de intensa profundidad pero con
el riesgo que se aleje de la persona por intelectualizar las palabras, que son tan hondas
y conmovedoras.
192  Composición de lugar: Algunas indicaciones del camino de Betania a Jerusalén:
distancia de unos 3 kms. Por lomajes suaves. Se pasa por el Monte de los Olivos (apenas
una lomita con añosos olivos  el huerto de Getsemaní), se baja al torrente del Cedrón. Se
sube por una larga escalera de piedra hasta la parte alta, la fortaleza de Sión, atravesando la
muralla de la ciudad. La sala está en una casa grande, en el piso superior, es espaciosa, todo
está bien dispuesto (Lc 22, 12).
193  Petición: Es la prueba más patente de que Ignacio considera la Cena como el
comienzo de la Pasión. Esto supuesto, procuremos ver la Eucaristía “desde Cristo”: lo que

246
parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (I)

él pensó, cómo nos amó al hacerla, precisamente cuando todo se hundía, cuando venía el
fracaso final de su trabajo.
194  Ver las personas. El ver las personas en la Pasión nos ayuda a proyectarnos ante
el misterio de la cruz. Hay seguidores fieles, espectadores indiferentes, traidores, los que lo
entregan en función de intereses políticos, religiosos, económicos, seguridad personal o de
grupo social. Los hay de todas clases y nosotros, ante Cristo en cruz, podemos tener algo de
cada una de ellas.
En la Cena y en toda la Pasión —al igual como lo hicimos en la contemplación de la encarna-
ción— no hemos de olvidar que la mirada de Jesús se dirige siempre a su Padre y viceversa. Ha-
cia él se dirigen los sentimientos hondos de Jesús, que se expresan en sus palabras y oraciones.
Oír lo que hablan: Lo más conveniente es dejarse conducir por el relato de Mateo o de
Lucas; y por el de Juan para el misterio del lavado de los pies. Tener en cuenta algunos ver-
sículos de los salmos del Hallel, con los que Jesús se debió de identificar muy fuertemente.
Mirar lo que hacen: Atención al contexto pascual descrito por Ex. 12. Seguir de cerca lo
que hacen Jesús y los discípulos.
Sacar algún provecho: El gran provecho que hemos de sacar es la identificación con Cris-
to doloroso, la compasión (193, 195, 203). De aquí brotarán la admiración, la gratitud, la ala-
banza, la reparación, el deseo de vivir crucificado al mundo y anunciar a “mi Amor crucificado”.
195, 196, 197  Estos tres puntos, que Ignacio aquí añade a los tres clásicos (ver, oír,
mirar lo que las personas hacen), más que tres nuevos campos para contemplar, son tres án-
gulos de enfoque que hemos de tener presente en los misterios contemplados en la Pasión.
El 195 nos estimula a no rehuír contemplar los dolores humanos de Jesús (“padece en su
humanidad”, lo que implica no sólo los dolores físicos, sino también los interiores, como ser
abandono, traición, miedo, etc). Y también la libertad con que los asume: “Quiere padecer”.
Jesús va a la Pasión libremente: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia
voluntad” (Jn 10, 18). Ningún exegeta serio sostiene hoy día que Jesús se encaminase a la
pasión sin saber a qué iba.
El 196 hace notar que en la Pasión el anonadamiento (la kénosis) va en aumento. No sólo
no se defiende de los enemigos sino que se deja tratar cruelmente. M. Ivens advierte que
desde la casa de Anás hasta la sepultura (292–298) Ignacio reemplaza los títulos resurreccio-
nales de “Cristo” y “Señor”, por el simple nombre de “Jesús” (Op. cit., 152).

247
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

En cuanto a que “la divinidad se esconde”, la verdad es que desde mucho tiempo he
tenido problemas con esta redacción de Ignacio, que parecería poner en paralelo a las dos
naturalezas, la divina y la humana de Jesús, y olvida que no son las naturalezas las que ac-
túan, sino el sujeto por medio de ellas. Para rescatar lo positivo del texto, y en línea con la
petición de Jesús en Getsemaní: “si es posible, que pase de mí este cáliz” (Lc 22, 42), prefiero
entender “la divinidad se esconde”, por “el Padre no interviene en favor de su Hijo”, pese a
que lo acompaña con el corazón traspasado y dándole la fuerza para la entrega (Hb 9, 14:
“por medio del Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio…”).
El n.° 197 me hace considerar mi responsabilidad personal en los padecimientos de
Jesús, y qué debo yo hacer y padecer por él. Aquí, ante Jesús que sufre, se concretan co-
sas anteriores de los Ejercicios. Ya no basta el “hacer por Cristo” (53); se necesita “hacer
y padecer por él”. Lo que estaba ya expresado en el Llamamiento y la oblación del Rey
eternal (95 y 98), y en las Banderas, Binarios y Tres Maneras de Humildad, obtiene aquí la
cruda concreción de la muerte de cruz. No son meras palabras, es carne sangrante, es amor
hasta la muerte en el abandono del patíbulo, es descenso a un sepulcro. Es la ley de todo
discípulo: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y
sígame” (Mc 8, 34).
198  Se termina con un coloquio a Cristo nuestro Señor y con un Padre nuestro.
199  La nota sobre coloquios nos muestra toda la libertad que Ignacio quiere que ten-
gamos: podemos hacer los tres (a Nuestra Señora, al Hijo y al Padre) o uno solo a Cristo. Es
interesante que diga que lo que ha de guiarnos en elegir el tema de los coloquios y a quién
dirigirlos ha de ser los deseos profundos que tengo. Los EE apuestan a que Dios nos conduce
por medio de los hondos deseos.

Textos de Ludolfo

Entregado a la Pasión:

“Habla el Hijo del Hombre… y dice que ‘será entregado’, en impersonal, porque
con una palabra, ‘entregar’, se expresan voluntades diversas. Dios Padre entregó a

248
parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (I)

su Hijo por caridad y para utilidad de la humanidad. Judas lo entregó a los judíos por
avaricia y codicia de ganancia. El Espíritu Santo lo entregó por su benignidad. Los ju­
díos lo entregan a Pilato por envidia y malignidad. El Hijo se entregó a sí mismo para
cumplir el beneplácito divino.
Pilato lo entregó a la cruz para satisfacer la perversa voluntad de los judíos. El dia­
blo lo entregó por temor de que los hombres se libraran de su poder por la doctrina
y signos de Cristo, sin advertir que su muerte le quitaría más que le había quitado su
doctrina y milagros”.

La Pasión encierra todo

“Según San Agustín, no sólo todo lo bueno que hizo Cristo en la tierra, sino tam­
bién todo el mal que sufrió, fue escuela de costumbres, de modo que la Pasión del
Señor abraza en sí toda la perfección del hombre posible en esta vida. Todas las obras
de perfección que Cristo enseñó alguna vez en el Evangelio, las cumplió en sí mismo
perfectísimamente en su Pasión. Por esto en la cruz del Señor está el fin de la Ley y la
Escritura, en su Pasión está la suma de la perfección, en su muerte la consumación de
todas las palabras. Por eso dice el apóstol: “No quise entre vosotros saber nada sino a
Jesucristo, y a éste, crucificado” (1 Co 2,2), porque esto es saber, saber todas las cosas
que miran a la salvación”.

249
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3. CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (II) (EE 190–199)

“Cuando los amigos se apartan mutuamente, es cuando más


se encienden en afecto de amor”. (Ludolfo VC II, 57, 2)

Las contemplaciones de los misterios de la vida de Jesús nos han ido uniendo cada vez
más con el Señor. Por el conocimiento y el amor nos acercamos a lo de San Pablo: “Vivo yo,
no yo; Cristo vive en mí” (Gal 2, 20). Así vamos reproduciendo en nosotros los rasgos de
Cristo” (Fil 2,5).
El proceso de las elecciones —ayudado por las meditaciones de Banderas, Binarios y
Tres maneras de Humildad— nos lleva a hacer vida y compromiso concreto los regalos y gra-
cias recibidas. No sea que seamos “oyentes olvidadizos” (Stgo. 1, 22–24).
Pero ahora damos un paso más. La fidelidad amorosa a Dios su Padre lleva a Jesús al
exceso de dar su vida por nosotros, sus hermanos y amigos (Jn 15, 13). El grano de trigo ha
de caer en tierra y morir para dar mucho fruto (Jn 12,24). Con la Tercera Semana el “seguir a
Cristo en la pena” alcanza toda su seriedad radical. Nos hace entrar en el Misterio Pascual, en
su muerte redentora y en su resurrección vivificante.
Según esto, la finalidad de la Tercera Semana es la identificación con el Cristo doliente:
“Dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado…” (EE 203). Se trata de que,
por la identificación contemplativa con los relatos de la Pasión, uniéndonos así a nuestra
Cabeza, “completemos lo que falta a su Pasión” (Col 1, 24).
Acompañamos al Jesús doliente en su Pasión histórica y a la vez en su realidad mística
que se prosigue hoy en mí y en los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por eso los cristia-
nos, y más fuertemente los Santos y la gente sencilla, aman contemplar la Pasión, que es la
Gloria de Cristo y de su Padre (Jn 17, 1–3). San Ignacio en Manresa meditaba largamente la
Pasión durante la Misa en latín (Aut. 20).
Sería un error creer que hecha la elección o la reforma de vida, hayamos ya concluido lo
esencial de los EE. Las contemplaciones de la Pasión y Resurrección no son un apéndice pia-
doso que no aporta algo nuevo. El amor va hasta dar la vida; y la vida verdadera surge desde

250
parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (II)

lo más hondo “de los infiernos (sheol)”, desde la misma muerte. De esto nos ocupamos estas
dos semanas restantes. El tiempo litúrgico cuaresmal nos ayuda a ello.

Reflexiones sobre la Eucaristía

A continuación les ofrezco algunas reflexiones que espero les ayuden como ambienta-
ción a la oración, pero que de ningún modo deben reemplazar a la contemplación sencilla y
cordial, que se detiene a ver las personas, observa lo que hacen, escucha las palabras y los
silencios, se hace presente a Jesús y a los que lo acompañan.
Lo Irrepetible se hace pan cotidiano. Hay momentos muy intensos en la vida que de-
searíamos poder después revivir: un chispazo genial, un encuentro profundo de amistad, un
triunfo muy deseado, una experiencia de Dios. Sabemos, sin embargo, que esto es imposible.
El fluir del tiempo nos aleja inexorablemente de ese momento de plenitud y nos coloca ante
situaciones nuevas, que nos cambian. Con el tiempo cambiamos. Ni mis sentimientos ni mis
relaciones, ni mis pensamientos son iguales a los que viví en aquel momento cumbre, que
ansiaría hoy poder revivir.
Pero lo que para el hombre es imposible no lo es para Dios. El momento cumbre vivido
tanto por Dios como por el hombre es la Pascua de Jesús. La Pasión y Muerte libremente
aceptadas por la salvación del mundo, el encuentro pleno y gozoso de Dios Padre con el hom-
bre Jesús en la Resurrección constituyen el máximo gozo de Dios y de los hombres.
¡No seamos egocéntricos: la Eucaristía alegra también al Dios trinidad! En nuestros ins-
tantes de plenitud, el amor irrumpe en alegría, gloria y alabanzas, aunque muchas veces,
por razón de su misma intensidad, debamos preferir el silencio. Esto es lo que acaece en la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, cuando el “Amor es más fuerte”, ya que “no hay
mayor amor que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13).
Siendo pues la cruz, que desde el comienzo siempre incluye la Resurrección, el momento
culminante tanto para Dios como para los hombres, Dios quiere revivirla él, y que la revivamos
también nosotros en toda su fuerza y con toda la energía salvadora de la primera vez (ápax) (Hb
7, 27–28). Esto es lo que hace Jesús al instituir la Eucaristía como “Nueva Alianza en su sangre”,
Memorial vivo de su pasión, fuente cotidiana de novedad de vida y promesa del Banquete eterno.

251
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La eucaristía fuerza transformadora del mundo

La fe cristiana, expresada en la liturgia, la Biblia y las continuas enseñanzas del magis-


terio, nos impulsa a que trabajemos con denuedo por la renovación del mundo según Cristo,
nuestro modelo. Pero a la vez sentimos que las cosas no mejoran, que la tarea nos queda
grande. Entonces se nos mete el desaliento: “¡No podemos, Señor. No podemos!”.
Al fin de la segunda guerra mundial el Padre Hurtado viajó a Europa para conocer de cer-
ca los horrores causados por la guerra y tratar de ver por dónde el mundo buscaba una salida.
A su regreso a Chile recorrió el país vinculando la transformación del mundo con la Eucaristía.
Confía en que la Eucaristía producirá un cambio radical, superior a todo lo imaginable, que
nos involucre a todos y a todo. Para referirse a esta transformación salvadora acuña la expre-
sión “transubstanciarnos en Cristo”, palabra sacada de la teología eucarística.
Este término significa una transformación profunda, no sólo en nuestra conducta exter-
na, sino en nuestro mismo ser, en lo hondo de nuestro corazón, para que desde ahí trasforme
las costumbres, la sociedad, el mundo entero.
Otras veces expresa esta misma idea con palabras equivalentes, como ser, “transformar-
nos en Cristo”, “convertirnos en Cristo”, “ser otro Cristo”.
Con el término “transubstanciación” la teología medieval afirma que en la Misa, por
las palabras del sacerdote que representa a Cristo, el pan y el vino pasan a ser el cuerpo del
Cristo Resucitado, se convierten en el Cristo Resucitado. Los dones ofrecidos, y con ellos los
que los ofrecen de corazón, dejan de ser lo que son y se unen al Cristo glorioso y viven de su
vida, se convierten así en Él, se unen a su dinamismo redentor, glorifican al Padre, cuya gloria
es el bien de la humanidad.
Es lástima que por siglos esta palabra haya sido entendida tantas veces sólo hasta mitad
de camino. La gente sólo se preguntaba por lo que le sucedía a la “sustancia” del pan y del
vino cuando son consagrados. Dicen, y con razón, que estos elementos, pese a permanecer
en su apariencia tal cual, dejan de ser pan y vino y se convierten en el cuerpo y la sangre de
Cristo. En lo más profundo de su ser —en su “sustancia”— el pan ya no es pan, ni el vino es
vino, sino el cuerpo y la sangre de Cristo.
Pero llegábamos hasta ahí, y no buscábamos más allá ni veíamos la inmensa fuerza
transformadora del mundo y de nosotros mismos de la transubstanciación. Porque el camino

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parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (II)

completo de esta palabra nos conduce más allá. Los sacramentos nos los da Dios para nues-
tro bien. Lo principal de la Eucaristía no es que el pan y el vino se conviertan en Cristo, sino
que nosotros nos transformemos en él. Santo Tomás de Aquino nos enseña a rezar para la
comunión: “Haz que reciba no sólo el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, sino lo que éstos hacen
y significan”. ¿Qué es lo que la eucaristía hace y significa? Que nosotros seamos de Cristo,
que nuestro ser sea el Suyo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).
Y si todos vivimos en Cristo, todos formamos un mismo cuerpo, respiramos la comunión
de un mismo Espíritu (koinonía), pertenecemos a una sola Iglesia y Dios es el Padre de todos.
Es decidor el que, después de haber intentado otros caminos, la teología retome hoy,
ampliando sus horizontes, el término de transubstanciación. No es un cambio de “cosas” lo
que se hace presente en el altar. No basta concentrarse en lo que le pasa al pan y al vino. Lo
central es el Señor resucitado, que se hace presente para dársenos y transformarnos en él.
Transubstanciación significa nuestra transformación en el Cristo resucitado, unión a
Aquel que “hace nuevas todas las cosas”, que las transfigura, las transforma, las transubs-
tancia por el hecho de conducirlas a su ser o sustancia auténtica, por recapitularlas en Sí para
conducirlas al Padre.
Un especialista del tema afirma: “Es en el futuro de la nueva creación y en la transfor­
mación densa, profunda de la realidad, que allá acaecerá, donde tendrá lugar la verdadera
transubstanciación del universo, de la realidad entera, de la que es anticipación en el tiem­
po y prefiguración (real y no sólo en figura) la transustanciación eucarística”. La verdadera
“sustancia” de las cosas hemos de buscarla no en el pasado, en los primeros pasos de la
evolución, sino en el futuro, en la “Nueva Creación”, aparecida ya y realizada en el Cristo Re-
sucitado (M. Gesteira Garza, “La Eucaristía, misterio de comunión”, 1983, p. 555).
¿En qué puede consistir esa “transubstanciación” en el Cristo glorioso? San Pablo se re-
fiere a la creación nueva en Cristo como una transformación de un cuerpo humilde a un cuer-
po de gloria (1 Cor 15, 51. 52), como irnos llenando de la gloria del Señor, que es el Espíritu
(2 Cor 3, 18), como un deshacerse del hombre viejo y un revestirse del nuevo (2 Cor 4, 16–18;
Col 3, 10; Ef 4, 24), que lo mortal y corruptible desaparezca y sea absorbido por la nueva vida
en Cristo (2 Cor 5, 2–5).
San Juan expresa este proceso de transubstanciación con la expresión “pasar de la
muerte a la vida” (Jn 5, 24; 3, 15–18; 1 Jn 3, 14). Este paso lo damos escuchando la Palabra y

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

alimentándonos del Pan de Vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y
yo vivo unido a él;... el que come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 56. 58).
El Resucitado es el Crucificado. Por eso conserva sus llagas. Él mantiene viva su entrega
de amor al Padre y a nosotros que lo llevó a la Cruz: “No hay amor más grande que dar la vida
por los que uno ama” (Jn 15, 13). Transustanciarnos en el Resucitado significa, por tanto, que
nos entreguemos a ese torrente de amor, que en la medida de nuestra pequeñez lo hagamos
nuestro, que llevemos allí nuestros dolores, pecados y miserias para recibir consuelo y per-
dón, que nuestras vidas sean fecundas en frutos abundantes de amor y servicio.
La conversión de los dones apunta y exige la transformación de las personas, que no es
menos honda y radical que la de los dones. Se trata que en el Cuerpo de Cristo, que es la Igle-
sia, seamos otros “cristos”, actuemos como Cristo, trabajemos con los demás por el proyecto
de Cristo de reunirle el reino al Padre. En otras palabras, la eucaristía sólo será de verdad tal,
si nos cambia el corazón y nos llena del pensamiento y el querer de Cristo.
La teología de hoy ha redescubierto la dimensión cósmica de la obra de Jesucristo, el
crucificado–resucitado. “Por medio de Él y para Él Dios creó todas las cosas” (Col 1, 16). Él tie-
ne el primado tanto en el orden de la creación como en el de la salvación (Ef1, 3–14). Y porque
la creación es historia, hemos de ver al Resucitado eucarístico metido a fondo en combatir
las tinieblas de la ignorancia, la injusticia, la deshumanización, y la desfiguración de Dios (Jn
1, 3; 8, 12). La Eucaristía no busca un intimismo desencarnado. Sí lleva a combatir con Cristo
contra la mentira y las injusticias. Es amor que se hace solicitud por todos. Es compromiso de
trabajar con él en pro de la creación, liberándola de lo que la desfigura y atormenta, a fin de
que llegue a ser tierra gloriosa y libre de los hijos de Dios (Rm 8, 21).
Que la Eucaristía tenga repercusiones cósmicas, no significa que esto suceda sin noso-
tros los hombres. Sólo en la medida en que se cristifique el hombre se cristificará el mundo.
Aquí no hay efectos mágicos o automáticos. La creación, entretanto, “gime y espera ansiosa”
que la liberemos de sus formas caducas y que la hagamos participar de la gloria de los hijos
de Dios (Rm 8, 20s). Esta es la lucha, el combate que hemos de dar. La Eucaristía en el Resuci-
tado es nuestra garantía de que seremos valientes, fieles y generosos hasta, como Jesús, dar
la vida para que demos frutos abundantes.
La Eucaristía dominical es “nuestra Pascua”, la fiesta en que la comunidad celebra que
nuestra vida está pasando a Dios Padre. Gracias a ella alcanzamos nuestro ser (=sustancia)

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parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (II)

definitivos. En la expresión del Padre Hurtado, “nos transubstanciamos en Cristo”, para glo-
ria de Dios Padre.

Textos de Ludolfo

Tomad y comed
“Luego lo dio a sus discípulos, para su fruto, para que convirtieran en sí las espe­
cies de pan, y ellos se convirtieran en Cristo. Dice san Agustín: ‘Fue dicho por el Señor:
Tú no me cambiarás en ti, como al alimento de tu carne, sino que tú te cambiarás
en mí’. Y dijo: Tomad y comed. Donde indica la doble comida de este sacramento, la
sacramental y la espiritual, que lo reciban con la mente y con el cuerpo, que lo coman
con fe y con la boca, que lo gusten y vean que es suave el Señor, pues es un maná que
tiene toda delectación, la suavidad de todo sabor”.

Al sufrir, alabar al Señor, y tomar su cáliz

“Y tomando el cáliz con vino mezclado con agua, la cual significaba su Pasión,
dio gracias, por la redención de la humanidad hecha por él; también por los contra­
rios, pues lo tomó no por sí, sino por nosotros, para que alabemos al Señor ante los
azotes, y demos gracias en toda aflicción significada con el nombre de cáliz”.

El Memorial transformador

“Este es aquel Memorial que debe encender y embriagar y transformar del todo por
la fuerza de la devoción a toda alma agradecida, cuando lo recibe comiendo o bebiendo,
o también meditando fielmente. No pudo dejarnos nada más querido, más dulce, o más
útil que a sí mismo. El que tomamos en el sacramento del altar hoy por institución suya,
es el que se encarnó de la Virgen, nació, tomó su pecho; el que soportó la muerte cruci­
ficado por ti; y resucitando y ascendiendo está sentado a la derecha de Dios. Es el que
creó el cielo y la tierra, y gobierna y modera todas las cosas. De Él depende tu salvación;

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en su voluntad y poder está darte la gloria del paraíso. Él, ofrecido en tan pequeña for­
ma, y mostrado a ti, el Señor Jesús del que hablamos, es el Hijo de Dios vivo”.

Frecuencia de participar en la Eucaristía

“En este sacramento se requieren dos cosas por parte del que lo recibe: deseo de
unirse con Cristo, y esto lo hace el amor; y reverencia del sacramento, que pertenece al
don del temor. Lo primero invita a la recepción diaria de este sacramento, el segundo
retrae de ella. Por eso, si uno conoce experimentalmente que recibiéndolo cada día
aumenta, no disminuye el fervor del amor y reverencia, éste debería comulgar cada día.
Pero, si siente que con la repetición diaria disminuye la reverencia y no crece el
amor, éste debería a veces abstenerse para acercarse luego con mayor amor y reve­
rencia. Por esto hay que dejar a cada uno a su propio juicio”.

De la Eucaristía a los pobres

“Dice el Crisóstomo: Creemos, pues, que ahora también es aquella cena en que
él mismo se sentó, pues nada difieren las dos. Ésta no la celebra el hombre y aquella
el Señor; él celebra aquella y ésta. Cuando veas que el sacerdote te lo da, no pienses
que es el sacerdote el que hace esto, sino que es la mano de Cristo que se extiende…
Ésta es aquella mesa, no tiene nada menos que aquella; éste es aquel cenáculo don­
de estuvieron entonces, de aquí salieron al Monte de los Olivos. Salgamos también
nosotros a las manos de los pobres, pues esta región es el Monte de los Olivos; los
olivos están plantados en la casa del Señor, así la multitud de los pobres destila
aceite, que aquí es útil para nosotros. Así también tendremos propicio a Dios y reci­
biremos gran recompensa”.

El amor no puede estar ocioso

“Dice San Agustín: pregunta a tus obras, si amas a Dios; pues no puede haber
fuego y no arder. Si el fuego divino está en tu corazón, no podrás darte al ocio; si lo

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parte III: tercera semana
CONTEMPLACIÓN DE LA ÚLTIMA CENA (II)

haces, no tienes el fuego, porque, como está escrito, la caridad, si la hay, no puede
ser ociosa, es laboriosa; si se niega a trabajar, no es caridad. Para que alguien ame
de verdad a Cristo, es necesario que no anteponga nada a amar a Dios, que ame a los
otros como a sí mismo, y que muestre el amor de corazón, de palabra y de obra”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

4. GETSEMANÍ (EE 200–204, 290. Mt 26, 30–76)

Dios va llevando a cada uno de nosotros por su camino. Nos lleva en sus dos Manos,
Jesucristo y el Espíritu. Nos lleva con firmeza y cariño: ¡Es mucho lo que nos quiere y nos ne-
cesita! Después de la meditación/contemplación de la Eucaristía, entramos en los misterios
de la Pasión, de la cual la Eucaristía, es anticipo real y pleno para siempre.
En la Pasión el fuego del amor de Jesús a su Padre y a la humanidad se hace hoguera
infinita: todo lo abraza, todo lo devora, todo lo purifica, todo lo reúne, todo lo lleva al Padre.
Es el verdadero Gran Comienzo.
Acompañemos con honda reverencia a Jesús en los pasos de su Pasión. Es natural que
nos cueste, que nos resistamos a acercarnos al Fuego que es Cristo. Somos temerosos, que-
remos ser independientes, autosuficientes, no deberle nada a nadie. Así somos.
Pero mientras seamos así, ¡no somos! Pidámosle a María que nos acerque, que nos pon-
ga junto a su Hijo que padece. Que la contemplación de la Pasión nos cure de nuestras es-
trecheces de mente, de nuestras rebeldías, para asumir los proyectos salvíficos del Corazón
de Dios.
Contemplando al Cristo en agonía, pidamos mucho la gracia de hacernos vulnerables a
los dolores del mundo, de sufrir con los demás. Que nos hagamos sensibles a los dolores glo-
balizados (cultura de lo desechable incluso la religión, ignorancia del sentido de lo humano
profundo, imperialismo de las transnacionales, desprecio a los pueblos pobres y sus cultu-
ras, armamentismo, abuso de la mujer y de los niños). Y también a los dolores particulares:
del borracho, del anciano dejado de lado, del joven que quiere tener hogar pero no lo puede
tener, de la joven niña abusada.
Estemos atentos a los tres planos de este camino: el histórico de Jesús en su tiempo; lo
que padece hoy en su cuerpo, que es la Iglesia; y el existencial de los dolores de la humani-
dad; y pensando que todo esto es por “mí”.

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parte III: tercera semana
GETSEMANÍ

1) Getsemaní

Sitio auténtico: a la bajada al torrente Cedrón está el huerto. Viejos olivos que han
seguido retoñando hasta hoy día.
Anuncio de la traición de Pedro y del desbande de los discípulos.
Después de cantar los salmos (Sal 115 a 118) salieron “y fue, como de costumbre, al
monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron…”.

Elementos del relato de los tres sinópticos:


••Necesita y pide que los discípulos lo acompañen (los 3). Pide a Pedro, Santiago y
Juan que “permanezcan despiertos conmigo” (Mt y Mc). Cuando éstos le fallan, vie-
ne un ángel del cielo para darle fuerzas (Lc).
••Este llamado a acompañarlo prosigue hoy y siempre (Aspecto de solidaridad ecle-
sial. En la Cruz estarán las mujeres y Juan).
••“Oren para que no caigan en tentación” (Lc). Esta petición está en el Padre Nuestro
y cada vez que lo rezamos actualizamos la escena de Getsemaní.
••“Muy triste y angustiado,… tristeza de muerte” (Mt y Mc), “gran sufrimiento” (Lc).
••Se inclinó hasta tocar el suelo con la frente (Mt y Mc). “Se puso de rodillas para orar”
(Lc).
••“Padre mío, si es posible…” (Mt). “Padre, para ti todo es posible…” (Mc). “Padre, si
quieres…” (Lc). El resto de la oración de Jesús es común a los tres sinópticos, con
pequeñas variantes. Tres veces invoca a su Padre que lo libere de este cáliz amargo.
Pero cada vez con una adhesión incondicional y renovada a su Padre. Aquí se pre-
para Jesús para los sufrimientos de la pasión, que los experimenta como abandono
de su Dios.
•• Juan 12, 27–28 se hace eco de esta plegaria, que era conocida en las comunidades
cristianas: “¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré:
“Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! Padre,
glorifica tu nombre”.
••Gran sufrimiento, pero oraba aún más intensamente,…hasta verter sudor de gotas
de sangre (Lc).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

••Dolor porque los tres no lo acompañaron: “…una hora despiertos conmigo?” (Mt,
Mc y Lc). También hoy Jesucristo nos invita a todos a acompañarlo en los que su-
fren.
••Es la hora de su tentación (peirasmós, misma palabra que en el Padre nuestro: “no
nos dejes caer en la tentación” (Mt, Mc, Lc).
••Conciencia de que esta era la hora:“Levántense, vámonos!”.
••Hebreos 5, 7–8: “…con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía
poder para liberarlo de la muerte; y por su obediencia Dios lo escuchó…”.

2) ¿Cuál es el dolor de Jesús en Getsemaní?

•• No sólo los padecimientos y la muerte inminente.


•• A la luz de Isaías 52, 13–15; 53, 1–12, él llevaba todos nuestros sufrimientos y dolores
(53, 4).
“Fue traspasado a causa de nuestra rebeldías” (53, 5).
“le dieron muerte por los pecados de mi pueblo” (53, 8).
“se entregó en sacrificio por el pecado” (53, 10).
•• El ángel consolador debió recordarle la continuación de los dolores del Servidor (53,
10–12).

3) ¿Qué nos dice?

•• Ante la prueba, vigilar y orar. Oración de Jesús es filial: dice lo que le pasa.
•• Pide la adhesión incondicional y renovada a la voluntad del Padre: tres veces le pide
que le quite el cáliz amargo; pero cada vez se entrega a Él.
•• Nos invita a todos a hacer lo mismo.
•• Me recuerda el Padre Arrupe en su silla de la enfermería de la curia de Roma, entrega-
do todo a Dios.
•• Nos dice también que hemos de prepararnos con la oración a las cruces venideras.

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parte III: tercera semana
GETSEMANÍ

•• Nos dice que el abandonarnos al Padre y aceptar que su voluntad se haga en nosotros
es la suma de la perfección cristiana, el amor más elevado.
•• Nos dice, por último, que esta entrega amorosa al Padre es el modo y manera de ser
apóstoles, de ayudar a la salvación del prójimo que amamos.
•• ¡Admirar la libertad con que Jesús va a la Pasión! “Levántense, vámonos de aquí!”.

Resumen de la historia según Ludolfo de Sajonia

“Nuestro Señor Jesucristo, completado el curso de su predicación, celebrada la


cena singular y gloriosísima con sus discípulos (de la cual y del don sacratísimo de su
Cuerpo y Sangre debes meditar devotísimamente con frecuencia), lavándoles los pies,
tenido el discurso y dicho el himno o acción de gracias, salió con ellos hacia el monte
de los Olivos donde le apresarían y separarían de sus amigos. Y, cuando se iba a cum­
plir lo que dijo el profeta: “Heriré al pastor, y se dispersan las ovejas del rebaño” (Za
13, 7); anda, tú también, siempre con él y no le abandones, para que no te abandone”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

5. EL JUICIO DEL SANEDRÍN (EE 291–292)

Una mirada rápida desde los Evangelios

Es bueno recordar que, lo primero y central que recordaron y recogieron por escrito las
primeras comunidades cristianas, fueron los episodios de la Pasión y Resurrección de Jesús;
y que el resto de los episodios evangélicos fueron agregándose y tomando importancia a
causa de su Resurrección. Porque murió en la cruz, resucitó de entre los muertos y se les
apareció; porque estuvo con ellos y les envió su Espíritu de resucitado creyeron que viviría
para siempre como SEÑOR = REY = MESÍAS. En resumen, porque fue juzgado, crucificado y
resucitó de entre los muertos, los otros episodios de su vida se tornaron importantes para
los creyentes, y sus palabras y hechos comenzaron a ser recordados como tesoros para la fe.
Fue así como los hechos y palabras de Jesús, y sobre todo los de la Pasión, fueron cuidados,
atesorados, orados y transmitidos como perlas preciosas del Señor. Por eso, en los EE, las
contemplaciones de la Pasión son tan importantes: mirar, escuchar, hacerse presente y tes-
tigo de sus actitudes y respuestas a Caifás y Pilato, nos pueden ir abriendo el corazón para
comprender mejor a Jesús, amarlo más y seguirlo más de cerca. En la descripción de este
juicio los cuatro evangelistas están de acuerdo en casi todos los diversos acontecimientos,
en los que vemos reflejarse variados textos del A.T. referentes al Mesías, muy especialmente
el Salmo 22 y los poemas del Siervo de Jahvé del Deutero Isaías. Y también están de acuerdo
en que, en los interrogatorios a que es sometido, no esconde su identidad y reconoce su con-
dición real de ser Hijo de Dios de un modo especial y esto amenaza a las autoridades tanto
judías como romanas y lo lleva a la muerte.

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parte III: tercera semana
EL JUICIO DEL SANEDRÍN

La historia del juicio

Los Ejercicios invitan al ejercitante a una contemplación cercana y dinámica de la pasión


de Jesús. Para ello enmarcan cada escena entre dos preposiciones: “desde” y “hasta”, invi-
tando así a entrar cabalmente en el misterio contemplado.
Los juicios ante Caifás, sumo sacerdote, no fueron juicios propiamente tales, porque era
claro que el Sanedrín ya había decidido la condenación de Jesús, y sólo pretendían darle una
apariencia de legalidad. Hubo una sesión preliminar de noche, que fue ratificada de mañana
temprano en otra reunión, para cumplir así con lo prescrito. Los sacerdotes lo acusaron de ha-
ber dicho que el templo sería destruido y que en tres días levantaría otro no hecho por manos
humanas (Mc 14, 56; Mt 26, 61). No cabe duda que las acciones de Jesús contra el tipo de cul-
to que se hacía en el templo fueron una ofensa de muerte para los círculos de los sacerdotes.
Jesús se negó a responder a Caifás lo que movió a éste a dar, desafiante, un paso más:
“¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?” (Mc 14, 61). La respuesta de Jesús difiere en
matices en los diversos evangelistas, y van desde “Sí, lo soy” de Marcos (14, 62), pasando
por el “Tú lo has dicho” de Mateo (26, 64) hasta el “Ustedes mismos han dicho que lo soy” de
Lucas (22, 70). De las tres, la forma de respuesta más probable dada por Jesús es “Tú dices
que yo soy”, con lo que le está diciendo a Caifás, “Sí, si tu quieres”, pero entendiendo el ser
Mesías a la manera de Jesús, tan distante de las expectativas triunfalistas y materiales de los
judíos de su tiempo.
Y, para recalcar su concepción del Mesías, Jesús se atribuyó ser “el Hijo del hombre sen­
tado a la diestra del Poder que verán viniendo sobre las nubes del cielo” (Mt 26, 64 y //), con
clara alusión a Daniel 7, 13. El término “Poder” era un modo de entonces de hablar de Dios.
El que Jesús les diga que ellos “lo verán” no se refiere a un retorno espectacular suyo, sino a
su aceptación por su Padre y al establecimiento de la comunidad cristiana en la tierra, con Él
como cabeza. Esto explica que el sumo sacerdote rasgara sus vestiduras, exclamando “blas-
femia”, considerado el peor y más espantoso pecado entre los judíos; pecado que en el libro
del Levítico era castigado con la muerte. No era blasfemia decir ser el Mesías, pero sí lo era
arrogarse el poder de Dios. De ahí que ya no necesitaban testigos: todos habían escuchado
la blasfemia. Marcos dice que “todos lo condenaron a muerte” (14, 64); Mateo dice que to-
dos contestaron “es culpable y debe morir” (26, 66). Pero, es lo más probable que, como los

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

romanos habían quitado al Sanedrín el poder de decidir y ejecutar la pena capital, tuvieran
que entregarlo a Pilato.
Es bueno recordar que, en esa época, como en todas las épocas, los temas tanto políti-
cos como religiosos van de la mano. Es casi imposible desligarlos… Y en el caso de los juicios
contra Jesús: el religioso ante el Sanedrín, y el político ante el gobernador romano Pilato, la
acusación religiosa tenía aristas políticas, y la acusación política también tenía una fuerte
dimensión religiosa. El hecho de aceptar ante el Sanedrín ser el Mesías, el Hijo de Dios, sig-
nificaba que creía ser de una “realeza mesiánica” = salvadora, heredero de David y elegido
por Jahvé para reinar en Israel. Y esto, además de ser una blasfemia para los judíos, era un
delito político para los romanos, delito que, avivado por el episodio de su entrada triunfal en
Jerusalén, podía ser castigado por la justicia romana que gobernaba Judea.

Los puntos señalados por Ignacio

Llama la atención comparar este relato del juicio del Sanedrín con los puntos que señala
Ignacio en el libro de los EE. Subraya temas que tocan más la sensibilidad, como son el beso
de Judas, su queja de ser tratado como un ladrón, el rechazo al uso de la espada, las tres
negaciones de Pedro, la noche atado a la columna y las burlas y los golpes. ¿Qué puede de-
cirnos esto? Conjeturo que estos puntos impactaron mucho a Ignacio y que sacó de ellos gran
provecho. Pero para él, cosa que había experimentado en sus lecturas de Ludolfo, la totalidad
del misterio de Jesús se hace presente y se juega en cada fragmento, según sea dado a sentir
a cada uno por el Espíritu Santo.

Textos de Ludolfo

El beso de Judas

“En este pasaje de la traición y el beso se expresan tres cosas que hacían más amar­
ga la traición y agravaban mucho el acto de Judas. La primera, que lo hacía su siervo,

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parte III: tercera semana
EL JUICIO DEL SANEDRÍN

su discípulo, uno de los Doce, elegido por él de todo el mundo para tan gran dignidad.
Según San Ambrosio, traiciona el siervo al Señor, el discípulo al Maestro, el elegido a su
autor. La segunda, que con el signo de paz y amistad, con su beso, entregaba al Señor
tan engañosa y fingidamente. Dice el mismo San Ambrosio: “Con la prenda del amor
haces la herida, con el oficio de la caridad derramas sangre, con el instrumento de la
paz causas la muerte”. La tercera, que la fea boca del traidor, que Satanás había llenado
de toda suciedad, se atrevía a tocar la boca tan amorosa y dulce de la Palabra eterna.
Entonces, como dice el Crisóstomo: “El lobo dio besos venenosos al manso Cordero”.

Como a un ladrón…

“Dice san Remigio: ‘Es como si dijera: el oficio del ladrón es hacer daño y ocul­
tarse; pero yo no he dañado a nadie, sino que sané a muchos y enseñé siempre en
las sinagogas’. También san Jerónimo: ‘Es necio,… buscar con espadas y palos al que
voluntariamente se entrega a vuestras manos; y rastrear por el traidor de noche, como
si se ocultara y se apartara de vuestra vista, al que cada día enseña en el templo’. Y por
eso, como dice el Crisóstomo, no le detuvieron en el templo, porque no se atrevieron
por la gente, por lo cual el Señor también se marchó fuera, para darles la oportunidad
de lugar y tiempo para apresarle”.

Cristo vuelve la mirada a Pedro

“Volviéndose el Señor, fijó la mirada en Pedro” (Lc 22, 61). Medita también cómo
el Maestro, volviéndose de la justicia a la misericordia, miró divinamente a Pedro, su
querido discípulo, en la tercera vez, con mirada de gracia y piedad; pues la misericor­
dia incita a la conversión y es necesaria para ella. Esta conversión y mirada fue interior,
espiritual, no exterior y corporal. Porque el Señor estaba dentro en la sala del consejo,
arriba con los principales; y Pedro fuera en el atrio, abajo con el servicio; no podían
verse uno a otro con los ojos corporales.
Según San Agustín, la mirada divina a Pedro fue recordar cuántas veces había ne­
gado ya al Señor, y que el Señor se lo había predicho; y mirándole así misericordiosa­

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mente el Señor, él se arrepintió y lloró, como solemos decir: Señor, mírame; y le miró el
Señor, y así, sin peligro, fue librado por la divina misericordia. Y Pedro recordó la frase
de Jesús, que le había dicho: ‘Antes que cante el gallo, tres veces me negarás’. Este
recordar fue el comienzo de su conversión, porque, según el Crisóstomo, nada cura el
delito, como la memoria continua del Señor”.

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parte III: tercera semana
EL JUICIO ANTE PILATO

6. EL JUICIO ANTE PILATO (EE 293–295)

Ignacio, siguiendo a los tres evangelistas sinópticos, dedica tres contemplaciones al jui-
cio ante Pilato, intercalada por una sobre el juicio ante Herodes (EE 293–295). Las comento
aquí todas juntas, insistiendo en la historia y dando algunos textos de Ludolfo que nos ayu-
den a penetrar afectivamente lo que Jesús vive y padece.

La historia

Poncio Pilato fue procurador de Judea entre los años 25 o 26 hasta el 36 de nuestra era,
dependiendo del legado imperial de Siria. Según los historiadores antiguos, dejó fama de ser
cruel y abusador (Flavio Josefo) y Filón cita una carta del rey Agripa al emperador Calígula en
que describe sus crímenes y arbitrariedades.
Los historiadores debaten si él entregó a la muerte a Jesús movido por su crueldad y
dudosas ventajas políticas, o si lo hizo forzado por la insistencia de los dirigentes del pueblo.
En este caso las repetidas declaraciones de los evangelistas de que no encontraba causa para
condenarlo, habría que interpretarlas como escritas por motivos apologéticos de parte de los
evangelistas.
Las descripciones de crueldad de los historiadores, y el dato de Lucas 13, 1, de que Pilato
hubiese mezclado la sangre de los galileos con la sangre de los animales que ellos habían
ofrecido en sacrificio, permite pensar de él lo peor en el juicio de Jesús. Pero por otro lado
todas las fuentes bíblicas señalan sus dudas y vacilaciones en condenar a la muerte a Jesús.
Lo probable es que él era suficientemente astuto como para darse cuenta de las inten-
ciones de los sacerdotes y de la inocencia de Jesús, pero que le faltó carácter para hacer
justicia. Según el relato de Marcos, los sacerdotes acusaban a Jesús de pretender ser “el Rey
de los judíos” (Mc 15, 2), afirmación que Lucas amplía más: alborotar a la nación, no pagar
los impuestos romanos, proclamarse el Rey de los judíos (Lc 23, 2). Eran cargos de los que

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Pilato no podía desentenderse. Por eso preguntó a Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”. En
su pregunta Pilato enfatiza el pronombre “tú”, dando a entender su incredulidad al respecto,
producto del menosprecio con que miraba a Jesús. La respuesta fue enigmática: “Tú lo has
dicho”. Marcos y Mateo nos dicen que los sacerdotes insistían en sus acusaciones, pero que
Jesús callaba, cosa que movió a Pilato a urgirlo a que respondiera.
En el interrogatorio centra su atención en lo que lo preocupa: ¿será de verdad un rebelde
peligroso contra Roma? Se le acusa de declararse “rey de los judíos”, y esto merece la muerte
porque los reyes de los judíos no podían autoproclamarse ni ser nombrados por los mismos
judíos; eran nombrados por Roma. Aunque las respuestas de Jesús niegan la posibilidad de
violencia contra Roma, y aunque no lidera un movimiento de insurrección, sus afirmaciones
sobre “el Reino de Dios”, su crítica a los poderosos, su defensa de los humildes y oprimidos
del Imperio, su insistencia en que hay que convertirse, postulaban a un cambio de situación
que desautorizaba al emperador, a él como prefecto romano y al sumo sacerdote nombrado
por el prefecto romano.
Además, los jefes judíos le reiteran que es peligroso porque su prédica dice que Dios no
bendice el actual estado de cosas, que no hay que pagarle impuestos al César, y su entrada
triunfante en Jerusalén, pocos días antes, prueba que es peligroso. Se trata de un momento
complicado con la inmensa cantidad de peregrinos en torno a la fiesta de Pascua, por eso
hay que tener mucho cuidado, porque peligra la pax romana. Pilato, presionado por los jefes
judíos que le dicen que si no lo mata, está actuando contra el César romano, decide convertir
la ejecución de Jesús en un acto público que sirva de escarmiento para los que sueñan con
desafiar el imperio. La crucifixión pública de Jesús ante aquella inmensa muchedumbre de
judíos que vienen de todas partes era la mejor manera de espantar a los enemigos de Roma.
Así, los seguidores de Jesús, aterrorizados, se esconderán y desaparecerán. Mirado así, la
razón de su ejecución es que el “reino de Dios” proclamado por Jesús podía poner en peligro
todo el entramado social y político de Roma y del Templo.
El evangelista Juan dramatiza este encuentro de Jesús con Pilato, afirmando que Jesús
es Rey, pero no de este mundo (Jn 18, 33–38) y aporta un diálogo sorprendente entre Pilato,
representante del imperio más poderoso del mundo, y Jesús maniatado y acusado de ser un
delincuente que se presenta a sí mismo como “testigo de la verdad”. Pilato le pregunta: “¿Eres
tú el rey de los judíos?” Y la respuesta de Jesús es “Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera,

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parte III: tercera semana
EL JUICIO ANTE PILATO

mis seguidores hubieran luchado para impedir que yo fuera entregado a los judíos. Pero no, mi
reino no es de este mundo”. Su Reino no es de este mundo, no tiene fuerzas guerreras como
los otros reinos, sus seguidores no son legionarios que luchan sino “discípulos” que escuchan
su mensaje y se dedican, como él, a poner verdad, justicia y amor en este mundo.
Pilato insiste: “Entonces ¿tú eres rey?”. A lo que Jesús responde: “Tú lo dices, soy rey. Y
mi misión consiste en dar testimonio de la verdad. Yo para eso he nacido y para eso he venido
al mundo, para ser testigo de la verdad, todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Esta de-
claración suya a Pilato es como su Principio y Fundamento: “Yo para esto he nacido y venido
al mundo: para dar testimonio de la Verdad”.
El relato de Marcos, en cambio, es de una sobriedad impresionante, ya que se ciñe a
narrar los hechos desnudos. Por lo mismo, es muy elocuente. Marcos menciona que durante
la fiesta de la pascua era costumbre que el gobernador dejara libre un preso, el que la gente
pidiera. Había entre los presos un tal Barrabás, encarcelado con otros revolucionarios que
habían cometido un asesinato en una rebelión. Ante el pedido de la gente, Pilato les preguntó
si querrían que les liberara al “Rey de los judíos”. En uno de sus raros comentarios, Marcos
insinúa que Pilato dirigió esta pregunta a la turba, porque se daba cuenta de que los jefes
de los sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero la gente, azuzada por los sacerdo-
tes, pidió la libertad para Barrabás y que crucificara a Jesús (Mc 15, 10). Fue así como Pilato,
cobarde, llegó a la decisión de llevar a Jesús a la cruz. Por ironía de la historia, el nombre del
rebelde era “Jesús Barrabás”.
Los cuatro evangelios afirman que Pilato captó la envidia de los acusadores y como por
la fiesta de Pascua era costumbre liberar a un preso, les permitió que eligieran entre liberar a
Barrabás, un terrorista y asesino; o liberar a Jesús, “el llamado Mesías”. Curiosamente, Barra-
bás = bar abbá, significa “hijo del padre”… así como Jesús se declara Hijo del Padre cuando
habla de “mi Padre”. Y Barrabás era también una especie de figura mesiánica porque luchaba
para salvar a Israel de los romanos. Desde este punto de vista, se encuentran postulando a la
amnistía pascual dos interpretaciones de la esperanza mesiánica. Para los romanos, se trata de
dos delincuentes acusados del mismo delito: sublevación contra la Pax romana. Pilato prefiere
al no violento, pero la “multitud” movida por las autoridades del Templo prefiere a Barrabás.
“Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar” (Jn 19, 1). La flagelación era el castigo
que los romanos infligían como pena adjunta a la condena de muerte. Era un castigo terrible,

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

sangriento, que destrozaba el cuerpo de los delincuentes y los dejaba al borde de la muerte.
Y la coronación de espinas fue la expresión de la brutalidad de los soldados para burlarse del
que parecía estar arrogándose el título de rey: revistieron su cuerpo sangrante con un manto
color púrpura, el color imperial del poder terreno, y le pusieron una caña entre sus manos ata-
das como cetro de poder. Y le rindieron homenaje diciéndole: “Salve, rey de los judíos” y le
daban bofetadas que expresaban todo su desprecio (Mt 27, 28 sig; Mc 15, 17 sig; Jn 19, 2 sig).
Se convierte así en un “chivo expiatorio” y vive lo que anuncia Isaías 50 , 6–7 y 52, 13–53, 9
en los poemas 3° y 4° del Siervo de Jahvé: “Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus
cardenales hemos sido curados”.
El cambio notable de estado de ánimo de la gente de Jerusalén hacia Jesús, que fue
desde el estar encantados con sus palabras (Lc 19, 48) hasta gritar “¡crucifícalo! (Mc 15, 13),
se debió en parte a que Jesús, con su silencio y pasividad, les frustró sus expectativas mesiá-
nicas, y en parte a la incitación de sus jefes (Mc 15, 11). Como Judas, vieron que Jesús no tenía
intención de ser su caudillo liberador de la tiranía del imperio romano.

Texto de Ludolfo

“Pedro los acusará más tarde: ‘Vosotros negasteis al santo y al justo, y, en cam­
bio, pedisteis que os fuera indultado un asesino; matasteis al Autor de la vida’ (Hch 3,
14). ¡Qué gran injusticia y maldad, que para procurar la muerte de Cristo, pidieron el
indulto de un ladrón público, contra el bien público y la justicia, prefiriendo impíamen­
te la muerte a la vida, la oscuridad a la luz, el hijo del diablo al Hijo de Dios!”.

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parte III: tercera semana
DESDE PILATO HASTA LA CRUZ

7. DESDE PILATO HASTA LA CRUZ (ee 296)

Comenzamos ahora la Vía Dolorosa. La Crucifixión de Jesús es la fuente de nuestra sal-


vación. Por su Cruz, Muerte y Resurrección, Dios nos salva. Pedimos la gracia de hacernos
vulnerables a sus padecimientos: “dolor con Cristo doloroso…quebranto con Cristo quebran­
tado”. Esto nos saca de nosotros mismos y nos hace más capaces de sufrir con los demás, ser
más misericordiosos. Contemplando a Jesús cargado de dolores, dejémonos sanar con sus
heridas, como los pobres y enfermos sanan nuestros orgullos y presunciones.
Hemos de atender a los tres planos de la Pasión: lo que Jesús padece en el misterio que
contemplo; lo que él padece hoy en su Cuerpo, la Iglesia; y lo que padece en todos los hom-
bres y mujeres, hermanos suyos; y pensar que todo esto lo padece “por mí”: por mi culpa, por
mis pecados; por mi bien, por redimirme.
Jesús padece conectado con su Padre del cielo, como lo indica la oración de Getsemaní y
otros textos de la Escritura. La contemplación ignaciana es trinitaria desde la Encarnación (EE
101) y esto hemos de continuarlo en la Pasión. Fijemos la mirada del corazón en las personas
de la Santísima Trinidad, en lo que sienten, lo que hacen, lo que hablan o callan. Lo mismo en
María, Nuestra Señora.
Para Jesús la Pasión es, ante todo, el camino hacia su Padre, mediado por las decisiones
de los hombres en la historia. Va a la Pasión por su libre aceptación. Ha discernido seguir este
camino y no otro. Esto no quita que vaya con temor y angustia. Con voz fuerte y muchas lágri-
mas, pidió a Dios que lo liberara (Hb 5, 7–10); pero su oración terminaba siempre con que “no
se haga lo que yo quiero sino lo que quieres tú” (Mc¡ 14, 32–42). Jesús va solo, dejado de sus
amigos. Y va por mí: este camino de muerte lo acepta como el modo misterioso de trabajar
por el reinado de su Padre: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20).
¿Y el Padre? No es el Padre, somos nosotros los que llevamos a Jesús a la muerte. El
Padre sufre la Pasión de su Hijo con entrañas de misericordia. Sin necesidad de ser patripa-
siano, él se identifica con los dolores de su Hijo, como lo muestra la iconografía tradicional
de la Trinidad en la Cruz, que podemos ver en la iglesia de Santa María Novella, de Florencia,

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

y en algunas antiguas iglesias del norte de Chile. El Padre conforta a Jesús dándole el Espíritu
Santo para consumar su entrega (Heb. 9, 14).
¿Y la Madre, Nuestra Señora? Sigue de cerca. Está de pie junto a la Cruz. Se une al sacri-
ficio del Hijo. Recibe de Jesús a Juan y a todos nosotros como hijos. En ella y el grupito que la
rodea está naciendo la Iglesia.
Las narraciones bíblicas de la pasión se caracterizan por un sobrio realismo, que da una
pauta al que las contempla. Dan cuenta de los azotes, la corona de espinas, los salivazos, las
bofetadas, los soldados que lo visten de púrpura y lo saludan burlones, como al rey de los
judíos. Se dice todo, pero no se explayan las circunstancias para aumentar los horrores que
ahí suceden.

La historia

Lo llevan “fuera de la ciudad”. ¿Qué significado profundo hay detrás de esta afirma-
ción? El castigo de ser expulsado de la ciudad santa, Jerusalén, significaba ser expulsado del
Pueblo de Dios, el peor castigo para un judío. Y esto sólo se hacía con gente considerada pe-
ligrosa para la sociedad por culpas horribles e imperdonables. En esta situación se encontró
Jesús después de ser torturado, violentado y condenado tanto por el Sanedrín como por la
justicia romana ejercida por Pilato en nombre del emperador. Este ser ajusticiado “fuera de la
ciudad” era lo que se hacía con los traidores que eran expulsados del pueblo de Israel para
que su sangre impura no hiciera impura a toda la ciudad (Lev 24, 14; Números 15, 35 ss; He-
breos 13, 12). Esta expulsión era, desde este punto de vista, otra ofensa a Jesús y los suyos,
que se convertían en parias.
Era costumbre que el condenado llevase el patíbulo, el tramo horizontal de la cruz, y
Jesús lo hizo, como Juan lo narra (Jn 19, 17). Marcos refiere que los soldados obligaron a Si-
món de Cirene, un hombre que por ahí pasaba, a llevarlo, seguramente porque Jesús estaba
extenuado y no podía más (Mc 14, 21). Sin más comentario, Marcos dice que él era el padre
de Alejandro y Rufo, lo que hace pensar que éstos fueron figuras conocidas en la comunidad
cristiana. Pablo menciona a un cierto Rufo y lo presenta como un “elegido en el Señor”, y
alaba a su madre “que ha sido también una madre para él” (Rm 16, 13); y es posible, por su

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parte III: tercera semana
DESDE PILATO HASTA LA CRUZ

conexión con Roma, aunque no cierto, que este Rufo sea el hijo de Simón de Cirene. Es un
dato que abre esperanzas de futuro en medio de la crueldad de la Vía Dolorosa.
Lucas habla de mucha gente y muchas mujeres que lloraban y gritaban de tristeza por
él, a las que Jesús dijo, “Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y
por sus hijos” (Lc 22, 28), palabras que indican que Jesús sufría hasta el final por la suerte
de la ciudad.
Lo llevan a un lugar llamado “Gólgota”, situado a la salida de una de las puertas de Je-
rusalén. Era una cantera en forma de anfiteatro, en cuyas graderías había tumbas. Al medio
había una roca, de poca altura, donde se colocaban las cruces. Según una leyenda cristiana,
allí estaba enterrado Adán que, por querer ser como Dios, atrajo la muerte para sí mismo y
para todos sus descendientes.

Textos de Ludolfo

María sale al encuentro de su Hijo

Y, como la Madre triste y deshecha de angustia, no podía acercarse a él, ni verle,


por la muchedumbre del pueblo, fue rápidamente por otro camino más breve, de ata­
jo, con las que la acompañaban y Juan, para ir delante de los demás y poder aproxi­
marse a su Hijo. Y, fuera de la ciudad, donde se juntan dos caminos, lo tuvo delante,
y, viéndole así cargado con un madero tan grande, que no había visto antes, quedó
medio muerta y casi exánime por la angustia, y no pudo decirle palabra, ni el Señor a
ella, empujado con prisa por los que le llevaban.

Obligan a Simón de Cirene a llevar la cruz a cuestas

El Señor avanzó más adelante, tan fatigado y roto, tan debilitado por todo el su­
frimiento anterior, que marchaba con paso lento, ya no podía llevar la cruz; entonces
la dejó en el suelo para tomar una pausa y respirar. Ellos, sin piedad, no querían diferir
la muerte, temiendo que Pilato revocara la sentencia, pues había mostrado la volun­

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

tad de indultarlo; “encontraron a Simón Cireneo, llamado así por la ciudad de Cirene”,
de Libia, “–el padre de Alejandro y Rufo–”, discípulos del Señor, “que llegaba de la
granja”, de la labranza, a la ciudad y andando los encontró, “ y le obligaron a llevar a
cuestas su cruz”, la de Jesús, detrás de él, hasta el sitio de la crucifixión. No lo hacen
por compasión con Cristo, sino para llevarlo más rápido a ser crucificado.

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parte III: tercera semana
MISTERIOS DE CUANDO CRISTO ESTUVO EN LA CRUZ

8. MISTERIOS DE CUANDO CRISTO ESTUVO EN LA CRUZ (EE 297)

El hecho de la crucifixión es narrado escuetamente: “Entonces lo crucificaron” (Mc 14,


24). Marcos anota que fue a la hora tercia, que equivale a las nueve de la mañana. Conforme
a una piadosa costumbre judía le dieron a beber, como narcótico, vino mezclado con mirra,
pero Jesús lo rechazó, eligiendo estar consciente hasta el final. Los soldados, según era ha-
bitual, se repartieron entre sí la ropa de Jesús, lo que recordó, a los que narraron el hecho,
el Salmo 22, 18.
El tema del templo seguía siendo objeto central porque los que pasaban por el camino
se mofaban de él y lo insultaban: “¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a
levantar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz” (Mc 15, 29). Los jefes de los sacerdotes y los
maestros de la ley hacían sarcasmos de ese Mesías, Rey de Israel, diciéndole que se bajara
de la cruz porque así creerían en él (Mc 15, 32).
Y sobre el poste vertical de la cruz ponen la razón de su condena: “El Rey de los judíos”.
La inscripción despreciativa “El Rey de los judíos”, colocada sobre el travesaño de la cruz,
intenta de parte de Pilato burlarse de los judíos y no tanto del mismo Jesús. Juan dice que los
judíos le pidieron que la cambiase, cosa a la que él se negó con firmeza inusual: “Lo escrito,
escrito está” (Jn 19, 22).
Algunos hechos de la crucifixión evocaron antiguas profecías de los poemas del Siervo
de Yahvé de Isaías y del Salmo 22, y éstas colorearon esos hechos con mayores detalles, cosa
que se ve especialmente en el evangelio de Mateo.

Las siete palabras desde la cruz

Tres vienen del Evangelio de Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo, Ahí tienes a tu madre”, “Ten­
go sed”, “Todo está cumplido” (Jn 19, 26–30). Son palabras congruentes con la profundidad
teológica y espiritual de ese evangelio, y que dan claves para interpretarlo todo entero. La pala-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

bra “Todo está cumplido” es la culminación del deseo de Jesús de hacer la voluntad salvadora
del Padre y se completa en el gesto de inclinar la cabeza y entregar el espíritu (Jn 19, 30).
El evangelista Lucas aporta tres palabras. Muy característico suyo, la primera es pedir al
Padre que perdone a los que lo crucifican “porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). La pala-
bra al Buen Ladrón, “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43), y la oración final “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), provienen de una fuente especial de Lucas y
reflejan el lenguaje de las homilías que explaya la tradición primera.
Pero, sin duda, la palabra más desafiante de las siete es la que traen los evangelistas
Marcos y Mateo, pronunciada por Jesús a las tres de la tarde, después que las tinieblas
oscurecieran la tierra: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34, Mt
27, 45–46, que refiere al Salmo 22, 2). Expresa el sentimiento de completa desolación que
vive Jesús al sentir oscurecerse la distancia entre él, cargado con el pecado del mundo, y
Dios su Padre.
Algunos interpretaron el grito de Jesús “Eloí, Eloí…” como si estuviese llamando a Elías
para que lo salvara (Mc, 15, 35). Otro le acercó a los labios una esponja empapada en vinagre.
Pero Jesús, dando un fuerte grito, murió (Mc 15, 37). Es justo pensar que este grito de muerte
abrió los ojos al centurión romano para confesar que Jesús era en verdad “Hijo de Dios” (Mc
15, 39); o “un hombre justo” (Lc 23, 47), que puede ser más primitivo. La rasgadura del velo
del templo de arriba abajo está llena de sentido teológico, pues indica que el sistema antiguo
cesa y que la muerte de Cristo abre el camino a Dios.
Marcos completa el cuadro de la crucifixión diciendo que a cierta distancia, mirando de
lejos, estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, a
quien Mateo identifica como la madre de los hijos de Zebedeo (Mc 15, 40–41).

El abandono del Padre

Mucha gente piensa que hay unión cuando se da alegría y consolación. No ven la posibi-
lidad de una unión de amor en el sufrimiento. Por esto tantos esfuerzos espirituales no duran.
La Pasión de Jesús y su cruz son la escuela y la fuente de toda entrega y amor duraderos, ya
que en esta vida “sin dolor no se vive en el amor” (Kempis).

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parte III: tercera semana
MISTERIOS DE CUANDO CRISTO ESTUVO EN LA CRUZ

El abandono de Dios, “mi Dios” (Mc 15, 34), que vive Jesús en la cruz, revela su amor en
el momento de su máximo abajamiento; y manifiesta, al mismo tiempo, al Dios verdadero y
su amor misericordioso. Jesús en la cruz profiere la queja del abandono, pero es una queja
amorosa. El tono de queja no se aparta en nada del fiat de Getsemaní, lo especifica. Por eso
sus últimas palabras son: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46); y, en
el texto de Juan: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30). Así permanece fiel a su Padre hasta el fin.
Esta entrega total de su vida al Padre en la cruz es la fuente abundante de nuestra salva-
ción, expresada en la sed de Jesús (Jn 19, 28). El agua viva, que preanuncia a la samaritana,
es el Espíritu que fluye de su costado abierto a partir de su glorificación (Jn 7, 39). Jesús, al
morir, ofrece su vida a Dios por nosotros, sus hermanos: “El Padre me ama porque yo doy mi
vida” (Jn 10, 17). Esta vida abundante que él nos da, es el don del Espíritu Santo teñido para
siempre de los rasgos pascuales de muerte que da vida, y de vida que surge de la obediencia
amorosa hasta la muerte.
Así la cruz manifiesta la más profunda verdad de Dios, que es Trinidad de amor, de mi-
sericordia. Todo lo que hace Jesús, Palabra hecha carne, es revelar a su Padre. La muerte de
Cristo es soteriología epifánica (Inspirado en el artículo “Passion”, del Dictionaire de Spiri­
tualité, XII, cols. 316–317).

Textos de Ludolfo

María junto a la cruz del Hijo

“Dice el Crisóstomo: ‘En la Pasión de Cristo verás dos altares: uno en el pecho de
María, otro en la carne de Cristo. Cristo inmolaba la carne, santa María el alma. Ella
desea añadir sangre de su carne a la sangre del Hijo, y consumar el misterio de nuestra
redención con muerte corporal con el Señor Jesús; pero era privilegio del único sumo
sacerdote entrar con su sangre en el Santo de los Santos. Por eso ni la santa Virgen,
ni el ángel, ni hombre alguno pudo tener autoridad común en la restauración del hom­
bre. Pero, en esto, la piadosa Madre sufre muchísimo, porque lo que el Hijo soporta en
su cuerpo, ella lo sufre en su corazón’”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Encomienda su alma al Padre

“Antes de entregar el espíritu, concluyó el Señor su última palabra, la séptima,


cuando, ‘dando una gran voz, Jesús dijo: ¡Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu!’
(Lc 23, 46). Con esto quiso declararnos que desde entonces las almas de los santos
suben a las manos de Dios, pues antes todas las almas eran retenidas hasta que vi­
niera el que anunció a los presos la redención. Dice san Cirilo: ‘Esta voz enseña que las
almas de los santos a partir de entonces no quedan cerradas en el abismo como an­
tes; sino que están junto a Dios una vez que Cristo se hizo principio de esta realidad’.
Y san Atanasio: ‘Encomienda al Padre a todos los mortales vivificados por él, pues son
miembros suyos, según el apóstol: ‘Todos vosotros sois uno en Jesucristo’” (Ga 3, 28).

Toda la creación padece con Cristo que muere

Dice san Jerónimo: “Toda criatura se compadece con Cristo muriente: se oscurece
el sol, se conmueve la tierra, se quiebran las piedras, se divide el velo del templo, se
abren los sepulcros; sólo el hombre mísero no compadece, cuando Cristo padece sólo
por él”.

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parte III: tercera semana
LOS MISTERIOS DESDE LA CRUZ AL SEPULCRO

9. LOS MISTERIOS DESDE LA CRUZ AL SEPULCRO (EE 298)

Para entrar en el misterio de la Pasión y muerte de Jesús,


hemos de pedir con humildad, confianza y perseverancia la gracia
de “unirnos a Cristo de tal modo por el amor que nuestro corazón
entre en Él totalmente”. (Ludolfo, Vita Christi)

San Ignacio nos propone como último misterio lo que sucedió desde la cruz hasta el
sepulcro. Es una escena que para los sacerdotes es frecuente y casi rutinaria: un enfermo
crucificado en la UTI con toda clase de tubos y controles eléctricos, el momento de separarlo
de todo eso para que muera tranquilo, la espera del último aliento, el cerrarle los ojos y atarle
la mandíbula, cruzarle las manos, envolverlo en una sábana, llevarlo a la iglesia, la misa de
funeral y, por último, a la sepultura.
Jesús no ahorró para sí ninguno de estos pasos. Los suyos se encargaron de bajarlo (José
de Arimatea y Nicodemo), lavarlo, ungirlo y sepultarlo en una sábana con vendas. Vayamos
recorriendo uno por uno los pasos de este misterio.

La historia de la sepultura

Desde los tiempos más tempranos las confesiones de fe afirmaron que Jesús murió, fue
sepultado y que resucitó (1 Cor, 15, 3). Marcos indica que hubo que proceder con rapidez por-
que ese viernes ya estaba por acabarse y a la puesta del sol comenzaba el precepto sabático.
José de Arimatea, un miembro importante del Sanedrín, se hizo cargo de ir a Pilato a pedir el
cuerpo, cosa que él hizo después de asegurarse que Jesús ya había muerto. En jerga del de-
recho romano, donavit cadaver, “les dio el cadáver”, cosa que podía hacerse aunque lo más
practicado era dejar los cadáveres colgando en las cruces.
José compró una sábana de lino, bajó el cuerpo y lo envolvió en ella. Luego lo puso en
una tumba excavada en la roca, e hizo rodar una piedra grande para cerrarla. Los estudios
arqueológicos han mostrado que el montículo de la Calavera, donde Jesús había sido crucifi-

279
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

cado, estaba en medio de una pequeña cantera, con forma de estadio, y que en los escalones
de la cantera había tumbas. Allí enterraron a Jesús.
De los seguidores de Jesús sólo estaban presentes algunas mujeres, María Magdalena y Ma-
ría la madre de José, que miraban atentamente dónde lo ponían con la intención de volver pasado
el sábado a completar de perfumar el cuerpo de Jesús. Ninguno de los tres sinópticos habla de un-
girlo en el momento de sepultarlo. Sólo Juan lo hace (Jn 19, 39–40), diciendo que Nicodemo, el que
fue de noche a hablar con Jesús, compró treinta kilos de perfume, mezcla de mirra y áloe, empapan-
do las vendas con perfume, según la costumbre judía para enterrar a los muertos (Jn 19, 39–40).
Este es el resumen de la historia de la tradición más temprana: Jesús fue sepultado a
prisa por José y algunos otros que ayudaron, en una tumba excavada en la roca, unas muje-
res que observan todo cuidadosamente, y una gran piedra que rueda y cierra la entrada de la
tumba. Por esto decimos en el Credo que “fue crucificado, muerto y sepultado”.

Mirar a Jesús muerto

Antes del descendimiento para la sepultura, echemos con el corazón una larga mirada al Cal-
vario. Los tres ajusticiados todavía insepultos, Jesús con el corazón traspasado. Los ladrones con
las piernas rotas. Todos muertos sobre esa roca de la Calavera. Jesús al medio, colgando entre el
cielo y la tierra. Hilos de sangre coagulada bajan de su costado abierto en el silencio de la muerte.
¿Qué nos dice el Cristo muerto? Aparentemente nada, porque está muerto. Sin embargo,
la piedad popular ha sabido sacar mucho provecho y enseñanzas del contemplarlo callada-
mente colgando de la cruz o yacente sobre el suelo rocoso. No nos dice “cosas”, sino que nos
invita a que estemos en silencio junto a él, que le pongamos todas nuestras muertes. Las de
la vida, las del amor, las frustraciones, los dolores no suavizados.
El Cristo muerto nos dice que el Padre ha perdido a su Hijo, se le ha muerto, así como
tantos padres y madres en la tierra pierden a los suyos. Dios solidario con los padres y ma-
dres de los muertos en naufragio, violencia callejera, cáncer, guerras.
Pero no sólo está muerto el Hijo. El gran proyecto del Padre, el proyecto del Reino, al
estar muerto el Hijo, también ahí está muerto. Esto nos aclara el porqué en nuestra vida nues-
tros grandes sueños y proyectos también necesitan morir. Sólo desde la muerte sale vida.

280
parte III: tercera semana
LOS MISTERIOS DESDE LA CRUZ AL SEPULCRO

Miremos al resto de los presentes siguiendo el evangelio de Juan

–– Los soldados que cuidan el final de las ejecuciones, hechos a estas realidades terribles,
siempre funcionales, sin conmoverse, excepto el centurión romano.
–– El grupo fiel: La Madre, Magdalena, Juan, la Iglesia por nacer. Salomé, María madre de
Santiago: dolor contenido, preguntas sin respuestas…
–– José de Arimatea, sanedrita creyente de Jesús, y Nicodemo van a pedir el cuerpo para
darle sepultura; Pilato accede.
–– El descendimiento: respeto, amor, cuidado, veneración. San Ignacio hace notar que fue
quitado de la cruz “en presencia de su Madre dolorosa” (EE 298).
–– El lavarlo: agua, 30 kgs de un perfume mezcla de mirra y áloe, vendas, una sábana de
lino. El respeto con que lavan cada herida: ¡todo el cuerpo era una llaga! ¡Nuestro llama-
do a lavar las llagas de Cristo en la humanidad, en la Iglesia, en nosotros mismos!
–– Después lo envuelven en las vendas empapadas en el perfume. Perfume es el Espíritu
Santo, ¡que nos impele a ser santos hoy! Y lo cubren con la sábana mortuoria de lino.
–– El traslado de la cruz al sepulcro: Unos pocos metros. Sepulcro nuevo que pertenecía a
José de Arimatea. Lo depositan dentro.
–– Hacen girar la pesada piedra redonda que cae en una ranura y encierra el cuerpo de
Jesús.
–– Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea (Lc 8, 1–3) fueron, vieron
y observaron todo: “Cómo habían puesto el cuerpo” (Mc 15,47; Lc 23, 55). Volvieron a
casa para preparar perfumes y ungüentos para embalsamar, queriendo completar así lo
hecho por José y Nicodemo, que fue solo para sepultar. Ver a esas mujeres.
–– Fueron puestos guardias: la bajeza de los jefes de los sacerdotes y fariseos… Y fue se-
llada la piedra (Mt 27, 66).

281
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Actuar hoy el misterio

Pongámonos entre los amigos que bajan a Jesús de la Cruz, lo lavan, lo ungen, lo vendan,
lo sepultan y… vuelven después a sus casas. María va con Juan. Cada uno de estos pasos en
una u otra forma se repiten hoy con personas queridas y desconocidas; la unción del enfer-
mo, el acompañar al moribundo, el funeral... Busquemos su significado en Jesús.

–– No dejar de mirar y sentir lo que es para Jesús el estar muerto: el proyecto de Cristo, el
Reino de su Padre está muerto. ¡Reducido al silencio, a la no comunicación! El sheol es el
estado del silencio, oscuridad, no comunicación, sólo esperanza Sal.6, 4–5.
–– Y para el Padre: el silencio de su Hijo es amargo, es tristeza. Tres días en el lugar “de los
muertos con esperanza”.
–– Miremos al costado abierto: de él fluye la sangre y el agua,… el Espíritu y la Eucaristía,…
el Bautismo y la Iglesia. Pero la llaga del costado del Jesús muerto y sepultado nos
muestra por dónde tuvo que pasar el amor para hacerse fuente de vida.
–– El amor de Dios en la Cruz: ¡tomarlo, recibirlo, gozarlo, agradecerlo, bañarme, tocar con
él mis llagas!
–– Acompañar a Jesús, al Padre, a María en los diversos pasos de la Pasión.
–– Acompañémoslo en su Pasión en los hombres y mujeres de hoy día: guerras, traiciones,
sufrimientos.
–– Invitar a Jesús doliente a recorrer el camino de nuestros vía crucis personales: pecado,
debilidades, relaciones difíciles, esposo/as, hijo/as.
–– Puede ayudar leer un relato completo de la Pasión deteniéndome en aquellos misterios,
silencios, dolores, palabras que más me hablen, más me sirvan para sentir dolor con Cris-
to doloroso, con el Padre, con María Santísima, con la Iglesia, con los hombres de hoy.
–– Pedir mucho la gracia de Fil. 3, 10–11: “Quiero conocer a Cristo,… compartir sus padeci­
mientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección el triunfo sobre
la muerte”.
–– Rezar las Bienaventuranzas al pie de la Cruz.

282
parte III: tercera semana
LOS MISTERIOS DESDE LA CRUZ AL SEPULCRO

Textos del N. T. para entrar más en el misterio de la cruz

Hacer con ellos mantras, dirigirlos a la Cruz y repetirlos por el tercer modo de orar.
1 Cor 1, 23–24
Gal. 2, 19–21; 5, 24; 6, 14–16
Fil. 3, 10–11
Efes. 1, 7–8; 2, 18
Hebr. 5, 7–9; 7, 26–28; 9, 15–28
1 Pe 1, 18–19; 2, 19–20
1 Jn. 1, 7.

283
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

10. VIVIR EN EL CORAZÓN DE CRISTO

“Herido con la lanza su costado manó agua y sangre”


(EE 297, 3).

Los EE nos han hecho experimentar el amor y la cercanía de Dios: de él venimos, en él


vivimos, a él vamos. Somos caminantes hacia una Patria definitiva, la Jerusalén del Cielo.
La Trinidad nos crea, nos sostiene, nos nutre y nos espera como premio. En ella seremos
eternos.
La mirada al Corazón traspasado de Cristo nos recuerda la historia de amor del Dios
Trinidad hacia la humanidad.
El corazón de Cristo es el hogar donde convergen y se anudan todos los amores: el de
Dios a la humanidad, el de la humanidad a Dios, el de los hombres y mujeres entre sí, el de la
creación entera, que en él se rehace y se expande gloriosa.
Su corazón de carne nos remite a la encarnación: Dios envió a su Hijo, nacido de mujer.
Ese corazón de carne nos hace ver que lo más grande de Dios no es ser Espíritu impalpable e
infinito sino hacerse finito y palpable, …carne de nuestra carne.
Ese corazón traspasado nos señala la medida sin medida del amor del Padre y del Hijo:
“No hay mayor amor que el dar la vida por los que uno ama”.
La herida de la lanza muestra el terrible poder destructor del pecado: mata al hombre, a
todos los hombres, y al Hijo del Hombre. No sólo mata al hombre; sino al Hijo del Dios; y hiere
de muerte el corazón del Padre.
El agua y la sangre que brotan del corazón, nos hablan de vida y resurrección; de bautis-
mo, de Iglesia y de Eucaristía.
También nos habla del Espíritu, porque de ese corazón traspasado emana el Espíritu,
que nos amasa en la unidad de una sola Iglesia, comunidad de llamados, miembros vivos de
Cristo, nuestra cabeza; él abre caminos, que nos llevan al Padre.
El corazón de Cristo se nutre del amor misericordioso, infinito del Padre, que todo lo
sana, todo lo transforma, reconcilia lo opuesto y hace que podamos siempre esperar todo de
Dios: “Nada es para él imposible”.

284
parte III: tercera semana
VIVIR EN EL CORAZÓN DE CRISTO

El salmista exclamaba: “Señor, tú eres mi refugio y fortaleza”. Jesús nos dice: “Vengan
a mí todos los cansados de sus trabajos y cargas, y yo los descansaré… Aprendan de mí que
soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso” (Mt 11, 28–29).
Vivamos y encontremos alegría, fuerza y descanso —ríos de agua viva— en el corazón
de Cristo, fuente de Espíritu y puerta de acceso al Padre y a la comunidad de los hermanos
reunidos en una Iglesia.

El costado abierto de Jesús

“Padecer tan crudelísimamente” (196)


Ignacio presenta uno tras uno los sufrimientos de Jesús: traición de Judas, el cáliz de Getsema-
ní hasta sudar sangre, el desamparo de sus discípulos, el prendimiento, las negaciones de Pedro,
las burlas y golpes, las acusaciones falsas, la preferencia por Barrabás, el desprecio de Herodes;
los azotes, la corona de espinas, las bofetadas y burlas; …hasta la cruz y muerte entre dos ladrones.
Todos estos padecimientos están situados en la perspectiva del Reino: para entrar en la
gloria del Padre es preciso pasar injurias y vituperios (95, 98). Es “la voluntad de… entrar en
la gloria de mi Padre” lo que asume y da el sentido último a tan crueles padecimientos. La
expresión de esto en la pasión es: “Padre si se puede hacer, pase de mí este cáliz; con todo,
no se haga mi voluntad, sino la tuya” (290).
Esta oración nos permite penetrar en el nivel más profundo de la interioridad de Jesús:
su amor obediente y filial al Padre,… hasta el sudor de sangre,… hasta la muerte. Cada paso
doloroso de la pasión, toda palabra, toda herida, todo sufrimiento, hasta el último latido, y el
expirar mismo, están preñados de ese espíritu filial.

“Por mí”
San Ignacio es enfático en reiterar que “por mis pecados” (53, 193, 197),“por mí” (203),
Jesús padece todo lo que padece. En esta afirmación resuena la palabra de San Pablo: “Me
amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20).
No es un “por mí” acusador de culpas, sino perdonador de pecados. Nace del amor de
Cristo a nosotros, sus hermanos. Está señalando la fuerza y la profundidad del amor de Cris-

285
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

to. Si dar la vida por los amigos es grande señal de amor, ¿qué es darla para convertir a los
enemigos en amigos?
El “por mí” es el estímulo más fuerte para amar y seguir a Cristo y padecer por él:
“Considerar cómo todo esto padece por mis pecados, etc.; y qué debo yo hacer y padecer
por Él” (197).
El “por mí” es el fundamento último de la pobreza, vituperios, oprobios y menosprecios
del Llamado del Rey, las Dos Banderas y la Tercera manera de humildad (98, 146, 167).
El “por mí” es la causa de que el amor filial se tiñese del “padecer tan cruelmente” hasta
la muerte de cruz.
Las siete palabras de Jesús en cruz conducen al ejercitante a penetrar la insondable pro-
fundidad del “por mí” (297, 1°).
Ante este abismo de amor, Ignacio pone al ejercitante a contemplar a Cristo muerto, con
su costado herido por la lanza, de donde mana agua y sangre (297, 3°). Contemplando el
misterio del Corazón traspasado podemos hacer una repetición de toda la Pasión.
La lanzada no llega a Jesús porque está muerto. Pero sí penetra en María y los demás
fieles que la rodean al pie de la cruz. Es la espada predicha por Simeón. Es la Iglesia, no Jesús,
quien recibe la lanzada, como le dice a Saulo de Tarso la voz del cielo:“¿Por qué me persi­
gues?” (Hch 9, 4). Esto no se ha acabado, prosigue hoy día.
— Agua y sangre: Purificación y vida, Bautismo, Penitencia y Eucaristía, Espíritu.

Pasos a dar ante el Corazón traspasado:


–– Entrar por el costado abierto hasta el corazón, es decir, hasta el amor misericordioso de
Dios Padre (Lc 15).
–– Hacernos vulnerables al amor y al desamor.
–– Dejarnos sanar por el agua y la sangre que de allí manan.
–– El “Alma de Cristo” como síntesis de la devoción eucarística a Cristo con su costado
traspasado.

286
parte III: tercera semana
VIVIR EN EL CORAZÓN DE CRISTO

Textos de Ludolfo

Ludolfo contempla el costado abierto como entrada al corazón de Cristo “por la puerta
de su costado a su corazón”. Hablando de S. Agustín, dice:

“Agustín entró por esta herida como por una puerta de amor (quasi per ostium
amoris), cuando decía: ‘Longino, con su lanza, me abrió el costado de Cristo; entré,
y ahí descanso seguro. Los clavos y la lanza me están clamando que en verdad estoy
reconciliado con Cristo, si lo amo’” (29).

En seguida el cartujo exhorta al lector:

“Recuerda, hombre, qué amor tan excelente nos ha mostrado Cristo en la abertu­
ra de su costado, en que nos dio una entrada patente a su corazón”. “¡Que se apresure
pues el hombre a entrar al corazón de Cristo! Para ello recoja todo su amor y lo una
al amor divino (et couniat amori divino), rumiando en su mente las enseñanzas que
hemos visto de este misterio”.
“Por las llagas del cuerpo se manifiesta el misterio del corazón”, aquel gran sacra­
mento de piedad, que consiste en “las entrañas de misericordia de nuestro Dios, en
las que nos ha visitado una Luz de la altura” (Lc 1, 78).
“¡Las entrañas se muestran por las llagas! ¿En qué cosa resplandece con mayor claridad
que en tus llagas, que ‘tú, Señor, eres bueno, indulgente y rico en misericordia?’” (Sal 86,5).

El misterio del corazón es pues el amor misericordioso de Dios manifestado en el Cristo


traspasado y dador de vida: ostium vitae,“puerta de vida”.
Ludolfo lleva al contemplativo a pasar del costado al corazón; de lo externo y visible, al
amor fuerte y misericordioso de Dios, presente y actuante en Cristo Jesús.
Es de este amor escondido (arcanum cordis) de donde brota la Iglesia. Y la sangre y el
agua, sacramentos de la redención y del baño de ablución (Eucaristía y bautismo).
El contemplativo, con su mirada fija en el Traspasado del Calvario, está en realidad mi-
rando al Señor resucitado.

287
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

A los que lo reconocen por la fe les “muestra… el costado, del que hizo manar los miste­
rios de la redención, conservando Él sus llagas para sanar los corazones atormentados por la
duda”, llenándolos de su paz, alegría, gozo y amor a Dios y al prójimo.
En esta contemplación del costado abierto de Cristo no hay nada de inmovilismo; nada
de quedarnos fijos en una imagen inactiva y estática. Él sigue dando subsistencia y fecun-
didad a la entera creación. Él es la fuente del amor misericordioso, infinitamente activo, del
Padre. De él nos viene la redención. De allí brota la Iglesia y, con ella, los sacramentos de la
salvación. Él es la puerta de la vida, la entrada al amor eterno de Dios.

Vivir en el amor de Cristo

El contemplativo de la Pasión, muerto al mundo y al pecado, debe vivir traspasado con


Cristo por la más alta caridad (lanceari cum Christo, cuspide… caritatis), como Agustín, que
decía: “Atraviesa mi corazón con el dardo de tu amor, para que te pueda decir: estoy herido
de tu amor”.
Esto ha de conducir a querer conformar todo nuestro querer al querer divino; a aceptarlo
en todas y sobre todas las cosas. No puede ser de otra manera ya que “el corazón de Cristo
fue herido por nosotros con herida de amor”.

“El hombre debe basar en Dios y ordenar hacia él todos sus deseos por amor
a Cristo, con los pies crucificados, que quiere decir los afectos. Y debe ejercitarse
en las buenas obras y evitar el mal, por amor a Cristo, con las manos crucificadas,
que significa las obras. Y ha de conformar toda su voluntad a la divina, por amor de
aquella herida recibida en la cruz por el hombre, cuando un amor invencible perforó
su corazón”.

La contemplación del Cristo traspasado es capaz de mover nuestro corazón a la com-


pasión y al amor. Ludolfo —siguiendo a los santos Gregorio, Bernardo, Anselmo— invita a
buscar seguridad, protección y consuelo en las llagas del Salvador:

288
parte III: tercera semana
VIVIR EN EL CORAZÓN DE CRISTO

“El mundo ruge, el cuerpo me presiona, el diablo acecha: no caigo; estoy funda­
mentado sobre roca firme. Pequé gravemente, la conciencia está turbada: dejará de
estarlo al recordar las llagas del Señor. Porque ‘fue herido por nuestras iniquidades’
(Is 53,5). ¿Quién tan cerca de la muerte, que no se salve por la muerte de Cristo?”
(S. Bernardo).

289
PARTE IV

cuarta SEMANA
“Pedir lo que quiero, será aquí pedir
gracia para alegrarme y gozarme intensamente
de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE 221).

291
292
parte IV: Cuarta semana
EL DIOS DE LA ALEGRÍA

1. EL DIOS DE LA ALEGRÍA

Dios es el Dios de la vida, no de la muerte; de la vida abundante, no de la escasa y


mezquina; de la vida desbordante y ofrecida a todos, no de la vida encerrada en estrechos
círculos de élite; de la vida siempre en aumento, no de la que se estanca y se hace rutinaria;
de la vida eterna, no de una que desaparece. Por todo esto Dios es el Dios de la alegría.
Porque la alegría es el desbordarse del ser y repartirse a los demás. Es el gozo del ex–sistir,
del salir de sí para darse al otro, a los demás. Es el gozo del amar y ser amado. Es la fecun-
didad y el perfume del amor. Por lo mismo, ella tiene la última palabra y vence a la tristeza
y a la muerte.
¿De dónde nos viene la alegría? No nos viene del solo bienestar humano material ni de
nuestro equilibrio psicológico. Nos viene de un hecho muy puntual acaecido en la historia
pero que sobrepasa lo histórico. Nos viene de la resurrección de Jesús. Este será el tema de
esta Cuarta Semana. San Ignacio nos invita a pedir gracia “para alegrarme y gozar de tanta
gloria y gozo de Cristo nuestro Señor” (EE 221).
La liturgia de la Iglesia recoge este tema y lo profundiza durante los cincuenta días del
Tiempo Pascual. Dos notas recorren las oraciones y las lecturas del ciclo pascual: la alegría
y el realismo. Son dos regalos del Señor resucitado. Nacen del Espíritu que él nos da. Somos
llamados a vivirlos intensamente en nuestra vida de cristianos.
La liturgia pide al Señor “poder exultar siempre al vernos renovados y rejuvenecidos en el
espíritu”. Pide asimismo que “la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance nuestra
esperanza de resucitar gloriosamente”. La Iglesia se describe a sí misma como “exultante de
gozo”, participando de la alegría de la Resurrección del Hijo y caminando hacia “el gozo eterno”.

293
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

En otros textos es la palabra “gloria” la que expresa la alegría pascual. El salmo habla del
“brillo del rostro de Dios”,… de la “dicha y la luz de ese rostro”. El Resucitado se muestra en
medio de sus discípulos dándoles la paz y tanta alegría que quedaron atónitos y maravillados
(Lc 24, 40).
Esta alegría no es algo accidental sino fundamental en la vida de los cristianos: Si esta-
mos desganados, sin sentido, sin vibración,… nadie nos querrá creer que nuestro Señor es
un resucitado.
La alegría es la petición central de la Cuarta Semana de los EE. Es señal de que el Espíritu
Santo mora en nosotros… Que nos agranda en nuestro ser porque la alegría es intensificación
del ser, nos hace vivir en Dios, eleva nuestro ser frágil al nivel de la vida infinita de Dios.
El realismo del mundo material es el realismo “a lo divino”. Jesús se muestra, interactúa,
se hace tocar, pide de comer y prepara un desayuno. Sin duda, es la misma corporeidad del
nazareno crucificado, pero transfigurada ahora por la fuerza resucitadora del Espíritu. Este
realismo del mundo material pertenece al núcleo de la vida cristiana. La Iglesia tiene el rea-
lismo de los sacramentos, del prójimo, de la providencia manifestada en cosas palpables.
San Ignacio dedica una semana entera de los EE a obtener el fruto de “alegrarnos y go­
zarnos de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro Señor”. Y también a observar cómo Cristo
Resucitado consuela, su oficio de consolador.
A primera vista pensamos que alegrarnos es cosa fácil y que está en nuestra mano alcanzar-
lo. A esto nos conduce la publicidad de una cerveza o la sonrisa que nos invita a hacer un crucero
por el Caribe. Pero sabemos, por tristes experiencias, que la perfecta alegría se nos va de las
manos y de nuestro corazón. Es un don demasiado grande. Porque, finalmente, la alegría es Dios
mismo. Igual como decimos “Dios es amor”, hemos de decir “Dios es gozo y alegría perpetuas”.

La gracia en la historia: bases de nuestra fe en el Resucitado

Puede servir en este momento recordar los fundamentos en que se apoya la fe bíblica en
la resurrección de Jesús. Para ello me permito traer una página, notable por su precisión, de
un reconocido especialista inglés del Nuevo Testamento:

294
parte IV: Cuarta semana
EL DIOS DE LA ALEGRÍA

“Los relatos de las apariciones del Resucitado siempre guiarán vitalmente la fe


cristiana, pero no son la base primera de esa fe. Los argumentos históricos de la Re­
surrección son los que siempre lo han sido: el cambio inmenso en los primeros discí­
pulos producido por el conocimiento del Señor resucitado, la conversión y la vida del
apóstol San Pablo, y la existencia y la vida continuada de la Iglesia cristiana. Se une a
estos argumentos históricos la experiencia vivida de comunión con el Cristo resucita­
do que individualmente tiene cada cristiano.
Los argumentos de peso de la enseñanza de la Escritura los encontramos en la pre­
dicación primitiva que está en los primeros capítulos de los Hechos (2, 24.32; 3, 15; 4,
10; 5, 31) y en el testimonio de las Epístolas, especialmente en la de Pablo a los Corin­
tios (1 Cor 15). A partir del día de Pentecostés los primeros anunciadores proclamaron
que Dios había resucitado a Jesús, “y de ello todos nosotros somos testigos” (Hch 2,
32; 3, 15). “A Él —declaraban— Dios lo ha levantado y lo ha puesto a su derecha, y lo
ha hecho Guía y Salvador, para que Israel se vuelva a Dios y reciba el perdón de sus
pecados” (Hch 5, 31).
Pablo puso en el primer plano de su enseñanza el hecho que Cristo “fue declarado
ser el Hijo de Dios con poder, conforme al espíritu de santidad, por la resurrección
de los muertos” (Rm 1, 4). Y Pedro exultaba por la gran misericordia del Padre que
“nos hizo nacer de nuevo a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo”
(1 P 1, 3). La afirmación de 1 Cor 15, 3–7 es de origen litúrgico y anterior al mismo
Pablo, ya que tiene todas las señales de ser un trozo de un Credo cristiano primitivo y
que dista menos de 25 años de los hechos básicos allí narrados: “En primer lugar, les
he enseñado la misma tradición que yo recibí, a saber, que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día, también
según las Escrituras; y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apa­
reció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía,
aunque algunos ya han muerto. Después se apareció a Santiago, y luego a todos los
apóstoles”. “Por último, añade Pablo, se me apareció también a mí como a un niño
nacido anormalmente” (1 Cor 15, 8).
Pablo preguntó al rey Agripa: “¿Por qué no creen ustedes que Dios resucita a los
muertos?” (Hch 26, 8). A esta pregunta podemos responder que esto no es para nada

295
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

increíble como el clímax de la vida de Jesucristo; como él nos es presentado en los evan­
gelios, y como él fue descrito por los primeros predicadores. Todo el énfasis se puso en
el hecho de que Dios lo resucitó de los muertos y que él apareció a testigos escogidos.
La fe en la tumba vacía se dio desde el comienzo, probablemente por Pablo mismo,
pero no aparece como el tema de interés primero en la predicación más primitiva. De
la enseñanza de Pablo a los Corintios 15, 35–58 podemos inferir que el cuerpo de resu­
rrección del Señor estaba transformado, de manera que se hizo “un cuerpo espiritual”,
apto para ser el órgano de su vida resucitada. Concuerdan plenamente con esta idea
aquellos trozos de los evangelios que hablan de sus repentinas apariciones y parti­
das, aun estando las puertas cerradas (Jn 20, 19: Lc 24, 31).
Pero la naturaleza precisa del cuerpo, como el carácter de las mismas aparicio­
nes, son materia de piadosa especulación, dado que es tanto lo que nos queda ocul­
to. No se nos obliga ni a ignorar las dificultades de los relatos de la resurrección ni
a tratar de explicarlos. En lo que sí hay que insistir es que no son de primera impor­
tancia, puesto que la fe en el Cristo resucitado tiene mejores fundamentos. El Cristo
cuya historia hemos tratado de recordar, Hijo del hombre e Hijo de Dios, que creía
que su pasión era necesaria para la salvación de los hombres, es uno para quien la
muerte no podía ser el final. Como lo dijo Pedro con tanta verdad, “la muerte no
podía tenerlo dominado” (Hch 2, 24). Con no menor confianza, aunque sin saber
el cuándo ni el cómo, la Iglesia debe esperar su venida, respondiendo al desafío
“Arriba los corazones”, con la alegre respuesta, “Los tenemos levantados al Señor”.
(Vincent Taylor, The life and ministry of Jesús (1955), 226–228. Está en Google).

San Ignacio nos pide que en el contemplar o meditar tomemos “el fundamento verdade­
ro de la historia”, que “narremos fielmente la historia” del misterio (EE 2). Con la resurrección
de Cristo la historia adquiere un sentido mucho más amplio y profundo, que hemos de tener-
lo en cuenta. En la Cuarta Semana se nos pide “considerar cómo la Divinidad, que parecía
esconderse en la pasión, aparece y se manifiesta ahora tan milagrosamente en la santísima
resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos de ella” (EE 223).
Esta es una observación clave para entrar en los misterios del Cristo glorioso. Los efectos
verdaderos y santísimos de la resurrección son mucho más que lo que relatan las apariciones

296
parte IV: Cuarta semana
EL DIOS DE LA ALEGRÍA

acerca de lo que hace Jesús: se deja ver por las mujeres y discípulos, los acompaña en el ca-
mino hacia Emaús, entra a puertas cerradas en el cenáculo y come con ellos, los encuentra en
el lago de Galilea y desde allí los envía al mundo entero.
Los efectos verdaderos y santísimos de la resurrección arrancan de lo que hace el Padre
al resucitar a Jesús y sentarlo a su derecha, constituyéndolo “Hijo de Dios en poder”, “Espíri-
tu dador de vida”, “Señor del universo ante quién doblan la rodilla todos los seres”, “Nueva
criatura”, “Salvador”, “Juez universal”, “Cabeza de la Iglesia”, “Reconciliador de toda la crea-
ción”, “Dador de la Paz y del Amor”.
No hay nada más lejos de la resurrección de Jesús que reducirla a un retorno a la tierra en
la misma condición que tenía antes, al estilo del de Lázaro o el del hijo de la viuda de Naím.
Por la resurrección, Jesús, pasa de la condición de anonadamiento, kénosis, a la de Señor,
Kyrios,
´ término que el Antiguo Testamento reservaba al Dios de Israel.
Por este motivo en los relatos de las apariciones del Resucitado hemos de penetrar más
allá de las palabras y mirar hacia el corazón del misterio. Más que decirnos mucho de lo nue-
vo del Resucitado, los encuentros son para devolver a sus amigos la esperanza perdida, reu-
nirlos en la comunidad del Nuevo Israel y enviarlos en misión universal a perdonar y anunciar
la Buena Noticia de Dios en Cristo, que nos reconcilia para llegar a ser resucitados con él en
la Nueva Jerusalén.

Otras aclaraciones

Las apariciones de Jesús Resucitado nos llegan por los cuatro Evangelios mediante
la proclamación de los discípulos (cf. Hechos 1, 22; 2, 24–36; 3, 15; etc), las cartas de
San Pablo (Rom 1, 4; 4, 24–25; 6, 4.9–10; 1 Cor 15), y también otros escritos del Nuevo
Testamento (Heb 7, 25; 1 Pedro 1, 3.21; 3, 18.21–22; Ap 1, 5.18). Son trozos provenientes
de distintas tradiciones y, por ello, sería inútil buscar en ellos una perfecta sincronización
y coherencia temporal.
El término castellano “aparición” es muy débil para traducir el griego ófthe, forma dual
del verbo oráo, que indica que se da un encuentro y una interacción entre el Resucitado y
los discípulos. La palabra aparición es débil ya que acentúa lo visual, que nos puede hacer

297
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

pensar en el fenómeno de la alucinación. Por el contrario, se trata de una experiencia de en-


cuentro. “¿No ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”.
En los relatos de la experiencia del encuentro con Jesús Resucitado se da una estructura
básica común a todos ellos. Así, en la aparición a María Magdalena (cf. Jn 20, 11–18), a los
discípulos de Emaús (cf Lc 24, 13–35), a los discípulos encerrados en el cenáculo (cf. Jn 20,
19–29) y a los discípulos a orillas del lago Tiberíades (cf. Jn 21, 1–23) se atraviesa por las si-
guientes etapas:
+ Una situación humana de desesperanza, de tristeza, de miedo, de incredulidad. Mag-
dalena llora, los discípulos de Emaús están tristes, los apóstoles están llenos de mie-
do. Parecen esperar cualquier cosa, menos que Jesús se les muestre vivo. Así, las mu-
jeres que van a terminar de embalsamar el cuerpo, la Magdalena llorosa en el huerto,
los dos de Emaús, los once del cenáculo.
+ Jesús se hace presente en forma sorpresiva, no anunciado. Su presencia no es recono-
cida fácilmente. De hecho, los discípulos sienten miedo y tienen resistencia para creer.
Jesús toma la iniciativa y aparece, pero no es reconocido.
+ Jesús se presenta a sí mismo, revela su identidad. Interpela a las personas median-
te una pregunta: a Magdalena, ¿por qué lloras?; a los discípulos de Emaús, ¿de qué
discuten entre ustedes mientras van andando?; a los discípulos a orillas del lago de
Tiberíades, ¿tienen pescado? Entonces, es reconocido.
+ Las apariciones de Jesús son pascuales, en el sentido etimológico de la palabra “paso”,
porque se sitúan en el paso de Jesús a Su Padre. Esto es lo que cada aparición anun-
cia: ¿”No debía el Mesías padecer para así entrar en su gloria”? (a los de Emaús); y a
la Magdalena: “Subo a Mi Padre y el Padre de ustedes, a Mi Dios y el Dios de ustedes”
(Jn 20,18). Son pascuales en su profundidad misteriosa porque invitan a pasar de la
dimensión terrena, de abajo, a la dimensión divina, donde está Cristo con el Padre de
los cielos.
+ Las apariciones llenan a los discípulos de fuerza, consuelo, paz y alegría. Producen
en ellos una confirmación en la fe y la recuperación del sentido de la propia vida. En
palabras de Ignacio, el Resucitado ejerce el oficio de consolar y nos confiere la misión
de llevar a otros este consuelo y esperanza.
+ La aparición es rápida y lleva siempre a una misión, a un envío. El encuentro con el

298
parte IV: Cuarta semana
EL DIOS DE LA ALEGRÍA

Resucitado no se limita a ser una consolación para la persona a la que se le aparece.


Jesús da siempre a esa persona una misión: anunciar y compartir el gozo. A María
Magdalena le dice “vete donde los hermanos”; los discípulos de Emaús vuelven
a Jerusalén; a los discípulos encerrados en el cenáculo, “como el Padre me envió,
también Yo los envío”; a Pedro, a orillas del lago de Tiberíades, “apacienta a mis
ovejas”; sobre el monte les envía por todo el mundo a evangelizar, bautizar y hacer
discípulos.
Esta estructura de las apariciones es la misma que tienen los encuentros de Dios con
nosotros en las luces y consolaciones. Toda gracia es misión a ayudar a los demás, a llevar la
Palabra a otros.

299
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2. LA RESURRECCIÓN (EE 218–229; 299)

Ante Jesús muerto en la cruz hemos podido decirle al Padre que si él aceptó dolorido la
muerte de su Hijo, nosotros también queremos aceptar las muertes que nos sobrevengan en
la vida: la de nuestros proyectos, sueños y entusiasmos; las críticas e incomprensiones que
nos hieren; la muerte que sentimos cuando los seres más queridos —la familia, la Iglesia, la
Compañía— nos duelen; la disminución física y la partida de los seres queridos; la perspecti-
va siempre más cercana de nuestra propia muerte.
En la liturgia del Viernes Santo significamos esto con el gesto sencillo de ponernos
en fila e ir a besar los pies del crucificado. Es un beso a un muerto. Pero en realidad es un
beso a la vida, porque la cruz nos enseña que sobre la muerte y el mal triunfan el amor y
la vida.
Al terminar la Tercera semana nos sentimos agradecidos y sanados. Pero este sentimien-
to de gratitud y sanación es distinto de aquel de Primera Semana. Entonces nos sentíamos
pecadores perdonados y deseosos de hacer algo por Cristo (EE53). Las contemplaciones de
la Pasión nos han hecho dar un paso más: nos han conducido a identificarnos de tal manera
con Cristo, que no queramos mirar sino a él, pese a su rostro sangriento y desfigurado. Esto
significa salir mucho más de “nuestro propio amor, querer e interés”.
¿Queda aún algún paso más que dar? Sí. Pasar del “dolor con Cristo doloroso, quebranto
con Cristo quebrantado” (203) a “alegrarme de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor”
(221). Parecería que el alegrarse con Cristo es más fácil que el condolerse con él. Si esto fuese
el caso, la Cuarta Semana no nos haría dar un paso más alto en lo de “salir de nuestro propio
amor, querer e interés”.
Pero la verdad es que alegrarnos por la alegría del otro exige mucha renuncia de sí.
Explico: cuando siento dolor, mi corazón, aunque esté en paz, está apretado, constreñido;
en cierta medida, disminuido. En la alegría, en cambio, mi corazón se expande, se dilata; mi
ser aumenta por el Viento de la Vida que entra en mí y me empuja más allá de mí hacia los
demás, hacia el mundo entero, hacia Dios. Los filósofos dicen del ser que “es bueno” y que

300
parte IV: Cuarta semana
LA RESURRECCIÓN

esta bondad suya es lo que lo mueve a irradiar y difundirse a otros (ens est diffusivum sui),
comunicándoles con gozo su ser y su bondad.
La alegría nos unifica y nos hace crecer en nuestro ser y querer; nos abre a horizontes
más y más vastos; nos hace ser solidarios con todos. Es omniabarcante. Para que nosotros,
seres pequeños y mezquinos, lleguemos a gozarnos de “tanta alegría y gozo de Cristo nues­
tro Señor”, necesitamos salir mucho de nosotros mismos. Esto no se hace en un instante: es
un lento proceso sanante y vivificador que nos hace ser como Cristo: Vivir del y para el Padre
y los demás. De ahí que la unión contemplativa al Resucitado nos purifique tanto y nos haga
crecer en el amor.
Basta de estas reflexiones surgidas de la experiencia humana de la alegría. Lo grande de
los EE es que, sin ellas, por el puro hecho de ir acompañando en la contemplación a Cristo,
pedimos y vivimos este proceso de crecimiento divinizador.

Los Puntos

El punto de partida de la Resurrección es Jesús muerto en los infiernos; en el sheol, en


hebreo (EE 219). Está allí en la misma condición que todos los demás muertos de la historia
de la humanidad. Ef. 4, 10 nos dice que Jesús “hubo de descender hasta lo más profundo de
la tierra a fin de que, al ascender (= al resucitar) llenase todas las cosas”.
Ignacio nos hace asistir a este misterio al narrarnos la historia. Su “alma unida a la di-
vinidad” —es decir, toda su persona espíritu y materia— está allí junto con todos los otros
muertos del Seno de Abraham, que Ludolfo lo califica como “la condición de los muertos que
tienen esperanza”. Está callado, sin luz, incomunicado. No es ni siquiera notado por los otros
muertos. En el descenso a los infiernos el “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandona­
do?” alcanza su intensidad más radical.
Pero “al tercer día” el abandonado del Padre recibe la respuesta: “Hijo, no te he abandona-
do”. El Padre no resiste a que su Hijo amado, su Palabra, siga muda; y resucita a Jesús. La acción
del Padre mediante el toque del Espíritu dador de vida reanima al muerto y lo llena de luz, fuerza,
belleza y gloria. Las vendas quedan por el suelo porque es otra su corporeidad. Su luz ilumina el
sheol, se expande y todos los muertos resucitan (Hch 2, 32–39). Adán y Eva salen al encuentro

301
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

de Jesús. Les siguen los patriarcas, Moisés y los profetas. Entonan el canto a la vida que cantaba
Israel:“No me dejarás en el sepulcro, no abandonarás en la fosa a tu amigo fiel” (Sal 16, 10).

La Resurrección como encuentro con el Padre

En realidad, lo que más profundamente constituye la resurrección de Jesús es su exalta­


ción a la derecha del Padre. Por la fuerza del Espíritu, esa misma que lo ha llevado a en-
tregarse hasta la muerte, cargando con el pecado de todos los hombres (cristología de los
Hebreos), Jesús ahora es vivificado y encuentra a su Padre y ambos se abrazan. Tal es el
contenido de la cristología de exaltación que encontramos en los discursos kerygmáticos de
los Hechos de los Apóstoles (discursos de Pedro, de Esteban) y en otra serie de trozos de las
Cartas Paulinas (Fil 2, 5–11, como Rom. 1, 3–4, etc.). En realidad es el Padre el que resucita a
Jesús, tomándolo en sus brazos y llenándolo con su amor, el amor del Espíritu.
Tratemos de hacernos presente a ese encuentro. Es difícil hacerlo con la imaginación
visual, porque es inadecuada para eso. Pero quizás nos puedan servir algunos de los Salmos
de entronización (Salmos 149, 150). Con toda la Creación alabamos a Dios, por Jesús hecho
“Señor”, hecho “Cristo”, vale decir, ungido totalmente con el Espíritu, para repartir su Espíri-
tu a todos nosotros y a través nuestro a la creación entera.
Tratemos de entrar en la alegría del Padre: ¿Qué siente el Padre ante el Hijo que vuelve
a sus brazos? Siente el gozo del padre del hijo pródigo, porque recupera a su Hijo, que había
cargado con el pecado de todo el mundo, y que ahora vuelve victorioso, habiendo destruido
el pecado y la muerte (Lc 15). Siente que en su Hijo resucitado han culminado todas las alian-
zas que él había sellado a lo largo de los siglos con su Pueblo. Siente la satisfacción de que
ahora la humanidad tiene un camino y un puente firme para pasar al cielo. Más aún, ve cómo
junto con Jesucristo llegan a él todos los justos de la historia, sus hijos queridísimos, que
aguardaban este momento. Siente que se le va juntando la familia que hasta ese momento
estaba dispersa y desterrada de la Patria verdadera. Para ellos ha terminado el exilio y, con
el Buen Ladrón, son recibidos en la única y verdadera Tierra prometida. Al igual que se enter-
nece y goza abrazando a Jesús, su Hijo, el Padre empieza a saludar y abrazar uno por uno a
todos los que han llegado junto con él, que es el mayor entre muchos hermanos.

302
parte IV: Cuarta semana
LA RESURRECCIÓN

Y ¿qué siente ahora el Hijo, el que estuvo aplastado, pisoteado y experimentó la lejanía
y el abandono del Padre? ¿Qué siente en esta hora de su triunfo, cuando poco antes veía que
su pro­yecto del Reino terminaba en un fracaso? De nuevo, la parábola de Lucas 15 nos dice
algo de lo que siente Jesús resucitado al ser recibido en los brazos de su Padre. Se estremece
ante el corazón abierto del Padre que le extiende los brazos en acogida, siente el gozo del
regreso a casa, la alegría de la misión cumplida. La fuerza del Espíritu le posibilita una rela-
ción de intimidad mayor que antes con su Padre. Desde ahora será “Hijo de Dios en poder”
(Rm 1, 4). Pero no sólo para él, sino para darlo a los demás para salvar a todos sus hermanos.
¡Qué alegría siente Jesús! En su resurrección la tierra entra al cielo en la forma transfigurada
como las tres personas de la Trinidad la soñaron. Se cumple el anhelo de entronización me-
siánica esperado largamente por Israel (Sal 145–150).
Tratemos de entrar con el atrevimiento del corazón en ese encuentro y gocémonos en
él. Que esto encienda nuestra esperanza y aumente nuestro reconocimiento agradecido al
“Dios de todo consuelo” que en el Resucitado nos consuela en forma tan inimaginable (2
Cor 1, 3–7).

Textos de Ludolfo

La solemnidad de la Pascua y del domingo:

“La solemnidad de la Pascua es muy grande; supera a todas las demás. Todos los
domingos son octava de esta fiesta; en ella se proponen todos los signos de alegría.
La dignidad del día del Señor se muestra en esto: fue el día primero; no le precedió
la noche; como se dice, será el último de los días no le sucederá la noche; el cielo y
la tierra fueron creados en él; el ángel fue creado en él y en él se volvió a Dios; en él
se dieron los mandamientos a los hijos de Israel; en él nació Cristo; en él resucitó; en
él se dio el Espíritu Santo a los apóstoles; en él resucitaremos y seremos juzgados
todos; en él se continuará siempre alabando a Dios”.

303
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La palabra “aleluya”

“El mismo san Agustín, sobre la palabra “aleluya” que se usa en el tiempo pas­
cual, dice: “Cantemos sin cesar ‘aleluya’, que se traduce ‘Alabad al Señor’. Alabemos
al Señor, hermanos, con la vida, la lengua, el corazón y la boca, con las voces y las
costumbres. Dios quiere que se le diga aleluya, sin que haya discordia en el que ala­
ba. ¡Dichoso aleluya en el cielo, donde están el templo de Dios y los ángeles! Allí se
suma la concordia de los que alaban, ninguna ley en los miembros se opone a la ley
de la mente, ni hay disputa de codicia en que peligre la victoria de la caridad. Ahora,
hermanos, cantemos no como placer del descanso, sino como consuelo del trabajo.
Como cantan los que van de camino, tú también, canta y camina, y cantando consuela
el trabajo. No empereces; sino camina, y progresa en el bien. Canta y camina; no te
equivoques, no vuelvas, no te detengas”. Esto es de san Agustín”.

304
parte IV: Cuarta semana
EL RESUCITADO SE ENCUENTRA CON SU MADRE

3. EL RESUCITADO SE ENCUENTRA CON SU MADRE (EE 218–229)

El encuentro de Jesús con María es tradición viejísima en la Iglesia. Por esto Ignacio
ofrece como primera contemplación de la Cuarta Semana la aparición a Nuestra Señora. Pero
si miramos con atención el primer preámbulo en que sintetiza la historia, los EE nos hacen
recorrer por sus pasos el descenso de Jesús a los infiernos, la resurrección desde el sheol,
la liberación de los justos allí detenidos y, finalmente, la aparición “a su bendita Madre en
cuerpo y alma”.
En el capítulo anterior hemos seguido estos mismos pasos, pero antes del encuentro
con la Madre hemos interpuesto el encuentro del Padre con Jesús en el Espíritu Santo, en
lo que consiste lo nuclear de este misterio. En la época de Ignacio era difícil conciliar el en-
cuentro trinitario, tan fuertemente acentuado por el kerygma primitivo, con el relato de la
ascensión de Jesús a los cielos, = al Padre, que ocurrió después de 40 días, según el relato
de Lucas en los Hechos (1, 3).
Con esta clarificación, tomemos la contemplación del Resucitado visitando a su Madre
bendita. Más que de “aparición”, fenómeno de un fuerte énfasis en lo visual, el Nuevo Testa-
mento habla de “encuentros”. La fuerza de un encuentro va mucho más allá de lo sólo visual,
que podría prestarse, como de hecho sucedió (Lc 24, 22–23), a interpretar la cosa como me-
ras alucinaciones.
El encuentro con María no es “uno más” entre otros encuentros del Resucitado. Me pa-
rece que está “dentro del mismo misterio” de la resurrección. Ella mantuvo firme la espe-
ranza de que Dios intervendría a favor de su Hijo; y no fue al sepulcro con las otras Marías
a embalsamar a Jesús; ni corrió como los Apóstoles para saber si era verdad o no lo que las
mujeres decían. María permaneció firme en la fe y en una esperanza contra toda esperanza.
Sin quitarle su concreción corporal, este encuentro fue primeramente cosa interior. Fue el
reverberar del encuentro trinitario en el corazón creyente y esperanzado de la Madre. Es la
luz que iluminó a los justos del sheol, que vino de Jesús resucitado, y que relució en María,
llenándola de gozo y paz.

305
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

¿Qué pudo haber sentido Jesús y qué María en este encuentro? La Biblia nos ofrece algu-
nas posibles pistas, si es que tenemos la libertad para penetrar a fondo en ella.
Por parte de Jesús: “Ahora ha llegado mi hora” (Jn 17, 1). “¿No te dije que tenía que ocu­
parme de las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49). “Madre, soy tu hijo, pero tengo una multitud de
hermanos que tú tienes que cuidar” (Jn 17, 20; 19, 26). “Cuida a mis discípulos en espera de
la venida del Espíritu” (Hch 1, 14; Jn 17, 20). “Como en Caná, todo es y seguirá siendo cosa de
bodas y tú ocúpate de que no falte el vino” (Jn 2, 1–17; Apoc 12; 20–21). En el abrazo pascual,
con sentimientos semejantes a éstos, Jesús consolaba a su Madre, llenándola de alegría y de
fuerza para emprender su misión de Madre de la Iglesia (Jn 19, 26), consoladora de los afligidos.
Por parte de María: “Mi alma proclama la grandeza del Señor… Se alegra mi espíritu en
Dios, mi Salvador”(Lc 1, 46.47).“Hijo, ahora entiendo por qué lo hiciste así” (Lc 2, 48). El Mag-
nificat expresa los sentimientos post–pascuales de la Madre de Dios: “Desde ahora siempre
me llamarán dichosa”…, “el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas…”. Es lo que ella
siente en este encuentro con su hijo el Resucitado, ahora lleno de vida, revestido de gloria y
de poder.
Hagámonos presentes a este encuentro con nuestras palabras, con el silencio de admi-
ración y con el canto: “Alégrate Reina del cielo, Aleluya... porque el Señor de verdad resucitó,
Aleluya”.

Textos de Ludolfo: La primera aparición fue a María, la Madre:

“Estando la Señora orando y derramando dulces lágrimas, mira, de pronto viene


el Señor Jesús con vestidos blanquísimos de novedad de gloria y Resurrección, apare­
ciéndose hermoso, glorioso, gozoso, con rostro sereno y festivo a la Madre desolada.
Ella, adorando y alzándose le abraza con gozo; toda su angustia se convirtió en ale­
gría. Luego, sentándose a la vez, le miraba atentamente el rostro y las cicatrices, cui­
dando si toda pena había pasado, si todo dolor se había alejado de él. ¡Oh, qué gran
gozo llena a la Madre, mirando a su Hijo que ya no puede padecer, no sólo victorioso
en el futuro, sino que dominará a toda criatura con derecho perenne en el cielo y en la
tierra! Están y hablan entre sí con amor y gozo, alegrándose y siguiendo la Pascua. El

306
parte IV: Cuarta semana
EL RESUCITADO SE ENCUENTRA CON SU MADRE

Señor le cuenta cómo ha liberado a su pueblo del infierno, en ese triduo. Mira, pues,
la gran Pascua.
De esta aparición, en que se cree se apareció a la gloriosa Virgen antes que a los
demás, no se retiene nada en el Evangelio; la he puesto, y ante las demás, porque es
piadoso creerlo así, como se contiene con mayor amplitud en una leyenda sobre la
Resurrección. Era digno que visitara a su Madre antes que a los demás, y la alegrara
con su Resurrección, pues ella le amó más, tenía mayor deseo de su amor, sufrió más
por su muerte y, afligida, esperó su Resurrección”.

Oración final

“¡Oh María, Madre de Dios, Virgen llena de gracia, consoladora de todos los de­
solados que claman a ti! Por la alegría grande con que fuiste consolada, al conocer
que el Señor Jesús había resucitado de entre los muertos impasible al tercer día, sé
consoladora de mi alma. Ayúdame ante este Hijo tuyo e Hijo de Dios unigénito en el
último día, cuando resucite en alma y cuerpo y tenga que dar cuenta de mis actos;
que por ti, piadosa Madre y Virgen, libre de la condenación llegue felizmente, con los
elegidos de Dios, a las alegrías eternas. Amén”.

307
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

4. OTROS ASPECTOS DE LA RESURRECCIÓN

La Resurrección como perdón

Quiero hablarles sobre Cristo Resucitado desde la perspectiva del perdón. Jesús muere
perdonando a los que lo ofenden. Por esto, recibe el amor pleno y resucitador del Padre. La
Resurrección es el misterio de la vida que viene del perdón. De la ofensa, que lleva a la muer-
te, renace la Vida. Porque Dios es así: él es amor, y muestra su amor en el grado más alto,
cuando nos revive en su misericordia.

Nuestras alegrías como resurrección

Siempre decimos que vivimos en el misterio Pascual. Caer en la cuenta de esto nos lleva
a creer que nuestras alegrías son resurrecciones. Tal descubrimiento es un paso espiritual
muy importante. Pero no basta sentirlo. Hemos de procurar vivenciar la relación entre nues-
tras alegrías y triunfos y Jesús, el Resucitado. Las alegrías son resurrecciones, pero que vie-
nen del Resucitado. Es importante esa vinculación a la persona de Cristo y cultivarla siempre.

Alegrarnos de Cristo

Un paso ulterior en el amor cristiano pide que, con desinterés creciente, sepamos ale-
grarnos del gozo que experimenta Cristo Jesús al pasar de la muerte a la resurrección. Esto
es “salir de nosotros mismos”. Pero a la vez hará que nos abramos más para que ese gozo de
Cristo revierta sobre nosotros, pase a ser nuestro y lo llevemos a los demás.

308
parte IV: Cuarta semana
OTROS ASPECTOS DE LA RESURRECCIÓN

Ver a Jesús como Consolador

Meditemos en el oficio de Consolador del Resucitado. A los discípulos les lleva alegría y paz:
“La paz sea con vosotros”; “no tengan mie­do”. Al resucitar Jesús, por el poder del Espíritu conso-
lador, se convierte él mismo en dador del Espíritu y, de este modo, es el Con­solador por excelencia.
Los que vivimos en Cristo tenemos esa función de consolar. Consolar al que se siente
vacío, al triste, al que ha perdido a alguien o algo muy importante en su vida. El mundo ne-
cesita mucho consuelo, pero consuelo en profundidad. Hay demasiado “consuelo burbuja”,
“consuelo efervescente”. Basta ver la publicidad de los diarios y de la televisión.
El consuelo hondo proviene de la fe, de la esperanza, del amor, del vivir en paz profun-
da. ¡Ojalá se nos pegue el oficio de Cristo de conso­lar para poder ser portadores de alegría!
Porque la alegría es una gracia muy grande. “Es pecado estar triste”, dice Neruda, lo que es
una verdad muy honda. Es pecado vivir insatisfecho, deprimido, disconforme. “La voluntad
de Dios ha de ser nuestra paz” (Dante).

La Resurrección como salvación de los justos

Ya hemos tratado de la Resurrección como encuentro con el Padre y con María. Nos que-
da desarrollar más la resurrección en cuanto toca a los que habían muerto antes de Cristo y
esperaban la salvación en el infierno de los justos, (el sheol); las apariciones a los discípulos;
y la resurrección en la Iglesia de los Hechos y hoy día. Dedicamos algunas reflexiones sobre
cada una de estas tres facetas de la resurrección.
La resurrección tiene un aspecto que afirma­mos en el Credo, cuando decimos: “descen-
dió a los infiernos”. Expresa algo muy rico pero poco conocido, y tenemos miedo de predicar-
lo. Es una lástima que no aprovechemos más el contenido de este misterio.
San Pablo dice: “El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, con
el fin de abarcar el universo entero” (Ef 4, 10). Al descender a los infiernos Jesús lleva la salva-
ción a todos los que, en la fe esperaban este momento, que se formase el cuerpo resucitado
del Cristo Salvador. Porque sólo la humanidad del Salva­dor resucitado es el camino del acce-
so definitivo a Dios.

309
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Tienen lugar ahí esos encuentros de que nos hablan algunos sermones pascuales de la
liturgia de las horas: el encuentro de Jesús con Adán y Eva, con Abraham, con Moisés nues-
tros padres en la fe. Jesús retoma desde el comienzo la historia de las vidas de sus hermanos
para llevarles la alegría.
En una iglesia muy chica, en Suiza, me encontré una serie de pinturas catequéticas an-
tiguas —del siglo XV, XVI— todas con temas marianos. Uno de los temas es la nueva Eva
y la antigua Eva. Eva viene con Adán a recibir a Jesús resucitado. Vienen muy sonrientes,
completa­mente desnudos y sin avergonzarse y Eva trae una manzana, también resucitada...
La manzana, por el Cristo resucitado, perdió el poder de conde­nar. Esa pintura contiene una
intuición profunda: cómo Cristo retoma todo, sana todo, quita los miedos: a las desnudeces
y a la cercanía de Dios; y la manzana se hace sana.
El misterio del descenso a los infiernos afirma también la universalidad de la salvación
de Cristo. Se extiende a todos los hombres de todos los tiempos, los de antes que él, los de
su tiempo y los de después de él. El texto clásico de este misterio es 1 Pedro 3,18–22; 4,1–6.

Las apariciones a los discípulos

Jesús sale al encuentro de las mujeres, de María Magdalena, de Pedro, de los discípulos de
Emaús, de los Once. Les quita el temor, les da la paz, confía a los Once la plenitud del Ministerio.
Veamos los elementos comunes a estos relatos. El elemento de sor­presa. Viene súbita-
mente. No es a fuerza de trabajo humano que Jesús se aparece sino más bien contra las ex-
pectativas y las previsiones humanas. Viene porque es bueno y quiere a sus amigos. También
produce miedo esa sorpresa. Pero Jesús quita el miedo ¡Paz! Y sobreviene el gozo.
El gozo lleva a la misión. Todos los encuentros con el Resucitado impulsan a una misión
para ir a servir: A las mujeres les ordena: “Vayan y díganle a Pedro y a los demás”. A los
discípulos les dice: “Vayan por todo el mundo a predicar”. Sin embargo, lo que más profun­
damente constituye la resurrección de Jesús es su exaltación a la derecha del Padre. Por la
fuerza del Espíritu, esa misma que lo ha llevado a entregarse hasta la muerte cargando con
el pecado de todos los hombres (Hebreos), Jesús ahora es vivificado y encuentra a su Padre
y ambos se abrazan.

310
parte IV: Cuarta semana
OTROS ASPECTOS DE LA RESURRECCIÓN

Cristo resucitado en la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles y cómo resucita en


la Iglesia hoy día

Los Hechos de los Apóstoles son la continuación del Evangelio de Lucas. Todo lo que
le pasó a Jesús en el Evangelio, lo vivirá la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles: Jesús de
niño “crecía en edad, sabiduría y gracia”, también la comunidad primitiva crece en número,
sabidu­ría y gracia; en el nacimiento de Jesús hubo una gran alegría: la difusión de las comu-
nidades nacientes va acompañada de una gran alegría.

La fe que trae el Espíritu

Los Apóstoles reunidos con María y los demás discípulos esperan el Espíritu Santo, que
los llenará del gozo del Resucitado y los esparcirá por todo el mundo a anunciar esto. Tam-
bién ahora el Espíritu nos rejuvenece, dándonos su consolación, que nos afirma más en Dios
nuestro Señor. Creo que la Iglesia, con el Papa Francisco, está entrando en un tiempo de
consolación espiritual, que hemos de profundizarlo y cuidarlo, para que no se nos diluya por
autocomplacencia, o por descuido, o por no saber traspasarla a otros.

El valor profético

En la Iglesia de los Hechos destaca el valor de Pedro para anunciar la resurrección. Me


hace pensar hoy día en el valor profético del Papa Francisco, que habla y llama a salir a las ca-
lles a anunciar la noticia portentosa del Resucitado por Dios, que sigue sucediendo hoy. Es la
fuerza del Espíritu del Resu­citado que se continúa en la Iglesia. En muchos laicos, sacerdotes,
religiosos y obispos. El siglo XX ha sido y sigue siendo el tiempo de los mártires. Ciertamente,
los del martirio cruento, ¡pero hay tantos otros mártires!

311
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Conversiones a la fe

La predicación de los Apóstoles suscitó numerosas conversiones (Hech 2, 37–41). De


todas partes venían a escucharlo y abrazaban la fe. También en la Iglesia hoy día hay muchas
conversiones. Las conversiones al cristianismo en el mundo aca­démico de la Europa occiden-
tal son numerosas. También en los países de la Europa oriental. existe un fuerte interés por
la fe cristiana.
Las conversiones en la India son abundantes, sobre todo entre los tribales, que eran la
raza originaria, antes que llegaran los indo–europeos. Poseen gran vitalidad religiosa, que se
expresa en muchas y diversas obras. Podemos decir otro tanto de muchos otros países de
Asia y África, que viven un verdadero Pentecostés.

Las comunidades del Reino

La vida del Resucitado genera numerosas pequeñas comunidades. En ellas se escucha


la enseñanza de los Apóstoles, se vive la koinonía, se celebra la fracción del pan, se reza en
común. Todos están unidos, los bienes son de todos y cada uno recibe según su necesidad.
Se distin­guen por la alegría, la oración y la sencillez de corazón. Alaban a Dios y ganan la
simpatía de todos, creciendo los miembros cada día. El relato del libro de los Hechos tal
vez sea un poco idealizado, pero quiere expresar lo que produjo en ellos la fuerza del Re-
sucitado.
También hoy tenemos en la Iglesia un tejido reticular inmenso de comunidades de todo
orden, de acuerdo a necesidad geográfica, según una función o un tipo de servicio, comuni-
dades dentro de movimientos de laicos, comunidades religiosas, comunidades sacerdotales.
Lo comu­nitario está en auge y expansión en la Iglesia. Es efecto de la resurrección el que
queramos aunarnos para vivir y celebrar el misterio de Cristo. La no resurrección lleva a la dis-
persión, al aislamiento, al encerramiento. En cambio la resurrección agrupa, para participar,
para vivir la koinonía y la alegría del Resucitado.

312
parte IV: Cuarta semana
OTROS ASPECTOS DE LA RESURRECCIÓN

La mujer en la Iglesia

En la Iglesia de los Hechos aparecen varias mujeres notables, como Tabitá (Hech 9, 36),
que era sumamente activa, fervorosa, caritativa; como Lidia, la vendedora de púrpura (Hech
16, 14–15); como Priscila, la mujer de Aquila (Hech 18, 26). Dada la posición por lo general
deprimida de la mujer en aquella época, este es un signo notable del Espíritu: “ya no hay
división entre hombre y mujer”. Hoy día se busca un reconocimiento más hondo de la mujer
como persona con todos sus derechos y deberes. Se acusa y se trata de extirpar el machismo
que tanto daño ha hecho y todavía hace. Por otro lado, vemos que hay en la Iglesia tantas
mujeres notables, que se lanzan en una serie de movimientos muy audaces y que llevan la fe
y la transmiten de una generación a otra.
Todo el mundo habla de la Madre Teresa, que es la más conocida, pero no es la única.
Son miles y miles las que hacen lo mismo en todas partes. Este es otro signo de la fuerza del
Resucitado, que quiere dar ese tono femenino a la vida de la Iglesia.

Las tensiones intraeclesiales

Los Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, describe la tensión entre Pedro y Pablo. Se
dijeron cosas con mucha franqueza y así llegaron a una solución que produjo armonía y que
permitió abrir las fronteras de la Iglesia a los gentiles.
Las actuales tensiones en la Iglesia se deben mirar como problemas no resueltos que
buscan una solución. La Conferencia de Obispos de Aparecida las ha reconocido. El Papa
Francisco, muy presente en el desarrollo de esa conferencia, habla con franqueza de las debi-
lidades y tensiones de la Iglesia universal y desenmascara los conatos de las décadas pasa-
das por frenar el movimiento del Vaticano II.
Estas tensiones existen. Si tenemos fe en el Resucitado, podemos mirarlas como tensio-
nes creadoras, tensiones que pueden producir una intensificación de la vida, mayor paz, gozo
y dinamismo misionero.

313
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

5. APARICIÓN A LAS TRES MARÍAS (EE 300–301), A MAGDALENA


(EE 301; Jn 20, 10–18), A PEDRO (EE 302; Lc 24, 12.34)

Las mujeres que van al sepulcro (EE 300) (Mc 16)

¿Quiénes son estas mujeres? Las que desde Galilea seguían a Jesús (Lc 8, 1–3). La
Magdalena es la que Jesús había curado de siete demonios, es decir, de sus enfermedades.
No es ni la pecadora de la casa de Simón ni tampoco la hermana de Lázaro. Existe una
leyenda, que va hasta San Juan Crisóstomo y que la mencionan Santo Tomás de Aquino,
Ludolfo y otros, de que Magdalena había sido la novia de Caná, que junto con su esposo
Juan, el discípulo amado, renunciando a formar un hogar, se hicieron discípulos itinerantes
de Jesús. Suena a promoción vocacional, pero va en un sentido muy hondo del mensaje de
Jesús, que pide a los discípulos un amor a él más fuerte que el amor al padre, la madre y la
mujer (Lc 14, 25–28).
¿Quién nos quitará la piedra?: Símbolo del paso de la desesperanza a la fe. Sólo Dios,
representado por el ángel, puede quitar las desesperanzas y miedos que nos aplastan como
una enorme piedra.
¡No se asusten!, las tranquiliza el ángel. Formulación de un criterio fundamental del ca-
mino espiritual: los miedos no son de Dios.
El kerigma o la proclama primera de la fe cristiana: “¡Ha resucitado,… No está aquí!”.
Misión: Vayan y digan a los discípulos y a Pedro: “El va a Galilea para reunirlos de nuevo;
allí lo verán tal como les dijo”.

Textos de Ludolfo

“Dice el Crisóstomo: “¿Por qué vino el ángel y corrió la piedra después de la Re­
surrección? Por las mujeres. Retiró la piedra, le ven a él en el sepulcro, y el sepulcro
vacío sin el cuerpo, para que crean que resucitó”. Y san Beda: “El ángel hizo rodar la

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parte IV: Cuarta semana
encuentros y envíos

encuentros y envíos

piedra, no para abrir la puerta al Señor cuando saliera, sino para que, salido ya, diera
una señal a los hombres”.
El Señor precedió a los discípulos a Galilea. “Y sigue enseguida: “Marchad aprisa y
decid a sus discípulos: Resucitó de entre los muertos; y, mirad, va delante de vosotros a
Galilea: allí lo veréis. Es mi mensaje” (Mt 28, 7); por tanto, seguidlo allá. Como si dijera: no
podéis tener esta alegría en lo oculto del corazón, sino dadlo a conocer a los que lo aman”.

María Magdalena (Jn 20, 11–18)

En el capítulo 20 del Evangelio según Sn Juan encontramos una narración que refleja
nuestra experiencia diaria de fe. (cf Jn 20, 1–18).María Magdalena va al sepulcro para visitar al
Jesús muerto. Al acercarse se da cuenta de que alguien había quitado la piedra del sepulcro.
Entonces, se echa a correr para informar a Pedro y Juan. Les dice: “Se han llevado del sepulcro
al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (Jn 20, 1–2).
María Magdalena va a visitar la tumba de Jesús, que la había sanado y, tras eso, ella
dedicó su vida a acompañarlo y servirlo (Lc 8, 2; Mt 27, 56). No cabe la menor duda que la
Magdalena quiso a Jesús. Su enfermedad pública la marginaba socialmente, y religiosamente
estaba señalada como pecadora porque en los tiempos de Jesús el enfermo era tenido por los
demás como pecador. Sin embargo, Jesús la acoge y la acepta en su compañía. La sana y no
tiene vergüenza de que lo acompañe.
No obstante, esa mujer va a visitar a Jesús muerto, a un cadáver. Tanto es así, que al no
encontrar su cuerpo en el sepulcro, lo único que se le ocurre es afirmar que se lo han llevado
del sepulcro; es decir, que han robado el cuerpo de Jesús, su Señor. La reacción de la Magda-
lena es de profunda tristeza. Se queda llorando junto al sepulcro (11).
De repente, “ve dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de
donde había estado el cuerpo de Jesús” (12). Los ángeles le preguntan por qué está lloran-
do. Ella contesta: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto” (13). Un hombre
se le acerca y le pregunta de nuevo por qué está llorando y a quién busca. Ella piensa que
es el encargado del huerto, el jardinero, y lo desafía:“Si tú le has llevado, dime dónde le
has puesto y yo me lo llevaré”. La Magdalena sigue buscando al muerto.

315
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El hombre pronuncia su nombre: “María” (16). En ese momento ella lo reconoce y lo lla-
ma “Rabbuní”, es decir “Maestro”. María buscaba entre los muertos a Aquel que estaba vivo.
Sin embargo, reconoce a Jesús en el instante en que él pronuncia su nombre.
El amor de la Magdalena por Jesús la empujó a buscar entre los muertos; pero su fe en
Dios la hizo reconocer la presencia divina en Jesús. El hombre Jesús era el mismo Dios hecho
hombre. El amor la conduce a la fe.
Jesús pronuncia su nombre: “María”. Detrás de este pequeño nombre, pero tan signifi-
cativo y única palabra pronunciada por Jesús, la Magdalena ve resumida toda su vida y se le
abre el entendimiento. En ese instante reconoce el sentido de su vida; los hechos no cam-
bian, pero el significado profundo de ellos cobra una dimensión nueva.

La mujer como receptora y anunciadora del Evangelio:

 La fe que recibimos de nuestras madres.


 El trabajo de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad
 El aporte de lo femenino en todo orden de relaciones sociales, religiosas, empresaria-
les, políticas y culturales.

Jesús consuela y nos envía a consolar: el oficio de consolador es inherente a nuestra


vocación de cristianos y testigos de la Resurrección.

Textos de Ludolfo

Fervor y lágrimas de María Magdalena

Orígenes: “Hemos oído, hermanos, a María en pie junto al monumento, fuera;


la hemos oído llorando. El amor la hacía estar, el dolor la obligaba a llorar. Esta­
ba y miraba en torno por si veía al que buscaba. Se le renovaba el dolor; al que
primero lloraba difunto, ahora le llora robado. Y este dolor era mayor, porque no
tenía ya ningún consuelo. La primera causa del dolor era que había perdido al que

316
parte IV: Cuarta semana
encuentros y envíos

encuentros y envíos

vivía, pero de este dolor tenía algún consuelo porque veía que quedaba muerto;
pero ahora no se podía consolar de este dolor porque no encontraba tampoco el
cuerpo. Temía que el amor de su Maestro se enfriara en su pecho, pues viéndolo
se enfervorizaba.
“Había perdido a su Maestro, al que amaba tan singularmente que no podría amar
o esperar nada fuera de él. Había perdido la vida de su alma, pensaba que para ella
ya era mejor morir que vivir; porque, quizá muriendo, podría encontrar al que ya no
podía viviendo. Fuerte como la muerte el amor, ¿qué otra cosa haría ya en María? Ha­
bía quedado exánime, había quedado insensible. Sintiendo no sentía, viendo no veía,
oyendo no oía; ni estaba donde estaba, porque estaba toda donde estaba su Maestro,
del que, con todo, no sabía dónde estaba”. Esto es de Orígenes.

Aparición a Pedro (EE 302; Jn 20, 1–10)

•• Evocar el llamado de Cefas, su vida con el Maestro, su temperamento, las negaciones


•• Especial cuidado de Jesús por Pedro
•• “Salieron y fueron corriendo al sepulcro”. Esta escena puede ser interpretada como la
carrera entre el carisma y el ministerio: el carisma corre más rápido, pero deja el puesto
al ministerio para que entre primero (Así Urs von Baltasar).

Textos de Ludolfo

Examinado en el amor

“Le interrogó tres veces, no por no saber con qué ánimo confesaba el amor a Cris­
to, sino para que la triple confesión de amor borrara la triple negación de temor; tres
veces negó el temor, tres veces confesó el amor. Dice san Agustín: “A triple negación,
triple confesión; que la lengua no sirva menos al amor que al temor; que no se crea
que hizo salir más voz la muerte inminente, que la vida presente”.

317
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Qué significa: Pedro siguió al Señor

“Jesús dijo a Pedro: “¡Tú, sígueme!”, es decir, imítame, pues seguir al Señor es
imitarle. Como si dijera: Sufrirás la pasión de la cruz tanto más tolerable, cuanto al
sufrirla te acuerdes más de seguir mis huellas; como yo no rechacé sufrir el patíbulo
de la cruz por tu salvación, así también tú acuérdate que debes sufrir por la confesión
de mi nombre; conseguirás una palma del martirio tanto más gloriosa, cuanto para
merecerla, sigas más estrechamente las huellas del Maestro”.

318
parte IV: Cuarta semana
EMAÚS, CENÁCULO, LAGO, MISIÓN UNIVERSAL

6. EMAÚS, CENÁCULO, LAGO, MISIÓN UNIVERSAL (EE 303–307)

Sobre consolar y consuelo

Lo más importante en estos días es contemplar al Resucitado: las nuevas dimensiones


de su ser y de su actuar, su nuevo modo de presencia; gozarnos con su gozo, pedirle que lo
profundice en nosotros en sus diversas dimensiones: su gozo con el Padre, con María=Iglesia,
con sus amigos y amigas.
Dejémonos inspirar por el saludo de Pablo a los corintios, en que en cinco versículos usa
nueve veces el verbo consolar y el sustantivo consuelo (= parakaléo, parakalésis), deseándo-
les a esos cristianos que vivan del Espíritu consolador (2 Cor 1, 3–7).
El gozo del Resucitado es puro don gratuito: le viene del Espíritu Santo que el Padre de-
rrama en él, haciéndolo ser un “hombre espiritual dador de vida” (Pneuma zoopoiun). Jesús
no se adueña de lo recibido: “Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra” (Mt
28, 18: pasa exusía = el Espíritu “de” y “para” la Misión de dar vida).
Seamos nosotros también como él: no nos adueñemos ni de lo que somos, ni de la mi-
sión, ni de los consuelos. En el momento en que lo hacemos, lo echamos a perder (EE 323:
“En cosa ajena no pongamos nido”). El atribuírnoslo nos lleva a la desolación. Pedir mucho
esta gracia del humilde y agradecido gozo de las gracias del Espíritu del Resucitado.
Junto con revivir en la contemplación la alegría pascual del Señor, revivamos con grati-
tud los momentos de resurrección en nuestras vidas, en la Iglesia, en la Compañía de Jesús.
Alegrarnos de los dones y consuelos que nos da Dios es parte importante de nuestro camino
y crecimiento espiritual: “Alegraos en el Señor; de nuevo insisto: Alegraos… El Señor está
cerca” (Fil. 4, 4). No hay nada más triste que un cristiano negativo, desanimado, que no se
deja consolar por Dios ni por los demás y que, por lo mismo, a nadie consuela.

319
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La alegría

Ignacio quiere que nos mantengamos en la paz y alegría del Resucitado. De nuevo, San
Pablo: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo (su aflicción, el problema) a Dios en
oración; pídanle, y denle gracias también por la aflicción. Así Dios les dará su paz, que es más
grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensa­
mientos por medio de Cristo Jesús” (Fil. 11, 6–7; ver también. Jn 14, 27; 16, 17–22).
Este don de consolar, que nos viene de la alegría y gozo de Cristo nuestro Señor resuci-
tado, es parte esencial del servicio de la fe y promoción de la justicia, como lo afirma la CG.
34, d. 2“Servidores de la misión de Cristo”, que enfatiza tanto nuestra vida en unión al Cristo
Crucificado–Resucitado. Pidamos al Señor que nuestra misión tenga siempre este timbre ca-
racterístico del Espíritu del Resucitado: traer lo nuevo; abrir a los vastos horizontes del Cristo
resucitado, consolar, dar paz (Gal 5).

Los EE y la alegría

Los EE son el gran medio ignaciano para ayudar a consolar a fondo a los demás. Todo lo
del discernimiento apunta a la alegría y el consuelo profundo, que nos quiere regalar Dios en
su Hijo victorioso. No basta la alegría personal de cada uno, porque la alegría es expansiva y
se ha de notar en las comunidades en que vivimos, en nuestros lugares de trabajo, así como
prendió en la comunidad de los discípulos reunidos en el Cenáculo y fue nota característica
de las comunidades de la Iglesia primitiva (Hch. 2, 43–47; 4, 32–35).

Amplitud del estos misterios

Cuando Jesús resucitado viene a nuestro encuentro, con Él se hace sentir también su Pa-
dre y todos los hombres y mujeres liberados por Él del sheol. Todo lo que hace el Resucitado
tiene esa amplitud comunitaria tan enorme: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también

320
parte IV: Cuarta semana
EMAÚS, CENÁCULO, LAGO, MISIÓN UNIVERSAL

ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). “Dentro de
poco… ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en uste­
des… No los voy a dejar huérfanos” (Jn 14, 20.18).
También es verdad que Cristo, acompañado de todos los que están en Él, nos acompa-
ñan hoy día en sus visitas a las comunidades y a cada uno de nosotros en particular. Para los
creyentes a través de los siglos, vivir es vivir en este encuentro con el Señor, con su Padre y
con todos los hermanos.
Me gusta pensar que a Jesús resucitado lo acompaña todo el Israel elegido por la fe en la
promesa, desde Abraham hasta el buen ladrón; y hasta hoy día. Y, si ampliamos el panorama,
también lo acompañan los hombres y mujeres salvados por él, que en la tierra buscaron a
Dios afanosamente en otras religiones: los hinduistas, los musulmanes, los shintoistas, los
animistas. El Concilio Vaticano II nos invita a extender a ellos los horizontes de la salvación
del Cristo Pascual. Y los salva no sólo como a individuos, sino también como a culturas y
religiones, ya que éstas “tienen un papel de preparación evangélica, y no pueden menos de
referirse a Cristo, Verbo encarnado por obra del Espíritu, para que, hombre perfecto, salvara
a todos y recapitulara todas las cosas” (Vat. II, LG. 16; GS 45). (La cita es de Juan Pablo II,
Redemptoris Missio 29).
A esta mirada nos invita la Cuarta Semana de los Ejercicios. Como dice la encíclica ci-
tada: “La actividad misionera está aún en sus comienzos… Los horizontes se ensanchan y
nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en
el Espíritu; Él es el protagonista de la misión!” (RM. 30). Ignacio nos invita a gozarnos con el
gozo que sienten Cristo y el Padre, lanzados en el Espíritu a la misión universal.
Que no nos desanime la conciencia de nuestra debilidad. Sobre bases tanto o más dé-
biles —un grupo de mujeres, una comunidad de discípulos llenos de miedo y en retirada—
Cristo estableció su Iglesia. Gocémonos contemplando con qué gozo, mostrándoles la herida
gloriosa de su Corazón traspasado, el Señor los consuela, les da ánimo y los envía como
Nuevo Israel a llevar paz y abundancia de vida al mundo.

321
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Carácter plural de los personajes

Cuando los evangelistas juntaron las tradiciones y redactaron los Evangelios, ya habían
transcurrido dos o tres generaciones de cristianos. Como comunidad y como individuos, és-
tos habían pasado por situaciones de miedo, crisis, desconfianza, desunión, desesperanza.
Las tres Marías, Pedro, los peregrinos de Emaús, Tomás, son muchas cosas a la vez en la
intención de los Evangelios: son personas individuales, como cada uno de nosotros. Pero,
al mismo tiempo, son comunidades cristianas que atravesaban circunstancias particulares.
Y son también la Iglesia católica, la universal. Tengamos en cuenta estos diferentes niveles
en nuestra contemplación. En cada misterio está el todo congregado por el Espíritu: el Re-
sucitado con su Padre, la Iglesia celeste y la que peregrina en medio de tormentas, gozos y
traiciones hacia la Patria.

Las comidas del Resucitado

Benedicto XVI, en su segundo tomo Jesús de Nazaret, desarrolla el significado de las


comidas del Jesús resucitado con los de Emaús (Lc 24, 30), con los Once y demás compañe-
ros (Lc 24, 41–42) y con los siete en el lago de Galilea (Jn 21. 11–13). Algunos de estos textos
obedecen al propósito de mostrar a los discípulos que Jesús no es un fantasma sino que
posee un cuerpo real, con un tipo de corporeidad continua y a la vez discontinua respecto a
la suya anterior a la Pascua. Su corporeidad kyriótica (=de Resucitado) no excluye sino que,
superándola, incluye las características de la kenótica (=del Jesús pre–pascual). Estas comi-
das acaban de encender la fe de los discípulos que, acompañándolo en la mesa, “supieron
que era el Señor” (Jn 21, 12).
Para Lucas hay “tres elementos que caracterizan como está el Resucitado con los suyos:
Él “se apareció”, “habló” y “comió con ellos”. Aparecer–hablar–comer juntos: éstas son las
tres automanifestaciones del Resucitado, estrechamente relacionadas entre sí, con las cua-
les él se revela como “El Viviente” (p 314). El “comer juntos” Lucas, en los Hechos, lo extiende
a todos los 40 días y usa para ello el verbo griego synalizómenos, que traducido literalmente
significa “comiendo con ellos sal”. Ahora bien, comer pan con sal, o sólo sal, en el Antiguo

322
parte IV: Cuarta semana
EMAÚS, CENÁCULO, LAGO, MISIÓN UNIVERSAL

Testamento era la forma de sellar sólidas alianzas. La sal preserva de la corrupción, hace
durable a la carne, da sabor a los alimentos que nos robustecen en la vida. “El ‘comer sal’ de
Jesús después de la resurrección es signo de vida nueva y permanente, y hace referencia al
banquete nuevo del Resucitado con los suyos. Es un acontecimiento de Alianza y, por ello,
está en íntima conexión con la Última Cena, en la cual el Señor había instituido la Nueva
Alianza. Así, la clave misteriosa del ‘comer sal’ expresa un vínculo interior entre la comida an­
terior a la Pasión de Jesús y la nueva comunión de mesa del Resucitado: Él se da a los suyos
como alimento y así los hace partícipes de su vida, de la Vida misma” (p. 315). Sin permitirnos
imaginar en detalle cómo eran las comidas del Resucitado con los suyos, esta explicación nos
muestra su sentido más hondo en su conexión con la Eucaristía.

Textos de Ludolfo

Emaús
“La amabilidad de Cristo en este hecho. ‘Considera aquí la múltiple bondad y
benignidad del Señor. Primero: su amor ardiente no pudo soportar que los suyos es­
tuvieran tan tristes y errantes. El Señor es de verdad un amigo leal, un compañero fiel
y amable; se puso a su lado, pregunta la causa de su tristeza, y les expone las Escritu­
ras, inflamando su corazón. Así lo hace cada día con nosotros espiritualmente; pues,
si molestos con alguna perplejidad o pereza, hablamos de él, al momento está al lado,
confortando, iluminando nuestros corazones, inflamándolos en su amor’”.

Cenáculo

“Les dice: ‘¡Paz a vosotros!’. La paz de la reconciliación con Dios que les anun­
ció ya hecha, de la caridad y unidad que les ordenó guardar, y de la eternidad e
inmortalidad que les prometió para el futuro. El que vino por causa de la paz, da la
paz…”.
“Para sanar los corazones de los que dudaban se conservaron las huellas de las
llagas, y por eso mostró las cicatrices, para sanar la herida de su duda e infidelidad”.

323
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“En la Resurrección del Señor está prefigurada nuestra resurrección general: por
esto mostró que nuestros cuerpos después de la resurrección serán incorruptibles y
sutiles por efecto del poder espiritual, de forma que puedan ser palpables por cuerpos
semejantes por verdad de naturaleza. Pues nuestra carne, sin la corrupción ni fragili­
dad de la muerte, ha de resucitar en verdad de sustancia”.
“Después se añade: ‘Como el Padre me envió, también yo os envío’. (Jn 20, 21). Él
me envió a enseñar la verdad de la fe en Judea; yo os envío, os enviaré, a publicar esta
verdad por todo el mundo. Os nombro vicarios míos, os confío mi oficio; os envío a
enseñar, predicar, bautizar, a glorificar mi nombre y el del Padre”.

Monte Tabor: Misión universal

“Este poder que se le ha dado no desprecia a los pecadores, sino que acoge a to­
dos sin distinción de personas. Por eso, al instituir el bautismo, añade: “Por tanto, id;
a todas las naciones hacedlas discípulos míos, bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Es claro por ello que los predicadores deben
anunciar el Evangelio a todos, pequeños y grandes, sin distinción de personas. Mar­
chad, contra los negligentes; enseñad, haced discípulos, contra los ignorantes que no
saben enseñar, y toman el oficio; a todas las gentes, contra los que tienen distinción
de personas y sólo van a algunos”.
“Al que le parezca imposible, retenga sólo y guarde la caridad. Dice San Agustín:
‘El amor, hermanos, es cosa fuerte. ¿Queréis ver qué fuerte es el amor? Todo el que por
alguna necesidad no pudiere cumplir lo que manda Dios, ame al que lo cumple y así
lo cumple’”.

324
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (CA) (I)

7. CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (CA) (I) (EE 230–237)

La Contemplación para alcanzar Amor (=CA) es dos cosas a la vez: es la recapitulación


que recoge y culmina el proceso vivido en los EE; y es también el modo de oración al que
los EE han preparado al ejercitante para que en su vida pueda “encontrar a Dios en todas
las cosas”.
Es culminación del proceso en cuanto retoma todo el camino recorrido —a la manera
de una mirada sintética y pausada— y contempla la unidad de todas las cosas, tanto del
universo y su historia como de la vida personal del ejercitante. Ve cómo todo es don, todo es
presencia, todo es misión de servicio que sale de Dios y a Dios vuelve.
También el PyF hacía esto. Pero el ejercitante llega a la CA después de un largo recorrido
con el Señor, recibiendo su perdón (Primera Semana), sintiendo su llamado, asimilando su
estilo y los criterios del Evangelio (Segunda Semana), acompañándolo en su Pasión y en su
alegría pascual de Resucitado, en cuyo misterio él vive (en Christo).
Al vivenciar tanta bondad, el ejercitante, lleno de amor humilde y agradecido, devuelve
a Dios Padre, junto con Cristo, todos sus dones en la oblación: “Tomad, Señor, y recibid…”.
En cuanto modo de oración de la espiritualidad apostólica ignaciana, la CA es una mane-
ra de “estar en el mundo sin ser del mundo” (Jn 15, 19; 17, 16), de “encontrar a Dios en todas
las cosas” y “en todos los momentos” (Pierre Charles, S.J.). La vivimos fundamentalmente a
diario en el examen de conciencia, cuando revisamos con él lo que él nos ha regalado, dónde
y cómo se nos ha hecho presente, cómo hemos cooperado con su continuo estar trabajando
en favor nuestro extendiendo el reinado del Padre. Y pidiéndole con cariño y confianza que
perdone nuestros pecados y nos sane a fin de que seamos para él un instrumento más dócil
en sus Dos Manos (= el Verbo Jesucristo y el Espíritu Ireneo).
En la CA todo está centrado en el amor pues el amor es la realidad inicial, central y fuente
de todo cuanto existe: “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). La vida de la Trinidad es amor. Su creación
es amor. Y está impregnada y dinamizada por el Espíritu de Amor, que brota del Cristo Pascual
y que diviniza todo para hacerlo retornar al Padre con sello crístico.

325
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

En la CA se trata de “amor pascual”, no de un amor puramente poético y romántico. A


veces se ha presentado la CA como una contemplación que busca encontrar el amor de Dios
puramente en la sencillez de las flores, en la serenidad de un lago, o en la majestad de las
montañas o en los momentos felices. Esto sólo no es la CA. Porque se trata de encontrar y
servir a Dios “en todas las cosas”. La vida no está hecha sólo de cosas bellas y de momen-
tos felices. En la vida hay fealdades, hay cruz, hay sufrimiento, la naturaleza misma por el
pecado ha quedado alejada y “gime y sufre en la esperanza de ser liberada de la esclavitud
y la destrucción, para alcanzar la gloriosa esperanza de los hijos de Dios” (Rm 8, 20–21). Se
trata, pues, de alcanzar amor no sólo en “los momentos luz” sino también en los momentos
sombra, pero sobre todo en los “momentos cruz”.
La amistad es la forma más alta del amor “Deus amicitia est” (Aelredo). Cristo no nos
quiere siervos sino amigos (Jn 15,15). La amistad es comunicación mutua: “Consiste en
comunicación de dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que
tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante” (EE 231). Lo
más que uno tiene es lo que uno es. De aquí, la comunicación de amistad apunta a darse
uno al otro. Así es en la Trinidad. Así lo enseñó Cristo al decir que “no hay mayor amor que
el dar la vida por los que uno ama”. Así lo hace Dios con nosotros por la gracia y lo hará
eternamente en la gloria.
La amistad es comunicación que nivela: Dios se abaja para levantar; el que está aba-
jo se alza sin rencor ni resentimiento, sino con gozo agradecido y humilde. En la nota
primera Ignacio advierte “que el amor se debe poner más en las obras que en la palabras”
(230). En realidad el amor tiene que estar en las dos cosas: en las obras y en las palabras.
Porque hay obras que, por ser hechas sin amor, son vacías. Como dice San Pablo, en su
himno al amor, “de nada me sirven” (1 Cor 13, 3). Lo que Ignacio no valora son las palabras
huecas, los afectos ineficaces, las obras desobedientes. El afecto sentido no lo hemos
de rechazar o minusvalorar. Al fin y al cabo, somos seres de carne y hueso y lo sensible
es parte de nuestro ser y nuestra vida. Pero tampoco hemos de enaltecerlo tanto que
no sepamos prescindir de él cuando nos falta o por nuestra propia culpa o por prueba y
disposición de Dios.
Este amor es todo gracia. Es todo don del Espíritu depositado por Dios en nuestros cora-
zones (Rm 8, 1–39). Por esto: “Vos me los disteis a vos, Señor, lo torno” (EE 234).

326
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (CA) (I)

La Contemplación para alcanzar amor no se acaba en esta vida. Se continúa siempre


más en el cielo. Porque “bueno es el Padre y, a la vez, inagotable. Por esto en el cielo siempre
tendrá cosas nuevas que comunicarnos a través de la humanidad gloriosa del Crucificado–
Resucitado” (Ireneo).

Algunas observaciones al texto

Composición de lugar: Es la que Ignacio nos sugiere para pedir las grandes gracias. Los
que viven del amor y nadan en el amor de Dios, sólo trabajan y desean que nosotros crezca-
mos en el amor; es decir, en Dios.
Petición: Ludolfo termina con una larga contemplación para adorar y alabar a Dios.
Ignacio, el de la espiritualidad del servicio, nos hace pedir poder “en todo amar y servir”
(233). Hay en esto un énfasis que marca la espiritualidad ignaciana: el “servicio amoroso
y humilde”. O “el amor reconociente (= humilde) y servicial”. Pero marca ese énfasis, sin
distinguirlo u oponerlo a otras espiritualidades más contemplativas en el apartamiento del
mundo. El dicho de Nadal “contemplativo en la acción”, “in actione contemplativus”, no
significa que lo ignaciano, por el hecho de hacerse en el mundo, no sea amor contemplati-
vo, verdadero amor..
Lo que especifica lo ignaciano es el estar y encontrar a Dios en el trabajo activo del reina-
do de Dios, en la batalla del mundo. El Padre Hurtado escribía: “Mi acción es mi adoración”.
Pero esto subordinado a que mi acción sea conducida por el Espíritu del Cristo del Reino, que
aporte a la voluntad de Dios de que “venga su Reino”.
Pedir conocimiento interno. No nos basta tener buena memoria para recordar los bene-
ficios recibidos. Se trata del conocimiento del corazón inflamado por los toques del Espíritu
Santo. Este es el único que nos hace recordarlo todo y reconocerlo con gusto espiritual (Jn 16).

327
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Comentario a los cuatro puntos

Punto 1°:
* “Traer a la memoria”: La memoria es la facultad afectiva, la del corazón: “re–cor–dar”.
Se trata de volver a pasar por el corazón, con sereno amor, los dones de Dios.
“…los beneficios recibidos”. Dios Trinidad es el Summum Bonum, el Bien Supremo. Y es
propio del bien el derramarse, expandirse, difundirse (bonum est diffusivum sui). Los bene-
ficios divinos son Dios mismo “en cuanto da de lo suyo” en forma finita en la creación y “en
cuanto se da a Sí mismo” en misteriosa infinitud en la redención.
Repasemos en nuestra memoria “la inmensidad de la creación”. Ese grandioso adagio
que es la evolución del universo: quince mil millones de años desde el big–bang; cuatro mil
seiscientos millones de años la edad de la tierra; cien mil millones de galaxias y cada galaxia
cien mil millones de estrellas. ¡Qué grande es esta limitada creación! ¡Y qué pequeña frente a
este Dios Trinidad, que contiene el universo entero en un puño y ante el cual mil millones de
años son como un día!
La creatura más soñada de Dios es el hombre, capaz de entrar en comunión con toda
esa creación inmensa, y quedar todavía hambrienta porque, por marca de fábrica divina, sólo
puede llenarse con Dios. Repasemos en nuestra memoria cómo Dios “en su ordenación divi­
na desea dárseme él mismo en cuanto puede” (EE 234). Desde ahora ya en esta tierra, para
después dársenos por toda una eternidad en el cielo.
La meditación del cielo pertenece a la CA, ya que es la meta y el máximo don de Dios a
nosotros. Ignacio —influenciado por Ludolfo— quiere que contemplemos en sobria esperan-
za la meta del Cielo. Nos invita a mirar al cielo donde todo es “contento y gloria inestimable,
sin mezcla de trabajo, ni tristeza, ni descontento, todo cumplimiento de alegría y bienaventu­
ranza” (Carta a Magdalena Angélica Domenech, 12 enero 1554).
••El beneficio de la gloria incluye para Ludolfo muchos aspectos, cada uno de los cuales
es razón para alabar y amar a Dios:
••La parusía del Señor.
•• La resurrección de la carne.
••La vendimia de todos los redimidos y el cortejo, con Cristo a la Cabeza, para entregar
el Reino al Padre y así Dios Padre sea todo en todas las cosas (1 Cor 15, 20–28).

328
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (CA) (I)

••La renovación del mundo, que incluye su purificación y renovarlo según la forma del
Cristo glorioso.
••La gloria del paraíso.
••Aspectos sociales del gozo del cielo.
••En crecimiento indefinido ( San Ireneo).
••El gozo de la plena comunión de los Santos: Jesucristo, ya no en el Tiberíades sino en
el cielo, en el Padre, lago infinito sin orillas ni penas.
Todo este cielo lo vivimos incoado ya en la fe. La Trinidad habita en nosotros (Isabel de la
Trinidad); somos sarmientos vivos de la Vid (Jn 15); guiados por el Espíritu (Rm 8). Y lo vivimos
en Iglesia“ que es signo y sacramento de unidad” (LG 1).

*“Tomad, Señor y recibid…

Punto 2°:
* El amor busca presencia. El 2° punto no es distinto del 1°, sino que subraya un aspecto
del amor. El amante no sólo da, sino quiere hacerse presente en el regalo: la tarjeta personal
que acompaña al regalo de novios, al regalo de Navidad.
Pero el dinamismo del amor va un paso más: Quiere hacerse Él mismo presente en el
don. No se satisface con enviar su regalo por mensajero. San Juan de la Cruz: “No me des más
mensajeros, que no saben decirme lo que quiero”. Dios se nos da presente en sus dones:
dándome el ser, animándome, dándome sentir, haciéndome entender… haciendo templo de
mí.
En este punto encontramos una respuesta a las dificultades que experimentamos en la
oración. Si Dios me busca y quiere estar conmigo, ¿qué distracción o qué anemia espiritual
podrá separarme de él”. Lo ignaciano es “encontrar a Dios en todas las cosas” (EE 233). ¡To-
mad, Señor, y recibid!?

Punto 3°:
* Amor que actúa…trabaja “por mí”:
•• “Mi Padre trabaja y yo también trabajo” (Jn 5, 17).
•• Cristo nos llama a trabajar con él por el Reino del Padre.

329
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

•• Trabaja en mi alma llenándome de esa vida que le costó tanto sufrimiento: su vida pas-
cual.
•• Somos colaboradores (syn–ergoi) de Jesucristo.

Punto 4°:
*Mirar todo desde arriba hacia abajo: la creación como cascada. Esta es la recta perspectiva.
Todo viene del ser del Padre, pasando por y brotando del corazón del Resucitado, que es
el corazón del mundo y que nos da su Espíritu para devolvernos todos al Padre. Esto es ser
crísticos: ¡regresar al Padre!

330
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (II)

8. CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (II) (EE N°s 230–237)

1) Introducción

Los Ejercicios nos hacen recorrer la vida completa del Señor para mejor conocerlo, amar-
lo y seguirlo. Nos ayudan a hacer realidad en nosotros lo que dice San Juan: “Hemos conocido
el amor que Dios nos tiene y hemos confiado en El” (1 Jn 4,16). El año litúrgico es también
un pedagogo que nos lleva, paso a paso, a conocer vivencialmente lo principal de la vida de
Jesucristo. Y quien dice Jesucristo dice también Trinidad. Porque a lo largo de los Ejercicios y
de la liturgia vamos siendo testigos de que Jesús vino enviado por Su Padre a anunciarnos el
amor del Padre; y de que Jesús no se mandaba solo sino que se dejaba guiar por el Espíritu
Santo en cada paso de su vida. Para San Ignacio, Dios es la Santísima Trinidad.
Al final de la Cuarta Semana y del recorrido total de los Ejercicios, San Ignacio introduce
esta “Contemplación para alcanzar amor” (CA) (N°s 230–237). Se trata de una manera de
orar para “permanecer” en el ambiente gozoso y esperanzado de la Cuarta Semana. Es decir,
para seguir viviendo en la presencia del Señor Resucitado y siendo conscientes de la “conso-
lación” del Espíritu. Es una ayuda para vivir más conscientes de los caminos, de las avenidas
por donde nos llega el amor de Dios. Avenidas en las que se nos facilita el encuentro con los
regalos de Dios y con su presencia amorosa en nuestras vidas. San Ignacio nos deja con esta
CA una manera de vivir unidos con Dios en la vida corriente de todos los días, una manera
de buscar y hallar en todas las cosas a Aquel que ha prometido estar con nosotros todos los
días, hasta el final del mundo y de la historia.
Pienso que esta vivencia profunda fue la que llevó a Teilhard de Chardin a percibir en el
ritmo de la vida y de su evolución un centro vital del cual brota y al cual se orienta el mundo
y el universo: un Centro divino, un corazón vivo que late con la apasionada energía del amor
y la compasión: el Corazón de Jesús Resucitado.
Esta contemplación es una síntesis que recoge toda la experiencia vivida a lo largo de las
cuatro semanas, para convertirla en una actitud permanente.

331
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2) El texto, donde se nos detallan las “Avenidas” del amor de Dios

Lo primero que aclara San Ignacio es que el amor se ha de poner más en las obras que en
las palabras. Se trata del amor que nos regala Cristo por el Padre en el Espíritu Santo. Ignacio
no valora las palabras huecas o afectos ineficaces o acciones sin sentido. Y San Pablo en 1 Cor
13 nos dice que nada nos sirve si no tenemos amor.
Después nos dice que el amor consiste en comunicarse y darse los unos a los otros.
En la CA todo está centrado en el amor, porque Dios es amor, la creación es por amor, y las
criaturas están impregnadas desde lo más profundo de su ser por una corriente de amor.
Corriente de amor producida por el Espíritu Santo que brota del Cristo Resucitado y que
impregna a los seres humanos y, por medio de ellos, a todo lo creado. Dios es el amado y el
amante… Todos somos amados por un mismo amante y todos tenemos un mismo amado. A
nivel humano todas las relaciones humanas de amado–amante brotan y están colgadas del
amor trinitario. La Trinidad es la meta de nuestro amor. Esto crea Iglesia, verdad y humani-
dad. Donde está Dios amando y siendo amado hay verdad e Iglesia.
Y aquí introduce la “oración sólita” que nos recuerda el espíritu del PyF, que es como el
meollo escueto de los Ejercicios a los que la CA cierra con riqueza de imágenes.
El Primer preámbulo nos invita a ponernos ante Dios Trinidad, y todos los que están
con Cristo en Dios, porque los santos son los que saben de amor.
En el Segundo preámbulo nos invita a pedir conocimiento interno de tanto bien reci-
bido. Cristo es el gran y único regalo del Padre, y ha sido a Cristo a quien hemos recibido
a lo largo de todo el recorrido de Ejercicios. Y esto es importante porque al reconocer
este inmenso bien recibido “pueda en todo amar y servir a su divina majestad”. El énfasis
ignaciano de esta petición es “amar sirviendo”. San Alberto Hurtado decía: “Mi acción
es mi adoración, es mi oración”. Porque se trata de “en todo amar y servir” las 24 horas
del día y de todos los días de nuestra vida. Mi acción será mi oración y adoración siempre
que la haga movida por el Espíritu de Cristo diciendo, por ejemplo, en la mañana “Señor,
te ofrezco todo mi día, también lo difícil”. Esto da carácter de oración a la acción de todo
el día.
Los cuatro puntos que San Ignacio propone en esta CA, desarrollan lo que podríamos
llamar las “grandes avenidas” por las que nos llegan los regalos del Amante:

332
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (II)

Primer punto. Dios el amante regala al amado todo lo que tiene y puede. La avenida de
los regalos recibidos que incluye la creación, la redención y los dones particulares y que nos
mueve a respuesta amorosa. Por eso hay que agradecer:
•• La creación entera para el hombre y la mujer. Ser creados en Cristo, a su imagen y seme-
janza. Y todo a disposición nuestra.
•• La redención en Cristo significa que el ser humano ha sido hecho no sólo para soñar lo
infinito, sino para poseer lo infinito. Ese amor que llega a entregar al Hijo para salvarnos
y que nos santifica con el Espíritu Santo.
•• Los dones particulares. Cada uno de nosotros es único y tiene en germen dones muy
personales y diferentes a los de los demás. Dios no se repite y cada uno de nosotros es
una joya única a sus ojos. Reconocer cuáles son estos dones personales: la familia en
que nacimos, las amistades a lo largo de la vida, los carismas personales que me distin-
guen, mi historia de amor con el Señor…
Y toda esta avenida de regalos agradecerla; y todo esto “ponderando con mucho afec-
to… y con esto reflectir en mí mismo, considerando… cómo el Señor me regala y quiere dárse-
me…, y lo que debo de mi parte ofrecer… todas mis cosas y a mí mismo con ellas…
Terminar rezando el “Tomad, Señor, y recibid… dame tu amor y gracia”, que es decir,
“Dame tu Espíritu Santo que todo lo plenifica”.
Segundo punto. El amante busca encuentro de amor, busca regalarse a sí mismo al amado.
Es la venida de las presencias, de los “encuentros”: “Mirar cómo Dios habita en las criaturas…”.
En toda la creación está Dios mismo saliéndome al encuentro, haciéndoseme presente, si atino a
mirar adecuadamente. En toda esta actividad divina encontramos al Dios que dice: “Mi delicia es
estar entre los hijos de los hombres…”. En este punto se subraya otro aspecto; el aspecto de que
el amante quiere hacerse presente al amado y busca la presencia del amado. San Juan de la Cruz
le dice al Señor: “No me mandes más mensajeros que no saben decirme lo que quiero”. Deseamos
presencia; aspiramos al encuentro personal y a ser templos vivos de Dios = Iglesia. En esta aveni-
da o dimensión, San Ignacio nos invita a tomar mayor conciencia del inmenso deseo de Dios de ha-
cerse presente a nosotros porque ya no puede vivir sin nosotros. Y nos invita a buscar las formas
para, también nosotros, hacernos presentes a Dios y a los demás hombres y mujeres. Nos invita
a encontrar a Dios en las criaturas porque en todas ellas es posible encontrar al Dios que se hace
presente en todo lo que ama, aunque en distintas formas, siempre adecuadas al “ser” de ellas.

333
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Terminar rezando el “Tomad Señor y recibid…”


Tercer punto. El amante se esfuerza y trabaja por el amado. Avenida del trabajo. “Con-
siderar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la faz de la tierra…”
“Mi Padre siempre trabaja… y yo también”, dice Jesús en Jn 5, 24. Trabajo que es prueba de
amor: curando enfermos; desparramando fertilidad en hombres, animales y plantas; buscan-
do crear posibilidades nuevas siempre… Así, Dios nos invita a colaborar con él de muchas y
muy diversas maneras, a ser co–laboradores suyos trabajando por los demás, colaborando
con Dios en su trabajar por nosotros. Después reflectir en cómo y dónde Cristo me invita a
trabajar por el Reino junto a él.
Terminar rezando el “Tomad Señor y recibid…”
Cuarto punto. El amante = Dios, invita al amado a mirar el mundo con él y desde su pers-
pectiva. Avenida de mirarlo todo desde arriba: como Dios mira al mundo en la contemplación
de la Encarnación; es intentar mirar el mundo desde la Trinidad, o intentar hacerlo desde
los ojos del crucificado–resucitado. Es disponerse a que nos suceda lo que le sucedió a San
Ignacio junto al Rio Cardoner. “Mirar cómo todos los bienes descienden de arriba…”. Invita a
mirarlo todo como regalo, a darnos cuenta de que si quiero verlo todo bien, tengo que darlo
vuelta y mirarlo desde Dios. Puedo así atreverme a vivir el Evangelio confiando en el amor de
Dios que me llega a raudales y me enseña a mirar desde él y con él y para él. Y así podré verlo
todo bien.
Terminar rezando el “Tomad Señor y recibid…”
Por todas estas “avenidas” la Stma. Trinidad nos sale al encuentro y nos ofrece el regalo
de su amor y amistad. Por todas ellas busca seducirnos y enamorarnos. Y en cada una de estas
“avenidas” vitales nosotros podemos reconocer su amor, alabarlo y establecer un diálogo de
amor con Jesús o con el Padre; diálogo que nos lleve a querer responder amor con amor, entre-
ga con entrega y “salir de nuestro propio amor, querer e interés” para entregarnos a él por esas
mismas “avenidas” por las que él se nos entrega primero. Así, se da como un doble movimiento
según el cual, por un lado hay que buscar amar más a Dios para amar más al mundo y, por el
otro, hay que amar y preocuparse más del mundo para poder mejor encontrar y amar a Dios. Así
podremos llegar a ser, a la vez, “contemplativos en la acción” y “activos en la contemplación”.
Se trata de tomar conciencia de que nuestro Dios nos ama con todo Su Corazón y nos
invita a amarlo con todo nuestro corazón. Porque todo el camino de los Ejercicios no es otra

334
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (II)

cosa que un largo itinerario para ALCANZAR AMOR. Un itinerario para que la vida toda se
convierta en una “historia de amor”.

3) Reflexión final

Con esta Contemplación terminamos los Ejercicios pidiendo “conocimiento interno de


tanto bien recibido, para que reconociéndolo yo enteramente, pueda en todo amar y servir
a su divina majestad” (233). Y Cristo es el gran regalo de Dios recibido a lo largo del camino
de Ejercicios. Cristo es quien se ha comunicado con nosotros y quien nos ha abrazado y abra-
sado en su amor y alabanza, y nos ha ido orientando poco a poco al modo de vivir en que
mejor podremos servirle en adelante (Anotación 15). Así el Señor Resucitado y su Espíritu
hacen brotar en nuestro corazón la oración de la entrega total: “Tomad, Señor, y recibid toda
mi libertad…” (234). Oración que nos lleva a vivir una espiritualidad de la “contemplación” y
el “compromiso”.
De esta forma San Ignacio nos regala una recapitulación —resumen de todo el proceso
vivido en los Ejercicios— y da el toque final que cierra este maravilloso camino. Se trata de
una forma de enfocar la vida para que encontremos a Dios en todas las cosas, es decir: en
todas las personas, en todos los acontecimientos, en todas las luchas, en todas las alegrías,
en todas las penas. Y, a la vez, que todo lo de nuestro mundo lo encontremos en Él, amándolo
y sirviéndolo en todo.
Se trata de un amor pascual más que de un amor romántico. Es más que un amor natural,
es un amor que incluye la muerte y la resurrección. Porque en la vida hay pecado y vivimos en
un mundo y una sociedad donde se palpa el mal, el odio, la envidia, la brutalidad, la violen-
cia… El amor pascual que nos regala el Resucitado nos ayuda a vivir todo en la vida, incluso
sacar amor de todas las situaciones: de las cruces y de las luces.

335
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

9. CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (III)


CRISTO ENTREGA EL REINO AL PADRE

(Meditación sobre el cielo en las fuentes ignacianas)

El cielo silenciado

Las Contemplaciones de los Ejercicios terminan con la Ascensión de Cristo Nuestro Señor
(EE N° 312) y una referencia a su Parusía gloriosa: “Así vendrá, como le vistes ir en el cielo”.
A pesar de ésta mención explícita, no es común hoy día dar en ellos una meditación sobre el
cielo. El “Creo en la vida eterna”, de nuestro Credo, no suele ser materia de los Ejercicios. O,
en lenguaje más histórico y paulino, no solemos detenernos a contemplar la gloriosa Parusía
del Señor, cuando Cristo se somete al Padre y le entrega todo su Reino, para que “Dios sea
todo en todas las cosas” (1 Cor 15, 25–28).
En varias ocasiones, y muy solemnes, los Ejercicios nos invitan a ponernos delante de
Dios nuestro Señor, de nuestra Madre gloriosa y de todos los ángeles y santos (98, 151, 231),
pero siempre es en función del proceso que vive el ejercitante. No se le suele ofrecer un tiem-
po y un lugar determinados, en que de manera explícita se deje llenar del gozo del cielo. Y,
sin embargo, San Ignacio tenía su mente muy fija en la meta final. El Principio y Fundamento
es un reflejo evidente de esto. A sus dirigidos espirituales los exhorta a mirar al cielo, donde
todo es “contento y gloria inestimable, sin mezcla de trabajo, ni tristeza, ni descontento,
todo cumplimiento de alegría y bienaventuranza” (carta a Magdalena Angélica Doménech,
12 enero 1554).
Estas páginas quieren mostrar que el tema del cielo pertenece al meollo de los Ejerci-
cios. Sin él no acabamos de conocer internamente a Cristo en toda su grandeza ni la radica-
lidad de su señorío sobre todas las cosas. Su modo de ser Señor es trinitario: es Señor en
cuanto nada guarda para sí, sino que se somete a sí mismo y toda su obra al Padre, para que
Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor. 15, 27–28). En palabras de Ignacio, en la contempla-
ción del Rey eternal, todo el dinamismo del reinar de Cristo termina en el Padre: “Y así entrar
en la gloria de mi Padre” (95).

336
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (III)

Un posible punto de inserción

Puntos de inserción en los Ejercicios para contemplar y gozarse con el cielo puede haber
muchos. Uno muy evidente, y que se repite muchas veces, es el Alma de Cristo, cuya invoca-
ción final reza: “Mándame venir a Ti, para que con tus santos te alabe por los siglos de los
siglos. Amén”. Pero, en rigor, esta oración es tema directo de oración sólo en el caso que el
ejercitante se ejercite en ella conforme al segundo modo de orar (EE 253 y 256). Lo normal en
los Ejercicios es que el Alma de Cristo sea una oración para acompañar los coloquios.
La “Contemplación para alcanzar amor” (230–237) es el lugar natural para meditar en la
vida eterna. Afirmo esto basado en el hecho de que Ignacio leyó mucho la Vita Christi de Lu-
dolfo de Sajonia y se inspiró en ella para escoger los misterios de la vida del Señor. Recorde-
mos el cuadernillo de 300 páginas de notas que tomó en sus lecturas y llevó consigo cuando
partió a Montserrat (Autobiografía 11).
La Vita Christi dedica muchas páginas de sus últimos capítulos a la contemplación de la
Parusía, el Juicio final y la vida eterna (Tomo IV, cap. 85 a 87). Pese a la experiencia espiritual
tan diferente de Ignacio y el Cartujano, pienso que la Vita Christi de alguna manera es replica-
da por Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor. La CA responde en paralelo ignaciano
a la idea de Ludolfo de terminar su gigantesca obra con el tema de “Alabar siempre a Dios”.
Otras influencias menores las veremos a continuación. El cielo es para Ludolfo un motivo fun-
damental para alabar siempre a Dios ¿Cabría entonces afirmar que la CA es un lugar natural
para meditar sobre el cielo? Veamos qué elementos de respuesta a esta pregunta nos ofrece
la lectura de la Vita Christi.

El alabar siempre a Dios, fuente de felicidad y amor

El capítulo 85 del último tomo de la Vita Christi trata “Del alabar siempre a Dios”. La
alabanza es la respuesta adecuada del creyente ante las maravillas de Cristo y los misterios
de su vida. Se fundamenta en la contemplación agradecida de “los beneficios de la creación”
(punto 1) y de “la redención” (punto 2). La CA ignaciana recuerda estos mismos “beneficios”
en su punto primero (EE 234).

337
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Cuando el Cartujano trata de la alabanza, se refiere en realidad al amor, porque amor


y alabanza van siempre unidos: “Si alabas al que te creó, alábalo de todo corazón, alábalo
amándolo perfectamente”; “no eres hecho sino para que alabes y ames a tu Hacedor” (IV,
cap. 85).
Para Ignacio la cosa es muy parecida. En el PyF él parte con la alabanza (EE 23), que es
el amor vivo y hondo; y termina en la CA con el amor servicial y humilde: “Vos me los disteis;
a Vos, Señor, lo torno”,…“en todo amar y servir” (EE 233–234).

El ser creado a imagen y semejanza de Dios

Ludolfo, con palabras de San Anselmo, encuentra profundos motivos para alabar a Dios
en la frase del Génesis: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Ignacio se
inspira en este mismo texto para alcanzar amor por este Dios que habita en las criaturas y se
hace tan cercano a nosotros (EE 235). Se maravilla el Cartujano ante este misterio y lo vincula
con la suerte definitiva: “Así parece que bendecir y alabar a la divina majestad da en esta vida
plena santidad y justicia y, en la otra, se consigue por ello felicidad perdurable” (Ibid.).
Más abajo, siempre con Anselmo, dice:

“Porque no eras creada sino para que sin fin lo alabes. Lo cual entonces por cier­
to entenderás en más cumplida manera, cuando siendo sublimada y beatificada de
su bienaventurada visión, verás a ti misma muy bienaventurada por sola aquella su
gracia y bondad… Y tal contemplación como ésta sin duda te será causa de infatigable
amor y cuidado de alabar a Dios sin fin, del cual, por el cual y en el cual te gozarás en
verte tan beatificado con tantos y tan invariables bienes” (Ibid.).

La resurrección como razón para alabar y amar

Ludolfo desea alabar a Dios en todas las situaciones y en todos los momentos de su
vida, incluso desde las cenizas de su tumba. Pero mira con nostalgia el momento de su re-

338
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (III)

surrección, cuando todo él, en cuerpo y alma, glorifique para siempre su nombre (Ibid.). Las
almas que salen liberadas del purgatorio son para Ludolfo otro motivo de alabanza: “Cuánta
es la gloria que te dan las almas santas al tiempo que son libradas de la cárcel oscura del
purgatorio y al punto que son presentadas en tu gloria perdurable para ver tu cara de divina
refulgencia” (Ibid.).

La alabanza en la asunción de la Madre de Dios

La Asunción de María a los cielos es para Ludolfo grandísimo motivo de alabanza y amor:
“Ninguno debe dudar que toda la Jerusalén celestial se gozó con inefable alegría y se alegró
con caridad inestimable, sintiendo nuevas y entrañables olas de gloria y placer, y dando a
Dios gracias”. Motivo último de tanto gozo en el cielo es que la fiesta y exaltación de la Madre
“es alabanza y favor del Salvador” (Ibid. cap. 86).

La Resurrección y el Juicio final

Ludolfo —como buen medioeval— no puede detenerse en la salvación individual sino


que la vincula a la glorificación y alabanza de la resurrección final:

“¡Cuánta será la claridad y alabanza que habrá en las plazas de la celestial Je­
rusalén después de la final resurrección de todos! Cuando los elegidos y servidores
de Dios, apartados ya de los malos, lo alabarán con corazón alegre y lo glorificarán
eternalmente por su salvación” (Ibid.).

El Juicio final y las realidades que le siguen son para el Cartujano los motivos más inten-
sos para alabar a Dios. Ya no se trata de la suerte gloriosa de una persona singular sino de
la culminación del reinado del Señor, del término de su obra redentora y del traspaso de su
señorío al Padre. El tema lo aborda desde la Escritura, particularmente apoyándose en San
Pablo, 1 Corintios 15, 20–28.

339
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“Después del juicio se partirá el Señor para el cielo y llevará consigo el cuerpo de su
santa Iglesia del cual es Cabeza. Y ofrecerá el reino, esto es, los que redimió con su sangre,
a Dios Padre. Y entonces será claramente vista aquella forma de Dios, que no pudo ser vis­
ta de los malos, a los que solamente fue mostrada (en el Juicio final) la forma de su huma­
nidad. San Anselmo dice: Como dice Isaías, apartará Dios a los malos, para que no vean
su gloria. Los justos, ordenados según sus grados y merecimientos, unidos a los coros de
los ángeles, harán una muy gloriosa procesión. Cristo, nuestra ínclita cabeza, irá delante,
y le seguirán todos sus elegidos. Este nuevo reino de la Iglesia será dado y presentado
a Dios Padre, para que reine él en ellos y ellos en él. Recibirán así el Reino perpetuo, que
Dios les había preparado desde el comienzo del mundo (Mt 25, 34)” (Ibid. cap. 87).

La renovación del mundo

Un motivo adicional de alabanza a Dios es la purificación y renovación del mundo, que


acaecerá con la subida de nuestro Señor Jesucristo al cielo con todo su cuerpo místico. Así la
creación será liberada de las huellas del pecado que consigo arrastra. Por purificación entien-
de el Cartujano borrar todas sus manchas y sus límites. Renovar, en cambio, significa dotar a
los elementos del mundo —a imagen del cuerpo resucitado del Señor y con resonancias de
Gardel— de una forma más hermosa:

“Toda la tierra se allanará, y será como paraíso; y el aire será más claro de lo que
ahora es; y no habrá en él las impresiones (¿nubes, smog?) que ahora tiene; y perma­
necerá en el agua grandísima claridad y sutileza; y en el fuego muy copiosa luz; y así
serán el fuego y el agua dotados de mayor pureza” (Ibid.).

Renovación de todos los astros

La renovación alcanzará también a todos los astros. Cesará al aspecto de ansia e inquie-
tud, que se muestra en su incesante movimiento:

340
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (III)

“El cielo, el sol, la luna y las estrellas —que ahora corren y andan con acelerado
movimiento— permanecerán entonces estables… mudados por maravillosa glorifica­
ción. El cielo se vestirá todo de gloria (como) la del sol;… y el sol, la luna y las estrellas
serán vestidas de resplandor inefable y ajeno de toda comparación” (Ibid.).

Nada perecerá ni será aniquilado:

“No creamos que los elementos ni el cielo ni la tierra se han de perder después
del Juicio. Tengamos por cierto que se han de mudar en mayor perfección: perecerá la
figura e imagen de este mundo, mas no perecerá su substancia”.

Ludolfo da tres razones por las que el mundo se ha de renovar y vestir de maravillosa
hermosura: 1) Así como el pecado del hombre afeó el universo, es justo que su glorificación
redunde en gloria suya; 2) Para que “las criaturas sean remuneradas por los servicios que al
hombre hicieron”; 3) Ya que el mundo es espejo por el que conocemos a Dios

“…conviene que después del Juicio sea éste espejo de las criaturas, purificado y
mejorado: así en su hermosura resplandece más la excelencia del Señor que las creó…
para acrecentamiento de la delectación de la vista corporal… y de la vista del entendi­
miento” (Ibid.).

La gloria del Paraíso

La grandeza de esta gloria la introduce Ludolfo con estas palabras, llenas de retórica
antigua, pero que en sí apuntan a maravillarnos de la grandeza del cielo:

“Finalmente acerca de la gloria del Paraíso es de saber que tantos y tan sin cuen­
ta son los gozos que en el cielo hay, que todos los aritméticos del mundo no los pue­
den contar, ni todos los que más saben de geometría los sabrían medir, ni todos los
gramáticos, lógicos y retóricos los pueden con palabras explicar. Porque nunca entró

341
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

por los ojos, ni llegó al sentido de las orejas, ni en el entendimiento humano se pudo
representar la suma de los bienes que Dios tiene aparejados y apercibidos para los
que lo aman” (Ibid.).

La visión de Dios es lo central. Para Ludolfo ella se da en un movimiento dialéctico, que


de alguna manera fundamenta el ignaciano “encontrar a Dios en todas las cosas” (Constitu-
ciones 288) y preludia el punto cuarto de la CA: “Mirar cómo todos los bienes y dones des­
cienden de arriba…” (237).

“Allí veremos a Dios en sí mismo y en nosotros; y veremos a nosotros en Dios


como un espejo en el cual resplandecen todas las cosas en mayor dignidad…Veremos
a Dios en las criaturas y a las criaturas en Dios. Allí será Dios todas las cosas en to­
dos. Esto quiere decir, según Agustín, ‘que allí habrá verdadera posesión de todos los
bienes que pueden ser deseados de todas las criaturas; y verdadero fruto y gusto de
todas las recreaciones y deleites espirituales, como son la vida, la salud, la honra, la
paz y la abundancia de toda felicidad… Allí deleitará Dios todos nuestros sentidos…
porque Él mismo será objeto y principio de la consolación y gloria de todos ellos’”.

Belleza, armonía, gozo

Citando siempre a San Agustín, Ludolfo recurre a las cosa bellas de la naturaleza para
explicar lo anterior:

“Dios nuestro Señor será espejo de admirable hermosura para los ojos; armonía
y consonancia de música muy suave para los oídos; dulzura infinitamente mayor que
la miel para el gusto; bálsamo muy fino, más perfumado que todas las flores mullidas,
honestas y puras para nuestro cuerpo. Allí tendremos la suavidad y frescura de flore­
ciente verano… y una holganza de mayor quietud y recogimiento que en el invierno”
(Ibid.). “Seremos resplandecientes de hermosura, fuerza, libertad, salud y gozos de­
liciosos” (Ibid.).

342
parte IV: Cuarta semana
CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR (III)

Aspectos sociales del gozo del cielo

Al gozo de la unión con Dios y del universo renovado se añade el de la compañía de los
ángeles y santos. Uno se gozará del bien del otro como del propio. Allí será cada uno cono-
cido de todos y de cada uno. Conoceremos la interioridad y los pensamientos de los demás,
creciendo así la gloria y el placer de los justos (Ibid.). El amor de caridad crecerá siempre: “Se
le quitará toda imperfección y se acrecentará su fervor y fuerza en soberana grandeza” (Ibid).
El amor a los demás se funda en que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, nues-
tra Cabeza:

“La ardiente amistad con su Señor abrazará el corazón de cada uno hacia todos
los demás benditos ciudadanos, dado que todos son un cuerpo de Jesucristo, y Cristo
nuestro Señor —la paz misma— es Cabeza de todos. Por esto los bienaventurados se
abrazan con el afecto con que los miembros de un mismo cuerpo se unen y se abrazan
entre sí. En aquel santo reino amarás a todos como a ti mismo y serás amado de todos
como ellos se aman a sí mismo” (Ibid. cap.).

Palabra final

Los capítulos últimos de la obra del Cartujano traen muchas otras ideas bellas y pro-
fundas sobre el cielo. Si me he alargado citando textos medioevales, no es con la intención
de que los reproduzcamos literalmente hoy, sino para que nos ayuden a ser creativos para
balbucear palabras sobre “la Patria”. Si por temor al misterio que nos excede nos quedamos
para siempre sin decir palabra, nos valdrá el reproche de San Agustín: “¡Ay de los que no
hablan de ti porque son mudos charlatanes!”.

Los antiguos Directorios de Ejercicios, al comentar la Cuarta Semana, dicen:

“Esta Cuarta Semana corresponde a la vida unitiva de amor y deseo de la eterni­


dad, donde se nos propone el premio de Cristo resucitado; y se pueden añadir aquí

343
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

algunos discursos para meditar la gloria y el galardón que esperan los justos, cuyas
prendas vemos en estos misterios de la gloriosa resurrección. Dice el Apóstol: “En
unión con Cristo Jesús nos resucitó, y nos hizo sentar con él en el cielo” (Ef 2, 6) (Mo­
numenta Ignatiana, Serie segunda, Exercitia… et eorum Directoria (1919), p. 933. Ver
también las páginas 1071, 1076, 1107, 1171, 1175).

344
parte IV: Cuarta semana
LA CONFIANZA

10. LA CONFIANZA

(Homilía al final del mes de Ejercicios)

En el evangelio Jesús dice que: “Viene enviado por uno que es digno de confianza” (Jn 7,
25–30). Esta misma es nuestra realidad, que la hemos vivido durante toda nuestra vida y
ahora a lo largo de este mes de Ejercicios. Somos apóstoles, misioneros, enviados. Pero en-
viados no por nosotros mismos, sino por Cristo y por el Padre. Quienes nos envían son dignos
de confianza.
Quiero hablar de la confianza.
En los puntos para el PyF es bueno fijar la mirada en la Trinidad Santa: el Padre que nos
busca en el envío de su Hijo que nos lleva a él, cristificándonos, por la fuerza de su Espíritu.
Así tomamos conciencia de que lo que caracteriza al Dios de la Biblia es que él busca y se
acerca al hombre.
Al final del recorrido del mes de EE, la “Contemplación para alcanzar Amor” nos dice
esto mismo: todo viene de Arriba, todo es don, todo es gracia. A nosotros nos toca reconocer,
agradecidos, y devolverle su Amor y sus infinitos regalos, todo lo que somos y tenemos es
ser todo suyos. Por eso decimos en la ofrenda final de la CA: “Tomad, Señor, y recibid toda mi
libertad… Todo mi haber y poseer: Vos me lo disteis, a Vos Señor lo torno, todo es vuestro”.
Le hacemos a Dios una entrega total. Pero ¿en qué nos podemos apoyar para entregar-
nos en forma tan radical a Él? ¿En nosotros mismos? ¡No! Por triste experiencia nos sabemos
tan frágiles, tan débiles. El trabajo del Reino sobrepasa nuestra fuerza. ¿En qué, entonces,
nos podemos apoyar?
Nuestro punto de apoyo es poner sólo en Dios nuestra confianza. Confiar en la fidelidad
de Dios a nosotros, fidelidad que reluce en el amor de Jesús en la Cruz. Este es un tema que
recorre toda la Biblia: la confianza de Israel se apoya no en sus méritos sino en la fidelidad de
Dios a su Alianza, que es algo totalmente gratuito, pura iniciativa suya. Se apoya en el honor
de su Nombre, tres veces santo, no en las fuerzas propias.
Es igual con nosotros. Todo lo podemos, en cuanto a nuestra santificación personal y en
cuanto a la misión, si desconfiamos enteramente de nosotros mismos y ponemos únicamente

345
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en la Trinidad santa y fiel nuestra confianza. “Todo lo puedo en Aquél que me conforta” (Fil 4,
13) ¿Qué podrá separarnos del caminar tras Jesucristo en el camino de Dios? (Rm 8, 35). Nada
puede separarnos. Ni mi propio yo, ni las dificultades, ni las tentaciones del engañador, ni el
pecado, ni la muerte.
En este final de los EE entreguémosle a Dios una confianza que se apoye sólo en él. Y
para esto, pidámosle una vez más que nos dé fuerza para renunciar a nuestros intentos perti-
naces de confiar en nosotros mismos. Sólo el Viento del Espíritu Santo puede inflar las velas
de nuestra barca y ponernos en ruta hacia el Padre. Esta doctrina de la confianza está patente
en el Crucificado con el costado abierto:
¡Padre, en ti confío! ¡Cristo, en ti confío! ¡Espíritu Santo, en ti solo confío!

346
PARTE V

LAS REGLAS DEL LIBRO


DE LOS EJERCICIOS

349
350
parte V: reglas de los ejercicios
LAS REGLAS DEL LIBRO DE LOS EJERCICIOS

LAS REGLAS DEL LIBRO DE LOS EJERCICIOS

Ya hemos visto a lo largo de este escrito que San Ignacio es un hombre que une la visión
con la acción. No se contenta con ofrecer los espléndidos panoramas de la fe y la esperanza
cristianas; quiere que los recorramos, que avancemos, que los pongamos en práctica.
Para esto ofrece varios juegos de reglas, que son elementos muy centrales del proceso
de los Ejercicios, y de cuyo conocimiento y empleo no podemos dispensarnos.
Aquí presento varios comentarios a estas reglas. Las de discernimiento de Primera y
Segunda Semana claramente no son mías. Tampoco lo son las reglas para ordenarse en el
comer y en otras adicciones. A estos tres comentarios creo haberles hecho algunos retoques,
pero que esté claro que son de otro autor. Me llegaron por el intenso libre comercio de notas
y papeles que existe entre las personas que dan Ejercicios. No sé a quiénes atribuirlas y me
ha parecido provechoso ponerlas aquí porque me gustan y pueden iluminar a otros lectores.

351
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

1. REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE PRIMERA SEMANA (313–327)

Hay tres tiempos en todo discernimiento: “sentir” —“discernir”— “confirmar”.


El “sentir” en la espiritualidad ignaciana tiene un rol muy importante. El conocimiento ex-
periencial es la raíz del sentimiento. Es un hecho evidente la insistencia de San Ignacio sobre el
rol del “sentir”. Al final de casi todas sus cartas escribe: “Para que tengamos la gracia de sentir
la soberana voluntad y que la cumplamos”. Aquí se percibe la importancia que le da a seguir
la voluntad de Dios… A menudo el significado de la palabra “sentir” es cercana a conocer: el
conocimiento espiritual es en gran parte cuestión de “gusto”, de sensibilidad, de intuición.
Las “mociones” son una experiencia interior que se originan en el ánima, pero vienen de
afuera. Es algo “que se produce en nosotros” ya sea en la oración o fuera de ella. Son fuerzas
cargadas, que provocan algo en mí: sentimientos, cosas que me llevan a actuar, que no me
dejan indiferente… La moción puede ser una gracia o una treta. Vamos a llamar “moción” a una
gracia que viene de la acción del Espíritu en nosotros y que nos mueve a lo de Dios y “treta”
a la que viene del mal espíritu. Por lo tanto, “sentir” y “experimentar mociones” es aprender
a conocer la fuerza del Espíritu y del enemigo en nosotros, discernir y, por supuesto, elegir.
Las reglas de discernimiento son pistas sacadas de la experiencia de Ignacio para detec-
tar la invitación de Dios y del enemigo en medio de todos los movimientos interiores que te-
nemos. La finalidad de las reglas no está solo en descubrir qué es lo que siento interiormente
y cuál es el origen de lo que me acontece, supone también reaccionar. Caer en la cuenta
(desentrañar lo que nos ocurre), para recibir (tomar, acoger, seguir) las mociones del buen
espíritu y echar fuera (rechazar, lanzar, derrotar) las tretas del mal espíritu (no dialogar).
Es imposible creer en el discernimiento si no se cree en la existencia y acción del espíritu
del bien y el espíritu del mal. El que no crea que el Espíritu de Dios está presente y actúa en
nuestras vidas, no tiene por qué ponerse a discernir. Lo mismo podemos decir sobre el espí-
ritu del mal, que está presente en cada uno de nosotros y actúa dentro y fuera de nosotros.
Entonces podemos decir que hay dos espíritus que luchan en nosotros y fuera de no-
sotros. Son espíritus antagónicos cuya lucha nunca acabará, aunque en cada etapa esta ad-

352
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE PRIMERA SEMANA

quiera características diversas. O sea que “estamos en una lucha interior” o “vivimos en una
lucha interior”.
La meta del combate espiritual —y, por lo mismo, del discernimiento— es la paz verda-
dera. El combate espiritual es algo que dura tanto como la vida del hombre (la vida es dura y
dura). No podemos pensar en llegar a una edad en que ya no lo haya, aunque sí suele darse
en finuras espirituales mayores. En la vida espiritual la victoria nunca es definitiva. Cuando
después de una batalla llega la consolación, la tranquilidad, la verdadera paz, ésta solo suele
ser la tregua hasta el siguiente combate. Así, tanto el buen como el mal espíritu, ganada una
batalla, nos presentarán la siguiente, para hacernos progresar o para hacernos caer.
En la Primera Semana el Mal espíritu suele atacar con tretas que apuntan a los viejos
ídolos. Todo el esfuerzo del enemigo va encaminado a que uno tire la toalla. Propone cosas
que son evidentemente malas: con instintos exacerbados o tentaciones claras; o que son
evidentemente malas en este momento de mi vida: interrumpir el proceso de los EE, no
dejarme tocar por el Señor, rupturas de compromisos, vivir en clandestinidad lo que siento,
dejar la oración.

Las Reglas (EE 313–327)

1ª) La Para quienes se están alejando del Señor, las tretas son de placeres aparentes. No es ne-
cesario ser un pecador empedernido para que valga esta regla. Puede haber sectores en mí que
se rigen por esta regla. Cuando nosotros los aceptamos y nos sugestionamos de que no tienen
tanta importancia, nos vamos enredando cada vez más; entonces se hace evidente que estos
pensamientos y criterios provienen del mal espíritu. En cambio, el remordimiento que brota, el
disgusto por una vida de tibieza o por lo empantanados que estamos, son señales de Dios.
2ª) En la gente que se va acercando al Señor, en situación de fidelidad, puede ocurrir que
de repente sientan desánimo, tristeza, con una idea fija que los complique, un escrúpulo,
una inseguridad, miedo o desconfianza. Esto que paraliza y que va contra la acción de Dios
no puede venir de Dios sino del mal espíritu que inquieta muchas veces en Primera Semana
a través de la sensualidad, el placer, incertidumbre (¿aguantaré?). La acción de Dios, en cam-
bio, se va a caracterizar por dar ánimo para progresar en el bien. Da paz, alegría y fuerza.

353
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3ª) En la “consolación” reaparece el PyF. Está ligada a un modo de ser del PyF, a un modo
de ser de la criatura en comunión con su creador. Es un estado de vitalidad espiritual, de
cercanía de Dios; se disipan temores, hay paz, se despierta en nosotros un deseo de amar a
Dios y amar y servir a los demás. Nuestra fe se fortifica, desaparecen dudas, y la esperanza
aumenta. Hay en cada uno de nosotros pensamientos típicos en la consolación.
Objeto del deseo: Cristo y su Reino
Eco que produce: Claridad
Eco afectivo: Paz y gozo
Tono vital: Animoso
Mis deseos: A lo positivo, “tengo que cambiar”.
4ª) La “desolación” es la situación contraria al PyF. Es el estado contrario al de la conso-
lación. Hay oscuridad, tristeza, inquietud, sequedad del corazón, atracción por lo sensible
que me aparta de Dios, pérdida de confianza y esperanza. Hay pensamientos y sensaciones
confusas típicas en cada uno de nosotros en la desolación.
Objeto del deseo: Lo mundano y su canto de sirena. El anti–Reino
Eco que produce: Confusión
Eco afectivo: Tristeza y turbación, sin esperanza
Tono vital: Desanimado
Tendencia del deseo: A lo negativo, “no sirvo para nada”
5ª – 8ª) Sobre cómo comportarse ante la desolación.
••No hacer cambios ya que nos faltan referencias positivas necesarias para orientarse.
Gran peligro de meter la pata
••Reaccionar en contra: Siendo más diligente. Hacer la contra al “abandonismo” y “el
derrotismo” que es propio de la desolación (+ oración, + examen, + penitencia, etc.).
No auto engañarme ni darme cuerda, ser objetivo conmigo mismo
••Tener una actitud de fe. Dios no me abandona, siempre me quedan fuerzas para se-
guir adelante. No tirar la esponja. Que no perciba la presencia de Dios no significa su
ausencia real
••Tener paciencia. Prepararse para la consolación que va a venir a su tiempo porque el
Señor conoce mi fragilidad
9ª) Interpretar el signo de la desolación, sus causas. Estudiar su origen posible: mi flojera,

354
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE PRIMERA SEMANA

una prueba de Dios, experimentar que la consolación es don. En cualquier caso, supone una
llamada del Señor a convertirme:
••Al compromiso más serio en el seguimiento de Jesús, mayor radicalidad (tibios)
••A la generosidad, a actuar generosamente con Dios no dando para que me dé, sino
gratuitamente (cuanto somos capaces…)
••A la gratuidad, a comprender que en la vida del Espíritu vivo de prestado (todo es don
inmerecido que viene de Dios…)
10ª) Sobre cómo comportarme en la consolación.
••Tomar fuerzas y luz para cuando venga la desolación. Tomar bien los puntos de refe-
rencia para poderme orientar cuando no esté consolado
11ª) Sobre qué pensar en la consolación y en la desolación.
••Ser humilde, no vanagloriarme, no atribuirse este estado. Agradecer a Dios este rega-
lo gratuito cuando se está en consolación
••El que está en desolación piense que va a ganar tomando fuerzas de su creador y
Señor. “Es mucho lo que puede con la fuerza del Espíritu, para vencer las tentaciones
del enemigo”
12ª – 14ª) Sobre la estrategia del enemigo. Sus tácticas suelen ser diversas; es
hábil y hay que intentar desenmascararlo.
••Fuerza aparente à Valentía (hacer lo opuesto….oración y penitencia)
••Clandestinidad à Transparencia (No dejarse cosas adentro, el demonio se hace fuerte
en lo secreto)
••Tomar el punto debil à Vigilancia (El demonio se agarra de lo débil de uno con una
paciencia de santo).

355
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2. REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE LA SEGUNDA SEMANA (328–336)

Es necesario recordar que discernimos para reconocer lo que es de Dios para tomarlo; y
lo que es del mal espíritu para rechazarlo. No se trata de vivir pendientes del mal espíritu o
poner toda la atención en él, sino de estar atentos a su acción porque nos impide reconocer
y tomar lo de Dios. Al discernir, reconocemos lo de Dios, sus mociones; y lo importante es
seguirlas, ellas nos van manifestando lo que nos acerca a Dios y tenemos que tomarlas en
cuenta y seguir su huella.
Estas reglas son más finas que las anteriores y ayudan más para la Segunda Semana de
EE. Es importante considerarlas largamente, chequearlas no solo en los Ejercicios, sino que
también en la cotidianeidad de la vida. En la Segunda Semana nos encontramos en una nueva
situación, lo que hace necesario afinar el discernimiento y la discreción de espíritus. Tenemos
que tener presente que el buen y el mal espíritu siguen actuando.
La primera serie de reglas las propone Ignacio para superar el primer obstáculo: ayudar-
nos a no sucumbir ante la tentación de no seguir adelante y abandonar el buen camino. Son
para caminar no solo a golpes de consolación sino que en toda circunstancia, orientados con
la marcación de las consolaciones y fortalecidos en fe y amor en los embates de la desolación.
Ahora habiendo dicho ¡Sí! al Rey Eternal, tiene menos sentido la tentación del abandono
y el enemigo usará nuevas tácticas (esto, aunque tengamos que reconocer que en nuestra
vida puede haber aspectos o áreas en las que se deban aplicar las reglas de Primera Sema-
na). Es así como las reglas de Segunda Semana proporcionan un instrumento de discerni-
miento más afinado para poder desenmascarar al enemigo en el contexto del seguimiento y
de quien se quiere poner en el camino del Rey Eternal.
En la Segunda Semana cambia fundamentalmente la táctica del mal espíritu. Si en la Pri-
mera Semana se hacía cómplice de nuestras debilidades, ahora se camufla para engañar. Si
antes tentaba con lo malo evidente, ahora lo hace con lo bueno en sí, pero que será malo para
mí; si antes lo hacía con signos perceptibles, ahora será de modo encubierto (sub angelo lu­
cis); si antes era con malestar y desaliento, tristeza o desesperación, ahora es con confusión,

356
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE LA SEGUNDA SEMANA

flaqueza; si antes era cobarde, ahora disimula, siembra la duda o desconfianza, desgasta de a
poco; si antes era frontal, ahora buscará caminos más sofisticados y atacará más intensamente.
El mal espíritu en la Primera Semana nos engaña principalmente a través de “sentimien-
tos”: tristeza, miedos, escrúpulos, desánimos… En cambio, en la Segunda Semana lo hace
principalmente mediante “pensamientos”: proyectos inmoderados, falsas seguridades, in-
dependencia de los demás, seguridad de nosotros mismos, de nuestros valores, de lo que
sabemos y podemos…

[329] La acción de los diversos espíritus se pueden reconocer porque:


Solo es de Dios dar alegría y gozo espiritual, quitando tristezas y turbación que el ene-
migo induce. Los signos de la verdadera alegría son:
••Es gratuita: uno no se la da aunque la busque.
••Es desinteresada, desprendida, no es del propio interés.
••Es honda, no una simple satisfacción de un deseo periférico.
••Se convierte en una buena nueva no sólo para mí, sino también para otros.
••Es humilde, no proviene de mi yo, que se quiere auto complacer, sino del desprendi-
miento de servir al Reino de Dios.
••Me inunda. Está en mí y me rebalsa. Es muy distinta de la euforia auto inducida, que
es compulsiva y exaltada pero poco duradera y honda.
••Es aclaradora ante preguntas que brotan en mí en este momento y me lanza a vivir.
••Es impulso para ir adelante, entrar más a lo hondo en el conocimiento y seguimiento
de Jesús, amar, servir, y sentirme libre a la vez. Me lanza con ilusión a la vida.
Es propio del mal espíritu dar tristeza y turbación a través de:
••razones aparentes
••sutilezas
••asiduas falacias = continuos engaños (enganche con una verdad para llevar a la mentira)

[330] Solo es de Dios dar consolación sin causa (espontánea). De repente viene un gozo
que no está encadenado a un proceso de pensamiento. Solo Dios llega al fondo del alma,
el enemigo solo llega hasta la periferia. El mal espíritu no puede meterse en la acción de la
persona. Es solo engaño y seducción que lleva a la acción, pero no puede hacer la acción.

357
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

[331] La consolación con causa puede venir del buen y del mal espíritu. Pero con fines
contrarios. El buen espíritu para provecho de la persona y el mal espíritu para engañar. Como
ya estamos en el seguimiento del Señor, la tentación no será no seguirlo, sino abandonar el
camino mostrándonos que no somos capaces del seguimiento (con falsas razones) o que el
camino es muy duro (sutilezas).

[332] El mal espíritu tienta al ánima justa “bajo apariencia de bien”. Ya no puede ir de
frente, así que viene con trucos; el pensamiento que viene parece bueno pero no es de Dios.
Cuando Ignacio se ponía a estudiar, le venían grandes devociones que lo distraían del estudio
y lo llevaban a no estudiar. Como ahora no puede ir de frente, el mal espíritu entra con la tuya
—que en principio estás lleno de buenos deseos— para enredarte y salir con la suya.

[333] Es necesario advertir el discurso de los pensamientos, el proceso, el derrotero, la su-


cesión de ellos. Esta regla nos muestra la necesidad del examen y el grado de finura en el que
hay que moverse. Es importante examinar el principio (origen) —el medio— y el fin (donde
termina). Si todo es bueno es señal de la acción del buen espíritu, pero si hay algo malo es
señal del mal espíritu. Es necesario examinar el proceso en su conjunto. Lo que viene de Dios
es todo bueno. Cuando interviene el enemigo, la cosa se va echando a perder poco a poco,
con pequeños cambios de rumbo, que provocan una experiencia perceptible de enfriamiento y
turbación, hasta que la cosa acaba en dirección opuesta a mi supuesta buena intención inicial.
Preguntas que pueden ayudar a reconocer:
•• Principio ¿Por qué? ¿Cómo comenzó? ¿En qué se enganchó?
•• Medio ¿Cómo continuó? ¿Cómo me sentí?
•• Fin ¿Dónde termina? ¿Cómo termino yo? ¿A qué me lleva?
Sería del mal espíritu en caso de que:
•• el proceso termina en algo malo, distractivo, menos bueno….
•• yo me siento debilitado, inquieto, turbado…
•• me quita la paz, tranquilidad o quietud que antes tenía.

[334] Hay que aprender de la experiencia. Al conocer el engaño… volver al principio para
sacar provecho con mi razón. Descubrir con qué me enganchó. Anotar (dejar registro). Se

358
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS DE DISCERNIMIENTO DE LA SEGUNDA SEMANA

trata de ver dónde estuvo el comienzo del desvío para librarse de ser engañado de nuevo ya
que el mal espíritu va a insistir.

[335] Es la regla de la connaturalidad. Cada uno de los espíritus (tanto el bueno como el
malo) no mete ruido en aquellos lugares o personas a los que domina. Dios entra suavemente
y sin problemas donde está Dios y lo mismo podemos decir sobre el mal espíritu. Esto nos
puede ayudar a ir desarrollando una intuición espiritual porque el sonido que provocan es
diferente:
A los que van de bien en mejor
••BE  dulce, leve y suavemente como una gota de agua sobre esponja. La consolación
de Segunda Semana es más serena.
••ME  agudamente con sonido e inquietud, provoca miedo y estorba. Como una gota
de agua sobre piedra.
A los que proceden de mal en peor:
•• BE  con estrépito
•• ME  suavemente

[336] Ni siquiera cuando estoy cierto que lo que siento viene del Señor, puedo despachar
por bueno todo lo que viene después. Es importante distinguir entre el núcleo de esa expe-
riencia de Dios y el tiempo subsiguiente. La segunda moción que procede de la consolación
hay que discernirla porque no siempre es de Dios. Las mociones y las consolaciones tienen
inicio y término.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3. NOTAS SOBRE ESCRÚPULOS Y SUASIONES

Fue uno de los últimos grupos de reglas introducido en los EE. Los Directorios de EE
dicen que se den sólo en los casos en que surgiese el problema. Son un complemento a las
reglas de discernimiento. Su origen está en la propia experiencia de Ignacio en su conversión
y en el acompañamiento espiritual de otras personas (Autob. 26–33; Carta al P. Valentín Ma-
rín, 24 de junio 1556, en Obras Completas; El Beato Fabro en su Memorial).
•• Ignacio habla de “escrúpulos” y “suasiones”. Veremos que no son lo mismo. La 6ª
Nota corresponde a suasiones, que son “insinuaciones que hacen daño” a la persona y al
trabajo del Reino.
•• Los escrúpulos son una cosa compleja, difícil de determinar. No son lo mismo que error
de conciencia (346), ni estado de desolación (348), ni delicadeza de conciencia (349). San Igna-
cio los distingue. Desde hace ya mucho tiempo los escrúpulos, aunque no sean siempre nece-
sariamente patológicos, muchas veces provienen de una patología, que puede tener diversos
niveles de intensidad y que, en sus formas más agudas, requieren del tratamiento de un experto.

Los escrúpulos vistos por la psicología hoy

El escrúpulo es visto como la consecuencia de la no adecuada superación del conflicto


entre la pulsión y la ley. Se da cuando la persona (el niño), por miedo de perder el afecto de
alguna instancia paterna, no sólo bloquea la acción prohibida, sino que introyecta y hace
suya la instancia prohibitiva, creándose un superyo irreprochable, una pseudo–conciencia de
naturaleza psíquica, que apela a la sola angustia y remueve del campo de la representación
cualquier representación del objeto que él considera prohibido. La angustia es profunda en
cuanto significa sentirse rechazado como persona. Por otra parte, la fuerza de la pulsión, una
vez reprimida, no se destruye, sino que se vuelve más insistente y obsesiva. Se vuelve contra
el sujeto en forma de sentido de culpa. Y tiene de particular que no está ligada a ninguna falta

360
parte V: reglas de los ejercicios
NOTAS SOBRE ESCRÚPULOS Y SUASIONES

concreta, sino a la presencia (oscura respecto a su origen y a sus fines) del deseo rechazado
en toda su violencia.
El escrupuloso no hace lo que lo podría liberar: darse cuenta y aceptar que el padre (o las
autoridades posteriores que lo representan) no pretende con la prohibición bloquear la fuerza
del deseo sino canalizarla a fines constructivos de lo real dentro de un equilibrio afectivo.
Las consecuencias de este conflicto no superado (en alguna parcela de su vida; porque
en otras puede ser muy normal) son muy variadas: 1ª: Incapacidad real para saber si ha
cometido o no un pecado real; o si todo es sólo imaginario (Ignacio, Autob. 22–24). 2ª: Lo
mismo para distinguir entre pecado grave o leve. 3ª: Tormentos interiores por saber si una
acción o un pensamiento fue o no deliberado. 4ª: Búsqueda ansiosa y obsesiva de seguri-
dades (volver y volver a examinar la conciencia, a confesarse). 5ª: Retorno compulsivo del
deseo del “fruto prohibido”, precisamente por haber sido rechazado tan de raíz. 6ª: Hay
en el escrupuloso un fuerte egocentrismo, proveniente de su “sentido sólo psicológico de
culpa”, desconectado vitalmente de lo real y de Dios que es la Fuente de la misericordia y
el perdón.
El conflicto no solucionado de culpa se reviste a veces de formas diversas al escrúpulo,
como puede ser la búsqueda de dominar (libido dominandi), o el no reconocer el mal en sec-
tores de la moral no afectados por la prohibición infantil (la vida sexual, la verdad, la realidad
económica, etc). No se reconoce que ciertas formas de perfeccionismo provienen de un pro-
fundo rechazo de la realidad y de los límites que ella impone.
Así, pues, bajo la mentalidad de que “todo pasa” (permisivismo), en la conciencia laxa
se oculta la misma angustia inauténtica de culpa infantil, que se transforma en su contrario:
en una reacción de rechazo radical respecto a cualquier ley o autoridad. Este fenómeno, que
es normal en la adolescencia, tiende a instalarse en forma estable no sólo en los individuos
sino también en las culturas, que afirma valores en sí perjudiciales al bien del conjunto social
(la cultura del neo–liberalismo salvaje, la de las drogas, la del destape y el permisivismo ba-
rato, la de la corrupción, etc).
Las culturas pasan por períodos de “ignorancia invencible” con respecto a determinados
comportamientos morales. Los profetas las despiertan. Pero también la misma deformación
moral produce su propio antiveneno, y la sociedad vuelve a encaminarse por vías más bene-
ficiosas al conjunto social.

361
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La moderna psicología ya abandonó las teorías permisivas de los años 1960, que daban
por necesariamente patológico el sentido de culpa y propugnaban una educación que no
frustrase las exigencias pulsionales. Tanto la excesiva severidad como la demasiada indul-
gencia son hechos negativos que, diversamente, llegan a idénticas consecuencias. La pul-
sión, dejada a sí misma, genera en el sujeto mayor angustia, por no haber aprendido a enfren-
tarse con la realidad, sus riesgos y limitaciones. La represión es necesaria porque conduce a
que el sujeto, cuando se extralimita, se ubique en la realidad.

Las notas comentadas:

[345] “PARA SENTIR Y ENTENDER ESCRÚPULOS Y SUASIONES DE NUESTRO ENEMIGO,


AYUDAN LAS NOTAS SIGUIENTES”.
El título: Son “notas” más que reglas, título que indica algo parcial y no acabado. Sólo la
5ª y la 6ª tratan de “reglas de conducta”. Ignacio habla de escrúpulos y suasiones. Veremos
que no son lo mismo. La 6ª Nota corresponde a suasiones, que son “insinuaciones que hacen
daño” a la persona y al trabajo del Reino (326: “palabras y suasiones de un vano enamorado”.

[346] “La primera. Llaman vulgarmente escrúpulo el que procede de nuestro propio juicio
y libertad, es a saber, cuando yo libremente formo ser pecado lo que no es pecado; así como
acaece que alguno, después que ha pisado una cruz de paja sin darse cuenta, forma con su
propio juicio que ha pecado; y éste es propiamente juicio erróneo y no propio escrúpulo”.
Comentario: Juicio o conciencia errónea no es lo mismo que escrúpulo. Aquella se refiere
a actos realizados con lucidez y plenamente admitidos: “Procede de nuestro propio juicio y
libertad”. Se basaría o en información deficiente o en una defectuosa aplicación de un prin-
cipio moral. En el ejemplo que pone San Ignacio: “pisar una cruz” era en esa época señal de
apostasía. El juicio normalmente produce certidumbre; lo contrario del escrúpulo, que es una
experiencia de duda.
Tampoco es lo mismo la conciencia delicada (383  3ª nota) que la desolación, pese a
que ambas puedan tener algunos elementos comunes, por ejemplo, la turbación, la oscuri-
dad y la confusión (317).

362
parte V: reglas de los ejercicios
NOTAS SOBRE ESCRÚPULOS Y SUASIONES

[347] “La segunda. Después que yo he pisado aquella cruz, o después que he pensado o
dicho o hecho alguna otra cosa, me viene un pensamiento de fuera que he pecado y, por otra
parte, me parece que no he pecado, también siento en esto turbación, es a saber, en cuanto
dudo y en cuanto no dudo: éste tal es propio escrúpulo y tentación que el enemigo pone”.
Comentario: “Un pensamiento de fuera”. Al decir “de fuera”, afirma que no viene de mi
libre pensar y decidir. Ver EE 32, que distingue tres mociones: las que vienen de mí mismo,
las del buen espíritu y las del malo. Esto es interesante porque permite ver que el mal espíritu
sólo se puede meter en mi periferia, sin lograr entrar en mi libertad.
Caracteriza al escrúpulo la turbación y la duda. Otras características, según Coathalem,
obra citada, p. 293, son: oscuridad espiritual, vacilaciones que se repiten continuamente,
inquietud angustiada acompañada de un sentimiento de culpabilidad.
En la carta al P. Valentín Marín, Ignacio se refiere a los escrúpulos en los siguientes
términos: “Escrúpulos superfluos”, impiden que Dios se sirva de uno para el bien de los
demás; “pasión de escrúpulos”, el escrupuloso que no se deja ayudar “peligra de perder
la ocasión y talento de servir a Dios, y aun el buen juicio natural”. Con esto último Ignacio
reconoce que los escrúpulos pueden llevar a pérdida del juicio. En esto se diferencia de
los psicólogos de hoy que afirman sin más su carácter patológico. Piensa Ignacio “que el
fomento de ellos es alguna soberbia”. Le recomienda cuatro cosas: 1°) que no forme juicio
de pecado sino lo que claramente consta que lo es (=test de realidad). 2°) Que se remita al
juicio del Superior como al de Cristo. 3°) Que sea humilde y se fíe de la divina providencia.
4°) Que ruegue a Dios que lo “libre desta pasión o enfermedad cuanto conviene para no
ofenderle ni impedir su mayor servicio”.

[348] “La tercera. El primer escrúpulo de la primera nota es mucho de aborrecer, porque es
todo error; mas el segundo de la segunda nota, por algún espacio de tiempo no poco apro­
vecha al ánima que se da a espirituales ejercicios; antes en gran manera purga y limpia a la
tal ánima, separándola mucho de toda apariencia de pecado, según el dicho de Gregorio: ‘Es
propio de las personas buenas encontrar culpa, donde no hay ninguna culpa’”.
Comentario: Es de aborrecer porque es error y puede inducir a pecar, pese a no haber
materia. Puede aprovechar por un tiempo para limpiar el alma: Fue la experiencia de Iñigo y
de muchos santos. También puede aprovechar para confiar y creer más en Dios. Pero en sí

363
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mismo hace daño al sujeto y al prójimo. Las confesiones de los escrupulosos: de un confesor
a otro, de un templo a otro. Las misas en que se repiten las palabras de la consagración:
“Este es mi cuerpo…”. El repetir oraciones, por haberlas hecho sin suficiente atención. El dar
continuas e innecesarias explicaciones.

[349] “La cuarta. El enemigo mucho mira si una ánima es gruesa o delgada; y si es delgada,
procura de más la adelgazar en extremo, para más la turbar y desbaratar; verbi gracia: si vee
que una ánima no consiente en sí pecado mortal ni venial ni apariencia alguna de pecado
deliberado, entonces el enemigo, cuando no puede hacerla caer en cosa que parezca pecado,
procura hacerla formar pecado adonde no es pecado, así como en una palabra o pensamien­
to mínimo. Si la ánima es gruesa, el enemigo procura de engrosarla más, verbi gracia: si antes
no hacía caso de los pecados veniales, procurará que de los mortales haga poco caso, y si
algún caso hacía antes, que mucho menos o ninguno haga ahora”.

[350] “La quinta. La ánima que desea aprovecharse en la vida espiritual, siempre debe
proceder contrario modo que el enemigo procede, es a saber, si el enemigo quiere engrosar
la ánima, procure de adelgazarse; asimismo, si el enemigo procura de atenuarla, para traerla
en extremo, la ánima procure solidarse en el medio, para en todo quietarse”.
 
Comentario a 349 y 350: *La 349 describe la estrategia del mal ángel y la 350 el remedio.
Estas dos reglas recuerdan lo dicho en las reglas de discernimiento de Primera y Segunda
Semana: 319, 331, 332, 355: “Reaccionar en contra”, “tentación bajo ángel de luz”, la gota de
agua que cae sobre esponja y sobre piedra.
*vvvNo es buen consejo liberar al escrupuloso de la obligación de curarse de su enfer-
medad. Tampoco el ahorrarle tomar propias decisiones, pidiéndole que se fíe de su director
espiritual. Lo sano es que se mejore lo más posible y se haga libre. Pero a veces no hay más
remedio que pedirle que se fíe de uno, lo cual ya en sí es un acto libre y razonable. El consejo
de Ignacio al P. Marín, de que ruegue a Dios y pida oraciones a otros por él, es muy sano.
*“proceder contrario modo”  Es acertado hacerlo, pero siempre que esté enraizado en
una relación afectiva con Dios y el acompañante espiritual. Porque el escrúpulo es una enfer-
medad del plano afectivo y necesita de una atmósfera afectiva positiva para que el enfermo

364
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

se cure. No es sólo una cosa de psicoanálisis. La relación viva y amorosa a Dios Padre bon-
dadoso, cercano, amante; el cultivo de la confianza y la esperanza en él; buenas relaciones
afectivas; una postura afirmativa hacia la creación, etc. son cosas que ayudan a que recupere
la salud espiritual y total.
*solidarse en el medio  Gran consejo y lucha de por vida: siempre hay tendencia a irse
a los extremos, que dañan a la persona, al evangelio, a la Iglesia. Es el “reaccionar en sentido
contrario” (EE 13, 321, 351).

[351] “La sexta. Cuando la tal ánima buena quiere hablar o obrar alguna cosa dentro de la
Iglesia, dentro de la inteligencia de los nuestros mayores, que sea en gloria de Dios nuestro
Señor, y le viene un pensamiento o tentación de fuera para que ni hable ni obre aquella cosa,
trayéndole razones aparentes de vana gloria o de otra cosa, etcétera, entonces debe de alzar
el entendimiento a su Criador y Señor; y si ve que es su debido servicio, o a lo menos no con­
tra, debe hacer lo diametralmente opuesto contra la tal tentación, conforme a lo hecho por
San Bernardo, que respondió al tentador: ‘Ni por ti lo comencé, ni por ti lo terminaré’”.
 Comentario: *En esta nota el problema del escrupuloso no es sobre si algo ya pasado
fue o no pecado, sino sobre la recta intención de la buena obra que realiza. Es útil para todos,
porque el miedo al qué dirán muchas veces nos paraliza.
*Vale la pena prestar atención al marco de referencia que traza Ignacio a esa “ánima
buena”: “Dentro de la Iglesia” (Sus reglas para sentir en la Iglesia), “dentro de la inteligencia
de los nuestros mayores” = el aprecio a estar enraizado en la tradición viva de los mayores
(=Concilios, liturgia, Santos, teólogos, Padres, etc), “Que sea en gloria de Dios N. S.”, lo que
para Ignacio significa que haga bien espiritual a los demás, que haga conocer a Cristo y su
proyecto del reinado del Padre.*“Alzar el entendimiento a su Criador y Señor”  Dejarse de
pensar cosas huecas, sin sentido real. Es ponerse en la perspectiva de la verdad del PyF.
*Hacer “el oppositum per diametrum”, lo diametralmente opuesto.

365
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

4. REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO


DE LA CARIDAD (EE 337–344)

Desde su conversión, San Ignacio dio mucha importancia a compartir los bienes. Todo
lo que tenía lo compartía por su deseo íntimo de seguir muy de cerca a Jesucristo pobre
y menospreciado. Y quería hacerlo como lo habían hecho los santos. En su Autobiografía
cuenta que pasó varios años viviendo como mendigo e incluso mendigando para otros más
necesitados que él. Ya sacerdote, y fundada la Compañía de Jesús, esta preocupación por
vivir la pobreza evangélica y por compartir en lo económico se va mostrando paso a paso. La
encontramos en las Constituciones de la Compañía de Jesús, en sus cartas, y en forma muy
fuerte en lo que se ha conservado de su Diario Espiritual.
La importancia que da al compartir económico y a vivir en pobreza va apareciendo cla-
ramente a lo largo de todos los Ejercicios, y toma una forma muy concreta en las reglas que
titula “en el ministerio de distribuir limosnas se deben guardar las siguientes reglas”. En ellas
repite, en otro contexto, las normas que da en el “Segundo Modo para hacer sana y buena
elección” (Nº 184 al 187). En este caso recurre a las mismas reglas para hacer elección, pero
aplicándolas a lo que llama “ministerio de distribuir limosnas” y las aplica, en especial, para
ayudar a los clérigos que, en su época, disponían de muchos bienes económicos. Las aplica
al difícil aspecto del cómo usar y compartir los bienes materiales y muy especialmente el
dinero, la riqueza económica.
Aunque 500 años después, este “ministerio” del que él habla no es algo tan específico
de los clérigos en nuestra Iglesia de hoy, todo cristiano que quiera seguir de cerca al Señor
Jesús ha de considerar como cosa suya el buscar formas de compartir los bienes al estilo de
Jesús y de la primera Iglesia, como aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos
los creyentes estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades
y todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno” (Hc. 2, 44–45).
Es larga tradición en la Iglesia que las riquezas son para compartirlas. Que lo que no nos es
absolutamente necesario para vivir, es de los demás. Basta con recordar pasajes de los Hechos
de los Apóstoles y pasajes de las cartas de San Pablo que llaman continuamente a compartir y a

366
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

hacer colectas por las comunidades que estaban pasando necesidad. También muchos escritos
de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos hablan de esto. Ellos fueron muy exigentes
en este aspecto. Y nosotros hoy día podemos ser evangelizados al respecto leyendo algunos
textos bien conocidos del Padre Hurtado; del Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes cap III N°s
63 al 72; y del “Compendio de Doctrina Social de la Iglesia” entre muchos otros.
Todo cristiano está llamado por el Señor a vivir sobriamente y a compartir (distribuir en
nuestro entorno y en nuestra sociedad) los bienes recibidos y adquiridos a lo largo de la vida.
Bienes como la inteligencia, el cariño, los conocimientos, el Evangelio, la cercanía fraternal y,
muy especialmente, el dinero. Porque el dinero que es tan necesario para vivir puede condu-
cirnos a muchos engaños.
San Ignacio continuamente nos pone en guardia al respecto. Tanto en la meditación de
Dos Banderas (N° 136 al 147) como en la de Binarios (N° 149 al 157) el dinero juega un rol
distractor, distorsionador, engañador. La verdad es que en el uso del dinero sufrimos muchas
confusiones, y continuamente nos es muy difícil de evaluar de cuánto desprendernos; y de
cómo y dónde compartir. Sabemos y hemos vivido los muchos malentendidos que se generan
en el compartir económico en un mundo en que a las personas se las respeta más por lo que
tienen que por lo que son. Y esto nos enreda.
Pero San Ignacio es claro. En Banderas pone la codicia de riquezas como el primer escalón
de las tentaciones que nos llevan luego a todo tipo de pecados (N° 142). Por eso da una enorme
importancia a esto en todo el caminar de los Ejercicios y para reforzarnos en esta dimensión
del desapego de las riquezas pone estas reglas, que podríamos llamar “del uso de los bienes”.
Como seguidores de Jesús, que nos hemos sentido llamados por Él a compartir su estilo
de vida pobre, y su entrega hasta la muerte por los demás, tenemos en estas reglas del uso
de los bienes una ayuda bien importante. Entregando o repartiendo nuestros bienes nos es-
taremos entregando nosotros mismos. Al entregar nuestro tiempo entregamos nuestra vida.
El entregar nuestro amor, nuestros conocimientos y también nuestros bienes económicos, es
“entregar la vida” por los demás, por los otros hijos del Padre. Y esta es una invitación muy
central que recibimos de Jesús mismo en la Segunda Semana de los Ejercicios.
Es importante dejar resonar en nuestros corazones lo que nos dicen estas “reglas del
uso de los bienes”, escuchar hacia dónde nos impulsan, qué nos recuerdan y qué no estamos
viviendo adecuadamente para reforzarlo.

367
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Estas reglas parecen estar hechas para reforzar la “Reforma de vida” a la que apunta
como a su meta la Segunda Semana de los Ejercicios. Lo que importa es escuchar el llamado
que nos hace el Señor a seguirlo muy de cerca, en humildad y pobreza, “ligeros de equipaje”
en lo concreto de nuestras vidas para así poder llevar más vida a los demás. Estas reglas bus-
can que podamos vivir el día a día como lo viviría Jesús, “nuestro sumo pontífice, dechado y
regla nuestra” (344), es decir: recibiéndolo todo del Padre y entregándoselo todo de vuelta
en nuestros hermanos, los demás hijos del Padre. Y, como dice San Ignacio, olvidando lo más
posible nuestro “propio amor, querer e interés” (N° 189) para centrarnos en el amor, querer e
interés de la Santísima Trinidad de que todos vivamos en plenitud.
Estas reglas del compartir, del uso de los bienes y del ejercicio de la caridad, tienen un
valor permanente para los cristianos de todo tiempo. Porque el ejercicio de la caridad y el
compartir los bienes es lo único que nos puede ir asemejando a Cristo y a su modo de ser.
Él mismo pregonó la importancia de vivir estas normas en el “Sermón de la Montaña” (Mt 6,
19–20 y 24) y muy especialmente en la enseñanza con que aclara en torno a qué versará el
Juicio Final (Mt 25, 31–46).
San Ignacio refirió estas reglas al cómo vivían los altos dignatarios de la Iglesia que con-
taban con muchísima fortuna; pero también las extendió a los otros estados de vida diciendo:
“Lo mismo se debe considerar en todos modos de vivir, mirando y proporcionando la condi­
ción y estado de las personas” (344). Aquí pone un ejemplo conmovedor (tomado de alguna
tradición) del cómo lo hacía la familia de San Joaquín y Santa Ana, padres de Nuestra Señora.
Dando por supuesto el deseo de perfección de quienes hacen Ejercicios Espirituales,
aconseja para todos una reducción del tren de vida, del confort, de la búsqueda de bienestar
y de pasarlo bien, para poder compartir más con los necesitados. Se trata de un llamado
muy “contra corriente” ayer, hoy y siempre. Se trata de un llamado que rompe la lógica con
que nos movemos normalmente en nuestro mundo secularizado que busca crecer en bienes
materiales e incentiva a mirar el desarrollo y las riquezas como lo más importante; que busca
siempre y en todo el placer a corto plazo, pero que nos está empobreciendo en humanidad y
espiritualidad.
Se trata de un llamado a no olvidarnos que somos hijos del mismo Padre que creó este
mundo y sus riquezas para todos sus hijos. Se trata de un llamado a vivir como vivió Jesús
que entregó todo y se entregó a sí mismo por todos nosotros. Se trata de buscar vivir en

368
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

REGLAS SOBRE EL USO DE LOS BIENES O EL EJERCICIO DE LA CARIDAD

concreto como hermanos que comparten con amor y por amor. El compartir los bienes, y el
ejercicio de la caridad, como nos recordó el Papa Benedicto XVI en su carta Deus Caritas est,
es de vital importancia en la vida cristiana. Como lo es también, para los seguidores de Cristo,
el hacer todo lo posible para colaborar a construir una sociedad más justa y equitativa, en la
que no haya marginados.
Me parece que la famosa pregunta de San Alberto Hurtado “¿qué haría Jesús en mi lu­
gar?” aplicada al uso del dinero es muy pertinente para nosotros hoy. Viene a ser como una
síntesis magistral de una buena y honda “Reforma de vida” y de una vivencia coherente de
estas “reglas del uso de los bienes”.

En Resumen

La forma que plantea San Ignacio para discernir y para “elegir lo mejor” en el uso de
los bienes, en el ejercicio de la caridad y el asignar limosnas es de índole intuitiva, y es la
misma forma que emplea en el Segundo Modo de hacer Elección del Tercer Tiempo. Apela
a las reacciones casi espontáneas del sentido cristiano y están movidas por preguntas tan
simples como:
Nº 338. ¿Es sólo por amor a Dios que comparto con esta persona en lugar de hacerlo
con otra?
Nº 339. Si se tratara de un desconocido al que le deseara lo mejor ¿qué distribución de
sus bienes le aconsejaría? Eso mismo debo hacer yo.
Nº 340. En la hora de la muerte, ¿cómo me gustaría haber administrado mis bienes?
Aplicarla ahora.
Nº 341. En el Día del Juicio Final, ¿qué tren de vida quisiera haber seguido? Que esa sea
mi norma desde ahora.
Y las dos precisiones complementarias 342 y 343 nos recuerdan la Anotación 16, la Nota
de Binarios (157) y las directivas para la “Reforma de Vida” (189).
Nº 342. Advierte la importancia de mantener la libertad para no favorecer sólo a deter-
minadas personas
Nº 343. ¿Cómo actuar cuando uno mismo está postulando a bienes?

369
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Nº 344. Retoma el principio de perfección de la “Reforma de Vida” (189), “piense cada


cual qué tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto más saliere de su propio
amor, querer e interés”, pero enriqueciéndolo. Por eso añade aquí: “Siempre es mejor y más
seguro… cuanto más se cercenare y disminuyere, y cuanto más se acercare a nuestro sumo
pontífice, dechado y regla nuestra, que es Cristo nuestro Señor”.

370
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS PARA ORDENARSE EN EL COMER

5. REGLAS PARA ORDENARSE EN EL COMER (EE 210–217 )

Ignacio pone estas reglas en la Tercera Semana de los Ejercicios porque ahí contemplamos
a Jesús comiendo con sus discípulos la Última Cena. Contemplando al Maestro, viéndolo comer,
el ejercitante se sentirá atraído a hacer como él en sus comidas ordinarias y especiales. Las
reglas ayudan a ordenar desórdenes en el comer, y, como tales, podrían haberse presentado
en la Primera o la Segunda Semanas de los EE. Pero el hecho que Ignacio las presente en la
Tercera Semana es un indicador muy característico de su pedagogía espiritual. El camino de
Ignacio busca ser el camino de Cristo. Confía no en ideas u órdenes abstractas, sino en la fuerza
interior que mueve desde dentro a un cristiano que profundiza en el conocimiento del Señor
para más amarlo, imitarlo y ponerse a su servicio para la tarea del Reino. Jesucristo es la norma
final y única del obrar cristiano. Es el mismo principio que recordará en la “Contemplación para
alcanzar amor”: “El amor consiste en comunicación de las dos partes…dar y comunicar el otro
al otro” (EE 231). La aspiración del cristiano es llegar a vivir no por “deberes” o “normas de
buena conducta” (aunque éstas sean necesarias y nos ayuden en nuestras debilidades) sino
por el impulso del amor y el ejemplo de Cristo. Por esto dirá en la regla quinta: “Considere que
ve a Cristo nuestro Señor comer con sus apóstoles, y cómo bebe, y cómo mira, y cómo habla; y
procure imitarle” (EE 214).
Ignacio se refiere a ordenarse en el comer y beber, porque esto era un problema serio
para muchos de su tiempo. Hoy, en cambio, con tanta preocupación por las dietas y las bebi-
das light, el problema se desplaza a otros órdenes de cosas donde sucumbimos a adicciones
muy desordenadas: en el dormir, fútbol, deportes, viajes, descanso, uso de TV e internet,
aventuras, alcohol, ritmo de vida, compras, consumo, drogas, cultivo del cuerpo (body fit­
ness), moda, viajes turísticos de evasión de la vejez o de la rutina, hacernos trabajólicos.
Lo que nos propone Ignacio son unas claves de discernimiento. Estas pretenden fomen-
tar un orden integral de todas mis actividades, incluso las más habituales y cotidianas. San
Ignacio está convencido de que mientras no ordenemos todos los ámbitos de la persona
vamos a desordenarnos nuevamente. Por eso estas reglas son importantes y muy actuales.

371
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Las reglas del comer

El comer es, a la vez, una actividad necesaria y está en el mundo de los apetitos (el gus-
to). Por lo primero no se lo puede ignorar o suprimir. Por lo segundo encierra el peligro del
desorden. El modo de comer y beber, así como el uso de la palabra, son muy reveladores del
grado de autodominio de una persona. Este discernimiento que propone Ignacio se puede
ampliar a toda una serie de actividades que en cierta medida son necesarias, pero en las
cuales nos podemos desordenar.
Se apunta a una transformación del mundo de los apetitos, a ser señores de nosotros
mismos. Invita a un cambio total y paulatino que nos lleve a centrar todas las energías en
Cristo. Es necesario evitar las dobles vidas en que, por un lado, tenemos la voluntad de que-
rer responder a lo de Dios y, por otro, corremos con colores propios al margen de Dios. Re-
conocer que nuestros apetitos pueden entrar en conflicto con el seguimiento de Jesús, con
seguirlo e identificarnos con él, nos lleva a ordenar los apetitos como parte de una vida que
en su totalidad responda a la voluntad de Dios.
Se trata de crecer en dominio de mí mismo y, por lo mismo, de crecer en libertad en
aquellos aspectos de mi vida en que la pierdo. Se trata de ir ampliando el campo de la liber-
tad a las distintas zonas de dependencia de nuestra vida. Estas dependencias se caracteri-
zan por:
 una necesidad compulsiva
 insaciable… provocan ansiedad
 que polariza e invade el campo del deseo y de la sensibilidad
 se va constituyendo en el centro de la existencia… adicto…
La alegría, respuesta de Dios al actuar según su voluntad, es mucho más gratificante e
integradora que la satisfacción del apetito compulsivo, que crea dependencia y ansiedad, y a
la postre disgusto y agresividad contra uno mismo y contra los demás.
Es necesaria la disciplina como pedagogía de libertad. Sin ella, la persona es dominada
por sus apetitos autónomos y sus caprichos, y queda expuesto a los estímulos haciéndose
incapaz de afrontar cualquier tipo de frustración. Lo mismo se puede decir de la tolerancia
para la postergación de la satisfacción de un deseo y la frustración que ello conlleva.

372
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS PARA ORDENARSE EN EL COMER

Reglas:

El polo objetivo:
1) Ver cuáles son las cosas que a mí me desordenan (no sólo en el comer). No gastar
energías donde no hay desorden. El asunto está puesto no en el comer o no, sino en la canti-
dad y calidad. Las comidas ordinarias ofrecen menos peligro.
2) Si hay cosas que me hacen daño, es obvio que hay que cortarlas. Pero hemos de ir a la
raíz y ordenar las apetencias, porque lo apetecible está más sujeto al desorden.
3) En los “manjares deliciosos” (de diversos tipos) mis apetitos pueden desordenarse
más fácilmente y se requiere mayor cautela para no dejarse tentar. Por lo tanto, hay que
establecer ciertos principios para llegar a ser señor de uno mismo, partiendo por habituarse
a comidas (bebidas, paseos, etc) corrientes; en poca cantidad las extraordinarias. Lo excep-
cional debe conservar el carácter de tal.
4) Encontrar el justo medio. Lo necesario para vivir sin debilitarse y poder servir. Eso
se logra privándome de lo que conviene. Abstenerme de las cosas en que me desordeno es
fundamental para poder discernir bien y con provecho. Es el único modo de romper con las
dependencias y llegar a saber cuánto tomar de ello, atento a las consolaciones y a la evalua-
ción de las necesidades objetivas.

La actitud subjetiva:
5) El criterio fundamental del discernimiento es la imitación de Cristo suscitada en la
contemplación. Cuando como, bebo, paseo, converso, veo televisión, etc, recordar a Cristo
haciéndolo con sus discípulos. Pensar en cómo lo haría Cristo y no poner todos los sentidos
en la comida que estoy ingiriendo o en lo que estoy disfrutando… El entendimiento tiene
mucho poder de mejorar malos hábitos. Se trata de descentrar nuestras atenciones. No
potenciar (con los sentidos y la consideración) nuestros deseos, adicciones y afectos des-
ordenados. Se trata de seguir e imitar a Cristo en ser hombres libres, señores de nosotros
mismos.
6) Más allá del plato que estoy comiendo, poner la atención en otras cosas evitando
deleitarme más de la cuenta, porque esto aumenta el apetito. Ejemplos: una buena conver-
sación, escuchar música, mirar algo bonito.

373
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

7) El estilo de comer importa. No estar volcado al apetito ni aprisionado por él. Evitar la
ansiedad en la manera y en la cantidad de comer. No dejarse absorber por la comida, sino ser
señor de sí.
8) Mucho aprovecha fijar la cantidad que me conviene para la próxima comida cuando
ya he comido y tengo satisfechos los apetitos. Así la saciedad me ayuda a discernir bien. Pero
hemos de mantenernos firmes en la decisión.

374
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA

6. REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA

Amar la Iglesia porque Cristo la ama

Dentro del libro de los Ejercicios, las “Reglas para sentir con la Iglesia” ocupan las pági-
nas finales (EE 352–370). Por los estudios del Padre Pedro Leturia, s.j., y otros es­pecialistas,
sabemos que estas reglas tienen su germen ini­cial en las grandes gracias que Iñigo recibió
en Manresa, pero que su redacción corresponde al período de París, hacia 1534, con algunos
complementos posteriores, hasta 1541, en Roma. Sin embargo, el hecho de su tardía redac-
ción no ex­plica el que ocupen el lugar postrero. La razón de fondo es de índole espiritual: son
el resultado de un proceso de identificación con Cristo y con todo lo que él ama.
Los Ejercicios desarrollan una pedagogía espiritual que busca crecer en “... conocimiento
interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE 104). Esta
es la meta hacia la que se orientan las contemplaciones de los misterios de la vida de Jesús.
Este conocimiento interno del Señor tiene dos polos, que se interconectan por el vínculo
unitivo del amor, vínculo que posee la fuerza maravillosa de producir presencia recípro­ca,
intercomunicación de existencias.
El primer polo se dirige hacia Jesucristo. El deseo de conocerlo impulsa al ejercitante a
interesarse por todo lo suyo. La amistad se nutre y crece mediante el contacto directo y cer-
cano. Por su propia dinámica, busca conocer los sucesos, palabras y sentimientos de Jesús;
las perso­nas que lo acompañaban; sus proyectos, con sus posibles éxitos y fracasos. No se
contenta con lo vago sino que desciende hasta el detalle.
Pero esto no impide que, para evitar dispersarse en la multiplicidad, se esfuerce en pe-
netrar cada vez más en la interioridad del Señor, en sus designios y sentimientos más profun-
dos hacia su Padre y hacia sus hermanos, hombres y mujeres. De este modo, la petición de
conocimiento interno del Señor conduce hacia aquel nudo y fuente de todo su querer, pensar,
sentir y actuar que el lenguaje bíblico designa con la palabra “corazón”.
El segundo polo de esta petición es que el conocimiento del Señor se internalice en el
ejercitante. Que pase del plano del conocimiento abstracto o erudito (EE 2: “el mucho saber”)
al plano personal en el que las cosas se sienten y gustan internamente (EE 2), en el que Dios

375
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

se comunica y opera inmediatamente, llenando al ejercitante y “abrazándolo en su amor y


alabanza” (EE 15).
Las contemplaciones de los misterios de la vida de Jesús, con sus repeticiones, colo-
quios y aplicación de sentidos, son el método privilegiado de oración para fomentar este
conocimiento interno que lleva a mayor amor y segui­miento. Así, el proceso de los Ejercicios
conduce al ejercitante a una identificación creciente con el Señor y, por lo tanto, con la Iglesia.
La meditación del Reino hace comprender internamente los dos grandes amores de Je-
sucristo Nuestro Señor: su Pa­dre y la humanidad. Lo mismo se podría decir de todas las
contemplacio­nes de la Segunda Semana, especialmente de aquellas de más explicito con-
tenido eclesial, como la vocación de los apóstoles (EE 275), su envío a predicar (EE 281) y la
institución de la Eucaristía (EE 289).
La Tercera Semana nos introduce en el misterio del “no hay mayor amor que el dar la vi­
da por los amigos” (Jn 15,13), mientras que la Cuarta nos familiariza con el amor resucitador
del Padre a su Hijo y a todos y cada uno de nosotros, al vivificarnos en Cristo, destruyendo
nuestro pecado y nuestra muerte.
Sin darnos una teología sistemática sobre la Iglesia, los Ejercicios nos hacen acompañar
al Señor que construyen su Iglesia con personas y acciones concretas. Gracias a esto, la cre-
ciente identificación con Cristo lleva consigo un correspondiente crecer en identificación con la
Igle­sia; conduce a que desarrollemos en nosotros un “sentido verdadero” de Iglesia, que es no
sólo conocimiento sino una especie de instinto connatural que brota del amor y gusto interior.
El Cardenal Newman desarrolla el tema de cómo el amor concreto a un amigo nos lleva a
amar a los amigos de ese amigo. Así se va extendiendo, en lo humano, la universalización del
amor. Este hecho tan sencillo y a la vez tan portentoso es el punto de sustento de todas las
reglas ignacianas para sentir con la Iglesia: amar a los que Cristo ama.

¿Cómo ama Cristo a la Iglesia? ¿Cómo hemos de amarla nosotros?

De las numerosas imágenes de la Escritura y la tradición, Ignacio retiene dos especial-


mente aptas para expre­sar amor íntimo, fuerte y fecundo: la de esposa y la de madre (EE
353, 363, 365). Para él debiera haber continuidad en el amor. Un ejercitante, lleno de amor

376
parte V: reglas de los ejercicios
REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA

al Señor y deseos de servirlo, se volverá con igual amor hacia la que es la esposa de Cristo,
la Iglesia, y también hacia María, su madre y nuestra madre. La fuerza fundamental de estas
reglas radica en que son el fruto natural del amor.
La relación Esposo–esposa tiene una riquísima raigambre bíblica. El Nuevo Testamento la
lleva a su culminación en el Apocalipsis, en que la Iglesia purificada, la nueva Jerusalén, baja
del cielo, de junto a Dios, “engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Apoc 21, 2).
Ignacio en estas reglas no piensa en la Iglesia del Reino final sino en la Iglesia que ahora
está combatiendo, la militante (EE 352). Es decir, en la Iglesia que peregrina como Pueblo de
Dios y que, en su marcha, se llena de suciedad y de polvo; la Iglesia a cargo de una jerarquía
compuesta por hombres frágiles y pecadores, como Pedro. La Iglesia criticada y perseguida
en todos los tiempos por los que la consideran o bien “demasiado materialista” (EE 354:
confesión, sacramentos; 358: reliquias, indulgencias, candelas; 360: imágenes, ornamen-
tos) o “excesiva­mente espiritual” (EE 355, 356, 357); la Iglesia de las devo­ciones populares
descritas en estas reglas y que provocan el rechazo y el desprecio de las elites de todas las
épocas; la Iglesia de los pobres, que son los que tienen el sentido humano suficientemente
desa­rrollado para gustar estas prácticas.
A esta Iglesia estamos llamados a amar y defender; jamás a atacarla: “Alabar, finalmen­
te, todos preceptos de la Iglesia, teniendo ánimo pronto para buscar razones en su defensa y
en ninguna manera en su ofensa “ (EE 361).
Como vemos, Ignacio no se evade de la Iglesia del presente, idealizando la Iglesia de los
primeros cristia­nos o anticipando la Jerusalén celestial. Su consigna es alabar, alabar, alabar. El
motivo último de esto es que Cristo ama así a esta Iglesia militante, santa y a la vez pecadora.
Este motivo se apoya en la fe: “...creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la
Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras áni­
mas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez mandamientos, es regida
y gobernada nuestra santa madre Iglesia” (EE 365). Sólo la fe en la Iglesia como misterio de
la presen­cia del Espíritu divinizador del Padre y del Resucitado puede lograr tal docilidad a la
Iglesia. De ahí la fuerza de ese “creyendo”, que emplea Ignacio.
Tras las palabras “regir” y “gobernar” se oculta el misterio de la inhabitación del Espíritu
en nosotros, que nos hace gustar la “Contemplación para alcanzar amor”: “...asimismo ha­
ciendo templo de mí, siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad...” (EE 235).

377
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Lo mismo aparece expresamente en la carta que Ignacio escribiera al Negus Claudio de


Etiopía: “...es beneficio singular ser unidos al cuerpo místico de la Iglesia cató­lica, vivificado
y regido por el Espíritu Santo...” (Carta del 23 febrero 1555).
Concluyamos esta reflexión sobre la raíz y el fundamento del “sentir con la Iglesia”. Las
razones que Ignacio invoca para estar siempre dispuestos a defender y seguir las di­rectivas
de la Iglesia, a seguir sus legítimas tradiciones y costumbres y a respetar sus prácticas, no
son de sola conveniencia humana ni del orden puramente jurídico e insti­tucional. El presu-
puesto favorable a todo lo que la Iglesia jerárquica enseña, hace o recomienda se funda no
en un frío juridicismo sino en el amor tierno, constructivo, fecundo y activo del Esposo hacia
su esposa.
Mirada la cosa desde nuestra condición de hijos, la fidelidad y el amor activo hacia la
Iglesia —ese amor que nos permite posponer nuestros puntos de vista y deseos a los su-
yos— se basa en el hecho macizo de nuestra fe de que ella es “nuestra madre”. El amor a la
Madre Iglesia es el cimiento de nuestra obediencia, lealtad y servicio, porque cuanto hicimos
a ella, lo hicimos a Cristo (cf. Mt 25, 40, extendiendo el sentido literal).

378
PARTE VI

PROFUNDIZACIÓN
DE ALGUNOS TEMAS
DE LOS EJERCICIOS

381
382
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
LA VOLUNTAD DE DIOS

1. LA VOLUNTAD DE DIOS

Es afirmación clásica de los autores espirituales que la esencia de la santidad consiste


en hacer la voluntad de Dios. Pero ¿qué es la voluntad de Dios? ¿Cómo la conocemos? ¿De
qué modo se nos manifiesta? ¿Está en poder nuestro el cumplirla?

Ideas erradas

En esto de la voluntad de Dios ha habido, y hay entre nosotros errores, muy graves y
dañinos. Uno es el “fatalismo”, que es pensar que toda la vida de los hombres está ya prees-
tablecida por la voluntad divina; y que por tanto lo único que cabe al hombre es someterse y
acoger las cosas que suceden: accidentes, enfermedades, crímenes, guerras, muertes.
Otra idea errada, que anda en derredor, es el “permisivismo”: Dios no se ocupa de la
buena o mala conducta moral de la humanidad; es misericordioso y lleno de poder; por tanto,
todo lo permite ya que todo lo puede remediar.
Otro enfoque nada de raro es el “pelagianismo”, en sus diversos grados, para el cual el
buen obrar, y consiguientemente, la santidad, depende toda del esfuerzo humano y no se ne-
cesita la gracia divina. En la clásica visión de Pelagio (s. V), a Cristo lo necesitamos como “un
ejemplo que imitar”, pero el poder hacerlo depende de nuestro esfuerzo y voluntad.
Según sea nuestra imagen de Dios, será también lo que entendemos por hacer su volun-
tad. Si de él tenemos la idea de un “dios milagrero”, hacer su voluntad consistirá en traer su
voluntad a nuestras aflicciones, implorándolo en tiempo de dificultad. Si la de un dios casti-

383
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

gador, detallista, legalista y severo, nos torturaremos con miles de legalismos vacíos, enten-
diendo que así hacemos su voluntad (las escuelas rabínicas al tiempo de Jesús). Si la de un
dios sádico, amante de que le ofrezcamos sacrificios, nos dedicaremos a ofrecerle actos difí-
ciles, cosas duras, mortificaciones. San Agustín vio lo contrario: “No es mejor por ser difícil”.
Por último, queda todavía en algunos un residuo de una forma de saber la voluntad de
Dios, que fue respetable para la gente sencilla e ignorante, pero que la Iglesia del siglo XXI
desea que se supere: es la fe del carbonero, que busca sin más la voluntad de Dios en lo que
le responda el cura: “Padre, ¿se puede hacer esto o aquello?”. Con este esquema minimalista
de “se puede” no se aporta a la evangelización del mundo.

En la Biblia

1) La Biblia es la religión del Dios que llama y al que se le responde en la fe y la obedien-


cia. Este llamado se dirige por sobre todo a un pueblo entero, Israel, para que se embarque
en una gesta de liberación y cercanía a Dios. No es primeramente un llamado a personas in-
dividuales, sino que es colectivo, social, formador del “Pueblo de los llamados” (Ex 19). Este
dato es muy importante para la vida espiritual y para la pastoral.
El llamado de Dios va acompañado de gestas asombrosas de liberación, por las cuales
Israel va conociendo la voluntad y la persona amante y misericordiosa de Yahvéh. El Éxodo,
la prueba del exilio, la reconstrucción del templo, las batallas victoriosas (y, a veces, también
las derrotas) muestran a Israel que Dios es un Dios de vida y no de muerte (Ez 18, 32), de paz
y no de destrucción (Jer 29, 11); una voluntad de amor.
El mismo don de la Ley es voluntad de amor pues está destinada a ayudar a Israel en
todo momento a hacer la voluntad del Señor (Dt 30, 14). Por eso los salmistas cantan: “Felices
los que siguen la enseñanza del Señor” (Sal 119, 1).
La voluntad salvadora de Dios es eficaz y no se retracta: “Dios decide, ¿quién le hará
cambiar?” (Job 23, 13); “hace todo lo que quiere”(Is 55, 11). Cuando el hombre siente tenta-
ción de rebelarse contra los designios de Dios, éste le responde con la imagen del alfarero:
“Acaso no puedo yo hacer con ustedes, israelitas, lo mismo que este alfarero hace con el
barro” (Jer 18, 6–7).

384
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
LA VOLUNTAD DE DIOS

Lo mismo, pero que no es lo mismo, porque el contexto muestra que el Señor jamás aban-
dona su voluntad de salvar a todos. La voluntad de Dios es profundamente benévola, ordena-
da toda al bien de los hombres y mujeres. Y particularmente en las situaciones extremas del
pecado y la rebeldía del hombre, comenzando por Adán y Eva. El hombre puede endurecerse
en el mal, pero Dios jamás se endurece en su voluntad de castigo; está siempre dispuesto a
cambiar de decisión y perdonar (Jer 18, 1–12; Ez 18; Jonás 3, 9ss). Dios toma mil iniciativas para
reconquistar el amor de su esposa infiel (Os 2, 16), dándole un “corazón nuevo” (Ez 36, 26ss).
2) El Nuevo Testamento continúa este proceso y lo culmina en Cristo. Con María, que
acoge la voluntad divina (Lc 1, 28. 38), Jesús vive todo en función de hacer la voluntad de su
Padre. Así lo interpreta el autor de la carta a los Hebreos: “He aquí que vengo, ¡oh Dios!, para
hacer tu voluntad” (Hb 10, 7–9). Jesús cumple la voluntad del Padre que lo ha enviado y se
alimenta de ella (Jn 4, 34;); no busca otra cosa (Jn 5, 30).
¿En qué consiste esta voluntad, que a Jesús se le presenta como un “mandamiento”
(entolé)? Consiste en que a todos les dé la resurrección y la vida eterna (Jn 6, 38ss). Es sin
duda un mandamiento, que en la pasión se hará mortalmente doloroso (Mc 14, 34), y que
le hace contraponer “lo que yo quiero” y “lo que tú quieres” (Mc 14, 36), pero es un man-
damiento movido por el amor y lleno de amor (Heb. 9, 14). Esto hace que Jesús supere la
tristeza y pena mortal orando repetidas veces a su Padre: “No se haga mi voluntad sino la
tuya” (Lc 22, 42). En el abandono de su Padre también reinaba el amor, por eso su voluntad,
al resucitar, se encendió en fuego abrasador y dador del Espíritu para salvación y resurrec-
ción de todos.
3) El “hágase Señor tu voluntad” del Padre Nuestro (Mt 7, 10)
Esta petición es exclusiva de Mateo. Con ella nos enseña que los cristianos hemos de
vivir adheridos al proyecto de Jesús de trabajar por el reinado de su Padre. “Así en la tierra
como en el cielo” denota “universalidad”  “realiza tu voluntad en todo el universo”. En ca-
tegorías ignacianas, esto es lo que se pide y se busca en la Contemplación del Llamamiento
del Rey eternal y en las Dos Banderas.
De nuevo, ¿cuál es la voluntad de Dios que aquí se pide en el Padre Nuestro? ¿En qué
consiste? La respuesta es que Cristo es la voluntad de Dios, el Hombre Nuevo, el Éschatos
Anthropos, que nos lleva a todos, nos salva y santifica a todos como una gran comunidad de
llamados, la Iglesia, cuya Cabeza vivificadora y directora es Él. En la Transfiguración el Padre

385
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

nos invita a escucharlo (Mt 17, 6). Para Juan, la vida verdadera y eterna es conocer al Padre,
único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo (Jn 17, 3). El que está unido a Cristo hace la
voluntad del Padre (Jn 17, 20–23). Para ser su amigo, hay que hacer lo que Jesús manda ((Jn
15, 14). Nos unimos al Padre haciendo la voluntad de Jesucristo.
Esta voluntad de Dios no es otra cosa que llevar adelante la causa de Jesús para el Padre
y sus hermanos, el proyecto salvífico de toda la humanidad. Esto abre horizontes amplísimos
a la petición de “hágase tu voluntad”.
Pero no se trata sólo de trabajar con Jesús por el Reino, sino de hacerlo a la manera de
Jesús, que asume las persecuciones de sus enemigos y los dolores de su pasión. A Mateo, al
redactar esta petición, no le pudo pasar por alto la escena y la reiterada oración de Getsema-
ní: “No se haga lo que yo quiero sino lo que Tú”.
De aquí que el cristiano, para saber cuál es la voluntad de Dios, fundamentalmente mira
a Jesús: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, entendiendo por “lugar” su vida personal, situada
en Iglesia, en el aquí y ahora de su mundo, con un marcada proyección misionera. Es lo de
Aparecida: “Discípulos misioneros”.
4) La voluntad de Dios toma contenidos particulares: el ser, la Ley, las vocaciones, ca-
rismas y ministerios
Hemos visto que la gran voluntad de Dios en Jesucristo, por el don del Espíritu, es la sal-
vación del género humano: “Que venga tu Reino!”. Pero esto no obsta a que en miras de este
fin Dios tenga voluntades particulares para los pueblos, las familias y los individuos. Así Dios
elige a Israel como pueblo de su elección; de entre los hijos de Saúl, elige al más pequeño,
David; y a diversos profetas les asigna una misión particular. No hemos jamás de olvidar que
el Dios de la Biblia es un Dios en diálogo y que hace historia con el hombre.
Las criaturas, por razón de su ser específico y distinto de los demás, son ya una con-
creción de la voluntad de Dios. El relato sacerdotal del Génesis lo indica claramente: cielo y
tierra, sol y luna, hierbas, peces y animales, varón y mujer son creados “según su especie”
y han de cumplir cierta función dentro del conjunto de la creación, que corresponde a la
voluntad del Creador (Gen 1–2, 4). Lo mismo lo dice en poesía el salmista (Sal 8) y el libro
de Job (38–41).
La Ley (Torá) agrupa el conjunto de muchas voluntades que Dios expresó a su pueblo.
Sus preceptos, para que den fruto y no maten, han de ser cumplidos libremente por el hom-

386
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
LA VOLUNTAD DE DIOS

bre. La Ley institucionaliza para los de Israel las relaciones de sus miembros para con Dios,
para con los demás, para con las cosas y para consigo mismo. La Ley, es pues, voluntad divina
mediatizada en preceptos sanos y pedagógicos para el común de las personas, pero que han
de ser internalizados para que así surja un diálogo de amor con Dios y las criaturas. Vista así,
la Ley, al ser internalizada, se hace palabra de Dios, y expresa su voluntad de dar inicio a o
de prolongar un diálogo de amor con la criatura. Evidentemente, esto vale de los preceptos
principales, los diez mandamientos, y no es sin más extensible a ritos o normas transitorias
de un tiempo y situación determinados.
La vocación (= llamamientos de Dios). El Dios bíblico es un Dios que quiere contar con
la colaboración humana y por eso llama, pide ayuda y envía. Las escenas de la vocación de
Abraham (Gn 12), Moisés (Ex 3), Isaías (Is 6), Jeremías (Jer 1), María (Lc 1, 26ss) son hermo-
sísimas y preanuncian la vocación de Jesús al ministerio. Las vocaciones desembocan todas
en un envío o misión a realizar una obra particular. En el origen de toda vocación hay una
elección divina; y ésta apunta a una voluntad divina que hay que realizar. Pero hay algo más
que la vocación agrega a la elección y a la misión. La vocación hace una interpelación a la con-
ciencia y generosidad más profunda de la persona, que le cambia la vida, no sólo en sus con-
diciones externas, sino hasta en su mismo corazón, haciendo que sea otra persona. De aquí
que el llamado divino pronuncie el nombre de la persona y, muchas veces, le da otro nombre.
5) La elección y envío de Jesús
En el contexto del bautismo en el Jordán, Jesús recibió del Padre la elección, vocación y mi-
sión. A este sí de Jesús, ratificado en los 40 días y las tentaciones en el desierto, se une el sí de
Andrés, Juan, Pedro, Natanael y el de los demás discípulos y discípulas que Jesús fue llamando.
Estos llamados son claramente en función de la misión del Reino, y empiezan ya desde su origen
a diversificarse según funciones y ministerios: Pedro, la roca que confirma; Judas, el que reúne el
dinero para los pobres; los Doce, columnas del Nuevo Israel; los 72, enviados a anunciar y sanar;
las mujeres, que acompañan y sirven; Andrés, el de las relaciones exteriores con los griegos, etc.
6) En la Iglesia primitiva
Este breve vistazo al llamado a Jesús y sus discípulos nos indica cómo la voluntad univer-
sal de Dios se va diversificando por los llamados y envíos. Este proceso incipiente lo continúa
y profundiza la Iglesia de los primeros decenios cristianos bajo la conducción prolífera e ima-
ginativa del Espíritu del Resucitado recibido en Pentecostés.

387
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Después de Pentecostés, los Doce con Pedro a la cabeza, asumieron la dirección de la


comunidad primitiva de Jerusalén. Que fueran los Doce tenía mucha fuerza simbólica. La per-
secución que produjo la crisis en la comunidad de Jerusalén, unida a la necesidad de llevar
el Anuncio a otras partes, hicieron que surgiesen con mayor fuerza otros“apóstoles”, que no
eran exactamente los Doce (1 Cor 15, 5–9).
Muy pronto surgió desde Antioquia un apostolado de signo algo diferente, suscitado por
el Espíritu Santo de manera carismática y al servicio del anuncio misionero. En esta línea es-
tán Pablo y Bernabé (Hch 13, 1–3; 14, 4. 14). Se trata de apóstoles itinerantes, que por encargo
del Espíritu son enviados por una comunidad a llevar el evangelio.
Pablo miraba a sus colaboradores, hombres y mujeres, como “colaboradores de Dios”(1
Cor 3, 8s), al igual que él. Los colaboradores son de distinto carácter. Mientras algunos son
supra–comunitarios (Aquila y Prisca Rm 16, 3 ), otros dentro de las comunidades reciben cier-
tos carismas y desempeñan determinados servicios para el bien apostólico de la comunidad.
Son los responsables de determinadas tareas. Pablo menciona sobre todo a los que enseñan
en la comunidad local, a los dirigentes, a obispos y diáconos.
En las tablas de carismas de Rm 12, 5–8 y 1 Cor 12, 28–31, lo que le importa a Pablo no es una
estructura de mando, en que unos mandan a otros, sino una actitud de cooperación fructífera de
todos los carismas en el único Espíritu y el único cuerpo de Cristo. Es del todo ajeno a él la antí-
tesis moderna de carisma y ministerio. Pablo anima a las comunidades a reconocer y estimar los
servicios de gobierno y dirección, pero sin colocarlos por encima ni oponerlos a los otros carismas.
7) Conclusión
Este breve excurso indica que Dios particulariza su voluntad salvadora llamando pue-
blos, grupos y personas a ser sus colaboradores en la obra del Reino. Esto nos permite decir
que la voluntad de Dios hacia los que él llama es de carácter eclesial: para fundar o extender
su Iglesia. En términos más fuertes, cargando las tintas, este recorrido nos permite concluir
que en la Biblia la voluntad salvífica universal de Dios se particulariza, por sobre todo, en
los llamados y envíos eclesiales. Pese a los libros del Levítico y otros muy llenos de normas
cultuales y reglas de pureza, la gran tradición de la Biblia no se ocupa de buscar la voluntad
de Dios en esas cosas, como lo hacían los escribas y fariseos del tiempo de Jesús. Sabemos
cómo el Concilio de Jerusalén enfrentó estos problemas y cómo Pablo defendió con tanto celo
divino la libertad cristiana (Hch 15, Gal 5).

388
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
LA VOLUNTAD DE DIOS

La voluntad de Dios en Ignacio

Toda la dinámica de los EE apunta a ordenar la vida según la voluntad de Dios manifesta-
da en Jesucristo actuante por el don del Espíritu en su Iglesia en el mundo presente.
La centralidad, para Ignacio de la voluntad de Dios aparece de manifiesto en la frase con
que cientos y cientos de veces termina sus cartas: “Al Señor quedo rogando por su infinita y
suma bondad nos dé gracia para que su santísima voluntad sintamos y aquélla enteramente
la cumplamos” (A Martín García de Oñaz, París, junio 1532).
Es una oración humilde que hace eco a la oración preparatoria del inicio de cada ejer-
cicio espiritual, llamada “la sólita”: “Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis
intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su
divina majestad” (EE 46).
1) En lo grande
Los EE, en su forma más completa (Anotación 20) se ordenan a personas que pueden
disponer de su estado de vida: “Investigar y demandar en qué vida o estado de nosotros se
quiere servir su divina majestad” (EE 135). Está pues en línea con lo que la Escritura acentúa
respecto al contenido de la voluntad de Dios.
2) Y también en lo pequeño
Sin embargo Ignacio no descuida lo pequeño y para ello ofrece reglas de diversas mate-
rias: adiciones acerca de la postura en la oración, el uso de la luz y la oscuridad, el ordena-
miento en el comer, la distribución de bienes y limosnas, etc. En estas y otras minucias Igna-
cio descubre maneras de imitar a Cristo, experimentar los toques de su Espíritu y ordenarnos
según su voluntad (EE 189, 213–214)
Otro tanto hace en las Constituciones de la Compañía de Jesús, que tratan de lo más
grande y universal y al mismo tiempo de lo pequeño y cambiable según tiempos, lugares y
personas, todo discernido según la “discreta caridad”.
Pero aquí hay que notar dos cosas. La primera es que, junto con presentar una norma
pequeña, Ignacio siempre dice a la persona que ha de usarla tanto cuanto le ayude, sin meca-
nizarla ni absolutizarla. Tratándose de las Constituciones de la Compañía de Jesús, establece
que “ningunas Constituciones, Declaraciones ni orden alguno de vivir pueda obligar a peca­
do mortal ni venial…(para que) …en lugar del temor de la ofensa suceda el amor y deseo de

389
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

toda perfección, y de que mayor gloria y alabanza de Cristo nuestro Criador y Señor se siga”
(Const. 602).
Ignacio pone su confianza en que la sabiduría y bondad de Dios, tal como le dio origen,
es la que ha de conservar, regir y llevar adelante a la Compañía de Jesús. Y de parte de los
jesuitas, lo fundamental será que sean dóciles y fieles a “la interior ley de la caridad y amor
que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones”. Una vez establecido esto con toda
claridad, Ignacio dice que escribe Constituciones que sean como una cooperación con la divi-
na providencia y como una ayuda para caminar mejor en el divino servicio (Const. 134).
3) “Presupongo ser tres pensamientos en mí” (EE 32)
Los EE dan mucha importancia al examen de conciencia, tanto al particular y cotidiano
(EE 24–31) cono al Examen General. Como trata de este tema dentro de la Primera Semana,
ambos exámenes se tiñen del tema del pecado y su limpieza. Pero en la intención honda de
Ignacio, lo central es ver a Cristo e imitarlo, todo amarlo y servirlo.
Para examinarse Ignacio distingue tres pensamientos, diversos según su origen: “Uno
propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer; y otros dos que vienen de fuera, el uno
que viene del buen espíritu y el otro del malo” (EE 32). Estos pensamientos son la materia a
examinar ya que el hacerlo nos sirve para conocer las luces e impulsos del Espíritu de Dios,
acogerlos y actuar en conformidad a ellos.
Está claro que el examen general de estos pensamientos no se hace con el solo esfuerzo
humano sino con la luz y la ayuda de Dios. En efecto, dice: “Dar gracias a Dios nuestro Señor
por los beneficios recibidos. Pedir gracia para conocer los pecados y lanzarlos… Pedir per­
dón a Dios nuestro Señor de las faltas… proponer enmienda con su gracia” (43). Todo este
examen es pues una conversación con el Señor. Sólo con Él y su gracia podemos conocer la
verdad honda de esos tres pensamientos.
También encontrará Ignacio tres tiempos al tratar del estado interior del ejercitante que
enfrenta una elección de estado o de reforma de vida. Ya lo vimos en Segunda Semana.
Por ahora sólo señalo que el tercer tiempo, el más racional, lo introdujo Ignacio tardía-
mente en los Ejercicios, y que él pretendía normalmente una elección del primero o segundo
tiempo (Leo Bakker, Libertad y experiencia, (1995) Mensajero. Sal Terrea, p. 180).
Esto lo señalo para dejar en claro que la voluntad de Dios la conocemos como un don, un
regalo. Del Espíritu, bien discernido, nos viene el conocimiento de Dios y de su voluntad. Ser

390
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
LA VOLUNTAD DE DIOS

cristiano es vivir en las antípodas del racionalismo pelagiano. Pero tampoco se trata de ne-
garle a la razón natural su luz y capacidad de verle el sentido a las cosas, también a las cosas
divinas. Ignacio no se cansará de repetir que el Autor de la creación y de los dones naturales
es el mismo dador de la gracia que nos diviniza (EE 365, 366, 369; Const. 814).
4) El paso de la voluntad divina general a las particulares
La historia de la espiritualidad suele decir que esta concepción de Ignacio ha tenido un
gran impacto en la intelección de la voluntad de Dios y su paso de “la voluntad general” a
“las voluntades especiales” y a “las particulares”. Desde luego, la tuvo en San Francisco de
Sales, considerado el inspirador del rol santificador de las diferentes condiciones laicales de
la vida. El Concilio Vaticano II hizo suya esta visión con su capítulo de “Lumen Gentium” sobre
el llamado de todos los cristianos a la santidad y con lo que trae “Gaudium et Spes” sobre la
relación de mutuo dar y recibir entre la Iglesia y el mundo.
Pero este punto proviene de mucho más atrás, en realidad desde la Biblia. Ya algo indi-
camos sobre los carismas y ministerios (diakonía) en la Iglesia primitiva. En San Pablo encon-
tramos ricas exhortaciones a las comunidades a vivir conforme a Cristo en lo cotidiano de la
comunidad, el trabajo, la sociedad y la familia (Rm 12–14). Sus normas tienen un muy claro
timbre de voluntad de Dios porque son una manera de “revestirse del Señor Jesucristo” (Rm
13, 14). Y lo reafirma más abajo: “Y Dios, que es quien da constancia y consuelo, los ayude
a ustedes a vivir en armonía unos con otros, conforme al ejemplo de Cristo Jesús, para que
todos juntos, a una sola voz, alaben al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 15, 6).

Conclusión

Estas reflexiones nos muestran que la voluntad de Dios es, ante todo, la salvación en
Cristo y el vivir según él. Esto ayuda para ampliar concepciones estrechas que se fijan sólo en
el cumplir obligaciones. Dios lo que quiere es que “todos los hombres se salven y lleguen a
conocer la verdad” (1 Tim 2, 4).
Así se purifican esas imágenes distorsionadas de Dios y del cumplimiento de su volun-
tad que señalábamos al comenzar este análisis. Pero, por sobre todo, recibimos una motiva-
ción llena de amor y esperanza para buscar y hacer la voluntad de Dios.

391
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

2. EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio originan una espiritualidad nueva en la Iglesia:
la espiritualidad apostólica, que marcará con relieve la vivencia cristiana de los siglos XVI
hasta el nuestro. Los EE infundieron un amor apasionado a Jesucristo en numerosos hombres
y mujeres que se lanzaron como misioneros a los continentes de América, África y Asia. Los EE
tejieron por toda Europa esa red capilar de colegios, residencias y puestos de misión desde
los cuales se lanzó la re–evangelización del Viejo Mundo. De su fragua han salido incontables
mártires (los del Canadá, Japón, Uganda…). Grandes exploradores de la tierra (de Smedt, del
Mississipi), del firmamento (Clavius) y de los siglos prehistóricos (Teilhard) han sacado de los
EE su fuerza y su hambre de vastos horizontes.
Hoy como ayer, los EE continúan haciendo apóstoles, santos y mártires. Los seis jesui-
tas asesinados en El Salvador por su compromiso inquebrantable con los pobres, la paz y la
justicia, se nutrían de los EE. Los EE han marcado a muchos misioneros laicos y religiosos a
dejar las comodidades de su país de Primer Mundo e ir a dar testimonio de Cristo en lejanas
latitudes. Los jóvenes abogados que se atreven a desafiar la mafia de Palermo o de Calabria
han sacado su coraje del contemplar en los EE el rostro de Jesús perseguido por su fidelidad
a Dios y al hombre.
Los EE fraguan hombres y mujeres consumidos de celo apostólico, que se separan del
modo de proceder “corriente” y se dedican a glorificar a Dios ayudando a los demás en co-
sas directa o indirectamente relacionadas con el Evangelio. Esta espiritualidad apostólica se
caracteriza por un modo de oración centrado en la meditación de los Evangelios en miras al
apostolado.
Los que han hecho los EE completos —y no tan sólo el Principio y Fundamento y algo
de pecado y llamamiento del Rey— saben que la experiencia central de ellos es la persona
de Cristo que llama. Se dice que la espiritualidad de Ignacio es cristocéntrica, que los EE son
cristocéntricos. En este artículo queremos profundizar cuál es la figura de Cristo que está en
los EE. Tocaremos preguntas como éstas: ¿Cristocentrismo o Teocentrismo? ¿Qué lugar que-

392
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

da en los EE para el Espíritu Santo? ¿Y para la Madre de Dios? ¿Es el Cristo de los EE el Jesús
de la Tierra o el Jesucristo cósmico y resucitado?

Ejercicios y vida de San Ignacio

Antes de entrar en el tema debo hacer notar que los Ejercicios son reflejo de la experien-
cia muy personal de Ignacio de Loyola. Profundiza en tal grado su experiencia singular, que
ésta se universaliza. Por esto afirmamos que los EE y la Autobiografía son dos textos que se
llaman el uno al otro, se necesitan e iluminan mutuamente. La vida de Ignacio es clave de
lectura para entender conceptos claves de los EE, como “Señor y Rey eternal”, “servicio”,
“discernimiento”, “divina majestad”. Por este motivo acudiremos a la Autobiografía para en-
tender mejor la Cristología de los EE.

¿Es Ignacio un teólogo, como para buscar en él una cristología?

Esta es una pregunta que no puede resolverse en forma simple y tajante. Ignacio no es un
teólogo y a la vez lo es. No lo es, porque no fue un investigador, ni un escritor, ni un profesor,
ni un polemista doctrinal. Pero lo es, porque sabía bien la teología, hizo estudios serios en las
mejores universidades, leyó obras de valor, estaba rodeado de compañeros de mucha altura
teológica (Fabro, Laínez, Salmerón, Nadal). Además, posee altamente el sentido de Dios (por
dones místicos del Cardoner y de todo el resto de su vida: experiencias de la Trinidad) y es
un maestro espiritual que lleva al conocimiento íntimo de Dios, a discernir y hacer la divina
voluntad. En efecto, es un conocimiento sapiencial de Dios lo que Ignacio propugna en los EE.
Los EE llevan a una “praxis según la voluntad de Dios”. ¿No es esto también teología,
de otro corte? Así como hablamos de “teología positiva” y de “teología sistemática” y “teo-
logía moral”, podríamos tal vez hablar de “teología práxica”, que sería la visión de Dios y del
mundo operante en la praxis de los cristianos que actúan movidos por la contemplación de
Jesucristo bajo la conducción del Espíritu Santo (Segunda, Tercera. y Cuarta Semanas de los
EE, hechas en discernimiento y elecciones en miras a “en todo amar y servir”).

393
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Por todo esto podemos hablar de un Ignacio teólogo. Podemos, asimismo, hacernos la pre-
gunta por la Cristología de los EE. Veremos que será una Cristología más implícita que explícita.

El Cristo de los Ejercicios

Cristo es uno y el mismo, pero lo que de él sentimos y destacamos puede cambiar; y de


hecho ha ido cambiando con las épocas conforme a sus varias necesidades, centros de inte-
rés y nuevos horizontes. De señalar estos cambios se ocupan las cristologías.
Trataremos ahora de precisar qué de Cristo es lo que Ignacio destaca en los Ejercicios
Espirituales (EE), cuál es su enfoque o visión de Cristo. O sea, nos preguntamos por la cristo-
logía de Ignacio. Algo ha de tener ésta de propia por el hecho de que dio origen a una espiri-
tualidad nueva en la Iglesia, la espiritualidad apostólica, que marcará con relieve la vivencia
cristiana de los siglos XVI hasta el nuestro. ¿Cuál es el Cristo de los EE?

El encuentro de Ignacio con Cristo

Las lecturas de la Vida de Cristo y de los Santos que hizo Iñigo en su convalescencia
en Loyola, y la lucha de deseos opuestos que allí experimentó y que lo llevó a cambiar
de señor, de dama y de empresa, conforman el núcleo inicial de su experiencia de Cristo
(Autobiografía 5–11).
A partir de esta lucha Cristo se convirtió para él en su nuevo Señor, María en su señora;
y su empresa ya no sería más la de un “rey temporal” sino la del Rey eterno. Su ideal de vida
será “en todo amar y servir” a este nuevo Señor.
En los EE encontramos este núcleo un poco por todas partes: en las anotaciones y re-
glas, en el Principio y Fundamento, en las contemplaciones de los misterios de la vida de Je-
sús, en el proceso de elecciones, en la reglas de discernimiento de espíritus y en las del sentir
en y con la Iglesia. Pero no hay duda que se hace presente con toda su fuerza en la “Contem­
plación del Llamamiento y de la vida del Rey eternal”, que es una parábola de la propia vida
y conversión de Ignacio. Destaquemos de ella los puntos siguientes:

394
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

Primero, que Dios llama a Íñigo apelando a su hidalguía y lealtad natural de seguir y
servir a un gran señor y a una elevada dama. La gracia se apoya en esta base natural y la tras-
forma en impulso de destacarse en el servicio de Cristo, emulando a los santos que él admira:
Francisco, Domingo, Onofre.
Segundo, que el amor a Cristo pasa por el deseo de ir a Jerusalén, conocer los lugares san-
tos y seguir paso a paso la vida del Jesús terrestre, dejándose impregnar de él por la vía de la
contemplación y de los cinco sentidos. La Autobiografía da tiernos testimonios de esto. Lo mo-
vió la lectura de la Vita Christi, de Ludolfo de Sajonia, de la que extrajo 300 páginas de apuntes.
Tercero, la identificación a Cristo lo lleva al servicio al prójimo, lo que él llama “ayudar a
las almas”. Pero no en un grado cualquiera sino en lo que sea la mayor ayuda, el magis.
Estos tres puntos constituyen el núcleo embrional de la espiritualidad apostólica que Ig-
nacio aporta a la Iglesia de su tiempo y que la enseña por medio de los Ejercicios Espirituales.

Los títulos y las anotaciones

Los títulos y las anotaciones del libro de los Ejercicios dan la imagen de un Dios que tiene
una relación muy viva con nosotros:
–– Se revela, interviene y se comunica; entra en diálogo con el hombre, tiene una “voluntad
divina” de salvar y poner amor a todos (EE 2, 4, 15).
–– La vida es un combate, una lucha en que el hombre es tentado por el enemigo (EE 10).
–– Lo central de los EE, lo que toma cerca de treinta días, es “la vida de Cristo nuestro Se-
ñor” (EE 4).
–– Dios es afectivo: se une, abraza, da consolación; el buscarlo y encontrarlo produce “gus-
to espiritual”, es “gustoso” (EE 2, 15).
–– Dios necesita de nuestra actividad y libre respuesta para que seamos amigos suyos y
hagamos juntos la historia del mundo.
–– Esta relación se da en una economía de pecado en la que el hombre siente “contrición,
dolor, lágrimas por sus pecados” (EE 4).

395
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El Principio y Fundamento (PyF)

El PyF es una nota preliminar, un ejercicio preparatorio a la Primera Semana y al resto


de los EE. Es un breve compendio de sabiduría cristiana que sirve de carta de ruta para
caminar a la salvación. Constituye propiamente una consideración sobre Dios y sobre el fin
último del hombre y su fin próximo, aquí abajo. El hombre está en este mundo para alabar,
hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y así alcanzar su plenitud eterna en Dios; las
criaturas son para el hombre, que ha de usar de ellas con libertad y generosidad en cuanto
le ayuden a su fin.
Aquí hay un problema: ¿De qué Dios se trata en el PyF? ¿Se trata de un “Dios filo-
sófico”, de “la divinidad” en general, del “Dios explicación del mundo”? ¿Es el Dios del
Antiguo Testamento o es también el del Nuevo? ¿Pre contiene el PyF todo el desarrollo
ulterior de las cuatro semanas de manera que Jesús venga a ser sólo “un ejemplo” de un
principio conductual establecido por el PyF? ¿Cuál es, pues, la imagen de Dios del PyF?
¿Está Jesucristo en ella?
El PyF fue puesto en el libro de los EE cuando Ignacio estudiaba en París y no antes.
De aquí que este texto, aparentemente tan conciso y descarnado, no pueda ser compren-
dido sino a partir de la estructura general de los EE. Ya hemos visto que el núcleo genético
de éstos es la contemplación del Reino, con su “Oblación” en miras a la elección. Lo que
el PyF dice de la salvación del alma y de la indiferencia respecto a todos los bienes de la
tierra no es otra cosa que la actitud necesaria para elegir bien siguiendo a Cristo. Es un
compendio muy denso de la pedagogía espiritual del conjunto de los EE, y no se le pue-
de comprender sino a partir del llamado del Reino que, según los antiguos Directorios,
también es llamado “Fundamento” (Hugo Rahner, Ignatius von Loyola als Mensch und
Theologe, cap. 13, 251–312).
Para Ignacio, sólo Cristo puede “ordenar nuestra vida” (EE 53, 63). Sólo en él podemos
“alabar, hacer reverencia y servir a Dios”. Sólo Él vive el “magis” hasta el “amor más grande
del dar la vida” (Jn 15, 13). Por esto el elegir y desear “lo que más nos conduce para el fin
que somos criados” se refiere, no a un deber neutro e impersonal, a un imperioso deber ser,
sino a elegir y desear con toda el alma a Cristo, el Camino, Verdad y Vida, que nos conduce al
Padre, que es el “fin para el que somos criados”.

396
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

Todo esto se irá explicitando a lo largo de los EE, especialmente en las elecciones que
retoman casi textualmente los términos del PyF (169–179).

La Primera Semana

La Primera Semana de los EE, al igual que la primera predicación de Jesús (Mc 1, 15) se
centra en el volver a Dios, en la conversión. Su dinamismo cristológico lo percibimos espe-
cialmente en los coloquios.
El primer Ejercicio acerca del pecado en la historia menciona a Cristo sólo de paso en
el primer y segundo preámbulo; y expresamente en el Coloquio. Pero en la catequesis, la
liturgia y la teología de los tiempos de Ignacio estaba claro que el pecado de los ángeles y de
Adán y Eva tenía como objeto a Cristo y que él es nuestro Redentor. Por esto es para Ignacio
tan obvio que en los Coloquios nos dirijamos a él, más que al Padre (EE 53, 65–71)
El “Coloquio ante Cristo en cruz” conmueve por lo vívido de esta mirada: “imaginando a
Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz… viéndole tal y así colgado en la cruz…”. Crea
una relación afectiva de intensa intimidad, “como un amigo habla a otro”. Pasa de un tono
a otro, “cuándo…cuándo”, diciéndonos con ello que ante Cristo nos situamos en muchas y
diferentes relaciones: de amigo, de siervo, de culpable, de confidente. Enfatiza que el Señor
está en la cruz “por mis pecados”; y que a tanto amor corresponde un amor activo, que sirva:
“lo que he hecho por Cristo, lo que hago…; lo que debo hacer” (EE 53–54).
El “Coloquio de misericordia” brota desde la profunda verdad de reconocerse uno como
pecador, verdad ponderada en toda su malicia (EE 61), y acrecentada por ubicarse quién es uno
en relación a todos los demás hombres, los ángeles, los santos, la infinitud de Dios. Al terminar
el proceso de los propios pecados, pasa del “dolor y las lágrimas” al agradecimiento: “Razo­
nando y dando gracias a Dios nuestro señor porque me ha dado vida hasta agora”. El coloquio
se dirige al Cristo del cielo, al Resucitado con todos los santos, como lo hará en otros momentos
claves y solemnes de los EE (Oblación del Reino, Contemplación para alcanzar amor).
El “Triple coloquio” se dirige a Nuestra Señora y a Cristo como mediadores ante el Padre.
La petición a Nuestra Señora es “para que me alcance gracia de su Hijo y Señor”; y a Cristo
habla “para que me alcance del Padre”. Finalmente, es el Padre quien concede la gracia pedi-

397
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

da, pero los mediadores están vivamente interesados y tienen eficacia salvadora para soco-
rrernos y ayudarnos a que nos enmendemos a nosotros mismos y al mundo en sus mismas
estructuras desordenadas. Es una cristología de limpieza total.
El quinto Ejercicio, del infierno (EE 65–71), termina en un coloquio con Cristo centro de
toda la creación. Las almas se distribuyen en “antes”, “en la vida” y “después de Cristo”.
Cristo ocupa el centro. De él parte toda fuerza salvadora hacia delante, hacia atrás y durante
su venida. Esto será profundizado en la primera contemplación de la cuarta semana, cuando
trata del descenso a los infiernos (EE 219).
Es cristología que da primacía al amor “para que, si del amor del Señor eterno me olvida­
re por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado”. Invita
a agradecerle al Señor la “tanta piedad y misericordia” que ha tenido conmigo, y lo mismo al
Padre (Sobre este tema fundamental de la economía cristiana, ver Jon Sobrino, El principio
misericordia, Santander, Sal Terrae, 1992).

La Segunda, Tercera y Cuarta Semanas

Naturalmente, es en estas tres semanas donde se concentra la fuerza cristológica de los


EE. Desarrollan la experiencia inicial de Ignacio, llevándonos —como él fue llevado por sus
lecturas— a recorrer sin prisa toda la vida de Jesús y ponernos a su servicio.
Ignacio quiere que recorramos el entero camino de Jesús, desde la encarnación hasta su
partida al cielo. En esto los EE se ciñen al modelo que siguieron los discípulos reunidos en
el Cenáculo para suceder a Judas Iscariote. Buscaron testigos que hubiesen acompañado a
Jesús desde Galilea a Jerusalén: “Desde el día en que Jesús recibió el bautismo de Juan hasta
que se marchó de nuestro lado” (He 1, 22). Testigo de Cristo es el que lo ha dejado todo por
seguirlo —como Mateo, como los hijos del Zebedeo, como Pedro, como Andrés— y que lo ha
acompañado paso a paso a lo largo de su ministerio del Reino, hasta el Calvario, el clarear de
la Pascua y la Ascensión. Esto quiere decir ser cristiano.
Los EE son un proceso para ayudarnos a “dejar todo”, escuchar el llamamiento de Cristo
y seguirlo con entusiasta fidelidad “desde Galilea hasta Jerusalén”. A este amor entusiasta y
fiel de Jesús se encaminan las contemplaciones de la Segunda, Tercera y Cuarta Semanas. Se

398
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

trata de verlo con nuestros ojos, tocarlo con nuestras manos, escucharlo con nuestros oídos,
cultivar en nosotros sus mismos sentimientos interiores para ponernos enteramente a su
servicio. A esto apuntan las contemplaciones —el modo de orar más propio de los EE— con
sus repeticiones, coloquios y aplicaciones de sentido.
Pero Jesús hoy ya no recorre visiblemente los caminos y las ciudades de nuestro mun-
do. Quiere seguir haciéndolo, sí; pero en nosotros y por nosotros. Nos confía que seamos
los continuadores de su misión y nos promete acompañarnos por su Espíritu. Nuestra
tarea es decirle sí y descubrir dónde nos quiere. El seguimiento de Jesús hemos de descu-
brirlo nosotros.
Necesita, para ser adueñada por cada persona singular, que el Espíritu Santo, el que
“completa la revelación” de Jesús, toque a cada cual con sus luces y mociones interiores para
que asimile espiritualmente un cierto rasgo de Cristo más bien que otro. La regla de oro de las
contemplaciones, todo su fruto, parece consistir en mirar a Jesús siempre y en todas partes,
llenarnos de él y dejar que sea su Espíritu el que conduzca nuestras vidas.
Esto lo hacemos no sólo llenándonos en la contemplación del gusto de estar con Jesús,
mirar sus facciones y escucharlo proclamar las Bienaventuranzas. Es menester que averi-
güemos dónde y cómo quiere que trabajemos con él por el reinado de su Padre sobre los
averiados hombres y mujeres de nuestro mundo. Es preciso ir donde él —el único apóstol del
Padre— nos quiera enviar para que allí llevemos su Buena Noticia de amor y misericordia.
Esto supone que nos dejemos conducir por el Espíritu de la misión, el mismo Espíritu que a lo
largo de su vida pública impulsó los desplazamientos de Jesús.
Esto es lo que quiere hacer Ignacio en el bloque de las Elecciones, que viene después
de la contemplación de Jesús de 12 años, cuando permanece en Jerusalén, en el templo: “…
comenzaremos juntamente contemplando su vida, a investigar y a demandar a qué vida o
estado de nosotros se quiere servir su divina majestad” (EE 135).
Es en este contexto de seguimiento de Cristo “enviado del Padre” (en griego, apóstolos),
para hacernos apóstoles con él y los otros apóstoles, que en los ejercicios realizamos las
elecciones. En terminología más abstracta, podemos definir los Ejercicios como una cristolo-
gía pneumática de Cristo revelador del Padre por su ser, sus acciones y palabras.

399
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Resultados de este recorrido de los EE

EL Cristo de los EE no es sólo el Señor exaltado ni sólo el Jesús de la tierra. Los EE traba-
jan con un modelo cristológico que es a la vez “de abajo“ y “de arriba“, desde la Trinidad y
desde Belén. Si no fuera por lo incómodo del término, hablaríamos de una “Jesucristología“.
1) Es Jesucristo, el Señor, el Kyrios (= título pascual), cuyo empeño más fuerte es “rei-
nar”, es decir, trabajar en la tierra para dar a conocer la Buena Nueva y vencer el pecado, la
muerte v los poderes enemigos, para lo cual llama a colaboradores, a fin de que todos juntos
preparemos el Reino a su Padre, que es a la vez el nuestro.
2) Es una cristología de seguimiento al Señor que nos llama, de discipulado. Esto no
excluye sino que incluye imitarlo a él. Pero no imitación literal sino creadora, conducida por
el Espíritu del Crucificado Resucitado.
3) Es el Cristo que quiere que nos identifiquemos con él, con todo él, en el servicio a los
más pobres. Los pobres son camino y sacramento de salvación para los que no son pobres,
para los prepotentes, confiados en sus bienes. Esta había sido una muy antigua y conocida
predilección de Dios, su Padre —la atestigua todo el Antiguo Testamento— que Cristo la hace
suya y nos la confía para que la llevemos adelante.
4) Cristo es la medida del hombre, del mundo y de su ordenamiento más profundo y ver-
dadero. Él nos quiere unidos a él, no en una neblina difusa, sino pasando y reactualizando en
nuestras vidas los misterios de su vida: su nacimiento, el exilio, vida oculta de trabajo humilde,
bautismo y ministerio del Reino, predicación, curaciones, persecuciones, pasión, muerte y resu-
rrección, imprimiendo en nosotros —gracias al conocimiento interno— sus mismos sentimientos.
5) Cristo nos pide que, al igual que él, nos dejemos en todo conducir por su Espíritu. Esto
vale muy primordialmente de nuestra elección de vida. Pero también de reformarla según el
modo y forma de ser del Señor (Fil. 2, 5–11). Es pues una cristología de discernimiento, que
se nutre de la contemplación de sus misterios y de las mociones espirituales, en miras a que
Cristo reine en nosotros y se encarne en las situaciones concretas del hoy y del mañana. Es una
cristología, muy del Espíritu, muy pneumatológica; y, por lo mismo, muy encarnada porque, a
diferencia de otras religiones, en el cristianismo el Espíritu toma cuerpo, se encarna.
6) Es una cristología de lucha y combate entre la Bandera que empuña Cristo y la del
enemigo del hombre que intenta destruir el reinado de Dios en la creación. Es el Cristo pobre

400
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CRISTO DE LOS EJERCICIOS

y humilde, libre y valiente de las Banderas y Binarios, que busca seguidores para enviarlos a
“ayudar a todos” en suma pobreza espiritual actual y en una profunda humildad (EE 146).
7) Es el Cristo que, por ser fiel al provecto de su Padre, entra en conflicto, escándalo
para muchos, mal interpretado y perseguido. Y que nos llama a tomar la cruz del enviado,
fieles con él y, como él, a su Padre.
8) Es el Resucitado del costado abierto, de donde fluyen la misión, la misericordia y el
perdón; la Iglesia, la gracia y la nueva vida.
9) Es el Cristo presente en la Iglesia y en la humanidad hasta el final de los tiempos, en
lucha contra los poderes de este mundo, hasta que termine su obra y entregue a su Padre
todo lo que junto con nosotros, sus compañeros de trabajo, hemos cosechado. En este senti-
do es una cristología que une a la vez un fuerte compromiso con el mundo y un claro anhelo
y tensión hacia el Padre, hacia la Vida eterna.

401
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

3. HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

El Dios de la Biblia no tiene nada de un dios sordo, silencioso y lejano. Está siempre a
la escucha, muy presente y activo; trata con los hombres e interviene en la historia humana.
Su ser más hondo es comunicarse y establecer comunión. Vive en comunicación perpetua.
Dios se revela y se comunica al hombre de muchas maneras (Hb 1, 1–3). La Constitución
conciliar Dei Verbum resume esta enseñanza bíblica. Dios se revela y se comunica por su
misma presencia en las cosas, que de algún modo dejan traslucir la divinidad. Se nos mani-
fiesta también por medio de los profetas, seres con los que él entra en una comunicación más
estrecha, para dirigirse y conducir a su Pueblo (Sal 23 “El Señor es mi pastor”). Nos sale tam-
bién al encuentro en los fenómenos de la naturaleza y en los acontecimientos de la historia,
como pueden ser un terremoto o un levantamiento popular, que así pasan a ser “economías
de salvación” (Ireneo). Las diferentes religiones de la humanidad son lugares de encuentro
con Dios y de los creyentes entre sí (Nostra Aetate). Pero, por sobre todo, se nos comunica a
través de su Hijo, la Palabra hecha hombre; y por medio de la Iglesia, en la que se prosigue
la acción reveladora del Padre por medio de Cristo, con la acción del Espíritu Santo, hasta la
gran revelación del final de la historia (Lumen Gentium, c. 7 y 8).
A un Dios que se comunica corresponde un hombre que lo escucha y sintoniza con él
a través de su multiforme palabra. La clave de esta correspondencia es la escucha atenta
y fiel al Señor que habla, y el actuar en consonancia. Dios no nos crea “programados” para
siempre, navegando a la sola luz de sus Diez Mandamientos, en abstracto. Él nos quiere
viviendo con él una vida de mucha intimidad y novedad siempre creciente. Por esto hace
historia irrepetible con cada uno de sus hijos, urdiendo así la gran historia de la salvación de
la humanidad.
Es clave en este diálogo que los hombres decidan guiados por el Espíritu de Dios, bien
enraizados en su tiempo, sin dejarse engañar o seducir por otras voces ni por intereses mez-
quinos ajenos al designio divino. Esta capacidad la expresa la Biblia de los Setenta con el
verbo griego dokimazein, “discernir”.

402
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

Recorramos a continuación algunos grandes hitos del discernimiento de espíritus en la


historia, comenzando por el AT.

Discernimiento en el Antiguo Testamento

Lo más característico del Dios bíblico es ser un Dios que busca al hombre y lo llama
a unirse con él, cumpliendo una misión. Por esto a los personajes del AT Dios los enfrenta
a una serie de alternativas en las que ellos deben elegir. Es el caso de Abraham, invitado
a dejar su tierra y partir (Gen 12, 4); del Pueblo de Israel en el desierto, cuando Dios le
propone hacer con él una Alianza (Ex 19, 8); de los profetas, a los que el Señor llama para
guiar a su Pueblo.
Las elecciones de la Biblia tienen ciertas características propias, que las hacen ser dis-
tintas de otras, por ejemplo de la sabiduría griega, en que las personas deben elegir entre el
bien y el mal, la virtud y el vicio.

Señalo lo más propio de la Biblia

Las elecciones no se plantean entre la virtud y el vicio, entre el bien y el mal, sino que
llaman a seguir un camino desconocido, que se irá iluminando día a día, paso a paso.
Se elige en un acto de confianza al Dios personal que llama, pero sin justificar sus exi-
gencias. O sea, se imponen a la fe. La persona que adhiere a esta elección percibe que hay en
esto un valor secreto, una presencia y un futuro misterioso.
Se dan en un contexto histórico salvífico, que no es individualista sino que repercute en
beneficio de todo el Pueblo de la alianza; y a través de éste, redundan últimamente en bien
de todos los pueblos y de la creación entera.
A esto se añade que frente a la voz divina se levanta una voz opuesta, la de Satanás, el
adversario de Dios. La voz satánica también tiene algo misterioso. A veces se hace eco y ex-
presa los deseos más propios del corazón del hombre (“los ajos y cebollas de Egipto”). Pero
otras veces la Biblia dice con claridad que viene de un personaje inquietante, más fuerte que

403
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

el hombre, muy buen conocedor de los hondos anhelos humanos y que aparenta conocer las
intenciones divinas (Gen. 3; Job 1 y 2).
Estas dos voces sumergen al hombre bíblico en una triple oscuridad. Primero, oscuridad
de un Dios que se comunica y llama, pero sin hacerse ver ni imponer por la fuerza su volun-
tad. Segundo, oscuridad de Satanás, que engaña, fascina y arrastra con su cola serpentina.
Tercero, oscuridad del mismo hombre, incapaz de ver claramente en su conciencia el camino
a seguir y las consecuencias de sus acciones, tironeado entre las dos voces que lo llaman,
despertando cada una en él diversas atracciones.
Concluyamos de este breve mostrario: para el hombre del AT, elegir no es sólo optar
entre dos posibilidades, hacer tal o cual cosa. Es mucho más, es escuchar las voces que lo
llaman, es interpretar quién está detrás de ellas, es acogerlas dándoles crédito, es ponerse
en camino y obedecer, es partir en misión. Todo esto es discernir.

Discernir los espíritus como experiencia de sobrepasar el límite

¿De dónde viene eso de discernir los espíritus? ¿Por qué la Biblia habla de espíritus bue-
nos y malos? Esto proviene de la experiencia que hacemos de ser empujados por una fuerza
que es más grande que nosotros. En estos días de terremoto, cuando sentimos que debajo
del suelo la tierra se agita y se remueve entera, podemos más fácilmente entender esto.
También el suelo interior de nuestro yo es remecido por fuerzas benévolas o contrarias que
están más allá de nuestras capacidades ordinarias. Fuerza para el bien, que sintoniza con la
inclinación radical del hombre hacia lo bueno, lo amable, lo perfecto. Fuerza también para el
mal, hacia lo que disminuye y destruye a los demás y a sí mismo.
A estas fuerzas, junto con otras religiones, le da la Biblia el nombre de “espíritus”.
Y los llamará “buenos” o “malos” según vengan de Dios o del demonio, el enemigo del
hombre. Es lo que sentía san Pablo: “Vivo yo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí” (Gal
2, 20)… “Lo que realizo no lo entiendo, porque no hago el bien que quiero sino que hago el
mal, que detesto” (Rom 7, 15).

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

Los profetas

Los profetas son los enviados de Dios para ayudar al Pueblo, especialmente a los reyes,
a discernir los caminos del Señor. Hay en la Biblia profetas que oponen a la palabra del Señor
otros oráculos. El falso profeta puede ser sincero, pero estar equivocado. Tampoco basta que
su mensaje sea correcto. ¿Qué criterios emplea la Biblia para discernir la profecía verdade-
ra? Será útil detenernos en esto porque ayuda al discernimiento de espíritus en miras a una
buena elección.
1) Una profecía de desgracia es más normal que sea auténtica. Una que anuncia vic-
torias y bienes fáciles, lo será sólo en la medida en que las nuevas anunciadas sucedan de
hecho (Jeremías 28, 8–9: a Ananías).
2) El verdadero profeta apoya su palabra en señales que de hecho suceden y muestran
que habla en nombre de Dios (1 Sam 2, 34; Jer 28, 16–17).
3) Pero esto de suyo no basta como garantía, si su enseñanza contradice el credo fun-
damental de Israel (Dt 13, 23: “vamos a otros dioses”). Dios puede permitir, para probar la
fidelidad de su pueblo, que surjan falsos profetas y que su anuncio sea respaldado por he-
chos portentosos (Dt 13, 3). La Biblia insiste en esto: Dios, sin hacerse para nada cómplice del
tentador, sabe utilizar sus maniobras para provecho de sus elegidos.
4) No sólo la doctrina, sino también la conducta de un profeta es un signo que debe ser
tomado en cuenta (Jer 23, 14; 29, 23).
5) También la intención ha de ser sopesada: si lo hace para ganar apoyo popular, si
pacta con los pecados del pueblo, su mensaje es engañoso (Jer 23, 22).
6) El fundamento de la certidumbre de un profeta es la experiencia personal de ser lla-
mado y enviado a tal misión (Amós 7, 14.15; Os 1–3…).
También “los libros sapienciales” proponen un discernimiento muy radical: distin-
guir entre el camino de la sabiduría y el de la estulticia, entre el sendero del justo y el de
los impíos.

405
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Conclusión AT

Todo el AT supone un largo y continuo discernimiento. Los profetas señalan al pueblo los
conflictos entre el designio divino de salvación y las resistencias del pecado enquistadas en
las fuerzas y ambiciones humanas y políticas. Esta es la gran lección de los profetas; esta es
la visión de toda la Biblia, que, mirando a Israel a la luz de Dios, ilumina la lucha entre el bien
y el mal y el designio salvífico divino para todo el mundo. La Biblia es puro discernimiento de
los espíritus que están en juego en esta lucha.

El Nuevo Testamento

La expresión “discernimiento de espíritus” se encuentra en las cartas del NT (1 Cor 12, 10; 1 Jn
4, 1), pero no en los evangelios. Éstos traen, sin embargo, la experiencia vivida de discernimiento.

Los evangelios sinópticos

No emplean la palabra, pero sí el proceso de discernir. María acepta en la fe la palabra


del ángel de ser madre (Lc 1, 38). José igual, acepta en la fe la misión que Dios le hace por
medio del ángel (Mt 1, 24). Desde su nacimiento Jesús es signo de contradicción, objeto de
discernimiento (Lc 2, 34). Los magos lo adoran en la fe, pero ni Herodes ni los sacerdotes sa-
ben reconocerlo en las Escrituras. Es preocupación constante de los sinópticos mostrar que
todo esto ocurre según las Escrituras, que es una manera de decir la voluntad de Dios, y que
sólo un corazón atento al Espíritu las puede comprender.
Juan Bautista, al igual que los profetas y el Deuteronomio, discierne “por los frutos” (Mt
3, 8). De nada sirve ser hijo de Abraham por la sangre; lo que vale es la vida y la conducta.
Corre prisa el tomar posición ante el Mesías inminente (Mt 3, 12).
Jesús desde el comienzo de su ministerio público es conducido por el Espíritu Santo y
tentado por el diablo. Jesús resiste las tentaciones a la luz de la palabra de Dios. Desenmas-
cara a Satanás y sus caminos, que son el poseer, el brillar, el dominar (Mt 4). Su camino es
otro: el de la dependencia filial, el alimentarse de la voluntad de Dios.

406
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

Jesús anuncia el Reino e invita a entrar en él. Pero esto no es posible sin aceptar a Jesús,
sin hacerse discípulo suyo. En él se hace presente el reinar de su Padre. Sólo el Hijo conoce
y lleva al Padre (Mt 11, 26). Por eso Jesús invita a tomar posición frente a él y a la venida del
Reino, dejando de lado los criterios de Satanás. En una palabra, lleva a discernir (Mt 4, 17).
El Sermón del Monte establece como criterio de discernimiento las Bienaventuranzas,
que ponen los valores del Reino en la pobreza, la mansedumbre, la humildad, el ser persegui-
do por la justicia. Éstas permiten gustar la verdadera riqueza y la generosidad de Dios. Jesús
declara bienaventurados a los de corazón limpio, es decir, a los que se entregan totalmente,
sin reservas. Para tener el corazón limpio se necesita renunciar a servir a dos señores, a Dios
y el dinero (Mt 6, 24). Y para esto hay que discernir los espíritus, cosa que no se da sin una
entrega total y generosa.
Jesús acompaña su palabra con los “signos del Reino”; es decir, señales de la misericor-
dia y el poder divino. Éstas no son comprensibles a los corazones mezquinos y encerrados en
sí mismos, que al verlas las atribuyen al poder de Satanás (Mt 12, 24–25).
De las discusiones de Jesús con sus adversarios (Mt 12.13) se ve claro que el discerni-
miento tiene por objeto a Jesús y su programa del Reino. En él se manifiesta la presencia del
Espíritu de Dios, que se revela por las señales tradicionales de la profecía bíblica: curaciones,
poder para perdonar los pecados, consolar, dar paz. Estas señales tienen algo misterioso, es-
candaloso, porque sólo las perciben los pobres (Mt 11, 5) y escapan, en cambio, a las miradas
frívolas que exigen “ver signos” (Mt 16, 4).
También las parábolas de Jesús suponen un continuo discernimiento: ser sal o hacerse
insípido (Mt 5, 13), ojo sano o enfermo (6, 22.23), camino espacioso o angosto (7, 13–14),
edificar sobre la arena o sobre la roca (7, 24–25), pescados buenos o malos (13, 47–50),
invitados de la primera o de la última hora (22, 1.4), vírgenes sabias o necias (25, 1.13), cul-
tivar o desperdiciar talentos (25, 14.30), reconocer o desconocer al Hijo del hombre en sus
hermanos desnudos, enfermos o prisioneros (25, 31–46). Comprender y vivir las parábolas es
practicar el discernimiento.
En el camino a Jerusalén, a su pasión, Jesús pone un acento nuevo en el discernir los espí-
ritus. Con tres preanuncios indica a dónde conduce la fidelidad al camino del Reino: a la pasión
y a la muerte. A Pedro, que lo acaba de reconocer como el Mesías, cuando se niega a aceptar la
pasión y la muerte, siente que lo está tentando y lo aparta diciéndole que piensa como Satanás,

407
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

que su modo de juzgar las cosas no es el de Dios (Mt 16, 21.23). La lucidez de Jesús es estreme-
cedora; inmediatamente descubre en Pedro el influjo de Satanás, del mismo que lo tentó en el
desierto, y con su duro reproche reencamina a “su roca” a subir a Jerusalén a la Pasión.
Desde ese día Jesús insiste en la necesidad de la cruz: “Si alguno quiere venir en pos
de mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). La persecución
está ligada al seguimiento y es un criterio a posteriori de su autenticidad, como ya lo hemos
visto en los profetas. A los que padecen persecución por Cristo los anima el Espíritu, que
pone en su boca palabras y habla por ellos (Mc 13, 11). El cristiano perseguido se asemeja
a su Maestro, y, participando en sus dolores, también participa en su gloriosa resurrección.
Puede decir con Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi vida” (Lc 23, 46) y resucitar
después con él.

Los Hechos

La Iglesia de los Hechos realiza bajo la guía del Espíritu lo que hizo Jesús: sale de su
escondite, anuncia con valentía al Resucitado, misiona por todas partes en medio de signos
y prodigios, sufre persecuciones (4, 29–30). La acción de la Iglesia bajo la guía del Espíritu es
la prueba de que el camino de Jesús a la cruz era el correcto. Esteban en su martirio reproduce
el itinerario de Jesús (Hch 6 y 7). No se habla de discernimiento, pero en cada página vibra
la presencia viva y misionera del Espíritu de Dios y del Resucitado, que es quien conduce la
misión.

San Pablo1

Antes que un teórico, Pablo es un maestro de discernimiento. Lo ejerce para sí mismo en


su vida y misiones apostólicas, pero sobre todo para ayudar a las comunidades a encontrar
el camino de Cristo. El pecado de los idólatras es una falta de discernimiento: “Como no han

Con leves cambios, tomado de Berruffo, Diccionario de espiritualidad, el cual a su vez lo toma, simplificándolo, del
1

artículo “Discernement”, del famoso Dictionnaire de Spiritualité III, cols 1238–1244.

408
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

tenido el discernimiento (dokimazein2) para reconocer a Dios, él los entregó a una mente
depravada (adókimon noun)” (Rm 1, 28).
Para Pablo, el discernimiento espiritual nace de la experiencia que el cristiano realiza
de su vida de fe en Cristo, en la Iglesia y en el mundo. Dios llama a cada hombre y a cada
grupo de personas reunidas en su nombre con una vocación particular, que se inserta en el
contexto de la misión que él confía al pueblo que se ha elegido. Lo que es bueno para uno
no es bueno para otro, y lo que es mejor para uno no siempre lo es para otro. De ahí nace el
problema: ¿cómo reconocer los signos de Dios en una determinada situación y, sobre todo,
frente a ciertas opciones?
La vida cristiana se origina y crece, como enseña san Pablo (Rom 3,6.8), en la fe en Jesu-
cristo, el bautismo y el don del Espíritu Santo. Estas tres realidades se integran recíprocamen-
te y suscitan en nosotros una acción vivificadora y santificadora de Dios, el cual establece
una relación dinámica con nosotros, llamándonos a la salvación.
La tríada —fe, esperanza y caridad (1 Tes 1, 2s: 5, 8–10: 1 Cor 13, 13: Col 1, 4s)— constituye la
dimensión fundamental en que la existencia cristiana se manifiesta, realiza y crece en nosotros.
El bautismo, como “sacramento de la fe”, expresa también en el plano sensible la muerte
y la resurrección de Cristo. Con el simbolismo eficaz de su rito (Rom 6, 3–11), hace participar
con plena responsabilidad de la vida eclesial para formar un solo cuerpo en Cristo (1 Cor 12,
13), y hace pasar de una existencia de tinieblas a una existencia de luz (Ef 5, 8.14), que impo-
ne el paso de la muerte al pecado a la vida nueva en Cristo (Rom 6, 11–12).
Convertido en luz, el cristiano debe caminar como hijo de la luz. Esto le impone la tarea
de discernir para percibir continuamente la voluntad de Dios (Ef 5.8.10.17). Ello lo consigue

¿De dónde viene el significado de esta palabra? Pareciera provenir de la raíz doke, observar o examinar atentamente,
2

como lo hace un policía internacional o un inspector de aduana, que mira con atención quién sí y quién no, qué cosa sí y
cuál no puede entrar en el país. Al que se le deja entrar es visto como “aprobado”, “digno de confianza”, “reconocido”,
hablando de personas; y de “auténtico”, “aprobado”, “precioso”, hablando de cosas. En el mundo griego la palabra se
usaba para declarar a una moneda como auténtica, de valor reconocido; o para referirse al examen a que se sometía
a un juez, un sacerdote u otros funcionarios públicos para entrar en funciones. A la raíz de la palabra dokimazein está
pues la idea de probar para rechazar lo malo y retener lo bueno (panta dokimazete,… to kalón katejete).En el mundo
judío (en la Biblia de los LXX) el verbo dokimazein significa examinar, probar, escrutar, con la idea de purificar, conocer
la realidad profunda de una persona o de una cosa, elegir lo que es mejor. Este es el significado bíblico del discernir en
el Antiguo Testamento. Probar el corazón del hombre no es sólo conocerlo a fondo, sino también purificarlo de sus es-
corias. La Alianza de Dios con su pueblo se expresa también con término dokimazein. Dios es siempre fiel a su Alianza
y, si nos prueba, es para purificarnos. El Día de Yahveh, día de cólera y salvación, es un crisol para la humanidad.

409
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

en la medida en que ha recibido el don del Espíritu, agente divino en él, principio dinámico
y norma de su obrar (Rom 8). El Espíritu divino entabla con el espíritu humano un diálogo
misterioso, que obliga al hombre a una continua confrontación para dar una respuesta dócil
que lo lleve a un constante dinamismo de transformación interior y de renovación, capaz de
permitir reconocer el sendero que traza Dios y seguirlo. Por tanto, el discernimiento espiritual
se impone como una constante de la vida del cristiano para pasar de la edad infantil de la fe
a la del hombre perfecto o maduro.
No es fácil distinguir entre la acción del Espíritu de Dios, la del espíritu humano y la del
espíritu malo. Ante todo, la vida interior del hombre es compleja, y éste, por error, puede con-
siderar como una manifestación de lo absoluto o de Cristo algo que, de hecho, no es más que
fruto de una elaboración subjetiva. La dificultad proviene también de que, estando el Espíritu
de Dios presente en nuestro espíritu humano, el espíritu malo intenta imitar al Espíritu de
Dios para engañar al hombre y apartarle así del plan de salvación (sub angelo lucis).
Pablo dice que si, mediante el Espíritu, damos muerte a las acciones pecaminosas de
nuestro yo, viviremos: “En efecto, cuántos son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios” (Rom 8, 14). Pero nuestra tendencia al pecado y a la enemistad con Dios (Rom 8, 7)
subsiste incluso después de habernos justificado Dios mediante la fe y el bautismo. También
Jesús, inmediatamente después del bautismo, fue tentado por Satanás a abusar de su poder
mesiánico, desviándolo del fin para el cual se lo había Dios concedido.
Esta experiencia de Jesús se repite en la vida del cristiano. Este siente el poder del espíri-
tu malo, que intenta separarle de Dios, sacarle de su plan o al menos disminuir su capacidad
de obrar el bien. Por eso Pablo pone en guardia a los efesios: “Revestíos de la armadura de
Dios para que podáis resistir las tentaciones del diablo” (Ef 6, 11). Hay que tomar en serio el
combate espiritual: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los princi­
pados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus
malos que andan por los aires” (Ef 6, 12).
Pablo ve que la acción del poder del mal en sus comunidades es muy sutil. Se encamina
a proponer acciones o actitudes a primera vista buenas, pero para llevar a consecuencias
malas, siguiendo la táctica de la exageración: abusar de la propia libertad por el hecho de
ser don de Dios, exagerar en la penitencia para llevar luego al cansancio y al rechazo de la
vida espiritual; dejarlo todo y a todos, radicalizando la enseñanza evangélica para exonerar

410
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

de responsabilidades personales y sociales; usar para la propia gloria los dones recibidos de
Dios para la edificación de la Iglesia, etc.
El verbo dokimazein tiene el significado fundamental de probar, catar, examinar. El
discernimiento es necesario para seguir el camino que conduce a la meta escatológica. En
efecto, la existencia cristiana se caracteriza, por un lado, por la aceptación de la fe con el
compromiso que implica y, por otro, por la inminencia del juicio. La vida del hombre y de la
comunidad está sujeta al examen de Dios, en el cual hay que ofrecer una buena prueba; el
juicio final es el resumen de este examen (1 Cor 3, 13; Sant 1, 12). Por esto es Dios ante todo
el que “discierne” el corazón del hombre; Dios en la historia es el dokimazon tas kardias he­
mon, es el “Dios que sondea nuestros corazones” (1 Tes 2, 4).
Para San Pablo, el discernimiento es parte imprescindible de la búsqueda dinámica de
la autenticidad cristiana, por lo cual es preciso mantenerlo siempre en acción. Hay que dis-
tinguir las mociones que llevan la impronta del Espíritu Santo de las que le son contrarias.
Mociones, o sea sentimientos, experiencias, actitudes, impulsos hacia determinadas opcio-
nes. Todo cristiano que haya experimentado el Espíritu ha de habituarse a esa percepción
espiritual, a esa finura del espíritu que le mantiene en su identidad.
A algunos el Espíritu les concede el carisma del “discernimiento de espíritus” (1 Cor 12,
10), es decir, la capacidad estable y duradera de reconocer si una determinada inspiración
viene del Espíritu divino o del espíritu del mal. Mas a todos los creyentes se les da el “don
del Espíritu”, que se recibe radicalmente con la fe y el bautismo, y que “habita en nosotros”
(Rom 8, 9) y nos guía, haciéndonos vivir como hijos de Dios (Rom 8, 14). El Espíritu es, pues,
el elemento constitutivo de nuestro ser de cristianos y el principio dinámico y la norma de
acción, constituyéndonos hijos “en la Iglesia” (1 Cor 12, 13).
Para San Pablo, el discernimiento es la virtud del tiempo de la Iglesia, situado entre el
hecho de la muerte y resurrección de Cristo y la parusía. Caracteriza a la Iglesia de los “últimos
tiempos” (1 Cor 10, 11), período en el cual hay que afrontar el “presente siglo malo” (Gál 1, 4). El
cristiano no puede conformarse según el “mundo”; debe superarlo, aunque sea en la prueba y
en la aflicción. Con la superación de estas pruebas y tribulaciones, mediante un atento discer-
nimiento, el cristiano manifiesta su autenticidad en una “fe purificada” y aprobada por Dios, en
una “esperanza probada” en la oscuridad del tiempo presente, en una “caridad filial”, “derra­
mada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 3–5).

411
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El cristiano no se somete a las pruebas de la vida, sino que las discierne para descubrir
en ellas la voluntad de Dios, que permite que formen parte de la pedagogía de la salvación.
Ante los tiempos escatológicos, las pruebas y las tribulaciones asumen el significado de an-
ticipación, en el tiempo de la Iglesia, del discernimiento final y se convierten en participación
del juicio escatológico ya realizado en la muerte y resurrección de Cristo.
El discernimiento, en su aspecto moral, tiene por objeto la “voluntad de Dios” (Rom 12,
2), el imperativo moral que impone una vida santa y grata a Dios (1 Tes 4, 1–3). Este imperati-
vo implica un camino de conversión continua. El “conocimiento” de que habla a menudo san
Pablo (Flm 5–6; Ef 1, 15–18; 4, 13; Flp 1, 9; Col 1, 9–10) representa justamente este carácter
dinámico de progreso y de crecimiento, que interioriza y conduce a un nivel cada vez más alto
la fe, la esperanza y la caridad.
El acto concreto del discernimiento es al mismo tiempo uno y complejo, humano y divi-
no, personal y eclesial, “en situación” e inserto en el plan único de salvación, que mira a la
edificación de los hermanos y está ordenado a la gloria de Dios, realizado en el tiempo, pero
que participa ya del juicio escatológico.
Mas ¿cuáles son los criterios por los que podemos estar seguros de que una determina-
da inspiración viene efectivamente de Dios? De la doctrina paulina se obtienen algunos de
estos criterios:
a) Los frutos. El espíritu bueno y el malo se reconocen por sus frutos: “Las obras de la
carne son manifiestas: fornicación, impureza, lujuria... Por el contrario, los frutos del
Espíritu son: caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedum­
bre, continencia” (Gál 5, 14–22; cf Ef 5, 8–10; Rom 7, 4–5.19–20).
b) La comunión eclesial. Los dones auténticos del Espíritu son los que edifican la Iglesia
(1 Cor 14, 4.12.26). Los carismas son dones fecundos para la Iglesia; sobre todo la pro-
fecía, la cual es una palabra eficaz que da paz, ánimo y confianza.
c) La fuerza en la debilidad. El Espíritu se manifiesta con signos de poder: milagros, se-
guridad para proclamar la palabra de Dios y afrontar las persecuciones (1 Tes 1, 4–5; 2
Cor 12, 12). Son signos que resultan tanto más auténticos cuanto más contrastan con
la debilidad del apóstol (2 Cor 2, 4; 12, 9).
d) La inmediatez de Dios. Seguridad de una vocación divina en la docilidad eclesial. Es la
experiencia de Pablo comenzada en el camino de Damasco. Por una parte, Dios da la

412
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

certeza de su vocación (Rom 1, 1; Gál 1, 15; Flp 3, 12) y, por otra, esa llamada debe ser
autentificada por la comunidad eclesial (Gál 1, 18) y por sus responsables.
e) La luz y la paz. Los dones del Espíritu no son impulsos ciegos que suscitan dificultades
y desorden (1 Cor 14, 33). Esto vale no sólo de las manifestaciones extraordinarias,
sino también de las mociones interiores: “La tristeza que es según Dios produce un
arrepentimiento saludable e irreversible, mientras que la tristeza por razones de este
mundo produce la muerte” (2 Cor 7, 10), “porque los bajos instintos tienden a la muer­
te, el Espíritu tiende a la vida y la paz” (Rom 8, 6; cf 14, 17–18).
f ) La comunión fraterna. Es el criterio más seguro e importante que revela los signos de la
presencia del Espíritu (1 Cor 13). La caridad hace también respetar y amar los carismas
de los otros (1 Cor 12).
g) ¡Jesús es el Señor! El criterio supremo del discernimiento es el alcance y las conse-
cuencias que ciertas mociones o actitudes tienen respecto a Jesús: “Nadie, hablando
en el Espíritu de Dios, dice: ‘Maldito es Jesús’, ni nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’,
sino el Espíritu” (1 Cor 12, 3). Confesar que Jesús es el Señor no es sólo pronunciar una
fórmula, sino descubrir el secreto de su persona, proclamar su divinidad, adherirse a
él por la fe y el amor, lo cual no es posible más que con la gracia del Espíritu Santo.

Nos detenemos aquí en esta doctrina tan rica de Pablo sobre el discernimiento. Para
nosotros, es particularmente atrayente por su fuerte páthos crístico y su intensa vitalidad
apostólica.

San Juan

San Juan, en su primera carta, pone en guardia a los cristianos para que adopten una actitud
crítica frente a “los espíritus”: “Queridísimos, no os fiéis de todo espíritu, sino examinad los espí­
ritus (dokimázete ta pneumata), a ver si son de Dios” (4, 1). Su evangelio se lee como una lucha
entre las tinieblas y la luz (Jn 1, 5) y llama a Satanás “padre de la mentira” (8, 44). La carta dice que
debemos “distinguir el espíritu de la verdad del espíritu del error” (1 Jn 4, 6). Es, pues, claro que el
tema del discernimiento está en Juan muy presente y que conviene tomar juntos el evangelio y la

413
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

primera carta suya. El evangelio no emplea el término, pero sí conoce la realidad del discernimien-
to, que atraviesa todas sus páginas. Para ambos escritos, el objeto central del discernimiento es
confesar a Jesucristo, Hijo de Dios, venido en la carne (Jn 1, 1–18; 20, 30–31; 1 Jn 4, 2–3).
Quizás la mayor diferencia entre Juan y los sinópticos consiste en que en éstos Jesús se
revela de a poco, esperando la hora de la Pasión; mientras que en Juan se manifiesta desde
el comienzo como Mesías (1, 41), Hijo del hombre glorioso (1, 51; 3, 13–14), Hijo único de Dios
(3, 16–18). Su sola presencia pone al desnudo los secretos de los corazones y separa a los
hijos de la luz (12, 36) de aquellos otros cuyas obras son malas, que temen la luz (3, 20) y
son incapaces de escuchar su palabra (8, 43). En su evangelio Juan nos hace sentir que el dis-
cernimiento ante Jesús es instantáneo y radical: “El que viene de Dios escucha las palabras
de Dios. Por eso ustedes no escuchan, porque no son de Dios” (Jn 8, 47). Esta radicalidad
joánica nos ayuda a ver la bandera que está en juego en nuestras decisiones y a entregarnos
totalmente a Cristo y a su proyecto del reinar del Padre.
Es en la hora de la Pasión en que se descubre la responsabilidad de cada uno de sus ac-
tores: Pilato, los judíos, los sacerdotes, Judas, el pueblo; y, detrás de todos, la del príncipe de
este mundo que los inspira (6, 71; 8, 44; 13, 2). Pero él no tiene poder contra Jesús (14, 30), y,
a la hora en que cree triunfar, es echado abajo (12, 31), porque es la hora en que se muestra
patente a todo el mundo hasta qué punto el Padre y el Hijo se aman. Es la hora de la gloria (10,
17; 14, 31; 17, 1).
Los discursos de la cena anuncian a los discípulos el don del Espíritu, que será su de-
fensor ante los tribunales del mundo. Siempre les recordará las palabras de Jesús, sin que
necesite hacerles nuevas revelaciones, pero abriéndoles la inteligencia para comprender su
sentido en las nuevas situaciones que atravesaren. La señal en que los reconocerán como
discípulos suyos es el amor de unos por otros (Jn 13, 35).
La carta primera de Juan muestra que la mentira del diablo, que condujo a Jesús a la cruz,
se repite en las herejías que niegan algo de Jesús, la carne o la filiación divina: “Queridos, no
os fiéis de cualquier espíritu; antes bien, examinad si los espíritus son de Dios, pues muchos
falsos profetas han venido al mundo” (1 Jn 4, 1).
Para la primera carta de Juan es claro que existen diversos espíritus, que hay que dis-
cernir con cuidado, sin ingenuidad ni cómodas superficialidades (4, 1). Lo mismo, que existe
una experiencia interior del Espíritu de Dios que se da con inmediatez: “en esto reconocemos

414
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

que Dios mora en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado” (3, 24). Esta experiencia es
presentada como una unción que impregna y concede una certidumbre espiritual, que hace
innecesario acudir a otros enseñantes (2, 27–28). Un rasgo esencial de esta experiencia es la
confianza en Dios que la acompaña: “No hay temor en el amor” (4, 17–18).
La experiencia del Espíritu consagra y corona, sin contradecirlas, lo que viene de la pre-
dicación, los sacramentos y las enseñanzas oficiales (5, 6–9). No puede contradecirlas (2, 24;
4, 6). Es inseparable de la práctica de los mandamientos y de la caridad (2, 3.5; 3, 10).
Para Juan, el discernimiento tiene un carácter global y muy bien trabado. Todo se sos-
tiene y se equilibra en él: doctrina, praxis, autoridad eclesial, caridad, experiencia interior,
comunión divina.

Espigando entre los Padres

Ya desde el siglo II encontramos la doctrina, de fuerte raigambre bíblica, de los dos


caminos (duae viae), el de la luz y el de las tinieblas (Didajé, el Manual de disciplina de los
esenios del Qumran, el Pastor Hermas3). Al comienzo de su PreceptoVI, este último escribe:

“Hay dos ángeles en el hombre: el ángel de la justicia y el ángel del mal. —Señor,
exclamé yo, ¿cómo hacer para distinguir la acción de cada uno de ellos, ya que ambos
habitan en mí?— Escúchame. El ángel de la justicia es delicado, reservado, dulce, pa­
cífico. Cuando entra en tu corazón, te habla inmediatamente de justicia, santidad, cas­
tidad, templanza y demás obras justas. Cuando estos pensamientos santos surgen en
tu corazón, debes saber que el ángel de la justicia está contigo. Estas son sus obras…
Considera ahora las obras del ángel del mal. Ante todo, es irascible, lleno de agriedad
y demencia; sus obras son malas y pervierten a los servidores de Dios. Cuando te
sientas invadir por la cólera o la agriedad, debes saber que él está en ti… Estas son
las maneras de obrar de los dos ángeles. Compréndelas bien. Cree en el ángel de la
justicia, pero aléjate del ángel del mal”.

3
Recordar que al Pastor Hermas lo colocaba Ireneo en el canon de la Escritura.

415
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Hermas precisa otras obras del mal ángel: “Deseos de actividad desordenada, gastos
locos, lujo en las comidas, placeres superfluos de toda especie, exceso de orgullo y de os­
tentación” (Precepto VI 2, 5; también XI 7–17). Otras precisiones: “Si eres paciente, el Espí­
ritu Santo que habita en ti brillará en su pureza, sin ser oscurecido por la sombra de ningún
espíritu malo… El Señor habita en la paciencia y el diablo en la cólera” (Precepto V 1, 2–4).
Pese a ponerlos en paralelo, Hermas enseña con insistencia que el espíritu malo es “vano, sin
fuerza, insensato, vacío, no tiene ningún poder, viene del diablo” (Precepto XI, 14.17. Ver art.
“Démon” en Dict. Spir. III, cols 167–168).
Orígenes (s. III) prosigue la enseñanza del Pastor Hermas y la avanza, distinguiendo
entre pensamientos que vienen de nosotros mismos, de Dios y de sus ángeles y de un poder
enemigo. La doctrina es básicamente la de las Duae Viae del Pastor Hermas, pero Orígenes,
con todo su fondo filosófico, elabora más la base humana de los pensamientos y da gran
importancia al libre arbitrio.
San Antonio, el copto (s. III), cuya vida fue escrita por San Atanasio, describe en térmi-
nos muy populares la lucha contra los demonios de este monje asceta. Destaca el valor de
la confianza en Dios para vencer a los demonios, que no pueden tentar sin el permiso de él,
como se lee en el libro de Job. No tener miedo a las tentaciones es el gran medio para supe-
rarlas, porque son puras ficciones que se desvanecen apenas se las resista en el nombre del
Señor. El crucifijo espanta a los demonios. La ascesis es necesaria para vencerlos. Lo mismo,
el conocer sus astucias y ver cómo pueden transformarse en “ángel de luz”. La turbación, el
miedo y el estrépito caracterizan la entrada del demonio a una persona, pero después él se
queda tranquilo, como un soldado que ha forzado una casa.

San Agustín de Hipona

Famoso es el pasaje del santo sobre las dos ciudades:

“Dos amores se construyeron dos ciudades: el amor de sí hasta el desprecio de


Dios, la ciudad de la tierra; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la ciudad celeste.
La una se gloría en sí, la otra en el Señor. La una busca su gloria de los hombres; la otra

416
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

pone toda su gloria en Dios, testigo de su conciencia… La una, orgullosa de su gloria,


camina con la cabeza en alto; la otra dice a su Dios: “Tú eres mi gloria, eres tú quien
alza mi cabeza” (Sal 3, 4). Aquella, en sus jefes, en sus victorias sobre las naciones que
subyuga, está dominada por la pasión de mandar; ésta nos muestra a sus ciudadanos
sirviéndose mutuamente en la caridad, los jefes velando por el bien de sus subordina­
dos, los súbditos obedeciendo…” (La ciudad de Dios, 14, 28).

Inspirándose en los profetas bíblicos y el Apocalipsis, el gran aporte de Agustín es mos-


trarnos que no son sólo los individuos los que se sienten divididos, sino que también lo están
las culturas, las sociedades y los pueblos.

Casiano (siglo V)

Es el gran maestro espiritual de occidente. Se formó en contacto con los monjes del desier-
to de Egipto. Sus “Conferencias” (Collationes) en forma de diálogo son de mucha riqueza espi-
ritual, pero hay que saber leerlas con cuidado porque no escapan a un cierto tinte semipelagia-
no. Conoce bien el discernimiento de los espíritus, al que dedica ocho capítulos de la primera
conferencia y toda la segunda. Lo entiende como un carisma para construir la Iglesia, pero le
incorpora también la idea griega del medén ágan, “nada en demasía”, la discreción, la mesura.
Casiano llama a la discreción (diákrisis) “la madre de la mesura” y la opone al “vicio de
la desmesura”. Es una virtud que inspira y rige todas las demás virtudes y que debe controlar
todas las formas de nuestras acciones: “Ninguna virtud puede mantenerse o perfeccionarse
completamente sin la gracia de la discreción. Esta es la madre, la guardiana y la moderadora
de todas las virtudes” (Coll 2, 4). Es papel de la discreción mantener al monje a igual distan-
cia de los excesos y guiarlo por el camino real, sin dejarlo que se aparte ni a la derecha en
un fervor excesivo sin templanza, ni a la izquierda en la molicie y el relajamiento que llevan
a la tibieza espiritual (Coll 2, 2). Las condiciones esenciales para adquirir la discreción son la
humildad y la transparencia de conciencia, que requiere a la vez de la humildad (Coll 2, 10).
Casiano sabe que los monjes, también los ancianos, por muy sabios que sean, están
lejos de la perfecta discreción. El demonio los tienta con ayunos inmoderados y a destiempo,

417
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

con vigilias excesivas, con oraciones desordenadas y lecturas inoportunas. Otras veces será
el deseo, por caridad, de hacer tal o cual visita, pero que arranca al monje de la santa clausu-
ra del monasterio. Son cosas en sí buenas, pero que llevan a un fin desgraciado.
Es importante distinguir entre discernimiento de espíritus y discreción, porque no son lo
mismo. El discernimiento es un don del Espíritu, mientras que la discreción es una virtud huma-
na que pone la medida. A no ser que la discreción se haga carismática, corre el riesgo de poner-
le corset al Espíritu. Un exceso de discreción no permitiría las “santas locuras” de los santos.

Diádoco de Foticé , obispo (400-486)4

“El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal; cuando
esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de
justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo
que, en adelante, vaya segura en pos de la caridad.
Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del
espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan, guardan­
do en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios, y arrojando
de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio. El mar, cuando
está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dón­
de se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella
visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los pescadores.
Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el más
fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a éste su pre­
sa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra
alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conoci­
miento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto
las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se debilitarán en
gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y gloriosa.

San Ignacio tiene semejanzas con él. Se recomendaba su lectura a los maestros de novicios. Ver Edouard des Places,
4

Dict. Spir. III, col 833.

418
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

Por esto, dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no entristezcáis al Espí­
ritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea que deje de ayudaros con
su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el
Espíritu Santo, pero sí que al contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre
él y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.
La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el verdadero
discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del gusto, cuando dis­
frutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo sin error lo bueno
de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento en que comienza a gozar
de plena salud y a prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimen­
tar la abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo de su
sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que
dice el Apóstol: “Y ésta es mi oración: Que vuestro amor siga creciendo más y más en
penetración y en sensibilidad para apreciar los valores” (Cien capítulos sobre la per­
fección espiritual, Capítulos 6.26. 27. 30).

Tomás de Kempis (Muere 1471)

Un clásico de la espiritualidad de occidente es la “Imitación de Cristo”, de Tomás de


Kempis. No aporta nuevas luces sobre el discernimiento espiritual, pero sí trata el tema con
profundidad y mucha unción. Es sabido que para Ignacio fue un libro de cabecera, en que
pudo reconocer y expresar las experiencias de su proceso de conversión. Pero no es factible
establecer con precisión las concordancias entre el libro de los Ejercicios y la Imitación.
Kempis trata del discernimiento en el libro III, cap. 54, “De los diversos movimientos de
la naturaleza y de la gracia”, y en el cap. 55, “De la corrupción de la naturaleza y de la eficacia
de la gracia divina”. El primero es un paralelo entre los movimientos de la naturaleza, que se
orientan hacia la búsqueda de uno mismo, y los de la gracia, que apuntan a Dios y a lo que le
concierne. Esto es para Kempis la ley básica del discernimiento, aunque el autor no ignora la
acción del demonio, que hemos de tenerla bien en cuenta y rechazarla con energía mediante
la oración, la humildad, la confesión y la confianza en Dios (Libro I, 6; III, 6).

419
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Kempis valora la consolación, que nos hace sentir el amor divino. Clásico ejemplo de esto
es el capítulo “Del maravilloso efecto del divino amor”, que nos muestra cómo Dios, por medio
de su amor, nos llena de fuerza y luz para emprender confiados grandes cosas por Cristo.

El creyente dice: “…porque soy aún débil en el amor e imperfecto en la


virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por Tí. Por eso
visítame, Señor, más veces, e instrúyeme con tus santas enseñanzas. Líbrame
de mis malas pasiones, y sana mi corazón de todas mis aficiones desordenadas;
para que sano y bien purificado en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para
sufrir y firme para perseverar…”.

El Señor dice: “Gran cosa es el amor, un bien sobremanera grande; aligera


todo lo pesado y convierte en dulce y sabroso todo lo amargo. El amor noble
de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y nos mueve a desear siempre lo
más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no quedarse atascado por
ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de todo apego mundano:
no sea que algo tape su vista, o se embarace en ocupaciones sin importancia, o
decaiga de temor al sufrimiento.
No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada
más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra;
porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse sino en Dios, más allá de
todo lo criado…Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa
sólo en el sumo Bien, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones,
sino que se vuelve al Dador de todos los bienes. Muchas veces el amor va más
allá de toda medida porque se enciende sin medida. El amor no siente el peso
que lleva, ni hace caso de los trabajos; desea más de lo que puede: no se queja
que le manden lo imposible; porque cree que todo lo puede y le conviene… El
amor siempre vela, y durmiendo no duerme. Fatigado no se cansa; angustiado
no se angustia; espantado no se espanta: sino, como viva llama y ardiente luz,

420
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

sube a lo alto y se remonta con seguridad. Si alguno ama, entiende lo que quiere
decir la palabra amor. Con gran clamor llega a los oídos de Dios el afecto encen­
dido del alma que dice: ‘¡Dios mío, amor mío. Tú todo mío, y yo todo tuyo!’.
El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y deleitable, fuerte, sufrido,
fiel, prudente, magnánimo, varonil y nunca se busca a sí mismo; porque cuando
alguno se busca a sí mismo, luego decae del amor. El amor es circunspecto,
humilde y recto; no es débil ni liviano; no desea cosas vanas; es sobrio, casto,
estable, quieto y recatado. Es sumiso y obediente a los superiores; no se en­
gríe; con Dios es devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en Él, aun
cuando lo añora y no lo siente, porque sin dolor no se vive en el amor”.

Oración para pedir el amor de Dios

“Hazme crecer en el amor, para que guste con el corazón lo suave que es
amar y perderme y nadar en el amor. Que sea un cautivo del amor, saliendo de
mí mismo con gran fervor y admiración.
Cante yo el cántico del amor; que te siga, amado mío, a lo más alto; que mi
alma desfallezca en tu alabanza, gozándome de tu amor. Que te ame más que a
mí; y que no me ame a mí sino por Ti; y a todos en Ti, los que de verdad te aman,
como manda la ley del amor, que reluce desde Ti” (Libro III, Cap V).

El Concilio Vaticano II hace suya la mirada bíblica del Dios que se revela en la historia
(Dei Verbum). Por lo mismo escruta con atención los “signos de los tiempos”; es decir, en la
línea de los profetas antiguos, nos enseña a discernir los llamados de Dios en el acontecer
religioso, social, político y cultural de cada época (Gaudium et Spes). Las Conferencias de
obispos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida han proseguido con fruto esta ma-
nera de discernir en y desde el acontecer concreto, desde la historia.

421
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Conclusiones

Quiero terminar recogiendo algunas ideas del recorrido que hemos hecho y que nos
pueden servir para hoy día.
1) Parece importante que mantengamos para el término “discernimiento” su significa-
do histórico de buscar el origen de los “espíritus” que mueven al hombre a elegir una u otra
cosa en el servicio del Reino. Una buena elección podemos hacerla de diversas maneras,
según la situación y el estado interior en que nos encontremos. San Ignacio, sintentizando
muchas cosas, propone tres tiempos para elegir, pero sólo el segundo se da “por experiencia
de discreción de varios espíritus” (EE 176).
La diferencia entre “discreción” (diákrisis) y “discernimiento” (paradokéin) nos puede
servir para reforzar la propuesta de no llamar discernimiento a todo o a cualquier cosa, por
ejemplo:“Discerní que tenía que comprar esto”. Muchas de nuestras decisiones las tomamos
porque nos resultan evidentes o porque, pensándolo bien, nos parecen ser las más adecua-
das y no por análisis de diversos espíritus. En los EE esto corresponde al primer y tercer tiem-
po de hacer sana y buena elección; la elección por espíritus es del segundo tiempo.
2) Hemos de aprender otros modos de referirnos a las cosas que decidimos hacer o
pensar y no hipertrofiar el uso del término discernimiento. Hay otras formas, desde el tan
simple “decidí”, “elegí”, “pienso hacer esto”.
Cuando una persona apela a que tal cosa la discernió, tiene que ser muy responsable
de no estar tomando el nombre de Dios en vano. En efecto, cuando uno discierne se apoya
no tanto en la autoridad propia sino en la de Dios, que me hace sentir por sus efectos lo que
Él pide que yo haga por él. Puede fácilmente haber aquí un abuso de la autoridad de Dios.
3) El objeto del discernimiento bíblico es una llamada que Dios nos hace para prestar
algún servicio en la causa del Reino de Dios (San Pablo à pasar a Macedonia). Es convenien-
te conservarle al término “discernimiento” todo el peso y la seriedad eclesial que tiene este
proceso, tanto en el uso de la antigua Grecia (examen para la certificación pública del médico,
del juez, etc) como en la Biblia, especialmente en San Pablo y San Juan. Por eso reservemos
el uso de esta palabra para cuando corresponda y no lo echemos al trajín.
4) En la Biblia no todos tienen el don profético de discernir los espíritus. Normalmente
en el AT lo hacen los profetas; y en el NT es un carisma que el Espíritu confiere a algunos para

422
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
HISTORIA DEL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS

la edificación de la Iglesia. A todos en cambio se les pide que usen su razón iluminada por la
fe y que sean fieles a las inspiraciones de Dios, cosa que no es lo específico del discernimien-
to de espíritus.
5) Pienso que debiéramos ser más generosos en aceptar que no a todos se les otor-
ga este don y que Dios libremente es quien decide a quien darlo. Nos debiera consolar el
recordar que no importa tanto quien lo tiene y quien no, ya que los dones en la Iglesia son
para el bien común de todos, y por lo tanto todos participamos en ellos. A falta del carisma
infuso del discernimiento, ordinariamente Dios da, mediante luces interiores particulares,
un don de discreción adquirido por la experiencia y la prudencia en la aplicación de las
reglas tradicionales de discernimiento (J. de Guibert, Lecons de théologie sprirituelle, Tou-
louse 1943 p. 306).
6) Lo fundamental de todo no es el discernir espíritus sino el elegir bien, guiados por el
Espíritu Santo, lo que a mayor gloria de Dios sea. La recta elección es el fin: el discernimiento
es un medio, entre otros posibles, para este fin. Temo que desde hace algún tiempo a esta
parte en el modo de hablar se atribuya mayor énfasis al medio que al fin.

423
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

4. EGOCENTRISMO Y TRINIDAD

Les propongo como materia de reflexión para el tiempo de elecciones y reforma de


vida el tema “Egocentrismo y Trinidad”. Ignacio nos aconseja que “cada uno piense que
tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer
e interés” (EE 189).
Ciertamente es un tema actual, siempre presente, porque el egocentrismo está en
nosotros, lo llevamos dentro, nos sale al encuentro y ataca todos los días. Turba nuestras
relaciones: con los demás, con nosotros mismos y con Dios. Nos inquieta y entristece,
nos hace vivir en competencia con los demás y nos aísla. Así logra quitarnos la paz y la
alegría.

Sus formas en mí

Pensemos en algunas de las formas que puede tomar, y que de hecho toma, el egocen-
trismo en mí y en mi vida:
•• las veces que me concentro en mí: en mis penas, saboreándolas; o en mis logros, sin-
tiéndome desproporcionadamente fantástico, superior a todos;
•• las veces en que estoy tan ocupado conmigo, que no dejo hueco para hacer entrar en
mí otras personas, sus penas, sus triunfos; ¡no sólo los niños pequeños tienen complejo
de ‘centro de mesa’!;
•• las veces en que los otros me interesan poco, me aburren, apenas los escucho y, si lo
hago, es sólo por buena educación;
•• las veces en que una pena mía me aflige y duele tanto, que me siento y actúo como si
fuera el único doliente de entre mis conocidos;
•• las veces en que mi oración está tan centrada en mí, que no atino a mirar a Dios, su
amor, su cercanía, sus maravillas;

424
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EGOCENTRISMO Y TRINIDAD

•• también están ahí las formas risibles (¡tristemente!) y cómicas: el maquillaje para caer
bien, para ocultar lunares; las medias verdades y medias mentiras; la vanidad del joven
musculoso y la del viejo que se satisface en el halago.

El egocentrismo, forma tenue de otros vicios peores

Precisemos qué es el egocentrismo, comparándolo con otros sentimientos relacionados:


•• El orgullo es una forma más acabada e intensa del egocentrismo, porque atañe a los de-
más. El orgullo implica atribuirse para sí un nivel de superioridad y distinción tan grande
(de Urguol distinguido), que mueve a sentirse superior a otros, o a muchos, por razón de
cualidades, origen, familia, rango, país, títulos académicos, físico, etc.
•• La soberbia es una forma más radical del orgullo, porque mientras el orgullo lleva a pre-
ferirse a los demás por razón de cualidades, origen, rango, etc., la soberbia toca más el
ser mismo; el concepto proviene del latín superbus, que a su vez consta de las partículas
super (sobre) y bus (ser).
•• La arrogancia implica un comportamiento altivo, altanero. Lleva a esperar o exigir que
los demás lo traten a uno con mayor consideración e importancia. Y a actuar corres-
pondientemente.
Cuando aquí hablamos de egocentrismo no pensamos en estas formas más fuertes, más
dañadas del yo, y que resultan más dañinas a otros, cuales son el orgullo, la soberbia y la
arrogancia: el egocentrismo es como un ‘yoísmo’, un volver y revolver la atención y el cariño
sobre sí mismo más de la cuenta.

Raíces del egocentrismo

Todo vicio es la exageración de una fuerza positiva, constructiva, que se nos dispara,
produciendo daño a uno mismo y a los demás. Así sucede con el egocentrismo.
Porque somos criaturas de Dios, tenemos un valor intrínseco que estamos llamados a
reconocer, valorar, agradecer, amar y ponerlo al servicio de Dios y de los demás.

425
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Dios pone en nosotros un sano amor a nosotros mismos que nos mueve no sólo a re-
conocer nuestra propia dignidad (nuestro peso ontológico), sino a conservarla, aumentarla
y defenderla, si fuere preciso. El aprecio de la propia dignidad es la autoestima justa. Como
Dios lo hace siempre, al darnos a sentir una alegría y amor gozosos a nosotros mismos. Esto
nada tiene que ver con soberbia y arrogancia, sino con la verdad de lo que somos.
Recordemos que somos criaturas hechas a la imagen y semejanza de Dios Trinidad, lo
que postula una acción de la Trinidad, no sólo allá al inicio del crear a Adán y Eva, sino ahora
en cada uno de nosotros. Este amor y gozo a nosotros mismos es reflejo del Espíritu Santo, el
lazo gozoso del amor entre el Padre y el Hijo.
Es natural y bueno que nos deleitemos y vivamos en paz y agradecidos a Dios por esto.
De esto se trata cuando hablamos de tener una buena autoestima. Cada uno tendrá la suya
particular, porque todos somos diferentes. Y, a la vez, sentiremos nuestra autoestima perso-
nal como necesitada de la de todos los otros, porque somos partes de un Todo mayor, en el
que nuestra riqueza es sumarnos y no anularnos unos con otros.
Pero esta es sólo una cara de la medalla y no la verdad completa. Porque también es ver-
dad que nuestra naturaleza está herida, debilitada, oscurecida, deformada y esclavizada por
el pecado (vulnerata in naturalibus et spoliata a divinis). Respira valores contaminados que la
dañan, conspirando con el demonio y sus adláteres, con los enemigos del hombre y de Dios.
Por eso, nuestra autoestima muy fácilmente deja de estar fundada en la solidez de la
verdad y busca crecer a expensas de los demás. Les robo algo para acrecentarme yo. Dejo
de verme en la justa relación a Dios, a los santos, a los demás hombres, a la creación entera
(EE 58 y 59).
Como un sapo que se infla absorbiendo aire, así me engrandezco a base de cosas que no
poseo o de deseos fantasiosos carentes de sustancia.

La Trinidad como antídoto del egocentrismo

Si miramos la Trinidad, nuestro suelo original, siempre presente, descubrimos que la


grandeza de ser persona consiste, no en acaparar para sí (Fil. 2, 5–11), sino en darse al otro.
Padre, Hijo y Espíritu Santo viven en la eterna donación del uno al otro, en un permanente

426
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EGOCENTRISMO Y TRINIDAD

darse y recibir. Lo que constituye como persona al Padre, fuente sin origen, es el traspasar
todo su ser al Hijo. Y lo que a éste lo constituye como persona divina es no tener nada propio,
sino recibirlo todo del Padre y devolverlo en el amor, que es el Espíritu.
Ninguna persona de la Trinidad se centra en sí, sino vive para las demás. La Trinidad es
la unidad en la humildad, en el salir de sí. Nosotros llevamos esta huella trinitaria como regla
de vida. Por eso, el egocentrismo nos hacer sentir tristes, solos y disminuidos. En cambio, nos
realizamos y estamos alegres cuando vivimos en comunión gozosa y servicial.
Terminemos escuchando a San Pablo: “No vivan ya con los criterios del tiempo presente;
al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen
a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto…
Digo a todos ustedes que ninguno piense de sí mismo más de lo que debe pensar. Antes bien,
cada uno piense de sí con moderación, según los dones que Dios le haya dado junto con la
fe… Nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos
unos a otros como miembros de un mismo cuerpo” (Rm. 12, 2–5).

427
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

5. EL CORAZÓN DE CRISTO

“Herido con la lanza su costado, manó sangre y agua”


(EE 297)

Este estudio sobre el Cristo pascual a la luz de los Ejercicios y de la Vita Christi de Ludolfo
de Sajonia fue escrito en 1984 para la revista Oración y Servicio, órgano mundial del Aposto-
lado de la Oración. La idea inicial fue recoger de la tercera y cuarta semana de los Ejercicios
los elementos y actitudes del amor personal a Dios en el Corazón de Cristo. Una lectura de-
tenida del texto me mostró una explícita referencia al costado abierto, herido por la lanzada
(EE 297); y otra implícita cuando Jesús dice a Tomás, incrédulo: “Mete aquí tu dedo…” (305).
No encontré otras referencias al costado de Jesús, salvo la advocación “Agua del costado de
Cristo lávame”, y la otra, genérica, “Dentro de tus llagas escóndeme”. El resultado es suma-
mente parco, sobre todo respecto al término “corazón”, dicho del Jesús traspasado. Había
motivo, como veremos, para que Ignacio, además de la palabra bíblica “costado”, emplease
la voz “corazón”. Pero no lo hace.1
Esto me llevó a querer buscar —más allá de las palabras— las referencias de los Ejer-
cicios a sentimientos, palabras y acciones externas expresivas de la interioridad del Señor
Jesús. En esto los Ejercicios —pese a su carácter de breve bosquejo para ayudar a contem-
plar— no son escasos, sino bastante ricos. Me decidí pues a recoger y ordenar estos ele-
mentos expresivos de la interioridad de Jesús, consciente de que toda la dinámica ignaciana
apunta a crecer en “conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que
más le ame y le siga” (104). Petición que sintetiza el fruto buscado y pedido —“…demandar lo
que quiero…”— y que se mantiene a lo largo de las cuatro semanas, sólo “… mudando la for­
ma según la subyecta materia” (105) de los misterios que se contempla: que por mí instituye
la Eucaristía y va a la Pasión, que por mí resucita glorioso, etc.
Sea cual sea el misterio que se contemple, lo que se busca es crecer en conocimiento de

En el resto de los Ejercicios aparece “corazón” dos veces (278, 303), con clara referencia escriturística. El “Índice de
1

Examen General y de las Constituciones” (Subsidia 2, Roma 1973) lo trae también dos veces, pero refiriéndose a nues-
tros corazones (Proemio 1; VI, 1, 2: en ambos casos el contexto es de caridad y amor, frutos del Espíritu).

428
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

la interioridad del Señor, y que este mayor conocimiento se internalice a su vez en el ejerci-
tante, llevando a más amor y seguimiento de Cristo.
La presentación de la interioridad de Jesús en la tercera y cuarta semana de los Ejerci-
cios, hecha en base a sus sentimientos, acciones y palabras, constituiría pues la parte prime-
ra y básica de este artículo.
Pero me quedaba siempre el deseo de saber al menos algo de aquello que Ignacio pudo
haber “conocido internamente” al contemplar a Jesús en la cruz, cuando “herido con la lanza
su costado, manó agua y sangre” (297). ¿Qué significaba esto para él? Si propone este punto
en sus Ejercicios, es porque le tocó personalmente. Pero ¿qué fue esto y cómo saberlo, ante
el silencio de las fuentes?
De esta pregunta vino la idea de estudiar lo que trae al respecto Ludolfo de Sajonia, en
su Vita Christi, que leyó Iñigo en Loyola, junto con otro libro de la vida de los Santos. Sabe-
mos cómo Dios se valió de estas lecturas para su conversión y cómo, después de un tiempo
de agitaciones, “él, no se curando de nada, perseveraba en su lección y en sus buenos pro­
pósitos;... y gustando mucho de aquellos libros, le vino al pensamiento de sacar algunas
cosas breves más esenciales de la vida de Cristo; y así se pone a escribir un libro con mucha
diligencia…”2.
De este modo llegué a la idea de incluir en este artículo la contemplación de Ludolfo ante
Cristo en cruz, con su costado abierto. Será la segunda parte. Ahí precisaré el alcance y las
limitaciones de esta manera de acercarse a Ignacio.
Trabajé a Ludolfo en su original latino, y la traducción al castellano es mía. Aunque pue-
da parecer un abuso contra el lector no familiarizado con el latín, he dejado entre paréntesis
los textos latinos, pensando en el gozo que experimentarán los que manejan esta lengua
viendo frases tan bellamente labradas.

2
Autobiografía, 11. Ver también 5. Sabemos que este libro tuvo casi 300 páginas y que, desgraciadamente, hasta ahora
no ha sido encontrado.

429
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

I. LA INTERIORIDAD DE JESÚS EN LA TERCERA Y CUARTA SEMANA


DE LOS EJERCICIOS

Los Ejercicios no teorizan ni arguyen. Proponen simplemente al ejercitante materia para


contemplar. Pero los procedimientos usados encierran presupuestos implícitos de gran con-
tenido teológico y espiritual. En la didáctica de las contemplaciones, el ver las personas, oír
lo que hablan y mirar lo que hacen (106–108), se presupone que este ver a Jesús, escucharlo
y mirarlo actuar nos pone en relación personal con el Cristo vivo, glorioso, actuante, lleno de
amor a todos los hombres y a cada uno en particular3. Por esto la contemplación alimenta el
conocimiento interno del Señor y lleva a mayor amor y seguimiento (104).
Esta relación personal, esta presencia e intercomunicación recíprocas, se da no sólo en
los sentimientos internos, sino también en las palabras y acciones externas de Cristo. Estas
expresan y transmiten su presencia y amor a nosotros, y solicitan de nuestra parte que nos
hagamos también presentes a él, sintonizándonos activamente a su amor.

Sentimientos del Jesús pascual

Con la contemplación de la Cena, Ignacio da comienzo a la Pascua del Señor. Lo dice ya


en la petición: “…por mis pecados va el Señor a la pasión” (193). Los puntos no exaltan ni
dramatizan los sentimientos de Jesús. La pasión es precisamente lo que el nombre indica:
“padecer de Cristo nuestro Señor” (206). Este padecer es doloroso para Cristo, lo quebranta,
le produce pena: “…tanto dolor y… tanto padecer…” (206). El padecimiento le provoca temor
y tristeza: “Vino en tanto temor que decía, “triste está mi ánima hasta la muerte” (290). La
agonía de Getsemaní hizo que Jesús sudara” …sangre tan copiosa que dice San Lucas: ‘Su

3
Esto se pude ver en esos presentes tan decidores: “…seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado…”
(109); “…por mis pecados va el Señor a la pasión” (193); “…considera como que ve a Cristo nuestro Señor comer con sus
apóstoles, y cómo bebe, y cómo mira, y cómo habla;…” (214); “…el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae…”
(224); “…como un amigo habla a otro…” (54). Este modo de contemplar de Ignacio es amplia herencia de la piedad bí-
blica, litúrgica y patrística. H. de Lubac, entre otros, ha mostrado el papel pionero de Orígenes para echar las bases de
la devoción medioeval a la contemplación de los misterios de la vida de Jesús (ver Exégèse Médiévale. Les quatre sens
de l’Ecriture, 3 tomos, París 1959–64). La Vita Christi de Landolfo de Sajonia conduce por todas partes al lector a esta
presencia (ver W. Baier, “Untersuchungen zu den Passionsbetrachtungen” in der VITA CHRISTI des Ludolf von Sachsen,
3 tomos, Salzburg 1977. Cf. 3.3.3: “Erinnerndes Eingehen in das gegenwärtige Mysterium Christi”).

430
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

sudor era como gotas de sangre que corrían en tierra’, lo cual ya supone las vestiduras estar
llenas de sangre” (201, 209).
El motivo de tanto dolor y de tanto padecer es el pecado. Pero no el pecado en general,
sino “mis pecados”: “…considerar cómo todo esto padece por mis pecados,…” (197), “…tanta
pena que Cristo pasó por mí” (203). La pasión es asumida libremente: el Señor “…va a la pasión”
(193), “…quiere padecer…” (195), su fuerza divina no actúa, se esconde: “…podía destruir a sus
enemigos y no lo hace, y… deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente” (196).
En la escena del huerto Ignacio hace contemplar la relación entre la libertad de Jesús
ante su Pasión y la voluntad de su Padre: “Acompañado de Sant Pedro, Sant Tiago y Sant
Joan, oró tres veces al Señor, diciendo: ‘Padre, si se puede hacer, pase de mí este cáliz; con
todo, no se haga mi voluntad, sino la tuya’, y estando en agonía oraba más prolijamente”
(290). La prolija oración es la palestra en la que Jesús adecúa todo su ser “en agonía” (290)
al querer salvífico del Padre. En esta conjunción de voluntades resplandecen el amor y la hu-
mildad, las dos virtudes con que Ignacio caracteriza a Jesús al entrar a la pasión: “ejemplo de
humildad” (289) y “señal de su amor” (289).
Los sentimientos de Jesús pasan al ejercitante debido a la relación interpersonal que se
establece en la contemplación. Es una gracia que se debe pedir: “…demandar lo que quiero;
será aquí dolor, sentimiento y confusión…” (193); “…esforzándome,… en entristecerme y do­
lerme de tanto dolor y de tanto padecer de Cristo nuestro Señor” (206; ver 195).
Esta misma intercomunicación, pero en el sentido de la gloria, de la vida y del gozo, se
da en los misterios del Resucitado. Los Ejercicios hacen al ejercitante pedir “lo que quiero: …
gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”
(221; ver 229). Ignacio condensa en las palabras “gloria”, “alegría” y “gozo” los sentimientos
interiores del Señor resucitado (221, 229). Como es un gozo tan grande (221), Jesús ejerce el
oficio de consolar, de comunicar a los suyos, comenzando por los justos del sheol y por su
madre (219), la intensidad de gloria y alegría de que está lleno (221).
Hay un contraste sutil pero muy hondo entre la soledad de María (“Asimismo conside­
rando la soledad de Nuestra Señora, con tanto dolor y fatiga;…” (208)) y la aparición “a su
bendita Madre” (218, 299). Es el contraste entre la “dolorosa” y la “Virgen gozosa”.
Otro tanto se debe decir de los discípulos. Ignacio nos había hecho contemplar a Jesús
“desamparado de sus discípulos” (291); luego nos lleva a verlos en su soledad (208); por últi-

431
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mo, cómo Cristo los consuela “...cómo unos amigos suelen consolar a otros” (224). El que des-
de la cruz tuvo la confianza de expresar a Dios su desamparo —“…dijo que era desamparado…”
(297)—, es ahora el portador de los consuelos del Espíritu Santo (304). Así, al Tomás incrédulo,
por el contacto con sus llagas gloriosas, lo conduce a “ver la verdad” y a ser fiel (305).

La interioridad de Jesús sufriente en palabras y acciones

En consonancia con su convicción de que Cristo se hace presente en los misterios de su


vida, Ignacio lleva al ejercitante a contemplar sus palabras y hechos para así penetrar más en
el conocimiento interno del Señor.
Presenta los diversos puntos de la historia en forma objetiva, fiel, breve, sumaria. Re-
mite a los hechos, dejando que éstos hablen. La selección de los puntos, que él hace, va a
lo esencial. Posee un verdadero arte de hacer hablar los hechos, sin usar palabras pondera-
tivas. Centra la atención en aspectos contrastantes de una escena: “El Señor se deja besar
de Judas, y prender como ladrón…”; “San Pedro hirió…; el mansueto Señor… sanó la herida
del siervo” (291); “Le fue preferido Barrabás, ladrón” (293). Esta contemplación de escenas
contrastadas ayuda a entrar en la grandeza del misterio que se contempla.
Otro modo de conducir al ejercitante hacia la interioridad de Jesús es la aplicación de sen-
tidos. Todos los días, en la quinta contemplación, el ejercitante es invitado a entrar, mediante
el gusto y el olfato interiores, en lo más íntimo de Jesucristo: en su divinidad, en su alma, en
sus virtudes, y en todo (124, 204, 227). Este contacto interior lleva al gusto de “la infinita
suavidad y dulzura de la divinidad” y “del ánima”; es decir, la fuerza del amor divino (=la di-
vinidad) y la riqueza interior del corazón humano espiritual y sensible de Cristo (= el ánima)4.
Ignacio amaba mucho meditar la pasión del Señor. Estando en Manresa, “ordinariamen­
te leía a la misa la Pasión…”5. La lectura de la Vita Christi, que dedica a la Pasión diez capítu-
los con unas 200 páginas, lo había familiarizado con ella paso a paso.
Los Ejercicios ofrecen los misterios de la pasión en siete días, con posibilidad de abre-
viarla, pero también de alargarla (209). Recogen prácticamente todo el material de los rela-

J. Calveras, Los Elementos de la devoción al Corazón de Jesús. Su contenido y práctica en los Ejercicios de San Ignacio
4

(Barcelona–1985) p. 514, N° 354.


Autobiografía, 20.
5

432
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

tos de los cuatro evangelistas. Ignacio desea que nada se pierda, pero se cuida mucho, por
respeto al ejercitante, de imponer todos los puntos o de enfatizar uno más que otro: esto
corresponde a Dios nuestro Señor (EE 2, 15).
Todo esto hace que sea una operación difícil y delicada el procurar dibujar los rasgos de
la interioridad de Jesús en base a los puntos de Ignacio. Sin embargo, podemos señalar tres
rasgos característicos.

La Pascua apunta el Reino

Desde la primera contemplación pascual de la Cena (190ss) hasta la última de la Ascen-


sión, donde se hace expresa mención de la Parusía gloriosa (312), los misterios de la Pascua
de Cristo sirven a la implantación del Reino: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y
todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre…” (95, con clara resonancia de 1 Cor
15, 24). La Cena a la vez expresa, pone en marcha y anticipa el Reino. Ignacio destaca tres
puntos: La comida del cordero pascual con predicción de su muerte; el lavado de los pies y
la institución de la Eucaristía. El primer punto señala el sentido de sacrificio satisfactorio y
vicario con que Jesús va a su pasión. El segundo, su actitud de servicio amoroso y humilde,
que sus discípulos deben imitar. El tercero, la Eucaristía con su “Tomad y comed”, es la “gran­
dísima señal de su amor” (289).
“Padecer tan crudelísimamente”(196)
Ignacio presenta uno tras otro los sufrimientos de Jesús: traición de Judas, el cáliz de
Getsemaní hasta sudar sangre, el desamparo de sus discípulos, el prendimiento, las nega-
ciones de Pedro, las burlas y golpes, las acusaciones falsas, la preferencia por Barrabás, el
desprecio de Herodes; los azotes, la corona de espinas, las bofetadas y burlas… hasta la cruz
y muerte entre dos ladrones. Todos estos padecimientos están situados en la perspectiva
del Reino: para entrar en la gloria del Padre es preciso pasar injurias y vituperios (95, 98). Es
“la voluntad de… entrar en la gloria de mi Padre” lo que asume y da el sentido último a tan
crueles padecimientos. La expresión de esto en la pasión es: “Padre, si se puede hacer, pase
de mí este cáliz; con todo, no se haga mi voluntad, sino la tuya” (290).
Esta oración nos permite penetrar en el nivel más profundo de la interioridad de Jesús:
su amor obediente y filial al Padre… hasta el sudor de sangre… hasta la muerte. Cada paso

433
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

doloroso de la pasión, toda palabra, toda herida, todo sufrimiento, hasta el último latido, y el
expirar mismo, están preñados de ese espíritu filial.
“Por mí”
San Ignacio es enfático en reiterar que Jesús padece todo lo que padece “por mis peca­
dos” (53, 193, 197), “por mí” (203). En esta afirmación resuena la palabra de San Pablo: “Me
amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). No es un “por mí” acusador de culpas, sino
perdonador de pecados. Nace del amor de Cristo a nosotros, sus hermanos. Está señalando
la fuerza y la profundidad del amor de Cristo. Si dar la vida por los amigos es grande señal de
amor, ¿qué es darla para convertir a los enemigos en amigos?
El “por mí” es el estímulo más fuerte para amar y seguir a Cristo y padecer por Él:
“Considerar como todo esto padece por mis pecados, etc.; y que debo yo hacer y padecer
por Él” (197). El “por mí” es el fundamento último de la pobreza, vituperios, oprobios y
menosprecios del Reino, las Dos Banderas y la Tercera manera de humildad (98, 146, 167).
El “por mí” es la causa de que el amor filial se tiñese del “padecer tan crudelísimamente”
hasta la muerte de cruz.
Las siete palabras de Jesús en cruz conducen al ejercitante a penetrar la insondable pro-
fundidad del “por mí” (297, 1°). Ante este abismo de amor, Ignacio pone al ejercitante a contem-
plar a Cristo muerto, con su costado herido por la lanza, de donde mana agua y sangre (297, 3°).

El Resucitado: la interioridad que se torna trasparencia

Los sentimientos internos del Resucitado se nos manifiestan por lo que él da: alegría,
gozo, consuelo (221, 224, 229). Consuela “como unos amigos suelen consolar a otros” (224).
Aleja el temor (301) y da la paz (304).
Se acerca a sus amigos, saliendo a buscarlos en los estados anímicos y lugares bien
diferentes en que se encontraban:
–– A María, su Madre, la que no fue al sepulcro, porque mantuvo la esperanza (299).
–– A las mujeres, que van al monumento, para completar el embalsamamiento de Jesús (300).
–– A Pedro, aún dolido y humillado por su triple negación (302).
–– A la pareja desesperanzada que se marchaba a Emaús (303).
–– A los discípulos congregados por el miedo (304).

434
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

–– A Tomás, el incrédulo (305).


–– Jesús resucitado lleva en sí la pasión y la gloria: “Cristo había de morir y resucitar” (303).
Por eso conserva sus llagas, que ya no son heridas, sino signos de gloria (305).
–– El Resucitado vive en función de continuar estableciendo la obra del Reino de su Padre:
para ello da a los discípulos el Espíritu Santo y la potestad de perdonar pecados (304).
–– Proclama para las generaciones futuras, que no tendrán su presencia visible, sino la
bienaventuranza “de los que no vieron y creyeron” (305).
–– Encomienda a Pedro el rebaño, “primero examinado tres veces de la caridad” (306).
–– “Por espacio de cuarenta días apareció a los apóstoles, haciendo muchos argumentos y
señales y hablando del reino de Dios” (312).
–– Pero, por sobre todo, Jesús los envía. Posee conciencia de que la potestad que tiene le
ha sido dado del Padre. Y se la traspasa, para que ellos continúen la misión (307).
–– La misión será en la fuerza del Espíritu, que recibirán en Jerusalén (312).
–– La etapa última del Reino se establece con la venida gloriosa del Señor (312).

Recapitulación de la interioridad de Jesús en los Ejercicios

Terminamos esta primera parte con una recapitulación de lo que hemos encontrado en
los Ejercicios sobre la interioridad de Jesús en la tercera y cuarta semana. Los Ejercicios no
traen la expresión “Corazón de Jesús”. Pero hay una invitación a contemplar, junto con otros
muchos puntos de la Pasión, el costado herido por la lanza, que mana sangre y agua. Al final
de este artículo reflexionaremos sobre la importancia del “Alma de Cristo” en el conjunto de
la experiencia de Ignacio y de los Ejercicios.
Los Ejercicios todos son un camino hacia un conocimiento, amistad y servicio creciente
con el Señor Jesús en su interioridad, como se ve en la petición (104) y en la aplicación de
sentidos, con que cada tarde se profundiza lo contemplado (121–126). Cristo está presente en
los misterios de su vida que el ejercitante contempla y a los cuales procura hacerse también
presente. Se da pues una interioridad de intercomunicación y de acción. Se está muy lejos de
una pasiva visualización imaginativa de escenas y personas del pasado.
Cristo va libremente a la pasión. Pese a las resistencias que experimenta en el Huerto
de Getsemaní, podemos decir que la acepta desde lo más hondo de su ser. El motivo es que

435
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

es el camino señalado por el Padre para establecer el Reino. La gran pasión de Jesús es el
Reino —es decir, su Padre— y cumplir la obra de traer hacia el Reino a los hombres y mujeres,
hermanos y amigos. Por esto los misterios de la pasión y de la resurrección apuntan al Reino.
En esta perspectiva se comprende y se sitúa el que “la Divinidad deja padecer la sacratí­
sima humanidad tan crudelísimamente” (196). Frente a la pasión Jesús siente lo que es propio
del hombre: temor, tristeza, dolor, quebranto.
La pasión brota del amor de Cristo “por mí”; por cada ser humano. El “por mí” indica la
fuerza y la profundidad del amor misericordioso de Cristo (Gal 2, 20). El “por mí” es estímulo
para amar a Cristo, seguirlo y padecer por Él. La fuerza salvífica de los sentimientos de Cristo
es tan intensa, que éstos se comunican y pasan al ejercitante, que puede así sentir “dolor con
Cristo doloroso…” (203).
La resurrección es la realización en Cristo del Reino: “¿No era necesario que Cristo pade­
ciese y así entrase en su gloria?” (303). En el Resucitado se dan los sentimientos propios de
la gloria: alegría, gozo, consuelo, paz, amistad. Se acerca a sus discípulos y da a cada uno lo
que necesita: vencer el miedo, la duda, la desesperanza.
El Resucitado vive para el Reino de su Padre. Para ello envía en misión a sus discípulos,
revestidos del Espíritu Santo, a predicar, bautizar y construir Iglesia hasta que él vuelva en su
gloria a recoger lo trabajado y llevarlo definitivamente al Padre: “…conquistar todo el mundo
y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre…” (95).

II. LA MIRADA AL COSTADO DE CRISTO DE LUDOLFO DE SAJONIA

Hemos visto cómo Iñigo, convaleciente en Loyola entre septiembre de 1521 y enero de 1522,
lee la Vida de los Santos de Jacobo de Varezze y la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, llamado tam-
bién el Cartujano. Al comienzo, por matar el tiempo, pero después con gusto y dedicación, copian-
do en un cuaderno de casi 300 hojas, las cosas que le ayudaban a su devoción. Estos apuntes,
fruto de largos meses de lectura orada, sin ser el libro de los Ejercicios, son al menos el subsuelo
psicológico y el presupuesto literario de los que brotaría más tarde en Manresa el nuevo libro6.

6
P. de Leturia, “Génesis de los Ejercicios de San Ignacio y su influjo en la fundación de la Compañía de Jesús” (1521–
1540)”. Estudios Ignacianos II (Roma 1957), 6–7.

436
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

Iñigo leyó la Vita Christi en la versión castellana de Fray Ambrosio de Montesinos. No cons-
ta que más tarde la haya releído en el latín original, pese a que era una obra muy difundida que
no debía faltar en la biblioteca común de los jesuitas7. Aquí trabajaré con la edición latina8, que
es más accesible. Además es irrelevante para el tema que nos ocupa el buscar dependencias
textuales de los ejercicios respecto a la Vita Christi en castellano traducida por Montesinos9.
Quede claro que no podemos atribuir a Ignacio, como cosa propia suya, todas las consi-
deraciones, afectos, simbolismos e imágenes con que Ludolfo trata de llevar al lector al mis-
terio del costado abierto de Jesús. Pero sí podemos presuponer fundadamente que Ignacio
leyó estas páginas con seria dedicación (seriose), no a la carrera (non perfunctorie nec cum
festina acceleratione), rememorándolo en su corazón (preacordiali rememoratione), con una
compasión abierta a las lágrimas (flebili quadam compassione)10.
Allí se inició en el contemplar los misterios de Jesús, no como cosa del pasado, sino del
presente: “Lee lo sucedido como sucediendo; represéntate los hechos pretéritos como pre­
sentes, y así sentirás mayor sabor y agrado”11. Ignacio empezó a comprender muy rudimenta-
riamente que la memoria de la Pasión es el camino para pasar de “compañero de Cristo hoy
en la tribulación” a “compañero suyo en la futura consolación”12.
Para entrar en el gusto de la Pasión, co–padeciendo con el Señor, Ludolfo pide al lector
que se esfuerce, en cuanto puede, “a unirse a Él con un amor ferviente”. A mayor amor, mayor
capacidad de compasión en la Pasión de Cristo, ya que existe una mutua circularidad entre
ambos (sic se mutuo augebunt dilectio et compassio)13. Tarea tan noble se debe acometer
con humildad (humiliter), confianza (confidenter) y perseverancia (instanter); y con la pureza
de corazón que sea posible, sin desistir por razón de la propia indignidad, “porque Cristo fue
crucificado por los pecadores”14.

7
Sobre la problemática del influjo de la Vita Christi sobre los Ejercicios y las diversa posiciones (A. Codina, P. de Leturia, J.
Calveras, H. Rahner, etc), ver J. Jiménez, Formación progresiva de los Ejercicios Espirituales (Santiago–1969), tomo I, 45–48.
8
Vita Jesu Christi, Edición L. M. Rigillot (París–1870), 4 vol. Cuando hice este trabajo no contábamos con una traducción
al castellano moderno, como hoy la tenemos en la "Vida de Cristo" de Emilio Río, S.J. (2010).
9
P. de Leturia, “Lecturas ascéticas y místicas entre los jesuitas del s. XVI”, Estudios Ignacianos II, 286.
10
Vita Christi, pars II, capit 58, 5 (en adelante, citaremos así: VC II,58,5).
11
VC, Proem. 11.
12
VC II, 58,3.
13
VC II, 58,10.
14
Ibid.

437
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Se trata ante todo, dice Ludolfo al lector,

“que te unas a Cristo de tal modo por el amor, que tu corazón entre en Él total­
mente (ut cor tuum intret in ipsum totaliter); y pienses que no hay nada fuera de Él, y
que no tengas solicitud alguna hacia ti fuera de Él… Trasformado así totalmente en Él,
pienso que te harás vulnerable a sus heridas (quin ejus vulneribus vulnereris) y te sen­
tirás conmovido por sus maltratos, burlas y oprobios. Y añade a todo esto la oración,
pidiendo continuamente al Señor Jesucristo que hiera tu corazón con sus heridas (ut
suis vulveribus vulneret mentem tuam), y dirige el afecto de tu corazón a estas heri­
das, obteniendo de su misericordia, por tu fuerte insistencia, lo que buscas”15.

La composición de lugar

La crucifixión de Jesús en el Calvario se extendió desde mediodía hasta las tres de la


tarde: desde la hora sexta hasta la hora de nona. Ludolfo sigue paso a paso al Señor. La hora
de sexta ofrece 48 puntos de contemplación; la de nona, 18, “Cualquier misterio de la Pasión,
y todo lo que concierne al Señor, si se le mira con mente penetrante, trasportará al que lo me­
dita a un nuevo estado,… compasión renovada, nuevo amor, nuevas consolaciones,… otros
tantos signos y participación de la gloria”16. Nona se abre con la contemplación de Cristo
moribundo y la séptima palabra. La siguen el expirar de Jesús, la rotura del velo del templo, el
terremoto y los muertos que surgen de los sepulcros (non… hora mortis Christi; sed quando
resurrexit;… non ante, sed cum eo…), la confesión del Centurión, la compasión de toda crea-
tura con su Señor que muere, las mujeres —especialmente, la Madre del Señor— con Juan y
Magdalena.
El grupo de los fieles se ha mantenido de pie junto a la cruz de Jesús. Pero el cansancio
los vence, y se sientan con los ojos fijos en él. Desde este lugar, en unión con María la madre
de Jesús y los pocos fieles que la rodean, Ludolfo espera que el lector se prepare a contem-
plar el misterio de la lanzada del costado:

Ibid.
15

VC II, 58,1.
16

438
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

“Mientras estaban ahí, sentados junto a la cruz, mirando sin cesar al Señor
Jesús,… llegan de la ciudad mucha gente armada”17. Quiebran las piernas, dan muerte
y entierran en una fosa a los dos ladrones. “Volviéndose al Señor, al verlo ya muer­
to,… uno de los soldados, Longino,… tomando la lanza de lejos, abrió con una grande
herida (vulnere grande) el santo costado derecho del Señor Jesús;… Pero esta acción
ofensiva de los judíos dio origen a una señal, porque del cuerpo muerto milagrosa­
mente manó verdadera sangre y agua pura”18.

Los pasos del misterio de la lanzada

Esta es la síntesis. Pero el lector es invitado a detenerse en cada paso. Señalemos aquí
algunos:

“Lo vieron ya muerto” (Jn 19, 33): Jesús muere antes que los dos ladrones porque hubo
de soportar suplicios más terribles o porque pudo haber sido crucificado primero o porque
tenía “potestad de dar su vida”19.

“No le quebraron las piernas” (Jn 19, 33). Esto se hacía para que no escaparan al ser
bajados del patíbulo. Pero en sentido más profundo, por ser Cristo el verdadero Cordero de
Dios, el cual, estando ya muerto, estaba ya preparado para alimento de los fieles (qui mor­
tuus iam coctus ad esum fidelium erat)20.

“Uno de los soldados” (Jn 19, 34). Longino, que al dar la lanzada, le salpicó a sus ojos la
sangre de Jesús y al punto creyó (protinus illuminatus in Christum credidit). Después vivió 38
años como monje, convirtió a muchos a Cristo y “mereció el honor del episcopado y la corona
del martirio” (citando a Isidoro)21.

VC, 64,11.
17

VC II, 64,12.13.
18

VC II, 64,12.
19

20
Ibid.
Ibid.
21

439
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La lanzada inútil. Es muestra de la maldad de los enemigos de Jesús, “persiguiéndolo ya


muerto”22. Pero expresa tres grandes dolores con que fue clavado Jesús: “… la inmensidad
de sus propios sufrimientos; la amargura de su propia Madre; los pecadores a los que su Pa­
sión no habría de aprovechar”. Sobre los pecadores, Ludolfo afirma: “De igual manera, todos
los que deliberadamente pecan atacan a Cristo: pecando libremente, de nuevo lo crucifican”
(sponte peccando, iterato ipsum crucifigunt)23.
La espada de la Virgen Madre. Cristo, por estar muerto, no sintió la lanzada. Pero la
Virgen Madre sí que la sintió: “Se quebró y cayó como muerta en los brazos de Magdale­
na”. Puedes ver —continúa Ludolfo— “las veces que en ese día se sintiera morir: cada vez
que se hizo algo más contra el Hijo. Así se cumplió perfectamente en ella la profecía de
Simeón…”24.

La sangre y el agua del costado de Cristo

Ludolfo se detiene largamente en la contemplación de este signo salvífico. Es un costado


“abierto”. El evangelista no quiso escribir “golpeó” o “abrió” su costado. El costado abierto
indica que allí “se ha abierto la puerta de la vida” (ostium vitae apertum est)25.
“La herida del costado de Cristo fue la puerta de los sacramentos (fuit ostium sacra­
mentorum). Como Eva fue formada del costado del primer Adán, así la Iglesia se formó del
costado del segundo Adán… De allí manaron los sacramentos de la Iglesia, sin los cuales no
hay ingreso a la vida verdadera”26.
Esto se debe entender especialmente “del sacramento de la redención y del de la ablu­
ción. El primero pertenece al sacramento de la Eucaristía, significado por la sangre; más aún,
que es la misma sangre que bebemos cada día y que manó del costado de Cristo. El segundo,
pertenece al sacramento del bautismo, significado por el agua”27.

VC II, 64,13.
22

VC II, 64,12.
23

VC II 64,15.
24

VC II, 64, 14. Ver también Ibid. 14: “En la abertura de tu costado. Señor, abriste a los elegidos la puerta de la vida
25

(januam vitae). Esta, Señor, es tu puerta (Haec porta tua); los justos entrarán en ella”.
VC II, 64, 14.
26

Ibid. Sobre el tema de la redención por la sangre y la ablución por el agua, ver ibid. 13, donde se traen las imágenes del
27

440
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

Por el costado abierto al corazón

Ludolfo contempla el costado abierto como entrada al corazón de Cristo: “por la puerta
de su costado a su corazón” (per ostium lateris ad cor ejus)28. Hablando de S. Agustín, dice:
“Agustín entró por esta herida como por una puerta de amor (quasi per ostium amoris), cuan­
do decía: ‘Longino, con su lanza, me abrió el costado de Cristo; entré, y ahí descanso seguro.
Los clavos y la lanza me están clamando que en verdad estoy reconciliado con Cristo, si lo
amo’”29. En seguida el cartujo exhorta al lector: “Recuerda, hombre, que amor tan excesivo
(superexcellentissimum amorem) nos ha mostrado Cristo en la abertura de su costado, en
que nos dio una entrada patente a su corazón (in quo nobis aditum patulum ad cor ejus de­
dit)”. “¡Que se apresure, pues, el hombre a entrar al corazón de Cristo! Para ello recoja todo
su amor y lo una al amor divino (et couniat amori divino), rumiando en su mente las enseñan­
zas que hemos visto de este misterio”30.
“Por las llagas del cuerpo se manifiesta el misterio del corazón” (Patet arcanum cor­
dis, per foramina corporis)31, “aquel gran sacramento de piedad”32, que consiste en “las
entrañas de misericordia de nuestro Dios, en las que nos ha visitado una Luz de la altura”
(Lc 1, 78). “¡Las entrañas se muestran por las llagas! ¿En qué cosa resplandece con mayor
claridad que en tus llagas, que ‘tú, Señor, eres bueno, indulgente y rico en misericordia?’”
(Sal 86,5)33.
El misterio del corazón es, pues, el amor misericordioso de Dios manifestado en el Cristo
traspasado y dador de vida: ostium vitae, “puerta de vida”. Ludolfo lleva al contemplativo a
pasar del costado al corazón; de lo externo y visible, al amor fuerte y misericordioso de Dios,
presente y actuante en Cristo Jesús. Es de este amor escondido (arcanum cordis) de donde
brota la Iglesia. Y la sangre y el agua, sacramentos de la redención y del baño de ablución
(Eucaristía y bautismo).

Antiguo Testamento: el ángel exterminador y el Mar Rojo.


28
Ibid. 14
29
Ibid. 14
30
Ibid. 14
Ibid. 17
31

32
Ibid. 17
33
Ibid.17

441
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

El contemplativo, con su mirada fija en el Traspasado del Calvario, está en realidad


mirando al Señor resucitado. A los que los reconocen por la fe les “muestra… el costado,
del que hizo manar los misterios de la redención, conservando Él sus llagas para sanar los
corazones atormentados por la duda”, llenándolos de su paz, alegría, gozo y amor a Dios
y al prójimo34.
En esta contemplación del Cristo del costado abierto no hay nada de fijación en una
imagen inactiva y estática. Él es la fuente del amor misericordioso, infinitamente activo, del
Padre. De él nos viene la redención. De allí brota la Iglesia y, con ella, los sacramentos de la
salvación. Él es la puerta de la vida, la entrada al amor eterno de Dios.

Vivir en el amor de Cristo

El que contempla la Pasión, muerto al mundo y al pecado, vive traspasado con Cristo
por la más alta caridad (lanceari cum Christo, cúspide… caritatis), como Agustín, que de-
cía: “Atraviesa mi corazón con el dardo de tu amor, para que te pueda decir: estoy herido
de tu amor”35.
Esto ha de conducir a querer conformar todo nuestro querer al querer divino; a aceptarlo
en todas y sobre todas las cosas. No puede ser de otra manera ya que “el corazón de Cristo
fue herido por nosotros con herida de amor”36.

“El hombre debe basar en Dios y ordenar hacia Él todos sus deseos por amor
a Cristo, con los pies crucificados, que quiere decir los afectos. Y debe ejercitarse
en las buenas obras y evitar el mal, por amor a Cristo, con las manos crucificadas,
que significa las obras. Y ha de conformar toda su voluntad a la divina, por amor de
aquella herida recibida en la cruz por el hombre, cuando un amor invencible perforó
su corazón”37.

VC, 77,12.
34

VC, 64,14.
35

Ibid.14.
36

Ibid.14.
37

442
parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL CORAZÓN DE CRISTO

La contemplación del Cristo traspasado es capaz de mover nuestro corazón a la com-


pasión y al amor38. Ludolfo —siguiendo a los santos Gregorio, Bernardo, Anselmo— invita a
buscar seguridad, protección y consuelo en las llagas del Salvador:

“El mundo ruge, el cuerpo me presiona, el diablo acecha: no caigo; estoy fun­
damentado sobre roca firme. Pequé gravemente, la conciencia está turbada: dejará
de estarlo al recordar las llagas del Señor. Porque “fue herido por nuestras iniqui­
dades” (Is 53,5). ¿Quién tan cerca de la muerte, que no se salve por la muerte de
Cristo?” (S. Bernardo)39.

III. CONSIDERACIONES FINALES

1) A través de la herida del costado, y de la sangre y el agua que de él brotan, hemos


pasado de Ignacio a Ludolfo. Podemos decir, sin riesgo de equivocarnos, que el Cartujano
“ha mucho declarado y ampliado el sentido de la historia”, mientras Ignacio en los Ejercicios
Espirituales se mantiene fiel a su principio de ir “discurriendo solamente por los puntos, con
breve o sumaria declaración” (EE 2). No hemos de oponerlos, porque ambos favorecen la
contemplación gustosa, sin prisa, que produzca fruto espiritual.
2) La lectura de la Vita Christi no sólo ayudó a Iñigo a su primera conversión, sino que lo
preparó para los ejercicios en Manresa. Por medio de la obra de Ludolfo, empezó a gustar de
los tesoros de la Iglesia.
3) ¿Qué sintió Ignacio frente al Cristo traspasado? Después de la meditación de las pá-
ginas de Ludolfo, comprendí algo que no había visto antes. Ignacio ciertamente sentía grande
devoción por la oración “Alma de Cristo”. La usaba él y la recomienda al ejercitante para los
tres coloquios más decisivos de los Ejercicios (63, 147, 156, 158, 168, 199, 204, 208).
La lectura del Cartujano me ha hecho ver que el “Alma de Cristo” es la forma en que Ig-
nacio expresa su amor al Crucificado–Resucitado, con su costado abierto, que mana sangre y

VC 64,16.
38

VC 64,17.
39

443
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

agua. El “Alma de Cristo” compendia y trasmite lo medular de Ludolfo, el cual, a su vez, debe
ser tomado como exponente de la rica tradición de la Iglesia.
4) Pero Ignacio emplea el “Alma de Cristo” dentro de un contexto trinitario: con ella se
termina el coloquio con Jesús y se pasa a conversar con el Padre. No podría ser de otra forma,
ya que Ignacio vivió marcado por la gracia trinitaria del Cardoner y La Storta, que lo acompa-
ñó hasta el fin de su vida.
5) El “Alma de Cristo” era una oración eucarística. Se la recitaba durante o después de
la Misa40. Es eucarística en el sentido rico e intenso que emplea Ludolfo: “el sacramento de
la redención” (sacramentum redemptionis,… sanguis quem quotidie sumimus). Nuevamente
aparece aquí la gracia del Cardoner de la Eucaristía y su prolongación en la vida de Ignacio41.
La Eucaristía como sacramento de la pasión salvadora: este es todo el fondo y forma del
“Alma de Cristo”.
6) El “Alma de Cristo”, dentro del contexto de la espiritualidad ignaciana de los Ejerci-
cios, se tiñe de un matiz de amor en el servicio apostólico del Reino, que no se encuentra en
forma tan expresa en Ludolfo. En el cartujo se enfatiza el amor unitivo; en el jesuita, el del
servicio evangelizador. No es por nada que para Ignacio los grandes discernimientos son
apostólicos. Y se acompañan del triple coloquio con el “Ave María”, el “Alma de Cristo” y el
“Pater noster”.

40
P. de Leturia, “Libros de Horas, Anima Christi y Ejercicios”, Estudios Ignacianos II, 142–145.
Autobiografía, 29. Diario Espiritual.
41

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
MARíA EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

6. MARíA EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

Quiero tocar el tema “María en la espiritualidad ignaciana”. Pero esto pide una reflexión
primera sobre María desde la Trinidad que quiere llenar al mundo de su vida divina. Después
trataremos el aporte del carisma de San Ignacio a la piedad mariana.

María desde la Trinidad

La pasión de Dios es vivir con los hombres, desposarse con la humanidad. Y, para ello, se
hace hombre. La Biblia se abre con la creación por Dios del hombre y la mujer a imagen suya
(Gen 1, 27). Y se cierra con el banquete alegre y festivo de las bodas del Cordero, Jesucristo,
cuando Dios destruya la muerte y todo el mal, e inaugure con nosotros un cielo nuevo y una
tierra nueva (Apoc 19, 7; 21, 1).
San Pablo sitúa a María desde la perspectiva de esa pasión de Dios por nosotros: “Cuan­
do se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer” (Gál 4, 4). El evangelis-
ta Lucas, misionero con Pablo, dirá que la elección para acoger al Hijo, valió a María el título
de “llena de gracia”; literalmente, “privilegiada, llena del favor divino”. Y que por esto ella se
llena de alegría (Lc, 1, 28, 47).
Dios es el primero que ama y se goza en María. El amor a ella comienza en Dios, creador
del universo, que, en su deseo apasionado de estar con los hombres, envía a su Hijo a ser
concebido en el corazón y las entrañas de una mujer, María de Nazaret. El envío del Hijo a
hacerse hombre incluye que haya una mujer que lo acoja. Y por esto María es “la favorita” de
Dios y fascinante para nosotros.
Otras religiones tienen diosas humanas. Pero no tienen a María. María no es diosa. Es
mujer. Es toda criatura. No es un mixto divino–humano. Pero es la amada de Dios Padre para
que sea la madre de su Hijo amado hecho hombre y lo acompañe hasta el final de su vida. Y
también para que acompañe, como madre, a los que Dios nos llama a ser hijos suyos en su

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Hijo, Jesucristo. Por ello Dios la llena de su favor, pero sin que esto la haga ser menos criatura,
menos mujer pobre y sencilla (Hch 1, 14).
Los millones de niños, adultos y ancianos que aman a María son personas que perciben
la fascinación de Dios Padre por esa mujer en la que él, mediante el Espíritu Santo, realiza su
pasión de estar con los hombres y de que su Hijo se haga hombre, a fin de que todos entre-
mos en las bodas del Cordero, en “el cielo nuevo y la tierra renovada” (Apoc. 21, 1).
Al celebrar a María celebramos nosotros lo que celebra Dios. Así en la fiesta de la In-
maculada llamamos a María “la Purísima” porque ella es todo amor y acogida a Dios y los
demás. El hecho de ser tan pura y tan bella, lejos de asustarla y alejarla de nosotros, débiles
y pecadores, la acerca más, porque Dios se alegra en medio de los pecadores. Así es el verda-
dero amor. Nosotros, egoístas y desconfiados, necesitamos que ella nos acoja cariñosamente
y que nos ponga con su Hijo, para que Él nos perdone y nos sane. Y así podamos amar y
alegrarnos en este Dios salvador que nos busca “con lazos de ternura, con cuerdas de amor”
(Os 11, 4).
María está inserta en el proyecto amoroso de Dios de hacerse hombre en su Hijo. Ella
existe en relación a Cristo, que es el comienzo, la base de apoyo y la meta de toda la creación
(Col 1, 15–20). Dios Padre, el Creador, crea y santifica todo por medio de Cristo. También a la
Madre de Jesús, la Virgen santísima. Es valedera para todos —también para ella— la palabra
de Jesús de que “nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo
quiera darlo a conocer” (Mt 11, 27). Y asimismo esta otra: “Nadie puede venir a mí, si el Padre
no lo trae” (Jn 6, 65).
Afirmar la centralidad de Cristo no disminuye en nada a María, sino que la engrandece.
Cristo está siempre con su Madre y ella con él. Por la gracia crística que la llena, está de tal
modo transformada en Cristo, que de por sí no es nada; todo su vivir y actuar es Cristo. El “vivo
yo, no yo; es Cristo quien vive en mi”, de San Pablo (Gal. 2, 20), alcanza en ella una intensidad
y plenitud tan grandes que superan el nivel y la forma corno los ángeles y los santos viven de
Cristo, por Cristo y para Cristo. El amor de María a Jesús no se detiene en la persona del Hijo.
Con Jesús sube al Padre y se extiende a la causa del Reino. Abraza así a toda la obra salvífica de
Dios, a todos los que en su Hijo son engendrados como hijos de Dios e hijos suyos.
Otro tanto se debe decir de la relación de Jesús a María, que se inserta en su relación
primordial al Padre. Porque Jesús, el Hijo, vive siempre en referencia de ser y de amor ha-

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
MARíA EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

cia su Padre. Lo que lo constituye como persona divina es precisamente el no ser ni vivir
desde sí y para sí, sino recibiéndolo todo del Padre y devolviéndoselo en plenitud de amor,
que es el Espíritu. El Hijo es pura relación de recibir todo del Padre y devolvérselo todo
—el ser, la divinidad, el poder, su amor a los hombres— en entrega obediente y amorosa.
La radicalización más fuerte del “Vos me lo disteis, a Vos Señor lo torno” de San Ignacio
es Jesucristo.
Ahora bien, el don de ser hombre, vivir como hombre, querer con corazón de hombre,
poder entregarse a la muerte y resucitar como hombre para salvar a los hombres, Jesucristo
lo recibe del Padre, actuando el Espíritu Santo, mediante su Madre, la Virgen María.
Sin María, no habría Cristo hombre ni aquella solidaridad radical de Dios con los hom-
bres que nos permite ser “hijos en el Hijo” (San Agustín). María tiene un lugar único e insus-
tituible en la venida a la existencia humana y en la obra salvadora de Jesús. Por lo mismo,
ella ocupa un puesto inigualable en el amor de Jesús. Jesús devuelve al Padre la madre que
Dios le escogió. La ama con amor filial, lleno de reconocimiento, gratitud, gozo, ternura. Jesús
ama tanto a su Madre, que le comunica profusamente su ser, su señorío, su fuerza salvadora.
Nosotros sólo la podemos amar con su amor. “Somos hijos de María solamente por él y en él,
y María es nuestra madre sólo en cuanto es la madre de Jesús” (L. Paulussen, S.J.). Como es
constitutivo del ser del Hijo su relación al Padre, también lo es la relación a la Madre. Es una
relación que no se agota con el nacimiento o con la infancia, porque Jesús, concebido en el
tiempo, jamás deja de ser hijo de su propia madre.

¿Qué podemos concluir de todo esto?

Primero, que Jesucristo debe ocupar el centro de toda espiritualidad cristiana porque él
es el Centro de todo. El Padre centra y re–centra en él todas las criaturas. Y también a María.
Segundo, y en unión con lo anterior, que María está involucrada en el continuo darse de
las tres personas de la Santísima Trinidad, porque ella es parte esencial de la historia de la
encarnación de Dios y de la salvación de los hombres.
Tercero, que la centralidad de Cristo, lejos de impedir la devoción a María, la exige y
fomenta.

447
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Cuarto, que todos los cristianos estamos llamados a concordar en estos puntos. En esto
no caben diferencias ni apelar a carismas diversos. El Concilio exhorta a los teólogos y predi-
cadores a evitar toda “falsa exageración”, como también “una excesiva mezquindad de alma
al tratar de la grandeza de la Madre de Dios”. Y recuerda a todos los fieles “que la verdadera
devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad,
sino que procede de la fe auténtica; nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios
y nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG 67).
Quinto, que por lo tanto las diferencias entre las diversas espiritualidades y movimien-
tos cristianos no hemos de buscarlas, simplistamente, en el ser o no ser marianos, sino en el
aspecto particular del misterio de Cristo relacionado con María que cada una hace resaltar, y
en las expresiones y caminos pedagógicos que cada cual se traza para encarnar y fomentar
ese determinado aspecto.

María en la espiritualidad ignaciana

Doy por sentado que existen en la Iglesia espiritualidades diversas y que hay acuerdo en que
tener una sana espiritualidad, aunque en términos absolutos no sea indispensable al cristiano,
es una grande ayuda para vivir la vida en el Espíritu y avanzar en ella. Supongo también, como
recién apuntábamos, que las espiritualidades —digamos, la benedictina y la franciscana— no
difieren entre sí por elementos esenciales al ser cristiano. No es que una tenga elementos del nú-
cleo de la fe que no se dan en las otras. Más bien es como las caras de las personas: todas tienen
ojos, frente, boca, nariz, orejas. Y, sin embargo, nos basta echar una mirada para distinguirlas. Las
reconocemos por la configuración del conjunto y por ese “aire” particular de cada una.
Esto supuesto, ¿qué caracteriza la manera ignaciana de vivir la devoción a la Virgen? La
manera ignaciana de devoción a María está determinada por el modo como Ignacio vive el
misterio de Cristo. La vivencia espiritual de Ignacio está dominada por el Cristo que recorre,
predicando y sanando, ciudades, aldeas y campos (EE 91). Que llama discípulos a estar con él
y trabajar con él en las jornadas del Reino (EE 95). Que no se cansa de anunciar con hechos,
palabras y señales que su Padre está reinando; es decir, que su amor de misericordia está
actuando para salvar y reunir a todos los hombres de todos los pueblos.

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
MARíA EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

La espiritualidad de Ignacio es apostólica en el sentido más literal de querer hacer lo


que hicieron Cristo y sus discípulos al trabajar por el reinado del Padre. Para él, lo primero
—aquello en que se concreta la “Mayor gloria de Dios”— es “ayudar a las almas”. El Cristo
de Ignacio es el Cristo en campaña, el Cristo en acción. Su espiritualidad no quiere ser “con-
templativa en el monasterio” sino “contemplativa en el mundo”, en la acción con Cristo para
ayudar a los hombres. Su oración más típica, aunque en ninguna forma la única, es encontrar
a Dios en el trabajo por el prójimo.
Por lo mismo, la espiritualidad apostólica de Ignacio se caracteriza por un intenso celo
misionero: el “magis”, el “bien más universal”, el ir a los más necesitados (Constituciones VII,
c. 2). Exige por lo mismo mucha movilidad apostólica, mucha disponibilidad para desinstalar-
se del propio lugar geográfico, estado espiritual, símbolos y devociones, status económico,
todo en función del mayor bien del prójimo.
La imagen de María, en la experiencia de Ignacio y en la corriente espiritual que de él
deriva, tiene esta misma connotación apostólica. María —pura gracia— lo llenó de consuelo
y le limpió el corazón a este caballero que empezaba a soñar nuevas hazañas (Aut. 10). Ante
el altar de Nuestra Señora de Montserrat vela toda una noche sus armas, las armas de Cristo,
para iniciar su nuevo género de vida (Aut. 18). En sus iluminaciones de Manresa ve a Nuestra
Señora vinculada al Hijo encarnado y presente en la Eucaristía (Aut. 29). Antes de la visión de
La Storta es a ella a quien él acude para que lo “ponga con su Hijo” (Aut 96).
Los Ejercicios Espirituales reflejan estas experiencias de Ignacio. Animan a imitar a
Cristo nuestro Señor y a nuestra Señora en el uso de los sentidos (EE 248), a profundizar y
gustar de las oraciones vocales para dirigirse al Padre, al Hijo y a nuestra Señora (EE 253).
Ella está presente en todos los momentos claves en que el ejercitante se apresta para se-
guir a Cristo y trabajar con él “en la pena y en la gloria” (EE 95). La conversión a entregar
la vida por Cristo (EE 53) se profundiza en una repetición y en un largo coloquio a nuestra
Señora. El ofrecimiento de seguir a Cristo en los trabajos del Reino se hace “delante de la
Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial” (EE 98.). La contempla-
ción de la encarnación nos presenta el “Sí” de María como el eco humano a las palabras de
la Trinidad: “Hagamos redención del género humano”. En la meditación de Dos Banderas
—que prepara para ser fiel a Cristo en el seguimiento y no tener que escuchar de él la pre-
gunta “¿También vosotros queréis dejarme?” (Jn 6, 66)— se pide a nuestra Señora “que me

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera” (EE 147).
Para la contemplación del ministerio público de Jesús, Ignacio recomienda que siempre
se haga un coloquio a nuestra Señora, para poder conocer más a Cristo en el misterio que
contemplo, y así más amarlo y servirlo hoy día en su Iglesia (EE 159). Lo mismo aconseja
para las contemplaciones de los misterios de la pasión (EE 199) y, de un modo más libre,
para los de la resurrección (EE 225)
No cabe duda que la espiritualidad ignaciana ve a María asociada a su Hijo en el trabajo
de extender el Reino de Dios. Por este motivo Ignacio privilegia para María el título de “nuestra
Señora”, que no es un término de cortesía, sino designa una acción: la acción de enseñorearse
del mundo para Dios en la fuerza de Jesucristo, el Señor resucitado. Con él y en él trabaja en la
tierra para extender y llevar a término el reinado de Dios sobre los hombres, dando así paso al
reinado definitivo del Padre, cuando éste sea “todo en todas las cosas” (1 Cor 15, 24–28).
La omnipotencia de Dios se manifiesta no sólo en su infinita fuerza creadora, sino también
—y tal vez mucho más— en que pueda de verdad necesitarnos. Después del Hombre Jesucristo, y
en inseparable unión con él, María es la criatura más activa y eficiente en combatir las fuerzas del
maligno, que buscan destruirnos, y en impetrarnos las gracias para marchar por el camino del Rei-
no. Ella muy eficazmente “ayuda a las almas”. De aquí que sea, para Ignacio, “Nuestra Señora’.
Podemos ya concluir. La imagen de María de la espiritualidad ignaciana es decidida-
mente apostólica. Es nuestra Señora en misión, que nos atrae a trabajar con Cristo, su Hijo.
Es la Virgen en campaña por el reinado de Dios. Es la Madre, que —junto con toda la madre
Iglesia— ayuda a gestar, dar a luz y hacer crecer a Cristo en todos los hombres y mujeres de
la tierra. No es como una reina lejana, que envía soldados a la batalla, permaneciendo ella en
su palacio. Nuestra Señora está implicada en todas las luchas de Cristo, su Hijo, y en todas
nuestras miserias y combates. Somos sus hijos, sus hermanos y colaboradores en la gran
tarea, que le llena el corazón, el trabajo del Reino: ¡“El Señor hace en mí maravillas”!
Los cristianos que se ayudan de la tradición espiritual de San Ignacio tienen a. nuestra
Señora como su modelo de colaboración en la misión de Cristo. Quieren que sus vidas conti-
núen el sí de María de la Anunciación, continuado a lo largo de toda su vida hasta la cruz y los
gozos de Pascua y Pentecostés. Ven en la visita a la prima Isabel una expresión de su deseo de
ofrecer hoy a los hombres un servicio eficaz. El Magnificat los inspira a hacerse solidarios con
los empobrecidos y humillados, y a actuar liberadoramente en favor de la justicia en el mundo.

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

7. EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

Dos observaciones preliminares

De hecho, históricamente, los Ejercicios han dado frutos enormes en la Iglesia y fuera
de ella. Desde luego, el fruto que produjo Ignacio en sus seis compañeros fundadores de la
Compañía de Jesús. Recordemos a dos de éstos: San Francisco Javier, que llevó los Ejercicios
a la India y el Japón, y San Pedro Fabro, que los difundió por toda Europa.
Ignacio mismo dio los Ejercicios a muchas otras personas de su tiempo: religiosos, lai-
cos, profesores, y gente sencilla, como María de la Flor. Los Ejercicios realmente marcaron
todo el siglo XVI y XVII. La renovación católica de esa época fue hecha en base a los Ejercicios.
Mucha santidad ha brotado de los Ejercicios. Los jesuitas mártires del Canadá hacían en
Francia el mes de Ejercicios y después se iban al Nuevo Mundo a sellar su fe con el martirio.
Hoy día sigue siendo así.
Los Ejercicios siguen marcando las grandes renovaciones de la Iglesia, desde la Santa
Sede hasta las Carmelitas, pasando por toda suerte de personas católicas y de otras denomi-
naciones cristianas, como ser anglicanos, luteranos y metodistas. Muchos de estos hacen los
Ejercicios con gran provecho. Un pastor luterano decía que gracias a las contemplaciones y
coloquios de los Ejercicios, aprendió a gustar la palabra de Dios internamente. Los luteranos
son grandes por su amor a la Palabra y por sus himnos, pero eso de sentirla y gustarla inte-
riormente fue algo que él recibió como gracia a partir de los Ejercicios. También se ofrecen
adaptaciones de los Ejercicios a fieles de otras religiones.
Dios, de hecho, ha despertado y despierta mucha vida por medio de los Ejercicios. Creo
que ésta es la experiencia de todos nosotros que estamos aquí tratando de renovarnos en el
amor y manera de proponer los Ejercicios.
Como segunda observación inicial, quisiera recordar que Ignacio concibe los Ejercicios
no solamente para el provecho personal del que los hace sino para ayudar a los demás. Para
él, los Ejercicios tienen una irrenunciable orientación al apostolado y al servicio de los próji-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mos. En una carta suya desde Venecia al sacerdote portugués don Manuel Miona, que fue su
profesor en la Universidad de París, Ignacio lo invita a que haga Ejercicios. Y lo alienta dicién-
dole que los Ejercicios son “todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender
tanto para que el hombre pueda aprovecharse a sí mismo como para poder fructificar, ayudar
y aprovechar a otros muchos” (Carta del 16 de noviembre de 1536).
No podemos insistir lo bastante en esta finalidad apostólica de los Ejercicios. “El aprove-
char a los demás” no debiera ser una especie de subproducto casual, que a veces se da y otras
veces no. Pertenece a la médula más íntima de los Ejercicios. Recordemos el coloquio ante Cris-
to en cruz: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?”(EE
53). Igualmente, la contemplación tan fundamental del Llamamiento de Cristo Rey Eternal es “a
estar con él y trabajar con él” (EE 95). Lo mismo Las Banderas, Los Binarios y los Tres modos de
humildad o amor: todo tiene un dinamismo apostólico. Sin ese dinamismo apostólico, si éste
no se despierta o si después enmudece, es señal de que los Ejercicios no han sido genuinos, no
han asimilado lo substancial, no han sido vividos en su dinámica más rica.

El fruto que se espera de los ejercicios

Después de estas cosas introductorias entremos de lleno en el tema: ¿Cuál es el fruto que
se espera de los Ejercicios? No es otro sino Cristo, es llenarnos de Cristo, amarlo cada vez más,
escuchar su llamamiento, convertirnos de todas las redes y cadenas que nos aprisionan y que
nos impiden seguirlo. Es ponernos bajo su escuela para llegar a ser enviados suyos, como fue-
ron los 12 apóstoles, como fueron los 72 discípulos y como fue esa comunidad de más de 100
seguidores suyos que recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés y que se esparcieron después
por todo el mundo, anunciándolo. El fruto de los ejercicios es Cristo, llenarnos de él, trabajar
con él, cargar con su Cruz, morir con él y resucitar con él para que el mundo crea tenga vida.
En palabras de San Pablo, el fruto de los Ejercicios es llenarnos de Cristo hasta poder
decir “vivo yo, no yo, sino que Cristo es quien vive en mí” (Gal 2, 20). Es que nuestra única
gloria sea el ser apóstol de Cristo Jesús (Rm 1, 1). Que nuestra vida sea para anunciar a los
demás el misterio del Padre. Y que para esto estemos dispuestos a “hacernos todo a todos
para ganarlos a todos” (1 Cor 9, 19).

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

En otro enfoque, tomado de los Hechos de los Apóstoles, el fruto de los Ejercicios es
acompañar a Jesús desde el comienzo de su vida hasta su ascensión al Padre. Recuerden el
pasaje cuando los apóstoles, después de la Ascensión, regresan a Jerusalén y ven la necesi-
dad de llenar el hueco dejado por Judas. Entonces se ponen a pensar con qué criterio busca-
rían a ese apóstol que se uniría a los Doce. Y todos concuerdan en que “tiene que ser alguno
que haya acompañado a Jesús desde el bautismo de Juan hasta que Jesús subió al cielo...para
que junto con nosotros dé testimonio de que Jesús resucitó” (Hch 1, 21–22).
El fruto de los Ejercicios es hacernos testigos vivos de toda la vida de Jesús. Son un
acompañarlo desde el comienzo de su vida —el evangelio de Lucas nos retrotrae al “Sí” de
María a la Encarnación, al nacimiento y vida oculta— hasta su final, cuando aleja su presencia
visible y pasa la palabra a la Iglesia y al Espíritu. Acompañándolo en las contemplaciones,
llenamos de él las pupilas de nuestro corazón y nos identificamos con él. Así nos compene-
tramos de Jesús, y nos capacitamos para ser testigos suyos en nuestra vida.
Esto evidentemente se siente y experimenta mejor y más a fondo en los Ejercicios de
treinta días. Pero como la Iglesia es más sabia que San Ignacio, también lo podemos vivir
muy a fondo a lo largo del año litúrgico, que es la gran manera comunitaria de acompañar
a Jesús. Pero para que esto dé fruto, no basta con asistir apurado o distraído a las misas
dominicales, sino que se requiere de nuestra parte preparación y recogimiento. El año li-
túrgico, vivido en oración, nos ayuda a actualizar y profundizar comunitariamente el fruto
de los Ejercicios y nos hace pasar del conocimiento superficial o sólo emotivo al nivel del
“conocimiento interno” y personalmente gustado y asimilado de Cristo Jesús, que es lo que
nos capacita para ser sus testigos.
Resumiendo lo dicho, lo que se espera de los Ejercicios es Cristo, Cristo y sólo Cristo; que
seamos otros cristos; y, por lo mismo, comunicadores del evangelio de Cristo a los demás.

Cristocentrismo trinitario

Pero decir Cristo es decir la Trinidad. Cristo no se envió a sí mismo, no vivía para sí solo,
no trabajaba para sí, no se anunciaba a él. Es enviado por su Padre, trabaja para su Padre y
para reunirle la humanidad, que somos nosotros, sus hermanos, los hombres y mujeres de

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

todos los tiempos. La centralidad de Cristo en los Ejercicios no puede presentarnos un Cristo
destrinitarizado, porque Cristo sin el Padre no es Cristo.
Lo mismo dígase del Espíritu Santo. Sin éste, tampoco Cristo es Cristo. Jesús es el envia-
do del Padre, que actúa movido por el Espíritu Santo. Es el Espíritu el que lo impulsa después
del bautismo a ir al desierto, el que lo empuja a ir a Nazaret a inaugurar el anuncio del reinado
del Padre, el que pone en él entrañas de compasión para sanar a los enfermos y perdonar a
los pecadores, el que lo hace glorificar al Padre porque sus discípulos salieron a predicar y
sanar y dieron mucho fruto, son sus enviados, sus continuadores en la misión del Reino (Lc
10, 21). Es el Espíritu, finalmente, el que lleva a Jesús a la Pasión (He 9, 14), lo resucita de entre
los muertos y lo constituye en Dador de vida, Señor y vivificador.
Los ejercicios son un camino maravilloso para vivir como hijos, creados en Cristo por
Dios en el amor, para anunciar la Noticia plenificante del Padre común y de la hermandad de
todos los hombres. Y que podamos hacer esto no en base a nuestras ansias, apuros y enfer-
mizas urgencias espirituales o apostólicas, sino que al ritmo del Espíritu de Dios, que es ritmo
de gozo y de paz.
Si vivimos la vida espiritual y apostólica en base a nuestras propias ansias o frustra-
ciones, no estaremos tallando realmente una imagen de Cristo. El Espíritu Santo escribe las
páginas de nuestra historia de salvación y nos configura a Cristo, pero a un ritmo que debe-
mos aprender a reconocer y respetar. Como decía el Padre Hurtado: “Se trata de marchar con
Cristo al paso del Espíritu, ni un paso más adelante ni un paso más atrás, ni más lento ni más
rápido; cada cual tiene su ritmo y velocidad. Siguiendo su dirección, sin desviarme ni a la
derecha ni a la izquierda”. Esto es vivir a Cristo conducido por el Espíritu de Dios. Este es el
camino espiritual al cual nos llevan los Ejercicios.
Por eso, cuando se trata de elegir cómo orientar y vivir nuestra vida, Ignacio propone que
contemplemos los misterios de la vida de Jesús y que, a su vez, estemos muy atentos a los
movimientos interiores, a los toques del Espíritu en nosotros. Esta es la doble vertiente de la
espiritualidad de los Ejercicios. Por una parte, que nos impregnemos de Cristo mediante la
contemplación atenta y devota de los misterios de su vida. Esto hará que se despierte en mí un
deseo intenso de conocerlo, de más amarlo, seguirlo e imitarlo. Así me hablarán no solamente
las palabras de Jesús sino también sus gestos, sus silencios, el paisaje y las personas con las
cuales él se relaciona. Todo lo que hay en los evangelios será mensaje y palabra de Cristo para

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

nosotros. Pero esta vertiente exige la otra, a saber, que estemos atentos a los movimientos
interiores que se despiertan en mí en las contemplaciones y en todos los momentos de mi vida.

Espiritualidad libre y liberadora

Esta doble vertiente hace que la espiritualidad de los Ejercicios sea siempre muy libre
y liberadora. Libre y liberadora porque no es una espiritualidad que se reduzca a imperati-
vos de lo que hay o de lo que no hay que hacer. Una elección de estado de vida no se hace
sólo en base a razones de lo que es mejor o en base a consejos de los padres espirituales
y predicadores. Imperativos de orden moral y consejos de lo que es razonable son buenos
y necesarios, pero de por sí no bastan para acertar en mi respuesta cristiana a Dios, en el
“hágase, Señor, tu voluntad”.
Hay que tener mucha conciencia de que la libertad de Dios suele ir más allá de lo que es
razonable para el común de la gente y que puede pedirnos cosas especiales. Una elección vi-
tal —por ejemplo, mi carrera profesional o un giro radical hacia el apostolado o a vivir con los
pobres o al matrimonio con tal persona o a la vida religiosa o al sacerdocio— se hace en base
a cosas más íntimas, profundas y personales, y a eso Ignacio nos enseña a atender. Hemos,
pues, de cavar más hondo y atender cuidadosamente a los movimientos y a las invitaciones
interiores del Espíritu, a los estados de gozo y paz, que son su signo, y a sus contrarios, en
que nos mueve más lo que nos aleja de Dios y su servicio. Esto se llama “vivir según el Espíri-
tu”, esto es “vida espiritual”. Y esto es libertad, porque “donde está el Espíritu del Señor, allí
hay libertad” (2 Cor 3, 17).
Por promover la libertad, esta espiritualidad es siempre joven y rejuvenecedora, renova-
da y renovadora. El Espíritu de Dios, el Espíritu del Resucitado es el que la lleva, marcándola
con sus propios rasgos: “Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humil­
dad y dominio propio” (Gal 5, 22–23). Es una espiritualidad fuerte, con la fuerza que viene
de Dios para vencer todas las resistencias: las propias y las del ambiente que nos rodea. Por
lo mismo, no es voluntarista, sino humilde y confiada. Pero no confiada en la confianza que
brota de nosotros sino en la confianza que viene de Dios. Para usar la máxima tan querida de
San Ignacio: “Sólo en Él poner nuestra esperanza”.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

La lucha por la libertad

Vivir así es una guerra. Porque siempre combaten en mí la mal entendida libertad de
proclamarme a mí mismo dueño de hacer lo que me plazca y la libertad del Espíritu, que,
sacándome de mí mismo, me conduce a un aumento creciente de comunión con Dios, con los
demás y con toda la creación.
Desde la Primera Semana los Ejercicios nos introducen en esta lucha. Por una parte, el
pecado de los ángeles, el pecado de los primeros padres, el pecado en la historia, las estruc-
turas de pecado, el mal ambiente en el mundo que respiramos, y el pecado personal, con el
que cada uno contribuye a aumentar este mal ambiente que causa tanto daño y sufrimientos,
a nosotros mismos y a los demás. Y por otra parte, Dios y sus renovadas alianzas en Cristo,
que vence la destrucción y la muerte.
Las Banderas nos alertan sobre las estrategias de los bandos en lucha. La fidelidad al
estilo de Cristo y a su Espíritu exige de nosotros combatir la soberbia, esa tendencia a sentir-
nos por encima de todos los demás, cosa que requiere muchas y permanentes conversiones.
Y para que éstas no queden en el aire, hemos de plasmarlas en bien ponderadas elecciones
y reformas de vida.
Para acertar en nuestras elecciones los Ejercicios nos ofrecen las reglas de discerni-
miento. Las de primera semana para los principiantes; las de segunda, para los más deseo-
sos de elegir en todo según la voluntad del Señor. Pero como nuestro progreso espiritual
no es uniforme, porque siempre surgen áreas nuevas, en las que somos principiantes, y
en otras retrocedemos y necesitamos recomenzar, hemos siempre de echar mano tanto de
las reglas de primera como de las de segunda semana. Nunca estamos totalmente conver-
tidos. Como las olas del mar que llegan y se van, así nos vamos convirtiendo por oleadas,
a medida que llegan a nuestra conciencia nuevas olas paganas y las purificamos con el
Evangelio.
A estas conversiones ayudan también mucho las “Notas para sentir y entender escrú­
pulos y suasiones de nuestro enemigo” que, en el fondo, son consejos para crecer en mayor
verdad y sanidad espiritual y psicológica y hacernos así más libres (EE 345–351).

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

¿Son elitistas los Ejercicios?

El fruto de los Ejercicios, en síntesis, es que el ejercitante salga de ellos decidido con la
gracia divina a vivir sólo para Dios, encontrándolo, sirviéndolo y amándolo en todas las co-
sas. Que esté íntimamente unido y configurado a Cristo. Que todos sus deseos sean trabajar
con él para que su Padre reine en este mundo. Por lo mismo, vive dócil y atento a los toques
misioneros del Espíritu Santo, en esta comunidad de la esposa de Cristo que es la Iglesia.
¿Pero no es esto algo para muy pocos, un soberano elitismo? Ignacio, que dispuso que
los jesuitas se comprometiesen con voto a trabajar con los niños e ignorantes, no tenía nada
de elitista. Para hacer los Ejercicios completos busca personas con subjecto, vale decir, de
buena capacidad natural y de voluntad real de buscar y servir a Dios en todo.
Pero él sabe que hay personas que no tienen las cualidades para hacer toda la trayectoria
de los Ejercicios, o porque no tienen la edad o por falta de salud o por carecer de educación u
otras cualidades. Otras personas no son aptas para los Ejercicios completos porque se limitan
a “llegar a un cierto ánimo de contentar a su ánima” y les falta la voluntad de hacerlos bien.
Pero a ninguno de éstos Ignacio les cierra la posibilidad de hacer algunos Ejercicios más
ligeros, reservando, eso sí, los completos a los que desean aprovechar en todo lo posible. De
eso habla la anotación 18. Hago notar que en ningún momento dice Ignacio que estas perso-
nas sean de menor calidad espiritual que los que pueden hacer todos los Ejercicios. Creo que
es importante ese respeto y pensar que cada persona tiene su camino.
El criterio que pone Ignacio para saber a qué personas dar los Ejercicios leves es doble.
Uno, que las personas “hagan cosas que puedan descansadamente llevar”. Dos, que haga
cosas que le aprovechen y no que le hagan daño (Anotación 18). Ignacio no quiere que a las
personas les impongamos cargas que, en vez de liberarlas, las abrumen. En esto se muestra
grande de verdad, hombre de Dios y gran maestro de espíritu.
Es muy importante no olvidar la anotación 18. Tengamos claro que no toda la gente tiene
que hacer toda la trayectoria de primera, segunda, tercera y cuarta semanas. Lo que importa
es que las personas aprovechen, para lo cual no hay que proponerle Ejercicios que “no pue­
den descansadamente llevar”.
Al actuar así, no negamos a nadie los Ejercicios, sino que invitamos a todos a que hagan
lo que realmente más les aproveche. Se puede hacer perfectamente Ejercicios con el primer

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

modo de orar o con el segundo, con los exámenes de conciencia, con las meditaciones sobre
los mandamientos o los cinco sentidos. En fin, con textos litúrgicos de la Iglesia, como el Cre-
do o el Gloria. El padre José Calveras, que fue el gran renovador de los EE en el siglo pasado,
decía que bastaría un Gloria bien rezado por el 2º modo de orar para producir en muchos los
frutos que otros pueden obtener haciendo el recorrido completo de los Ejercicios.
Hay muchos caminos en la vida espiritual, y no necesariamente el camino de las cuatro
semanas completas es el mejor para todos. Es, sin duda, una gran bendición de Dios poder
pasar treinta días de Ejercicios acompañando a Cristo, impregnándose de él, llenando con él
mi imaginación, mi corazón, mis sentimientos, mis sentidos, todo mi ser. Es una bendición
enorme, una especie de camping de gratuidad con el Señor; a ratos duro, como suelen ser
los camping, pero que produce mucha intimidad y deseo de trabajar por su causa del Reino.
Pero no todos pueden hacerlo o no todos tienen esa vocación.
Me parece muy importante recalcar la diversidad de formas como Ignacio y sus compa-
ñeros daban los Ejercicios. De hecho, históricamente —como puede leerse en Ignacio Iparra-
guirre, Historia de los Ejercicios, o en John O’Malley, Los primeros jesuitas—, los Ejercicios
que más se dieron en la Compañía temprana fueron los de la Anotación 18. Si a veces los
Ejercicios que damos no producen bastantes frutos, preguntémonos si hemos cuidado de
regularlos según las necesidades y capacidades de las personas. En esta materia podemos
actuar contra, la gracia o bien por exigir poco o por exigir en concreto más de la cuenta. Feliz-
mente, en Chile hemos revalorizado los Ejercicios Populares. Pero siento que hemos de dar
nuevos pasos en la práctica de la Anotación 18, extendiéndola al mundo de los profesionales,
los universitarios, los inicios del camino CVX y los colegios.
Por lo demás, en esto de medir los frutos evitemos caer en exitismos atrayentes e indivi-
dualismos fáciles. ¿Quién puede saber que un ejercitante, los hizo bien y dio muchos frutos?
En una Iglesia de comunión de los santos es difícil medir el fruto solamente por lo que hace
un individuo. Los frutos son comunitarios, la santidad es comunitaria, la santidad de cada
uno de ustedes, la del padre Hurtado, la de los ejercitantes es comunitaria. También los fru-
tos apostólicos son comunitarios. Es toda la Iglesia que actúa y está presente en lo que yo oro
y en lo que hago; y también al revés.
Con esta reflexión sobre el elitismo completo lo que arriba dije sobre el fruto que
se puede esperar de los Ejercicios. Terminemos repitiendo lo principal de esta charla: el

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL FRUTO DE LOS EJERCICIOS

fruto de los Ejercicios es Cristo, vivir con Cristo para el proyecto del Padre, guiados por el
Espíritu Santo en una Iglesia que es de comunión y participación misioneras: “Para que el
mundo crea” (Jn 17, 21). Vivir así es una lucha pesada, pero a su vez llena de bendiciones
y de cosas hermosísimas.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

8. RAÍCES TEOLÓGICAS DEL DISCERNIMIENTO

¡Es ciertamente una gracia tratar de este tema en la vigilia de Pentecostés! Nos ayuda a
tomar conciencia del misterio de fondo en que nos movemos cuando hablamos de discerni-
miento, y que lo hemos estado celebrando durante todo el tiempo litúrgico de la cuaresma y
los cincuenta días del tiempo pascual.
Se trata del misterio de que venimos de la Trinidad y estamos en sus brazos; que vivimos
en un combate, que nuestra lucha de Iglesia es plasmar el mundo, la sociedad, la cultura, la
familia y nuestros propios corazones según Cristo; que desde nuestra intimidad más íntima
el Espíritu Santo nos empuja para que no nos dejemos acobardar ni vencer por el enemigo
sino que luchemos valientemente, colaborando así con Cristo para enseñorearle al Padre su
reinado de amor universal (1 Cor 15, 28).
Los Ejercicios espirituales provienen de la Trinidad (Aut 28, 99). En los EE ella nos ilu-
mina con su luz y nos enciende en su amor para que en la Iglesia trabajemos por el reinado
de Cristo y del Padre en la historia. Todo en ellos apunta a esto: el Principio y Fundamento,
la creación y la caída, la encarnación desde la mirada de las tres divinas personas, las con-
templaciones de los misterios de la vida de Cristo, su pasión y muerte como paso al Padre, la
resurrección gloriosa, universal y cósmica, el envío a los discípulos en misión en la fuerza del
Espíritu, el proceso de las elecciones y la reforma de vida, las reglas para vivir en la Iglesia y
usar de los bienes (la comida, la limosna). Todo se dirige a formar una Iglesia crística servido-
ra de la causa del reinado de Dios.
Hace falta recalcar siempre este aspecto cristológico, escatológico, apostólico y eclesial
de los EE para poder entender bien las reglas de discernimiento de espíritus. Es capital no
perder nunca de vista que lo que siempre hace el Espíritu Santo es construir cuerpo de Cristo,
o sea, Iglesia. La prueba más evidente la da San Pablo, que insiste que todos los dones y ca-
rismas del Espíritu, los corrientes y los más especiales, los da Dios “para provecho de todos”
(1 Cor 12, 7. 27–28ss). La carta a los Efesios lo repite con énfasis: “Cada uno de nosotros ha
recibido los dones que Cristo le ha querido dar... Por Cristo el cuerpo entero se ajusta y se liga

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
RAÍCES TEOLÓGICAS DEL DISCERNIMIENTO

bien mediante la unión entre sí de todas sus partes; y, cuando cada parte funciona bien, todo
va creciendo y edificándose en amor” (Ef 4, 7 y 16).
En otras palabras, los movimientos o mociones espirituales se han de mirar en una pers-
pectiva de construir Iglesia. Hemos de reaccionar contra la tendencia actual de “privatizar”
las cosas del Espíritu, que es un tremendo constructor de cuerpo, de Iglesia de Cristo, para el
Padre. La riqueza carismática de las iglesias de los primeros siglos, con toda su enorme va-
riedad de diakonías o ministerios eclesiales, no es que se haya apagado. La prueba evidente
de esto son ustedes, que se preparan para el servicio de acompañantes espirituales. Pero
hace falta ponerle nombre a lo que ustedes hacen al acompañar: desempeñan un servicio
o ministerio eclesial, hacen Iglesia. A esto apunta todo el asunto del discernimiento y sus
reglas ignacianas.
Pablo enumera varias listas de dones en 1 Cor 12, 8–11 y 28; en Rm 12, 6–8 y en Ef 4, 11.
Estas listas no pretenden ser un catálogo completo y continuamente en las cartas aparecen
dones que no están en estas listas.
Tomemos en primer lugar la lista de 1 Cor 12, 8–11, explicando el significado de los dones:
“palabra de sabiduría” (logos sofías), es decir, para exponer las verdades que se refieren
al ser de Dios y su acción en nosotros.
“palabra de ciencia” (lógos gnoseos), que se refiere a la enseñanza de las verdades
básicas acerca de Cristo (Hb 6, 1).
“fe en el Espíritu”: seguramente se trata de una fe en un grado extraordinario, como se
sugiere en 1 Cor 13, 1; ver Mt 17, 20.
“Dones de curaciones”, que era parte de la misión de Cristo a sus discípulos.
“poder de milagros”.
“profecía”, que no es tanto decir lo que sucederá en el futuro, sino ser portavoz del sen-
tir y querer de Dios en una circunstancia dada.
“discernimiento de espíritus” (diakriseis pneumaton). Ver Gal 5, 16–26.
“hablar en lenguas”. Es el don de alabar a Dios profiriendo sonidos ininteligibles, bajo
la acción del Espíritu Santo.
“don de interpretarlas”. Es el necesario complemento al anterior. Se requiere precisa-
mente por el carácter incomprensible de esos sonidos. El intérprete, apoyándose en muchas
cosas del contexto, explica a los congregados el significado de la alabanza en lenguas. He-

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

mos visto un cierto paralelismo de esto en el nguillatún —las rogativas del pueblo mapu-
che— cuando otro explica lo que ha “recibido” el/la machi en su estado de trance.
Estos nueve dones dan cuenta de la múltiple actividad carismática y ministerial de las
comunidades cristianas paulinas. Pablo, sin embargo, los lee con el trasfondo de la doctrina
del único cuerpo que formamos con Cristo por medio de un solo Espíritu (1 Cor 12, 12—26).
Apoyado en esta concepción orgánica, es que concluye: “Pues bien, ustedes son el cuer­
po de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular” (v. 27). Entre es-
tas funciones, Pablo destaca tres sobre todas los demás: primero, los apóstoles; en segundo
lugar, los profetas; en tercer lugar, los maestros (v. 28). Después, y sin enumerarlos, nombra
los otros carismas: los milagros, el don de las curaciones, la asistencia a los necesitados, el
de gobierno y la diversidad de lenguas.
A ustedes, acompañantes espírituales, les toca ayudar a las personas a discernir los
dones del Espíritu que han recibido. Necesitamos que sea el Espíritu quien nos mueva. Sólo
así en la Iglesia reflejaremos el rostro vivo de Cristo, misionero del Padre.

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

9. EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

Un modelo vivo habla más que muchas reflexiones. Por esto quiero terminar este libro
presentándoles al Padre Alberto Hurtado, como un hombre plasmado por los Ejercicios y
apóstol de los Ejercicios. Su figura nos ayuda inmensamente a valorar lo que los EE pueden
hacer hoy, cuando la Iglesia nos estimula a salir a las calles y anunciar lo central del Evange-
lio, anunciar a Cristo como camino al Padre.
Conocemos bien su obra del Hogar de Cristo, pero tal vez conocemos menos de cómo él,
formado en los EE, vivía la experiencia de Dios, lo que lo llevó a ser un hombre tan realizador
y formador de otros.
Llama la atención cómo él vive la vida cristiana con tanta unidad. Su amor a Cristo es
inseparable de su confianza en el amor del Padre, amor a la Virgen, al prójimo, la oración, la
Iglesia, los jóvenes, los pobres, el sentido social, la euca­ristía, el sacerdocio en la Compañía
de Jesús, los diversos llamados apostólicos y las obras que él acomete. Esta unidad tan no-
table es fruto de los EE.
Pero comencemos por el comienzo: los EE en el joven Alberto.

Los EE en su vocación de jesuita

En la elección de carrera, hecha durante unos Ejercicios de 1918, entre las razones para
ingresar a la Compañía anota: “Más facilidades de ser santo” (37, 6.4). Pocas líneas más
abajo especifica;

“... cuando pienso con calma veo la necesidad de la perfección, la siento con tal
fuerza que debo buscarla. Es necesario que siga a Jesús de cerca, muy de cerca, que
ponga los medios más seguros para no perderlo. Yo creo que en la Compañía encuen­
tro esos medios...” (37, 6.5).

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Termina esta elección de estado con esta oración:

“Señor, yo quiero ser tu jesuita, y para prepararme quiero ser santo, quiero grabar
tu imagen en mi alma y aplicarla en mi vida. Ayudadme, oh, buen Jesús. Señor, yo soy
débil y malo, pero Tú muy clemente y bueno. Alcánzame la gracia de serlo” (37, 6.6).

Entrado ya al noviciado jesuita en Chillán, en unos Ejercicios de 1924 ve que la santidad


pasa por el camino de la obediencia. Con su estilo directo y campechano, anota:

“Seré ‘caballo de bombero’ pronto a uncirme al carro de la obediencia pero con


iniciativa, acti­vidad y alegría. Debo evitar ser un obediente pasivo (...). A todo un so­
noro y alegre ‘all right’, ‘very well’” (12, 3, 2).

Alberto Hurtado poseía una sensibilidad muy viva, que lo haría gozar y a la vez sufrir. Le
hacía temer a los posibles rechazos de los otros y sufría por las faltas de delicadeza. Pero a
esto mismo, que podía serle tan paralizador, le buscó él un lado positivo para su crecimiento
espiritual, ya que le servía para comprender mejor cómo Nuestro Señor sufre con sus propias
faltas de delicadeza:

“¡Qué poca fe, poco entusiasmo por la santidad! ¡Cuántas desconfianzas! ¡Qué
poca delica­deza con Nuestro Señor! ¡Y Él es tan sensible a estas infidencias!...” (12,
3, 8).

Después del noviciado hecho en Chillán, va a Córdoba, Argentina, para sus estudios hu-
manísticos. Meditando en EE el Principio y Fundamento, escribe en el año 1926:

“He sido criado PARA SERVIR. Esto es consecuencia del conocimiento y amor de
Dios. Es algo ACTIVO: cumplir la voluntad de Dios” (12, 3, 15).

Se da cuenta que por su imaginación pasaban sueños, muy del estilo del Iñigo todavía
no convertido de Loyola, que estaban muy lejos del estilo pobre y humilde del Rey Eternal:

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

“Durante mi vida religiosa, cuando me he entusiasmado, he soñado con penachos,


cascos, cañones, gestos estatuarios, clarinadas de gloria: esa ha sido para mí la cam­
paña del Rey eternal. Sobre el fondo de humillación, pobreza, mortifi­cación, sacrificio,
silencio que constituye el plan de Cristo, yo trazaba los míos de engrandecerme, glorifi­
carme, ser feliz, vivir contento y encumbrado. ¡Qué infamia!” (12, 3, 18).

Estos EE lo confirman en su elección de vida por medio de una moción del primer tiempo
de elección:

“... hay en (mi vocación) algo tan claro, tan evidente, tan de Dios que es imposi­
ble dudar; tiene tal eficacia sobre mi espíritu que debo recordarla con frecuencia y con
gratitud” (12, 3, 25).

Su vocación está enraizada en su historia personal, tiene la marca del sentido social del
Padre Vives, su director espiritual, y del vivo movimiento social que desató la encíclica Rerum
Novarum. Por ello el servicio al mundo obrero lo tiene muy presente en su búsqueda de la
santidad de Dios, que para él se colorea con las notas siguientes: confirmación de su voca-
ción, purificación de los ensueños grandiosos y búsqueda de la humildad y la cruz, énfasis en
el servicio, sentido social, caridad activa hacia los compañeros, acogida valiente y confiada
de los buenos deseos; y bús­queda de un trato personal con Dios más íntimo y afectivo.
Escuchemos algunos textos que ilustran estos puntos:

“Evitaré con todo empeño el formular juicios interiores poco favorables... No con­
siderar sino sus cualidades”(12, 3, 28). Procura fomentar “... espíritu de compañeris­
mo, de solidaridad entre todos los del curso” (1, 3, 27).
Aquí surge ya, por primera vez en sus escritos, la formulación que sintetiza lo
medular del dinamismo apostólico y social del P. Hurtado: “... servir a todos como si
fueran otros Cristos” (12, 3, 20).

Apoyado en la confianza de que el Señor lo quiere y lo necesita, se propone un año


después:

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“no frustrar los buenos deseos y pensamientos que el Señor me comunica dicien­
do ser demasiado subidos para mi miseria; sino aceptarlos y ofrecerlos a Dios” (Ejerc.
1927: 12, 3, 36).

En estas tres líneas Alberto da expresión incipiente a su manera de entender la espiritua-


lidad del MAGIS ignaciano, que será para él una fuerza apostólica muy grande y que alcan-
zará una explicación conceptual acabada en el escrito “Medios divinos y medios humanos”
(19, 13). El MAGIS de Alberto no brota de ensueños de grandeza ni de competir con otros para
superar las marcas por ellos alcanzadas; proviene de la confianza filial de que el Señor le
habla y lo invita por medio de esos deseos; y que su tarea es hacerse totalmente su servidor.
Por este mismo tiempo los EE dan cuenta de un cambio en su oración:

“No hago bien la oración porque voy a ella como a dar la lección, a repetir al­
gunos pensamientos leídos. Debo empezar con coloquios, seguir y acabar con colo­
quios. Pero no solamente a hablar, sino muy en especial a escuchar y a pedir que el
Señor se digne hablarme” (12, 3, 34).

Este texto indica el paso a una oración más afectiva, menos conducida por él, más re-
posada y atenta a la iniciativa del Señor. Alberto va entrando en la doctrina ignaciana del
primado de los afectos y del discernimiento (EE, Anotación 2, 3, 15).

Momentos duros

En este período de 1925 al 27 el estudiante de letras clásicas Alberto Hurtado atravesó


por momentos duros. Lo dice en sus notas de Ejercicios de 1926:

“Puedo perder la vocación: en alguna época de melancolía bien lo experimenté:


la vida en la Compañía se me presentaba dura, tétrica; en cambio, el mundo me son­
reía...” (12, 3, 17–18).
Pero en momentos como éstos se eleva con fe sobre sus dificultades y ora:

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

“¡Señor!, me ofrezco a remar hasta la cuarta vigilia, es decir, toda mi vida, hasta
que amanezca la eternidad. ¡Señor!, hazme valiente, esforzado, luchador. ¿Y la Stma.
Virgen no asiste a mis luchas? Acordarme de Luján, de Nuestra Señora del Milagro, de
Monserrat. ¡Cómo me regala esa Madre!” (ibid., 26).

Remar hasta la cuarta vigilia, ser esforzado, valiente y luchador mediante la identifica-
ción de su querer con el de Cristo y procurando formarse un carácter firme y constante.
El tema de robustecer la voluntad aparece con frecuencia en estos años: “Lo que me fal­
ta es fuerza de Voluntad” (12, 3, 16). Notemos que escribe voluntad con mayúscula. Y añade:
“Pedirla continuamente y sin olvidar que la Voluntad se desarrolla con el ejercicio, venciendo
dificultades y cuanto mayo­res, mejor” (ibid.). Años más tarde, volverá al tema de la formación
de la voluntad, pero con una psicología mucho más rica y con un enmarque religioso más
adecuado (Ver su libro, La Crisis de la Pubertad y la Educación de la Castidad (Bs. Aires 1940)
29–45; 66–77).
El P. Hurtado advierte que bajo la búsqueda de la santidad puede introducirse un sutil
egoísmo:
“Egoísmo en mis ideales sobrenaturales: no debo buscar mi perfección ni santifi­
cación por serme provechosas sino porque es el medio más seguro de glorificar a Dios
y el que más le glorifica” (12, 3, 31).

Encontrar a Dios en lo cotidiano

Este tema tan propio de los Ejercicios lo cultiva Alberto con tesón. Junto a las grandes
actitudes recién señaladas, se preocupa de hacer la voluntad de Dios en el tejido concreto de
las actividades y detalles que conforman la vida de un estudiante: preparación minuciosa de la
oración diaria (12, 3, 15), evitar cosas y libros superfluos (ibid.); no perder tiempo en el estudio;
“no reírme de errores ajenos, especialmente si llego a notar cierto espíritu de venganza, mal­
querencia o deseo de humillar al otro” (12, 3, 27); “Si hay alguna antipatía vencerla con trato
frecuente y amable” (12, 3, 29); hablar en los recreos “aunque esté abatido, triste, mustio; apli­
car aquí aquello de: ‘qué debo hacer por Cristo’” (12, 3–29); “Evitar a todo trance las críticas y

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

murmuraciones saliendo en defensa del interesado...” (12, 3, 29); “Mi penitencia: la vista fuera
de casa —frecuentar el trato de todos mis hermanos, especialmente de los que me sean más di­
fíciles— y luchar contra la pereza espiritual: Visitas —Sagrada Comunión— Oración” (12, 3, 36).
La búsqueda de la santidad en lo cotidiano, el vencer las antipatías, la pereza espiritual
y otras cosas pudieran producir la impresión de una espiritualidad concentrada en quitar
defectos y no tanto en desarrollar las grandes corrientes posi­tivas de la santidad cristiana.
Pero esto no es así. Alberto confía en que sus mismas miserias harán fructuosa su vida y lo
transformarán en Cristo. Por esto las bendice y abraza (12, 3, 20–22).
El tema de buscar la santidad en el cumplimiento de la voluntad concreta de Dios lo
acompaña a lo largo de sus años de estudiante jesuita. Pero, a medida que crece, se nota
menos voluntarismo y más vivir a la escucha del Señor y abandonarse a su voluntad. En un
texto de 1930 dice:

“El que abandona su voluntad a la de Dios participa de la inmortalidad de Dios. ¡Qué


fuente de paz! Preguntarme constantemente – “Domine quid me vis facere?” (“Señor, ¿qué
quieres que yo haga?”), y hacer eso, y no sueñe con otras santidades” (18, 2, 13).

El Cuerpo Místico

Crece siempre más en Alberto Hurtado el impulso a la amistad, el amor a los demás (12,
4, 1), a tomar con amor sus mismos defectos (12, 3, 38). El motivo hondo de este amor al her-
mano es, en palabras suyas:

“... pensaré que Jesús ha dejado aquí su Cuerpo Místico, mis hermanos: los ama­
ré como a Cristo, como a Él los respetaré y serviré...” (12, 3, 44).

Debemos cuidamos de pensar que sea la doctrina abstracta del Cuerpo Místico la que
sustenta su amor al prójimo. Es el amor directo y tierno a Jesús —conectado muchas veces a
su corazón— lo que lo mueve a entregarse y a amar. EI texto siguiente, a raíz del misterio de
la encarnación, valga de confirmación:

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

“Llegará un momento en que la Santísima Trinidad se apiadará del desorden y


miseria que reinan en mi alma y Jesús querrá encarnarse en mí. No podrá hacerlo si
María no está en mi corazón. Que mi corazón sea su Nazareth: oración, silencio, tran­
quilidad. Para la tranquili­dad confianza en ella y en Jesús” (12, 3, 40).

Y, continuando con este deseo de que María sea su mediadora para identificarse con
Jesús, anota al contemplar el Nacimiento:

“¡Madre mía querida y muy querida! Ahora que ves en tus brazos a ese Niño bellí­
simo y dulcísimo, no te olvides de este esclavito indigno. Aunque sea por compasión
mírame, ya sé que te cuesta apartar los ojos de Jesusito para ponerlos en mis miserias.
Pero, madre, si tú no me miras ¿cómo se disiparán mis penas? Si tú no te vuelves ha­
cia mi rincón ¿quién se acordará de mí? Si tú no me miras, Jesús que tiene sus ojitos
clavados en los tuyos, no me mirará: si tú me miras El seguirá tu mirada y me verá y
entonces con que le digas ¡Pobrecito! Necesita nuestra ayuda; y Jesús me atraerá a sí
y me bendecirá y lo amaré y me dará fuerza y alegría y confianza y desprendimiento y
me llenará de su amor y de tu amor y trabajaré mucho por El y por Ti y haré que todos
os amen y amándote se salvarán...”(12, 3, 40–41).

Centrarse en Dios y desnudez de sí

Alrededor de los años 1928 a 1930 su búsqueda de la santidad lo aleja cada vez más de
sí y se centra en el amor que Dios le tiene: “Confianza ilimitada a que Jesús me dará a sentir
internamente su amor y todo lo que necesito para propagar su devoción...” (18, 2, 3).Y un
poco más adelante: “¡Qué rebueno es Jesús! ¡Acompañarle, confiar y mientras más miserable
más confiar, pues más seguro estoy que soy de los que vino a buscar” (18, 2, 12).
Y en otro texto, que titula “Amor de Dios por mí”, anota:

“Estar cierto que Dios me ama. Jesús es el amor infinito que con sus brazos abiertos
se lanza a mí y por mí al pesebre, para nacer y formar el cuerpo místico de que El es la ca­

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la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

beza y yo un miembro; al calvario, para enseñarme el camino: obediencia, sufrimiento; al


Sagrario, para alentarme cuando desfallezca, consolarme y alegrarse conmigo”.“Todos
los amores del mundo juntos ante el de Jesús son menos que una gota de agua ante el
mar. Si Jesús me ama, ¿qué me importa, pues, de lo demás?” (32, 4, 4–5).

Este desplazamiento de la espiritualidad de Alberto Hurtado hacia el amor de Dios por


él lo mueve a aspirar a desnudarse de todos los afectos:”... no queriendo sino a Jesús y sólo
a Jesús y confiando en que es Jesús quien más lo desea, y al aspirar a este ideal prescindir de
los consuelos de Jesús” (38, 20, 2).

La acción como adoración

El llamado a ser “contemplativo en la acción”, que caracteriza la espiritualidad de los EE


de san Ignacio de Loyola, lo explica así en unas notas que son probablemente de 1934:

“Nuestro fin es la mayor gloria de Dios por la acción, de hacer aquellas obras que
sean de mayor gloria de Dios. Fin plenamente sobrenat­ural: nuestras obras deben
proceder del amor de Dios y deben tender a unir más estrechamente las almas con
Dios. Las obras que no realicen directa o indirectamente este fin no son jesuitas. Esto
supuesto, tales obras son nuestra adoración.
La acción plenamente sobrenatural es la que:
a. nunca prefiere las obras de interés humano a las de interés divino;
b. realiza las obras divinas con espíritu de amor, únicamente por Dios;
c. en cuanto las obras lo permiten —pues éstas han de ser plenas— y sobre
todo en cuanto Dios lo da, realiza una actual unión con Dios por actos de fe,
esperanza, caridad, según el espíritu de la contemplatio ad amorem.
Esta acción no puede nacer sino de la unión con Dios” (59, 1, 1).

Del cumplimiento de la voluntad de Dios como principio unificante, que buscaba en su


época de estudios de filosofía en Sarriá, Alberto ha profundizado hasta hallar el amor a Dios

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

por sobre todas las cosas como respuesta a la experiencia de ser amado por Jesús. Para él,
la santidad consiste en hacer su voluntad: “... con alegría o sin ella, sea cual fuera el juicio de
los hombres” (32–4, 1).
Reconociéndose pecador y que falta muchas veces, añade: “Si noto faltas, esté cierto
que junto con pedir perdón de ellas estoy perdonado. Que nada, pues, me quite la habitual
alegría” (Ibid.).

La oración al Padre unida a la de Cristo

La oración es la unión con Dios. Conforme a la escuela del triple coloquio de los EE, para
Alberto la oración es ante todo orar al Padre en unión con la oración de Cristo: “Mi oración en
unión con la de Cristo”:

“Nuestras peticiones, para que sean escucha­das han de ir unidas a las de Cristo;
pero no han de ir de solo Jesucristo, sino de Él y mías. Él ha de inspirármelas, arran­
carlas y hacerlas eficaces... Pedirle, pues, que suscite mis peti­ciones y les dé eficacia.
Y así lo hace... Vaya, pues, si sabrá inspirarme lo que necesito y lo querrá” (51, 7, 1).
“Como mi oración se une a la de Jesús... no nace un buen deseo en mí que no lo
suscite y arranque Jesucristo, y uniendo entonces su voz a la mía, lo presenta al Pa­
dre... van tan unidas las voces que el Padre podría preguntar: ¿quién ora?, ¿es el alma
o es mi Hijo?”.”A Jesús nada se le niega, y mi oración es la suya: Luego...” (51, 7, 2).
“Yo creo que tan pronto Jesucristo pide algo conmigo, inmediatamente se me con­
cede... Gran confianza he sentido con esta idea: ¡en qué manos estoy! y ¡qué armas
tengo tan poderosas!” (51, 7, 3).
“Fácilmente concebimos a Jesús obrando desde el Cielo y desde el Sagrario... con
más dificultad, residiendo y obrando en mi interior... Rogar al Señor me esclarezca
esta verdad y pedir al Espíritu Santo me la explique.
“El alma que sabe mirar a Jesucristo en sí:
Afina su sentido espiritual;
llega a percibir los más leves susurros en Jesucristo;

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

se transforma en Él;
llega con su oración a alcanzar lo que ahora ni siquiera soñamos.
Y esta presencia no es necesario sentirla: basta creerla” (51, 7, 4–5).

La oración apostólica

Lo que sigue marca las directrices de Alberto para su oración de regreso a su patria,
cuando estará acosado por requerimientos y trabajos que le llegan de todas partes. Sabe
que hay modos diversos de vivir la oración. En unas notas tituladas “Plan de vida espiritual”,
probablemente del año 1934, afirma:

“Nuestra vida no es contemplativa, por tanto:


1. Ejercicios Espirituales limitados;
2. Adoración sobre todo en la acción (breve­mente en la oración);
3. El sacrificio de la unión actual continua con Dios Nuestro Señor a menos de gra­
cia especialísima” (59, 1, 1).
Lo fundamental es mantener una visión sobrenatural, como acabamos de ver en el
punto anterior, y habrá que hacer tanta oración como sea necesario:
Lo que ha de quedar como esencial es que la oración y la mortificación no son en nuestra
vida de jesuitas un fin, sino un medio —por tanto tantum quantum— que nos permita reali­
zar una acción sobrenatural, que es nuestra manera peculiar de dar gloria a Dios” (59, 1, 2).

Sin nombrar la palabra “discernimiento”, Alberto Hurtado señala que la duración de la


oración debe ser materia de discernimiento perso­nal. Para él, dice:

“En la práctica, para mí: ejercicios espiri­tuales plenamente hechos (todo el tiem­
po, con intensidad y buscando industrias para renovar fervor); más una supereroga­
ción establecida de antemano, v.gr. una visita al Santísimo mañana y tarde, plena,
reposada de unos cinco minutos y luego la tendencia a la oración apro­vechando los
tiempos muertos, aunque sean largos” (59, 1, 2).

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

En cuanto al tipo de oración, a propósito de la familiaridad con Dios, dice: “Este trato ha
de ser íntimo, sin formalismo. El amigo entra a cualquier hora a la casa de su amigo; hablan
de todo y de nada...” (60, 3, 12).
Y como características de esta oración indica que sea,
–– elevante: es decir “más sobre Dios que sobre nosotros. Una oración de adoración”;
–– afectuosa: “No pensar demasiado, porque sería estudio; no hablar demasiado, pues
esto es predicar… que broten afectos del corazón”.
–– recogida: “de manera que estemos de verdad presentes a Dios. Él siempre lo está a no­
sotros, pero nosotros no estamos siempre presentes a Él “ (60, 3, 12).
Estos textos, sean estrictamente personales, sean apuntes, sean notas de lecturas, indi-
can las búsquedas de un Alberto Hurtado que ha dado un considerable paso adelante. Desde
la meditación que busca innúmeros propósitos ha llegado a esta oración afectuosa, centrada
en Dios, que busca, sobre todo, mantener la calidad sobrenatural de la vida.

Sentido de la mortificación y abnegación

Sabemos lo central que es para los Ejercicios la abnegación, lo que Ignacio llama “salir
del propio amor, querer e interés” (EE 189). En este mismo escrito traza el P. Hurtado un cua-
dro de lo que Dios le pide en materia de mortificación y abnegación:

“En cuanto a la mortificación:


Toda la mortificación que exijan la pureza de corazón y la paz del alma son absolu­
tamente necesarias y ofrecen un campo indefinido a la abnegación y a la mortificación
propiamente tal, pues la pureza de corazón significa el descargar el corazón de todo lo
que es puramente humano y nuestro sentido espiritual se irá afinando a medida que
nos dispongamos en paz a oír al Espíritu Santo.
Toda la abnegación que exija el cumplimiento pleno de mi deber de estado; que
será mucha: humildad, caridad, renunciamiento, mortificación sensible... Luego un
mínimum fijo de mortifica­ción corporal, dispuesto a aumentarlo cuando el Espíritu
Santo me lo haga sentir, v.gr. por las necesidades de las almas. Si Dios Nuestro Señor

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

me llama a una vida de mayor mortificación corporal y vigilias, me lo hará sentir y me


dará la gracia y entonces no me dañarán, como lo vemos en los santos que trabajaron
tanto tiempo, tan intensamente y con tan poco reposo. Mientras esto no sienta, cuide
de la salud A.M.D.G., desechando todo escrúpulo y aplíqueme sobre todo a la paz y
pureza de corazón, oración virtual, deber de estado pleno” (59, 1, 2–3).

Esta larga cita nos muestra al P. Alberto llegado a la discreción de la madurez. Aparece
de nuevo el deseo de paz y de pureza de corazón que ame sólo a Dios y, a la vez, todo quede
sujeto al deber de estado y a la iniciativa de Dios. No hay voluntarismo, sino sano realismo.

Hacer grandes cosas por Cristo

La unión con Dios por la oración, el experimentar su amor, mueven al neo–sacerdote a


desear hacer grandes cosas por Cristo y por los demás:

“Los demás hombres son amados por Dios, como yo. ¡Cuánto ha hecho Jesús por
salvarlos! ¿Qué será razón que haga yo por ellos? Todo sacrificio, toda oración, todo
hecho con amor tiene importancia y es de valor para salvar las almas” (32, 4, 5).

En su plan de vida espiritual plantea que la vida del jesuita consiste en glorificar a Dios
por la acción hecha por amor a él (59,1,1). Prevé que una de las tensiones de su vida, como
efectivamente sucederá, será el exceso de trabajo, que le haga correr el riesgo de perder
la paz:

“La gran lucha conmigo, con mis superiores y hermanos será ser capaz de dejar mu­
chos trabajos y tener paz, persuadido que el activismo no lleva a nada natural ni sobrena­
tural, y que con frecuencia no es más que puerta de escape a nuestra disipación” (59, 1, 2).

En una página fechada el 25 de diciembre de 1936, al finalizar su primer año de trabajo


en Chile, año de intensa actividad, encara el proble­ma real del activismo y le busca soluciones.

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

“Una idea que me vuelve con fuerza en estos Ejercicios es la de la necesidad de


más vida interior y humildad de espíritu en mis relaciones con Dios Nuestro Señor
(...). He visto también que mi intranquilidad depende del pobre asiento de mi espíritu
para orar humildemente. Demasiado llevado a la acción y como el éxito me acompaña
descuido la vida interior cuya necesidad no palpo, sino en los grandes momentos de
silencio. Estoy tentado de hacer un voto renovable cada mes de arreglar mi tiempo de
tal manera que siempre tenga hecha mi oración antes de la misa; y, segundo, de decir
mi breviario de rodillas delante del Santísimo Sacramento” (41, 15, 1).

El sacerdocio

“Mientras el sacerdote no aspire al martirio para regar con su sangre la semi­


lla del Evangelio, no podemos decir que somos apasionados por Cristo. Mientras no
santifiquemos nuestro trabajo con considerables sacrificios personales, nuestra labor
será estéril: “Voy completando en mi propio cuerpo, lo que falta a la pasión de Cristo
por la Iglesia, que es su cuerpo” (Col. 1, 24).
“Debemos volver nosotros los sacerdotes del siglo XX al Salvador pobre, doliente,
cruci­ficado, para ser como Él y por Él, pobres, sencillos, dolientes, y, si fuera necesario
muertos por Él” (45, 1,3 ).
“Un sacerdote santo trabaja más que diez tibios y produce frutos más abundantes
que todos ellos. El problema sacerdotal encierra, pues, un problema de santidad en
primer lugar; de correspondencia a la gracia; de abnegación, de formación seria y
profunda en las disciplinas sagradas y en los conocimientos humanos. El sacerdote es
mediador entre Dios y los hombres, instrumento en manos del Redentor para salvar a
los hombres, y el instrumento debe estar unido a la causa que lo mueve y al objeto a
que se aplica”.

475
Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Medios divinos y medios humanos

Los Ejercicios son para hacer apóstoles, discípulos misioneros de Jesús enviados al mun-
do de hoy. El Padre Hurtado fue un apóstol fraguado en los Ejercicios. Preguntémonos: ¿Cuál
es el punto focal que da razón y nos ayuda a comprender la actividad sacerdotal tan intensa
y variada del Padre Hurtado? ¿Por qué esa laboriosidad y tesón tan sobrehumanos? ¿Qué
explica la eficacia duradera de tantas obras?
El P. Hurtado fue acusado de activismo, de dar excesiva importancia a la organización de
la Acción Católica descuidando los elementos sobrenaturales, de ser avasallador, de confian-
za excesiva en lo humano (64, 18, 1–2). A esta acusación él se defendió y su carta respuesta
es una obra maestra de caridad, tino, amor a sus críticos, humildad, deseo de ser corregido.
Pero, al mismo tiempo, es una defensa apasionada y objetiva de la espiritualidad y de los
medios por él empleados.
Poco después escribirá una conferencia “Me­dios divinos y medios humanos”, para
orientar a los jóvenes. Partiendo de la controversia siempre actual entre san Agustín y Pe-
lagio, busca sus expresio­nes en las corrientes espirituales del Santiago de 1940 (19, 13, 1).
Apela a la autoridad de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa y de San Ignacio y afirma que
una polémica que oponga contemplación y acción, medios divinos y medios humanos es una
discu­sión vana porque ha olvidado el punto central de la santidad cristiana: el vivir en Dios,
el hacer su voluntad, aceptar esta voluntad, y adherir a ella. La contemplación sin la unión de
voluntades es tan estéril como la acción puramente humana; igual cosa, la acción humana
es inmensamente fecunda cuando está la voluntad humana unida a Dios (Ibid., 4). Basado
en este razonamiento de fuerza tan tradicional en el pensamiento católico, previene contra el
peligro de las almas seudo contemplativas y contra una acción puramente natural.

“Pensar en Dios, meditar su palabra, son ocupaciones excelentes pero no pueden


considerarse como exclusivas, pues no menos excelente fue María Santísima cum­
pliendo sus deberes de madre, de esposa, haciendo los deberes domés­ticos de su
casa. Esta tendencia establece un divorcio entre la religión y la vida y puede llegar
hasta hacer despreciar el cumplimiento de los deberes de estado, aun los más ele­
mentales. El miedo de la acción, la convicción que la actividad humana aleja de Dios

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

arrojan estas almas en la mediocridad y la rareza; no pocos se vuelven orgullosos y


testarudos” (Ibid., 4–5).

El P. Hurtado recuerda cómo san Ignacio precavió a sus discípulos contra los peligros del
iluminismo. Recoge la conocida frase del santo que afirmaba que de cien personas de mucha
oración, apenas se encontrarían diez que fuesen verdaderamente mortificadas, desapegadas
de su propio yo y de sus quereres egoístas. Continuaba reflexionando:

“No es raro que estas personas ilusionadas no tengan sino desprecio por las
cosas de este mundo. No consideran a Dios como causa de su obrar y como alma
de sus operaciones, sino como un fin al cual hay que tender, y este fin situado más
allá de lo creado se alcanza por una elevación intelectual que ellos creen mística. Se
desinte­resan éstos de los progresos terrestres y de las calamidades que pesan sobre
la sociedad humana. Allí no está Dios. Dios está en el cielo. De aquí una concepción de
la vida espiritual centrada alrededor de algunas virtudes pasivas y secretas que ellos
entienden a su manera” (Ibid., 5).

Esta actitud no hace sino desacreditar las virtudes pasivas y la oración. Millones de no
creyentes reprochan al cristianismo ser una doc­trina alienante, desinteresada de las cosas
del mundo, que no mira sino a un paraíso de ultratumba.

“Toda esta concepción de la vida nace de un desconocimiento de la doctrina de


la colaboración del hombre con Dios. Si Dios no actúa en este mundo, sino que única­
mente nos aguarda en el otro, es evidente que es una locura detenerse a considerar
esta vida mortal y preocuparse en algo de las cosas finitas que nos alejan del infinito.
Pero al que considera esta vida como la obra amorosa de un Padre que nos la ha dado
hasta el punto de enviar a su Hijo único a esta tierra a revestirse de nuestra carne
mortal y tomar nuestra sangre e incorporar en sí como en un resumen todas las reali­
dades humanas: para el que esto piensa, este mundo tiene un valor casi infinito; este
mundo, sin embargo, lo mira no como el estado definitivo de su acción sino como la
preparación para la consumación de su amor con el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Mientras tanto, con su sacrificio de oraciones se une al Verbo Encarnado y agrega en


lo que falta a la pasión de Cristo para salvar otras almas y dar gloria a Dios” (Ibid., 6).

De toda esta enseñanza deduce el P. Hurtado un criterio central para fundamentar la


audacia y la actividad del apóstol:

“El que ha comprendido la espiritualidad de la colaboración toma en serio la lec­


ción de Jesucristo de ser misericordioso como el Padre Celestial es misericordioso,
procura como el Padre Celestial dar a su vida la máxima fecun­didad posible. El Padre
Celestial comunica a sus criaturas sus riquezas con máxima generosidad. El verdadero
cristiano, incluso el legítimo contemplativo, para asemejarse a su Padre se esfuerza
también por ser una fuente de bienes lo más abundante posible. Quiere colaborar
con la mayor plenitud a la acción de Dios en él. Nunca cree que hace bastante. Nun­
ca disminuye su esfuerzo. Nunca piensa que su misión está terminada. Duc in altum
(“Navega mar adentro”), o bien plus ultra(“más allá”), es su divisa. Tiene un celo más
ardiente que la ambición de los grandes conquistadores. El trabajo no es para él un
dolor, un gasto vago de energías humanas, ni siquiera un puro medio de progreso
cultural. Es más que algo humano. Es algo divino, es el trabajo de Dios en el hombre y
por el hombre. Por eso se gasta sin límites. Quisiera que los colaboradores no faltasen
a Dios. Sabe que Dios está dispuesto a obrar mucho más de lo que lo hace, pero está
encadenado por la inercia de los hombres que deberían colaborar con Él. Como San
Ignacio, piensa ‘que hay muy pocas personas, si es que hay algunas, que comprendan
perfectamente cuánto estorbamos a Dios cuando Él quiere obrar en nosotros y todo lo
que haría en nuestro favor si no lo estorbáramos” (Ibid., 6).

Después de haber expuesto el error quietista, en sus diversos grados y matices, describe
la ilusión activista.

“Hay personas, como se ve a diario, que están de tal manera obsesionadas con el
bien de las almas, la gloria de Dios, que olvidan casi completamente la causa invisible
de este bien. Su celo es admirable. No tienen más que una idea: hacer avanzar el reino

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

de Dios y combatir por el triunfo de la Iglesia; son leales y rectos en sus intenciones.
Sin embargo, no se santifican o se santifican muy poco; ganan partidarios a la Iglesia
como los comunistas a su causa, pero en realidad ni ellos se asemejan más a Cristo, ni
hacen a nadie más semejante al Maestro. No colaboran con Dios, por tanto su acción
es estéril” (Ibid., 7).

Los que son llevados por el activismo se aburren estando a solas con Dios; se refugian
en la acción, dando como excusas las necesidades de urgencia del apostolado. Sus ejercicios
de piedad suelen ser un sustituto insuficiente y bastante extrínseco a la misma actividad que
desarrollan. En esto se asemejan a los hombres de negocio, que se mueven y se afanan por
todas partes, en una actividad incansable:

“En resumen, la gran ilusión de los activistas está en gastar demasiados esfuer­
zos en producir frutos y hacer demasiado pocos esfuerzos por vivir en Cristo. De esta
falta de vida en Cristo se sigue la esterilidad real de su apostolado ya que, como dijo
Jesús, ‘sin Mí no podéis nada’; y, en cambio, el que cree en Él hará las obras de Cristo
y aún mayores; pero creer en Cristo es estar incor­porado en Él por una fe viva que
supone la caridad. El sarmiento que no está incorporado a la vid no puede dar frutos,
nosotros tampoco si no permanecemos en Cristo” (Ibid., 7).

Terminan estas páginas con un ensayo de síntesis inspirado en la máxima de San Ignacio
de Loyola:

“Antes de determinarnos, es necesario poner­nos del todo en Dios, como si sólo


Él debiese llevar las cosas al resultado deseado, y por otra parte no hay que descuidar
nada de lo que puede contribuir al feliz éxito, y en el uso de los medios debemos po­
ner todo por obra, como si el éxito dependiese exclusivamente de nuestro trabajo y de
nuestra industria” (Ibid., 8).

En estas páginas hemos visto cómo Alberto Hurtado, ya desde los primeros años de
su vida religiosa, tenía esa honda convicción de que todo lo puede él realizar porque Dios

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Gloria a Dios
la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Padre es todo don, deseo de hacernos sus colaboradores. La solución pro­puesta por él al
problema de la relación entre la gracia divina y la libertad y el esfuerzo humano es típica
de su temperamento. No se detiene en las disquisiciones especulativas acerca del concurso
divino, que marcaron las controversias sobre libertad y gracia en el siglo XVI y XVII. Piensa
con profundidad el problema teológico–filosófico del actuar de Dios en medio y dentro del
actuar humano, sin que le baste con detenerse en una solución que reconcilie los datos de
una manera puramente especulativa. Lo importante para él es encontrar una luz, un criterio
de discernimiento y acción espiritual.
Él lo encuentra en lo que constituye el fondo más profundo del misterio de Dios Padre:
en el amor que quiere darse de manera ilimitada, desbordada. No hay nada que pueda poner
límites al deseo de Dios de que nos unamos en su obra redentora, en Cristo su Hijo, a no ser
nues­tras mezquindades y nuestras propias descon­fianzas. En la medida en que nos acerque-
mos a Dios con confianza de hijos, con atrevimiento filial, él no dejará de darnos las fuerzas
para realizar cosas siempre mayores. Es el MAGIS de los Ejercicios.

Su dedicación a dar los Ejercicios

Desde su regreso a Chile en 1936 el P. Hurtado dedicó gran parte de su energía al tra-
bajo con jóvenes. Los Ejercicios Espirituales hechos en serio eran una parte fundamental
de este camino de formación. También fue solicitado por casi todas las diócesis del país
a dar los Ejercicios al clero, como también a varias congregaciones religiosas. Pero los
ejercicios a laicos en condición de poder hacer una opción de vida fueron los que más lo
caracterizaron.
No pretendo aquí desarrollar qué es lo que el P. Hurtado proponía a los jóvenes en EE.
Me limito a presentar qué es lo que veía él en este ministerio. Lo hago citando párrafos de
cartas y libros del P. Hurtado.
Entre los años 1936 y 1945 el P. Hurtado dio ejercicios muchas veces al año. Algún año,
más de veinte veces. Era el director de la Casa de Ejercicios recién construída por iniciati-
va suya y se le requería mucho: ejercicios para alumnos de colegios, universitarios, liceos,
profesionales, políticos. Famosos de este tiempo son sus EE a universitarios hombres en

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parte Vi: ALGUNOS TEMAS DE LOS EJERCICIOS
EL PADRE HURTADO, UN SANTO DE LOS EE

Semana Santa, en que la casa se llenaba con 200 jóvenes. Yo participé como estudiante de
agronomía en uno de esos retiros y puedo dar fe del clima de recogimiento y oración que se
respiraba, como asímismo de las colas de jóvenes que esperaban hablar con él hasta altas
horas de la noche, muchas veces para decidir opciones radicales de vida.
Como es sabido, hacia el año 1946 él hizo un giro hacia un trabajo social, cercano a los
obreros y sindicalistas, pero no dejó de dar ejercicios. En 1949, en una cuenta de sus activida-
des al Provincial Álvaro Lavín, al tratar de Ejercicios y conferencias, dice:

“Tuve pocos Ejercicios: unas cuatro o cinco tandas. Luego conferencias en Val­
paraíso, Temuco, Sewell, Iquique, Putaendo, Chillán; predicaciones en San Francisco
(nueve); varias en la Universidad Católica. Parece muy difícil eludirlas. Las de Temuco,
muy concurridas: hasta 4.000 personas; 1.200 [personas] en Sewell y transmitidas por
radio. Las predicaciones en San Francisco, me parece el ministerio de más fruto del
año. Confesionario: lo atiendo cada día de media a una hora”.

Entendamos esto. Para una persona tan ocupada, tener cuatro o cinco tandas de EE no
es poco. Pero él lo estima poco en comparación a los años 1936 al 46.
La preparación de estos EE le llevaba mucho tiempo. Normalmente reescribía cada
año el material, que seguía los temas ignacianos, pero adaptándolos al público: Principio
y Fundamento, lo que Cristo ha hecho por mí y lo que yo puedo hacer por él, pecado y el
caos que produce, la Trinidad mira al mundo para salvarlo, María y la Encarnación, Naci-
miento y vida oculta, Jesús sale al bautismo de Juan, cambia de vida y empieza a anunciar
el Reino de su Padre, las Bienaventuranzas, la multiplicación de los panes, la Última Cena,
la Pasión y Muerte, la Resurrección. Cuatro veces al día daba puntos, es decir, propues-
tas de temas para ver a Cristo, conversar con él como con un amigo y preguntarle: “¿Qué
quieres que haga?”.
El P. Hurtado se tomaba tiempo invitando a los que él quería que hicieren los EE. Recuer-
do habérmelos ofrecido a mí, cuando yo quisiera y en la fecha que eligiera, cosa que no hice
por considerarla peligrosa.
El siguiente documento muestra otro modo, por carta, que utilizaba para invitar a EE.
Vale la pena leerlo y reflexionarlo:

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la gloria EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

“10 de abril de 1946, Santiago


Sr. don Álvaro Riquelme Vargas
Mi querido amigo:
He sentido mucho no saludarlo a su paso por Santiago. No pierdo la esperanza de
verlo por aquí con motivo del retiro de Semana Santa que comienza el miércoles 17 a
las 8 de la noche y termina el domingo en la mañana; si usted se resuelve a venir, aví­
seme para reservarle una buena pieza. Tengo especial interés en tenerlo a usted entre
los ejercitantes para que veamos planes de trabajo por Nuestro Señor, pues creo que
hay mucho que podemos hacer por Él. Me atrevo a repetirle lo que San Ignacio decía a
un sacerdote de su tiempo: haga cualquier sacrificio por asistir a Ejercicios pues nada
en el mundo puede haber más importante que el conocimiento de la voluntad de Dios
acerca de nosotros mismos y acerca de todas nuestras actividades.
Aprovecho esta ocasión para darle mi más sentido pésame por la muerte del Dr.
Vargas Salcedo, a quien tanto estimaba.
Lo saluda con todo cariño su afectísimo amigo y seguro servidor,

Alberto Hurtado C., s.j.”

Esta carta muestra el celo del P. Hurtado por la perfección de sus amigos, basado en el
motivo más profundo que es colaborar con Dios. Nos muestra, asimismo, cómo él usa los
medios humanos —una carta personal, ofrecerle una buena pieza— para mover a su amigo
a que asista. En otro contexto se muestra escéptico de invitaciones que se limitan a invitar
mediante un papel en público: las cosas personales hay que hacerlas personalmente.
En su libro ¿Es Chile un país católico? (1941) habla de la importancia de los Ejercicios
para lo que entonces se llamaba “un nuevo cristianismo”, que no era sino volver al auténtico.
Refiere cómo por todo el mundo se juntan laicos a hacer 3, 6, 8 y hasta 30 días de Ejercicios,
para encontrarse con Dios y ponerse en sus manos para orientar su vida según su santa vo-
luntad. En seguida se explaya:

“En Alemania estos últimos años, han pasado de 100.000 católicos los que se
han recogido anualmente a hacer sus ejercicios. Los sólos padres de la Compañía de

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Jesús predican anualmente unas 24.000 corridas de ejercicios con unos 700.000 oyen­
tes, en todo el mundo. En algunos países se ha recurrido al sistema de arrendar gran­
des hoteles por algunos días para convertirlos en improvisadas casas de ejercicios.
Todos los grandes movimientos modernos: J.O.C., Nueva Alemania, grupos de Acción
Católica, renovación universitaria, se apoyan fuertemente en los ejercicios. En nuestra
Patria son más de 2.000 los hombres y jóvenes que hacen anualmente sus ejercicios
espirituales. De ellos salen personalidades religiosas conscientes de lo que es el cris­
tianismo y decididos a vivir su fe”.

En otra obra suya,“Puntos de Educación” (1943) el P. Hurtado considera que

“ejercicios cerrados, durante tres o cuatro días todos los años, son el más pode­
roso estímulo para desprenderse de lo visible y adherir con espíritu de fe a las rea­
lidades invisibles. Más de un millón de fieles en todo el mundo hacen cada año los
ejercicios espirituales; y en Chile, gracias a Dios, son varios miles los jóvenes que
periódicamente se retiran a ejercicios, con verdadero sacrificio en silencio y oración.
Un corto día, o al menos una mañana de retiro mensual, ayudan poderosamente a
guardar el fruto de los ejercicios”.

Los califica como

“una escuela inmejorable de vida interior, una fragua que ha forjado hombres
conscientes, reflexivos, de carácter. Esto bajo el punto de vista natural, que es una ma­
nera incompleta de mirarlos, porque para comprender los ejercicios en su integridad
hay que mirar la influencia inmensa, preponderante de la gracia divina que se difunde
a través de la contemplación de la vida de Cristo”.

Quiere también que se den ejercicios espirituales adaptados para obreros. Hoy ha-
blaríamos para marginados, pobres, migrantes, juventud desorientada. Apoyándose en
una Carta de Pío XI al Episcopado Filipino, dice que hay que atender a las necesidades
espirituales del obrero, en particular por los ejercicios especializados, y no menos a sus

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necesidades materiales mediante instituciones económico–sociales. Vivimos una pérdida


global del sentido del Dios de la Biblia y adoramos muchos ídolos. “La civilización con todo
su confort, que es la aspiración de la mayoría, no ha satisfecho el hambre de felicidad de
nuestros contemporáneos…”.
Como conclusión de estas páginas del P. Hurtado, quisiera invitar a seguir profundizan-
do su vida y espiritualidad y la relevancia que él tiene para el proyecto de traer Buenas Nue-
vas al mundo de hoy por medio de los Ejercicios Espirituales, a que nos invita el Señor por las
voces del Papa Francisco y del Episcopado de América Latina reunido en Aparecida.

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EPíLOGO
Termino el libro expresando una vez más mi gratitud al Señor y a todos
los que me han ayudado a hacerlo. Ha sido una gran oportunidad de pensar y
gustar los Ejercicios de San Ignacio, que como éste escribía al Dr. Miona, “son
lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hom­
bre poderse aprovechar a sí mismo como para poder fructificar, ayudar y apro­
vechar a otros muchos” (Carta desde Venecia, del 16 de noviembre de 1536).

487
“La gloria de Dios consiste
en que el hombre viva,
y la vida del hombre consiste
en la visión de Dios”

(San Ireneo, Libro IV, 20).

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