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Introducción
¿Qué idea podían tener los antiguos del planeta en que vivimos?
o La astronomía egipcia
o La astronomía mesopotámica
o Cosmología hebraica
o La astronomía fenicia
En su acepción más amplia se da el nombre de Universo al espacio celeste con la materia y
energía en él contenida. Esta materia tiende a agruparse formando unos a modo de
conglomerados o continentes estelares a los que se da el nombre de galaxias.
Las galaxias adoptan formas muy variadas; la que contiene nuestro sistema solar se
llama Vía Láctea; tiene la forma de una espiral con varios brazos que arrancan de un
núcleo central. Nuestro sistema planetario se halla en uno de sus brazos, llamado de
Orión, en la parte más externa de la galaxia, lo que permite a los astrónomos observar el
espacio exterior. Otras son elípticas, sin brazos; y sólo un 3 % del total son irregulares.
Las galaxias son inmensas y están integradas por una cantidad incontable de cuerpos
celestes o estrellas, muchas seguramente con sus séquitos de planetas; y de masas de
materia cósmica que adoptan la apariencia de nubes, llamadas nebulosas amorfas, de
naturaleza misteriosa, en cuyo seno, en el que no puede penetrar el ojo curioso del
telescopio, se supone que nacen las estrellas.
La edad del Universo es incalculable; sin embargo se ha llegado a la conclusión de
que la edad de la Vía Láctea, nuestra galaxia, no puede superar los 13.000 millones de
años ni ser inferior a 5.200 millones, que son los de vida que se le cuentan al Sol.
El Universo puede considerarse como un cuerpo vivo en transformación constante.
Modernamente, ciertas observaciones realizadas espectrográficamente, han dado motivo
a que se enunciara la teoría de que el Universo tiende a expansionarse, es decir, que las
galaxias se separan unas de otras a velocidad creciente. Muchos se resisten a aceptar
esta teoría y creen que, si la fuga de galaxias es una realidad, se detendrá en un
momento dado y se iniciará un movimiento de retroceso, seguido a su vez por una
nueva expansión.
Universo (del latín, universus): Mundo (conjunto de todas las cosas creadas).
La ciencia que estudia el Universo es llamada Cosmología, palabra formada por la
unión de dos voces griegas que significan, respectivamente, mundo y sabiduría o
conocimiento.
Para los antiguos griegos, la Tierra era el centro del Universo; las estrellas, el Sol y
los planetas giraban a su alrededor. Tal sistema geocéntrico (centrado en la Tierra),
descrito por Platón y por Aristóteles, y la creencia de que los desplazamientos alrededor
de la Tierra debían consistir necesariamente en movimientos circulares o combinaciones
de éstos, obligaban a utilizar modelos extraordinariamente complicados para justificar
las posiciones que sucesivamente ocupaban los astros.
Aristarco (siglo IV antes de Cristo) sugirió que el esquema se podía simplificar
grandemente si se suponía al Sol situado en el centro del Universo, y la Tierra y la Luna
y los demás planetas giraban alrededor de él (sistema heliocéntrico: Sol en el centro). La
idea de Aristarco no era aceptada, entre otras razones porque se oponía a las teorías
filosóficas de entonces, y Ptolomeo elaboró una teoría geocéntrica modificada, que
podía predecir la posición de los astros con gran precisión teniendo en cuenta los
instrumentos de observación de su tiempo.
El monje polaco Copérnico, a comienzos del siglo XVI, hizo renacer la teoría
heliocéntrica de Aristarco. Para Copérnico, las órbitas de los planetas alrededor del Sol,
eran circulares. Posteriormente Galileo (1564 - 1642) defendió la teoría de Copérnico.
Un paso decisivo para el estudio de los movimientos de los planetas y, por lo tanto,
para el conocimiento del campo gravitatorio, lo dio Kepler (1571 - 1630), quien,
basándose en multitud de datos que había obtenido su profesor, el danés Tycho Brahe,
formuló sus tres famosas leyes de los movimientos de los planetas.
EN QUE VIVIMOS?
Su concepto era, en general, muy simple: la tierra es plana o se presenta en forma de
un casquete hemisférico; está rodeada de un gran río en el que flota, y sobre ella está
suspendido otro hemisferio cóncavo que forma los cielos sobre los que circulan los
carros de las divinidades. Por encima de esta bóveda había un gran depósito en donde se
concentraban las aguas superiores, es decir, las lluvias.
Para los pueblos semitas, las aguas inferiores, los mares y los lagos, subían al
depósito superior por medio de unos conductos, con lo que las aguas superiores nunca
menguaban.
En la parte más profunda de la tierra estaba el sheol, "país de las tinieblas y de la
muerte" (Job, 10, 21).
En cuanto a los astros y al mismo sol, al que veían aparecer por el oriente en la
mañana y ocultarse al oriente en el anochecer, suponían que pasaban por unas galerías
subterráneas y que, tras haber realizado su paso por las entrañas de la tierra, volvían a
surgir de su misterioso escondite.
Los hindúes suponían que las tierra estaba sostenida por cuatro elefantes, cuyas patas
se apoyaban en unas gigantescas tortugas que flotaban en un río de leche.
LA ASTRONOMÍA MESOPOTÁMICA
En las diferentes ramas de su astronomía, los babilonios reunieron principalmente
resultados, que agruparon, sistematizándolos según una tradición y un método similar al
encontrado en los textos matemáticos. Si bien en Mesopotamia se dieron intentos
teóricos de explicación del universo, los astrónomos babilónicos no dejaron de poseer
una especie de percepción confusa del determinismo cósmico.
Los griegos fueron los primeros en atribuir a los antiguos pueblos mesopotámicos un
vasto saber astronómico.
Aparte de la alidada - que era utilizada para la medición de las distancias angulares de
dos estrellas -, los babilónicos estaban casi tan bien equipados como los griegos en sus
observaciones astronómicas. Según parece, utilizaban principalmente el gnomom, la
clepsidra, y el polos.
Aunque fueran también astrólogos, los astrónomos babilónicos no se apartaban de los
datos directamente observables, y en este terreno sus preocupaciones estaban regidas
por un problema fundamental: cómo ajustar el calendario lunar al ritmo del Sol. El
movimiento de los planetas y la descripción del cielo eran cuestiones secundarias para
ellos.
Los astrónomos griegos no se interesaban mucho por los puntos que limitaban los
arcos de visibilidad y por las estaciones de los planetas, porque tales fenómenos no son
nada asombrosos a la luz de la teoría de los egipcios.
Los babilonios, en cambio, que no tuvieron ninguna teoría para explicar las anomalías
de los movimientos planetarios y que estaban obsesionados por los problemas
horoscópicos, se dedicaron, sobre todo, a determinar las apariciones, desapariciones y
estaciones de los planetas, y a estudiar la periodicidad de estos fenómenos.
Este estudio acabaría por llevarlos a determinar secundariamente, y por
extrapolación, la posición de un planeta P en un momento t cualquiera.
En términos generales puede decirse que los astrónomos babilónicos procedían
analíticamente. Los planetas cuyo movimiento es lo bastante regular, como venus, eran
estudiados sin división de la eclíptica. En cambio, planetas como Marte exigían la
división de la trayectoria aparente del Sol en seis partes, suponiéndose regular el
movimiento del planeta en cada una de ellas.
Los sumerios eran la raza que poblaba los fértiles valles del Tigris y el Éufrates de
Mesopotamia (el Irak actual). Este pueblo y sus sucesores, los akadios y más tarde los
babilonios, trabajaron con mayor precisión porque dominaban una aritmética altamente
desarrollada.
Existen todavía tablas de arcilla correspondientes al segundo milenio antes de
Jesucristo. Dichas tablas nos permiten conocer los descubrimientos babilonios acerca
del firmamento, descubrimientos que debían ser el resultado de una larga tradición de
análisis matemático aplicado a la astronomía. Los textos cuneiformes nos ofrecen un
sistema altamente sofisticado en el que el firmamento se tres zonas cada una de ellas
dividida a su vez en doce sectores. Las constelaciones y los planetas se mencionaban
indicándose en cada uno un orden de sucesión numérico. Según parece, los astrónomos
babilonios calculaban una serie de números partiendo de los inferiores hasta llegar a los
superiores y retrocedían de nuevo para expresar de este modo el cambio de las
posiciones planetarias.
Si los números se disponen en un gráfico se observa que éstos forman una figura en
zig - zag, lo cual revela que los babilonios ya habían descubierto que los planetas alteran
periódicamente sus movimientos al trazar sus senderos entre los astros fijos.
Cuatro siglos más tarde, cuando Mesopotamia se hallaba bajo el dominio de los
seléucidas y la Biblioteca de Alejandría ya se había fundado a unos mil trescientos años
al oeste, ya hacía tiempo que se disponía de tablas acerca de las futuras posiciones
planetarias basadas en cálculos en zig - zag.
Los métodos babilonios fueron únicos en su género. El mundo occidental heredó la
tradición griega, que para predecir las posiciones lunares y planetarias utilizaba
engorrosas técnicas geométricas y no cálculos aritméticos. Hasta el siglo VII de nuestra
era no volvieron a utilizarse métodos aritméticos similares, aunque algo más
complicados.
El cálculo no fue el único aspecto de la astronomía en el que descolló el pueblo de los
dos ríos, éste se hallaba en posesión de originales y profundas ideas acerca de la
naturaleza del universo. Unas tablas cuneiformes del período casita -aproximadamente
hacia el 1.500 a. de C.- nos revelan que los sumerios y los akadios habían reflexionado
acerca de las distancias de los astros.
Concebían el universo como un conjunto de ocho esferas insertadas cada una de ellas
en la otra y gobernadas por una divinidad distinta. Esto no tiene nada de sorprendente,
se trata de algo repetido una y otra vez a lo largo de la Antigüedad y que perduró hasta
la misma época de Newton. Lo sorprendente es el concepto según el cual las esferas
estaban relacionadas con distintas constelaciones.
Se trataba de un universo de proporciones más bien reducidas puesto que la esfera
más alejada sólo se hallaba a 120 « millas » de distancia, si bien no sabemos a qué
distancia correspondía una « millas ».
Lo importante es que hace 3.500 años los hombres ya creían que los astros estaban
diseminados por el espacio. Y, sin embargo, este atrevido concepto que constituye el
preludio de los modernos conceptos astronómicos se perdió en el olvido antes de que
transcurriese un milenio.
Los astros volvieron entonces a encontrarse fijos en el interior de una bóveda o caja,
y los babilonios, los egipcios y, sobre todo, los griegos dieron por válido este concepto.
Todos los astros estaban situados a la misma distancia, y hasta finales del siglo XVI de
de nuestra era no volvió a nacer la idea de la distancia estelar, al resucitarla el inglés
Thomas Digges.
Tal vez los filósofos hubieran evitado el callejón sin salida del universo esférico con
una esfera de estrellas no muy alejada de la esfera del planeta más apartado. Es posible
que las conjeturas hubieran encendido la imaginación de los hombres, permitiendo que
la libertad intelectual desarrollara unos conceptos más sublimes del espacio, sin
necesidad de esperar a que se produjeran los primeros murmullos de un nuevo orden
estelar hacia finales del siglo XVIII.
A pesar de los oráculos y los presagios, los babilonios eran un cuerpo de mentalidad
científica y, en cuanto al universo, sostenían puntos de vista materialísticamente más
racionales que los de sus contemporáneos. Esto queda claramente de manifiesto si se
comparan los distintos conceptos de la posición de la Tierra en el espacio.
Para los babilonios la Tierra era un disco en forma de montaña con un pico
montañoso central. Estaba rodeada de agua y cubierta por la bóveda del firmamento,
que para ellos era sólida y estaba sostenida por los montes, no por alguna fuerza mística,
sino por una sólida cordillera montañosa que circundaba el océano circular que a su vez
rodeaba la Tierra.
Se trataba de un concepto sensato y racional, aunque los planetas, el Sol y la Luna no
fueran más que el dominio de las divinidades mayores y menores que los guiaban por el
firmamento. Más de mil años antes de Jesucristo difícilmente podía concebirse un
universo de fuerzas impersonales actuando en un vacío sin Dios.
En resumen, es posible que Babilonia fuera un país de dos culturas, pero lo que sí que
es cierto es que una de ellas era de carácter eminentemente científico.
COSMOLOGÍA HEBRAICA
Las representaciones del cielo y de los fenómenos naturales eran, por lo común, muy
pueriles. La lluvia, por ejemplo, procedía de depósitos o barriles celestes de
dimensiones gigantescas pero análogos a aquellos de que se sirven los hombres; o bien
se imaginaban que existía encima del cielo una masa de agua que Dios derramaba sobre
la tierra, conduciéndola con ayuda de una acueducto celeste o precipitándola por
ventanas abiertas en la bóveda celeste. El cielo se llamaba, en hebreo, "firmamento"
(râqîa'), y era considerado como una especie de techo, comparado a menudo con una
tienda o un baldaquino.
Esta bóveda no estaba a mucha distancia de la Tierra: los pájaros se acercaban a ella
en su vuelo y hasta la tocaban; y cuando, desde lo alto del cielo, donde está su trono,
Dios contempla a los hombres, los ve del tamaño de saltamontes. En el cielo tienen su
propio lugar no sólo la lluvia, sino también el rocío, la nieve y el granizo, la tormenta y
el viento, y Dios los saca de él cuando quiere. Tantas son las cosas que contiene el cielo
en sus diversas cámaras, que los hebreos tienen por fuerza que imaginarlo de varios
pisos, o bien pensar en varios cielos.
La luz existe independientemente de la del Sol, con él que fue creada; tiene su
morada en el cielo, al igual que las tinieblas. El Sol, la Luna y las estrellas caminan por
el cielo siguiendo dócilmente con las vías que Dios les señaló en él.
El autor de capítulo primero del Génesis considera los astros como simples
"luminarias" celestes; pero otros textos bíblicos les reconocen una personalidad más o
menos mítica; el Sol se compara con un héroe que se levanta alegre cada mañana para
recorrer su carrera; y hay descripciones de las estrellas de la mañana cantando a coro
ante el espectáculo de la Creación. Los astros son "el ejército de los cielos"; Dios les da
órdenes como un jefe a sus soldados, conoce a cada uno por su nombre, ellos acuden a
su llamada y luchan bajo sus órdenes.
El Libro de Job menciona cierto número de constelaciones; entre ellas se ha
identificado, con mayor o menor seguridad, la Osa Mayor, Orión y las Pléyades; pero se
trata sólo de observaciones elementales muy lejos del nivel de la ciencia astronómica de
los babilonios. Completamente impregnada de mitología es la concepción de la
tormenta: la tormenta es la "voz Javé" (Javé es el nombre del Dios de Israel); los
relámpagos son las flechas que lanza su arco; cuando acaba de lanzarlas, pone su arco
en las nubes; por eso el arco iris es, tras la tormenta, señal de que se ha apaciguado la
cólera divina.
La bóveda celeste se sostiene en las montañas, que parecen soportarla en el horizonte;
esas montañas son las "columnas de cielo", cuyos fundamentos inconmovibles
descansan en el mismo fondo del Gran Abismo. En efecto, debajo de la Tierra, y
rodeándola por completo, se extiende una inmensa masa de agua: es el Abismo, el
Océano cósmico del que nació el mar y del que proceden las aguas subterráneas que
alimentan las fuentes; la Tierra, es decir, el continente, es como un disco que emerge de
este Océano cósmico.
Por lo general éste se concibe en forma mítica: es la personificación del Caos,
monstruo que amenaza con hundir la Tierra e incluso el cielo. Dios - leemos en la Biblia
- lo encerró en otro tiempo, echando sobre él puertas y cerrojos, mientras le decía:
"Hasta aquí, y no más; aquí se romperá el orgullo de tus olas".
En el capítulo primero del Génesis, este Océano primitivo se llama Tehôm, nombre
que recuerda a Tiamant, el terrible monstruo que personifica el caos en el poema
babilónico de la creación. Cuando Dios creó el "firmamento", separó en dos la masa de
las aguas primitivas, de modo que desde ese momento existieron las aguas que están
encima del cielo y las que fluyen sin cesar debajo de él.
El Libro de Job, con bastantes más ingenuidad, dice que "Javé hendió el mar", igual
que el dios Marduk, en el poema babilónico, "hendió" al monstruo Tiamat.
La imagen general del mundo, tanto en Israel como en Babilonia es, pues, la
siguiente: arriba, el cielo y sus depósitos; en el centro, la Tierra; debajo de la Tierra, las
aguas inferiores, el Abismo. Pero existe, además, una región aún más baja; por debajo
del Abismo se encuentra el Séôl, la tenebrosa habitación de los muertos.
Esta concepción, empero, no suprimió otra más antigua y, al parecer, más difundida,
según el cual Séôl se encuentra en el espesor mínimo de la Tierra: le basta a esta con
"abrir su boca" para que los levitas culpables (Coré, Datán y Abiram) se hundan vivos
en el Séôl; y cuando la hechicera de Endor evoca la sombra de Samuel este personaje
inmediata y directamente de la Tierra.
El capítulo primero del Génesis es el único texto de toda la Biblia que nos da una
representación un poco racional y sistemática del Mundo: es la primera página de una
obra considerable de carácter didáctico, cuyos elementos se encuentran dispersos en los
seis primeros libros de la Biblia.
Esta obra, según se admite generalmente, vio la luz hacia el sigo V antes de
Jesucristo; fue compuesta por sacerdotes deseosos de justificar las instituciones
esenciales del judaísmo por el procedimiento de alcanzarlas con lo pasado; de aquí el
nombre de documento sacerdotal.
Empieza con la narración de la Creación en seis días, seguida del descanso del
séptimo día, prototipo de la institución del sabbat. Esta narración, sobria y precisa,
distingue en la creación ocho obras: la luz, el cielo, el mar, la Tierra, con los vegetales,
los astros, las aves, los peces, los animales terrestres (comprendido el hombre). Se
observa un notable deseo de orden y de clasificación; los vegetales, por ejemplo, se
dividen en dos clases: "las hierbas con sus semillas según su especie", y "los árboles
que, según su especie, dan frutos en los que se encuentran sus semillas".
Por lo que hace al hombre, Dios lo creó "a su imagen y semejanza", y en el texto que
se trata bien a las claras de semejanza física, pues el autor se imagina a Dios con rasgos
humanos. Por último, Dios da al hombre el poder sobre todos los seres vivos: aves,
peces, animales terrestres.
LA ASTRONOMÍA FENICIA
Puede pensarse que los habitantes de Ugarit tomaron de Mesopotamia nociones de
astrología, si no de Astronomía; pero lo único que podemos citar, a este respecto, es una
discreta alusión a "la marcha de las estrellas".
LA ASTRONOMÍA HINDÚ ANTIGUA
La astronomía védica
Los calendarios de las épocas védica y brahmánica no son ni exclusivamente lunares
ni exclusivamente solares, sino lunisolares, y los astrónomos hindúes han considerado
siempre conjuntamente los varios fenómenos astronómicos que conocían.
La división de la duración de los períodos astronómicos tenía gran importancia en los
medios brahmánicos védicos. Tales períodos representaban fases sucesivas de la vida
cósmica, concebida como cíclica y en eterno retorno.
La astrología propiamente dicha, que luego se hizo muy popular, apareció sobre todo
en la India con la influencia griega, ya en la época clásica.
La astronomía clásica antigua
Alrededor de la montaña cósmica de Meru, eje polar del Planeta, gravitan los astros.
En la cumbre de Meru viven los dioses que gobiernan el hemisferio Norte del Mundo.
El hemisferio Sur, en cambio, está dominado por sus antagonistas, los asura.
La Tierra es un globo en el que se encuentran cuatro continentes cuyos centros
geográficos son cuatro ciudades situadas a distancias iguales y en el ecuador. Los cuatro
continentes ocupan los cuatro puntos cardinales en relación con la India, y la cumbre de
Meru, es el norte para todos ellos.
No hay para los dioses orto y puesta diarios del Sol, pues lo ven constantemente
desde Meru. En el polo Norte se encuentran los dioses.
Los movimientos de los astros errantes se atribuyen a una fuerza cósmica concebida
de acuerdo con la forma del viento. Ha sido observado el carácter no circular de los
movimientos de los planetas. Matemáticamente, los movimientos de los planetas se
representan según un sistema de excéntricas y de epiciclos que posiblemente no formara
parte del núcleo primitivo del texto.