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Historia del Arte Americano I – Materiales de Estudio 2 

Agustina Rodríguez Romero 

Fuentes de la Conquista de América 
Carta de Colón anunciando el descubrimiento, 15 de febrero de 1493 

Luego de una breve entrevista en Lisboa con Juan II, Colón arriba al puerto de Palos el día 15 de marzo 
de 1493. Se supone que en ese momento, esta y otras cartas fueron enviadas a los Reyes Católicos que 
se  encontraban  en  ese  momento  en  Barcelona.  Este  documento  presenta  indicios  que  permiten 
reconstruir la mirada de Colón sobre el territorio americano y sus habitantes, al tiempo que se distingue 
un  discurso  acerca  de  los  posibles  beneficios  comerciales  dirigido  de  manera  particular  a  Fernando  e 
Isabel.  

Señor: Porque sé que avréis plazer de la grand vitoria que nuestro Señor me ha dado en mi viaje
vos escrivo ésta, por la qual sabreys cómo en veinte dias pasé a las Indias con la armada que los
illustríssimos Rey e Reyna, nuestros señores, me dieron, donde yo fallé muy muchas islas
pobladas con gente sin número, y dellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y
vandera rreal estendida, y non me fue contradicho.
A la primera que yo fallé puse nombre Sant Saluador, a comemoración de su Alta Magestat, el
qual maravillosamente todo esto an dado; los indios la llaman Guanahaní. A la segunda puse
nombre la isla de Santa María de Concepción, a la tercera, Ferrandina; a la quarta, la isla Bella, a
la quinta, la isla Juana, e así a cada una nombre nuevo.
Quando yo llegué a la Juana seguí io la costa della al poniente, y la fallé tan grande que pensé
que sería tierra firme, la provincia de Catayo. Y como no fallé así villas y lugares en la costa de
la mar, […] enbié dos hombres por la tierra para saber si havía rey o grandes ciudades.
Andovieron tres jornadas y hallaron infinitas poblaciones pequeñas i gente sin número, mas no
cosa de regimiento, por lo qual se bolvieron.
Yo entendía harto de otros indios, que ia tenía tomados, cómo continuamente esta tierra era isla,
e así seguí la costa della al oriente ciento i siete leguas fasta donde fazía fin, del qual cabo vi otra
isla al oriente, distincta de ésta diez o ocho leguas, a la qual luego puse nombre la Spañola; […]
en ella ay muchos puertos en la costa de la mar sin comparación de otros que yo sepa en
cristianos y fartos rríos y buenos y grandes que es maravilla; las tierras della son altas y en ella
muy muchas sierras y montañas altíssimas, sin comparación de la isla de centre frei, todas
fermosíssimas, de mil fechuras, y todas andábiles y llenas de árboles de mil maneras i altas i
parecen que llegan al cielo, i tengo por dicho que jamás pierden la foia, según lo puede
comprehender, que los vi tan verdes i tan hermosos como son por mayo en Spaña, i dellos
estavan floridos, dellos con fruto, i dellos en otro término, según es su calidad. […]
La Spañola es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas i las campiñas, y las tierras tan
fermosas y gruesas para plantar y sembrar, pa criar ganados de todas suertes, para hedificios de
villas e lugares. Los puertos de la mar, aquí no havría crehencia sin vista, y de los ríos muchos y
grandes y buenas aguas, los más de los quales traen oro. En los árboles y frutos y yervas ay
grandes differencias de aquéllas de la Juana; en ésta ay muchas specierías y grandes minas de oro
y de otros metales. La gente desta ysla y de todas las otras que he fallado y havido ni aya havido
noticia, andan todos desnudos, hombres y mugeres, así como sus madres los paren, haunque
algunas mugeres se cobrían un solo lugar con una foja de yerva o una cosa de algodón que pa
ello fazen. Ellos no tienen fierro ni azero ni armas ni son [par]a ello, no porque no sea gente bien
dispuesta y de fermosa estatura, salvo que son muy te[merosos] a marauilla. No tyenen otras
armas salvo las a[rm]as de las cañas quando est[án] con la simiente, a [la] qual ponen al cabo un
palillo agudo, e no osan usar de aquéllas, que m[uchas] vezes me [aca]eció embiar a tierra dos o
tres hombres a alguna villa pa haver fabl[a y] salir a [ello] sin número, y después que los veyan
llegar fuyan a no auardar padre a hijo, y esto no porque a ninguno se aya hecho mal, antes, a todo
adonde yo aya estado y podido haver fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras
cosas muchas, sin recebir por ello cosa alguna, mas son así temerosos sin remedio. Verdad es
que, después que aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo
que tienen que no lo creerían sino el que lo viese. Ellos, de cosa que tengan, pidiéndogela, iamás
dizen de no; convidan la persona con ello y muestran tanto amor que darían los corazones y
quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por qualquiera cosica de qualquiera
manera que sea que se le dé por ello sean contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan
siviles como pedazos de escudillas rotas y pedazos de vidrio roto y cabos de dagugetas; haunque
quando ellos esto podían llegar, los parescía haver la meior ioya del mundo; que se acertó haver
un marinero, por una agugeta, de oro de peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas,
que muy menos valían, mucho más. Ya por blancas nuevas davan por ellas todo quanto tenían,
haunque fuesen dos ni tres castellanos de oro o una arrova o dos de algodón filado. Fasta los
pedazos de los arcos rotos de las pipas tomavan y davan lo que tenían como bestias. Así que me
pareció mal <y> yo lo defendí. […] Y no conocían ninguna seta ni idolatría, salvo que todos
creen que las fuerças y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo, con estos navíos y
gente, venía del cielo y en tal catamiento me recebían en todo cabo, después de haver perdido el
miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, salvo de muy sotil ingenio, y ombres que
navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta quellos dan de todo, salvo
porque nunca vieron gente vestida ni semeiantes navíos. […] Oy en día los traigo que siempre
están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que ayan havido conmigo. Y
éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegava y los otros andavan corriendo de casa
en casa, y a las villas cercanas con bozes altas: Venit, venit a ver la gente del cielo. Así, todos,
hombres como mugers, después de haver el corazón seguro de nos, venían que non cadava
grande ni pequeño, y todos trayan algu de comer y de bever que davan con un amor maravilloso.
[…]
En todas estas islas no vide mucha diversidad de la fechura de la gente, ni en las costumbres, ni
en la lengua, salvo que todos se entienden, que es cosa muy sigular, para lo que espero qué
determinarán sus altezas para la coversación dellos de nuestra santa fe, a la qual son muy
dispuestos.
[…] En esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de
todo trato, así de la tierra firme de aquá como de aquélla de allá del Gran Can, adonde havrá
grand trato e ganancia, he tomado possessión de una villa grande, a la qual puse nombre la villa
de Nauidad, y en ella he fecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y
he dexado en ella gente que abasta para semejante fecho, con armas y artellarías e vituallas por
más de un año, y fusta y maestro de la mar en todas artes para fazer otras; y grande amistad con
el Rey de aquella tierra, en tanto grado que se preciava de me llamar y etener por hermano, e
haunque le mudase la voluntad a hofrender esta gente, él ni los suios no saben qué sean armas, y
andan desnudos como ya he dicho. Son los más temerosos que ay en el mundo, así que
solamente la gente que allá queda es para destroir toda aquella tierra, y es ysla si peligro de sus
personas sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los ombres sean contentos con una muger, i a su maioral
o rey dan fasta veynte. Las mugeres me parece que trabaxan más que los ombres, ni he podido
entender si tenien bienes propios, que me pareció ver que aquéllos que uno tenía todos hazían
parte, en especial de las cosas comederas.
En estas islas fasta aquí no he hallado ombres mostrudos como muchos pensavan, mas antes es
toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos
correndíos, y no se crían adonde ay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad quel sol
tiene allí grand fuerça, puesto que es distinta de la liña iquinocial veinte e seis grandes. En estas
islas, adonde ay montañas grandes, ay tenía fuerça el frío este yvierno, mas ellos lo sufren por la
costumbre que con la ayuda de las viandas <que> comen con especias muchas y muy calientes
en demasía. Así que mostruos no he hallado ni noticia, salvo de una ysla que es aquí en la
segunda a la entrada de las Yndias, que es poblada de una iente que tienen en todas las yslas por
muy ferozes, los qualles comen carne umana. Estos tienen muchas canaus, con las quales corren
todas las yslas de India, roban y toman quanto pueden; ellos no son más difformes que los otros,
saluo que tienen en costumbre de traer los cabellos largos como mugeres, y usan arcos y flechas
de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo por defecto de fierro que no tienen. Son
ferozes entre estos otros pueblos que son en demasiado grado covardes, mas yo no los tengo en
nada más que a los otros. Estos son aquéllos que tratan con las mugeres de matremomo, que es la
primera ysla partiendo de Spaña para las Indias que se falla, en la qual no ay hombre ninguno;
ellas no usan exercio femenil, salvo arcos y frechas, como los sobredichos de cañas, y se arman y
cobigan con launes de arambre de que tienen mucho.
Otra ysla me seguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En
ésta ay oro sin cuento y destas y de las otras traigo comigo indios para testimonio.
En conclusión, a fablar desto solamente que se ha fecho este viage que fue así de corida, que
pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro quanto ovieren menester con muy poquita ayuda que
sus altezas me darán agora, especiaría y algodón quanto Sus Altezas mandaran cargar, y
almástica quanta mandaran cargar; e de la qual fasta oy no se ha fallado salvo en Grecia en la isla
de Xío, y el señorío la vende como quiere, y ligunáloe quanto mandaran cargar, y esclavos
quantos mandaran cargar, e serán de los ydólatres. Y creo haver fallado ruybaruo y canela, e
otras mil cosas de sustancia fallaré, que havrán fallado la gente que yo allá dexo; porque yo no
me he detenido ningún cabo, en quanto el viento me aia dado lugar de navegar: solamente en la
villa de Navidad, en quanto dexé asegurado e bien asentado. E a la verdad, mucho más ficiera si
los navíos me sirvieran como razón demandava.
Esto es harto y eterno Dios nuestro Señor, el qual da a todos aquellos que andan su camino
victoria de cosas que parecen imposibles. Y ésta señaladamente fue la una, porque haunque
destas tierras aian fallado o escripto todo va por coniectura sin allegar de vista, salvo
comprendiendo, a tanto que los oyentes, los más, escuchavan e juzgavan más por fabla que por
poca c[osa] dello. Así que, pues nuestro Redemtor dio esta victoria a nuestros illustrísimos Rey e
Reyna e a sus reynos famosos de tan alta cosa, adonde toda la christiandad deue tomar alegría y
fazer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Sancta Trinidad con muchas oraciones
solemnes, por el tanto enxalçamiento que havrán en tornándose tantos pueblos a nuestra sancta
fe, y después por los bienes temporales que no solamente a la España, mas todos los christianos
ternán aquí refrigerio y ganancia. Esto según el fecho así em breve.
Fecha en la calavera, sobre las islas de Canaria, a XV de febrero año mil CCCCLXXXXIII.
Fará lo que mandáreys.
El Almirante.

Los Sermones de Fray Antonio de Montesinos, 1511 

El dominico Bartolomé de las Casas narra en su Historia de las Indias los sucesos acontecidos en la Isla 
de Santo Domingo en el adviento de 1511. Ante la explotación española de los indígenas y el desastre 
demográfico que fue consecuencia de los maltratos, las enfermedades y la perturbación de los hábitos y 
la  relación  con  el  medio,  los  frailes  dominicos  deciden  hacer  una  denuncia  de  esta  situación  que,  con 
Antonio  de  Montesinos  como  principal  interlocutor,  tendrá  ecos  en  España.  Como  consecuencia  de 
estos  hechos  y  de  las  discusiones  en  cuanto  a  los  justos  títulos  sobre  América,  en  1512  la  Junta  de 
Burgos promulgó las Ordenanzas dadas para el buen regimiento y tratamiento de los indios (conocidas 
como Leyes de Burgos), la primera legislación española para la administración del Nuevo Mundo. 

Santo Domingo, adviento de 1511


Llegado el domingo y la hora de predicar, subió al púlpito el susodicho padre fray Antón
Montesino, y tomó por tema y fundamento de su sermón, que ya llevaba escrito y firmado por
los demás: Ego vox clamantis in deserto. Hecha su introducción y dicho algo de lo que tocaba a
la materia del tiempo del Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las
conciencias de los españoles de esta isla y la ceguera en que vivían; con cuánto peligro andaban
de su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en que con tanta insensibilidad
estaban continuamente zambullidos y en ellos morían. Luego torna sobre su tema, diciendo así:
“Para daroslos a conocer me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla,
y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos
vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y
dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír”.
Esta voz encareció por buen rato con palabras muy punitivas y terribles, que les hacía estremecer
las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en
universal encarecida, les declaró cuál era o qué contenía en sí aquella voz: "Esta voz, dijo él, que
todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas
inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible
servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas
gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y
estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de
comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se
os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado
tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa,
guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No
estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?
¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el
estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la
fe de Jesucristo". Finalmente de tal manera se explicó la voz que antes tanto había encarecido,
que los dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos y algunos algo
compungidos, pero a ninguno, por lo que yo después entendí, convertido. Concluido su sermón,
bájase del púlpito con la cabeza no muy baja, porque no era hombre que quisiese mostrar temor,
así como no lo tenía, si se daba mucho por desagradar los oyentes, haciendo y diciendo lo que,
según Dios, le parecía convenir; con su compañero se va a su casa pajiza, donde, por ventura, no
tenían qué comer, sino caldo de berzas sin aceite, como algunas veces les acaecía. Salido él,
queda la iglesia llena de murmullo, que, según yo creo, apenas dejaron acabar la misa.
Puédese bien juzgar que no se leyó lección de Menosprecio del mundo a las mesas de todos
aquel día. En acabando de comer, que no debiera ser muy gustosa la comida, júntase toda la
ciudad en casa del Almirante, segundo de esta dignidad y real oficio, D. Diego Colón, hijo del
primero que descubrió estas indias, en especial los oficiales del rey..., y acuerdan de ir a
reprender y asombrar al predicador y a los demás, si no lo castigaban como a hombre
escandaloso, sembrador de doctrina nueva, nunca oída, condenando a todos, y que había hablado
contra el rey y su señorío que tenía en estas Indias, afirmando que no podían tener los indios
habiéndoselos dado el rey, y éstas eran cosas gravísimas e irremisibles. Llaman a la portería, abre
el portero, le dicen que llame al vicario, y aquel fraile que había predicado tan grandes desvaríos;
sale solo el vicario, venerable padre, fray Pedro de Córdoba; le dicen con más imperio que
humildad que haga llamar al que había predicado. Responde, como hombre prudentísimo, que no
había necesidad; que si su señoría y mercedes mandan algo, él era prelado de aquellos religiosos
y él respondería... Finalmente... comenzaron a blandear humillándose, y ruéganle que lo mande
llamar, porque, él presente, les quieren hablar y preguntarles cómo y en qué se fundaban para
determinarse a predicar una cosa tan nueva y tan perjudicial, en deservicio del rey y daño de
todos los vecinos de aquella ciudad y de toda esta isla. Viendo el santo varón que llevaban otro
camino e iban templando el brío con que habían venido, mandó llamar al dicho padre fray Antón
Montesino, el cual maldito el miedo con que vino; sentados todos, propone primero el Almirante
por sí y por todos su querella, diciendo que cómo aquel padre había osado predicar cosas en tan
gran deservicio del rey y daño de toda aquella tierra... El padre vicario respondió que lo que
había predicado aquel padre había sido de parecer, voluntad y consentimiento suyo y de todos,
después de muy bien mirado y conferido entre ellos... Poco aprovechó el habla y razones de ella,
que el santo varón dio en justificación del sermón, para satisfacerlos y aplacarlos de la alteración
que habían recibido al oír que o podían tener los indios tiranizados, como los tenían...
Convenían todos en que aquel padre se desdijese el domingo siguiente de lo que había predicado,
y llegaron a tanta ceguera, que les dijeron, que si no lo hacían, que aparejasen sus pajuelas para
embarcarse e irse a España... Finalmente..., concedieron los padres, por despedirse ya de ellos y
dar fin a sus frívolas importunidades, que fuese así en buena hora, que el mismo padre fray
Antón Montesino tornaría el domingo siguiente a predicar y tornaría a la materia y diría sobre lo
que había predicado lo que mejor le pareciese y, en cuanto pudiese, trabajaría por satisfacerlos...
esto así concertado, se fueron alegres con esta esperanza.
Publicaron ellos luego, o algunos de ellos, que dejaban concertado con el vicario y con los
demás, que el domingo siguiente de todo lo dicho se había de desdecir aquel fraile; y para oír
este segundo sermón no fue menester convidarlos, porque no quedó persona en toda la ciudad
que no se hallase en la iglesia... Llegada la hora del sermón, subido en el púlpito, el tema que
para fundamento de su retractación y desdecimiento se halló, fue una sentencia del santo Job, en
el cap. 36, que comienza: Repetam scientiam meam a principio et sermones meos sine mendatio
esse probabo: “Tornaré a referir desde su principio mi ciencia y verdad, que el domingo pasado
os prediqué y aquellas mis palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas”. Oído este
su tema, ya vieron luego los más avisados a dónde iba a parar, y fue harto sufrimiento dejarlo
pasar de allí. Comenzó a fundar su sermón y a referir todo lo que en el sermón pasado había
predicado y a corroborar con más razones y autoridades lo que afirmó de tener injusta y
tiránicamente opresas y fatigadas a aquellas gentes, tornando a repetir su ciencia, que tuviesen
por cierto no poder salvarse en aquel estado; por eso, que con tiempo se remediasen, haciéndoles
saber que a hombres de ellos no los confesarían, más que a los que andaban asaltando, y que
publicasen esto y escribiesen a quien quisiesen en Castilla; en todo lo cual tenían por cierto que
servían a Dios y no chico servicio hacían al rey. Acabado su sermón, se fue a su casa, y todo el
pueblo en la iglesia quedó alborotado, gruñendo y mucho más indignado con los frailes que
antes... Peligrosa cosa es y digna de llorar mucho [la condición] de los hombres que están en
pecados, mayormente los que con robos y daños de sus prójimos han subido a mayor estado del
que nunca tuvieron, porque más duro les parece, y aun lo es, decaer de él, que echarse de grandes
barrancos abajo... de aquí es tener por muy áspero y abominable oírse reprender en los púlpitos,
porque mientras no lo oyen, les parece que Dios está descuidado y que la ley divina es revocada,
porque los predicadores callan. De esta insensibilidad, peligro y obstinación y malicia, más que
en otra parte del mundo, ni género de gente consumada tenemos ejemplos sin número y
experiencia ocular en estas nuestras Indias padecer la gente de nuestra España.

Requerimiento, 1513 

Como  consecuencia  de  las  Leyes  de  Burgos,  se  encargó  al  jurista  Juan  López  de  Palacios  Rubios  la 
redacción de un documento para ser leído por los conquistadores a los indígenas americanos, que los 
conminaba a aceptar el dominio y evangelización española de manera pacífica al tiempo que justificaba 
los actos de violencia en el caso de no aceptar la fe católica. El documento, discutido y criticado en su 
época, fue utilizado por primera vez por Pedro Arias Dávila en el Darién en 1514. 

1513; Reproducido, con cambio de los nombres, para Nueva España en 1518 y 1523, Tierra
Firme 1526 y Perú 1533. Requerimiento que ha de hacerse a los indios para que se sometan 

De parte del muy alto e muy poderoso y muy católico defensor de la Iglesia, siempre vencedor y
nunca vencido, el gran rey don Hernando el Quinto de las Españas, de las dos Çicilias, de
Iherusalem y de las Islas e Tierra Firme del mar Océano, etcétera, domador de las gentes
bárbaras, y de la muy alta y muy poderosa señora la reina Doña Juana, su muy cara e muy amada
hija, nuestros señores, Yo, Pedrarias Dávila, su criado, mensajero y capitán, vos notifico y hago
saber como mejor puedo:

Que Dios Nuestro Señor, uno y eterno, crió el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de quien
nosotros y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y
todos los que después de nosotros vinieren; mas, por la muchedumbre de la generación que
destos ha sucedido desde cinco mill y más años que el mundo fué criado, fué necesario que los
unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos e
provincias, que en una sola no se podían sostener ni conservar.

De todas estas gentes Nuestro Señor dió cargo a uno, que fué llamado San Pedro, para que de
todos los honbres del mundo fuese señor e superior, a quien todos ovedeciesen, y fuese cabeça de
todo el linaje umano donde quiera que los honbres viviesen y estubiesen, y en cualquier ley, seta
o creencia y dióle a todo el mundo por su reino, señorío y jurisdicción. Y como quier que le
mandó que pusiese su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el mundo, mas
tanbién le permitió que pudiese estar y poner su silla en cualquier otra parte del mundo y juzgar y
governar a todas las gentes, christianos, moros, judíos, gentiles, y de qualquier otra seta o
creencia que fuesen. A este llamaron Papa, que quiere decir admirable, mayor, padre y
goardador, porque es padre y governador de todos los hombres. A este San Pedro obedescieron y
tomaron por señor, rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y ansímismo an
tenido todos los otros que después dél fueron al pontificado heligidos; ansi se ha continuado
hasta agora y se continuará hasta que el mundo se acabe.

Uno de los Pontífices passados que en lugar deste sucedió en aquella silla e dignidad que he
dicho, como señor del mundo, hizo donación destas Islas y Tierra Firme del mar Océano a los
dichos Rey e Reyna y a sus subcessores en estos reinos, nuestros Señores, con todo lo que en
ellas ay, segund se contiene en ciertas escripturas que sobre ello pasaron, segund dicho es que
podeis ver si quisiérdes. Ansi que Sus Altezas son reyes y señores destas Islas e Tierra firme por
virtud de la dicha donación; y como a tales reyes y señores, algunas islas más, y casi todas a
quien esto ha seído notificado, han recibido a Sus Altezas y les han obedescido y servido y sirven
como súbditos lo deven hazer; y con buena voluntad y sin ninguna resistencia, luego sin dilación
como fueron informados de lo susodicho, obedecieron y recibieron los varones religiosos que sus
Altezas les enbiaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fee, y todos ellos de su
libre agradable voluntad, sin premia ni condición alguna, se tornaron christianos, y lo son, y Sus
Altezas los recibieron alegre y benignamente, y ansi los mandó tratar como a los otros sus
súbditos y vasallos, y vosotros sois tenidos y obligados a hazer lo mismo.

Por ende, como mejor puedo vos ruego y requiero que entendais bien ésto que os he dicho, y
tomeis para entenderlo y deliberar sobre ello el tienpo que fuere justo, y reconoscais a la Iglesia
por señora y superiora del universo mundo y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre, y
al Rey y a la Reina, nuestros señores, en su lugar, como superiores e señores y reyes desas Islas y
Tierra Firme, por virtud de la dicha donación, y consintais y deis lugar que estos padres
religiosos vos declaren y prediquen lo suso dicho. Si ansi lo hicierdes, haréis bien y aquello a que
sois tenidos y obligados, y Sus Altezas, y yo en su nombre, vos recibirán con todo amor y
caridad, y vos dexarán vuestras mugeres, hijos y haziendas libres, sin servidumbre, para que
dellas y de vosotros hagais libremente todo lo que quisierdes e por bien tubierdes, y no vos
compelerán a que vos torneis christianos, salvo si vosotros, informados de la verdad, os
quisierdes convertir a nuestra santa Fee católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las
otras islas, y allende desto, Su Alteza vos dará muchos previlejos y esenciones y vos hará
muchas mercedes. Si no lo hiciérdes, o en ello dilación maliciosamente pusierdes, certificoos que
con el ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las
partes y maneras que yo pudiere, y vos subjetaré al yugo y obidiencia de la Iglesia y de Sus
Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los haré esclavos, y como
tales los venderé y disporné dellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos
haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a
su señor y le resisten y contradicen. Y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren
sea a vuestra culpa, y no de Sus Altezas, ni mia, ni destos cavalleros que conmigo vinieron. Y de
cómo lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio sinado, y a los
presentes ruego que dello sean testigos.

Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Bartolomé de las Casas i 

Texto escrito a partir de las experiencias en América de Bartolomé de las Casas, dominico que antes de 
tomar los hábitos fuera encomendero en la isla La Española. El escrito fue dedicado al príncipe Felipe, 
futuro  Felipe  II,  como  advertencia  de  las  atrocidades  que  acaecían  en  el  Nuevo  Mundo.  Traducido  en 
distintas lenguas, el texto tuvo una importante repercusión en el dictado de las Leyes Nuevas de 1542. 

Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el
año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a
ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande
y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e
infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más
pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La
tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más,
tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas
llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto,
que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje
humano.
Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni
dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven;
más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no
querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las
gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión e que menos pueden sufrir trabajos y que
más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre
nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los
que entre ellos son de linaje de labradores.
Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e
por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos
padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus
vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con
una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas
son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua
de la isla Española llamaban hamacas.
Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para
toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas
costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son
tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y
en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los
religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente,
yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo
negar la bondad que en ellos veen: “Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo
si solamente conocieran a Dios.”
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas,
entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos
de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e
hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y
destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras
de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla
Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas
personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda
despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas,
ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por
la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes
e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más
sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola
criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se
les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que
había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los
que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo
vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa
están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas
están despobladas e desiertas de gente.
De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras
han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más
de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra
que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.
Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las
dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos
de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más
de quince cuentos.
Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos,
en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas,
crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían
anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos
los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida
sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que
jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen
e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas
gentes, que son infinitas.
La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los
cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy
breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por
la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo,
por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles
a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima
(hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque
pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que
estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los
números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y
averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que
nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por
venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos
muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.
DE LA ISLA ESPAÑOLA
En la isla Española, que fué la primera, como dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron
los grandes estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron,
comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal
dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que
los indios les daban de su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía (que siempre es poca,
porque no suelen tener más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo e lo
que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e destruye
en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e vejaciones que les hacían, comenzaron a
entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos
escondían sus comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de
gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de
palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y
desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su
propia mujer.
De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras:
pusiéronse en armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por
lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños); los cristianos
con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos.
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no
desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos.
Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza
de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las
piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas,
riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a
espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas
largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro
Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban
o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que
querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: “Andad
con cartas.” Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los montes.
Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas
sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco,
dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.
Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y
aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy
grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el
alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes
conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que
no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las
cosas arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraba
en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan
feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron
lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor
arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y
carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con
justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen,
habían los cristianos de matar cien indios. […]

1542, 20 de noviembre. Leyes Nuevas de Indias ii 

En un intento de controlar los excesos de los encomenderos sobre la población indígena, se redactaron 
las  Leyes  Nuevas  que  como  punto  principal,  abolieron  la  perpetuidad  de  las  encomiendas,  quedando 
bajo  jurisdicción  de  la  Corona  luego  de  la  muerte  de  los  beneficiarios.  Los  intentos  por  hacer  cumplir 
esta reglamentación encontraron oposiciones en Nueva España y en Perú: en este último sitio se desató 
una revuelta encabezada por Gonzalo Pizarro quien, aún cuando terminó siendo ejecutado por orden de 
la corona, consiguió demostrar el poder de los encomenderos en América. En 1545, Carlos V anula los 
puntos de las Leyes Nuevas referidos a las encomiendas. 

...7. Y porque nuestro principal intento y voluntad siempre ha sido y es de la conservaçión y


agmento de los indios y que sean instruidos y enseñados en las cosas de nuestra sancta Fée
cathólica y bien tratados como personas libres y vasallos nuestros, como lo son, encargamos y
mandamos a los del dicho nuestro Consejo [de las Indias] tengan siempre muy gran atençión y
espeçial cuidado sobre todo de la conservaçión y buen govierno y tratamiento de los dichos
indios y de saber cómo se cumple y executa lo que por Nos está ordenado y se ordenare para la
buena governaçión de las nuestras Indias y administraçión de la justiçia en ellas, y de hazer que
se guarde, cunpla y execute, sin que en ello haya remissión, falta, ni descuido alguno.

20. Porque una de las cosas mas prinçipales que en las Abdiençias han de servirnos es en tener
muy espeçial cuidado del buen tratamiento de los indios y conservaçión dellos, mandamos que se
informen siempre de los exçesos y malos tratamientos que les son o fueren fechos por los
governadores o personas particulares, y cómo han guardado las Ordenanças e Instruçiones que
les han sido dadas y para el buen tratamiento dellos están fechas, y en lo que se oviere exçedido
o exçediere de aquí adelante tengan cuidado de lo remediar castigando los culpados por todo
rigor, conforme a justiçia; y que no den lugar a que en los pleitos de entre indios o con ellos se
hagan proçessos ordinarios ni aya alargas, como suele acontesçer por la maliçia de algunos
abogados y procuradores, sino que sumariamente sean determinados, guardando sus usos y
costumbres, no siendo claramente injustos, y que tengan las dichas Abdiençias cuidado que así se
guarde por los otros juezes inferiores.
21. Iten, ordenamos y mandamos que de aquí adelante por ninguna causa de guerra ni otra
alguna, aunque sea so titulo de revelión ni por rescate ni de otra manera, no se pueda hazer
esclavo indio alguno, y queremos sean tratados como vasallos nuestros de la Corona de Castilla,
pues lo son.
22. Ninguna persona se pueda servir de los indios por vía de naburia ni tapia ni otro modo alguno
contra su voluntad.
23. Como avemos mandado proveer que de aquí adelante por ninguna vía se hagan los indios
esclavos, ansí en los que hasta aquí se han fecho contra razón y derecho y contra las Provissiones
e Instruçiones dadas, ordenamos y mandamos que las Abdiençias, llamadas las partes, sin tela de
juizio, sumaria y brevemente, sóla la verdad sabida, los pongan en libertad, si las personas que
los tovieren por esclavos no mostraren título cómo los tienen y poseen ligítimamente. Y porque a
falta de personas que soliciten lo susodicho los indios no queden por esclavos injustamente,
mandamos que las Abdiençias pongan personas que sigan por los indios esta causa, y se paguen
de penas de Cámara, y sean hombres de confiança y diligençia.
24. Iten, mandamos que sobre el cargar de los dichos indios las Audiençias tengan espeçial
cuidado que no se carguen. O en caso que esto en algunas partes no se pueda escusar, seha de tal
manera que de la carga inmoderada no se siga peligro en la vida, salud y conservaçión de los
dichos indios; y que contra su voluntad dellos y sin ge lo pagar, en ningund caso se permita que
se puedan cargar, castigando muy gravemente al que lo contrario hiziere. Y en esto no ha de ayer
remisión por respecto de persona alguna.

La ciudad en América 
Las ordenanzas de población de 1523 y 1573 buscaron reglamentar la fundación y establecimiento de 
ciudades en el Nuevo Mundo. Aún cuando en su mayor parte se trató de pautas de índole práctico, las 
ordenanzas fueron seguidas de manera desigual: las ciudades americanas se crearon y desarrollaron a 
partir  de  situaciones  geográficas,  políticas,  económicas  y  sociales  particulares.  Los  decretos  y  cédulas 
dan cuenta de los vínculos establecidos entre la Corona y las ciudades americanas‐ 

De la población de Ciudades, y Villas, 1523 

Título Siete. De la población de las Ciudades, Villas y Pueblos. Ley I, Que las nuevas
poblaciones se funden con las calidades de esta ley.

El Emperador D. Carlos Ordenanza II de 1523

Habiéndose hecho el descubrimiento por Mar, ó Tierra, conforme á las leyes y órdenes que de él
tratan, y elegida la Provincia y Comarca, que se hubiere de poblar, y el sitio de los lugares donde
se han de hacer las nuevas poblaciones, y tomando asiento sobre ello, los que fueren á su
cumplimiento guarden la forma siguiente: En la Costa del Mar sea el sitio levantado, sano, y
fuerte, teniendo en consideración al abrigo, fondo y defensa del Puerto, y si fuere posible no
tenga el Mar al Mediodía, no Poniente: y en estas, y las demás poblaciones la Tierra adentro,
elijan el sitio de los que estuvieren vacantes, y por disposición nuestra se pueda ocupar, sin
prejuicio de los Indios, y naturales, ó con su libre consentimientos y quando hagan la planta del
Lugar, repártanlo por sus plazas, calles á las puertas y caminos principales, y dexando desde la
plaza mayor, y sacando desde ellas las calles á las puertas y caminos principales, y dexando tanto
compás abierto, que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y
dilatar en la misma forma. Procuren tener el agua cerca, y que se pueda conducir al Pueblo y
heredades, derivándola si fuere posible, para mejor aprovecharse de ella, y los materiales
necesarios para edificios, tierras de labor, cultura y pasto, con que excusarán el mucho trabajo y
costas, que se siguen de la distancia. No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la
molestia de los vientos y dificultad del servicio y acarreto, ni en lugares muy baxos, porque
suelen ser enfermos: fúndese medianamente levantados, que gocen descubiertos los vientos del
Norte y Mediodía: y si hubieren de tener sierras, ó cuestas, sean por la parte de Levante y
Poniente: y si no se pudieren escusar de los lugares altos, funden en parte donde no estén sujetos
á nieblas, haciendo observación de los que mas convenga á la salud, y accidentes, que se pueden
ofrecer: y en caso de edificar á la ribera de algún Río, dispongan la población de forma saliendo
el Sol dé primero en el Pueblo, que en el agua.
Ley de Felipe II sobre la construcción de ciudades en el Nuevo Mundo (1573) 

1. Al llegar a la ciudad donde deba establecerse el nuevo emplazamiento (deseamos sea una
ciudad abierta que pueda ocuparse sin molestar a los indios o con su consentimiento) debe
trazarse el plano sobre el terreno, con sus plazas, calles y solares, a cordel y regla, comenzando
desde la plaza mayor y sacando desde ella las calles a las puertas y caminos principales, y
dexando tanto compás abierto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se puedan
siempre proseguir y dilatar en la misma forma […].
2. La plaza central debe estar en el centro de la ciudad y debe tener una forma oblonga, con una
longitud que equivalga, al menos una vez y media a su anchura, porque esta proporción es la más
indicada para las fiestas en las que se usan caballos y para celebrar otros actos […]. La amplitud
de la plaza debe ser proporcionada al número de los habitantes, teniendo presente que las
ciudades de las Indias, aun siendo nuevas, están destinadas a crecer; y es de suponer que, sin
duda, crecerán. Por eso la plaza debe ser proyectada en proporción al posible crecimiento de la
ciudad. No debe tener menos de 300 pies de ancha, ni debe ser más ancha de 500 pies y más
larga de 800. Una plaza bien proporcionada de regular tamaño, debe tener 600 pies de larga y
400 de ancha.
3. Las cuatro calles principales deben salir de la plaza, desde el punto medio de cada uno de los
lados de ésta, y dos calles más saldrán de cada una de sus esquinas. Las cuatro esquinas deben
estar orientadas hacia los cuatro puntos cardinales porque, de esta manera, las calles que salgan
de la plaza no estarán expuestas directamente a los cuatro vientos principales. Toda la plaza y las
cuatro calles principales que parten de ella, estarán cubiertas por soportales, muy convenientes
para los comerciantes que allí se concentran […].
4. Las ocho calles que convergen en los cuatro ángulos de la plaza, deben desembocar en ella sin
quedar obstaculizadas por los soportales. Estos deben terminar en los ángulos, de manera que las
aceras de las calles queden alineadas con las de la plaza. Las calles deben ser anchas en las
regiones frías, estrechas en las cálidas; pero para la defensa de la ciudad, allí donde se usen
caballos, convendrá que sean anchas […].
5. En las ciudades del interior, la iglesia no debe estar dentro del perímetro de la plaza, sino a una
distancia tal, que la haga aparecer independiente, separada de los otros edificios. Así resultará
más bella y más grandiosa. Deberá alzarse sobre el nivel del suelo, de manera que la gente tenga
que subir una porción de escaleras hasta llegar a la entrada […]. El hospital de los pobres,
destinado a enfermos no contagiosos, será construido en el lado norte para que quede orientado
hacia el sur […]. Los solares edificables alrededor de la plaza principal no deben ser adjudicados
a particulares, sino reservados para la iglesia, las casas reales, los edificios municipales, los
comercios y las viviendas de los comerciantes, que deben ser las primeras en construirse […].
6. Los restantes solares por edificar, serán sorteados entre aquellos colonos que estén autorizados
para construir alrededor de la plaza principal. Los solares que no sean asignados, deberán
reservarse para aquellos colonos que puedan venir más tarde, o bien para disponer de ellos a
nuestro gusto.
7. Los solares y edificios de la parte alta deben ser dispuestos de manera que las habitaciones
reciban aire del sur y del norte […]. Las casas (de los españoles) deben estar previstas para servir
de defensa contra todos aquellos que traten de provocar desórdenes o de ocupar la ciudad […].
Todos los edificios, en lo posible, deben ser uniformes, para que la ciudad resulte bella […].
8. Debe ser asignado a cada ciudad un terreno para uso común, de proporcciones convenientes, a
fin de que, aun creciendo mucho, exista siempre en ella suficiente espacio libre para el solaz y el
esparcimiento de sus habitantes y para el pasto de ganado, sin interferir las propiedades privadas.

Colección de decretos y cédulas reales 

1. La de México el día de San Ypólito de cada año, saque el pendón, que deveran llevar sus
regidores alternativamente comenzando el más antiguo (como se executa en Sevilla) en memoria
de que en tal día se ganó la referida ciudad. Cédula de 28 de mayo de 1530.
2. Enobleció S.M. con este título de la villa de San Christoval de los Llanos en la provincia de
Goathemala, situada en tierra fértil, y abundante en atención a los trabajos, y peligros que
padecieron sus vecinos en su conquista, y población, y las continuas hostilidades, a que estaba
expuesta por confinar con los yndios, que habitaban sus sierras; concediéndola por armas un
escudo, y dentro de él dos sierras, que dividiesse un río, y sobre una de ellas a la mano derecha
una castillo de oro, y león rapante arrimado a él, y por encima de la otra mano hizquierda saliesse
una palma verde con su fruta, con otro león rapante arrimado a ella en memoria de la advocación
del glorioso San Christoval, todo en campo colorado; las quales pudiesse poner en sus
pendondes, sellos y banderas, como lo practicaban las demás ciudades. Cédula de 1 de marzo de
1535.
3. En atención a lo fértil y abundante que era en mantenimientos y otras cosas la provincia de
Mechoacan, no faltándoles más a los yndios de ella que política y comercio, y que aunque
andaban separados y en los campos, ya se les havía mandado a juntar, para que de esta forma
fuesen instruidos en la fée Catholica, y a la voluntad que tenpia S.M. de ennoblecer aquel pueblo
y pobladores y que otros se animasen a ir a vivir a el mundo que de allí adelante se llamase
ciudad de Mechoacan, y que gozase de las preeminencias, prerrogativas e inmunidades que podía
y debía gozar como tal. Cédula de 28 de septiembre de 1539.
5. Representando la del Cuzco en el Perú, que siendo la más principal, y noble de aquellas
provincias se la concediesse el primer voto entre ellas, como en España lo tenía la de Burgos;
mandó S.M. que en los casos que ocuriessen entre dicha ciudad, y las demás de aquel Reyno,
hablase el primiero su Ayuntamiento o procurador, guardándola las preheminencias, que por esta
razón laopetiessen. Cédula de 24 de abril de 1540.
6. En atención al mérito de la de México, zelo y limpieza que avía manifestado en distintas
ocasiones, especialmente en la pacificazión de los alterados del Perú con gente, dinero y
cavallos; para perpetua memoria de su lealtad, la concedió S.M. el título de Muy noble, insigne, y
muy leal ciudad de México, de cuyo timbre usase en qualesquier escrituras que otrogase, o cartas
que escribiese. Cédula de 18 de agosto de 1548.
13. Representado a S.M. el cosexo, justicia, y regimiento del pueblo, y minas de San Luis de
Potosí que en virtud de orden dada al Duque de Albuquerque Virrey de Nueva España en 1° de
Junio de 1654 para beneficiar algunos medios con que se aumentase la Real Hacienda, les havía
expedido muy real nombre en 30 de Marzo de 1656, título de ciudad, con que dentro de 5 años
llevasen real confirmación, por tener la vecindad, comercio, y lustre bastante para serlo, y
ofrecido servir a S.M. con 3.000 pesos; y pedido se las mandase expedir dicha real confirmació,
por haber constado documentada la certeza de su relato: confirmó y aprovó el referido títulocon
las mismas condiciones, y calidades que en él se contenían, y mandouu de allí adelante se
intitulase dicho pueblo ciudad de San Luis de Potosí, y como tal gozase de sus preheminencias.
Cédula de 17 de agosto de 1658.

El Concilio de Trento y sus disposiciones sobre las imágenes 
En la última sesión del Concilio de Trento, en el año 1563, se abordó el tema del papel desempeñado 
por los santos, las reliquias y las imágenes en el culto. A lo largo de estas reuniones la Iglesia justificó y 
reafirmó, punto por punto, las diferencias surgidas con los protestantes y no fue menos en lo que refería 
a  estos  asuntos.  Las  pautas  establecidas  en  cuanto  a  las  imágenes  por  este  Concilio  condicionaron 
fuertemente el posterior desarrollo del arte europeo y americano. 

La invocación, veneración y reliquias de los Santos, y de las Sagradas 
Imágenes, sesión xxv, año 1563 

Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación
de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la intercesión e
invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la
costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la
religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los decretos de los sagrados
concilios; enseñándoles que los santos que reinan juntamente con Cristo, ruegan a Dios por los
hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones, intercesión, y
auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por Jesucristo su hijo, nuestro Señor, que es sólo
nuestro redentor y salvador; y que piensan impíamente los que niegan que se deben invocar los
santos que gozan en el cielo de eterna felicidad; o los que afirman que los santos no ruegan por
los hombres; o que es idolatría invocarlos, para que rueguen por nosotros, aun por cada uno en
particular; o que repugna a la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador
entre Dios y los hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el
cielo.
Instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos mártires, y
de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y templos del
Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales
concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente
condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia, los
que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos; o que es en vano la
adoración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las
frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro. Además
de esto, declara que se deben tener y conservar, principalmente en los templos, las imágenes de
Cristo, de la Virgen madre de Dios, y de otros santos, y que se les debe dar el correspondiente
honor y veneración: no porque se crea que hay en ellas divinidad, o virtud alguna por la que
merezcan el culto, o que se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las
imágenes, como hacían en otros tiempos los gentiles, que colocaban su esperanza en los ídolos;
sino porque el honor que se da a las imágenes, se refiere a los originales representados en ellas;
de suerte, que adoremos a Cristo por medio de las imágenes que besamos, y en cuya presencia
nos descubrimos y arrodillamos; y veneremos a los santos, cuya semejanza tienen: todo lo cual
es lo que se halla establecido en los decretos de los concilios, y en especial en los del segundo
Niceno contra los impugnadores de las imágenes.
Enseñen con esmero los Obispos que por medio de las historias de nuestra redención, expresadas
en pinturas y otras copias, se instruye y confirma el pueblo recordándole los artículos de la fe, y
recapacitándole continuamente en ellos: además que se saca mucho fruto de todas las sagradas
imágenes, no sólo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha
concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los
santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, con el fin de que den gracias a Dios por
ellos, y arreglen su vida y costumbres a los ejemplos de los mismos santos; así como para que se
exciten a adorar, y amar a Dios, y practicar la piedad. Y si alguno enseñare, o sintiere lo
contrario a estos decretos, sea excomulgado. Mas si se hubieren introducido algunos abusos en
estas santas y saludables prácticas, desea ardientemente el santo Concilio que se exterminen de
todo punto; de suerte que no se coloquen imágenes algunas de falsos dogmas, ni que den ocasión
a los rudos de peligrosos errores. Y si aconteciere que se expresen y figuren en alguna ocasión
historias y narraciones de la sagrada Escritura, por ser estas convenientes a la instrucción de la
ignorante plebe; enséñese al pueblo que esto no es copiar la divinidad, como si fuera posible que
se viese esta con ojos corporales, o pudiese expresarse con colores o figuras. Destiérrese
absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias,
y en el sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda
torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa; ni
abusen tampoco los hombres de las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener
convitonas, ni embriagueces: como si el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los
días de fiesta en honor de los santos. Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia
en este punto, que nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada
profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la casa de Dios la santidad. Y para que se
cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el santo Concilio que a nadie sea
lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en lugar ninguno, ni iglesia,
aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo. Tampoco se han de
admitir nuevos milagros, ni adoptar nuevas reliquias, a no reconocerlas y aprobarlas el mismo
Obispo. Y este luego que se certifique en algún punto perteneciente a ellas, consulte algunos
teólogos y otras personas piadosas, y haga lo que juzgare convenir a la verdad y piedad. En caso
de deberse extirpar algún abuso, que sea dudoso o de difícil resolución, o absolutamente ocurra
alguna grave dificultad sobre estas materias, aguarde el Obispo antes de resolver la controversia,
la sentencia del Metropolitano y de los Obispos comprovinciales en concilio provincial; de suerte
no obstante que no se decrete ninguna cosa nueva o no usada en la Iglesia hasta el presente, sin
consultar al Romano Pontífice.

                                                            
i
Madrid, Sarpe, 1986.
ii
García-Gallo, A. (Ed.). Antología de fuentes del antiguo Derecho, Madrid, 1975, pp. 776-777.
 

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