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En un artículo publicado por la Agencia de Noticias Zenit, Maurice Caillet, venerable de una
Logia francesa, revela secretos en su libro de reciente publicación “Yo fuy masón”.
MADRID, jueves, 6 noviembre 2008 (ZENIT.org).- Maurice Caillet, venerable de una Logia
francesa durante 15 años, desvela secretos de la Masonería en un libro recién publicado por
"LibrosLibres" con el título "Yo fui masón".
Fui recibido por un hombre que me dijo: "Señor, ha solicitado ser admitido entre nosotros.
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Yo fui masón: Mauricie Caillet
--En su libro "Yo fui masón" explica que la masonería fue determinante en la
introducción del aborto libre en Francia en 1974.
--Maurice Caillet: La elección de Valéry Giscard d'Estaing como Presidente de la República
francesa en 1974 llevó a Jacques Chirac a ser elegido Primer Ministro, teniendo éste como
consejero personal a Jean-Pierre Prouteau, Gran Maestre del Gran Oriente de Francia,
principal rama masónica francesa, de tendencia laicista.
En el Ministerio de Sanidad colocó a Simone Veil, jurista, antigua deportada de Auschwitz, que
tenía como consejero al doctor Pierre Simon, Gran Maestre de la Gran Logia de Francia, con el
cual yo mantenía correspondencia. Los políticos estaban bien rodeados por los que
llamábamos nuestros "Hermanos Tres puntos", y el proyecto de ley sobre el aborto
se elaboró con rapidez. Adoptada por el Consejo de Ministros en el mes de noviembre, la ley
Veil fue votada en diciembre. ¡Los diputados y senadores masones de derechas y de
izquierdas votaron como un solo hombre!
--Usted comenta que entre los masones hay obligatoriedad de ayudarse entre sí. ¿Sigue
siendo hoy así?
--Maurice Caillet: Los 'favores' son corrientes en Francia. Ciertas logias tratan de ser virtuosas,
pero el secreto que reina en estos círculos favorece la corrupción. En la Fraternal de los Altos
Funcionarios, por ejemplo, se negocian ciertas promociones, y en la Fraternal de
Construcciones y Obras Públicas se reparten los contratos, con consecuencias financieras
considerables.
--¿Usted se beneficio de esos favores?
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después, tras tener un conflicto con mis tres socios de la clínica, otro "hermano
masón", Jean, director de la Caja de la Seguridad Social, al enterarse de este conflicto,
me propuso asumir la dirección del Centro de Exámenes de Salud de Rennes.
--¿Afectó a su carrera profesional el abandono de la masonería?
--Usted era miembro del Partido Socialista y conocía a muchos de sus "hermanos"
que se dedicaban a la política. ¿Podría decirme cuántos masones hubo en el Gobierno de
Mitterrand?
--Maurice Caillet: La masonería, en todas sus obediencias, propone una filosofía humanista,
preocupada ante todo por el hombre y consagrada a la búsqueda de la verdad, aun afirmando
que ésta es inaccesible.
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Yo fui masón: Mauricie Caillet
Rechaza todo dogma y sostiene el relativismo, que coloca a todas las religiones en un mismo
plano, mientras que desde 1723, en las Constituciones de Anderson, ella se erige a sí misma
en un plano superior, como "centro de unión".
De ahí se deduce un relativismo moral: ninguna norma moral tiene en sí misma un origen
divino y, en consecuencia, definitivo, intangible. Su moral evoluciona en función del consenso
de las sociedades.
--Y, ¿cómo encaja Dios en la masonería?
--Maurice Caillet: Para un masón, el concepto mismo de Dios es especial, y eso si es que se le
menciona, como en las obediencias llamadas espiritualistas.
En el mejor de los casos es el Gran Arquitecto del Universo, un Dios abstracto, pero solamente
una especie de "Creador-maestro relojero", como le designa el pastor Désaguliers,
uno de los fundadores de la masonería especulativa.
A este Gran Arquitecto se le reza, si se me permite la expresión, para que no intervenga en los
asuntos de los hombres, y ni siquiera se le cita en las Constituciones de Anderson.
--Maurice Caillet: Como tal no existe en la masonería salvo en el plano terrenal: es el elitismo
de las sucesivas iniciaciones, aunque éstas puedan considerarse pertenecientes al ámbito del
animismo, según René Guènon, gran iniciado, y Mircea Eliade, gran especialista en religiones.
Es, también, la búsqueda de un bien que no se especifica en ninguna parte... puesto que la
moral evoluciona en la sinceridad, la cual, como todos sabemos, no es sinónimo de verdad.
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Yo fui masón: Mauricie Caillet
--Maurice Caillet: Es muy ambigua. En principio, los masones proclaman con firmeza una
tolerancia especial hacia todas las creencias e ideologías, con un gusto muy marcado por el
sincretismo, es decir, una coordinación poco coherente de las diferentes doctrinas espirituales:
es la eterna gnosis, subversión de la fe verdadera.
Por otra parte, la vida de las logias, que ha sido mía durante 15 años, revela una animosidad
particular contra la autoridad papal y contra los dogmas de la Iglesia católica.
--¿Cómo comenzó su descubrimiento de Cristo?
--Maurice Caillet: Yo era racionalista, masón y ateo. Tampoco estaba bautizado, pero mi mujer
Claude estaba enferma y decidimos ir a Lourdes. Mientras ella estaba en las piscinas, el frío
me obligaba a refugiarme en la Cripta, donde asistí, con interés, a la primera misa de mi vida.
Cuando el cura, al leer el Evangelio, dijo: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá', se produjo un choque tremendo en mí porque esta frase la oí el día de mi iniciación en
el grado de Aprendiz y la solía repetir cuando, ya Venerable, iniciaba a los profanos.
En el silencio posterior -pues no había homilía- oí claramente una voz que me decía: ‘Bien.
Pides la curación de Claude. Pero ¿qué ofreces?'. Instantáneamente, y seguro de haber sido
interpelado por Dios mismo, sólo me tenía a mí mismo para ofrecer. Al final de la misa, acudí a
la sacristía y pedí Inmediatamente el bautismo al cura.
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Quizá desde ámbitos masónicos se hubiese preferido una obra de largas diatribas fáciles de
descalificar. No las hay, salvo una exposición final, lúcida como pocas a tenor de lo que antes
el autor nos ha contado, sobre la incompatibilidad entre la masonería y el cristianismo, al que
se convirtió antes incluso de abandonar las logias.
Quizá se hubiese preferido también que pintara a los masones con cuernos y rabos de
demonio, y sus tenidas como acontecimientos delictivos y sangrientos. Pero el autor escribe
con absoluta sencillez y verismo, y si bien la descripción de los rituales impresiona por su
carácter tenebroso, lo interesante de la narración es cómo los va viviendo un protagonista
neófito la primera vez que pasa por ellos.
Quizá, en fin, se hubiese preferido poder catalogar la de Caillet en esa categoría de obras
antimasónicas que, incluso con buenos fundamentos, caen en la desmesura y la conspiranoia.
Pero nada de eso hay. Yo fui masón nos dibuja sin embargo, con el testimonio de quien lo ha
vivido, una organización muy celosa del secreto sobre sus miembros, muy compartimentada
para proteger a los grados superiores de que los grados inferiores conozcan quiénes son, y
que obliga a prestar prácticamente a ciegas un juramento de lealtad con graves amenazas para
quien lo viole.
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Lealtad, ¿a qué? En la práctica, y a tenor de lo que nos cuenta Caillet, al secreto sobre los
favores mutuos prestados. De hecho, él entró por simpatía hacia los ideales de Libertad,
Igualdad y Fraternidad, y hacia los Derechos Humanos que creía ver en la masonería, y se
desengañó cuando, con ocasión de un acoso laboral que padeció a manos de su jefe -también
masón- comprobó cómo los hermanos a los que acudía olvidaban la Libertad, la Igualdad y la
Fraternidad, y los Derechos Humanos, para no enfrentarse entre sí ni perjudicar su futuro en la
organización.
¿Quién es Caillet?
Pero es momento de recapitular para presentar al autor, y para que se entienda mejor el
sentido de su desengaño.
Caillet era un cirujano de convicciones agnósticas (ni siquiera estaba bautizado), divorciado,
militante del Partido Socialista Francés (PSF), y dedicado, entre otras tareas de su área
urológica y obstétrica, a las esterilizaciones y a la difusión de los Dispositivos Intrauterinos y del
aborto. Llegó a practicar las eufemísticas IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) antes y
después de su aprobación legal en Francia, aunque confiesa cómo al poco tiempo el horror de
las intervenciones le hizo comprender que sus manos y su ciencia no estaban para matar seres
humanos, sino para curarlos. Así que dejó de provocar abortos muchos años antes de
abandonar sus convicciones masónicas.
Y son todas estas pequeñas revelaciones, donde no aparecen demonios sino hombres de
carne y hueso, donde no hay diatribas sino exposiciones sencillas de hechos de una vida, las
que al final constituyen la gran revelación de Caillet sobre la debatida institución: el secreto
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como protección e influencia, un poder más allá de cualquier teórico principio, y una Verdad y
una Luz que se promete a los iniciados y que apenas llega más allá de conocer quién está por
encima de uno. Con un camino abierto, eso sí, a prácticas ocultistas y supersticiosas en las
que cayó nuestro protagonista incluso a pesar del racionalismo cientificista que profesaba.
Tolerancia... cero
Caillet cuénta cómo en la masonería que él conoció durante quince años (llegó al grado 18)
convivían una teórica tolerancia religiosa con una habitual mofa de la religión. Cuando él se
convirtió al cristianismo (en circunstancias que no desvelaremos aquí, y constituyen la segunda
parte del texto), lo anunció en su logia y la reacción fue gélida y hostil. No duró mucho más
como miembro activo. No recibió presiones, aunque sí una amenaza de muerte vinculada más
a su denuncia laboral por acoso -que tocaba a masones de renombre y con futuro- que al
cambio de convicciones, por lo demás aún no producido.
Yo fui masón es un testimonio impactante. De los muchos y buenos libros que pueden
encontrarse sobre la masonería (el de José Antonio Ullate, El secreto masónico desvelado, es
imprescindible para entender sus principios), es el que proporciona un retrato más pegado a la
tierra sobre qué persiguen sus miembros y qué puede ofrecerles la institución.
Maurice Caillet escribe con una sencillez sello de la verdad que cuenta: quince años de su
vida que empezaron con una venda sobre los ojos, empujado a través de un ruido
ensordecedor por personas a las que desconocía, para adquirir compromisos que no pudo
romper sin pasar -él y su esposa- un calvario de exclusión y dificultades económicas.
Luego vinieron la Verdad y la Luz, sí, pero no precisamente las que le habían prometido en
aquel viejo edificio de Rennes (Bretaña), con una espada amenazante en el pecho.
(Tomado de El Semanario Digital.com - http://elsemanaldigital.com/articulos.asp?idarticulo=8
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