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Estamos hablando del nacimiento de la prisión y con ella el nacimiento, según

Foucault, de la subjetividad moderna. Pero aún no llegamos ahí. En el primer vídeo,


hablamos del poder monárquico y las reformas al castigo que empezaron a hacerse
en el siglo XVIII. A la base de estas reformas está la noción de un arte o tecnología de
la representación en la que el castigo funciona como un signo. Ahora bien, los signos
comunican información sobre algo que llamamos su objeto. Si el castigo es el signo,
entonces su objeto es el crimen que castiga, y el público o receptor del signo no es
únicamente el criminal sino la sociedad en general. Un ejemplo es Hester Pryne,
protagonista de la Letra escarlata. La idea de todo esto es que el castigo sea como
un libro que se lee, cuyo efecto es la reforma del alma; no se trata de extirpar una
parte de la totalidad sino de su reintegración en ella.
Ahora bien, como un libro cerrado no puede leerse, un castigo que no está a
la vista de la sociedad tampoco tendrá su efecto. Más adelante, con el nacimiento de
la prisión, el castigo se llevará a cabo tras los muros de la cárcel, lejos de la vista
pública. Pero de momento, para que el castigo tenga el efecto sanador que se le
pretende, el criminal tiene que estar en contacto con la sociedad. Lejos de ser
torturado o encerrado, la idea de los reformadores es que el criminal ande entre sus
compatriotas llevando a cabo obras públicas, trabajando en caminos, plazas públicas
y otros sitios de confluencia pública limpiando, reparando, haciendo lo que hiciera
falta, con tal de ser visible y de portar la representación de sus crímenes. De esta
manera, la sociedad se beneficiaba de su labor pero también de la moraleja que
comunicaba. Con un solo golpe se daba la reforma de almas y la moralización de la
sociedad.
Podemos resumir la diferencia entre el poder monárquico y las nuevas ideas
de los reformadores de tres maneras:

a. El castigo del soberano era localizado y activado de forma discontinua.


b. Se procuraba que el castigo, en tanto signo, se circulara de la manera más amplia
y continua posible.

a. El poder del soberano se aplicaba directamente al cuerpo del criminal.


b. Una técnica de manipulación de signos se aplicaba a la mente.

a. Durante la tortura, el criminal confesó su crimen.


b. El sujeto jurídico proclamaba su lección moral mediante los signos que circulaba
a lo ancho y largo de la sociedad.

Esta ideas lograron implementarse en alguna medida en Francia y Alemania.


Estamos hablando de más o menos la época de la Revolución francesa. Pero no duró
mucho tiempo, ya que pronto empezó a llamar la atención experimentos que los
holandeses, los ingleses y los cuáqueros en los EEUU estaban llevando a cabo con lo
que se llamaría la prisión.
Una diferencia muy clara con respecto al modelo de los reformadores es que
el criminal no circula en la sociedad sino que está encerrado tras los muros de la
prisión, pero sí comparte con ese modelo la importancia del trabajo. El trabajo de los
presos sostendría en buena parte los gastos de la prisión. Sin embargo, la gran
innovación de la prisión no es ni el aislamiento del criminal ni el trabajo que hace. No
busca aniquilarlo, ni que sirva cómo medio para representaciones con valor moral.
Más bien, de lo que se trata es la modificación de conducta, tanto del cuerpo cómo
del alma, mediante la aplicación precisa de técnicas de conocimiento y poder. Ya no
se trata de la venganza, ni de la lección moral, sino de la producción de lo que
Foucault llama “cuerpos dóciles”. Cómo el castigo monárquico, la atención vuelve a
prestarse al cuerpo del criminal, pero con la finalidad no de aplastarlo y
desmembrarlo, sino de entrenarlo, ejercerlo y supervisarlo. El medio a través del cual
este entrenamiento se lleva a cabo es lo que Foucault describe como una vigilancia
continua y total. Donde los reformadores hablaban de un arte o tecnología de la
representación para la reforma del alma, el arte de la prisión era una tecnología
disciplinaria para la modificación de la conducta. Es importante entender que la
prisión, para Foucault, sirve simplemente de lente, ya que el mismo fenómeno podría
analizarse en otras instituciones como el hospital o la la escuela, la fabrica o el
ejército. Foucault está interesado no en una institución en particular, sino en lo que
sucede en ella, en los procedimientos que llama disciplinarios.
Está muy claro cómo funciona el poder destructivo del monarca. El poder que
Foucault describe cómo positivo y que puede verse en el funcionamiento de las
prisiones es su mayor aporte teórico en este libro. ¿Cómo funciona ese poder?
Estamos ya en la tercera parte del libro sobre la disciplina. Su primera sección
se llama “Los cuerpos dóciles”. La finalidad de la tecnología disciplinaria, dice
Foucault, es la creación de cuerpos dóciles, los cuales pueden ser sometidos,
utilizados, transformados y perfeccionados. ¿De qué manera? Veamos.
En primera instancia, el poder se aplica al cuerpo no como una simple
totalidad sino cómo un compuesto de partes, las cuales tienen que ser separadas y
tratadas individualmente. Cada unidad, el brazo por ejemplo, está sometida a un
entrenamiento muy preciso, la meta del cual es control y eficiencia en su operación
así como en la operación de la totalidad de la que es parte. Vemos un perfecto
ejemplo de esto en los desfiles militares. Vemos los soldados pasar en filas cómo si
fueran máquinas, como si el conjunto de todos fuera una sola máquina. Y eso es el
punto - la cuestión de escala. Para que cientos o miles de soldados funcionen de
manera unida, el cuerpo de cada uno tiene que funcionar así, y para eso cada parte,
partes pequeñas como manos y piernas, tienen que funcionar de una forma precisa.
El control de grandes poblaciones tiene su base no en un poder espectacular y
destructivo, sino en un poder muy pequeño, un micropoder, ejercido sobre las
diversas partes del cuerpo.
En segundo lugar, la dimensión representativa o significativa del castigo que
tanto resaltaban los reformadores, pierde por completo su importancia en el
contexto carcelario. En la prisión, el criminal no es un sujeto para ser escuchado ni un
signo para ser leído, sino un objeto para ser moldeado. Volviendo a nuestro ejemplo
del ejercito y los soldados, antiguamente un soldado se consideraba bueno en
función de su valor. Para los ejércitos modernos, este criterio ya no tenía sentido. Lo
que importaba no era el coraje del alma, sino el funcionamiento del cuerpo, su
organización formal en términos de la reacción disciplinada de sus partes
constituyentes – brazo, pierna, ojo, mano. Si primero se trata de dividir el cuerpo de
acuerdo con sus partes, aquí se trata de eliminar de esas partes todo aspecto
significativo, lo cual permite formalizar las operaciones que relacionan estas partes,
para luego aplicar estas operaciones a una escala mayor, como la del ejército. Cómo
habíamos comentado, la disciplina no es una cosa, no es una institución, sino un
procedimiento: reducir a partes, entrenar de forma mecánica, formalizar operaciones
y relaciones, y aplicar a escala mayor. Esto lo vemos en el ejército, pero también en
las fábricas. Este procedimiento lo implementó Henry Ford en la cadena de montaje
en sus fábricas. Así logró no sólo mayor eficiencia en el proceso de producción sino
también en la estandarización de su producto. Aunque, el producto más llamativo no
son los coches que producía, sino la nueva clase de seres humanos que trabajaban
en sus fábricas.
Otro aspecto importante para la creación de cuerpos dóciles es el uso del
espacio y el tiempo. Para que el poder actúe de manera disciplinaria, los cuerpos no
pueden estar donde sea, sino encerrados dentro de un lugar específico – la prisión, el
hospital, la escuela, etc. Y dentro de ese espacio, ubicados en algún punto de una
red, sea ese punto un pupitre, una celda, un pabellón o, en el caso de los
aeropuertos, una fila. En los vuelos que tomé en febrero y marzo de este año durante
el brote del coronavirus, llegaba a un aeropuerto y los nacionales iban en una fila, los
extranjeros en otro, y además había gente revisando la temperatura con esos
aparatos que ponían en la frente de uno, sacando algunos para formar otra fila, y
aparte había perros de la policía revisando las maletas con su olfato. El aeropuerto es
un encierre que toma una masa potencialmente peligrosa que baja de un avión y con
su organización estructural la individualiza en términos de nacionalidades,
mercancías, y enfermedades. La organización espacial del aeropuerto tiene cómo
resultado dos posibilidades – o bien uno logra entrar o salir del país, o no. En otras
instituciones, como las escuelas y las fábricas, la organización se presta a mayores
posibilidades de control mediante la distinción de diferentes niveles o valores. Al
menos antiguamente, el lugar donde los alumnos se sentaban en la distribución
reticulada de los pupitres indicaban su nivel en la clase, su logro académico, que
también se reflejaba en sus calificaciones. Por cierto, las calificaciones vienen de la
práctica en las fábricas de calificar los productos que salían de la cadena de montaje
en cuanto a su calidad. En fin, lo que una compleja organización del espacio permite,
para Foucault, es la distinción de rango. Dice: “La disciplina, arte del rango y técnica
para la transformación de las combinaciones. Individualiza los cuerpos por una
localización que no los implanta, pero los distribuye y los hace circular en un sistema
de relaciones”.
Junto con la organización del espacio es aquella del tiempo, un horario que
rige actividades a lo largo del día de manera continua. Cómo vimos, uno de los
defectos del poder monárquico era que se aplicaba de manera discontinua,
esporádica, lo cual permitía conducta no controlada. Un poder constantemente
aplicado logrará un control mucho más eficiente. Dice Foucault: “Se define una
especie de esquema anatomo-cronológico del comportamiento. El acto queda
descompuesto en sus elementos; la posición del cuerpo, de los miembros, de las
articulaciones se halla definida; a cada movimiento le están asignadas una dirección,
una amplitud, una duración; su orden de sucesión está prescrito. El tiempo penetra el
cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder”.
Bien, los cuerpos, reducidos a sus partes y sometidos a una organización
espacio temporal, ya están en condiciones de ser entrenados. Dice Foucault: “El
éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: la
inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un
procedimiento que le es específico: el examen”.
La observación jerárquica tiene que ver con estructuras arquitectónicas que
permiten mayor y mejor observación por parte de una autoridad a los que ocupan
una institución. En muchas situaciones, esto se trata de una parte del espacio de
trabajo que esté elevada, permitiendo que el jefe or gerente supervise a los demás.
Siendo observados, los trabajadores, o alumnos en el caso de la escuela, se portan
bien y hacen lo que tienen que hacer. Muchas veces, las ventanas de las oficinas del
gerente, en una tienda por ejemplo, son polarizadas, de modo que los trabajadores
no saben si el jefe lo esta observando o no. Esto es un legado del famoso panóptico
propuesto por Jeremy Bentham. En este modelo para una prisión perfectamente
eficiente, las celdas están construidas para formar un cilindro de 4 ó 5 pisos de altura
y con una torre central en medio. Los lados de cada celda que dan al interior y el
exterior son transparentes, bueno, hechos con barras verticales, y los muros entre
cada celda opacos, de manera que los presos no pueden ver a su vecino pero sí a la
torre central que contiene guardianes mirándolos, vigilándolos. El detalle es que,
con ventanas polarizadas, los presos no saben si le están observando o no, por lo que
tiene que suponer que sí lo están viendo, y por eso portarse bien constantemente.
Lo importante aquí es que el preso mismo empieza a ser cómplice en el control de su
conducta debido no a lo que realmente está sucediendo en su entorno, sino a una
creencia suya. Su creencia, en efecto, lo mantiene sojuzgado. Esto es el
panopticismo.
Darse cuenta de lo que está pasando aquí es darse cuenta de la verdad de eso
que vimos en el último vídeo: “sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base
inquebrantable de los Imperios más sólidos”. No se trata de la CIA implantando un
chip en el cerebro de uno, sino de uno mismo adoptando ciertas creencias por
cuenta propia. En el lenguaje de Foucault, se trata de internalizar normas, con lo cual
el grado de control expande exponencialmente. Recordemos que la palabra “vigilar”
está en el propio título del libro, indicando que para Foucault es la nueva forma de
castigar. Sin embargo, cómo vimos con el panóptico, su función no es meramente
negativa. Además de impedir infracciones, posibilita la creación de un alma, de la
subjetividad moderna.
Entonces, en el entrenamiento de los cuerpos dóciles tenemos primero la
inspección jerárquica con base en lo cual puede funcionar lo que Foucault llama la
sanción normalizadora. Esto consiste en juzgar, evaluar y clasificar personas, creando
así distinciones y de esta manera individualizando los que se observan. A la base del
juicio es una distinción entre lo normal y lo anormal. Las calificaciones de los
alumnos, premios para empleados (como el “empleado del mes”), los diferentes
medallas y colores de los uniformes militares, todo esto constituye una manera de
establecer una norma deseable y, mediante la distinción en diferente niveles entre
los alumnos o empleados, el motivo para alcanzar esa norma. Lo poderoso de la
norma es que no es algo simplemente impuesto, sino un valor que la gente llega a
interiorizar ellos mismos. Foucault lo caracteriza de forma sucinta al decir que es: “La
penalidad perfecta que atraviesa todos los puntos, y controla todos los instantes de
las instituciones disciplinarias, compara, diferencia, jerarquiza, homogeneiza, excluye.
En una palabra, normaliza”.
Cómo final, el examen es lo que facilita la adopción de normas ya que
introduce los temas de verdad y conocimiento en el mecanismo del control. El
examen médico, por ejemplo, analiza los valores y medidas para varias dimensiones
del cuerpo humano y su funcionamiento, comparándolos con los valores “normales”
para una población dada. Lo mismo con el examen psicológico. Las normas médicas
o psicológicas se toman como la verdad de nosotros mismos, algo al que aspiramos
en la brecha o gama entre lo anormal y lo normal. Por ejemplo, una persona con
gusto sexual por miembros de su propio sexo adopta la heterosexualidad cómo
norma y de esta manera controla su propia conducta.
En la sociedad disciplinaria moderna, hay jueces de la normalidad en todas
partes, el trabajador social, el maestro, el médico, el psicólogo. Evalúan y
diagnostican cada individuo de acuerdo con un conjunto de normas que no sólo
controlan la conducta de esos individuos, sino que de antemano los crea cómo
especies o casos de la propia conducta que se pretende controlar, o sea, el
delincuente, el homosexual, el enfermo, etc.
Esto es lo que Foucault quiere decir cuando habla del poder disciplinario
como positivo, creando almas o sujetos. El sujeto en que pensamos cuando
pensamos en el castigo y la justicia es el sujeto jurídico. En ese caso, hay un sistema
de leyes claramente definidas cuya violación trae como consecuencia cierto castigo
que consiste en ser confinado durante X tiempo. El sujeto jurídico paga con la
privación de su libertad durante un tiempo, al final del cual vuelve a la sociedad.
Contrastado con esto es el sujeto carcelario que hemos estado describiendo en este
vídeo. O mejor que carcelario, porque así pensamos que se trata sólo de presos en
una prisión, podríamos llamarlo sujeto psicológico. ¿Cuál es la diferencia? El sujeto
que, bajo el esquema jurídico, es culpable de una ofensa, se transforma, bajo el
esquema carcelario, en un delincuente, un tipo de persona, caracterizado por tener
cualidades anormales. El poder disciplinario hace mucho más que confinar o privar.
Las prácticas de observación, juicio y examen, usando nociones epistémicas de
normalidad y anormalidad, moldean la conducta y producen nuestros propios yoes,
el sujeto psicológico moderno.
En la antigüedad, Sócrates dijo que el cuerpo era la prisión del alma, que la
vida no era más que el proceso de morir, el alma liberándose del cuerpo en el
momento de la muerte. Foucault invierte esta idea. Dice: “El alma, efecto e
instrumento de una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo”. Por alma, quiere
decir ese sujeto carcelario que hemos venido analizando, un sujeto cuyas propias
creencias sobre sí mismo y el mundo, creencias producidas en la intersección de la
observación, la normalización y el examen, tienen efectos muy concretos en cuanto al
control de su cuerpo y su experiencia de vida.
En el próximo vídeo, veremos algo de la biopolítica de Foucault que se basa
sobre estas consideraciones, lo que dice Gilles Deleuze sobre la sociedad y el
control, y cómo estos dos autores nos pueden ayudar a comprender las posibilidades
de vigilancia y control en el entorno digital de nuestro mundo actual.

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