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Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la tolerancia, en una obra que dio
mucho que hablar en su tiempo. En la citada obra, desarrolla una serie de argumentos a favor de
la tolerancia de los gobiernos; argumentos que en algunos aspectos aun se puede considerar que
tienen una enorme vigencia. Se trata de la Carta sobre la tolerancia, escrita en 1685.15 Esta obra,
como la naciente idea de tolerancia, resulta estrechamente vinculada al surgimiento del mundo
moderno; representa la expresión y el reflejo de una concepción del estado que ha desembocado
en las actuales democracias liberales, las cuales reposan sobre la libertad de los individuos;
libertad que se ha de materializar, entre otras cosas, en la posibilidad de mantener cualquiera de
los cultos religiosos. De hecho, el propósito estricto de la Carta fue fundamentar sobre bases
firmes la libertad religiosa.
Pues bien, frente a ello, el modelo de estado democrático liberal, nacido con la Modernidad,
considera necesario establecer una serie de libertades en los individuos, dentro de las cuales está
la libertad religiosa, hoy, equiparable a la libertad de conciencia. Resulta inseparable la defensa de
la tolerancia como consentimiento del surgimiento de este tipo de estado. La lucha contra la
intolerancia y, consecuentemente, la consagración de la libertad religiosa y de conciencia como un
derecho político, ha estado ligada históricamente al proceso de constitución del Estado
democrático liberal, uno de cuyos elementos integrantes es el reconocimiento de la personalidad
individual como origen, fin y limitación de la actividad estatal.
Pedro Bravo Gala, en la introducción a la edición citada de la obra de Locke, también señala que la
marcha hacia la tolerancia aparece ligada a la marcha hacia la idea de libertad y la eliminación de
coacciones por parte de los estados. En esta realización histórica de los principios individualistas,
fueron hitos la Reforma Protestante, las revoluciones inglesa y americana y francesa y la
Ilustración. Estos principios se resumen en la idea de libertad personal, que considera un dominio
de acción exclusivo del individuo, inmune a la acción del poder político. Se defiende, desde esta
perspectiva, la reducción al mínimo del grado de coacción ejercido por el estado y su influencia en
la vida del individuo. Dentro de este ámbito, exclusivamente individual, se ubica la creencia
religiosa. Esta tolerancia ligada a lo religioso, acabará estando a la libertad personal en todas las
esferas, además de la religiosa, que no afecten al prójimo. La tolerancia, una vez desborde el
campo de lo religioso, acabará íntimamente vinculada a la libertad de pensamiento.
la tolerancia de aquellos que difieren de otros en materia de religión se ajusta tanto al Evangelio
de Jesucristo y a la genuina razón de la humanidad, que parece monstruoso que haya hombres tan
ciegos como para no percibir con igual claridad su necesidad y sus ventajas
(pág. 8)
Esta sería la justificación teológica de la tolerancia religiosa, en la que Locke usa el sentido del
propio cristianismo para justificar una tolerancia de raíz cristiana.
El cuidado de las almas no está encomendado al magistrado civil ni a ningún otro hombre (pág.
9), ni por Dios ni por los otros hombres.
Su poder no alcanza el ámbito de la creencia, pues todo lo más que se puede hacer en este
terreno es persuadir, pero no mandar. No es posible mandar que se crea algo; los castigos no son
eficaces para producir la fe verdadera. La fe no es fe si no se cree (pág. 10).
Si el magistrado tuviera que ver en las cuestiones de salvación, los hombres deberían su
felicidad o su miseria eternas a los lugares donde hubieran nacido (pág 12), quedando descartada
la responsabilidad del propio individuo.
¿Hasta dónde se extiende el deber de tolerancia y en qué medida obliga a cada uno? Locke aborda
el tema de los límites de lo tolerable en cuatro puntos:
Ninguna Iglesia está obligada en virtud del deber de tolerancia a retener en su seno a una
persona que, después de haber sido amonestada, continúa obstinadamente transgrediendo las
leyes de la sociedad (pág. 18). Nunca cabe el uso de la fuerza o el castigo, pero sí se justifica la
expulsión del propio seno de quien no se amolda a las reglas de la sociedad eclesiástica.
Ninguna persona privada tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a otra persona en
sus goces civiles porque sea de otra Iglesia o religión (pág. 18). La tolerancia no Solo debe ejercerla
el magistrado, sino las propias Iglesias entre sí, pues el poder civil no les corresponde. Solo el
poder civil puede coaccionar, pero tampoco puede hacerlo para obligar a seguir una religión
determinada. Resulta intolerable, por tanto, quien procure emplear la fuerza para coaccionar en
materia religiosa.
Quien debe decidir qué Iglesia es la verdadera es solo Dios. No se puede saber cuál lo es, y aunque
se supiera, la verdadera Iglesia no tendría derecho a destruir a la otra. En esto, Locke propugna
una amplia libertad religiosa:
Nadie, (...), ni las personas individuales ni las Iglesias, ni siquiera los Estados, tienen justos títulos
para invadir los derechos civiles y las propiedades mundanas de los demás bajo el pretexto de la
religión
Pág. 22
.
Esto es porque
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Lo cual quiere decir que nunca habrá paz mientras no haya tolerancia. Este es uno de los
principales motivos esgrimidos por numerosos pensadores para pretender la universalización de
un espíritu de tolerancia que englobe diversos aspectos.
3º. La autoridad de los curas no puede ir más allá de lo estrictamente religioso: La Iglesia en sí es
una cosa absolutamente distinta y separada del Estado (pág. 23). En esta idea se soporta todo
argumento a favor de la tolerancia. Si se mezclan Iglesia (Religión) y Estado, si el Estado asume
funciones religiosas, será imposible que tengamos una sociedad tolerante, por lo menos en lo
religioso. Con este espíritu, las constituciones de los actuales estados democráticos declaran la
aconfesionalidad de los mismos. Si un estado es confesional, las libertades no están garantizadas,
en la medida en que se impone un modo de vida. La tolerancia política requiere un Estado neutral
en cuanto a religión se refiere.
4º. Nuevamente insiste Locke: El cuidado de las almas no corresponde al magistrado (pág. 26). No
se puede salvar a los hombres contra su voluntad y, además, la mayoría de las veces las
discrepancias lo son en cuestiones frívolas. Cuál sea el camino correcto lo dilucida cada hombre en
privado. Sea o no por consejo de una Iglesia, si no hay íntima convicción, no hay salvación.
Solamente la fe y la sinceridad interior procuran la aceptación de Dios (pág. 33).
La persecución es anticristiana.