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La evolución demográfica
Al comparar la evolución de la población española durante el siglo XIX con la de otros países
europeos, apreciamos un ritmo lento de crecimiento pues, en algo más de un siglo, la
población de España únicamente aumentó un 77% (de 10,5 millones de habitantes en 1797 a
18,7 millones en 1900), mientras países como Alemania la duplicaron y la primera potencia de
la época, Gran Bretaña, la cuadruplicó. Esto se debió a que en la mayor parte de Europa se
pasó de un modelo demográfico antiguo a otro moderno, por efecto de la revolución
industrial y la mejora en las condiciones de vida (lo que se conoce como modelo europeo de
transición demográfica). La industrialización hizo aumentar la población al mantener altas
tasas de natalidad pero reduciendo la mortalidad.
En España, sin embargo, prevaleció el Régimen Demográfico Antiguo caracterizado por una
alta Tasa de Natalidad (34 por mil), pero contrarrestada por una Tasa de Mortalidad también
muy elevada (29 por mil), en especial infantil, lo que limitaba el crecimiento natural de la
población. Tampoco la esperanza de vida era muy elevada, unos 35 años, cuando en Inglaterra
estaba por encima de los 43.
Las causas de esta elevada mortalidad hay que buscarlas en las duras condiciones de vida:
hambrunas periódicas; enfermedades endémicas como el paludismo o la tuberculosis y
epidemias como la viruela y el cólera que mermaban a la población periódicamente.
Crisis de subsistencias
Las crisis de subsistencias provocaron hambrunas periódicas (1804, 1812, 1817, 1823,1837…,
1882, 1887,1898), al menos doce veces a lo largo del S. XIX. En un país con una economía
fundamentalmente agrícola, la falta de alimentos se debía tanto a factores coyunturales
(sequías, heladas), como a factores estructurales (agricultura de bajo rendimiento, escasa
capacidad de almacenamiento, deficiente red de transportes para distribuir los excedentes).
Enfermedades endémicas
Epidemias
Provocaron altos porcentajes de mortalidad. Aunque la peste bubónica tuvo escasa incidencia
en Europa a partir del siglo XVIII, otras enfermedades como el cólera, el tifus o la fiebre
amarilla la sustituyeron. Fueron terribles las epidemias de fiebre amarilla que afectaron a
Andalucía a principios del S. XIX, y la epidemia de cólera que afectó al área levantina en 1885.
La excepción catalana
Uno de los procesos que se van a acentuar en el siglo XIX son las descompensaciones en la
distribución territorial de la población española. Las ventajas económicas y un mejor acceso a
las comunicaciones y al comercio provocaron un desplazamiento continuo de las poblaciones
del interior peninsular hacia las áreas costeras. Ese flujo migratorio iniciado en el siglo XVIII
tuvo dos corrientes: de norte a sur (a los puertos de Cádiz, Málaga y el valle del Guadalquivir) y
de la meseta a Levante. En consecuencia, la población meridional y levantina pasó de
representar del 38% de la población española al inicio del siglo al 45% al terminarlo. Mientras
la del norte y la meseta descendía en igual proporción.
El desarrollo urbano
En 1900 la mayor parte de la población española era rural. Casi el 90% de la población vivía en
localidades de menos de 100.000 habitantes. Únicamente Madrid y Barcelona estaban en
torno al medio millón de habitantes cuando en Europa las grandes capitales superaban el
millón.
La escasa y tardía industrialización española, con la excepción catalana, aplazó el éxodo rural a
las ciudades hasta casi finales de siglo. No obstante, el aumento de la población urbana,
aunque lento, supuso la transformación espacial de las ciudades que derriban sus murallas y
crean ensanches y barrios burgueses como el Ensanche (eixample) de Barcelona iniciado en
1860 por Ildefonso Cerdá o el barrio de Salamanca en Madrid al gusto de las nuevas clases
dirigentes: la burguesía empresarial y financiera y los altos cargos de la administración, con
edificios en manzana cerrada, anchas avenidas y jardines para pasear y que los niños jueguen.
Mientras los suburbios periféricos se llenaban de infraviviendas, viviendas comunales y
corralas convertidas en barrios obreros.
8.2. La Revolución Industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones:
el ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.
La industria textil
La minería
El país seguía siendo rico en materias primas minerales: hierro, plomo, cobre, mercurio…,y los
yacimientos se encontraban cerca de zonas portuarias. Sin embargo, no había en España ni
capitales, ni conocimientos técnicos, ni demanda para explotarlos. La situación cambió con la
aprobación de la ley de minas de 1868, que pretendía atraer al capital extranjero dando
facilidades para la adjudicación de concesiones. Los principales yacimientos quedaron en
manos de compañías extranjeras que exportaban los minerales a sus países de origen por lo
que España se convirtió en proveedora de materias primas sin que llegara a crearse una
industria transformadora. No obstante, la minería se convirtió en el sector más dinámico de la
economía nacional y era uno de los principales activos de la balanza comercial y de entrada de
ingresos por medio de las exportaciones.
La siderurgia
La única industria pesada que se intentó desarrollar fue la industria siderúrgica aprovechando
la abundancia de hierro. Sin embargo, España carecía de carbón de buena calidad (coque) y de
demanda de productos siderúrgicos, por lo que la localización de las ferrerías y altos hornos
fueron cambiando a lo largo del S. XIX. A mediados de siglo se situaban en torno a Málaga pero
la falta de carbón mineral encarecía el producto. En los años ochenta del siglo XIX, la industria
siderúrgica se trasladó al norte, primero a Asturias, por su abundancia de carbón, y después a
Vizcaya debido a sus minas de hierro. A finales de siglo la siderurgia vizcaína favoreció el
desarrollo industrial del País Vasco convirtiéndose en el núcleo de la industrialización
española. Además se creó un importante eje comercial entre Bilbao y Gran Bretaña (eje
Bilbao- Cardiff), en el que había un intercambio de hierro por carbón.
La energía
La revolución industrial estuvo estrechamente vinculada al carbón como fuente de energía. Sin
embargo, el carbón español era escaso y de mala calidad. Además, durante gran parte del siglo
XIX, en España se siguieron utilizando fuentes de energía y de tracción tradicionales: leña,
molinos de agua y de viento; carros y barcos de vela. El consumo de carbón únicamente creció
en la última mitad del siglo estimulado por la aparición del ferrocarril, la navegación a vapor y
la industrialización.
a) La industrialización española fue muy escasa pese a los intentos de los gobiernos
liberales por incentivarla. En la práctica sólo se desarrollaron dos focos periféricos: la
industria textil en Cataluña y la siderúrgica en el País Vasco. Ambos sectores, aunque
eran poco competitivos, se mantuvieron gracias a la política proteccionista del
gobierno que imponía fuertes aranceles para proteger a la industria nacional pero, a su
vez, cerraba el mercado español al progreso.
b) Predominio de capital extranjero: La industria española tenía gran dependencia
técnica, financiera y energética del exterior.
c) Baja capacidad productiva.
d) Debilidad del mercado interno por la insuficiente demanda nacional debida a la
escasa capacidad adquisitiva de la mayor parte de la población española.
Los transportes
El transporte marítimo
Experimentó grandes mejoras a lo largo del S. XIX, con la incorporación de los barcos de vapor
y veleros rápidos como el clipper. También se reformaron los puertos aunque el comercio se
concentraba en los de Cádiz, Barcelona, Santander, Bilbao, Málaga y la Coruña.
El comercio español carecía de un mercado interior único y homologado. A las trabas legales
heredadas del Antiguo Régimen: privilegios gremiales, peajes, portazgos (tasas que había que
pagar por introducir mercancías en una ciudad), se unían una gran disparidad de pesos y
medidas a nivel regional e incluso provincial y distintas unidades monetarias que; ni siquiera,
se regían por el sistema decimal.
El primer banco español apareció en 1782, durante el reinado de Carlos III. Fue el Banco
Nacional de San Carlos. Tras su quiebra, se creó el Banco español de San Fernando, en 1829, y
durante el reinado de Isabel II, los bancos de Isabel II y de Barcelona, cuya función básica era
comprar Deuda Pública. La rivalidad entre el banco de San Fernando y el de Isabel II, llevó al
gobierno a fusionarlos creando el Banco de España en 1856.