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BLOQUE 8.

PERVIVENCIAS Y TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS EN EL


SIGLO XIX: UN DESARROLLO INSUFICIENTE.
8.1. Evolución demográfica y movimientos migratorios en el siglo XIX. El desarrollo
urbano.

La evolución demográfica

Al comparar la evolución de la población española durante el siglo XIX con la de otros países
europeos, apreciamos un ritmo lento de crecimiento pues, en algo más de un siglo, la
población de España únicamente aumentó un 77% (de 10,5 millones de habitantes en 1797 a
18,7 millones en 1900), mientras países como Alemania la duplicaron y la primera potencia de
la época, Gran Bretaña, la cuadruplicó. Esto se debió a que en la mayor parte de Europa se
pasó de un modelo demográfico antiguo a otro moderno, por efecto de la revolución
industrial y la mejora en las condiciones de vida (lo que se conoce como modelo europeo de
transición demográfica). La industrialización hizo aumentar la población al mantener altas
tasas de natalidad pero reduciendo la mortalidad.

En España, sin embargo, prevaleció el Régimen Demográfico Antiguo caracterizado por una
alta Tasa de Natalidad (34 por mil), pero contrarrestada por una Tasa de Mortalidad también
muy elevada (29 por mil), en especial infantil, lo que limitaba el crecimiento natural de la
población. Tampoco la esperanza de vida era muy elevada, unos 35 años, cuando en Inglaterra
estaba por encima de los 43.

Las causas de esta elevada mortalidad hay que buscarlas en las duras condiciones de vida:
hambrunas periódicas; enfermedades endémicas como el paludismo o la tuberculosis y
epidemias como la viruela y el cólera que mermaban a la población periódicamente.

Crisis de subsistencias

Las crisis de subsistencias provocaron hambrunas periódicas (1804, 1812, 1817, 1823,1837…,
1882, 1887,1898), al menos doce veces a lo largo del S. XIX. En un país con una economía
fundamentalmente agrícola, la falta de alimentos se debía tanto a factores coyunturales
(sequías, heladas), como a factores estructurales (agricultura de bajo rendimiento, escasa
capacidad de almacenamiento, deficiente red de transportes para distribuir los excedentes).

Enfermedades endémicas

Eran enfermedades con efectos prácticamente permanentes: tuberculosis, sarampión, difteria


o escarlatina, motivadas por la deficiente alimentación, las pésimas condiciones higiénicas y
una atención sanitaria deficiente.

Epidemias

Provocaron altos porcentajes de mortalidad. Aunque la peste bubónica tuvo escasa incidencia
en Europa a partir del siglo XVIII, otras enfermedades como el cólera, el tifus o la fiebre
amarilla la sustituyeron. Fueron terribles las epidemias de fiebre amarilla que afectaron a
Andalucía a principios del S. XIX, y la epidemia de cólera que afectó al área levantina en 1885.
La excepción catalana

Cataluña fue la excepción a estas características demográficas. Su despegue industrial desde


principios del siglo XIX, cambió sus parámetros demográficos asemejándose a los países
europeos más adelantados. Su población aumentó un 145% y el trasvase de población
campesina a las ciudades y la reducción de la mortalidad hizo que iniciase su propia transición
al régimen demográfico moderno.

Los movimientos migratorios en el siglo XIX

Uno de los procesos que se van a acentuar en el siglo XIX son las descompensaciones en la
distribución territorial de la población española. Las ventajas económicas y un mejor acceso a
las comunicaciones y al comercio provocaron un desplazamiento continuo de las poblaciones
del interior peninsular hacia las áreas costeras. Ese flujo migratorio iniciado en el siglo XVIII
tuvo dos corrientes: de norte a sur (a los puertos de Cádiz, Málaga y el valle del Guadalquivir) y
de la meseta a Levante. En consecuencia, la población meridional y levantina pasó de
representar del 38% de la población española al inicio del siglo al 45% al terminarlo. Mientras
la del norte y la meseta descendía en igual proporción.

También se incrementaron los flujos migratorios tanto a ultramar (Argentina, Cuba,


Venezuela) como del campo hacia las ciudades. La industrialización, aunque lenta, atrajo
población hacia las zonas urbanas más industrializadas: Barcelona, Madrid o Bilbao.

El desarrollo urbano

En 1900 la mayor parte de la población española era rural. Casi el 90% de la población vivía en
localidades de menos de 100.000 habitantes. Únicamente Madrid y Barcelona estaban en
torno al medio millón de habitantes cuando en Europa las grandes capitales superaban el
millón.

La escasa y tardía industrialización española, con la excepción catalana, aplazó el éxodo rural a
las ciudades hasta casi finales de siglo. No obstante, el aumento de la población urbana,
aunque lento, supuso la transformación espacial de las ciudades que derriban sus murallas y
crean ensanches y barrios burgueses como el Ensanche (eixample) de Barcelona iniciado en
1860 por Ildefonso Cerdá o el barrio de Salamanca en Madrid al gusto de las nuevas clases
dirigentes: la burguesía empresarial y financiera y los altos cargos de la administración, con
edificios en manzana cerrada, anchas avenidas y jardines para pasear y que los niños jueguen.
Mientras los suburbios periféricos se llenaban de infraviviendas, viviendas comunales y
corralas convertidas en barrios obreros.
8.2. La Revolución Industrial en la España del siglo XIX. El sistema de comunicaciones:
el ferrocarril. Proteccionismo y librecambismo. La aparición de la banca moderna.

Durante el reinado de Isabel II los gobiernos liberales se propusieron como objetivo


transformar la vieja estructura económica de España basada en una agricultura latifundista de
bajo rendimiento heredada del Antiguo Régimen y fomentar el desarrollo de la industria y del
comercio iniciando, aunque fuese tardíamente con respecto a otros países europeos, un
proceso de Revolución industrial y de modernización de las comunicaciones creando nuevas
infraestructuras como el ferrocarril. Sin embargo, la excesiva dependencia del sector agrario,
la falta de capital y la escasa iniciativa de las clases dominantes (nobleza, alta burguesía),
limitaron las expectativas del cambio y terminaron por acentuar el retraso industrial y el
subdesarrollo económico de la mayor parte del país con respecto a otros países europeos de
nuestro entorno.

Las limitaciones de la Revolución Industrial

La industria textil

España carecía de una tradición industrial. La única actividad industrial de importancia al


iniciarse el S. XIX, era la industria textil catalana, mantenida por la iniciativa empresarial de su
burguesía y por los altos aranceles que la protegían de la competencia inglesa. El sector más
dinámico era el algodonero pero sus empresas eran de tamaño pequeño y mediano y con poca
capacidad para competir en el exterior. En cuanto al sector lanero, que fue el más importante
durante el Antiguo Régimen, pasó a un segundo plano relegado por el algodón. Sus centros
tradicionales situados en Castilla (Béjar, Segovia), se desplazaron a la periferia de Barcelona
(Sabadell, Tarrasa) donde se concentraba la industria textil y se importaba la lana por el
puerto de Barcelona.

La minería

El país seguía siendo rico en materias primas minerales: hierro, plomo, cobre, mercurio…,y los
yacimientos se encontraban cerca de zonas portuarias. Sin embargo, no había en España ni
capitales, ni conocimientos técnicos, ni demanda para explotarlos. La situación cambió con la
aprobación de la ley de minas de 1868, que pretendía atraer al capital extranjero dando
facilidades para la adjudicación de concesiones. Los principales yacimientos quedaron en
manos de compañías extranjeras que exportaban los minerales a sus países de origen por lo
que España se convirtió en proveedora de materias primas sin que llegara a crearse una
industria transformadora. No obstante, la minería se convirtió en el sector más dinámico de la
economía nacional y era uno de los principales activos de la balanza comercial y de entrada de
ingresos por medio de las exportaciones.

La siderurgia

La única industria pesada que se intentó desarrollar fue la industria siderúrgica aprovechando
la abundancia de hierro. Sin embargo, España carecía de carbón de buena calidad (coque) y de
demanda de productos siderúrgicos, por lo que la localización de las ferrerías y altos hornos
fueron cambiando a lo largo del S. XIX. A mediados de siglo se situaban en torno a Málaga pero
la falta de carbón mineral encarecía el producto. En los años ochenta del siglo XIX, la industria
siderúrgica se trasladó al norte, primero a Asturias, por su abundancia de carbón, y después a
Vizcaya debido a sus minas de hierro. A finales de siglo la siderurgia vizcaína favoreció el
desarrollo industrial del País Vasco convirtiéndose en el núcleo de la industrialización
española. Además se creó un importante eje comercial entre Bilbao y Gran Bretaña (eje
Bilbao- Cardiff), en el que había un intercambio de hierro por carbón.

La energía

La revolución industrial estuvo estrechamente vinculada al carbón como fuente de energía. Sin
embargo, el carbón español era escaso y de mala calidad. Además, durante gran parte del siglo
XIX, en España se siguieron utilizando fuentes de energía y de tracción tradicionales: leña,
molinos de agua y de viento; carros y barcos de vela. El consumo de carbón únicamente creció
en la última mitad del siglo estimulado por la aparición del ferrocarril, la navegación a vapor y
la industrialización.

Conclusiones sobre la industrialización en España durante el S. XIX.

a) La industrialización española fue muy escasa pese a los intentos de los gobiernos
liberales por incentivarla. En la práctica sólo se desarrollaron dos focos periféricos: la
industria textil en Cataluña y la siderúrgica en el País Vasco. Ambos sectores, aunque
eran poco competitivos, se mantuvieron gracias a la política proteccionista del
gobierno que imponía fuertes aranceles para proteger a la industria nacional pero, a su
vez, cerraba el mercado español al progreso.
b) Predominio de capital extranjero: La industria española tenía gran dependencia
técnica, financiera y energética del exterior.
c) Baja capacidad productiva.
d) Debilidad del mercado interno por la insuficiente demanda nacional debida a la
escasa capacidad adquisitiva de la mayor parte de la población española.

El sistema de comunicaciones: el ferrocarril.

Los transportes

La orografía española complicaba el transporte interior de mercancías y personas, lo que


supuso un elemento añadido al subdesarrollo económico. Tanto el transporte terrestre como
el fluvial se vieron obstaculizados por unos condicionantes poco favorables: sistemas
montañosos que separan el interior peninsular (la meseta) de las zonas periféricas y costeras;
carencia de ríos navegables, con excepción del último tramo del río Guadalquivir. Con estas
circunstancias el transporte terrestre interior se limitaba; a comienzos del siglo XIX, a los
mercados locales o regionales y no había una auténtica red nacional de transporte. A partir de
1840, se emprendieron programas de construcción y mejora de caminos y carreteras. También
mejoraron los medios de transporte al sustituir bueyes y mulas por caballos. Para el transporte
de viajeros se crearon servicios de diligencias y postas que transportaban también el correo.
No obstante, estos medios eran lentos y limitados por lo que todas las esperanzas se pusieron
en un nuevo medio de transporte que estaba revolucionando Europa: el ferrocarril.
El ferrocarril

Para potenciar a la industria siderometalúrgica y, a su vez, para estimular a la economía


española en su conjunto, se necesitaban unas infraestructuras de transporte con las que
España no contaba. Siguiendo el ejemplo inglés, francés y belga que habían empezado a
desarrollar una red ferroviaria desde 1840. España se sumó a esta iniciativa a finales de la
década, pensando que al crear un medio de transporte eficiente y rápido (su velocidad
sobrepasaba, con mucho, a la de los caballos), se facilitarían los intercambios y se animaría a la
creación de industrias.

La primera línea construida en España fue la de Barcelona-Mataró en 1848, seguida de la de


Madrid a Aranjuez. Sin embargo, el auténtico impulso se desencadenó tras aprobarse la ley
General de Ferrocarriles de 1855, que fomentaba la creación de compañías privadas de
construcción y explotación. El gobierno, por su parte, destinó fondos económicos procedentes
de la desamortización de Pascual Madoz, aunque la mayor parte del capital era francés y
belga.

La ley de ferrocarriles tuvo como consecuencia un rápido impulso en la construcción de líneas.


Se creó una red radial en torno Madrid y con un ancho de vía de 1,67 metros mayor que el
europeo que era de 1,44 metros. Sin embargo, fracasó en los objetivos deseados de activar la
industria española pues las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras que
importaban de sus países de origen el material ferroviario; el diferente ancho de vía español
limitó las interconexiones con Europa además de que su distribución radial tampoco ayudaba a
las conexiones regionales. Por último, su rentabilidad fue muy escasa por lo que muchas
compañías redujeron las inversiones o quebraron.

El transporte marítimo

Experimentó grandes mejoras a lo largo del S. XIX, con la incorporación de los barcos de vapor
y veleros rápidos como el clipper. También se reformaron los puertos aunque el comercio se
concentraba en los de Cádiz, Barcelona, Santander, Bilbao, Málaga y la Coruña.

Comercio: proteccionismo y librecambismo

El comercio español carecía de un mercado interior único y homologado. A las trabas legales
heredadas del Antiguo Régimen: privilegios gremiales, peajes, portazgos (tasas que había que
pagar por introducir mercancías en una ciudad), se unían una gran disparidad de pesos y
medidas a nivel regional e incluso provincial y distintas unidades monetarias que; ni siquiera,
se regían por el sistema decimal.

En cuanto al comercio exterior, tras la pérdida de los territorios americanos en 1824, el


volumen del comercio exterior se centró en Europa. Gran Bretaña y Francia fueron los
principales clientes y proveedores de mercancías. España exportaba materias primas e
importaba productos industriales y manufacturados lo que provocó que la balanza comercial
fuese deficitaria. Con la intención de equilibrar ese déficit y de proteger a la industria nacional
se recurrió a políticas proteccionistas imponiendo fuertes aranceles o impuestos a los
productos procedentes del exterior. Así se protegió a la industria textil catalana de la
competencia inglesa, a los productores cerealistas castellanos y a la industria siderúrgica vasca.

Frente al proteccionismo se posicionaron los librecambistas que defendían que el Estado


debía intervenir lo menos posible en la economía. Su influencia se manifestó en la Ley de
Ferrocarriles y en la de Minas, con las que se pretendía atraer capital extranjero y en la
reducción de aranceles impulsado por Laureano Figuerola en 1869, conocido como Arancel
Figuerola.

La aparición de la banca moderna

El primer banco español apareció en 1782, durante el reinado de Carlos III. Fue el Banco
Nacional de San Carlos. Tras su quiebra, se creó el Banco español de San Fernando, en 1829, y
durante el reinado de Isabel II, los bancos de Isabel II y de Barcelona, cuya función básica era
comprar Deuda Pública. La rivalidad entre el banco de San Fernando y el de Isabel II, llevó al
gobierno a fusionarlos creando el Banco de España en 1856.

Con el deseo de unificar y modernizar el sistema monetario, se estableció en 1868, la peseta,


como unidad monetaria oficial: la peseta, moneda de origen catalán, estuvo vigente hasta el
año 2002, cuando fue sustituida por el euro. Con la nueva moneda se modernizó el sistema
bancario que pasó a ser emisor de moneda y receptor de ahorros y préstamos. Tras el desastre
colonial de 1898 se repatriaron capitales de Cuba y Puerto Rico, dando un nuevo impulso al
sector bancario al fundarse el Banco Hispano Americano.

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