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Radical

Arquitecturas de América Latina


Miquel Adrià

Latinoamérica es cuna de esperanzas. Reiteradamente, a lo largo del siglo pasado, se trataron de


identificar nuevas vetas creativas que entrelazan culturas, hilvanan rasgos panamericanos o signos de
identidad entre países disconexos, aunque hermanados por lenguas comunes. Desde lo lejos, el vínculo
aparece cuando las señales de progreso global se eclipsan y la confianza en las nuevas tecnologías se
desvanece. Entonces, como ahora, se abre otra posibilidad, pausada, donde la arquitectura no solo
sobrevive sino que se explaya con lo más básico. Arquitecturas de urgencia, que atienden a
comunidades ignoradas por sus gobiernos, con un fuerte compromiso social y que recurren a la
inmediatez de los materiales y las técnicas locales son cada vez más visibles en el contexto
latinoamericano contemporáneo. Alejandro Aravena cuenta cuánto valora haberse educado en un
entorno de escasez, ya que es un filtro muy eficaz contra lo que no es estrictamente necesario 1.
Eliminado lo prescindible, los recursos básicos se conforman con la mano de obra poco especializada
del lugar y materiales como la madera, el bambú, el tabique de arcilla, el adobe o el block de concreto
y, excepcionalmente, sencillas estructuras de acero o buenos muros de concreto aparente. Ahí, el
arquitecto despojado de sofisticados recursos tecnológicos, de equipos globalizados de especialistas y
de nuevos materiales, con los que se llevaron a cabo las obras más icónicas de la primera década del
siglo, se enfrenta solo ante una realidad urgida de soluciones y respuestas inmediatas. Ahí, el arquitecto
cuenta únicamente con su ingenio. A veces, haciendo de la síntesis virtud y en algunos casos al límite
de pasar desapercibida la acción del autor, convertido en un mero activista social que gestiona procesos
y facilita información constructiva a la comunidad. Aravena proponía en la XV Bienal de Arquitectura
de Venecia —que dirigió— la convergencia de dos caminos excluyentes: el que aborda la forma desde
ejercicios endógenos sobre el espacio y el que proviene de temas transversales que afectan a la
humanidad: la pobreza, el tráfico, el agua, etc. Si el primer camino cayó en desprestigio tras la crisis
económica de 2008, el segundo nos inundó de datos estadísticos, hasta bloquear cualquier iniciativa 2.

11 McGuirk, Justin. Ciudades radicales, un viaje a la nueva arquitectura latinoamericana. Turner Noema, Madrid 2015 p. 95

2Alejandro Hernández Gálvez apunta que estos “temas transversales” llevan presentes en la arquitectura al menos desde la segunda
mitad del siglo XIX, con los socialistas utópicos, ganando o perdiendo protagonismo por distintas razones. Su más reciente “revival”,
El título Reportando desde el frente que propuso el Premio Pritzker chileno, buscaba identificar los
desafíos que sí importan, que están conectados con la realidad y que libran la batalla desde la propia
disciplina arquitectónica. Su bienal procuró mostrar buenos ejemplos donde la arquitectura fuera capaz
de responder a las grandes preguntas con arquitectura, para atisbar qué sigue tras la denuncia y el
análisis y para entender cómo la creación formal sigue siendo determinante. 3 Como alternativa al
arquitecto diseñador aparece el arquitecto activista. Si para uno el objetivo es la estética, para el otro lo
que importa es el efecto. Como apunta Justin McGuirk, uno crea formas y el otro provoca acciones,
optimizando recursos.4 Formas activas y pragmatismo se convierten en las claves de una nueva
arquitectura que recupera cierta función ideológica sin perder la vocación formal originaria. Desde esta
perspectiva, en estas páginas se destacan aquellas arquitecturas radicales que, con pocos recursos
económicos y materiales, privilegian el ingenio del autor y los proyectos de carácter público y
comunitario, por encima de las obras privadas y eventualmente más sofisticadas. Esta edición nos lleva
a excluir algunos proyectos excesivamente protagónicos e icónicos, que se alinean con tendencias y
formalismos globales, para privilegiar las obras que se insertan en su contexto, se ciñen a los recursos
del lugar y atienden a las necesidades de la comunidad. A su vez, las 50 arquitecturas que componen
esta selección latinoamericana han sido construidas por una nueva generación de jóvenes5 arquitectos
menores de 50 años, y buena parte de las obras son resultado de trabajo en equipo, no sólo con las
comunidades con las que trabajan, sino también entre distintos arquitectos que puntualmente abordaron
proyectos juntos. En realidad se pueden identificar al menos dos generaciones: la de los hijos del 68
cuyos padres, tal vez, protestaron y creyeron en que “la imaginación podría llegar al poder”, tenían 25
años a principios de los noventa, el neoliberalismo rampante parecía ofrecer un futuro de libre
comercio, libre tránsito y supertecnología, y crecieron sin internet. Y la segunda generación es la que
empieza a ejercer ya en la crisis —algunos estaban en la escuela aún en el 2008— y crecieron con
videojuegos. El carácter antológico de esta selección que incluye ambas generaciones, es una apuesta
por ciertos signos de identidad de la reciente arquitectura de América Latina que bien puede
considerarse radical.

después de la crisis del 2008, tiene mucho que ver con el interés en la desigualdad económica hecha patente con cifras y estadísticas pero
que no necesariamente se usan en la producción de arquitectura “comprometida”

3Adrià, Miquel. Premio Pritzker 2016 para Alejandro Aravena. Arquine 76, p. 32 y Reportando desde el centro, publicado en
arquine.com el 1 de junio de 2016

4McGuirk, Justin. Op. Cit. p. 43

5Peter Eisenman afirmaba que en esta profesión de corredores de fondo, un arquitecto de menos de 50 años todavía es joven.
El cambio de siglo

Apuntaba Iñaki Ábalos que “la consolidación de una arquitectura moderna latinoamericana tuvo hasta
bien entrada la década de los ochenta una dimensión heróica e identitaria que se canalizó a través de
cuatro grandes vectores: la reivindicación del espacio latinoamericano y su legado prehispánico; la
reivindicación de vivir en el tiempo presente, con sus lazos culturales europeos y americanos; la
reivindicación de unas técnicas vernáculas, un medio natural y un clima específico; y por último la
reivindicación de un medio social efervescente que aspiraba a salir de la opacidad. Lo interesante —
sigue Ábalos— que tiene hoy visitar la arquitectura que se ha producido las dos últimas décadas en
ciudades como Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Medellín, Montevideo, Santiago y tantas otras
en Latinoamérica, es que estos vectores no han dejado de estar presentes y, de hecho, han contribuido
decisivamente a crear magníficas arquitecturas, pero ahora todos ellos están vivos conformando un
mismo campo de juego. Podríamos decir que al fin se han identificado como un mismo problema, el de
la Arquitectura con mayúsculas, capaz de transformar necesidades, contradicciones y aspiraciones
múltiples en una expresión poética, solvente y madura, como si asistiésemos al paso desde una difícil
adolescencia a un estado de gracia y plenitud que, por cierto, se corresponde con otra impresión cada
vez más dominante, que este estado de plenitud comienza a visualizarse también en el optimismo
económico, social y político de gran parte del continente, aún a pesar de los enormes problemas con los
que debe enfrentarse. La arquitectura que se está produciendo actualmente, es a la vez poliédrica y
universal, capaz de producir obras y proyectos que despiertan interés como expresiones genuinas de lo
que la arquitectura es capaz de producir en la cultura contemporánea”. 6

Efectivamente, ciertos valores —o vectores, como propone Ábalos— persisten y de algún modo
estructuran los caminos tomados por las generaciones más recientes. Sintetizando y a riesgo de
simplificar en exceso, en las arquitecturas latinoamericanas de fin de siglo se reconocían ciertos signos
de identidad nacional: la arquitectura chilena relacionada con el paisaje, la argentina con la
racionalidad, la brasileña —especialmente la paulista— con la audacia estructural, la colombiana con
la expresión de la materia y la mexicana con la monumentalidad. Cabe repasar los itinerarios seguidos
por algunos de estos países y los autores que orientaron el rumbo reciente, para dilucidar sus caminos,
estrategias y obras, que anteceden a los proyectos posteriores que aquí se publican. Quizá más que en
ninguna otra nación, Argentina resintió el cambio de siglo con la crisis de 2001 que azotó su economía.

6Ábalos, Iñaki. Latinoamérica Hoy, Harvard Design Magazine, 2011


Se debilitó la producción y la arquitectura enfocada a la creación de formas se transformó en una
disciplina dirigida a la fabricación de contenidos y a la creación de una escritura narrativa con medios
tectónicos.7 Acaso destaque de ese periodo la producción de los arquitectos rosarinos como Gerardo
Caballero, Marcelo Vilafañe y especialmente Rafael Iglesia, que trabajó el potencial poético de las
estructuras y la expresión de los materiales. La arquitectura brasileña que salía de su trance edípico con
el centenario Niemeyer y la escuela carioca, se identificó con la esencialidad estructural y la estética
brutalista de Paulo Mendes da Rocha, reconocido internacionalmente con el Premio Mies van der Rohe
de Latinoamerica en 1998 y posteriormente con el Pritzker en 2006. Tras él, una nueva generación
perpetuó la ortodoxia moderna que inició Vilanova Artigas medio siglo antes. Angelo Bucci, Fernando
Melo Franco, Marta Moreira, Milton Braga (MMBB), Álvaro Puntoni, Mario Biselli, Marcio Kogan o
Marcelo Carbalho Ferraz, son los exponentes más destacados del relevo generacional de São Paulo que
recargó de energía las líneas trazadas por Mendes da Rocha —los primeros— y Lina Bo Bardi —el
último, que fue su discípulo y velador de su legado. Pórticos de concreto y estructuras flotantes que
expresan la crudeza del músculo sin piel, prevalecieron sin solución de continuidad con el cambio de
milenio. En lo que va de siglo destaca el caso chileno, que después de una constante existencia
marginal, irrumpe con la arquitectura más original del continente americano, distinguiéndose de otras
por la contundencia propositiva de las últimas generaciones, fruto de una economía estable y una sólida
estructura académica. Arquitectos como José Cruz, Germán del Sol, Mathías Klotz, Smijan Radic,
Alejandro Aravena, Sebastian Irarrázaval, Assadi+ Pulido o Pezo von Ellrichshausen, son algunas de
las caras más destacadas de una realidad poliédrica y efervescente que a su vez son la punta de lanza de
una sólida cultura arquitectónica más próxima al pragmatismo y a la eficacia funcional tardomoderna
que a las piruetas formales de las estrellas de la arquitectura global de fines del siglo XX. 8 Un periodo
que empieza con el pabellón chileno en la Exposición Universal de Sevilla 1992 como muestra de un
país que salía a lucirse para dejar atrás los momentos precedentes —la dictadura, el posmodernismo—
y mostrar con confianza sus propios potenciales. Pero sería a partir de una modesta caja de madera
proyectada por Mathías Klotz que inició el camino de la generación más osada. 9 Klotz concibe la
arquitectura como parte y contraparte del paisaje y consigue máximos resultados a partir de gestos
mínimos, proyectando con trazos fundacionales y con marcas en el territorio. Con él una nueva
generación de arquitectos irrumpe en la escena chilena finisecular con rigor profesional, adaptados a

7 Rodriguez, Florencia, Originales malos entendidos, The Architect, China 2015

8Adrià, Miquel, Cile secolo 21, publicado en la revista Area 133, Milán octubre 2014

9Adrià, Miquel, Mathías Klotz: architetture e progetti, Electa Editrice, Milán 2005, p. 18
las leyes de mercado y en sintonía con el debate mediático internacional. Smiljan Radic, Alejandro
Aravena, Sebastián Irarrázaval y Felipe Assadi pertenecen a esta generación. Con obras enigmáticas y
complejas, Radic destaca “en el desmontaje de su pericia en el uso de los materiales, en la llamada
‘lógica’ estructural, en el aprovechamiento de las condiciones ambientales, en la economía de recursos,
así como en asociaciones y referentes arquitectónicos, descripciones y adjetivaciones”. 10 Alejandro
Aravena se formó en las mismas aulas de la Universidad Católica que los anteriores, sin embargo su
trabajo apuntó hacia una búsqueda más estratégica, desde sus investigaciones sobre la vivienda mínima
en ELEMENTAL. El carácter abierto de su propuesta permite al usuario completar según sus
posibilidades el potencial de sus espacios para vivir. De la nueva generación, quizá quienes más
despunten por la originalidad de su trabajo sean Pezo von Ellrichshausen. Sin duda, generacionalmente
deberían pertenecer a la selección de este libro que, sin embargo, se excluyeron por carecer de obras
públicas, más allá de sus ejercicios domésticos. Para Mauricio Pezo y Sofia von Ellrichshausen los
proyectos de arquitectura son sistemas dinámicos de determinación formal, y sus casas son variaciones
de una misma idea germinal a partir de ejercicios sucesivos de prueba y error. 11 Con el cambio de siglo,
la arquitectura contemporánea chilena reelaboró los prototipos del Movimiento Moderno y sus
arquitectos convirtieron en lenguaje propio la construcción de un discurso basado en la claridad
geométrica de los prismas en que se descomponen los programas. Colombia no es periférica. 12 Desde
finales del siglo XX la transformación del país y de sus ciudades ha rescatado una sociedad secuestrada
por la violencia, la desigualdad y el narcoterrorismo para convertirla en un laboratorio de arquitectura y
urbanismo ejemplar. Tanto en Bogotá como en Medellín se emprendieron acciones sistemáticas desde
sus respectivas oficinas municipales de Desarrollo Urbano, como desde la convocatoria de concursos
públicos de proyectos arquitectónicos. Albercas, estadios, parques biblioteca, colegios y espacios
públicos de calidad están conectados por las infraestructuras de movilidad que tejen sus ciudades. La
incorporación del Metrocable en Medellín permitió injertar equipamientos socioculturales de gran
impacto en tejidos urbanos muy precarios e impenetrables. Destacan los Parques Biblioteca de
Giancarlo Mazzanti y de Javier Vera, el museo Explora de Alejandro Echeverri, la gran marquesina del
Orquideorama de Camilo Restrepo y Plan:b, el acceso a ese mismo parque de Lorenzo Castro y Ani
Vélez, las plazas de Felipe Uribe o las albercas de Paisajes Emergentes, como acciones fuertes para

10Sato, Alberto. Al margen, en Smiljan Radic monografía de 2G número 44, Barcelona 2007, p. 5

11Pezo, Mauricio y von Ellrichshausen, Sofía. Procesos líquidos y formas blandas. Pezo von Ellrichshausen, ARQ serie obras, Santiago
de Chile, 2007. p. 4

12Mesa, Miguel. Archipiélago de arquitectura, The Architect, China 2015


activar la transformación social, la mitigación de la pobreza y la falta de oportunidades. La gran
marquesina del Orquideorama —apuntaba Ábalos— “supone un nuevo espacio social en la ciudad,
abierto al paisaje y al jardín botánico que la rodea. Se diría que casi gratuita por su escasa
funcionalidad es precisamente el ejemplo que mejor representa la influencia de la calidad en la forma
de habitar y socializar el espacio público”.13 Formados en México, los arquitectos costarricenses de
finales del siglo XX incorporaron influencias de lenguajes high-tech y deconstructivistas a las
construcciones comunes de madera y lámina. Destacaba la audacia formal de Víctor Cañas y Fausto
Calderón, así como las obras en la costa atlántica de Edgar Brenes y el trabajo holístico a partir de la
tecnología vernacular del trópico de Bruno Stagno. Si el escenario finisecular mexicano se resumía en
tres corrientes tan diversas como equidistantes —la masividad expresionista de González de León, los
escenográficos paisajes cromáticos de Legorreta y las propuestas tecnointernacionalistas de TEN
Arquitectos—, con el nuevo milenio se complejiza con una doble diversidad: la generacional y la
estilística. El panorama de la arquitectura mexicana contemporánea estaba compuesto de equipos
profesionales de todas las generaciones —a diferencia de la arquitectura chilena, por ejemplo, donde
destacan las últimas generaciones relegando las firmas senior a un territorio obsoleto. Estilísticamente,
a su vez, convivían escuelas y tendencias sumamente dispares —en contraste con la arquitectura
brasileña, donde se percibe cierta fidelidad modernista transgeneracional. Así pues, la diversidad —que
pudiera achacarse a una vaga formación académica o a una fascinación por las formas, más allá de los
usos y las funciones— pasó a ser un valor de cambio. 14 De la funcionalidad sin concesiones
contextuales destaca la depurada arquitectura moderna de TEN Arquitectos, donde ciertos gestos de
carácter estructural singularizan unos edificios rigurosamente sencillos y funcionales. La obra de
Alberto Kalach es la más original y escultórica del reciente panorama mexicano. Sus edificios son
respuestas radicales desde la geometría de sus plantas y los recortes de sus muros para iluminar los
espacios interiores. Tras él, los arquitectos de la estela kalachiana —Axel Arañó, Alejandro Sánchez,
MMX, entre otros— remiten a la materialidad de los elementos arquitectónicos, a la desnudez de los
muros de concreto recortados, a los perfiles metálicos, a la madera o a la vegetación con la crudeza de
quien antepone los valores éticos de lo construido a los estéticos del diseño. A su vez, el trabajo de
Mauricio Rocha se decanta hacia la conceptualización desde los potenciales de lo preexistente con
tecnología al alcance, mientras que Javier Sánchez trata de responder al entorno desde el pragmatismo,
pactando entre las necesidades del mercado inmobiliario y el contexto Art déco de la colonia donde se

13Ábalos, Iñaki. Op. Cit.

14Adrià, Miquel, Arquitecturas mexicanas, The Architect, China 2015


desarrolla su producción. Michel Rojkind y Fernando Romero son todo lo contrario, al evocar todas las
formas globalizadas del panorama arquitectónico. Quizá, por último, quepa destacar a arquitectura911
(Jose Castillo y Saideé Springall), Fernanda Canales, at103 (que estaba conformado por Francisco
Pardo y Julio Amezcua) y Alejandro Hernández Gálvez, tanto por su práctica profesional como por su
rigurosa labor crítica que ha orientado buena parte de la generación emergente que destacamos en estas
páginas. En Perú, con la prosperidad sostenida de las últimas décadas, se desarrolló la carrera de tres
parejas: Ruth Alvarado y Oscar Borasino, Jean Pierre Crousse y Sandra Barclay, y Alfredo Benavides y
Cynthia Watmough, quienes llevaron a cabo una arquitectura culta y contenida, acorde con los tiempos
y con las escuelas europeas y estadounidenses donde se formaron. Tras ellos, varias generaciones
colmaron de obras de calidad los reductos conservadores de la burguesía local. Desde la lejanía,
Paraguay aparece como el territorio de Solano Benítez, quien ha sabido incorporar la sabiduría
estructural del uruguayo Eladio Dieste a la construcción con ladrillos, para crear espacios de gran
riqueza. Su arquitectura aparentemente pobre es la antesala de la generación que nos ocupa en esta
publicación y es un referente ineludible. No es de extrañar que de su taller emerjan los arquitectos
paraguayos más dotados. Caracas fue paradigma del crecimiento urbano y testimonio del auge de la
arquitectura moderna, en la segunda mitad del siglo pasado. Las obras de Eric Brewer y Juan Andrés
Machado (ODA), Franco Micucci, Henry Rueda o Alesandro Famiglietti definieron los primeros años
del siglo XXI y demuestran el peso de la herencia moderna en diálogo con el contexto urbano.
También cabe mencionar el trabajo de Alfredo Brillembourg, Hubert Klumpner y su Urban Think
Thank en un país atrapado por un gobierno que pasó de prometer el socialismo del siglo XXI a ahogar
a su población en la miseria.

Criterios para una antología 15

Cíclicamente se ha catalogado la arquitectura de América Latina con el afán de certificar los signos de
identidad subcontinental. Eventualmente las bienales y los encuentros internacionales han ayudado a
ello, aunque con demasiada frecuencia las antologías se han visto forzadas a cumplir unas cuotas
nacionales aún cuando fuera en detrimento de la calidad resultante. Los criterios de selección para esta
publicación han eludido todo compromiso de proporcionalidad nacional, se ha editado desde México
—asumiendo que la inmediatez influya en la cantidad de obras mexicanas seleccionadas— y se ha
prestado especial atención a las arquitecturas chilenas y colombianas por reflejar y ejemplificar
15Etimológicamente “antología” viene del griego ánthos, “flor” y légein, “escoger”. La calidad y el valor de las obras seleccionadas es
lo que determina la edición, más que una simple recopilación de obras reunidas.
ampliamente los valores que se pretenden destacar. Con estas 50 obras se privilegian los proyectos con
carácter público, los programas con compromiso social y las obras colectivas llevadas a cabo por
arquitectos menores de 50 años. Se han destacado aquellas más comprometidas con los procesos que
las que generan formas mediáticas, comprometidas también con la austeridad y la optimización de
recursos y con el empleo de materiales comunes. Tras modestas construcciones rurales aparece una
nueva actitud que reacciona de manera responsable al despilfarro mediático y global de la arquitectura
previa a la crisis de 2008. Si bien, no es menos cierto que no se pretende aquí caer en la apología del
pobrismo, ni defender que todo lo barato tiene valor conceptual ni que todo lo caro es obsceno, ni que
todo lo espontáneo, colectivo o improvisado es más valioso que el resultado proyectual de un proceso
intelectual riguroso. Desde la disciplina de la arquitectura no se puede ignorar el camino recorrido por
siglos de experiencias perfectamente documentadas, ni pretender descubrir en cada proceso lo que era
de conocimiento público y universal. Algunas prácticas locales pueden carecer de la tecnología de otras
latitudes aún cuando pueden tener acceso a la información para llevarla a cabo. Así, las arquitecturas
que compensan con ingenio la falta de recursos, que reivindican un compromiso con la sociedad y que
exploran procesos constructivos y colaborativos para obtener el mejor resultado con el mínimo
esfuerzo, son las que se privilegian en esta edición. Los materiales empleados son los más comunes: el
concreto, el tabique, el block, el acero o la madera. Se opta reiteradamente por patios, pórticos o
galerones y las tipologías más recurrentes son las escuelas, los centros culturales, los museos, las
bibliotecas y los hoteles y en menor medida las fábricas, los centros deportivos o religiosos, sin olvidar
los jardines, las calles y plazas, así como los pabellones efímeros como celebración del espacio
público. Cajas y andamios, reciclaje y neomodernidades Entre las obras que se muestran destacan las
construidas en madera y acero o bambú, con polines que son estructura y cerramiento, que arman
trabes y sostienen cubiertas inclinadas. Edificios que replican la arquitectura más elemental y común
en todas las culturas, y que confían en la mano de obra local poco cualificada: la esencialidad de la
arquitectura rural y arcaica para construir escuelas con palitos y polines alrededor de un patio, 17 16
casi al azar. Buenos ejemplos son las escuelas rurales en Colombia de Daniel Feldman e Ivan Quiñones
en Villarica en el Departamento del Cauca y las de Felipe y Federico Mesa y de Mauricio Valencia,
Diana Herrera, Lucas Serna y Farhid Maya en la población de Vigía del Fuerte en Antioquia, así como
el beneficiadero comunitario de café Farallones en Ciudad Bolívar, Colombia, de Camilo Restrepo que
es una versión más sofisticada de contenedor local, construido en precolados de concreto rojo. En esta
línea también destacan la escuela rural costarricense de Entre Nos Atelier (Michael Smith Masi y
Alejandro Vallejo Ribas) en la reserva indígena de Tayutic de Grano de Oro, la ecuatoriana de Al Borde
(David Barragán, Pascual Gandolena, Marialuisa Borja y Esteban Benavides) con cubierta de paja a
dos aguas y las peruanas de Paulo Alonso, Marta Maccaglia, Ignacio Bosch y Borja Bosch en
Chuquibambilla, el Taller de arquitectura en el desierto de Jorge Losada en Piura, y de Cotideano
(Elizabeth Añaños) la escuela de Santa Elena de Piedritas en el desierto peruano. Más esencial si cabe,
y desprovisto de todo elemento constructivo prescindible, son las cajas que se circunscriben alrededor
de una pérgola octogonal para crear una comunidad de aprendizaje en el Ejido las Margaritas, San Luis
Potosí, México, diseñado por los paisajistas de TOA y el arquitecto Derek Dellekamp, así como el
mirador de Jorge Andrade, Javier Mera y Daniel Moreno sobre el lago del cráter de Quilotoa, Ecuador.
Con mayor sofisticación y con la misma tecnología elemental de polines de madera o tubos metálicos
que replican las construcciones de los andamios está el pabellón expositivo de Carla Juaçaba en
Copacabana, Rio de Janeiro, el hotel de los chilenos WMR (Felipe Wedeles, Jorge Manieut y Macarena
Rabat) en playa de Curanipe, región del Maule, el pabellón/escalera de madera de Manuel Villa y la
Oficina Informal de Antonio Yemail, para la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, y los
pabellones temporales en el Zócalo de la capital mexicana proyectados por MMX (Jorge Arvizu,
Ignacio Del Rio, Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde) y por PRODUCTORA (Carlos Bedoya, Víctor
Jaime, Wonne Ickx y Abel Perles). Cabe añadir en esta familia el centro comercial en Valle de Bravo,
México, de Paloma Vera y Juan Carlos Cano y la estructura lúdica en un parque de Paraguay de Lukas
Fúster. La caja de concreto es otro punto de partida para lograr la esencialidad de esta nueva
generación radical. Una cierta neomodernidad se arropa de estos prismas sólidos y precisos para
albergar el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, de los argentinos Monoblock (Marcos
Amadeo, Fernando Cynowiec, Juan Granara, Adrian Russo y Alexis Schachter), el Instituto Modelo del
Sur de Javier Esteban y Romina Tannenbaum en Avellaneda y el conjunto de casas de verano y hotel en
Uruguay de los argentinos Sebastián Adamo y Marcelo Faiden. Apuntaba Florencia Rodríguez que “en
estos casos mencionados se entienden búsquedas estéticas, tecnológicas y urbanas que resumen valores
colectivos relacionados a un estilo de vida que parece depurado de lujos innecesarios pero que intenta
otros más ligados a vínculos con el exterior, espacios comunes abiertos, un gran funcionalismo y
valores contemporáneos”.16
Si las cajas argentinas se adecuaban a contextos urbanos, otras cajas quedan inmersas en el
paisaje, fragmentando el programa a modo de confetti para sembrar en los extremos latinoamericanos
sobre el Océano Pacífico el Hotel Encuentro Guadalupe de Jorge Gracia en Baja California, México, y
el hotel Awasi Patagonia de Felipe Assadi y Francisca Pulido. Ambos privilegian el lugar con piezas

16Rodriguez, Florencia, Op. Cit


que parecieran temporales ante la eternidad del territorio, ocultando en su interior un diseño preciso y a
la vez lujoso.
El reciclaje es otra de las puertas de acceso a la arquitectura radical contemporánea. En la
galería Outsider proyectada por BLOCO Arquitetos (Daniel Mangabeira, Henrique Coutinho y
Matheus Seco) en Brasilia se interviene un galerón preexistente con arquitecturas mínimas, creando
una nueva escala menor. Y en la Tallera de Siqueiros, obra de Frida Escobedo en Cuernavaca, el block
de concreto convertido en celosía envuelve con neutralidad las naves existentes y añade cierta
ambigüedad entre interior y exterior, dejando todo el protagonismo a la escenografía espectacular que
recibe al visitante con el espíritu y la obra del muralista. Otra intervención en un edificio existente con
el que se establece cierto diálogo entre nuevo y viejo, es el Centro Cultural en São Paulo de Triptyque
(Grégory Bousquet, Carolina Bueno, Olivier Raffaelli), donde no sólo se recicla el edificio sino que se
colma de nuevos atributos con la pérgola a triple altura que emerge con una estructura independiente y
dialogante con los muros originales. La escuela diseñada por Surco Arquitectos (Juan Paulo Alarcón)
en Linares, región del Maule, es otro reciclaje de un edificio anodino que con una intervención
contundente dota de significado al acceso por la esquina y se le da carácter a la escuela. El
polideportivo que Alejandro Haiek injertó en la periferia informal de Caracas tiene un carácter más
protagónico, con un nuevo objeto que le da identidad al lugar y se convierte en “una arquitectura de
sistemas modulares ensamblados en un mundo de artefactos existentes y en proceso de
obsolescencia”.17 El centro cultural en Valparaíso, de los chilenos HLPS recicla una prisión obsoleta y
el plano horizontal más grande de la ciudad que se aterraza frente al Océano Pacífico. En frente, otro
edificio nuevo de concreto es un alarde estructural con referencias al brutalismo corbusiano y
eventualmente brasileño, que le da cierto carácter monumental. En Chile, tras años de cajas esenciales
e intervenciones de mínimos —desde las casas de Mathias Klotz a las intervenciones que apenas tocan
el paisaje realizadas por los estudiantes de la Escuela de Talca— aparecen algunas obras de mayor
sofisticación. Unas son contundentes y arcaizantes a la vez, en dos campus chilenos: el edificio para el
Centro de Innovación de la Universidad Católica -Anacleto Angelini de Aravena y Elemental y los
edificios de Rodrigo Duque Motta, Rafael Hevia y Gabriela Manzi para la Facultad de Economía y
Empresa de la Universidad Diego Portales, ambos en Santiago. También la biblioteca universitaria de
Sebastián Irarrázaval con Christian Irarrázaval y Francisca Rivera, es un festival arquitectónico de
composición, fluidez espacial, luz y materiales cuyo origen proviene de los mismos galpones y polines
de otras tantas obras de este compendio, con mayor sofisticación conceptual y formal. El edificio para
17Montaner, Josep María. En La Condición contemporánea de la arquitectura. Editorial GG, Barcelona 2015, p. 102.
donde cita a su vez a liga-df.com/liga/esp/ligaa-16
música, arte y drama de la escuela Grange de Max Nuñez está un paso más adelante. Un cuerpo
palafítico de concreto —como el de otras obras recientes de Klotz— resuelve con elegancia la
liberación del suelo. En el Jardín Botánico de Culiacán, México, Tatiana Bilbao responde al programa
con sutiles cuerpos que son al mismo tiempo sólidas cajas de concreto depositadas como piedras en el
jardín. Y la ampliación del Museo de Arte Moderno de Medellín, resultado de un concurso, es un
proyecto de Ctrl G (Catalina Patiño y Viviana Peña) y los peruanos de 51-1 arquitectos (Cesar Becerra,
Fernando Puente Arnao y Manuel de Rivero), donde complementan el galerón industrial preexistente
que albergó al museo durante sus primeros años y que ahora convierten en la parte trasera, al acceder
por el otro extremo donde se amontonan las cajas que componen el conjunto museístico, liberando
entre ellas un vacío urbano por donde se accede. La destilería de mezcal de Jorge Ambrosi y Gabriela
Etchegaray es un ejercicio de síntesis muy depurado, que podría etiquetarse como menos es suficiente
—jugando con el menos es más de Mies van der Rohe— donde muros de block y losas de concreto
remiten a una obra inacabada para el ojo poco atento y los elementos básicos de la arquitectura más
atemporal resuelven con proporción espacios esenciales alrededor de un patio. Con un resultado
completamente distinto aunque con una actitud similar, Manuel Cervantes construye el CETRAM
(Centro de Transferencia intermodal) de El Rosario, Azcapotzalco, Ciudad de México, donde los
mínimos elementos constructivos no dejan lugar para revestimientos, sabiendo que sólo prescindiendo
de todo lo superfluo el arquitecto puede garantizar la supervivencia del proyecto sometido a las rebajas
sistemáticas de las constructoras. También la Cancha de Rozana Montiel en Veracruz, despoja de
cualquier adjetivo el proyecto para resolver las necesidades de una comunidad. Si, como hemos visto,
en arquitecturas de mínimos el regreso a la esencia moderna funciona, también aparecen obras más
adjetivadas: sería el caso del pabellón que reinterpreta la casa Farnsworth en madera forrada de cristal,
de S-AR arquitectura de Monterrey; la escuela de Macías Peredo (Salvador Macías y Magui Peredo) +
Erick Pérez en Mazatlán, Sinaloa, donde el ejercicio formal de sus fachadas en tabique aparente remite
a la estirpe kahniana; o la empresa comercializadora de Atelier ARS (Alejandro Guerrero y Andrea
Soto) en la periferia de Guadalajara, que reinterpreta la cubierta en diente de sierra propia de la
tipología industrial. El formalismo esencial también en el tabique aparente de Nicolás Campodónico en
la Capilla San Bernardo en Córdoba, Argentina, “es llevado al extremo de construir él mismo desde la
reflexión el gesto mínimo.”18 Con un resultado cercano desde un origen más ligado a la lógica
estructural, queda el Centro de Rehabilitación Infantil Teletón, en Paraguay, de Gloria Cabral y
Solanito Benítez siguiendo la senda de su mentor. La definición fundacional del espacio público, en

18Rodriguez, Florencia, Op. cit.


algunos casos de las periferias urbanas, se da en el momento en que se pavimenta y se definen los usos
y las circulaciones. En décadas pasadas asistimos con éxito a la recuperación del centro de Medellín o
de la periferia de la Ciudad de México. Ahora con los proyectos de Metro Arquitectos (Martin
Corullon, Gustavo Cedroni, Helena Cavalheiro y Marina Ioshii) en Salvador de Bahía, Brasil, y de
Elisa Silva/Enlace Arquitectura en el Boulevard de Sabana Grande en Caracas, Venezuela, se certifica
que la pavimentación diseñada como parte final de un proceso de negociación con la comunidad, es un
camino eficaz para crear espacio público.

50 arquitecturas radicales

Con estas 50 obras construidas por arquitectos menores de 50 años se ilustra una nueva actitud desde
arquitecturas que responden ante necesidades urgentes de la sociedad. Compromiso social, austeridad
constructiva con materiales y tecnologías locales, procesos de negociación con las comunidades y de
colaboración entre distintos profesionales, son algunas de las coordenadas de esta edición. Aquí se
privilegia el ingenio del autor que optimiza los recursos con cautela y que crea acciones previas a la
construcción de formas, desde el pragmatismo enfocado a obtener el mejor resultado con el mínimo
dispendio. Y se destacan los proyectos de carácter público y comunitario, que van de lo provisional a lo
atemporal, despojados de lo que no es estrictamente necesario, destilando los signos de sus tiempos en
clave local. A su vez, se subrayan aquellos que exploran la esencialidad espacial, la responsabilidad
constructiva y la sustentabilidad desde una sabiduría ancestral más que con nuevas tecnologías y
materiales. Con las propuestas que aquí se exponen pareciera que la arquitectura ha rescatado su
discurso ideológico y su función social que perdió durante décadas y, tras la austeridad de muchas de
estas obras, emergen señales de una nueva arquitectura radical.

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