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11 McGuirk, Justin. Ciudades radicales, un viaje a la nueva arquitectura latinoamericana. Turner Noema, Madrid 2015 p. 95
2Alejandro Hernández Gálvez apunta que estos “temas transversales” llevan presentes en la arquitectura al menos desde la segunda
mitad del siglo XIX, con los socialistas utópicos, ganando o perdiendo protagonismo por distintas razones. Su más reciente “revival”,
El título Reportando desde el frente que propuso el Premio Pritzker chileno, buscaba identificar los
desafíos que sí importan, que están conectados con la realidad y que libran la batalla desde la propia
disciplina arquitectónica. Su bienal procuró mostrar buenos ejemplos donde la arquitectura fuera capaz
de responder a las grandes preguntas con arquitectura, para atisbar qué sigue tras la denuncia y el
análisis y para entender cómo la creación formal sigue siendo determinante. 3 Como alternativa al
arquitecto diseñador aparece el arquitecto activista. Si para uno el objetivo es la estética, para el otro lo
que importa es el efecto. Como apunta Justin McGuirk, uno crea formas y el otro provoca acciones,
optimizando recursos.4 Formas activas y pragmatismo se convierten en las claves de una nueva
arquitectura que recupera cierta función ideológica sin perder la vocación formal originaria. Desde esta
perspectiva, en estas páginas se destacan aquellas arquitecturas radicales que, con pocos recursos
económicos y materiales, privilegian el ingenio del autor y los proyectos de carácter público y
comunitario, por encima de las obras privadas y eventualmente más sofisticadas. Esta edición nos lleva
a excluir algunos proyectos excesivamente protagónicos e icónicos, que se alinean con tendencias y
formalismos globales, para privilegiar las obras que se insertan en su contexto, se ciñen a los recursos
del lugar y atienden a las necesidades de la comunidad. A su vez, las 50 arquitecturas que componen
esta selección latinoamericana han sido construidas por una nueva generación de jóvenes5 arquitectos
menores de 50 años, y buena parte de las obras son resultado de trabajo en equipo, no sólo con las
comunidades con las que trabajan, sino también entre distintos arquitectos que puntualmente abordaron
proyectos juntos. En realidad se pueden identificar al menos dos generaciones: la de los hijos del 68
cuyos padres, tal vez, protestaron y creyeron en que “la imaginación podría llegar al poder”, tenían 25
años a principios de los noventa, el neoliberalismo rampante parecía ofrecer un futuro de libre
comercio, libre tránsito y supertecnología, y crecieron sin internet. Y la segunda generación es la que
empieza a ejercer ya en la crisis —algunos estaban en la escuela aún en el 2008— y crecieron con
videojuegos. El carácter antológico de esta selección que incluye ambas generaciones, es una apuesta
por ciertos signos de identidad de la reciente arquitectura de América Latina que bien puede
considerarse radical.
después de la crisis del 2008, tiene mucho que ver con el interés en la desigualdad económica hecha patente con cifras y estadísticas pero
que no necesariamente se usan en la producción de arquitectura “comprometida”
3Adrià, Miquel. Premio Pritzker 2016 para Alejandro Aravena. Arquine 76, p. 32 y Reportando desde el centro, publicado en
arquine.com el 1 de junio de 2016
5Peter Eisenman afirmaba que en esta profesión de corredores de fondo, un arquitecto de menos de 50 años todavía es joven.
El cambio de siglo
Apuntaba Iñaki Ábalos que “la consolidación de una arquitectura moderna latinoamericana tuvo hasta
bien entrada la década de los ochenta una dimensión heróica e identitaria que se canalizó a través de
cuatro grandes vectores: la reivindicación del espacio latinoamericano y su legado prehispánico; la
reivindicación de vivir en el tiempo presente, con sus lazos culturales europeos y americanos; la
reivindicación de unas técnicas vernáculas, un medio natural y un clima específico; y por último la
reivindicación de un medio social efervescente que aspiraba a salir de la opacidad. Lo interesante —
sigue Ábalos— que tiene hoy visitar la arquitectura que se ha producido las dos últimas décadas en
ciudades como Buenos Aires, Ciudad de México, Lima, Medellín, Montevideo, Santiago y tantas otras
en Latinoamérica, es que estos vectores no han dejado de estar presentes y, de hecho, han contribuido
decisivamente a crear magníficas arquitecturas, pero ahora todos ellos están vivos conformando un
mismo campo de juego. Podríamos decir que al fin se han identificado como un mismo problema, el de
la Arquitectura con mayúsculas, capaz de transformar necesidades, contradicciones y aspiraciones
múltiples en una expresión poética, solvente y madura, como si asistiésemos al paso desde una difícil
adolescencia a un estado de gracia y plenitud que, por cierto, se corresponde con otra impresión cada
vez más dominante, que este estado de plenitud comienza a visualizarse también en el optimismo
económico, social y político de gran parte del continente, aún a pesar de los enormes problemas con los
que debe enfrentarse. La arquitectura que se está produciendo actualmente, es a la vez poliédrica y
universal, capaz de producir obras y proyectos que despiertan interés como expresiones genuinas de lo
que la arquitectura es capaz de producir en la cultura contemporánea”. 6
Efectivamente, ciertos valores —o vectores, como propone Ábalos— persisten y de algún modo
estructuran los caminos tomados por las generaciones más recientes. Sintetizando y a riesgo de
simplificar en exceso, en las arquitecturas latinoamericanas de fin de siglo se reconocían ciertos signos
de identidad nacional: la arquitectura chilena relacionada con el paisaje, la argentina con la
racionalidad, la brasileña —especialmente la paulista— con la audacia estructural, la colombiana con
la expresión de la materia y la mexicana con la monumentalidad. Cabe repasar los itinerarios seguidos
por algunos de estos países y los autores que orientaron el rumbo reciente, para dilucidar sus caminos,
estrategias y obras, que anteceden a los proyectos posteriores que aquí se publican. Quizá más que en
ninguna otra nación, Argentina resintió el cambio de siglo con la crisis de 2001 que azotó su economía.
8Adrià, Miquel, Cile secolo 21, publicado en la revista Area 133, Milán octubre 2014
9Adrià, Miquel, Mathías Klotz: architetture e progetti, Electa Editrice, Milán 2005, p. 18
las leyes de mercado y en sintonía con el debate mediático internacional. Smiljan Radic, Alejandro
Aravena, Sebastián Irarrázaval y Felipe Assadi pertenecen a esta generación. Con obras enigmáticas y
complejas, Radic destaca “en el desmontaje de su pericia en el uso de los materiales, en la llamada
‘lógica’ estructural, en el aprovechamiento de las condiciones ambientales, en la economía de recursos,
así como en asociaciones y referentes arquitectónicos, descripciones y adjetivaciones”. 10 Alejandro
Aravena se formó en las mismas aulas de la Universidad Católica que los anteriores, sin embargo su
trabajo apuntó hacia una búsqueda más estratégica, desde sus investigaciones sobre la vivienda mínima
en ELEMENTAL. El carácter abierto de su propuesta permite al usuario completar según sus
posibilidades el potencial de sus espacios para vivir. De la nueva generación, quizá quienes más
despunten por la originalidad de su trabajo sean Pezo von Ellrichshausen. Sin duda, generacionalmente
deberían pertenecer a la selección de este libro que, sin embargo, se excluyeron por carecer de obras
públicas, más allá de sus ejercicios domésticos. Para Mauricio Pezo y Sofia von Ellrichshausen los
proyectos de arquitectura son sistemas dinámicos de determinación formal, y sus casas son variaciones
de una misma idea germinal a partir de ejercicios sucesivos de prueba y error. 11 Con el cambio de siglo,
la arquitectura contemporánea chilena reelaboró los prototipos del Movimiento Moderno y sus
arquitectos convirtieron en lenguaje propio la construcción de un discurso basado en la claridad
geométrica de los prismas en que se descomponen los programas. Colombia no es periférica. 12 Desde
finales del siglo XX la transformación del país y de sus ciudades ha rescatado una sociedad secuestrada
por la violencia, la desigualdad y el narcoterrorismo para convertirla en un laboratorio de arquitectura y
urbanismo ejemplar. Tanto en Bogotá como en Medellín se emprendieron acciones sistemáticas desde
sus respectivas oficinas municipales de Desarrollo Urbano, como desde la convocatoria de concursos
públicos de proyectos arquitectónicos. Albercas, estadios, parques biblioteca, colegios y espacios
públicos de calidad están conectados por las infraestructuras de movilidad que tejen sus ciudades. La
incorporación del Metrocable en Medellín permitió injertar equipamientos socioculturales de gran
impacto en tejidos urbanos muy precarios e impenetrables. Destacan los Parques Biblioteca de
Giancarlo Mazzanti y de Javier Vera, el museo Explora de Alejandro Echeverri, la gran marquesina del
Orquideorama de Camilo Restrepo y Plan:b, el acceso a ese mismo parque de Lorenzo Castro y Ani
Vélez, las plazas de Felipe Uribe o las albercas de Paisajes Emergentes, como acciones fuertes para
10Sato, Alberto. Al margen, en Smiljan Radic monografía de 2G número 44, Barcelona 2007, p. 5
11Pezo, Mauricio y von Ellrichshausen, Sofía. Procesos líquidos y formas blandas. Pezo von Ellrichshausen, ARQ serie obras, Santiago
de Chile, 2007. p. 4
Cíclicamente se ha catalogado la arquitectura de América Latina con el afán de certificar los signos de
identidad subcontinental. Eventualmente las bienales y los encuentros internacionales han ayudado a
ello, aunque con demasiada frecuencia las antologías se han visto forzadas a cumplir unas cuotas
nacionales aún cuando fuera en detrimento de la calidad resultante. Los criterios de selección para esta
publicación han eludido todo compromiso de proporcionalidad nacional, se ha editado desde México
—asumiendo que la inmediatez influya en la cantidad de obras mexicanas seleccionadas— y se ha
prestado especial atención a las arquitecturas chilenas y colombianas por reflejar y ejemplificar
15Etimológicamente “antología” viene del griego ánthos, “flor” y légein, “escoger”. La calidad y el valor de las obras seleccionadas es
lo que determina la edición, más que una simple recopilación de obras reunidas.
ampliamente los valores que se pretenden destacar. Con estas 50 obras se privilegian los proyectos con
carácter público, los programas con compromiso social y las obras colectivas llevadas a cabo por
arquitectos menores de 50 años. Se han destacado aquellas más comprometidas con los procesos que
las que generan formas mediáticas, comprometidas también con la austeridad y la optimización de
recursos y con el empleo de materiales comunes. Tras modestas construcciones rurales aparece una
nueva actitud que reacciona de manera responsable al despilfarro mediático y global de la arquitectura
previa a la crisis de 2008. Si bien, no es menos cierto que no se pretende aquí caer en la apología del
pobrismo, ni defender que todo lo barato tiene valor conceptual ni que todo lo caro es obsceno, ni que
todo lo espontáneo, colectivo o improvisado es más valioso que el resultado proyectual de un proceso
intelectual riguroso. Desde la disciplina de la arquitectura no se puede ignorar el camino recorrido por
siglos de experiencias perfectamente documentadas, ni pretender descubrir en cada proceso lo que era
de conocimiento público y universal. Algunas prácticas locales pueden carecer de la tecnología de otras
latitudes aún cuando pueden tener acceso a la información para llevarla a cabo. Así, las arquitecturas
que compensan con ingenio la falta de recursos, que reivindican un compromiso con la sociedad y que
exploran procesos constructivos y colaborativos para obtener el mejor resultado con el mínimo
esfuerzo, son las que se privilegian en esta edición. Los materiales empleados son los más comunes: el
concreto, el tabique, el block, el acero o la madera. Se opta reiteradamente por patios, pórticos o
galerones y las tipologías más recurrentes son las escuelas, los centros culturales, los museos, las
bibliotecas y los hoteles y en menor medida las fábricas, los centros deportivos o religiosos, sin olvidar
los jardines, las calles y plazas, así como los pabellones efímeros como celebración del espacio
público. Cajas y andamios, reciclaje y neomodernidades Entre las obras que se muestran destacan las
construidas en madera y acero o bambú, con polines que son estructura y cerramiento, que arman
trabes y sostienen cubiertas inclinadas. Edificios que replican la arquitectura más elemental y común
en todas las culturas, y que confían en la mano de obra local poco cualificada: la esencialidad de la
arquitectura rural y arcaica para construir escuelas con palitos y polines alrededor de un patio, 17 16
casi al azar. Buenos ejemplos son las escuelas rurales en Colombia de Daniel Feldman e Ivan Quiñones
en Villarica en el Departamento del Cauca y las de Felipe y Federico Mesa y de Mauricio Valencia,
Diana Herrera, Lucas Serna y Farhid Maya en la población de Vigía del Fuerte en Antioquia, así como
el beneficiadero comunitario de café Farallones en Ciudad Bolívar, Colombia, de Camilo Restrepo que
es una versión más sofisticada de contenedor local, construido en precolados de concreto rojo. En esta
línea también destacan la escuela rural costarricense de Entre Nos Atelier (Michael Smith Masi y
Alejandro Vallejo Ribas) en la reserva indígena de Tayutic de Grano de Oro, la ecuatoriana de Al Borde
(David Barragán, Pascual Gandolena, Marialuisa Borja y Esteban Benavides) con cubierta de paja a
dos aguas y las peruanas de Paulo Alonso, Marta Maccaglia, Ignacio Bosch y Borja Bosch en
Chuquibambilla, el Taller de arquitectura en el desierto de Jorge Losada en Piura, y de Cotideano
(Elizabeth Añaños) la escuela de Santa Elena de Piedritas en el desierto peruano. Más esencial si cabe,
y desprovisto de todo elemento constructivo prescindible, son las cajas que se circunscriben alrededor
de una pérgola octogonal para crear una comunidad de aprendizaje en el Ejido las Margaritas, San Luis
Potosí, México, diseñado por los paisajistas de TOA y el arquitecto Derek Dellekamp, así como el
mirador de Jorge Andrade, Javier Mera y Daniel Moreno sobre el lago del cráter de Quilotoa, Ecuador.
Con mayor sofisticación y con la misma tecnología elemental de polines de madera o tubos metálicos
que replican las construcciones de los andamios está el pabellón expositivo de Carla Juaçaba en
Copacabana, Rio de Janeiro, el hotel de los chilenos WMR (Felipe Wedeles, Jorge Manieut y Macarena
Rabat) en playa de Curanipe, región del Maule, el pabellón/escalera de madera de Manuel Villa y la
Oficina Informal de Antonio Yemail, para la Feria Internacional del Libro de Bogotá, Colombia, y los
pabellones temporales en el Zócalo de la capital mexicana proyectados por MMX (Jorge Arvizu,
Ignacio Del Rio, Emmanuel Ramírez y Diego Ricalde) y por PRODUCTORA (Carlos Bedoya, Víctor
Jaime, Wonne Ickx y Abel Perles). Cabe añadir en esta familia el centro comercial en Valle de Bravo,
México, de Paloma Vera y Juan Carlos Cano y la estructura lúdica en un parque de Paraguay de Lukas
Fúster. La caja de concreto es otro punto de partida para lograr la esencialidad de esta nueva
generación radical. Una cierta neomodernidad se arropa de estos prismas sólidos y precisos para
albergar el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, de los argentinos Monoblock (Marcos
Amadeo, Fernando Cynowiec, Juan Granara, Adrian Russo y Alexis Schachter), el Instituto Modelo del
Sur de Javier Esteban y Romina Tannenbaum en Avellaneda y el conjunto de casas de verano y hotel en
Uruguay de los argentinos Sebastián Adamo y Marcelo Faiden. Apuntaba Florencia Rodríguez que “en
estos casos mencionados se entienden búsquedas estéticas, tecnológicas y urbanas que resumen valores
colectivos relacionados a un estilo de vida que parece depurado de lujos innecesarios pero que intenta
otros más ligados a vínculos con el exterior, espacios comunes abiertos, un gran funcionalismo y
valores contemporáneos”.16
Si las cajas argentinas se adecuaban a contextos urbanos, otras cajas quedan inmersas en el
paisaje, fragmentando el programa a modo de confetti para sembrar en los extremos latinoamericanos
sobre el Océano Pacífico el Hotel Encuentro Guadalupe de Jorge Gracia en Baja California, México, y
el hotel Awasi Patagonia de Felipe Assadi y Francisca Pulido. Ambos privilegian el lugar con piezas
50 arquitecturas radicales
Con estas 50 obras construidas por arquitectos menores de 50 años se ilustra una nueva actitud desde
arquitecturas que responden ante necesidades urgentes de la sociedad. Compromiso social, austeridad
constructiva con materiales y tecnologías locales, procesos de negociación con las comunidades y de
colaboración entre distintos profesionales, son algunas de las coordenadas de esta edición. Aquí se
privilegia el ingenio del autor que optimiza los recursos con cautela y que crea acciones previas a la
construcción de formas, desde el pragmatismo enfocado a obtener el mejor resultado con el mínimo
dispendio. Y se destacan los proyectos de carácter público y comunitario, que van de lo provisional a lo
atemporal, despojados de lo que no es estrictamente necesario, destilando los signos de sus tiempos en
clave local. A su vez, se subrayan aquellos que exploran la esencialidad espacial, la responsabilidad
constructiva y la sustentabilidad desde una sabiduría ancestral más que con nuevas tecnologías y
materiales. Con las propuestas que aquí se exponen pareciera que la arquitectura ha rescatado su
discurso ideológico y su función social que perdió durante décadas y, tras la austeridad de muchas de
estas obras, emergen señales de una nueva arquitectura radical.