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Domingo de la Santísima Trinidad /7 de junio de 2020

(P. Miguel Oñate)

Apreciados hermanos todos, según los relatos bíblicos del Nuevo Testamento la confesión de fe en el
misterio de Dios como Trinidad se fue consolidando en la Iglesia primitiva, y uno de los ámbitos
privilegiados para ellos fue las celebraciones litúrgicas, tal como lo atestigua la segunda lectura de
hoy, y que permanece como uno de los saludos del sacerdote presidente a la asamblea: “La gracia de
Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos
ustedes” (2 Cor 13. 13), por tanto, los invito para que en esta celebración eucarística sigamos
confesando la fe en el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, como desde siempre lo ha hechos la Iglesia.
Espero que estas palabras que he preparado nos ayuden a reflexionar sobre dos aspectos que considero
importantes para nosotros al creer en la Santísima Trinidad.

1. Ni Dios es solo, ni nosotros tampoco: nosotros los cristianos aunque partimos del Antiguo
Testamento no nos quedamos solamente en el Antiguo Testamento, pero es interesante que desde el
Génesis en el segundo relato de la creación, el autor sagrado expresa que: “El Señor Dios se dijo: –No
está bien que el hombre esté solo” (Gn 2,9), que Dios no quiere que estemos solos, porque
efectivamente al hacernos a su “imagen y semejanza” (Gn 1, 26) ni Él, ni nosotros hemos sido creado
para vivir en aislamiento, creo que estos días de encierro en casa nos hemos podido dar cuenta de esa
misma realidad, de una manera más consciente, hemos sido hechos para la vivir en sociedad, para
relacionarnos los unos con los otros. Este hecho que acompaña toda la relevación bíblica al punto que
“fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de
unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG
9), es decir, que de la importancia que le demos a la dimensión comunitaria depende en gran parte
nuestra salvación, pero preguntémonos, ¿ este pueblo que Dios ha convocado que tipo de fe es la que
debe confesar?, ciertamente, somos monoteístas igual que los judíos, musulmanes y otras religiones,
pero el monoteísmo lo concebimos de manera distinta, es decir, que gracias a la relevación hecha por
Jesús, en especial a través de su Misterio Pascual, para nosotros los cristianos Dios invisible no nos ha
querido revelarnos algo, sino Él mismo, quiso darse a conocer, nos ha revelado su intimidad misma de
Dios, por eso nuestra manera de comprender a Dios, parte de la revelación realizada a través del
ministerio de Cristo, que nosotros los aceptamos por la fe, de lo contrario seria solo fruto de nuestra
imaginación.

Este misterio de Dios trino san Agustín lo supo expresar del siguiente modo, es posible ver que
el Padre es el Amante, el Hijo es el Amado y el Espíritu Santo es el Amor, es el misterio del amor
infinito, del amar que no se agota jamás, una vivencia de la plenitud del amor que no es cerrado sino
abierto, porque es propio del verdadero amor no buscar su propio beneficio sino que salir al encuentro
de la persona amada, para amarla y hacerla sentir importante. Por eso considerar el misterio trinitario,
es estar ante la presencia del amor más verdadero, profundo y duradero que existe, en el cual no hay
rastro de búsqueda de sí mismo, porque el Padre se da totalmente al Hijo por el Espíritu Santo, y de
igual manera el Hijo se da totalmente al Padre en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo está plenamente
tanto en el Padre como en el Hijo, pero es una comunión que no se encierra sino que se ofrece al
mundo, que Dios mismo nos ofrece como lo dice el Evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,
16), pero ¿qué debemos hacer ante ese ofrecimiento de amor divino? Dado que es propio del amor salir
al encuentro de la persona amada para amarla, ese amor nos invita a salir de nosotros mismo y nos pone
en la tarea de aprender a amar al estilo trinitario, para que hagamos lo mismo que Dios hace con
nosotros.
Es decir, debemos entregarnos al amor, para ello debemos invocar con insistencia al Espíritu
Santo, para que aprendamos a llevar según la medida del amor de Dios, se trata de dejar que se generen
relaciones de reciprocidad en nosotros, porque dado que el amor no se reduce solo a un dejarse amar
sino que se busca corresponder al Otro amándolo, como lo celebra la Iglesia el próximo domingo en el
Corpus Christi, porque en cada eucaristía ese amor busca ser correspondido, Jesús se sigue ofreciendo
en las especies del pan y vino consagradas por la acción del Espíritu en su Cuerpo y la Sangre del
Señor, como el verdadero pan que el Padre desde el cielo manda, para que sus hijos se alimenten y
tenga vida eterna, y puedan así responder al amor de Dios, amando a Dios, al prójimo y a sí mismos.
Así que celebrar la Trinidad nos pone en una serie de relaciones, donde Dios que solo de deja mover
por el amor, también quiere movernos a nosotros, para que movido por respondamos a su gran amor.

2. La trinidad nos quiere salvar a todos: El Dios en quien creemos nosotros los cristianos, no
quiere condenarnos ni castigarnos, no quiere nuestro mal, así que si se llegase a dar la condenación es
debidos a que no queremos creer en su amor, porque no nos hemos abierto a la misericordia como nos
lo dice la primera lectura: “el Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel” Éx 34,4b-6.8-
9). Entonces, el juicio no depende de Dios sino de nuestro rechazo al don de Dios, por eso cada uno
debemos preguntarnos personalmente: ¿estoy aceptando el amor de Dios en mi vida? ¿cómo le estoy
respondiendo al Señor?, porque todas las divinas personas están comprometidas con nuestra salvación,
Dios ha hecho y sigue haciendo todo para que yo, tu y todos nos salvemos, “Dios, Padre quiere que
todos los hombres se salven”, por eso ha enviado al Hijo y al Espíritu Santo al mundo no para
condenarnos, sino para salvarnos. Él se ha revelado para salvarnos, es la dimensión escatológica de la
vida cristiana y trinitaria, porque “toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela,
reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos” (DCG 47),

Hermanos, la Trinidad se ha puesto en nuestras manos, se ha volcado sobre nosotros, por esto
tiene razón el Catecismo al decir, que el misterio trinitario, no solamente es el mayor misterio de la fe
cristiana, sino que es “fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina” (CEC 234),
porque solamente a la luz de la Trinidad es posible comprender el misterio de nuestra existencia, la luz
que irradia de ese misterio esclarece todo los demás, por tanto, dejemos que esta luz ilumine nuestra
casa de formación sacerdotal, para que acojamos la Paternidad de Dios como lo hizo Jesús, el Hijo, y
así, seamos por la acción del Espíritu Santo la familia de los hijos de Dios, (La Iglesia), donde
solamente se busque la gloria de único verdadero Dios.

Permítanme, que termine esta reflexión citando un sermón sobre el profeta Isaías, atribuido a
Juan Taulero (1300 -1361), donde se habla de la acción que Dios quiere realizar sobre nuestras vidas, si
lo dejamos actuar: «Ellos (los hombres creyentes) dejan que Dios construya en ellos su fundamento y se
entregan totalmente a Dios y salen de lo suyo y no conservan absolutamente nada ni en las obras ni en los
modos, ni en la actividad ni en el descanso, no de esta manera ni de la otra, ni en el amor ni en el dolor. Reciben
de Dios todas las cosas con miedo humilde y se las entregan con total pobreza de sí mismos, con voluntario
sosiego, y se inclinan humildemente ante las decisiones de la divina voluntad: quieren en todo lo que Dios
quiere, con esto se contentan, en la paz y en la falta de paz... En todas las cosas gustan la voluntad de Dios; por
eso el mundo entero no les puede despojar de su paz. Aun cuando se concertasen contra ellos todos los demonios
y todos los hombres..., todos juntos no serían capaces de robarles la paz. Estas gentes gustan sólo de Dios y de
nadie más, y son en realidad «iluminados», pues Dios, que resplandece en todas las cosas, en ellos mismos lo
hace con suma claridad; hasta en medio de las más profundas tinieblas; y aquí más realmente que en medio de la
luz brillante. ¡Ah! éstos son gente amante, son gente sobrenatural y divina, y en todas sus obras no hacen ni
practican nada sin Dios, y si nos es permitido diríamos que en cierto sentido ellos no son, sino que Dios es en
ellos. ¡Ah, éstos son los hombres amantes! En ellos está fundado el mundo y son nobles columnas del mundo
entero» (Deutsche Mystiker, vol. IV; Tauler, en selección, traducido al alemán por W. Oehl, págs. 3 y sigs.).

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