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LECTIO DIVINA

Domingo de la Santísima Trinidad /7 de junio de 2020


(Recopiló P. Miguel Oñate)

Contexto bíblico de Juan 3, 16-18: ¿Qué dice el texto?

El fragmento del evangelio de san Juan que estamos leyendo forma parte del diálogo de Jesús con
Nicodemo. En la primer parte del evangelio (1-13) hay una serie de encuentros de Jesús con varias
personas: Andrés, Felipe, Natanael, la samaritana, entre otros más, en el presente caso se trata de un
maestro de la ley, por eso es un diálogo complejo, que se desarrolla de noche (3,2), una referencia que
alude a la condición espiritual del interlocutor, porque la ley judía no tenia la capacidad de iluminar las
tinieblas del mundo, para Juan solamente la luz de Cristo, es la única que puede disipar “las tinieblas
del mundo” (1,4). En medio del diálogo se deja entrever que hay varios puntos en los que el mensaje de
Jesús no puede ser comprendido por Nicodemo. La perspectiva de la mente humana sin la fe es muy
reductiva, de hecho, en dos ocasiones se pregunta ¿cómo puede ser eso?, porque Jesús le habla un
lenguaje simbólico, que no se puede entender con una mente iluminada por la fe, por eso el maestro de
la ley se extraña de aquello que Jesús propone. Concretamente, los versículos (16-18) que la liturgia ha
tomado para la celebración del domingo de la Trinidad, corresponden a un apartado que explicita las
palabras de Jesús referentes al cómo se accede a la vida eterna, un tema que ha venido insinuando a
Nicodemo, pero que aquí se expresan de modo admirable.

Partamos del v. 14 y 15, donde se hace referencia al episodio de las serpientes en el desierto que matan
al pueblo, y al estandarte que Moisés levantó para que fueran salvados, para así simbolizar que aquellos
que crean en el Hijo del hombre, gracias a la fe pueden encontrar en este Dios levantado en lo alto,
salvación. En el cuarto evangelio «levantar» significa, al mismo tiempo, crucificar (ser levantado en la
cruz) y ensalzar, porque creer en Jesús es también un levantarse por encima de lo contingente para
acceder a la vida de Dios. En el v. 16 se pone de manifiesto la intención de Dios para con el mundo,
porque dado que la salvación del género humano depende, sobre todo, del amor de Dios, y no tanto de
nuestras obras. Dios al manifestar un amor tan grande al mundo, expresa su voluntad de desprenderse
de Hijo Único para así arrancar a la humanidad de la muerte. El verbo «entregar» asume aquí la doble
valencia: de enviar al mundo al Hijo y de entregarlo hasta la muerte, pero en esa entrega de Jesús esta
implicado el Padre, es el Padre quien está a la raíz de todo este derroche de amor. Para el evangelista
todo el sentido del mundo está en Jesús, incluso las vidas de aquellos que desconocen al propio Jesús.
Dios nos ha querido hablar de muchas maneras para expresarnos su amor, pero lo ha hecho de forma
definitiva en Jesús; por eso conocerlo y seguirlo es lo más grande a que un ser humano puede aspirar.

El discípulo amado nos dice muy claramente que el amor es la única motivación que Dios tiene para
dar vida y salvar a los humanos. Dios no quiere condenar ni castigar. Dios no quiere nuestro mal. La
mayor prueba de su amor es habernos enviado y entregado a su Hijo Jesucristo para darnos la salvación
y con ella toda la vida del mismo Dios. Somos salvados gracias al amor que Dios nos tiene, un amor
que se ha manifestado en la entrega total de Jesucristo, de manera, v. 18, si hay condenación es porque
no se ha creído en el amor, por tanto, el juicio no depende de Dios, sino de la elección que cada uno
hace ante Aquel que se ha entregado, que se ha puesto en nuestras manos.

Preguntas para la lectura: ¿Cómo demuestra Dios que ama al mundo? ¿Por qué Dios le entregó a su
Hijo al mundo? ¿Para qué envió a su Hijo al mundo? ¿Y el que no crea que le sucederá?

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