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Lo que voy a decir, esta noche, tendrá un lazo poco directo con el psicoanálisis.
Esta primera afirmación, que se relaciona con Lacan, puede asombrar. S in
embargo, eran las condiciones mismas en las cuales se habían efectuado nuestras
reuniones de trabajo. En efecto, a fin de hacerme sentir cómodo, y con la inquietud
de no influenciarme en mis respuestas a sus preguntas, me había pedido
expresamente olvidar lo poco que conocía del psicóanálisis en general y de su
teoría en particular.
A punto tal, por otra parte, que al cabo de un período de varios años
absolutamente privilegiados para mí, he debido despedirme de él para consagrarme
a la redacción de dos obras (1)que en el momento de su publicación, en 1977 y en
1979, tendrán el honor de interesarlo y de recibir su aprobación. Es decir que del
intenso intercambio con Lacan, a veces extenuante para mí, yo era, de hecho el
gran beneficiario. En cuanto a Lacan mismo, ¿qué obtuvo él de esto?
Probablemente nadie está en condiciones de contestarlo actualmente con precisión.
¿Cómo un gran espíritu puede nutrirse de todos los aportes que encuentra en su
camino? Para saberlo, eso exigiría sin duda una investigacion paciente, minuciosa y
sobretodo global. Estábamos al principio de los años setenta. Lo esencial de la
teoría de Lacan ya estaba formulada. Sin embargo, no se puede dudar que, en
este sumergirse en la cultura china, su curiosidad intelectual no haya encontrado
atractivos, que su espíritu escrutador no haya extraído inspiraciones, que, en el
corazón mismo de su teoría, tal o cual concepto no haya encontrado ecos, incluso
prolongaclones. Si no ¿por qué todas esas sesiones encarnizadas que duraban a
veces varias horas, y una o dos veces una tarde entera?
Aparte de las discusiones puntuales sobre diversos temas tales como los
pronombres personales, las preposiciones, las expresiones de tiempo en chino,
estudiamos ante todo textos elegidos uno a uno por Lacan mismo. De una manera
general, se trata de textos de los cuales él había leído las traducciones. Si hago
abstracción de algunos textos anexos que mencionaré al pasar, puedo citar, en
orden, las principales obras siguientes: Le Livre de la Voie et de sa
vertu, el Mencius y Propos sur la peinture du moine Citrouille amere. Veremos que
este orden sigue una cierta lógica, dado que las tres obras en cuestión
corresponden a grandes rasgos, a los tres niveles constitutivos del pensamiento
chino: el nivel de base que calificaría de cosmo-ontológico luego el nivel ético, y
finalmente el nivel estético.
Todas las frases que componen ese texto abordaron la idea del soplo. Es aquí que,
sin más, conviene indicar un punto central: la idea de soplo se encuentra en el
pensamiento chino.
Es cierto que, muy antiguamente, en la manera en que los chinos concebían el
orígen de la Creación, la idea de una voluntad divina no estaba para nada ausen te,
Puesto que ellos se referían al Señor de Arriba, y más tarde, al Cielo. No estaban
ausentes tampoco las referencias a ciertas materias, como el Fuego o el Humus.
Pero en un momento dado, muy temprano sin embargo, segun una gran intuición,
Optaron por el soplo, que no estaba forzosamente en contradicción con las ideas
precedentes, pero que, fenomenológicamente, les permitía adelantar una
concepción unitaria y orgánica del universo vivo donde todo se enlaza, todo se
sostiene, por justamente, el soplo. Por más que hayan buscado, no encontraron
nada mejor que el soplo, esta entidad dinámica, capaz de engendrar la Vida, a la
vez que el espíritu y la materia, el Uno y lo Múltiple, las formas y su metamorfosis.
Optando por el soplo, extrajeron rápidamente de él todas las consecuencias. El
soplo es precisamente esa unidad de base que estructura todos los niveles de un
sistema orgánico. Es así que, a nivel físico, las materias vivas, nuestros mismos
cuerpos, son concebidos como condensaciones de diferentes soplos vitales. Que, a
nivel ético, cuando alguien actúa con justicia y equidad, se dice que su conciencia
está movida por el soplo íntegro o el soplo de la Rectitud. Y que, a nivel estético, la
regla de oro recomienda animar los soplos rítmicos. He aquí muchas cosas
arrojadas así un poco desordenadamente. Pero tranquilícense, no me extravío.
Volvamos al primer texto. Lo voy a comentar frase por frase.
El Tao de origen designa el Vacío original de donde emana el soplo primordial que
es el Uno. El Uno se divide en dos soplos vitales que son el Yin y el Yang. El Yang,
que concierne al principio de la fuerza activa, y el Yin, que concierne al principio de
la dulzura receptiva, están virtualmente en estado de engendrar los Diez Mil seres.
Pero al Dos viene a agregarse el Tres, o más bien al corazón del Dos viene a
intercalarse el Tres. Pues el Tres no es otro que el soplo del Vacío-central del cual
es cuestión en la última frase. Este soplo del Vacío-central, ese Tres, ¿es
indispensable? Según el pensador chino, sí. Puesto que, sin ese soplo actuando en
el Vacío-central, el Yin y el Yang se plantarían cada uno por su lado en una actitud
de reserva o se encontrarían en una oposición estéril. Mientras que, con la
intervención del Vacío-central, los dospartenaires entran en un campo a la vez
abierto, distanciado e interactivo, y por su interacción, acceden a la transformación
mutua. El soplo del Vacío-central es entonces lo contrario de un lugar neutro y
hueco, de un no mans land **. Es una entidad dinámica en sí. Por cierto nace del
Dos, es decir que solamente puede estar ahí cuando el Dos está ahí. Pero una vez
ahí no se borra como una simple ráfaga de viento pasajero; se vuelve un presencia
en sí, un verdadero espacio de intercambio y de cambio, un proceso en el cual el
Dos podría cruzarse y excederse.
Consideremos ahora el segundo texto (Le Livre de la Voie et de sa vertu, cap. 1):
El primer texto nos ha informado acerca del mecanismo del Tao sobre el modo en
cómo funcionan los soplos vitales, particularmente con el soplo del Vacío-central
que trae consigo el intercambio entre el Yin y el Yang y, por ahí, los lleva más lejos,
en el proceso del cambio continuo. Aquí, en este segundo texto, palpamos una
verdad más sutil. Ciertamente el Taoimplica el cambio continuo, pero ¿es que en el
seno de esta inmensa marcha permanente, hay sin embargo algo constante que no
cambia? ¿Que jamás se altera ni se corrompe? Y bien, contesta Laozi con una
convicción no desprovista de humor: lo que no cambia es el Vacío mismo. Un Vacío
sin embargo vivificante dónde se origina el soplo, de donde lo que es sin-tener
Nombre tiende constanternente hacia el-tener Nombre; lo que es sin-tener Deseo
tiende constantemente hacia el-tener Deseo. Pero he aquí: en cuanto hay Nombre,
en cuanto hay Deseo, no estamos más en lo constante. Lo único constante, el
verdadero constante, una vez más, es el Vacío de donde surge constantemente el
soplo. Desde esta óptica, estamos forzados a admitir que el verdadero ser es a
cada instante el salto mismo hacia el ser, la verdadera vida es a cada instante el
impulso mismo hacia la vida. Desde entonces comprendemos la inquietud de los
pensadores chinos por aprehender el Vacío. En el cora zón de las sustancias vivas
aparentemente las más consistentes, las más compactas, ellos ven obrar el Vacío y
su corolario el soplo, los cuales hacen que, en la raíz de los fenómenos abundantes,
destinados finalmente a ser deteriorados, hay esta fuente constante que, ella, no se
agota, no traiciona. Es la razón por la que es necesario, según ellos, sostener los
dos extremos, sostener el sin tener Nombre y el sin tener Deseo para captar el
germen, sostener el tener Nombre y el tener Deseo para prever el término. Aquí, si
se quiere dar un paso más y formular la cosa de manera menos enigmática, diré:
hay en estos pensadores chinos, como más tarde en los artistas chinos, una
preocupación constante. Ellos buscan enlazar lo visible a lo invisible, lo finito a lo
infinito, o inversamente introducir lo invisible en lo visible, y lo infinito en lo finito,
esto incluso en la misma vida cotidiana. Pero concretamente ¿cómo? Por el Vacío-
central, responden ellos. Cada uno de nosotros, cada cosa en sí es una finitud. La
infinitud es lo que sucede entre las entidades vivas. A condición sin embargo, lo
sabemos ahora, que las entidades en cuestión estén en una relación de intercambio
y no de dominación, y que actúe entre ellas el verdadero soplo del Vacío
central. El Vacío-central es precisamente ese soplo que viene de sí del sujeto
cuando está a la vista de otros sujetos y que lo empuja fuera de sí, para que el vivir
y el hablar le sean indefinidamente posibles. El Vacío- central transforma al sujeto
en proyecto, en el sentido que él lo proyecta delante de sí, tendiendo siempre hacia
lo inesperado, es decir hacia el infinito. El sujeto justamente no es ese bien
celosamente conservado, lo dado, fijado de una vez para siempre. La verdadera
realización no está en el estrecho recinto de un cuerpo mensurable, tampoco está
en una vana fusión con un otro que sería todavía una finitud, sino en el ir y venir
sin fin y siempre nuevo entre las unidades de la vida, el verdadero misterio siempre
otro. Aquí, si se acepta la idea de soplo, se debe poder admitir también la visión
según la cual aún nuestras sensaciones más íntimas no se limitan al interior de un
pobre cascarón; ellas son vibraciones, ondas propagadas en un espacio que viene
de sí, pero desbordándolo infinitamente, en resonancia con la gran rítmica del Tao.
Ahí está la definición misma del éxtasis.
Lo que acabamos de ver, a través de los dos textos de Le livre de la Voie et de sa
vertu, concierne al pensamiento taoísta. La obra siguiente, que espontáneamente
Lacan ha elegido, concierne, al confucionismo, ya que se trata del Mencius. En esta
ocasión, por otra parte, nos hemos interesado igualmente por ciertos pasajes de
las Entretiens de Confucius, y por otra obra: Le Milieu juste (5).
Es la más alta expresión de la justicia. Si es preciso, hay que estar listo para
sacrificar su vida por su realización. Toda esta concepción, Mencius la debe
esencialmente a Confucio, que en sus Entretiens, tuvo varias ocasiones para
desarrollarla. A un discípulo que lo interroga acerca de su
saber, Confucio le contesta que no posee ningún saber preestablecido, que su
saber es tan vacío como el Vacío. Pero que si alguien lo consulta por una situación
humana concreta, él se esforzaría siempre por examinar la situación hasta sus
límites extremos, antes de proponer, en la medida de lo posible, la Vía
central (médiane) más elevada, la más justa. En base a esta actitud, él hizo, por
otra parte, esta afirmación que gustó mucho a Lacan:"Cuando uno pasea aunque
sea de a tres, cada uno está seguro de encontrar en el otro un maestro, haciendo
la parte del bueno para imitarlo y superarse, o del malo para corregirlo en sí
mismo" (6). Esta afirmación nos hace captar la perspectiva confucionista según la
cual, toda situación humana siendo intersubjetiva, lo que nace entre las entidades
vivas, sobre todo cuando éstas apuntan a buscar lo verdadero, no es algo abstracto
ni pasajero. Se encarna en una entidad en sí, una especie de trans-sujeto, de
hecho el verdadero sujeto, eljusto Medio por excelencia, ya que es él el que
permite a los "sujetos" en presencia elevarse, transformarse, en el sentido de la
Vía. Tanto más que, sobre este tema, la tradición de los letrados, que tocan
el problema del sujeto, concibe dos tipos de "yo" (moi): el pequeño yo y el gran
yo. El primero concierne al sujeto en su estado de individuo y el segundo el sujeto
en su dimensión social y cósmica ( en relación con la tierra y al cielo). En el seno de
esta última dimensión, el sujeto debe esforzarse en pensar y actuar en el sentido
del bien colectivo, ciertamente, pero sobre todo "cósmicamente", aceptando la idea
que, si tiene el mérito de pensar el universo, es a fin de cuentas el Universo vivo
que no ha cesado de pensar en él, por él. Él piensa así como él es pensado a través
de todos los encuentros decisivos. Es así que él se siente ligado. Es así que su
pequeño yo se deja desbordar ventajosamente.
¿Cómo, finalmente, nutrir en sí ese soplo íntegro? Hace falta, para hacerlo, dice
Mencius, que toda su voluntad, su corazón -sede de los sentimientos y del espíritu-
tienda hacia él. Sobre todo hace falta ponerse en la disposición de extrema
humildad y de extrema rectitud. De extrema paciencia también: no fijar un término
preciso ni buscar resultados inmediatos; no imitar a ese hombre de pocos alcances,
que bajo el pretexto de ayudar a las plantas de arroz a crecer más rápido, las estira
para arriba y termina por arruinarlas completamente. Mencius no duda que si se
logra llenar esas exigencias, el resultado estará asegurado.
En 1960 al final de su seminario sobre la ética del psicoanálisis, Lacan habló
de Mencius diciendo que según éste, la benevolencia estaba en el origen natural
del hombre. La degradación vino después. Mencius era un apasionado de la justicia.
No ignora las desviaciones, las perversiones, el mal, pero cree, lo hemos dicho, en
la fuerza de la educación. El mismo había sido educado por su madre que, para
sustraer a su joven hijo de influencias nefastas, no había vacilado en mudarse tres
veces. Lacan estaba de acuerdo conmigo en pensar que losconfucionistas han
probablemente confiado demasiado en la naturaleza humana. No han escrutado
el Mal de manera radical, ni planteado de manera radical el problema del derecho
para proteger al sujeto. Esta es la gran lección que China puede y debe aprender
del pensamiento occidental. Es cierto que Lacan admiró esta actitud de confianza
de los confucionistas para quienes los bienes son dados al hombre y el
entendimiento con el mundo de los vivos le es acordado. Sobre este
tema, Mencius expuso por otro lado un argumento simple: puesto que hacer
el mal es la cosa mas fácil del mundo, que hacer el bien es infinitamente difícil, casi
contra natura, y que sin embargo de generación en generación cantidad de
hombres continúan espontáneamente en hacer el bien, hay que creer que el bien es
sin embargo innato al hombre desde el comienzo. Si no, ningún Señor de Allá-
Arriba, ningún Cielo, ninguna Razón está posibilitada de imponérselos desde afuera,
retroactivamente (aprés coup).
Para adquirir el arte del Trazo ¿es suficiente un ejercicio asiduo? No, dice Shitao,
ya que se trata de una disciplina de vida. Para ello, hace falta que el artista esté en
estado de acogerlo. Es aquí que interviene la noción de Receptividad. Como el
Trazo debe ser movido por el soplo, hace falta que previamente el artista, él mismo
en lo más íntimo, sea movido por los soplos vitales, tanto el Yln, el Yang, como el
Vacío-central, los mismos que han sido capaces de encarnarse en bambú y en roca,
en montaña y en agua. El artista debe alcanzar ese grado de disponibilidad abierta
donde los soplos internos que lo habitan estén en condiciones de relevar aquellos
que vienen del Afuera. El verdadero Trazo no puede resultar más que de este
encuentro y de este intercambio entre soplos internos y soplos externos. "Venerar
la Receptividad", es la última recomendación lanzada por Shitao. Este último no
ignora que hay conocimientos conscientes y prácticos, pero afirma que la
Receptividad es primera y el Conocimiento segundo. Para decirlo todo, la
Receptividad es un estado superior del Conocimiento, una especie de intuición
plena por la cual captamos algo que no sabemos y que sin embargo por
adelantado, ya sabemos.
Acabamos de tratar la idea del Trazo. Pasemos ahora del Trazo a la combinación de
trazos, y de la combinación de trazos a las figuras dibujadas. Entre las figuras
dibujadas, más abstractas y al mismo tiempo más significantes, hay que contar los
ideogramas que, como se sabe, son un conjunto de signos hechos de trazos
estructurados cada vez alrededor de un centro, según ciertas reglas pero que
ofrece variedades infinitas. A causa de los ideogramas, la caligrafía se volvió un
arte mayor.
Por la gestualidad surgente, y rítmica que ella suscita, la caligrafía exalta el ser
carnal de los signos, restableciéndolos en su dignidad plena. Si hablar es un soplo,
escribir es un soplo también. Los signos a trazar comprometen cuerpo y espíritu del
que traza, lo proyectan al afuera para que él se realice en figuras formales pero
plenas de sentido. Plenas de sentido, dijimos. La palabra sentido [sens] en plural,
pues el sentido de los signos en los cuales el hombre se inviste enteramente es
inagotable.
Acerca de esto, no puedo dejar de abrir un paréntes para evocar
el ideograma yi sobre el cual Lacan y yo hemos tenido una discusión de las más
instructivas para mí. Este ideograma, que tiene como sentido original "Idea" o
"intención", goza de numerosas combinaciones con otros ideogramas para formar
toda una familia de términos que giran en torno de la noción de imagen, de signo y
de slignificación. Es así que a partir del núcleo yi, asistimos al nacimiento de la
siguiente serie: yi-yu, "deseo"; yi-zhi "mira" ; yi-xiang, "orientación"; yi-
xiang, "imagen, signo"; yi-hui, "comprensión"; yi-yi o zhen-yi, "significacion o
esencia verdadera"; y¡-jing, "estado más allá de lo decible". De los dos últimos
terminos, el yi-yi, "significación" implica la idea de la eficacia justa, mientras que
el yi-jing, "estado no decible" implica la idea de un rebasamiento con relación a la
palabra significada. Y toda esta serie de palabras nos inspira la constatación que,
por una parte, el signo es el resultado de un deseo, de una mira y dotado de
una significación que sin embargo no la agota, y que, por otra parte, la verdadera
significación de un signo puede actuar eficazmente, y el rebasamiento del signo no
puede hacerse mas que a partir de esta significación misma. Nuestra discusión
sobre ese tema nos llevó naturalmente, lo recuerdo bien, a referirnos a
la concepción desconstructivista del lenguaje y pensamos que si es totalmente
justo afirmar que el sentido de un "escrito" es sin cesar «diferido", eso no impide
que en cada situación determinada, en cada encuentro decisivo, la significación es,
en la medida en que la significación en cuestión actúa eficazmente sobre los seres
presentes, haciéndoles acceder, en el mejor de los casos, a la transformación.
NOTAS:
(1) Cheng F., L' Écriture Poétique chinoise, Le seuil, coll. "Points", 1996, et Vide el
plein, le langage pictural chinois, Le Seull, col. "Points", 1991.
(3) El Tao de origen engendra el Uno / El Uno engendra el Dos / El Dos engendra el
Tres / El Tres engendra los Diez Mil seres / Los Diez Mil seres endosan el Yin / Y
abrazan el Yang / Por el soplo del Vacío-central / Realizan el intercambio-
entendimiento
(9) La interpretación de esa cuarteta de Wane, Wei, hecha por Lacan y por mí ese
día, ha podido ser integrada veinte años más tarde en mi obra L' Ecriture poétique
chinoise, cuando ésta entró en la colección de bolsillo "Points" de la Editorial Le
Seuil.