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Nuestra experiencia registra a menudo una palabra o un cliché de moda que antes no existía o
que no sabíamos que existía, y los adoptamos e incorporamos con total naturalidad en nuestro
decir habitual. A lo largo de nuestra vida se produce una constante adquisición de masa
lingüística, en forma muy intensa en los años infantiles y juveniles, y de manera más paulatina
en la edad madura, hasta hacerse casi o totalmente nula en la senilidad. La adquisición no sólo
colectiva sino individual de los neologismos se produce en la mayoría de los casos de manera
inconsciente. Pero junto a esta adquisición individual y colectiva de estos elementos lingüísticos,
se produce una pérdida de otros.
2. La evolución de la lengua. El cambio lingüístico
La lengua, en su conjunto, está constituida por una gran masa de usos que se retienen de los
estados anteriores, pero esa masa está en constante evolución. Esta evolución implica la
desaparición constante de muchos elementos, cuyo lugar es también constantemente invadido
por otros nuevos.
Las causas del cambio lingüístico son siempre los mismos: las necesidades de la comunicación,
que a su vez están subordinadas a la evolución de la sociedad. La intensidad con la que estas
causas actúan sobre las diversas fachadas del idioma es desigual. El léxico es siempre el más
inmediatamente afectado, más suavemente lo es la gramática y, por último, de manera más
difícilmente perceptible lo es la fonología.
El cambio lingüístico es un consecuencia de necesidades expresivas que no son iguales para
cada generación y, además, el cambio no implica aniquilación de lo anterior, sino conservación
selectiva de aquella parte del pasado que aún tiene alguna vigencia en el presente.
Algunos lingüistas han defendido que la lengua no sufra estos cambios, que se quede como está.
El primero en adoptar esta postura fue Elio Antonio de Lebrija, que entendía (en 1492) que
nuestra lengua estaba tanto en la cumbre, que más se puede temer el descendimiento de ella
que más la subida.
Otros autores, en cambio, como Jerónimo de Feijoo se rebelaba contra los inmovilistas del
idioma. Entendía que tratar de conservar la lengua es menguar su utilidad y querer cortar su
vitalidad. Hay que aceptar como un hecho cierto el cambio lingüístico y darlo como bueno, puesto
que se produce para adaptar, es decir, para hacer más apto el instrumento de comunicación a la
altura de los tiempos.
El cambio lingüístico no es ruptura, sino evolución, porque cada generación, al heredar de sus
padres la lengua, introduce los retoques necesarios, la adapta a las nuevas circunstancias. Pero
esa adaptación sólo debe producirse en lo que sea verdaderamente necesario. La mayor parte
de la herencia lingüística se conserva y pasa de una a otra generación, pero siempre aporta su
toque, mayor o menor.
3. El papel de los medios de comunicación
La lengua tiene una tendencia natural a la estabilidad, porque así conviene a su mayor eficacia
como instrumento de comunicación de la sociedad que la utiliza. Todos sentimos la necesidad
de una mínima fijeza en el código de señales con el que nos relacionamos con nuestros
cohablantes. Se produce así una constante tensión entre las fuerzas del cambio y las de la
estabilidad.
Es deseable que esta tensión se mantenga dentro de un equilibrio de fuerzas. La actitud de los
observadores de la lengua y la de los usuarios no debe ser pasiva, no debe tomar partido por el
inmovilismo, sino que debe aspirar a refrenar la proliferación excesiva que puede acelerar la
marcha y la intensidad del cambio en perjuicio de la estabilidad, que es un componente esencial
de la lengua, en cuanto sistema al servicio de una gran comunidad.