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FIEDEL
5. LOS ORÍGENES
DE LA AGRICULTURA Y DE LA VIDA ALDEANA
Más de cien especies de plantas, incluyendo muchas de las que ahora de penden las
poblaciones en el mundo, fueron originariamente cultivadas y domesticadas por los
nativos americanos. Las más comunes y extendidas son el maíz, que procede de
México, y las papas o patatas, que se cultivaron por primera vez en la sierra peruana.
El registro de los cultivos americanos también incluye camote o boniato, yuca o
mandioca, varias clases de frijol, ca labazas, tomate, ají, aguacate, girasol y amaranto.
Además de las plantas ali menticias cultivaron otras que usaron como estimulantes
(tabaco y coca), fibra (algodón) y recipientes (calabazas).
Los arqueólogos han considerado tradicionalmente que la agricultura o «producción de
alimentos constituyó una ruptura radical y repentina en re lación a la vida de los
antiguos cazadores y recolectores. El prehistoriador australiano V. Gordon Childe se
refiere a este proceso como «la revolución neolítica», la cual tuvo su origen en las
sociedades del Próximo Oriente y Europa. La agricultura hizo que se pudieran obtener
muchos más alimentos que con la recolección; asegurado un excedente alimentario, la
población neolítica aumentó rápidamente. Se establecieron aldeas permanentes y los
agricultores se establecieron donde estaban sus cultivos. Libres de la continua
búsqueda del alimento y de la dependencia de los recursos silvestres, los agricultores
contaron con más tiempo para desarrollar actividades como la manufactura de la
cerámica y el tejido. Si cosechaban más alimentos que los inmediatamente necesarios,
podían almacenarlos, y el excedente se intercambiaba con otros grupos para obtener
objetos suntuarios, aunque también podía usarse para liberar a algunos miembros de la
sociedad de las tareas directamente ligadas a la subsistencia -artesanos
especializados, mercaderes, sacerdotes y la elite gobernante. Así, la agricultura
proporcionó la base para una estratificación social y económica.
Los conceptos y procedimientos comprometidos con las relaciones entre el hombre y la
naturaleza en la agricultura, como opuestos a los de los cazadores y recolectores,
aparecen tan diferentes a muchos académicos, que piensan que es muy difícil que la
producción de alimentos pudiera haber
sido inventada más de una vez. En la década de los cincuenta, el geógrafo Carl Sauer
sugirió que la agricultura, en la que inicialmente se utilizaba el cultivo de raíces que
podían crecer con facilidad a partir de esquejes o estacas, fue iniciada por pueblos
pescadores en el sureste de Asia, y se ex pandió desde este «núcleo>> hacia el
Próximo Oriente, y atravesó el Pacífico hasta la América tropical (Sauer, 1952). La
teoría que sostiene que la agri cultura se difundió por todo el mundo desde un único
punto de origen no es muy popular, pero tiene todavía algunos defensores (p.ej. Carter,
1977; Lathrap, 1977; Jett, 1983; Isaac, 1970). Si nos enfrentamos a la pregunta ob via
de upor qué no se encuentran los mismos cultivos en todo el mundo?, los difusionistas
pueden ofrecer dos respuestas. Una es que sólo se expan dió la idea de la agricultura,
pero no las plantas. Una vez que se estableció la idea de la agricultura, a través del
contacto cultural o de la migración, las gentes de una región determinada pudieron
experimentar con el cultivo de las plantas silvestres más adecuadas a ese medio
ambiente. La segunda res puesta es que si se examina minuciosamente el registro
arqueológico, de he cho se encontrarán huellas, en una etapa temprana de desarrollo
agrícola, de cultígenos exóticos importados. En las discusiones sobre los orígenes de
la agricultura en América, la atención se centró en dos probables importa ciones desde
el Viejo Mundo: el algodón y la calabaza. El algodón fue cultivado en México antes del
3000 a.C., y se usaba para hacer tejidos en la costa de Perú en 2500 a.C. El algodón
mexicano y el peruano son especies diferentes y es probable que fueran cultivados
independientemente a partir de variedades locales silvestres. Lo que complica esta
teoría es que la estruc tura genética de ambas especies sólo puede ser explicada como
el resultado de la hibridación con algodón africano. Los difusionistas podrían decir que
esta es una evidencia de viajes transatlánticos en canoas, pero una explica ción
alternativa es que el algodón silvestre africano llegara a través del océa no y se
produjera una hibridación con las especies del Nuevo Mundo sin in tervención humana;
esto probablemente ocurrió muchos miles de años antes de que el hombre hubiera
llegado a Suramérica. El caso de la calabaza es si milar. Los botánicos consideran por
lo general que las calabazas vinateras son nativas de Africa; pero especies
recolectadas o cultivadas han aparecido en contextos muy antiguos en México y Perú.
Para explicar esto como el resultado de la difusión cultural, se puede postular un
improbable viaje tran satlántico, muy antiguo, de pescadores-agricultores africanos,
seguido por la transmisión mediante cultivadores a través de la cuenca amazónica, has
ta que la calabaza llegó a México en 7000 a.C. y a la costa de Perú en 6000 a.C.
(Lathrap, 1977). El gran obstáculo de este escenario es la completa au sencia de
evidencia de grupos agrícolas tanto en Africa occidental como en las tierras bajas de
Suramérica en una fecha temprana. Las calabazas pue den germinar después de
varias semanas de estar sumergidas en agua sala da, por lo que pudieron haber
llegado a las costas americanas flotando desde Africa. Dadas las localizaciones de las
orillas de los ríos donde las calaba zas africanas crecían habitualmente, podrían haber
llegado hasta el oceano
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con cierta frecuencia. Pero una vez en el lado americano, las semillas de ca labazas
tendrían que afrontar otra dificultad, ya que no podrían crecer en la arena de las playas.
De algún modo tuvieron que ser llevadas tierra adentro. Podemos especular que algún
cultivador suramericano temprano apareció por allí, cogió las semillas esparcidas de la
calabaza y las plantó tierra aden tro, o aceptar que dichas semillas fueron ingeridas por
algún animal, que las excreto convenientemente sin digerir en un lugar soleado, en la
orilla de un río, donde pudieron crecer. El único camino alternativo a seguir con las ca
labazas tempranas americanas es sugerir que quizá pudieron existir formas silvestres
en los trópicos, pero que la variedad silvestre americana se extin guió, y sólo vivieron
sus descendientes domesticados (Pickersgill y Heiser, 1977). Es irónico que esta última
teoría esté apoyada por estudiosos que ahora rechazan una teoría análoga para
explicar el origen del maíz como descendiente de una forma silvestre desaparecida. El
origen de la calabaza del Nuevo Mundo sigue siendo un molesto problema.
El consenso entre los arqueólogos hoy día es que la dicotomía entre ca zadores-
recolectores y agricultores fue abordada muy ligeramente por los teóricos del pasado.
Los cazadores-recolectores del pasado reciente, obser vados etnográficamente, sabían
cómo se reproducían las plantas y los ani males. En algunos casos, cuidaban
intencionalmente el crecimiento de espe cies escogidas. Los aborígenes australianos
plantaban esquejes de tubérculos y esparcían semillas de gramíneas. Los indios
shoshones construían canales de riego para conducir agua para el mantenimiento de
las semillas de gra míneas. Una práctica común en la gestión ecológica de muchos
cazadores recolectores era el periódico cuidado de la vegetación, lo que abrió el cami
no para que las gramíneas proporcionaran alimento tanto a los hombres como a los
animales que cazaban. Se puede señalar también que los cazado res-recolectores
realmente practicaron la horticultura en menor proporción, pero nunca llegaron a
depender de un cultivo para su subsistencia. Un buen ejemplo de esto es el cultivo del
tabaco por los cazadores-recolectores de California y las tribus de pescadores de la
costa noroeste de Norteamérica. La agricultura, esto está claro, no fue el
descubrimiento único de un genio prehistórico aislado; fue un desarrollo lógico de las
prácticas de subsistencia que eran comunes entre los cazadores y los recolectores. Sin
embargo, las supuestas ventajas de una vida basada en la agricultura no fueron
inmedia tamente obvias para los cazadores-recolectores. Los estudios etnográficos han
mostrado que la caza y la recolección no eran una continua lucha por sobrevivir como
se creía antes. Incluso en medio ambientes marginales y ári dos donde hoy habitan
cazadores-recolectores como los !kung san y los abo rígenes de Australia, éstos
cuentan con dietas nutricionales adecuadas y para conseguirlas no tienen que trabajar
muy duramente. Cada adulto !kung san emplea un promedio de 2 a 3 horas en la
búsqueda de alimento. El resto del día descansa, visita o duerme. Algo más en torno a
la idea de que los caza dores-recolectores no tenían suficiente tiempo libre para
elaborar su cultura!
La evidencia etnográfica y arqueológica puede permitirnos superar los
errores que hubo en otro tiempo sobre la caza, la recolección y la agricultu ra. El
sedentarismo puede desarrollarse sin agricultura, como lo demuestran las grandes
aldeas de California y la costa noroeste. Hemos examinado la evidencia arqueológica
de notables construcciones en sitios arcaicos, como en Koster, donde no hay indicios
de cultivo. A juzgar por el desarrollo de las manufacturas en sociedades no agrícolas,
parece que la cerámica fue ma nufacturada primero en el Nuevo Mundo por grupos
recolectores del norte de Suramérica. La cestería evolucionó hacia una forma artística
en Califor nia, sin agricultura. La talla de la piedra por la cultura Hopewell, que según la
evidencia actual estaba basada en una eficaz recolección, era muy sofisti cada, como
lo fue la talla de la madera en la costa noroeste. Las indicacio nes de estratificación en
las sociedades Hopewell y las señales de diferencias de rango en las primeras
sociedades del Arcaico oriental implican que la es tratificación social no presupone una
base de subsistencia agrícola. El inter cambio a larga distancia naturalmente no
depende de la disponibilidad de un excedente agrícola; la red de intercambio Hopewell
se extendía desde el valle de Ohio hasta Wyoming, y en los inicios del Arcaico tardío
las rutas comerciales iban desde la costa del Golfo a los Grandes Lagos. Evidente
mente, los recolectores en medio ambientes ricos podían también acumular
un excedente socialmente aprovechable.
¿Era la agricultura capaz de aportar alguna mejora en la calidad de vida?,
probablemente, no. Confiar en unos pocos productos cosechados, en vez de en la gran
variedad de recursos explotados mediante la caza y la re colección, hacía que los
agricultores fueran más vulnerables a la inanición si los cultivos sucumbían a la sequía
o a los insectos. Los huesos de los esque letos muestran líneas de crecimiento
interrumpidas, resultado de episodios de malnutrición durante la niñez. El promedio de
estatura de las poblacio nes agrícolas tempranas era más bajo que el de los
cazadores-recolectores, debido probablemente a una nutrición peor, en particular a una
pérdida de proteínas en la dieta. Los dientes de los agricultores estaban gastados por
la arenisca de las piedras de moler y tenían caries como resultado de su alto consumo
de carbohidratos. La densidad demográfica y las condiciones insa nas en las aldeas
agrícolas propiciaron la difusión de enfermedades que eran raras entre los cazadores-
recolectores
Si la agricultura tuvo tantas desventajas, ¿por qué fue escogida por en cima de la más
fácil y sana forma de vida de los cazadores-recolectores? Para buscar una buena
respuesta a esta pregunta, los arqueólogos comenza ron a sugerir a finales de los
sesenta que la transición a la agricultura no fue una cuestión de elección. Por el
contrario, los cazadores-recolectores se vie ron obligados a adoptar la agricultura
porque la otra alternativa era la ina nición. El problema al que se enfrentaron fue que
había demasiada gente para el alimento natural disponible (Cohen, 1977a). Esta es la
idea esencial en que se basan varias teorías sobre la presión demográfica en el origen
de la agricultura que los arqueólogos han propuesto durante la última década. Existe
otra premisa básica que estas teorías comparten: los sucesos que deben ser
explicados fueron a escala mundial. La agricultura comenzó a desarro llarse en el
Próximo Oriente c 9000 a.C.; al cabo de varios miles de años, esto también ocurrió en
el sureste de Asia, China, Mesoamérica y Perú. Suponiendo que la difusión no es la
responsable, ¿cómo podemos entonces explicar la aparición de la agricultura en estas
regiones aproximadamente en la misma época?
Puede no ser irrelevante que los orígenes de la agricultura coincidan con el fin de la
última glaciación pleistocénica. Entre los cambios medioambien tales que esto supone,
la extinción de la megafauna y la subida del nivel de los océanos se han citado a
menudo como posibles causas del desarrollo de la agricultura. En nuestra revisión del
Arcaico ya hemos examinado las res puestas de los paleoindios a la desaparición de la
megafauna pleistocénica: volvieron a consumir caza menor, pájaros, peces y plantas.
El aumento de la dependencia y el conocimiento de las plantas pudo haberlos llevado a
culti varlas y domesticarlas en algunas áreas. La agricultura habría sido entonces una
respuesta al desequilibrio o desigualdad en la relación entre la pobla ción y los
recursos, causado por una reducción repentina del alimento dis ponible. Aunque esta
explicación puede ser válida para el Nuevo Mundo, lä extinción de la fauna no explica
los orígenes de la agricultura en el Próximo Oriente, China o el sureste de Asia. En el
Próximo Oriente, los primeros agricultores continuaron cazando gacelas, ciervos y toros
salvajes, como ha bían hecho sus antepasados durante miles de años.
El crecimiento de las aguas oceánicas pudo haber causado un desequili brio ya sea
directa o indirectamente. Al cubrir grandes regiones costeras, como la plataforma
continental del noreste de Estados Unidos, el mar po dría haber empujado a muchos
cazadores-recolectores tierra adentro. Este flujo afectaría el delicado equilibrio
ecológico mantenido por los grupos que siempre habían vivido en el interior. Se
encontrarían nuevos recursos ali mentarios para sostener la densidad demográfica:
esta situación pudo haber llevado a experimentar con cultivos, lo que empezaría como
una forma de aumentar el rendimiento de las plantas silvestres. Una teoría de efectos
in directos, propuesta por Lewis Binford en un influyente artículo (1968), hace hincapié
en la creación de un nuevo y rico medio ambiente costero en los estuarios y en las
marismas. Estos grupos que aprovechaban la abundancia de los recursos costeros
cubrían sus necesidades de subsistencia sin mover se mucho, por lo que establecieron
aldeas permanentes. El sedentarismo permitió a las madres aumentar el número de
hijos, lo que condujo a un rápido crecimiento de la población en estas aldeas costeras,
y cuando és te amenazó con exceder la capacidad del medio ambiente, algunos pudie
ron dejar la aldea y trasladarse al interior. Esta migración podría haber causado un
desequilibrio de población en el interior, lo que tendría el mis mo efecto que el
desplazamiento directo postulado en la teoría ante rior.
La teoría de Binford no se sostiene muy bien a la luz de nuestros co nocimientos sobre
los cambios costeros pospleistocénicos. Como hemos
visto, el nivel del mar no era estable, permitiendo la formación de mareas y
ecosistemas de estuario hasta aproximadamente 4000 a.C. Recientes traba jos de
campo en Belice indican que las primeras adaptaciones a la costa da tan c 4200 a.C.
Algunos otros sitios costeros en América Central parecen tener una antigüedad
comparable, pero la mayoría son posteriores a 3000 a.C. En esta época, hacía ya
2.000 años que se cultivaban plantas en la alti planicie mexicana. Aunque la teoría de
Binford parece inútil para Mesoa mérica, puede aplicarse a Perú, donde existe
evidencia de aldeas costeras antes de 5000 a.C. Sin embargo, los hallazgos recientes
de frijoles cultivados en 7000 a.C. o antes en la cueva Guitarrero, en los Andes,
sugieren que, como en Mesoamérica, la experimentación en la producción alimentaria
por poblaciones del interior precedió al establecimiento de las aldeas costeras.
Estas teorías del desequilibrio suponen que, al igual que los modernos cazadores-
recolectores, los grupos prehistóricos mantenían poblaciones esta bles, bajo
determinadas condiciones del medio ambiente, mediante el em pleo de prácticas como
los nacimientos espaciados, los abortos y el infanti cidio. Sólo en situaciones
extraordinarias pudo romperse este equilibrio. Pero según otro reciente punto de vista,
las poblaciones humanas han teni do un crecimiento continuado desde los inicios del
Pleistoceno, a pesar de los intentos de suprimir artificialmente este crecimiento (Cohen,
1977a). El camino más fácil para aliviar la presión resultante sobre los recursos fue pa
ra algunos pueblos migrar hacia nuevos territorios; sin embargo, hacia el final del
Pleistoceno, todas las áreas habitables habían sido ocupadas por cazado res-
recolectores. Con migraciones no muy viables, el crecimiento subsecuente de la
población sólo sería posible encontrando nuevos recursos alimentarios.
Esta teoría es razonable y ha sido verificada mediante la evidencia ar queológica del
desarrollo de una estrategia de subsistencia de «amplio es pectro entre los habitantes
epipaleolíticos del valle del Nilo y del Próximo Oriente, la población mesolítica de
Europa y, por supuesto, los pueblos del Arcaico americano. Desde esta perspectiva, la
agricultura debiera ser con siderada como una variante local de las amplias formas de
adaptación del Arcaico. Pero surgen preguntas obvias: ¿por qué el desarrollo agrícola
no se dio en todas partes como una extensión lógica de las prácticas recolectoras
arcaicas? Por poner un ejemplo específico, ¿por qué la agricultura se desarro 116 en
México y no en la Gran Cuenca? Hacia 7000 a.C., las formas de vida de los habitantes
de ambas regiones eran muy similares; recolectaban hojas de cactus, raíces, semillas y
otros alimentos vegetales, ocasionalmente caza ban antílopes o ciervos, y capturaban
conejos, otros animales pequeños y pá jaros. Sin embargo, mientras que c. 2500 a.C.
la forma de vida de la Cuenca no cambio, los mexicanos estaban viviendo en aldeas y
cosechando cultivos domesticados, algunos de los cuales, como el maíz, habían sido
radicalmen te transformados desde sus formas silvestres.
Para explicar estos diferentes resultados, podemos exponer tres posibili dades: 1) pudo
haber algunas características distintas en el medio ambiente mexicano que condujeron
a la agricultura; 2) las plantas recolectadas por los
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mexicanos pudieron cultivarse más fácilmente que sus análogas de la Cuen ca; 3) las
prácticas de los cultivadores mexicanos pueden haber sido de alguna manera
diferentes a las de los recolectores de la Cuenca, de modo que fomentaran cambios
deseables en las plantas. Sean cuales fueran las características diferentes que
podamos descubrir en México, encon traremos otras análogas en el medio ambiente,
las plantas nativas o las téc nicas de subsistencia de la región andina, donde también
se desarrolló la agricultura.
invierno
primavera
w
verano
otoño
a 30, se localizaban más a menudo en los húmedos y frescos fondos de los valles
aluviales, que eran ocupados en la estación veraniega relativamente cálida, cuando las
hojas de los cactus y las semillas de las gramíneas podían ser recolectadas y cuando
habían animales de caza en el área.
Hacia finales de la fase de El Riego, existe evidencia controvertida de los primeros
pasos hacia la agricultura; pudo haberse sembrado calabaza, amaranto, ají y aguacate.
En los niveles de El Riego sólo se han encontrado tres o cuatro semillas de calabaza,
no definitivamente de tipo cultivado, y los restos de otras plantas no se diferenciaban
de sus formas silvestres. Este es un problema frecuente cuando nos enfrentamos con
las etapas tempranas de la agricultura. Cuando los humanos cogen por primera vez las
plantas o los animales de sus hábitats naturales y empiezan a cuidarlos, estos
organismos no se diferencian genética ni físicamente de los especímenes silvestres. En
el caso de las plantas, a estas formas cultivadas sin cambios genéticos se les lla ma
ecultigenos». Después de generaciones, quizá siglos, de manipulación hu mana y
selección de las características deseadas, como semillas grandes, semillas con vainas
delicadas o tallos menos quebradizos, la planta puede ex perimentar cambios
genéticos y morfológicos que la diferenciarán de las for mas silvestres. En este punto,
se vuelve un «cultigeno». Algunas plantas pue den haber sido cultivadas durante siglos
sin desarrollar tales mutaciones diferenciales. Un probable ejemplo es la Setaria, que
fue más recolectada que el maiz durante las fases de El Riego y Coxcatlán en el valle
de Tehua cản; pudo haber sido plantada artificialmente y cuidada, pero sus semillas
retenían su apariencia silvestre. En el caso del ají (chili) y el aguacate, el ar gumento
para su cultivo se basa en el hecho de que no son nativos del va lle de Tehuacán, y
pueden haber requerido de irrigación para crecer allí. Sin embargo, la posibilidad de
que fueran traídos a los campamentos por reco lectores desde largas distancias no
puede excluirse. En cualquier caso, inclu so si se plantaban e irrigaban con el agua de
un arroyo, no se requería mu cho tiempo ni trabajo, y no representaron una
contribución importante en la dieta. Las actividades agrícolas incipientes no influían aún
en los movi mientos estacionales o los patrones de asentamiento.
En la siguente fase, Coxcatlán (5000-3400 a.C.), el maíz comenzó a apa recer en el
registro arqueológico de Tehuacán. Datos de AMS publicados re cientemente para los
especímenes más tempranos indican que no son ante riores a c 2700 a.C. (3640 a.C.
calibrado) (Benz e Iltis, 1990). El maíz fue cultivado junto con el frijol, calabaza mixta,
moschata y otras variedades, amaranto, ají o chili y árboles de ciruela local
(chupandilla), zapotes y agua cates. De estas plantas, sólo la calabaza mixta, el
amaranto y la chupandilla eran nativas del valle; el resto deben de haber sido traídas
de otros lugares de Mesoamérica donde ya se cultivaban.
Pero ¿qué ocurrió con el maíz? Las pequeñas mazorcas recuperadas en los niveles de
Coxcatlán tienen todas las características que Mangelsdorf predijo que podían
presentarse en las plantas ancestrales silvestres: una cás cara fina, una espiga de un
solo grano que estaba unida a unas pocas semi
MWM
ANNNNNN
Tehuacán
FIGURA 52. Patrón de asentamiento de la fase de El Riego, en el valle de Tehua cản
(5,5 cm = 50 km), (Dr MacNeish, 1978.]
lle (oasis, fondo húmedo de los ríos y estepas, laderas aluviales, laderas tra vertinas,
cañones) que era el más productivo en esa época del año. Al parecer habían tres
agrupamientos de campamentos de microbandas en el valle, que podían representar
tres bandas establecidas en territorios mutua mente reconocidos. Cada sitio del
agrupamiento de la microbanda estaba re lacionado con un campamento de
macrobandas. Estos campamentos mayo res, donde las familias usualmente dispersas
se congregaban en grupos de 25
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cendía de un antepasado silvestre ahora extinguido. Además de los hallaz gos de
MacNeish, la única otra evidencia para esta hipótesis sobre las plan tas es la presencia
de granos de polen de maíz de 80.000 años de antigüedad en un lecho de lago en el
valle de México. Como esto ocurrió mucho antes de que la agricultura fuera practicada
en el área, sin duda mucho antes de la llegada del hombre, estos granos de polen
debían proceder de formas sil vestres de maíz. Sin embargo, es muy dudoso que el
polen de maíz pueda diferenciarse, por su tamaño, configuración superficial o algún
otro criterio, del polen de teosinte, una gramínea mesoamericana estrechamente
relacio nada. (En cualquier caso, ahora se cree que el polen no tiene 80.000 años, sino
sólo 2.000 años de antigüedad [Benz e Iltis, 1990).) A diferencia del hipotético
antepasado silvestre del maíz, el teosinte aún crece de forma silves tre en México,
Guatemala y Honduras (pero, curiosamente, no en el valle de Tehuacán). Éste puede
haber formado un híbrido con el maíz, y de he cho algunas de las razas de maíz
mesoamericano se crearon evidentemente a partir de estos cruces. No es
sorprendente, porque los estudios genéticos y morfológicos han mostrado que el maíz
y el teosinte están muy estrecha mente relacionados. (En la actualidad, la comparación
de las enzimas sugie re que la raza de teosinte encontrada en la región de Balsas, al
oeste de Mé xico, es muy similar al maíz y probablemente su antecesora.) Mangelsdorf
y MacNeish han admitido recientemente esta evidencia de la estrecha relación teosinte-
maíz y han sugerido que ambos pueden descender de un antecesor común «proto-
maíz-teosinte» (MacNeish, 1978). Pero para aceptar esta idea, debemos creer que,
mientras que el maíz cambió cuando fue usado por los cultivadores humanos, el
teosinte experimentó una regresión con el tiempo, volviéndose más pequeño, con
semillas que se encapsulan con más frecuen cia. Es muy posible, como han concluido
George Beadle (1977) y el anterior colaborador de Mangelsdorf, Walton Galinat, que el
actual teosinte silvestre sea la forma superviviente de una planta ancestral de la que se
desarrolló el maíz mediante selección humana. Si el teosinte es verdaderamente el
ante cesor del maíz, las pequeñas mazorcas de Tehuacán deben ser especímenes
cultivados tempranamente, diferentes de la forma silvestre que tiene una es piga de
cubierta gruesa con un carozo y delicadas vainas para el fruto. Es tos rasgos, que
pueden haber hecho más deseable el maíz para el consumo humano, habrían
aparecido a partir de las mutaciones de un único gen, el tunicate allele (Flannery,
1973). El rol crítico de la mutación del tunicado en el desarrollo del maíz temprano ha
sido cuestionado recientemente por el botánico H. H. Iltis (1983), quien afirma que el
maíz apareció primero cuan do una mutación catastrófica convirtió la inflorescencia
(estambres) de una planta masculina de teosinte en la espiga de una planta femenina
de maíz. Entre las razas modernas de maíz, una variedad de maíz «reventón» de gra
no pequeño de Argentina muestra el mayor parecido con el espécimen ar queológico
de Tehuacán. Los especímenes antiguos, igual que la planta ac tual, tenían un raquis
delgado y frágil, pero este raquis aparentemente no podia desarticular y dispersar sus
semillas sin intervención humana. El maiz
FIGURA 53. Maíz de Coxcatlán (reconstruido) (a) y (b) teosinte (3/4 del tamaño na
tural). (De MacNeish, 1964.)
llas encerradas en una vaina, y los estambres con la producción de polen al final de la
espiga. Estas características habían permitido a la planta fecun dar y dispersar sus
semillas sin intervención humana. MacNeish, en conse cuencia, tuvo muy buenas
razones para pensar que su búsqueda había llega do al final, que había descubierto el
verdadero lugar donde el maíz se transformó de silvestre a cultivado. Sin embargo, la
ausencia de restos de maíz silvestre en los niveles más antiguos de El Riego puede
crear suspica cias. Si el antepasado del maíz silvestre era una planta nativa del valle de
Te huacán, ¿por qué los recolectores de la fase El Riego lo ignoraron mientras
recogían gran cantidad de Setaria? Y si la planta nativa no es de Tehuacán, los
especímenes de Coxcatlán, aunque parezcan primitivos, podían haber sido cultivados
primero en otra parte e intencionalmente haber sido traídos al valle. El origen del maíz
original se oscureció más cuando otros botánicos empezaron a cuestionar la afirmación
de Mangelsdorf de que el maíz des
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dad a 5000 a.C. La calabaza se cultivaba definitivamente entre 5000 y 3000 a.C., así
como el frijol común amarillo y rojo. En 2500 a.C., el maíz de una va riedad
domesticada, Nal-Tel, había sido traído a Tamaulipas desde el sur.
Existe evidencia de agricultura temprana en el valle de Oaxaca, cercano a Tehuacán; el
que MacNeish había obviado por sus cuevas poco profundas. La evidencia procede de
dos de estas cuevas poco profundas, Guila Naquitz y Cueva Blanca. Los tres niveles
con restos arcaicos en Guila Naquitz han sido fechados con C14 entre 8750 y 6900
a.C., y son contemporáneos de la fase Ajuereado de Tehuacán (Flannery, 1986). Los
restos de plantas preser vadas incluyen bellotas, pifiones, frijol mezquite, tuna y frutos
de cactus, ce bollas silvestres, maguey y representaciones de más de una docena de
otras especies. Hacia 7400-6700 a.C. se depositaron en la cueva pequeños frijoles
negros, cáscaras de calabaza vinatera y alguna semilla de calabaza. Aunque los frijoles
fueron aparentemente recogidos con las plantas silvestres, es pro bable que los restos
de calabazas atestiguen el comienzo de la agricultura en Oaxaca. Las muestras de
polen depositado en la cueva, que datan de c 7400 a.C., contenían algunos granos de
otra especie de calabaza (C. moschata) y polen de maíz o teosinte. Si estos pólenes
fueron traídos inadvertidamente por los humanos, como parece lo más lógico,
constituyen una mayor eviden cia de cultivo incipiente. El teosinte-maíz probablemente
no podría sobrevi vir sin asistencia humana en la fría y árida sabana que existía en los
alrede dores de Oaxaca en 7000 a.C. (Schoenwetter, 1974).
Las inmediaciones de Cueva Blanca fueron ocupadas por primera vez c. 9000 a.C. por
cazadores que dejaron huesos quemados y fracturados. Sin embargo, la principal
ocupación arcaica en el sitio está fechada con C14 en c 3300 a.C. El material es muy
similar al de la fase Coxcatlán de Tehuacán, y muestra una economía mixta basada en
la recolección, la caza y algún cul tivo de maíz, frijol y calabaza. Las bases dietéticas y
la planificación estacio nal de su utilización fueron esencialmente las mismas en Cueva
Blanca y en la cueva Coxcatlán, a pesar de la diferencia en los medio ambientes donde
se asentaban estos sitios. Coxcatlán se halla en un bosque tropical espinoso y árido,
en donde predominan los cactus; Cueva Blanca está situada en una zona de bosque
templado, que incluye abetos y pinos piñoneros entre su flo ra. Sin duda, en ambos
sitios, las plantas alimenticias más importantes eran el maguey (mejor conocido por los
norteamericanos modernos como la planta de la cual se destila el tequila), cactus, tuna
(o higo chumbo), así como árboles leguminosos, mezquite y guaje. El maguey se
asaba entre uno y cinco días hasta que se volvía comestible, y era una de las pocas
plan tas aprovechables durante la estación seca. Los frutos de cactus se recolec taban
al final de la estación seca, antes de que las lluvias de verano los pudrieran. El recurso
cárnico más importante en Tehuacán y en Oaxaca lo constituían el ciervo de cola
blanca y los conejos de rabo de algodón; ambas especies se cazaban durante todo el
año. Sin embargo, hacia el final de la estación seca y comienzo de la estación lluviosa,
cuando las familias se juntaban en macrobandas, la prioridad era la rápida recolección
de plan
tas maduras. No se podía prescindir de la caza, pero en esta época sólo se consumían
conejos rabo de algodón y otros pequeños animales. A finales de otoño y en invierno,
la mayoría de las plantas no dan frutos muy gran des, pero era óptima la caza del
ciervo. No obstante, como la estación seca continuaba, el ciervo huía de los cazadores
y se internaba en las montañas. Al ser la caza menos productiva, los grupos tuvieron
que volver a la re colección de plantas «supervivencia», como el maguey y las raíces
del po chote (ceiba).
Mientras las poblaciones humanas en el altiplano mexicano continuaban siendo
pequeñas, como lo dictaba la escasez de la estación seca, no consti tuían una
amenaza para las plantas y los animales de los cuales dependían para su alimentación.
Aunque cada año hubiera habido variaciones en la abundancia de recursos, los
cazadores-recolectores podían haber continua do indefinidamente la explotación de
estos recursos en su ciclo usual. Sin embargo, como ha sugerido Kent Flannery
(1968a), este equilibrado sistema fue desestabilizado por el pequeño cambio genético
accidental ocurrido con el teosinte-maíz. La recolección de teosinte y otras gramíneas
anuales, como la Setaria, había sido sólo una actividad menor de subsistencia, pero la
espi ga resistente, la mazorca y la blanda cubierta del fruto del maíz mutante lo hicieron
más rentable para plantar y recolectar. Entonces fue insertado en un sistema de
retroalimentación positivo. Cuanto más maíz se cultivaba, ha bía más oportunidades de
que la hibridación proporcionara variedades de alto rendimiento. Un mayor rendimiento
permitió el crecimiento de la po blación humana, lo que llevó a la adopción de formas
más intensivas de cul tivo. El maíz tenía que ser plantado en primavera y recogido a
principios de otoño, estas actividades reducían el tiempo que se podía dedicar a la reco
lección de plantas silvestres o la caza durante estas estaciones.
El maíz solo no podía haber proveído a los antiguos mexicanos una nu trición
adecuada; carece de lisina, un aminoácido que los humanos necesita mos para vivir.
Sin embargo, si además de maíz, se consumían frijoles, éstos suplían la ausencia de
lisina, y entonces el maíz se convertía en una buena fuente de proteínas. Es
asombroso, a primera vista, que desde 5000 a.C. los mexicanos comieran maiz junto
con frijoles. Obviamente no conocían los procesos bioquímicos que hacen beneficiosa
esta práctica; entonces, ¿cómo se desarrolló el uso complementario del maíz y los
frijoles? Quizá los agri cultores simplemente aprovecharon los hábitos de las plantas:
los frijoles a menudo se encuentran en los campos de maíz con sus zarcillos adheridos
a los tallos (Flannery, 1973). Sin embargo, los frijoles evidentemente se cul Livaban en
algunas áreas de Mesoamérica (p.ej., Tamaulipas) y en Perú mu chos siglos antes de
que apareciera el maíz en esas zonas; por lo tanto pue de ser un error concluir que los
frijoles fueron domesticados y comidos porque se desarrollaban junto al maíz. Quizá la
costumbre se extendió por que estos grupos que combinaban el maíz y el frijol en su
dieta gozaban de mejor salud y de una menor tasa de mortalidad que los otros, y así
mante nían una ventaja competitiva sobre ellos.
206
PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
207
FIGURA 55. Figura de perro sobre ruedas, Veracruz, México, periodo clásico.
Aun complementado con frijol, el maíz no proporciona suficientes pro teínas para las
mujeres lactantes o los niños más pequeños (Kaplan, 1971). Los primeros agricultores
mexicanos obtenían la mayor parte de su proteí na de alta calidad de los ciervos,
conejos y otra caza mayor; pero cuando la población creció y amplió la tierra cultivada,
la caza pudo haberse vuelto escasa. A diferencia de los pueblos agricultores del Viejo
Mundo, los agri cultores mesoamericanos no domesticaron ningún herbívoro grande.
En la región existían pocas especies nativas potencialmente domesticables. El ca ballo
y el camello se habían extinguido en 7000 a.C., y las variedades de bisonte, antilope y
cabra montés no se extendieron hacia México. El cier vo, que estaba presente, parece
que no era adecuado para la domesticación, ya que tampoco lo fue en el Viejo Mundo.
Quizá el pecari mesoamericano, pa recido al cerdo, era también difícil de amansar. Sin
embargo, los mexicanos domesticaron perros, pavos y patos. Los famosos perros
representados en la cerámica colima parecen animales previa e intencionalmente
engordados para matarlos y consumirlos, y se ha encontrado un gran número de
huesos de perro quemados y rotos en sitios prehistóricos tardíos de México. Mi chael
Harner (1977) y Marvin Harris (1977) han sugerido que la caza mayor y estos
pequeños animales domesticados no suministraban suficientes pro teínas para los
millones de personas que vivían a finales de la prehistoria
mexicana. Especulan que el canibalismo, asociado con sacrificios humanos, pudo
haber surgido como una respuesta cultural a la escasez de proteínas. Los sacrificios
humanos constituían una característica de las civilizaciones mesoamericanas que llegó
hasta los olmecas (c. 1000 a.C.); ya existen in dicios de sacrificios rituales en los
huesos decapitados y quemados de un enterramiento colectivo en la fase El Riego de
Tehuacán (MacNeish, 1964). Sin embargo, los sacrificios humanos alcanzaron su
apogeo sangriento en tre los aztecas, quienes anualmente sacrificaban decenas de
miles de prisio neros de guerra. Según los informes españoles, el privilegio de
participar en el reparto de la carne de las víctimas se reservaba a los sacerdotes,
nobles y guerreros destacados. Evidentemente, el sacrificio canibalístico no era una
solución al problema de la escasez de proteínas, ya que la gran mayoría de la
población azteca estaba excluida del consumo de carne hu mana.
En el Viejo Mundo, los grandes animales domesticados, como las reses, los búfalos de
agua y el caballo, se utilizaban para tirar del arado y de los vehículos con ruedas. En el
Nuevo Mundo, el palo cavador simple nunca fue abandonado, ni se usaron vehículos
con ruedas. Sin embargo, los antiguos nativos americanos no desconocían el principio
de la rueda. Se han encontra do perros de cerámica de juguete, montados sobre cuatro
ruedas, en México, cerca de Veracruz. Probablemente, en ausencia de bestias de
carga para tirar de ellos, los vehículos con ruedas de gran tamaño no eran más
eficaces que los cargadores humanos o los portadores de literas. Por último, la
exclusión total en las civilizaciones del Nuevo Mundo de la explotación de la rueda
impidió el desarrollo de una tecnología compleja como la que apareció
208
PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORIGENES DE LA AGRICULTURA
209
en la Europa medieval. La ventaja tecnológica de la que gozaron los euro peos les
facilitó la conquista del Nuevo Mundo.
La hipótesis de Flannery de una retroalimentación positiva, enlazada con la noción de
mutación accidental del teosinte-maíz, ofrece una posible respuesta a la pregunta
anterior. ¿Por qué la agricultura se desarrolló en México pero no en la Gran Cuenca?
Una respuesta simple podría ser que el teosinte crecía en México y no en la Cuenca.
Sin embargo, esta explicación no es del todo satisfactoria, porque el cultivo de otras
plantas amaranto, calabaza, ají y aguacate, parece que precedió a la domesticación del
maíz, al menos en el valle de Tehuacán, si no en cualquier parte de Mesoamérica. No
existe una evidencia comparable de cultivo de plantas nativas por parte de los
habitantes del Arcaico del desierto en la Gran Cuenca. ¿Por qué el arroz indio,
gramínea de la que dependían principalmente los recolectores de la Cuenca, no
desarrolló grandes semillas u otros rasgos deseados por el hombre?
Quizá la respuesta está en las diferentes técnicas de la recolección. En la Gran
Cuenca, las semillas de gramíneas eran batidas en canastas. Esto sig nificaba que los
mismos recolectores seleccionaban las características necesarias —tallos fácilmente
quebradizos- para que se produjera una dis persión natural de las semillas. En cambio,
uno de los primeros rasgos de la selección humana del maíz fue su espiga menos
frágil. Si las semillas se es cogían a mano, como en la práctica tradicional de
Mesoamérica, las vainas que no se rompían cuando se tocaban eran seleccionadas y
entonces se vol vían a plantar para crear una población de plantas con este rasgo
deseable. El estilo de la Cuenca, de batir las semillas, no distinguiría entre semillas
grandes y pequeñas, así que no pudo ayudar a la separación de una raza de semillas
más grandes, a diferencia de la selección manual mesoamericana. Sin embargo, ahora
parece que batir las semillas fue una innovación de los shoshones; los recolectores
preshoshones parece que usaban hoces de asta. Ya que los efectos de esta técnica
podrían haber sido iguales a los produci dos por la selección manual, las diferencias en
las técnicas recolectoras no explican del todo por qué la agricultura se habría
desarrollado sólo en Me soamérica. Una reciente revisión (Bettinger y Baumhoff, 1982)
de la eviden cia de la Gran Cuenca sugiere que los habitantes preshoshones
dependían más de la caza que de la recolección de semillas. La relevancia de esta acti
vidad masculina dominante pudo ocasionar un control de la población me diante el
infanticidio femenino. Por el contrario, la población del valle de Te huacán parece que
creció continuamente después de 7000 a.C., mientras el porcentaje de carne en la
dieta disminuía de forma constante. Quizá las di ferencias en la disponibilidad de la
caza, en la diversidad de plantas comes tibles y en los índices de crecimiento
demográfico podrían explicar la aparición de la agricultura en Mesoamérica, pero no en
la Gran Cuenca. Po dríamos señalar que si bien la agricultura no es un desarrollo
autóctono en la Cuenca, en una fecha relativamente tardía (c. 900-1300 a.C.) el cultivo
del maiz fue adoptado por la cultura Fremont en el noreste de la Cuenca (para
una reciente revisión del cultivo de plantas en la Gran Cuenca, véase Win ter y Hogan,
1986).
Otro hecho interesante que surge de una revisión de la evidencia más antigua de
cultivo en Mesoamérica es que la mayoría de los probables pri meros cultivos —
calabazas, ají (chili), aguacates y amarantos- no cons tituían alimentos básicos. Esto
sugiere la posibilidad de que el cultivo se originara entre las bandas de cazadores-
recolectores que ya tenían un ade cuado suplemento de alimentos vegetales silvestres
esenciales. La ubicación de los lugares de acopio de estas plantas silvestres
probablemente determi naba los movimientos estacionales de las bandas por sus
territorios. La con tribución de estas plantas, como el aguacate o el ají, a la dieta era
probable mente demasiado leve para promover viajes a los distantes lugares donde
crecían de forma natural; pero no obstante eran deseables. Si sus semillas podían
cogerse y plantarse cerca de donde la banda solía tener sus campa mentos
estacionales, se evitaba la necesidad de hacer largos viajes con frecuencia. Una vez
establecido el hábito del cultivo, éste pudo extenderse más tarde a otras plantas. En
teoría es probable que esta sea la explicación más fácil de la aparición de la agricultura
en un contexto ya sedentario. Las gentes que acampaban permanentemente en un
área de abundantes recur sos silvestres serían reacias a ir más lejos para recolectar
otros recursos sil vestres; pudieron tener un incentivo más fuerte que otros grupos más
nóma das para trasplantar plantas deseables desde sus medio ambientes nativos a
lugares cercanos a la aldea.
Flannery (1986) ha sugerido recientemente que la propagación artificial de plantas
como la calabaza vinatera podría haber aumentado la eficien cia de los tempranos
cazadores-recolectores mesoamericanos de varias mane ras. Mediante el
mantenimiento de un lugar cercano, con plantas desea bles, «la búsqueda de tiempo»
y la búsqueda de área pudieron reducirse considerablemente. El almacenamiento de
semillas era una forma efectiva de contrarrestar la incertidumbre, asegurando un
suplemento alimentario más o menos estable en los años malos. Las calabazas
pudieron ser particu larmente importantes para el mantenimiento de un suplemento de
agua para beber durante la estación seca, y sus semillas serían valiosas como fuente
ex tra de proteínas. Flannery ahora cuestiona si la presión sola es suficiente para
explicar los orígenes de la producción de alimentos en Mesoamérica. El estima que la
densidad de población en Oaxaca durante el Arcaico era aproximadamente de una
persona por 9-29 km2, a tan baja densidad, había abundantes alimentos disponibles
para la recolección en un radio de 5 km de Guila Naquitz y campamentos semejantes.
Lógicamente, esta tendencia a concentrar la recolección en áreas más restringidas, y el
aumento de la im portancia del almacenamiento para prevenir las desastrosas
carestías de ali mentos, pudieron originar más ocupaciones permanentemente
sedentarias, Sin embargo, mientras que existe evidencia de campamentos
multiestaciona les de la fase Coxcatlán de Tehuacán, parece que las aldeas
permanentes no se establecieron en las sierras mexicanas hasta 2.000 años después
de la
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
211
sólo entonces comienza a exceder a la del mezquite silvestre (200 kg de gra no por
ha), lo cual suponía una producción tres veces mayor que la de los primeros cultivos de
maíz. Ahora valía la pena asentarse junto a los cultivos de maíz, más que deambular
por lugares donde otras plantas crecían de for ma natural (Flannery, 1973).
BIBLIOTECA CENTRAL
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
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lomas, en las laderas altas de los cerros que dan al mar. Existe buena evi dencia de
que las lomas eran más extensas en los tiempos prehistóricos tem pranos de lo que
son hoy. Su reducción puede haber sido causada por el cambio climático, pero es más
probable que la sobreexplotación humana fuera la responsable. Entre las plantas de las
lomas están algunos tubércu los trepadores, bulbos y rizomas, de los cuales pudieron
haber subsistido los recolectores humanos. La vegetación de las lomas también
proveyó alimen to para los ciervos y otros mamíferos pequeños que podrían haber sido
ca zados o capturados. La faja costera está cruzada por unos 40 valles ribere ños,
donde en tiempos prehistóricos crecían árboles, semillas y plantas leguminosas.
Además de los recursos que estaban disponibles en las lomas y en los valles ribereños,
la abundancia de recursos marinos —peces, maris cos, pájaros y mamíferos marinos,
que se obtenían en las playas del Pací fico o cerca de ellas-, también podían atraer
pobladores a la región cos tera.
La estrecha franja costera tiene una anchura máxima de cerca de 100 km en el norte
de Perú, pero es mucho más angosta en el sur, y termina abrup tamente hacia el este
en todas partes con la cordillera de los Andes. Los es carpados picos y las planicies
andinas, a una altura de 4.800 m sobre el ni vel del mar, constituyen la zona
medioambiental más grande de Perú, la sierra. La sierra comprende diversas zonas
micromedioambientales situadas a diferentes alturas. La puna, una tierra fría, de pastos
húmedos, está locali zada entre 3.600 y 4.100 m sobre el nivel del mar. Los antiguos
habitantes de la puna pudieron haber cazado vicuñas nativas (un camélido salvaje del
tamaño del ciervo), ciervos de cola blanca, venados huemul y quizá guana cos (otro
camélido salvaje). Debajo de la puna, entre 2.900 y 3.600 m, se ex tendían los bosques
húmedos, que incluían algunos árboles muy grandes. La fauna de esta zona, que pudo
haber sido cazada por los antiguos habitantes, incluye ciervos, guanacos, conejillos de
Indias y roedores. Hoy día hay rai ces comestibles que crecen en la zona boscosa y
alcanzan las estribaciones de la puna. Por debajo de los bosques, a una altura de
2.300 a 2.900 m, se extiende una zona de monte espinoso bajo, que tiene una
semejanza ecoló gica con la del asentamiento de la cueva de Coxcatlán, en el valle de
Tehua cản; sin embargo, el maguey y el mezquite, que hoy son comunes en la zona de
monte bajo, fueron probablemente importados desde México después de la conquista
hispana. Las estaciones secas y húmedas están bien definidas en esta zona, y el
ciervo, el guanaco y los roedores están disponibles estacional mente. Donde corren
arroyuelos permanentes a través del monte espinoso, filas de matorrales delimitan sus
orillas. Hoy, en estos microambientes ribe reños crecen maíz, frijol, lúcuma y otros
cultivos. Por debajo de los 2.300 m se extiende una zona muy cálida y muy seca con
vegetación de desierto.
Sobre las laderas orientales de los Andes existe una puna que descien de con rapidez
hacia las tierras bajas de la selva de la cuenca amazónica. Es tratificados entre estos
extremos existe una serie vertical de microambientes que contienen gran variedad de
plantas y animales. Algunas zonas de las la
deras orientales están deforestadas; otras áreas, con fuerte vegetación, se lla man
montaña. Existen muy pocas evidencias arqueológicas en la montaña y la selva, pero
hallazgos hechos en la sierra y sobre la costa sugieren que la zona de la selva tropical
puede haber sido el punto de partida de la agricul tura andina.
Como hemos visto (cap. 4), los cazadores de caza mayor, que usaban puntas
acanaladas de cola de pescado, habían ocupado la sierra c. 9000 a.C. Cazaron
caballos y perezosos gigantes durante un tiempo, pero cuando es tos animales se
extinguieron, se dedicaron básicamente a la caza del ciervo y de los camélidos y
capturaron pequeños mamíferos. El cambio hacia la caza menor puede estar reflejado
en la sustitución, después de 9000 a.C, de puntas acanaladas por puntas
pedunculadas, de tipo triangular y ovoide. Es tas puntas se han encontrado en la cueva
de Pachamachay en la zona de la puna, en la cueva Guitarrero y en varias cuevas de
Ayacucho, situadas en el monte espinoso y en el área de los bosques húmedos.
La banda de cazadores que acampo en Pachamachay del 7000 al 1500 a.C. cazaba
casi exclusivamente vicuñas. Los ciervos, los roedores y los pá jaros también
aportaban una pequeña cantidad de carne. Esta dieta de car ne se complementaba con
algunos alimentos vegetales, incluyendo el fru to de la Opuntia (cactus), Chenopodium
y semillas de amaranto, legumbres silvestres y raíces de totora. Se recolectaban varias
leguminosas para utili zarlas como fibra o como combustibles, y otras plantas
recuperadas en los depósitos de la cueva pudieron usarse con fines medicinales. Quizá
estos re cursos permitieron a los habitantes de Pachamachay acampar allí todo el año
(Rick, 1980).
En las cuevas de Lauricocha, situadas en la puna, había más huesos de ciervo que de
camélido en las capas fechadas entre 7500 y 6000 a.C. Sin em bargo, después de
6000 a.C. predominó la caza de estos últimos.
La cueva Guitarrero (Lynch, 1980) está situada en un valle monta ñoso alto, el Callejón
de Huaylas, a una altura de 2.580 m sobre el nivel del mar; la vegetación predominante
en el área es el monte arbustivo es pinoso. Existe alguna inconsistencia entre las
fechas de C14 y los tipos de artefactos que provienen del estrato más bajo de la cueva,
pero al pa recer la fecha más adecuada es c. 8500 a.C. Estos niveles, señalados como
los complejos I y II, produjeron restos de una amplia variedad de anima les cazados y
capturados. Los ciervos proporcionaban la mayor parte de la carne durante este primer
período; otros aportes menores de carne venían de conejos, roedores, zorrillos y
pájaros (tinamúes y palomas). Unos pocos huesos de camélidos están presentes en el
complejo II, c. 8000 5600 a.C. Desafortunadamente, los complejos III y IV habían sido
muy alterados y no han podido datarse con seguridad. Sin embargo, en este último
complejo existe evidencia del aumento de la dependencia de los camélidos y la
disminución de la caza de ciervos. Este cambio en la frecuencia relativa puede reflejar
la introducción de la ganadería de camélidos.
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
219
Los habitantes de la cueva Guitarrero también recolectaban una varie dad de plantas
que usaban como comida, fibra y combustible. Las gramíneas eran utilizadas como
forraje para los animales. Con la fibra, hecha de hojas de las plantas de la familia de la
piña, hacían sogas, así como canastas ani lladas y bolsas. Entre los ítems comestibles
encontrados en el complejo II los rizomas y los tubérculos proporcionaban los
carbohidratos, los frutos (lúcu ma, pacay, Solanum lispidum) y la calabaza
suministraban vitaminas y mine rales, y los frijoles agregaban proteínas a la dieta. El ají
se usaba para sazo nar la carne, pero también tenía valor nutritivo. Sorprende que los
frijoles comunes y los pallares del complejo II estuvieran aparentemente cultivados.
Unos pocos frijoles se recuperaron en el nivel IIa, así como un único ají al parecer
también cultivado. Esto puede significar que los frijoles y el ají ya habían sido cultivados
antes de c 8600-8000 a.C. en algún lugar de la región andina; sin embargo, en vista del
pequeño número de frijoles hallados en todo el complejo II —sólo 5 y la evidencia de
alteración general en los depósitos de la cueva, existen buenas razones para ser
escépticos ante esta conclusión. Son más verosímiles las fechas para el frijol común y
para el pa llar cultivados obtenidas de los contextos seguros del complejo IIe (5730
a.C.) y IId (c. 6500 a.C.). El frijol silvestre, como podemos ver, no crece en la sierra
andina cerca de la cueva Guitarrero, sino que es nativo de la mon taña, de las
boscosas laderas orientales. Los pallares y el ají probablemen te también fueron
traídos a la sierra desde las laderas orientales de las tierras bajas amazónicas. La
conclusión es indudable: la experimentación con la agricultura tuvo que haber
comenzado en la selva tropical, quizá an tes de 8500 a.C., y con seguridad antes de
6500 a.C. El intercambio y otras formas de interacción social probablemente originaron
la dispersión de los cultígenos hacia el oeste y las tierras altas de los Andes.
Las mazorcas de maíz están presentes en el complejo III de la cueva Guitarrero, y su
uniformidad sugiere que no fueron depositadas mucho des pués de la introducción
inicial del maíz desde el norte. El maíz del comple jo III puede fecharse entre 5000 y
3000 a.C.: esta fecha coincide con la evi dencia de la región de Ayacucho, donde el
maiz aparece por primera vez C. 4000-3000 a.C.
El proyecto Ayacucho fue organizado por Richard S. MacNeish, cuyo papel en la
investigación de la agricultura mesoamericana ya ha sido co mentado. A semejanza de
su anterior proyecto Tehuacán, el proyecto Aya cucho de MacNeish fue un intento de
trazar el desarrollo de la agricultu ra desde una base recolectora-cazadora en un valle
alto andino. El y sus colaboradores lograron encontrar y excavar sitios en una gran
variedad de microambientes, pero por desgracia la preservación de las plantas en
estos sitios era pobre, de modo que la transición a la agricultura no pudo docu
mentarse con el mismo detalle que en Tehuacán (MacNeish, 1971, 1977,
1978).
Las fases más antiguas reconocidas por MacNeish son de dudosa sig nificación. Los
«instrumentos del complejo de Pacaicasa (20.000-13.500
a.C.) parece que sólo son pedazos de roca astillados, caídos desde el techo de la
cueva de Pikimachay (Lynch, 1983). El siguiente complejo, Ayacucho (13.500-11.500
a.C.), incluye algunos artefactos de indudable autenticidad, pero está inadecuadamente
fechado por una sola determinación con C14, la cual probablemente es demasiado
temprana. La fase Huanta, representada por un pequeño número de artefactos,
corresponde a la etapa de caza ma yor de los paleoindios, anterior a 9000 a.C. La fase
siguiente, Puente, está fe chada en 9000-7100 a.C. Se han excavado seis
campamentos de microbandas de este período. Es probable que las familias que
ocupaban estos sitios se trasladaran estacionalmente por los distintos microambientes.
Durante la es tación húmeda (octubre a marzo), acampaban en el bosque ribereño
espino so, donde capturaban conejillos de Indias y otros mamíferos pequeños, y
también caza mayor. Las microbandas subían a los bosques húmedos duran te la
estación seca (abril a septiembre). Allí cazaban ciervos y un pequeño número de
camélidos. | Parece que hubo un aumento de población durante la siguiente fase, lla
mada Jaywa (7100-5800 a.C.). Doce contextos excavados y un sitio superfi cial datan
de esta fase; el doble de los excavados de la fase precedente. El inventario estacional
de recursos usados y la localización de los campamen tos son los mismos. Algunos
restos de plantas, material recuperado de co prolitos, varias semillas carbonizadas y
piedras de moler sugieren que, ade más de pequeños animales, la recolección de
plantas proporcionaba algún alimento durante la estación húmeda.
El crecimiento de la población evidentemente continuo durante la fase Piki (5800-4550
a.C.), que está representada en 18 sitios superficiales y 24 contextos excavados en 7
cuevas. Los campamentos de las microbandas en la estación húmeda de este período
se volvieron más grandes, cuando la gente comenzó a explotar nuevos recursos
alimentarios. Los pisos de vivien da de la fase Piki en la cueva de Pikimachay dieron
algunos huesos de animales, pero contenían semillas silvestres, cáscaras de calabaza
(Lagena ria), semillas de quinua domesticada (Chenopodium) y calabaza común
(Curcurbita); estos restos atestiguan la gran importancia de la recolección de plantas y
el comienzo de la agricultura. Es notable que la agricultura parece haber comenzado un
poco más tarde en Ayacucho que en la cueva Guitarrero. Por otra parte, la población
de Ayacucho aparentemente dio los primeros pasos hacia la domesticación del conejillo
de Indias. En la cueva Puente, los huesos de este animal aparecen en gran número,
comparados con los de otros mamíferos pequeños que se atrapaban en los
alrededores durante la estación húmeda, por lo que parece probable que hubiera sido
domesticado.
I El cultivo del maíz, papa o patata, calabaza, frijol común, lúcuma, qui nua y
posiblemente coca está probado en sitios de la fase Chihua (4550-3100 a.C.). Estos
cultivos, complementados con algunas plantas silvestres, carne de conejillo de Indias y
caza mayor, fueron el soporte de los grandes cam pamentos multifamiliares durante la
estación húmeda en las zonas ribereñas
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
221
NADAL
NINA
FIGURA 58. Textil de Huaca Prieta, con diseño imitando cangrejos y serpientes es
tilizados (longitud original c 40 cm; dibujado por J. Reilly). (De Bird, 1963.)
cuencia Ancón-Chillón. Un indice de crecimiento estimado en menos del 0,01 por 100
al año sólo puede ser inferido indirectamente de la disminución constante de los
huesos de ciervo cazado, del aumento de la importancia de los mariscos y las semillas
y del movimiento de los campamentos más allá de los valles ribereños (Cohen, 1977b).
En los tiempos Encanto, la caza y la recolección parece que degradaron la vegetación
de las lomas, la cual pudo haber sido afectada adversamente por el cambio climático.
La evidencia de continuo contacto con grupos altoandinos que practicaban la
agricultura an tes de 6000 a.C. sugiere que las gentes de Ancón-Chillón conocían la
agri cultura, pero sólo recurrieron a ella después del 3600 a.C., cuando se vieron
forzados a hacerlo debido a su crecimiento y al empobrecimiento de los re cursos
locales silvestres.
La primera aldea permanente en la región de Ancón-Chillón fue el sitio Pampa (2500-
2300 a.C.: 3300 a.C., fecha calibrada). La vida sedentaria estu vo relacionada
probablemente con el incremento de la importancia de la agricultura. Grandes
cantidades de restos de calabaza aparecen en los dese chos de Pampa; había tres
especies representadas dos domesticadas y una silvestre. Además se encontraron
pequeñas cantidades de otras plantas, que se habían añadido hacía poco a la dieta de
la aldea, como pacaes y achira (una raíz feculenta). El algodón se usaba para hacer
redes y tejidos. Estas plantas debían de haber crecido en los sitios de los valles
ribereños, hasta que fueron arrasados. Además de los cultivos, se recolectaban
tubérculos y rizomas. Había fuertes trazas de mamíferos de tierra en el sitio Pampa; la
carne era proporcionada por mariscos, pájaros y leones marinos.
Los asentamientos y los patrones de subsistencia permanecieron esen cialmente
durante las fases siguientes, Playa Hermosa (2300-2100 a.C.) y Conchas (2100-1900
a.C.). El ají aparece por primera vez en los depósitos de desechos de Playa Hermosa;
pallares, lúcumas y semillas de sapindaceas se agregaron a la dieta en las aldeas
Conchas, mientras que la calabaza perdió importancia. La pesca y la recolección de
mariscos continuaron sien do las actividades de subsistencia esenciales.
En la costa norte de Perú, en el valle de Chicama, el montículo de Hua ca Prieta fue
ocupado aproximadamente al mismo tiempo que los sitios de la fase Conchas en la
costa central. Los principales recursos alimentarios en Huaca Prieta, como en los sitios
de la costa central, fueron el pescado y los mariscos, y se cultivaban más o menos las
mismas plantas. Aunque se hallaron cientos de fragmentos de calabaza, sólo dos,
descubiertas en una tumba, llevaban decoración incisa. En una de ellas se habían
representado caras estilizadas, y en la otra, figuras humanas y pájaros estilizados,
quiza cóndores. El cuidadoso análisis realizado por el ya desaparecido Junius Bird del
algodón entrelazado hecho en Huaca Prieta revela rasgos de dibujos an gulares
estilizados, que representan figuras humanas, pájaros, cangrejos y serpientes (Bird,
1963).
Por lo menos 100 aldeas parecidas a Huaca Prieta surgen en la costa pe ruana c. 2000
a.C. Estas constituían pequeñas comunidades, cada una ocu
pada por un máximo de algunos cientos de personas. En la región de An cón, las
aldeas se establecieron casi siempre cerca de bancos de mariscos en la costa durante
la fase Gaviota (1900-1750 a.C.). Se ocuparon también va rios sitios tierra adentro,
incluyendo el pueblo o centro ceremonial de Chu quitanta. La población de este sitio ha
sido estimada, como en otros lugares, entre 1.000 y 1.400 personas. Trece o catorce
edificaciones de piedra, inclu yendo al parecer un templo en la parte alta del montículo
artificial, cubren un área de 900 por 650 metros. La construcción de este enorme
complejo tuvo que requerir una fuerza de trabajo grande y bien organizada, lo que im
plica la existencia de una autoridad central y posiblemente una sociedad es tratificada.
Las excavaciones de Chuquitanta han dado restos de plantas cul tivadas, incluyendo
algodón, calabaza, pallar, guavas, achira, lúcumas y pacaes. En otros sitios de la fase
Gaviota se han identificado cacahuetes o maní y boniato o camote. Es sorprendente la
ausencia de maíz, ya que cre cia desde hacía siglos en la sierra. Quizá los tubérculos
peruanos nativos eran una fuente adecuada de carbohidratos.
Se ha estimado que entre 2500 y 1750 a.C. la población de la región An cón-Chillón
aumento de 200 o 300 personas a 3.000 o 6.000. La tasa impli cada de crecimiento
anual es de 0,4 a 0,7 por 100, 40 veces mayor que la tasa de crecimiento propuesta
para las fases más antiguas (Cohen, 1977b). Cla ramente, el cambio hacia una vida
más sedentaria, el desarrollo de una efi
224
PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
FIGURA 59. Sitios representativos de las tribus agrícolas y las jefaturas en América
Central y del Sur
226
PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
227
mostrar la presencia de mandioca en los sitios. Quizá la nueva técnica del análisis de
fitolitos pueda proporcionar evidencia directa del cultivo prehis tórico de la mandioca.
Mientras tanto, los arqueólogos deben contentarse con evidencias indirectas.
La mandioca o yuca, un tubérculo feculento, era el cultivo básico de la mayoría de las
tribus amazónicas y caribeñas en la época del contacto con los europeos. Aunque rica
en carbohidratos, es una fuente pobre de proteí nas, por lo tanto, una dieta basada en
la mandioca debe incluir un suplemen to de proteínas procedentes de la carne o el
pescado. A pesar de la aparen te profusión de formas de vida, la selva tropical
mantiene en realidad pocos animales grandes, por lo que la caza no es muy productiva.
Por otro lado, en el Amazonas, el Orinoco y los pequeños ríos tributarios abunda la
pesca. Además, los ríos depositan constantemente limo fresco a lo largo de sus ori llas,
haciendo que los suelos de esta zona de ribera o várzea sean los mejo res para que
aparezca la agricultura. La combinación de pesca y buenos sue los convierten a la
várzea en el área más deseable para la ocupación humana (Meggers, 1971; Roosevelt,
1980). Por desgracia, con el transcurso del tiem po, muchos asentamientos en esta
zona deben de haber sido lavados o en terrados profundamente bajo el lodo. Las casas
y muchos artefactos hechos de materia orgánica se desintegraron, pero la cerámica ha
sobrevivido. Aun que debió de haber gente viviendo en la Amazonia antes de que la
cerámi ca fuera introducida, sólo después de su adopción (c. 2000 a.C) se han podi do
reconocer los sitios ocupados y distinguir las tradiciones culturales. Los artefactos de
cerámica también pueden proporcionar una evidencia clara, aunque indirecta, del
cultivo de mandioca.
Existen dos variedades de mandioca, dulce y amarga, y ambas contienen ácido prúsico
venenoso. En la forma dulce, éste se concentra en la piel, pero puede eliminarse
fácilmente pelándola antes de consumirla. Sin embargo, el veneno penetra en la yuca
amarga, así que el tubérculo debe ser pelado, ra llado, lavado y exprimido antes de
comerlo. Después de esta preparación, la harina de mandioca es tostada en grandes
torteras de cerámica, llamadas bu dares. En los contextos arqueológicos donde se han
encontrado torteras, es probable (aunque no seguro) que la mandioca amarga se
cultivara y proce sara. Las pequeñas hojas de pedernal halladas en algunos contextos
arqueo lógicos pudieron haberse puesto en tablas y usarse como los actuales ralla
dores de mandioca; sin embargo, en una inspección detallada, se observa que las
hojas prehistóricas no son idénticas a las modernas que se utilizan para ra llar, y
pueden haber tenido otros usos (DeBoer, 1974). Curiosamente, la va riedad amarga de
mandioca parece ser la que más se desarrolló, favorecida por los agricultores por su
mayor contenido en féculas. Los indios modernos fabrican una especie de cerveza de
la mandioca dulce; los hallazgos arqueoló gicos de grandes vasijas y pequefios
cuencos, comparables a los que hoy se utilizan para servir cerveza, podrían indicar el
cultivo de la mandioca dulce.
En sitios del Orinoco medio se han encontrado torteras de cerámica con una datación
preliminar de c. 2100 a.C. (las fechas de C14 pueden ser dema
siado tempranas, debido a la contaminación con lignito y carbón reciente). Además de
estos hallazgos, los budares conocidos más antiguos provienen de sitios de la cultura
Malambo, en la costa norte de Colombia; éstos da tan de c. 1100 a.C. La cerámica de
Malambo es similar a la Barrancoide que fabricaban los habitantes de la
desembocadura del Orinoco desde c 1000 a.C. Las torteras para mandioca están
presentes también en sitios Barrancoide. Más hacia el oeste, en el alto Ucayali,
budares y otras cerámicas parecidas a la Barrancoide aparecen en la fase Hupa-Iya,
fechada aproximadamente desde 200 a.C. hasta 1 d.C. La cerámica de una fase más
antigua, Tutishcain yo, encontrada en el mismo sitio, es probable que date de c. 2000-
1000 a.C., a juzgar por su semejanza con la cerámica temprana de esta edad en
Kotosh, en los Andes. Las vasijas de Tutishcainyo incluyen jarras y cuencos que po
drían haberse usado para beber cerveza de mandioca. Así, la evidencia indirecta
sugiere que la mandioca amarga fue cultivada en 1000 a.C., y la mandioca dulce quizá
en 2000 a.C. (Lathrap, 1958, 1970); sin embargo, el ex cavador de Tutishcainyo,
Donald Lathrap, ha especulado que el cultivo de la mandioca pudo haber comenzado
por lo menos en 5000 a.C. Citando la temprana aparición de la calabaza en sitios de
México y de Perú, Lathrap (1977) ha sugerido, algo poco creíble, que la agricultura fue
introducida en las tierras bajas orientales de Suramérica por pescadores procedentes
de África occidental hace 14.000 años. Más creíble es su afirmación de que el cultivo
de la mandioca comenzó en las tierras bajas de la selva tropical de Colombia,
Venezuela y Ecuador. Cuando la población de esta área creció, grupos de agricultores
buscaron nuevas tierras y se expandieron a la Ama zonia, al oeste de Ecuador y al este
de Perú. La cultura de Valdivia de la costa ecuatoriana quizá estaba constituida por uno
de estos grupos de emi grantes. Sin embargo, la evidencia de los sitios de Valdivia -un
posible gra no carbonizado de maíz, cerámica con supuesta representación de maíz, y
manos y metates, atestigua el cultivo del maíz por los valdivianos, no el de la
mandioca. Se debe resaltar que las vasijas de cerámica encontradas en los sitios
Valdivia no incluyen budares. Cerámica o más antigua que ésta se fa bricaba en Puerto
Hormiga, cerca de la costa caribeña de Colombia, c 3000 a.C. No existen evidencias
claras de agricultura en Puerto Hormiga. Se en contraron algunas piedras de moler,
pero podrían haberse usado para el pro cesamiento de semillas y plantas silvestres,
mientras que los martillos y yun ques de piedra se utilizaban probablemente para
cascar las nueces de palma. Además de estas presuntas plantas comestibles, los
habitantes de Puerto Hormiga comían mariscos, peces y pequeños animales. Aparte de
la manu factura de cerámica, su forma de subsistencia y sus toscos instrumentos de
piedra eran básicamente los mismos que los de los antiguos habitantes del Arcaico de
la costa. Si el pueblo de Puerto Hormiga era recolector, no agri cultor, podemos ver otra
vez, como en el caso esquimal, que la cerámica no está siempre ligada a la agricultura.
Nuevas fechas de C14 para un conche ro del bajo Amazonas muestran que este
pueblo pesquero hacía cerámica desde 5000 a.C. (Science, 12/13/91).
228
PREHISTORIA DE AMÉRICA
TRADICIONES CERÁMICAS DE LAS CUENCAS DEL ORINOCO Y DEL AMAZONAS
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www.
Los arqueólogos que trabajan con materiales de las tierras bajas tropi cales están
todavía ocupados en la tarea básica de establecer un esquema cronológico que elimine
el desorden existente entre los conjuntos cerámicos de esta vasta región. La
comparación de cerámicas de áreas muy separadas revela a menudo semejanzas
estilísticas obvias, que se explican simplemen te como el resultado de rápidas
migraciones a larga distancia. Estas migra ciones pudieron haber sido emprendidas por
gente que viajaba en canoas a lo largo de los principales ríos y sus afluentes. La
expansión migratoria de los pueblos de lengua tupí desde la Amazonia hacia las islas
del Caribe, aún se producía cuando llegaron los europeos en el siglo XVI. Las
poblaciones de habla arawak probablemente estaban ocupadas en migraciones
semejantes algunos siglos antes, y estos movimientos, confirmados histórica y lingüísti
camente, proporcionan un modelo de difusión vasta de los complejos cerá micos
prehistóricos (Lanning, 1974b). Aunque los arqueólogos por lo gene ral admiten las
migraciones, discrepan fuertemente sobre los orígenes de las culturas amazónicas y la
dirección de su movimiento. Meggers y Evans (1983) han investigado los orígenes de
la cerámica amazônica, las plantas cultivadas y otros rasgos culturales en los Andes;
en años recientes, han he cho hincapié en el rol de la costa y de las tierras altas de
Colombia como un área donadora. Por el contrario, Lathrap (1970, 1977) ha sostenido
que las innovaciones culturales y las olas migratorias provenían de la Amazonia
central.
La cerámica más antigua de Tutishcainyo (c. 2000-1600 a.C.) está deco rada a menudo
con incisiones de líneas finamente paralelas o cruzadas den tro de zonas definidas por
los contornos de incisiones profundas. Más hacia el este, en la desembocadura del
Amazonas, decoraciones similares al «rayado en zonas aparecen en la cerámica de la
isla de Marajó. Esta cerá mica pertenece a la fase Ananatuba, que está fechada c.
1400 a.C. Las vasi jas típicas Ananatuba son cuencos redondeados y jarras; no
aparecen torte ras para mandioca, y no existe otra evidencia de agricultura. Los
pequeños montones de desechos implican que los asentamientos eran reducidos, qui
zá consistían en residencias comunales multifamiliares. Más lejos, Amazonas arriba, el
estilo del rayado en zonas aparece en el sitio de Jauarí, y también se encuentra en la
fase Pastaza del sureste de Ecuador, que ha sido fechada con C14 c. 1900 a.C. No se
conoce el punto de origen de esta vasta disper sión del estilo cerámico, pero Meggers y
Evans (1983) sugieren que puede proceder de la costa de Colombia.
Hacia 1000 a.C., la cerámica Barrancoide empezó a ser elaborada por los habitantes
del delta del Orinoco. Este estilo se caracteriza por la deco ración curvilineal incisa, y el
modelado y aplicación de «adornos, caras de animales y humanos. Las torteras
implican el cultivo de la mandioca amarga por los grupos Barrancoide. La decoración
incisa Tutishcainyo, re miniscente de la cerámica Barrancoide, aparece en la fase
Hupa-Iya, fecha
FIGURA 60. Estilos de cerámica prehistórica de las tierras bajas suramericanas: (a, b)
Puerto Hormiga; (c-D) estilo «rayado en zonas (cy d, Tutishcainyo temprano, eyf, estilo
Ananatuba de la isla de Marajó); (g) un adorno Barrancoide (altura c. 5 cm); (h)
fragmento Saladoide (pintado de rojo sobre fondo de color natural). (a, b, cd, g h de
Willey, 1971; e y f de Meggers y Evans, 1983.)
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
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da c 200 a.C. En la isla Marajó existió una breve ocupación, c 1000-800 a.C., de gente
que hacía platos con bordes aplanados incisos. El punto de origen de estos intrusos no
se conoce; se ha encontrado cerámica con el borde in ciso en varias partes a lo largo
del bajo Amazonas y del alto Orinoco, pero en estas áreas no está fechada con
seguridad. El origen de esta tradición Ba rrancoide también es dudoso sus orígenes
últimos están probablemente en la tradición Puerto Hormiga, pero una presunta fase
intermedia, supuesta mente venezolana, aún no ha sido identificada.
La cerámica del estilo Saladoide comenzó a elaborarse en el Orinoco medio después
de 600 a.C., y quizá mucho antes si las fechas de Roosevelt para Parmana son
exactas. La cerámica Saladoide se caracteriza por una de coración pintada blanco
sobre rojo, pero también se emplearon motivos in cisos y adornos, los cuales muestran
el efecto de la interacción con la tradi ción contemporánea Barrancoide. Sin embargo,
Rouse (1986) interpreta esta mezcla estilística, junto con la evidencia estratigráfica,
como una indi cación de que el estilo Barrancoide realmente evolucionó a partir de un
es tadio inicial (22500 a.C.?) de la tradición Saladoide. El origen de la cerámi ca
Saladoide está en discusión; Meggers es partidaria de un origen en Mesoamérica o los
Andes, mientras que Lathrap lo ve en la Amazonia cen tral. La cultura Saladoide c. 50
d.C. se desplaza rápidamente a lo largo del Orinoco hacia la costa de Venezuela, e
incluso hasta las islas del Caribe. En el Orinoco medio, la cerámica Saladoide fue
reemplazada por la de la cul tura Corozal, que podía proceder del oeste de Venezuela.
Roosevelt (1980) ha datado este cambio en 800 a.C., pero Meggers sugiere que
ocurrió duran te los primeros siglos de nuestra era. En la fase Corozal empiezan a
apare cer granos carbonizados de maíz, ausentes en los niveles Saladoides. La
adopción del maíz parece que originó un rápido crecimiento de la población local, que
cuadruplicó su tamaño original en menos de cuatro siglos. La pre sencia de budares en
sitios Corozal muestra que todavía se cosechaba man dioca junto con el nuevo cultivo.
Alrededor de 1 d.C., las vasijas pintadas de rojo y/o negro, sobre una su perficie
engobada de blanco comenzaron a elaborarse en el Orinoco medio. Este estilo
polícromo fue llevado al suroeste, Madeira arriba en 200 d.C., y había alcanzado la isla
Marajó, hacia el este, en 400 d.C. También apare ce junto con muchas vasijas lisas en
la fase Marajoara. Las edificaciones Ma rajoara están en la parte alta de los montículos
artificiales, probablemente para evitar las inundaciones durante la estación lluviosa.
Algunos montícu los fueron usados para enterramientos, el más largo tenía 10 m de
altura, y 255 por 30 m en su base. Los enterramientos secundarios y cremaciones
hallados dentro de los túmulos se habían colocado dentro de urnas antropo morfas,
acompañados por cerámicas, cubiertas púbicas de cerámica (tangas) y huesos de
animales. Se han encontrado urnas antropomorfas similares en sitios policromo del
Amazonas medio. La asociación, en algunos casos, de varios enterramientos en jarras
lisas con un único enterramiento en urna pintada sugiere que la sociedad Marajoara
pudo haber estado estratificada,
y las urnas pintadas estarían reservadas para los enterramientos de la elite. Meggers
cree que la cultura Marajoara se originó en el oeste de Venezuela o Colombia, y que
nunca se adaptó bien a las condiciones amazónicas. En consecuencia, Meggers ve
evidencia, en la mayor simplificación de la cerá mica y en la uniformidad del tratamiento
de los enterramientos, de un decli ve gradual hasta una simple cultura agrícola
aldeana. Aruā, en Guyana, reemplazó a la cultura Marajoara c 1300 d.C. Por el
contrario, Roosevelt (1980) sugiere que Marajoara se originó en la Amazonia central,
que la de clinación en la calidad de su cerámica no es necesariamente una indicación
del deterioro cultural general, y que la cultura Aruã no aparece en la isla Marajó hasta
el siglo XVI, después de que la compleja cultura Marajoara se hubiera debilitado por el
contacto con los europeos.
La tradición de borde inciso parece haber persistido en la región del Amazonas medio
hasta 900 d.C. Se han encontrado los cuencos de borde in ciso en Manacupurú (fecha
con C14, 425 d.C.), Caiambé (630-640 d.C.) y Pa redão (870-880 d.c.). Manacupurú es
un inmenso montículo que se extien de más de 2 km a lo largo de la ribera norte del río
y 400 m tierra adentro. Paredão es también un gran montículo; su suelo negro (terra
preta) cubre va rias hectáreas. Los budares encontrados aquí atestiguan el cultivo de la
man dioca amarga, y las ruecas de cerámica implican el tejido de algodón. Estos sitios
pueden ser los restos de grandes aldeas o pueblos con cientos de ha bitantes (Willey,
1971).
Después de 400 d.C., la cerámica Arauquinoide reemplazó a la Corozal en el Orinoco
medio. La decoración típica de esta nueva cerámica consistía en líneas incisas rectas y
paralelas, algunas veces asociadas con puntos he chos por excisión o punteado;
también aparecen adornos modelados, con ojos en forma de granos de café. Los
budares ya no se hacían, y numerosos granos carbonizados de maíz muestran que
éste había reemplazado a la mandioca como cultivo básico. La cerámica Barrancoide
hecha por los ha bitantes del bajo Orinoco después del 750 d.C. muestra influencia
Arauqui noide y un aumento en el énfasis de la decoración incisa y punteada. En la
Amazonia, una tradición «incisa y punteada», relacionada con la Arauqui noide,
comienza a influir en la cerámica policroma, ya sea por difusión, mi gración o
intercambio. La cerámica pintada polícroma todavía se hacía en el lejano oeste
amazónico después de 1300 en la fase Napo, del río Napo, y la fase Caimito, del río
Ucayali. Esta tradición decorativa continuó en el perío do histórico entre los shipibo y
los cashibo. Sin embargo, en el este, el esti lo inciso y punteado comienza a dominar a
lo largo del Amazonas y sus tri butarios del sur después de 1000 d.C. Los ejemplos
más llamativos de este estilo proceden de Santarem, en la desembocadura del río
Tapajós, y datan de c. 1300 d.C. Las vasijas estaban festoneadas con adornos en
formas hu manas, de cocodrilos, jaguares, monos, pájaros y ranas. Estos ornamentos
Profusos podrían haber impedido el uso cotidiano de la cerámica, y enton ces las
vasijas se usarían en ritos funerarios, tal como observaron los euro peos entre los
indios tapajós de esta región en la época del contacto. Los ta
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PREHISTORIA DE AMÉRICA
LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA
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pajós molían los huesos de los muertos y mezclaban el polvo dentro de la bebida que
tomaban durante las ceremonias fúnebres. Quizá las vasijas San tarém se utilizaban
con este mismo propósito (Willey, 1971).
Cuando los europeos se encontraron con los tapajós y sus vecinos del oeste, los
omaguas, en 1500, observaron una franja casi continua de aldeas a lo largo del río.
Algunos asentamientos eran habitados por 300 a 700 per sonas, y el informe de un
pueblo cuenta que contaba con 500 familias. Las casas estaban hechas con maderos
de cedro y techadas con paja. Los tapa jos y los omaguas estaban organizados como
jefaturas, comparables en com plejidad a las del Área Intermedia; los jefes de las
aldeas estaban subordi nados a los jefes principales. Se ha informado que los omaguas
cultivaban mandioca y maíz; los tapajós también cultivaban mandioca, pero el maíz era
su cultivo principal. Las tortugas y los peces del río proporcionaban las pro teínas
adicionales (Meggers, 1971).
Los europeos también encontraron jefaturas en el lejano extremo su roeste de la
cuenca amazónica, en las tierras bajas de Bolivia. Las pros pecciones arqueológicas de
la región de los Mojos ha revelado la presencia de un extenso sistema de campos de
camellones, terraplenes y montículos usados para aldeas y enterramientos. Estos
terraplenes protegían los culti Vos y las casas de las inundaciones que cubrían los
campos durante seis me ses al año. Se ha informado que algunos de los camellones
cubrían 20.000 ha (Parsons y Denevan, 1967). Parecidos generales en la decoración
de la cerá mica sugieren que las culturas pobremente conocidas de la región de Mojos,
que datan de c. 500 d.C., o más tarde, estaban relacionadas con las culturas de la
tradición polícroma encontrada en la Amazonia (Willey, 1971).
Tenemos ya trazada la expansión hacia el sur del maíz, que fue adopta do en los
Andes peruanos C. 4000-3000 a.C. El maíz también fue llevado ha cia el norte desde
su núcleo mexicano. Mazorcas pequeñas de maíz, de apa riencia primitiva, fueron
encontradas en la cueva Bat, en el suroeste de Nuevo México en 1948, con fechas de c
3500 a.C. Semillas de calabaza, tam bién de origen mexicano, se recuperaron de la
misma capa de la cueva. Los restos de las plantas parecen estar asociados a
artefactos de la fase Chirica hua de la cultura Cochise. Sin embargo, los depósitos de
la cueva estaban alterados, y al usar unidades verticales arbitrarias en la excavación,
proba blemente se produjo una mezcla no intencional de material temprano y tardío. Es
probable que la verdadera edad del maíz no sea anterior a 1500 a.C., y quizá tan tardía
como 500 d.C. (Berry y Berry, 1986). En Cienega Creek, otro sitio cochise localizado a
160 km al oeste de la cueva Bat, se recuperó polen de maíz en una capa
aparentemente fechada c. 2000 a.C. (pero cues tionada hace poco). Recientemente,
unos pocos granos de maíz y semillas de calabaza han sido recogidos en depósitos
arcaicos de un abrigo rocoso cerca del cañón del Chaco, en el norte de Nuevo México.
Fechas radiocar bónicas directas del maíz dan una edad de c. 340 a.C., una de las
semillas de calabaza data de 950 + 230 d.C. Los granos de maíz carbonizados y los ca
rozos encontrados en un pequeño campamento abierto en la misma región están
fechados con C14 c. 1000 a.C. El polen de maíz recogido en otros si tios similares en
esta área sugiere un inicio aún más antiguo del cultivo de esta planta, c. 2000-1700
a.C. Sin embargo, debido a una posible redeposi ción, la evidencia de polen es menos
segura que la proporcionada por los fragmentos de la planta misma (Simmons, 1986).
En otro abrigo rocoso de Nuevo México, unos carozos de maíz, que parecen ser
antecesores del maíz de grano grande de la variedad Ocho, han sido fechados c 1200
a.C. Esta variedad tardía se difundió hacia el noreste: la variedad Flint septentrional,
cultivada por los iroqueses y los indios de Nueva Inglaterra a finales de los tiempos
prehistóricos, procedía del maíz Ocho (Upham et al, 1987). Aunque el trayecto de la
dispersión desde el sur de México no ha sido aún bien do cumentado
arqueológicamente, es posible que el maíz y la calabaza fueran llevados hacia el norte
c 1500 a.C., a través de bandas de recolectores a lo largo de la ladera oriental de
Sierra Madre occidental. Los habitantes de este área pertenecían a la misma tradición
cultural que población cochise del suroeste, y probablemente hablaban lenguas uto-
aztecas muy relacionadas.
Los patrones de subsistencia de la cultura Cochise estaban «preadapta dos» a la
agricultura, dado que las semillas de gramíneas silvestres, tostadas y luego trituradas
usando manos y metates, eran un importante recurso ali mentario. En las culturas
agrícolas tardías del suroeste, los granos de maíz se preparaban del mismo modo:
mediante tostado o secado antes de moler lo. Estos métodos se diferencian de la
práctica tradicional mexicana, en la que los granos se ablandaban mediante la
inmersión en una solución caliza
LOS ORIGENES DE LA AGRICULTURA
235
antes de molerlos. Inicialmente, el cultivo del maíz proveía a los recolecto res cochise de un
suplemento alimentario menor, pero esto no provocó un cambio drástico inmediato en sus patrones
usuales de bandas de movilidad estacional entre extensiones de recursos silvestres.
Entre 1000 y 400 a.C., un tercer cultivo mexicano, el frijol común, se añadió a la dieta
cochise de San Pedro. De 500 a 300 a.C. se produjo un im portante cambio genético en el maíz
cochise, como lo muestran los restos de los niveles medios de la cueva Bat y de la cueva Tularosa,
situada a 40 km al oeste de la cueva Bat, en las montañas Mogollón. No está claro si este cambio
fue el resultado de la selección por los cultivadores locales o de la importación de una nueva
variedad mexicana. En cualquier caso, esta nue va raza chapalote, resistente a la sequía, pudo
crecer no sólo en las tierras altas, sino en las tierras bajas secas y cálidas. Hacia 200-400 d.C., el
maíz cha palote había sido adoptado por grupos del sur de Utah y suroeste de Colo rado (Woodbury
y Zubrow, 1979).