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Contrato e deveres de
protecção, Coimbra: s.e., 1994, pp. 36-44. Traducción de
Leysser L. León
Los deberes de protección
A lado de tales deberes, los autores añaden otros deberes de prestación, los cuales
se encuentran en una relación de accesoriedad respecto de la prestación principal
y que apuntan a la satisfacción cabal del interés que el acreedor deposita en esta
última (deberes accesorios de la prestación principal). Estos deberes constituyen
un sucedáneo o complemento de la prestación principal, en caso de que se
presente una vicisitud de ésta que justifique la aparición de los primeros (deberes
secundarios sustitutivos o complementarios).
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considerar los intereses justificados de la contraparte, y de adoptar un
comportamiento que se espera de una parte negocial honesta y correcta, y se les
acostumbra fundamentar en el principio de la buena fe. Por su índole, estos
deberes son susceptibles de aparecer en toda relación obligatoria, sin importar el
tipo de ésta, incluso si se especifican en función de los contornos que se derivan
de la vida de la relación contractual que se va desplegando.
Estos deberes colaterales a que hacemos referencia son, por su naturaleza, opuestos
a toda enumeración o descripción definitiva. Su contenido es variado: se pueden
enunciar deberes de información definitiva. Su contenido es variado: se pueden
enunciar deberes de información y de consejo, de cooperación, de secreto y de
no hacerse competencia, de custodia y vigilancia, de lealtad, etc. Por ello, más
importante que describir la fisonomía del comportamiento que normativizan, es
indagar la función que desempeñan en el ámbito de la relación obligatoria. Sólo
así será posible, en última instancia, derivar consecuencias en lo que atañe a su
régimen, y sólo así podremos contar con una guía para la delimitación correcta
del tema que venimos abordando.
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El reconocimiento de los deberes de protección como elementos de la relación
contractual compleja, por parte de la doctrina y de la jurisprudencia, traduce, de
cierta forma, una ligazón con el contrato celebrado. Por ello, su violación
representa, según una opinión bastante generalizada, un ilícito contractual, bajo la
forma de la violación contractual positiva.
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La concepción que hemos expuesto, a pesar de tener fundamento en la tradición
del Código, parece ser reductiva. Da la impresión de que en ella no se tuviera en
cuenta el hecho de que un cabal desenvolvimiento de la relación obligatoria
pueda estar ligado con intereses que no se identifican solamente con el interés en
la prestación, entendida en sentido estricto, como intercambio de bienes o utilidades. La
creación y el desarrollo de una relación obligatoria puede constituir la causa o la
ocasión para la lesión de intereses que pueden no haber sido expresamente
asumidos como objeto de la obligación.
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Hacer que dicha protección sea de cargo de la obligación significaría, desde esta
última perspectiva, desnaturalizar su carácter.
La primera objeción es, sin duda, la más delicada, porque se refiere a la autónoma
configuración de un interés “de protección”, tal cual éste ha sido definido en el
ámbito de la estructura de la relación obligatoria. Es una objeción que ha tenido
como portavoz a uno de nuestros estudiosos, al menos para aquellas hipótesis en
las cuales un interés como éste parece estar necesariamente comprendido en el
interés “primario” en la prestación. Las hipótesis a las que se suele hacer
referencia son las del transporte, el arrendamiento, el trabajo subordinado. No
tendría sentido –se indica- concebir del transportista de conducir a destino a una
persona sin, al mismo tiempo, pensar en la exigencia de que dicho transporte
deba realizarse “sin daño” para la propia persona o para las cosas de ésta. La
prestación, en otras palabras, presentaría un “contenido mínimo unitario” en
tales hipótesis. No sería nada conveniente, entonces, fragmentarla en dos partes y
distinguir entre un interés en la prestación y un interés que se ha llamado “de
protección”. Observaciones análogas pueden hacerse en materia de
arrendamiento, a pesar de que respecto de esta figura no se prevé expresamente
un deber de salvaguardar la persona o los bienes del arrendatario. En relación,
finalmente, con las prestaciones que involucran directamente la cosa del acreedor
(como en los deberes de restitución), la norma señala expresamente que la
obligación de entregar una cosa determinada “incluye la de custodiarla hasta su
entrega” (artículo 1177). El contenido de la prestación, en dicho caso, es
“restituir sin daño”. En cambio, en lo tocante a los deberes de protección que
pesan sobre el acreedor, la hipótesis es bastante rara, lo que explica por qué sólo
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en el supuesto del trabajo subordinado el legislador ha visto por conveniente
intervenir (artículo 2087( 1 )).
En primer lugar, se debe acoger una exigencia de fondo, que es, como se ha
visto, la extensión de la noción de “prestación” más allá del bien o utilidad,
objeto de intercambio. La exigencia es extender la protección asegurada por la
obligación también a intereses que de otra manera se tutelarían en vía aquiliana,
es decir, erga ommes y sin distinción. La circunstancia de que, en muchos casos,
dichos deberes estén previstos expresamente por normas legales puede probar lo
contrario de lo que se querría demostrar, es decir, que la relevancia de los
intereses “de protección” no deriva automáticamente de la “naturaleza” de la
prestación, sin constituir “especificaciones” de ésta. El hecho es que la ley misma
(artículo 1681) distingue entre el deber de prestación y una responsabilidad del
transportista que va más allá del incumplimiento. Hay que añadir que la posición
aquí critica deja sin protección hipótesis en las cuales no es lícito deducir de la
“naturaleza” de la prestación la exposición al riesgo o a peligro de la persona o de
las cosas del acreedor. Tal “riesgo” podría nacer de particulares circunstancias y,
por lo tanto, no estar implícito en la (ejecución) de la prestación debida.
(1) Artículo 2087 del Código Civil italiano de 1942.- Protección de las condiciones de trabajo.- El
empresario está obligado a adoptar en el ejercicio de la empresa las medidas que, según la
particularidad del trabajo, la experiencia y la técnica, son necesarias para proteger la integridad física
y la personalidad moral de los prestadores de trabajo.
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no se han formado, o se han formado de manera inválida o han desaparecido
retroactivamente. Ello demuestra, en concreto, que los llamados deberes de
protección son expresión de una exigencia más amplia, de expandir la zona de
protección de la obligación también a intereses que no guardan conexión con las
usuales relaciones de intercambio.
La respuesta debe ser positiva. Una vez establecida la idea de que el deber de
protección forma parte del contenido de la relación obligatoria, sería ilógico
negarle aquella forma de protección (específica) que asiste al deber de prestación.
En esto radica la ventaja asegurada por la protección de la obligación, mientras
que la protección aquiliana presupone que el daño se haya producido. Se ha
afirmado que los deberes de protección pueden tener contenido positivo (deberes
de hacer) o negativo (deberes de abstención). Para ellos se darán las medidas de
protección dirigidas a la ejecución específica (artículos 2930 y siguientes). Más
frecuente, sin embargo, será el recurso a la protección inhibitoria. Si se verifica
una situación de peligro, se podrá requerir la cesación de ésta (incluso hacia el
futuro) de comportamientos que hayan ocasionado o contribuido a la situación
de peligro.
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resolución del contrato (o valores de la excepción de incumplimiento), por no ser
el deber de protección parte del sinalagma. Al mismo resultado parece conducir,
según se cree, el recurso analógico a las normas sobre la imposibilidad parcial de la
prestación de vida, de modo que se justificaría el desistimiento de la parte que no
tiene un interés apreciable en el cumplimiento (parcial) de la otra (artículo 1464).
Este principio tiene muchas aplicaciones específicas, sea en ventaja del acreedor,
sea en ventaja del deudor, a través de reglas que iremos analizando. En particular,
este principio es el fundamento de los llamados deberes de protección que
pesan sobre el deudor. Por regla, el deudor debe una prestación principal, pero a fin
de que ésta sea llevada a cabo de la mejor manera, en interés del acreedor, y
garantizando la máxima utilidad para éste, puede ser necesario que el deudor
realice también prestaciones accesorias, que resultan instrumentales para el máximo
rendimiento de la prestación principal. Las normas prevén diversos casos: por ejemplo,
quien debe entregar una cosa tiene también el deber de custodiarla hasta el
momento de la entrega (artículo 1177 C.C.); quien se obliga a realizar un
transporte, frente a imprevistos que puedan perjudicar su ejecución regular, debe
requerir instrucciones al remitente (artículo 1686 C.C.) Sin embargo, hay deberes de
este género, ligados con la especificidad del caso concreto, que pueden gravar al
deudor aun en ausencia de una previsión expresa, dichos deberes derivan del principio
general de corrección en la relación obligatoria.