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Agradecimientos 15
Introducción 19
2 En la granja 63
¿Cuáles son las dos primeras frases que te dice un camarero cuan-
to te sientas en un restaurante? La primera: «Hola, me llamo
Juan/Lucía y soy su camarero o camarera.» Y la segunda: «¿Le trai-
go algo para beber?»
Hasta ahora he reprimido mis ganas de contestar: en primer
lugar, «Encantado de conocerle. Yo me llamo Bob y soy su clien-
te»; y después, «Gracias, pero he venido principalmente a co-
mer».
Admito que sería útil saber el nombre de la persona que te
atiende para llamarle a voz en grito desde la otra punta de la sala:
«¡Eh, Juan/Lucía, aquí!» Pero sería grosero.
(La temporada que viví en Puerto Rico descubrí que allí podías
llamar al camarero con un enérgico «¡Pst!», que aunque se oye al
otro lado de la sala no molesta a los demás clientes. Es bastante efi-
caz y no está nada mal visto. Como norteamericano recomiendo
encarecidamente a mis compatriotas que pidamos permiso a los
Garantes de las Buenas Maneras y que adoptemos esta práctica en
nuestros bares y restaurantes.)
Siempre he sospechado que mucha gente responde a la pre-
gunta de «¿Le pongo algo para beber?» pidiendo el primer líquido
que les viene a la cabeza, sea un vermú o un bitter, una limonada o
la recurrente Coca-Cola light, simplemente porque eso es lo que se
espera de ellos. Quizá teman decir «Sólo agua, por favor», porque
tienen pavor a la pregunta que seguirá, «¿De botella o de grifo?».
Esta pregunta le obliga a uno a desplegar todas sus armas con el ar-
dor con que un cura esgrime el crucifijo para protegerse del vam-
piro, sólo que en este caso no hay vampiro, sino el riesgo de que lo
tachen a uno de agarrado.
Reflexionar sobre la bebida nos obliga a dejar de lado el signifi-
cado que tan a menudo se da a «beber» en nuestra sociedad. Cuan-
do alguien propone «ir a beber algo» rara vez se refiere a un zumo
de zanahoria; se da por supuesto que se refiere a alguna bebida al-
cohólica. Y cuando se dice de alguien que «bebe demasiado», sabe-
mos que el problema no es que sea adicto a los batidos.
Sé que no hace falta que les explique la diferencia entre comer
y beber, entre alimento sólido y bebida. Sin embargo, me gustaría
poner todo sobre la mesa para verlo con distancia y objetividad,
como si fuéramos extraterrestres recién aterrizados de un planeta
en el que toda la comida fuera gaseosa y se inhalara por la nariz.
Beber es «comer» líquidos en vez de productos sólidos o semi-
sólidos. Los alimentos sólidos los ingerimos por la boca, hincándo-
les el diente o llevándonoslos hacia dentro con cuchara o tenedor.
En cambio, los líquidos los sorbemos, aunque sea de un vaso. (Pen-
sadlo.) Antes de tragar un alimento sólido, hay que masticarlo y
mezclarlo con saliva hasta ablandarlo; si no, no baja por la trampi-
lla. Los líquidos, sin embargo, superan la trampilla sin necesidad
de someterlos a tratamiento previo.
Cuando hablamos de bebida, nos referimos fundamentalmen-
te a agua. Todas las bebidas que consumimos contienen un 90 %
de agua, el líquido universal de la Tierra, indispensable para que
haya vida.
La Coca-Cola y la Pepsi contienen un 89 % de agua en peso;
la leche y el zumo de naranja, un 88 %; el café y el té, más de un
99 %. En los vinos el contenido medio de agua se sitúa alrededor
de un 87 %, mientras que en el whisky de 40°, como contiene otro
líquido en cantidades importantes, el alcohol etílico, alcanza tan
sólo un 67 %.
¿Cómo ingiere nuestro organismo todos estos líquidos?
Justo detrás de la boca, en la faringe, se abren dos conductos: la
tráquea, para respirar, y el esófago o garganta, para comer y beber.
Al tragar líquidos o semisólidos corremos el riesgo, por lo tanto, de
que se vayan «por el otro agujero» y quede obstruido el canal por
el que entra y sale el aire. Para evitarlo, la naturaleza nos ha dotado
de una serie de complejos reflejos musculares, con válvulas o es-
fínteres que, al abrirse y cerrarse, conducen la comida y la bebida
hasta el estómago a través del esófago e impiden que baje por la
tráquea o que suba hacia las cavidades nasales (excepto en los ni-
ños cuando se echan a reír mientras beben leche).
Tras fustigar al lector con obviedades para extraterrestres re-
cién aterrizados, daré comienzo a este ágape literario ofreciéndole
varias cosas «para beber»:
Hielo albino
Té turbio
* En química, lo contrario de un ácido es una base. Los ácidos y las bases se neutra-
lizan entre sí. Como «base» y «básico» pueden significar muchas cosas en el len-
guaje común (más de una docena de significados entre el sustantivo y el adjetivo), en
este libro emplearé los términos «álcali» y «alcalino» en vez de «base» y «básico».
Ahora bien, estrictamente hablando, el término «álcali» debería reservarse para
bases muy fuertes como el hidróxido de sodio (lejía) y el hidróxido de potasio.
Los taninos se disuelven mejor en soluciones ácidas. Si se le
añade zumo de limón al té, las partículas sólidas de taninos se di-
solverán y la solución recuperará la transparencia.
El té también se enturbia si se prepara con agua dura -es decir,
agua que contenga sales de calcio o magnesio disueltas-, ya que los
taninos reaccionan con los minerales y forman unos compuestos
químicos insolubles que quedan en el té en forma de residuos.
Si no tuviera otra opción mejor que utilizar agua dura, pruebe
a añadir un chorrito de zumo de limón al té. O pruebe otro tipo
de té, porque algunos, como el Assam o el Darjeeling, contienen
más taninos que otros, como el Ceylon, y se enturbian con más
facilidad.
Ciencia al margen
¡Salve la piel!
Las palabras tanino y ácido tánico se utilizan a menudo indistintamen-
te, pero nunca en boca de un químico u otros seres quisquillosos. El
ácido tánico es un compuesto químico concreto: un penta-m-digaloil-
glucosa de alto peso molecular, es decir, ácido galotánico, con la fór-
mula C H Ü 4 6 . En cambio, por taninos se entiende otra clase de
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Mi Chai-
2 tazas de agua
2 cucharaditas de té suelto o 2 bolsas de té
1 ramita de canela de unos 5 cm
1 vaina de cardamomo, ligeramente triturada
1 clavo pequeño entero
1 rodaja de jengibre pelado, del tamaño de una moneda
2 tazas de leche entera, leche de soja o leche de arroz
Miel al gusto
Ciencia al margen
Té de tornasol
Ciencia al margen
¿Quiere leche?
Me gusta tomar el café con algo de leche, pero también me gusta be-
berlo muy caliente. Sé que la leche lo enfriará, pero ¿cuándo debo
echarla? ¿En cuanto sirva el café o justo antes de bebérmelo? ¿Cómo
se mantendrá más caliente? ¿Hay alguna diferencia?
Dudo que los filósofos griegos le dedicaran mucho tiempo a esta
cuestión (sobre todo porque no tenían café). Es una pregunta difí-
cil, por no decir trascendental.
Podría determinarlo con un termómetro de precisión, pero
tendría que utilizar exactamente las mismas cantidades de café y
leche y el mismo tipo de taza, partir de la misma temperatura ini-
cial, etc., etc. De todas formas, llevar a cabo un experimento cien-
tífico bajo control estricto en la cocina tiene sus inconvenientes, así
que resolvámoslo pensando.
Si todos los demás factores coincidieran, cabría pensar que am-
bos procedimientos llevarían a la misma temperatura final, porque
estaríamos combinando x calorías de calor del café con y calorías
de calor de la leche, lo que daría un total de X + y calorías en la mez-
cla, independientemente del camino que hubiéramos seguido.
(Sobre el uso de la palabra «caloría», véase el cuadro de la pág. 38.)
Lamentablemente, según la Ley de Wolke de la Perversidad uni-
versal, «los demás factores nunca coinciden». Se prepare un café solo
o con leche, lo tendrá en la taza un rato hasta que se lo beba. En ese
tiempo se enfriará, porque al estar más frío el aire que el líquido de
la taza el calor fluirá del líquido al aire. El calor siempre fluye de una
sustancia más caliente a otra más fría con la que está en contacto.
Sin embargo, hay dos diferencias importantes entre el café con
leche y el café solo: 1) la taza de café con leche contiene un poco
más de líquido, la leche que se le ha añadido, y 2) el café con leche
está más frío que el café solo.
La primera diferencia implica que el café con leche, por su ma-
yor volumen, tardará más en enfriarse. Es decir, necesita eliminar-
se más calor para reducir su temperatura en cierto número de gra-
dos. (Una bañera de agua tarda más en enfriarse que un cubo con
agua de la misma bañera a la misma temperatura.) La segunda di-
ferencia provoca el mismo resultado: el café con leche, al estar li-
geramente más frío, se enfriará más despacio que el café solo, pues
cuanto menor es la diferencia de temperatura entre un objeto ca-
liente y su entorno más lento es su enfriamiento. Echar la leche al
principio vuelve a ser esta vez, por lo tanto, la opción ganadora.
Mi consejo es que eche la leche lo antes posible. Podrá beberse
el café con uno o dos grados más y estoy convencido de que vivirá
mejor por ello.
Siento gran alborozo en anunciar que este problema fue objeto
de un minucioso experimento científico llevado a cabo por el estu-
diante universitario Jonathan Afílalo y publicado en el Dawson Re-
search Journal of Experimental Science en la primavera de 1999.
Esta extraordinaria revista publica artículos sobre investigaciones
originales y de calidad profesional realizadas por estudiantes uni-
versitarios del Dawson College de Montreal, en Quebec.
El experimento de los estudiantes llegó a la misma conclusión
que antes expuse, tal y como puede observarse en las curvas de en-
friamiento que calcularon y que se observan en el gráfico de más arri-
ba. En la curva 1, la leche se añadió dos minutos después de echar el
café, mientras que en la curva 2 no se añadió hasta pasados diez mi-
nutos. En el gráfico se observa cómo la temperatura de la curva 1 se
mantuvo un grado y medio por encima de la temperatura de la curva
2. Echar la leche pronto mantiene, en efecto, el café más caliente.
Ciencia al margen
A enfriar se ha dicho
Cuanto más alta es la temperatura de un objeto, antes pierde el calor
por radiación. Así reza la Ley de Stefan-Boltzmann. Además, cuanto
mayor es la diferencia de temperatura entre dos objetos contiguos
(como el café y el aire, por ejemplo), con más rapidez pierde el calor
el más caliente frente al más frío, por conducción. Lo dice otra ley: la
Ley del Enfriamiento de Newton. Ambas leyes se apoyan en precisas
fórmulas matemáticas, pero no veo motivo para sobrecargar esta pá-
gina incluyéndolas. Volveré sobre la Ley de Newton en el capítulo 9.
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TIEMPO TRANSCURRIDO TRAS ECHAR EL CAFÉ (MINUTOS)
Enfriamiento de una taza de café cuando se le añade leche a los dos mi-
nutos (curva 1) y cuando se le añade leche a los diez minutos (curva 2).
Añadirle la leche antes permite beber el café más caliente.
Cuando una caloría no es una caloría
gramo, todavía menos tóxico, pero aun así potente. Están, además,
alcoholes que nunca imaginaríamos que son alcoholes, como el co-
lesterol, C H OH, y el glicerol o glicerina, C H (OH) . (Como habrá
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Sabor amargo
En la etiqueta de las cervezas dice que están elaboradas con «lúpulo
de Ua mejor calidad». ¿Qué es el lúpulo?
El lúpulo es una flor seca que se extrae de una planta del mismo
nombre, conocida por los botánicos como Humulus lupulus, una
cepa alta y trepadora de la familia de las cannabáceas. Proporciona
a la cerveza su suave sabor amargo a la vez que contrarresta el dul-
zor de la malta. Le da también un toque herbáceo y un aroma agra-
dable, según la fase del proceso de elaboración en la que se añada
al mosto de fermentación.
En Bélgica, los brotes primaverales del lúpulo se cocinan y sir-
ven como los espárragos y se consideran una exquisitez.
Hay varios aspectos del lúpulo en los que merece la pena dete-
nerse. Para empezar, existen lúpulos de sexo masculino y lúpulos
de sexo femenino. Desde hace unos mil años las flores hembra más
desarrolladas se utilizan para dar sabor a bebidas y tónicos por sus
valiosas resinas. Curiosamente, las plantas hembra crecen mejor
cuando no hay machos a su alrededor, ya que sus flores no echan
semillas ni se reproducen. Como la mayoría de fabricantes de cer-
veza prefieren los lúpulos sin semillas, no suelen cultivar machos.
(No es mi intención aquí poner a los machos de otras especies en
entredicho.)
Casi todas las propiedades del lúpulo, desde las sedantes hasta
las diuréticas y las afrodisíacas, se han atribuido a la planta hem-
bra, y su uso para la elaboración de elixires y brebajes de todo tipo
se remonta a tiempos inmemoriales. No me extrañaría nada que su
sabor amargo hubiera contribuido en gran medida a arraigar esa
vieja creencia de que una buena medicina ha de saber forzosa-
mente mal.
¿Guardan relación las conocidas propiedades sedantes del
lúpulo con la modorra que le coge a uno después de beber cer-
veza? Nadie sabe a ciencia cierta responder a esta pregunta. Cada
litro de cerveza contiene entre 8 y 15 gramos de lúpulo, pero cin-
co o seis veces más alcohol, que también es un sedante. No sa-
bremos en qué grado induce el sueño el lúpulo hasta que no se
realice un experimento que compare los efectos de cervezas con
alcohol y sin alcohol pero con la misma cantidad de lúpulo. (¿No
hay por ahí ningún estudiante en busca de ideas para el proyec-
to de fin de curso?)
El lúpulo es un ingrediente esencial de la cerveza, y no sólo por
su aroma y amargor. Precipita las proteínas del mosto, por lo que
aclara la cerveza; además, posee propiedades antibióticas que me-
joran su conservación. Entre los más de 150 compuestos químicos
identificados en su aceite esencial encontramos unos llamados
isohumulonas (terpenos) que son fotosensibles. En contacto con la
luz blanca o ultravioleta, se descomponen en radicales libres muy
activos (véase pág. 172); estos reaccionan con el azufre de las pro-
teínas que contiene la cerveza y producen unos compuestos oloro-
sos llamados tioles, que los sentidos del gusto y el olfato humanos
detectan en concentraciones de unas pocas partes por billón. Su
estructura química es similar a la del compuesto de tiol que trans-
portan las mofetas en las glándulas y que les ha merecido su fama
de antisociales.
Con exponer la cerveza 20 minutos a la luz basta para que ad-
quiera un sabor que recuerda al hedor de la mofeta. De ahí que la
cerveza se envase en latas o en botellas de color ámbar que no de-
jan pasar la luz. Para evitar disgustos, le recomiendo que no la deje
reposar en el vaso demasiado rato; bébala tan rápido como pueda.
Si es de los que cree que la cerveza sirve sólo para beberla, pruebe a
elaborar este tipo de pan. Su sabor varía según la cerveza que utilice.
La receta la he probado con una cerveza negra de Pittsburgh bastan-
te fuerte, la Penn Pilsner Darle. Recomiendo comerlo recién hecho.
Sulfitos
¿Qué hace que sea tan especial el jerez, hasta el punto de que se le
considere una categoría concreta de vino? ¿Es la uva, la región, el
método de elaboración?
Las tres cosas, pero sobre todo el método de elaboración.
Existen unas cinco mil variedades de uva que podrían utilizar-
se en denominaciones de origen de todo el mundo: cerca de un
centenar de appellations d'origine en Francia y setenta y cuatro en
California, por ejemplo, por no citar las de Australia, Chile y mu-
chos otros países productores de vino. Multiplicadas por diez años,
por poner un tope, tenemos que podría haber más de 37 millones
de botellas de vino decente, además de un número incalculable de
botellas de vino de mesa. A menudo me pregunto cómo puede al-
guien decidir, ante tanta variedad, cuál es el vino más adecuado
para una comida. ¡Y es que para guardar todas estas botellas nece-
sitaríamos una bodega del tamaño de la Antártida!
Sin embargo, sí podría decir algo sobre el jerez, pues conozco el
único lugar del mundo en el que se produce, la ciudad de Jerez de
la Frontera y sus alrededores, a un par de horas en coche de Sevilla,
en la provincia de Cádiz. Allí me sumergí metafórica y casi literal-
mente en jerez visitando las bodegas de Williams & Humbert, pro-
ductores de Dry Sack, Pando, Canasta Cream y muchos otros vinos
de jerez y brandies.
Es posible que se pregunte de dónde sale un nombre tan poco
español como Williams & Humbert o cómo es que en el mundo an-
glosajón tenga una traducción tan arraigada como sherry. Algunas
de las empresas de jerez establecidas en la región jerezana fueron
fundadas por empresarios británicos que exportaban el vino a In-
glaterra, que desde siempre ha gustado del jerez seco como aperiti-
vo y del dulce para acompañar los postres. Sherry fue la palabra con
la que los ingleses se refirieron desde el principio al vino de Jerez.
¿Qué tiene, pues, de especial este vino? El consejo regulador de la
región mantiene un control estricto sobre su producción y etiqueta-
do. Para acogerse a la denominación de origen «Jerez-Xérés-Sherry»
debe emplearse la variedad palomino o bien otras menos comunes
como Pedro Ximénez o moscatel, cultivadas en el triángulo formado
por las ciudades de Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y El
Puerto de Santa María. (El consejo regulador se guarda bien de dejar
fuera al Estado de California.) Esta pequeña región posee un micro-
clima único con influencias del océano Atlántico, los ríos Guadalqui-
vir y Guadalete y los vientos húmedos y cálidos del norte de África. Es
probable que a la uva el carácter se lo den sobre todo los suelos de al-
bariza calcáreos y casi blancos de la región, con una capacidad desa-
costumbrada para absorber y retener tanto el aire como el agua.
No cabe duda de que muchos grandes vinos proceden de mi-
croclimas y suelos excepcionales. Sin embargo, lo que distingue a
los vinos de Jerez de los demás es el especial proceso de ensambla-
je y envejecimiento que se sigue para su elaboración.
Una vez prensadas las uvas, el mosto se introduce en enormes
cubas de acero inoxidable y se deja fermentar entre cuarenta y cin-
cuenta días a temperatura controlada, hasta que el contenido de
alcohol sube a entre el 11 y el 13 %. El vino joven resultante se pasa
entonces a barricas de roble americano con capacidad para 500 li-
tros y se deja envejecer.
Entonces llega el momento de decidir si el vino es más adecua-
do para la elaboración de fino seco o de un oloroso dulce, las dos
grandes categorías en que se divide el jerez. Los finos incluyen los
manzanillas y los amontillados, mientras que entre los olorosos en-
contramos los cortados y varias mezclas de Pedro Ximénez, una va-
riedad de uva muy dulce. Los vinos destinados a convertirse en fi-
nos se encabezan (se fortalecen añadiéndoles alcohol) hasta que
alcanzan una graduación alcohólica del 15 %; los olorosos se enca-
bezan hasta el 17 %.
Lo que explica la diferencia entre unos y otros es que la flor, una
Cap a de levaduras naturales locales que se forma en la superficie,
no sobrevive a concentraciones alcohólicas superiores al 15 %. Para
adquirir su ligereza y sabor característicos, los finos deben enveje-
cer hasta el final bajo una capa de flor. Los olorosos, en cambio, se
crían sin esta capa, de modo que el aire los oxida y los vuelve más
oscuros, les da más cuerpo y un aroma más fuerte; de ahí su nom-
bre. Los amontillados empiezan envejeciéndose con flor pero des-
pués se encabezan hasta que alcanzan una graduación alcohólica
del 17 % que mata la flor.
Durante el envejecimiento el vino se mezcla siguiendo un mé-
todo exclusivo del jerez llamado sistema de soleras y criaderas.
Consiste en hacer correr el vino por una escala de varias filas de bo-
tas, de manera que cuanto más cerca del suelo están las botas más
antiguo es el vino que contienen. De las botas más viejas, la solera,
se saca un tercio del vino para embotellarlo. El espacio libre dejado
se repone con vino de la fila superior (primera criadera), que a su
vez se rellena con vino de la siguiente (segunda criadera), y así su-
cesivamente hasta llegar a la última, que se rellena o «refresca» con
vino joven. El nombre de «criadera» viene de «criar»; se refiere a las
botas en las que se crían los vinos más jóvenes. «Solera» alude al
suelo de piedra sobre el que descansan las botas que contienen el
vino más maduro, listo para embotellar.
El ciclo tarda años en completarse, ya que entre cada extracción
de vino de la solera pasan varios meses. Los vinos jóvenes se nutren
de la personalidad de los más viejos, lo que permite al producto fi-
nal conservar sus extraordinarias propiedades durante décadas.
Y eso es lo que hace que el jerez sea tan especial.
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SEGUNDA
> CRIADERAS
PRIMERA
EMBOTELLAMIENTO
Cada vez que nuestra amiga Janet Mendel, autora de varios libros de co-
cina, nos invita a Bob y a mí a comer a su casa en el sur de España, nos
prepara este plato. Se necesita una sartén de hierro colado de unos 30
cm de diámetro para dorar el pollo y una botella de oloroso seco, un je-
rez semidulce. En la mesa el pollo lucirá un lustroso color caoba. No tema
utilizar todo el ajo que se indica en la receta. Al cocinarlo, se suaviza el sa-
bor y se vuelve ligeramente dulce. Vierta abundante jugo de cocción -una
deliciosa salsa de aceite de oliva, jerez y ajo- sobre las raciones de pollo.
1. Pase el pollo por agua fría para limpiarlo y séquelo con papel de
cocina. Salpimiéntelo por ambos lados.
2. Aplaste ligeramente los dientes de ajo con el filo de un cuchillo
grande para romper la piel. Separe 8 y déjelos sin pelar. Pele el
resto y córtelos en láminas más o menos uniformes.
3. Caliente el aceite de oliva en la sartén mencionada a fuego medio.
Añada las láminas de ajo y sofría de 1 a 2 minutos, hasta que es-
tén doradas. Retírelas de la sartén con una espumadera, colóque-
las sobre papel de cocina para que chupe el aceite y resérvelas.
Suba el fuego, añada el pollo cortado y tríalo (cubriendo la sartén
con una tapa antisalpicaduras, si tiene una) durante 15 minutos.
Dé la vuelta al pollo cuando lo considere conveniente y asegúrese
de que queda dorado por ambos lados.
Añada los dientes de ajo sin pelar, el jerez y el brandy. Mantenga
el fuego a intensidad media-alta, de 8 a 1Q minutos, dando vuel-
tas los trozos de pollo de vez en cuando, hasta que el liquido se
haya casi consumido y el pollo vuelva a crujir.
6. Pase el pollo y el ajo a un plato calentado previamente en el horno
y rocíelo con su jugo. Decore el plato con el ajo frito que reservó.
SALEN 4 RACIONES
El truco de la cuchara
Ciencia al margen
Póngale un corcho
¿Por qué tienen esa forma tan rara los corchos de champán? Pare-
cen champiñones con faldas...
Cuando se introducen en la botella, poseen la misma forma cilindrica
que los corchos utilizados para los vinos no espumosos, sólo que son
más grandes. Un tapón normal se fabrica con un diámetro de 24 mm;
para introducirlo en el cuello de botella, de 18 mm de diámetro, se
comprime con una máquina taponadora. (El corcho se comprime bas-
tante bien.) En cambio, para el champán y el cava se fabrican tapones
de 31 mm de diámetro que se introducen en cuellos de 1 7 , 5 mm y
se deja un tercio del tapón fuera (la «cabeza») para poder tirar de él y
abrir la botella. En cuanto deja de estar constreñida, la base del cor-
cho, suave y húmeda, se expande y recupera el diámetro original. [El
corcho también es bastante elástico.)
La compresibilidad y elasticidad del corcho que se emplea para el cava
o el champán es fácil de comprobar. Sumérjalo en agua durante unos
días para ablandarlo y verá cómo recupera su forma cilindrica original
y su longitud total. Obtendrá el mismo resultado si lo ablanda calen-
tándolo en el microondas durante un par de minutos.
(Advertencia: No haga la prueba en un microondas total o práctica-
mente vacío. La radiación, al no ser absorbida por comida ni agua,
puede rebotar contra el generador de las microondas -el magnetrón-
y dañarlo. Coloque un vaso de agua junto al tapón de corcho.)
Sería una pena no aprovechar una botella de Jack Daniel's más que
Para echar unos tragos, pues le da un toque delicioso a esta salsa.
Por cada par de costillares pequeños, necesitará una taza de salsa
barbacoa. Puede guardar la otra taza para acompañar un pollo a la pa-
milla durante la semana. Verá cómo esta salsa acaba formando parte
de su lista de salsas barbacoa favoritas.
1 taza de ketchup
1/4 de taza de whisky Jack Daniel's Etiqueta Negra
1 / de taza de melaza oscura
4
¡Y listos!
Mida su alegría
Ciencia al margen
Secuestradores de electrones
En química, «oxidación» se aplica a un tipo de reacciones mucho más
amplio que la simple interacción de una sustancia con oxígeno. En un
sentido más general, se refiere a cualquier reacción en la que un áto-
mo o molécula pierde electrones. El peróxido de hidrógeno y otros pe-
róxidos son agentes oxidantes capaces de robar electrones a molécu-
las de muchos otros tipos de compuestos químicos.
Ahora bien, cuando los compuestos químicos tienen color es porque
sus electrones absorben determinadas longitudes de onda o colores
de la luz solar (una mezcla de todas las longitudes de onda visibles) que
se posa sobre ellos y reflejan el resto hacia nuestros ojos. Lo que ve-
mos, por lo tanto, no es más que luz reflejada en la que faltan un par
de los colores incidentes. Por ejemplo, el pétalo de un narciso absor-
be algunas de las longitudes de onda azules de la luz solar y refleja luz
en la que falta azul, por lo que la vemos amarilla. Decimos, en conse-
cuencia, que el narciso echa flores «amarillas». Pero si un agente oxi-
dante secuestrara los electrones que absorben la luz azul, el color
amarillo desaparecería. La flor se blanquearía.
Tabla 1
Leches y natas comerciales
La créme de la créme
¿Qué diferencia hay entre los diferentes tipos de nata que se ofrecen
en las tiendas: nata para montar espesa, nata para montar líquida,
nata ligera, etc. ?
La nata se obtiene de la leche, añadiéndole más grasa de origen lác-
teo (también conocida como grasa de mantequilla, porque se utili-
za para hacer mantequilla) de la que la vaca pone. En otras palabras,
se retira cierta cantidad de la parte no grasa y acuosa de la leche ori-
ginal (que se convierte en «leche descremada») para hacerla más es-
pesa y darle una textura suave y untuosa en la boca.
¿Cómo? Bueno, si se deja reposar un rato la leche entera y no ho-
mogeneizada, la gravedad se encarga de todo. Al ser más ligera (me-
nos densa) que el agua, la grasa sube a la superficie y flota, lo que
permite retirar esa capa más espesa que conocemos como nata.
En las granjas los glóbulos grasos se separan de la leche de ma-
nera mucho más rápida y eficaz. Para ello utilizan unas separado-
ras centrífugas, conocidas como desnatadoras, que hacen girar la
leche entera a miles de revoluciones por minuto como si fueran la-
vadoras enloquecidas. La capa acuosa más densa sale despedida
hacia fuera con más fuerza que la grasa y acaba ocupando las par-
tes más externas del tambor de la centrifugadora, mientras que los
glóbulos grasos menos densos se quedan en el centro. Mediante
una serie de paletas cónicas se van recogiendo los diferentes pro-
ductos según su densidad, es decir, según su porcentaje de grasa.
El contenido de grasa de los diferentes tipos de nata que se co-
mercializan está regulado. La nata espesa, o nata para montar es-
pesa, es sin duda la créme de la créme, ya que es la que contiene
mayor cantidad: entre el 36 % y el 40 %; las natas para montar lige-
ras contienen entre un 30 % y 36 %. Por debajo de un 30 % ya no sir-
ven para montar. En las natas líquidas, o cremas de leche, la grasa
láctea se sitúa entre el 18 % y el 30 %.
En el mercado anglosajón encontramos también la half &
half, que se supone que está hecha con la mitad de leche y la mi-
tad de crema. Sin embargo, no hay que tomarse esta definición al
pie de la letra, ya que su contenido en grasa depende de lo den-
sa o ligera que sea la mitad de la crema. Puede contener entre un
10,5 % y un 18 % de grasa.
Como el nombre que aparece en las etiquetas de los productos
puede variar, a la hora de comprar fíjese en el contenido de grasa
que indica el envase.
SALEN 4 8 CARAMELOS
El bueno y el malo
Micelas, no túcelas
En la transformación de la leche en yogur, los ácidos producidos por
las bacterias actúan sobre la proteína de la leche, principalmente ca-
seína, haciendo que sus micelas, unos glóbulos minúsculos muy dis-
persos, se junten y formen un cuerpo compacto. Las bacterias se han
de dejar actuar un tiempo hasta que se alcanza el grado de acidez ade-
cuado. En el caso de la caseína, se necesita un pH de 4,6, conocido
como punto isoeléctrico, en el que las micelas se unen porque pierden
las cargas eléctricas que hacen que se repelan. Cuando se alcanza la
acidez adecuada, se ve cómo la leche se coagula o cuaja y se forma
el suero. Luego, a partir del cuajo, el suero y las grasas, las bacterias
crean una masa homogénea de textura suave y compacta.
Queso de yogur
SALEN 2 TARRINAS
Nata agria casera
Puede preparar nata agria en casa utilizando los «bichos buenos» del
suero de la leche: Streptacoccus lactís, S. cremoris y S. diacetylactis,
a los que puede añadir unos cuantos Leuconostoc para mejorar la ca-
lidad [y el sabor]. Estas bacterias se alimentan de la lactosa de la nata,
lo que les permite producir un ácido láctico con agradables notas
agrias. Aunque puede obtener el suero de leche desnatada o semi-
desnatada, le saldrá una nata mucho más espesa y contundente si li-
bera las bacterias en una nata rica en grasa.
A diferencia de la nata agria que se vende en los supermercados, la
que se elabora en casa sirve también para montar, siempre y cuando
esté hecha con nata entera. Al montarla tenga la precaución de no ba-
tirla en exceso, ya que podría convertirla en mantequilla. Con nata
agria casera montada o sin montar por encima, las tartas de fruta y
muchos postres de chocolate quedan deliciosos.
La nata pasteurizada elaborada al estilo tradicional se espesa en 24 ho-
ras y tiene un agradable toque ácido, mientras que la ultrapasteurizada
tarda un poco más y su textura es más suave. Ambas se conservan en
el frigorífico un mes; con el tiempo, la nata agria gana espesor y sabor.
SALEN 2 TAZAS
EN LA GRANJA | 75
Frío frío
A la sombra de Filadelfia
* Dialecto alemán que hablan los descendientes de los colonizadores de lengua ale-
mana del siglo XVII en algunas zonas de Pensilvania, Ohio e Indiana y en el Estado
canadiense de Ontario. Se le llama «holandés» por confusión entre la palabra ingle-
sa Dutch, que significa holandés, y la palabra alemana Deutsch, que significa ale-
mán. La mayoría de hablantes de este dialecto son amish o menonitas. (N. de la T.)
El cottage cheese es muy popular en Estados Unidos, donde se
comercializó por primera vez a principios del siglo xx. Se elabora
añadiendo un cultivo de Streptococcus lactis a la leche desnatada
o semidesnatada pasteurizada. Estas bacterias se alimentan del
azúcar de la leche y producen ácido láctico, de efectos coagulan-
tes. También se suele añadir otro cultivo bacteriano, Leuconostoc
citrovorum, que no da lugar a ácido sino a componentes aromáti-
cos. Se deja fermentar durante varias horas; después se cuece la
cuajada y se escurre parte del agua, con lo que se obtiene un
montón de grumos de cuajada sueltos, es decir, el requesón.
Cuanta menos agua se deja al escurrir el cuajo, más seco quedará
el queso resultante.
Al ser bastante húmedo (contiene hasta un 80 % de agua), el
cottage cheese caduca enseguida. Cualquier bacteria nociva que se
acerque encuentra en él un excelente caldo de cultivo, por lo que
conviene guardarlo en el frigorífico.
Una tarrina de 226 gramos de requesón con un 2 % de mate-
ria grasa tiene 203 calorías; la misma cantidad de requesón con
un 1 % contiene tan sólo 63. En ambos casos las proteínas as-
cienden a 28 gramos, es decir, al 12,4 %. Se considera un alimen-
to de régimen: es rico en proteínas y bajo en grasas e hidratos de
carbono.
Lo del queso para untar es otra historia. En este caso, sí se trata
de un invento americano, como habrá deducido por el hecho de
que sólo parece haber una marca en el mercado, la que lleva el
nombre de la ciudad de Filadelfia, en el Estado de Pensilvania. Se-
gún Kraft Foods, empresa propietaria de la marca, el queso para
untar se inventó en 1872 en una granja de Chester, en el Estado de
Nueva York. En 1880 un distribuidor neoyorquino lo patentó con el
nombre de Philadelphia porque en aquella época la ciudad tenía
fama por la calidad de sus productos. (Al parecer, otros quesos
americanos similares, como el de Pittsburgh, no daban la talla.)
En la actualidad, el queso para untar contiene un 33 % de ma-
teria grasa como mínimo y una humedad máxima del 55 %. En el
caso de la marca Philadelphia ingerimos un 34,9 % de materia gra-
sa y 810 calorías por tarrina de 226 gramos. Ahora bien, su exclusi-
va y cremosa textura no se consigue así como así. Se utilizan varios
aditivos, entre ellos el alginato cálcico, un espesante que se extrae
de algas marinas; el garrofín, procedente de la semilla del algarro-
bo; la goma tragacanto, que se obtiene de varias plantas asiáticas
y del este de Europa; y la goma guar, extraída de la semilla de un
arbusto leguminoso. La suavidad tiene su precio.
FICCION ARIO DEL GOURMET
Tragacanto: profesor de espanto
Esta suave y cremosa tarta de queso se hace con los ojos cerrados
y nunca se agrieta al hornearla. Acompáñela con frutos del bosque,
coulis de ruibarbo (pág. 123) o almíbar. Recomiendo utilizar el queso
clásico de la marca Philadelphia; no utilice la versión light.
BASE CRUJIENTE:
10 galletas de trigo integrales alargadas
1 cucharada de azúcar
2 cucharadas de mantequilla sin sal, fundida
RELLENO:
3 tarrinas de queso para untar (de 2 2 6 g cada una),
a temperatura ambiente
4 huevos grandes, a temperatura ambiente
1 cucharadita de extracto de vainilla
1 taza de azúcar
Una pizca de sal
DECORACIÓN:
2 tazas de nata agria (no light) o dos envases de 4 5 0 g
1 cucharada de azúcar
1 cucharada de extracto de vainilla
SALEN 12 PORCIONES
Re: Brie
De buena hebra
SALEN 1 2 PORCIONES
Gallinas vírgenes
1/ de cucharadita de sal
8
PARA EL PONCHE:
Yemas gemelas
¿Cómo se forman los huevos de doble yema? ¿Le restan espacio las
yemas a la clara o se trata de huevos más grandes?
En general, las yemas son más pequeñas y los huevos más grandes.
Entre un 3 % y un 5 % de los huevos de gallina presentan dos
yemas. Algunas gallinas, condicionadas por sus genes y la forma de
sus oviductos, parecen especializarse en producir este tipo de ge-
melos. Cuando aparece un huevo de doble yema en un cartón de
huevos normales es porque alguien ha cometido un error, y no ha
sido la gallina, sino los inspectores de la granja. Todos los huevos se
inspeccionan a contraluz antes de su comercialización; con esta
técnica se pueden descartar los de doble yema y reservarlos para
otros usos.
Si se encuentra un huevo de doble yema, puede usted comér-
selo sin problemas. En realidad, la novedad ha hecho que estos
huevos estén muy buscados y que los productores no den abasto.
Fríalo, con la sartén por el mango.
Hace poco leí que añadiendo sal al agua antes de hervir un huevo se
evitaba que se resquebrajara la cáscara. Lo he probado tres veces y
funciona. ¿Qué fenómeno químico lo explica?
Ningún fenómeno químico lo explica, porque no es cierto. La sal
(cloruro de sodio) no afecta a la cáscara de huevo (carbonato de
calcio), ni química ni físicamente.
La cáscara del huevo se resquebraja si está fría al entrar en
contacto con el agua caliente debido al brusco cambio de tempe-
ratura. El calor dilata la cáscara a gran velocidad y de manera
desigual, pues su grosor varía en unas zonas y otras. Este calenta-
miento desigual provoca unas tensiones que pueden llegar a frac-
turar la cáscara por las partes más finas. (Si sostiene un huevo a
contraluz, observará que la cáscara presenta a menudo pequeñas
fisuras, aunque a simple vista parezca intacta.) El huevo también
puede romperse si la bolsa de aire que tiene en la punta se expan-
de con demasiada rapidez sin dar tiempo a que el aire se escape
por los poros de la cáscara. Como medida de precaución, perfore
la punta del huevo con una chincheta para que, al calentarse, el
aire pueda escapar sin causar estragos.
Para hervir huevos sin que se resquebrajen, evite sumergirlos
fríos en el agua hirviendo. Póngalos en el cazo con agua fría y cué-
zalos hasta que el agua empiece a hervir. En cuanto vea las prime-
ras burbujas, baje el fuego y deje que se cuezan lentamente. Según
el tiempo que los deje, le saldrán más o menos hechos: 1 o 2 minu-
tos bastan para los huevos pasados por agua; para los huevos du-
ros, deberá esperar entre 12 y 15 minutos.
¿Cómo se explica entonces su caso? Con el debido respeto, tres
pruebas no constituyen un experimento científico. ¿Se habrían res-
quebrajado los huevos si no hubiera puesto sal? Imposible saberlo.
Repita el experimento con un centenar de huevos, hirviendo la mi-
tad con sal y la otra mitad sin sal. Cuente el número de fisuras que
aparecen en cada caso y tráigame el informe de laboratorio el jue-
ves que viene.
I_im ) lOI
¡Pero alto ahí! En lo de echar sal al agua para hervir los huevos
hay gato encerrado. Siga leyendo.
Huevos equilibristas
¿Por qué a veces se pelan tan bien los huevos duros y, en cambio,
otras veces parece que la cáscara esté pegada con pegamento?
Una vez hechos, enfríelos enseguida con agua fría del grifo. La cla-
ra se encoge y se despega de la cáscara, lo que permite quitarla me-
jor. (Esta medida también evita que la yema se vuelva verde, tal y
como se explica en el epígrafe siguiente.) Los huevos muy frescos
cuestan más de pelar, porque la clara tiende a adherirse a la mem-
brana que recubre la cáscara por dentro. A medida que pasan los
días, la membrana se retrae y la clara se pega menos. Por lo tanto,
reserve los huevos más frescos para otras elaboraciones y utilice los
firás viejos para hacerlos duros.
Por cierto: conserve los huevos duros en el frigorífico. Lo más
fácil es volverlos a colocar en la huevera junto con el resto de hue-
vos crudos, pero ¿cómo se distinguen? Fácil. Coloque el huevo so-
bre el mármol de la cocina y hágalo rodar sobre sí mismo. Si se re-
siste está crudo, pero si rueda como una peonza está duro. El efec-
to se ve con más claridad si se hace girar el huevo sobre su base.
Otra opción es marcar los huevos duros escribiendo «HD» a lá-
piz sobre la cáscara, pero ¿dónde está la gracia?
Ciencia al margen
En la portada del ejemplar que tengo en casa son verdes tanto las
yemas de los huevos como el jamón, así que el buen doctor debió
de querer decir «huevos verdes con jamón verde» en vez de «hue-
vos verdes con jamón».* En cualquier caso, le recomiendo que no
coma jamón verde bajo ningún concepto (lea la página 281 en su
lugar) y limitaré mis comentarios a las yemas.
¿Qué provoca ese color negro verduzco en las yemas de los hue-
vos duros? Esta pregunta se ha hecho y respondido muchas veces,
pero no me importa volver sobre ella.
El color es inocuo. La sustancia que lo provoca no es tóxica,
pero aunque lo fuera su presencia es insignificante.
Con el tiempo, la proteína de la clara, que contiene azufre, se va
descomponiendo y produce una pequeña cantidad de sulfuro de
hidrógeno, un gas cuya fórmula es H 2 S y que huele a mil demonios.
El calor acelera esta descomposición; a la temperatura a la que se
hierven los huevos se produce doscientas veces más sulfuro de hi-
drógeno que a temperatura ambiente. El gas se dispersa por todo el
huevo y, al alcanzar la yema, que contiene un poco de hierro, reac-
ciona con este metal y produce sulfitos de hierro, el FeS y el Fe2S3,
conocidos como sulfito ferroso y sulfito férrico, respectivamente. El
sulfito ferroso es de color negro marronoso, mientras que el férrico
es verde amarillento. Et voilá! Ahí tenemos esa yema que parece
que esté sucia. El color exacto dependerá del volumen de aire que
tuviera el huevo en el interior, pues en presencia de aire el negruz-
co sulfito ferroso se transforma (se oxida) en óxido férrico, de color
verdoso. Los huevos menos frescos contienen más aire, por lo que
la yema tiende a presentar un color más verdoso.
* El autor hace un juego de palabras con el título original del cuento «Green Eggs
and Ham», en el que el adjetivo green podría modificar tanto a eggs como a ham.
(N. de la T.)
Cuanto más tiempo se calienta un huevo y más sulfuro de hi-
drógeno se genera, más gas se concentra en la superficie de la yema
y más verde y oscura se vuelve. Si en vez de hervir los huevos para
hacerlos duros se dejan cocer con el cazo tapado a una temperatu-
ra ligeramente inferior a la de ebullición, esos pocos grados de me-
nos reducirán enormemente la producción y dispersión del sulfu-
ro de hidrógeno. Una vez hechos, no hay como enfriar los huevos
con el agua fría del grifo para detener esas afeadoras reacciones
químicas en plena faena.
Si su hijo quiere un huevo verde al gusto de Juan Ramón, cóm-
prele un huevo de casuario. El casuario es un pájaro grandote e
inofensivo de Australia que pone unos huevos de 9 a 14 centíme-
tros y más de medio kilo de peso. La cáscara es bastante verde, aun-
que confieso que no puedo responder de cómo será por dentro.
Ciencia al margen
A darle al merengue
¿Las claras de huevos pasteurizados sirven para hacer merengue? Lo
intenté una vez y, al no ser una excelente repostera, el resultado no
fue el esperado. Además, estaba lleno de pequeños grumos pegajosos.
Me pregunto si la pasteurización puede afectar a las claras hasta el
punto de que sea imposible hacer merengue.
A cualquier mortal le cuesta alcanzar la perfección, pero con un
poco de paciencia es prácticamente seguro que llegará a conse-
guirlo.
Los huevos se pasteurizan con la cáscara para eliminar el ries-
go de contaminación por Salmonella enteritidis y otras especies
de salmonela que se alojan, entre otros sitios, en las aves, la carne
y otros productos cárnicos, la leche cruda y las yemas de los hue-
vos crudos (por lo general no afectan a las claras). A una tempera-
tura mínima de 71 °C estas bacterias mueren, pero creo necesario
advertirle de que utilizar yemas de huevo crudas para elaborar
mayonesa o cualquier otro aderezo para ensalada comporta sus
riesgos.
Si ha logrado montar las claras, habrá podido comerse el me-
rengue sin peligro, aunque haya utilizado huevos sin pasteurizar.
Por dos motivos: utiliza sólo las claras y además las cocina. Los gru-
mos pegajosos no eran más que clara de huevo mal batida. Es un
problema habitual en los huevos pasteurizados, ya que las claras
no se montan con tanta facilidad: el suave calentamiento al que se
las somete durante la pasteurización desnaturaliza o «cuece» la
proteína parcialmente.
Los huevos se pasteurizan calentándolos en agua. Mantenien-
do una temperatura durante cierto tiempo se mata cualquier bac-
teria de salmonela sin cocer el huevo. No obstante, en los huevos
pasteurizados la yema queda un poco más espesa y la clara, algo
más opaca. Se cocinan igual que los huevos no pasteurizados, pero
las claras se resisten a la hora de montarlas debido a la desnatura-
lización o reestructuración de la proteína, por lo que cuesta más
obtener una espuma consistente y copiosa. Con huevos corrientes
tardará entre uno y tres minutos en montarlas a punto de nieve;
con los huevos pasteurizados, en cambio, puede llegar a tardar
hasta diez.
Por lo tanto, para que le salga un delicioso merengue sólo le fal-
ta una cosa: tesón.
Exagerando un huevo
Siempre había pensado que los huevos milenarios eran cosa de le-
yendas hasta que vi unos a la venta en un mercado chino. ¿Cómo sa-
bían los habitantes del siglo xi que querríamos comprarlos en el si-
glo xxi? ¿Dónde los han guardado todos estos años?
¿Lo dice en serio?
Los huevos milenarios (pidan en chino) son una leyenda que
cuesta explicar sin que se le escape a uno la risa. Otros chinos me-
nos inspirados los llaman huevos de cien años. Lo cierto es que tan
sólo tienen unos cien días: una antigüedad que le aseguro que pue-
de ser igual de terrible.
Veamos cómo se preparan.
Compre huevos de pato frescos. Sin pelarlos, envuélvalos con
una pasta de sal, limo (lo puede conseguir en un centro de jardine-
ría), cenizas de pino de la chimenea (o, en su defecto, cenizas de
carbón de la barbacoa) y té negro bien fuerte. Luego rebócelos con
paja de arroz o incluso hierba y entiérrelos en el jardín durante
unos tres meses. Al desenterrarlos, lávelos y pélelos. Se sirven con
salsa de soja y jengibre rallado como aperitivo, aunque el verde os-
curo de la yema y el ámbar negruzco de la clara hacen que no en-
tren mucho por los ojos.
Lo sé de buena tinta. Hace varios años, en un barco taiwanés
con el que recorrí medio mundo, el capitán me invitó a su cama-
rote. Tenía su cocinero particular, que preparó una pasmosa va-
riedad de exquisiteces chinas de lo más insólito (para mí): sopa de
aleta de tiburón, pepino de mar, tripas y ovarios de cerdo y uno
de esos huevos de edad incierta. Tenía un astringente sabor a
queso, la textura cremosa de un aguacate, la yema de color negro
verdoso y la clara llena de motas azules, negras y ámbar. No esta-
ba tan mal, pero no creo que pudiera comerme uno con el desa-
yuno cada día.
Fíjese que sólo me he permitido un juego de palabras con la pa-
labra «huevo» en el título. Claro que podría haber roto el huevo y
haber recurrido a otros juegos de palabras que me habrían ido a
huevo, pero entonces el lector habría llegado hasta aquí pisando
huevos y no es cuestión de explotar a la gallina y que me suceda
como al campesino de Esopo.
Ciencia al margen
Ciencia al margen
¿Por qué al cocinar las verduras me salen con es e color tan apagado?
El color verde de las plantas y las algas se debe a una milagrosa mo-
lécula llamada clorofila que absorbe la energía de la luz solar y la
utiliza para convertir el dióxido de carbono y el agua en glucosa y
oxígeno. Las plantas pueden aprovechar la glucosa directamente
como energía para crecer o polimerizarla (enlazar miles de molé-
culas de glucosa) y, de este modo, formar almidones que almace-
nan para el futuro. Como los animales obtienen su vitalidad de hi-
dratos de carbono del azúcar y el almidón de las plantas, la
molécula de clorofila puede considerarse la principal fuente de
vida del planeta.
Sin embargo, la clorofila no siempre está de parte del hombre,
la única especie que cocina las verduras para ablandarlas. Al cocer
las verduras, la clorofila se convierte en una sustancia química lla-
mada feofitina y el color verde se torna de un caqui apagado y poco
apetitoso.
Cada molécula de clorofila está formada por un conglomerado
de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno llamado
porfirina, con un átomo de magnesio enterrado en el centro. Aho-
ra bien, la clorofila no es un único compuesto químico. La hay de
dos tipos, que los químicos, en un alarde de erudición, han bauti-
zado con los nombres de clorofila a y clorofila b. La clorofila a es
verde azulada, mientras que la b es verde amarillenta. La propor-
ción de una clorofila y otra (normalmente la a dobla o triplica a la
b) determina la tonalidad de verde de cada planta.
Al cocer judías verdes, guisantes, coles de Bruselas, brécol o
espinacas, el calor modifica primero la forma de las moléculas de
clorofila (se isomerizan). Si la verdura resulta ser ligeramente áci-
da, que suele ser lo habitual, los átomos de magnesio salen ex-
pulsados y se sustituyen por un par de los numerosos átomos de
hidrógeno que contiene el ácido. Como consecuencia, la clorofila
se transforma en feofitina: la a se convierte en una feofitina verde
grisácea, mientras que la b se convierte en una de color verde oli-
va. Como la clorofila a suele predominar y se transforma con más
rapidez que la clorofila b, las verduras nos suelen quedar de color
verde grisáceo.
Al ver que los ácidos ponen en marcha reacciones de conver-
sión de la clorofila, algunas personas han caído en la tentación de
añadir un pellizco de bicarbonato de sosa (bicarbonato de sodio) al
agua de cocción para volverla alcalina. Sin embargo, la alcalinidad
ataca a los hidratos de carbono complejos que permiten a las célu-
las vegetales mantenerse unidas, por lo que lo único que se consi-
gue es cambiar la fealdad por la pastosidad y añadirle un dudoso
plus: el sabor jabonoso del bicarbonato.
Hay otra curiosidad química que afecta a la cocción de las verdu-
ras verdes. Las sales de sodio, magnesio y calcio inhiben las reac-
ciones de conversión de clorofila. Al parecer, a los átomos de hidró-
geno les cuesta más atravesar las membranas celulares y expulsar a
los átomos de magnesio. Por lo tanto, si se añade una pizca de sal
(cloruro de sodio) al agua de cocción o se utiliza agua dura (con sales
de magnesio y calcio), las verduras retienen mejor el color verde.
En la práctica todo esto se traduce en que, cuanto menos se
cueza una verdura, menos clorofila se transformará en feofitina. En
un estudio, se coció brécol durante cinco y diez minutos; en el pri-
mer caso perdió el 17,5 % de su clorofila, mientras que en el segun-
do llegó a perder el 41,1 %.
Guerra bacteriológica
Las patatas que más me gustan son las de la variedad Yukon Gold,
pero es imposible comprar unas que no tengan la pulpa llena de esas
manchas violáceo-grisáceas que parecen óxido. Si se las quito con el
cuchillo, sólo puedo aprovechar las patatas para hacer puré. Preferi-
ría no tener que practicar intervenciones quirúrgicas. ¿A qué se de-
ben esas manchas? ¿Por qué se dan más en las patatas amarillas?
Las patatas de piel y pulpa amarilla como la variedad que mencio-
na, al igual que la col, las cebollas y el arroz amarillo, deben su co-
lor a unas sustancias químicas llamadas antoxantinas. Las anto-
xantinas reaccionan con los residuos metálicos que contienen
estos productos, como el hierro o el aluminio, volviéndolos de co-
lor gris azulado. Un cuchillo de acero al carbono puede provocar el
mismo efecto, por lo que para cortarlos conviene utilizar cuchillos
de acero inoxidable. Algunas variedades de patata con menos an-
toxantinas no presentan tantas manchas.
Las antoxantinas también oscurecen si las patatas no se guar-
dan en un lugar fresco. Por lo tanto, si encuentra manchas en pata-
tas recién compradas, busque un supermercado en el que las con-
serven a menor temperatura.
Hablando de antoxantinas (esto no es algo que se oiga decir
cada día), en las zanahorias también las encontramos en pequeñas
cantidades y su color depende de la presencia o ausencia de iones
metálicos (átomos de metal con carga) de, por ejemplo, hierro o
aluminio. La gente que prepara pasteles de zanahoria en moldes de
hierro o aluminio a veces se encuentra con la sorpresa de que las
zanahorias se han puesto verdes.
Al igual que con las patatas amarillas, el producto de la reac-
ción de las antoxantinas de la zanahoria con el hierro o el aluminio
también puede ser azul. ¿Y qué nos da el azul combinado con el
amarillo de las zanahorias? ¡Verde!
SALEN 4 RACIONES
Goulis de ruibarbo
SALEN 2 TAZAS
Lo que Brutus no sabía
He leído muchas veces que tal fruta o verdura contiene tal o cual mi-
neral: hierro, potasio, etc. Dado que muchas de esas frutas o verduras
se pueden cultivar casi en cualquier sitio, eso debe de significar que
todos los terrenos, incluido mi jardín, deben contener al menos algún
resto de esos minerales. ¿Es así? ¿Qué pasaría si plantara espinacas,
ricas en hierro, en un terreno en el que no hubiera hierro?¿Crecerían?
¿Tendrían poco hierro pese a lo que dicen las tablas de nutrición?
Vayamos por partes. Si consulta la Base de Datos de Composición
Química de los Alimentos del Departamento de Agricultura de Es-
tados Unidos (www.nal.usda.gov/fnic/foodcomp/Data/SR17/sr-
17.html), se llevará una sorpresa: las espinacas no son especial-
mente ricas en hierro. De hecho, contienen menos hierro que la
mayoría de cereales de desayuno, una cuarta parte de la que con-
tienen las almejas crudas y más o menos la misma cantidad que las
alubias o el cerdo enlatados (sin contar la lata).
Esta es la historia de cómo el hierro se cruzó en la vida de las es-
pinacas.
A finales del siglo xix, unos científicos alemanes descubrieron
que las espinacas contenían tanto hierro como la carne: unos 3 mg
por 100 gramos o 30 partes por millón. En el informe en el que des-
cribían su descubrimiento alguien se equivocó al poner la coma, de
modo que parecía que las espinacas tuvieran diez veces más hierro
del que tienen en realidad. El error se corrigió cuarenta años más
tarde, pero para entonces Popeye ya había adoptado la espinaca
como alimento energético. Al fin y al cabo, el hierro es un metal
duro, ¿no? Si Brutus hubiera sabido que las latas de espinaca de Po-
peye no eran más que un farol...
E ironías de la vida, el cuerpo no absorbe el hierro de las espi-
nacas, sea mucho o sea poco, pues esta verdura contiene también
una pequeña cantidad (1 %) de ácido oxálico, que transforma el
hierro en una sal insoluble, el oxalato ferroso. Así pues, a nuestro
metabolismo sólo le llega una parte de la modesta cantidad de hie-
rro que contienen las espinacas.
¿Qué pasaría si plantara espinacas en un terreno con insufi-
ciente hierro? Es muy poco probable, porque las plantas sólo nece-
sitan hierro en cantidades mínimas y el hierro es un elemento muy
abundante y extendido que constituye el 5 % de la corteza terrestre.
Sin embargo, en el caso hipotético de que lo hiciera, las espinacas
crecerian pero con síntomas de sufrir deficiencias nutritivas, como
le pasaría a cualquier persona a la que le faltara alguna vitamina.
Las plantas utilizan el hierro para sintetizar la clorofila, así que las
hojas no serían verdes, sino de un color amarillo enfermizo.
Ciencia al margen
Gas lacrimógeno
Georgia on my mind
¿Por qué son mucho más dulces las cebollas de Vidalia' que las
demás?
El terroir o terruño.
Dejen que me explique.
Las cebollas de Vidalia no son las únicas cebollas suaves que
existen. Y fíjense que no digo «dulces» sino «suaves»: no contienen
más azúcar que otras cebollas; simplemente contienen menos
compuestos astringentes y lacrimógenos.
En el caso concreto de las cebollas de Vidalia, ciudad situada en
una planicie costera del sur de Georgia, se ha atribuido su suavidad
* Cebolla híbrida suave y dulce, de piel marrón y carne blanca, que se produce en
el Estado norteamericano de Georgia y cuyo uso está muy extendido en Estados
Unidos. (N. de la T.)
al escaso azufre que encontramos en los suelos de marga arenosa
de la zona. Como los compuestos astringentes y los que hacen sal-
tar las lágrimas son de azufre (véase pág. 127), se supone que las
plantas en cuya dieta ha faltado este elemento luego lo producen
en menor cantidad.
Si las plantas son de una especie y variedad determinadas no es
por el suelo, el clima ni las condiciones de cultivo, sino porque los
genes de sus semillas le marcan las proteínas, enzimas y hormonas
que debe producir, sin que el agricultor pueda hacer nada para evi-
tarla. Las cebollas de Vidalia, por ejemplo, pertenecen a una varie-
dad llamada gránex amarilla.
Se trata de una cuestión hereditaria y, como todo el mundo
sabe, las características de un organismo dependen tanto de la he-
rencia como del entorno. En las frutas y hortalizas influyen multi-
tud de factores medioambientales, que pueden provocar diferen-
cias muy sutiles entre unas y otras: la cantidad de nutrientes del
suelo; la composición y el drenaje del suelo, su microflora y micro-
fauna; la proporción de arena, roca y arcilla; la pendiente del terre-
no; la temperatura de cultivo; la pluviometría, el viento y la inci-
dencia del sol. Influye, en definitiva, todo el microentorno de la
planta, incluida la fase de la luna en el momento de la siembra. (No
es ninguna broma: se dice que los vinateros que practican la lla-
mada vinicultura biodinámica esperan a la luna nueva para retirar
los posos del vino. Como la luna llena hace subir la marea, creen
que también hace subir los posos y que, por tanto, evita que se
asienten. ¿No es de lo más lógico?)
Los vinateros franceses asocian todas estas variables y factores
imponderables (normalmente sin incluir las fases de la luna) al con-
cepto de terruño, al que les gusta rodear de cierta mística y en el que
también cabe la saludable costumbre gala de encogerse de hom-
bros ante lo que no sabemos explicar. Ahora se ha puesto de moda
hablar del terruño de casi todas las frutas y hortalizas, pero el te-
rruño no tiene nada de trascendental: se refiere sólo a una región
o territorio agrícola y no es más que la suma de las peculiaridades
de un entorno de cultivo concreto. Cualquiera que haya viajado
a Francia sabe que al otro lado de cada colina o en cada curva del
camino puede haberse conjurado un microclima muy distinto.
Volvamos a las cebollas de Georgia, donde Vidalia se ha con-
vertido en una marca registrada reconocida por el Departamento
de Agricultura de Georgia y donde una ley estatal establece los re-
quisitos que deben cumplir las cebollas para merecer la etiqueta
tan celosamente protegida. Una agresiva campaña de marketing
animaba a los norteamericanos a comérsela «como si fuera una
manzana» (¿qué interés tendríamos?, me pregunto) y contribuía así
a «dorar» la cebolla, por decirlo de alguna manera. Nadie podrá ne-
gar que la economía y la política son fundamentales para el presti-
gio de la cebolla. No sería la primera vez que un productor lleva a
otro a juicio por considerar que sus cebollas «son más Vidalia» que
las del demandado.
Evidentemente, en la homologada y casi santificada región del
sudeste de Georgia, donde veinte condados producen las famosas
cebollas Vidalia, no hay dos hectáreas de tierra que contengan
idéntica cantidad de azufre. El azufre no puede ser, por lo tanto, el
único factor. Ante la falta de pruebas científicas creíbles, prefiero
zanjar la cuestión con un je ne sais quoi. Lo diré en otras palabras:
creo en el terroirismo.
1/
2taza de helado de soja y vainilla, fundido
Helado de soja y vainilla para acompañar
Oda al tofu
MARINADA:
6 cucharadas de miso blanco o amarillo
1/3 de taza de azúcar
1/4 de taza de mirin (vino dulce de arroz japonés utilizado para
cocinar)
1/4 de taza de sake
4 filetes de perca americana o bacalao fresco de 1 7 0 g y unos
2 o 2 , 5 cm de grueso cada uno
ALIÑO:
1 cucharada de aceite de cacahuete
1/ cucharadita de aceite de sésamo tostado
2
CALDO DE COCCIÓN:
1 taza de agua
3 cucharadas de mirin
2 cucharadas de sake
SALEN 4 RACIONES
El que come fabada lo paga
Ciencia al m a r g e n
Remojar o no remojar
Cada vez que leo en el periódico que hay una nueva fruta en el mer-
cado la compro, pero luego muchas veces no sé qué hacer con ella.
¿Cómo se sabe si una fruta está madura o si se deteriorará ensegui-
da o mejorará con el tiempo?
No es fácil. Las transformaciones químicas que tienen lugar duran-
te la maduración de la fruta son bastante complejas y, en muchas
frutas, la diferencia está casi sólo en cuándo se producen las reac-
ciones.
En todas las frutas, hay un momento en el que las reacciones de
maduración alcanzan su máxima intensidad y tras el cual se inicia
la senescencia (deterioro) que lleva a su descomposición. Es el de-
signio de la Naturaleza: a todos nos llega la hora, polvo eres y en
polvo te convertirás.
El problema es saber cuándo alcanza la maduración su máxima
intensidad. En ese momento la fruta tendrá buen color (de verde
habrá pasado a amarillo-naranja o a rojo-azul), estará blanda y su
sabor será el óptimo, pues tendrá menos ácidos y más azúcares (ex-
cepto en limones y limas) y se habrán producido varias sustancias
aromáticas y saborizantes.
Sin embargo, acertar cuándo está más madura la fruta es como
intentar saber cuándo han alcanzado su máximo los valores en
Bolsa. Por un motivo: la fruta se elige en la tienda al cabo de un
tiempo de haberse recogido del árbol o la mata, sin saber cómo es-
taba en ese momento ni qué ha pasado desde entonces. El equiva-
lente en Bolsa sería comprar una acción en función del valor que
tenía la semana anterior.
Los aguacates no empiezan a madurar hasta que no se recogen
del aguacatero, así que no tema al comprarlos si están duros como
una piedra. La mayoría de frutas, sin embargo, están mucho más
buenas si se dejan madurar del todo en la planta hasta el momen-
to en que están a punto de caer. Es la manera que tiene la Natura-
leza de tentar a los animales: coméoslas mientras estén bien ma-
duras, les dice. Así consigue que esparzan por ahí sus indigestas
semillas.
Lo más útil es aprender a discernir qué frutas siguen madu-
rando una vez recogidas del árbol y qué frutas no. Si no siguen
madurando, no podrá hacer nada con la fruta que se lleve a casa;
debe comprarla totalmente madura (necesitará suerte si no tiene
cerca un mercado de productos frescos) y guardarla en el frigorí-
fico para que se conserve bien, pues las bajas temperaturas retra-
san las reacciones de senescencia.
Con las frutas que siguen madurando una vez recogidas del ár-
bol la cosa cambia. Si las compra poco maduras, en casa puede ha-
cer lo siguiente para ayudarlas en el proceso: exponerlas a un gas
llamado etileno, es decir, eteno, H C = CH , una hormona que ace-
2 2
Cereza Manzana
Cítricos Albaricoque
[naranja, limón, Aguacate
lima, pomelo)
Plátano
Pepino Arándano
Uva Higo
Piña Guayaba
Granada Melón amarillo
Frutos del bosque Kiwi
(mora, frambuesa, fresa] Mango
Sandia Melón Galia
Nectarina
Papaya
Maracuyá
Melocotón
Pera
Caqui
Plátano macho
Ciruela
Membrillo
Tomate
C i r u e l a s p a s a s e s c a l d a d a s a la italiana
¿Por qué de las frutas saben más dulces las partes picadas que las
otras?
Mírelo así: si se liara a dar golpes en un laboratorio y reventara to-
dos los botes de productos químicos, es posible que entre los es-
parcidos por el suelo se produjeran extrañas reacciones químicas.
¿Verdad que esto no le sorprende?
Pues las plantas están hechas de pequeños «botes de productos
químicos» bien envasados e impecablemente organizados llama-
dos células. Cuando se daña una fruta, las células se rompen y los
productos químicos de su interior, antes separados unos de otros
en diferentes partes de la célula, se esparcen y se mezclan.
Si se golpea o corta una manzana, una pera o un aguacate, por
citar algunos ejemplos, la pulpa dañada no tarda en oxidarse y po-
nerse marrón. Las responsables de la oxidación son unas enzimas
llamadas oxidasas de polifenol, liberadas de su cautividad al rom-
perse las paredes celulares; reaccionan con los fenoles de la fruta,
un amplio grupo de compuestos antioxidantes que dan sabor, co-
lor y muchas otras propiedades a las plantas comestibles, y tras su-
frir varias transformaciones químicas producen una serie de molé-
culas de gran tamaño (polímeros), en su mayoría de color marrón.
Este proceso, llamado pardeamiento enzimático -para diferen-
ciarlo tanto de la caramelización como de las reacciones de Mai-
llard (véanse págs. 279 y 280)- puede reducirse desactivando las
enzimas con calor o ácido. En otras palabras, cocine esas manzanas
cuanto antes o rocíelas con limón o lima, que son las sustancias
más ácidas que tenemos en la cocina, incluso más que el vinagre.
En vez de destruir la enzima oxidativa, se puede cortar el sumi-
nistro de oxígeno a las células, cubriendo por ejemplo la superficie
cortada de la fruta con film transparente. Otra opción es rociarla
con algún compuesto químico que frene la oxidación, como dióxi-
do de azufre, ácido ascórbico (vitamina C) o ácido cítrico (en for-
ma, una vez más, de zumo de limón).
En algunas frutas, las reacciones de pardeamiento provocadas
por estas enzimas producen azúcares dulces. En cambio, en otras
como las manzanas, se generan ácidos o sabores amargos.
Así pues, no maltrate la fruta para volverla más dulce. La fruta
luce y sabe mejor si se la mima.
DELICIAS D E L A HUERTA I 155
Plátanos atómicos
El segundo plátano
Plát:anos Byczewski
SALEN 4 RACIONES
Aceites y aceites
Para freir podemos utilizar casi cualquier aceite de cocina. Freír los ali-
mentos es la mejor técnica para que nos queden crujientes y dorados
por fuera y tiernos y sabrosos por dentro.
Descubrí que los postres y la bollería frita no se limitaba a los donuts
cuando todavía era (relativamente) joven. Visité a unos amigos en Bél-
gica y me invitaron a probar buñuelos de fruta. Habían cortado dados
de fruta [de casi cualquier clase), los habían rebozado en harina y cer-
veza (¡mmm, esa cerveza belga!), y los habían frito y espolvoreado con
azúcar glas justo antes de servirlos.
Esta receta es ideal para quienes huyen de la masa de levadura pero
no le temen a los fritos. La pasta choux o pasta de buñuelos es una
de las masas pasteleras más fáciles y seguras de preparar. En vez de
hornearse para hacer lionesas, se vierte en aceite caliente, donde se
hincha y se dora.
Para servirlos, eche un chorro de almíbar de fruta en un plato de pos-
tre y coloque encima tres buñuelos espolvoreados con azúcar glas.
1/ taza de agua
2
Variación: buñuelos al h o r n o
T r u c o p a r a evitar los t r a n s
Moléculas desviadas
Las moléculas de las grasas (triglicéridos) contienen tres moléculas de
ácido graso unidas a una de glicerol (glicerina). Los tres ácidos grasos
pueden ser indistintamente saturados, monoinsaturados o poliinsatu-
rados, y son los responsables de que las grasas resulten perjudiciales
para la salud (en adelante me referiré a ellos con las siglas AG).
Los AG están formados casi exclusivamente por largas cadenas de
átomos de carbono con átomos de hidrógeno que sobresalen como
pelillos de oruga. En una molécula de AG saturado, cada átomo de car-
bono se une a dos átomos de hidrógeno y formando la siguiente ca-
dena: - CH a - C H 2 - CH 2 - CHS -, etc. (donde C representa el átomo
de carbono, H representa el átomo de hidrógeno y - representa el en-
lace químico entre los átomos de carbono.)
En cambio, en un AG insaturado, la cadena contiene a veces dos áto-
mos de carbono seguidos que sólo tienen un átomo de hidrógeno cada
uno, de modo que queda de la siguiente manera: - CH 2 - CH = CH -
C H 2 - , etc. Al unirse entre sí, los dos átomos de carbono del centro
malgastan el doble de su capacidad para formar enlaces, lo que les
deja sin capacidad para unirse a otros dos átomos de hidrógeno. La
unión entre los dos átomos de carbono recibe el nombre de doble en-
lace y se indica con el símbolo =. Cuando se produce un solo doble en-
lace en una molécula de AG decimos que es monoinsaturado; si se
producen dos o más, tenemos un AG poliinsaturado.
En un AG insaturado los dobles enlaces hacen que la cadena, en vez
de ser recta, gire o se desvíe. Las moléculas desviadas no pueden
acercarse tanto entre sí como las moléculas dispuestas en línea rec-
ta, por lo que quedan más sueltas y hacen que las grasas insaturadas
sean más líquidas y viscosas que sólidas y compactas.
Existe otro factor todavía más importante que las propiedades físicas
de las grasas: en la mayoría de procesos biológicos la forma de las
moléculas tiene una influencia decisiva. Cuando metabolizamos las gra-
sas, las moléculas desviadas del AG insaturado resultan más saluda-
bles que las de los AG saturados, debido en gran parte a su forma.
A los fabricantes de comida les interesa convertir las grasas líquidas
insaturadas en grasas semisólidas que se adapten mejor al gusto de
los consumidores. Aplicando hidrógeno a alta presión y calor -hasta
1Q,5 km/cm 2 (10 atmósferas) y 2 2 0 °C-, fuerzan la incorporación de
dos átomos de hidrógeno al doble enlace. En otras palabras, hidroge-
nan el AG insaturado para hacerlo más saturado. Ahora bien, si satu-
raran todos los dobles enlaces de un AG poliinsaturado, se endurece-
rían demasiado, como la cera de una vela, y resultarían incomibles.
Esto explica que los aceites vegetales líquidos estén sólo parcialmente
hidrogenados. Sólo se introducen átomos hidrógeno en una parte de
sus dobles enlaces.
Además, el proceso de hidrogenación es imperfecto en sí mismo, por
lo que de todos modos sería muy difícil conseguir una hidrogenación
completa.
Aquí entran los AG trans. Durante la hidrogenación, algunos dobles en-
laces esquivan a los dos nuevos átomos de hidrógeno desplazándose
a otra parte de la cadena. (El doble enlace migra.) Lo más probable es
que los dos átomos de hidrógeno originales, señalados con un círculo
en la ilustración, que pueden estar situados a un mismo lado del enla-
ce en una posición cis, salten a lados opuestos y se dispongan en
trans. Los saltos de átomos de hidrógeno se pueden producir incluso
sin migración del doble enlance, ya que por naturaleza la forma trans
es más estable que la forma cis. (Cis y trans proceden del latín y sig-
nifican «en este lado» y «al otro lado», respectivamente.)
H H
— c—c
H H
/
CIS fi
H H
H H
—C C — C -- C — C — C —
H H trans H H
¿Qué sucede, por tanto, si los átomos de hidrógeno cambian de posi-
ción cis a trans? Las dos moléculas resultantes (llamadas isómeros)
poseen el mismo número de átomos de cada tipo, pero sus formas
son diferentes. Las moléculas cis conservan la forma desviada de un
AG insaturado normal, mientras que las moléculas trans recién for-
madas quedan más rectas, de modo que se parecen más a un AG sa-
turado.
Y ahí está el problema. Todos sabemos que los AG saturados disparan
el colesterol, y los AG trans, con su forma similar, no son una excep-
ción. El cuerpo los procesa como si fueran un tipo más de AG satura-
do, con todas las consecuencias negativas que esto comporta para la
salud. Pero eso no es todo.
Los AG trans tienen algunos dobles enlaces, por lo que pueden cons-
tar como AG insaturados en la información nutricional de la etiqueta.
No obstante, puede que cuando lea esto las autoridades sanitarias
obliguen ya a indicar en la etiqueta los AG trans por separado.
Radicales rompehogares
Los electrones, y en esto no se diferencian de las personas, sienten la
necesidad imperiosa de emparejarse. Un radical libre es un átomo o
grupo de átomos con uno o más electrones desparejados, o sea, uno o
más electrones que se han quedado sin pareja. [«Radical libre» tiene eti-
mológicamente el significado químico, y no político, de complejo e inútil.)
En cuanto se les presenta la oportunidad, los radicales libres se com-
portan como el mujeriego que va por ahí rompiendo matrimonios y le
roban un electrón a otra molécula con electrones felizmente empare-
jados. Esta segunda molécula se convierte entonces en un radical libre
con un electrón desparejado, por lo que buscará una tercera molécu-
la a la que robarle uno de sus electrones y así sucesivamente. Esto
puede desencadenar una larga sucesión de cientos o miles de reac-
ciones químicas cuyo propósito es un intercambio de parejas pero que,
en nuestro cuerpo, pueden perturbar el funcionamiento químico de
nuestras células modificando la estructura de las moléculas.
Las reacciones en cadena de los radicales libres se contrarrestan con
unas sustancias químicas llamadas antioxidantes, moléculas que do-
nan electrones a los radicales libres para saciar su sed de encontrar
pareja. (Los antioxidantes se convierten también en radicales libres co-
jos de electrón, pero no son tan destructivos o «radicales» como los
radicales cuya sed ayudan a calmar.)
Los antioxidantes que donan electrones son los aditivos alimentarios bu-
tilhidroxianisol (BHA) y butilhidroxitolueno (BHT) y las vitaminas A, C y E.
NOMBRE SATURACIÓN* %
Oleico Monoinsaturado (18:1) 75,5
Palmítico Saturado (16:0) 11,5
Linoleico Poliinsaturado (18:2) 7,5
Esteárico Saturado (18:0) 2,5
Palmitoleico Monoinsaturado (16:1) 1,5
Gamma-linolénico Poliinsaturado (18:3) 1,0
Araquídico Saturado (20:0) 0,5
Ciencia ai m a r g e n
CH = CH — CHg — CH — CH — CH — CH CH — CH — C — OH.
2 2 2 2
—
2 2
II
O
Observe en la tabla 3 que casi el 80 % de los ácidos grasos del acei-
te de oliva son monoinsaturados y que casi el 10 % son poliinsatura-
dos. El aceite de oliva se considera beneficioso para la salud por el he-
cho de ser tan insaturado. Ahora bien, recuerde que existen muchos
tipos de aceite de oliva. La cantidad de ácidos grasos saturados de los
aceites de oliva puede ir del 8 al 26 %; la de los monoinsaturados, del
53 al 87 %; y la de los poliinsaturados, del 3 al 22 %.
Además de las grasas, los aceites de oliva contienen otras sustancias
químicas saludables en pequeñas cantidades. Entre los antioxidantes
están los polifenoles, los tocoferoles -como la vitamina E- y el betaca-
roteno, que ayuda al cuerpo a producir vitamina A.
En las últimas décadas se han dicho muchas tonterías sobre las gra-
sas buenas y las grasas malas, así que no me arriesgaré a aventurar
ninguna teoría, pues me la podrían desmontar antes de que estas pa-
labras lleguen a imprenta. Sin embargo, a estas alturas sí puedo de-
cir, sin riesgo a equivocarme, que nos encontramos, una vez más,
ante una historia de buenos y malos: los ácidos grasos saturados y
trans [véase pág. 163) son los malos; los insaturados, sobre todo los
monoinsaturados, son los buenos. Continuará.
Brioche de limón
Que los celadores del brioche me perdonen, pero se hace con aceite
de oliva y no con mantequilla. Se aromatiza con ralladura de naranja y
limón, se hace al horno y sale esponjoso y sabroso.
DELICIAS DE LA HUERTA | 173
SALE 1 BARRA
E l a c e i t e d e oliva c o m o s u s t i t u t o
de la mantequilla en los p o s t r e s
Durante años me habían dicho que el color verde o negro de las acei-
tunas dependía del momento en que se recogían del árbol. Luego un
amigo de California me explicó que se recogían al mismo tiempo,
pero que se trataban deforma distinta. ¿Quién tiene razón?
Vivir en California no convierte a nadie en experto, salvo quizá en
política surrealista. Pero, al igual que en la política, ambas partes
tienen algo de razón.
Las aceitunas constituyen una fuente de aceite insólita, ya que
la mayor parte de aceites vegetales se obtienen de las semillas de la
fruta y no de la pulpa, como en el caso del aceite de oliva.
Al madurar, las aceitunas pierden su color pajizo y se vuelven
verdes, liláceas y, finalmente, negras. La transformación de verde a
negro se produce a lo largo de unos tres o cuatro meses. Así pues,
usted gana la primera vuelta: las aceitunas se pueden recoger en
cualquiera de estas fases (excepto cuando todavía son de color pa-
jizo), según se destinen a la elaboración de aceite o a su consumo
en la mesa. («¿Pueden comerse las aceitunas con los dedos?», le
preguntaron a Henry Morgan. «No, los dedos deben comerse por
separado», respondió el corsario.) Las olivas liláceas suelen produ-
cir aceite de mejor calidad que las negras totalmente maduras.
Pero su victoria sobre su compañero es tan hueca como una
aceituna sin hueso, pues algunas aceitunas «negras» y «maduras»
de California se recogen cuando todavía están lilas y se ennegrecen
con un álcali, aire o compuestos de hierro [véase más adelante).
En el árbol las aceitunas no maduran todas al mismo tiempo,
por lo que siempre se pueden recoger aceitunas en diferente fase
de maduración. El principal problema de los agricultores tal vez
sea decidir cuál es el momento óptimo para recogerlas de modo
que tengan el grado de maduración adecuado para el uso al que es-
1 B2 I LO QUE Ell\l&¡ I tlIN Lt L_rLJIN 1 LJ « ^ww.. -w.
tán destinadas. Con el paso de los años, cada país y región ha desa-
rrollado y cultivado un estilo propio de elaborar el aceite, de ahí
que sean distintos los aceites griegos de los italianos o incluso los
aceites de las diferentes regiones de Italia.
A lo largo de la historia -y con ello quiero decir durante miles de
años-, las aceitunas se han recolectado a mano, una a una o con una
especie de peine que se pasa por las ramas. También se han utilizado
otros métodos, como golpear las ramas con varas para que la fruta
caiga del árbol. La recolección manual sigue muy extendida hoy en
día, aunque en España, el principal productor de aceite de oliva del
mundo (gran parte del aceite de oliva etiquetado como italiano sale
de España y se embotella en Italia), vi unos imponentes tractores que
agarraban los troncos de los árboles con una abrazadera y los sacudían
sin compasión, de modo que las aceitunas más maduras y las me-
nos tenaces caían sobre unas redes extendidas alrededor del árbol.
Las aceitunas de mesa se deben procesar de un modo u otro;
no se pueden comer directamente del árbol porque contienen un
compuesto fenólico amargo llamado oleuropeína. Para eliminar
esta sustancia, las aceitunas son sometidas a una fermentación
microbiana o se remojan en una solución fuertemente alcalina,
como el hidróxido de sodio (lejía).
En California, las aceitunas semimaduras de color lila verdoso
se sumergen en una serie de diferentes soluciones de lejía de con-
centración decreciente, aclarándose y aireándose tras cada remojo.
Este tratamiento, complementado a veces con la adición de un
compuesto de hierro llamado gluconato ferroso, ennegrece com-
pletamente las aceitunas, tras lo cual se envasan para la venta.
La segunda vuelta la gana, por lo tanto, su amigo de California,
que quizá se refería a esta técnica de ennegrecimiento que, como
muchas otras costumbres californianas, no se practica en ningún
otro lugar del mundo. En Grecia y Turquía, todo hay que decirlo, se
utiliza un procedimiento similar para teñir de negro tizón olivas
completamente maduras.
Ciencia al m a r g e n
Osmosis
En una solución de agua y azúcar, hay tanto moléculas de azúcar como
moléculas de agua. Si no hay demasiadas de azúcar (es decir, la solu-
ción está diluida], las de agua pueden golpear libremente las paredes
del recipiente sin que apenas interfiera el azúcar. Imaginémonos aho-
ra que, en vez de las paredes de un recipiente, se trata de las pare-
des de la célula de una planta, permeables al agua. Muchas de esas
moléculas de agua conseguirán pasar al otro lado. En cambio, si la so-
lución estuviera muy fuerte de azúcar (estuviera concentrada), las mo-
léculas de azúcar se interpondrían con firmeza y las moléculas de agua
no atravesarían tanto las paredes celulares.
Por lo tanto, si tenemos una solución diluida a un lado de la pared ce-
lular y una solución concentrada al otro, pasarán más moléculas de
agua de la solución diluida a la concentrada que a la inversa, como si
se ejerciera una presión equilibrante (presión osmótica] que las forza-
ra a avanzar en esa dirección. La fuga de moléculas de un lado a otro
continuará hasta que la solución concentrada se haya diluido y haya al-
canzado el mismo grado de dilución que la solución diluida.
Conserva de fresas
1 kg de fresas
9 0 0 g de azúcar
1 /4de taza de zumo de limón recién exprimido
1. Lave las fresas y córteles el rabito. Deje las más pequeñas ente-
ras y parta por la mitad las más grandes.
2. Separe 9 0 0 g de fresas y colóquelos en un cazo grande de acero
inoxidable o en una olla recia para conservas. (Yo utilizo una de hie-
rro colado esmaltado de la marca Le Creuset Dutch Oven.) Incor-
pore el azúcar y, con una espátula de goma, mézclelo con cuida-
do con las fresas. Deje reposar durante 4 horas, removiendo de
vez en cuando.
3. Caliente a fuego medio hasta que hierva, añada el zumo de limón
y cuézalo a fuego fuerte durante 12 minutos. Tape y deje reposar
en un lugar fresco durante toda la noche.
4. Por la mañana, caliente la mezcla de fresas a fuego fuerte y, en
cuanto empiece a hervir, bájelo. Retire las fresas con una espu-
madera, escurriéndolas bien, e introdúzcalas en botes esteriliza-
dos de 2 5 0 g. Llene los botes sólo hasta la mitad. Escurrirlas bien
es importante, porque si entrara demasiado líquido en los botes la
gelatina se diluiría demasiado.
5. Hierva el jarabe que ha quedado en el cazo hasta que espese o
hasta que alcance una temperatura de 107 CC en un termóme-
tro de cocina para postres. Para saber si está hecho, llene una
cuchara sopera con jarabe y luego sujétela horizontalmente en el
aire sobre el cazo; el jarabe debería desprenderse de la superfi-
cie de la cuchara a «capas».
6. Vierta el jarabe caliente sobre las fresas y llene los botes hasta
arriba, dejando sólo 1 cm de espacio hasta el borde. Limpie los
bordes de restos y cierre los frascos con tapas herméticas con
banda de goma y anilla metálica. A medida que llene y cierre los
frascos, colóquelos bocabajo y déjelos enfriar.
SALEN B FRASCOS
Pescar calabazas con la boca
Bacanal de abejas
Ciencia al m a r g e n
Salsa de sidra
Esta salsa casa igual de bien con los sabores del cerdo asado como
con los de un bizcocho de jengibre recién salido del horno. Puede pre-
pararla con zumo de manzana o con sidra. Si opta por la bebida alco-
hólica, parte del alcohol quedará en la salsa.
Ciencia al m a r g e n
Tabla 4
C o m p o s i c i ó n de los azúcares y los almidones
DISACÁRIDOS
F I C C I O NA R I O D E L G O U R M E T
Pegamento de patata
De guisante a guisote
A los chinos les gusta el arroz más meloso y no tan suelto como a no-
sotros, porque así es más fácil comerlo con palillos (o eso dicen, por-
que a mí me cuesta igualmente). Pero ¿cómo lo hacen?¿Utilizan un
arroz especial o es la manera de cocinarlo?
Es el tipo de arroz. Sígame y le revelaré un antigua técnica china
-bueno, una moderna técnica occidental- para utilizar los palillos.
En la actualidad se conocen decenas de miles de variedades de
arroz, pero por deferencia a nuestra salud mental dividiremos el
arroz en tres categorías: de grano corto (menos de 5 mm), semilar-
go (de 5 a 6 mm) y largo (de 6 a 7 mm).
En los últimos años, en Estados Unidos se ha puesto de moda
un arroz italiano llamado arborio, una variedad de grano semilargo
con gran capacidad de absorción. Es rico en amilopectina [véasela
ilustración de la página 200) y sus moléculas ramificadas atrapan y
absorben el agua con gran rapidez. Puede fácilmente absorber tres
veces su volumen de caldo, lo que lo hace ideal para el risotto. Para
la paella, que no necesita quedar tan melosa, lo mejor es arroz de
grano corto que contenga menos amilopectina, como el arroz
de Valencia o el arroz bomba.
En Estados Unidos también han calado otras variedades exóti-
cas como el arroz jazmín y el basmati, de Tailandia e India, res-
pectivamente. El arroz jazmín, de grano largo, es muy aromático.
El basmati también es aromático {basmati en hindú significa «fra-
gante»), con sabor y aroma a nuez. Los productores norteamerica-
nos, sin embargo, se han apropiado de variaciones genéticas muy
parecidas a estas dos variedades asiáticas, por lo que ver la palabra
jazmín o basmati en el paquete no es garantía de que se trate del
producto auténtico importado de Tailandia o de la India. Una em-
presa tejana llamada RiceTec intentó incluso comprar la patente
del nombre «basmati» en 1997, pero su petición fue desestimada
en cuanto el gobierno indio empezó a moverse. En el Reino Unido,
en cambio, este término sólo puede aplicarse al arroz aromático
de grano largo que crece en India y Paquistán.
Los arroces chino y japonés son de grano corto y ricos en mo-
léculas ramificadas de amilopectina, lo que los hace muy melosos
cuando se cocinan. En cambio, el arroz americano, de grano largo,
posee más moléculas de cadena recta o amilosa, que no atrapan
tanta agua. Al cocinarlo, queda suelto y esponjoso. Tras su retro-
gradación (véase pág. 204), con un poco de calor y agua recupera su
agradable textura con mucha más facilidad que el arroz chino.
Pasemos ahora a su perplejidad ante la destreza china.
Mientras que a los asiáticos les encanta emplear los palillos para
comer el arroz, a los occidentales se les cae a menudo el alma a los
pies cuando se ven sin tenedor. Para la mayoría de nosotros, los pa-
lillos son la peor de las torturas chinas. Que te claven astillas de
bambú bajo las uñas duele, sí, pero al menos no te mueres de hambre.
Soy uno de esos insufribles petimetres occidentales que siem-
pre usan palillos cuando van a un restaurante chino o japonés con
el pretexto de que así la comida «sabe mejor». Todavía peor: soy de
los que se llevan consigo sus propios palillos de marfil. Y es que
por azares de la vida se me da bien manejar los palillos y me gusta
lucirme.
A aquellos a los que no se les da bien puedo echarles una mano.
Olvídense de las instrucciones sobre cómo manejar palillos impre-
sas sobre los salvamanteles de los restaurantes; para lo que sirven,
podrían estar en chino. Hay una manera mucho más sencilla de
disfrutar de la comida china o japonesa con aplomo.
El secreto de este savoir-faire reside en utilizar una simple y pe-
queña goma elástica. Con una goma, puede transformar esas infer-
nales varas de madera en un práctico cubierto que hasta los dedos
más torpes sabrían manejar.
Me encantaría decir que descubrí esta técnica hace unos años
cuando viajé por el Lejano Oriente, pero no sería cierto. En aquel
viaje me limité a observar cómo mis compatriotas norteamerica-
nos probaban más maniobras de las que aparecen en El arte de la
guerra de Sun Tzu, en lo que parecía un intento de arrimar cachitos
de comida a la zona bucal.
En China y Taiwán vi a algunos de mis desesperados colegas
sostener los palillos a 2 centímetros de la punta creyendo que, al
disminuir el efecto palanca, los controlarían mejor. (Falso.) En Ja-
pón los palillos solían acabar en punta, por lo que no tardaron en
pinchar la comida para solucionar el problema. Ver a mis amigos,
esclavos del tenedor, intentando comerse unos escurridizos fideos
fue, por otro lado, un espectáculo de lo más divertido.
No sé por qué no se me ocurrió el truco de la goma elástica
durante aquel viaje. Me lo enseñó el camarero de un asador sa-
murai japonés, aquí en Estados Unidos. (Véaseel siguiente recuadro
«Cómo utilizar palillos chinos sin ser chino».)
F I C C I O NA R I O D E L G O U R M E T
Paella: no pa él
Saque los palillos del envoltorio de papel por un extremo sin romper
el papel. Alise el papel y enrósquelo como si fuera un rollo de papel
de cocina. Sostenga los palillos en paralelo y atraviese el rollo de pa-
pel entre los dos, a unos 2 centímetros del extremo superior. Sin
separar los palillos, ligúelos con una goma elástica haciéndola girar
a su alrededor justo por encima del rollo de papel. Cuando le quede
poca goma, dele una o dos vueltas sobre los extremos del rollo para
que no se escape hacia abajo, y punto.
Et voilá! (0 su traducción al chino.) Ya tiene un par de pinzas dota-
das de muelle, tan fáciles de sostener como un lápiz. Apretando con
el pulgar y el índice, podrá pellizcar cualquier pedazo de comida que
se le antoje. Cuando el pedazo alcance la boca, afloje los dedos y los
palillos se separarán, listos para volver al plato.
Manera fácil de utilizar los palillos
En una receta leí que debía utilizar arroz sancochado. ¿Cómo se hace
el arroz sancochado?
Sancochándolo.
Ahora en serio: sancochar es dar un primer hervor a un ali-
mento sin dejar que se cueza del todo. En guisos de arroz con in-
gredientes que tardan menos en cocer, las recetas recomiendan a
veces dar un primer hervor al arroz para que después todo se aca-
be de hacer al mismo tiempo.
Cuando se cosecha el arroz, los granos van envueltos en una cás-
cara protectora incomestible que se elimina en el molino arrocero.
Bajo la cáscara aparece una fina piel de salvado que se deja en el arroz
integral y se retira, por abrasión, para obtener arroz blanco. El salva-
do le da al arroz integral su característico color marrón y sabor ave-
llanado. Además de ser más duro, el arroz integral tarda más en cocer.
Antes de descascarillar el arroz, se suele someter a una fuerte
presión de vapor, un procedimiento al que los productores arroce-
ros llaman vaporizado. Además de ablandar la cáscara, el vapor
hace que los nutrientes del salvado penetren en los granos blancos
de almidón o endosperma. En el mercado encontramos marcas de
«arroz vaporizado», pero este vaporizado no sustituye al sancocha-
do de la cocina, ni puede compararse con él en el sentido de que no
ahorra tiempo; el arroz vaporizado no deja de estar «crudo» y pue-
de incluso tardar más tiempo en cocer que un arroz al que no se ha
dado un primer hervor.
En cuanto al arroz rápido o instantáneo, se trata de arroz pre-
cocido que se ha cocido del todo y que después se ha deshidratado,
para los que andan realmente apurados de tiempo.
Mezclar y levantar
Ni de Oriente ni de moliente
¿Qué es el trigo sarraceno? ¿Puedo hacer pan con harina de trigo sa-
rraceno?
No, por dos motivos: el trigo sarraceno no es trigo y, aunque lo fue-
ra, su harina no serviría para hacer pan.
El grano de trigo sarraceno, también conocido como alforfón
o trigo negro, kasha en Europa del Este y sayraisin en Francia, es
la semilla de la planta Fagopyrum esculentum, que no está em-
parentada con el trigo ni con ningún otro cereal. Su forma tetra-
édrica (como una pirámide con cuatro lados triangulares igua-
les) recuerda a la del hayuco y, al igual que el trigo, la avena o la
cebada, está protegido por una cáscara. Las semillas se pueden
moler para obtener un grano grueso, que a su vez se puede mo-
ler para conseguir harina. Esta harina, mezclada con la de trigo,
es con la que se elaboran crepes de trigo sarraceno, pero sola no
sirve para hacer pan. Al mojarla apenas forma gluten, la proteína
elástica que atrapa las burbujas de gas y le da al pan su porosa y
esponjosa textura. La harina de trigo sarraceno con agua cuesta
mucho de cohesionar, aunque los japoneses consiguen hacer
con ella sus fideos soba.
Inventario de pasta
Vayamos al grano
POLENTA AL HORNO:
2 cucharadas de aceite de oliva
2 tazas de harina de maíz amarilla
6 1 / 2 tazas de agua
1 V 2 cucharaditas de sal
Variaciones de la receta
Tortilla linda
Ciencia ai margen
Píntame el salmón
SALEN 4 RACIONES
Calibración de atún
Ciencia al margen
Rayas en hielo
Con tanta superficie en las alas, las rayas comerían el riesgo de per-
der toda el agua de sus tejidos en el agua más salada del mar, que la
absorbería por osmosis. Para protegerse de esta posible deshidrata-
ción, en sus fluidos corporales posee una elevada concentración de
una sustancia química muy soluble que contiene nitrógeno: la urea,
C0(NH 2 ] 2 . (Sí, primero se descubrió en la orina, pero se produce sin-
téticamente.) La urea se descompone en dióxido de carbono y amo-
niaco, por lo que las rayas, incluso las frescas, suelen oler a amonia-
co, lo que en otros pescados puede ser indicio de que se han
estropeado. El olor a amoniaco se puede eliminar sumergiendo el pes-
cado en cualquier ácido, como zumo de limón o vinagre, refrigerán-
dolo o, mejor aún, guardándolo en hielo hasta que toda la urea ha de-
saparecido.
Es difícil encontrar recetas más fáciles que esta. Eche los mejillones
en una cazuela caliente y remuévalos hasta que se abran y absorban
su propio jugo. Y eso es todo. Resultan deliciosos mojándolos en ma-
yonesa de ajo al pimentón. Sírvalos como aperitivo o como cena lige-
ra, con crujiente pan de payés para mojar en su sabroso caldo.
1 kg de mejillones
Pimienta recién molida
1 o 2 limones, partidos por la mitad
Mayonesa de ajo al pimentón (véase pág. 354)
1. Caliente una cazuela grande a fuego fuerte durante unos 2 minu-
tos. Para saber si ha alcanzado la temperatura adecuada, eche
unas gotas de agua; si las gotas se desperdigan y saltan en el fon-
do de la cazuela, está lista.
2. Deseche los mejillones que no se cierren con un golpecito y añada
el resto en la cazuela. Con una espátula o una cuchara grande de
madera o acero inoxidable, dé vueltas durante 4 o 5 minutos, has-
ta que se abran y liberen su jugo. Hágalo con brío, para que todos
los mejillones pasen en la parte de abajo el mismo tiempo que los
demás. Cuanto más ruido hagan las conchas al golpear contra el
fondo y las paredes de la cazuela, mejor. Ese delicioso sonido sue-
na a música celestial en oídos de cualquier amante del marisco.
4. Cuando todos los mejillones se hayan abierto e hinchado -deseche
los que no se hayan abierto-, salpimiéntelos y repártalos con su
jugo en 2 fuentes grandes o 4 cuencos pequeños. Coloque medio
limón en cada fuente o cuenco para que los comensales puedan
exprimir su zumo al gusto sobre los mejillones. Sirva mayonesa de
ajo al pimentón en salseras individuales para mojarlos.
24 almejas pequeñas
12 mejillones
5 5 0 g de gambas medianas
De 5 a 6 tazas de caldo de pollo
Un buen puñado de hebras de azafrán
2 2 5 g de chorizo
De 6 a 8 muslos de pollo, con su piel
Sal y pimienta recién molida
1 / de taza de aceite de oliva aproximadamente
3
Preparativos:
1. Deseche las almejas y los mejillones que no se cierren fácilmente
con un golpecito. Friegue el resto con estropajo bajo el grifo, co-
lóquelos juntos en un cuenco y guárdelos en el frigorífico. Pele las
gambas y reserve las cáscaras; después, desvénelas [retire la vena
negra del lomo), colóquelas en un cuenco aparte y refrigérelas.
•=!_ i v i / a i - i r tbUti MANJARES I S47
2. Para potenciar el sabor del caldo, sofría las peladuras de las gam-
bas en una sartén con un poco de aceite de oliva durante unos
8 minutos o hasta que se pongan rojas. Añada 1 taza y media de
caldo de pollo y cuézalas a fuego lento durante otros 5 minutos.
Cuele el caldo y deseche las peladuras.
3. Aplaste las hebras de azafrán entre dos cucharas o con los dedos
hasta obtener media cucharadita de polvo de azafrán. Échelo, jun-
to con unas cuantas hebras enteras, al caldo caliente para que ab-
sorba el sabor, y añada caldo de pollo hasta completar 5 tazas.
Reserve una taza de caldo y déjela cerca por si necesita echar
mano de ella.
4. Corte el chorizo en trozos de unos 10 cm y cuézalos a fuego len-
to en agua durante unos 15 minutos. Déjelos enfriar y córtelos en
rodajas de un dedo más o menos. Resérvelos.
5. Escurra el pollo y séquelo con papel de cocina. Salpimiéntelo. Ca-
liente el aceite de oliva a fuego fuerte en una cazuela de hierro co-
lado o en una paella. Sólo necesita cubrir el fondo de la cazuela o
paella con una fina capa de aceite. Una vez caliente, añada el po-
llo y dórelo por ambos lados durante 15 minutos, de modo que le
quede sólo medio hecho tirando a hecho. Páselo a una fuente y
resérvelo.
6. En el mismo aceite, sofría la cebolla y los pimientos a fuego medio-
bajo durante unos 10 minutos, hasta que se ablanden sin llegar a
dorarse. Añada el ajo y el pimentón y cocine los ingredientes du-
rante otros 2 minutos, pero no deje que se doren los ajos. Añada
los tomates cherry y súmele otros 2 minutos. Deje enfriar el so-
frito y resérvelo.
SALEN DE 6 A 8 RACIONES
Camuflaje crustáceo
REBOZADO:
1 cucharada de mantequilla sin sal
V4 de taza de pan rallado grueso o panko
LANGOSTINOS:
3 cucharadas de mantequilla sin sal
1 cucharada de aceite de oliva virgen extra
4 5 0 g de langostinos, pelados, sin cola y desvenados
4 dientes de ajo grandes, cortados a rodajas
Sal kosher
Pimienta recién molida
1/
4 de taza de vino blanco seco
La carne y la máquina
¿Por qué las carnes curadas como el jamón dulce, la carne de lata o
los perritos calientes tienen ese color rosa tan intenso?
«Curar» un alimento significa tratarlo para evitar que se estropee y,
de este modo, conservarlo para poder consumirlo más adelante.
(Es curioso que el «curado» prevenga en vez de tratar el problema.)
Antiguamente para curar los alimentos se ahumaban, desecaban o
salaban. Cuando llegaron la refrigeración y el envasado mecánico,
estos métodos que intensificaban el sabor perdieron su razón de
ser y empezaron a probarse otras técnicas de curado basadas en la
utilización de sustancias químicas.
Las carnes curadas con sal común (cloruro de sodio, NaCl) tien-
den a adquirir un color gris tirando a marrón poco apetecible, pero
hace unos cien años se descubrió que si a la sal se le añadía salitre
(nitrato potásico, KN0 ) la carne adquiría un agradable tono rosá-
3
ceo. Actualmente sabemos que lo que sucedía era que los microor-
ganismos de la carne reducían el nitrato potásico a nitrito potásico
(KN0 ) y que el nitrito le daba ese color, así que apenas utilizamos
2
Ciencia al margen
Ciencia al margen
SALEN 4 RACIONES
Ciencia ai margen
•ssobuco
GREMOLATA:
2 cucharadas de perejil fresco picado
1 diente de ajo picado
1 cucharada de ralladura de limón
Sal y pimienta recién molida
Ciencia al margen
En los libros de receta dice que para hacer caldo se debe empezar
siempre poniendo los huesos y las verduras en agua fría, porque el
agua fría absorbe más su sabor. A mí me parece un poco extraño. ¿No
se disuelven mejor la mayoría de sustancias en agua caliente que en
agua fría?
Sí, así es. Basta con ver lo sabroso que le quedaría el caldo si pro-
bara a dejar los ingredientes en remojo durante horas en agua fría,
sin cocerlos a fuego lento. O si intentara preparar una taza de té con
agua fría (dejándolo reposar un tiempo razonable, claro).
Aunque pensándolo otra vez, será mejor que no lo pruebe. ¿Ha
oído hablar del sun tea, un té «natural» y «ecológico»? Se prepara
introduciendo bolsas de té en una jarra de agua fría y dejando la ja-
rra al sol durante varias horas. Pues bien, si contiene materia orgá-
nica, el agua tibia - d e hasta 79 °C- constituye un excelente caldo de
cultivo para las bacterias. Por mucho que digan de los «calientes y
delicados rayos del sol» no le añaden a la infusión más que poesía.
Para evitar cualquier problema, prepare siempre el té con agua ca-
liente a más de 91 °C.
Los libros de receta explican cómo hacer el caldo - u n agua con-
centrada con el sabor extraído a huesos de carne o espinas de pes-
cado y verduras-, pero lo que casi nunca revelan es por qué se ha
de seguir cada paso. La opción es comprensible, porque el objetivo
de los libros es ayudar al lector en la cocina para que haga bien los
platos. Sin embargo, todos recordamos mejor los pasos si tienen
sentido para nosotros que si nos los dictan mediante una mera su-
cesión de órdenes del tipo «haz esto, no hagas lo otro». Si entiende
las razones por las que debe seguir una instrucción, que es lo que
espero que le ayude a conseguir este libro, tal vez la próxima vez no
necesite siquiera consultar el recetario y pueda aventurarse solo.
Los caldos se dividen en caldos oscuros, en los que los huesos y
quizá las verduras se doran al horno antes de meterlos en la olla,
y en caldos blancos, que no es que sean blancos, sino que no son
marrones. Los caldos de ternera se acostumbran a preparar oscu-
ros; los de pollo y verduras, en cambio, tienden a ser blancos.
Asar los huesos antes de cocerlos imprime al caldo unos sabo-
res inconfundibles gracias al pardeamiento o las reacciones de
Maillard, unas reacciones químicas que se producen entre las pro-
teínas y los hidratos de carbono de los restos de carne y de cartí-
lago adheridos a los huesos (véanse las págs. 276 a 277). Sin el par-
deamiento de Maillard, no encontraríamos estos sabores en el
caldo. Los demás sabores pueden desarrollarse igualmente al ca-
lentar el agua y cocer los ingredientes a fuego lento.
Echemos un vistazo a las instrucciones que se suelen dar para
preparar un caldo.
A continuación, el porqué.
Al calentar las proteínas, estas se modifican (se desnaturalizan).
Sus moléculas helicoidales se desenrollan y se vuelven a unir en es-
tructuras más compactas y enmarañadas, y al agua le resulta más
difícil absorber las moléculas saborizantes de estas estructuras
coaguladas que de las proteínas originales. Por lo tanto, para po-
tenciar al máximo el sabor, nos interesa que las moléculas de pro-
teína no se reagrupen demasiado pronto.
Si se empieza con los huesos y las verduras en agua fría, las pro-
teínas hidrosolubles (algunas son solubles en agua y otras no) ten-
drán tiempo de sobra para disolverse en el agua antes de que el
proceso de desnaturalización las vuelva insolubles e inaccesibles.
Además, mientras la temperatura del agua se mantiene baja, algu-
nas impurezas hidrosolubles indeseadas, como las de la sangre,
también tendrán tiempo de disolverse en el agua, con lo que luego,
al subir la temperatura, se coagularán. (Ya sabe que para eliminar
una mancha de sangre de la ropa hay que lavarla con agua fría, ya
que el agua caliente «fijaría» la mancha coagulando las proteínas.)
A medida que se calienta el agua, se van coagulando poco a
poco todas las proteínas indeseables y formando partículas de por-
quería relativamente grandes. Entretanto, parte de la grasa de los
huesos se derrite y sube a la superficie. En su ascenso, la grasa se
topa con las partículas de proteína coagulada, las recubre y las
arrastra consigo como si fuera un flotador salvavidas, de modo que
en la superficie se va formando una capa de espuma que después
puede retirar del caldo, espumándolo.
En cambio, si se empieza con agua caliente, las impurezas de
proteína se coagulan a mucha más velocidad y forman partículas
de porquería más pequeñas que ni se separan del líquido ni se de-
jan arrastrar por la grasa que sube. Se mantienen suspendidas en el
caldo y lo enturbian. (Una excepción: muchos chefs, por motivos
que ellos sabrán, prefieren esperar a que el agua esté caliente para
añadir las verduras.)
Ciencia al margen
¿Por qué hay que tomar tantas precauciones enfriando el caldo para
evitar que aparezcan bacterias peligrosas? Al fin y al cabo, lleva co-
ciendo más de una hora. ¿No se ha esterilizado? ¿No basta con de-
jarlo tapado mientras se enfría para que no se dejen caer por ahí
nuevas bacterias?
Por desgracia, no. No todas las bacterias mueren a 100 °C. Algunas
sobreviven gracias a una capa protectora que las vuelve invulnera-
bles; hablamos de las esporas.
La mayoría de especies de bacteria se reproducen por fisión bi-
naria, de modo que cada organismo se divide en dos organismos
nuevos. Esto les permite multiplicarse exponencialmente. Una vez
empiezan a multiplicarse, el número de bacterias no tarda nada en
situarse en 5.000, 10.000, 20.000, 40.000. Doblan su población cada
diez minutos y el alimento les llega para congregarse hasta mil mi-
llones de bacterias en cada mililitro de sopa o caldo.
En condiciones desfavorables para su proliferación, e incluso
en medios muy hostiles, algunas especies de bacterias (y hongos)
capean el temporal adoptando la forma de esporas, donde perma-
necen dormidas, y entonces resultan indestructibles. Protegidas en
sus duras y rugosas armaduras, las esporas son capaces de sobrevi-
vir a las más infaustas condiciones: al agua hirviendo, a la inani-
ción, a la sequedad, a la congelación, a la luz ultravioleta, a sustan-
cias químicas corrosivas e incluso al heauy metal. En cuanto las
condiciones mejoran, como al enfriarse el caldo y recuperar una
temperatura agradable para multiplicarse, las esporas salen de su
estado y se convierten en nuevos organismos que empiezan a re-
producirse como si nada hubiera sucedido.
Un género patogénico de bacteria que forma esporas y que es
fácil de encontrar en el suelo, el agua y los intestinos de las perso-
nas y los animales es el Clostridium, sobre todo el de la especie
C. perfringens, causa habitual de intoxicaciones alimentarias. Otro
mucho menos común es el de la especie C. botulinum, que produ-
ce la toxina botulínica, uno de los venenos más potentes que se co-
nocen. Las bacterias de Clostridium no necesitan oxígeno para so-
brevivir; donde no sobreviven es en el aire, así que el interior de
una olla de caldo es para ellas un lugar ideal para desarrollarse.
Para matar esporas, se necesitan temperaturas bastante supe-
riores a los 100 °C. Por este motivo, el material médico y quirúrgico
se esteriliza en un autoclave, una especie de horno a presión.
Cuanto más alta la presión, más temperatura necesita el agua para
hervir. Los hornos a presión y los autoclaves son recipientes cerra-
dos en los que se acumula la presión de vapor del agua hirviendo
para subir el punto de ebullición a unos 141 °C, temperatura a la
que muere la mayoría de esporas.
He viajado a bastantes países en los que mi estómago de norte-
americano no estaba acostumbrado a las criaturillas que se insta-
laban en los alimentos de la zona y a las que, por tanto, era vulne-
rable. Siempre que podía me decantaba por los fritos, que además
suelen ser lo más rico para picar. El aceite, al freír a 177 °C, no deja
apenas títere con cabeza.
Los contenidos de una lata ofrecen a las esporas de Clostridium
un excelente entorno libre de oxígeno en el que desarrollarse. Por
este motivo, después de llenarlas y sellarlas, las latas se esterilizan
calentándolas en hornos u ollas de alta presión a temperaturas de
116 °C a 141 °C. Si la lata no queda bien esterilizada y sobreviven
bacterias, al multiplicarse desprenden gas hidrógeno y hacen que
la lata se abulte. Por tanto, si aprieta una lata y ve que alguno de sus
extremos (la parte más frágil) se abulta o incluso se comba sólo li-
geramente, guárdesela para practicar lanzamiento de pesos en el
prado más cercano.
Ciencia al margen
El Big Green Egg, o enorme huevo verde, aparato que se utiliza para ahumar,
asar a la parrilla o a la barbacoa, es una adaptación del horno
japonés kamado. (Por cortesía de The Big Green Egg.)
Ciencia al margen
Intente adivinar la cocina de qué país utiliza más las siguientes es-
pecias y condimentos. Las respuestas se indican a pie de página; no
mire.
1. Curry (a) China
2. Harissa [b) Francia
3. Hierbas de Provenza (c) Hungría
4. Ketjap manís (d) India
5. Miso (e) Indonesia
6. Mole (f) Italia
7. Paprika (g) Japón
8. Pesto (h) México
9. Pimentón (i) España
10. Anís estrellado (j) Túnez
4 huevos grandes
2 cucharaditas de extracto de vainilla
2 1 / 3 tazas de harina de trigo
3/
4 de taza de polvo de cacao sin azúcar, de preferencia holandés
2 cucharaditas de levadura
2 cucharaditas de pimienta negra gruesa
1/ cucharadita de sal
2
Tabla 6
C o m p u e s t o s p i c a n t e s d e las e s p e c i a s
P e s e a las h i s t o r i a s d e t e r r o r q u e c i r c u l a n p o r I n t e r n e t , e l a c e i t e d e
m o s t a z a n o e s t á r e l a c i o n a d o q u í m i c a m e n t e c o n e l gas m o s t a z a
- q u e d e h e c h o n o e s u n gas, s i n o u n l í q u i d o o l e o s o q u e s e p u l v e r i -
z a - , u t i l i z a d o c o m o a r m a q u í m i c a p o r los a l e m a n e s e n l a S e g u n d a
Guerra Mundial. Se le llamaba gas m o s t a z a p o r q u e d e s p r e n d í a un
fuerte olor acre e irritaba la piel c o m o un antiguo aposito de m o s -
taza. Huelga decir q u e la irritación p r o v o c a d a p o r el gas m o s t a z a es
i n f i n i t a m e n t e peor: m a t a en vez de curar.
¡ A r d e n las b o c a s !
¿Hace calor?
El subjetivo método inventado por Wilbur Scoville para determinar el
grado de picante pierde terreno frente a otros más científicos. Me-
diante una técnica conocida como cromatografía líquida de alta resolu-
ción, los químicos de hoy calculan la cantidad de capsaicina y de otros
compuestos relacionados -dihidrocapsaicina, nordihidrocapsaicina, ho-
mocapsaicina y homodihidrocapsaicina- que contiene un pimiento pi-
cante. La capsaicina y la dihidrocapsaicina representan entre el 80 y el
90 % de los capsaicinoides de los pimientos picantes. En estado puro,
Wilbur atribuyó a estos dos compuestos 16 millones de unidades Sco-
ville, mientras que los otros tres se quedaron en sólo 9.000.
B o n i a t o s c o n chiles
SALEN 4 RACIONES
¡l\lo me beses!
Probé por primera vez la sopa de ajo en México, donde la servían to-
davía humeante en una cazuelita de barro en la que echaban un
huevo crudo justo antes de llevarla a la mesa. Me sorprendió -y me
sigue sorprendiendo ahora que me la preparo en casa- que, con tan-
tos ajos como se le echa, tenga un sabor tan suave y diferente al del
ajo crudo o sofrito. ¿Qué hace que, al cocerlo a fuego lento, el ajo se
vuelva tan «manso»?
Lo mismo sucede con el otro pariente ahuyenta-besos del ajo, la
cebolla. El sabor de la sopa de cebolla a la francesa no se parece en
nada al de la cebolla cruda o frita. La causa hay que buscarla en las
diferentes reacciones químicas que se desencadenan a temperatu-
ra ambiente, a la temperatura del agua hirviendo y a las altas tem-
peraturas que se alcanzan cuando freímos los alimentos.
El ajo y la cebolla crudos apenas tienen aroma hasta que se cor-
tan o mastican y se rompen sus células, lo que permite a una enzi-
ma y a una sustancia química (un precursor) que hasta entonces
habían permanecido aislados entrar en contacto y reaccionar quí-
micamente. Al reaccionar producen los compuestos olorosos y de
fuerte sabor que tan bien conocemos.
Sin embargo, en agua caliente estos compuestos químicos hep-
tasílabos (alquiltiosulfonatos) se transforman en oros compuestos
polisilábicos: propil y propenil di- y tri- sulfitos y tiofenos. Estos
son algunos de los compuestos que dan sabor a las sopas tanto de
ajo como de cebolla.
En cuanto a los fritos, mejor no pregunte. A las altas tempera-
turas que se alcanzan se producen decenas de compuestos quími-
cos, sobre todo los numerosos compuestos aromáticos, sabrosos y
amargos que se generan con las reacciones de Maillard (véanse
págs. 277 y 278).
Veamos qué les sucede a las cebollas cuando las sometemos a
técnicas de cocción más agresivas. El ajo se comporta de forma
muy similar.
Las cebollas secas y crudas están formadas por un 37 % de azú-
car y un 8 % de proteínas, por lo que se doran en parte gracias a las
reacciones de Maillard o de azúcar-aminoácidos. No obstante, casi
todos los cocineros dicen que al dorar las cebollas en una sartén las
«caramelizan». El motivo quizá haya que buscarlo en las tres dife-
rentes etapas por las que atraviesa esta singular hortaliza cuando la
cocinamos, según si la hacemos sudar, la doramos o la freímos.
Ciencia al margen
¿Cuánto ajo?
Cuando se corta, maja o mastica un diente de ajo, las células se rom-
pen y se libera una enzima (aliinasa) situada en las vacuolas; esta en-
zima reacciona con un compuesto precursor (aliina), que se encuentra
en otra parte de la célula, y produce dialil tiosulfinato (alicina) y otros
tiosulfinatos, los principales compuestos que le dan olor y sabor al ajo.
Hasta hace relativamente poco (1993) se pensaba que los compues-
tos olorosos eran el dialil disulfuro y otros polisulfuros, pero se ha de-
mostrado que no eran más que productos de la descomposición de los
tiosulfinatos y que se creaban involuntariamente en el laboratorio de-
bido a las altas temperaturas alcanzadas con los métodos utilizados.
(Uno de los principios de la investigación científica dice así: al realizar
un análisis, hay que asegurarse de que el procedimiento no modifica lo
que se intenta analizar.)
Al cortar el ajo más menudo o majarlo, se rompen y se abren más va-
cuolas, así que se libera más aliinasa y se forman más tiosulfinatos, lo
que le da un sabor y un aroma más fuertes al plato.
Lo mismo sucede al cortar o picar la cebolla, en la que el proceso se ini-
cia con la misma enzima, la aliinasa, aunque los compuestos que des-
pués le dan sabor y olor son otros [véase «Gas lacrimógeno», pág. 126).
Así pues, cuando en una receta le pidan que machaque el ajo, lo pique
o lo corte a láminas, preste atención. De lo contrario, puede que el
plato le salga más fuerte o más flojo de lo que esté buscando.
Amor verdadero
A veces las recetas indican que se añada una especia o una hierba
principio de la cocción y, a veces, casi al final, cuando ya lleva mu
cho rato haciendo chup chup. ¿Importa realmente? ¿Por qué?
Sí, importa.
La cantidad de sabor que aporta una especia o una hierba de
pende de la cantidad de aceite esencial que contiene, no de la can
tidad de especia o hierba ni de su peso. Las hierbas y especias pi
cadas o molidas - p a r a no tener que repetir «hierbas y especias
otras once veces más en esta sección las llamaré «esperbias»-; 1as
esperbias picadas o molidas, como iba diciendo, liberan enseguida
sus aceites con el calor de la cocción, ya que disponen de mucha
superficie por la que dejar que se evaporen dichos aceites. Por este
motivo conviene añadirlas hacia el final, y no nada más empezar a
cocinar, a no ser que queramos que la cocina huela mejor de lo que
sepa la comida. Las esperbias enteras, en cambio, como los granos
de pimiento o las hojas de laurel, liberan sus esencias poco a poco
por lo que se añaden al principio.
Como la mayoría de aceites esenciales son volátiles, las esper-
bias pierden su efectividad con el tiempo, ya que poco a poco los
aceites se van evaporando. Las esperbias frescas dan, pues, mucho
más sabor que las viejas. Por otro lado está el calor que, aunque sea
poco, favorece la evaporación de los aceites, por lo que conviene
conservarlas en lugares frescos. Las molidas, por su parte, pierden
fuerza mucho antes que las de grano u hoja enteros.
En el caso de la nuez moscada y la pimienta negra, es especial-
mente importante comprarlas en grano y molerlas justo antes de
utilizarlas. Las guindillas, en cambio, se mantienen picantes aun
deshidratadas y molidas, pues la capsaicina, su materia picante, no
es muy volátil; de ahí que sea imposible saber si son muy picantes
o poco con sólo olerías.
Le sorprendería saber cuánto nervio pierden las esperbias en
menos de un año, sobre todo las molidas. Huela las que guarde
en la cocina; si recuerda que olían mucho más cuando las compró,
repóngalas con otras frescas. Un truco muy útil es ponerles etique-
tas con la fecha de compra. Compruebe también de vez en cuando
si conservan sus vividos colores. Las hierbas de hoja verde como el
estragón o el romero se decoloran con el tiempo, al igual que espe-
cias rojas como la pimienta de cayena, el pimentón dulce o el pi-
mentón picante.
Algunos fanáticos de las esperbias (¿esperbívoros?) llegan in-
cluso a guardarlas en el congelador. No se me ocurre motivo algu-
no por el que este truco no debiera de funcionar.
Volkswagens en la despensa
Cosa fina
Rallado y apocado
Guacamole de wasabi
Cerditos kosher
Tomaré vainilla
De unos años acá han subido mucho los precios de los productos
que contienen vainilla, desde las ramitas mismas hasta el extracto
de vainilla de Borbón, de Madagascar. Con estos precios mucha
gente se inclina ahora por la vainilla mexicana. ¿Es natural o arti-
ficial? Es tan barata que me imagino que debe de ser artificial.
Sus sospechas están bien fundadas.
La vainilla natural siempre ha sido cara, porque arrebatársela a
la naturaleza es una tarea ardua que lleva mucho tiempo y porque
crece en tierras lejanas. Al igual que el cacao, los anacardos y el
café, está sujeta a los caprichos de la naturaleza y a las leyes de la
oferta y la demanda. Estas cuatro deleitables delicias proceden de
latitudes tropicales, donde cada tanto las tormentas diezman las
cosechas y hacen subir los precios en todo el mundo.
No sabría explicar cómo funciona la economía (a veces creo
que nadie sabe), pero sí puedo decir algo sobre la vainilla auténti-
ca, sobre cómo se diferencia de los sucedáneos y sobre qué contie-
nen o qué les falta a los productos mexicanos.
Empecemos por la vainilla auténtica. Las ramitas no son rami-
tas; son vainas fermentadas y secas de las dos especies de orquídea
trepadora, Vanilla tahitensis, nativa de las islas del Pacífico, y Vani-
lla planifolia, de México. Los aztecas de México fueron los prime-
ros en maridar el sabor de la vainilla con el de las semillas de otra
planta oriunda de la zona, a la que conocemos como chocolate.
(¡Eso sí que es un matrimonio celestial!) Los conquistadores espa-
ñoles se inventaron la palabra «vainilla», el diminutivo de vaina, en
alusión a la forma de la especia.
En la actualidad, unas tres cuartas partes de la producción
mundial de vainilla es de la variedad V. planifolia mexicana, pero se
cultiva en las islas de Madagascar, Comores y Reunión del océano
índico. A principios del siglo xix, estas islas vivían bajo el reinado de
los Borbones franceses y su vainilla sigue conociéndose como vai-
nilla de Borbón.
La orquídea de vainilla echa las flores de una en una. La flor se
abre por la mañana y se cierra por la tarde; si no se poliniza, al día
siguiente cae muerta de la planta. Para que albergue el codiciado
fruto, debe polinizarse por la mañana de su día de gloria.
¿Cómo consiguieron entonces las plantas de vainilla reprodu-
cirse y sobrevivir durante miles de años antes de que los humanos
intentaran cultivarlas? Los intentos de cultivar vainilla fuera de Mé-
xico fracasaron durante unos trescientos años, hasta que se descu-
brió que una pequeña abeja del género Melipona, que sólo se en-
cuentra en México, se había encargado de polinizar las plantas en
silencio, como acostumbran a hacer las abejas. Hoy, casi todas las
flores de vainilla, tanto de México como de Madagascar, son poli-
nizadas a mano por el hombre, que con una fina vara de madera in-
troduce el polen en cada flor en el momento adecuado. Ninguna
abeja había sido nunca tan meticulosa. (¿Empieza a entender por
qué es tan cara la vainilla?)
Cuando las vainas de vainilla alcanzan unos 20 centímetros de
largo, se recogen y se secan al sol entre 10 y 30 días, cubriéndolas
por las noches para que suden y fermenten. Al cabo de este tiempo
desarrollan su magnífico sabor y aroma.
En el aroma de la vainilla se han identificado alrededor de
170 compuestos químicos diferentes, aunque la mayor parte del
aroma procede del compuesto fenólico vainillina. Por suerte o por
desgracia, según se mire, los humanos podemos fabricar vainilla
con m u c h a más rapidez que las plantas sintetizándola a partir
de eugenol, el principal ingrediente aromático del aceite de clavo,
o de guayacol, un compuesto químico que se encuentra en una re-
sina de árboles tropicales. También se puede fabricar con lignina,
componente estructural de las plantas leñosas y subproducto del
proceso de fabricación de papel a partir de la pulpa de la madera.
En países como Estados Unidos y Canadá, este método ha dejado
de utilizarse por sus elevados costes medioambientales.
La vainillina sintética es el principal ingrediente de la vainilla
artificial o de imitación, mucho más barata que el extracto de vai-
nilla natural y para nada un mal sucedáneo, a u n q u e carece de
la complejidad de sabores de la vainilla natural. Si se utiliza como
saborizante en alimentos envasados, figura en la etiqueta co-
mo sabor artificial (véase, no obstante, «Es natural, ¿sí o sí?», de la
pág. 386).
Las vainas de vainilla también se venden enteras en botes her-
méticos que evitan que se sequen o que pierdan su bouquet floral.
Deberían ser oscuras y blandas, como el regaliz, ni demasiado du-
ras ni demasiado coriáceas. La mayor parte del sabor se concentra
en las miles de semillas casi microscópicas de la vaina y su alrede-
dor, que quedan expuestas al cortar la vaina longitudinalmente.
Raspándolas con la punta de un cuchillo, las semillas se pueden
añadir a cremas de huevo, salsas y masas. A pesar de lo dicho, las
vainas raspadas también contienen mucho sabor. Si las introduce
en un tarro de azúcar, lo cierra bien y lo deja descansar durante un
par de semanas, obtendrá un azúcar avainillado que podrá añadir
también, por qué no, a cremas de huevo, salsas y masas.
El extracto de vainilla es mucho más cómodo de usar que las
vainas enteras. En su inimitable estilo burocrático, la Agencia Fe-
deral de la Alimentación y el Medicamento (FDA) define el extrac-
to puro de vainilla como «la solución en alcohol etílico acuoso de
los principios sápidos y odoríferos extraíbles de las vainas de vaini-
lla». Para etiquetarse como tal, debe contener un 35 % de alcohol
por volumen (cuanto más alta es la concentración de alcohol, más
concentrado está el sabor sutil de la vainilla) y haberse elaborado
con al menos 100 gramos de vainas de vainilla por litro. Se puede
suavizar con azúcar y otros ingredientes, como glicerina o glicol de
propileno, pero si se le añade vainillina sintética debe etiquetarse
como aroma de vainilla de imitación.
Pasemos finalmente al hermano mexicano de la vainilla.
México dejó de ser el principal productor de vainilla a raíz de la
revolución de 1910, en que quedó destruida la mayor parte de las
plantaciones de vainilla del golfo. No obstante, su fama pervive y es
muy habitual ver en las tiendas «extracto de vainilla» mexicano.
Ahora bien, en México las leyes de etiquetado son bastante laxas,
así que puede que, en vez de «extracto de vainilla», uno compre un
aroma de imitación hecho con vainillina.
O peor todavía. Algunos productos de vainilla mexicanos y ca-
ribeños pueden contener cumarina (1,2-benzopirona), que se ex-
trae de las semillas del haba tonka, Dipteryx odorata o cumarú. La
cumarina posee un fuerte aroma parecido al de la vainilla, pero es
tóxica; se vende con el nombre de warfarina como matarratas, pues
diluye la sangre de modo que las ratas envenenadas se desangran
por dentro hasta morir. También se utiliza para fabricar la cumadi-
na, un anticoagulante que se administra a pacientes con cardiopa-
tías. En Estados Unidos se prohibió el uso de la cumarina como
aditivo alimentario en 1954.
La moraleja de todo este asunto es la siguiente: vaya con cuida-
do si compra líquidos «de vainilla» procedentes de México o el Ca-
ribe. En el mejor de los casos se tratará de imitaciones hechas con
vainillina sintética y, en el peor, contendrá cumarina. En teoría se
impide importar productos que contengan cumarina, pero a veces
algunas partidas consiguen esquivar los controles.
Capítulo 9
LA C O C I N A , C E N T R O DE
OPERACIONES
Mantequeras faroleras
I
Ciencia al margen
¡Al ladrón!
Por motivos demasiado complejos para exponerlos aquí, los átomos de
hierro retienen sus electrones con mucha más fuerza que los átomos
de aluminio (el hierro es más electronegativo que el aluminio). Así
pues, si los dos metales se tocan estando inmersos en un líquido elec-
troconductor (electrolito), como sucede cuando el detergente para la-
vavajillas se disuelve en agua, los átomos de hierro robarán electrones
a los de aluminio. Ese transferencia de electrones crea un flujo de co-
rriente eléctrica y el electrolito completa el circuito.
Los átomos de aluminio que han perdido electrones (cationes de alu-
minio) tienen que recuperarlos a toda costa y para ello reaccionan con
cualquier elemento que pueda proporcionárselos. La superficie del alu-
minio, pues, reacciona con los electrones negativos (aniones) de la so-
lución y desarrolla una capa mate formada por un compuesto del alu-
minio, normalmente óxido de aluminio.
Emulsión compulsiva
Ciencia al margen
¡Menuda mezcla!
En la cocina se realizan infinidad de mezclas de ingredientes; las emul-
siones no son más que un tipo concreto.
Una combinación de partículas sólidas, como por ejemplo harina con
sal y pimienta o una mezcla de especias secas, constituye una mezcla
física simple. Sin embargo, cuando los ingredientes son líquidos, las
mezclas resultantes entran en varias categorías.
• Solución: constituye la más homogénea de las mezclas. En ella, las
distintas moléculas o iones (átomos o grupos de átomos con carga
eléctrica] de una sustancia se dispersan y disponen junto a los de
la otra sustancia, molécula tras molécula. Algunos ejemplos son el
alcohol o el azúcar disueltos en agua: sus moléculas se mezclan jun-
to a las del agua codo con codo, y eso que no tienen codos. Otro
ejemplo sería el compuesto colorante rojo propio del tomate, el li-
copeno, al disolverse en el aceite. Como habrá observado, el acei-
te (u otras grasas) de las recetas que llevan tomate se vuelve rojo
debido a la absorción del licopeno.
• Suspensión coloidal: muchas otras mezclas de alimentos son co-
loides o suspensiones coloidales; en ellas, las partículas invisibles
(aunque más grandes que las moléculas) de una sustancia, de un
tamaño que va de una millonésima a una milésima de centímetro,
quedan suspendidas en la otra sustancia, normalmente un líqui-
do. Las partículas se mantienen en suspensión a pesar de la fuer-
za de la gravedad porque son bombardeadas, de continuo y por
todos los flancos, por las moléculas de la sustancia donde se han
dispersado. Los líquidos internos de las células animales y vege-
tales son partículas de proteínas coloidales suspendidas en solu-
ciones acuosas.
• Emulsión: las emulsiones se parecen a los coloides. En ellas, que
se forman gracias a la intervención de un agente emulsionante,
los glóbulos de un líquido, de un tamaño ligeramente superior a los
glóbulos propios de la suspensión coloidal, quedan suspendidos en
otro líquido con el que en circunstancias normales no se mezcla-
rían. Algunos de los ejemplos más conocidos en la cocina son la
mayonesa o la salsa holandesa.
1 huevo grande
1 cucharadita de pimentón
1/ cucharadita de mostaza seca
2
El embrollo de °C y °F
Ciencia al margen
La ecotasa
El calor, la energía que utilizamos al cocinar, es la más universal de to-
das. Todas las otras formas de energía (química, cinética, eléctrica,
nuclear) acaban degenerándose y convirtiéndose en calor, que es
como la energía de último recurso. Cuando las reacciones químicas li-
beran energía, el movimiento se ralentiza, la bombilla convierte la ener-
gía eléctrica en luz o los átomos de uranio convierten la masa en ra-
diactividad y calor, nunca se puede aplicar un factor de conversión
100. La ineficiencia parece regir el universo. Parte de la energía per-
dida o reconvertida acabará «desperdiciándose» y convirtiéndose en
calor. Podríamos considerar el calor, por lo tanto, como una ecotasa
que grava la conversión de la energía, una comisión como la que las
casas de cambio restan al convertir de una divisa a otra.
La mayoría de formas de energía puede domesticarse. Por ejemplo,
la cinética se «porta bien» cuando un camión se mueve en línea rec-
ta por un autopista; la eléctrica, cuando el movimiento de electrones
se controla mediante un circuito; y la nuclear, cuando se genera a
partir de una controladísima división de los átomos. Sin embargo, el
calor es una forma de energía desordenada extrañamente rebelde, por-
que depende del movimiento brusco y aleatorio de átomos y moléculas.
La ciencia de la termodinámica ha descubierto que, siempre que una
forma de energía (por ejemplo, la energía química del combustible die-
sel de un camión o el uranio de un reactor nuclear] se convierte en otra,
se incrementa el desorden o la aleatoriedad (la entropía) del sistema.
Eso es lo que dice la Segunda Ley de la Termodinámica. El universo pier-
de fuelle a medida que pierde energía y genera desorden. Caos.
Así que cuando un tipo de energía se utiliza o se convierte en otro, ne-
cesariamente se genera alguna forma de energía más desordenada,
caótica, más entrópica. Eso es precisamente el calor.
Para más detalles consulte a su especialista en termodinámica.
Grills grillados
2 x 1 = 1,8
Las instrucciones del microondas indican cuánto tiempo se necesita
para recalentar una ración de tal o cuál alimento. Pero a menudo
tengo que calentar dos o más porciones a la vez. ¿Debería multipli-
car los minutos de cocción por cada una de las raciones que voy a ca-
lentar?
No. Calentar dos porciones de un alimento requiere menos del do-
ble del tiempo necesario para calentar una.
Los distintos alimentos absorben las microondas a diferentes
niveles. El agua y las grasas las absorben de forma eficiente, mien-
tras que las proteínas y los hidratos de carbono apenas llegan a ha-
cerlo. Por eso cada comida necesita un tiempo de cocción concre-
to. Además, el generador de microondas, el magnetrón, modifica la
potencia en función del volumen o carga de la sustancia absorben-
te (léase alimento) colocada en el interior del horno.
Existe una manera muy simple de considerar el problema que
plantea. Digamos que la comida que calienta absorbe (y convierte
en calor) un porcentaje determinado de las ondas lanzadas por el
magnetrón. Pero cuando hay dos raciones en el microondas, ningu-
na de ellas queda expuesta a la totalidad de las ondas enviadas por
el magnetrón; cada una recibe únicamente lo que la otra no ha ab-
sorbido, las sobras. Queda claro que se necesitará más tiempo para
calentar dos porciones que para calentar una, pero ¿cuánto más?
Para ahorrarle los cálculos aritméticos, lo plantearé de la si-
guiente manera: si una de las porciones absorbe el 40 % de las mi-
croondas a las que está expuesta, sólo se necesitarán un 25 % más
para calentar dos en vez de una. Este incremento del tiempo de
cocción no siempre será del 25 %, sino que depende de los distin-
tos alimentos y su apetito a la hora de absorber las microondas.
He hecho algunas pruebas al respecto en mi microondas «inte-
ligente», que dispone de ciclos preprogramados para cocinar y ca-
lentar los alimentos. Cuando selecciono «calentar una bebida», por
ejemplo, el horno primero me invita a que pulse un botón para se-
leccionar la cantidad de líquido que quiero calentar. A continua-
ción, pone en marcha el programa apropiado para la cantidad indi-
cada. Cronometré lo que duraba cada ciclo y he aquí los resultados:
media taza requirió 30 segundos, una taza 50 segundos, una taza y
media 70 segundos, y dos tazas 90 segundos. Como puede verse, la
primera media taza necesitó 30 segundos, pero cada media taza
adicional sólo requirió 20 segundos más. Las dos tazas tardaron sólo
1,8 veces el tiempo necesario para calentar una sola.
Otro ejemplo: para una unidad de «patatas asadas» (en realidad
no se asan, pero servirá), el horno calcula cuatro minutos y medio,
a los que añade 3 minutos y 10 segundos por cada patata adicional.
Dicho de otro modo, dos patatas tardan sólo 1,7 veces lo que tarda
una; tres patatas, 2,4 veces, y cuatro, 3,1 veces.
Como todavía no se han inventado los microondas omniscien-
tes que conozcan todos los tipos y cantidades de alimentos posi-
bles, todo lo que podemos hacer es calcular a ojo. Para calentar dos
raciones debería calcular, al menos inicialmente, una vez y tres
cuartos el tiempo necesario para una sola. Si dobla el tiempo sólo
conseguirá calentar en exceso la comida, que salpicará o quedará
seca. Lo mejor es ser un poco conservador: siempre estamos a
tiempo de darle al botón una vez más.
Ciencia al margen
¿Mande?
Los hornos microondas son ingenios muy complicados que sólo com-
prenden en realidad los ingenieros eléctricos que los diseñan. El ante-
rior análisis, basado en el porcentaje constante de energía en forma
de microondas absorbida por cada porción, no es más que una sim-
plificación de andar por casa. Pensé que el lector no querría meterse
en cuestiones como la impedancia de carga, la resonancia de cavidad
o las constantes de pérdidas. Tampoco yo, por la sencilla razón de que
no las entiendo.
Piedra de toque
Donde vivo acaba de abrir hace poco una pizzería que lo ha impor-
tado todo de Italia, desde el mobiliario, hasta el horno de ladrillo,
hasta Roberto, el dueño, que para más señas dispone de un diploma
de pizzero expedido en Nápoles. Él atribuye la inconfundible cali-
dad de sus pizzas al horno de ladrillo. También conozco a algunos
cocineros domésticos que juran sobre su piedra para pizzas y panes.
¿Qué hay de cierto en todo ello? Y, si lo hay, ¿qué hace que los ladri-
llos o las piedras de cocer sean tan especiales?
Es cierto. AI cocinar un pan o una pizza sobre una superficie de pie-
dra como un horno de ladrillo o uno de esos accesorios planos de
piedra para el horno llamados piedra para pizza, la masa queda real-
mente más crujiente y tostada que si se cociera sobre una bandeja o
recipiente de metal. Y si las paredes del horno también son de piedra
o ladrillos, tanto mejor. Los primeros panaderos no tenían más re-
medio que construir los hornos con los materiales a su alcance,
como las piedras o los ladrillos hechos con arcilla. Hoy elaboramos el
pan en hornos de acero «mejorados» y tecnológicamente muy avan-
zados. E, irónicamente, el pan no queda como antes ni por asomo.
Los ladrillos y las piedras tienen unas propiedades especiales
que hacen que funcionen especialmente bien: su gran capacidad
calorífica y el alto nivel de emisividad.
La capacidad calorífica es un término técnico que indica la
cantidad de calor que puede acumular una sustancia. Si tiene una
capacidad calorífica alta, podrá absorber gran cantidad de calor sin
que su propia temperatura ascienda en exceso. Esta resistencia a
dejarse llevar por la temperatura externa actúa en dos frentes: du-
rante el calentamiento y durante el enfriamiento. Una vez ha subi-
do la temperatura de la sustancia, esta se resiste a enfriarse tanto
como a calentarse en su momento, de forma que conserva la tem-
peratura durante bastante tiempo.
Las piedras y los ladrillos tienen capacidades caloríficas más
altas que los metales. Aunque sean del mismo grosor, una base de
horno de arcilla refractaria tiene una capacidad calorífica que do-
bla la del hierro y multiplica por 2,5 la del cobre. Una vez ha al-
canzado la temperatura deseada (y eso sí puede tardar), conserva
bien el calor, se mantiene a una temperatura uniforme y resiste
bien los cambios de temperatura, aunque se coloque encima la
masa relativamente fría. Nótese también que cuanto más grande
sea el material utilizado, mayor será su capacidad de retención
del calor, del mismo modo que en una jarra grande cabe más
agua. Los grandes hornos de ladrillo de gruesas paredes siempre
han sido apreciados por sus excelentes propiedades de horneado.
A escala más pequeña, es lo mismo que sucede con una sartén
pesada y gruesa, capaz de mantener la temperatura constante
mejor que una fina.
Los ladrillos, la arcilla refractaria y las piedras presentan una
segunda ventaja, aún más importante, respecto al metal: su emisi-
vidad, enormemente superior.
La radiación infrarroja (llamada vulgarmente «calor») en un
horno es absorbida por las moléculas de los materiales a los que al-
canza, que la reemiten en su mayor parte de forma casi instantá-
nea. En algunas sustancias, en especial los metales, gran parte de la
radiación absorbida se disipa antes de poder reemitirse. Sólo un
porcentaje de la radiación (un 16 % en el caso de un horno de pa-
redes de acero inoxidable) se reemite enseguida al entorno inme-
diato: el aire del interior del horno (de modo que, técnicamente, la
emisividad de una superficie de acero inoxidable es de 0,16). El res-
to permanece en las paredes del horno y se pierde, a efectos de coc-
ción, a excepción de la radiación que de forma lenta e ineficaz lo-
gra llegar de nuevo al aire del interior del horno.
De lo dicho se desprende que, a la misma temperatura, una
piedra emite más radiación infrarroja que un metal. Y puesto que la
radiación infrarroja no penetra más allá de la superficie de los ma-
teriales, cuanta más choque con la masa del pan o de la pizza, más
crujiente y tostada quedará su superficie.
Por lo tanto, la próxima vez que se prepare una pizza en casa
o que recaliente u n a servida a domicilio, o también cuando hor-
nee una barra cualquiera de pan, colóquela sobre una piedra de
pizza precalentada. Si la piedra no está vidriada será más porosa,
por lo que tendrá la ventaja adicional de absorber el vapor gene-
rado por la parte inferior de la masa, manteniéndola seca y ha-
ciendo que resulte aún más crujiente.
Ciencia al margen
Ciencia al margen
Maravillas de silicona
Cada vez veo más utensilios de cocina, como espátulas o paletas para
pastelería, de silicona. Pero lo que más me sorprende son los moldes
y bandejas que parecen, a la vista y al tacto, de goma, pero que pue-
den soportar temperaturas de hasta 260 °C. ¿Cuál es el secreto?
El secreto, como podría haber dicho Julio César, es que cualquier
goma se divide en tres partes. O, si se prefiere en un lenguaje más
moderno, que aquello a lo que llamamos goma por cualquier otro
nombre no funcionaría tan bien en el horno.
Lo intentaré de nuevo. Existen tres tipos básicos de goma, pro-
cedentes de tres tipos de plantas distintas: la goma natural o cau-
cho, que se obtiene del látex o savia de un árbol tropical llamado
Hevea brasiliensis-, la goma sintética, que procede de otro tipo de
plantas, las químicas, y la goma silicónica, que proviene de una
planta química distinta. Las dos últimas han sido como un sueño
para los químicos, que durante años han intentado reproducir al-
gunas de las propiedades únicas del caucho y mejorar otras.
DuPont comercializó por primera vez el neopreno, un tipo de
goma sintética, en 1931 y, desde la década de 1940, General Electric
y Dow Corning vienen fabricando numerosas gomas silicónicas.
Estos dos productos inventados por el hombre heredaron el desa-
fortunado nombre de «goma» o «caucho» del material natural, que
fue bautizado así por el químico y clérigo inglés Joseph Priestley en
1770, tras descubrir que, si no borraba los pecados, como mínimo
sí servía para las marcas dejadas por los lápices.
Para complicar más las cosas, recientemente la palabra «silico-
na» se ha implantado, por decirlo de alguna manera, en el imagina-
rio colectivo en un contexto concreto: el aumento mamario. Sin em-
bargo, las siliconas conforman una familia de compuestos químicos
muy versátiles y con cientos de aplicaciones posibles. En cuanto a
sus aplicaciones culinarias, las láminas de silicona reforzada con fi-
bra de vidrio para cocinar Silpat, un producto francés, llevan utili-
zándose en la cocina profesional desde 1982. Estas láminas no han
llegado a nuestras cocinas hasta hace poco, pero lo han hecho en
multitud de formatos. En la actualidad, los moldes y bandejas se fa-
brican en su totalidad con silicona, no sólo el revestimiento.
La silicona no tienen nada que ver con Silicon Valley, donde se
encuentran las empresas tecnológicas por excelencia y cuyo nom-
bre no procede del silicio, material conductor utilizado en disposi-
tivos electrónicos de todo tipo. Las siliconas son compuestos quí-
micos que, como las gomas o cauchos naturales y sintéticos, están
formados por polímeros. Los polímeros son moléculas formadas
por largas cadenas de miles de moléculas más pequeñas unidas
unas a otras. Las moléculas de silicona tienen una «columna verte-
bral» formada por átomos de silicona y oxígeno que se alternan y a
los que se han unido varios tipos de átomos de carbono e hidróge-
no. Dependiendo de la longitud de las cadenas y de las caracterís-
ticas de los grupos que las acompañan, las siliconas pueden ser
líquidos (se utilizan en líquidos de frenos y aerosoles impermea-
bilizantes), geles (implantes mamarios), grasas (lubricantes y ba-
rras de labios) o elastómeros, unos materiales de aspecto gomoso
que se emplean para fabricar pelotas de goma, juntas de frigorífico
o, en la actualidad, moldes y bandejas para el horno.
Los productos para cocinar de silicona tienen unas propieda-
des muy útiles. Para empezar, la silicona es un material de natura-
leza translúcida, de modo que se le pueden incorporar los colores
más variados y llamativos (algunos fabricantes de utensilios de co-
ciña comercializan productos de silicona rojos o azules). Las ban-
dejas elaboradas con este material pueden resistir temperaturas
muy elevadas sin fundirse (sin que sus moléculas se disgreguen)
porque las moléculas son muy largas y están firmemente entrela-
zadas, como un plato de espaguetis fríos del día anterior con salsa
pegajosa. Esto permite pasarlas directamente del refrigerador al
horno, o al revés, sin miedo a que se resquebrajen; las moléculas,
que también son flexibles por separado, están tan firmemente fija-
das en su posición que el material apenas puede contraerse o ex-
pandirse durante los cambios de temperatura.
Las siliconas no absorben las microondas pero, como todos los
utensilios diseñados para los hornos microondas, suben de tempe-
ratura al estar en contacto con los alimentos calientes. Además, son
químicamente inertes, lo que permite lavar las bandejas directa-
mente en el lavavajillas, ya que no se ven afectadas por los deter-
gentes cáusticos. También son materiales no reactivos, lo que expli-
ca que sean más o menos antiadherentes; los pasteles y magdalenas
se despegan fácilmente (la mayoría de veces) porque los recipientes
son maleables y se pueden forzar manualmente. Pero no utilice los
moldes para hacer gelatina o aspic: la silicona es un aislante térmi-
co y, al colocarlos sobre agua caliente, no sale gelatina.
¿Alguna desventaja? Al ser aislantes eléctricos (una de las princi-
pales aplicaciones de las gomas silicónicas en otros ámbitos), pueden
cargarse de electricidad estática y llenarse de polvo en el armario en-
tre usos. Además, su maleabilidad a veces puede jugar malas pasadas,
por ejemplo al llevar un molde o una bandeja llena de masa de pastel
al horno. Lo mejor sería hacerlo sobre una placa para horno sin bor-
des que luego sirva para deslizaría hasta el interior del horno.
Una advertencia: como con todo en esta vida, existen diferen-
tes calidades de bandejas y moldes de silicona. Recuerde que la si-
licona no está formada por una única sustancia química. La em-
presa Dow Corning, la casa inventora del gel de silicona para
implantes de mama, fabrica decenas de formulaciones distintas de
silicona con diferentes propiedades que otros fabricantes utilizan
para moldear sus productos. Algunos no resisten tan bien el calor
como otros, así que c o m p r u e b e en la etiqueta a qué temperatu-
ra máxima pueden exponerse. Normalmente resisten entre 230 °C
y, como en el caso de los salvamanteles de silicona, 360 °C.
La forma sí importa
Las recetas dicen siempre que debemos cocinar tal o cual alimento a
una temperatura y durante un tiempo determinados. Después nos
indican que, cuando esté prácticamente hecho, comprobemos si está
en su punto, pero por lo que he podido comprobar pocas veces lo
está. ¿No debería proporcionar el autor de la receta tiempos de coc-
ción más precisos?
La respuesta, así, a lo bruto, es no; influyen demasiadas varia-
bles incontrolables.
La vida es así de cruel: cuando una receta dice que tienes que
cocinar tal alimento durante «x horas a la temperatura y» en reali-
dad no es más que una orientación, un cálculo de buena fe. Es lo
que a los duendecillos que experimentaron con la receta les fue
bien, pero no tiene por qué funcionar en su caso. En el mundo real
las cosas son, por desgracia, distintas.
Con la excepción probable de los laboratorios de investigación
de alimentos, no existen las cocciones estándar, ni los recipientes
estándar, ni una altura en el horno estándar, ni una temperatura
estándar cuidadosamente calculada. Todos los factores anteriores
pueden variar y producir resultados distintos aunque todos los de-
más se mantengan constantes. Pero como dice la Ley de Wolke de
la Perversidad Universal, «los demás factores nunca coinciden».
Nadie se atreve a ir por el mundo diciendo que un asado de car-
ne de ternera o de cerdo o un pollo o un pavo deben cocinarse du-
rante tantos minutos por cada 100 gramos de peso a una tempera-
tura determinada. Aunque la Ley de Wolke fuera falsa y las cosas
que pueden fallar fueran bien por una vez, es decir, si todos los de-
más factores se mantuvieran constantes como por arte de magia,
hay una variable sobre la que no existe control posible: la forma del
animal o de la pieza de carne. No se trata de peso, sino de forma, de
la superficie que queda expuesta al calor del horno. El calor sólo
puede alcanzar los alimentos a través de su superficie, por lo que
cuanto mayor superficie tenga el alimento en relación con su peso,
más rápido se cocerá.
Veamos un ejemplo.
Si asáramos dos trozos de carne del mismo peso (o sea, del mis-
mo volumen), uno de ellos con forma de cubo y el otro esférico, la
pieza cúbica expondría al calor un 24 % más de superficie que la es-
férica. No es más que geometría, pura y dura. Si le apetece puede
experimentarlo en su propia casa. Yo, por mi parte,
Ciencia al m a r g e n
h, = h (T -T ) / (T,-T
r r anbientente ambiente .)
Traducido a palabras, el número de horas de cocción lenta necesarias
para consumir la misma energía que con la cocción rápida es igual al
número de horas de cocción rápida multiplicado por la diferencia en-
tre la temperatura del horno y la temperatura ambiente en la cocción
rápida, dividido por la diferencia entre la temperatura del horno y la
temperatura ambiente en la cocción lenta. No importa que las tempe-
raturas se expresen en grados Fahrenheit o Celsius, ya que lo único
que cuenta son las diferencias de temperatura.
Volviendo a los ejemplos de Paula, si con el método rápido tardamos
3 horas en asar la carne [hr = 3) a una temperatura Tr = 190 °C, el
tiempo de equilibrio h¡ para la cocción lenta a una temperatura T¡ =
90 °C deberá ser necesariamente de 8,6 horas. Para asar lenta-
mente a la temperatura T,= 120 °C, el punto de equilibrio energéti-
co se sitúa, en cambio, en 5,1 horas.
No entiendo por qué Paula decidió no incluir estos cálculos en su libro.
SALEN DE 6 A 8 RACIONES
Reboce la cebolla roja en la sal gorda y frote los granos para que pe-
netren en los trozos de cebolla. Déjela reposar durante 5 minutos.
Lávela bajo el grifo con agua fría y séquela concienzudamente. Mez-
cle la cebolla con el perejil y el zumaque. Sírvalo antes de media hora.
Gota a gota
Dulces nubes
Volcanes de nube
Estos deliciosos dulces de nube, crujientes por fuera y blandos por den-
tro, no tienen igual en el mundo. Prepararlos y ver cómo se hacen es,
además, de lo más divertido. Luego podrá presumir ante sus amigos.
Su aspecto tal vez no sea espectacular, pero una vez los pruebe se-
guro que querrá repetir.
Ciencia al margen
Chocolate eflorescente
El impostor
PARA 1 0 2 PERSONAS, DE S O B R A S