En los viajes que hacía cuando era niña, me la realidad, como para añadirle los devaneos

Mono
echaba en el asiento trasero boca arriba y
miraba a través de la ventana. Siempre hacia
el cielo, como para no darme cuenta de todo lo
feo que pasaba alrededor. Las nubes enormes
existenciales de una escolar de primaria.
Yo me di cuenta en mi único intento de
conversar al respecto. Después me lo guardé
todo adentro, bien hundido en mis vísceras. A

no
parecían volverse aún más grandes cuanto
más nos acercábamos a mi barrio. Cuando
me preguntaban qué hacía, sólo respondía
que estaba mirando las figuras que hacían las
veces pensaba que si me abrieran de par en
par encontrarían mis órganos negros, como
al cuy al absorber el daño1 . Dentro mío metía
mis reflexiones sobre mi fin, mi temor al dolor,

aware:
nubes, porque había escuchado a otros niños mis sustos a los tiroteos, mis caras tristes
decir lo mismo. Pero yo observaba la infinidad al sentirme sola en medio de gente que sólo
del cosmos y me sentía extremadamente quería estar en el presente. Yo crecí afligida, no
pequeña. Y me gustaba sentirme así. Disfrutaba realmente por todo lo que me ocurrió o por lo que
sentir que era insignificante, y que esas nubes, me tocó atestiguar, sino por estar abandonada.
las estrellas, los cometas, Dentro de esa sociedad,
todo lo que estaba arriba No creo en muchas cosas. era más cómodo que

el pequeño
existía antes que yo. Me me callara la boca que
mostraba que mi vida No creo en gran cantidad dejarme ser. La misma
podía acabarse y no ser de humanos: aprendí a sociedad me expectoró
relevante para nadie. de a poquito mientras
Ahora que lo escribo, únicamente desconfiar. crecía pero me negaba a
me resulta curioso haber
tenido este enfoque
Nunca pude recuperar guardar silencio y sentía
la necesidad de gritar que
durante una época en la el entusiasmo de la infancia no es perfecta,
que todos en mi entorno que me podría haber
comunicarme con nuevas

poder de
hacían exactamente lo
contrario. Vivir en medio personas y descubrirlas.
de un conflicto civil, que
en los años de mi niñez ya llevaba una década,
te pone en sigilo permanente. Convierte tu
normalidad en un combate cotidiano por
sobrevivir. Cada noche es probable que sea tu
última. Era una ruleta rusa que disparaba según
dónde vivieras, quién fueras y, a veces, sin
ningún criterio. La aleatoriedad de los atentados
muerto varias veces. Si
hubiese salido detonada, si
hubiera todo acabado con
un impacto mayor frente a los golpes que me
cayeron, si alguno de los compañeros o los
cachineros o los cachacos2 me llevaban por
las huevas y aparecía en pedazos sobre el río;
¿se olvidarían de mí? ¿Me llorarían los adultos
por unos días, como era costumbre, y pasaría
luego el turno a los demás niños violados,

la memoria
daban por seguro que en algún momento olerías
el anfo y la dinamita de las bombas. En esos
días, lo que nadie quería escuchar era a una
mocosa de siete años hablando de su propia
mortalidad. Ya era demasiado traumatizante
1 El cuy es un roedor andino que se emplea en rituales para “limpiar” a
Se confirma si al pasárselo por el cuerpo a la persona y los órganos
en mi barrio a los miembros del grupo terrorista Sendero Luminoso.
rumoreaba tenían lazos con trata humana. Los “cachacos” eran los
perdidos, secuestrados, que eran objeto del
noticiero de la noche? ¿Me recordaría alguien?
Los minutos frente al firmamento eran
exclusivos para mis ponderaciones. El resto
de la jornada se iba estudiando y estando en
quien haya sido el objetivo de algún hechizo en su contra, o “daño”.
del animal aparecen negros. 2 Los “compañeros” era como se llamaba
Los “cachineros” eran vendedores ambulantes, algunos de ellos se
militares, que semanalmente capturaban a civiles sin cargo alguno.
silencio. Permaneciendo en vida – o lo que podía
disimularse como tal. Mientras se redujo el peligro
constante, aumentó sin embargo mi deseo de
cuestionarme sobre dicha “vida”, porque no
pensaba que realmente estuviese viviendo sino
subsistiendo. En mi casa no les gustó que yo
empezara a sacar los libros de la parte más
alejada de la librería. Ni se acordaban cuáles
eran pero si los habían puesto tan lejos debía ser
por algo. Tampoco les gustó que me hubieran
suspendido de la clase de religión por discutir
sobre el omnipoder de algo que parecía estar de
vacaciones mientras el terrorismo nos rodeaba.
A los adultos les divertía verme leer sobre
“cosas de grandes” y buscar las palabras que
no entendía en el diccionario. Ya no fue divertido
cuando, luego de devorar las grandes biografías de
Océano3 , dije que me identificaba con Nietzsche
puesto que él también desde chico dejó de creer
en Dios. Sigo sin creer. No creo en muchas cosas.
No creo en gran cantidad de humanos: aprendí
a únicamente desconfiar. Nunca pude recuperar
el entusiasmo de comunicarme con nuevas
personas y descubrirlas. Mi instinto me dice que
debo tenerles miedo. Me apoyo en lo que es
posible entender. Mi filosofía se formó en esas
épocas, empujando al costado lo que me querían
meter en el cerebro: las buenas costumbres, la
historia imperialista y racista, y prometiéndome
a mí misma que no olvidaría el horror ni lo que
produjo en mí: la nimiedad de mi existencia.
Siempre sentí que mirar más allá de lo
que los adultos enseñaban era una forma de
auto-defensa. Si hubiese obedecido, si tan sólo
hubiese seguido el camino de la resignación
y la pasividad. Probablemente me habría
suicidado. No es fácil salir de una infancia
repleta de violencia y observar cómo todo lo que
conociste se acaba y se niega constantemente.
Al mismo tiempo que se desmoronaba mi
pasado marcado por tiradas de pelo, insultos y
sobresaltos a punta de balazos; se caía también
el único mundo que había conocido. Entrar en el
raciocinio del olvido significaba perderme a mí
misma. Incluso ahora recurro a las nubes para
recordarme quién fui y quién aun puedo ser si
sigo tirando a cuestas el terrible peso del horror.
En la astronomía de mis ancestros, los
Moche, se estudiaba cada fenómeno del cosmos
como si estuviese definido por opuestos. Cada
astro y cada ser es dual en un universo dinámico
y activo. En los chaupis 4, ciertos animales
como el alacrán y el zorro servían de viajeros
sobre la ribera del gran mayu5 . Ese mismo río
brillante es el que veo hoy en día que se abre
en los pongos6 , circulando en todo su esplendor
cósmico mientras que los perros aúllan para
que el sol y la luna recobren su poder. Y yo,
mera mortal, lidio con mi upani, con la sombra
de mi especie con la que debo coexistir para
no morirme. La oscuridad se balancea con la
energía vital, el kamay que permite concebirme
como punto dentro de la soga infinita que fluye
en un orden mayor al que puedo comprender.
Sólo soy una más de todas las personas que
pasaron por esta tierra y alzaron los ojos al mismo
firmamento. Tenía que mirar arriba, y mirar mi
interior para no perder la cordura por completo.
He terminado por aceptar que nunca
estaré repleta de kamay. Tiro demasiados
bultos como para estar solamente llena de luz.
Tengo miedo de lo que conozco. Tengo miedo
a la muerte, pero no a morir. Tantas veces
estuve a punto de sucumbir ante el peligro, y
no lo hice. Continué. A veces fue por inercia
o por suerte, y otras por luchar contra todos
y todo. Nunca me he sentido tan viva como
cuando he peleado contra la catástrofe. En mí
está la perturbación por desacatar las reglas
tácitas, soy la que no respeta el axis mundi.
Soy guerrera como la que está en mi espalda,
soy sobreviviente. Soy exploradora de mundos
extraños, navegando sobre el mayu y llevando
conmigo la imposibilidad de la felicidad completa.
Schopenhauer decía que la misión
fundamental de la filosofía era la desilusión.
A través del hastío aprendemos que no
experimentamos nada mientras esperemos
hacerlo. La privación es la condición preliminar
de todo goce, y la felicidad está determinada
por la satisfacción de deseos provenientes de
la carencia. Si toda la vida es esencialmente
sufrimiento, la voluntad es lo ulteriormente
inexplicable. Sólo la contemplación nos libera
del hastío y nos reconcilia con nuestro pasado.
Leí sus obras siendo una estudiante veinteañera
con episodios sudorosos y ansiosos de lo que
probablemente era estrés post-traumático, y
con comportamientos paranoicos tan extremos
que por meses nadie me vio salir de mi
departamento. La fatalidad del aburrimiento
resonó en mí, porque veía ahí la inercia en la que
se habían mantenido familiares y conocidos.
No pienses, prende la tele. Sé igualita a tu
vieja, como ella a su vieja. Si algo te trae de
regreso lo de antes, mira al otro lado. Compra.
Come. Lo que sea con tal de no pensar.
Yo me rehúso a no regresar, y allí está
mi desgracia. Cada vez se hace más agotador.
No lo disfruto. Pero tengo que hacerlo, por
mí misma, por quienes no lo contaron, por
las violencias y las injusticias que no cesaron
cuando los sinchis7 se fugaron. Muchas veces
he cavilado, quizá me persigue la desdicha. He
sido acosada, discriminada y he respondido
con furia. He mordido, escupido, empujado y
atacado con intensidad rabiosa. He deseado
el dolor, perdón, deseo el dolor de los que me
afrentaron. Y debo admitir todas estas cosas
antes de pretender que superé mi niñez.
Pertenecer es inherentemente
problemático, y la relación emocional con mi
memoria me da fuerza. Me da poder. Lo que
hace callar a los demás es mi propia presencia,
es lo que simbolizo. Soy la torturada que no se
murió, y encima se atreve a hablar. Mi upani me
brinda también luz, y ha hecho que me aleje a
través de los años de mi lugar natal. Si el hogar es
una posición selectiva y reinventada, entonces
también es político. A través del mono no aware,
apreciar la belleza fugaz en lo que es mortal,
valoro mi propio yo. Mi potencia proviene de
encarnar la insignificancia de la burbuja personal
que construyeron alrededor para no sentir más.
Mi vida interrumpe el equilibrio silencioso de
la aquiescencia, que permite borrar todas las
historias que mataron a quemarropa. Tengo que
seguir hablando. Tengo que seguir recordando.
Y aun así, no puedo darle tanto valor al
upani. Quiero perderme en la inmensidad de
lo que no soy, de lo que me envuelve. Quiero
sentirme frágil por siempre, porque si no es así
empiezo a creerme que realmente tengo poder.
Y si sigo, mi cizaña deja de ser este relato y
pasa a la acción. Mi resentimiento, mis cicatrices
se deben mantener en la reflexión narrativa
para no tornarse venganza. Tengo que seguir
mirando arriba y retener el asombro frente a
lo cósmico, porque es lo único que me da paz.
Porque si no lo hago, veo mi propia mortalidad,
pierdo todo atisbo de paz interior y empiezo a
planear represalias tiránicas. Busco como loca
la reflexión, pero aun necesito de ese ennui, del
tedio que todavía no puedo escapar. No quiero
descubrir el verdadero dominio que me puede
dar el odio que le guardo a los que nos hicieron
daño, porque si no ¿cómo me podré detener?
¿Y si no lo consigo?
3 Océano es una casa editorial, que era conocida por publicar enciclopedias
y compendios para público joven y adulto.
4 Momentos liminales donde se abrían las puertas entre los mundos. En la
astronomía Moche el tiempo no era lineal, y su definición estaba marcada
por su visión religiosa y animista.
5Vía Láctea
6 Apertura entre las montañas, ubicados en los extremos de la Vía Láctea.
7 Militares y para-militares activos durante el conflicto civil interno en Perú
Escrito por
Andrea Gómez