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CB

EL CONOCIMIENTO
BÍBLICO
UN COMENTARIO EXPOSITIVO
NUEVO TESTAMENTO
TOMO 1
SAN MATEO
SAN MARCOS
SAN LUCAS

Editores en inglés
John F. Walvoord
Roy B. Zuck

Responsables de la edición en castellano:


Julián Lloret
Jack Matlick

Publicado en castellano por


Ediciones Las Américas A. C.
Prol. Reforma 5514,
72130 Puebla, Pue., México
Dirección postal: Apartado 78, 72000 Puebla
Tels: 248-39-23; 248-23-23, Fax: 249-59-84
ela@edicioneslasamericas.com
www.edicioneslasamericas.com
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción parcial o total.
Segunda impresión, 2004

©1995 by CAM International; originally published in English under the title of THE BIBLE
KNOWLEDGE COMMENTARY (New Testament)
©1983 by Scripture Press Publications, Inc.
4050 Lee Vance View Dr., Colorado Springs, CO 80918

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas están tomadas de la Versión Reina
Valera Revisión 1960.
La Santa Biblia Antiguo y Nuevo Testamento Antigua Versión de Casiodoro de Reina (1569).
Revisada por Cipriano de Valera (1602).
Otras revisiones: 1862, 1909 y 1960.
© Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960.
ISBN de la versión inglesa 0-88207-812-7
ISBN 968-6529 47-0 (obra completa, Nuevo Testamento)
968-6529 48-9 (Tomo 1)
Se dio término a la impresión de este libro el 15 de abril de 2004 en los talleres de Ediciones Las
Américas, A. C.

Contenido
Dedicatoria de la edición en castellano
Introducción
Prefacio
Proyecto de publicación del Comentario
Organización de los libros del Nuevo Testamento
Lista de abreviaturas
Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas
Comentario de San Mateo
Comentario de San Marcos
Comentario de San Lucas
Apéndice de mapas, gráficas y tablas
Dedicatoria
El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo se dedica al creciente número de
lectores y estudiosos de la Biblia de habla hispana. Los distintivos de este Comentario son
muchos, pero uno de los más sobresalientes es que comunica en forma concisa y clara el sentido
del texto bíblico. Será muy útil para quienes aman la palabra de Dios, las Sagradas Escrituras,
que nos hacen sabios para conocer “la salvación por la fe que es en Cristo Jesús”.
Agradecemos por este medio a los numerosos amigos que nos han ayudado a comenzar y
perseverar en la publicación de esta edición en castellano:
■ A los traductores, hombres y mujeres bien entrenados en el conocimiento de la Biblia y
capacitados para traducir fielmente el texto del Comentario.
■ Al personal de la casa publicadora, Ediciones Las Américas, A.C., Puebla, México.
■ A la Junta Directiva y la Administración de CAM Internacional que aprobaron este gran
proyecto con entusiasmo.
■ A los fieles amigos de CAM Internacional que ofrendaron para realizar la publicación de los
primeros tomos.
■ A los colegas en el ministerio cristiano que nos animaron con sus palabras de estímulo; en
especial a los editores generales de la edición original en inglés.
Julián Lloret
Jack Matlick

Introducción
La publicación de El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo es fruto de un largo e
histórico enlace fraternal entre el personal de varias instituciones: el Seminario Teológico de
Dallas, Tex., cuyo personal docente escribió el comentario original en inglés. Por otro lado, los
editores, traductores y personal técnico de esta publicación en castellano provienen de CAM
Internacional (antes llamada Misión Centroamericana), de las iglesias evangélicas
centroamericanas, de las iglesias bíblicas de México, del Seminario Teológico Centroamericano
de Guatemala (SETECA), de Ediciones Las Américas, A.C., y del Seminario Bíblico de Puebla,
México. El espíritu de cooperación entusiasta entre todos para esta obra es motivo de alabanza a
Dios.
Responsables de la edición en castellano
Julián Lloret, B.A. Th. M., Th.D. Consultor de Educación Teológica CAM Internacional,
Dallas, Tex.
Jack D. Matlick, B.A. Director, Medios de Comunicación CAM Internacional, Dallas, Tex.

Editores de la edición en castellano


Roberto Lloyd G., B.A., M.A. Editor, Ediciones Las Américas, A.C. CAM Internacional
Elizabeth C. de Márquez Jefe del Departamento Editorial, Ediciones Las Américas, A.C.,
Gonzalo Sandoval L. Director General, Ediciones Las Américas, A.C., Puebla, Méx.

Traductores del Tomo I


San Mateo
Lic. Bernardino Vázquez. Prof. en Pedagogía, Univ. Marroquín. Prof. y Lic. en Biblia,
SETECA. Catedrático de Filosofía, Univ. Madero. Asistente editorial, Ediciones Las
Américas, A.C.
San Marcos y San Lucas
Lic. Ismael Ramírez. Prof. y Lic. en Teología, SETECA. Estudios en Lenguaje y Ciencias
Sociales, Universidad Marroquín. Catedrático de griego y hebreo, SETECA, Guatemala.

Editores generales de la edición en inglés


John F. Walvoord B.A., M.A., Th.M., Th.D., D.D., Litt.D. Canciller, Ministro Representante y
Profesor Emérito de Teología Sistemática del Seminario Teológico de Dallas.
Roy B. Zuck B.A., Th.M., Th.D. Director y Profesor titular, Depto. de Exposición Bíblica,
Editor de Bibliotheca Sacra, Seminario Teológico de Dallas.

Editor de consulta, Nuevo Testamento


Stanley D. Toussaint, B.A., Th. M., Th.D. Profesor Titular Emérito de Exposición Bíblica,
Seminario Teológico de Dallas.

Autores del primer tomo


San Mateo
Louis A. Barbieri, Jr., B.A., Th.M., Th.D.,Profesor de Biblia, Instituto Bíblico Moody,
Chicago, Ill. (antes Decano Estudiantil y Profesor Asistente de Exposición Bíblica,
Seminario Teológico de Dallas.
San Marcos
John D. Grassmick, B.A., Th.M., Ph.D. infieri, Profesor asociado de literatura y exégesis del
Nuevo Testamento, Seminario Teológico de Dallas.
San Lucas
John A. Martin, B.A., Th.M., Th.D., Vicepresidente Ejecutivo, Universidad Wesleyana,
Rochester, N.Y. (antes profesor de exposición bíblica del Seminario Teológico de Dallas).
Prefacio
El Conocimiento Bíblico, Un Comentario Expositivo, es una serie de estudios detallados de
las Sagradas Escrituras escritos y editados exclusivamente por catedráticos del Seminario
Teológico de Dallas. La serie ha sido preparada para el uso de pastores, laicos, maestros de
Biblia, y para quienes desean estudiar un comentario comprensible, breve y confiable de la
Biblia completa.
¿Por qué publicar otro comentario bíblico cuando ya existen tantos? Hay varios distintivos
que hacen de El Conocimiento Bíblico un libro con matices propios.
Primero, fue escrito por la facultad de un solo seminario, el Teológico de Dallas, Texas,
E.U.A. Este hecho asegura una interpretación consistente de las Escrituras en el aspecto
gramatical e histórico así como en la perspectiva pretribulacionista y premilenarista. Sin
embargo, en las ocasiones en que existen diferencias de opinión entre los eruditos evangélicos,
los autores presentan varias interpretaciones del pasaje.
Segundo, esta serie de comentarios se basa en la muy popular versión Reina-Valera Revisión
1960 que todos conocemos. Así que es una herramienta útil y fácil de usar junto con su Biblia de
estudio personal.
Tercero, este Comentario tiene otros distintivos que no contienen otros: (a) Al comentar el
texto bíblico, los autores señalan cómo se desarrolla el propósito de cada libro y la manera en
que cada pasaje forma parte del contexto en que se encuentra. Esto ayuda al lector a ver la forma
en que el Espíritu Santo guió a los autores bíblicos a escoger su material y sus palabras. (b) Se
consideran y discuten con cuidado los pasajes problemáticos, costumbres bíblicas desconocidas,
y las así llamados “contradicciones”. (c) Se incorpora a este Comentario la opinión de los
eruditos bíblicos modernos. (d) Se discuten muchas palabras hebreas, arameas, y griegas que son
importantes para la comprensión de algunos pasajes. Se ha hecho una transliteración de ellas
para los que no conocen los idiomas bíblicos. Pero, aun los que conocen bien esos idiomas,
hallarán muy útiles los comentarios. (e) Para facilitar el estudio y comprensión del texto, se
incluyen diagramas, gráficos y listas que aparecen en el apéndice al final del tomo. (f) Se hacen
numerosas referencias cruzadas que ayudarán al lector a encontrar pasajes relativos o paralelos
que amplían el tema que se trata.
El material de cada libro de la Biblia incluye una Introducción donde se estudia al autor, la
fecha, el propósito, el estilo, y sus características únicas; unBosquejo, el Comentario, y una
Bibliografía. En la sección llamada Comentario se da el resumen de pasajes enteros así como la
explicación detallada de cada versículo y, muchas veces, de cada frase. Todas las palabras de la
versión Reina-Valera Revisión 1960 que se citan textualmente aparecen en letra negrilla, así
como el número de los versículos con que comienza cada párrafo. En la sección de Bibliografía
se sugieren otros libros y comentarios para estudio personal que sin embargo, no han sido
aprobados en forma total por los autores y editores de este Comentario.
Los tomos que constituyen la serie del Comentario del Conocimiento Bíblico presentan
exposiciones y explicaciones basadas en una esmerada exégesis de las Escrituras, pero no es
primordialmente un comentario devocional ni una obra exegética con detalles de lexicografía,
gramática y sintaxis ni hace un análisis de la crítica textual de los libros. Esperamos que este
Comentario le ayude a profundizar su comprensión de las Sagradas Escrituras a medida quelos
ojos de su entendimiento sean alumbrados por el ministerio del Espíritu Santo (Efesios 1:18).
Se ha diseñado este Comentario para enriquecer su comprensión y aprecio de las Escrituras,
la palabra de Dios inspirada e inerrante, así como para motivarle a no ser un “oidor”, sino
“hacedor” de lo que la Biblia enseña (Santiago 1:22); y para capacitarlo para que pueda “enseñar
también a otros” (2 Timoteo 2:2).
John F. Walvoord
Roy B. Zuck
Adaptado para la edición en español por Jack D. Matlick
PROYECTO DE PUBLICACIÓN DEL COMENTARIO
Nuevo Testamento
Tomo 1: San Mateo, San Marcos y San Lucas 1996
Tomo 2: San Juan, Los Hechos y Romanos 1996
Tomo 3: 1 Corintios a Filemón 1997–1998
Tomo 4: Hebreos a Apocalipsis 1998–1999
Antiguo Testamento
Se proyecta publicar en siets tomos, comenzando con el Pentateuco.
Este es un ministerio de CAM Internacional de Dallas, Tex. con la colaboración de Ediciones las
Américas, A.C., Puebla, México

ORGANIZACIÓN DE LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO


1. HISTORIA
Los cuatro evangelios
Los Hechos
2. EPÍSTOLAS
Epístolas del apóstol Pablo
Escritas durante los viajes misioneros
Gálatas
1 y 2 Tesalonicenses
1 y 2 Corintios
Romanos
Escritas desde la prisión
Efesios
Filipenses
Colosenses
Filemón
Epístolas pastorales
1 Timoteo
Tito
2 Timoteo
Epístolas generales
A cristianos hebreos
Hebreos
Santiago
A otras personas
1 y 2 Pedro
1, 2 y 3 Juan
Judas
3. VISIONES PROFÉTICAS
Apocalipsis
LISTA DE ABREVIATURAS

1. General
ac.,act. activo
a.C. antes de Cristo
a.m. antes meridiano
ar. arameo
A.T. Antiguo Testamento
ca. cerca de
cap., (s) capítulo (s)
cf. compare
cm., (s) centímetro (s)
d.C. después de Cristo
ed. edición, editado
eds. editores
e.g. por ejemplo
et al y otros
etc. y otras (cosas)
fem. femenino
gr. griego
hebr. hebreo
íbid en el mismo lugar
i.e. esto es
imper. imperativo
imperf. imperfecto
ing. inglés
kg., (s) kilogramo (s)
km., (s) kilómetro (s)
lit. literalmente
m. murió, muerto
mar. margen, lectura marginal
masc. masculino
ms., mss. manuscrito, manuscritos
mt., (s) metro (s)
n., ns. nota, notas
neut. neutro
n.p. no se sabe quién lo publicó
N.T. Nuevo Testamento
núm., (s) número, números
pág., (s) página, páginas
párr., (s) párrafo, párrafos
part. participio
pas. pasivo
perf. perfecto
pl. plural
p.m. pasado meridiano
pres. presente
pron., (s) pronombre (s)
s. siglo
sem. semítico
s.f. sin fecha
sing. singular
TDNT Theological Dictionary of the New Testament
TM texto masorético
trad. traducción, traductor
V. véase
v., vv. versículo, versículos
vb., (s) verbo, (s)
vol., (s). volumen, volúmenes
vs. versus

2. Libros de La Biblia
Antiguo Testamento
Gn. Génesis
Éx. Éxodo
Lv. Levítico
Nm. Números
Dt. Deuteronomio
Jos. Josué
Jue. Jueces
Rt. Rut
1,2 S. 1,2 Samuel
1,2 R. 1,2 Reyes
1,2 Cr. 1,2 Crónicas
Esd. Esdras
Neh. Nehemías
Est. Ester
Job Job
Sal. Salmos
Pr. Proverbios
Ec. Eclesiastés
Cnt. Cantares
Is. Isaías
Jer. Jeremías
Lm. Lamentaciones
Ez. Ezequiel
Dn. Daniel
Os. Oseas
Jl. Joel
Am. Amós
Abd. Abdías
Jon. Jonás
Mi. Miqueas
Nah. Nahum
Hab. Habacuc
Sof. Sofonías
Hag. Hageo
Zac. Zacarías
Mal. Malaquías

Nuevo Testamento
Mt. Mateo
Mr. Marcos
Lc. Lucas
Jn. Juan
Hch. Hechos
Ro. Romanos
1,2 Co. 1,2 Corintios
Gá. Gálatas
Ef. Efesios
Fil. Filipenses
Col. Colosenses
1,2 Ts. 1,2 Tesalonicenses
1,2 Ti. 1,2 Timoteo
Tit. Tito
Flm. Filemón
He. Hebreos
Stg. Santiago
1,2 P. 1,2 Pedro
1,2,3 Jn. 1, 2, 3 Juan
Jud. Judas
Ap. Apocalipsis

3. Versiones de La Biblia
BD Biblia al Día
BC Bover Cantera
BLA Biblia de las Américas
BJ Biblia de Jerusalén
HA Hispanoamericana (N.T.)
LA Latinoamericana (N.T.)
LXX Septuaginta
NC Nácar Colunga
NVI Nueva Versión International
RVA Reina Valera Actualizada
RVR09 Reina-Valera Revisión 1909
RVR60 Reina-Valera Revisión 1960
RVR95 Reina-Valera Revisión 1995
TA Torres Amat
Taizé Versión Ecuménica
VM Versión Moderna
VP Versión Popular (Dios Habla Hoy)
Vul. Vulgata Latina
Gráfica de transliteraciones hebreas y griegas
Hebreo
Consonantes

‫א‬ ’
‫בּ‬ b
‫ב‬ ḇ
‫גּ‬ g
‫ג‬ g̱
‫דּ‬ d
‫ד‬ ḏ
‫ה‬ h
‫ו‬ w
‫ז‬ z
‫ח‬ ḥ
‫ט‬ ṭ
‫י‬ y
‫כ‬ k
‫כ‬ ḵ
‫ל‬ l
‫מ‬ m
‫נ‬ n
‫ם‬ s
‫ע‬ ‘
‫פּ‬ p
‫פ‬ p̱
‫צ‬ ṣ
‫ק‬ q
‫ר‬ r
‫שׂ‬ ś
‫שׁ‬ š
‫תּ‬ t
‫ת‬ ṯ
Dagesh forte se representa por la duplicación de la letra.
Vocalización

‫בָּ ה‬ bâh
‫בּוֹ‬ bô
‫בּוּ‬ bû
‫בֵּ י‬ bê
‫בֶּ י‬ bè
‫בִּ י‬ bî
ָ‫בּ‬ bā
ֹ‫בּ‬ bō
‫ֻבּ‬ bū
ֵ‫בּ‬ bē
ִ‫בּ‬ bī
ַ‫בּ‬ ba
ָ‫בּ‬ bo
‫ֻבּ‬ bu
ֶ‫בּ‬ be
ִ‫בּ‬ bi
‫ֲבּ‬ bă
‫ֳבּ‬ bŏ
‫ֱבּ‬ bĕ
ְ‫בּ‬ be
‫בָּ הּ‬ bāh
‫בָּ א‬ bā’
‫בֵּ ה‬ bēh
‫בֶּ ה‬ beh

Griego
α, ᾳ a
β b
γ g
δ d
ε e
ζ z
η, ῃ ē
θ th
ι i
κ k
λ l
μ m
ν n
ξ x
ο o
π p
ρ r
σ, ς s
τ t
υ y
φ f
χ ̱j
ψ ps
ω, ῳ ō
ῥ rh
ʼ j
γγ ng
γκ nk
γξ nx
γχ nj̱
αἰ ai
αὐ au
εἰ ei
εὐ eu
ηὐ ēu
οἰ oi
οὐ ou
υἱ jui
MATEO
Louis A. Barbieri, Jr.
Traducción: Bernardino Vázquez

INTRODUCCIÓN
Resulta muy adecuado que el Nuevo Testamento comience con cuatro relatos de la vida de
Jesús. En ellos se presentan las “buenas nuevas” acerca del Hijo de Dios, su vida en la tierra y su
muerte en la cruz por el pecado de la humanidad. Los primeros tres evangelios tienen una
perspectiva muy similar de los hechos que rodean a la persona de Cristo, mientras que el cuarto
es único en su enfoque. Debido a este punto de vista común acerca de Jesucristo, a los primeros
tres relatos se les llama evangelios sinópticos.

El problema sinóptico
1. Planteamiento del problema. El término sinóptico proviene del adjetivo griego synoptikos,
derivado de syn y opsesthai “ver con” o “ver en conjunto”. Si bien Mateo, Marcos y Lucas tienen
distintos propósitos, en cuanto a la vida de Jesús todos tienen un punto de vista igual. Sin
embargo, deben explicarse las diferencias que existen entre ellos. Esas discrepancias y
semejanzas hacen surgir la pregunta de cuáles fueron las fuentes o documentos que se utilizaron
en su composición, y provocan lo que se conoce como “el problema sinóptico”.
La mayoría de los eruditos conservadores reconocen que los evangelistas usaron varias
fuentes. Por ejemplo, las genealogías de Mateo y Lucas pudieron obtenerse de los archivos del
templo o de la tradición oral. Lucas aclaró al principio de su evangelio (Lc. 1:1) que muchos
habían escrito acerca de los hechos de la vida de Jesús. Esto implica que Lucas pudo haberse
documentado en varios relatos escritos. Se puede inferir entonces que los evangelistas usaron
varias fuentes para producir sus escritos. No obstante, muchos eruditos no se refieren a esto
cuando hablan de las fuentes. La mayoría de ellos consideran que las “fuentes” eran escritos
extensos compilados por expertos editores para producir sus propios relatos. Esta conclusión ha
generado varias teorías acerca de cuáles fueron esas fuentes.
a. Teoría del Urevangelio. Aunque se desconoce su paradero, varios especialistas han llegado a
la conclusión de que un evangelio primigenio (conocido en alemán como Urevangelium) fue la
fuente que permitió a los editores bíblicos compilar sus relatos. La principal objeción contra esta
hipótesis es que no se ha encontrado ni un sólo vestigio de dicho documento. Ningún erudito
puede señalar que determinado documento sea el Urevangelio. Además, aunque esta teoría
pudiera justificar las semejanzas que hay entre los evangelios, no puede explicar las diferencias
que hay en el relato de los mismos eventos que consigna cada evangelio.
b. Teoría de la tradición oral. Algunos han llegado a la conclusión de que las fuentes básicas de
los evangelios provienen de la tradición oral que se desarrolló alrededor de la persona de Jesús.
Normalmente, la tradición constaba de cuatro etapas: (1) El suceso en sí. (2) El acontecimiento
se contaba y repetía hasta que era del dominio público. (3) Se fijaban los detalles del evento de
tal manera que era relatado exactamente en la misma forma. (4) El hecho era consignado en un
relato escrito. La objeción contra esta teoría es similar a la del Urevangelio; que puede explicar
las semejanzas pero no las diferencias entre los evangelios. Es más, ¿por qué los que fueron
testigos presenciales de los eventos de la vida de Jesús tendrían que limitarse a escribir sus obras
basándose en los relatos de la tradición oral?
c. Teoría documental. Una teoría que ha cobrado popularidad es la que asevera que los editores
bíblicos usaron diversas fuentes escritas para compilar sus relatos. Este punto de vista propone lo
siguiente: (1) El primer evangelio que se escribió fue el de Marcos. Una razón de peso para decir
esto es que sólo el 7% del evangelio de Marcos es único, mientras que el restante 93% se puede
encontrar en los relatos de Mateo y Lucas. (2) Además de Marcos se usó otra fuente que
básicamente contenía discursos. A ese documento se le llama “Q”, abreviatura del vocablo
alemán Quelle (fuente). Los casi 200 vv. que son comunes a Mateo y Lucas, pero que no se
encuentran en Marcos, deben haber provenido de “Q”. (3) Los editores usaron otras dos fuentes
por lo menos. Una contiene los vv. de Mateo que no están ni en Marcos ni en Lucas, y la otra
contiene los vv. de Lucas que no están en Mateo o Marcos.
Esta teoría presenta varios problemas. Primero, no concuerda con la tradición. Los eruditos
conservadores generalmente han sostenido que Mateo fue el primer evangelio que se escribió.
Aunque no todos ellos piensan igual, esta opinión tiene bastante respaldo y no debe ser tildada de
“mera tradición” porque a veces la tradición tiene razón. Segundo, esta teoría no puede explicar
el hecho de que Marcos hiciera en ocasiones comentarios que ni Mateo ni Lucas incluyeron.
Marcos escribió que el gallo cantó una segunda vez (Mr. 14:72), hecho que no incluyeron Mateo
y Lucas. En tercer lugar, si Marcos fuera el primer evangelio y hubiera sido escrito después de
morir Pedro alrededor del año 67–68 d.C., entonces Mateo y Lucas tuvieron que haber sido
escritos después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. Uno esperaría que dicha
destrucción fuese mencionada como un clímax adecuado a las palabras del Señor en Mateo
24–25 o a la declaración de Lucas en 21:20–24. Sin embargo, ninguno de los dos evangelios
menciona el evento. Cuarto, el mayor problema tiene que ver con la existencia del documento
“Q”. Si tal fuente hubiere existido y fuera de tanta importancia para que Mateo y Lucas la citaran
con tanta frecuencia, ¿por qué la iglesia no la consideró importante y la preservó?
Esta teoría es como sigue:

d. Teoría de la crítica de formas. Este punto de vista ampliamente aceptado, asume que la teoría
documentaria es correcta pero la lleva un paso más adelante. Dice que cuando los relatos de los
evangelios fueron compilados, ya existían múltiples documentos aparte de los cuatro
mencionados (Mateo, Marcos, Lucas y “Q”) que se han llamado “formas”. En la actualidad, los
intérpretes desean descubrir y clasificar esos documentos. Además, pretenden ir más allá y
descubrir exactamente lo que la iglesia quería comunicar con ellos. Los hechos literales que se
trasmitieron en tales escritos o “formas” no son suficientes en sí mismos. La verdad se descubre
yendo más allá de la historia literal. Esos hechos se consideran “mitos” que la iglesia edificó
alrededor de la persona de Jesús. Eliminando tales mitos o “desmitificando” los evangelios, se
descubre la verdad última acerca de Jesús.
Aunque esta teoría ha sido ampliamente aceptada, ofrece serios problemas. En primer lugar,
es virtualmente imposible clasificar las “formas” en categorías exactas. Y si esto se lograra, sería
difícil encontrar a dos intérpretes que estuvieran de acuerdo en ellas. Además, este punto de vista
afirma que la iglesia del primer siglo hizo que los evangelios se relataran en la forma que
sucedieron, pero nunca explica adecuadamente qué dio origen a la iglesia. En otras palabras, esta
hipótesis ha pasado por alto en forma deliberada el testimonio viviente de Cristo y el impacto
que su vida y muerte causó en los creyentes del primer siglo.
2. Solución sugerida. Pueden resolverse las semejanzas y diferencias que existen en los
evangelios por medio de un punto de vista combinado. Primero, los evangelistas del primer siglo
tuvieron un extenso conocimiento, por experiencia personal, de gran parte del material que
registraron. Mateo y Juan fueron discípulos de Jesús y pasaron con él bastante tiempo. El relato
de Marcos pudo ser el registro de las reflexiones que hizo Pedro cerca del final de su vida. Lucas
pudo haber conocido muchos datos a través de su relación con Pablo y otros. Todo esto bien
pudo usarse en la composición de los evangelios.
En segundo lugar, también debe considerarse la tradición oral. Por ejemplo, Hechos 20:35
refiere un dicho de Cristo que no registran los evangelios. En 1 Corintios 7:10 Pablo expresó un
mandato del Señor cuando tal vez ninguno de los evangelios había sido escrito aún. Tercero,
existieron documentos que relataban algunas de las historias acerca de Jesucristo. Lucas
reconoció este hecho al iniciar su evangelio (Lc. 1:1–4). Sin embargo, ninguno de los hechos o
verdades anteriores proporciona la dinámica para escribir un relato de la vida de Cristo inspirado
y libre de todo error. En cuarto lugar, debe considerarse un elemento más para ayudar a resolver
el problema sinóptico, a saber, el dinámico ministerio del Espíritu Santo que inspiró a los
evangelistas al registrar sus relatos. El Señor había prometido a los discípulos que el Consolador
les enseñaría y recordaría todas las cosas que les había dicho (Jn. 14:26). Esta dinámica del
Espíritu Santo garantiza la exactitud de los escritos, sea porque el autor humano se valió del
recuerdo de hechos pasados, de tradiciones orales que circulaban, o de otros relatos escritos que
tuvo a su disposición. Cualquiera que haya sido la fuente, la dirección del Espíritu Santo
garantizó un texto fidedigno. Conforme uno va entendiendo los diferentes relatos acerca del
Señor, se aclaran las supuestas “dificultades” que presentan, porque hubo una supervisión divina
sobre los evangelistas sin importar las fuentes que usaron.
El autor del primer evangelio. Cuando uno trata con la interrogante de quién escribió un cierto
libro de la Biblia, por lo regular se dispone de dos tipos de evidencia: la que se encuentra fuera
del libro (“evidencia externa”) y la que está dentro del mismo libro (“evidencia interna”). La
evidencia externa apoya fuertemente el punto de vista de que Mateo escribió el evangelio que
lleva su nombre. Muchos padres de la iglesia citaron a Mateo como su autor. Entre ellos se
encuentran Pseudo Bernabé, Clemente de Roma, Policarpo, Justino Mártir, Clemente de
Alejandría, Tertuliano y Orígenes (para más referencias V. el libro de Norman L. Geisler y
William E. Nix, A General Introduction to the Bible “Introducción General a la Biblia”.
Chicago: Moody Press, 1968, pág. 193). Por cierto que Mateo no fue uno de los apóstoles más
prominentes. Pudiera pensarse que el primer evangelio debieron escribirlo Pedro, Jacobo, o Juan.
Sin embargo, la opinión tradicional de la iglesia apoya ampliamente que Mateo es el escritor.
La evidencia interna también respalda el hecho de que Mateo fue autor del primer evangelio
porque contiene más referencias al dinero que cualquiera de los otros tres evangelios. De hecho,
incluye tres términos monetarios que no se encuentran en ninguna otra parte del N.T.: “(el
impuesto de) dos dracmas” (Mt. 17:24); “un estatero (4 dracmas)” (17:27), y “talentos” (18:24).
Puesto que la ocupación de Mateo era recaudar impuestos, seguramente tenía interés en las
monedas y conocía el precio de ciertos artículos. Su profesión exigía habilidad para escribir y
llevar estados de cuenta. Por lo tanto, es obvio que Mateo debió haber tenido, humanamente
hablando, la capacidad de poder escribir un libro como el primer evangelio.
También es evidente su humildad cristiana, porque a lo largo de su evangelio se refiere a sí
mismo como “Mateo el publicano”. No obstante, ni Marcos ni Lucas usan ese término
despectivo cuando hablan de él. Además, cuando Mateo empezó a seguir a Jesús, dice que lo
invitó a él y a sus amigos a “comer” (Mt. 9:9–10). Sin embargo, Lucas llamó al evento “un gran
banquete” (Lc. 5:29). Las omisiones del primer evangelio también son significativas, porque
Mateo no incluye la parábola del fariseo y el publicano (Lc. 18:9–14) ni la historia de Zaqueo,
otro publicano que reembolsó cuatro veces lo que había robado a otros (Lc. 19:1–10). En
resumen, la evidencia interna acerca del autor del primer evangelio señala a Mateo como el más
probable.
Idioma original del primer evangelio. Si bien todos los manuscritos disponibles del primer
evangelio están en griego, algunos sugieren que Mateo escribió en arameo, idioma muy similar
al hebreo. En efecto, cinco individuos afirmaron que Mateo escribió en arameo y que las
traducciones en griego fueron posteriores: Papías (80–155 d.C.), Ireneo (130–202 d.C.),
Orígenes (185–254 d.C.), Eusebio (siglo IV d.C.) y Jerónimo (siglo VI d.C.). Sin embargo,
pudieron haberse referido a otro manuscrito producido por Mateo distinto a su evangelio. Papías,
por ejemplo afirmaba que Mateo había compilado los dichos (logia) de Jesús. Esos “dichos” eran
quizá un segundo relato abreviado de las palabras del Señor, escrito en arameo y enviado a un
grupo de judíos para quienes sería muy significativo. Tal documento se perdió después, ya que
actualmente no existe ninguna versión del mismo. No obstante, el primer evangelio fue
probablemente redactado por Mateo en griego y así ha sobrevivido hasta nuestros días. La logia
de Mateo no sobrevivió, pero su evangelio sí. Esto se debe a que éste es parte del canon
inspirado de la palabra de Dios y ha sido preservado por su Espíritu.
Fecha del primer evangelio. Es imposible señalar con precisión la fecha específica en que se
escribió Mateo, pero los eruditos conservadores han sugerido varias fechas probables. C.I.
Scofield en su Biblia Anotada propone el año 37 d.C. Muy pocos expertos lo fechan después del
70 d.C., debido a que Mateo no hizo referencia alguna a la destrucción de Jerusalén. Además, las
referencias que hace a Jerusalén como la “santa ciudad” (Mt. 4:5; 27:53) implican que todavía
existía.
Parece que cierto tiempo transcurrió después de la crucifixión y resurrección de Jesús. Mateo
27:7–8 alude a una costumbre que existía “hasta el día de hoy” y 28:15 se refiere a un dicho que
circulaba “hasta el día de hoy”. Estas frases implican que había transcurrido algún tiempo, pero
no tanto como para que hubieran cesado las costumbres judías. Puesto que la tradición de la
iglesia ha defendido que Mateo fue el primer evangelio que se escribió, quizá la fecha que mejor
satisface a todos es el año 50 d.C., la cual es suficientemente temprana para considerar dicho
evangelio como el primero que se escribió. (Para una discusión más detallada y un punto de vista
distinto [que Marcos fue el primer evangelio], V. “Fuentes” en la Introducción al libro de
Marcos).
Circunstancias en que se escribió el primer evangelio. Aunque se desconoce la ocasión
específica, parece ser que Mateo tuvo dos razones para escribir su libro. Primera, quería
demostrar a los judíos incrédulos que Jesús era el Mesías. Él lo había encontrado y quería que
otros llegaran a tener la misma relación con él. Segunda, escribió para animar a los creyentes
judíos. Si en verdad Jesús era el Mesías, algo terrible había ocurrido: los judíos habían
crucificado a su propio Rey y Mesías. ¿Qué pasaría ahora con ellos? ¿Había terminado Dios su
obra con ellos? Debido a esto, quiso animarlos porque, aunque su acto de desobediencia
acarrearía el juicio sobre esa generación de israelitas, Dios no había terminado su labor con su
nación. En el futuro establecería su reino prometido con su pueblo. Entre tanto, los creyentes son
responsables de comunicar el exclusivo mensaje de fe en el Mesías a medida que van por el
mundo haciendo discípulos entre todas las naciones.
Características sobresalientes del primer evangelio
1. Mateo hace énfasis en el ministerio docente de Jesús. De todos los evangelios, éste es el
que contiene mayor cantidad de discursos. Ningún otro presenta tantas enseñanzas de Cristo. Los
caps. 5–7 se conocen como el sermón del monte; el 10 incluye las instrucciones dadas a los
discípulos al ser enviados al ministerio; el 13 presenta las parábolas del reino; en el 23 Jesús hace
una candente denuncia contra los líderes religiosos israelitas; y en 24–25 se encuentra el discurso
del monte de los Olivos, en el que explica con detalle el futuro de Jerusalén y de la nación entera.
2. Buena parte del material de Mateo está organizado en forma lógica más que cronológica.
Algunos ejemplos son: la genealogía de Cristo que se presenta en tres listados de 14 nombres,
una gran cantidad de milagros se presentan juntos, y el rechazo y oposición al Mesías aparece en
una sola sección. El propósito de la obra es evidentemente más temático que cronológico.
3. Este primer evangelio abunda en citas del A.T. Se incluyen casi 50 citas directas, además
de otras 75 alusiones indirectas a hechos veterotestamentarios. Esto es así debido a los
destinatarios a quienes se dirige. Al producir su obra, Mateo tuvo en mente en primera instancia,
a los judíos, quienes quedarían muy impresionados al ver las abundantes referencias a los
eventos y verdades del A.T. que hizo. Además, si este evangelio se escribió por el 50 d.C., no
había muchos libros novotestamentarios que se pudieran citar, además de que serían
desconocidos tanto para los lectores como para el mismo Mateo.
4. El primer evangelio demuestra que Jesús es el Mesías de Israel y explica el programa del
reino de Dios (V. el libro de Stanley Toussaint, Behold the King: A Study of Matthew “He aquí el
Rey: Un estudio de Mateo”, págs. 18–20). “Si en verdad Jesús era el Mesías”, preguntaría un
judío, “¿qué había pasado con el reino prometido?” El A.T. enseñaba con claridad que el Mesías
traería un reino utópico a la tierra en el cual Israel tendría una posición prominente. Debido a que
la nación rechazó al Rey verdadero, entonces ¿qué pasó con el reino? El libro incluye algunos
“misterios” acerca del reino que no habían sido revelados en el A.T. Estos “misterios” enseñan
que el reino adoptaría una forma distinta en la era presente, pero que el reino davídico prometido
sería instituido en el futuro cuando Cristo regrese a la tierra a establecer su gobierno (V.
“Misterios en el N.T.” en el Apéndice, pág. 359).
5. El primer evangelio presenta una declaración sumaria en su primer versículo: “Libro de la
genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. ¿Por qué el nombre de David aparece
antes que el de Abraham? ¿No era Abraham, el padre de la nación, más importante para la
mentalidad judía? Quizá Mateo pone primero el nombre de David porque de él vendría el Rey
que gobernaría a toda la nación (2 S. 7:12–17). Jesús trajo un mensaje para su pueblo. Pero según
el plan de Dios, fue rechazado. Por consiguiente, saldría un mensaje universal para alcanzar al
mundo entero. La promesa de bendición a todas las naciones se dio a través de Abraham en el
pacto que Dios concertó con él (Gn. 12:3). Es importante que Mateo incluyera en su mensaje a
gentiles como los magos de oriente (Mt. 2:1–12), al centurión con su gran fe (8:5–13) y a la
mujer cananea que tenía tanta fe como Cristo no había visto en Israel (15:22–28). Además, el
libro concluye con la gran comisión: “id y haced discípulos a todas las naciones” (28:19).

BOSQUEJO
I. Presentación del Rey (1:1–4:11)
A. Por su genealogía (1:1–17)
B. Por su nacimiento (1:18–2:23)
C. Por un precursor (3:1–12)
D. Por la aprobación de su Padre (3:13–4:11)
II. Mensajes del Rey (4:12–7:29)
A. Proclamación inicial (4:12–25)
B. Proclamaciones subsecuentes (caps. 5–7)
III. Credenciales del Rey (8:1–11:1)
A. Potestad sobre la enfermedad (8:1–15)
B. Potestad sobre las fuerzas demoniacas (8:16–17, 28–34)
C. Potestad sobre los hombres (8:18–22; 9:9)
D. Potestad sobre la naturaleza (8:23–27)
E. Potestad para perdonar (9:1–8)
F. Potestad sobre las tradiciones (9:10–17)
G. Potestad sobre la muerte (9:18–26)
H. Potestad sobre la ceguera (9:27–31)
I. Potestad sobre la mudez (9:32–34)
J. Potestad para delegar autoridad (9:35–11:1)
IV. La autoridad del Rey es desafiada (11:2–16:12)
A. En el rechazo de Juan el Bautista (11:2–19)
B. En la condena a las ciudades (11:20–30)
C. En varias controversias acerca de su autoridad (cap.12)
D. En la reprogramación del reino (13:1–52)
E. En varios rechazos (13:53–16:12)
V. Preparación de los discípulos del Rey (16:13–20:34)
A. La revelación en vista del rechazo (16:13–17:13)
B. La enseñanza en vista del rechazo (17:14–20:34)
VI. Clímax del ofrecimiento del Rey (caps. 21–27)
A. Presentación oficial del Rey (21:1–22)
B. Disputa religiosa con el Rey (21:23–22:46)
C. El rechazo nacional del Rey (cap. 23)
D. Mensajes proféticos del Rey (caps. 24–25)
E. El rechazo nacional del Rey (caps. 26–27)
VII. La resurrección del Rey es confirmada (cap. 28)
A. La tumba vacía (28:1–8)
B. Aparición personal (28:9–10)
C. Versión “oficial” (28:11–15)
D. Comisión oficial (28:16–20)

COMENTARIO

I. Presentación del Rey (1:1–4:11)


A. Por su genealogía (1:1–17)
(Lc. 3:23–38)
1:1. Desde las primeras palabras de su evangelio, Mateo presenta su personaje y tema
centrales. Jesucristo es el personaje principal de su relato y desde el primer v. lo vincula con dos
grandes pactos de la historia judía: el davídico (2 S. 7) y el abrahámico (Gn. 12; 15). Si Jesús de
Nazaret era el cumplimiento de esos dos grandes pactos ¿estaba emparentado con la línea
correcta? Esta es la pregunta que los lectores judíos harían. Por tal motivo, Mateo traza
detalladamente la genealogía de Jesús.
1:2–17. Mateo presenta el linaje de Jesús a través de José, su padre legal (v.16). Así, esta
genealogía traza el derecho de Jesús a ocupar el trono de David, que debía venir de Salomón y
sus descendientes (v. 6). De particular interés es la inclusión de Jeconías (v. 11) de quien
Jeremías dijo: “Escribid lo que sucederá a este hombre privado de descendencia … porque
ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David” (Jer. 22:30). La profecía de
Jeremías se relacionaba con la ocupación del trono de David y la recepción de la bendición
mientras se ocupara. Aunque los hijos de Jeconías nunca ocuparon el trono, la línea de gobierno
sí pasó por ellos. Si Jesús hubiera sido un descendiente físico de Jeconías, nunca hubiera tenido
derecho a ocupar el trono de David. La genealogía del libro de Lucas pone en claro que Jesús era
descendiente físico de David pero a través de otro de sus hijos, Natán (Lc. 3:31). Pero José,
descendiente de Salomón fue el padre legal de Jesús, por lo tanto, el derecho de Jesús de ocupar
el trono se trazó a través de José.
Mateo traza la línea de José a través de Salatiel hijo y Zorobabel nieto de Jeconías (Mt.
1:12). Lucas también se refiere a un Salatiel padre de Zorobabel (3:27) en el linaje de María.
Luego entonces, ¿el relato de Lucas da a entender que, después de todo, Jesús era del linaje de
Jeconías? Por supuesto que no, porque quienes aparecen en Lucas como Salatiel y Zorobabel
eran probablemente personas diferentes a las que menciona Mateo. En Lucas, Salatiel es hijo de
Neri, mientras que el homónimo que aparece en Mateo sí fue hijo de Jeconías.
Otro detalle interesante de la genealogía de Mateo es la inclusión de cuatro mujeres del A.T.:
Tamar (Mt. 1:3), Rahab (v. 5), Rut (v. 5), y Betsabé madre de Salomón, la que fue mujer de
Urías (v. 6). Todas ellas, (al igual que muchos de los hombres) eran cuestionables de alguna
manera. Tamar y Rahab fueron prostitutas (Gn. 38:24; Jos. 2:1), Rut era extranjera de origen
moabita (Rt. 1:4) y Betsabé cometió adulterio con David (2 S. 11:2–5). Tal vez Mateo incluyó a
estas mujeres para enfatizar que todos los designios de Dios, cuando trata con la gente, son por
su gracia. Quizá lo hizo también para poner en su lugar a los orgullosos judíos.
Cuando se menciona a María (Mt. 1:16), quinta mujer en la genealogía, ocurre un cambio
importante. En la genealogía se repite consistentemente la frase “engendró a” hasta que se
menciona a María. En este punto, Mateo cambia su redacción y dice: de la cual nació Jesús. El
pron. relativo fem. “de la cual” (ex jēs) indica claramente que Jesús era hijo físico de María pero
no de José. Esta milagrosa concepción y nacimiento de Jesús se explican en el relato de 1:18–25.
Es obvio que Mateo no puso en la lista a todos los descendientes entre Abraham y David
(vv. 2–6), o entre David y la deportación a Babilonia (vv. 6–11) y entre la deportación a
Babilonia y Jesús (vv. 12–16). En lugar de eso, hizo un listado de sólo catorce generaciones
para cada uno de esos períodos históricos (v. 17). Los judíos consideraban que no era necesario
citar a cada integrante de una genealogía para que ésta fuera válida. Pero, ¿por qué Mateo
seleccionó catorce nombres de cada período? Probablemente la mejor explicación es que el
nombre “David” en la numerología judía (que asignaba un valor númerico a las letras
consonantes), suma catorce. Debe notarse que del período de la deportación a Babilonia hasta el
nacimiento de Jesús, aparecen 13 nuevos nombres (vv. 12–16). Muchos especialistas creen que
Jeconías (v.12) que se repite del v. 11, provee el catorceavo nombre en este período final. La
genealogía del libro de Mateo responde a la importante pregunta que un judío seguramente haría
a todo aquel que pretendiera ser el Rey de Israel: ¿es Jesús descendiente de David por la línea
legítima de sucesión? Mateo responde: ¡sí!

B. Por su nacimiento (1:18–2:23)


(Lucas 2:1–7)
1. SU ORIGEN (1:18–23)
1:18–23. El hecho de que Jesús naciera únicamente “de María”, como indica su registro
genealógico (v. 16), exigía una explicación más amplia. Esto puede entenderse mejor a la luz de
las costumbres judías en torno al matrimonio. Los casamientos eran arreglados por los padres,
quienes concertaban contratos matrimoniales. Después de que esto se realizaba, se consideraba
que la pareja estaba unida en legítimo matrimonio y eran llamados marido y mujer. Sin embargo,
no vivían juntos todavía. En lugar de eso, la mujer seguía con sus padres y el hombre con los
suyos por un año. El período de espera tenía el propósito de probar la fidelidad del voto de
pureza dado por la novia. Si en el transcurso de ese tiempo se encontraba que había concebido,
era obvio que no era virgen y que se había visto envuelta en una relación de infidelidad sexual.
Por consiguiente, el matrimonio podía ser anulado. Pero, si después de cumplirse el plazo de un
año se demostraba la pureza de la novia, entonces el marido iba a casa de sus suegros y en un
ruidoso procesional llevaba a su esposa a casa. Desde ese momento comenzaban a vivir juntos
como marido y mujer y el matrimonio se consumaba. El relato de Mateo debe leerse teniendo en
mente este trasfondo.
María y José se encontraban en su año de espera cuando se halló que ella había concebido.
Sin embargo, todavía no habían tenido relaciones sexuales y María misma había sido fiel a su
esposo (vv. 20, 23). Aunque no se dice casi nada de lo que José pensó al saber esto, uno puede
imaginarse que su corazón estaba quebrantado. Él amaba a María con sinceridad, pero recibió la
noticia de que estaba embarazada. Sin embargo, demostró con los hechos su amor por ella.
Decidió no provocar un escándalo ni exponer su condición a los jueces a la puerta de la ciudad
para acusarla. Tal acto pudo haber resultado en la muerte de María por lapidación (Dt.
22:23–24). En lugar de eso, decidió dejarla secretamente (v. 19).
Luego, en sueños (cf. Mt. 2:13, 19, 22), un ángel dijo a José que el estado de María no había
sido causado por un hombre, sino por el Espíritu Santo (1:20; cf. v. 18). El niño que llevaba en
su matriz era singular. José debía llamar a ese hijo … JESÚS, porque él salvaría a su pueblo de
sus pecados. Seguramente, estas palabras trajeron a la mente de José las promesas divinas de
salvación del nuevo pacto (Jer. 31:31–37). El ángel del que no se menciona su nombre, también
le dijo a José que todo lo que ocurría se conformaba al plan de Dios, porque el profeta Isaías
había declarado 700 años antes: he aquí, una virgen concebirá, y dará a luz un hijo (Mt. 1:23;
Is. 7:14). Mientras que los eruditos del A.T. discuten si el vocablo hebreo ‘almâh debe traducirse
“doncella” o “virgen”, Dios claramente quería que aquí significara “virgen” (como se implica del
uso del vocablo gr. parthenos). La milagrosa concepción de María cumplió la profecía de Isaías
porque su Hijo verdadaderamente sería Emanuel … Dios con nosotros. A la luz de esta
declaración, José no debía temer al tomar a María y llevarla a casa (Mt. 1:20). Seguramente se
producirían muchos malentendidos entre la comunidad y murmuración en el pozo, pero él
conocía la verdadera historia acerca del embarazo de María y la voluntad de Dios para su vida
(V. “Mapa de Palestina en tiempos de Jesús” en el Apéndice, pág. 352).
2. SU NACIMIENTO (1:24–25)
1:24–25. Tan pronto como José despertó de este sueño, obedeció la orden recibida. Al llevar
a María de inmediato a su casa en lugar de esperar a que pasara el período de un año del
desposorio, José violó las costumbres al respecto. Probablemente pensó que sería lo mejor para
María considerando su condición. La llevó a su casa y empezó a cuidar de ella y proveerle
sustento. Pero no hubo relaciones sexuales entre ellos hasta después que dio a luz a su hijo
Jesús. Mateo registró el nacimiento del niño y el hecho de que le pusieron por nombre JESÚS
mientras que Lucas, por ser médico (Col. 4:14), consignó varios detalles adicionales
relacionados con el nacimiento (Lc. 2:1–7).

3. SU INFANCIA (CAP. 2)
a. En Belén (2:1–12)
2:1–2. Aunque no todos los expertos coinciden en la fecha en que llegaron los magos … del
oriente, parece ser que fue algún tiempo después del nacimiento de Jesús. El niño, María y José,
aunque seguían en Belén, ahora estaban en una casa (v. 11). A Jesús se le llama “niño” (paidion,
vv. 9, 11) y no “bebé recién nacido” (brefos, Lc. 2:12).
Aunque es imposible determinar la identidad exacta de los magos, se han sugerido varias
ideas. Tradicionalmente se les atribuyen nombres e identidad relacionados con los tres grupos de
pueblos que descienden de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. Lo más probable es que eran
hombres de alta posición provenientes de alguna nación gentil, quizá Partia, que estaba al noreste
de Babilonia, y que recibieron una revelación especial de Dios referente al nacimiento del rey de
los judíos. Esta revelación especial pudo verse en el firmamento. Puesto que eran “magos”
(expertos en astronomía) se refirieron a una estrella que habían visto. O tal vez pudo haber
venido de algún contacto con eruditos judíos que habían emigrado hacia el oriente con copias de
manuscritos del A.T. Muchos suponen que los comentarios que expresaron los magos reflejan
que conocían la profecía de Balaam acerca de la “estrella” que “saldría de Jacob” (Nm. 24:17).
Cualquiera que hubiere sido la fuente, ellos venían a Jerusalén a adorar al recién nacido Rey de
los judíos (de acuerdo con la tradición, tres magos hicieron el viaje a Belén, pero la Biblia no
dice cuántos eran).
2:3–8. No sorprende el hecho de que el rey Herodes se turbó cuando llegaron a Jerusalén
buscando al Rey de los judíos que “ha nacido” (v. 2). Herodes no era el legítimo rey de la línea
de David. De hecho, ni siquiera era descendiente de Jacob, sino de su hermano Esaú. Por lo
tanto, era edomita. (Reinó sobre Palestina desde 37 a.C. hasta el año 4 a.C.; V. “Herodes el
Grande y sus descendientes” en el Apéndice, pág. 368). Este hecho fue la causa de que muchos
judíos lo odiaran y nunca lo aceptaran verdaderamente como rey a pesar de que hizo mucho por
la nación. Si alguien había nacido legítimamente rey, entonces el trabajo de Herodes peligraba.
Por esa razón llamó a los eruditos judíos y convocados, inquirió de ellos dónde había de nacer
el Cristo (Mt. 2:4). Resulta interesante que Herodes vinculó al “rey de los judíos que ha nacido”
(v. 2) con “el Cristo” (Mesías). Obviamente Israel tenía la esperanza de que el Cristo habría de
nacer.
La respuesta a la pregunta de Herodes era sencilla, porque Miqueas el profeta había
indicado, siglos atrás, el lugar preciso: el Mesías habría de nacer en Belén (Miq. 5:2). Esta
respuesta de los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo fue aparentemente trasmitida
por el mismo Herodes a los magos. Luego el rey les preguntó cuándo habían visto por primera
vez la estrella (Mt. 2:7). Este incidente adquirió después proporciones críticas en el relato (v.
16); porque mostró que Herodes preparaba ya un plan para deshacerse del rey verdadero.
Además instruyó a los magos para que regresaran y le dijeran dónde estaba este rey, de manera
que, vaya y le adore. Esto no era, sin embargo, lo que tenía en mente.
2:9–12. El viaje de los magos a Belén forjó otro milagro. La estrella que habían visto en el
oriente reapareció en el cielo para guiarlos a una casa específica de Belén donde encontraron al
niño Jesús. Belén se localiza a 8 kilómetros al sur de Jerusalén. Las estrellas (i.e. planetas)
efectúan naturalmente su movimiento de traslación a través de los cielos de oriente a poniente,
no de norte a sur. ¿Podría ser que “la estrella” que los magos vieron y los guiaba, era la gloria
(shekiná) visible de Dios? Es la misma que había guiado a los hijos de Israel a través del desierto
durante 40 años en forma de columna de fuego y nube. Quizá esto fue lo que vieron en el oriente
y, a falta de un mejor nombre, la llamaron “estrella”. Todos los demás esfuerzos para explicar la
aparición de la estrella resultan inadecuados (como que fue una conjunción de Júpiter, Saturno y
Marte; una supernova; un cometa, etc.). De todos modos, ellos fueron guiados hasta el niño y
habiendo entrado lo adoraron. Su adoración fue realzada por los presentes que le entregaron,
oro … incienso y mirra. Esos regalos eran dignos de un rey y este acto de parte de líderes
gentiles describe la riqueza de las naciones que algún día será del Mesías (Is. 60:5, 11; 61:6;
66:20; Sof. 3:10; Hag. 2:7–8).
Hay quienes creen que los presentes tenían el significado adicional de reflejar el carácter de
la vida del niño. El oro puede representar su deidad y pureza, el incienso la fragancia de su vida
y la mirra su muerte y sacrificio (ésta última se utilizaba para embalsamar). Es obvio que fueron
los medios que José utilizó para llevar a su familia a Egipto y con los que se sostuvieron hasta
que Herodes murió. Los magos fueron avisados por revelación que no volvieran ni dijeran nada
a Herodes, por lo que regresaron a sus hogares por otro camino.
b. En Egipto (2:13–18)
2:13–15. Después de la visita de los magos, José fue avisado por un ángel del Señor que
tomara a María y al niño y huyera a Egipto. Esta advertencia le fue dada en sueños (el segundo
de cuatro que tuvo: 1:20; 2:13, 19, 22). La razón de la orden era que Herodes buscaría al niño
para matarlo. Al amparo de la noche, José obedeció el mandato y se fue con su familia de
Belén (V. “Mapa de los viajes de Jesús entre Belén, Egipto y Nazaret” en el Apéndice, pág. 353)
con rumbo a Egipto. ¿Por qué Egipto? El Mesías fue enviado y regresó de allí para que se
cumpliese lo dicho por el profeta: de Egipto llamé a mi Hijo. Esta es una referencia a Oseas
11:1 que no parece ser una profecía en el sentido de predicción. Oseas escribía acerca del
llamado de Dios a Israel para salir de Egipto al éxodo. Sin embargo, Mateo le dio un nuevo
significado a sus palabras. Veía esta experiencia como una identificación del Mesías con la
nación. Había semejanzas entre la nación y el Hijo. Israel era “hijo” escogido de Dios por
adopción (Éx. 4:22), y Cristo es el Mesías, Hijo de Dios. En ambos casos, su descenso a Egipto
fue para escapar de algún peligro y su retorno fue importante para la historia salvífica de la
nación. Si bien la declaración de Oseas era una alusión histórica a la liberación de Israel, Mateo
la relaciona más plenamente con el llamado del Hijo, el Mesías, de Egipto. En ese sentido se
cumplieron las palabras del profeta al aplicarlas Mateo a un evento más importante, al retorno
del Mesías de Egipto.
2:16–18. Tan pronto como Herodes supo que los magos no habían acatado sus órdenes de
proporcionarle la localización exacta del recién nacido rey, echó a andar un plan para matar a
todos los niños varones de Belén. Mandó exterminar a todos los menores de dos años, en
conformidad con el tiempo que había transcurrido desde que los magos vieron la “estrella” en el
oriente. Quizá este dato también indica que el niño Jesús tenía menos de dos años cuando los
magos lo visitaron.
La matanza de niños sólo se menciona aquí en toda la Biblia. Aun el historiador judío Josefo
(37–? 100 d.C.) no mencionó esta nefasta obra de dar muerte a inocentes criaturas y niños
pequeños. Pero no sorprende el hecho de que él y otros historiadores seculares pasen por alto la
masacre de unos cuantos niños hebreos en una ciudad insignificante como Belén. Después de
todo, Herodes era famoso por sus infames crímenes. Mató a algunos de sus propios hijos y
esposas porque sospechaba que formarían un complot en su contra. Se dice que el emperador
Augusto afirmó una vez que sería mejor ser el cerdo de Herodes que su hijo, porque un cerdo
tendría mayor probabilidad de sobrevivir en una comunidad judía. En griego, una sola letra
distingue a las palabras “cerdo” (juos) e “hijo” (juios).
La masacre de los niños sucedió en cumplimiento de la profecía de Jeremías (Jer. 31:15). El
pasaje original se refería al llanto de la nación por la muerte de sus hijos en tiempos del
cautiverio babilónico (586 a.C.). El paralelo con la situación en el tiempo de Jesús era obvio,
porque los niños fueron nuevamente asesinados a manos de no judíos. Además, la tumba de
Raquel estaba cerca de Belén y ella era considerada por muchos como la madre de la nación. Por
esa razón estaba llorando la muerte de los niños.
c. En Nazaret (2:19–23)
2:19–23. Pero después de muerto Herodes … José recibió instrucciones otra vez por medio
de un ángel del Señor. Esta fue la tercera de cuatro ocasiones en las que un ángel se le apareció
en sueños (cf. 1:20; 2:13, 19, 22). Fue puesto al tanto de la muerte de Herodes y se le indicó que
volviera a tierra de Israel (v. 20). José obedeció la instrucción del Señor y planificaba regresar,
quizá a Belén. Sin embargo Arquelao, hijo de Herodes, reinaba sobre los territorios de Judea,
Samaria e Idumea. Éste era conocido como tirano, asesino, inestable, y demente quizá por
provenir de un matrimonio entre parientes cercanos (gobernó del año 4 a.C. al 6 d.C. V.
“Herodes el Grande y sus descendientes” en el Apéndice, pág. 368). La advertencia divina que
recibió José (otra vez en sueños, Mt. 2:22; cf. 1:20; 2:13, 19) era que no regresara a Belén, sino
que debía mudarse a la norteña región de Galilea, a la ciudad de Nazaret. El gobernante de
dicha región era Antipas, otro hijo de Herodes (cf. 14:1; Lc. 23:7–12), pero muy capaz.
El hecho de que la familia se mudara a Nazaret también se dice que era para cumplir una
profecía (Mt. 2:23). Sin embargo, las palabras habría de ser llamado nazareno no fueron
pronunciadas directamente por ningún profeta del A.T., aunque varias profecías se aproximan a
esta expresión. Isaías dice que el Mesías sería “de la raíz de Isaí” como “una rama” (Is. 11:1). La
palabra “rama” proviene del hebreo neṣer, que tiene las mismas consonantes de “nazareno” y
que conlleva la idea de algo que tiene un comienzo insignificante.
Debido a que Mateo usó el plural profetas, quizá su idea no se basaba en una profecía
específica, sino en la que aparece en un número considerable de profecías acerca del carácter
despreciado del Mesías. Nazaret era el lugar de residencia de un destacamento militar romano
que estaba asignado a las regiones norteñas de Galilea. Por tal motivo, muchos de los judíos
nacionalistas no querían tener ninguna relación con esa ciudad. En realidad, los que vivían allí
eran considerados lacayos que se habían aliado con los enemigos de los judíos, los romanos. Por
lo tanto, llamar a alguien “nazareno” era usar un término despectivo. Debido a que la familia de
José se estableció en Nazaret, el Mesías fue posteriormente repudiado y considerado
despreciable a los ojos de muchos en Israel. Esta fue la reacción de Natanael al oir que Jesús era
de Nazaret (Jn. 1:46): “¿de Nazaret puede salir algo de bueno?” Este concepto se ajusta bien con
varias profecías veterotestamentarias que hablan de la pobre estima que el Mesías inspiraría (e.g.
Is. 42:1–4). Además, el término “nazareno” recordaría a los lectores judíos la semejanza fonética
que guarda con la palabra “nazareo” (Nm. 6:1–21). Sin embargo, Jesús fue más entregado a Dios
que los nazareos.

C. Por un precursor (3:1–12)


(Mr. 1:1–8; Lc. 3:1–9, 15–18; Jn. 1:19–28)
3:1–2. En su relato acerca del Rey Mesías, Mateo pasó por alto los siguientes treinta años de
la vida de Jesús. Retoma la historia describiendo el ministerio inicial de su precursor Juan el
Bautista o el “embajador” del Rey. En las Escrituras, encontramos que varios hombres se
llamaron Juan, pero uno sólo tuvo el distinguido nombre de Juan el Bautista, esto es, el que
bautiza. Aunque el bautismo autoimpuesto que efectuaban los prosélitos no era desconocido para
los judíos, el de Juan fue muy peculiar por ser él la primera persona que bautizaba a otros.
Juan llevaba a cabo su ministerio en el desierto de Judea, tierra estéril y escabrosa que
estaba al oeste del mar Muerto. Su mensaje era directo y constaba de dos partes: (1) Un aspecto
soteriológico, arrepentíos (2) y otro escatológico, el reino de los cielos se ha acercado. El
concepto del reino venidero era un asunto de sobra conocido en el A.T. Sin embargo, el concepto
de que el arrepentimiento era necesario para entrar al reino era novedoso, y llegó a ser un
tropiezo para muchos judíos. Ellos creían que se les iba a conceder la entrada en él de forma
automática por ser hijos de Abraham. No obstante, el mensaje de Juan estipulaba que era
necesario que se efectuara un cambio de mente y corazón (metanoeite “arrepentíos”) antes de
que estuvieran calificados para participar en el reino. Ellos no se daban cuenta de qué tanto se
habían alejado de la ley de Dios y de las exigencias establecidas por los profetas (e.g. Mal.
3:7–12).
El aspecto escatológico del mensaje de Juan ha causado numerosos problemas a los
comentaristas modernos. No todos los expertos coinciden en el significado de su mensaje. De
hecho, aun los eruditos conservadores están divididos en cuanto a este tema. ¿Qué predicaba
Juan? Él anunció el reino venidero, que simplemente significa “el gobierno venidero”. Dicho
gobierno tenía que provenir del cielo, “el reino de los cielos”. ¿Significa esto que Dios empezaría
a gobernar en el cielo? Por supuesto que no, porque el Todopoderoso siempre ha señoreado en
las esferas celestes desde que formó su creación. Lo que Juan daba a entender era que el
gobierno divino estaba a punto de extenderse directamente a la tierra. El gobierno del Altísimo
sobre ella se había acercado y estaba a punto de ser establecido a través de la persona del Mesías,
para quien Juan estaba preparando el camino. Ninguno le preguntaba de qué hablaba, porque el
concepto de un gobierno mesiánico en la tierra era un tema común en la profecía
veterotestamentaria. Sin embargo, el requisito indispensable para establecerlo era que la nación
se arrepintiera.
3:3–10. El mensaje de Juan era el cumplimiento de Isaías 40:3 con algunos visos de
Malaquías 3:1. Los cuatro evangelios relacionan a Juan el Bautista con el mensaje de Isaías (Mr.
1:2–3; Lc. 3:4–6; Jn. 1:23). No obstante, Isaías 40:3 se refiere a “constructores de calzadas”,
llamados a limpiar el camino en el desierto para preparar el retorno del Señor, al tiempo que su
gente, los exiliados, retornaban a Judá del cautiverio babilónico en el año 537 a.C. Juan el
Bautista, de forma similar, estaba en el desierto preparando el camino del Señor y su reino al
llamar a la gente para que retornara a él.
Así, Juan era una voz del que clama en el desierto para preparar un remanente que
recibiera al Mesías. Su predicación “en el desierto de Judea” (Mt. 3:1) sugiere que venía para
separar a las personas del sistema religioso de su época. Vestía en forma muy parecida a Elías
(vestido de pelo de camello … cinto de cuero; cf. 2 R. 1:8; Zac. 13:4). Comía langostas y miel
silvestre. Las langostas eran la comida de los más pobres (Lv. 11:21). Como Elías, era un
hombre rudo que trabajaba al aire libre y predicaba un mensaje muy directo.
Mucha gente de Jerusalén, y toda Judea llegaba para oir a Juan el Bautista. Algunos
aceptaban su mensaje y confesaban sus pecados para luego someterse al bautismo de agua, señal
de identificación con su ministerio. El bautismo de Juan no era igual al que practicaron los
cristianos después, porque era un rito que significaba confesión de pecados y el compromiso de
llevar una vida santa en anticipación de la venida del Mesías.
Sin embargo, no todos creyeron. Los fariseos y saduceos, que venían a ver lo que hacía,
rechazaron su llamado. Sus intenciones se resumían en las palabras de Juan para ellos (Mt.
3:7–10). Creían que ellos, por descender de Abraham estaban automáticamente calificados para
el reino mesiánico. Juan repudió absolutamente el judaísmo farisaico y decía que, si era
necesario, Dios podría levantar hijos a Abraham aun de las piedras. Si fuera necesario, Dios
buscaría a los extraños o los gentiles para encontrar individuos que le siguieran. El judaísmo
estaba en peligro de ser eliminado. A menos que hicieran frutos dignos de arrepentimiento (v.
8) Dios talaría el árbol que representaba a la nación (v. 10).
3:11–12. La relación entre Juan el Bautista y el Mesías venidero era evidente. Juan se
consideraba indigno de llevar (o desatar) el calzado del que venía tras él. Juan era simplemente
un precursor que preparaba un remanente para el Mesías, y bautizaba en agua a los que
respondían a su llamado. Pero el que vendría los bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Los que
oían estas palabras, los receptores del mensaje de Juan, seguramente recordarían las profecías de
Joel 2:28–29 y Malaquías 3:2–5. Joel había dado la promesa del derramamiento del Espíritu
Santo sobre Israel. En efecto, un verdadero derramamiento ocurrió en Hechos 2 en el día de
Pentecostés, pero Israel no obtuvo prácticamente los beneficios de ese evento. Sin embargo, aún
podrá experimentar los beneficios de esta obra divina cuando se arrepienta en la segunda venida
del Señor. El bautismo “con fuego” se refería al juicio y purificación de los que entrarían al reino
según se profetizó en Malaquías 3. Este simbolismo fue recogido por Juan, que habló de la
separación que se lleva a cabo cuando el aventador lanza al aire el grano, el trigo se recoge en
el granero y la paja es quemada. Juan decía que el Mesías, cuando viniera, prepararía un
remanente (el trigo) para el reino, de la gente a la que diera poder y purificara. Los que lo
rechazaran (la paja) serían juzgados y arrojados al fuego que nunca se apagará (cf. Mal. 4:1).

D. Por la aprobación de su Padre (3:13–4:11)


1. SU BAUTISMO (3:13–17)
(MR. 1:9–11; LC. 3:21–22)
3:13–14. Después de los años de silencio en Nazaret, Jesús compareció entre los que
escuchaban a Juan, y se presentó como un candidato más para ser bautizado. Sólo Mateo registra
el hecho de que Juan se opuso a bautizarlo: Yo necesito ser bautizado por tí, ¿y tú vienes a
mí?. Él reconocía que Jesús no se ajustaba a los requerimientos de su bautismo, debido a que
dicho bautismo era de arrepentimiento. ¿De qué tenía que arrepentirse Cristo? Él nunca pecó (2
Co. 5:21; He. 4:15; 7:26; 1 Jn. 3:5). Por lo tanto, no podía ser admitido oficialmente en el
bautismo de Juan aún cuando, buscaba ser bautizado por él. Algunos consideran que Jesús
quería confesar los pecados de la nación como habían hecho Moisés, Esdras y Daniel en
ocasiones previas. Sin embargo otra posibilidad se sugiere en 3:15.
3:15. Jesús contestó a Juan que lo más apropiado era que él participara en su bautismo en ese
momento diciendo: para que cumplamos toda justicia. ¿Qué quiso decir con eso? La ley
mosaica no contenía ninguna norma referente al bautismo, por lo tanto Jesús no tenía en mente
nada perteneciente a la justicia levítica. Sin embargo, el mensaje de Juan era de arrepentimiento
y los que lo experimentaban ponían su mirada hacia adelante, esperando al Mesías que vendría,
el justo y el que traería justicia perdurable. Si el Mesías tenía que traer justicia a los pecadores,
debía identificarse con ellos. Por lo tanto, era la voluntad de Dios que Jesús recibiera el bautismo
de Juan para identificarse (el significado verdadero de la palabra “bautizado”) con los pecadores.
3:16–17. El aspecto significativo del bautismo de Jesús es la legitimación que se expresó
desde los cielos. Cuando salió Jesús del agua … el Espíritu de Dios descendió sobre él en
forma de una paloma. Al emerger uno, otro bajaba. Entonces, se oyó una voz de los cielos (la de
Dios el Padre) que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia (cf. Ef. 1:6;
Col. 1:13). Dios repitió estas palabras acerca de Cristo en el monte de la transfiguración (Mt.
17:5). Las tres personas de la Trinidad estaban presentes en ese evento: el Padre que hablaba de
su Hijo, el Hijo que estaba siendo bautizado y el Espíritu, que descendía sobre Jesús como
paloma. Todo esto probó a Juan que Jesús era el Hijo de Dios (Jn. 1:32–34). También estaba en
conformidad con la profecía de Isaías que afirmaba que el Espíritu reposaría sobre el Mesías (Is.
11:2). El descenso del Espíritu Santo le dio poder al Mesías para llevar a cabo su ministerio
público.
2. EN LA TENTACIÓN (4:1–11)
(MR. 1:12–13; LC. 4:1–13)
4:1–2. Después de ser bautizado, Jesús fue llevado inmediatamente por el Espíritu de Dios
al desierto (se cree que cerca de Jericó. V. “Mapa del principio del ministerio de Jesús” en el
Apéndice, pág. 354) para ser probado. Este período era necesario para el plan de Dios; fue un
tiempo en que el Hijo fue obediente (He. 5:8). Después de haber ayunado cuarenta días,
cuando el Señor tuvo hambre, las pruebas comenzaron. Desde el punto de vista divino, las
tentaciones sirvieron para demostrar el carácter del Señor. Era imposible que el Hijo divino
pecara, lo que hizo que se magnificaran las tentaciones. No podía ceder ante las pruebas y pecar,
tenía que resistirlas hasta que terminaran.
4:3–4. La primera tentación tuvo que ver con su aspecto de Hijo. Satanás asumía que, si
Jesús era Hijo de Dios, quizá podría convencerlo de que actuara en forma independiente del
Padre. La prueba era sutil, porque puesto que es el Hijo de Dios efectivamente podía convertir
las piedras en pan. Pero esa no era la voluntad de Dios para su vida. Más bien, era que sintiera
hambre y estuviera en el desierto sin comida. Someterse a la tentación y mitigar su hambre
hubiera contravenido la voluntad de Dios. Por lo tanto, Jesús respondió citando Deuteronomio
8:3: no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. Es mejor obedecer la
palabra de Dios que satisfacer los deseos humanos. El hecho de que Jesús citara Deuteronomio
demuestra que reconocía la autoridad inerrante de ese libro, mismo que ha sido criticado por
muchos eruditos.
4:5–7. La segunda tentación de Satanás apelaba al deseo de popularidad o exhibicionismo
personal. Esta prueba se basaba en la anterior porque, si él era el Hijo de Dios y el Mesías, nada
podía dañarlo. El diablo le llevó al pináculo del templo. Si esto fue un hecho real o una visión
no puede determinarse dogmáticamente. Aquí Satanás le hizo una sutil invitación a Jesús como
Mesías. Le estaba recordando una profecía de Malaquías (Mal. 3:1), que había originado entre
algunos judíos la creencia de que el Mesías aparecería súbitamente en el cielo y descendería en el
templo. En esencia, le dijo: “¿por qué no haces lo que la gente espera ver o algo espectacular?
Después de todo, la Escritura afirma que los ángeles te protegerán para que no te lastimes ni un
pie cuando desciendas”. El diablo pensó que si Jesús había citado la Biblia él podía hacerlo
también. No obstante, no citó con precisión Salmos 91:11–12. Omitió a propósito la importante
frase “en todos tus caminos”. Según el salmista, Dios protege a la persona sólo cuando obedece
su voluntad. Para Jesús, echarse abajo desde el pináculo del templo, en una dramática exhibición
para adaptarse al pensamiento de la gente, no era la voluntad de Dios. Jesús respondió de nuevo
citando Deuteronomio (6:16) para decir que no era correcto tentar a Dios y esperar algo de él
cuando se anda fuera de su voluntad.
4:8–11. La última tentación tuvo que ver con los planes de Dios para Jesús. Siempre ha sido
y es el plan del Padre que su Hijo gobierne al mundo. Satanás mostró a Jesús los reinos del
mundo con toda su gloria. Tales reinos pertenecen al diablo porque es “el dios de este siglo” (2
Co. 4:4) y “el príncipe de este mundo” (Jn. 12:31; cf. Ef. 2:2). Tenía efectivamente el poder de
dar a Cristo el dominio sobre los reinos en ese momento, si tan sólo postrado me adorares.
Satanás le estaba diciendo: “yo puedo cumplir la voluntad de Dios para ti y podrás tener los
reinos de este mundo ahora”. Por supuesto que esto habría significado que Jesús nunca fuera a la
cruz. Supuestamente podía llegar a ser el Rey de reyes sin tener que pasar por la muerte. Sin
embargo, tal hecho hubiera distorsionado el plan divino de salvación y hubiera significado que
Jesús adorara a un ser inferior. Su respuesta se basó otra vez en Deuteronomio (6:13 y 10:20),
que estipula que sólo Dios debe ser servido y adorado. Jesús también supo resistir esta tentación.
Resulta interesante que las tentaciones de Eva en el Edén corresponden a las mismas que
Jesús experimentó en el desierto. Satánas apeló en ambos al apetito físico (Gn. 3:1–3; Mt. 4:3), la
ganancia personal (Gn. 3:4–5; Mt. 4:6) y el camino fácil para conseguir poder y gloria (Gn.
3:5–6; Mt. 4:8–9). En cada caso, Satanás alteró la palabra de Dios (Gn. 3:4; Mt. 4:6; V.
“Tentaciones del diablo a Eva y a Jesús” en el Apéndice, pág. 355), Las tentaciones del diablo en
la actualidad con frecuencia se presentan en las mismas tres categorías (cf. 1 Jn. 2:16). Quien se
había identificado con los pecadores a través del bautismo y proveería la justicia al hombre,
demostró así que era justo y aprobado por el Padre. Satanás entonces le dejó y Dios envió
ángeles para ministrar a sus necesidades.

II. Mensajes del Rey (4:12–7:29)


A. Proclamación inicial (4:12–25)
1. DE PALABRA (4:12–22)
(MR. 1:14–20; LC. 4:14–15)
a. Su predicación (4:12–17)
4:12–16. Mateo presentó un importante factor cronológico al escribir que Jesús no inició
oficialmente su ministerio público sino hasta que Juan el Bautista estaba preso. La razón de su
encarcelamiento no se describe en este pasaje, pero sí un poco después (14:3). Cuando Jesús
supo que Juan estaba en prisión se fue de Nazaret para establecerse en Capernaum (Lc.
4:16–30 explica por qué salió de Nazaret). Esa región era la que había sido ocupada por las tribus
de Zabulón y Neftalí durante la conquista del tiempo de Josué. Isaías había profetizado (Is.
9:1–2) que la luz llegaría a esas regiones y Mateo vio este movimiento de Jesús como el
cumplimiento de dicha profecía. Una de las obras del Mesías era llevar la luz a los que estaban
en tinieblas, porque él sería luz tanto a judíos como gentiles (cf. Jn. 1:9; 12:46).
4:17. Cuando Juan estaba preso Jesús comenzó … a predicar. Su predicación sonaba
familiar: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (cf. 3:2). El mensaje doble
de Juan ahora era proclamado por el Mesías. La obra de Dios estaba moviéndose rápidamente
hacia el establecimiento de su reino glorioso en la tierra. Si alguno quisiera tener parte en el reino
debía arrepentirse. El arrepentimiento era indispensable si se quería disfrutar de la comunión con
Dios.
b. Su llamado (4:18–22)
(Mr. 1:16–20; Lc. 5:1–11)
4:18–22. Puesto que Jesús era el Mesías prometido, tenía derecho a llamar a los hombres de
sus actividades normales para que lo siguieran. Esta no era la primera vez que estos hombres
habían tenido un encuentro con Jesús, porque el cuarto evangelio describe el primero que tuvo
con algunos de los discípulos (Jn. 1:35–42). Jesús llamó a estos pescadores a que dejaran sus
profesiones y le siguieran permanentemente. Los tomaría para que dejaran de ser pescadores
comunes y hacerlos pescadores de hombres. El mensaje del reino venidero necesitaba ser
ampliamente proclamado de tal modo que muchos lo escucharan y, por medio del
arrepentimiento, llegasen a ser súbditos del reino. El llamado tenía un precio, porque demandaba
no sólo dejar su trabajo, sino también sus hogares. Mateo escribió que Jacobo y Juan dejaron no
sólo sus labores sino también a su padre para seguir a Jesús.

2. DE HECHOS (4:23–25)
(LC. 6:17–19)
4:23. La obra del Señor no se limitaba a la predicación. Sus actos eran tan importantes como
sus palabras porque seguramente los judíos harían la pregunta “¿podrá éste que pretende ser el
Cristo hacer las obras del Mesías?” Mateo 4:23 es una importante declaración en resumen,
crucial para el tema del libro (cf. 9:35 que es casi idéntico a 4:23). Este v. contiene varios
importantes elementos. (1) Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de
ellos. El ministerio del que pretendía ser el Rey de los judíos se llevó a cabo entre los judíos.
Ministraba en las sinagogas, lugares donde los judíos se reunían para adorar. (2) Estaba
comprometido en “enseñar” y predicar. Así, estaba involucrado en un ministerio profético
porque era “el profeta” prometido en Deuteronomio 18:15–19. (3) Proclamaba el evangelio del
reino. Su mensaje era que Dios estaba realizando el cumplimiento de sus pactos para Israel y
estableciendo su reino en la tierra. (4) Sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo
(cf. “enseñaba”, “predicaba” y “sanaba” en Mt. 9:35). Todo esto autenticaba que Jesús era el
profeta, porque sus palabras eran respaldadas con señales que las legitimaban. Todas estas
acciones debían haber convencido a los judíos de que Dios estaba actuando en la historia para
llevar a cabo sus propósitos. Ellos eran responsables de prepararse a través del arrepentimiento
de sus pecados y el reconocimiento de Jesús como el Mesías.
4:24–25. El ministerio de Jesús y probablemente el de los cuatro discípulos que llamó (vv.
18–22) era dramático, porque la muchedumbre que oía del Señor empezó a congregarse ante él.
Se difundió su fama por toda Siria, el área al norte de Galilea. Conforme la gente llegaba, traía
a muchos afligidos por diversas enfermedades y Jesús los sanó a todos. No sorprende que
mucha gente le siguiera de Galilea, de Decápolis (lit. “10 ciudades” el área al sureste del mar
de Galilea), de Jerusalén, de Judea, y la región del otro lado (al poniente) del Jordán. (V.
“Mapa de Palestina en tiempos de Jesús” en el Apéndice, pág. 352).

B. Proclamaciones subsecuentes (caps. 5–7)


1. LOS SÚBDITOS DE SU REINO (5:1–16)
a. Carácter (5:1–12)
(Lc. 6:17–23)
5:1–12. Mientras las multitudes continuaban congregándose ante Jesús (cf. 4:25), él subió al
monte y se sentó, porque era la costumbre de los rabinos sentarse cuando enseñaban. Sus
discípulos vinieron a él y les enseñaba. Mateo 5–7 es comúnmente llamado el “sermón del
monte” porque Jesús lo expuso desde una colina. Aunque se desconoce la ubicación de ese
monte, no hay duda que estaba en algún lugar de Galilea (4:23) y quizá cerca de Capernaum, en
un lugar “llano” (Lc. 6:17). El término “discípulos” aquí no se refiere a los doce, como algunos
opinan, sino a la gran multitud que lo seguía (cf. Mt. 7:28 “la gente se admiraba de su
doctrina”).
Jesús instruyó a sus seguidores teniendo en perspectiva su anuncio del reino venidero (4:17).
Ciertas preguntas que brotarían naturalmente del corazón de un judío pudieron haber sido:
“¿podré calificar para entrar al reino mesiánico?” “¿soy suficientemente justo para poder entrar?”
La única norma de justicia que la gente conocía era la que habían establecido escribas y fariseos,
sus líderes religiosos. ¿Podría ser aceptado en el reino el que siguiera esa norma? El sermón de
Jesús debe entenderse en el contexto de su ofrecimiento del reino a Israel y la necesidad de
arrepentirse para pertenecer a él. El sermón no da una “constitución” del reino ni la forma de
obtener la salvación. El sermón muestra cómo debe conducir su vida una persona que está en
correcta relación con Dios. Aunque el pasaje debe entenderse a la luz del ofrecimiento del reino
mesiánico, el sermón se aplica a los creyentes de hoy en el sentido de que muestra la norma de
justicia que Dios exige de los suyos. Algunas de esas normas son generales (e.g. “no podéis
servir a Dios y a las riquezas” [6:24]) pero otras son específicas (e.g. “a cualquiera que te obligue
a llevar una carga por una milla, vé con él dos” [5:41]); y algunas pertenecen al futuro (e.g.
“muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?” [7:22]).
Jesús empezó su sermón con “las bienaventuranzas” o declaraciones que comienzan con la
fórmula: Bienaventurados … Esta expresión significa “felices” o “afortunados” (cf. Sal. 1:1).
Las cualidades mencionadas en esta lista, “los pobres en espíritu”, “los que lloran”, “los
mansos”, etc., no podían ser, obviamente, productos de la justicia farisaica. Los fariseos se
preocupaban principalmente de las cualidades externas, pero las que mencionó Jesús son
internas. Estas se producen únicamente cuando uno tiene una apropiada relación con Dios a
través de la fe, cuando deposita toda su confianza en Dios.
Los pobres en espíritu (Mt. 5:3) son aquellos que conscientemente dependen de Dios y no
de sí mismos. Ellos son “pobres” interiormente; incapaces de agradar a Dios por ellos mismos
(cf. Ro. 3:9–12). Los que lloran (Mt. 5:4) reconocen sus necesidades y las presentan al que es
capaz de ayudarlos. Los que son mansos (v. 5) son verdaderamente humildes y amables y tienen
un correcto concepto de sí mismos. (Praeis, es la palabra griega que se traduce como “manso” en
las otras tres veces que aparece en el N.T.: 11:29; 21:5; 1 P. 3:4 en otras versiones de la Biblia
[NVI; BJ; VP] se traduce como “suave” o “benigno”). Los que tienen hambre y sed de justicia
(Mt. 5:6) son los que tienen apetito espiritual, el deseo continuo de ser más justos. Los
misericordiosos (v. 7) prodigan su misericordia a otros, demostrando la misericordia que Dios
previamente les ha concedido. Los de limpio corazón (v. 8) son los que están interiormente
limpios de pecado por su fe en la provisión divina que perdona sus pecados y por el continuo
reconocimiento de su condición de pecadores. Los pacificadores (v. 9) muestran a otros cómo se
puede tener una genuina paz interior con Dios y cómo ser instrumentos de paz en el mundo.
Ellos desean y poseen la justicia de Dios a pesar de que ésta sea causa de persecución (v. 10).
Estas cualidades contrastaban agudamente con la “justicia” farisaica. Los fariseos no eran
“pobres en espíritu”, no “lloraban” reconociendo sus necesidades; eran orgullosos y ásperos; no
conocían la humildad y amabilidad. Estaban seguros de que habían alcanzado la justicia y no
tenían un continuo apetito o deseo de conocerla. Estaban más preocupados por cumplir los
“legalismos” de la ley de Dios y de sus propias leyes que en mostrar misericordia. Eran
ceremonialmente puros pero no interiormente; habían provocado un cisma y no paz en el
judaísmo. No cabe la menor duda de que no poseían la verdadera justicia. Los seguidores de
Jesús, que sí tienen las cualidades mencionadas, son los que llegan a ser herederos del reino de
Dios (vv. 3, 10) en la tierra (v. 5), reciben consolación espiritual (v. 4) y son saciados (v. 6),
reciben la misericordia de Dios y de los demás (v. 7); verán a Dios (v. 8), es decir, a Jesucristo
quien es Dios “hecho carne” (1 Ti. 3:16; cf. Jn. 1:18; 14:7–9). Los seguidores de Cristo son
reconocidos como hijos de Dios (Mt. 5:9; cf. Gá. 3:26) porque ellos participan de su justicia (Mt.
5:10).
Las personas que poseen estas cualidades se distinguirían por encima de los demás pero
serían incomprendidos por otros. Por lo tanto padecerían persecución; hablarían mal de ellos (v.
11). Sin embargo, las palabras de Jesús alentaron a sus seguidores, porque sufrirían la misma
suerte de los profetas, que también fueron incomprendidos y perseguidos (v. 12; cf. 1 R. 19:1–4;
22:8; Jer. 26:8–11; 37:11–16; 38:1–6; Dn. 3; 6; Am. 7:10–13).
b. Su esfera de influencia (5:13–16)
(Mr. 9:50; Lc. 14:34–35)
5:13–16. Jesús usó dos ilustraciones para demostrar el impacto que esas personas (los que
poseen las cualidades antes explicadas) iban a tener en su mundo: la sal y la luz. Sus seguidores
serían como sal en el sentido de que crearían en otros sed de mayor conocimiento. Cuando
alguien ve a una persona singular que posee cualidades superiores en áreas específicas de su
vida, desea descubrir por qué es diferente. Es también posible que la sal signifique que estas
personas actúan para preservar al mundo de los males de la sociedad que causan su
descomposición. Cualquiera que sea el punto de vista que se adopte, la cualidad importante que
se debe notar es que la sal debe mantener su carácter fundamental. Si la sal se desvaneciere, ya
no sirve y debe desecharse.
La luz existe para alumbrar y guiar a las personas. Los individuos que Cristo describió en los
vv. 3–10 obviamente alumbrarían y llevarían a otros por el camino correcto. Su influencia sería
evidente, semejante a una ciudad asentada sobre un monte o una luz. sobre el candelero (V.
“ ‘Proverbios’ de Jesús” en el Apéndice, pág. 356). Una lámpara puesta debajo de un almud (un
utensilio de barro para medir grano) sería inútil. La gente que alumbra vive de tal manera que los
otros ven sus buenas obras y traen alabanza no a ellos sino a su Padre que está en los cielos.
(En el v. 16 aparece la primera de 15 referencias de Jesús en el sermón del monte a Dios como
“vuestro [o ‘nuestro’, ‘mi’] Padre que está en los cielos”, “vuestro Padre celestial”, “vuestro
Padre”. V. también los vv. 45, 48; 6:1, 4, 6, 8–9, 14–15, 18, 26, 32; 7:11, 21. Quien permanece
en la justicia de Dios por fe, tiene una íntima relación espiritual con el Señor, como la de un hijo
con su padre amoroso).

2. SU MENSAJE ESENCIAL (5:17–20)


5:17–20. Esta sección presenta el meollo del mensaje de Jesús, porque demuestra su relación
con la ley de Dios. Él no presentó un sistema antagónico a la ley mosaica o al mensaje de los
profetas, sino un genuino cumplimiento de la ley y los profetas, en marcado contraste con las
tradiciones de los fariseos. La expresión “la ley y los profetas” se refiere a todo el A.T. (cf. 7:12;
11:13; 22:40; Lc. 16:16; Hch. 13:15; 24:14; 28:23; Ro. 3:21). Otra frase: de cierto os digo
significa literalmente “en verdad (o “de veras” NVI) os digo”. Tal expresión traduce la palabra
“amān” (transliteración del vocablo hebreo ’āman “ser o estar firme”, “ser verdad”). Esta
expresión “de cierto os digo” señala el inicio de una solemne declaración a la que los oyentes
deben prestar atención. Solamente en Mateo aparece 31 veces. (En el evangelio de Juan siempre
aparece duplicada “de cierto, de cierto os digo”, cf. el comentario de Jn. 1:51).
En Jesús, hasta la más pequeña letra hebrea, la jota, debía cumplirse (lit. yôḏ) y aun una
tilde, la más insignificante marca de la escritura hebrea. En español una jota corresponde al
punto que va encima de la letra “i” y una tilde equivale al acento ortográfico que se coloca
encima de una vocal “í”. Estos detalles son importantes, porque las letras forman palabras y aun
el más pequeño cambio en una de ellas puede modificar el sentido. Jesús afirmó que vino a
cumplir … la ley mosaica, obedeciéndola en forma perfecta y cumpliría las predicciones
proféticas referentes al Mesías y el reino. Sin embargo, también clarificó la responsabilidad de
los individuos. La justicia que ellos buscaban, la de los escribas y fariseos, era insuficiente para
entrar al reino que Jesús les ofrecía. La justicia que él exigía no era únicamente externa, sino
interna, y basada en la fe en la palabra de Dios (Ro. 3:21–22). Esto se clarificó aún más en lo que
dijo a continuación.

3. COMPROBACIÓN DE SU MENSAJE (5:21–7:6)


a. Rechazo de las tradiciones farisaicas (5:21–48)
Jesús rechazó las tradiciones (vv. 21–48) y prácticas de los fariseos (6:1–7:6). Seis veces
dijo: “Oísteis que fue dicho … pero yo os digo” (5:21–22; 27–28; 31–32; 33–34; 38–39; 43–44).
Estas palabras ponen en claro que Jesús estaba presentando (a) lo que los fariseos y doctores de
la ley decían al pueblo y en contraste, (b) el verdadero propósito de Dios al dar su ley. Esto es lo
que expresa su principal declaración (v. 20), a saber, que la justicia de los fariseos era
insuficiente para poder entrar al reino.
5:21–26. La primera ilustración que presentó Jesús de lo antes dicho, tenía que ver con un
importante mandamiento: no matarás (Éx. 20:13). Los fariseos enseñaban que el asesinato
consistía en privar de la vida a alguien. Pero el Señor dijo que el mandamiento se extendía no
sólo al hecho en sí, sino también a la actitud que había detrás del mismo. Es obvio que matar es
malo, pero lo es en igual medida la ira que provoca el asesinato. Mas aún, enojarse y asumir una
actitud de superioridad sobre otro llamándolo en forma despectiva (como el arameo raca o
necio) muestra el pecado que se abriga en el corazón. Una persona con ese corazón es un
pecador y se expone a ser echado al infierno de fuego (“infierno” es lit. “gehenna”, cf. Mt.
5:29–30; 10:28; 18:9; 23:15, 33. Siete de las once veces que este término aparece en el N.T. se
encuentran en Mateo). “Gehenna” significa valle de Hinom, que se localizaba al sur de Jerusalén,
donde había una fosa con fuego en la que eran quemados los desechos de la ciudad. Este nombre
era apropiado para referirse al lugar del castigo eterno para los impíos.
Actitudes erróneas como estas debían tratarse y corregirse. La reconciliación entre hermanos
debía alcanzarse ya fuera que el “ofensor” (5:23–24) o el “ofendido” (5:25–26) diera el primer
paso. Sin tal reconciliación las ofrendas presentadas ante el altar carecían de significado. Aun en
el camino hacia la corte, el acusado debía procurar disipar cualquier problema. De otra manera
podía ser echado a la cárcel por la corte judía o Sanedrín compuesto por 70 magistrados y se
quedaría sin un centavo.
5:27–30. La segunda ilustración práctica trataba el problema del adulterio (Éx. 20:14). Otra
vez, la enseñanza de los fariseos sólo se centraba en el acto externo. Afirmaban que la única
manera de cometer adulterio era a través de la unión sexual ilícita. Citaban correctamente el
mandamiento bíblico, pero no captaban su punto esencial. El adulterio comienza en el corazón
de uno (mirar a una mujer para codiciarla) y culmina en el hecho mismo. La lujuria del corazón
es tan mala como el acto en sí, e indica que el hombre no tiene una correcta relación con Dios.
Las palabras de Jesús que aparecen en el pasaje de 5:29–30 han sido con frecuencia
malinterpretadas. Resulta claro que no recomendaba la mutilación literal porque un hombre
privado de la vista puede tener tantos problemas con la lujuria como uno que sí ve. De la misma
manera, la persona con una sola mano puede usarla también para pecar. El Señor recomendaba
más bien que se erradicara la causa interna del delito o la ofensa. Debido a que un corazón lleno
de lujuria puede incitar al fin y al cabo a cometer adulterio, entonces el corazón de uno es el que
debe cambiar. Sólo mediante ese cambio de corazón el pecador se puede librar de ir al infierno
(“Gehenna”; cf. v. 22).
5:31–32 (Mt. 19:3–9; Mr. 10:11–12; Lc. 16:18). Había dos grandes corrientes de
pensamiento entre los líderes judíos tocante al tema del divorcio (Dt. 24:1). Los partidarios de
Hillel decían que le era permitido al esposo divorciarse de su mujer por cualquier razón. El otro
grupo (los seguidores de Shammai) sostenían que el divorcio sólo podía darse debido a una
ofensa grave. Al dar su respuesta, el Señor enseñó fuertemente que para Dios el matrimonio es
un lazo indisoluble que no debe terminar en divorcio. La “claúsula de excepción” a no ser por
causa de fornicación (porneias) es interpretada de distintas maneras por los eruditos bíblicos.
Cuatro de ellas son: (a) un solo acto de adulterio, (b) infidelidad durante el período del
desposorio (Mt. 1:19), (c) el matrimonio entre parientes cercanos (Lv. 18:6–18), o (d)
promiscuidad crónica (V. el comentario de Mt. 19:3–9).
5:33–37. El asunto de hacer juramentos (Lv. 19:12; Dt. 23:21) fue el siguiente que el Señor
trató. Los fariseos eran bien conocidos por los juramentos que hacían a la menor provocación,
aunque tenían ciertas reservas dentro de ellos. Si querían librarse de los que habían hecho por el
cielo … por la tierra … por Jerusalén o por su cabeza, argumentaban que, puesto que no
habían involucrado a Dios en esos juramentos, no eran obligatorios.
Sin embargo, Jesús afirmó que los juramentos ni siquiera eran necesarios: No juréis en
ninguna manera. El simple hecho de usar juramentos enfatizaba la maldad del corazón del
hombre. Más aún, jurar “por el cielo” “por la tierra” o por “Jerusalén” es comprometedor, porque
son el trono … estrado y ciudad de Dios respectivamente. Incluso el color del cabello de sus
cabezas era determinado por Dios (Mt. 5:36). No obstante, el mismo Señor más adelante,
respondió a un juramento (26:63–64) igual que Pablo (2 Co. 1:23). El Señor afirmaba que la vida
de la persona debe ser suficiente para respaldar sus palabras. Un sí o un no siempre deben
significar eso. Santiago parece haber recogido estas palabras del Señor en su epístola (Stg. 5:12).
5:38–42 (Lc. 6:29–30). La frase ojo por ojo, y diente por diente proviene de varios pasajes
del A.T. (Éx. 21:24; Lv. 24:20; Dt. 19:21). Se le llama lex talionis o ley de la retribución. Ésta
fue dada para proteger al inocente y garantizar que la retribución no rebasara la ofensa. No
obstante, Jesús señaló que si bien la ley protegía los derechos del inocente, los justos no tenían
que exigir sus derechos. En lugar de eso, el hombre justo se caracterizaría por ser humilde y
carente de egoísmo. Iría “la milla adicional” para mantener la paz. Cuando, agraviado por ser
golpeado en una mejilla, o despojado de su túnica (la ropa interior, la capa era la exterior) u
obligado a llevar una carga por una milla, no debía devolver la agresión, exigir la restitución, o
rehusarse a obedecer. En lugar de intentar vengarse, debía hacer precisamente lo opuesto, y
encomendar su caso al Señor que un día pondrá todas las cosas en orden (cf. Ro. 12:17–21). Esto
se ve en su máxima expresión en la vida del mismo Señor Jesús, como Pedro lo explica (1 P.
2:23).
5:43–48 (Lc. 6:27–28; 32–36). Los fariseos enseñaban que una persona debía amar a quienes
estuvieran cercanos o que fueran parientes (Lv. 19:18), pero que los enemigos de Israel debían
ser odiados. Implicando así que su odio era el medio que Dios usaba para juzgar a sus enemigos.
Sin embargo, Jesús afirmó que Israel debía mostrar el amor de Dios aun a sus enemigos ¡una
práctica que ni siquiera se encuentra en el A.T.! Dios los ama, hace salir su sol sobre ellos y
hace llover sobre sus campos para que produzcan cosechas. Puesto que su amor se extiende a
todos, Israel también debía ser un canal de su amor, prodigando amor a todos. Tal amor
demostraría que eran hijos de Dios (cf. Mt. 5:16). Amar sólo a los que os aman y saludar sólo a
vuestros hermanos no va más allá de lo que hacen los gentiles y publicanos, ¡una crítica tajante
contra los fariseos!
Jesús concluyó esta sección al decir: Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre
que está en los cielos es perfecto. Su mensaje habla de la norma de justicia divina, porque Dios
mismo es la “norma”. Si esos individuos querían ser justos, debían ser como Dios, “perfectos”
esto es, maduros (teleioi) o santos. Es obvio que el asesinato, la lujuria, el odio, el fraude y la
venganza no caracterizan a Dios. Él nunca rebaja su norma para acomodarse a los seres
humanos. En lugar de eso, su santidad absoluta es la norma. Aunque el hombre nunca alcance
completamente esta norma, la persona que confía en Dios goza de la justicia de Dios que se
reproduce en su vida.
b. Rechazo de las prácticas farisaicas (6:1–7:6)
El Señor pasó de las enseñanzas que daban los fariseos a examinar sus obras hipócritas.
6:1–4. Jesús habló primero de la práctica farisaica de dar limosnas. La justicia no es
esencialmente un asunto entre la persona y los demás, sino entre el individuo y Dios. Por lo
tanto, las obras de uno no deben exhibirse delante de otros para que luego la recompensa venga
de ellos (vv. 1–2). Los fariseos hacían gala de las limosnas que daban a los menesterosos en las
sinagogas y en las calles, pensando que así probaban lo justos que eran. Pero el Señor dijo que
al dar limosna la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha. El acto ha ser tan
secreto que la persona olvide lo que ha dado. De esta forma muestra su justicia ante Dios y no
ante los hombres, por lo cual el Señor lo recompensará en público. No se debe esperar recibir
recompensa tanto de Dios como de los hombres, como hacían los fariseos.
6:5–15 (Lc. 11:2–4). Jesús habló luego acerca de la oración que los fariseos acostumbraban
realizar en público. En lugar de hacer que la oración fuera un asunto entre el individuo y Dios,
los fariseos lo cambiaron para que fuera un acto para ser vistos de los hombres. Otra vez, para
exhibir su supuesta justicia. Sus oraciones, que consistían de largas y repetitivas frases no eran
dirigidas a Dios sino a los hombres (Mt. 6:7).
Jesús condenó tales prácticas. La oración debía dirigirse a vuestro Padre que está en secreto
(cf. Jn. 1:18; 1 Ti. 1:17), quien sabe de qué cosas tenéis necesidad (Mt. 6:8); no para “ser vistos
de los hombres”. Para tal efecto, Jesús enseñó a sus discípulos una oración modelo para que la
siguieran, misma que comúnmente se conoce como “el padre nuestro” pero que debería llamarse
“la oración de los discípulos”. Esta oración que es repetida por muchos cristianos, contiene
elementos que son importantes para toda oración:
(1) La oración debe empezar con adoración. Dios es invocado como el Padre nuestro que
estás en los cielos. La adoración es la esencia de toda oración. (En los vv. 1–18 Jesús usó la
palabra “Padre” ¡10 veces! Sólo quienes tienen una genuina justicia interior pueden dirigirse a
Dios así para adorarlo). (2) La reverencia es el segundo elemento de la oración, porque el
nombre de Dios debe ser santificado, es decir, reverenciado (jagiasthētō). (3) El deseo de que
venga el reino de Dios, venga tu reino, se basa en la seguridad de que Dios cumplirá todas sus
promesas a su pueblo expresadas en los pactos. (4) La oración debe incluir la petición de que su
voluntad sea hecha hoy en la tierra como en el cielo, es decir, completa y voluntariamente. (5)
Las peticiones por necesidades personales tales como el pan nuestro de cada día también deben
ser parte de la oración. “De cada día” (epiousion, expresión que aparece sólo aquí en el N.T.)
significa “suficiente para hoy”. (6) También se incluyen las peticiones acerca de necesidades
espirituales como el perdón. Esto implica que quien pide perdón ya ha perdonado a los que lo
han ofendido. Los pecados (cf. Lc. 11:4) tales como las deudas morales, revelan nuestras
deficiencias ante Dios. (7) Los creyentes reconocen sus debilidades espirituales cuando oran para
ser librados de la tentación de hacer el mal (cf. Stg. 1:13–14).
Las palabras de Jesús que aparecen en Mateo 6:14–15 explican la declaración acerca del
perdón que hizo en el v. 12. Si bien el perdón divino de los pecados no se fundamenta en que el
individuo perdone a otros, el perdón cristiano sí se basa en el hecho de que el creyente se da
cuenta de que ya ha sido perdonado (cf., Ef. 4:32). Lo que estos vv. señalan es el compañerismo
personal con Dios (no la salvación del pecado). Uno no puede estar en buena relación con Dios si
se niega a perdonar a otros.
6:16–18. El ayuno es el tercer ejemplo de la “justicia” farisaica. Los fariseos acostumbraban
a hacer ayunos para que la gente los viera y considerara muy espirituales. El ayuno enfatizaba la
negación de la carne, pero los fariseos la glorificaban llamando la atención de otros hacia ellos.
Las palabras del Señor enfatizan de nueva cuenta, que tales acciones debían hacerse en secreto
ante Dios. Sus seguidores tampoco debían imitar la costumbre farisaica de no ungir su cabeza
con aceite de olivo mientras ayunaban. Cristo dijo que sólo Dios sabe todo y los recompensaría
de acuerdo a ello.
En los tres ejemplos de la “justicia” farisaica que usó: dar limosnas (vv. 1–4) orar (vv. 5–15)
y ayunar (vv. 16–18) Jesús calificó a los dirigentes religiosos como hipócritas (vv. 2, 5, 16) y
ostentosos (vv. 1–2, 5, 16), porque recibían su recompensa al hacer sus obras para ser vistos de
los hombres (vv. 2, 5, 16). En lugar de eso, debían actuar en secreto (vv. 4, 6, 18), y ser
recompensados por el Padre que ve o “sabe” cuándo las acciones de alguien se hacen en secreto
(vv. 4, 6, 8, 18).
6:19–24. (Lc. 12:33–34; 11:34–36; 16:13). La actitud hacia la riquezas es otro indicador de
la justicia de una persona. Los fariseos creían que el Señor bendecía materialmente a todos los
que amaba. Por lo tanto, se afanaban por amontonar grandes tesoros en la tierra. Sin embargo,
esos tesoros estaban expuestos a corromperse (la polilla destruye la ropa y el orín el metal; cf.
Stg. 5:2–3), o ser hurtados, mientras que los tesoros depositados en el cielo jamás se pierden.
Los fariseos tenían este problema debido a que sus ojos espirituales estaban enfermos (Mt.
6:22). Con sus ojos codiciaban el dinero y la riqueza. Por lo tanto, se encontraban en tinieblas
espirituales. Eran esclavos de su amo la avaricia, y su deseo de obtener dinero era tan grande,
que fallaban en el servicio a su verdadero amo, Dios. La palabra riquezas es la traducción del
vocablo arameo mamōna “riqueza o propiedad” (“Mammón” VM).
6:25–34 (Lc. 12:22–34). Si una persona está ocupada en los asuntos de Dios, el verdadero
Señor, ¿cómo podrá tener cuidado de las necesidades ordinarias de su vida como el alimento,
vestido y abrigo? Los fariseos, en su afán por obtener las cosas materiales nunca aprendieron a
vivir por fe. Jesús les dijo a ellos y a nosotros: no os afanéis por estas cosas, porque la vida es
más importante que las cosas materiales. Para probar su enseñanza, empleó varias ilustraciones.
El padre celestial alimenta a las aves del cielo y los lirios del campo … crecen de tal manera
que su gloria es mayor que la de Salomón. Jesús afirmó que Dios ha integrado en su creación
los medios necesarios para sustentar todas las cosas. Las aves reciben alimento sin trabajar para
mantener su vida, no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros grandes cantidades de
alimento. ¡Los creyentes valen mucho más para Dios que las aves! Los lirios crecen a diario
gracias al proceso natural que está dentro de ellos. Por lo tanto, el individuo no tiene que
afanarse por su existencia (Mt. 6:31), porque por mucho que se afane, no podrá añadir tiempo
a su vida, ni a su estatura un codo. En lugar de ser como los gentiles que se preocupan por las
necesidades materiales, los discípulos deben preocuparse de las cosas de Dios, su reino y su
justicia. Luego, todas estas cosas serán suplidas en el tiempo de Dios. Esta es la vida que
diariamente se sostiene por fe. Preocuparse no ofrece ningún bien, la frase no os afanéis aparece
tres veces (vv. 25, 31, 34; cf. vv. 27–28). No conviene preocuparse por el día de mañana
porque cada día tiene suficientes asuntos que atender. El afán es un indicio de que la persona
tiene “poca fe” en lo que Dios puede hacer (v. 30; cf. hombres de poca fe en 8:26; 14:31; 16:8).
Cuando un discípulo tiene cuidado cotidiano de las cosas de Dios que le han sido encomendadas,
su Padre celestial (6:26, 32) se encarga de sus necesidades diarias.
7:1–6 (Lc. 6:41–42). Una última ilustración de las prácticas farisaicas se relaciona con juzgar
a otros. Los fariseos juzgaban a Jesús considerándolo inadecuado porque no les ofrecía el tipo de
reino que esperaban ni les pedía la justicia que exhibían por lo tanto, lo rechazaron. Pero él les
advirtió que no juzgaran hipócritamente.
Este pasaje no enseña que nunca deben hacerse juicios. Mateo 7:5 habla de remover la paja
que está en el ojo de tu hermano. El punto que el Señor enseñó es que el individuo no debe
criticar o condenar la paja que está en el ojo ajeno cuando él tiene una viga en el ojo (esta es una
hipérbole muy fuerte). Tal juicio es hipócrita (¡Hipócrita!, v. 5; cf. “hipócritas” en 6:2, 5, 16).
Aunque a veces es necesario juzgar, los que hacen marcadas distinciones (krino, juzguéis,
significa “distinguir” y por lo tanto “decidir”) deben estar seguros de cómo están sus vidas.
Más aún, cuando uno trata de ayudar a otros, debe tener mucho cuidado de hacer lo que sea
aceptado y benéfico. Nunca se deben confiar las cosas santas (lo que es santo) a gente impía
(perros; cf. “perros” en Fil. 3:2) o echar las perlas delante de los cerdos. Los perros y cerdos
eran animales muy despreciados en ese tiempo.

4. LLAMADO A LOS OYENTES (7:7–29)


7:7–11 (Lc. 11:9–13). Un poco antes, en este mismo sermón, Jesús enseñó a sus discípulos la
oración modelo (Mt. 6:9–13). Aquí les asegura que Dios acepta con beneplácito la oración y los
conmina a que se acerquen a él en forma continua y persistente. Esto se enfatiza en los vbs. en
presente en gr., donde la idea es “seguir pidiendo”, “seguir buscando” y “seguir llamando” (7:7).
¿Por qué? Porque vuestro Padre que está en los cielos (v.11) se complace en darles buenas
cosas (cf. Stg. 1:17) a quienes perseveran en la oración. (Lucas sustituye “buenas dádivas” por
“el Espíritu Santo”, Lc. 11:13). Ningún padre correcto daría a su hijo … una piedra en lugar de
una rebanada de pan (que eran similares en su forma) o una serpiente que es parecida a un
pescado. Si un padre terrenal, de naturaleza pecaminosa (perversa) se complace en dar las cosas
materiales que convienen a sus hijos, es lógico que el Padre celestial, quien es justo, con mucha
más razón recompensará a sus hijos espirituales por ser perseverantes.
7:12. Este v. es comúnmente llamado “la regla de oro”. Enseña que aquello que las personas
quieren que los demás hagan con ellas, deben, a su vez, hacer lo mismo con los demás. Este
principio resume las enseñanzas fundamentales de la ley y los profetas. Pero tal principio no
puede ser consistentemente practicado por una persona natural. Sólo quien es justo, puede
practicar esta norma y así, demostrar el cambio espiritual que ha ocurrido en su vida. Un
individuo capaz de vivir así obviamente posee la justicia que Jesús demanda (5:20). Las acciones
justas de esa persona no le salvan, pero porque ya ha sido liberada, es capaz de mostrar una
genuina justicia hacia los demás.
7:13–14 (Lc. 13:24). Al explicar la regla de oro, Jesús abrió el camino para llegar a la
justicia. La justicia que él demandaba (Mt. 5:20) no se conseguía por entrar a través de la puerta
… ancha y el camino … espacioso, más bien, por la puerta estrecha y el camino … angosto.
A la luz de todo el sermón, resulta obvio que Jesús comparaba la puerta ancha y el camino
espacioso con la justicia externa de los fariseos. Si los oyentes obedecían las enseñanzas
farisaicas, seguramente irían por el camino a la perdición (apōleian, “ruina”, “destrucción”). La
puerta estrecha y el camino angosto se refieren a la enseñanza de Jesús, que enfatizaba no los
reglamentos externos, sino la transformación interna del ser humano. Incluso el Señor reconoció
que pocos … hallan el verdadero camino que lleva a la vida (i.e., el cielo, en contraste con la
ruina en el infierno).
7:15–23 (Lc. 6:43–44; 13:25–27). Después de presentar el verdadero camino de acceso a su
reino, Jesús dio una advertencia acerca de los falsos profetas. Se refirió a los defensores del
camino espacioso como lobos rapaces que pretenden ser inofensivos como ovejas. ¿Cómo se
puede reconocer el carácter de los falsos maestros? Simplemente observando los frutos que
producen. Las uvas e higos no crecen en los espinos y abrojos. El buen árbol produce buenos
frutos, pero el árbol malo produce frutos malos. En su evaluación, Jesús afirmó que los
fariseos evidentemente estaban produciendo frutos malos. Lo único que le puede pasar a un
árbol malo es que sea cortado y echado en el fuego. Si no cumple el propósito por el que fue
creado, debe ser eliminado.
Los que oyeron este sermón deben haberse preguntado si se refería a sus líderes religiosos,
que aparentemente eran buenos hombres y enseñaban verdades espirituales acerca del Mesías y
su reino. Jesús dejó en claro que no eran buenos porque extraviaban a sus semejantes. Aunque
efectuaran acciones sobrenaturales como profetizar en tu nombre, echar fuera demonios y
hacer milagros, no eran obedientes al Padre ni hacían su voluntad de continuo (Mt. 7:21). Por
lo tanto, serían rechazados del reino porque Jesús nunca tuvo una relación personal con ellos
(vv. 21, 23).
7:24–27 (Lc. 6:47–49). Para concluir, Jesús presentó las dos opciones que los oyentes tenían
ante sí. Desde ese momento eran responsables de lo que habían oído. Tenían que tomar una
decisión al respecto. Podían edificar en cualquiera de dos cimientos. Uno se compara con la roca
y el otro con la arena. El cimiento determina la capacidad de la estructura de un edificio para
resistir los elementos naturales (lluvia y vientos). El cimiento de roca representa al Señor mismo
y las enseñanzas que había presentado, especialmente la que tenía que ver con la transformación
interna del individuo. La arena representa la justicia farisaica que la gente conocía y en la cual
muchos cifraban sus esperanzas. Cuando viniera la tormenta, el primer cimiento daría
estabilidad; el segundo sólo traería destrucción. Por lo tanto, el que oye y hace las palabras de
Jesús es prudente, el que no las hace, es insensato. Sólo hay dos cursos de acción posibles, dos
puertas, dos caminos (Mt.7:13–14), dos tipos de árboles y frutos (vv. 15–20), dos tipos de
cimientos y edificadores (vv. 24–27; V. “Parábolas de Jesús” en el Apéndice, pág. 357).
7:28–29. Después de registrar el “sermón del monte” de Jesús, Mateo escribió: Y cuando
terminó Jesús estas palabras. Cinco veces aparece esta declaración (idéntica o similar), cada
una de ellas después de una serie de enseñanzas de Jesús: v. 28, 11:1; 13:53; 19:1; 26:1 y sirven
como transición en la estructura del libro.
Como resultado de este sermón, la gente que seguía a Jesús se admiraba de su doctrina.
“Se admiraba” (exeplēssonto, lit. “estar atónito”) significa “sentirse abrumado”. Comunica la
idea de sentirse súbitamente asombrado y es un término más fuerte que thaumazō
(“sorprenderse” o “maravillarse”). Mateo usó exeplēssonto cuatro veces (7:28; 13:54; 19:25;
22:33). El Señor acababa de exhibir los defectos e inconsistencias del sistema religioso farisaico.
La justicia que ellos conocían no era suficiente para entrar en su reino. La autoridad de Jesús es
lo que impresionaba a los oyentes porque hablaba como vocero de Dios, no como los escribas
de su tiempo, que simplemente reflejaban la autoridad de la letra de la ley. Así las cosas, el
contraste entre Jesús y los líderes religiosos era más pronunciado.

III. Credenciales del Rey (8:1–11:1)


Jesús autenticó su calidad de Mesías con sus palabras y hechos (caps. 3–4). En un extenso
sermón anunció las normas que debían alcanzarse para entrar a su reino y presentó con claridad
la vía de acceso (caps. 5–7). No obstante lo anterior, los judíos tenían aún preguntas en su mente.
¿Podría ser éste el Mesías? Si era así, ¿podría efectuar los cambios necesarios para establecer el
reino? ¿Tenía el poder para producir tal cambio? Por lo tanto, a continuación Mateo presenta una
serie de milagros para autenticar delante de Israel que él era el Rey y para probar que era capaz
de cumplir su palabra. Estos milagros muestran las varias esferas en las que Cristo tiene
autoridad.

A. Potestad sobre la enfermedad (8:1–15)


1. LEPRA (8:1–4)
(MR. 1:40–45; LC. 5:12–16)
8:1–4. Es significativo que la primera sanidad que Mateo registra fue la de un leproso. Sin
embargo, Jesús ya había efectuado algunos milagros antes que este (V. “Milagros de Jesús” en el
Apéndice, pág. 370). El enfermo vino a Jesús, reconociendo su autoridad como Señor (cf. 7:21;
8:6). Jesús lo sanó ¡tocó al leproso! (v. 3) y le indicó: vé muéstrate al sacerdote, y presenta la
ofrenda apropiada para la purificación del leproso, como prescribió Moisés (Lv. 14; dos
avecillas, madera de cedro, grana e hisopo el primer día [Lv. 14:4–8]; en el octavo día dos
corderos machos, una cordera, flor de harina y aceite [Lv. 14:10]). Jesús le indicó además que no
dijera a nadie lo sucedido antes de ir con el sacerdote. Aparentemente Jesús quería que el
sacerdote fuera el primero en examinarlo.
Jesús afirmó que este hecho iba a ser un testimonio para los sacerdotes. Y así fue, porque en
toda la historia de la nación no existía otro caso de algún israelita que hubiera sido curado de
lepra excepto María, hermana de Moisés (Nm. 12:10–15). ¡Uno puede imaginarse el impacto
dramático que se produjo cuando este hombre se presentó en el templo anunciando que estaba
sano de lepra! Este evento debe haber provocado que se investigaran las circunstancias que
rodearon esa sanidad. De esta manera, Jesús hizo llegar su “tarjeta de presentación” a los
sacerdotes, lo cual provocó que se investigaran sus pretensiones. (Con todo, el hombre sanado
desobedeció las indicaciones de Jesús de no decir a nadie lo ocurrido porque “comenzó a
divulgarlo mucho” [Mr. 1:45]. No obstante, se supone que eventualmente el hombre sí fue al
templo).

2. PARÁLISIS (8:5–13)
(LC. 7:1–10)
8:5–13. El segundo milagro que trataba con la enfermedad también reflejó la autoridad de
Jesús. Al entrar en Capernaum, vino a él un centurión romano rogándole le ayudara (V. el
comentario de Lc. 7:2 acerca de los centuriones). Este gentil se acercó a Jesús llamándolo Señor
(igual que el leproso, Mt. 8:2) y le pidió que sanara a su criado. Lucas usa el término doulos
(“esclavo”), mientras que Mateo consigna pais (“muchacho”), lo cual sugiere que quizá el
esclavo era muy joven. Él estaba paralítico y gravemente atormentado, a punto de morir (Lc.
7:2).
Cuando Jesús le dijo: yo iré y le sanaré, el centurión respondió que no era necesario. Como
hombre acostumbrado a dar órdenes, comprendía bien el principio de autoridad. Una persona
con autoridad no necesita estar presente en el lugar específico para que se lleve a cabo una
determinada tarea. Sus órdenes pueden ser cumplidas por otros incluso a distancia. Jesús se
maravilló ante la gran fe del centurión (cf. Mt. 15:28), porque esta era la clase de fe que él había
estado buscando en vano en Israel. Una fe como esta haría posible la entrada a su reino,
independientemente de la nacionalidad, raza o procedencia de la persona (del oriente y del
occidente). (Comer en un banquete es con frecuencia una figura que significa estar en el reino;
cf. Is. 25:6; Mt. 22:1–14; Lc. 14:15–24). Pero los que pensaban que tenían la entrada ganada en
forma automática por su trasfondo religioso (los que se consideraban a sí mismos hijos del
reino) no encontrarían la entrada a él (Mt. 8:12). En lugar de eso, serían llevados a juicio (serán
echados a las tinieblas de afuera; cf. 22:13). Con respecto al lloro y el crujir de dientes V. el
comentario de 13:42. A la luz de esta fe del centurión, su criado fue sanado en aquella misma
hora.

3. FIEBRE (8:14–15)
(MR. 1:29–31; LC. 4:38–39)
8:14–15. Al entrar Jesús en la casa de Pedro en Capernaum, vio a la suegra de éste
postrada en cama, con fiebre. Con el toque de su mano le quitó la fiebre, pero un milagro
adicional se hizo evidente. La mujer fue fortalecida de tal manera que se levantó de su cama y de
inmediato se puso a trabajar y servía (diēkonei) al Señor y los muchos discípulos que todavía le
seguían activamente. Normalmente, cuando la fiebre se retira, el cuerpo permanece débil por
cierto tiempo, pero en este caso no fue así.

B. Potestad sobre las fuerzas demoniacas (8:16–17, 28–34)


Jesús era capaz no sólo de curar enfermedades físicas, sino también ejercía autoridad sobre
las fuerzas demoniacas.
8:16–17 (Mr. 1:32–34; Lc. 4:40–41). Mientras Jesús permanecía en casa de Pedro le
trajeron … muchos endemoniados. Mateo simplemente escribió que los sanó a todos en
cumplimiento de lo dicho por el profeta Isaías (Is. 53:4). Su trabajo de tomar nuestras
enfermedades (astheneias), y llevar nuestras dolencias (nosous) fue completamente llevado a
cabo al morir en la cruz. Pero en anticipación a ese hecho, efectuó en su ministerio muchos actos
de sanidad. Al hechar fuera demonios, Jesús demostró su autoridad sobre Satanás, el jefe del
mundo demoniaco (cf. Mt. 9:34; 12:24).
8:18–27. Este pasaje se discutirá más adelante, después del v. 34.
8:28–34 (Mr. 5:1–20; Lc. 8:26–39). En estos vv. se puede apreciar una más detallada
explicación de la autoridad de Jesús sobre la esfera demoniaca. Jesús llegó … a la tierra de los
gadarenos. El nombre “gadarenos” proviene del pueblo de Gadara, capital de una región que se
encuentra a 12 kms., al sureste del mar de Galilea. En la versión de la Biblia de Jerusalén,
Marcos y Lucas se refieren a ella como la “región de los gerasenos” (Mr. 5:1; Lc. 8:26). Para una
explicación de esta diferencia, V. el comentario de esos dos vv. Allí vinieron al encuentro de
Jesús dos endemoniados. En los relatos paralelos, Marcos y Lucas se refirieron a un
endemoniado, pero no dijeron que era sólo uno. Presumiblemente uno de los dos era más
violento que el otro.
La influencia de los demonios sobre estos hombres era obvia, porque eran salvajes, feroces y
habían sido forzados a salir de la ciudad para vivir entre los sepulcros. Por las dos preguntas que
le hicieron, se implica que los demonios conocían quién era Jesús, el Hijo de Dios. También
sabían que su venida significaría su condenación (Mt. 8:29). En lugar de esperar a no tener
cuerpos en que vivir, los demonios pidieron permiso de salir de ellos y entrar en un hato de
muchos cerdos que estaba cerca. Marcos declara que “como dos mil” cerdos componían ese
hato (Mr. 5:13).
Tan pronto como los demonios entraron en ellos, todo el hato de cerdos se precipitó en el
mar por un despeñadero al mar de Galilea, y se ahogaron. Obviamente, los que apacentaban el
hato se asustaron y viniendo a la ciudad contaron este increíble evento. La gente de la ciudad
salió y debido al miedo que tenían (Lc. 8:37) rogaron a Jesús que se fuera de sus contornos.

C. Potestad sobre los hombres (8:18–22; 9:9)


Mateo presenta en esta sección tres ilustraciones con el fin de demostrar que el Rey tenía
derecho a llamar a siervos para que le siguieran así como rechazar los ofrecimientos de los que
tenían motivaciones incorrectas.
8:18–20 (Lc. 9:57–58). Vino un escriba a Jesús y aparentemente sin pensarlo le dijo
impulsivamente: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Si bien Jesús deseaba
discípulos que le siguieran y trabajaran en su mies, quería solamente a los que tuviesen
motivaciones correctas. En su respuesta al escriba, Jesús mostró su humilde estilo de vida,
porque en contraste con las aves y las zorras no tenía un lugar dónde recostar su cabeza. No
tenía un hogar permanente. El Señor, obviamente, conocía el corazón de esa persona y vio que
deseaba obtener fama por seguir a un maestro prominente, pero esa no era la forma de ser de
Jesús. Esta es la primera de numerosas ocasiones en las que Jesús se refiere a sí mismo o es
llamado por otros el Hijo del Hombre (29 veces en Mateo, 14 en Marcos, 24 en Lucas y 13 en
Juan). Dicho título señala a Jesús como el Mesías (cf. Dn. 7:13–14).
8:21–22 (Lc. 9:59–60). Un segundo hombre, que ya era discípulo de Jesús, solicitó que se le
permitiera regresar para enterrar a su padre. El padre de este hombre no estaba muerto ni a punto
de fallecer. Este discípulo simplemente decía que quería retornar a casa y allí esperar hasta que
su padre muriera. Luego regresaría para seguir a Jesús. Su petición mostraba que concebía el
discipulado como algo que se podía tomar o dejar a su antojo. Puso sus preocupaciones
materiales por encima de Jesús, porque aparentemente quería recibir su herencia cuando el padre
muriera.
La respuesta de Jesús, deja que los muertos entierren a sus muertos, muestra que seguirlo
conlleva la más alta prioridad. Jesús dijo que los muertos físicamente podían ser atendidos por
los que estaban espiritualmente muertos.
8:23–9:8. Estos vv. serán comentados después de 9:9.
9:9 (Mr. 2:13–14; Lc. 5:27–28). Aunque en las ilustraciones no resulta claro si alguno de los
dos hombres siguió a Jesús, en la tercera sí es perfectamente claro. El Señor conoció a un
hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos. Éste
recolectaba impuestos y gravámenes en los puertos, en este caso, Capernaum. A él, Jesús expresó
el mandato: Sígueme. Mateo de inmediato se levantó y comenzó a seguirlo. Como Rey, Jesús
tenía el derecho de escoger a sus discípulos. Mateo sin duda estaba profundamente impresionado
con la persona, enseñanza y autoridad de Jesús.

D. Potestad sobre la naturaleza (8:23–27)


(Mr. 4:35–41; Lc. 8:22–25)
8:23–27. La naturaleza es otra esfera sobre la que Jesús tiene autoridad. Esto se comprobó
cuando Jesús y sus discípulos cruzaban el mar de Galilea, el cual era conocido por repentinas
tormentas que lo azotaban. Sin embargo, en medio de la tempestad (lit. “gran terremoto”, i.e.
gran turbulencia), Jesús dormía. Sus discípulos, temerosos de morir en forma inminente,
despertaron a Jesús. El Señor los reprendió primero: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? (cf.
6:30). Luego reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Sus discípulos, que
eran pescadores experimentados, ya habían pasado por tempestades en ese mar que
repentinamente habían cesado. Pero en esas ocasiones, al dejar de soplar el viento, las olas
continuaban agitándose un cierto tiempo. No sorprende que Mateo registrara el asombro de los
discípulos al preguntarse ¿Qué hombre es éste …? Se maravillaron (ethaumasan; cf. 9:33)
ante el carácter sobrenatural de aquél cuya reprensión era suficiente para que la naturaleza
recobrara su perfecta calma. Esto mismo hará el Mesías cuando instituya su reino, tal como lo
hizo cuando se reveló a sí mismo a sus discípulos.
8:28–34. Véase el comentario de estos vv. en “B. Su potestad sobre las fuerzas demoniacas
(8:16–17; 28–34)”.

E. Potestad para perdonar pecados (9:1–8)


(Mr. 2:1–12; Lc. 5:17–26)
9:1–8. Habiendo regresado del oriente del mar de Galilea, Jesús fue a su ciudad,
Capernaum. Allí la fe de algunos hombres se evidenció cuando le trajeron a un paralítico,
tendido sobre una cama. Marcos explica que cuatro hombres lo bajaron desde el tejado (Mr.
2:3–4). Varios líderes religiosos estaban presentes y oyeron que Jesús decía al hombre: Ten
ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados (las palabras “ten ánimo” corresponden al gr.
tharseō, que se usa aquí la primera de siete ocasiones en el N.T. [Mt. 9:2, 22; 14:27; Mr. 6:50;
10:49; Jn. 16:33; Hch. 23:11]. Significa “animarse” o “alentarse”). Su enfermedad se debía
aparentemente a su pecado. Jesús reclamó para sí la autoridad divina porque sólo Dios puede
perdonar pecados (Mr. 2:7; Lc. 5:21). Los líderes religiosos al oir esto se escandalizaron y
decían dentro de sí: Este blasfema. Esta fue la primera oposición de los líderes religiosos a
Jesús. Conociendo Jesús los pensamientos de ellos les preguntó qué era más fácil decir: Los
pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda. Si bien ambas declaraciones podían ser
dichas fácilmente, la primera sería más fácil en el sentido de que no podía ser desmentida por los
observadores. Si por el contrario, Jesús hubiera dicho primero levántate y anda y el hombre
hubiera permanecido paralítico en su lecho, entonces sería claro que Jesús no era el que afirmaba
ser. Por lo tanto, el Señor no sólo dijo las palabras fáciles, sino también habló de sanidad,
probando luego que tenía potestad para realizar ambas acciones, sanar la parálisis y perdonar
pecados. Como resultado de esto la gente … se maravilló (“tuvo miedo” [VP]. La palabra
efobēthēsan que se usa aquí difiere de “se maravillaron” [ethaumasan, de thaumazō] que
describe la reacción de los discípulos después de la tempestad [Mt. 8:27]). La gente reconoció así
la potestad que respaldaba los actos de Jesús, y glorificó a Dios.
9:9. Véase el comentario de estos vv. en “C. Potestad sobre los hombres (8:18–22; 9:9)”.

F. Potestad sobre las tradiciones (9:10–17)


9:10–13 (Mr. 2:15–17; Lc. 5:29–32). Poco después de que Mateo comenzó a seguir al Señor
(Mt. 9:9), organizó una comida en su casa. Puesto que también había invitado a varios de sus
colegas, estaban presentes muchos publicanos y pecadores. Quizá quería presentarlos con el
Salvador. Los judíos odiaban a los cobradores de impuestos, porque recolectaban dinero para
subvencionar a los romanos. Con frecuencia, éstos pedían más de lo necesario y se guardaban la
diferencia. Por eso los fariseos, que jamás comerían con tales personas, preguntaron a los
discípulos de Jesús por qué él estaba comiendo con ellos. La respuesta del Señor demuestra que
su ministerio se dirigía a los que se daban cuenta de que tenían necesidad: Sólo los enfermos …
tienen necesidad de médico. Los fariseos no se consideraban pecadores (enfermos) por eso
nunca habían buscado al Señor (el médico). Los fariseos siempre presentaban los sacrificios
apropiados en el templo, pero carecían totalmente de compasión hacia los pecadores. Cuando no
hay misericordia, el cumplimiento de los ritos religiosos carece de significado (cf. Os. 6:6).
9:14–17 (Mr. 2:18–22; Lc. 5:33–39). No sólo los fariseos cuestionaron la participación de
Jesús en esta fiesta con publicanos y “pecadores”, sino también algunos discípulos de Juan el
Bautista vinieron a preguntarle acerca de su participación o no en tales fiestas. Era correcto que
Juan y sus discípulos ayunaran, porque llamaban a las personas al arrepentimiento y al reino
venidero. Sin embargo, los discípulos de Juan preguntaron por qué los seguidores de Jesús no
ayunaban.
Jesús repondió que el reino es semejante a un gran banquete (cf. Mt. 22:2; Is. 25:6), en este
caso, de bodas. Puesto que el Rey ahora estaba presente, era inapropiado que él o sus discípulos
ayunaran. En una fiesta, la gente se alegra y come, no endechan y ayunan. Sin embargo, Jesús
anticipaba su rechazo al decir esto porque, añadió, vendrán días cuando el esposo les será
quitado.
Luego describió la relación que había entre su ministerio y el de Juan el Bautista. Juan era un
reformador que buscaba producir arrepentimiento en los que se encontraban inmersos en las
tradiciones del judaísmo. Jesús, no obstante, no había venido a remendar un viejo sistema. Sería
como poner un remiendo de paño nuevo en vestido viejo, que tiraría de él y haría peor la
rotura. O verter vino nuevo en odres viejos que lo único que provocaría sería que reventaran.
Su propósito era introducir algo nuevo. Había venido para sacar a un grupo del judaísmo e
introducirlo en el reino en virtud de sí mismo y su justicia. La verdadera justicia no se basaba en
la ley ni en las tradiciones farisaicas.

G. Potestad sobre la muerte (9:18–26)


(Mr. 5:21–43; Lc. 8:40–56)
9:18–26. En esta sección se describen dos milagros. Un hombre principal (de la sinagoga
[Mr. 5:22] probablemente de Capernaum) llamado Jairo en Marcos y Lucas, vino a Jesús y le
pidió que sanara a su hija quien, Lucas añade, tenía 12 años (Lc. 8:42). Aunque Jairo le dijo
acaba de morir, creía que Jesús podía devolverle la vida. En los relatos paralelos de los
evangelios, el padre dice que su hija “está agonizando” o “estaba muriendo” no “acaba de morir”
(Mr. 5:23; Lc. 8:42). Esta aparente discrepancia puede explicarse por el hecho de que, mientras
Jairo hablaba con Jesús, alguien vino a darle la noticia de que su hija había muerto. Mateo no
menciona ese detalle y, por lo tanto, incluye el reporte de la muerte de la jovencita en la petición
de Jairo.
Cuando se levantó Jesús para ir a atender a la hija de Jairo, se interpuso en su camino una
mujer que había sanado porque en fe tocó el manto del Señor. Es interesante que la duración de
su flujo de sangre fuera exactamente igual a la edad de la hija de Jairo, doce años. La mujer
estaba ceremonialmente inmunda (Lv. 15:19–30). Jesús se detuvo y la llamó hija (thygatēr, un
término afectivo; cf. korasion “la niña” [Mt. 9:24], también un término afectivo parecido a
“muchachita”). Jesús le dijo que la razón de su sanidad era su fe. Sin duda que el corazón de
Jairo se animó al presenciar este acto, porque él también tenía fe en Jesús. Con respecto a la
expresión “ten ánimo” (de tharseō) V. el comentario del v. 2.
Cuando el grupo llegó a la casa de Jairo, los que tocaban flautas, y la gente que hacía
alboroto (sobre los endechadores V. Lc. 8:52) ya se había congregado para condolerse con la
familia. Creían que la niña estaba muerta, porque cuando Jesús dijo duerme … se burlaban de
él. Jesús no negaba que realmente había muerto, sino comparaba su condición de muerte con el
sueño. Como éste, su muerte era temporal y se recobraría de ella. Cuando la gente había sido
echada fuera, Jesús devolvió la vida a la niña. Tal poder sólo podía pertenecer a Dios y por ello
se difundió la fama del hecho por toda aquella tierra (cf. Mt. 9:31).

H. Potestad sobre la ceguera (9:27–31)


9:27–31. Habiendo Jesús reanudado su viaje, le siguieron dos ciegos que clamaron a él con
base en el hecho de que era el Hijo de David (cf. 12: 23; 15:22; 20:30–31). Este título
claramente asociaba a Jesús con el linaje mesiánico (cf. 1:1). La perseverancia de los ciegos se
echó de ver cuando siguieron a Jesús hasta una casa donde milagrosamente les abrió los ojos. Su
fe era genuina, porque verdaderamente creían que el Señor podía sanarlos (9:28). Afirmaron su
deidad porque lo reconocieron como Señor. Su vista fue restaurada conforme a la fe que tenían.
A pesar de la advertencia que Jesús les hizo en el sentido de que no dijeran a nadie lo sucedido,
divulgaron su fama por toda aquella tierra (cf. v. 26; 12:16). Quizá el Señor les hizo esta
advertencia porque quería evitar que las multitudes se abalanzaran sobre él sólo con el fin de
recibir salud física. Aunque Jesús sanó muchos padecimientos físicos, sus milagros tenían como
propósito autenticar sus pretensiones mesiánicas. Él vino primordialmente para proveer salud
espiritual, no física.

I. Potestad sobre la mudez (9:32–34)


9:32–34. Mientras los dos exciegos salían de la casa, le trajeron un hombre mudo,
endemoniado. El demonio le impedía hablar. Jesús de inmediato lo sanó. Cuando el mudo
habló, la gente se maravilló (ethaumasan; cf. 8:27) y decía: Nunca se ha visto cosa semejante
en Israel. No obstante, los líderes religiosos no arribaron a la misma conclusión. Creían más
bien, que Jesús hacía sus milagros por el poder de Satanás, el príncipe de los demonios (cf.
10:25; 12:22–37).

J. Potestad para delegar autoridad (9:35–11:1)


1. OBSERVACIÓN DE LA OBRA (9:35–38)
9:35–38. En el v. 35 Mateo resumió el triple ministerio de Jesús (V. el comentario de 4:23,
con palabras casi idénticas). Jesús recorría todas las ciudades y aldeas de Israel, enseñando y
predicando acerca del reino. El propósito de su ministerio de sanidad era autenticar su persona.
La naturaleza espectacular del ministerio de Jesús atrajo grandes multitudes.
Al ver las multitudes, Jesús tuvo compasión de ellas. El vb. “tener compasión”
(splanj̱nizomai) lo usan en el N.T. solamente los escritores de los evangelios sinópticos: cinco
veces en Mateo (9:36; 14:14; 15:32; 18:27; 20:34), cuatro en Marcos (1:41; 6:34; 8:2; 9:22), y
tres en Lucas (7:13; 10:33; 15:20; V. el comentario de Lc. 7:13). Su significado “sentir una
profunda simpatía” sugiere una intensa emoción. Lucas usa el sustantivo derivado splanjna
(“simpatía”, “afecto”, o “sentimientos internos”) una sola vez (1:78), Pablo ocho y Juan una (1
Jn. 3:17).
Jesús observó que las personas estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no
tienen pastor. Como corderitos asediados por lobos, postrados, incapaces de defenderse y sin
pastor que les guiara y protegiera, la gente estaba a merced de la maldad de los líderes religiosos,
indefensa ante ellos y errabunda, sin dirección espiritual. Los líderes religiosos, que debieron
haber sido sus pastores, impedían que las ovejas siguieran a su verdadero Pastor. En respuesta a
la condición “indefensa” de la gente, Jesús animó a sus discípulos para que suplicaran al Señor
de la mies, es decir, a Dios el Padre, que enviara más obreros a su mies (cf. Lc. 10:2). La mies
estaba lista, porque el reino de Dios se había acercado (Mt. 4:17). Sin embargo, se necesitaban
más obreros para completar la cosecha.

2. SELECCIÓN DE LOS OBREROS (10:1–4)


(MR. 3:13–19; LC. 6:12–16).
10:1–4. No sorprende el hecho de que aparezca una lista de obreros después de la orden de
Jesús de orar al Padre pidiéndolos en 9:38. Doce de los discípulos (10:1) que seguían a Jesús (un
“discípulo”, mathētēs, era un aprendiz; cf. 11:29) fueron designados “apóstoles”. Estos fueron
específicamente enviados (“apóstol” significa “uno enviado en representación de un oficial”) por
Jesús quien les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y
para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Los doce apóstoles se nombran aquí por parejas
porque quizá fueron enviados de esa forma (“comenzó a enviarlos de dos en dos” [Mr. 6:7]).
Cada vez que aparece la lista de los doce apóstoles Pedro es el primero que se menciona
(debido a que destacaba en el grupo) y Judas Iscariote el último. Jesús le había cambiado el
nombre de Simón por el de Pedro (Jn. 1:42). Poco después de que dos hermanos Pedro y
Andrés, siguieron a Jesús, otro par de hermanos, Jacobo y Juan, hicieron lo mismo (Mt.
4:18–22). Felipe, al igual que Andrés y Pedro, era de Betsaida, poblado que estaba junto al mar
de Galilea (Jn. 1:44). No se sabe nada de Bartolomé, excepto que quizá era conocido como
Natanael (Jn. 1:45–51). Tomás llamado “Dídimo” (gemelo) en Juan 11:16; fue el que cuestionó
la resurrección de Jesús (Jn. 20:24–27). Mateo se identificó a sí mismo con su antiguo odiado
oficio de publicano (mientras que Marcos y Lucas simplemente lo enlistan como Mateo). A
Jacobo hijo de Alfeo, sólo se le menciona en las listas de los apóstoles; Tadeo puede ser el
mismo Judas hermano de Jacobo (Lc. 6:16; Hch. 1:13). Simón el cananista (o “Zelote”; cf. Lc.
6:15) había sido miembro del partido revolucionario de judíos zelotes que luchaban por derrocar
al imperio romano. Y Judas Iscariote, por supuesto, el que más tarde entregó al Señor (Mt.
26:47–50). “Iscariote” puede significar “de Kerioth” un pueblo de Judea.
3. INSTRUCCIÓN DE LOS OBREROS (10:5–23)
a. El mensaje apropiado (10:5–15)
(Mr. 6:7–13; Lc. 9:1–6).
10:5–15. El mensaje que los doce apóstoles tenían que comunicar acerca del reino (v. 7) era
idéntico al de Juan el Bautista (3:1) y de Jesús (4:17). Además, el Señor les dijo que restringieran
su predicación a la nación de Israel. De hecho, les dijo específicamente que no fueran a los
gentiles o a los samaritanos. Estos últimos eran producto de una mezcla racial entre judíos y
gentiles, cuyo origen tuvo su inicio poco después del año 722 a.C. En ese tiempo, Asiria
conquistó al reino de Israel del Norte y llevó gente de Mesopotamia al territorio de Israel para
concertar matrimonios que dieron origen a la raza samaritana. Los apóstoles debían ir
únicamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel (cf. 15:24) porque el mensaje del reino
era para el pueblo pactado con Dios. La nación necesitaba aceptar al Rey que había llegado. De
haberlo hecho, las naciones hubieran sido bendecidas a través de ella (Gn. 12:3; Is. 60:3).
El mensaje de los apóstoles, igual que el de su Señor, sería autenticado por medio de
milagros (Mt. 10:8; cf. 9:35). No debían juntar elaboradas provisiones para su viaje, para no dar
la impresión de que eran profesionales comprometidos en hacer negocios. En la lista de artículos
se incluía el no llevar bordón (cf. Lc. 9:3). Marcos por su parte, registró el hecho de que sí
podían llevarlo (Mr. 6:8). Este problema se soluciona al observar que Mateo dice que no debían
“proveerse” (ktēsēsthe) de bienes adicionales (Mt. 10:9), pero Marcos asentó que sí podían
“tomar” (airōsen) los bordones que ya poseían.
Al realizar los apóstoles su ministerio, debían en reciprocidad ser ministrados por quienes los
recibieran. En cada ciudad y aldea debían encontrar a alguien que fuese digno, y posad con esa
persona. Obviamente, tal “dignidad” sería determinada por la respuesta favorable al mensaje que
proclamaban. A quien rechazara el mensaje y no los recibiere debían dejarlo, sacudiendo el
polvo de sus pies al abandonar el inhospitalario lugar. Este acto simbolizaría su rechazo de la
ciudad judía como si fuera una despreciable ciudad gentil, de la que su mismo polvo sería
indeseable. El Señor afirmó que el juicio de esas personas sería mayor que el de Sodoma y
Gomorra (Gn. 19) cuando comparecieran en el día del juicio final. (De cierto os digo aparece
en Mt. 10:15, 23, 42; cf. el comentario de 5:18).
b. La respuesta anticipada (10:16–23)
(Mr. 13:9–13; Lc. 21:12–17)
10:16–23. Las palabras del Señor a los apóstoles tocante a la respuesta que recibirían a su
ministerio, no eran muy alentadoras. Su tarea iba a ser muy difícil, porque serían como … ovejas
en medio de lobos (cf. 7:15, donde los falsos profetas se describen como “lobos rapaces”). Sería
fundamental para ellos que fuesen prudentes como serpientes, y sencillos como palomas, esto
es, sabios para evitar los peligros, pero inofensivos para no oponerse por la fuerza a los
enemigos. “Sencillos” es la traducción de la palabra akeraioi (lit. “no adulterado”, “puro”). Este
vocablo sólo se usa dos veces más en el N.T.: Romanos 16:19 y Filipenses 2:15. Al llevar a cabo
su ministerio, los apóstoles serían llevados ante sus propios líderes judíos y serían azotados (cf.
Hch. 5:40). Los entregarían también a gobernadores romanos y reyes herodianos. Pero los
mensajeros no debían preocuparse porque el Espíritu Santo, llamado aquí el Espíritu de vuestro
Padre, les daría las palabras requeridas para que no los arrestaran.
Jesús prometió a sus discípulos que los liberaría al fin y al cabo, hasta de las persecuciones
que les vinieran por la traición de miembros de su familia (Mt. 10:21) o del odio extremo (v.22).
Los apóstoles debían proseguir su ministerio, trasladándose de una ciudad a otra. Pero aunque
efectuaran un gran despliegue del ministerio para el Señor, no serían capaces de alcanzar todas
las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre.
Estas palabras del Señor probablemente tenían una aplicación que iba más allá de su tiempo.
Lo que se proclamó aquí se demostró más aún en la vida de los apóstoles después del día de
Pentecostés (Hch. 2), en que se inició la propagación del evangelio en la iglesia (e.g. Hch.
4:1–13; 5:17–18, 40; 7:54–60). Sin embargo, estas palabras encontrarán su plena manifestación
en los días de la tribulación, cuando el evangelio sea llevado al mundo entero antes de que Cristo
regrese con poder y gloria a establecer su reino sobre la tierra (Mt. 24:14).

4. CONSUELO PARA LOS OBREROS (10:24–33)


(LC. 12:2–9)
10:24–33. Jesús recordó a los apóstoles que no les estaba pidiendo algo que él no hubiera
experimentado ya. Como reacción a la expulsión que hizo de un demonio que, los líderes
religiosos afirmaban que lo había hecho con el poder del príncipe de los demonios (cf. 9:34). Si
habían acusado a Jesús (el padre de familia) de tener poderes demoniacos, seguramente dirían
lo mismo de sus siervos (los de su casa). Beelzebú (el gr. dice Beelzeboul) era un nombre dado a
Satanás, el príncipe de los demonios, quizá derivado de Baal-zebub, dios de la ciudad filistea de
Ecrón (2 R. 1:2). “Beelzebub” significa “señor de las moscas” y “Beezeboul” o “Beelzeboul”,
“señor de los lugares altos”.
Sin embargo, los apóstoles no tenían que temer a los líderes religiosos que podían destruir
únicamente el cuerpo (Mt. 10:28). Las verdaderas motivaciones de los líderes serán reveladas en
el día del juicio (v. 26). La obediencia a Dios es el asunto más importante, porque él finalmente
es quien tiene absoluto control de la vida física y espiritual. El mensaje que ellos habían recibido
en privado del Señor (en tinieblas … al oído), debían proclamarlo públicamente y sin temor
(decidlo en la luz … proclamadlo desde las azoteas), porque su Padre estaba verdaderamente
al cuidado de ellos y de sus circunstancias. Asimismo, él está pendiente de la muerte de un
pajarillo que vale tan poco. Dos pajarillos se vendían por un cuarto (assarion, moneda de
cobre gr. que valía como 1/16 de denario romano el que equivalía a un día de salario). Dios el
Padre también sabe la cantidad de cabellos que hay en la cabeza de una persona (v.30). Los
apóstoles fueron instruídos para que no temieran, porque siendo mucho más valiosos para Dios
que los pajarillos, eran vistos y conocidos por él. En lugar de eso, debían confesar (confiese,
jomologēsei) fielmente a Jesús delante de los hombres (v.32). Este proceder haría que el Señor
reconociera a sus siervos delante de su Padre. Pero no confesarlo provocaría su negación de
ellos. De los 12 apóstoles originales sólo uno, Judas Iscariote, cayó en esta última categoría.

5. AMONESTACIÓN A LOS OBREROS (10:34–39)


(LC. 12:51–53; 14:26–27)
10:34–39. Jesús afirmó que él había venido en este tiempo no … para traer paz a la tierra
… sino espada que divide y corta. Como resultado de su visita a la tierra, algunos hijos se
pondrían en contra de los padres y los enemigos del hombre podrían ser los de su casa. Esto es
así porque algunos de los que siguen a Cristo son odiados por sus propios familiares. Este puede
ser parte del costo del discipulado, porque el amor por la familia no debe ser mayor que el amor
por el Señor (v. 37; cf. el comentario de Lc. 14:26). Un verdadero discípulo debe tomar su cruz
y seguir a Jesús (cf. Mt. 16:24). Debe estar dispuesto a enfrentar no sólo el odio de su familia,
sino también la muerte, como un criminal que lleva su cruz hacia su propia ejecución. Además,
en ese tiempo, un criminal que llevaba su cruz aceptaba tácitamente que el imperio romano
estaba en lo correcto al ejecutar en él la pena de muerte. De similar forma, los seguidores de
Jesús admitían el derecho que su Señor tenía sobre sus vidas. Haciendo esto, la persona halla la
vida en recompensa por haberla entregado a Jesucristo (cf. el comentario de 16:25).

6. LOS OBREROS RECOMPENSADOS (10:40–11:1)


(MR. 9:41)
10:40–11:1. Se han prometido recompensas a los que fielmente sirven al Señor y a quienes
reciben a estos obreros. Recibir a un profeta y su mensaje es un equivalente de recibir a
Jesucristo. (Se les llama aquí profetas a los apóstoles, porque habían recibido y comunicaban un
mensaje de Dios; cf. 10:27). Por lo tanto, hasta un vaso de agua fría dado a uno de estos
pequeñitos, esos insignificantes discípulos de Jesús, sería detectado por quien lleva las cuentas
de todos. La recompensa va de acuerdo con la acción realizada. Con esta enseñanza Jesús partió
para enseñar y … predicar en Galilea (11:1). Habiendo recibido los doce autoridad delegada
del Señor, se podía asumir que partirían a cumplir con sus instrucciones. Las palabras: Cuando
Jesús terminó de dar instrucciones, indica otra transición en el libro (cf. 7:28; 13:53; 19:1;
26:1).

IV. La autoridad del Rey es desafiada (11:2–16:12)


A. En el rechazo de Juan el Bautista (11:2–19)
(Lc. 7:18–35)
1. LA PREGUNTA DE JUAN (11:2–3)
11:2–3. Mateo registró (4:12) que Juan el Bautista había sido puesto en la cárcel. Más
adelante, declara la causa de su encierro (14:3–4). Y al oir Juan acerca de todos los hechos de
Jesús, le envió a algunos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de
venir, o esperaremos a otro? La expresión “aquel que había de venir” es un título mesiánico
basado en Salmos 40:7 y 118:26 (cf. Mr. 11:9; Lc. 13:35). Juan debió haber pensado: ¿si yo soy
el precursor y este es el Mesías, por qué estoy preso? Juan necesitaba asegurar y clarificar lo que
sabía, porque esperaba que el Mesías derrotara la maldad, juzgara el pecado e introdujera su
reino.

2. RESPUESTA DE JESÚS (11:4–6)


11:4–6. Jesús no respondió a la pregunta de Juan con sí o no. En lugar de eso, dijo a los
discípulos de Juan: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Entre los eventos que se
llevaban a cabo estaban: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los
sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio. Estas
obras indicarían, por supuesto, que Jesús era en verdad el Mesías (Is. 35:5–6; 61:1). Quien
reconociera la verdadera personalidad del Señor sería bienaventurado. Aunque él juzgará al
mundo condenando el pecado cuando establezca su reino, todavía no era el tiempo adecuado
para hacerlo. El rechazo por parte de Israel causaría que el establecimiento del reino se
pospusiera. Pero todos, incluso Juan, los que verdaderamente percibieron la persona y obra de
Cristo, serían bendecidos.
3. DISCURSO DE JESÚS (11:7–19)
11:7–15. La pregunta de Juan indujo a Jesús a predicar un sermón a la gente porque tal vez
algunos empezaban a cuestionar el compromiso de Juan con el Mesías debido a su pregunta. Por
ello, Jesús explicó que Juan no vacilaba ni se había debilitado. No era como una caña de papiro
que se sacudía con cualquier viento. Tampoco era un hombre cubierto de vestiduras
delicadas, como los que habitan en las casas de los reyes. De hecho, Juan se vestía
completamente al contrario (3:4); era un verdadero profeta que proclamaba el mensaje de que
Dios exigía arrepentimiento. De hecho, era más que profeta, porque en cumplimiento de
Malaquías 3:1, era el mensajero o precursor de Jesús. En su evangelio, Marcos (Mr. 1:2–3)
combinó esta profecía de Malaquías 3:1 con la de Isaías (Is. 40:3) que se refieren al que
preparará el camino del Señor. Jesús dijo además que de todos los que habían vivido en la
tierra, no había ninguno mayor que Juan el Bautista. Aun así, el más pequeño en el reino de
los cielos será mayor … que él. Los privilegios que compartirán los discípulos de Jesús en el
reino serán mucho mayores que cualquiera que se haya experimentado en la tierra.
Sin embargo, el reino ha estado sujeto a sufrir violencia y los hombres impíos han tratado de
tomarlo por la fuerza (Mt. 11:12). Los líderes religiosos del tiempo de Jesús (los violentos)
resistían al movimiento inaugurado por Juan el Bautista, Jesús y los apóstoles. Sufre violencia
(biazetai) puede traducirse también en la voz pasiva “es tratado con violencia”. (El vb.
arrebatan [jarpazousin] significa “asirse de” en el sentido de reclamar por cuenta propia un
derecho sobre el reino). Esos líderes querían un reino, pero no del tipo que Jesús les ofrecía. Por
lo tanto resistían su mensaje y trataban de establecer su propio gobierno. Pero el mensaje de Juan
era verdadero y, si la nación lo hubiera recibido y en consecuencia hubiera aceptado a Jesús,
Juan habría cumplido la profecía acerca de Elías. Tan sólo si hubieren aceptado el mensaje, Juan
habría sido aquel Elías que había de venir (cf. Mal. 4:5). Pero debido a que la nación rechazó
al Mesías, la venida de Elías se realizará en el futuro (cf. Mal. 4:6 con Hch. 3:21).
11:16–19. Jesús comparó a esa generación con un grupo de muchachos que se sientan en
las plazas a quienes nada les complace. Como niños que rechazan la invitación a jugar a
alegrarse (flauta, y no bailasteis) o entristecerse (endechamos, y no lamentasteis), el pueblo
rechazó tanto a Jesús como a Juan. No estaban satisfechos con Juan el Bautista porque no comía
ni bebía, o con Jesús porque comía y bebía con pecadores. Decían que Juan tenía demonio, y
rechazaban a Jesús porque según ellos era un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de
publicanos y de pecadores. Aunque esa generación no se contentaba con nada, la sabiduría que
había en la perspectiva de Jesús y Juan sería justificada por los resultados, a saber, que mucha
gente sería introducida al reino.

B. En la condenación de las ciudades (11:20–30)


(Lc. 10:13–15, 21–22)
11:20–24. Aunque no fue la intención primordial de Jesús en su primera venida pronunciar
juicio, sí denunció el pecado. Aquí condenó específicamente a las ciudades en las que había
hecho algunos de sus más significativos milagros: Corazín … Betsaida y Capernaum, las tres
se ubicaban cerca de la costa noroccidental del mar de Galilea. En contraste, ciertas ciudades
impías gentiles: Tiro y … Sidón (v. 22), ciudades que estaban en la costa de Fenicia a una
distancia de 50 y 90 kms. respectivamente del mar de Galilea (cf. 15:21), y Sodoma (11:23), a
más de 160 kms. al sur, se hubieran arrepentido si hubieran visto los milagros de Jesús. Su
juicio, aunque terrible, fue menor que el que recibirán las ciudades judías. Las tres ciudades
galileas, a pesar de haber recibido mayor “luz”, rechazaron al Mesías y, por eso, están en ruinas
hoy en día. Aunque Jesús vivió por algún tiempo en Capernaum, no sería levantada hasta el
cielo o exaltada. En lugar de eso, junto con sus habitantes, hasta el Hades, literalmente hasta el
lugar de los muertos, sería abatida.
11:25–30. En contraste con la condenación de las tres ciudades galileas (vv. 20–24), Jesús
presentó un gran llamado para aquellos que en fe quisieran venir a él. Previamente había
condenado a esa generación por sus reacciones infantiles (vv. 16–19). Aquí declaraba que el
verdadero discipulado lo pueden disfrutar únicamente los que se acercan a Jesús con la fe
genuina de un niño. A Dios le agradó (cf. Ef. 1:5) esconder los grandes misterios espirituales de
los sabios y de los entendidos (los líderes de ese tiempo) pero los había revelado a los niños.
Esto fue posible porque Dios el Hijo y Dios el Padre se conocen el uno al otro perfectamente en
la intimidad de la Trinidad (Mt. 11:27). (“Padre” aparece cinco veces en los vv. 25–27). Por
consiguiente, el que conoce al Padre y las cosas que él ha manifestado es aquel a quien el Hijo
lo quiera revelar (cf. Jn. 6:37).
Por lo tanto, Jesús publicó un llamado a todos los que estáis trabajados (joi kopiōntes,
“extenuados”) y cargados (pefortismenoi, “sobrecargados”, “bajo el yugo”; cf. fortion, “carga”,
“yugo” en Mt. 11:30) para que vinieran a él. El cansancio de la gente se debía a que llevaba la
carga del pecado y sus consecuencias. En lugar de eso, debían venir a Jesús y compartir su yugo
con él. Colocándose ellos mismos bajo su yugo y aprendiendo de él, hallarían descanso para sus
almas de las cargas de pecado. Al tomar el yugo de Jesús, llegarían a ser verdaderos discípulos
suyos y se le unirían en la proclamación de la sabiduría divina. Aprender (mathete) de él es ser
su discípulo (mathētēs). Servir al Señor no es una carga, porque él, en contraste con los que lo
rechazaron, es manso (praus; cf. 5:5) y humilde de corazón. Las personas pueden intercambiar
sus pesadas y agobiantes cargas por su yugo y carga (fortion) que en contraste, son fácil y ligera
respectivamente.

C. En varias controversias acerca de su autoridad (cap. 12)


1. ACERCA DEL DÍA DE REPOSO (12:1–21)
a. Por trabajar en día de reposo (12:1–8)
(Mr. 2:23–28; Lc. 6:1–5)
12:1–8. Al ir Jesús y sus discípulos por los sembrados en un día de reposo, ellos
comenzaron a arrancar espigas y a comer el grano. Los fariseos de inmediato criticaron esa
“violación” de la ley (Éx. 20:8–11) y acusaron a los discípulos de trabajar en el día de reposo.
De acuerdo con los fariseos, arrancar el trigo de su tallo equivalía a segarlo, friccionarlo entre las
palmas de las manos era igual que trillarlo, y aventar la paja equivalía a limpiarlo.
Jesús, sin embargo, rechazó la acusación de los fariseos por medio de tres ilustraciones. En
primer lugar citó un evento de la vida de David (Mt. 12:3–4), quien cuando iba huyendo de Saúl,
tomó los panes de la proposición que habían sido sustraídos del tabernáculo (1 S. 21:1–6) y que
normalmente se reservaban sólo para los sacerdotes (Lv. 24:9). David creía que preservar su
vida era más importante que cumplir un tecnicismo legal. En segundo, los sacerdotes en el
templo trabajaban en día de reposo (Mt. 12:5; cf. Nm. 28:9–10, 18–19) y aun así se les
consideraba sin culpa. En tercer lugar, Jesús argumentó el hecho de que él es mayor que el
templo (Mt. 12:6; cf. “uno mayor” en vv. 41–42). Por ser Señor del día de reposo, controla lo
que se puede hacer en tal día, y por eso no condenó a los discípulos (los inocentes) por su
acción. Los fariseos exageraban sus tecnicismos en cuanto a segar, trillar o aventar el trigo. No
entendían lo que significaba la compasión por las necesidades básicas de la gente (en este caso,
el hambre de los discípulos; cf. Dt. 23:24–25), sino que se preocupaban excesivamente por
cumplir los sacrificios. Jesús les recordó las palabras de Oseas 6:6: porque misericordia quiero,
y no sacrificio, es decir una espiritualidad interna, no un mero formalismo externo.
b. Por sanar en día de reposo (12:9–14)
(Mr. 3:1–6; Lc. 6:6–11)
12:9–14. Apenas había terminado la primera controversia (vv. 1–8) cuando Jesús arribó a la
sinagoga. Puesto que era día de reposo, era de esperarse que el Señor estuviera en ese lugar. Y
he aquí había allí uno que tenía seca una mano. Debido a que los fariseos continuamente
buscaban alguna manera de acusarle, sin duda ellos pusieron a ese hombre en la sinagoga para
provocar un incidente. Le hicieron la pregunta: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? Jesús les
contestó como frecuentemente lo hacía, con otra pregunta. Si la oveja de alguien cayere en un
hoyo en día de reposo ¿no la sacaría de allí aunque se interpretara dicha acción como trabajo?
Un acto compasivo hacia un animal era algo perfectamente aceptado. Pero, puesto que una
persona vale mucho más que los animales, la misericordia debía extenderse a ellos incluso en día
de reposo. Jesús eliminaba así cualquier posible objeción a lo que iba a hacer, porque la Escritura
no lo prohibía y además su lógica era impecable. No obstante, su milagro de sanar al hombre no
produjo fe en los fariseos porque salieron y tuvieron consejo contra Jesús para destruirle.
c. Reacción de Jesús (12:15–21)
12:15–21. Jesús sabía lo que los fariseos trataban de hacer a través de estas confrontaciones
relacionadas con el día de reposo. Como mucha gente continuó siguiéndolo, sanaba a todos,
pero les encargaba rigurosamente que no le descubriesen (cf. 9:30). Publicar que él era el
Mesías sólo provocaría más oposición. Esto era así para que se cumpliese la profecía de Isaías
(42:1–4), un obvio pasaje mesiánico. “Esto se ajusta bien al argumento de Mateo. Primero,
demuestra que la retirada de Jesús como Rey concuerda bien con su obra de Mesías, quien no
debía contender ni gritar en las calles. Es también una imagen adecuada de su compasión, porque
no quebraría la caña cascada ni apagaría el pábilo que humeare. Un segundo argumento
presentado por la profecía es la aprobación divina del Mesías. Aunque no grite o se comprometa
en conflictos abiertos, sigue siendo el Siervo de Dios que llevará a cabo el programa del Padre”
(Toussaint, Behold the King “He aquí el Rey”, pág. 161).
La Trinidad se menciona en Mateo 12:18 (cita de Is. 42:1). Dios el Padre habló de Cristo
como mi siervo, y su Espíritu posó sobre el Mesías, quien proclamó justicia. En Cristo
esperarán los gentiles (Mt. 12:21).

2. CONDENACIÓN SATÁNICA (12:22–37)


(MR. 3:20–30; LC. 11:14–23; 12:10)
12:22–24. A pesar de que el texto bíblico no establece quién había traído al endemoniado a
Jesús (v. 22), puede referirse a los fariseos (cf. v. 14). Probablemente ellos descubrieron al
hombre y se dieron cuenta de lo difícil de su caso. Él estaba ciego y mudo y por lo tanto,
comunicarse con él era prácticamente imposible. No podía ver lo que alguien quisiera que él
hiciese y aunque podía oír instrucciones, no era capaz de responder. Jesús inmediatamente le
sanó quitándole el demonio, y el hombre pudo ver y hablar. La gente (lit. “todas las multitudes”)
estaba atónita (existanto “estaba fuera de sí” cf. el comentario de 7:28 sobre los términos usados
para definir el asombro) y preguntaba ¿Será éste aquel Hijo de David? En otras palabras, “¿No
es éste el Mesías prometido, descendiente de David (cf. 2 S. 7:14–16), que vendrá a gobernar
nuestra nación y a sanarnos?” Mientras que la gente hacía esta pregunta, los fariseos concluían
que el poder de Jesús se debía atribuir a Beelzebú, príncipe de los demonios (cf. Mt. 9:34; sobre
el significado de “Beelzebú” V. el comentario de 10:25; Mr. 3:22).
12:25–29. Sabiendo lo que pensaban los fariseos, Jesús defendió su autoridad. Esta fue una
de las contadas veces que lo hizo, pero el asunto era bastante claro. El Señor presentó tres
argumentos para responder a la acusación de que trabajaba con el poder de Satanás. Primero,
afirmó que, si hubiere expulsado un demonio por el poder del diablo, luego Satanás estaría
trabajando contra sí mismo (vv. 25–26). ¿Por qué Satanás permitiría a Jesús expulsar un
demonio y liberar a un hombre que estaba bajo su control? Proceder así dividiría el reino de
Satanás y lo conduciría a la destrucción.
Segundo, Jesús les preguntó acerca de los exorcistas judíos de aquellos tiempos, que eran
capaces de echar fuera demonios por el poder de Dios (v. 27). A los apóstoles se les había
conferido esa autoridad (10:1) y a otros se les atribuía tal poder. Jesús dijo en esencia: “si ustedes
creen que los exorcistas expulsan demonios por el poder de Dios, ¿por qué no creen que yo
poseo ese mismo divino poder?”
Tercero, al expulsar demonios, Jesús probó que era mayor que Satanás. Él podía entrar en el
reino del diablo (la casa del hombre fuerte), el mundo demoniaco, y obtener el botín de la
victoria (12:29). Puesto que podía hacer esto, entonces él era capaz de establecer entre ellos el
reino de Dios (v. 28). Si echare los demonios por el poder de Satanás, seguramente no podría
ofrecer a la gente el reino de Dios. Esto sería contradictorio. El hecho de que él venía a
establecer el reino de los cielos mostraba claramente que trabajaba por el poder del Espíritu de
Dios, no de Satanás.
12:30–37. Por consiguiente, Jesús invitó a la gente a tomar una clara decisión. Debían
definirse y estar con él, o contra él e hizo una fuerte advertencia a los que se estaban alejando de
él. Era comprensible que algunos no entendieran quién era Jesús. Asimismo era natural que una
persona divina que habitaba entre los hombres no fuera plenamente apreciada. Por eso, el Señor
dice que se toleran ciertas acciones: A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo
del Hombre, le será perdonado. Pero, aunque la persona de Jesús no fue bien comprendida, el
poder demostrado a través de él no debió jamás ser malinterpretado, especialmente por los
líderes religiosos.
A causa de sus líderes, la nación estaba al borde de tomar una decisión que traería
consecuencias irreversibles. Estaban a punto de atribuir incorrectamente a Satanás el poder del
Espíritu Santo ejercido a través de Jesús, cometiendo así blasfemia contra el Espíritu. Este
pecado específico no puede repetirse hoy en día, porque requiere la presencia de Jesús en la
tierra con su despliegue de milagros realizados en el poder del Espíritu. Pero si a pesar de todo
los líderes, actuando en nombre de la nación, llegaban a la conclusión de que Jesús recibía su
poder de Satanás, estarían cometiendo un pecado que nunca sería perdonado a la nación o a
individuo alguno (ni en este siglo ni en el venidero). Las consecuencias de esa decisión
atraerían el juicio de Dios sobre la nación y cualquier individuo que persistiera en sostener ese
punto de vista.
El contraste que Jesús marcó entre el árbol bueno, y su fruto y el árbol malo, y su fruto
representan las opciones que tenía la gente ante sí (cf. 7:16–20). El Señor condenó a los fariseos
llamándolos ¡Generación de víboras! que no podían hablar nada bueno porque sus corazones
eran malos. Las personas son responsables de sus acciones y de toda palabra, las cuales los
absolverán o condenarán en el día del juicio.
3. BUSCADORES DE SEÑALES (12:38–50)
12:38–42 (Lc. 11:29–32). A pesar de que Jesús había hecho una muy significativa señal
milagrosa, los líderes religiosos le exigieron una señal (cf. Mt. 16:1). Su declaración implica que
rechazaban las numerosas señales dadas por el Rey hasta ese momento. En efecto decían: “tan
sólo queremos ver una buena señal de tu parte”. El Señor afirmó que las señales no debían ser
necesarias para la fe, a pesar de que ya les había dado muchas. Sólo una generación mala y
adúltera las pediría (cf. 16:4). (“Adúltera” [moij̱alis] implica que Israel era espiritualmente infiel
a Dios por su formalismo religioso y su rechazo del Mesías).
Pero ya no se iban a dar más señales a esa generación excepto la señal del profeta Jonás
(cf. 16:4) … como Jonás estuvo en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará
el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. (Debido a que los judíos
consideraban una parte del día como un día completo, los “tres días y tres noches” permiten
considerar que la crucifixión fue en viernes). Por supuesto, al mencionar esta señal, Jesús
aceptaba que ellos ya habían decidido rechazarlo. Para que él la cumpliera, tenía que ser
rechazado, muerto y sepultado y para cuando sucediera, ya sería demasiado tarde para que
reconocieran el derecho que él tenía de gobernar a la nación como su Rey.
La generación a la que él se dirigió tuvo un inusitado privilegio que ninguna otra tuvo a su
disposición previamente. Los hombres de Nínive … se arrepintieron a la predicación de un
mero hombre, Jonás. La reina del Sur (i.e. la reina de Sabá; 1 R. 10:1–13) vino … para oir la
sabiduría de Salomón. La respuesta de los ninivitas y la reina del Sur fue encomiable. Pero he
aquí más que Jonás y Salomón (cf. Mt. 12:6) estaba presente con esa generación y en lugar de
aceptarlo, lo rechazaron. (La expresión he aquí más que debería traducirse “algo mayor que”,
para referirse al reino, porque la palabra pleion [“mayor que”] es de género neutro, no
masculino). Su castigo será seguro cuando se presenten ante el juez en el día final. Otra vez los
paganos respondían más y mejor que la misma nación judía (cf. 11:20–24).
12:43–45 (Lc. 11:24–26). Esta generación de buscadores de señales permanecerá condenada
en el juicio final. Para mostrar como sería su condición terrenal si persistiera en su incredulidad,
Jesús la comparó a un hombre que había sido liberado de un demonio (espíritu inmundo),
quizá por un exorcista judío (cf. Mt. 12:27). Después de su liberación, ese hombre intentó, por
todos los medios humanos, limpiar y poner en orden su vida. Pero la mera “religión” jamás ha
sido efectiva, por lo que el hombre no había experimentado una conversión sobrenatural. Por lo
tanto, estaba expuesto a ser nuevamente poseído por los demonios y con peores consecuencias.
En lugar de uno, fue poseído por siete espíritus. Su postrer estado llegó a ser peor que el
primero. Los fariseos y otros líderes religiosos estaban en grave peligro de que les sucediera eso
mismo, porque sus vanos intentos de reformarse sin el poder de Dios eran estériles. Ellos
claramente no entendieron el poder de Dios, porque habían confundido el poder del Espíritu
Santo con el de Satanás (vv. 24–28). Por lo tanto, eran blanco fácil de los ataques satánicos.
12:46–50 (Mr. 3:31–35; Lc. 8:19–21). Mientras Jesús concluía su mensaje, su madre y sus
hermanos quisieron comunicarse con él. El apóstol Juan aclara que sus hermanos (realmente
eran sus medios hermanos, nacidos de María después que él) no creyeron en él sino hasta
después de su resurrección (Jn. 7:5). Quizá intentaban juntarse ellos mismos a Jesús y recibir de
esta manera favores especiales de otros por sus lazos familiares con él. Jesús afirmó que el
verdadero discipulado no se consigue a través de las relaciones humanas, sino por la obediencia a
la voluntad del Padre. La religión (Mt. 12:43–45) y las relaciones familiares (vv. 46–50) no
pueden obtener méritos ante Dios. Seguir la voluntad de Dios sí hace de la persona un discípulo
(cf. 7:21).
D. En la reprogramación del reino (13:1–52)
El capítulo anterior (12) es quizá la principal transición del libro. El Rey había autenticado su
autoridad a través de varios milagros. Sin embargo, la creciente oposición contra él llegó a su
clímax cuando los líderes de Israel concluyeron que trabajaba no por el poder de Dios, sino por
el de Satanás (9:34; 12:22–37). Aunque su total rechazo no ocurrió sino hasta un poco después,
la decisión ya había sido tomada. Por lo tanto, Jesús dirigió su atención hacia sus discípulos y
comenzó a instruirlos en diferentes aspectos. Este es uno de los varios discursos principales que
aparecen en el evangelio de Mateo (los otros están en los caps. 5–7; 10; 23–25)

1. PARÁBOLA DEL SEMBRADOR (13:1–23)


13:1–9 (Mr. 4:1–9; Lc. 8:4–8). Al continuar Jesús su ministerio a la gente, hizo algo que no
había hecho previamente. Por primera vez en el evangelio de Mateo, Jesús relató parábolas. La
palabra “parábola” proviene de dos vocablos griegos (para y ballō), que juntos significan “tirar
al lado de”. Una parábola, como hace una ilustración, es una comparación entre una verdad
conocida y una desconocida, ubicando cada una al lado de la otra. En ésta, que es la primera de
siete parábolas que hay en el capítulo, Jesús habló acerca de un sembrador que salió a sembrar
semilla en su campo. El énfasis de la historia recae en los resultados de la siembra, porque la
semilla cayó en cuatro tipos de suelo: junto al camino (Mt. 13:4), en pedregales (v. 5), entre
espinos (v. 7), y en buena tierra (v. 8). Por lo tanto, el labrador obtuvo cuatro clases de
resultados (V. “Parábolas del Reino en Mateo 13” en el Apéndice, pág. 358).
13:10–17 (Mr. 4:10–12; Lc. 8:9–10). Los discípulos de inmediato notaron el cambio en el
método de enseñanza del Señor. Acercándose le preguntaron directamente por qué estaba
hablando en parábolas, a lo que él les presentó tres razones. Primero, lo hacía con el propósito
de continuar revelando verdades a sus discípulos (Mt. 13:11–12a). El Señor dijo que les estaba
dando a conocer los misterios del reino de los cielos. La palabra “misterios” se traduce
“secretos” en otras versiones de la Biblia (VP). En el N.T., este término se refiere a ciertas
verdades no reveladas en el A.T. pero que se dieron a conocer a los que recibieron la instrucción
de Jesús (V. “Misterios en el N.T.” en el Apéndice, pág. 359).
¿Por qué Mateo usa frecuentemente la expresión “el reino de los cielos” mientras que
Marcos, Lucas y Juan usan sólo “el reino de Dios” y nunca “el reino de los cielos”? Algunos
eruditos responden que “de los cielos” era un eufemismo que los judíos usaban para referirse a
Dios, porque evitaban mencionar su nombre por reverencia. Sin embargo, Mateo ocasionalmente
escribe la frase “el reino de Dios” (12:28; 19:24; 21:31, 43). Usa también el término “Dios” casi
50 veces. Parece que quería hacer una distinción: “el reino de Dios” jamás incluye a personas no
salvas, pero “el reino de los cielos” abarca a personas salvas y otros que profesan ser cristianos
pero que no lo son. Esto se ve en la parábola del trigo y la cizaña (V. el comentario de 13:24–30,
36–43), de la semilla de mostaza (V. el comentario de vv. 31–35) y de la red (V. el comentario
de vv. 47–52).
Es significativo que Jesús no hablara de ningún “misterio” acerca del reino de los cielos hasta
que la nación hubo tomado su decisión con respecto a él. Esa decisión fue llevada a cabo por los
líderes cuando atribuyeron su divino poder a Satanás (9:34; 12:22–37). Ahora Jesús develaba
ciertos detalles adicionales acerca de su reino terrenal no revelados en el A.T. Muchos profetas
veterotestamentarios habían predicho que el Mesías liberaría a Israel y establecería su reino
sobre la tierra. Jesús vino y ofreció el reino (4:17), pero la nación lo rechazó (12:24). A la luz de
ese rechazo, ¿qué pasó con el reino de Dios? Los “misterios” del reino ahora revelaban que toda
una época mediaría entre el rechazo del Rey por Israel y su ulterior aceptación.
Segundo, Jesús hablaba en parábolas para esconder la verdad de los incrédulos. Los secretos
del reino serían revelados a los discípulos, pero estarían escondidos para los líderes religiosos
que rechazaron al Señor (13:11b, mas a ellos no). En realidad, ni siquiera lo que ya sabían sería
claro (v. 12). La enseñanza de Jesús por parábolas conllevaba un aspecto de juicio. Por medio de
la exposición de parábolas, Jesús podía predicar a tantos individuos como antes, pero también
podía apartar a sus discípulos y enseñarles por separado el significado completo de las parábolas.
Tercero, hablaba en parábolas con el fin de dar cumplimiento a Isaías 6:9–10. Al iniciar
Isaías su ministerio, Dios le dijo que la gente no comprendería su mensaje. Jesús experimentó el
mismo tipo de respuesta. Él predicaba la palabra de Dios y muchas personas veían, pero en
realidad no percibían; oían pero no entendían (Mt. 13:13–15).
En contraste, los discípulos eran bienaventurados porque tenían el privilegio de ver
(entender) y oir estas verdades (v. 16), que muchas personas del A.T. desearon conocer (v. 17;
cf. 1 P. 1:10–11). Los discípulos escucharon las mismas verdades que los líderes de la nación,
pero su respuesta fue completamente diferente. Los discípulos vieron y creyeron, los líderes
vieron y rechazaron la verdad. Puesto que los líderes se apartaron de la luz que se les dio, Dios
no les daría más luz.
13:18–23 (Mr. 4:13–20; Lc. 8:11–15). En la interpretación que Jesús hizo de la parábola
del sembrador, comparó los cuatro resultados de la siembra a cuatro respuestas que obtiene el
mensaje del reino. Este era el mensaje que predicaban Juan, Jesús y los apóstoles. Primero,
cuando alguno oye la palabra pero no la entiende, el diablo (el malo; cf. Mt. 13:38–39; 1
Jn.5:19) arrebata el mensaje que fue sembrado. Esta es la semilla sembrada junto al camino.
Los dos siguientes resultados, están representados por la semilla que cayó en pedregales que no
tenía raíz en sí y por la sembrada entre espinos (afán … y … riquezas) que la ahogan,
refiriéndose al interés inicial de los oyentes, que sin embargo no responden de corazón. La
semilla que cayó en pedregales se refiere a la persona que escucha la palabra pero tropieza (lit.
“es ofendido”), skandalizetai; cf. Mt. 13:57; 15:12) cuando enfrenta la persecución por haber
expresado interés en la palabra. Sólo la semilla que cayó en buena tierra tiene un resultado
duradero y la producción de su fruto aumenta a ciento, a sesenta, y a treinta veces lo que fue
sembrado. El que cree en el mensaje de Jesús (el que oye y entiende la palabra) recibirá y
entenderá aún más (cf. 13:12).
La diferencia entre los resultados no radica en la semilla, sino en el suelo donde cayó. Las
buenas noticias eran las mismas que contiene el evangelio del reino. La diferencia estaba en los
individuos que escucharon la palabra. El Señor no quería decir que exactamente un 25 por ciento
de los receptores del mensaje creerían. Lo que sí afirmaba era que la mayoría no respondería en
forma positiva a las buenas nuevas. En esta parábola, Jesús mostró por qué los fariseos y líderes
religiosos rechazaron su mensaje. Ellos no eran “tierra fértil” para la palabra. El “misterio”
acerca del reino que Jesús presentó aquí era la verdad de que las buenas noticias serían
rechazadas por la mayoría. Esto no se había revelado en el A.T.

2. PARÁBOLA DEL TRIGO Y LA CIZAÑA (13:24–30, 36–43)


13:24–30. En la segunda parábola, Jesús usó otra vez la figura del sembrador, pero con un
giro distinto. Luego que un labrador sembró buena semilla de trigo en su campo, vino su
enemigo por la noche y sembró cizaña en el mismo terreno. Como resultado de lo anterior, el
trigo y la cizaña crecieron juntos y permanecieron así hasta el tiempo de la siega, porque
arrancar antes la cizaña acabaría también con el trigo (vv. 28–29). Por lo tanto, debían crecer
juntamente lo uno y lo otro hasta la siega, cuando la cizaña será recogida primero y
destruida. Luego el trigo será recogido en el granero.
13:31–35. Este pasaje se comentará más adelante, después del v. 43.
13:36–43. Cuando Jesús y sus discípulos entraron en la casa lejos de la gente, le pidieron
que les explicara el significado de la parábola de la cizaña del campo. Primero, Jesús dijo que
el sembrador de la buena semilla es el Hijo del Hombre, el Señor mismo. Este hecho es un
importante punto de partida para entender las parábolas en general. Estas abarcan el tiempo que
comienza con el ministerio terrenal del Señor y su proclamación de las buenas nuevas.
Segundo, el campo es el mundo en el que se diseminan las buenas nuevas.
Tercero, la buena semilla representa a los hijos del reino. La buena semilla en esta parábola
corresponde a la semilla de la primera parábola que produjo una fructífera cosecha. La cizaña
son los hijos del malo (cf. v. 19) que el enemigo, el diablo … sembró entre el trigo. Esta
condición del reino nunca fue revelada en el A.T., que hablaba de un reino de justicia en el que la
maldad sería derrotada.
Cuarto, la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles (cf. v. 49). Este hecho
señala el final del tiempo que se infiere de las parábolas. “El fin del siglo” representa la
conclusión de la época presente antes de que Cristo establezca el reino mesiánico. Por tal razón,
las parábolas de Mateo 13 cubren el período desde el inicio de la obra de Cristo en la tierra hasta
el tiempo de juicio en su advenimiento. En su segunda venida, los ángeles juntarán a los malos y
los echarán en el horno de fuego (juicio vv. 40–42; cf. vv. 49–50; 2 Ts. 1:7–10; Ap. 19:15).
En ese tiempo será el lloro y el crujir de dientes. Mateo menciona con frecuencia esta
reacción al juicio (Mt. 8:12; 13:42, 50; 22:13; 24:51; 25:30), y Lucas la refiere una vez (Lc.
13:28). Cada vez que se usa, se refiere al juicio de los impíos antes que el milenio comience.
“Llorar” sugiere el sentir de tristeza y pesar (agonía emocional de los condenados al infierno), y
el crujir de dientes habla de dolor (agonía física en el infierno). Estas son algunas de las muchas
referencias al castigo en Mateo. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de
su Padre (Mt. 13:43; cf. Dn. 12:3).
En este período entre el rechazo de Jesús y su futuro retorno, él quien es el Rey, está ausente,
pero su reino sigue vigente, aunque ahora en una nueva forma. Esta época es más amplia que la
de la iglesia, pero la incluye. La iglesia no empezó sino hasta el día de Pentecostés y llegará a su
fin en el rapto, por lo menos siete años antes de que Cristo retorne. Este “período de misterio” se
caracteriza por profesiones de fe, pero también por falsas profesiones que no se podrán distinguir
sino hasta cuando llegue el juicio final. Este período de misterio no incluye un triunfo universal
del evangelio como aseguran los posmilenialistas; tampoco incluye el reino terrenal de Jesús. Es
sencillamente el tiempo entre sus dos advenimientos, antes de que regrese a establecer el reino
prometido a David por medio de su más grande Hijo.

3. PARÁBOLA DEL GRANO DE MOSTAZA (13:31–32)


(MR. 4:30–32; LC. 13:18–19)
13:31–32. Otra parábola que Jesús presentó a la multitud compara al reino de los cielos
con un grano de mostaza. Esta semilla es de hecho la más pequeña de entre todas las conocidas.
(Las semillas de hortalizas aunque más pequeñas, no eran conocidas en esa parte del mundo).
También la frase “pequeño como una semilla de mostaza” era un proverbio para referirse a algo
inusitadamente pequeño (e.g. “si tuviereis fe como un grano de mostaza”, 17:20).
Aunque es una semilla tan pequeña, su planta crece a gran altura (¡4–5 metros!) en una sola
temporada, y en ella anidan las aves del cielo. Jesús no interpretó esta parábola en forma directa.
Sin embargo, su significado puede ser que el conjunto de seguidores que profesan creer en él,
llamado a veces cristiandad, que Jesús mencionó en la segunda parábola, tendría un comienzo
pequeño pero crecería rápidamente hasta convertirse en una gran entidad. Este grupo incluye a
creyentes e incrédulos, como lo indican las aves que se posan sobre las ramas del árbol. Sin
embargo, otros intérpretes consideran que las aves no es una indicación de la presencia de la
maldad, sino de prosperidad y abundancia.

4. PARÁBOLA DE LA LEVADURA (13:33–35)


(MR. 4:33–34; LC. 13:20)
13:33–35. En esta cuarta parábola Jesús comparó el reino de los cielos con la levadura que
cuando se mezcla en tres medidas de harina, fermenta toda la masa hasta que queda leudada.
Muchos expositores enseñan que la levadura representa aquí la presencia de la maldad en el
tiempo que media entre los dos advenimientos del Rey. En la Biblia frecuentemente significa eso
(e.g. Éx 12:15; Lv. 2:11; 6:17; 10:12; Mt. 16:6, 11–12; Mr. 8:15; Lc. 12:1; 1 Co. 5:7–8; Gá.
5:8–9). Sin embargo, si en esta parábola la levadura representa a la maldad, sería redundante,
porque ya fue representada por la cizaña en la segunda parábola. Por lo tanto, algunos opinan que
Jesús en esta ocasión tenía en mente el carácter dinámico de la levadura. La naturaleza de la
levadura es tal, que cuando el proceso de leudado comienza es imposible detenerlo. Quizá Jesús
implicaba que los que profesaban pertenecer al reino aumentarían en gran número y nada podría
detener su avance. Esta idea concuerda bien con la naturaleza de la levadura y el hilo de
pensamiento de las parábolas.
Mateo añade (Mt. 13:34–35) que esa interpretación estaba de acuerdo con algunas
declaraciones previas de Jesús (cf. vv. 11–12). Al hablar en parábolas Jesús cumplía la Escritura
(Sal. 78:2) y a la vez enseñaba verdades no reveladas previamente.
13:36–43. Véase el comentario de estos vv. en “2. Parábola del trigo y la cizaña (13:24–30,
36–43)”.

5. PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO (13:44)


13:44. En la quinta parábola, Jesús comparó al reino de los cielos con un tesoro escondido
en un campo. Un hombre, después de descubrirlo, compra aquel campo para quedarse con el
tesoro. Puesto que el Señor no interpretó esta parábola, existen varios puntos de vista acerca de
su interpretación. En el devenir de este capítulo, parece que lo mejor es entender esto como una
referencia a Israel, “el especial tesoro” de Dios (Éx. 19:5; Sal. 135:4). Una razón por la que Jesús
vino al mundo fue para redimir a Israel, para que fuese visto como el que vendió todo lo que
tenía (es decir, las glorias del cielo; cf. Jn. 17:5; 2 Co. 8:9; Fil. 2:5–8) para comprar el terreno.

6. PARÁBOLA DE LA PERLA DE GRAN PRECIO (13:45–46)


13:45–46. Esta parábola, que tampoco interpretó el Señor, puede vincularse con la anterior.
La perla preciosa puede representar a la iglesia, la novia de Jesucristo. Las perlas tienen una
formación única. “Se producen a causa de una irritación en el lado blando de la ostra. En cierto
sentido, la iglesia fue formada por las heridas de Cristo y ello fue posible por su muerte y
sacrificio” (John F. Walvoord, Matthew: Thy Kingdom Come, “Mateo: Venga tu reino”, pág.
105). El mercader que vendió todo lo que tenía para comprar la perla preciosa representa a
Jesucristo, que por su muerte proveyó la redención de los que creerían. Estas dos parábolas muy
parecidas, el tesoro y la perla, enseñan que dentro del período de tiempo en que se ausente el
Rey, Israel seguirá existiendo y la iglesia creciendo.

7. PARÁBOLA DE LA RED (13:47–52)


13:47–50. En la séptima parábola, Jesús comparó al reino de los cielos con una red …
echada en el mar que captura una gran cantidad de peces. Los pescadores arrastran la red hasta
la orilla y escogen los peces; recogen lo bueno en cestas y lo malo lo descartan. Jesús dijo que
esta selección representa la separación angelical al fin del siglo: saldrán los ángeles y
apartarán a los malos de entre los justos (v. 49; cf. vv. 37–43). Esta separación ocurrirá
cuando Jesucristo regrese para establecer su reino sobre la tierra (cf. 25:30).
13:51–52. Jesús preguntó a los discípulos si habían entendido todas las cosas que les había
dicho. El sí que contestaron es sorprendente, porque todavía no podían conocer completamente
las implicaciones de sus parábolas. De hecho, las subsecuentes preguntas y acciones de los
discípulos demuestran que no las habían entendido. Jesús, sin embargo, estaba ejerciendo la
función de un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.
En estas siete parábolas Jesús presentó algunas verdades de las que ya estaban advertidos sus
oyentes así como otras nuevas. Ellos sabían acerca de un reino en el que el Mesías gobernaría y
reinaría, pero no sabían que sería rechazado cuando se ofreciera el reino a la nación. Sabían que
en el reino habría justicia, pero no que habría maldad. Jesús señaló una nueva verdad, a saber:
que el período entre su rechazo y segunda venida se caracterizaría por seguidores profesantes,
tanto buenos como malos. Esa era tendría un pequeño comienzo, pero crecería hasta llegar a ser
un gran “reino” de profesantes. Una vez que este proceso comenzara, no podría ser detenido y
dentro del mismo, Dios sustentaría a su pueblo Israel y crearía su iglesia. Este período entre los
dos advenimientos terminará con un tiempo de castigo en el que Dios separará a los malos de los
buenos. Estos últimos entrarán en el reino para gobernar y reinar con Cristo. A través de estas
parábolas, Jesús contestó a la pregunta ¿Qué pasó con el reino? La respuesta es: el reino de Dios
será establecido en la tierra en la segunda venida de Cristo; mientras tanto, el bien y el mal
seguirán coexistiendo.

E. En varios rechazos (13:53–16:12)


1. RECHAZO EN LA CIUDAD DE NAZARET (13:53–58)
(MR. 6:1–6)
13:53–58. Después de instruir a sus discípulos, Jesús regresó a su tierra (Nazaret; Lc.
1:26–27; Mt. 2:23; 21:11; Jn. 1:45) y enseñaba a la gente en la sinagoga. En una visita previa a
Nazaret, el populacho había rechazado su enseñanza e intentaron arrojarlo por un despeñadero
(Lc. 4:16–29). Esta vez, la gente estaba impresionada con su sabiduría y … milagros pero lo
rechazaron. Lo recordaban como el hijo del carpintero (Mt. 13:55) y mencionaron a cuatro
medio hermanos (no primos) del Señor, hijos nacidos a María y José después del nacimiento de
Jesucristo. Tres de estos hijos, Jacobo … Simón y Judas, no deben confundirse con los tres
apóstoles del mismo nombre. La gente de Nazaret rehusó creer en Jesús y le puso trabas a su
ministerio allí. El problema de Nazaret era el desprecio de lo conocido, porque los residentes de
la ciudad no podían ver más allá del joven Jesús que se había criado entre ellos. Seguramente
alguien tan “ordinario” no podía ser el Mesías prometido. Por lo tanto, rechazaban al Mesías y se
escandalizaban de él. Jesús no estaba sorprendido, porque refirió un conocido proverbio, esto
es, que a un profeta no se le daba honra … en su propia tierra y familia. Jesús realizó muy
pocos milagros allí, a causa de la incredulidad de ellos.

2. RECHAZO EN LAS ACCIONES DE HERODES (CAP. 14)


a. La ejecución de Juan el Bautista (14:1–12)
(Mr. 6:14–29; Lc. 3:19–20; 9:7–9)
14:1–12. Al difundirse las noticias acerca de Jesús y sus hechos portentosos, Herodes oyó
algo sobre él y su poder para hacer milagros. Era Herodes Antipas el que gobernaba sobre un
cuarto del territorio de Palestina (de ahí el nombre de el tetrarca) incluyendo Galilea y Perea.
Gobernó del año 4 a.C. al 39 d.C. Su padre, Herodes el Grande, había mandado matar a los niños
de Belén (2:16). Herodes Antipas procesó a Jesús en su juicio (Lc. 23:7–12). (V. “Herodes el
Grande y sus descendientes” en el Apéndice, pág. 368).
Herodes concluyó que Jesús era Juan el Bautista … resucitado de los muertos (cf. Lc.
9:7). La última vez que Mateo se refirió a Juan el Bautista es cuando envió mensajeros a Jesús
para inquirir acerca de él (Mt. 11:2–14). La historia acerca de Juan es ahora completada por
Mateo. Herodes Antipas había prendido a Juan … por causa de Herodías. Juan había
condenado públicamente a Herodes, porque vivía con Herodías, su cuñada. Ella era mujer de
Felipe su hermano por lo que esta era una relación inmoral. Herodes Antipas quería matar a
Juan … pero temía hacerlo porque el pueblo amaba a Juan y lo consideraba profeta. Por lo
tanto, sólo lo privó de su libertad y lo puso en la cárcel. Pero mientras se celebraba su
cumpleaños, Salomé, la hija de Herodías … danzó. Ella agradó tanto a Herodes que éste
tontamente prometió darle cualquier cosa que quisiera. Su petición: Dame aquí en un plato la
cabeza de Juan el Bautista, no fue idea suya, sino que fue instruida primero por su madre
Herodías. Aunque esta petición entristeció (lypētheis significa estar apenado y triste al punto de
la angustia; cf. 18:31; 19:22) a Herodes, cayó en su propia trampa al hacer un juramento y
quedó entre la espada y la pared (14:9). Por lo tanto, concedió el deseo y ordenó decapitar a
Juan.
Los discípulos de Juan llevaron su cuerpo para darle honrosa sepultura, e informaron a Jesús
de lo sucedido. Esta acción de Herodes fue otro ejemplo del rechazo de Jesús, porque Mateo
vinculó de tal manera el ministerio de estos dos hombres, que lo que le pasaba a uno se veía
como algo que tenía un efecto directo sobre el otro. Al rechazar al precursor, Herodes estaba
rechazando también al Rey que Juan anunciaba.
b. Retirada de Jesús (14:13–36)
Cuando Jesús supo de la muerte de Juan el Bautista, se retiró con sus discípulos a un lugar
remoto. Desde este momento en adelante, Jesús dirigió su ministerio primordialmente a sus
discípulos. Su objetivo parecía ser instruirlos a la luz del hecho de que los dejaría. Prácticamente
ya no dijo nada más a la nación para convencerla de que él era el Mesías.
14:13–21 (Mr. 6:30–44; Lc. 9:10–17; Jn. 6:1–14). El pueblo supo anticipadamente a donde
se dirigían Jesús y sus discípulos. La gente, habiendo caminado a lo largo de la costa norte del
mar de Galilea, se reunió con Jesús. Sintiendo compasión (esplanj̱nisthē; cf. el comentario de
Mt. 9:36), Jesús … sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, los
discípulos quisieron despedir a la multitud porque no había víveres en ese remoto lugar (cf.
lugar desierto, 14:13) para alimentar a tantos. No obstante, el Señor dijo: No tienen necesidad
de irse; dadles vosotros de comer. Sin embargo, ellos tenían sólo cinco panes y dos peces. Con
estos elementos en las manos de Jesús ocurrió un milagro. Los panes y peces se multiplicaron
hasta que todos los presentes comieron … y se saciaron. Hubo más que suficiente alimento
disponible porque sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Como cinco mil hombres
comieron en esa ocasión, además de muchas mujeres y niños, quizá de 15 a 20 mil personas en
total.
Este milagro tuvo lugar en Betsaida (V. el comentario de Lc. 9:10) justo antes de la pascua
(Jn. 6:4). Este es el único milagro de Jesús que se registra en cada uno de los cuatro evangelios.
El significado de este hecho se dirigía primordialmente a los discípulos. Jesús estaba ilustrando
el tipo de ministerio que ellos llevarían a cabo después de su partida. Ellos estarían involucrados
en la tarea de alimentar a las personas, pero con comida espiritual. La fuente para su
alimentación sería el Señor mismo. Cuando su provisión se agotara, como con el pan y los peces,
necesitarían regresar al Señor por más. Él les daría la provisión, pero la tarea de alimentar a otros
sería hecha por medio de ellos. La gente que Jesús alimentó consideró que él era el profeta
prometido (Jn. 6:14–15; Dt. 18:15) y trató de hacerlo Rey. Seguramente quien fuera capaz de
sanar sus dolencias físicas y proveerles de alimento en forma tan abundante debía ser el Rey.
Pero no era el momento apropiado, porque los líderes judíos ya habían determinado acusar a
Jesús (Mt. 12:24) y su rechazo oficial no tardaría en venir.
14:22–36 (Mr. 6:45–56; Jn. 6:15–21). Jesús envió a los discípulos delante de él en una
barca. Tras despedir a la multitud, subió al monte a orar aparte (cf. Jn. 6:15). Al enviar a sus
discípulos en la barca hizo dos cosas: los alejó de la multitud y les dio oportunidad de
reflexionar sobre el significado de lo que acababa de suceder por medio de ellos. Pero
rápidamente se encontraron en medio de una tempestad. En algún momento entre las 3 y 6 de la
madrugada (la cuarta vigilia de la noche). Jesús se reunió con ellos andando sobre el mar
dirigiéndose a la barca a una distancia de cinco a seis kms. (Jn. 6:19). Su poder sobre los
elementos era obvio, pero en esta experiencia, tenía una lección reservada para los discípulos
acerca de la fe. Su miedo de ver a un fantasma (Mt. 14:26) fue aliviado cuando Jesús les dijo
que era él.
Pero Pedro, queriendo asegurarse de que era en verdad el Señor, le dijo: Señor, si eres tú,
manda que yo vaya a tí sobre las aguas. La contestación del Señor fue un simple ven. La
respuesta inicial de Pedro mostró su fe, porque bajó de la barca y comenzó a caminar hacia el
Señor. (Sólo Mateo registró la caminata de Pedro sobre el agua). En los anales históricos, sólo
dos hombres han caminado sobre las aguas, Jesús y Pedro. Pero la fe de Pedro fue desafiada al
ver el fuerte viento. Esto es, cuando notó su efecto sobre el agua. Al hundirse, dio voces al
Señor para que lo ayudara. Al momento Jesús lo asió y le reprochó su falta de fe (cf. 6:30; 8:26;
16:8), que causó que se hundiera.
Cuando llegaron a la barca, la tempestad se calmó y los asombrados discípulos le adoraron.
Su concepto de Jesús se había magnificado y reconocían que era el Hijo de Dios. Su perspectiva
de Jesús contrastaba con la de los hombres … de Genesaret (14:34), una fértil llanura que se
encontraba al suroeste de Capernaum. Cuando estos hombres supieron que Jesús había arribado,
le trajeron todos los enfermos para que los sanara. Su intención de tocar el borde del manto de
Jesús es una reminiscencia de la mujer enferma de flujo de sangre que tocó sus vestidos (9:20).
Si bien reconocían que Jesús era un gran sanador, no comprendían plenamente quién era. Los
discípulos sin embargo, mejoraban constantemente el entendimiento que tenían de su verdadera
identidad.

3. RECHAZO EN LA CONTROVERSIA CON LOS LÍDERES RELIGIOSOS (15:1–16:12)


a. Primera controversia y su resultado (cap. 15)
15:1–9 (Mr. 7:1–13). Las noticias acerca de la enseñanza de Jesús y sus actos poderosos se
habían divulgado por toda la región. Los oficiales de Jerusalén estaban al tanto de lo que Jesús
hacía, por ello enviaron una delegación a Galilea para interrogarlo acerca de un asunto
relacionado con una tradición judía. Dirigieron su ataque contra los discípulos, a quienes
acusaron de quebrantar la tradición de los ancianos en cuanto al lavado ceremonial de las manos
antes de comer. Esta tradición (rabínica, no mosaica) era un elaborado ritual en el que se lavaban
no sólo de manos, sino los vasos, jarros y utensilios de metal (Mr. 7:3–4).
Jesús inmediatamente tomó la ofensiva contra los líderes religiosos y les preguntó por qué
continuamente quebrantáis el directo mandamiento de Dios. Citó el quinto mandamiento
acerca de dar honra al padre y a la madre (Mt. 15:4; Éx. 20:12). Los judíos consideraban tan
importante honrar a los padres que cualquiera que los maldijera debía morir irremisiblemente
(Éx. 21:17; Lv. 20:9).
Jesús mostró cómo estos líderes religiosos habían, en efecto, nulificado este mandamiento
(Mt. 15:6). Podían simplemente afirmar que un objeto particular era su ofrenda a Dios para que
tal objeto no fuera usado por nadie, sino que se mantenía separado. Este era un astuto medio que
usaban para evitar que las cosas pasaran a los padres de alguien. La persona retendría esas cosas
en su casa donde supuestamente estaban apartadas para Dios. Tal acción fue condenada por
Jesús, calificándola de hipócrita (v. 7), porque aunque aparentaba ser espiritual, se llevaba a cabo
para preservar las posesiones para ellos mismos. Así que no ayudar deliberadamente a los padres
violaba el quinto mandamiento del decálogo. Tal acción había sido descrita por Isaías siglos
antes (Is. 29:13). Su religión había llegado a ser un asunto de acciones y reglas de manufactura
humana. Su corazón estaba lejos de Dios y, en consecuencia, su adoración era en vano (matēn,
“infructuosa” “fútil” un adjetivo usado sólo aquí [Mt. 15:9] y en el pasaje paralelo de Marcos 7:7
es una variante del adjetivo más común mataios, “sin resultado” “fútil”).
15:10–20 (Mr. 7:14–23). Jesús se dirigió a la multitud y le advirtió acerca de las enseñanzas
de los líderes religiosos. Dijo que un hombre no se contamina por lo que entra en su boca, sino
más bien, su condición contaminada se demuestra por lo que sale de la boca. Los fariseos se
equivocaban al pensar que sus lavamientos los mantenían espiritualmente limpios.
Los discípulos reportaron a Jesús que los fariseos se ofendieron (cf. Mt. 13:21, 57) por lo
que acababa de decirles porque percibieron que sus palabras estaban dirigidas contra ellos. Jesús
añadió que, puesto que los fariseos no eran parte de lo que plantó su Padre celestial (otra de las
muchas veces que en Mateo Jesús se refiere a Dios como “Padre”), ellos estaban destinados a ser
desarraigados (enjuiciados). Jesús dijo: Dejadlos porque habían escogido su camino y nada los
iba a detener. Ellos eran ciegos guías de ciegos, por lo tanto, caerían en el hoyo.
Pedro pidió una mayor clarificación de la enseñanza de Jesús (esta parábola se refiere a las
palabras de Jesús de 15:11; cf. Mr. 7:15–17). Por ello, Jesús amplió su declaración previa. La
contaminación del hombre no proviene de fuera de él. Lo que viene del exterior simplemente
pasa por el aparato digestivo y eventualmente se elimina. Pero lo que sale de la boca representa
lo que realmente está dentro del corazón de la persona, y esto puede contaminarla (o mostrarle
que lo está; koinoi, “ceremonialmente impuro”, “común”). Los malos (ponēroi) pensamientos,
los homicidios, los adulterios (moij̱eiai), las fornicaciones (porneiai), los hurtos, los falsos
testimonios, las blasfemias, tales acciones y palabras emergen de dentro del perverso corazón
de la persona. Estas cosas, no los alimentos que se ingieren con manos sin lavar, son las que
revelan la inmundicia espiritual.
15:21–28 (Mr. 7:24–30). Para escapar de los cuestionamientos de los líderes religiosos,
Jesús de allí, se fue hacia el norte a la región de Tiro y de Sidón, la zona gentil costera de
Fenicia. Tiro se encontraba a 55 kms. de Galilea y Tiro a 95. Allí encontró a una mujer
cananea. Siglos antes, a los habitantes de esa área se les llamaba cananeos (Nm. 13:29). La
mujer le suplicaba que tuviera misericordia de su hija atormentada por un demonio, por lo
que se acercó a él llamándolo Señor, Hijo de David (cf. Mt. 9:27; 20:30–31), un título
mesiánico. Pero ni siquiera ese clamor le podía ayudar, porque no era el tiempo apropiado.
Cuando Jesús se abstuvo de contestarle, ella persistió en su clamor y sus discípulos, le rogaron
diciendo: Despídela. Parece ser que le pedían: “Señor, ¿por qué no ayudas a esta mujer? No se
va a dar por vencida hasta que lo hagas”.
Jesús les recordó: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel (cf. 10:6).
Él había venido para ofrecer a su pueblo el reino prometido a David siglos antes. Por ello era
inapropiado para él dar bendiciones a los gentiles antes que a Israel. Pero la mujer no se
desanimaba fácilmente. Ella veía en Jesús al único capaz de ayudar a su hija. De rodillas, ella le
rogó: ¡Señor, socórreme! La respuesta de Jesús hizo que ella se diera cuenta de su posición,
porque le dijo que no estaba bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Al decir
esto, describía a una familia reunida a la hora de la comida alrededor de la mesa, tomando el
alimento provisto por el padre. La mujer gentil se vio a sí misma en ese cuadro. Ella no era de la
familia (Israel) ni merecía los mejores bocados de comida. Por el contrario, se vio a sí misma
como un perro doméstico, una gentil (los judíos llamaban frecuentemente “perros” a los
gentiles), susceptible de recibir las migajas que caen de la mesa de sus amos. Ella no quería
privar a Israel de las bendiciones divinas. Simplemente pedía que algunas de ellas se extendieran
hasta ella que estaba en necesidad. A la luz de tan grande … fe (cf. 8:10), del tipo que Jesús
buscaba en Israel, le concedió su petición. Y su hija fue sanada desde aquella hora. La fe de
esta mujer gentil contrastaba con la reacción de los líderes de Israel que rechazaron a Jesús.
15:29–39 (Mr. 7:31–8:10). Jesús, habiendo regresado de Tiro y Sidón, vino junto al mar
de Galilea y subiendo al monte (cf. 14:23), se sentó allí. Mucha gente le traía una multitud de
enfermos. Considerando Marcos 7:31–37, las multitudes a que se refiere Mateo 15:30–31
pudieron ser gentiles (también cf. Mr. 8:13 con Mt. 15:39). Jesús sanó sus padecimientos físicos
y las personas glorificaban al Dios de Israel. Jesús mostraba así lo que hará tanto a gentiles
como a judíos cuando su justo gobierno milenial se establezca en la tierra.
Este ministerio duró cerca de tres días. Jesús tuvo compasión de ellos (splanj̱nizomai; cf. el
comentario de 9:36; Lc. 7:13). Él no quería enviarlos en ayunas a casa. Los discípulos le
cuestionaron cómo podían comprar tantos panes en el desierto (cf. Mt. 14:15), para saciar a
una multitud tan grande. Cuando Jesús les preguntó con cuántos recursos contaban, le dijeron
que tenían siete panes y unos pocos pececillos. Los discípulos debieron haber supuesto que
Jesús iba a usarlos para alimentar a la multitud como lo había hecho previamente (14:13–21).
Jesús mandó a la multitud que se recostase … y tomando los siete panes y los peces, dio
gracias, los partió y dio a sus discípulos quienes los distribuyeron a la multitud. Después de
que comieron todos, y se saciaron … sobró de los pedazos, siete canastas llenas. La multitud
se estimó esta vez en cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Este milagro muestra que las bendiciones del Señor a través de sus discípulos no recaerían
sólo en Israel (14:13–21) sino también a los gentiles. Esto se ve quizá más claramente en Hechos
10–11, donde Pedro compartió las buenas nuevas de salvación con Cornelio y los de su casa.
Después de que Jesús despidió a la gente, retornó a la costa occidental del mar de Galilea, a la
ciudad de Magdala (“Magadan” una variante) al norte de Tiberias. María Magdalena (Mt. 27:56
era de ese lugar, llamado también Dalmanuta (Mr. 8:10).
b. Segunda controversia y su resultado (16:1–12)
16:1–4 (Mr. 8:11–13; Lc. 12:54–56). Cuando Jesús retornó a Israel fue otra vez confrontado
por líderes religiosos de los fariseos y saduceos. Vinieron a tentarle, y le pidieron que les
mostrase señal del cielo. Al pedir esto, estaban reiterando su rechazo de todas las señales que
Jesús había hecho ante sus ojos (cf. Mt. 12:38). Estaban, en efecto, pidiéndole que les diera una
señal más espectacular que sanar enfermos, para que pudieran creerle. La respuesta de Jesús fue
de nuevo condenatoria al llamarlos generación mala y adúltera (16:4; cf. 12:39). Aunque eran
cuidadosos observadores de las señales del tiempo y podían predecir bien si el clima sería bueno
o tempestuoso, fallaron en reconocer las muchas señales que Jesús hizo. Esa perversa generación
no recibiría ningún trato especial. Jesús no era un hacedor de señales ni trabajaba simplemente
por causa de ellas. No era un títere que actuara a su capricho. La única señal que iban a recibir
era la del profeta Jonás, que antes les había mencionado (12:38–42), pero tampoco
reconocerían esa señal sino hasta que fuera demasiado tarde.
16:5–12 (Mr. 8:14–21). Al dejar Jesús a los líderes religiosos, advirtió a sus discípulos …
Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos, con quienes acababa de
hablar. La mención que hizo Jesús de la levadura provocó que los discípulos pensaran que se
refería al hecho de que habían olvidado traer pan. Pero el Señor les explicó que no se refería a su
carencia de pan. Les recordó las ocasiones anteriores en que multiplicó los panes y peces de tal
manera que sobró mucho (Mt. 14:13–21; 15:29–38). La cantidad de comida no era el tema,
porque Jesús podía atender esa necesidad si se presentase. Debido a que no confiaban
plenamente en él para dicho asunto, ellos eran hombres de poca fe (16:8; otras tres ocasiones en
Mateo que Jesús habló acerca de la “poca fe”; 6:30; 8:26; 14:31). Él entonces simplemente
repitió su advertencia: Os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y los saduceos
(cf. 16:6), porque su doctrina era como poderosa levadura, que permeaba y corrompía a la
nación.

V. Preparación de los discípulos del Rey (16:13–20:34)


A. Revelación a la luz del rechazo (16:13–17:13)
1. LA PERSONA DEL MESÍAS (16:13–16)
(MR. 8:27–30; LC. 9:18–21)
16:13–16. Jesús y sus discípulos se marcharon de los alrededores del mar de Galilea y
fueron hacia el norte, como a 50 kms., a Cesarea de Filipo, esto es, la tetrarquía de Herodes
Felipe, hermano de Antipas. Allí el Señor cuestionó a sus discípulos en cuanto a su fe en él. Les
preguntó lo que los hombres decían acerca de él. Todas sus respuestas fueron favorables,
porque la gente identificaba a Jesús con Juan el Bautista … Elías … Jeremías, o alguno de los
profetas ya que su enseñanza era ciertamente similar a las de ellos. Por supuesto que todas esas
respuestas estaban equivocadas. Luego preguntó a los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo? (V. “Mapa de Galilea y sus alrededores” en el Apéndice, pág. 360).
Hablando en representación de los discípulos, Pedro expresó sus ahora famosas palabras: Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Siendo “el Cristo”, él era el Mesías. Jo Cristos es el
vocablo novotestamentario equivalente a māšîaḥ del A.T., que significa “el ungido”. En él se
cumplieron las promesas de Dios a la nación. Y como el A.T. lo había clarificado, el Mesías es
más que un ser humano; es Dios (Is. 9:6; Jer. 23:5–6; Mi. 5:2). Por ello, Pedro reconoció así la
deidad de Jesús como el Hijo del Dios viviente. Los discípulos habían llegado a esta conclusión
al observar por un período de tiempo al Señor, habiendo presenciado sus milagros y escuchado
sus palabras.

2. EL PROGRAMA DEL MESÍAS (16:17–26)


16:17–20. Las palabras de Pedro provocaron una felicitación del Señor. Pedro era
bienaventurado porque había llegado a la conclusión correcta acerca de la persona de Cristo y
recibiría una gran bendición en su vida. Sin embargo, el Señor añadió que esta no era una
conclusión a la que Pedro había llegado por su propia capacidad o la de otros. Dios, el Padre
que está en los cielos se la había revelado. Pedro vivía en conformidad con su nombre (significa
“roca”) porque él mismo demostraba que era una roca. Cuando el Señor y Pedro se vieron por
primera vez, le dijo a Simón que se llamaría Cefas (ar. “roca”) o Pedro (gr. “roca”; Jn. 1:41–42).
Sin embargo esta confesión acerca de la persona del Mesías condujo también a una
declaración del programa de éste. Pedro (masc. Petros) era fuerte como una roca, pero Jesús
añadió que sobre esta roca (fem. petra) edificaría su iglesia. Debido a este cambio en los
vocablos griegos, muchos eruditos conservadores creen que Jesús está edificando su iglesia sobre
sí mismo. Otros sostienen que la iglesia se edifica sobre Pedro y los otros apóstoles como piedras
que conforman su fundamento (Ef. 2:20; Ap. 21:14). Otros expertos opinan que la iglesia se
construye sobre el testimonio de Pedro. Parece mejor entender que Jesús estaba alabando la
precisa declaración de Pedro acerca de él, y estaba introduciendo su obra de edificar su iglesia
sobre sí mismo (1 Co. 3:11).
Edificar su iglesia era una obra de Jesucristo que entonces estaba en el futuro, porque no
había comenzado todavía el proceso. Él dijo, edificaré (tiempo futuro) mi iglesia, sin embargo,
su programa para la nación de Israel debía concluirse antes de que otro se echara a andar. Esta es
probablemente la razón por la que Jesús dijo que ni las puertas del Hades … prevalecerán
sobre su programa. Los judíos entendían que las puertas del Hades era una referencia a la muerte
física. Jesús estaba diciendo así, que su muerte no iba a impedir su obra de edificar la iglesia.
Más tarde (Mt. 16:21), habló de su muerte inminente. De esta manera, anticipaba su muerte y su
victoria sobre la misma a través de su resurrección.
Su iglesia entonces comenzaría a ser edificada a partir del día de Pentecostés, y Pedro y los
otros apóstoles jugarían importantes papeles en ello. El señor declaraba también que a Pedro se
le daría una significativa autoridad, las llaves del reino de los cielos. Una “llave” era
considerada símbolo de autoridad, porque un mayordomo confiable la usaba para proteger las
posesiones de su amo y repartirlas de manera correcta (cf. “las llaves de la muerte y del Hades”
[Ap. 1:18] y “la llave de David” [Ap. 3:7], que Jesús posee). A Pedro se le dijo que poseería las
llaves, y con ellas sería capaz de atar y desatar a las personas. Estas eran decisiones que Pedro
tenía que poner en práctica a medida que recibía instrucciones de los cielos, porque era allí
donde el acto de atar y desatar ocurría primero. Pedro simplemente cumplía las órdenes de Dios.
La prerrogativa de atar y desatar se vio en la vida de Pedro cuando tuvo el privilegio, en el día de
Pentecostés, de proclamar el evangelio y anunciar a todos los que respondieron con fe salvífica al
mensaje, que sus pecados habían sido perdonados (Hch. 2). Hizo lo mismo en la casa de
Cornelio (Hch. 10–11; cf. Hch. 15:19–20). Pero el mismo privilegio fue dado a todos los
discípulos (Jn. 20:22–23).
Después de haber hecho esta gran declaración acerca de su futuro programa para la iglesia,
Jesús mandó a los discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo, el Mesías. El Señor
sabía que era demasiado tarde para que la nación respondiera a su ofrecimiento y su rechazo final
se aproximaba. Los discípulos no tenían por qué tratar de convencer a Israel de recibirlo, porque
ya se había alejado de él.
16:21–26 (Mr. 8:31–38; Lc. 9:22–25). Jesús explicó a sus discípulos que su muerte estaba
cerca. Le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los líderes religiosos y
eventualmente sería muerto; pero se levantaría de la muerte al tercer día. Esta es la primera
mención que hace Mateo de la muerte de Jesús. Otras aparecen en 17:22–23 y 20:18–19.
Al oir Pedro estas palabras, tomó aparte al Señor y comenzó a reconvenirle. El discípulo
que apenas había sido bendecido por el Señor, obviamente no entendía bien el plan de Cristo.
Pedro no podía comprender que siendo Jesús el Mesías debía morir a manos de los líderes
religiosos. Probablemente el apóstol estaba tan perturbado por haber oído hablar a Jesús de su
muerte, que no lo escuchó mencionar su resurrección. La reprensión de Pedro provocó que el
Señor lo reconviniera a él porque estaba jugando el papel de Satanás. Jesús interpeló
directamente a Satanás, que procuraba usar a Pedro como su instrumento. Jesús había dicho antes
a Satanás que se alejara de él (4:10); y ahora le repetía la orden. Pedro intentaba evitar que el
Señor muriese, sin embargo, esa era una razón primordial por la que él había venido al mundo.
El tratar de frustrar la crucifixión, como antes lo había intentado Satanás (4:8–10), era el
resultado de pensar distinto a como lo hace Dios.
Aunque Pedro quería que Jesús siguiera su plan, el Señor le mostró que el discipulado tiene
un costo. No significa que de inmediato uno disfrute de la gloria. Una persona que sigue a Jesús
debe negarse a sí mismo junto con todas sus ambiciones. Debe tomar su cruz y seguirlo (cf.
10:38). En el imperio romano un criminal convicto, cuando era llevado a su crucifixión, se le
forzaba a cargar su propia cruz. Esto mostraba públicamente que estaba sometido a la misma ley
que antes había transgredido. De similar manera, los discípulos de Jesús debían demostrar su
sumisión a aquel contra quien antes se habían rebelado. El sendero que Jesús y sus seguidores
recorrerían sería de penalidades y sufrimiento. Pero al perder la persona así su vida … hallará
una mejor. Jesús pronunció palabras similares (en 10:38–39) en relación con la actitud de la
persona hacia su familia; aquí (16:24–25) las expresó en relación con el malentendido de Pedro
acerca de su programa y el costo del discipulado.
Si para un individuo fuese posible, con objeto de preservar su propia vida, ganar a todo el
mundo, pero en el proceso perder su alma, ¿qué valor tendrían entonces las posesiones
materiales? El verdadero discipulado implica seguir a Cristo y hacer su voluntad, e ir
adondequiera que su camino conduzca.

3. EL CUADRO DEL REINO MESIÁNICO (16:27–17:13)


16:27–28 (Mr. 9:1; Lc. 9:26–27). Al seguir instruyendo a sus discípulos, Jesús habló
proféticamente acerca de su segunda venida cuando él, como el Hijo del Hombre regrese en la
gloria de su Padre con sus ángeles (cf. Mt. 24:30–31; 2 Ts. 1:7). Como “Hijo de Dios” (Mt.
16:16) posee la naturaleza divina y como “Hijo del Hombre”, la humana (cf. el comentario de
8:20). Será el tiempo en que el Señor pagará a cada uno de sus siervos según su fidelidad.
Hablar de su retorno motivó al Señor a declarar que a algunos de sus discípulos que estaban allí
con él, se les permitiría ver su reino venidero antes de que experimentasen la muerte. Esta
afirmación ha provocado que muchos malinterpreten el programa del reino, porque se preguntan
cómo es que los discípulos pudieron ver al Señor viniendo en su reino. La explicación a esa
cuestión se encuentra en el siguiente evento, la transfiguración (17:1–8).
17:1–8 (Mr. 9:2–13; Lc. 9:28–36). Esta división del capítulo es una desafortunada
interrupción en el desarrollo del pasaje. Jesús recién había dicho que algunos de los que estaban
con él no morirían antes de ver al Hijo del Hombre viniendo en su reino (Mt. 16:28). La secuela
del relato ocurrió seis días después cuando Jesús tomó a Pedro, Jacobo y Juan y los llevó a un
monte muy alto. Lucas acotó que este evento ocurrió “como ocho días después” (Lc. 9:28), que
incluye el día inicial y el final así como los seis días que mediaron. El monte alto pudo haber
sido el Hermón, cerca de Cesarea de Filipo (V. “Mapa de Galilea y sus alrededores” en el
Apéndice, pág. 360), porque Jesús se encontraba en esa región (Mt. 16:13).
Allí Jesús se transfiguró (metemorfōthē, “mudó su forma”; cf. Ro. 12:2; 2 Co. 3:18) delante
del círculo íntimo de discípulos (Mt. 17:2). Esta era una revelación de la gloria de Jesús. El
resplandor de su gloria se manifestó en su rostro y sus vestidos que se hicieron blancos como
la luz. Moisés y Elías, que provenían del cielo, aparecieron en forma visible y hablaron con él
(demostrando así la existencia de la vida consciente después de la muerte). Lucas escribió que
Moisés y Elías hablaban con Jesús acerca de su muerte venidera (Lc. 9:31).
¿Por qué se presentaron Moisés y Elías de entre toda la gente del A.T.? Quizá estos dos
hombres, junto con los discípulos, representan a todas las clases de personas que estarán en el
reino venidero de Cristo. Los discípulos representan a quienes estarán presentes en su cuerpo
físico. Moisés, a los individuos que han muerto o morirán, y Elías a los salvos que no
experimentarán la muerte, sino que serán trasladados vivos al cielo (1 Ts. 4:17). Estos tres
grupos de personas estarán presentes cuando Cristo establezca su reino terrenal. Además, el
Señor estará presente con la misma gloria que manifestó en la transfiguración, y su reino tendrá
lugar en la tierra, tal como sucedió en esa ocasión. Los discípulos presenciaron así un atisbo del
reino que el Señor prometió (Mt. 16:28).
Pedro pareció percibir el significado del evento y sugirió que se levantaran tres enramadas,
para Jesús, Moisés, y … Elías. Él veía en este hecho el cumplimiento de la fiesta de los
tabernáculos que vislumbra dos épocas: una pretérita cuando el pueblo anduvo errante en el
desierto durante cuarenta años y la otra futura, cuando Israel disfrute a plenitud de las
bendiciones divinas y el Señor lo reúna en su tierra. Pedro estuvo en lo cierto al interpretar lo que
acontecía (estaba viendo el reino), pero se equivocó en cuanto al tiempo en que sucedería.
Mientras Pedro aún hablaba, una voz imponente que provenía de una nube de luz que los
cubrió, dijo: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd (cf. 3:17). Esta
aprobación del Hijo de Dios expresada por la voz divina tuvo un gran significado para los
discípulos. Años después, cuando Pedro escribió su segunda epístola, se refirió a ese evento (2 P.
1:16–18). También provocó miedo en los discípulos de tal manera que se postraron sobre sus
rostros. Cuando el Señor les ordenó levantarse a nadie vieron sino a Jesús solo, porque Moisés
y Elías ya se habían marchado.
17:9–13. Al retornar del monte este pequeño grupo, Jesús ordenó a los tres discípulos que no
dijeran a nadie la visión que habían presenciado hasta después de que resucitase de los muertos
(cf. 16:20). Algunos ya habían tratado de hacer Rey a Jesús por la fuerza, y si este evento se
divulgara, quizá otros tratarían de hacer lo mismo.
Este acontecimiento fue un adelanto de lo que sería el reino, pero los discípulos estaban
confundidos. Muchos enseñaban que antes de que viniera el Mesías, Elías debía regresar. Jesús
explicó que efectivamente Elías vendría a restaurar todas las cosas (cf. Mal. 4:5), y ya había
venido en la persona de Juan el Bautista, pero no habían reconocido su ministerio. En lugar de
recibirlo, los líderes religiosos lo rechazaron. Tal como se rehusaron a reconocer el ministerio de
Juan y lo rechazaron, Jesús también sería repudiado. En el primer anuncio del nacimiento de
Juan, se le dijo a Zacarías su padre, que su hijo iría delante del Señor “en el Espíritu y poder de
Elías” (Lc. 1:17). Las palabras previas del Señor acerca de Juan (Mt. 11:14) afirmaron que él
hubiera podido ser el Elías profetizado si la nación hubiera respondido con fe salvífica a su
mensaje. Todo lo que hacía falta para establecer el reino mesiánico ya se había hecho. La única
condición era la aceptación de la nación de su legítimo Rey.

B. Instruccción en vista del rechazo (17:14–20:34)


1. ENSEÑANZA EN CUANTO A LA FE (17:14–21)
(MR. 9:14–29; LC. 9:37–43A)
17:14–21. Cuando Jesús y su círculo íntimo regresaron con los otros discípulos, un gentío se
había reunido porque un hombre que tenía un hijo lunático (epiléptico) había buscado ayuda de
los otros nueve discípulos para sanarlo. Sin embargo, no habían sido capaces de echar fuera al
demonio (v. 18) que poseía al muchacho y que era el causante de su epilepsia. El padre
suplicante ante Jesús, arrodillándose delante de él le llamó Señor. El mal que sufría el
muchacho le causaba un gran sufrimiento y ponía en peligro su integridad física. Debido a las
convulsiones, con frecuencia caía en el fuego y en el agua. Marcos menciona incluso, que
echaba espuma por la boca (Mr. 9:18; 20). Jesús pidió que le trajeran al muchacho, y reconvino
no sólo a sus discípulos, sino a toda la multitud por su poca fe. De inmediato echó fuera al
demonio del muchacho y quedó completamente sano desde aquella hora (cf. Mt. 15:28).
Cuando los discípulos inquirieron el porqué no habían podido sanar al muchacho, Jesús les
dijo que su problema era su poca fe (cf. la “gran fe” del centurión romano [8:10] y la mujer
cananea [15:28]). Aún una fe tan pequeña como un grano de mostaza (cf. el comentario acerca
de la semilla de mostaza en 13:31), es suficiente para mover un gran monte, asumiendo, por
supuesto, que esa acción está en conformidad con la voluntad de Dios, porque nada es
imposible para Dios (cf. 19:26; Lc. 1:37). (Algunos mss. gr. añaden Mt. 17:21: “Pero este
género no sale sino con oración y ayuno”, lectura basada en Mr. 9:29). Jesús estaba instruyendo
a los discípulos tocante a sus futuros ministerios. Su problema recurrente era la poca fe y el no
buscar fielmente la dirección del Señor. Su palabra sería suficiente para producir sanidad, pero
sus acciones requerirían mucha fe y comunicación constante con el Señor a través de la oración.
Cuando esos elementos se combinaran, no habría límite a las obras que los discípulos serían
capaces de llevar a cabo, siguiendo la voluntad de Dios.

2. ENSEÑANZA ACERCA DE SU MUERTE (17:22–23)


(MR. 9:30–32; LC. 9:43B–45)
17:22–23. De nuevo el Señor recordó a los discípulos que él habría de ser entregado y
hombres impíos le matarían. Nadie puede decir que la muerte tomó a Jesús por sorpresa. Él
estaba en control de su vida y nadie se la quitó (Jn. 10:11, 15, 17–18). También dijo a los
discípulos que la muerte no sería el fin para él. De nuevo afirmó que resucitaría al tercer día. A
diferencia de una anterior ocasión (Mt. 16:21–23), no se consigna esta vez que el anuncio de su
muerte fuese confrontado por alguna oposición de parte de los discípulos. Sin embargo, ellos se
entristecieron en gran manera por las palabras del Señor. Uno se pregunta si es que oyeron el
mensaje completo, o sólo la parte que se refería a su muerte.

3. ENSEÑANZA ACERCA DE LOS DEBERES ANTE EL GOBIERNO (17:24–27)


17:24–27. Cuando Jesús y los discípulos regresaron a Capernaum … los que cobraban los
impuestos los estaban esperando. De acuerdo con la costumbre, cada judío mayor de 20 años
estaba obligado a pagar el impuesto del templo que era de medio siclo o dos dracmas al año para
el sostenimiento del santuario (cf. Éx. 30:13–15; Neh. 10:32). Aparentemente, tanto Pedro como
Jesús no habían pagado aún sus impuestos (Mt. 17:27b) de ese año, por eso los recaudadores
buscaban a Pedro. Su pregunta acerca de la falta de pago de los impuestos por el Señor
implicaba que no estaba cumpliendo con la ley. Pedro respondió que el Señor pagaría su tributo
en conformidad con la ley.
Antes de que Pedro hablara con el Señor acerca de este asunto, Jesús le preguntó si los reyes
… cobran los tributos o los impuestos … de sus hijos o de los extraños. Pedro respondió que
los reyes no cobran impuestos de sus familiares, porque ellos están exentos, sino de los
extraños. El Señor le mostró a Pedro que no sólo él como Rey estaba exento de pagar impuestos;
también sus discípulos, por ser hijos del reino no tenían que pagarlos (v. 26). Ellos tenían
también una posición privilegiada y el Rey debía proveer todo lo que necesitaran. Sin embargo,
esta vez el Señor no quería iniciar una polémica sobre un punto tan pequeño (ofenderles, v. 27)
porque los líderes religiosos buscaban acusaciones contra Jesús. Él envió a Pedro a pescar, algo
que verdaderamente disfrutaba. Tenía que echar el anzuelo para realizar una captura especial. El
pez llevaría en la boca un estatero, la cantidad exacta para pagar el impuesto suyo y del Señor.
Aunque Mateo no registra el resto de la historia, puede asumirse que Pedro hizo lo que se le
ordenó. Capturó el pez, encontró la moneda y pagó el impuesto. El Señor mostró así su sumisión
a la autoridad establecida.

4. ENSEÑANZA ACERCA DE LA HUMILDAD (18:1–6)


(MR. 9:33–37, 42; LC. 9:46–48)
18:1–6. Mientras permanecían en la ciudad de Capernaum, los discípulos hicieron una
pregunta a Jesús que sin duda habían estado comentando entre ellos: ¿Quién es el mayor en el
reino de los cielos? Ellos todavía esperaban que el de Jesús fuera un reino terrenal y se
preguntaban qué posiciones de privilegio iban a ocupar en él. Para contestarles, Jesús tomó a un
niño (paidion), que de acuerdo con la ley no tenía derechos, y lo puso en medio. A continuación,
dijo a sus discípulos que necesitaban efectuar un cambio en su manera de pensar. La grandeza en
el reino no se basa en la magnitud de las obras o la grandilocuencia de las palabras, sino en la
humildad de espíritu que caracteriza a un niño.
La contestación de Jesús indicaba que le estaban haciendo una pregunta equivocada.
Deberían de estar preocupados por servir al Señor, no por la posición que ocuparían en el reino.
Era necesario que su servicio estuviera dirigido a la gente, porque Jesús les dijo que debían
recibir a un niño … en su nombre. Poco interés se concedía a los niños en esos días, pero Jesús
no los ignoró. De hecho, expresó una severa advertencia a todo aquel que pusiera tropiezo a
alguno de estos pequeños que creen en él. (Es interesante que ¡los niños pueden y de hecho
creen en Jesús!). La expresión haga tropezar traduce el vb. skandalisē “ofender”, “hacer caer”
que Mateo usa 13 veces. Mejor le fuera a tal ofensor que se le colgase al cuello una piedra de
molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. Una persona en verdad humilde
no se preocupa de su posición o poder, sino de su servicio activo, en especial hacia aquellos que
están más necesitados.

5. ENSEÑANZA ACERCA DE LAS OFENSAS (18:7–14)


18:7–11 (Mr. 9:43–48). Jesús prosiguió la discusión anterior al hablar de los que causan
ofensas. Es obvio que esos individuos ya estaban presentes en el tiempo de Cristo, pero el juicio
de Dios (dos veces ¡ay …!, Mt. 18:7; el fuego eterno, v. 8; el infierno de fuego, v. 9; cf. 6:22)
caería sobre ellos, porque no corregían la causa básica de su pecado. Jesús no estaba enseñando
la necesidad de automutilarse como cortarse una mano, un pie o sacarse un ojo (cf. 5:29–30).
Porque hacerlo no erradicaría la fuente de la ofensa, que es el corazón (cf. 15:18–19). Jesús
afirmó que uno debe quitar todo lo que ofenda a otros. Con frecuencia se necesitan cambios
radicales en la persona para evitar hacer esto. El Señor recordó a los discípulos el valor que para
él tienen estos pequeños (mikrōn toutēn; cf. 18:6, 14). Los niños son importantes para Dios.
Puede ser que él encargara el cuidado de los niños pequeños a un grupo específico de ángeles
(sus ángeles) que están en comunicación permanente con el Padre celestial (cf. Sal. 91:11; Hch.
12:15). (Algunos mss. gr. añaden las palabras de Mt. 18:11, “el Hijo del Hombre ha venido para
salvar lo que se había perdido”, quizá una inserción de Lc. 19:10).
18:12–14. (Lc. 15:3–7). Con el propósito de demostrar la importancia que Dios da a los
niños pequeños, el Señor presentó a los discípulos una ilustración. Un hombre que tiene cien
ovejas de pronto descubre que sólo noventa y nueve están presentes. ¿No las deja y busca a la
que se había descarriado hasta que la encuentra? De la misma manera, Dios (vuestro Padre
que está en los cielos; cf. Mt. 18:10) se preocupa de estos pequeños (cf. vv. 6, 10) y no quiere
que se pierda ni uno de ellos. Debe tenerse un gran cuidado para evitar toda ofensa.

6. ENSEÑANZA ACERCA DE LA DISCIPLINA (18:15–20)


(LC. 17:3)
18:15–20. En cuanto terminó de hablar de las ofensas, Jesús se refirió a lo que hay que hacer
cuando se comete un pecado conocido. Cuando un hermano peca contra otro, los dos deben
tratar el asunto. Si el conflicto se arregla en esa instancia no hay necesidad de ir más lejos. Pero
si el hermano que ofendió no oyere deben estar presentes dos o tres testigos para que se
clarifique toda palabra. Esto está en conformidad con los precedentes veterotestamentarios,
como Deuteronomio 19:15. Si el hermano ofensor aún así no reconoce su error, la situación debe
ser expuesta a toda la iglesia, o “asamblea”. Los discípulos probablemente entendieron que Jesús
decía que el asunto debía llevarse ante la asamblea judía. Después del establecimiento de la
iglesia en el día de Pentecostés, seguramente estas palabras tuvieron más significado para ellos.
Una persona que se niegue a reconocer su pecado debe ser tratado como un forastero (gentil o
publicano). Esta acción corporativa fue confiada a todo el grupo de apóstoles. Sus acciones de
atar y desatar debían ser dirigidas desde el cielo (Mt. 18:18; cf. el comentario de 16:19). Resulta
claro que todos fueron aludidos porque el pron. vosotros es plural. A la par de su responsabilidad
de atar y desatar, debían comprometerse a orar juntos o en forma corporativa. Siempre que se
congregasen en el nombre del Señor, él estaría con ellos. Y si dos o tres estuvieren de acuerdo
acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por el Padre que está en los cielos.

7. ENSEÑANZA ACERCA DEL PERDÓN (18:21–35)


18:21–22. Pedro le preguntó al Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que
peque contra mí? ¿Hasta siete? Pedro estaba siendo generoso al decir esto, porque según la
enseñanza rabínica una persona ofendida debía perdonar a su hermano sólo tres veces. La
respuesta de Jesús fue que el perdón debía ejercerse en términos mucho más amplios. No sólo
siete veces, sino aun hasta setenta veces siete, esto es, 490 veces. Jesús quería decir que no
debe imponerse un límite al perdón. Luego, para completar la idea, les contó una parábola.
18:23–35. Jesús habló de un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Uno de ellos le
debía una gran cantidad, diez mil talentos. Esto probablemente equivalía a varios millones de
dólares, porque un talento era una medida de oro que pesaba de 26 a 36 kgs. Cuando él no pudo
pagar, ordenó su señor venderle a él, su mujer e hijos y todas sus posesiones para que pudiera
pagar lo más posible de la deuda. El siervo suplicó a su señor que le concediera más tiempo
para pagar. El señor … movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.
Pero poco tiempo después, este siervo salió y encontró a otro consiervo que le debía cien
denarios, una cantidad mucho más pequeña. El denario era una moneda de plata romana, que
valía alrededor de 16 centavos de dólar y representaba el salario diario de un trabajador. El
primer siervo exigió su pago y se negó a mostrar misericordia hacia su deudor. De hecho, le echó
en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Los otros consiervos, habiéndose enterado de lo que
pasaba, se entristecieron mucho (elypēthēsan “apenado o triste al punto de la aflicción”; cf.
14:9; 19:22) por el curso que tomaron los acontecimientos y refirieron a su señor lo que
acontecía. El señor hizo llamar al primer siervo y lo encarceló por no haber mostrado
misericordia a su consiervo y porque él tenía que haber pagado una deuda mucho mayor.
El Señor enseñó así que el perdón debe darse en proporción directa a lo que fue perdonado.
Al primer siervo se le perdonó todo y él a su vez debió haber perdonado todo. Al creyente en
Dios se le han perdonado todos sus pecados por la fe en Jesucristo. Por lo tanto, cuando alguien
peca contra él, debe estar dispuesto a perdonar de todo corazón a su ofensor, sin importar
cuántas veces ocurra la ofensa (cf. 18:21–22; Ef. 4:32).

8. ENSEÑANZA ACERCA DEL DIVORCIO (19:1–12)


(MR. 10:1–12)
19:1–12. Jesús … se alejó de Galilea por última vez y se dirigió a Jerusalén por las
regiones de Judea por el lado oriental del río Jordán. Esa área era conocida como Perea. Allí,
como frecuentemente sucedía, le siguieron grandes multitudes de gente necesitada, y los sanó.
Pero algunos fariseos trataron de tentar a Jesús haciéndole una pregunta: ¿Es lícito al hombre
repudiar a su mujer por cualquier causa? La nación estaba dividida en cuanto a este tema.
Los seguidores de Hillel consideraban que un hombre podía divorciarse de su mujer por casi
cualquier razón, pero otros, siguiendo las enseñanzas de Shammai, pensaban que uno no podía
divorciarse de su mujer a menos que ella fuese culpable de pecado sexual. Sin meterse en la
controversia de Hillel y Shammai, Jesús recordó a los líderes religiosos el propósito original que
Dios tuvo al establecer el vínculo matrimonial. Cuando Dios creó a los seres humanos los hizo
varón y hembra (v. 4; Gn. 1:27). Al contraer matrimonio, él los une en un lazo indisoluble. Esa
unión es más fuerte que la relación padre-hijo, por esto el hombre debe dejar padre y madre y
unirse a su mujer en una relación de una sola carne (Gn. 2:24). Por tanto, lo que Dios juntó
los hombres no deben separarlo (j̱orizetō; en 1 Co. 7:10 esta palabra significa “divorciarse”).
Los fariseos, al darse cuenta de que Jesús hablaba de la permanencia de la relación marital,
preguntaron por qué Moisés hizo una provisión para el divorcio de las personas en su tiempo (cf.
Mt. 19:7). La respuesta del Señor fue que Moisés concedió este permiso a causa de la dureza de
… corazón de las personas (cf. Dt. 24:1–4). “Por la dureza de vuestro corazón” literalmente es
“hacia vuestra dureza de corazón” (sklērokardian; el término español “esclerosis” viene de
sklēros, “dureza”, y de kardian proviene la palabra “cardíaco”). Sin embargo, ese no fue el
propósito de Dios al formar el matrimonio. Su intención es que los esposos y esposas vivan
juntos en forma permanente. El divorcio es un error salvo por causa de fornicación (cf. Mt.
5:32).
Los eruditos bíblicos difieren acerca del significado de esta “cláusula de excepción”, que se
encuentra sólo en el evangelio de Mateo. La palabra griega que se usa para “fornicación” es
porneia.
(1) Algunos consideran que Jesús usó este término como sinónimo de adulterio (moij̱eia). Por
lo tanto, el adulterio de cualquiera de los cónyuges es la única razón suficiente para que un
matrimonio termine en divorcio. Algunos de los que sostienen este punto de vista creen que
volverse a casar es posible, pero otros consideran que jamás debe ocurrir.
(2) Otros definen porneia como un pecado sexual que sólo podía darse en el período del
desposorio, cuando un hombre y una mujer judíos se consideraban casados pero sin haber
consumado su matrimonio con la relación sexual. Si en este período la mujer era hallada
embarazada (como María; 1:18–19), podía darse el divorcio y romper el contrato matrimonial.
(3) Otros más creen que el término porneia se refería a matrimonios ilegítimos dentro de
ciertos grados de parentesco familiar, como los que aparecen en Levítico 18:6–18. Si un hombre
descubría que su esposa era pariente cercana, en realidad se había involucrado en un matrimonio
incestuoso. Este sería un motivo o causa justificable para divorciarse. Algunos dicen que este
significado de porneia se encuentra en Hechos 15:20, 29 (cf. 1 Co. 5:1).
(4) Otro punto de vista es el que dice que porneia se refiere a un estilo de vida de infidelidad
sexual incesante, persistente y promiscuo (distinto de un acto aislado de infidelidad). (En el N.T.
porneia es un término más amplio que moij̱eia). Esa práctica llevada a cabo de continuo sería
base suficiente para el divorcio, puesto que tal conducta infiel rompería el vínculo matrimonial
(sobre el tema del divorcio y nuevo matrimonio, V. el comentario de 1 Co. 7:10–16).
Cualquiera que sea el punto de vista que uno asuma acerca de la cláusula de excepción, debe
notarse que Jesús puso énfasis en la permanencia del matrimonio. Los que oían sus palabras lo
entendieron así, porque razonaron que si no hay lugar para el divorcio, conviene más no casarse.
Pero esto no fue lo que Jesús quiso decir, porque Dios ha dado el matrimonio a la gente
pensando en su bienestar y mejoramiento (Gn. 2:18). El matrimonio debe ser un freno para la
lujuria e infidelidad (1 Co. 7:2). Con todo, hay algunos que son capaces de no tener deseos
sexuales normales (nacieron eunucos o fueron castrados) o que pueden controlarlos para
dedicarse a promover el programa de Dios en la tierra (Mt. 19:12; cf. 1 Co. 7:7–8, 26). Pero no
todos son capaces de recibir este papel de trabajar solteros (Mt. 19:11). Muchos se casan y
llevan a cabo los propósitos de Dios, extendiendo su obra en el mundo.

9. ENSEÑANZA SOBRE LOS NIÑOS (19:13–15)


(MR. 10:13–16; LC. 18:15–17)
19:13–15. Muchos padres traían a sus niños a Jesús para que pusiese las manos sobre
ellos, y orase por ellos. Pero los discípulos pensaban que hacían perder el tiempo a Jesús. Por
ello empezaron a reprender a los que traían a sus niños. Aparentemente los discípulos habían
olvidado lo que Jesús les había dicho antes acerca del valor de los niños y lo serio que era
ponerles tropiezo (cf. 18:1–14). Jesús reprendió a los discípulos, diciéndoles: Dejad a los niños
venir a mí, y no se lo impidáis. El reino de los cielos no está limitado a los adultos que pueden
ser considerados de mayor valor que los niños. Cualquiera que venga al Señor en fe es un valioso
súbdito para el reino. Esto implica (19:15) que el Señor tenía tiempo para todos los niños, porque
no se fue de esa región sino hasta que los hubo bendecido a todos.

10. ENSEÑANZA ACERCA DE LAS RIQUEZAS (19:16–26)


(MR. 10:17–31; LC. 18:18–30)
19:16–22. Un hombre joven (v. 20), rico (v. 22) y principal (Lc. 18:18; quizá funcionario del
sanedrín) vino y preguntó a Jesús: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?
Este hombre principal no preguntó cómo podía obtener la salvación. En lugar de eso, preguntaba
cómo podía asegurar su entrada al reino mesiánico. Quería saber que “cosa buena” (obra)
mostraría que él era justo y, por eso mismo, que estaba calificado para ingresar al reino. Jesús
contestó: Ninguno hay bueno sino uno, esto es, Dios. La perfección era el requerimiento (Mt.
5:48; cf. 19:21); por lo tanto la persona debe ser tan buena como Dios. El joven debía tener la
justicia de Dios, que viene por la fe en él (Ro. 4:5). Quizá Jesús esperaba entonces una respuesta
del joven principal para ver si afirmaría su creencia de que Jesús es Dios, esto es, que siendo uno
con el Padre, es bueno (agathos, “intrínsecamente bueno”).
Al no contestar el joven principal, Jesús señaló que uno puede tener entrada a la vida (i.e. la
vida en el reino de Dios) sólo si da evidencia de que es justo. Debido a que la norma oficial de
justicia era la ley de Moisés, Jesús le dijo al hombre que guardara los mandamientos. El joven
principal era perceptivo, porque de inmediato preguntó: ¿Cuáles? Los fariseos promovían otras
normas de justicia y habían añadido a los mandamientos de Dios mucho más de lo que él quería
establecer. El joven estaba de hecho preguntando a Jesús, ¿debo guardar todos los mandamientos
de los fariseos? Jesús contestó repitiendo varios de los mandamientos de la segunda sección del
decálogo, es decir, del quinto al noveno, los cuales prohibían matar, adulterar, robar, decir falso
testimonio y el mandato positivo de honrar a los padres (Éx. 20:12–16). Jesús no menciona el
décimo mandamiento (Éx. 20:17) acerca de la codicia, pero añadió el mandato, amarás a tu
prójimo como a ti mismo (cf. Lv. 19:18; Mt. 22:39; Ro. 13:9; Gá. 5:14; Stg. 2:8).
El joven aseveró que él había guardado todo esto, pero todavía sentía un vacío (Mt. 19:20).
Si en verdad él guardaba los mandamientos, sólo Dios lo sabe. El joven creía que había cumplido
pero todavía había algo que hacía falta en su vida. Jesús puso el dedo en la llaga al decirle anda,
vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y entonces tendrás tesoro en el cielo. Esa
misericordia hacia los pobres demostraría su justicia interna. Si él fuera justo (con base en la fe
en Jesús como Dios), él hubiera dado su riqueza a los pobres y seguido a Jesús. Pero, en lugar de
eso, el joven … se fue triste (lypoumenos, “apenado o triste al punto de la angustia”; cf. 14:9;
18:31) porque tenía muchas posesiones. Su falta de disposición para renunciar a su riqueza
mostró que no amaba a su prójimo como a sí mismo. Luego entonces, no había guardado todos
los mandamientos y no tenía la salvación. No se escribió más acerca de este joven;
probablemente nunca dejó todo para seguir a Jesús. Él amaba más al dinero que a Dios y de esa
manera estaba quebrantando el primer mandamiento (Éx. 20:3).
19:23–26. El incidente con el joven principal provocó un breve mensaje de Jesús a sus
discípulos. Él subrayó cuán difícil es para un rico entrar en el reino de Dios. En realidad, Jesús
dijo que era más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja. Puesto que el hombre
confiaba en sus riquezas más que en el Señor para salvarse, le sería menos posible entrar al reino,
que a un camello (uno de los más grandes animales que eran usados por los judíos) pasar “por el
ojo de una aguja” (rafidos, una aguja de coser, no una pequeña puerta incrustada en otra mayor
como a veces se sugiere). Este ojo de una aguja era una abertura en extremo pequeña. Los
asombrados discípulos preguntaron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Esto exhibe la influencia
farisaica en ellos, porque los fariseos creían que Dios otorgaba riquezas a los que él amaba. Por
consiguiente, si una persona rica no podía lograr entrar al reino, ¡al parecer nadie podría! Jesús
respondió que la salvación es obra de Dios. Lo que parece imposible al hombre es lo que Dios se
deleita en hacer (cf. 17:20).

11. ENSEÑANZA ACERCA DEL SERVICIOY LAS RECOMPENSAS (19:27–20:16)


19:27–30. En el incidente previo, Jesús ordenó al joven rico que vendiera todo lo que poseía
y le siguiera. Esto era exactamente lo que los discípulos habían hecho, tal como Pedro, le dijo:
He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?
Mientras que el joven principal no abandonó sus posesiones (v. 22), Pedro y los otros discípulos
sí lo habían hecho (4:18–22; 9:9; cf. 16:25). Seguramente entonces, Pedro razonó que Dios los
bendeciría porque no estaban confiando en sus riquezas. El Señor les explicó que habría una
regeneración (palingenesia, “renacimiento”) de todas las cosas. A pesar de que la nación estaba
rechazando su oferta del reino, el reino vendría, con su extensa recreación de las esferas
espiritual (Is. 2:3; 4:2–4; 11:9b), política (Is. 2:4; 11:1–5, 10–11; 32:16–18), geográfica y física
(Is. 2:2; 4:5–6; 11:6–9; 35:1–2). Entonces Cristo se sentará en el trono de su gloria (cf. Mt.
25:31; Ap. 22:1).
Los discípulos tendrán un lugar especial en el reino, se sentarán en tronos, para juzgar a las
doce tribus de Israel (cf. Ap. 21:12–14). De hecho, todo el que deje su casa y familia por el
nombre (la causa) del Señor, recibirá bendiciones físicas que compensarán sus pérdidas (Mt.
19:29). Esto será adicional a la vida eterna que heredarán en el reino. Si bien pudiera parecer
que ellos estaban renunciando a todo en ese momento y por lo tanto eran los postreros, en la
eternidad se les dará todo y serán los primeros. Contrariamente, aquellos que como el joven
rico, parecen tenerlo todo ahora (los primeros), descubrirán un día que lo han perdido todo
(serán los postreros, cf. 20:16).
20:1–16. Para continuar esta discusión, Jesús contó una parábola en la cual un padre de
familia dueño de un terreno, salió por la mañana y contrató obreros para su viña para ese día,
por un pago convenido en un denario, el pago normal de un día de trabajo. Más tarde, cerca de
la hora tercera (como a las 9 a.m.) el dueño de la viña animó a otros que estaban en la plaza
para que también fuesen a trabajar a su viña, no por una paga definida, sino por lo que fuere
justo. El dueño de la viña empleó a más obreros cerca de las horas sexta (como a mediodía) y
novena (3 p.m.), y algunos más a la hora undécima (5 p.m.) cuando sólo quedaba una hora de
trabajo.
Cuando llegó la hora (la noche, i.e., 6 p.m.) de que el dueño pagara a los obreros, comenzó
haciéndolo a aquellos que habían trabajado la menor cantidad de tiempo y recibieron cada uno
de ellos un denario. Cuando los que habían trabajado todo el día vinieron a hacer cuentas, se
imaginaron que habían de recibir más de un denario. Ellos habían trabajado todo el día y
aguantado la carga y el calor del día. Sin embargo, ellos habían convenido trabajar por una
cantidad estipulada que fue lo que recibieron (v. 13). El dueño de la viña argumentó que él tenía
derecho de hacer lo que quisiera con su dinero. Él les llamó la atención al hecho de que no
debían tener envidia de su generosidad hacia quienes trabajaron sólo brevemente.
Por medio de esta ilustración, Jesús enseñó que el asunto de las recompensas está bajo el
control soberano de Dios, que es “el dueño de la viña” en la parábola. Él es a quien todas las
cuentas serán rendidas. Muchos de los que ahora tienen posiciones prominentes se encontrarán
un día con que habrán sido degradados. Y muchos que frecuentemente se encuentran al final de
la escala social se encontrarán en los mejores lugares. Muchos primeros serán postreros, y los
postreros, primeros. (Esto apoya lo que Jesús había dicho en 19:28–30). En el ajuste final de
cuentas, el análisis del Señor será el único que cuente.

12. ENSEÑANZA ACERCA DE SU MUERTE (20:17–19)


(MR. 10:32–34; LC. 18:31–34)
20:17–19. Uno jamás podría decir que Jesús no preparó a sus discípulos para su muerte. Por
lo menos tres veces les había anunciado que moriría (12:40; 16:21; 17:22–23). Ahora iba de
camino a Jerusalén (cf. los movimientos geográficos de Jesús: 4:12; 16:13; 17:24; 19:1; 21:1).
Otra vez les dijo a los discípulos que en esa ciudad le esperaba la muerte. Aquí habló por vez
primera de su traición, escarnio, flagelación y crucifixión. Pero también les recordó que su
muerte no sería el final de su vida, porque resucitaría al tercer día (cf. 16:21; 17:23). Los
discípulos no respondieron a las palabras del Señor. Quizá se negaban a creer que el Señor sería
tratado así.

13. ENSEÑANZA CON RESPECTO A LA AMBICIÓN (20:20–28)


(MR. 10:35–45)
20:20–23. La reciente disertación de Jesús acerca de la “regeneración de todas las cosas”
(19:28) provocó el siguiente incidente. La madre de Jacobo y Juan se acercó a Jesús con sus
dos hijos y se postró ante él. Cuando Jesús inquirió cual era su petición, ella le dijo que les
concediera a sus hijos lugares de privilegio en su reino, que uno estuviera sentado a su derecha
y el otro a su izquierda. Quizá ella había oído a Jesús decir a sus discípulos que se sentarían en
tronos (19:28), y con su típico orgullo de madre, consideraba que sus hijos merecían los dos
mejores lugares.
Jesús no corrigió a la mujer respecto al hecho del reino venidero. Su única pregunta la dirigió
a los dos hijos (sabéis está en pl.), que aparentemente habían urgido a su madre para que hiciera
la petición. Él les preguntó si serían capaces de beber del vaso que él estaba por beber. Jesús
hablaba de su juicio y muerte inminentes en que sería traicionado y muerto en la cruz (26:39,
42). Ellos contestaron al unísono: Podemos. Jesús indicó que en verdad compartirían el vaso
del sufrimiento y muerte con él. Esto se cumplió; Jacobo murió temprano en la era de la iglesia a
manos de Herodes Agripa I (Hch. 12:1–2) y Juan se cree que fue martirizado cerca del final del
primer siglo.
Sin embargo, conceder posiciones de honor a su derecha y a su izquierda en el reino no era
su prerrogativa. Esos lugares serían ocupados por aquellos para quienes el Padre, el juez
misericordioso y generoso (cf. Mt. 20:1–16), designara (v. 23). Este relato ilustra otra vez que los
discípulos no habían entendido la enseñanza de Jesús acerca de la humildad (cf. 18:1–6). La
pregunta de Pedro (19:27) también dejaba ver un deseo de ocupar posiciones de importancia. Los
discípulos continuaron discutiendo este tema incluso hasta el momento de la muerte del Señor.
20:24–28. Cuando los diez discípulos oyeron acerca de lo que pidió la madre de Jacobo y
Juan, se enojaron contra los dos hermanos. ¡Probablemente lamentaban que ellos no lo habían
pensado primero! (cf. 18:1). Jesús se había percatado, por supuesto, de la evidente fricción
dentro del grupo. Por esto, llamándolos les recordó algunos principios importantes. Mientras
que algunos (los gobernantes y los que son grandes) se enseñorean de otros, los discípulos no
debían proceder así. La grandeza en el reino del Señor no viene por la autoridad o dominio que
se ejerza, sino a través del servicio (20:26–27). Su meta debía ser servir, no dominar. Los que
tengan mayor estima serán los que sirvan y sean humildes.
No ha habido otro ejemplo mayor de este principio que el Señor mismo. Él no vino al mundo
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Aquí estaba la
primera pista de lo que la muerte de Cristo conseguiría. Él ya les había dicho un buen número de
veces que moriría. Pero no les había explicado la razón. Ahora resultaba claro que su muerte
sería con el fin de proveer “rescate” (lytron, “pago”) “por” (anti, “en lugar de”) “muchos” (V.
“Palabras referentes a la redención en el N.T.” en el Apéndice, pág. 366). Su muerte tomaría el
lugar de muchas muertes, porque sólo ella podía verdaderamente expiar el pecado (Jn. 1:29; Ro.
5:8; 1 P. 2:24; 3:18). Él fue el sacrificio perfecto, cuya muerte sustitutoria pagó el precio del
pecado.

14. ENSEÑANZA ACERCA DE LA AUTORIDAD (20:29–34)


(MR. 10:46–52; LC. 18:35–43)
20:29–34. En una última exhibición de su autoridad antes de que llegara a Jerusalén, Jesús
sanó a dos ciegos cerca de la ciudad de Jericó. Los otros escritores de los evangelios sinópticos
(Marcos y Lucas) repiten esta historia, pero con algunas diferencias. Mateo dice que eran dos
hombres; Marcos y Lucas por su parte dicen que era uno. Marcos incluyó el nombre del ciego,
Bartimeo. Sin duda hubo dos hombres, pero Bartimeo fue el que más se hizo notar. Mateo y
Marcos dicen que los hombres fueron sanados al dejar Jesús Jericó, pero Lucas dice que la
sanidad ocurrió cuando se acercaba a Jericó. Esto puede explicarse por el hecho de que en aquel
entonces había dos lugares que se llamaban Jericó, esto es, una ciudad vieja y otra nueva. Jesús
estaba alejándose de la vieja Jericó (Mateo y Marcos) y aproximándose a la nueva ciudad
(Lucas) cuando ocurrió el milagro.
Los ciegos clamaron a gran voz para que les ayudase cuando oyeron que Jesús pasaba por
allí. Su petición a Jesús se basaba en el hecho de que él era Señor, Hijo de David.
Anteriormente otros dos ciegos llamaron a Jesús “Hijo de David” (Mt. 9:27; cf. 15:22). Al usar
este título, estaban invocándolo como Mesías. Ellos persistieron a pesar de la reprensión de la
gente, hasta que deteniéndose Jesús, los llamó. Cuando les preguntó qué querían, ellos
simplemente dijeron que les devolviera la vista. Jesús se sintió compadecido (splanj̱nistheis; cf.
el comentario de 9:36) de ellos y ejerciendo su autoridad de Mesías, el Hijo de David, los sanó
en seguida. Resulta muy interesante que esta extensa sección (17:14–20:34) en la que Jesús
enseñó a los discípulos cosas que necesitarían después de su muerte, termine con una
demostración de su autoridad. Verdaderamente se debe creer en él, porque es el Hijo de David, el
Mesías de Israel.

VI. Clímax del ofrecimiento del Rey (caps. 21–27)


A. Presentación oficial del Rey (21:1–22)
1. LA ENTRADA TRIUNFAL (21:1–11)
(MR. 11:1–11; LC. 19:28–42; JN. 12:12–14)
21:1–5. Jesús y los discípulos se aproximaban a Jerusalén desde el oriente, por el camino
de Jericó. Cuando llegaron al pueblo de Betfagé en las faldas orientales del monte de los Olivos,
Jesús envió dos discípulos por delante para que buscaran a una asna y su pollino. De los cuatro
evangelios que narran la entrada triunfal, únicamente Mateo menciona a una asna junto con su
pollino. Una explicación simple de lo que algunos llaman contradicción es que cuando Jesús
montaba el pollino, la madre asna iba a la par. Quizá él montó sobre cada animal parte de la
distancia (v.7).
Jesús ordenó a los discípulos que trajeran los animales a él. Y si alguien cuestionare lo que
hacían, debían decir que el Señor los necesita. Como Mesías, él tenía el derecho de pedir
cualquier cosa que necesitara. Mateo menciona (vv. 4–5) que esto era para cumplir una profecía,
a saber, Zacarías 9:9 (cf. Is. 62:11), que habla de la venida del Rey en una manera que estaba de
acuerdo con su carácter manso, montando un pollino, hijo de animal de carga. Esta no era la
manera convencional en que los reyes se transportaban, porque venían como conquistadores
cabalgando sobre caballos. El pollino es símbolo de paz.
21:6–8. Los discípulos trajeron los animales, pusieron sobre ellos sus mantos de modo que
sirvieran de cabalgaduras y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos a su paso (cf. 2
R. 9:13) así como ramas de los árboles en el camino. La mayoría de esas personas eran
peregrinos de Galilea que iban a Jerusalén a celebrar la pascua y estaban familiarizados con
Jesús y los muchos milagros que había realizado en su territorio.
21:9. Mientras la gente caminaba a la par, algunos delante y otros atrás de él, probablemente
iban cantando algunos salmos de peregrinación. Mateo notó que ellos (incluyendo a los niños, v.
15) exclamaban las palabras de Salmos 118:26, ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
A él lo aclamaban diciendo ¡Hosanna al Hijo de David! “Hosanna” proviene del hebreo hôšî‘âh
nā’, “salva (nos), te lo imploramos”, y está tomada de Salmos 118:25 y era una expresión de
alabanza y petición.
Aunque la multitud no comprendía plenamente la importancia de este evento, parecía que
estaban reconociendo que Jesús era la simiente prometida de David que había venido para
otorgarles salvación. Tanto sus palabras como sus acciones tributaban honor a aquel que entraba
a la ciudad, por fin presentándose públicamente como su Rey.
21:10–11. Cuando entró Jesús en Jerusalén … la ciudad entera se conmovió y preguntaba:
¿Quién es éste? Debido a que Jesús generalmente había evitado la ciudad, sus habitantes no lo
conocían. Los que lo acompañaban de fuera de ella se mantuvieron respondiendo: Este es Jesús
el profeta, de Nazaret de Galilea (cf. v. 46). Como el profeta, él era aquel prometido por
Moisés (Dt. 18:15). Lucas registró que Jesús lloró por la ciudad (Lc. 19:41) y dijo a los líderes
religiosos que ese día era de gran significancia para la nación: “¡Oh, si también tú conocieseis, a
lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos” (Lc. 19:42).
Jesús bien pudo haber tenido en mente la importante profecía de Daniel acerca del tiempo de la
venida del Mesías que habla de su llegada a Jerusalén en el tiempo exacto predicho por el profeta
más de 500 años antes (Dn. 9:25–26). Este evento marcaba la presentación oficial de Jesucristo a
la nación de Israel como legítimo Hijo de David.

2. LA AUTORIDAD MESIÁNICA (21:12–14)


(MR. 11:15–19; LC. 19:45–48)
21:12–14. Mientras que el relato de Mateo parece implicar que Jesús entró en el templo
inmediatamente después de llegar a Jerusalén, los otros relatos establecen que Jesús regresó a
Betania después de su entrada. La purificación del templo probablemente ocurrió la mañana
siguiente, cuando Jesús retornó a Jerusalén desde Betania (Mr. 11:11–16).
Como Mesías, Jesús entró en el área del templo y su indignación se dirigió hacia los que
habían cambiado la función del templo de ser un lugar de oración a un lugar de corrupto
mercantilismo. Muchos vivían a costa del templo y de los sacrificios que en él se compraban.
Ellos insistían en que en él la gente no podía usar la moneda que circulaba en la sociedad, sino
que tenían que cambiarla primero por la que se usaba en el templo, más una comisión, y luego
usar la moneda del santuario para comprar los animales para el sacrificio a precios excesivos.
Debido a que tal extorsión era completamente contraria a los propósitos divinos, el Señor volcó
sus mesas y sillas en el patio exterior de los gentiles (V. “Sitio del templo de Jerusalén” en el
Apéndice, pág. 361) mientras citaba parte de dos vv. del A.T.: Isaías 56:7 y Jeremías 7:11. (Jesús
había previamente limpiado el templo al principio de su ministerio [Jn. 2:14–16]).
Jesús demostró más aún su autoridad al sanar a los ciegos y cojos que vinieron a él en el
templo. (Sólo Mateo registra este hecho). Normalmente tales individuos eran excluidos del
santuario, pero la autoridad de Jesús trajo muchos cambios.

3. INDIGNACIÓN OFICIAL (21:15–17)


21:15–17. Habiendo sanado Jesús a los que vinieron a él en el templo, los muchachos le
presentaron alabanza aclamando … ¡Hosanna al Hijo de David!, un claro título mesiánico (cf.
el comentario del v. 9). Los principales sacerdotes y los escribas estaban furiosos por las obras
de Jesús y las alabanzas juveniles. Se indignaron proviene de un vb. que significa “estar agitado
por la ira”, que se usa sólo en los evangelios sinópticos (cf. 20:24; 26:8; Mr. 10:14, 41; 14:4; Lc.
13:14). Su pregunta a Jesús: ¿Oyes lo que éstos dicen? implicaba la petición de que Jesús les
impidiera seguir aclamándolo. Probablemente algunos de los “muchachos” en el templo estaban
allí por vez primera, celebrando que llegaban a ser hombres en la sociedad. Tal influencia sobre
la mente de los jóvenes no se consideraba como de beneficio a los intereses de la nación. Jesús
contestó citando Salmos 8:2, que habla de la alabanza que proviene de la boca de los niños y
de los que maman. Al aceptar esta alabanza, Jesús declaró que él era digno de ella por ser su
Mesías. Los líderes religiosos, al repudiar a Jesús, ni siquiera tenían el discernimiento de los
muchachos, que sí lo aceptaban (cf. Mt. 18:3–4). En consecuencia, Jesús dejó a los líderes y se
retiró del templo. Retornó al pueblo de Betania, como a tres kms. a pie por el monte de los
Olivos, donde pernoctó probablemente en la casa de María, Marta y Lázaro.

4. RECHAZO SIMBÓLICO (21:18–22)


(MR. 11:12–14, 20–25)
21:18–22. Al recorrer su camino volviendo a la ciudad de Jerusalén la mañana siguiente,
tuvo hambre, viendo una higuera cerca del camino, notó que estaba cubierta de hojas. Al
acercarse, descubrió que no había fruto en el árbol. Las higueras producen fruto primero y luego
brotan las hojas, o aparecen ambos, frutos y hojas más o menos al mismo tiempo. Puesto que el
árbol estaba cubierto de follaje, debía tener higos. Pero no halló nada. Maldijo al árbol el cual
luego se secó. Marcos indica que los discípulos oyeron que Jesús maldijo al árbol, pero no
notaron su condición seca, sino hasta que regresaron a Jerusalén la mañana siguiente (Mr.
11:13–14, 20). Los discípulos se maravillaron (ethaumasan) de que la higuera se secara en
seguida.
Jesús usó este evento para enseñar una lección acerca de la fe, diciendo que si tuvieren fe
genuina, no sólo serían capaces de efectuar milagros como maldecir una higuera, sino que
podrían mover montañas (cf. Mt. 17:20). Si ellos de verdad creyeran, recibirían todo lo que
pidieran en oración. El Señor enseñaba que la fe era más importante que dudar o maravillarse. En
contraste, la nación de Israel había fallado en ejercer fe en él.
Este evento, no obstante, pudo haber tenido un significado más allá de la lección de fe.
Muchos creen que Jesús vio a esa higuera como símbolo del Israel de aquel tiempo que
profesaba producir fruto, pero al hacer un cuidadoso análisis de la nación revelaba que no
producía fruto. Al maldecir a esa generación, Jesús demostró su rechazo a ella y predecía que
ningún fruto vendría jamás de ellos. Dentro de unos pocos días, esa generación repudiaría a su
Rey y lo crucificaría. Esto, a fin de cuentas, conduciría al juicio de ellos. En 70 d.C., los romanos
la atacaron, demolieron el templo, arrasaron a la nación de Israel y pusieron fin a su entidad
política (Lc. 21:20). Quizá al maldecir la higuera, Jesús estaba desechando a esa generación.
Pero por supuesto que no estaba haciendo a un lado a la nación entera (cf. Ro. 11:1, 26).
B. Disputa religiosa con el Rey (21:23–22:46)
1. CONFRONTACIÓN CON LOS SACERDOTES Y ANCIANOS (21:23–22:14)
(MR. 11:27–12:12; LC. 20:1–19)
a. El ataque (21:23)
21:23. Jesús regresó a los patios del templo que recientemente había reclamado para su
Padre. En ellos confrontó a los diversos grupos religiosos de la nación. El debate comenzó
cuando los principales sacerdotes y los ancianos preguntaron a Jesús: ¿Con qué autoridad
haces estas cosas? ¿y quién te dio esta autoridad? Por “estas cosas” ellos quizá querían
referirse a su entrada triunfal a la ciudad, su aclamada recepción de la gente, la limpieza del
templo, la sanidad de los ciegos y cojos (vv. 8–14) y su enseñanza (v. 23). Los líderes entendían
que Jesús reclamaba su autoridad de Mesías y querían saber de dónde había recibido tal
autoridad. ¡Ciertamente no la había recibido de ellos!
b. La respuesta (21:24–22:14)
(1) El bautismo de Juan (21:24–32). 21:24–27 (Mr. 11:29–33; Lc. 20:3–8). En respuesta a la
pregunta de los líderes religiosos, Jesús les hizo otra pregunta, prometiéndoles que si la
contestaban, él respondería a la de ellos. Les preguntó: El bautismo de Juan, ¿de dónde era?
¿Del cielo o de los hombres? Aunque esta pregunta parecía ser bastante simple, provocó un
debate entre los líderes religiosos. Si contestaban que el bautismo de Juan era del cielo sabían
que Jesús les respondería, ¿Por qué, pues, no le creísteis? Por otro lado, si contestaban que el
bautismo de Juan era de los hombres, sabían que el pueblo se enojaría con ellos porque lo
consideraba un gran profeta. Jesús los puso en la posición que ellos habían tratado de ponerlo a
él en muchas ocasiones. Ellos finalmente contestaron que no sabían la respuesta a la pregunta de
Jesús. En conformidad con su palabra a los líderes, Jesús se negó a contestar su interrogante. En
lugar de eso, les presentó una parábola.
21:28–32. En ella, Jesús dijo que un hombre pidió a sus dos hijos que fueran a trabajar a
su viña. El primero dijo que no iría, pero después, arrepentido, fue. El otro de inmediato dijo
que iría y trabajaría, pero nunca se presentó. Jesús entonces preguntó: ¿Cuál de los dos hizo la
voluntad de su padre? La obvia respuesta era que el primero había obedecido. Jesús de
inmediato aplicó esto a los líderes religiosos. Mientras que algunos aparentemente habían
aceptado el ministerio de Juan el Bautista (Jn. 5:35), sus acciones (Lc. 7:29–30) probaban que
más bien eran como el segundo hijo. Por otro lado, a muchos publicanos y rameras que habían
recibido el mensaje de Juan y hecho la voluntad del Padre, se les permitiría entrar al reino de
Dios. En cambio, a los líderes religiosos que no se arrepintieran para creerle, se les negaría la
entrada. Estos líderes religiosos permanecerían condenados. Deben haberse quedado atónitos al
escuchar que ¡las personas inmorales y despreciadas, como cobradores de impuestos y prostitutas
entrarían al reino y ellos, los líderes religiosos, no!
(2) La parábola del dueño de la viña (21:33–46; Mr. 12:1–12; Lc. 20:9–19). 21:33–39. En
otra parábola Jesús siguió demostrando la respuesta de la nación a su ministerio. Habló acerca
de un padre de familia dueño de una viña que gastó una gran suma para hacerla productiva.
Arrendó la viña a unos labradores para que se hicieran cargo de ella. Cuando se acercó el
tiempo de los frutos, el dueño de la viña envió sus siervos … para que recibiesen lo que con
todo derecho era suyo. Pero los labradores inquilinos maltrataron a los siervos, golpeando a uno,
matando otro, y apedreando a un tercero. Otros siervos fueron enviados con los mismos
resultados. Finalmente el señor de la viña … envió a su hijo, pensando que tendrían respeto de
él. Los labradores, sin embargo, pensaron que si mataban al hijo, la tierra sería suya. Por lo tanto,
le echaron fuera de la viña, y le mataron.
Parece claro que Jesús estaba hablando de la nación de Israel, que había sido cuidadosamente
preparada por Dios para que fuera su viña productiva (cf. Is. 5:1–7). El cuidado de la viña había
sido encomendado a los líderes religiosos de la nación. Sin embargo, no habían reconocido el
derecho del Señor sobre ellos y trataron mal a sus mensajeros y profetas. Y finalmente matarían
a su Hijo, Jesucristo, fuera de Jerusalén (cf. He. 13:12).
21:40–46. Jesús planteó una pregunta lógica al decirles a sus oyentes qué pensaban que el
señor de la viña haría a los labradores infieles. Obviamente, no les dejaría seguir trabajando la
viña, sino que los castigaría. La tierra les sería quitada y usada por otros inquilinos que darían al
dueño su justa parte de la cosecha. Esto estaba en conformidad con las Escrituras, porque Jesús
citó Salmos 118:22–23, que se refiere a la piedra desechada que ha venido a ser cabeza del
ángulo.
Jesús dijo, a manera de aplicación, que el reino de Dios estaba siendo quitado a los que lo
oían, y sería dado a gente que produzca sus frutos. La palabra “gente” (ethnei) generalmente se
traduce “nación” o “pueblo”. (Aquí aparece sin artículo). Existen dos interpretaciones principales
a este v. Una sostiene que Jesús decía que el reino había sido quitado de la nación judía y dado a
los gentiles que producirían el fruto de fe genuina. Se argumenta que puesto que ethnei es
singular, no plural, se refiere a la iglesia que es llamada pueblo (nación) en Romanos 10:19 y 1
P. 2:9–10. Sin embargo, el reino no ha sido retirado completamente ni para siempre de Israel
(Ro. 11:15, 25). Y la iglesia no está heredando ahora el reino.
Una mejor interpretación es que Jesús estaba afirmando que el reino estaba siendo quitado de
la nación de Israel en ese tiempo, pero le sería devuelto en un futuro día cuando mostrara
verdadero arrepentimiento y fe. Según este punto de vista, Jesús usó el término “nación” en el
sentido de generación (cf. Mt. 23:36). Debido a su rechazo, esa generación de Israel jamás sería
capaz de experimentar el reino de Dios (cf. el comentario de 21:18–22). No obstante, una futura
generación sí responderá con fe salvífica a este mismo Mesías (Ro. 11:26–27) y a ella le será
dado el reino. Por rechazar a Cristo, la piedra, estos edificadores (Mt. 21:42) sufrieron el
castigo (sobre quien ella cayere [la piedra], le desmenuzará). Los líderes religiosos (en este
caso los principales sacerdotes y los fariseos, v. 45; cf. v. 23) se dieron cuenta de que los
señalamientos de Jesús estaban dirigidos a ellos, e hicieron cuanto pudieron para echarle mano.
Pero … temían al pueblo (cf. v. 26), que consideraba profeta a Jesús (cf. v. 11). Por lo tanto,
los líderes religiosos estaban incapacitados para actuar.
(3) La parábola de la fiesta de bodas (22:1–14; Lc. 14:15–24). 22:1–7. En la tercera parábola
dirigida a los líderes religiosos (cf. las otras dos parábolas en 21:28–32 y 21:33–44), Jesús se
refirió otra vez a la obra de Dios de ofrecer el reino. La figura de la fiesta de bodas describe al
milenio (cf. 9:15; Is. 25:6; Lc. 14:15). El rey en esta parábola había planificado un banquete de
bodas para su hijo. Sus siervos habían dicho a los invitados que ya era tiempo de ir al banquete,
pero la invitación fue ignorada y los convidados no quisieron venir. Se llevó a cabo un esfuerzo
adicional para extender la invitación, pero siguió el mismo resultado. Puesto que la invitación fue
rechazada al punto de maltratar y asesinar a los siervos, el rey, se enojó; y enviando sus
ejércitos, destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad.
Jesús tenía en mente el efecto de su rechazo por parte de la nación. Dios había hecho planes
para el reino milenial de su Hijo y se había hecho la invitación. Pero la predicación de Juan el
Bautista, Jesús y los discípulos, fue ignorada. La nación había matado y mataría a los que
hicieran la invitación. Finalmente, en el año 70 d.C., el ejército romano vendría, mataría a la
mayoría de los judíos que vivían en Jerusalén y destruiría el templo.
22:8–14. A pesar de todo, la fiesta de bodas fue preparada. Puesto que los que fueron
invitados primero habían rechazado el ofrecimiento, la oportunidad de asistir fue dada a un grupo
más grande. A pesar de que la invitación se extendió a malos y buenos, se requería una
preparación individual en quienes la recibieran. Esto quedó evidenciado por el hecho de que un
convidado al banquete no se había preparado adecuadamente. No se había apropiado de lo que el
rey había provisto, porque no estaba vestido con el correspondiente vestido de boda.
(Aparentemente el rey le dio a todos ropa de boda al arribar, porque venían de las calles [v. 10].
La persona debía responder no sólo externamente, sino que debía estar correctamente
relacionada con Dios el Rey, apropiándose de todo lo que le había provisto). En consecuencia,
este convidado fue echado fuera a un lugar de sufrimiento y separación. (V. 13:42 donde se
comenta el lloro y crujir de dientes). Mientras que el reino se ha expandido ahora para incluir a
individuos de todas las razas y trasfondos (muchos son llamados), se realiza una selección
(pocos escogidos). Y aun así es esencial la respuesta individual.

2. CONFRONTACIÓN CON LOS FARISEOS Y HERODIANOS (22:15–22)


(MR. 12:13–17; LC. 20:20–26)
22:15–17. Este incidente ilustra que la enemistad con frecuencia tiene extraños socios. Los
líderes religiosos de Israel tenían un objetivo: deshacerse de Jesús de Nazaret. Ellos harían esto
por cualquier medio posible, incluso cooperando con sus enemigos tradicionales. Los fariseos
eran los puritanos de la nación que se oponían a Roma y a todos sus intentos de inmiscuirse en el
estilo de vida judío. Por su parte, los herodianos apoyaban activamente al gobierno de Herodes
el Grande y aceptaban que se cambiaran las leyes conforme Roma lo dictara. Pero esos temas
eran menos importantes que el asunto apremiante de deshacerse de Jesús. Por ello enviaron una
delegación para intentar engañar al Señor.
Empezaron diciendo algunas cosas bonitas acerca de Jesús, pero su hipocresía era obvia,
porque realmente no creían en él. Su pregunta era: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Su
interrogante astutamente diseñada aparentemente no tenía respuesta clara. Se imaginaron que
habían atrapado a Jesús. Si contestaba que era correcto pagar tributo a César, él se estaría
poniendo de parte de Roma y en contra de Israel y la mayoría de judíos, incluyendo los fariseos,
lo considerarían traidor. Si, por el contrario decía que no debía pagarse tributo a Roma, podía ser
acusado de ser un rebelde que se oponía a la autoridad del imperio y los herodianos estarían en
su contra.
22:18–22. Jesús se había percatado de su hipocresía y también de las implicaciones de su
respuesta. Por lo tanto, contestó demostrando que el gobierno tiene un legítimo lugar en la vida
de cada quien y que uno puede someterse al gobierno y a Dios al mismo tiempo. Les pidió que le
dieran una moneda de las que se usaban para pagar tributo. Un denario romano, con la imagen
de César, el emperador romano, hacía obvio el hecho de que estaban bajo la autoridad y
tributación a Roma. (Una inscripción de una moneda decía: “Tiberio César Augusto, hijo del
Divino Augusto”). Por lo tanto, los tributos debían pagarse: Dad, pues, a César lo que es de
César.
Sin embargo, Jesús les recordó también que una esfera de autoridad pertenecía a Dios: dad a
Dios lo que es de Dios. Los individuos deben sujetarse también a su autoridad. El hombre tiene
responsabilidades tanto políticas como espirituales. Maravillados por la respuesta de Jesús, tanto
los fariseos como los herodianos quedaron silenciados.
3. CONFRONTACIÓN CON LOS SADUCEOS (22:23–33)
(MR. 12:18–27; LC. 20:27–40)
22:23–28. Los saduceos es el siguiente grupo que intentó desacreditar a Jesús y su
ministerio. Estos eran los “liberales religiosos” de su tiempo, porque decían que no hay
resurrección, ni ángeles, ni espíritus (Hch. 23:8). Deliberadamente, su pregunta se centró en la
doctrina de la resurrección y sus implicaciones en un caso particular. Citaron la historia de una
mujer que se casó con un hombre que más tarde murió. En conformidad con la ley del levirato
(Dt. 25:5–10), el hermano de su esposo la tomó por mujer (para perpetuar la descendencia del
hermano muerto). Pero él también murió poco después. Lo mismo sucedió a los siete hermanos.
La pregunta de los fariseos, por lo tanto, fue: En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete
será ella mujer, ya que todos la tuvieron? Los saduceos inferían que el cielo era sólo la
continuación de las cosas terrenales que los hombres disfrutan más, tales como las relaciones
maritales. Pero si esa mujer había tenido siete maridos, ¿cómo sería posible seguir la relación
marital allá? Los saduceos intentaban hacer que la resurreción pareciera ridícula.
22:29–33. Los problemas de los saduceos emergieron, porque Jesús, les dijo: Erráis
ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Esta era una vigorosa denuncia contra los líderes
religiosos, porque de toda la gente, ellos deberían conocer bien la palabra de Dios y su poder.
Las Escrituras enseñaban la resurrección y que el Señor podía hacer que las personas volvieran a
la vida. Por lo tanto, Jesús corrigió las dos ideas falsas de los saduceos: (1) El cielo, les dijo, no
es simplemente una extensión de los placeres que la gente disfruta en la tierra. En realidad, en la
eternidad el casamiento no será necesario. Una vez que los individuos reciban sus cuerpos
glorificados, no estarán sujetos a la muerte ni a la necesidad de procrear, uno de los propósitos
básicos del matrimonio. Los creyentes con cuerpos glorificados serán como los ángeles en ese
sentido, ya que los ángeles no se reproducen ellos mismos. (No dice que las personas llegarán a
ser ángeles). Jesús no contestó todas las interrogantes acerca del estado eterno y la relación que
tendrán los que se casaron en esta vida. Pero sí respondió a la pregunta inmediata que plantearon
los saduceos. (2) Un tema más importante en el planteamiento de los saduceos tenía relación con
la resurrección. Si ellos hubieran leído y entendido las Escrituras del A.T., hubieran visto
claramente que hay una vida futura y que la persona sigue existiendo cuando muere. Para los
saduceos, la resurrección era algo ridículo, porque creían que con la muerte uno dejaba de existir.
Pero Jesús citó una declaración que Dios había hecho directamente a Moisés en la zarza ardiente:
Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (Éx. 3:6). Si los saduceos
estuvieran en lo correcto y Abraham, Isaac y Jacob hubieren muerto y no estuvieran presentes en
algún lugar, el “Yo soy” debería ser “Yo fui”. El uso del tiempo presente “Yo soy” implica que
el Señor sigue siendo el Dios de esos patriarcas porque ellos están vivos con él, y al final
participarán en la resurrección de los justos. Como resultado de este encuentro, la gente se
admiraba (exeplēssonto; cf. el comentario de Mt. 7:28; y cf. ethaumasan en 22:22) tanto más de
su doctrina. Jesús, por lo tanto respondió exitosamente y derrotó a los expertos religiosos.

4. CONFRONTACIÓN CON LOS FARISEOS (22:34–46)


(MR. 12:28–37; LC. 10:25–28)
a. Interrogatorio de Jesús (22:34–40)
22:34–40. Cuando los fariseos oyeron que Jesús había hecho callar a los saduceos,
enviaron a Jesús un representante, un bien versado intérprete de la ley, con la pregunta: ¿Cuál es
el gran mandamiento en la ley? Esta pregunta era debatida entre los líderes religiosos que
consideraban varios mandamientos como el más grande. La rápida respuesta de Jesús resume
todo el decálogo. Él contestó que el primero y grande mandamiento es amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón … alma, y … mente (cf. Dt. 6:5). Añadió que el segundo
mandamiento es amarás a tu prójimo como a ti mismo (cf. Lv. 19:18). El primero resume la
primera sección de la ley y el segundo la que le sigue. Jesús dijo: De estos dos mandamientos
depende toda la ley y los profetas. Esto es, todo el A.T. desarrolla y amplía estos dos puntos: el
amor a Dios y a otros, que están hechos a la imagen divina.
Marcos reporta que el intérprete de la ley dijo a Jesús que había contestado correctamente y
que el amor a Dios y al prójimo era más importante que todos los holocaustos y sacrificios (Mr.
12:32–33). La luz empezaba a brillar en su corazón. No estaba lejos, le dijo Jesús, del reino de
Dios. Marcos también añade: “Y ya ninguno osaba preguntarle” (Mr. 12:34). La razón era obvia.
Jesús respondía a ellos como nadie jamás lo había hecho. En efecto, en este último incidente, el
que preguntó estaba más cerca de dejar a los fariseos y aceptar a Jesús. Quizá ellos se dieron
cuenta de que debían detenerse antes de que perdieran más personas para la causa de Jesús.
b. Jesús los interroga (22:41–46)
(Mr. 12:35–37; Lc. 20:41–44)
22:41–46. Puesto que los fariseos rehusaron hacer más preguntas a Jesús, él tomó la
ofensiva y les planteó una pregunta. Su interrogante pretendía explorar sus puntos de vista acerca
del Mesías. Les preguntó, ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le respondieron pronto
porque sabían que el Mesías tenía que venir del linaje de David. La réplica de Jesús (vv. 43–45)
demostraba que el Mesías sería más que un hijo humano de David, como muchos pensaban en
ese tiempo. Si el Mesías era simplemente un hijo terrenal de David, ¿por qué David le atribuye
carácter de deidad? Jesús citó un salmo mesiánico (Sal. 110:1) en el que David se refiere al
Mesías como mi Señor. “Señor” es traducción del hebreo ’ăḏōnāy, usado sólo con referencia a
Dios (e.g. Gn. 18:27; Job 28:28). Si David llamaba a su hijo “Señor”, era porque ciertamente se
trataba de un hijo más que humano.
La complejidad de esta discusión teológica era demasiado para los fariseos que no estaban
listos para reconocer la deidad del Hijo de David. Nadie … osó responder su pregunta o debatir
puntos prácticos o teológicos con Jesús. Todos sus opositores habían sido silenciados, incluso los
principales sacerdotes y ancianos (Mt. 21:23–27), los fariseos y herodianos (22:15–22), los
saduceos (vv. 23–33) y los fariseos (vv. 34–36).

C. El rechazo nacional del Rey (cap. 23)


(Mr. 12:38–40; Lc. 11:37–52; 20:45–47).
1. ADVERTENCIA A LA MULTITUD (23:1–12)
23:1–12. La hipocresía e incredulidad de los líderes religiosos de la nación, evidenciada en el
capítulo 22, motivó un fuerte mensaje de Jesús. Entonces se dirigió a la gente y a sus
discípulos, que estaban en el templo oyendo su debate con los líderes religiosos. Les advirtió
acerca de sus enseñanzas diciendo que su autoridad debía ser reconocida (ellos en la cátedra de
Moisés se sientan, i.e., enseñaban la ley), pero sus prácticas, por ser hipócritas, no debían ser
seguidas, ya que colocaban pesadas cargas sobre las personas, pero ellos no eran justos (23:4).
Llevaban a cabo todas sus acciones para ser vistos de los hombres. Sus filacterias, pequeñas
bolsitas de cuero que contenían tiritas de tela con pasajes del A.T. (Éx. 13:9, 16; Dt. 6:8; 11:18)
atadas al brazo izquierdo y la frente, eran anchas y prominentes. Los flecos de sus mantos (Nm.
15:38) eran largos y notorios. Ellos amaban los primeros lugares y que los llamaran Rabí,
implicando así que eran grandes eruditos. Esa no debía ser la actitud de los seguidores de Jesús.
No debían buscar obtener títulos (como Rabí … Padre … Maestro) ni posiciones. En lugar de
eso, debía darse una relación de hermandad entre los discípulos (Mt. 23:8).
Jesús no estaba diciendo que no debían existir líneas de autoridad entre ellos. Sino que su
servicio a él (vuestro Maestro [didaskalos, v. 8] y vuestro Maestro [kathēgētēs, “un guía con
autoridad final”, v. 10, usada sólo aquí en el N.T.]), era más importante que los puestos
honoríficos asignados por los hombres. Las posiciones de liderazgo no debían ser una meta entre
ellos, sino tomarse como oportunidades para servir a otros. Los fariseos, que se enaltecían a sí
mismos, serían humillados, y los seguidores de Jesús por humillarse a sí mismos en el servicio,
algún día serían enaltecidos.

2. ADVERTENCIAS A LOS LÍDERES (23:13–39)


23:13. Al advertir a los escribas y fariseos que serían destruidos si continuaban por el
mismo camino, Jesús pronunció siete denuncias. Cada una inicia con un ¡Ay de vosotros …!
“Esos ayes, en contraste con las bienaventuranzas, denuncian la falsa religión como algo
totalmente aborrecible a Dios y digna de una severa condenación” (Walvoord, Matthew: Thy
Kingdom Come, “Mateo: Venga tu Reino”, pág. 171). En seis de las siete, Jesús llama a los
líderes hipócritas.
La primera tiene que ver con el hecho de que los fariseos impedían a otros entrar al reino. Su
antagonismo hacia Jesús había causado que el pueblo se alejara de él ya que muchos buscaban
dirección de parte de sus líderes. Su error de no aceptar a Jesús como Mesías había puesto una
piedra de tropiezo en el camino de sus compatriotas, por eso ya estaban condenados.
23:14. La Biblia NVI y algunos manuscritos griegos omiten este v. Quizá fue añadido por
causa de Marcos 12:40 y Lucas 20:47. Si el texto es auténtico, el número de ayes sería ocho. Este
“ay” demuestra la inconsistencia de los líderes religiosos, que hacían largas “oraciones” para
impresionar a la gente con su espiritualidad, pero a la vez oprimían a las viudas a quienes debían
ayudar.
23:15. Este ay expone la celosa actividad de los líderes religiosos que viajaban activamente,
no sólo por tierra, sino también por mar para hacer un solo prosélito (prosēlyton) del
judaísmo. El problema de esto era que con sus acciones condenaban a muchos individuos a
perderse eternamente. Mediante la imposición a sus conversos de restricciones externas,
emanadas de tradiciones rabínicas, les impedían ver la verdad. En realidad, uno de sus
convertidos llegaba a ser dos veces más hijo del infierno que los fariseos, esto es, ¡llegaban a
ser más farisaicos que los fariseos mismos! “Un hijo del infierno” (lit. “del Gehenna”; cf. v. 33)
era alguien que merecía el castigo eterno.
23:16–22. En el tercer ay, Jesús señala el tramposo carácter de los líderes. (En los primeros
dos, Jesús habló de los efectos de las acciones de los líderes sobre otros; y en los restantes cinco
habló del carácter y acciones de ellos). Cuando proferían juramentos, ponían líneas finas de
distinción para poder invalidarlos después. Si alguno juraba por el templo o por el altar del
templo, el juramento no significaba nada. Aunque parecía que hacían un compromiso,
internamente no tenían la intención de cumplirlo. Pero si alguno juraba por el oro del templo o
la ofrenda del altar, entonces sí quedaba sujeto a su palabra. Sin embargo, Jesús afirmaba que
estaban equivocados al sugerir que el oro era mayor que el templo y la ofrenda mayor que el
altar. Jesús señala que cualquier juramento basado en el templo o las cosas que hay en él, era
igualmente comprometedor, porque tras el templo está el que lo habita. Esto equivale a jurar
por el trono de Dios; ese juramento era comprometedor por causa de quien está sentado en el
trono. Tales distinciones de los líderes religiosos fueron condenadas por Jesús, porque eran
claramente engañosas y deshonestas. El Señor los denunció como guías ciegos (v. 16),
insensatos y ciegos (v. 17), y ciegos (v. 19; cf. vv. 24, 26).
23:23–24. El cuarto ay tiene que ver con la práctica farisaica de diezmar meticulosamente
todas sus posesiones. Iban tan lejos con esta práctica, que la aplicaban a las más pequeñas
especias: la menta y el eneldo y el comino. Aunque seguían meticulosamente la ley en esta área
(Lv. 27:30), fallaban en manifestar la justicia, la misericordia y la fe, que la ley demandaba. Se
fijaban en las cosas menores, colaban el mosquito, pero pasaban por alto las mayores, se
tragaban el camello. Por estar tan ocupados con los pequeños detalles, nunca atendían los
asuntos importantes. Jesús no dijo que no es importante diezmar; sino que ellos completamente
descuidaban un área a expensas de la otra, debiendo hacer ambas. Puesto que no lo hacían así,
eran guías ciegos.
23:25–26. El quinto ay enfatiza la naturaleza hipócrita de los fariseos que se preocupaban
por la limpieza externa, como la que hacían a lo de fuera del vaso y del plato donde comían.
Pero sus corazones estaban llenos de robo y de injusticia. Efectuaban su limpieza con el
propósito primario de ser vistos por los hombres. Pero no estaban al margen del robo y los
excesos. Si la limpieza se llevara a cabo en su interior, lo de fuera se vería transformado
también.
23:27–28. En el sexto ay, Jesús continúa la idea de su declaración anterior tocante a la
purificación externa. En el quinto acentúa sus acciones, en el sexto, las apariencias. Por tanto,
llamó a los escribas y fariseos … sepulcros blanqueados. Una costumbre de aquel entonces era
mantener los sepulcros pintados de blanco por fuera de tal manera que se mirasen hermosos.
Pero por dentro, estaba la carne corrompida de las personas muertas. De similar forma, mientras
que los fariseos se veían hermosos por fuera por su religiosidad, estaban corrompidos y en
decadencia por dentro. Estaban llenos de hipocresía e iniquidad (anomias, “sin ley”).
23:29–32. El último ay enfatiza también la hipocresía de los líderes religiosos. Empleaban el
tiempo para edificar sepulcros y decorar los monumentos de los justos. Estaban prestos a decir
que si hubieran vivido en el tiempo de los profetas, no hubieran sido jamás cómplices en la
sangre derramada de esos justos. Jesús sabía que ya estaban en el proceso de planificar su
muerte. Por medio de ese acto demostrarían que en verdad eran iguales que las generaciones
precedentes que mataron a los profetas. Por su rechazo del Profeta, ellos seguían los pasos de
sus ancestros y la medida de su pecado era igual que la de sus antepasados.
23:33–36. Con lenguaje severo, Jesús condenó a los líderes religiosos llamándolos
serpientes y generación de víboras, cuyo destino eterno sería el infierno (lit. “Gehenna”), el
lugar de tormento eterno (cf. v. 15; cf. el comentario acerca del Gehenna en 5:22). La evidencia
de que merecían el infierno era su continuo rechazo de la verdad. El Señor prometió enviarles
profetas y sabios y escribas, pero los líderes rechazarían su mensaje e incluso llegarían al punto
de matarlos, azotarlos y perseguirlos. Su respuesta a la verdad proclamada justificaría el juicio
que vendría sobre ellos. Abel fue el primer mártir justo mencionado en las Escrituras hebreas
(Gn. 4:8) y Zacarías fue el último (2 Cr. 24:20–22); 2 Crónicas era el último libro de la Biblia
hebrea. (En esta declaración Jesús da fe del canon del A.T.). En 2 Crónicas 24:20 Zacarías es
llamado “hijo de Joiada”, mientras que en Mateo es hijo de Berequías. “Hijo de” puede
significar descendiente; por lo tanto Joiada, por ser sacerdote, pudo haber sido abuelo de
Zacarías. O quizá Jesús tenía en mente al profeta Zacarías hijo de Berequías (Zac. 1:1). Sobre esa
generación (genean) de judíos, que era culpable debido a que seguían a sus líderes ciegos (Mt.
23:16–17, 19, 24, 26), caería el juicio por participar en el derramamiento de sangre inocente. El
Señor anticipaba el rechazo continuo de la nación del evangelio. Su repudio del Mesías en última
instancia conduciría a la destrucción del templo en el año 70 d.C.
23:37–39 (Lc. 13:34–35). En un lamento final por la ciudad de Jerusalén, Jesús expresa su
deseo por esa nación. Jerusalén, la capital, representaba a la nación entera y sus moradores
había matado a los profetas y apedreado a los que le fueron enviados (cf. Mt. 23:34; 21:35) Él
anhelaba juntar a la nación como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas. La nación,
al contrario de los polluelos que naturalmente corren a su madre en tiempo de peligro,
deliberadamente rehusó (y no quisiste) volverse al Señor. Ellos eran responsables de hacer una
elección y ésta les acarreó condenación. El resultado fue que su casa sería dejada desierta,
solitaria. Su “casa” podría significar su ciudad, este es el punto de vista más aceptado. O quizá
Jesús pudo haber dado a entender el templo, o incluso la dinastía davídica. Tal vez en su
declaración están incluidos todos estos aspectos.
Pero Jesús no había terminado aún su trabajo en la nación y ciudad de Jerusalén. Aunque
pronto partiría (Jn. 13:33), en el futuro será visto de nuevo (Zac. 12:10) y será aceptado, no
rechazado. En ese día, la nación dirá: Bendito el que viene en el nombre del Señor, una cita de
Salmos 118:26. Jesús hablaba de su retorno a la tierra para establecer su reino milenial. Esta
declaración condujo a la siguiente discusión.

D. Mensajes proféticos del Rey (caps. 24–25)


1. JESÚS ES INTERROGADO POR SUS DISCÍPULOS (24:1–3)
(MR. 13:1–4; LC. 21:5–7)
24:1–3. Habiendo concluido sus discusiones y debates con los líderes religiosos, Jesús salió
del templo y regresó a Betania (cf. 26:6) pasando por el monte de los Olivos (24:3). Las
palabras que Jesús acababa de decir seguían repicando en los oídos de sus discípulos. El Señor
había denunciado a la nación diciendo que sería “desolada” (23:38). Si Jerusalén y el templo
fueren destruidos, ¿cómo habría una nación que el Mesías gobernara? Los discípulos señalaron
los edificios del área del templo a Jesús como si quisieran que se impresionara con su
magnificencia. ¿Qué era lo que le podía pasar a tan impresionantes construcciones, en especial al
templo? La respuesta de Jesús produjo consternación en ellos: No quedará aquí piedra sobre
piedra, que no sea derribada. El templo sería destruido y Jerusalén con él. Esto sin embargo,
motivó a los discípulos a preguntar cuándo tendría lugar tal hecho. Al llegar Jesús al monte de
los Olivos en su caminata a Betania, se sentó y los discípulos se le acercaron. Cuatro discípulos,
Pedro, Jacobo, Juan y Andrés (Mr. 13:3), claramente le hicieron a Jesús dos preguntas: (1)
¿Cuándo serán estas cosas …? Esto es, ¿cuándo será destruido el templo y no quedará piedra
sobre piedra? (2) ¿ … Qué señal habrá de tu venida y del fin del siglo? Estas dos cuestiones
provocaron la siguiente exposición de Jesús, comúnmente llamada el discurso del monte de los
Olivos (Mt. 24–25). Las preguntas tenían que ver con la destrucción del templo y de Jerusalén y
la señal de la venida del Señor al final de la era cristiana. Tales preguntas no tenían nada que ver
con la iglesia que, Jesús dijo, él mismo edificaría (16:18). La iglesia no está presente en ningún
sentido en los capítulos 24 y 25. Las preguntas de los discípulos tienen que ver con Jerusalén,
Israel, y el regreso glorioso del Señor para establecer su reino. En realidad, Mateo no registró la
respuesta de Jesús a la primera pregunta, pero Lucas sí (Lc. 21:20). Los discípulos consideraban
que la destrucción de Jerusalén, de la cual había hablado Jesús, produciría el establecimiento del
reino. Ellos pensaban, sin duda, en Zacarías 14:1–2. (La destrucción a que Jesús se refería en Mt.
23:38 ocurrió en 70 d.C., una destrucción diferente a la que ocurrirá al final de los tiempos según
Zacarías 14).

2. EL TIEMPO DE TRIBULACIÓN VENIDERO (24:4–26)


24:4–8 (Mr. 13:5–8; Lc. 21:8–11). Jesús empezó a describir los eventos que prepararán el
escenario para su retorno glorioso y a indicar las señales que lo acompañarán. En esta sección
(Mt. 24:4–8) describió la primera mitad del período de siete años que precederá a su segunda
venida. A ese período se le conoce como la semana setenta de Daniel (Dn. 9:27). (Sin embargo,
algunos premilenaristas sostienen que Cristo, en Mt. 24:4–8 hablaba de las señales generales de
la presente era de la iglesia y que el tiempo de tribulación comienza en el v. 9. Otros sostienen
que Cristo hablaba de las señales generales en vv. 4–14, y que la tribulación empieza en el v. 15).
Los eventos que se describen en los vv. 4–8 corresponden en alguna manera a los siete sellos de
Apocalipsis 6. (Walvoord, sin embargo, sostiene que todos los juicios de los siete sellos
ocurrirán en la segunda mitad del período de siete años. V. el comentario de Ap. 6).
Ese período se caracterizará por (a) falsos Cristos (Mt. 24:4–5; cf. Ap. 6:1–2; el primer sello
es el anticristo), (b) guerras y rumores de guerras (Mt. 24:6; cf. Ap. 6:3–4; el segundo sello es
guerra) en el cual se levantará recíprocamente una nación contra otra en escala mundial (Mt.
24:7a), y (c) inusitados disturbios en la naturaleza que incluirán hambres (v. 7b; cf. Ap. 6:5–6;
el tercer sello es hambruna; el quinto y sexto, muerte y martirio [Ap. 6:7–11]), y terremotos
(Mt. 24:7b; cf. Ap. 6:12–14; el sexto sello es un terremoto). Todo esto, dijo Jesús, será
principio de dolores. Así como los dolores de la mujer encinta indican que su hijo está a punto
de nacer, de igual manera estos conflictos y catástrofes universales significarán que está cerca el
fin de esta era intermedia entre los dos advenimientos de Cristo.
24:9–14 (Mr. 13:9–13; Lc. 21:12–19). Jesús dio inicio a sus palabras (Mt. 24:9) con un
adverbio de tiempo, entonces. Precisamente en el punto que marca la mitad del período de siete
años que precede a la segunda venida de Cristo, Israel comenzará a experimentar una gran
aflicción. El anticristo, que detentará el poder mundial, romperá su convenio de proteger a Israel
que había hecho previamente (Dn. 9:27). Desatará una gran persecución contra esa nación (Dn.
7:25) e incluso establecerá su propio centro de adoración en el templo de Jerusalén (2 Ts. 2:3–4).
Esto resultará en la muerte de gran cantidad de judíos (Mt. 24:9) y muchos abandonarán su fe.
Los creyentes judíos serán traicionados por los incrédulos (v. 10), y muchos serán engañados por
falsos profetas que se levantarán (v. 5; Ap. 13:11–15). La maldad se habrá multiplicado y a
causa de esto, el amor de muchos (por el Señor) se enfriará. El que permanezca fiel al Señor
hasta el fin de ese período de tiempo, será salvo, es decir, liberado (Mt. 24:13). Esto no se
refiere a un esfuerzo personal de perseverancia que resulte en la salvación eterna de la persona,
sino a la liberación física de aquellos que confíen en su Salvador durante la tribulación. Los tales
entrarán al reino con sus cuerpos físicos.
También será predicado este evangelio del reino en todo el mundo durante este período
para testimonio a todas las naciones. Aunque este será un tiempo de terrible persecución, el
Señor tendrá siervos que testificarán y propagarán las buenas nuevas acerca de Cristo y la pronta
venida de su reino. Este mensaje será similar al que predicaba Juan el Bautista así como Jesús y
los discípulos al principio del evangelio de Mateo, pero este mensaje claramente identificará a
Jesús en su verdadero carácter del Mesías venidero. Este no es exactamente el mismo mensaje
que la iglesia predica hoy. El que hoy se predica en la era de la iglesia y el que se proclamará en
el período de la tribulación conmina a volverse al Señor para salvación. Sin embargo, en la
tribulación el mensaje se enfocará en el reino venidero, y aquellos que se vuelvan al Señor para
salvación les será permitida la entrada al reino. Aparentemente muchos responderán a ese
mensaje (cf. Ap. 7:9–10).
24:15–26. (Mr. 13:14–23; Lc. 21:20–26). Habiendo presentado una breve panorámica del
período entero de la tribulación previo a su retorno, Jesús luego habló de la más grande señal
observable dentro de ese período, la abominación desoladora. Esta era la abominación de la
que habló … Daniel (Dn. 9:27). Se refiere a la interrupción del culto judío que será reinstaurado
en el templo de la tribulación (Dn. 12:11) y el establecimiento en el mismo lugar del culto al
dictador mundial, el anticristo. Él profanará el templo (y por lo tanto, quedará desolado) cuando
levante en el interior de éste una imagen de sí mismo para ser adorada (2 Ts. 2:4; Ap. 13:14–15).
Tal evento será perfectamente reconocible por todos.
Cuando dicho evento ocurra, los que estén en Judea deberán huir a los montes. No deberán
preocuparse por llevar algo con ellos o retornar del campo por sus posesiones, ni siquiera por su
capa. El tiempo que siga a este evento será de gran tribulación, cual no la ha habido desde el
principio del mundo hasta ahora, ni la habrá (Jer. 30:7). El pavoroso carácter del período de
la tribulación no puede ser realmente captado por nadie. Fue por esto que Jesús señaló cuán
difícil sería este tiempo para las que estén encintas, y … las que críen en aquellos días (Mt.
24:19). Él animó a la gente a que orase para que su huida no fuera en invierno ni en día de
reposo cuando estaría restringido viajar.
Con todo, hay una nota de ánimo, porque el Señor declaró que aquellos días serían
acortados (v. 22). Esto significa que se pondrá término a ese período de tiempo, no que los días
serán de menos de 24 horas. Si prosiguiera indefinidamente, nadie sería salvo. Mas el período
terminará por causa de los escogidos, aquellos que serán redimidos en la tribulación y entrarán
en el reino. Los escogidos de la era de la iglesia ya habrán sido arrebatados antes de la
tribulación. Se diseminará mucha desinformación, porque falsos Cristos harán su aparición (vv.
23–24). Todos ellos estarán predicando mensajes de salvación y realizando señales y prodigios,
buscando engañar, si fuere posible, aun a los escogidos. El Señor advirtió a los discípulos antes
para que no se dejaran embaucar, para que supieran que él no estaría en la tierra trabajando de
esa manera.

3. LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (24:27–31)


(MR. 13:24–27; LC. 21:25–28)
24:27–31. El Señor no estará corporalmente en la tierra en ese tiempo, pero retornará a ella.
Y su venida será como el relámpago que sale del oriente … hasta el occidente; será un evento
visible y esplendoroso. Porque dondequiera que estuviere el cuerpo muerto (corrupción
física), allí se juntarán las águilas. De similar forma, donde haya corrupción espiritual, habrá
juicio. El mundo llegará a ser el dominio de Satanás, el anticristo, el inicuo (2 Ts. 2:8), y mucha
gente será corrompida por falsos profetas (Mt. 24:24). Pero el Hijo del Hombre vendrá
repentinamente a juzgar (v. 27).
Inmediatamente después de la tribulación de ese período, el Señor retornará. Su regreso
estará acompañado de inusitadas manifestaciones del cielo (v. 29; cf. Is. 13:10; 34:4; Jl. 2:31;
3:15–16) y por la aparición de su “señal” en el cielo (Mt. 24:30). Por causa de la aparición de
ésta, lamentarán todas las tribus de la tierra (cf. Ap. 1:7), probablemente porque se habrán
dado cuenta de que el tiempo de su juicio ha llegado.
Se desconoce cuál es la señal del Hijo del Hombre. En el A.T., la señal de que la nación de
Israel había sido abandonada fue que la gloria de Dios dejó el templo (Ez. 10:3, 18; 11:23).
Quizá la señal del retorno del Señor incluirá otra vez su gloria visible (shekiná). Algunos creen
que la señal incluirá la ciudad celestial, la nueva Jerusalén, que podría descender en ese tiempo y
permanecer como una ciudad satélite suspendida arriba de la Jerusalén terrenal durante el
milenio (Ap. 21:2–3). O la señal podrá ser el relámpago o el Señor mismo. Cualquiera que fuere,
será visible para que todos la vean, porque el Señor regresará sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria (cf. Dn. 7:13). Él enviará entonces a sus ángeles para juntar a sus
escogidos de los cuatro vientos, que se refiere a la tierra (cf. Mr. 13:27), desde un extremo del
cielo hasta el otro. Esto comprende la reunión de aquellos que llegarán a ser creyentes durante
la semana setenta de Daniel y los que hayan sido dispersados a varias partes del mundo a causa
de la persecución (cf. Mt. 24:16). Esta recolección quizá incluya a todos los santos del A.T., cuya
resurrección ocurrirá en ese tiempo, de tal forma que puedan participar en el reino del Mesías
(Dn. 12:2–3, 13).

4. CONFIRMACIÓN POR PARÁBOLAS (24:32–51)


En la sección previa a este sermón (24:4–31), Jesús había hablado directamente acerca de su
retorno a la tierra. Luego dio algunas aplicaciones prácticas e instrucciones a la luz de su venida.
Uno debe mantener en mente que la aplicación primordial de esta sección se dirige a la
generación futura que experimentará los días de la tribulación y que estará anticipando la
inmediata venida del Rey en gloria. Una aplicación secundaria de este pasaje, como sucede con
la mayor parte de las Escrituras, es para los creyentes de hoy que forman el cuerpo de Cristo, la
iglesia. La iglesia no está contemplada en estos vv. Pero, de la misma forma que se indica al
pueblo de Dios del futuro que esté preparado, vigilante y fiel, los creyentes de hoy deben
también mantenerse fieles y alertas.
a. La higuera (24:32–44)
24:32–35 (Mr. 13:28–31; Lc. 21:29–33). Las palabras de Jesús, de la higuera aprended la
parábola, muestran que él comenzaba a aplicar lo que había estado enseñando. Cuando la rama
de la higuera comienza a estar tierna y le brotan hojas, es una señal segura de que el verano no
está lejos (cf. Mt. 21:18–20). Así como la higuera es presagio del verano, así también estas
señales (24:4–28) de las que Jesús venía hablando, indicaban claramente que su venida se
realizaría en breve. El énfasis del Señor recae en el hecho de que es necesario que ocurran todas
estas cosas. Aunque varios eventos a través de la historia se han señalado como cumplimiento de
esta profecía, es claro que todas estas cosas (que pertenecen a la gran tribulación) jamás han
ocurrido. El cumplimiento de todos estos eventos es aún futuro. La generación (genea) de
personas que vivan en ese día futuro verá el cumplimiento de todos los eventos. Jesús no se
refería a la generación que lo escuchaba entonces, porque ya había dicho que el reino había sido
quitado de ese grupo (21:43). Esa generación del siglo primero experimentaría el juicio de Dios.
Mas la generación que estará viviendo en el tiempo en que estas señales tengan lugar, vivirá
durante ese período y verá al Señor Jesús venir como el Rey de gloria. Esta promesa es segura,
porque será más fácil que el cielo y la tierra pasen a que las palabras de Cristo fallen (cf. 5:18).
24:36–41 (Mr. 13:32–33; Lc. 17:26–37). El momento preciso del retorno del Señor no
puede ser calculado por nadie. Cuando Cristo expresaba estas palabras, se dijo que esa
información era conocida sólo por el Padre. Es obvio que Cristo hablaba desde la condición de
su conocimiento humano (cf. Lc. 2:52), no desde la posición de su divina omnisciencia. Mas el
período antes de su venida será parecido a los días de Noé. La gente de ese entonces disfrutaba
de las actividades normales de la vida, sin percatarse del juicio inminente. La vida seguía igual
para la gente del tiempo de Noé porque estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose
en casamiento. Sin embargo, vino el diluvio y acabó con todos. Fue repentino y ellos no estaban
preparados.
Tal como ocurrió en los días de Noé, así será antes de la gloriosa venida del Señor.
Entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres
estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada. En forma análoga
a lo ocurrido en los días de Noé, los individuos que serán “tomados” son los impíos que el Señor
apartará para juzgarlos (cf. Lc. 17:37). Los que serán “dejados” son creyentes que recibirán el
privilegio de permanecer en la tierra para poblar corporalmente el reino de Jesús. Tal como los
impíos fueron llevados por medio del juicio y Noé fue dejado en la tierra, así también los inicuos
serán juzgados y eliminados cuando Cristo regrese; los justos serán dejados para que sean los
súbditos de su reino.
Es claro que la iglesia, el cuerpo de Cristo, no está incluida en estas declaraciones. El Señor
no estaba describiendo el arrebatamiento, porque el traslado de la iglesia no será un juicio sobre
ella. Si éste fuera el rapto como algunos comentaristas afirman, tendría que ser posterior a la
tribulación, ya que ésta ocurre inmediatamente antes del retorno glorioso del Señor. Pero tal
hecho estaría en conflicto con otros pasajes de las Escrituras y presentaría otros problemas que
no se pueden analizar aquí (cf., e.g., el comentario de 1 Ts. 4:13–18 y Ap. 3:10). La advertencia
del Señor enfatiza la necesidad de prepararse, porque el juicio vendrá cuando la gente menos lo
espere.
24:42–44. El Señor animó a sus discípulos diciéndoles velad … (grēgoreite, que es la misma
palabra que se traduce como “velemos” en 1 Ts. 5:6) porque ellos no podían saber a qué hora
ha de venir el Señor (cf. Mt. 25:13). Los límites del período de la tribulación son conocidos
para Dios, porque la semana setenta de Daniel tendrá un inicio y un fin definidos. Pero la gente
que viva entonces sólo conocerá en términos generales los límites de dicho tiempo. Por lo tanto,
es importante estar velando. Si la persona supiera la hora aproximada en la que un ladrón
irrumpirá en su casa, tomaría precauciones y se prepararía adecuadamente. De similar forma, los
creyentes en la tribulación que estarán anticipando la venida del Señor en gloria, deberán estar
alertas. Por las señales del fin, ellos sabrán en forma aproximada cuando regresará, pero no
sabrán el tiempo exacto.
b. El siervo fiel (24:45–51)
(Mr. 13:34–37; Lc. 12:41–48)
24:45–51. La venida de Cristo será una prueba para sus siervos. Como el señor en el relato
de Jesús que confió todas sus posesiones a su siervo, así Dios ha encomendado el cuidado de
todas las cosas en la tierra a sus seguidores. La respuesta de los siervos indica su condición
espiritual. El Señor quiere encontrar a los suyos como al primer mayordomo, cumpliendo
fielmente su voluntad (vv. 45–46). Tal siervo será recompensado por su servicio fiel cuando el
Señor regrese (v. 47). Pero el que no lleve a cabo su mayordomía será juzgado severamente.
Éste, dando por sentado que su señor tardará en venir, se aprovecha de otros (se dedica a
golpear a sus consiervos) y vive impíamente (come y bebe con los borrachos). Como la gente
perversa de los días de Noé (vv. 37–39), estará ignorante del repentino juicio venidero (v. 50).
No obstante, el juicio vendrá y será tratado como se trata a un hipócrita, que es precisamente lo
que es el siervo infiel. Su separación resultará en su juicio eterno (el lloro y el crujir de dientes;
cf. el comentario de 13:42), alejado de su señor. De similar forma, el juicio de los impíos en la
segunda venida del Señor, los separará eternamente de Dios.

5. JUICIO VENIDERO DE ISRAEL (25:1–30)


25:1–13. Cuando Cristo regrese en su gloria, se realizarán otras separaciones, como se indica
en la parábola de las diez vírgenes. Aunque se han dado varias interpretaciones a esta parábola,
parece mejor entenderla como un juicio sobre los judíos que vivan cuando regrese el Señor en
gloria. El contexto claramente señala ese evento (24:3, 14, 27, 30, 39, 44, 51). El juicio de los
gentiles (ovejas y cabritos) ocurrirá cuando el Señor regrese (25:31–46) y durante ese mismo
glorioso retorno, Israel será juzgado como nación (Ez. 20:33–44; Zac. 13:1).
Israel, por consiguiente, está representado por las diez vírgenes que esperan el retorno del
esposo. En las costumbres de bodas del tiempo de Jesús, el novio regresaba de la casa de la novia
en una procesión que se dirigía a su propia casa donde se realizaba un banquete de bodas. En la
parábola de Jesús, él como Rey, regresará desde el cielo con su novia, la iglesia, para entrar al
milenio. Los judíos de la tribulación serán algunos de los convidados que tendrán el privilegio de
participar en el banquete.
Pero es necesario estar preparado. En la parábola, cinco de las vírgenes se habían preparado
adecuadamente porque poseían las necesarias lámparas y aceite adicional en sus vasijas (Mt.
25:4). Las otras cinco tenían lámparas, pero no aceite adicional. A medianoche … el esposo
arribó. Las lámparas de las cinco vírgenes sin aceite se apagaron. Por lo tanto, tuvieron que ir a
buscar aceite y se perdieron de la llegada del esposo. Cuando regresaron y encontraron que la
fiesta de bodas ya estaba celebrándose, procuraron ingresar, pero les fue negada la entrada (vv.
10–12).
En la tribulación Israel sabrá que la venida de Jesús está cerca, pero no todos estarán
espiritualmente preparados para ella, ya que su venida será de súbito, cuando no sea esperada
(24:27, 39, 50). Aunque este pasaje no interpreta específicamente el significado del aceite,
muchos comentaristas lo ven como representativo del Espíritu Santo y su obra en la salvación.
La salvación es más que la mera profesión de fe, porque involucra la regeneración por el Espíritu
Santo. Aquellos que profesan ser salvos y no tengan realmente el Espíritu, serán excluidos de la
fiesta, esto es, del reino. Los que no estén listos cuando el Rey venga, no podrán entrar en él.
Puesto que no se sabe el día ni la hora de su regreso, los discípulos de la tribulación deberán
velar (grēgoreite), es decir, estar alertas y preparados (cf. 24:42).
25:14–30 (Lc. 19:11–27). En otra parábola acerca de la fidelidad, Jesús contó la historia de
un hombre que tenía tres siervos. El señor, yéndose lejos … entregó a cada uno una cantidad
específica de talentos. Los talentos eran de plata (dinero que aparece en Mt. 25:18 es argyrion,
que significa monedas de plata). Un talento pesaba entre 26 y 36 kgs. Así que, el señor confió a
sus siervos considerables cantidades de dinero, mismas que iban de acuerdo con la capacidad de
esos hombres.
Dos de los siervos fueron fieles al cuidar el dinero de su señor (v. 16–17) y fueron
adecuadamente recompensados por su fidelidad, recibiendo riqueza y responsabilidades
adicionales y compartiendo el gozo de su señor (vv. 20–23). El tercer siervo, habiendo recibido
un talento, razonó que su señor probablemente ya no regresaría. Y si lo hacía algún día, el siervo
simplemente podía devolverle el talento sin pérdida causada por cualquier inversión inadecuada
(v. 25). Pero si no regresaba, el siervo se apoderaría del talento. No quiso depositar el dinero en
el banco donde quedaría registrado como propiedad de su señor (v. 27). Su razonamiento
indicaba que le faltaba fe en su señor, demostrando así que era un siervo inútil. Como resultado
de lo anterior, perdió lo que tenía (v. 29; cf. 13:12), y fue objeto de juicio. Como el siervo malo
de 24:48–51; él también quedaría eternamente separado de Dios. Acerca del lloro y el crujir de
dientes, V. el comentario de 13:42. La parábola de las diez vírgenes (25:1–13) acentúa la
necesidad de estar preparados para el regreso del Mesías. Esta parábola de los talentos se centra
en la necesidad de servir al Rey mientras él no esté.

6. JUICIO VENIDERO DE LOS GENTILES (25:31–46)


Cuando el Señor regrese “en su gloria”, juzgará no sólo a la nación de Israel (como se ve en
la parábola de las diez vírgenes [vv. 1–13] y la parábola de los talentos [vv. 14–30]), sino
también a los gentiles. Esto no es lo mismo que el juicio del gran trono blanco, que involucra
sólo a los impíos y que ocurre después del milenio (Ap. 20:13–15). El juicio de los gentiles
ocurrirá mil años antes para determinar quien sí y quien no entrará en el reino.
25:31–33. Las palabras las naciones (ta ethnē) deberían traducirse “los gentiles”. Estas son
todas las personas que no son judías y que sobrevivirán el período de la tribulación (cf. Jl. 3:2,
12). Serán juzgadas individualmente, no como grupos nacionales. Se describen como una mezcla
de ovejas y cabritos, que el Señor separará.
25:34–40. El Rey “en su trono” (v. 31) extenderá una invitación a los de su derecha, las
ovejas, a entrar en el reino que Dios ha preparado … desde la fundación del mundo. La base
de su ingreso se ve en sus acciones, porque proveyeron alimento, bebida, ropa y cuidado para el
Rey (vv. 35–36). La declaración del Rey provocará que las ovejas respondan que no recuerdan
jamás haber ministrado directamente a él (vv. 37–39). El Rey responderá que realizaron estos
servicios para mis hermanos más pequeños, y obrando así estaban ministrando al Rey (v. 40).
La expresión “mis hermanos” debe referirse a un tercer grupo que no son ovejas ni cabritos.
El único grupo posible es el de los judíos, hermanos físicos del Señor. En vista de la aflicción
que habrá en el período de la tribulación, resulta claro que cualquier creyente judío pasará
tiempos difíciles tratando de sobrevivir (cf. 24:15–21). Las fuerzas del dictador mundial harán
todo lo posible por exterminar a los judíos (cf. Ap. 12:17). Un gentil que se desvíe de su camino
para ayudar a un judío en la tribulación dará a entender que ha llegado a ser creyente en Cristo
Jesús en ese tiempo. Por tal postura y acción, un creyente gentil pondrá su vida en peligro. Sus
obras no lo salvarán, pero sí revelarán que ha sido redimido.
25:41–46. El Rey pronunciará un juicio contra los cabritos que se encuentren a su izquierda
(cf. v. 33). Les será dicho, apartaos … al fuego eterno preparado no para los hombres, sino
para el diablo y sus ángeles (cf. “el reino preparado”, v. 34). La base de este castigo será su
negativa a mostrar misericordia al remanente de judíos durante la tribulación. Su carencia de
obras justas evidenciará su falta de cuidado por ellos (vv. 42–44; cf. vv. 35–36). Tales individuos
simpatizarán con el dictador mundial y apoyarán su causa. Por ello, serán eliminados de la tierra
y echados en el “fuego eterno” (v. 41) para sufrir el castigo eterno (v. 46). Con toda esa maldad
ya eliminada en los diversos juicios que se harán en la segunda venida de Cristo, el reino iniciará
en la tierra sólo con personas salvas con cuerpo físico que formarán el reino terrenal como
súbditos del Rey. Los santos glorificados del A.T. y la iglesia, la esposa de Cristo, también
estarán presentes para participar en el reino del Rey de reyes.
En este sermón profético ampliado, Jesús contestó las preguntas de los discípulos acerca de
la señal de su venida y del fin del siglo (24:4–31). También presentó lecciones prácticas para los
que vivan en ese tiempo (24:32–51), animándolos a permanecer fieles, velar y estar preparados.
A modo de aplicación, estas lecciones son pertinentes para todos los creyentes de cualquier
época. El Señor concluyó señalando el establecimiento del reino y el juicio de los judíos
(25:1–30) y de los gentiles (vv. 31–46).

E. El rechazo nacional del Rey (caps. 26–27)


1. EVENTOS PRELIMINARES (26:1–46)
a. Desarrollo del complot (26:1–5)
(Mr. 14:1–2; Lc. 22:1–2; Jn. 11:45–53)
26:1–5. La expresión cuando hubo acabado Jesús todas estas palabras, es la última de las
cinco transiciones que se encuentran en el libro (cf. 7:28; 11:1; 13:53; 19:1). Tan pronto como
Jesús terminó su discurso del monte de los Olivos, les recordó a los discípulos que la fiesta de la
pascua estaba sólo a dos días y que él sería entregado para ser crucificado. Los eventos
descritos en 26:1–16 ocurrieron el miércoles previo a la pascua. Aunque no existe el registro de
la reacción de los discípulos a las palabras del Señor, Mateo sí consignó el complot que se
desarrollaba entre los líderes religiosos para matarle. En el patio del sumo sacerdote …
Caifás, fue iniciado el plan para prender con engaño a Jesús pero no sino hasta que la fiesta
pasara. Su intención era esperar hasta que los muchos peregrinos que habían convergido en
Jerusalén para la pascua hubieran regresado a casa. Después, eliminarían a Jesús en forma
discreta. Pero su tiempo no era el de Dios, y el avance del programa se debió en parte a la buena
disposición que tenía Judas Iscariote, quien se ofreció como voluntario para traicionar al Señor.
b. El ungimiento con perfume (26:6–13)
(Mr. 14:3–9; Jn. 12:1–8)
26:6–9. Durante la última semana de su vida antes de morir en la cruz, el Señor pasó las
noches en Betania, que se encontraba al oriente de Jerusalén en las faldas al sur del monte de los
Olivos. Mateo registró un evento que tuvo lugar una noche en casa de Simón el leproso. Juan
describe el mismo hecho con gran detalle (Jn. 12:1–8), y proporciona los nombres de los
individuos que participaron. La mujer que derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús era
María (Jn. 12:3) y el discípulo que primero objetó la acción fue Judas Iscariote (Jn. 12:4). El
perfume era de gran precio (Mt. 26:7), valía lo mismo que el “salario de un año” (Juan 12:5;
“trescientos denarios”). Era obvio que este acto de amor le costó mucho a María.
26:10–13. El Señor estaba consciente de los comentarios de los discípulos (¿Para qué este
desperdicio? v. 8) y la actitud de sus corazones (se enojaron, v. 8; cf. 20:24; 21:15) que estaban
detrás de sus palabras. Judas Iscariote no estaba motivado por su preocupación por los pobres
(Jn. 12:6). Él era ladrón y estaba preocupado por el dinero que no había sido puesto en la bolsa
del fondo común que él controlaba. Jesús les recordó que debido a que siempre tendrían a los
pobres con ellos, tendrían muchas oportunidades de mostrarse bondadosos con ellos, pero él no
estaría siempre entre ellos.
La buena obra de María preparó el cuerpo del Señor para su sepultura (Mt. 26:12). Jesús
había hablado varias veces de su muerte inminente (e.g. 16:21; 17:22; 20:18), pero parece que
los discípulos no creían sus palabras. María creyó y realizó este acto como testimonio de su
devoción hacia él. Como resultado, su acto sacrificial se proclama frecuentemente en todo el
mundo. Quizá fue éste y la aprobación que recibió del Señor lo que indujo a Judas a disponerse
a traicionar al Señor. Desde este escenario Judas fue a los principales sacerdotes para ofrecerse a
cometer la traición.
c. Plan para traicionar a Jesús (26:14–16)
(Mr. 14:10–11; Lc. 22:3–6)
26:14–16. Judas Iscariote debió haber sido visto por los líderes religiosos como una
respuesta a sus oraciones. El ofrecimiento hecho por Judas a los principales sacerdotes era más
que un acuerdo para señalar a Jesús a los oficiales que lo arrestarían. Él se estaba ofreciendo
como testigo para declarar contra Jesús cuando éste fuere llevado a juicio. Él haría cualquier cosa
para ganar más dinero (cf. Jn. 12:6). El ofrecimiento fue hecho a cambio de fondos,
probablemente pagados de inmediato a Judas. Treinta piezas de plata era la recompensa pagada
por un esclavo (Éx. 21:32). Esta misma cantidad fue también profetizada como el precio por los
servicios del Pastor repudiado (Zac. 11:12). El valor exacto de la cantidad convenida no puede
determinarse, porque no se identifica la moneda que se usó, simplemente se le llama “plata”
(argyria; cf. Mt. 25:18). Pero pudo haber sido una cantidad sustancial. El acuerdo había sido
hecho y Judas ahora sería visto por los líderes religiosos como quien los libraría de su principal
problema, Jesús de Nazaret. Judas sabía que tenía que proseguir porque había empeñado su
palabra y había recibido el dinero.
d. Celebración de la pascua (26:17–30)
26:17–19 (Mr. 14:12–16; Lc. 22:7–13). La mayoría de estudiosos bíblicos creen que los
eventos consignados en Mateo 26:17–30 tuvieron lugar en el jueves de la semana de la pasión.
Este era el primer día de los siete que duraba la fiesta de los panes sin levadura. En el primer
día de la pascua se sacrificaban corderos (Mr. 14:12). La fiesta de los panes sin levadura seguía
inmediatamente después de la pascua; el evento completo que duraba ocho días era a veces
llamado la semana de la pascua (cf. Lc. 2:41; 22:1, 7; Hch. 12:3–4; V. el comentario de Lc.
22:7).
Los discípulos que fueron enviados a hacer los preparativos para la pascua eran Pedro y
Juan (Lc. 22:8). El lugar de celebración de la pascua no se designa en ninguno de los evangelios,
aunque tuvo lugar en la ciudad (Mt. 26:18), esto es, Jerusalén, probablemente en la casa de uno
que aceptaba a Jesús como Mesías. El hecho de que abriera voluntariamente su casa indicaba que
estaba informado de Jesús y sus pretensiones. Además de encontrar el lugar, los dos discípulos
… prepararon la pascua, esto es, compraron y prepararon la comida, lo cual probablemente les
tomó la mayor parte del día.
26:20–25 (Mr. 14:17–21; Lc. 22:14–23; Jn. 13:21–30). Cuando llegó la noche, Jesús entró
al cuarto preparado, un aposento “alto” (planta alta, Lc. 22:12), y compartió la cena de pascua
con los doce. Durante la celebración, Jesús dijo que uno de ellos, que se sentaba con él, lo iba a
entregar. Esta declaración revela la omnisciencia de Jesús (cf. Jn. 2:25; 4:29). Es sorprendente
que ningún discípulo haya señalado a otro con dedo acusador, sino que entristecidos en gran
manera cada uno de ellos comenzó a preguntarle si él sería el traidor. El Señor añadió que el
que lo traicionaría había compartido un cercano compañerismo con él, había comido en el
mismo plato. Jesús dijo que el Hijo del Hombre va (i.e. a morir) según había sido escrito por los
profetas (e.g. Is. 53:4–8; cf. Mt. 26:56). Más … ay de la persona quien lo iba a traicionar.
Bueno le fuera al tal no haber jamás nacido. Jesús señalaba a Judas las consecuencias de su
traición, porque a pesar de que ya había recibido el dinero para traicionar a Jesús, el acto no se
había realizado todavía. Cuando Judas preguntó al Señor ¿soy yo, Maestro? Jesús claramente
lo señaló como el traidor. No sorprende que Judas lo llamara “rabí” (“maestro”), no “Señor”
como lo hicieron los otros discípulos (v. 22; cf. v.49).
Las palabras del Señor no fueron entendidas por los otros discípulos, como aclara Juan en su
evangelio (Jn. 13:28–29). Si hubieran entendido, difícilmente hubieran dejado a Judas abandonar
el cuarto. Puesto que no entendieron, Judas abandonó el lugar (Jn. 13:30).
26:26–30 (Mr. 14:22–26; Lc. 22:19–20). Jesús entonces instituyó algo nuevo en la fiesta de
pascua. Mientras comían, él tomó … pan y le dio un significado especial. Luego tomando la
copa de vino, le dio también un significado especial. Jesús dijo que el pan era su cuerpo (Mt.
26:26) y el vino era su sangre del nuevo pacto (v. 28). Mientras los cristianos discrepan en
cuanto al significado de estas palabras, parece ser que Jesús estaba haciendo uso de estos
elementos como recordatorio visual de un evento que estaba a punto de llevarse a cabo.
El pan y el vino representan su cuerpo y sangre que estaba a punto de ser derramada, en
conformidad con la remisión de pecados que se había prometido en el nuevo pacto (Jer.
31:31–37; 32:37–40; Ez. 34:25–31; 36:26–28) un pacto que iba a reemplazar al antiguo pacto
mosaico. Su sangre sería pronto derramada por muchos … (cf. Mt. 20:28) para remisión de los
pecados de ellos. Esta porción de la cena de pascua ha sido observada por los cristianos y la
llaman la Cena del Señor o comunión. Jesús encomendó esta ordenanza a la iglesia para que la
practique como un continuo memorial de su obra, por medio de la cual hizo posible su salvación.
Debe conmemorarse hasta que el Señor regrese (1 Co. 11:23–26). Jesús dijo a sus discípulos que
no comería de estas viandas otra vez con ellos hasta la institución del reino de su Padre en la
tierra. Después de la comida de pascua, Jesús y los discípulos cantaron juntos un himno, dejaron
la casa y salieron al monte de los Olivos.
e. Vigilia de oración (26:31–46)
26:31–35 (Mr. 14:27–31; Lc. 22:31–38; Jn. 13:36–38). Al enfilarse Jesús y sus discípulos
al monte de los Olivos, él les recordó que pronto todos ellos lo abandonarían. Esto estaba de
acuerdo con las palabras de Zacarías quien profetizó que el pastor sería derribado y las ovejas
… serán dispersadas (Zac. 13:7). Esta es una de las numerosas veces que Mateo citó y aludió al
libro de Zacarías. Pero Jesús prometió que alcanzaría la victoria sobre la muerte, porque él
resucitaría de los muertos e iría delante de ellos a Galilea (Mt. 26:32; cf. 28:7). Todos los
discípulos eran de Galilea y habían ministrado a los judíos en esa región.
No se puede saber si es que Pedro oyó las palabras del Señor acerca de la resurrección. Pero
él reaccionó fuertemente ante la idea de separarse de Jesús. El apóstol afirmó que nunca negaría
al Señor, aunque todos los demás lo hicieran. Sin embargo, Jesús predijo que Pedro lo negaría
tres veces esa noche, antes que el gallo cantara en la madrugada. Pedro no podía creer que
abandonaría a Jesús; de nuevo, afirmó su devoción aunque le significara la muerte (26:35). Este
era el sentir de todos los discípulos también; no podían creer que negarían al Señor. No lo
traicionarían (v. 22); entonces, ¿por qué habían de negarlo?
26:36–46 (Mr. 14:32–42; Lc. 22:39–46; Jn. 18:1). Jesús entonces llegó … a un lugar
conocido como Getsemaní, que significa “lagar de aceite”.
En un campo cubierto de olivos, los lagares eran usados para extraer el aceite de las
aceitunas. Había un olivar en ese lugar (Jn. 18:1). Allí Jesús dejó a sus discípulos, excepto a
Pedro y los dos hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan, Mt. 4:21) que lo acompañaron. Él comenzó a
orar. Experimentaba una tristeza (lypeisthai, “estar apesadumbrado o triste hasta el punto de la
aflicción”; cf. 14:9; 17:23; 18:31; 19:22) y angustia tal como nunca había conocido en su vida
terrenal. Pidió a los tres discípulos que se quedaran y se mantuvieran velando con él (26:38). En
esta hora de su mayor necesidad, el Señor quería que los que simpatizaban con él le
acompañaran a orar.
Apartándose de los tres, estuvo orando a su Padre, pidiéndole que si fuera posible pasara de
él esta copa. La “copa” probablemente se refería a su muerte inminente; también pudo haber
tenido en mente su venidera separación del Padre (27:46) y su contacto con el pecado al ser
hecho pecado por la humanidad (2 Co. 5:21). Una “copa” en el A.T. simboliza la ira. Sin
embargo, el aspecto significativo de esta oración, era que el Señor sometió su voluntad a la
voluntad de su Padre (Mt. 26:39).
Cuando Jesús vino a los tres discípulos, los halló dormidos. Los despertó y reprendió a
Pedro (no a los tres) por su incapacidad de permanecer velando con él en oración. Tan sólo un
poco antes, Pedro había dicho dos veces que nunca abandonaría al Señor (vv. 33, 35) y ni
siquiera había podido orar con él cuando pasaba por su más grande necesidad. Jesús los animó
(los vbs. en imper. y la palabra los están en pl.) a mantenerse velando y orando, pero reconoció la
debilidad de la carne en el hombre (v. 41).
Al orar Jesús por segunda vez, reconoció que la copa (cf. v. 39) no podía pasar sin que él la
“bebiera”. Afirmó por segunda vez que la voluntad de Dios se llevaría a cabo cualquiera que
fuera el costo (v. 42; cf. v. 39). Él regresó y halló a los discípulos dormidos otra vez, pero esta
vez no los despertó.
Por tercera vez él oró diciendo las mismas palabras mientras los discípulos seguían
dormidos. Su sueño y descanso contrasta totalmente con la agonía del Señor (v. 37) y oración
que llegaba al punto de sentirse exhausto y estar transpirando (Lc. 22:43–44). Él estaba solitario.
Aunque los discípulos se encontraban cerca eran inútiles, porque no podían interceder por él. Y
aun así, él evidenció una irrenunciable obediencia y determinación a cumplir la voluntad de su
Padre sin importar el costo. Cuando Jesús vino a sus discípulos la tercera vez, los despertó con
la noticia de que el traidor venía y debían ir a encontrarlo.

2. ARRESTO EN EL JARDÍN (26:47–56)


(MR. 14:43–50; LC. 22:47–53; JN. 18:2–12)
26:47–56. Mientras Jesús hablaba, vino Judas al jardín. Lo acompañaba mucha gente,
incluyendo tanto soldados romanos (Jn. 18:3) como judíos de la guardia del templo (Lc. 22:52)
designados por los principales sacerdotes y los ancianos. La multitud tenía espadas y palos
(Mt. 26:47; Mr. 14:43) así como linternas y antorchas (Jn. 18:3). Se consideraba necesario ese
grupo tan grande para evitar que Jesús escapara. Quizá los líderes pensaron que los peregrinos
presentes en la fiesta de la pascua en Jerusalén podían, de alguna manera, tratar de impedir el
arresto. Judas había dado señal a los oficiales. Al que él besara sería a quien debían arrestar. Al
acercarse a Jesús le dijo: ¡Salve, Maestro! (cf. Mt. 26:25) Y le besó. La respuesta que dio Jesús
a Judas indica que todavía lo amaba, porque se dirigió a él como Amigo (jetaire, “compañero” o
“socio”, término usado sólo tres veces en el N.T., todas en Mateo [20:13; 22:12; 26:50]). Con
esto, los oficiales probablemente hicieron a un lado a Judas y echaron mano de Jesús.
Pedro no se iba a quedar de brazos cruzados. (Sólo Juan lo identifica por nombre [18:10]).
Habiéndose apenas levantado y quizá no dándose cuenta de lo que pasaba, echó mano de su
espada e intentó defender a Jesús agrediendo a uno del grupo que lo arrestaba. Hirió a Malco,
siervo del sumo sacerdote (Jn. 18:10).
El Señor de inmediato detuvo la violencia y reprendió a Pedro por sus vanos esfuerzos. No
necesitaba que nadie lo defendiera, porque él podría clamar a su Padre quien enviaría doce
legiones de ángeles a defenderlo. Una legión romana contaba con cerca de 6,000 soldados. Tal
protección angélica (¡de 72,000 ángeles!) fácilmente podría defender a Jesús de cualquier
oposición. Pero no era la voluntad de Dios rescatarlo. El arresto de Jesús ocurrió porque el Señor
lo permitió. Aunque Mateo no lo menciona, Lucas, el médico, escribió que Jesús sanó la oreja
dañada del hombre (Lc. 22:51).
Mateo registra un pequeño discurso de Jesús a sus captores. Les preguntó por qué habían
venido a arrestarlo de esta manera. Él había estado en medio de ellos a diario, enseñando en el
templo. Hubiera sido posible arrestarlo en cualquier tiempo. Es obvio que los líderes temían la
reacción de la gente que lo reconocía. Sin embargo, la voluntad del Padre estaba siendo cumplida
así como también las Escrituras de los profetas que hablaban de su muerte.
En ese punto, todos los discípulos, dejándole, huyeron en medio de la noche ¡los que habían
jurado que nunca lo harían! (Mt. 26:33, 35). Las ovejas fueron dispersadas (v. 31).
3. JUICIOS DEL REY (26:57–27:26)
a. Juicio ante las autoridades judías (26:57–27:10)
26:57–58 (Mr. 14:53–54; Lc. 22:54; Jn. 18:15–16). Después de que Jesús fue arrestado en
Getsemaní, fue llevado por los soldados al sumo sacerdote Caifás Pero antes, se le realizó un
breve juicio ante Anás, quien era el suegro de Caifás (cf. el comentario de Jn. 18:12–13, 19–24.
V. “Familia de Anás” en el Apéndice, pág. 372). Esa táctica dilatoria aparentemente le dio
tiempo a Caifás para reunir al sanedrín (Mt. 26:59; cf. Hch. 4:15 el comentario sobre el
sanedrín). Pedro … seguía al Señor de lejos y entró al patio de la casa del sumo sacerdote
para esperar a ver el fin. (V. “Los seis juicios de Jesús” en el Apéndice, pág. 362).
26:59–68 (Mr. 14:55–65; Lc. 22:63–65). El propósito de los juicios de Jesús fue encontrar
algún fundamento legal para condenarlo a muerte. El testimonio de Judas era crucial para la
causa de los líderes religiosos, pero no lo encontraron. Por consiguiente, fueron buscados testigos
contra Jesús, un procedimiento legal inusitado por medio del cual se intentaba hallar cualquier
cosa que lo hiciera digno de muerte. Aunque muchos testigos falsos colaboraron
voluntariamente, ninguno de ellos pudo coincidir en alguna acusación contra Jesús (Mt. 26:60).
Al fin … dos testigos coincidieron en que Jesús una vez dijo: Puedo derribar el templo de
Dios, y en tres días reedificarlo. Jesús había dicho eso aproximadamente tres años antes,
cuando inició su ministerio (Jn. 2:19), refiriéndose no al edificio del templo sino a su cuerpo. Es
interesante que su declaración fuera recordada justo antes de su crucifixión y resurrección. Jesús
rehusó responder a todos los cargos formulados en su contra porque nunca fue acusado de
ningún crimen en forma oficial.
Entonces, el sumo sacerdote intentó hacer que Jesús respondiera a las acusaciones
formuladas en su contra (Mt. 26:62). Pero Jesús permaneció en silencio hasta que el sumo
sacerdote lo puso bajo juramento sagrado. Una vez que el sumo sacerdote puso a Jesús bajo
juramento por el Dios viviente, tuvo que contestar con veracidad. Caifás insistió en que
respondiera si él era el Cristo (el Mesías), el Hijo de Dios (v. 63). Jesús contestó de manera
afirmativa, añadiendo que en el futuro él se sentaría a la diestra del poder de Dios (cf. 25:31) y
retornaría en las nubes del cielo (cf. 24:30). Aquí estaba una afirmación clara de su deidad, que
fue entendida como tal por el sumo sacerdote, quien a continuación rasgó sus vestiduras, cosa
que estaba prohibido hacer por ley (Lv. 21:10) y declaró que Jesús había blasfemado (Mt.
26:65). Además, dijo que no había más necesidad de testigos, porque el Señor había revelado su
culpabilidad.
La gente sólo tenía dos opciones. La primera era reconocer que Jesús había dicho la verdad y
por lo tanto, caer ante él y adorarlo como Mesías. La otra era rechazarlo como blasfemo y
condenarlo a muerte. Ellos escogieron la segunda y así sellaron su repudio de aquel que vino
como su Rey Mesías.
Hasta este punto, no se analizó más evidencia. Nadie defendió a Cristo o mencionó las obras
que había realizado durante los pasados tres años. Parecía que el sanedrín tenía a Jesús donde
quería que estuviera. Él acababa de hablar palabras de blasfemia que todos habían oído. En
contra de las leyes judías y romanas, comenzaron a castigar al acusado por su cuenta. Le
escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos y le abofeteaban. Le pedían que profetizara
diciendo, si podía, quién era el que recién le golpeó. Se mantuvieron haciendo estas acciones,
aparentemente disfrutando cada momento de ellas. El Señor permaneció callado a través de este
terrible suplicio, sometiéndose a sí mismo a la voluntad de su Padre (cf. Is. 53:7; 1 P. 2:23).
26:69–75 (Mr. 14:66–72; Lc. 22:55–62; Jn. 18:17–18, 25–27). Mientras Jesús pasaba por
su juicio ante el sanedrín, Pedro también experimentaba una prueba. Él había seguido al Señor y
había logrado entrar en la casa del sumo sacerdote (Jn. 18:15–16). Mientras estaba sentado en el
patio (cf. Mt. 26:58) esperando el resultado del juicio, tuvo tres oportunidades de hablar en
apoyo de su Señor. Y las tres negó haber conocido jamás al acusado o estar relacionado con él en
alguna forma. La primera negación tuvo lugar cuando una criada dijo frente a otros que él era
uno de los que habían estado con Jesús (v. 69). Otra criada, en la puerta del patio, señaló más
directamente a Pedro como uno que de cierto había andado con Jesús (v. 71). Finalmente, un
número de los que estaban allí acusaron a Pedro de ser uno de los que habían estado con Jesús
porque su hablar galileo lo delataba (v. 73). Al escuchar la tercera acusación, Pedro comenzó a
maldecir y a jurar (v. 74). El proferir maldiciones sobre sí mismo era una forma legal de afirmar
que se era inocente; si las calamidades predichas no sucedían, sería prueba de que se era inocente
(cf. Job 31).
Al negar públicamente a su Señor la tercera vez, en seguida cantó el gallo. Eso provocó que
se agolparan en su pensamiento las palabras del Señor: Antes que cante el gallo, me negarás
tres veces (cf. Mt. 26:34). Pedro supo de inmediato que le había fallado al Señor. Aunque él
había afirmado que nunca lo abandonaría, él había negado públicamente a quien amaba. Lleno de
remordimiento, se alejó del patio y lloró amargamente. Sus lágrimas fueron de genuino
arrepentimiento por haber abandonado y negado al Señor.
27:1–2 (Mr. 15:1). Los primeros juicios judíos de Jesús tuvieron lugar al amparo de la
noche. Puesto que la ley judía requería que los juicios se llevaran a cabo durante el día, los
principales sacerdotes y ancianos del pueblo se dieron cuenta de que era necesario efectuar uno
en forma oficial. El que se registra en Mateo 27:1 fue simplemente para que el tribunal
reafirmara lo que antes había tenido lugar. Éste decidió que Jesús debía morir, pero no tenía la
autoridad para llevar a cabo esta decisión (Jn. 18:31). Para obtener un fallo de sentencia de
muerte necesitaba llevar el caso a Poncio Pilato, el gobernador, procurador de Judea y Samaria,
26–36 d.C. (cf. Lc. 3:1). Por lo tanto, Jesús fue atado y entregado por los judíos a Pilato. La
residencia de éste se encontraba en Cesarea, pero en época festiva estaba en su palacio de
Jerusalén.
27:3–10. Entonces Judas Iscariote, al darse cuenta del resultado de las deliberaciones, se
llenó de remordimiento y regresó a los oficiales. Él no había imaginado que este sería el
resultado de su traición, pero no se menciona en el texto bíblico lo que pretendía lograr. Él sabía
que estaba entregando sangre inocente, porque admitió que Jesús no era digno de morir. Los
líderes religiosos fueron indiferentes, señalando que eso era problema de él. Judas decidió que
tenía que deshacerse de las piezas de plata que había recibido por traicionar al Señor.
Aparentemente, el dinero era un constante recordatorio de su acto y lo convenció de su pecado.
Él fue y arrojó las piezas de plata en el templo (naos, el santuario mismo, no los patios del
templo). Sin embargo, de manera distinta a Pedro, el remordimiento de Judas no incluyó
arrepentimiento, porque salió del templo y se ahorcó. (Lucas ofrece detalles adicionales de este
acto en Hch. 1:18–19).
La acción de Judas de arrojar el dinero de la traición en el templo causó algunos problemas a
los líderes religiosos. Ellos consideraron que las treinta piezas de plata no debían echarlas en las
arcas del templo porque era precio de sangre, o dinero pagado para ocasionar la muerte de un
hombre, si bien no habían tenido escrúpulos al darlas en primera instancia (Mt. 26:15). Y
después de consultar, decidieron tomar las treinta piezas de plata y compraron una parcela de
tierra (aparentemente en nombre de Judas, Hch. 1:18) la cual se usaría para sepultar a los
extranjeros. La parcela, que era el campo del alfarero, un lugar en el que los alfareros extraían
barro, llegó a ser conocida como campo de sangre (Mt. 27:8), o “acéldama” en ar. (Hch. 1:19).
Mateo vio estos eventos como el cumplimiento de una profecía de Jeremías. Sin embargo, la
profecía que Mateo citó era primordialmente de Zacarías, no de Jeremías. Hay una cercana
semejanza entre Mateo 27:9–10 y Zacarías 11:12–13. Pero también hay similaridades entre las
palabras de Mateo y las ideas que aparecen en Jeremías 19:1, 4, 6, 11. ¿Por qué entonces Mateo
se refirió sólo a Jeremías? La solución a este problema quizá sea que Mateo tenía a ambos
profetas en mente pero sólo mencionó por nombre al profeta “mayor”. (Una situación similar se
encuentra en Mr. 1:2–3, donde el evangelista menciona al profeta Isaías, pero cita directamente
de Isaías y Malaquías). Otra explicación posible es que Jeremías, en el Talmud Babilónico
(tratado Baba Bathra 14b), es el primero que aparece entre los profetas y su libro representa a
todos los demás libros proféticos.
b. Juicio ante las autoridades romanas (27:11–26)
27:11–14; (Mr. 15:2–5; Lc. 23:1–5; Jn. 18:28–38). El registro de Mateo del juicio de Jesús
ante Pilato, comparado con los otros evangelios, es más bien breve. Lucas incluso menciona que
Pilato envió a Jesús a Herodes, cuando supo que era galileo (Lc. 23:6–12). Ese gesto produjo una
amistad entre Pilato y Herodes que no había existido antes. Mateo menciona sólo un juicio ante
Pilato y sólo la “acusación” de que Jesús era el Rey de los judíos. La realeza de Jesús es, por
supuesto el principal tema de Mateo. Cuando Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los
judíos? la respuesta fue afirmativa. Pero como dice Juan, el reino de Jesús en ese tiempo no era
de carácter político que pudiera rivalizar con el de Roma (Jn. 18:33–37). Jesús no era ninguna
amenaza para el gobierno romano. Pilato se dio cuenta de esto y buscaba soltar a Jesús.
Aunque otras acusaciones fueron presentadas por los principales sacerdotes y por los
ancianos, Jesús no respondió a ellas y Pilato se sorprendió grandemente (thaumazein, “estar
maravillado”). Jesús no necesitaba responder a esos cargos, porque no estaba siendo juzgado por
tales acusaciones. Más bien se encontraba siendo juzgado debido a que ellos decían que
pretendía ser el Rey de los judíos, el Mesías (Mt. 26:63–64). Puesto que Pilato había también
declarado la inocencia de Jesús (Jn. 18:38) éste no tenía por qué responder a las acusaciones.
27:15–23 (Mr. 15:6–14; Lc. 23:13–24; Jn. 18:39–40). Pilato había sido advertido por su
mujer de que fuera cuidadoso en la manera en que trataba con ese prisionero, porque era un
hombre justo (Mt. 27:19). Ella había padecido mucho a través de sus sueños tocante a Jesús y
compartió su experiencia con su esposo. Especular más allá de las palabras del texto sobre el
contenido del sueño sería inútil. Debido a que Pilato creía que Jesús era inocente, intentó
soltarlo. El gobernador acostumbraba … soltar … un preso cada año en la pascua para ganar
aceptación entre los judíos. Su plan de soltar a Jesús involucraba a otro famoso prisionero
llamado Barrabás, un insurrecto (Jn. 18:40) y homicida (Mr. 15:7). Pilato pensaba que
seguramente la gente de la nación amaba a Jesús, su Rey, y que tan sólo los líderes sentían
envidia de él y de la aclamación popular que le seguía (Mt. 27:18). Él razonó que, si la gente
pudiera escoger, seguramente soltaría a Jesús, no al famoso Barrabás.
No obstante, Pilato no logró entender la inflexible determinación de los líderes religiosos que
querían eliminar a Jesús porque persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que
Jesús fuese muerto. Cuando Pilato preguntó al gentío qué debería hacer de Jesús, llamado el
Cristo … todos le dijeron: ¡Sea crucificado! El texto griego muestra que su grito era una
palabra “crucifícale” (staurōthētō). Uno casi puede imaginar esta escena, parecida a la de un
partido de fútbol, en el cual la multitud grita “¡duro con él!”. Su exclamación era “¡crucifícale,
crucifícale!”. Cuando Pilato buscó más información de la multitud acerca de los crímenes de
Jesús, las gentes simplemente gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!
27:24–26 (Mr. 15:15; Lc. 23:25; Jn. 19:6–16). Pilato se dio cuenta de que nada
adelantaba con la multitud y sus amenazas de reportarlo al César (Jn. 19:12) lo preocuparon. Su
historial ante el César no era bueno, y no quería que palabra alguna acerca de un rey rival llegara
a los oídos del emperador, especialmente si Pilato lo dejaba en libertad. Él, por lo tanto, tomó
agua y se lavó las manos delante del pueblo, simbolizando así su deseo de exculparse de llevar
a la muerte a un hombre inocente (Dt. 21:6–9). Pero sus palabras: Inocente soy yo de la sangre
de este justo, no lo justifican (Hch. 4:27). Tal acto no quitó de Pilato la culpa de esta parodia de
juicio.
Sin embargo, cuando Pilato echó la culpa a los judíos, ellos la aceptaron de buena gana (Mt.
27:24) diciendo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Tristemente, sus
palabras se llevaron a cabo al sobrevenir el juicio a muchos de ellos y a sus hijos en el año 70
d.C., cuando los romanos destruyeron a la nación y al templo. A pesar de las cuatro
declaraciones de Pilato acerca de la inocencia de Jesús (Lc. 23:14, 20, 22; Jn. 19:4), cumplió su
compromiso de soltar a Barrabás y hacer que Jesús fuese crucificado luego de haber sido
azotado.

4. CRUCIFIXIÓN DEL REY (27:27–56)


27:27–31 (Mr. 15:16–20; Jn. 19:1–5). Jesús fue traído al pretorio, el patio de reunión que
estaba abarrotado de soldados romanos. El pretorio pudo haber estado en la residencia de Pilato,
la fortaleza Antonia, aunque otros sugieren que se encontraba en el palacio de Herodes (V.
“Armonía de los eventos de la crucifixión” en el Apéndice, pág. 363). Este recinto era un área
grande, ya que había allí 600 soldados (“compañía de soldados” es lit. “una cohorte”, la décima
parte de una legión).
Allí ellos le quitaron sus ropas y le escarnecieron (a) poniéndole un manto de escarlata, la
ropa que vestiría un rey, (b) colocando sobre su cabeza una corona tejida de espinas y (c)
poniendo una caña en su mano derecha a modo de cetro. Ellos hincando la rodilla ante él, le
escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! ¡Qué trágica figura presentaba Jesús en ese
momento! Los soldados lo degradaron aún más escupiéndole, y golpeándolo en la cabeza una y
otra vez con la caña. Aunque ellos lo ignoraban, sus acciones cumplían la profecía de Isaías
acerca del desfiguramiento del Siervo (Is. 52:14). Debido a la conocida crueldad de los soldados
romanos, Jesús fue probablemente golpeado hasta el punto de que quedó irreconocible. Aún así,
él soportó calladamente el injusto trato, sometiéndose a la voluntad de su Padre (1 P. 2:23).
Habiendo terminado de divertirse, los soldados vistieron de nuevo a Jesús con sus vestidos y le
llevaron para crucificarle.
27:32–38 (Mr. 15:21–28; Lc. 23:26–34; Jn. 19:17–27). Mateo registró sólo unos pocos de
los eventos que sucedieron cuando Jesús fue llevado al lugar de la crucifixión. A un tal Simón de
Cirene, originario de un pueblo del norte de África donde vivían muchos judíos, lo obligaron a
que llevase la cruz (en realidad el travesaño) cuando Jesús ya no podía cargarlo por su extrema
debilidad a causa de los golpes. Eventualmente, los que iban en la procesión llegaron a un lugar
conocido como Gólgota, que en ar. significa: Lugar de la Calavera. Este no era un lugar donde
había cráneos, un cementerio, o un lugar de ejecuciones, sino una colina que en alguna manera
semejaba una calavera. Esta se localiza ya sea en el sitio actual de la Iglesia del Santo Sepulcro,
lugar que en aquel entonces se encontraba fuera de los muros de Jerusalén, o en el lugar
conocido como el Calvario de Gordon.
Entonces le dieron a beber a Jesús vinagre mezclado con hiel, bebida que se usaba para
adormecer los sentidos y hacer que el dolor de la crucifixión fuera más fácil de soportar. Jesús,
después de haberlo probado, no quiso beberlo porque quería estar en completo control de sus
sentidos mientras colgaba de la cruz. El hecho de la crucifixión apenas fue consignado
brevemente por Mateo. No hizo ninguna referencia a los clavos que fueron insertados en las
manos y pies del Señor, pero sí registró la repartición de sus vestidos (echando suertes) por los
que lo crucificaron. Unos pocos manuscritos griegos añaden a Mateo 27:35 que esta acción
cumplía Salmos 22:18. Aunque probablemente no fue parte del relato original de Mateo, Juan
señaló esa misma profecía (Jn. 19:24).
Por encima de la cabeza de un crucificado se colocaba escrita una leyenda que contenía la
causa que lo había llevado hasta allí. Sobre la cabeza de Jesús, estaba escrito ESTE ES JESÚS, EL
REY DE LOS JUDÍOS, porque ciertamente ese era el cargo por el cual Jesús estaba muriendo.
Aunque cada evangelio presenta una leve variación en el fraseo, la inscripción probablemente
contenía una combinación de todos los relatos. Por lo tanto debió haber rezado: “este es Jesús de
Nazaret, el Rey de los judíos”. Juan notó que Pilato había mandado escribir el cargo en arameo,
latín y griego (Jn. 19:20). Las palabras “el Rey de los judíos” ofendieron a los principales
sacerdotes, pero Pilato se negó a cambiar lo que había escrito (Jn. 19:21–22). Crucificaron a
Jesús en medio de dos ladrones (Mt. 27:38) a quienes Lucas llamó “malhechores” (Lc. 23:33).
27:39–44 (Mr. 15:29–32; Lc. 23:35–43). Mientras que Jesús colgaba de la cruz, fue víctima
de un continuo abuso verbal de parte de los que pasaban. A manera de escarnio trajeron a
colación lo que Jesús había dicho antes tocante a destruir el templo y reedificarlo tres días más
tarde (Jn. 2:19; cf. Mt. 26:61). Seguramente él debía ser un líder falso, pensaron, porque su
pretendida capacidad de destruir el templo ¡había desaparecido! Si él era el Hijo de Dios, debía
ser capaz de realizar un milagro y descender de la cruz. Su incapacidad de hacerlo comprobaba
según ellos, que su reclamo era falso. Antes salvó a otros … pero ahora a sí mismo no podía
salvar; en esta forma, alegaban, quedaba descalificado. Ellos dijeron que si descendía de la cruz
creerían en él. Uno se pregunta, sin embargo, si un acto así los hubiera inducido a creer en
Cristo. Ellos afirmaban que si en verdad era el Hijo de Dios … Dios le rescataría.
Junto con los que pasaban (27:39–40) y los líderes religiosos (vv. 41–43), le insultaban
también los ladrones que estaban crucificados con él (v. 44). Sin embargo, Lucas registró que
tuvo lugar un cambio de corazón en uno de los ladrones (Lc. 23:39–43). La ironía de esta escena
era que Jesús pudo haber hecho las cosas que la multitud le gritaba que hiciera. Él pudo haber
bajado de la cruz y salvarse físicamente a sí mismo. No le faltaba el poder para realizar su
liberación. Pero conforme a la voluntad del Padre no era necesario hacerlo. Era indispensable
que el Hijo de Dios muriera por otros. Él por lo tanto, soportó los insultos de ellos.
27:45–50 (Mr. 15:33–37; Lc. 23:44–46; Jn. 19:28–30). Mateo no hizo referencia a la hora
en que empezó la crucifixión. Sin embargo, Marcos indicó que era la “hora tercera” (Mr. 15:25),
o sea, alrededor de las 9 a.m. Mateo escribió específicamente que desde la hora sexta, mediodía,
hasta la hora novena, 3 p.m., hubo tinieblas sobre toda la tierra. En este período de tinieblas
Jesús llegó a ponerse como ofrenda por el pecado del mundo (Jn. 1:29; Ro. 5:8; 2 Co. 5:21; 1 P.
2:24; 3:18) y como tal, tuvo que ser abandonado por el Padre. Cerca del final de ese período de
tiempo, Jesús no pudo soportar más la separación, por lo que clamó a gran voz, diciendo: Elí,
Elí, ¿lama sabactani? Estas palabras en ar. significan Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado? (cita de Sal. 22:1) Jesús sintió una separación del Padre que nunca había
conocido, porque al ser hecho pecado, el Padre tuvo que oponerse judicialmente a su Hijo (Ro.
3:25–26).
Algunos de los que estaban cerca de la cruz malentendieron las palabras de Jesús. Ellos
oyeron “Eloi”, y creyeron que el Señor trataba de llamar a Elías (Mt. 27:47). En gr., la palabra
“Elías” suena más parecida a “Eloi” de lo que parece en español. Pensando que sus labios y
garganta se habían secado, alguien consideró que un trago de vinagre humedecería sus cuerdas
vocales de tal modo que pudiera hablar con claridad. Sin embargo, otros decían: Deja, veamos
si viene Elías a librarle. Sus burlas, obviamente, seguían dirigiéndose a Jesús.
Con una última exclamación, Jesús … entregó el espíritu, encomendándose en las manos de
su Padre (Lc. 23:46). Jesús estaba en completo control de su vida y murió en el preciso momento
que él determinó, permitiendo salir a su espíritu. Ningún hombre le quitó la vida, como él había
dicho (Jn. 10:11, 15, 17–18). Él entregó su vida en conformidad con el plan de Dios y participó
en recuperarla en su resurrección.
27:51–53 (Mr. 15:38; Lc. 23:44–45). En el preciso instante de la muerte de Jesús, ocurrieron
tres eventos relevantes. Primero, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Esa
cortina separaba el lugar santo del lugar santísimo del templo (He. 9:2–3). El hecho de que esto
fuera de arriba abajo, significa que Dios es quien rasgó la gruesa cortina. No fue cortada desde la
parte de abajo por hombres; Dios mostraba así que el camino de acceso a su presencia estaba
disponible para cualquiera, no sólo para el sumo sacerdote del A.T. (He. 4:14–16; 10:19–22).
En segundo lugar, al morir Cristo, ocurrió un fuerte terremoto, que partió las rocas (Mt.
27:51). Verdaderamente la muerte del Señor fue un poderoso cataclismo que conmovió la tierra
y tuvo repercusiones que afectaron incluso a la creación. Un tercer evento fue registrado
únicamente por Mateo. Los sepulcros de muchos … santos (justos, v. 52) fueron abiertos,
probablemente en un cementerio de Jerusalén. La NVI sugiere que estos santos resucitaron
cuando Jesús murió y luego fueron a Jerusalén después de la resurrección de Jesús. Un número
de comentaristas está de acuerdo con este punto de vista. Muchos otros, sin embargo, dicen que
puesto que Cristo es primicias de los muertos (1 Co. 15:23), su resurrección no tuvo lugar sino
hasta que él se levantó de entre los muertos. En este punto de vista, la frase “después de la
resurrección de él” va junto con las palabras se levantaron; y saliendo de los sepulcros. Esto es
posible en gr. Los sepulcros, entonces, se abrieron cuando Cristo murió, probablemente por el
terremoto, anunciando así el triunfo del Señor sobre el pecado, pero los cuerpos no fueron
resucitados hasta que Cristo resucitó.
Los resucitados retornaron a Jerusalén (la santa ciudad) donde fueron reconocidos por
amigos y familiares. Al igual que Lázaro (Jn. 11:43–44), la hija de Jairo (Lc. 8:52–56) y el hijo
de la viuda de Naín (Lc. 7:13–15), ellos también volvieron a morir físicamente. Algunos dicen
que pudieron haber resucitado con cuerpos glorificados como el del Señor. Walvoord sugiere que
este evento fue “el cumplimiento de la fiesta de las primicias de la cosecha mencionada en
Levítico 23:10–14. En esa ocasión, como muestra de la cosecha venidera, la gente traía un
puñado de grano al sacerdote. La resurrección de estos santos, que ocurrió después de que Jesús
mismo fue resucitado, es una muestra de la cosecha venidera cuando todos los santos serán
resucitados” (Walvoord, Matthew: Thy Kingdom Come, “Mateo: Venga tu Reino”, pág. 236).
27:54–56 (Mr. 15:39–41; Lc. 23:47–49). Un centurión romano (cf. Mt. 8:5; V. Lc. 7:2 para
comentario acerca de los centuriones) y otros guardias romanos se sintieron muy impresionados
y temieron en gran manera por las inusitadas circunstancias que rodearon la muerte de Jesús,
ya que tales señales nunca se habían observado en anteriores crucifixiones. Su respuesta fue:
Verdaderamente éste era Hijo de Dios. Los extraordinarios eventos del día produjeron temor
en el corazón de los soldados.
También estaban allí muchas mujeres, observando de lejos la muerte del Señor. Estas
mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea y habían venido sirviéndole. Entre ellas
estaban María Magdalena (cf. Mt. 28:1; Mr. 16:9; Jn. 20:18), María la madre de Jacobo y de
José (quizá la misma “María mujer de Cleofas”, Jn. 19:25), y la madre de los hijos de Zebedeo,
Jacobo y Juan (Mt. 4:21; 10:2). Juan menciona que María, la madre de Jesús, y la hermana de
ésta, estaban también presentes al pie de la cruz (Jn. 19:25–27). Aunque Mateo no hace
referencia a lo que las mujeres pudieron haber dicho o cómo se sintieron, deben haber estado
muy quebrantadas al observar la muerte de su Señor, a quien amaban y servían. Al acercarse la
noche, aparentemente ellas regresaron a la ciudad y pernoctaron allí, porque en pocos días
planeaban ayudar en la preparación del cuerpo de Jesús para su sepultura (Mt. 28:1; Mr. 16:1–3;
Lc. 24:1).

5. LAS EXEQUIAS DEL REY (27:57–66)


27:57–61 (Mr. 15:42–47; Lc. 23:50–56; Jn. 19:38–42). No se había hecho ninguna
preparación para la sepultura de Jesús. Normalmente se disponía del cuerpo de un criminal
crucificado sin ceremonia alguna. Sin embargo, un hombre rico de Arimatea (un pueblo al este
de Jope), llamado José, pidió a Pilato … el cuerpo de Jesús. José, que era miembro del
sanedrín, no había estado de acuerdo con la decisión de crucificar a Jesús (Lc. 23:51). Más bien,
era uno de los que había buscado el reino de Dios y era creyente en Jesús. Pilato concedió su
petición, sorprendido de que Jesús ya hubiera muerto (Mr. 15:44–45). Otro evangelio reporta que
José fue ayudado en el funeral por Nicodemo (Jn. 19:39; cf. Jn. 3:1–21). Estos dos hombres
tomaron el cuerpo de Jesús y siguiendo las tradiciones de su tiempo, lo envolvieron en una
sábana con una mixtura de mirra, áloes y especias que eran usadas en los funerales (Jn. 19:40;
cf. Mt. 2:11). Este procedimiento se llevaba a cabo rápidamente con el fin de terminarlo antes de
que el día de reposo empezara al anochecer. José puso el cuerpo envuelto en su sepulcro nuevo,
que había labrado en la peña cerca del lugar de la crucifixión. No puede determinarse por qué
José era propietario de una tumba en Jerusalén. Posiblemente Jesús había hecho arreglos con él
anteriormente y éste había comprado el sepulcro para esa ocasión. José y Nicodemo hicieron
rodar una gran piedra frente a la entrada del sepulcro.
Mateo menciona que María Magdalena, y la otra María se sentaron delante del sepulcro
(27:61), sin duda de luto. Es interesante que estas mujeres acompañaran el cuerpo de Jesús hasta
el preciso instante en que fue sepultado, mientras que todos los discípulos de Jesús lo habían
abandonado (26:56).
27:62–66. Sorprende un poco que un grupo de incrédulos recordasen la predicción de Jesús
de que resucitaría al tercer día, mientras que los discípulos creyentes aparentemente lo habían
olvidado. Precisamente al día siguiente después de su muerte, esto es, en el día de reposo, se
reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato y le informaron acerca de las
palabras de Jesús. Aunque no creían en él (que en forma blasfema llamaron aquel engañador),
temían que sus discípulos pudieran venir a hurtar el cuerpo e intentasen fabricar una parodia de
la resurrección. Si esto sucedía, el postrer error sería peor que cualquier cosa que Jesús hubiera
realizado en su vida. La resurrección era lo que estos líderes temían, por lo que sugirieron: que
se asegure el sepulcro hasta el tercer día.
Pilato estuvo de acuerdo con su sugerencia y ordenó que una guardia fuera enviada para
resguardar el sepulcro tanto como fuera posible. La guardia romana no sólo selló la tumba
(presumiblemente con el sello oficial romano y con una cuerda y cera, la cual serviría para
detectar si había sido violada) sino que también mantuvo una guardia en la escena. Su presencia
haría imposible el robo del cuerpo.

VII. La resurrección del Rey es confirmada (cap. 28)


A. La tumba vacía (28:1–8)
(Mr. 16:1–8; Lc. 24:1–12; Jn. 20:1–20)
1. LAS CIRCUNSTANCIAS (28:1–4)
28:1–4. Al amanecer del primer día de la semana, varias mujeres vinieron al sepulcro de
Jesús. Ellas sabían donde había sido puesto el Señor porque habían visto a José y Nicodemo
rodar la piedra para tapar la puerta de la tumba (27:56). Las mujeres regresaron a la tumba la
mañana del domingo, después que el día de reposo había pasado, con objeto de ungir el cuerpo
de Jesús para su sepultura definitiva (Mr. 16:1). Sin embargo, hubo un gran terremoto asociado
con un ángel que provenía del cielo y había removido la piedra de la puerta del sepulcro. El
aspecto del ángel era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Los soldados
romanos que resguardaban la tumba estaban tan atemorizados por el ángel que se quedaron
como muertos y aparentemente se desmayaron. Ellos habían sido enviados allí para sellar y
resguardar la tumba, pero su poder quedó inutilizado ante el mensajero angelical (V. “Los
cuarenta días entre la resurrección y la ascensión” en el Apéndice, pág. 364).

2. LA PROCLAMACIÓN (28:5–8)
28:5–8. Aunque los soldados estaban atemorizados, el ángel traía un mensaje especial para
las mujeres. A ellas les anunció el hecho de la resurreción, porque a quien buscaban ya no
estaba allí, sino que ha resucitado, como dijo. Él les había dicho varias veces que resucitaría al
tercer día (16:21; 17:23; 20:19). Si él no hubiera resucitado, habría sido un engañador indigno de
devoción. Una prueba de tal hecho es la tumba vacía. Las mujeres recibieron ánimo para ir y ver
el lugar donde había sido puesto el Señor. Entonces el ángel les indicó que fueran pronto a
contar a los discípulos que ha resucitado de los muertos y que iría delante de ellos a Galilea,
tal como había dicho (26:32). Ellos lo verían allí, y efectivamente así fue (28:16–20; Jn.
21:1–23). Pero estas palabras no impidieron su aparición a ellos en otras ocasiones, como lo hizo
más tarde ese día (Jn. 20:19–25). Ellas obedecieron las instrucciones del ángel y fueron
corriendo, con el propósito de encontrar a los discípulos para dar las buenas nuevas a ellos.
Ellas estaban llenas de gozo por el hecho de la resurrección, pero a la vez temerosas porque tal
vez no comprendían completamente las implicaciones de este importante suceso.

B. Aparición personal (28:9–10)


28:9–10. Mientras las mujeres iban de camino a contar a los discípulos lo que había
sucedido, Jesús les salió al encuentro súbitamente. Oyendo su saludo, ellas lo reconocieron de
inmediato y se postraron a sus pies, y le adoraron. Jesús alivió sus temores mediante esta
aparición y les repitió el mismo mensaje que el ángel les había dado previamente: No temáis (v.
10; cf. v. 5). Les ordenó que dijeran a los discípulos (mis hermanos) que fueran a Galilea donde
él se presentaría a ellos. El ministerio que Jesús realizó en Galilea es prominente en el relato de
Mateo y resulta natural que el Señor se encontrase con sus discípulos allí. Todos ellos eran de
Galilea y retornarían a su tierra después de la pascua. Allí Jesús se reuniría con ellos.

C. La explicación “oficial” (28:11–15)


28:11–15. Mientras ellas iban corriendo a encontrar a los discípulos para enterarlos de la
resurrección, otro grupo se movía apresuradamente para falsear la verdad. Algunos de los que
resguardaron la tumba y que ya se habían repuesto del susto, fueron a la ciudad, y dieron aviso
a los principales sacerdotes de todas las cosas que habían acontecido. Era imperioso que los
sacerdotes formularan una explicación para contrarrestar la verdad. Después de deliberar, los
principales sacerdotes y los ancianos diseñaron un plan. Dieron mucho dinero a los que
habían resguardado la tumba y les indicaron lo que debían reportar a sus superiores. La mentira
prefabricada era que los discípulos habían venido de noche para hurtar el cuerpo de Jesús
mientras que los soldados estaban dormidos. Tal reporte no sería bien recibido por los oficiales,
porque un soldado que se durmiera estando en servicio debía morir (Hch. 12:19). Los líderes
judíos sabían también esto, pero prometieron a los soldados arreglar este asunto después con sus
superiores. Cuando este incidente fuera dado a conocer al gobernador, les prometieron
persuadirlo para que les pusiera a salvo de cualquier dificultad. Esa ayuda incluía el pago de otra
gran suma de dinero. Los soldados, tomando el dinero que ofrecían los líderes judíos hicieron
como se les había instruido.
Como resultado de lo anterior, este dicho fue ampliamente divulgado entre los judíos y
muchos creyeron que los discípulos en verdad habían hurtado el cuerpo de Jesús. Sin embargo, la
lógica de la explicación dada no es creíble. Si los soldados estaban dormidos, ¿cómo pudieron
saber lo que había pasado con el cuerpo de Jesús? Además, ¿por qué admitirían que “se habían
quedado dormidos en el trabajo”? El ánimo de los discípulos durante ese período de luto no sería
capaz de llevar a cabo un complot de esa magnitud. Ellos estaban sumamente atemorizados y se
habían dispersado cuando arrestaron a Jesús. Ejecutar este tipo de conspiración estaba fuera de
su alcance. Pero a veces es más difícil para una persona creer la verdad que la mentira, y muchos
se siguen tragando ese engaño.

D. La comisión oficial (28:16–20)


(Lc. 24:36–49)
28:16–20. Mateo no registra el encuentro de Jesús con los 10 discípulos un poco más tarde
ese mismo día (Jn. 20:19–23) o su aparición 8 días después a los once discípulos (Jn. 20:24–29).
Pero sí consigna una aparición algún tiempo después en Galilea, donde antes les había
prometido que los encontraría (Mt. 26:32; cf. 28:7, 10) en un monte. Nadie sabe cuál era la
montaña que especificó, pero cuando Jesús se presentó, le adoraron; pero algunos dudaban.
Puesto que Jesús ya se les había aparecido antes y había verificado ante ellos que era él mismo,
no dudaban de su resurrección. Más bien, se trataba quizá de una efímera interrogante entre
algunos de ellos tocante a si quien se aparecía era realmente Jesús, ya que no había ninguna
indicación de algún elemento milagroso en su persona y debido a que se habían dado algunas
circunstancias inusitadas en visitas previas.
Sin embargo, sus dudas fueron rápidamente despejadas porque Jesús habló afirmando que a
él se le ha dado toda potestad … en el cielo y en la tierra. Esta autoridad (exousia, “derecho o
poder oficial”) fue otorgada a Jesús por el Padre y ahora, con base en ella, instruye a los
discípulos diciéndoles: id. Su campo de trabajo incluiría a todas las naciones, no tan sólo Israel
(V. el comentario de 10:5–6). Ellos debían hacer discípulos, proclamando la verdad acerca de
Jesús. Asimismo, debían evangelizar a quienes los oyeran y reclutarlos como seguidores de
Jesús. Los que creyesen debían ser bautizados con agua en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo. Tal acto asociaría al creyente con la persona de Jesús y con el trino Dios. El
Dios a quien servían era uno y no obstante tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los que
respondieran a su mensaje debían ser enseñados en las verdades que Jesús había comunicado
específicamente a los once. No todo lo que Jesús había enseñado a los discípulos fue comunicado
por ellos, pero sí transmitieron las verdades específicas a la época de la iglesia conforme fueron
extendiendo la obra. La comisión de Jesús, aplicable a todos sus seguidores incluye un
mandamiento: “haced discípulos” al que acompañan tres participios griegos: “yendo”,
bautizándolos y enseñándoles.
Las últimas palabras del Señor que registra Mateo son la promesa de que él estaría con ellos
todos los días, hasta el fin del mundo. Aunque el Señor no permaneció físicamente con los
once, su presencia espiritual estuvo con ellos hasta que terminaron su tarea en la tierra. Estas
palabras finales del Señor acompañaron a los apóstoles a medida que viajaron a todo lugar
proclamando la historia de su Mesías, Jesucristo, el Rey de los judíos.
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MARCOS
John D. Grassmick
Traducción: Ismael Ramírez

INTRODUCCIÓN
Marcos es el más breve de los cuatro evangelios. Desde el s. IV hasta el s. XIX fue
totalmente ignorado por los eruditos porque comúnmente se consideraba que era un resumen de
Mateo. Pero a finales del s. XIX ganó amplia aceptación la teoría de que en realidad, Marcos fue
el primer evangelio que se escribió. Desde entonces, ha sido objeto de interés y estudio intensos.
Paternidad. Técnicamente, el evangelio de Marcos es anónimo, puesto que no menciona a su
autor. El título “según Marcos” (Kata Markon) fue añadido posteriormente por un escriba, poco
antes del año 125 d.C. Sin embargo, se dispone de suficiente evidencia para identificar al autor
procedente de la tradición de la iglesia primitiva (evidencia externa) y de la información
existente en el evangelio mismo (evidencia interna).
El testimonio unánime de los padres de la iglesia primitiva es que el autor fue Marcos,
compañero del apóstol Pedro. La afirmación más antigua que se conoce al respecto viene de
Papías (ca. 110 d.C.), quien citó el testimonio de Juan el anciano, la cual probablemente es una
referencia al apóstol Juan. La cita de Papías menciona a Marcos como autor e incluye la
siguiente información acerca de él: (1) No fue testigo ocular de los hechos de Jesús. (2)
Acompañó al apóstol Pedro y oyó su predicación. (3) Escribió con exactitud todo lo que Pedro
recordaba de las palabras y obras de Jesús, “pero no en orden”, es decir, no siempre en orden
cronológico. (4) Fue el “intérprete” de Pedro, lo que probablemente significa que explicó la
enseñanza de Pedro a una audiencia más amplia al ponerla por escrito; no necesariamente se
refiere a que tradujo al griego o al latín los discursos de Pedro dichos en arameo. (5) Su relato es
totalmente confiable (cf. Historia Eclesiástica de Eusebio, 3. 39. 15).
Esta temprana evidencia se confirma por el testimonio de Justino Mártir (Diálogo con Trifon,
106. 3; ca. 160 d.C.), el Prólogo Anti Marcionita a Marcos (ca. 160–180 d.C.), el de Ireneo
(Contra Herejías, 3. 1. 1–2; ca. 180 d.C.), el de Tertuliano (Contra Marción, 4. 5; ca. 200 d.C.),
y el de los escritos de Clemente de Alejandría (ca. 195 d.C.) y de Orígenes (ca. 230 d.C.), estos
últimos citados por Eusebio (Historia Eclesiástica, 2. 15. 2; 6. 14. 6; 6. 25. 5). Así que la
evidencia externa de la paternidad de Marcos es muy temprana y proviene de varios centros del
cristianismo primitivo: Alejandría, Asia Menor y Roma.
Aunque no se dice directamente, la mayoría de los intérpretes asume que el Marcos
mencionado por los padres de la iglesia es la misma persona que “Juan (nombre hebreo), el que
tenía por sobrenombre Marcos” (nombre latino), a quien el N.T. menciona 10 veces (Hch. 12:12,
25; 13:5, 13; 15:37, 39; Col. 4:10; 2 Ti. 4:11; Flm. 24; 1 P. 5:13). Las objeciones que se han
levantado contra esta identificación no son convincentes. No existe evidencia de “otro” Marcos
que tuviera una relación cercana con Pedro, ni es necesario sugerir la existencia de un Marcos
“desconocido”, a la luz de los datos que ofrece el N.T.
La evidencia interna, aunque no es explícita, es compatible con el testimonio histórico de la
iglesia primitiva. Ésta revela la siguiente información: (1) Marcos estaba familiarizado con la
geografía de Palestina, especialmente con Jerusalén (cf. Mr. 5:1; 6:53; 8:10; 11:1; 13:3). (2)
Aparentemente sabía arameo, el idioma común de Palestina (cf. 5:41; 7:11, 34, 14:36). (3)
Entendía el funcionamiento de las instituciones y costumbres judías (cf. 1:21; 2:14, 16, 18;
7:2–4).
Asimismo, varias características del libro apuntan hacia la relación que el autor tuvo con
Pedro: (a) La viveza y el detalle poco común con que hace su narración, los cuales indican que
provienen de los recuerdos de un hombre perteneciente al “círculo íntimo” de testigos oculares
apostólicos como Pedro (cf. 1:16–20, 29–31, 35–38; 5:21–24, 35–43; 6:39, 53–54; 9:14–15;
10:32, 46; 14:32–42); (b) el uso que hace el autor de las palabras y obras de Pedro (cf. 8:29,
32–33; 9:5–6; 10:28–30; 14:29–31, 66–72); (c) la inclusión de las palabras “y a Pedro” en 16:7,
las cuales son únicas de este evangelio; y (d) la sorprendente similitud que hay entre el bosquejo
básico de este evangelio con el sermón de Pedro dado en Cesarea (cf. Hch. 10:34–43).
A la luz de las evidencias externa e interna, es razonable afirmar que el “Juan Marcos”
mencionado en Hechos y las epístolas es el autor de este evangelio. Fue un judío cristiano que
vivió en Jerusalén con su madre María durante los primeros días de la iglesia. Nada se sabe
acerca de su padre. Su hogar fue uno de los primeros lugares donde se reunían los cristianos (cf.
Hch. 12:12). Tal vez fue donde Jesús comió la última cena de la pascua (cf. el comentario de Mr.
14:12–16). Marcos fue probablemente el “joven” que huyó desnudo después del arresto de Jesús
en Getsemaní (cf. el comentario de 14:51–52). Que Pedro lo llame “mi hijo” (cf. 1 P. 5:13) quizá
significa que Marcos se hizo cristiano a través de la influencia de este apóstol.
Durante los primeros días de la iglesia en Jerusalén (ca. 33–47 d.C.), Marcos sin duda se
familiarizó con la predicación de Pedro. Más adelante, viajó a Antioquía y acompañó a Pablo y
Bernabé, tío de Marcos (cf. Col. 4:10; cf. NVI, BLA. En estas versiones dice que era su primo
basándose en la palabra griega anēpsios, que más bien significa primo), hasta Perge durante su
primer viaje misionero (cf. Hch. 12:25; 13:5, 13; ca. 48–49 d.C.). Por una causa que no se
menciona, retornó a Jerusalén. Debido a su deserción, Pablo se negó a llevarlo en su segundo
viaje misionero. En vez de ir con Pablo, Marcos ministró junto con Bernabé en la isla de Chipre
(cf. Hch. 15:36–39; ca. 50–? d.C.). Algún tiempo después, tal vez cerca del año 57 d.C., fue a
Roma. Allí colaboró con Pablo durante el primer encarcelamiento de éste en esa capital (cf. Col.
4:10; Flm. 23–24; ca. 60–62 d.C.). Después de la liberación de Pablo, aparentemente se quedó en
Roma, y ministró junto con Pedro al llegar éste a “Babilonia”, la palabra secreta que usaba Pedro
para referirse a Roma (cf. 1 P. 5:13; ca. 63–64 d.C.). (Sin embargo, algunos creen que Babilonia
se refiere a la ciudad que estaba a orillas del río Éufrates; cf. el comentario de 1 P. 5:13.)
Probablemente debido a la severa persecución ocurrida en tiempos del emperador Nerón y al
martirio de Pedro, Marcos se fue de Roma por un tiempo. Por último, durante su segundo
encarcelamiento en Roma (ca. 67–68 d.C.), Pablo pidió a Timoteo, que estaba en Éfeso, que
tomara a Marcos, quien posiblemente estaba en alguna parte de Asia Menor, y lo trajera a Roma,
pues Pablo lo consideraba útil en su ministerio (cf. 2 Ti. 4:11).
Fuentes. Decir que Marcos fue el autor de este evangelio no significa que él elaboró el material
que se encuentra en el mismo. Un “evangelio” era una forma literaria única que apareció en el
primer siglo. No era simplemente una biografía de la vida de Jesús, una crónica de sus “hechos
poderosos”, o una colección de los recuerdos de sus seguidores, aunque tiene elementos de todas
estas cosas. Más bien, es una proclamación teológica de las “buenas nuevas” de Dios a una
audiencia particular, la cual está centrada en los eventos históricos de la vida, muerte y
resurrección de Jesús. Según su propósito, Marcos arregló y adaptó el material histórico que
obtuvo de sus fuentes.
Su fuente principal fue la predicación y enseñanza del apóstol Pedro (cf. el comentario bajo
“Paternidad”). Posiblemente oyó a Pedro predicar muchas veces en Jerusalén durante los
primeros días de la iglesia (ca. 33–47 d.C.) y quizá haya tomado notas. Probablemente también
sostuvo conversaciones personales con él. Marcos también tuvo contacto con Pablo y Bernabé
(cf. Hch. 13:5–12; 15:39; Col. 4:10–11). Además, posiblemente incluyó por lo menos un
recuerdo propio (cf. Mr. 14:51–52). Otras fuentes de información incluyen las siguientes: (a)
unidades de tradición oral que circularon en la iglesia primitiva, ya sea en forma individual o
temática (e.g., 2:1–3:6), o series cronológicas/geográficas (e.g., caps. 14–15) de eventos que
formaban una narración continua; (b) dichos de Jesús tradicionales e independientes, unidos por
medio de “palabras clave” (e.g., 9:37–50); y (c) tradición oral que Marcos resumió (e.g.,
1:14–15; 3:7–12; 6:53–56). Bajo la supervisión del Espíritu Santo, Marcos utilizó estas fuentes
para componer un evangelio históricamente exacto y confiable.
No hay evidencia cierta de que Marcos usara fuentes escritas, aunque la narración de la
pasión (caps. 14–15) quizá haya llegado a él por lo menos parcialmente escrita. Esto suscita el
problema de la relación de Marcos con Mateo y Lucas.
Muchos estudiosos creen que Marcos fue el primer evangelio que se escribió y que Mateo y
Lucas lo usaron como fuente principal junto con materiales de otras fuentes. Lucas, de hecho,
afirmó que usó otros documentos (Lc. 1:1–4). Varios argumentos apoyan la prioridad de Marcos:
(1) Mateo incluye aproximadamente un 90 por ciento de Marcos, y Lucas, más del 40 por ciento;
más de 600 de los 661 versículos que tiene Marcos se encuentran en Mateo y Lucas combinados.
(2) Mateo y Lucas generalmente siguen el mismo orden de eventos que Marcos para la vida de
Jesús, y donde cualquiera de ellos difiere por razones temáticas, el otro siempre se apega al orden
de Marcos. (3) Mateo y Lucas difícilmente concuerdan en contra del contenido de Marcos en
pasajes en que todos ellos tocan el mismo tema. (4) Mateo y Lucas a menudo repiten las palabras
exactas de Marcos, pero donde difieren en la redacción, el lenguaje del uno o del otro es
simplemente más fluido gramatical o estilísticamente que el de Marcos (cf., e.g., Mr. 2:7 con Lc.
5:21). (5) Mateo y Lucas parecen alterar la redacción de Marcos en algunos casos para clarificar
su sentido (cf. Mr. 2:15 con Lc. 5:29) o para “suavizar” algunas de sus declaraciones fuertes (cf.,
e.g., Mr. 4:38b con Mt. 8:25; Lc. 8:24). (6) Mateo y Lucas algunas veces omiten palabras y
frases de las descripciones “completas” hechas por Marcos para dar lugar a material adicional
(cf., e.g., Mr. 1:29 con Mt. 8:14; Lc. 4:38).
Han surgido cinco objeciones principales contra la teoría de la prioridad de Marcos: (1)
Mateo y Lucas concuerdan entre sí en contra del contenido de Marcos en algunos pasajes que
tratan del mismo tema. (2) Lucas omite toda referencia al material que se encuentra en Marcos
6:45–8:26, lo que es extraño si usó a Marcos. (3) Marcos ocasionalmente tiene detalles de
información que no se encuentran en el reporte del mismo incidente que hacen Mateo o Lucas
(cf. Mr. 14:72). (4) Los padres de la iglesia primitiva aparentemente creyeron en la prioridad de
Mateo en vez de la de Marcos. (5) La prioridad de Marcos prácticamente requiere que se
sostenga el punto de vista de que Mateo y/o Lucas fueron escritos después de la destrucción de
Jerusalén en el 70 d.C.
En respuesta a la primera objeción, las concordancias de Lucas y Mateo en contra de Marcos
abarcan un número muy pequeño de pasajes (cerca del 6%) y probablemente se deben a fuentes
comunes (es decir, la tradición oral) que usaron además de Marcos. La segunda objeción se
debilita por el hecho comúnmente reconocido de que los evangelistas seleccionaron los
materiales de sus fuentes de acuerdo a su propósito. Quizá Lucas no quiso hacer referencia al
material que se encuentra en Marcos 6:45–8:26 para no interrumpir el desarrollo de su propio
tema del viaje a Jerusalén (cf. Lc. 9:51). Esto también responde a la tercera objeción, además del
hecho de que Marcos tuvo a Pedro como fuente de testimonio ocular. La cuarta objeción se
origina en el arreglo de los evangelios en el canon del N.T. No es válido deducir de esto que los
primeros padres hayan creído que Mateo fue escrito primero. Ellos estaban preocupados por la
autoridad apostólica y el valor apologético de los evangelios sinópticos, no de sus interrelaciones
históricas. De este modo, se le dio primer lugar a Mateo, evangelio escrito por un apóstol y que
comienza con una genealogía que fácilmente lo unía al A.T. Es más, si Mateo hubiera sido el
primero que se escribió y hubiera sido usado tanto por Marcos como por Lucas, se esperaría
encontrar pasajes en que Lucas sigue el orden de Mateo, y Marcos no, pero esto no ocurre.
También es más difícil explicar por qué Marcos se habría apartado del orden de Mateo, que
viceversa. El cambio del orden de los eventos favorece la prioridad de Marcos. En respuesta a la
quinta objeción, la prioridad de Marcos no hace necesario que se feche a Mateo y/o Lucas
después del 70 d.C. (cf. el comentario en “Fecha”).
La única forma de explicar adecuadamente la íntima relación entre los evangelios sinópticos
parece ser algún tipo de dependencia literaria. La teoría de la prioridad de Marcos, aunque no
carece de problemas, explica mejor el bosquejo básico de los eventos y las detalladas similitudes
que hay entre los evangelios sinópticos. Las diferencias probablemente se deben a una
combinación de tradición oral y escrita que Mateo y Lucas usaron en forma independiente
además de Marcos. (Para una discusión más amplia y un punto de vista alterno acerca del
problema sinóptico [la prioridad de Mateo], V. la Introducción a Mateo).
Fecha. El N.T. no registra en ningún lugar una declaración explícita tocante a la fecha de
Marcos. El discurso que se centra en la profecía que hizo Jesús de la destrucción del templo de
Jerusalén (cf. el comentario de 13:2, 14–23), sugiere que el evangelio de Marcos fue escrito antes
del 70 d.C., fecha en que fue destruido el templo.
El testimonio temprano de los padres de la iglesia se encuentra dividido en cuanto a si
Marcos escribió su evangelio antes o después del martirio de Pedro (ca. 64–68 d.C.). Por un lado,
Ireneo (Contra Herejías 3.1.1) declaró que Marcos escribió después de la “partida” (exodon) de
Pedro y de Pablo (por lo tanto, después del año 67 o 68 d.C.). Con la palabra exodon, Ireneo
probablemente quiso dar a entender la “partida en la muerte”. Esta palabra se usa de esta forma
en Lucas 9:31 y 2 Pedro 1:15. Esto lo apoya claramente el Prólogo Anti Marcionita a Marcos, el
cual afirma lo siguiente: “Después de la muerte de Pedro mismo, (Marcos) escribió este mismo
evangelio …”. Por otro lado, Clemente de Alejandría y Orígenes (cf. Eusebio, Historia
Eclesiástica 2. 15. 2; 6. 14. 6; 6. 25. 5) ubicaron la redacción del evangelio de Marcos durante la
vida de Pedro al declarar, de hecho, que Pedro tomó parte en su producción y ratificó su uso en
la iglesia.
La pregunta tocante a la fecha también presenta problemas debido a conflictos en la
evidencia externa. Hay dos opciones. Una es que el evangelio puede fecharse entre el 67 y el 69
d.C., si se acepta la tradición de que fue escrito después de la muerte de Pedro y de Pablo.
Quienes aceptan este punto de vista generalmente sostienen que Mateo y Lucas fueron escritos
después del 70 d.C., o que fueron escritos antes que Marcos. La segunda opción es que Marcos
puede fecharse antes del año 64–68 d.C. (fecha en que Pedro fue al martirio), si se acepta la
tradición de que fue escrito durante la vida de Pedro. Al tomar este punto de vista se puede
aceptar la prioridad de Marcos (o Mt.), y aún sostener que todos los evangelios sinópticos se
escribieron antes del 70 d.C.
Se prefiere el segundo punto de vista por las siguientes razones: (1) La tradición está dividida
aunque la evidencia más confiable apoya este punto de vista. (2) La prioridad de Marcos (cf. el
comentario bajo “Fuentes”), particularmente la relación de Marcos con Lucas, que antecede a
Hechos (cf. Hch. 1:1), señala una fecha anterior al 64 d.C. Puesto que Hechos termina con Pablo
todavía en prisión antes de su primera liberación (ca. 62 d.C.), este dato coloca la fecha de
Marcos antes del 60 d.C. (3) A la luz de la historia, es probable que Marcos (y tal vez Pedro
también por un breve tiempo) haya estado en Roma durante la última parte de la década de los 50
(cf. el comentario bajo “Paternidad” y bajo “Lugar de Origen y Destino”). De este modo, una
fecha plausible podría ser entre el 57 y el 59 d.C., durante la primera parte del reinado del
emperador Nerón (54–68 d.C.).
Lugar de origen y destino. El testimonio casi universal de los padres de la iglesia primitiva (cf.
las referencias bajo “Paternidad”) es que el evangelio de Marcos fue escrito en Roma,
principalmente dirigido a los cristianos romanos gentiles.
La siguiente evidencia proveniente del evangelio mismo apoya esto: (1) Se explican las
costumbres judías (cf. 7:3–4; 14:12; 15:42). (2) Se traducen las expresiones arameas al griego
(cf. 3:17; 5:41; 7:11, 34; 9:43; 10:46; 14:36; 15:22, 34). (3) Se usan varios términos latinos en
vez de sus equivalentes griegos (cf. 5:9; 6:27; 12:15, 42; 15:16, 39). (4) Se emplea el método
romano de calcular el tiempo (cf. 6:48; 13:35). (5) Sólo Marcos identificó a Simón de Cirene
como el padre de Alejandro y de Rufo (cf. 15:21; Ro. 16:13). (6) Se usan pocas citas del A.T. o
referencias a la profecía cumplida. (7) Marcos mostró un interés particular por “todas las
naciones” (cf. el comentario de Mr. 5:18–20; 7:24–8:10; 11:17; 13:10; 14:9) y en un punto
culminante del evangelio, un centurión romano gentil proclamó, sin estar consciente de ello, que
Jesús es Dios (cf. 15:39). (8) El tono y mensaje del evangelio son apropiados para los creyentes
romanos que estaban enfrentando la persecución, y aún les esperaban más (cf. el comentario de
9:49; 13:9–13). (9) Marcos supuso que sus lectores estaban familiarizados con los personajes y
eventos principales de su narración, así que escribió con un interés más teológico que biográfico.
(10) Marcos se dirigió a sus lectores más directamente como cristianos y les explica el
significado de acciones y declaraciones particulares (cf. 2:10, 28; 7:19).
Características. Varias características hacen único a Marcos entre los evangelios. En primer
lugar, enfatiza las acciones de Jesús más que su enseñanza. Marcos registró 18 de los milagros de
Jesús, pero sólo 4 de sus parábolas (4:2–20, 26–29, 30–32; 12:1–9) y uno de sus discursos
principales (13:3–37). Marcos escribió repetidamente que Jesús enseñó, sin poner por escrito su
enseñanza (1:21, 39; 2:2, 13; 6:2, 6, 34; 10:1; 12:35). La mayor parte de la enseñanza que
incluye proviene de las controversias de Jesús con los líderes religiosos judíos (2:8–11, 19–22,
25–28; 3:23–30; 7:6–23; 10:2–12; 12:10–11, 13–40).
En segundo lugar, el estilo de redacción de Marcos es vívido, enérgico y descriptivo, lo cual
refleja que tuvo una fuente de testimonio ocular tal como sería Pedro (cf., e.g., 2:4; 4:37–38;
5:2–5; 6:39; 7:33; 8:23–24; 14:54). Su uso del griego no es literario, sino más bien parecido al
lenguaje cotidiano de aquel tiempo, con un reconocible sabor semítico. Su uso de los tiempos
griegos, especialmente del “presente histórico” (usado más de 150 veces), las oraciones simples
unidas por “y”, el uso frecuente de la palabra “inmediatamente” (euthys; cf. el comentario de
1:10), y el uso de palabras enérgicas (e.g., “impulsó”, 1:12) dan viveza a su narración.
En tercer lugar, Marcos presenta sus temas con desusada franqueza. Pone énfasis en las
respuestas de los oyentes de Jesús con varias expresiones de asombro (cf. el comentario de 1:22,
27; 2:12; 5:20; 9:15). Cuenta la preocupación que la familia de Jesús tenía por su salud mental
(cf. 3:21, 31–35). Repetidamente y con franqueza llama la atención a la falta de comprensión y
fracasos de los discípulos (cf. 4:13; 6:52; 8:17, 21; 9:10, 32; 10:26); y resalta las emociones de
Jesús, tales como su compasión (1:41; 6:34; 8:2; 10:16), su ira y disgusto (1:43; 3:5; 8:33; 10:14)
y sus gemidos de angustia y tristeza (7:34; 8:12; 14:33–34).
En cuarto lugar, el libro de Marcos está dominado por el movimiento de Jesús hacia la cruz y
su resurrección. A partir de 8:31, él y sus discípulos iban “en el camino” (cf. 9:33; 10:32) de
Cesarea de Filipo en el norte, a través de Galilea, a Jerusalén en el sur (V. “Mapa de lugares
mencionados en San Marcos” en el Apéndice, pág. 365). El resto de la narración (36%) fue
dedicado a los eventos de la semana de la Pasión, los ocho días desde la entrada de Jesús en
Jerusalén (11:1–11) hasta su resurrección (16:1–8).
Temas teológicos. En el centro de la teología de Marcos se encuentra el retrato que presenta de
Jesús y su significado para el discipulado. En el versículo de apertura se identifica a Jesucristo
como el “Hijo de Dios” (1:1). Esto fue confirmado por el Padre (1:11; 9:7) y afirmado por los
demonios (3:11; 5:7), por Jesús mismo (13:32; 14:36, 61–62) y por un centurión romano a la
hora en que murió Jesús (15:39). También fue confirmado por su enseñanza autoritativa (1:22,
27) y su poder soberano sobre la enfermedad, la invalidez (1:30–31, 40–42; 2:3–12; 3:1–5;
5:25–34; 7:31–37; 8:22–26; 10:46–52), sobre los demonios (1:23–27; 5:1–20; 7:24–30;
9:17–27), sobre la esfera de la naturaleza (4:37–39; 6:35–44, 47–52; 8:1–10), y sobre la muerte
(5:21–24, 35–43). Todas estas fueron pruebas convincentes de que el “reino de Dios”, su
gobierno soberano, se había acercado a la gente mediante Jesús, tanto por medio de sus palabras
como de sus obras (cf. el comentario de 1:15).
Paradójicamente sin embargo, Marcos enfatiza la exigencia de Jesús en el sentido de que los
demonios guardaran silencio (1:25, 34; 3:12) y que sus milagros no fueran publicados (1:44;
5:43; 7:36; 8:26). Asimismo, insiste en el uso que Jesús hizo de las parábolas al enseñar a las
multitudes (4:33–34) porque su gobierno como rey estaba entonces velado, era un misterio,
reconocido sólo por el pueblo de la fe (4:11–12). Marcos enfatiza la lentitud con que los
discípulos comprendieron el significado de la presencia del Señor entre ellos, a pesar de haber
recibido sus enseñanzas en privado (4:13, 40; 6:52; 7:17–19; 8:17–21). También recalca la
demanda de Jesús de silencio, incluso de los discípulos, después de que Pedro confesó su
identidad (8:30). Jesús hizo esto debido al punto de vista equivocado que tenían los judíos
tocante al Mesías, que era contrario al propósito de su ministerio terrenal. No quería que se
declarara abiertamente su identidad hasta que hubiera dejado en claro a sus seguidores qué clase
de Mesías era él, y el carácter de su misión.
Marcos registró la confesión de Pedro, “Tú eres el Cristo” (8:29), en su forma más simple y
directa. Jesús no aceptó ni rechazó este título, sino que desvió la atención de los discípulos de la
pregunta sobre su identidad a la de su actividad (8:31, 38). Usó su designación preferida “el Hijo
del Hombre”, y enseñó a sus discípulos que debía sufrir, morir y resucitar. Este título “Hijo del
Hombre”, usado 12 veces por Jesús mismo en Marcos mientras que sólo una vez se autodesignó
con el título de “Cristo” (“el Mesías”, 9:41), se adapta de manera especial a su misión mesiánica
total, presente y futura (cf. el comentario de 8:31, 38; 14:62). Él es el siervo sufriente que viene
de Jehová (Is. 52:13–53:12) que dio su vida por otros en sumisión a la voluntad de Dios (Mr.
8:31). También es el Hijo del Hombre que vendrá en gloria para dictar juicio y establecer su
reino sobre la tierra (8:38–9:8; 13:26; 14:62). Pero antes del triunfo glorioso de su reino
mesiánico, primero debía sufrir y morir bajo la maldición de Dios por el pecado humano (14:36;
15:34), como rescate por muchos (10:45). Todo esto tenía implicaciones importantes para todos
los que le siguieran (8:34–38).
Para los 12 discípulos de Jesús fue difícil comprender esto. Ellos tenían la idea de un Mesías
reinante, no de alguien que debía sufrir y morir. En su sección especial sobre el discipulado
(8:31–10:52), Marcos presenta a Jesús “en el camino” a Jerusalén mientras enseñaba a sus
discípulos lo que significaba seguirlo. El panorama no se veía atractivo, pero en su
transfiguración Jesús dio a tres de ellos un atisbo alentador de su futura venida en poder y gloria
(9:1–8). A la vez, el Padre confirmó la posición de Jesús como Hijo y les ordenó que lo
obedecieran. A través de toda esta sección, los discípulos “vieron”, pero no como debían
(8:22–26). Una vez más, Marcos insiste en que ellos seguían a Jesús con asombro, falta de
comprensión y hasta temor de lo que les esperaba por delante (9:32; 10:32). Durante el arresto
del Señor, todos lo abandonaron (14:50). Marcos relata con mesura la crucifixión de Jesús junto
con los fenómenos que la acompañaron y que contribuyeron a clarificar su significado
(15:33–39).
Asimismo, pone énfasis en la tumba vacía y en el mensaje de los ángeles de que Jesús estaba
vivo e iba delante de sus discípulos a Galilea (14:28; 16:7), el lugar donde inició su ministerio
(6:6b–13). En su abrupta conclusión, declara en forma dramática que Jesús sigue vivo y que
guiará y cuidará de sus discípulos y sus necesidades, como había hecho previamente. De este
modo, el camino del discipulado debía seguir a la luz de, y determinado por, la muerte y
resurrección de Jesús (9:9–10).
Ocasión y propósito. El evangelio de Marcos no contiene ninguna afirmación clara respecto a
esto, de modo que la información debe obtenerse de un estudio de su contenido y de su presunta
ubicación histórica. Debido a que hay divergencias en cuanto a cómo evaluar tales asuntos, se
han dado varios puntos de vista.
Algunas declaraciones acerca del propósito que se han sugerido son las siguientes: (a)
presentar un cuadro biográfico de Jesús como el siervo sufriente del Señor, (b) ganar creyentes
en Jesucristo, (c) dar enseñanza a los nuevos cristianos y fortalecer su fe a la luz de la
persecución, (d) proveer material para ser usado por evangelistas y maestros y (e) corregir ideas
falsas tocante a Jesús y su misión mesiánica. Estas sugerencias, aunque son de ayuda, parecen
excluir porciones del evangelio, o no logran tomar en cuenta los puntos claves de Marcos.
El propósito de Marcos fue básicamente pastoral. Los cristianos de Roma ya habían oído y
creído las buenas nuevas del poder salvador de Dios (Ro. 1:8), pero necesitaban oirlas otra vez
con un nuevo enfoque, para captar con frescura las implicaciones que tenían para sus vidas en un
ambiente disoluto y a menudo hostil. Necesitaban comprender la naturaleza del discipulado, lo
que significaba seguir a Jesús, a la luz de lo que Jesús es y lo que había hecho y seguiría
haciendo por ellos.
Como buen pastor, Marcos presentó el “evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (1:1) de forma
que respondiera a esas necesidades y continuara conformando la vida de sus lectores. Él logró
esto a través del retrato que presentó de Jesús y de los doce discípulos, con quienes esperaba que
sus lectores se identificaran (cf. el comentario de “Temas Teológicos”). Mostró que Jesucristo es
el Mesías debido a que es el Hijo de Dios y que su muerte como el sufriente Hijo del Hombre era
el plan de Dios para la redención del mundo. A la luz de esto, mostró la forma en que Jesús cuidó
de sus discípulos y les enseñó acerca del discipulado en el contexto de su muerte y resurrección,
la misma clase de cuidado y enseñanza que necesitan todos los seguidores de Jesús.

BOSQUEJO
I. Título (1:1)
II. Introducción: Preparación para el ministerio público de Jesús (1:2–13)
A. El precursor de Jesús, Juan el Bautista (1:2–8)
B. El bautismo de Jesús, hecho por Juan el Bautista (1:9–11)
C. La tentación de Jesús, hecha por Satanás (1:12–13)
III. Ministerio inicial de Jesús en Galilea (1:14–3:6)
A. Resumen introductorio: El mensaje de Jesús (1:14–15)
B. El llamamiento de Jesús a cuatro pescadores (1:16–20)
C. Autoridad de Jesús sobre los demonios y las enfermedades (1:21–45)
D. Controversias de Jesús con los líderes religiosos judíos en Galilea (2:1–3:5)
E. Conclusión: Rechazo de Jesús por parte de los fariseos (3:6)
IV. Ministerio posterior de Jesús en Galilea (3:7–6:6a)
A. Resumen introductorio: La actividad de Jesús alrededor del mar de Galilea (3:7–12)
B. Designación de los doce (3:13–19)
C. La acusación de estar poseído por Beelzebú y la identificación que Jesús hizo de su
verdadera familia (3:20–35)
D. Las parábolas de Jesús que describen el carácter del reino de Dios (4:1–34)
E. Los milagros de Jesús que demuestran su poder soberano (4:35–5:43)
F. Conclusión: El rechazo de Jesús en Nazaret (6:1–6a)
V. Ministerio de Jesús en, y más allá de Galilea (6:6b–8:30)
A. Resumen introductorio: El viaje de Jesús mientras enseñaba en Galilea (6:6b)
B. El envío de los doce y muerte de Juan el Bautista (6:7–31)
C. Revelación que hace Jesús de sí mismo a los doce en palabra y obra (6:32–8:26)
D. Conclusión: La confesión de Pedro de que Jesús es el Cristo (8:27–30)
VI. Viaje de Jesús a Jerusalén (8:31–10:52)
A. Primera sección de predicciones acerca de la Pasión (8:31–9:29)
B. Segunda sección de predicciones acerca de la Pasión (9:30–10:31)
C. Tercera sección de predicciones acerca de la Pasión (10:32–45)
D. Conclusión: La fe del ciego Bartimeo (10:46–52)
VII. Ministerio de Jesús en, y alrededor de Jerusalén (11:1–13:37)
A. Entrada de Jesús a Jerusalén (11:1–11)
B. Señales proféticas que Jesús dio del juicio de Dios sobre Israel (11:12–26)
C. Controversia de Jesús con los líderes religiosos judíos en los atrios del templo
(11:27–12:44)
D. Discurso profético del monte de los Olivos que Jesús dio a sus discípulos (cap. 13)
VIII. Sufrimiento y muerte de Jesús en Jerusalén (caps. 14–15)
A. La traición de Jesús, la cena de la pascua y la huida de los discípulos (14:1–52)
B. Los juicios, crucifixión y sepultura de Jesús (14:53–15:47)
IX. Resurrección de Jesús cerca de Jerusalén (16:1–8)
A. La llegada de las mujeres a la tumba (16:1–5)
B. El anuncio del ángel (16:6–7)
C. La respuesta de las mujeres a las noticias de la resurrección de Jesús (16:8)
X. Epílogo cuestionado (16:9–20)
A. Tres de las apariciones de Jesús después de la resurrección (16:9–14)
B. La comisión que Jesús dio a sus seguidores (16:15–18)
C. La ascensión de Jesús y la subsiguiente misión de los discípulos (16:19–20)

COMENTARIO
I. Título (1:1)
1:1. El versículo de apertura (una frase sin verbo) sirve como título y tema al libro. La
palabra evangelio (euangeliou, “buenas nuevas”) no se refiere al libro en sí, conocido como “el
evangelio de Marcos”. Más bien se refiere a las buenas nuevas de Jesucristo.
Quienes estaban familiarizados con el A.T. conocían la importancia de la palabra “evangelio”
(cf. Is. 40:9; 41:27; 52:7; 61:1–3). El término “nuevas” daba a entender que algo significativo
había ocurrido. Cuando Marcos lo usó, ya se había convertido en un término técnico usado en el
sentido de predicación cristiana acerca de Jesucristo. “El evangelio” es la proclamación del poder
de Dios a través de Jesucristo para salvar a todos los que creen (Ro. 1:16) y era un término
importante para el marco teológico de la narración de Marcos (Mr. 1:14–15; 8:35; 10:29;
13:9–10; 14:9).
Para Marcos, el principio del evangelio eran los hechos históricos de la vida, muerte y
resurrección de Jesús. Más adelante, los apóstoles lo proclamaron, comenzando (e.g., Hch. 2:36)
donde Marcos concluyó.
Es el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. “Jesús”, el nombre personal del Señor dado por
Dios (cf. Mt. 1:21; Lc. 1:31; 2:21), es el equivalente griego del hebreo y ehôsua (Josué, “Jehová
es salvación”).
“Cristo” es el equivalente griego del título hebreo Masîaḥ (“Mesías, Ungido”). Se usaba
específicamente para referirse al libertador esperado por el mundo judío, quien sería el agente de
Dios para cumplir las profecías del A.T. (e.g., Gn. 49:10; Sal. 2; 110; Is. 9:1–7; 11:1–9; Zac.
9:9–10). El Mesías esperado es Jesús. Aunque el título “Cristo” llegó a ser parte del nombre
personal de Jesús en el uso cristiano primitivo, Marcos quería darle la fuerza total de su sentido
al título tal como se deja ver por el uso que hace de él (cf. Mr. 8:29; 12:35; 14:61; 15:32).
El título “Hijo de Dios” destaca la relación singular que tenía Jesús con Dios. Él es un
hombre (Jesús), el “agente especial” de Dios (Mesías), pero también es completamente divino.
Como Hijo, depende de, y obedece a Dios el Padre (cf. He. 5:8).

II. Introducción: Preparación para el ministerio público de Jesús (1:2–13)


La breve introducción de Marcos presenta tres eventos preparatorios que son necesarios para
tener una adecuada comprensión de la vida y misión de Jesús: el ministerio de Juan el Bautista
(vv. 2–8), el bautismo de Jesús (vv. 9–11), y la tentación de Jesús (vv. 12–13). Dos palabras que
se repiten unen esta sección: “el desierto” (eremos; vv. 3–4, 12–13) y “el Espíritu” (vv. 8, 10,
12).

A. El precursor de Jesús, Juan el Bautista (1:2–8)


(Mt. 3:1–12; Lc. 3:1–20; Jn. 1:19–37)
1. CUMPLIMIENTO QUE JUAN HIZO DE LA PROFECÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO (1:2–3)
1:2–3. Marcos comenzó ubicando su relato en el contexto correcto de las Escrituras. Aparte
de las citas que Jesús hizo al A.T., este es el único pasaje en que Marcos se refirió al A.T. en su
evangelio.
El versículo 2 une Éxodo 23:20 (LXX) con Malaquías 3:1 (hebr.) y Marcos 1:3 proviene de
Isaías 40:3 (LXX). Marcos adoptó una interpretación tradicional de estos versículos, de modo
que los pudo usar sin explicarlos. Además, enfatizó la palabra “camino” (jodos, lit., “vía,
calzada”), un tema importante en la explicación que Marcos hace del discipulado (Mr. 8:27;
9:33; 10:17, 32, 52; 12:14).
Marcos introdujo esta cita compuesta proveniente de tres libros del A.T. con las palabras:
Como está escrito en Isaías el profeta. Esto ilustra la práctica común de los autores del N.T. de
citar varios pasajes con un tema unificador. El tema en común aquí es la tradición del “desierto”
en la historia de Israel. Puesto que Marcos estaba presentando el ministerio de Juan el Bautista
en el desierto, citó a Isaías como la fuente de su cita, porque el pasaje de Isaías se refiere a una
voz del que clama en el desierto.
Bajo la guía del Espíritu Santo, Marcos dio a esos textos del A.T. una interpretación
mesiánica alterando la frase “el camino delante de mí” (Mal. 3:1) a tu camino delante de ti, y
“las sendas de nuestro Dios” (Is. 40:3, LXX) a sus sendas. Así que quien habla, es decir, yo, era
Dios, quien enviaría a su mensajero (Juan) delante de tu faz (de Jesús), el cual preparará tu
camino (de Jesús). Juan era una voz que instaba a la nación de Israel a preparar (“preparad”) el
camino del Señor (Jesús) y a enderezar “sus sendas” (de Jesús). El significado de estas
metáforas se ofrece al hablar del ministerio de Juan (Mr. 1:4–5).

2. ACTIVIDAD DE JUAN COMO PROFETA (1:4–5)


1:4. En cumplimiento de la profecía anterior, Juan “se presentó” (NVI, egeneto, “apareció”;
cf. BLA) en la escena de la historia como el último profeta del A.T. (cf. Lc. 7:24–28; 16:16), lo
cual indicaba un momento de cambio en los tratos de Dios con el hombre. Juan bautizaba en el
desierto (erēmō, “región seca, no habitada”) y predicaba el bautismo de arrepentimiento. La
palabra “predicaba” (kēryssōn) podría traducirse “proclamaba como heraldo”, un sentido
apropiado a la luz de la predicción de Marcos 1:2–3.
El bautismo de Juan no era una innovación, puesto que los judíos exigían a los gentiles que
querían ser admitidos en el judaísmo que se bautizaran por autoinmersión. El elemento nuevo
que sorprendía era que el bautismo de Juan estaba diseñado para el pueblo del pacto con Dios,
los judíos, y exigía su arrepentimiento en vista de la venida del Mesías (cf. Mt. 3:2).
El bautismo se describe en relación con, o como expresando el arrepentimiento para (eis)
perdón de pecados. La preposición griega eis puede ser de referencia (“con referencia a”) o de
propósito (“llevando a”), pero probablemente no de causa (“con base en”). La palabra
“arrepentimiento” (metanoia) aparece sólo aquí en Marcos. Significa “un giro, un cambio
deliberado de mentalidad que resulta en un cambio de dirección en pensamiento y conducta” (cf.
Mt. 3:8; 1 Ts. 1:9).
“Perdón” (afesin) significa “la remoción o cancelación de una obligación o barrera de culpa”.
Se refiere al acto de gracia de Dios a través del cual se cancelan los “pecados” como deuda,
sobre la base de la muerte y sacrificio de Cristo (cf. Mt. 26:28). El perdón no se concedía por
medio del rito externo del bautismo, pero el bautismo era un testimonio visible de que uno se
había arrepentido y como resultado, había recibido el perdón de sus pecados por la gracia de
Dios (cf. Lc. 3:3).
1:5. Por medio de una hipérbole (cf. también los vv. 32–33, 37), Marcos mostró el gran
impacto que Juan tuvo en todas las áreas de Judea y … Jerusalén. Las gentes salían … y eran
bautizados por Juan en el río Jordán (cf. v. 9) a medida que confesaban a Dios sus pecados. El
tiempo imperfecto de los verbos griegos presenta, como si fuera una película, el desfile continuo
de gente que se mantenía saliendo para oir la predicación de Juan y ser bautizada por él.
El verbo “bautizar” (baptizō, forma intensiva de baptō) significa “sumergir, zambullir”. El
ser bautizado por Juan en el Jordán señalaba la “conversión” de un judío a Dios. Lo identificaba
con el pueblo arrepentido que se estaba preparando para recibir al Mesías venidero.
La confesión pública de pecados por parte del pueblo estaba incluida en la práctica del rito
del bautismo. El verbo “confesando” (exomologoumenoi, “estar de acuerdo con, reconocer,
admitir”; cf. Hch. 19:18; Fil. 2:11), es intensivo. Significa que los creyentes estaban
públicamente de acuerdo con el veredicto de Dios tocante a sus pecados (jamartias, “errar el
blanco” de la norma divina). Todo judío que estuviera familiarizado con la historia de la nación
sabía que se habían quedado cortos en cuanto a las demandas de Dios. Su disposición a ser
bautizados por Juan en el desierto era una manera de admitir su desobediencia y una expresión
de su conversión a Dios.

3. ESTILO DE VIDA DE JUAN COMO PROFETA (1:6)


1:6. El vestuario y la dieta de Juan lo señalaban como un hombre del desierto y también
describían su papel como profeta de Dios (cf. Zac. 13:4). De esta forma se asemejaba al profeta
Elías (2 R. 1:8), quien fue identificado en Malaquías 4:5 con el mensajero (Mal. 3:1) mencionado
previamente (cf. Mr. 1:2; 9:13; Lc. 1:17). Las langostas (insectos secos) y la miel silvestre era la
dieta común de las regiones desérticas. Las langostas se incluyen en Levítico 11:22 entre los
alimentos “limpios”.

4. MENSAJE DE JUAN COMO PROFETA (1:7–8)


1:7. Las palabras iniciales dicen literalmente: “Y él proclamaba como heraldo, diciendo …”
(cf. v. 4). Marcos resumió el mensaje de Juan para enfocarse en su tema principal: el anuncio de
una persona más grande que aún estaba por venir y que bautizaría al pueblo con el Espíritu Santo
(v. 8).
Las palabras: Viene tras mí (en tiempo) el que, hacen eco de Malaquías 3:1 y 4:5, pero la
identidad exacta del que venía se le mantuvo oculta aun a Juan hasta después del bautismo de
Jesús (cf. Jn. 1:29–34). Marcos sin lugar a dudas evitó usar el término “Mesías”, debido a los
falsos conceptos con que el pueblo lo asociaba. Marcos 1:8 explica por qué el que venía era más
poderoso que Juan.
Juan enfatizó la importancia del que venía y mostró su propia humildad (cf. Jn. 3:27–30)
declarando que no era digno de desatar encorvado (palabras registradas tan sólo por Marcos) la
correa (fajas de cuero) usada para amarrar su calzado. ¡Aun a un esclavo hebreo no se le pedía
que hiciera esta tarea servil para su amo!
1:8. Este versículo contrasta la palabra yo con él. Juan administró la señal externa, el
bautismo con agua; pero el que venía a la verdad les daría el Espíritu que da vida.
Cuando se usaba en relación con el agua, la palabra “bautizar” normalmente indicaba una
inmersión literal (cf. vv. 9–10). Cuando se usa con las palabras Espíritu Santo, significa
metafóricamente colocarse bajo el poder del Espíritu que da vida.
Las palabras he bautizado probablemente indican que Juan se estaba dirigiendo a quienes él
ya había bautizado. Su bautismo con (o “en”) “agua” era limitado y preparatorio. Pero quienes lo
recibían se comprometían a dar la bienvenida al que venía, quien los “bautizaría” con el Espíritu
Santo (cf. Hch. 1:5; 11:15–16). El don del Espíritu era un aspecto esperado de la venida del
Mesías (Is. 44:3; Ez. 36:26–27; Jl. 2:28–29).

B. El bautismo de Jesús hecho por Juan el Bautista (1:9–11)


(Mt. 3:13–17; Lc. 3:21–22)
1. BAUTISMO DE JESÚS EN EL JORDÁN (1:9)
1:9. Marcos presenta en forma abrupta al que venía (v. 7) como Jesús. En contraste con
“toda la provincia” de Judea y Jerusalén (v. 5), él vino a Juan, que estaba en el desierto,
proveniente de Nazaret de Galilea. Nazaret era un pueblo desconocido que nunca se menciona
en el A.T., en el Talmud o en los escritos de Josefo, el bien conocido historiador judío del primer
siglo. Galilea, que tenía unos 50 kms. de ancho por unos 100 kms. de largo, era la región
populosa que se encontraba al norte de las tres divisiones de Palestina: Judea, Samaria y Galilea.
Juan bautizó a Jesús en (eis) el río Jordán (cf. v. 5). Las preposiciones griegas eis (“en”, v.
9) y ek (“fuera de”, v. 10) sugieren que el bautismo fue por inmersión. El bautismo de Jesús
probablemente ocurrió cerca de Jericó y él tenía aproximadamente 30 años en ese momento (Lc.
3:23).
En contraste con todos los demás, Jesús no hizo confesión de pecados (cf. Mr. 1:5) puesto
que él no los tenía (cf. Jn. 8:45–46; 2 Co. 5:21; He. 4:15; 1 Jn. 3:5). Marcos no declaró por qué
Jesús se sometió al bautismo de Juan; sin embargo, se pueden sugerir tres razones: (1) Fue un
acto de obediencia, que mostraba que Jesús estaba en completo acuerdo con la totalidad de los
planes de Dios y con el papel del bautismo de Juan dentro de esos planes (cf. Mt. 3:15). (2) Fue
un acto de autoidentificación con la nación de Israel, cuya herencia y predicamento pecaminoso
compartía (cf. Is. 53:12). (3) Fue un acto de dedicación a su misión mesiánica, lo que daba a
entender su aceptación oficial de ella, e ingreso a la misma.

2. RESPUESTA DIVINA PROCEDENTE DEL CIELO (1:10–11)


1:10. Marcos usó el adverbio griego euthys (luego, inmediatamente, de una vez), siendo ésta
la primera de las 42 veces que la usa en su evangelio. Su significado varía entre el sentido de
inmediatez (aquí) hasta el de orden lógico (“en el debido curso”, “entonces”; cf. 1:21 “cuando”
[NVI]; 11:3 “luego”).
Tres cosas diferenciaron a Jesús de todos los demás que habían sido bautizados. En primer
lugar, vio abrirse los cielos. El verbo “abrirse” (sj̱izomenous, “dividir”) refleja una metáfora que
describe la irrupción de Dios en la experiencia humana para liberar a su pueblo (cf. Sal. 18:9,
16–19; 144:5–8; Is. 64:1–5).
En segundo lugar, vio al Espíritu como paloma que descendía sobre él, es decir, en la
forma corporal de una paloma, no como vuela una paloma (cf. Lc. 3:22). La imagen de esa ave
probablemente simboliza la actividad creadora del Espíritu de Dios (cf. Gn. 1:2). En tiempos del
A.T., el Espíritu venía sobre ciertas personas para darles poder para el servicio (e.g., Éx. 31:3;
Jue. 3:10; 11:29; 1 S. 19:20, 23). La venida del Espíritu sobre Jesús le dio poder para su misión
mesiánica (cf. Hch. 10:38) y para la tarea de bautizar a otros con el Espíritu, como lo predijo
Juan (Mr. 1:8).
1:11. En tercer lugar, Jesús oyó una voz de los cielos (cf. 9:7). Lo que el Padre dijo, que
expresaba su total aprobación de Jesús y de su misión, hace eco a tres versículos: Génesis 22:2;
Salmos 2:7; Isaías 42:1.
En la primera declaración: Tú eres mi hijo amado, las palabras “Tú eres” afirman la
relación única de Jesús con el Padre. El significado de estas palabras se encuentra en Salmos 2:7,
donde Dios se dirige al rey Ungido como su Hijo. En su bautismo, Jesús comenzó su papel
oficial como el Ungido de Dios (cf. 2 S. 7:12–16; Sal. 89:26; He. 1:5).
La palabra “amado” (jo agapētos) puede ser un título (“el Amado”) o un adjetivo descriptivo
(hijo “amado”). Como título, enfatiza la intensidad del amor entre Dios el Padre y el Hijo, sin
perder su sentido descriptivo. Como adjetivo, se puede entender en el sentido
veterotestamentario de Hijo “único” (cf. Gn. 22:2, 12, 16; Jer. 6:26; Am. 8:10; Zac. 12:10),
equivalente al adjetivo griego monogenēs (“solo, único”; cf. Jn. 1:14, 18; He. 11:17). Esta
traducción más interpretativa apunta hacia la posición preexistente de Jesús como Hijo.
Las palabras en ti tengo complacencia indican la clase de Hijo real que Jesús sería durante
su misión terrenal. El verbo eudokēsa está en tiempo pasado (“tuve complacencia”). Atemporal
en su sentido, se traduce al español en tiempo presente para indicar que Dios se complace en su
Hijo todo el tiempo. El deleite de Dios nunca tuvo principio y jamás terminará.
Estas palabras provienen de Isaías 42:1, en donde Dios se dirigió a su siervo a quien había
escogido, aquel en quien se complacía, y en quien había puesto su Espíritu. Isaías 42:1 comienza
la primera de una serie de cuatro profecías sobre el verdadero Mesías-Siervo en contraste con la
desobediente nación-siervo de Israel (cf. Is. 42:1–9; 49:1–7; 50:4–9; 52:13–53:12). El verdadero
siervo sufriría grandemente en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Moriría como “expiación
por el pecado” (Is. 53:10) y él mismo serviría como el Cordero de sacrificio (cf. Is. 53:7–8; Jn.
1:29–30). En su bautismo, Jesús comenzó su papel como siervo sufriente de Jehová. Marcos da
prominencia a este aspecto de la misión mesiánica de Jesús (Mr. 8:31; 9:30–31; 10:32–34, 45;
15:33–39).
El bautismo de Jesús no cambió su condición divina. Él no llegó a ser el Hijo de Dios
mediante el bautismo (o en la transfiguración, 9:7). Más bien, su bautismo mostró el profundo
significado de la aceptación de su vocación mesiánica como el siervo sufriente de Jehová, así
como el Mesías davídico. Debido a que él es el Hijo de Dios, el aprobado por el Padre y
capacitado por el Espíritu, es el Mesías (no al revés). Las tres personas de la Trinidad toman
parte en esto.

C. La tentación de Jesús hecha por Satanás (1:12–13)


(Mt. 4:1–11; Lc. 4:1–13)
1:12. Después de su bautismo, Jesús siguió adelante en el poder del Espíritu y luego (euthys,
“inmediatamente”) el Espíritu le impulsó al desierto. La palabra “impulsó” viene de un verbo
fuerte (ekballō) que significa “echar fuera, expulsar, enviar lejos”. Marcos lo usó para referirse a
la expulsión de demonios (vv. 34, 39; 3:15, 22–23; 6:13; 7:26; 9:18, 28, 38). Aquí refleja el
estilo enérgico de Marcos (cf. “fue llevado”, Mt. 4:1; Lc. 4:1). La idea es una fuerte compulsión
moral por la que el Espíritu guió a Jesús a tomar la ofensiva contra la tentación y el mal, en vez
de evitarlos. El desierto (erēmos; cf. Mr. 1:4), lugares secos sin habitantes, era considerado
tradicionalmente como la morada de los poderes del mal (cf. Mt. 12:43; Lc. 8:29; 9:24). El lugar
tradicional de la tentación se encuentra al noroeste del mar Muerto, inmediatamente al occidente
de Jericó.
1:13. Jesús estuvo allí en el desierto durante cuarenta días. A pesar de una posible alusión
a varios versículos del A.T. (Éx. 34:28; Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8), el paralelo más cercano es el de la
victoria de David sobre Goliat, quien se había opuesto a Israel por 40 días (1 S. 17:16).
Jesús era tentado por Satanás. La palabra “tentado” es una forma de peirazō, que significa
“poner a prueba, hacer examen de” para descubrir la clase de persona que alguien es. Se usa ya
sea en un sentido bueno (la prueba de Dios, e.g., 1 Co. 10:13; He. 11:17) o en un sentido malo de
incitación al pecado por parte de Satanás y sus secuaces. Ambos sentidos están aquí a la vista.
Dios puso a prueba a Jesús (el Espíritu lo guió a ello) para mostrar que estaba calificado para su
misión mesiánica. Pero también Satanás trató de alejar a Jesús de esa misión asignada
divinamente (cf. Mt. 4:1–11; Lc. 4:1–13). La ausencia de pecado en Jesús no elimina el hecho de
que él fue realmente tentado; de hecho, da testimonio de su verdadera humanidad (cf. Ro. 8:3;
He. 2:18).
El tentador era Satanás, el adversario, el que se opone. Marcos no usó el término “el diablo”
(calumniador; Mt. 4:1; Lc. 4:2). Satanás y sus fuerzas están en oposición constante e intensa
contra Dios y sus propósitos, especialmente contra la misión de Jesús. Satanás tienta a la gente
para que se aleje de la voluntad de Dios, la acusa delante de él cuando cae y busca su ruina. Jesús
enfrentó al príncipe del mal personalmente antes de confrontar a sus fuerzas. Inició su ministerio
para derrotar a Satanás y liberar a sus cautivos (He. 2:14; 1 Jn. 3:8). Como Hijo de Dios, batalló
contra Satanás en el desierto, y los demonios confesaron que él era Hijo de Dios (cf. Mr. 1:24;
3:11; 5:7).
La referencia a las fieras sólo se relata en Marcos. En el lenguaje figurado del A.T., “el
desierto” era el lugar de la maldición de Dios, un lugar de desolación, soledad y peligro, donde
vivían animales rapaces y aterradores (cf. Is. 13:20–22; 34:8–15; Sal. 22:11–21; 91:11–13). La
presencia de fieras enfatiza el carácter hostil del desierto como dominio de Satanás.
En contraste con las fieras peligrosas, está el cuidado protector de Dios a través de ángeles
que servían (diēkonoun) a Jesús durante todo el tiempo de la tentación (si bien el verbo podría
traducirse “comenzaron a servirlo”, es decir, después de la tentación). Ellos proveyeron de ayuda
en general y de la seguridad de la presencia de Dios. Marcos no mencionó el ayuno (cf. Mt. 4:2;
Lc. 4:2), probablemente debido a que la estadía de Jesús en el desierto lo implicaba claramente.
El relato que Marcos hace de la tentación es breve (en contraste con Mt. y Lc.). No dice nada
acerca del contenido de la tentación, su final culminante, o la victoria de Jesús sobre Satanás. Su
interés estaba en el hecho de que este fue el inicio de un conflicto continuo con Satanás, quien
siguió intentando de formas torcidas que Jesús se apartara de la voluntad de Dios (cf. Mr. 8:11,
32–33; 10:2; 12:15). Debido a la vocación que Jesús aceptó en su bautismo, tuvo confrontación
con Satanás y sus fuerzas. El evangelio de Marcos es el relato de este gran enfrentamiento que
tuvo su clímax en la cruz. Desde el principio, Jesús estableció su autoridad personal sobre
Satanás. Los exorcismos que practicó después se basaron en su victoria en este enfrentamiento
(cf. 3:22–30).

III. Ministerio inicial de Jesús en Galilea (1:14–3:6)


Esta primera sección principal del evangelio de Marcos incluye un resumen del mensaje de
Jesús (1:14–15); el llamamiento de los primeros discípulos (1:16–20); los exorcismos de Jesús y
el ministerio de sanidad en, y alrededor de Capernaum (1:21–45); cinco controversias con los
líderes religiosos judíos (2:1–3:5), y un complot de los fariseos y los herodianos para matar a
Jesús (3:6). A través de toda la sección, Jesús demuestra su autoridad sobre todas las cosas, tanto
por medio de sus palabras como de sus obras.

A. Resumen introductorio: El mensaje de Jesús (1:14–15)


(Mt. 4:12–17; Lc. 4:14–21)
Jesús principió su ministerio en Galilea (cf. Mr. 1:9) después de que Juan el Bautista fue
arrestado por Herodes Antipas (V. “Herodes el Grande y sus descendientes” en el Apéndice, pág.
368) por la razón que se declara en Marcos 6:17–18. Antes de entrar a Galilea, Jesús ministró en
Judea más o menos un año (cf. Jn. 1:19–4:45), lo cual no lo menciona Marcos. Esto muestra que
el propósito de Marcos no era dar un relato cronológico completo de la vida de Jesús.
1:14. Las palabras fue encarcelado traducen to paradothēnai, de paradidomi, “entregar o
traicionar”. El verbo se usa con respecto a la traición de Jesús por parte de Judas (3:19), lo cual
sugiere que Marcos hizo un paralelismo entre las experiencias de Juan y de Jesús (cf. 1:4, 14a).
El uso de la voz pasiva sin agente expreso implica que el propósito de Dios se estaba cumpliendo
en el arresto de Juan (cf. en forma similar al de Jesús, 9:31; 14:18) y que el tiempo para el
ministerio de Jesús en Galilea había llegado (cf. el comentario de 9:11–13).
Jesús vino a Galilea predicando (kēryssōn; cf. 1:4) el evangelio (euangelion; cf. v. 1) del
reino de Dios. Las palabras “del reino”, que son omitidas por algunas versiones (cf. NVI, BLA),
posiblemente deben mantenerse por su presencia en muchos manuscritos griegos.
1:15. Las dos declaraciones y los dos mandamientos de Jesús resumen su mensaje. La
primera declaración: El tiempo se ha cumplido, enfatiza el tema distintivo de cumplimiento
presente en la proclamación de Jesús (cf. Lc. 4:16–21). El tiempo que Dios había dispuesto para
preparación y espera, la era del A.T., estaba ahora cumplido (cf. Gá. 4:4; He. 1:2; 9:6–15).
La segunda declaración el reino de Dios se ha acercado, presenta un aspecto clave del
mensaje de Jesús. La palabra “reino” (basileia) significa “reinado” o “gobierno real”. El término
incluye la autoridad soberana de un gobernante, la actividad de gobernar, y el ámbito del
gobierno juntamente con sus beneficios (Theological Dictionary of the New Testament
“Diccionario Teológico del N.T.” [a partir de aquí abreviado como TDNT]. Grand Rapids: Wm.
B. Eerdmans Publishings Co., bajo “basileia”, 1:579–80 y el comentario de 3:25–27). De modo
que “el reino de Dios” es un concepto dinámico (no estático) que se refiere a la actividad
soberana de Dios gobernando sobre su creación.
Este concepto era familiar para los judíos de la época de Jesús. A la luz de la profecía del
A.T. (cf. 2 S. 7:8–17; Is. 11:1–9; 24:23; Jer. 23:4–6; Mi. 4:6–7; Zac. 9:9–10; 14:9) estaban en
espera de que se estableciera un futuro reino mesiánico (davídico) sobre la tierra (cf. Mt. 20:21;
Mr. 10:37; 11:10; 12:35–37; 15:43; Lc. 1:31–33; 2:25, 38; Hch. 1:6). Así que, los oyentes de
Jesús de forma natural comprendieron que su mención del reino de Dios se refería al tan
esperado reino mesiánico.
Jesús dijo que el gobierno de Dios “se ha acercado” (ēngiken, “ha llegado”; cf. la misma
forma verbal en Mr. 14:42 [“se acerca”]). Pero no se había acercado de la forma en que los
judíos esperaban. Más bien, había llegado en el sentido de que Jesús, el agente del gobierno de
Dios, estaba presente entre ellos (cf. Lc. 17:20–21). Este era “el evangelio del reino de Dios”
(1:14).
La respuesta requerida que Jesús pidió de sus oyentes la expresó en un mandato doble:
arrepentíos, y creed en el evangelio. El arrepentimiento y la fe (confianza) van unidos en un
paquete (no son eventos temporalmente sucesivos). “Arrepentirse” (metanoeō; cf. Mr. 1:4) es
volverse de un objeto de fe que ya se tiene (e.g., uno mismo). “Creer” (pisteuō, aquí pisteuete en,
la única vez que aparece esta combinación en el N.T.) es entregarse de todo corazón a un objeto
de fe. Así que, creer en el evangelio significa creer en Jesús mismo como el Mesías, el Hijo de
Dios. Él es el “contenido” del evangelio (cf. v. 1). Sólo por este medio se puede entrar en, o
recibir (como regalo) el reino de Dios (cf. 10:15).
Israel, como nación, rechazó oficialmente estos requisitos (cf. 3:6; 12:1–12; 14:1–2, 64–65;
15:31–32). Además, Jesús enseñó que su reino davídico terrenal no vendría de inmediato (cf. Lc.
19:11). Después de que Dios complete su propósito actual de salvar a judíos y gentiles y edificar
su iglesia (cf. Ro. 16:25–27; Ef. 3:2–12), Jesús volverá y establecerá su reino sobre esta tierra
(Mt. 25:31, 34; Hch. 15:14–18; Ap. 19:15; 20:4–6). La nación de Israel será restaurada y
redimida (Ro. 11:25–29).
Así que el reino de Dios tiene dos aspectos, y ambos se centran en Cristo (cf. Mr. 4:13–31):
(1) Ya está presente, aunque velado, como un reino espiritual (este es el énfasis de Marcos; cf.
3:23–27; 10:15, 23–27; 12:34). (2) Todavía es futuro, cuando el reino de Dios será establecido
abiertamente sobre la tierra (cf. 9:1; 13:24–27).

B. El llamamiento de Jesús a cuatro pescadores (1:16–20)


(Mt. 4:18–22; Lc. 5:1–11)
El llamamiento que Jesús hizo a cuatro pescadores para que fueran sus seguidores, viene
inmediatamente después del resumen del mensaje de Jesús. Así que Marcos dejó en claro que
arrepentirse y creer en el evangelio (Mr. 1:15) es romper con la antigua forma de vida; seguir a
Jesús es hacer un compromiso personal con él en respuesta a su llamamiento. Con éste, Jesús
comenzó su obra en Galilea. Esto preveía la designación y envío de los doce (3:13–19; 6:7–13,
30).
1:16. El mar (designación semítica) de Galilea, un lago de agua tibia de unos 11 kms. de
ancho, 20 kms. de largo, y a 209 mts. bajo el nivel del mar, era escenario de una próspera
industria pesquera. Geográficamente fue estratégico para el ministerio de Jesús en Galilea.
Andando a lo largo de la playa, Jesús vio a Simón (de sobrenombre Pedro) y a Andrés su
hermano, mientras cada uno echaba una red circular (de 3 a 4.5 mts. de diámetro) en el mar. Lo
significativo de esto, explicó Marcos (gar, porque), es que ellos eran de ocupación pescadores.
1:17–18. Las palabras: Venid en pos de mí, son una expresión técnica que significaba:
“Venid detrás de mí como discípulos”. A diferencia de un rabino, cuyos discípulos lo buscaban,
Jesús tomó la iniciativa y llamó a sus seguidores.
El llamamiento incluía la siguiente promesa: y haré que seáis (genesthai) pescadores de
hombres. Jesús los había “pescado” para su reino; ahora los equiparía para compartir su tarea,
para llegar a ser (genesthai presupone la preparación) pescadores que pescan “hombres” (en uso
genérico por “gente”; cf. 8:27).
La metáfora de la pesca probablemente fue sugerida por la ocupación de los hermanos, pero
también tenía un trasfondo veterotestamentario (cf. Jer. 16:16; Ez. 29:4–5; Hab. 1:14–17).
Aunque los profetas usaron esta figura para expresar el juicio divino, Jesús la usó positivamente
como un medio de evitar el mismo. En vista del inminente gobierno justo de Dios (cf. Mr. 1:15),
Jesús llamó a estos hombres a la tarea de sacar al pueblo fuera del “mar” (lenguaje figurado del
A.T. para referirse al pecado y la muerte, e.g., Is. 57:20–21).
Y … luego (euthys; cf. Mr. 1:10) Simón y Andrés dejaron sus redes (su anterior
llamamiento) y le siguieron. En los evangelios el verbo “seguir” (akoloutheō), cuando se refiere
a individuos, expresa el llamamiento al, y la respuesta del discipulado. Los sucesos posteriores
(cf. vv. 29–31) muestran que su respuesta no implicó un repudio de sus hogares, sino más bien el
dar a Jesús su lealtad completa (cf. 10:28; 1 Co. 7:17–24).
1:19–20. En la misma ocasión, Jesús vio a Jacobo y a Juan, los hijos de Zebedeo (cf.
10:35), en su barca, que remendaban (de katartizō, “ordenar, alistar”) las redes para la pesca
de la siguiente noche. Ellos eran socios de Simón (cf. Lc. 5:10). Y luego (euthys) Jesús los llamó
para que lo siguieran. Ellos dejaron detrás su antigua forma de vida (la barca de pescar y las
redes) y sus responsabilidades anteriores (su padre Zebedeo y los jornaleros), y le siguieron
(lit., “fueron tras él”) como discípulos.
Marcos no menciona que hubiera contacto previo de estos pescadores con Jesús (cf. Jn.
1:35–42). Más adelante, el Señor juntó a los doce a su alrededor en una relación Maestro-alumno
(Mr. 3:14–19). Marcos abrevió los eventos históricos (1:14–20) para subrayar la autoridad de
Jesús sobre la gente y la obediencia de sus seguidores.
El discipulado tiene un lugar sobresaliente en el evangelio de Marcos. El llamamiento de
Jesús haría surgir dos preguntas en las mentes de los lectores de Marcos: “¿Quién es éste que
llama?” y “¿qué significa seguirlo?” Marcos les da la respuesta en su evangelio. El evangelista
dio por sentado que había similitudes entre los doce (cf. el comentario de 3:13; 13:37) y sus
lectores. El discipulado es la norma esperada para todos los que creen en el evangelio (cf. 1:15).

C. Autoridad de Jesús sobre los demonios y las enfermedades (1:21–45)


La naturaleza autoritativa (v. 22) y la importancia (vv. 38–39) de la palabra de Jesús ya
experimentadas por los cuatro pescadores, tuvieron una mayor demostración por medio de los
hechos poderosos de Jesús. Los vv. 21 a 34 describen las actividades de un día de reposo común,
tal vez típico, en Capernaum: el poder de Jesús sobre los demonios (vv. 21–28), la sanidad de la
suegra de Pedro (vv. 29–31), y la sanidad de otros a la puesta del sol (vv. 32–34). Después, los
vv. 35 a 39 presentan un breve retiro del Señor para orar y el resumen de un viaje de predicación
por Galilea. Un evento significativo durante ese viaje fue la sanidad de un leproso (vv. 40–45).
Las palabras y los hechos autoritativos de Jesús produjeron asombro así como alarma, y
prepararon el escenario para las controversias subsecuentes (2:1–3:5).

1. LA SANIDAD DE UN ENDEMONIADO (1:21–28)


(LC. 4:31–37)
1:21–22. Los cuatro discípulos acompañaron a Jesús a la cercana ciudad de Capernaum (cf.
2:1; 9:33), ubicada en la orilla noroeste del mar de Galilea. Era el pueblo natal de ellos, y llegó a
ser el centro de acción del ministerio de Jesús en Galilea (cf. Lc. 4:16–31). En el momento
oportuno (euthys; cf. Mr. 1:10), en los días de reposo (sábados) Jesús asistía al servicio regular
de adoración en la sinagoga, lugar judío de reunión y adoración (cf. vv. 23, 29, 39; 3:1; 6:2;
12:39; 13:9). Sin lugar a duda, tras la invitación del principal de la sinagoga, Jesús enseñaba (cf.
Hch. 13:13–16). Marcos frecuentemente se refirió al ministerio de enseñanza de Jesús (Mr. 2:13;
4:1–2; 6:2, 6, 34; 8:31; 10:1; 11:17; 12:35; 14:49), pero escribió muy poco acerca de lo que
enseñaba.
Sus oyentes se admiraban (exeplēssonto, lit., “se asombraban, estaban fuera de sus sentidos,
se abrumaban”; también en 6:2; 7:37; 10:26; 11:18) de la manera y del contenido (cf. 1:14–15)
de la enseñanza de Jesús. Jesús enseñaba con autoridad directa de Dios y tenía el poder de
demandar que se tomaran decisiones. Esto contrastaba marcadamente con los escribas, quienes
habían sido instruidos en la ley escrita y su interpretación oral. Su conocimiento se derivaba de la
tradición de los escribas, de modo que simplemente citaban los dichos de sus predecesores.
1:23–24. “De pronto” (NVI; euthys; cf. v. 10), la presencia de Jesús y su enseñanza
autoritativa en la sinagoga produjo una fuerte expresión de un hombre que estaba bajo el
control de un espíritu inmundo (expresión semítica para referirse a un “demonio”; cf. v. 34).
El demonio habló por medio del hombre quien dio voces diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con
nosotros …? Estas palabras traducen un modismo hebr. que expresa la incompatibilidad de
fuerzas opuestas (cf. 5:7; Jos. 22:24; Jue. 11:12; 2 S. 16:10; 19:22).
La pregunta podría tener un énfasis más fuerte y expresarse como una declaración: Has
venido (al mundo) para destruirnos (arruinar, no aniquilar). Los pronombres “nosotros” y
“nos” en ambas oraciones indican que este demonio percibía el significado que la presencia de
Jesús (cf. Mr. 1:15) tenía para todas las fuerzas demoniacas. Jesús era la amenaza final a su
poder y actividad.
El demonio, en contraste con la mayoría de la gente, reconoció el verdadero carácter e
identidad de Jesús como el Santo de Dios (cf. 3:11; 5:7), aquel que había recibido poder por el
Espíritu Santo. De modo que el espíritu inmundo sabía cuál era el origen de la autoridad de
Jesús.
1:25–26. Con unas pocas palabras (sin encantamientos o conjuros) Jesús … reprendió
(epetimēsen; cf. 4:39) al espíritu inmundo y ordenó al demonio que saliera del hombre. La
palabra Cállate traduce el fuerte término fimōthēti, “ser amordazado, silenciado” (cf. 4:39). Al
someterse a la autoridad de Jesús, el espíritu inmundo hizo que el hombre poseído se
convulsionara (9:26) y clamando a gran voz, lo dejó.
Jesús no aceptó la declaración que el demonio dio en su defensa (1:24), porque de hacerlo
habría puesto en peligro su tarea de confrontar y derrotar a Satanás y sus fuerzas. Su autoridad
sobre los espíritus inmundos era evidencia de que el gobierno de Dios había llegado en Jesús (cf.
v. 15). Este exorcismo inicial marcó la pauta para el conflicto que Jesús sostuvo con los
demonios, elemento importante del relato de Marcos. (V. “Milagros de Jesús” en el Apéndice,
pág. 370).
1:27–28. Todos se asombraron grandemente (ethambēthēsan, “se sorprendieron, se
maravillaron”; cf. 10:24, 32). Su pregunta, ¿Qué es esto? se refiere tanto a la naturaleza de la
enseñanza de Jesús como a la expulsión que hizo de un demonio con sólo una palabra de orden.
Su doctrina era cualitativamente nueva (kainē) y venía con autoridad (cf. 1:22), que incluso se
aplicaba a las fuerzas demoniacas, las cuales eran forzadas a obedecerlo (someterse a él; cf.
4:41). En resumen, Marcos declaró que muy pronto (euthys; cf. 1:10) toda Galilea supo de su
fama.

2. SANIDAD DE LA SUEGRA DE PEDRO (1:29–31)


(MT. 8:14–15; LC. 4:38–39)
1:29–31. Inmediatamente, (euthys; cf. v. 10) después de salir del servicio del día de reposo
de la sinagoga, Jesús y los cuatro discípulos vinieron a la cercana casa de Simón (Pedro) y
Andrés. Esta casa llegó a ser algo así como el centro de operaciones de Jesús cuando estaba en
Capernaum (cf. 2:1; 3:20; 9:33; 10:10).
En seguida (euthys) le hablaron y le dijeron que la suegra de Simón estaba acostada
hirviendo con fiebre. En respuesta compasiva, Jesús se paró a su lado y sin palabra alguna
simplemente tomó su mano y la levantó. La fiebre la dejó completamente, y sin debilidad ella
… servía (diēkonei, imperf.) a sus invitados.

3. MUCHA GENTE ES SANADA A LA PUESTA DEL SOL (1:32–34)


(MT. 8:16–17; LC. 4:40–41)
1:32–34. Este resumen muestra el revuelo que se produjo en Capernaum a causa de los
milagros hechos aquel día de reposo. La doble referencia de tiempo, la noche, luego que el sol
se puso, deja en claro que la gente de la ciudad esperó hasta que el día de reposo hubo terminado
(a la puesta del sol) antes de mover a los enfermos, pues de otro modo, quebrantarían la ley (cf.
Éx. 20:10) o reglamentos rabínicos que prohibían llevar alguna carga en ese día (cf. Mr. 3:1–5).
Las personas del pueblo trajeron (lit., “traían”, imperf.) todos los que tenían enfermedades
físicas, y a los endemoniados. Una vez más se mantiene una clara distinción entre la
enfermedad física y la posesión demoniaca (cf. 6:13). Parecía como si toda la ciudad (hipérbole;
cf. 1:5) se hubiera agolpado a la puerta de la casa de Simón. En respuesta compasiva a esta
necesidad humana, Jesús sanó a muchos (modismo hebr. que significa “todos los que fueron
traídos”; cf. v. 32; 10:45; Mt. 8:16) que estaban enfermos de una gran variedad de
enfermedades, y también echó fuera (exebalen, de ekballō; cf. Mr. 1:12, 39) muchos
demonios; pero al igual que antes (vv. 23–26), repetidamente callaba los gritos que daban al
reconocerlo, demostrando que eran impotentes delante de él.
Los milagros que acompañaban la predicación de Jesús hicieron que su popularidad
aumentara. Él realizó milagros no para impresionar a la gente con su poder, sino para autenticar
su mensaje (cf. v. 15).

4. UN RETIRO DE ORACIÓN Y UN VIAJE DE PREDICACIÓN POR GALILEA (1:35–39)


(LC. 4:42–44)
1:35. A pesar de un día entero de ministerio (vv. 21–34), Jesús se levantó al día siguiente
muy de mañana, antes del amanecer (como a las 4 a.m.) y se fue a un lugar desierto (erēmon,
“lugar no habitado, remoto”; cf. v. 4), donde pasó un tiempo orando. El Señor se apartó del
clamor de las multitudes de Capernaum a un lugar desierto, el tipo de lugar donde inicialmente
confrontó a Satanás y resistió las tentaciones (cf. vv. 12–13).
Marcos hizo una presentación selectiva de tres ocasiones cruciales en que Jesús estaba
orando, cada una de las cuales se encuentra en un ambiente de oscuridad y soledad: cerca del
inicio de su relato (v. 35), de la mitad (6:46), y del final (14:32–42). En las tres Jesús se enfrentó
con la posibilidad de realizar su misión mesiánica de un modo más atractivo, menos costoso.
Pero en cada una obtuvo fortaleza a través de la oración.
1:36–37. Las multitudes, regresaron a la casa de Simón esperando hallar a Jesús, pero
descubrieron que se había ido. Simón, y los que con él estaban (cf. v. 29) salieron a buscarlo
(lit., “cazarlo”, de katadiōkō, palabra que aparece sólo aquí en el N.T.). Su exclamación: Todos
te buscan, da a entender cierto disgusto pues sin duda pensaban que Jesús estaba
desaprovechando algunas excelentes oportunidades en Capernaum.
1:38–39. La respuesta de Jesús demostró que ellos tampoco lo entendían a él o su misión.
Sus planes eran ir a otros lados, a los lugares vecinos, populosos pueblos comerciales, para que
pudiera predicar (cf. vv. 4, 14) también allí, además de Capernaum. Su oración explicativa,
para esto (“para predicar”) he venido, probablemente no se refiere a dejar Capernaum (él salió
para orar, v. 35) sino más bien a su venida de parte de Dios para realizar su misión divina. Su
propósito era proclamar “las buenas nuevas de Dios” (v. 14) y confrontar al pueblo con la
demanda de “arrepentirse y creer” en él (v. 15). Puesto que las multitudes de Capernaum lo
buscaban como un hacedor de milagros, él deliberadamente se apartó para predicar en otros
lugares.
El v. 39 resume su viaje en toda Galilea (cf. v. 28), el cual probablemente duró varias
semanas (cf. Mt. 4:23–25). Su actividad principal fue predicar (cf. Mr. 1:14–15) en las
sinagogas locales, y el echar fuera (ekballōn; cf. v. 34) demonios confirmó de manera dramática
su mensaje.

5. LA LIMPIEZA DE UN LEPROSO (1:40–45)


(MT. 8:1–4; LC. 5:12–16)
1:40. Durante el viaje de Jesús por Galilea, vino a él un leproso (algo que requería de mucho
valor). La “lepra” abarcaba una amplia variedad de enfermedades serias de la piel, que iban
desde el serpigo hasta la verdadera lepra (bacilo de Hanson), enfermedad que desfigura
progresivamente. Este hombre llevaba una existencia lastimosa no sólo debido a los estragos
físicos de la enfermedad, sino también debido a ser considerado ritualmente inmundo (cf. Lv.
13–14) y por lo mismo, vivir excluido de la sociedad. La lepra traía angustia en varios aspectos:
físico, mental, social y religioso y se utilizaba como una ilustración del pecado.
Los rabinos consideraban que la lepra era humanamente incurable. Sólo dos veces se relata
en el A.T. que Dios sanó a un leproso (Nm. 12:10–15; 2 R. 5:1–14). Aun así, este leproso estaba
convencido de que Jesús podía limpiarlo. Sin presunción alguna (Si quieres), y sin dudar en el
poder de Jesús (puedes limpiarme), humildemente vino rogándole a Jesús que lo sanara.
1:41–42. Movido por la misericordia (splanj̱nistheis, “teniendo gran lástima”), Jesús …
tocó al intocable y curó lo incurable. Su toque mostró que Jesús no estaba atado por los
reglamentos rabínicos con respecto a la contaminación ritual. Tanto este toque simbólico (cf.
7:33; 8:22) como las palabras autoritativas de Jesús: Quiero (tiempo pres.), sé limpio (aoristo
pas., un acto decisivo que se recibe), constituyeron la cura. Fue algo inmediato (al instante
euthys; cf. 1:10), completo, visible a todos los que lo vieron.
1:43–44. Las fuertes palabras: le encargó rigurosamente (cf. 14:5) y le despidió (exebalen,
cf. v. 12) luego (euthys; cf. v. 10), enfatizan la necesidad de una pronta obediencia a las
instrucciones de 1:44.
En primer lugar, Jesús le advirtió fuertemente (el mismo vb. que en 14:5): No digas a nadie
nada (tocante a su sanidad). Esto podría ser una prohibición temporal que tenía efecto hasta que
aquel hombre hubiera sido declarado limpio por el sacerdote. Sin embargo, Jesús a menudo
ordenó silencio, y buscaba minimizar la proclamación de su verdadera identidad y sus poderes
milagrosos (cf. 1:25, 34; 3:12; 5:43; 7:36; 9:9). ¿Por qué hizo Jesús esto? Algunos creen que
Marcos y los otros evangelistas insertaron estos mandatos de silencio como un recurso literario,
para explicar por qué los judíos no reconocieron a Jesús como el Mesías durante su ministerio
terrenal. A este punto de vista se le llama “el secreto mesiánico”, es decir, que la condición de
Jesús como Mesías se mantuvo en secreto.
Un punto de vista más satisfactorio es que Jesús quería evitar malas interpretaciones que
precipitarían una reacción popular prematura y/o errónea para con él (cf. el comentario de
11:28). No quería que su identidad se manifestara hasta que hubiera puesto en claro el carácter
de su misión (cf. el comentario de 8:30; 9:9). Así que fue recorriendo en forma progresiva el velo
de su identidad hasta que abiertamente la declaró (14:62; cf. 12:12).
En segundo lugar, Jesús dijo al leproso que se mostrara al sacerdote, que era el único que lo
podía declarar limpio ritualmente, y que ofreciera los sacrificios que Moisés mandó (cf. Lv.
14:2–31).
Esta demanda está modificada por la frase para (eis) testimonio a ellos. Esta frase podría
entenderse en un sentido positivo (“un testimonio que convence”) o en un sentido negativo (“un
testimonio que inculpa”), ya fuera al pueblo en general o a los sacerdotes en particular. En este
contexto, como en los otros dos pasajes en que aparece esta frase (Mr. 6:11; 13:9), es preferible
el sentido negativo. De este modo, “testimonio” se refiere a un medio de prueba que puede servir
como evidencia de culpa (cf. TDNT, bajo “martys”, 4:502–4) y “a ellos” se refiere a los
sacerdotes.
La limpieza del leproso fue una señal mesiánica innegable (cf. Mt. 11:5; Lc. 7:22) de que
Dios estaba obrando de una forma nueva. Si los sacerdotes declaraban limpio al leproso, pero
rechazaban al que lo había limpiado, su incredulidad sería una evidencia condenatoria contra
ellos.
1:45. Pero en vez de obedecer el mandato de Jesús de guardar silencio, aquel hombre ido …
comenzó a publicarlo (kēryssein) mucho, dando a conocer la historia de su sanidad por todos
lados. Marcos no menciona si obedeció el mandato de Jesús de mostrarse al sacerdote.
De manera que el ministerio de predicación de Jesús en las sinagogas de Galilea (cf. v. 39)
se vio interrumpido. Él no podía entrar abiertamente en la ciudad sin hallar grandes
multitudes que buscaban favores especiales. Incluso cuando se retiraba a los lugares desiertos
(erēmois, “lugares deshabitados, remotos”; cf. v. 35) venían a él de todas partes.
La liberación que Jesús traía iba más allá de la ley mosaica y sus reglamentos. Aunque la ley
hacía provisión para la purificación ritual de un leproso, era incapaz de sanar a una persona de la
enfermedad o de producir una renovación espiritual interna.

D. Controversias de Jesús con los líderes religiosos judíos en Galilea (2:1–3:5)


Marcos reunió los cinco episodios de esta sección porque tienen en común el tema del
conflicto en Galilea entre Jesús y los líderes religiosos judíos. Así que, no están en un estricto
orden cronológico. En 11:27–12:37 se relata una unidad similar de cinco controversias en el
templo de Jerusalén.
El conflicto que se da aquí tiene que ver con la autoridad de Jesús sobre el pecado y la ley. El
primer incidente se introduce con un resumen (2:1–2) de la predicación de Jesús. Marcos a
menudo usa este recurso literario para resumir la actividad de Jesús y mantener su narración en
movimiento hacia los eventos que contribuían a su propósito (cf. 1:14–15, 39; 2:1–2, 13; 3:7–12,
23; 4:1, 33–34; 8:21–26, 31; 9:31; 10:1; 12:1).

1. SANIDAD Y PERDÓN DE UN PARALÍTICO (2:1–12)


(MT. 9:1–8; LC. 5:17–26)
2:1–2. Después de algunos días en que Jesús regresó a Capernaum (cf. 1:21), se propagó
la noticia de que estaba en casa (probablemente la casa de Pedro; cf. 1:29). Conforme a la
libertad de las costumbres judías, muchos que no habían sido invitados se apiñaron en la casa y
alrededor de la puerta, de modo que no se podía entrar. Jesús les predicaba (imperf., elalei) la
palabra (1:14–15; 4:14, 33).
2:3–4. Cuatro hombres trajeron a un paralítico (hombre paralizado) sobre un lecho
(“camilla”, RVA, BLA, NVI) esperando acercarse a Jesús. Pero no podían … a causa de la
multitud. Al igual que muchas viviendas palestinas, esta casa probablemente tenía gradas fuera
que guiaban a un techo plano. Así que, los hombres subieron al techo. Después de que
descubrieron el techo (construido con una combinación de paja, barro, tejas y varas delgadas)
haciendo una abertura … donde estaba Jesús, bajaron al paralítico delante del Señor
(probablemente usando cuerdas de pescar que estaban a la mano).
2:5. Jesús vio el esfuerzo y determinación de los cuatro hombres como una evidencia visible
de la fe de ellos en su poder para sanar a este hombre. Él no los reprendió por interrumpir su
enseñanza, sino que de forma inesperada dijo al paralítico: Hijo (un término afectivo), tus
pecados te son perdonados.
En el A.T. la enfermedad y la muerte se veían como consecuencia de la condición
pecaminosa del hombre, y la sanidad se basaba en el perdón de Dios (e.g., 2 Cr. 7:14; Sal. 41:4;
103:3; 147:3; Is. 19:22; 38:16–17; Jer. 3:22; Os. 14:4). Esto no significa que haya un pecado
correspondiente para cada caso de enfermedad (cf. Lc. 13:1–5; Jn. 9:1–3). Jesús simplemente
mostró que la condición física del hombre tenía una causa espiritual básica.
2:6–7. Los escribas (cf. 1:22; Lc. 5:17) que estaban presentes se ofendieron por la
declaración velada de Jesús. Sólo Dios puede perdonar pecados (cf. Éx. 34:6–9; Sal. 103:3;
130:4; Is. 43:25; 44:22; 48:11; Dn. 9:9). En el A.T. el perdón de pecados nunca se atribuyó al
Mesías. Los escribas consideraban que la forma de hablar de éste (es decir, de Jesús. Esta frase
contiene un tono de desprecio.) era una afrenta al poder y autoridad del Altísimo, una blasfemia
contra Dios, una ofensa seria que merecía la pena de muerte por lapidación (Lv. 24:15–16). De
hecho, tal acusación llegó a ser la base de su juicio formal más adelante (cf. Mr. 14:61–64).
2:8–9. Luego (euthys; cf. 1:10) percibió Jesús en su espíritu (internamente; cf. 14:38) los
pensamientos hostiles, y los confrontó directamente haciendo preguntas punzantes como
respuesta (un recurso retórico que se usaba en los debates rabínicos; cf. 3:4; 11:30; 12:37).
Los escribas esperaban una sanidad física, pero Jesús declaró perdonados los pecados de
aquel hombre. Probablemente pensaron que una declaración de perdón era más fácil que una de
sanidad, pues la sanidad era visible y de verificación inmediata.
2:10. Este versículo presenta un problema de interpretación debido al brusco cambio de la
persona a quien Jesús se dirige a la mitad del versículo. Parece que le estaba hablando a los
escribas (v. 10a), pero hay una ruptura abrupta en el versículo después de que Jesús se dirige al
paralítico. Otro problema a la luz del énfasis total de Marcos es el uso público del título Hijo
del Hombre por parte de Jesús en presencia de oyentes incrédulos tan temprano en su ministerio
(cf. 9:9; 10:33). A excepción de 2:10 y 28, este título no aparece en el relato de Marcos hasta
después de la confesión de Pedro (8:29). Después de esa ocasión, aparece 12 veces y es crucial
para la automanifestación de Jesús a sus discípulos (cf. 8:31, 38; 9:9, 12, 31; 10:33, 45; 13:26;
14:21 [dos veces], 41, 62; V. el comentario de 8:31).
A la luz de estas dificultades, 2:10a es probablemente un comentario parentético y editorial
de Marcos (cf. en forma similar, vv. 15c, 28; 7:3–4, 19; 13:14). Tal vez lo insertó en la narración
para explicar la importancia de este evento para sus lectores: que Jesús como el Hijo del Hombre
resucitado tiene potestad (exousian, el derecho y el poder) en la tierra para perdonar pecados,
algo que los escribas no podían entender cabalmente. Sólo en este pasaje de los evangelios se
atribuye el perdón de los pecados al Hijo del Hombre.
Este punto de vista contribuye a la unidad literaria del pasaje: se declara el perdón (2:5), es
cuestionado (vv. 6–9), es validado (v. 11) y es reconocido (v. 12). Las palabras iniciales del v.
10, Pues para que sepáis, podrían traducirse entonces así: “Ahora bien, vosotros (los lectores de
Marcos) deberíais saber que …”. La última cláusula marca el fin del comentario de Marcos y
vuelve al incidente mismo.
2:11–12. Jesús mandó al paralítico que se levantara (una prueba de su fe), tomara su lecho, y
se fuera a su casa (demanda de obediencia). Aquel hombre fue capacitado para hacer esto en
seguida (euthys; cf. 1:10) delante de todos, inclusive de los que criticaban a Jesús. Todos se
vieron forzados a reconocer que aquel hombre había recibido el perdón de Dios. Esto mostraba el
carácter de la salvación que Jesús traía, es decir, sanaba a personas completas. Todos
(probablemente incluso los escribas) se asombraron (existasthai; lit., “estuvieron fuera de sus
mentes”; cf. 3:21; 5:42; 6:51) y glorificaron a Dios debido a la demostración de poder
sobrenatural por parte de Jesús.

2. LLAMAMIENTO DE LEVÍ Y LA COMIDA CON LOS PECADORES (2:13–17)


(MT. 9:9–13; LC. 5:27–32)
2:13. Jesús volvió a salir de Capernaum al mar de Galilea (cf. 1:16). Para resumir la
actividad de Jesús, Marcos declaró que el Señor estaba enseñando a mucha gente que venía a
oírlo. Su alejamiento de los centros populosos es un patrón recurrente en Marcos (cf. 1:45; 2:13;
3:7, 13; 4:1; 5:21; etc.) y hace recordar el tema del “desierto” (cf. 1:4, 12:12–13, 35, 44).
2:14. Capernaum era un puesto de aduanas que se encontraba en la ruta de caravanas de
Damasco al mar Mediterráneo. Leví (por sobrenombre Mateo; cf. 3:18; Mt. 9:9; 10:3) era un
funcionario judío recolector de impuestos al servicio de Herodes Antipas, gobernante de Galilea
(V. “Herodes el Grande y sus descendientes” en el Apéndice, pág. 368). Debido a tal servicio,
que a menudo incluía prácticas fraudulentas, esos funcionarios eran despreciados por los judíos.
Sin embargo, Jesús por su gracia, extendió a Leví un llamamiento a seguirlo y a dejar atrás su
antiguo llamamiento (cf. Mr. 1:17–18).
2:15–16. Sin dejar transcurrir mucho tiempo después, Leví ofreció una comida para Jesús y
sus discípulos. Esta es la primera vez (de 43 veces) que Marcos menciona a los “discípulos”
como un grupo aparte. Además, añade un comentario editorial explicando que había muchos
(discípulos) que … habían seguido al Señor Jesús, no sólo los cinco mencionados hasta aquí en
el evangelio de Marcos.
Comiendo con Jesús había muchos publicanos (los anteriores colegas de Leví) y pecadores,
un término técnico para gente común que los fariseos consideraban como no enseñados en la ley
y que no vivían según las rígidas normas farisaicas. El que Jesús y sus discípulos compartieran
una comida (expresión de confianza y compañerismo) con ellos, ofendía a los escribas que eran
fariseos (cf. RVA; BLA). Los fariseos, el partido religioso más influyente de Palestina, estaban
completamente dedicados al estudio de la ley mosaica. Regulaban sus vidas estrictamente,
haciendo interpretaciones supuestamente obligatorias de las ordenanzas que habían sido
transmitidas por tradición oral y eran muy meticulosos en guardar la pureza ceremonial (cf.
7:1–5). Criticaban a Jesús por no ser un separatista y por no observar las piadosas distinciones
que hacían entre “los justos” (ellos mismos) y “los pecadores”.
2:17. Jesús respondió a su crítica con un proverbio bien conocido (reconocido como válido
por sus oponentes), y una exposición de su misión que vindicaba su conducta. La palabra justos
se usa irónicamente para referirse a los que se veían a sí mismos como tales, es decir, los fariseos
(cf. Lc. 16:14–15). Ellos no veían la necesidad de arrepentirse y creer (cf. Mr. 1:15). Pero Jesús
sabía que todos, incluso los “justos”, eran pecadores. Él vino (al mundo) a llamar al reino de
Dios a los pecadores, aquellos que humildemente reconocen su necesidad y reciben el perdón
que Dios da por su gracia. Esta era la razón por la que Jesús comía con los pecadores (cf. 2:5–11,
19–20).

3. DISCUSIÓN ACERCA DEL AYUNO Y LA NUEVA SITUACIÓN (2:18–22)


(MT. 9:14–17; LC. 5:33–39)
2:18. En su afirmación inicial, Marcos explicó que los discípulos de Juan (los seguidores
que aún quedaban de Juan el Bautista) y los de los fariseos (con sus discípulos o adherentes)
ayunaban, probablemente mientras Jesús y sus discípulos estaban en la fiesta en casa de Leví. El
A.T. ordenaba el ayuno para todos los judíos sólo en el día de expiación anual, como un acto de
arrepentimiento (Lv. 16:29), pero los fariseos promovían ayunos voluntarios cada lunes y jueves
(cf. Lc. 18:12) como un acto de piedad. En respuesta a una pregunta crítica, Jesús mostró la
incongruencia de que sus discípulos ayunaran (Mr. 2:19–22), aunque él permitía el ayuno si se
practicaba adecuadamente (cf. Mt. 6:16–18).
2:19–20. La pregunta que Jesús dio como respuesta hace una comparación y una analogía
velada acerca de sí mismo. Del mismo modo que es inapropiado que los que están de bodas
(lit., “hijos de la cámara nupcial”, los acompañantes del novio) ayunen (una expresión de
tristeza) en la presencia del esposo, asimismo era inapropiado que los discípulos de Jesús
ayunaran (con tristeza) mientras él estaba con ellos.
Su presencia en medio de ellos representaba una situación tan gozosa como una fiesta de
bodas. Pero esta situación cambiaría, pues vendrían días cuando el esposo (Jesús) les sería
quitado (aparthē, que implica una remoción violenta; cf. Is. 53:8), y entonces en aquellos días
(de la crucifixión de Jesús) los discípulos ayunarían en el sentido metafórico de experimentar
tristeza en lugar de gozo. Esta alusión a su muerte venidera es la primer referencia que se hace a
la cruz en el evangelio de Marcos.
2:21–22. Por primera vez, Marcos usa dos de las parábolas de Jesús, las cuales tenían una
pertinencia más amplia que sólo el ayuno. La presencia de Jesús entre su pueblo era un tiempo de
algo nuevo (cumplimiento) y marcaba el fin de lo antiguo.
Tratar de unir lo nuevo del evangelio con la vieja religión del judaísmo era tan fútil como
tratar de remendar un vestido viejo (palaion, “gastado por el uso”) con un paño nuevo sin
encoger. Cuando el remiendo (plērōma, “plenitud”) nuevo (kainon, “cualitativamente nuevo”)
se moja, se encoge y tira de lo viejo, y hace un agujero mayor.
Es igualmente desastroso echar vino nuevo (neon, “fresco”), no fermentado completamente,
en odres viejos (palaious, “gastados por el uso”, sin elasticidad, quebradizos). De manera
inevitable, cuando el vino nuevo se fermenta (se expande), rompe los odres, y el vino se
derrama, y los odres se pierden. La salvación, disponible a través de Jesús, no debía mezclarse
con el viejo sistema judaico (cf. Jn. 1:17).

4. RECOLECCIÓN Y CONSUMO DE GRANO EN EL DÍA DE REPOSO (2:23–28)


(MT. 12:1–8; LC. 6:1–5)
2:23–24. Mientras caminaban por un sendero por los sembrados de alguien en un día de
reposo, los discípulos de Jesús comenzaron a arrancar espigas para comer. Esto era permitido
por la ley (Dt. 23:25), pero los fariseos lo consideraban como cosechar, una acción de trabajo
prohibida en el día de reposo (cf. Éx. 34:21), así que demandaron de Jesús una explicación.
2:25–26. Al responder el Señor, apeló a las Escrituras y a un precedente puesto por David y
los que con él estaban cuando tuvo necesidad, y sintió hambre (1 S. 21:1–6). Las palabras “los
que con él estaban” y “necesidad” son elementos claves en este incidente. David entró en el
patio del tabernáculo, pidió los panes de la proposición (cf. Lv. 24:5–9), que estaban
designados por la legislación mosaica exclusivamente para los sacerdotes (cf. Lv. 24:9), y dio a
sus hombres. Jesús usó esta acción que Dios no condenó, para mostrar que la interpretación
limitada que los fariseos hacían de la ley empañaba el propósito de Dios. El espíritu de la ley con
respecto a la necesidad humana tenía prioridad sobre sus normas ceremoniales.
Marcos afirmó que la acción de David ocurrió siendo Abiatar sumo sacerdote, pero el
sumo sacerdote era realmente Ahimelec, su padre (1 S. 21:1). Una plausible explicación se
tendría al traducir la frase introductoria: “en el pasaje tocante a Abiatar, el sumo sacerdote” (cf.
la frase paralela en Mr. 12:26). Esta era la forma judía para indicar la sección del A.T. donde un
incidente podía encontrarse. Abiatar llegó a ser sumo sacerdote poco después de Ahimelec, y se
hizo más prominente que él, de modo que se justifica el uso de su nombre aquí.
2:27–28. Con las palabras: También les dijo, Marcos añadió dos principios: (1) Citó lo que
Jesús dijo tocante a que el día de reposo fue instituido (por Dios) para el beneficio y refrigerio
del hombre, no que la gente haya sido hecha para guardar normas pesadas relativas al mismo. (2)
Marcos concluyó (por tanto, a la luz de los vv. 23–27) con un comentario editorial (cf. v. 10)
acerca del significado de la declaración de Jesús para sus lectores. El Hijo del Hombre (cf.
8:31) es Señor (Amo) aun del día de reposo; él tiene autoridad soberana sobre su uso, como lo
demuestra el siguiente incidente.
5. SANIDAD DEL HOMBRE DE LA MANO SECA EN DÍA DE REPOSO (3:1–5)
(MT. 12:9–14; LC. 6:6–11)
3:1–2. En otra ocasión ocurrida en día de reposo en la sinagoga (probablemente en
Capernaum; cf. 1:21), Jesús vio a un hombre que tenía seca una mano (la “derecha”; cf. Lc.
6:6). Algunos (fariseos, cf. Mr. 3:6) acechaban a Jesús de cerca para ver qué haría, de manera
que pudieran tener alguna razón para acusarle. Ellos permitían que se sanara en día de reposo
sólo si alguna vida estaba en peligro. El problema de este hombre no amenazaba su vida y podía
esperar hasta el siguiente día; así que si Jesús lo sanaba, podrían acusarlo de violar el día de
reposo, una ofensa que se castigaba con la muerte (cf. Éx. 31:14–17).
3:3–4. Jesús ordenó al hombre: Levántate, para que toda la concurrencia pudiera ver su
mano seca. Después hizo a los fariseos una pregunta retórica tocante a cuál de dos acciones era
realmente congruente con el propósito del día de reposo según la ley mosaica. La respuesta
obvia es: hacer bien y salvar la vida (psyj̱ēn, “alma”; cf. 8:35–36). Sin embargo, no respetar el
día de reposo para cubrir la necesidad de este hombre (cf. 2:27) era hacer mal (usar mal su
propósito) y, como ocurrió en última instancia, su trama maliciosa en el día de reposo (cf. 3:6)
los guió a matar (quitarla). Lo que estaba en juego era el tema moral (no legal) de “hacer bien”
en día de reposo, y los fariseos se rehusaron a discutirlo.
3:5. Jesús “miró” alrededor (de periblepomai, una mirada penetrante con la que abarcó a
todos cf. v. 34; 5:32; 10:23; 11:11) a los fariseos con enojo. Esta es la única referencia explícita
al enojo de Jesús en el N.T. Era una indignación no maliciosa, acompañada de profunda tristeza
(pesar) por causa de su obstinada insensibilidad (dureza, pōrōsei, “endurecimiento”; cf. Ro.
11:25; Ef. 4:18) a la misericordia de Dios y la miseria humana.
Cuando aquel hombre extendió … la mano al mandato de Jesús, inmediatamente le fue
restaurada sana. Jesús no usó ningún medio visible que pudiera considerarse como “obra” en el
día de reposo. Siendo Señor del día de reposo (Mr. 2:28), Jesús lo libró de los estorbos legales y
por su gracia libró a ese hombre de su desgracia.

E. Conclusión: Rechazo de Jesús por parte de los fariseos (3:6)


3:6. Este versículo lleva a su clímax la sección tocante a los conflictos que Jesús tuvo en
Galilea con el liderazgo religioso establecido (2:1–3:5). Es la primera referencia explícita que
hace Marcos a la muerte de Jesús, que ahora comenzaba a arrojar su sombra sobre su misión.
Los fariseos conspiraron inmediatamente (euthys; cf. 1:10) con los herodianos (cf. 12:13),
influyentes partidarios políticos de Herodes Antipas, en un esfuerzo común sin precedentes para
destruir a Jesús (cf. 15:31–32). La autoridad del Señor confrontaba y sobrepasaba la autoridad de
ellos, así que debían matarlo. Su problema era el cómo.

IV. Ministerio posterior de Jesús en Galilea (3:7–6:6a)


La segunda sección principal del evangelio de Marcos comienza y concluye estructuralmente
igual que la primera (cf. 1:14–15 con 3:7–12; 1:16–20 con 3:13–19; 3:6 con 6:1–6a). Muestra el
desarrollo de la misión de Jesús en el contexto de la oposición e incredulidad.

A. Resumen introductorio: La actividad de Jesús alrededor del mar de Galilea (3:7–12)


(Mt. 12:14–21)
3:7–10. Este pasaje de resumen es similar en contexto y carácter a 2:13. Un elemento
adicional es que Jesús se retiró … con sus discípulos (posición enfática inicial en el gr.), que
participaban tanto de la hostilidad como de la aclamación popular dirigida a Jesús.
Mucha gente de Galilea … le siguió (sentido no técnico, “fue junto con”) y, atraídos por las
cosas que hacía (es decir, los milagros de sanidad), muchos vinieron de lugares de fuera de
Galilea, del sur, de Judea, de Jerusalén, de Idumea; del oriente, Transjordania (Perea); y del
norte, las ciudades costeras de Tiro y de Sidón (en Fenicia). Jesús pasó tiempo en todas estas
áreas (excepto Idumea; 5:1; 7:24, 31; 10:1; 11:11). Tan intenso fue el impacto del ministerio de
sanidad de Jesús, y el deseo de cuantos tenían plagas (mastigas, “azotes”, cf. 5:29 [“azote”],
34) por tocarle, que dijo a sus discípulos que le tuvieran siempre lista la barca para escapar
del asedio de las multitudes. Sólo Marcos anota este detalle, lo cual sugiere el recuerdo de un
testigo ocular como Pedro.
3:11–12. Entre las multitudes había endemoniados, gente cuya habla y conducta estaban
dominadas por espíritus inmundos, mismos que reconocían la verdadera identidad de Jesús
como el Hijo de Dios y que se sentían tremendamente amenazados por su presencia. Jesús no
aceptó sus repetidos (vbs. en imperf.) gritos de reconocimiento, y les ordenó (cf. 1:25; 4:39;
8:30, 32–33; 9:25) que no le descubriesen (cf. 1:24–25, 34). Al acallar los gritos prematuros de
ellos, Jesús reafirmó su sumisión a los planes de Dios tocante a la manifestación progresiva de
su identidad y misión.

B. Designación de los doce (3:13–19)


(Mt. 10:1–4; Lc. 6:12–16)
3:13. Desde las tierras bajas que se encontraban al lado del lago, Jesús subió al monte (en
Galilea central; cf. 6:46). Tras tomar la iniciativa, llamó a sí a los que él quiso, a saber, los doce
(3:16–19), y vinieron de la multitud a él (cf. Lc. 6:13). Marcos ya había dicho que Jesús tenía
muchos otros discípulos (cf. Mr. 2:15).
3:14–15. Él estableció (lit., “hizo”) a doce por dos razones: (a) para que estuviesen con él
(asociación cercana para entrenarlos) y (b) para enviarlos a predicar (cf. 1:4, 14) y que
tuviesen autoridad (delegada) para echar fuera (ekballein; cf. 1:34, 39) demonios (su misión
futura; cf. 6:7–13). Marcos dedicó la atención a la asociación de los discípulos con Jesús y a la
preparación para sus ministerios.
Casi todos los mejores mss. gr. antiguos y la mayoría de las primeras versiones omiten la
frase “a quienes nombró apóstoles” (NVI, RVA), lo cual parece preferible. Su inclusión en unos
pocos mss. antiguos probablemente se debió a la influencia de Lucas 6:13, y debido a que
Marcos usó el término “apóstoles” sólo en Marcos 6:30, donde es apropiado en un sentido no
técnico.
El número doce corresponde a las doce tribus de Israel, expresando de esa manera la
autoridad de Jesús sobre toda la nación. La expresión “los doce” llegó a ser una designación
oficial o título de aquellos nombrados por Jesús en esta ocasión (cf. 4:10; 6:7; 9:35; 10:32;
11:11; 14:10, 17, 20, 43). Aunque significativamente relacionados con Israel, nunca se les llama
un “Israel” nuevo o espiritual. Más bien, fueron el núcleo de una nueva comunidad venidera, la
iglesia (cf. Mt. 16:16–20; Hch. 1:5–8).
3:16–19. Estos vv. dan un listado tradicional de los nombres de los doce individuos
designados. Simón (cf. 14:37) encabeza la lista. Jesús le puso por sobrenombre Pedro (cf. Jn.
1:42), el equivalente gr. del ar. Cefas, que significa “piedra o roca”. Este apelativo
probablemente describía su papel de liderazgo durante el ministerio de Jesús y en el inicio de la
iglesia primitiva (cf. Mt. 16:16–20; Ef. 2:20), y no se refería a su carácter personal. Juan y
Jacobo, los hijos de Zebedeo, tienen por sobrenombre Boanerges, un modismo hebr. que
Marcos interpretó como hijos del trueno (cf. Mr. 9:38; 10:35–39; Lc. 9:54), aunque tal vez
Jesús tenía en mente un significado más cortés (ahora desconocido).
Aparte de Andrés (cf. Mr. 1:16; 13:3), Judas Iscariote (cf. 14:10, 43), y posiblemente
Jacobo hijo de Alfeo, como “Jacobo el menor” (cf. 15:40), los demás nombres no vuelven a
aparecer en Marcos: Felipe (cf. Jn. 1:43–45), Bartolomé (Natanael; cf. Jn. 1:45–51), Mateo
(Leví; cf. Mr. 2:14), Tomás (cf. Jn. 11:16; 14:5; 20:24–28; 21:2), Jacobo hijo de Alfeo
(probablemente no era hermano de Leví; cf. Mr. 2:14), Tadeo (Judas, hermano o hijo [cf. NVI,
RVA, BLA] de Jacobo; cf. Lc. 6:16; Hch. 1:13), y Simón el cananista (“zelote” [cf. NVI], que
probablemente indicaba su celo por el honor de Dios, no tanto un nacionalismo extremo). Por el
contrario, estaba Judas Iscariote (un “hombre de Kerioth”, el único que no era de Galilea; cf. Jn.
6:71; 13:26), el que … entregó a Jesús a sus enemigos (cf. Mr. 14:10–11, 43–46).

C. La acusación de estar poseído por Beelzebú y la identificación que Jesús hizo de su


verdadera familia (3:20–35)
Esta sección tiene una estructura de “emparedado”, en la que el relato que trata de la familia
de Jesús (vv. 20–21, 31–35) se encuentra dividido en el medio por la acusación que le hicieron
de que era Beelzebú (vv. 22–30). Marcos usa este recurso literario varias veces en forma
deliberada (cf. 5:21–43; 6:7–31; 11:12–26; 14:1–11, 27–52) por diferentes razones. Aquí Marcos
hace resaltar el paralelismo entre las acusaciones hechas contra Jesús (cf. 3:21 y 30), pero a la
vez hace la distinción entre la oposición general a Jesús y la distorsión de la obra del Espíritu
Santo a través de él.

1. PREOCUPACIÓN DE LA FAMILIA DE JESÚS POR ÉL (3:20–21)


3:20–21. Estos vv. son exclusivos de Marcos. Después de que Jesús y sus discípulos
vinieron a casa (en Capernaum; cf. 2:1–2), tanta gente demandaba su atención que ellos ni
tenían tiempo para comer pan (cf. 6:31). Cuando … oyeron los suyos (lit., “los que estaban con
él”, un modismo gr. para referirse a los parientes, no a los “amigos”; cf. 3:31) que su actividad
incesante le impedía cuidar en forma adecuada de sus necesidades básicas, vinieron
(probablemente de Nazaret) para prenderle (“hacerse cargo de él”, NVI, BLA; gr. kratēsai,
término usado para hacer un arresto; cf. 6:17; 12:12; 14:1, 44, 46, 51), porque (gar; cf. 1:16) las
personas decían: Está fuera de sí, como si fuera un fanático religioso mentalmente
desequilibrado (cf. Hch. 26:24; 2 Co. 5:13).

2. JESÚS REFUTA LA ACUSACIÓN DE ESTAR POSEÍDO POR BEELZEBÚ (3:22–30)


(MT. 12:22–32; LC. 11:14–23; 12:10)
3:22. Mientras tanto, una delegación de escribas había venido de Jerusalén para investigar
a Jesús. De forma repetida decían (a) que tenía a Beelzebú (es decir, que estaba poseído por los
demonios; cf. v. 30), y (b) que echaba fuera los demonios por medio de una alianza de poder
con Satanás, el príncipe (gobernante) de los demonios (cf. v. 23).
La forma que se da a la palabra “Beelzebú” llegó a las traducciones en español a través de la
Vulgata Latina, que a su vez la derivó del hebr. “Baalzebub” que significa “Señor de las
moscas”, nombre de una antigua deidad cananea (cf. 2 R. 1:2). Pero la forma “Beelzebul” (NVI,
al pie; cf. BLA, al margen) tiene mejor apoyo de los mss. griegos. Representa al hebr. tardío
“Baalzebul” (no usado en el A.T.) que significa: “Señor de la morada (templo)”, es decir, de los
espíritus inmundos según el contexto del N.T. (cf. Mt. 10:25; Lc. 11:17–22).
3:23–27. Jesús llamó a sus acusadores y refutó los cargos que le hacían en parábolas (dichos
proverbiales cortos, no historias). Primero se ocupó de la segunda acusación (vv. 23–26),
mostrando lo absurdo de la suposición que subyacía en sus declaraciones, a saber, que Satanás
actuara contra sí mismo. Jesús usó dos ilustraciones para hacer la observación obvia en sí
misma de que si un reino o una casa (hogar) está dividido contra sí mismo en propósito y
metas, no puede permanecer. Lo mismo se aplica a Satanás, si se supone que Satanás se
levanta contra sí mismo y su reino se divide. Esto significaría que ha llegado su fin, es decir, su
poder, no su existencia personal. Claramente esto es imposible, pues Satanás se mantiene fuerte
(cf. v. 27; 1 P. 5:8). Así que era falsa la acusación de que los exorcismos que Jesús hacía se
debían al poder de Satanás.
La analogía que se encuentra en Marcos 3:27 refutó la primera acusación de ellos (v. 22)
mostrando de hecho (lit., “al contrario”; cf. RVA) que lo opuesto era lo cierto. Satanás es el
hombre fuerte. Su casa es el reino del pecado, la enfermedad, la posesión demoniaca y la
muerte. Sus bienes son las personas que están esclavizadas por una o más de estas cosas, y los
demonios son sus agentes que llevan a cabo su actividad diabólica. Ninguno puede entrar en su
reino para saquear (diarpasai) sus bienes si antes no … ata al hombre fuerte (es decir, muestra
que es más poderoso). Entonces podrá saquear (diarpasei) el reino, liberando a las víctimas
esclavizadas. Durante su tentación (cf. 1:12–13) y a través de sus exorcismos, Jesús demostró
que él es más fuerte porque fue capacitado por el Espíritu Santo (cf. 3:29). Su misión es
confrontar y subyugar a (no cooperar con) Satanás, y liberar a aquellos que se encuentran
esclavizados por él.
3:28–30. A la luz de las acusaciones anteriores, Jesús hizo una fuerte advertencia. Las
palabras: De cierto os digo (lit., “Amén, os digo”), era una fórmula que el Señor usaba con
frecuencia para hacer una afirmación solemne (aparece 13 veces en Marcos) y se halla sólo en
los evangelios, siempre en labios de Jesús.
Jesús declaró que todos los pecados … y las blasfemias (palabras detractoras contra Dios)
de los hijos de los hombres (genérico, “la gente”) tenían la oportunidad de recibir el perdón de
gracia de Dios (cf. 1:4), con una excepción: la blasfemia contra el Espíritu Santo. A la luz del
contexto, esto se refiere a una actitud (no un acto o una declaración aislados) de hostilidad
desafiante hacia Dios para rechazar su poder salvador hacia el hombre, expresado en la persona y
obra de Jesús, quien había sido capacitado por el Espíritu Santo. Es preferir las tinieblas a pesar
de haber sido expuesto a la luz (cf. Jn. 3:19). Tal actitud persistente de incredulidad voluntaria
puede endurecer a una persona hasta llevarla a una condición en la que el arrepentimiento y el
perdón, ambos provistos por el Espíritu de Dios, llegan a ser imposibles. Esta persona es reo
(enoj̱os, “responsable”) de juicio eterno (las versiones RVA, NVI y BLA dicen “pecado eterno”
en singular, como referencia al pecado fundamental y final, pues permanece para siempre sin
perdón; cf. Mt. 12:32). Judas Iscariote (cf. Mr. 3:29; 14:43–46) experimentó la realidad de estas
palabras.
Marcos explicó que Jesús dijo esto porque ellos (los escribas, 3:22) decían que estaba
poseído por demonios (v. 22b). Jesús realmente no dijo que los escribas habían cometido este
pecado imperdonable aunque estaban peligrosamente cerca de ello al atribuir los exorcismos de
Jesús al poder satánico, cuando realmente eran hechos por el Espíritu Santo. Estaban cerca de
llamar “Satanás” al Espíritu Santo.
3. LA VERDADERA FAMILIA DE JESÚS (3:31–35)
(MT. 12:46–50; LC. 8:19–21; 11:27–28)
3:31–32. La llegada de la madre de Jesús (María; cf. 6:3) y de sus hermanos (cf. 6:3)
retoma la narración que quedó en suspenso en 3:21. Quedándose fuera de la casa, enviaron a
alguien que pasara en medio de la gente que estaba … alrededor de él, para que pidiera a Jesús
una conversación en privado, con la intención de refrenar su actividad.
3:33–35. La pregunta retórica que Jesús hizo (v. 33) no fue un repudio a las relaciones
familiares (cf. 7:10–13). Más bien, estaba resaltando el asunto aun más profundo de la relación
que una persona puede tener con él. Es cualitativa en lo que a énfasis respecta: ¿Quién es el tipo
de persona que es mi madre y mis hermanos? Y mirando (de periblepomai; cf. 3:5) a los que
estaban sentados alrededor de él (sus discípulos en contraste con los que estaban parados
fuera, v. 31), Jesús afirmó que la relación que ellos tenían con él iba más allá de los vínculos
familiares naturales.
Jesús amplió la referencia para abarcar a más de los que estaban presentes al decir que todo
aquel que hace la voluntad de Dios es un miembro de su familia. Las palabras hermano,
hermana y madre, aparecen sin artículo en el gr. (de modo que, son cualitativas) y denotan de
manera figurada a la familia espiritual de Jesús. El hacer la voluntad de Dios (e.g., 1:14–20) es
algo que caracteriza a quienes forman la familia espiritual de Jesús.

D. Las parábolas de Jesús que describen el carácter del reino de Dios (4:1–34)
Este grupo de parábolas constituye la primera de las dos extensas unidades del evangelio de
Marcos dedicadas a la enseñanza de Jesús (cf. también 13:3–37). Marcos seleccionó estas
parábolas (como se aprecia en 4:2, 10, 13, 33) de una colección más grande para describir el
carácter del reino de Dios (cf. 4:11 con 1:15).
Fueron dadas en un clima de hostilidad y oposición crecientes (cf. 2:3–3:6, 22–30), pero
también de enorme aclamación popular (cf. 1:45; 2:2, 13, 15; 3:7–8). Ambas formas de
responder a Jesús muestran que la gente no lograba percibir con claridad quién era realmente él.
El término “parábola” es una transliteración del gr. parabolē, “comparación”. Puede designar
una gran variedad de formas figuradas del lenguaje (e.g., 2:19–22; 3:23–25; 4:3–9, 26–32;
7:15–17; 13:28). Pero normalmente es un discurso breve que transmite una verdad espiritual
usando una vívida comparación. La verdad que se enseña se compara con algo de la naturaleza o
de la experiencia de la vida cotidiana. Una parábola generalmente expresa una única verdad
importante, aunque ocasionalmente un elemento subordinado expande su sentido total (cf. 4:3–9,
13–20; 12:1–12). La parábola lleva a sus oyentes a participar de una situación, evaluarla, y
aplicar su verdad a sí mismos. (V. “Parábolas de Jesús” en el Apéndice, pág. 357).

1. RESUMEN INTRODUCTORIO (4:1–2)


(MT. 13:1–2)
4:1–2. Una vez más (cf. 2:13; 3:7) Jesús estaba enseñando a una gran multitud junto al mar
(de Galilea). La gente era tanta que se vio forzado a sentarse en una barca … en el mar, y a
enseñar desde ahí a la gente que estaba en la playa. En esa ocasión les enseñaba por parábolas
muchas cosas.

2. LA PARÁBOLA DE LOS TIPOS DE TIERRA (4:3–20)


a. Presentación de la parábola de los tipos de tierra (4:3–9)
(Mt. 13:3–9; Lc. 8:4–8)
Tanto antes como después de que dijera esta parábola, Jesús exhortó a la multitud a que
escuchara con cuidado (cf. Mr. 4:3, 9, 23).
4:3–9. A medida que el sembrador echaba su semilla sobre su terreno que no estaba arado,
una parte cayó junto al camino bastante transitado (cf. 2:23). Otra parte cayó en pedregales
que no tenían profundidad de tierra, debido a que había piedra caliza cerca de la superficie.
Otra parte cayó entre espinos (tierra que tenía raíces de espinos sin arrancar). Y otra parte
cayó en buena tierra.
No toda la semilla produjo cosecha. Las aves se comieron la que cayó junto al camino (4:4).
El sol … quemó las débiles plantas que pronto (euthys cf. 1:10) brotaron en la tierra rocosa que
no tenía profundidad, y se secaron (4:6). Los espinos crecieron y … ahogaron a las otras
plantas, dejándolas sin fruto (v. 7).
Por el contrario, la semilla que cayó en buena tierra echó raíz, creció y produjo una
abundante cosecha. Dio fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno (v. 8) de lo que se había
sembrado, de acuerdo a la fertilidad de la tierra. En aquel tiempo se consideraba que una buena
cosecha era la que producía diez por uno.
b. La explicación de Jesús de por qué enseñaba en parábolas (4:10–12)
(Mt. 13:10–17; Lc. 8:9–10)
4:10. El cambio de escena que ocurre aquí es importante. Los vv. 10 a 20 ocurrieron después
(cf. vv. 35–36; Mt. 13:36), pero Marcos los colocó aquí para ilustrar el principio declarado en
Marcos 4:11, 33–34, y para mostrar de ese modo la importancia de las parábolas. Cuando Jesús
estuvo solo con los doce y los que estaban cerca de él (otros discípulos verdaderos; cf. 3:34),
ellos le preguntaron sobre la parábola de los tipos de tierra en particular, y sobre las otras en
general (cf. 4:13).
4:11–12. Estos vv. deben verse en el contexto de incredulidad y hostilidad (cf. 3:6, 21–22,
30). A quienes creían, es decir, a vosotros (posición enfática inicial en gr.), los discípulos, Dios
les había dado … el misterio (mystērion) del reino de Dios (cf. 1:15). Mas a los que están
fuera (del círculo de discípulos, la multitud incrédula) todas las cosas, el mensaje completo de
Jesús y su misión, se les declaraba por parábolas. La palabra “parábolas” tiene aquí el sentido
especial de “dichos enigmáticos”. La multitud realmente no entendía a Jesús.
Ambos grupos fueron confrontados por el Señor y su mensaje (cf. 1:14–15). Dios capacitó a
los discípulos para que vieran en Jesús el “misterio” acerca del reino. Esto se refiere a la
manifestación de los planes de Dios para el reino presente, que ha de ser una época de la
“siembra de semilla” (cf. 4:13–20; 13:10). Previamente había estado escondido de los profetas,
pero ahora se revelaba a la gente de su elección (cf. Ro. 16:25–26).
El “misterio” básico, común a todas las parábolas del reino, es que en Jesús, el gobierno
(reino) de Dios ha venido a la experiencia humana en una nueva forma espiritual. Los discípulos
habían creído en Jesús. Dios ya les había dado (dedotai, perf. pas.) este “misterio”, aunque hasta
ese momento ellos comprendían poco de su impacto total.
Por otro lado, los que estaban cegados por la incredulidad, no veían nada en Jesús más que
una amenaza a su existencia. Lo rechazaron y no llegaron a conocer el “misterio” del reino de
Dios. Las parábolas de Jesús tenían por objeto ocultar de ellos las verdades del reino.
Eran como los israelitas que vivieron en los días de Isaías (Is. 6:9–10). Isaías dijo que esta
ceguera y sordera espiritual que la gente tiene es castigo de Dios. En particular se refería a Israel
como nación (cf. Is. 6:9, “este pueblo”) por rechazar la revelación de Dios, especialmente como
ésta se expresó en Jesús. Ellos veían u oían la apariencia externa de las parábolas pero no
comprendían su significado espiritual. Para que no (mēpote, “no sea que tal vez”) se conviertan
a Dios (se arrepientan) y sean … perdonados por él.
No se negó a los oyentes de Jesús la oportunidad de creer en él. Pero después de que cerraron
persistentemente su mente al mensaje de Jesús (cf. 1:15), se les privó de la oportunidad de tener
una mayor comprensión del mismo por medio del uso que Jesús hizo de las parábolas. Sin
embargo, las parábolas, que velaban la verdad, tenían el propósito de hacer pensar, iluminar, y
finalmente revelar la verdad (cf. 12:12). De forma singular preservaban la libertad de la gente
para creer, mientras que demostraban que tal decisión es efectuada por el poder de Dios (cf.
4:11a).
c. La interpretación de Jesús de la parábola de los tipos de tierra (4:13–20)
(Mt. 13:18–23; Lc. 8:11–15)
4:13. Las dos preguntas que se encuentran aquí enfatizan la importancia de la parábola de los
tipos de tierra. Si los discípulos de Jesús no sabían (sabéis, oidate, “comprendéis
intuitivamente”) su significado, no entenderían (entenderéis, gnōsesthe, “comprenderéis por
experiencia”) todas las parábolas del reino.
4:14–20. El sembrador no se identifica, pero el contexto indica que probablemente
representa a Jesús y a todos los que siembran (proclaman) la palabra (el mensaje) de Dios, que
es la semilla sembrada (cf. 1:15, 45; 2:2; 6:12). En 4:15–20 ocurre un cambio: Los tipos de tierra
representan a varios tipos de oyentes en quienes se siembra la semilla.
Mucha gente responde negativamente en una de tres formas posibles al mensaje de Jesús.
Algunos oyen … la palabra con un corazón duro e indiferente. Satanás (como las aves) viene
… en seguida (euthys; cf. 1:10) y la quita. De hecho, no hubo respuesta.
Otros oyen la palabra con una profesión de aceptación rápida (“al momento”, euthys),
entusiasta pero superficial. Sin embargo, son de corta duración porque la palabra no tiene raíz
en ellos. Cuando viene (como el sol caliente) la tribulación (lit., “aflicciones”) o la
persecución por causa de la palabra, luego (euthys) tropiezan (skandalizontai, “se
ahuyentan”; cf. el comentario de 14:27). Se deja ver que su profesión no es genuina.
Otros oyen la palabra, pero están centrados en las preocupaciones y riquezas de esta vida.
Tres preocupaciones que compiten entre sí, los afanes de este siglo que distraen; el engaño
(seducción engañosa) de las riquezas; y las codicias de toda clase de otras cosas en vez de la
palabra, entran en su vida (como espinos que se multiplican). Estas cosas ahogan la palabra, la
cual se hace infructuosa (cf. 10:22); esto indica que no son verdaderos creyentes.
Pero por el contrario, otros oyen la palabra y la reciben (paradej̱ontai, “dan la bienvenida
para sí mismos”) y dan fruto espiritual. Estos son discípulos genuinos. En la cosecha futura
darán fruto en varias cantidades: a treinta, a sesenta, y a ciento (cf. 4:24–25 con Mt. 25:14–30;
Lc. 19: 11–27).
Proclamar las nuevas del reino de Dios es como sembrar semilla en varios tipos de tierra. En
la primera venida de Jesús y en la era presente, el reino de Dios se encuentra mayormente velado
debido a la oposición satánica y la incredulidad humana. Pero a pesar de esto, el gobierno de
Dios se manifiesta en aquellos que aceptan el mensaje de Jesús y su gobierno se manifiesta por
medio de la fructificación espiritual. Pero el reino de Dios será establecido abiertamente sobre la
tierra en la segunda venida de Jesús con una gloria que aún no se ha revelado (cf. Mr. 13:24–27).
Entonces habrá una cosecha abundante. De este modo, esta parábola dio a conocer el reino de
Dios tanto en su estado presente pero velado, así como en su estado futuro pero ampliamente
glorioso (cf. 1:14–15).
3. LA PARÁBOLA DE LA LÁMPARA Y LA MEDIDA (4:21–25)
(LC. 8:16–18; MT. 5:15 Y LC. 11:33; MT. 7:2 Y LC. 6:38; MT. 10:26 Y LC. 12:2; MT. 13:12;
25:29 Y LC. 19:26)
Jesús usó los dichos parabólicos de estos versículos en varias ocasiones (cf. las referencias de
arriba). Marcos los colocó aquí porque su mensaje reforzaba el de las parábolas del reino que
Jesús dijo y demostraban la necesidad de dar una respuesta adecuada a las mismas. Marcos
4:23–24a recuerdan los versículos 3 y 9 e indican que Marcos entendía que estas palabras eran
parte de la enseñanza parabólica de Jesús para todos (cf. vv. 26, 30) y no sólo como la
continuación de la enseñanza privada de Jesús a sus discípulos.
4:21–23. En esta parábola Jesús resaltó el hecho evidente por sí mismo de que una luz, una
mecha encendida en un recipiente pequeño de barro lleno de aceite, no tenía el propósito de ser
encendida para luego esconderla debajo de un almud (un recipiente para medir grano, como
solía hacerse a la hora de dormir), o debajo de una cama (lit., “sofá para comer”). Más bien, se
coloca sobre el candelero, donde da su luz. Luego explicó Jesús (gar, porque) que lo que está
oculto o escondido (durante la noche) habría de salir a luz (para usarse en el día). Esta historia
de la vida cotidiana transmitía una verdad espiritual si alguno quisiera aprender de ella.
4:24–25. Si una persona acepta la predicación de Jesús (cf. 1:15), Dios le dará parte en su
reino ahora y aun se le añadirá en la manifestación futura del reino (4:21–23). Pero si alguien
rechaza su palabra, esa persona sufre una pérdida absoluta porque aun la oportunidad que tiene
de participar en el reino ahora se le quitará algún día.

4. LA PARÁBOLA DE LA TIERRA QUE DA FRUTO POR SÍ MISMA (4:26–29)


Esta es la única parábola exclusiva de Marcos. Al igual que la de los tipos de tierra, presenta
un cuadro amplio de la venida del reino de Dios: siembra (v. 26), crecimiento (vv. 27–28) y
cosecha (v. 29), poniendo énfasis en la fase de crecimiento. Sólo una persona, el sembrador (que
no se identifica), aparece en las tres fases.
4:26. Las palabras iniciales de esta parábola podrían traducirse de la siguiente manera: “El
reino de Dios es como …”. En la primera fase, el sembrador echa semilla en la tierra.
4:27–28. En la segunda fase, el sembrador aparece pero no está activo. Después de sembrar
la semilla, la deja y se dedica a sus tareas de noche y … de día, sin preocuparse con ansiedad
por la semilla. Mientras tanto, ella germina, brota y crece sin que él sepa cómo ni lo pueda
explicar.
Lleva fruto la tierra, el cual se desarrolla hasta madurar en las etapas sucesivas. La tierra
hace esto de suyo (automatē; cf. el esp. “automático”). Esta palabra gr. clave (enfática por
posición) podría traducirse “sin causa visible”, con el matiz de “sin agencia humana” y de este
modo se refiere a la obra hecha por Dios (cf. situaciones similares en Jos. 6:5, Job 24:24; Hch.
12:10). Dios obra en la semilla que lleva vida, la cual cuando se planta en buena tierra, crece
paso a paso y produce grano sin la intervención humana.
4:29. El interés fundamental del sembrador está en la tercera fase, la cosecha. Cuando
(futuro) el fruto está maduro, en seguida (euthys; cf. 1:10) él mete la hoz (lit., “envía la hoz”,
una figura de lenguaje que tiene el sentido de “envía a los segadores”; cf. Jl. 3:13) porque la
siega ha llegado (parestēken, “está lista”).
Algunos intérpretes creen que esta parábola es un cuadro del evangelismo. Otros la entienden
en el sentido de que describe el crecimiento espiritual en el creyente. Aún otros la ven como un
cuadro de la venida del reino de Dios por medio de la misteriosa y soberana obra divina. Su
énfasis está en el crecimiento bajo la iniciativa de Dios en la fase intermedia, entre la
proclamación de Jesús (el humilde sembrador) y sus discípulos y la manifestación final del reino
por medio de Jesús (el poderoso segador). El tercer punto de vista es preferible a la luz de
Marcos 4:26a y el contexto total de las parábolas del reino (V. “Parábolas del reino en Mateo 13”
en el Apéndice, pág. 358).

5. LA PARÁBOLA DE LA SEMILLA DE MOSTAZA (4:30–32)


(MT. 13:31–32; LC. 13:18–19)
4:30–32. Esta parábola tiene una introducción elaborada que contiene una doble pregunta, la
cual afirma en esencia que el surgimiento del reino de Dios es similar a lo que ocurre con el
grano de mostaza (la mostaza negra común, sinapis nigra) después de que es sembrado en la
tierra. En la forma de pensar de los judíos su pequeño tamaño era proverbial, puesto que es la
más pequeña de todas las semillas que se siembran en el campo. Se necesitaba de 725 a 760
semillas de mostaza para dar el peso de un gramo (28 gramos equivalen a una onza). La mostaza
es una planta anual que, tras crecer de una semilla, se hace la mayor de todas las hortalizas (ta
lajana, “arbustos anuales de rápido crecimiento”) de Palestina, alcanzando una altura de 3.5 a 4.5
mts. en unas pocas semanas. Las aves del cielo (aves sin domesticar) se ven atraídas por sus
semillas y la sombra de sus grandes ramas (cf. TDNT, bajo “sinapi”, 7:287–91). Esta parábola
enfatiza el contraste entre la menor de las semillas que llega a ser el arbusto más alto. Contrasta
el comienzo insignificante, aun enigmático del reino de Dios, encarnado en la presencia de Jesús,
con la grandeza del resultado final que se ha de establecer en su segundo advenimiento, cuando
superará a todos los reinos de la tierra en poder y gloria.
La referencia a las aves quizá simplemente indica el tamaño sorprendente del resultado final.
O tal vez representa las fuerzas del mal (cf. v. 4), pero esto indicaría un desarrollo anormal del
reino de Dios. Probablemente se refiere a la incorporación de los gentiles en el programa del
reino de Dios (cf. Ez. 17:22–24; 31:6). Lo que Dios había prometido hacer (Ez. 17), lo comenzó
a hacer con la misión de Jesús. (Sin embargo, el reino no ha de identificarse con la iglesia; cf. el
comentario de Mr. 1:15.)

6. RESUMEN CONCLUSIVO (4:33–34)


4:33–34. Estos vv. resumen el propósito y perspectiva de la enseñanza de Jesús por parábolas
(cf. vv. 11–12). Su práctica era hablar la palabra (cf. 1:15) a las multitudes así como a los
discípulos por medio de parábolas que se adaptaban a su nivel de comprensión.
Debido a conceptos equivocados acerca del reino de Dios, Jesús no les enseñaba sin
parábolas (en lenguaje figurado). Aunque a sus discípulos en particular (en privado; kat’
idian; cf. 6:31–32; 7:33; 9:2, 28; 13:3) les declaraba todo sobre su misión en lo relacionado con
el reino de Dios. Esta doble perspectiva, ilustrada en el capítulo 4, se toma por sentada a través
del resto del evangelio.

E. Los milagros de Jesús demuestran su poder soberano (4:35–5:43)


La selección de parábolas que Marcos hizo, es seguida por una serie de milagros que indican
que lo que Jesús hacía (sus obras) autenticaba lo que él decía (sus palabras). Ambas cosas se
relacionan con la presencia del gobierno (reino) soberano de Dios en Jesús.
Con sólo tres excepciones, Marcos coloca todos los milagros que relató antes de 8:27. (cf.
“Milagros de Jesús” en el Apéndice, pág. 370). Esto lo hizo para resaltar el hecho de que Jesús
no habló a sus discípulos acerca de su próxima muerte y resurrección sino hasta que lo
reconocieron abiertamente como el Mesías que venía de Dios.
Esta sección contiene cuatro milagros que claramente muestran la autoridad soberana de
Jesús sobre varios poderes hostiles: una tormenta en el mar (4:35–41); una posesión demoniaca
(5:1–20); una enfermedad incurable (5:25–34) y la muerte (5:21–24, 35–43).

1. CALMA LA TORMENTA EN EL LAGO (4:35–41)


(MT. 8:23–27; LC. 8:22–25)
4:35–37. Los vívidos detalles de este pasaje indican que Marcos relató el evento basado en el
informe de un testigo ocular, probablemente Pedro. Aquel día, cuando llegó la noche después
de enseñar en el lago (cf. v. 1), Jesús tomó la iniciativa y decidió cruzar al otro lado (el lado
oriental) del mar de Galilea con sus doce discípulos. Aunque no se dice, Jesús posiblemente
deseaba tener algún alivio de las multitudes y descansar. Tal vez también buscaba una nueva
esfera de ministerio (cf. 1:38). Aun así, otras barcas, que llevaban a los que querían permanecer
con Jesús, se le unieron.
Sus discípulos, de los cuales varios eran pescadores experimentados, se hicieron cargo del
viaje. Las palabras: como estaba, se refieren a 4:1 y relacionan la enseñanza de Jesús en una
barca con su obra milagrosa en la barca (cf. como lo llaman los discípulos, “Maestro”, v. 38).
El viaje fue interrumpido por una repentina gran tempestad, lo que era común en ese lago
rodeado de montañas altas y valles angostos que hacían las veces de túneles de viento. Una
tormenta por la tarde era especialmente peligrosa, y en esta ocasión las turbulentas olas caían
sobre (lit., “se mantenían derramándose dentro de”) la barca, de tal manera que ya se anegaba.
4:38–39. Exhausto por causa de un día repleto de enseñanzas, Jesús estaba durmiendo … en
la popa, sobre el cabezal de cuero de un marinero. Los espantados discípulos le despertaron
con un grito de reproche (cf. 5:31; 6:37; 8:4, 32) por su aparente indiferencia ante la situación.
Aunque lo llamaron Maestro (la palabra gr. para la hebr. rabbi), ellos todavía no entendían su
enseñanza.
Jesús reprendió (lit., “ordenó”; cf. 1:25) al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece (sé
amordazado) y quédate así (ese es el significado del tiempo perf. en gr., pefimōso). El verbo
“enmudece” se usaba casi como un término técnico para desposeer a un demonio de su poder (cf.
1:25) y quizá sugiere que Jesús reconoció que había ciertos poderes demoniacos detrás de la
feroz tormenta. Pero a su mandato el viento cesó y se hizo grande bonanza en el mar.
4:40–41. Jesús reprendió a sus discípulos por estar amedrentados (deiloi, “con temor
cobarde”) ante la crisis. A pesar de la enseñanza del Señor (vv. 11, 34) todavía no comprendían
que la autoridad y poder de Dios estaban presentes en Jesús. Esto es lo que él tenía en mente al
hacer su segunda pregunta: ¿Cómo no tenéis fe? (cf. 7:18; 8:17–21, 33; 9:19).
Al calmar la tormenta, Jesús asumió la autoridad que sólo Dios utilizaba en el A.T. (cf. Sal.
89:8–9; 104:5–9; 106:8–9; 107:23–32). Por eso los discípulos temieron con gran temor cuando
vieron que aun las fuerzas de la naturaleza le obedecen. El vb. “temieron” (de fobeomai, “tener
terror”; cf. deilos, “temor cobarde”, en Marcos 4:40) se refiere a una reverencia que sobrecoge a
la gente en presencia de un poder sobrenatural (cf. 16:8). Sin embargo, la pregunta que hicieron
entre sí: ¿Quién es éste?, indica que no comprendían del todo el significado de lo que
observaban.
2. SANIDAD DEL ENDEMONIADO GADARENO (5:1–20)
(MT. 8:28–34; LC 8:26–39)
a. Descripción del endemoniado (5:1–5)
5:1. Jesús y sus discípulos vinieron al lado oriental del mar (de Galilea) a la región de los
gadarenos. Los mss. griegos están divididos en cuanto a cuál es el lugar preciso en cuestión,
pues citan tres nombres: gadarenos (cf. Mt. 8:28), gergesenos (de Orígenes) y gerasenos. (V. el
comentario de Lc. 8:26). La evidencia confiable favorece el nombre gerasenos (cf. NVI), que
probablemente se refiere a un pequeño pueblo llamado Gersa (la moderna Kersa) localizado en la
orilla oriental del lago. La mayoría de sus habitantes era gentil (cf. Mr. 5:11, 19).
5:2–5. Los vívidos detalles de todo este relato reflejan tanto el informe de un testigo ocular
como el de la gente del pueblo que había estado familiarizada por largo tiempo con este
endemoniado. Tan pronto (en seguida, euthys; cf. 1:10) salió Jesús de la barca, encontró a un
hombre con espíritu inmundo (cf. 5:8, 13 con 1:23) de (ek, “fuera de”) los sepulcros. Estos
eran probablemente espacios en forma de cueva hechos en la roca de las montañas cercanas y
que servían de sepulcros y algunas veces como guarida de gente demente. Mateo mencionó
“endemoniados”, mientras que Marcos y Lucas enfocaron su atención en uno, probablemente el
peor caso.
Marcos 5:3–5 describe elaboradamente su condición patética. Tenía su morada en los
sepulcros (era despreciado); era incontrolable porque nadie lo podía dominar (de damazō,
“domar un animal salvaje”), ni con grillos para los pies o cadenas para las manos. De día y de
noche, andaba gritando salvajemente e hiriéndose con piedras puntiagudas, tal vez practicando
alguna forma demoniaca de adoración.
Tal conducta muestra que la posesión demoniaca no es una mera enfermedad o locura, sino
un desesperado intento satánico de distorsionar y destruir la imagen de Dios en el hombre (cf.
TDNT, bajo “daimōn”, 2:18–19).

b. El mandato al demonio (5:6–10)


5:6–7. La breve declaración del encuentro de Jesús con el endemoniado (v. 2) se relata ahora
con más detalle. Tres cosas indican que el demonio que estaba poseyendo a ese hombre, estaba
completamente consciente del origen divino y poder superior de Jesús: se arrodilló ante él (en
reconocimiento, no en adoración); usó el nombre divino de Jesús en un intento de obtener control
sobre él (cf. 1:24); y con descaro le pidió a Jesús que no lo castigara. Las palabras Dios Altísimo
eran usadas a menudo en el A.T. por parte de los gentiles, para referirse a la superioridad del
verdadero Dios de Israel sobre todos los dioses hechos por los hombres (cf. Gn. 14:18–24; Nm.
24:16; Is. 14:14; Dn. 3:26; 4:2; cf. el comentario en Mr. 1:23–24).
La súplica que hizo: Te conjuro por Dios, era usada en los exorcismos. El demonio no
quería que Jesús lo atormentara enviándolo a su castigo final en ese momento (cf. 1:24; Mt. 8:29;
Lc. 8:31).
5:8. Este v. es un breve comentario explicativo (gar, porque) de Marcos (cf. 6:52). Jesús le
decía, al demonio, que dejara a aquel hombre. A través de esta sección se ve el intercambio entre
la personalidad del hombre y el demonio que lo poseía.
5:9–10. Estos vv. retoman la conversación del v. 7. El demonio dijo: Legión me llamo;
porque somos muchos. Muchos poderes malignos controlaban al endemoniado y lo sometían a
intensa opresión. Lo atormentaban como una fuerza combinada bajo el liderazgo de un demonio,
su vocero. Esto explica el cambio del sing. (“me llamo”) al pl. (“somos”). Repetidamente, el
demonio líder rogaba mucho a Jesús que no los enviase fuera de aquella región (cf. v. 1) a un
exilio solitario donde no podrían atormentar a la gente.
El término latino “legión”, comúnmente usado en Palestina, denotaba a un regimiento de
unos 6,000 soldados del ejército romano, aunque probablemente también se refería a un número
grande (cf. v. 15). Para la gente que se encontraba bajo el dominio romano, la palabra sin duda
indicaba una gran fuerza y opresión.
c. La pérdida del hato de cerdos (5:11–13)
5:11. Los judíos consideraban a los cerdos como animales “inmundos” (cf. Lv. 11:7). Pero
los granjeros del lado oriental del mar de Galilea, con su predominante población gentil, criaban
cerdos para los mercados de carne de Decápolis, “las diez ciudades” de aquella región (cf. Mr.
5:20).
5:12–13. Los demonios (cf. v. 9) específicamente le rogaron a Jesús que los enviara a (eis,
que aquí indica movimiento hacia) los cerdos para que pudieran entrar en ellos como sus nuevos
anfitriones. Los demonios sabían que estaban sujetos al mandato de Jesús e hicieron esta
apelación en un intento desesperado de evitar que los consignara a un estado incorpóreo hasta el
juicio final.
Jesús les dio permiso de hacerlo. Cuando los demonios dejaron a aquel hombre y entraron
en los cerdos, todo el hato, de como dos mil cerdos, se precipitó en el mar por un
despeñadero, y en el mar se ahogaron (lit., “uno tras otro se ahogaban a sí mismos”). El “mar”
tal vez simbolizaba al reino satánico.
d. El ruego de la gente del pueblo (5:14–17)
5:14–15. Los pastores que apacentaban los cerdos huyeron con temor y dieron aviso de
este hecho sorprendente en la ciudad (probablemente Gersa; cf. v. 1) y en los campos de
alrededor. El informe era tan inverosímil que muchos salieron a investigar el asunto por sí
mismos. Vieron al que antes había estado endemoniado sentado, vestido (cf. Lc. 8:27) y en su
juicio cabal, dueño de sí mismo y en pleno uso de razón (contrástese con Mr. 5:3–5). Tan
completa fue la transformación, que las personas del pueblo tuvieron miedo (se aterrorizaron;
cf. 4:41).
5:16–17. Los pastores (y tal vez los discípulos) relataron lo que había acontecido al hombre
y lo de los cerdos, un detalle que Marcos enfatizó para mostrar que esta pérdida económica (no
el hombre) era la mayor preocupación de la gente. El resultado fue que aquellas personas
comenzaron a rogarle a Jesús que se fuera. Aparentemente temían tener mayores pérdidas si se
quedaba. No existe otro relato que diga que Jesús haya vuelto a esta área.
e. La petición del hombre restaurado (5:18–20)
5:18–20. A diferencia de los habitantes locales (cf. v. 17), el que había estado
endemoniado le rogaba (parekalei, la misma palabra usada por el demonio, v. 10) que le dejase
estar con él. Los milagros de Jesús ahuyentaban a algunos (vv. 15–17) y atraían a otros (vv.
18–20).
Las palabras “estar con él” (lit., “para que estuviesen con él”) recuerdan una cláusula similar
en 3:14, que describe uno de los propósitos para los cuales Jesús llamó a los doce. Es en este
sentido que Jesús rechazó la petición de aquel hombre.
Jesús … le dijo que se fuera a su casa (su familia inmediata) y a los suyos (su pueblo), de
quienes había estado alejado y que les contara todo lo que el Señor, el Dios Altísimo (cf. 5:7; Lc.
8:39), había hecho por él y cómo había tenido misericordia de él. Aquel hombre obedeció y
comenzó a publicar (cf. Mr. 1:4, 14) en Decápolis (la unión de diez ciudades griegas, salvo
una, que se encontraban al oriente del Jordán) las cosas maravillosas que había hecho Jesús (cf.
“Señor”, 5:19) por él. Quienes lo oían se maravillaban (ethaumazon, cf. “asombrarse”; 6:6a;
12:17; 15:5, 44).
Puesto que el hombre era gentil y su actividad de predicación se confinó a un área gentil,
donde el Señor no era bienvenido, Jesús no le hizo su acostumbrada prohibición de guardar
silencio (cf. 1:44; 5:43; 7:36).

3. LA MUJER CON HEMORRAGIA Y LA HIJA DE JAIRO (5:21–43)


(MT. 9:18–26; LC. 8:40–56)
Esta sección, al igual que Marcos 3:20–35, tiene una estructura de “emparedado”. El relato
de la resurrección de la hija de Jairo de entre los muertos (5:21–24, 35–43), se divide por el
incidente de la mujer con hemorragia (5:25–34). Lo que pareció ser un atraso desastroso por
haber sanado a la mujer, realmente aseguró la restauración de la hija de Jairo. Providencialmente,
los eventos fueron puestos en este orden para probar y fortalecer la fe de Jairo.
a. La petición fervorosa de Jairo (5:21–24)
(Mt. 9:18–19; Lc. 8:40–42)
5:21–24. Jesús y sus discípulos volvieron a la otra orilla (la orilla occidental) del mar de
Galilea, probablemente a Capernaum. Como había ocurrido antes en esta área, se reunió
alrededor de Jesús una gran multitud mientras él estaba todavía junto al mar.
En esa ocasión, Jairo … vino a Jesús. Por ser uno de los principales de la sinagoga, era un
laico responsable de la administración física del edificio y de los servicios de adoración. Era un
líder respetado en la comunidad. Es evidente que no todos los líderes religiosos mostraban
hostilidad hacia Jesús.
La pequeña (y única, Lc. 8:42) hija de Jairo estaba agonizando (lit., “estaba al punto de la
muerte”). El tratamiento breve que Mateo hace en gr. de este evento (135 palabras, mientras que
Marcos usó 374) aclara su afirmación de que la niña ya había muerto (Mt. 9:18). Humildemente,
Jairo rogaba mucho a Jesús que viniera y pusiera sus manos sobre ella para que fuera salva
(es decir, que fuera librada de la muerte física) y viviera. La práctica de “poner las manos” para
sanar simbolizaba la transferencia de vitalidad a un receptor necesitado; popularmente se la
asociaba con las sanidades que Jesús hacía (cf. 6:5; 7:32; 8:23, 25). Jairo probablemente sabía
acerca del poder de Jesús por haber tenido contactos previos con él (cf. 1:21–28) y tenía
confianza en que él podría sanar a su hija.
Mientras Jesús iba con Jairo, los seguía una gran multitud, y le apretaban (“estrujaban”,
de synthlibō; cf. v. 31).
b. La sanidad de la mujer con hemorragia (5:25–34)
(Mt. 9:20–22; Lc. 8:43–48)
5:25–27. Una mujer anónima, que se encontraba en una condición incurable, se unió a la
multitud. Desde hacía doce años (cf. v. 42) padecía de (lit., “estaba en”) flujo de sangre. Esto
pudo haber sido un desorden menstrual crónico o una hemorragia uterina. Su condición la hacía
ritualmente inmunda (cf. Lv. 15:25–27) y la excluía de tener relaciones sociales normales, pues
cualquiera que entrara en contacto con ella quedaría “inmundo”.
Ella había sufrido mucho a causa de varios tratamientos que muchos médicos le habían
dado. Había gastado todo lo que tenía en un intento desesperado de recuperarse. Nada había
hecho efecto; por cierto, su condición iba de mal en peor.
Pero puesto que había oído hablar del poder sanador de Jesús (lo que hizo que su fe
creciera), vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto (vestido exterior). Ella hizo
esto a pesar de su “inmundicia” y con el deseo de evitar una manifestación pública de su mal,
que le causaría vergüenza.
5:28. Ella se decía a sí misma que si tocaba tan solamente su manto, sería salva y luego
podría escurrirse sin ser observada. Tal vez su fe estaba mezclada con una noción popular de que
un sanador tenía poder en sus ropas, o quizá conocía a alguien que había sido sanado de esta
manera (cf. 3:10; 6:56).
5:29. Cuando la mujer tocó el vestido de Jesús, en seguida (euthys; cf. 1:10) la fuente de su
sangre se secó; y sintió (lit., “supo”, de ginōskō, “conocer por experiencia”; cf. 5:30) por una
sensación física en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. La sanidad ocurrió sin
participación evidente de Jesús.
5:30. Luego (euthys) Jesús, supo (de epiginōskō, “conocer totalmente”; cf. v. 29) en sí
mismo el poder que había salido de él o, más literalmente, “el poder de él (ek, “fuera de”; en
virtud de quien él es) que había salido”.
Esta rara expresión se ha interpretado de dos formas. Un punto de vista sostiene que Dios el
Padre sanó a la mujer y Jesús no estuvo consciente de ello hasta después. El otro punto de vista
es que Jesús mismo, deseando honrar la fe de la mujer, de buena gana extendió su poder sanador
a ella. El segundo punto de vista es más congruente con el ministerio sanador de Jesús. El poder
no salió de él sin su conocimiento y voluntad. Sin embargo, él lo ejerció sólo con autorización
del Padre (cf. 13:32). El toque del vestido no tuvo ningún efecto mágico.
Consciente de cómo había ocurrido el milagro, Jesús volviéndose … dijo: ¿Quién ha tocado
mis vestidos? Él quería establecer una relación con la persona sanada que estuviera libre de
nociones mágicas.
5:31–32. La pregunta de Jesús pareció absurda a sus discípulos (los doce; cf. Lc. 8:45)
porque la muchedumbre estaba apretando (de synthlibō, cf. Mr. 5:24) y la multitud lo estaba
tocando. Esto enfatizó la habilidad de Jesús para distinguir entre el toque de alguien que con fe
esperaba liberación, del toque inadvertido de los que lo apretaban. Había, y todavía hay, una gran
diferencia entre los dos. Así que Jesús miraba alrededor (perieblepeto; “miraba
penetrantemente”; cf. 3:5, 34) a la gente que lo rodeaba para ver quién lo había tocado de esta
manera.
5:33–34. Entonces la mujer, la única que comprendió la pregunta de Jesús, vino
humildemente, y temiendo (de fobeomai, “tener respeto, reverenciar”; cf. 4:41) y temblando
porque sabía lo que en ella había sido hecho, con valor y gratitud le dijo todo a Jesús.
El título afectivo Hija (la única vez que Jesús lo usó) indica su nueva relación con Jesús (cf.
3:33–35). Jesús atribuyó su sanidad a su fe y no al toque de su vestido. Su fe la hizo salva (lit.,
“le libró”; cf. 5:28; 10:52) porque la llevó a buscar sanidad de Jesús. La fe, una confianza
completa, deriva su valor no de quien la expresa, sino del objeto en el cual descansa (cf. 10: 52;
11:22).
Jesús dijo: Vé en paz, y queda sana de tu azote (cf. 5:29). Esto le aseguró a ella que su
sanidad era completa y permanente. Durante doce años había vivido en la más extrema necesidad
por su enfermedad incurable y por el aislamiento socio-religioso; en verdad, había sido una
persona “muerta” en vida. Su restauración a la plenitud de vida fue un anticipo dramático de la
resurrección de la hija de Jairo, quien había muerto después de vivir doce años.
c. La resurrección de la hija de Jairo (5:35–43)
(Mt. 9:23–26; Lc. 8:49–56)
5:35–36. El atraso (cf. vv. 22–24) causado por la sanidad de la mujer (vv. 25–34) fue una
prueba severa para la fe de Jairo. Sus temores de que su hija muriera antes de que Jesús llegara
allá, fueron confirmados por la noticia de unos (amigos y familiares no identificados) que
vinieron de su casa, diciendo que la niña había muerto. Ellos concluyeron que su muerte ponía
fin a cualquier esperanza de que Jesús lo ayudara, así que sugirieron que era inútil molestar (lit.,
“perturbar”) más al Maestro (cf. 4:38).
Jesús alcanzó a oír el mensaje, pero se rehusó a aceptar las implicaciones del mismo. Este es
el sentido del vb. traducido luego que oyó (parakousas), que significa “rehusarse a oír” (cf. Mt.
18:17). Los imper. en tiempo pres. de las palabras de aliento de Jesús a Jairo podrían traducirse
de la siguiente manera: “Deja de tener miedo (es decir, con incredulidad); sólo sigue creyendo”.
Él ya había ejercido fe al venir a Jesús, y había visto la relación entre la fe y el poder del Señor
(Mr. 5:25–34); ahora se le exhortaba a creer en que Jesús podía restaurar a su hija muerta.
5:37–40a. Incluyendo a Jairo, Jesús sólo permitió que tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan,
lo acompañaran a la casa como testigos (cf. Dt. 17:6). Estos tres discípulos sirvieron aquí como
testigos legales en anticipación a la resurrección de Jesús, luego en la transfiguración (Mr. 9:2), y
en Getsemaní (14:33).
En la casa ya había comenzado el elaborado ritual de la lamentación judía. El alboroto
(thorybon, “un tumulto”) incluía la actividad de plañideras pagadas (cf. Jer. 9:17; Am. 5:16), así
como el llanto y el lamento antifonal.
Jesús entró a la casa y reprendió a las plañideras porque les dijo que la niña no estaba
muerta, sino dormía. ¿Quería Jesús decir con esto que sólo se encontraba en coma? Los amigos
y los parientes (cf. Mr. 5:35), así como las plañideras profesionales se burlaban con sarcasmo de
sus palabras, porque sabían que ella estaba muerta (cf. Lc. 8:53). ¿Estaba Jesús describiendo la
muerte simplemente como un sueño, dando a entender con esto que hay un estado de “sueño”
entre la muerte y la resurrección? Esto no tiene apoyo en ningún lado del N.T. (cf. Lc. 23:42–43;
2 Co. 5:6–8; Fil. 1:23–24). Probablemente lo que Jesús quiso decir fue que en este caso la muerte
era como el sueño. Desde el punto de vista de los deudos, la muerte de la niña llegaría a ser como
“un sueño” del cual ella despertaría. Su deceso no era definitivo ni irrevocable (cf. Lc. 8:55; Jn.
11:11–14).
5:40b–42. Después de que echó fuera a todos los que estaban velando a la muerta, Jesús
tomó a los padres de la niña, y a los tres discípulos (cf. v. 37) con él, y entró al cuarto de la
niña. Luego la tomó de la mano y dijo las palabras arameas: Talita, cumi. Esto era un mandato,
no una fórmula mágica. Marcos lo tradujo para sus lectores que hablaban griego: Niña …
levántate, agregando la cláusula a ti te digo para enfatizar la autoridad de Jesús sobre la muerte.
Puesto que los galileos eran bilingües, Jesús hablaba arameo, su lengua materna, un idioma
semítico relacionado con el hebreo, así como griego, la lingua franca del mundo grecorromano.
Probablemente también usaba el hebreo.
Al mandato de Jesús, luego (euthys; cf. 1:10) la niña se levantó y comenzó a caminar
alrededor pues (gar), explicó Marcos, tenía doce años. Los padres y los tres discípulos se
espantaron grandemente (de existēmi, lit., “quedaron fuera de sí con gran asombro”; cf. 2:12;
6:51).
5:43. Jesús dio luego dos órdenes. La primera fue una prohibición estricta de que no dijeran
nada. Jesús no quería que el milagro atrajera a la gente hacia él por motivos equivocados (cf. el
comentario de 1:43–45).
El segundo mandato, que se le diese de comer a la niña, mostró su compasión y también
confirmó que ella había sido restaurada a la buena salud. Su cuerpo había sido resucitado y
vuelto a la vida natural, pero todavía estaba sujeto a la muerte, por lo que necesitaba ser
sustentado con alimentos. Esto contrasta con el cuerpo resucitado (cf. 1 Co. 15:35–37).

F. Conclusión: Rechazo de Jesús en Nazaret (6:1–6a)


(Mt. 13:53–58)
6:1. Desde Capernaum Jesús anduvo unos 32 kms. hacia el suroeste para ir a su tierra,
Nazaret (cf. 1:9, 24), donde había vivido y ministrado previamente (cf. Lc. 4:16–30). Le seguían
sus discípulos, a la manera de un maestro (rabí) rodeado de sus alumnos. Esta fue una misión
pública y estaba preparando a sus discípulos, por medio del ejemplo, para sus propias misiones
(cf. Mr. 6:7–13).
6:2–3. En el día de reposo … enseñó en la sinagoga (cf. 1:21), probablemente exponiendo
la ley y los profetas. Muchos … se admiraban (exeplēssonto, “maravillaban, quedaban fuera de
sí, abrumados”; cf. 1:22; 7:37; 10:26; 11:18) de su enseñanza.
Pero algunos hacían preguntas con desdén acerca del origen de (a) estas cosas, es decir, su
enseñanza, (b) la sabiduría … que le había sido dada (lit., “a éste”), y (c) su poder para hacer
milagros en otros lados (cf. 6:5). Sólo dos respuestas eran posibles: Su fuente era Dios, o
Satanás (cf. 3:22).
A pesar de sus impresionantes palabras y obras, Jesús era muy común y corriente para ellos.
La pregunta despreciativa: ¿No es éste el carpintero? implicaba lo siguiente: “Él es un obrero
común como el resto de nosotros”. Toda su familia inmediata, madre, hermanos y hermanas, era
conocida por la gente del pueblo y eran comunes y corrientes. La frase hijo de María también
era despectiva, puesto que a un hombre no se lo describía como el hijo de su madre según la
costumbre judía, aun si ella era viuda, salvo como un insulto (cf. Jue. 11:1–2; Jn. 8:41; 9:29). Sus
palabras, insultos calculados, también sugerían que sabían que había habido algo poco común en
el nacimiento de Jesús. Sus hermanos y hermanas (cf. Mr. 3:31–35) eran con la mayor
probabilidad los hijos de José y María, nacidos después del nacimiento de Jesús, y no los hijos de
un matrimonio previo de José, ni los primos de Jesús. Jacobo (o Santiago) llegó a ser líder de la
iglesia primitiva en Jerusalén (cf. Hch. 15:13–21), y es el autor de la Epístola de Santiago (Stg.
1:1). Judas es probablemente el autor de la epístola de Judas (Jud. 1). No se sabe nada más de
José y Simón o sus hermanas. Tal vez José (el esposo de su madre María) no fue mencionado
porque ya había muerto.
Puesto que la gente del pueblo no podía dar una explicación de Jesús, se escandalizaban (de
skandalizomai, “tener tropiezo, ser ahuyentado”; cf. el comentario de Mr. 14:27) de él, sin
encontrar razón para creer que fuera el Ungido de Dios.
6:4. Jesús respondió a su rechazo con el proverbio de que un profeta no es apreciado en su
propia tierra. Él era como un profeta del A.T. (cf. v. 15; 8:28), cuyas palabras a menudo eran
rechazadas, y quien era deshonrado mayormente por quienes lo conocían mejor (cf. 6:17–29).
6:5–6a. Debido a esta incredulidad persistente, Jesús no pudo hacer allí ningún milagro,
salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos (cf. 5:23). No había
límite para su poder, pero su propósito era realizar milagros en presencia de la fe. Aquí sólo unos
pocos tuvieron fe para venir a él buscando sanidad.
Aun Jesús estaba asombrado (ethaumasen; cf. 5:20; 12:17; 15:5, 44) a causa de la
incredulidad de ellos, es decir, la falta de voluntad de ellos para creer que su sabiduría y poder
venían de Dios. Hasta donde se sabe, Jesús nunca volvió a Nazaret.
La gente de Nazaret representa la ceguera de Israel. Su negación a creer en Jesús fue un
cuadro de lo que los discípulos pronto experimentarían (cf. 6:7–13), y lo que los lectores de
Marcos (entonces y ahora) experimentarían en el avance del evangelio.
V. Ministerio de Jesús en, y másallá de Galilea (6:6b–8:30)
La tercera sección principal del evangelio de Marcos comienza estructuralmente igual que las
primeras dos (cf. 6:6b con 1:14–15 y 3:7–12; 6:7–34 con 1:16–20 y 3:13–19), pero concluye con
la confesión de Pedro de que Jesús es el Mesías (8:27–30), en vez de que con una declaración de
rechazo (cf. 3:6; 6:1–6a). Durante esta fase de su ministerio, Jesús dedicó más atención a sus
discípulos. A la luz de la oposición, él les reveló, tanto por palabra como por obras, quién era él
realmente. La mayor parte de ese tiempo lo pasó fuera de Galilea.

A. Resumen introductorio: El tercer viaje de Jesús mientras enseñaba en Galilea (6:6b)


(Mt. 9:35–38)
6:6b. Esta afirmación resume el tercer viaje de Jesús en Galilea (para el primero, cf. 1:35–39;
Marcos no mencionó el segundo, cf. Lc. 8:1–3). A pesar del rechazo que tuvo en Nazaret, Jesús
recorría las aldeas de alrededor, enseñando (cf. Mr. 1:21). Esto preparó el escenario para la
misión de los doce.

B. El envío de los doce y muerte de Juan el Bautista (6:7–31)


Esta sección tiene una estructura de “emparedado” (cf. 3:20–35; 5:21–43). La narración de la
misión de los doce (6:7–13, 30–31) está dividida por el relato de la muerte de Juan el Bautista
(6:14–29). Esto indica que la muerte de Juan el mensajero no silenció su mensaje. La muerte del
precursor prefiguraba la de Jesús. Y el mensaje de Jesús todavía sería proclamado por sus
seguidores.

1. MISIÓN DE LOS DOCE (6:7–13)


(MT. 10:1, 5–15; LC. 9:1–6)
6:7. Para extender su ministerio durante este viaje por Galilea, Jesús envió (de apostellō; cf.
3:14; 6:30) a los doce … de dos en dos, algo común en aquellos días por razones prácticas y
legales (cf. 11:1; 14:13; Jn. 8:17; Dt. 17:6; 19:15).
Los doce eran sus representantes autorizados en conformidad con el concepto judío de š
e
lûm, es decir, el representante (šâlîa) de alguien era considerado como él mismo (cf. Mt. 10:40
y TDNT, bajo “apostolos”, 1:413–27). Ellos tenían que cumplir una comisión especial y traer de
vuelta un informe (cf. Mr. 6:30); así que las instrucciones poco usuales de Jesús (vv. 8–11)
tenían que ver sólo con esa misión en particular. Él les dio autoridad (exousian; el “derecho” y
el “poder”; cf. 2:10; 3:15) sobre los espíritus inmundos. Este poder para exorcizar a los
demonios (cf. 1:26) autenticaría su predicación (cf. 6:13; 1:15).
6:8–9. La urgencia de su misión requería que viajaran con poco equipaje. Debían llevar un
bordón (rhabdon, “bastón”) y calzar sandalias (calzado común). Pero no debían llevar alforja
(probablemente una bolsa de viajero para provisiones, y no la bolsa de un mendigo), ni pan
(comida), ni dinero (pequeñas monedas de cobre fáciles de llevar en el cinto de sus ropas), ni
túnica extra, es decir, ropa interior adicional usada para cubrirse en la noche. Ellos debían
depender de Dios para la provisión del alimento y del abrigo por medio de la hospitalidad de las
familias judías.
Las dos concesiones hechas de un bordón y de sandalias son únicas de Marcos. Ambos
fueron prohibidos en Mateo 10:9–10, y el bordón en Lucas 9:3. Mateo usó el vb. ktaomai
(“procurar, adquirir”), en vez de airō (“llevar”); así que los discípulos no debían adquirir
bordones o sandalias adicionales, sino usar las que ya tenían. Tanto Marcos como Lucas usaron
airō, “tomar o llevar consigo”. Pero Lucas dice: “No toméis nada para el camino, ni bordón
(rhabdon)”, refiriéndose posiblemente a un bordón adicional; mientras que Marcos dice: “que no
llevasen nada para el camino … sino solamente un bordón (rhabdon)”, refiriéndose quizá al que
ya tenían en uso. Cada escritor enfatizó un aspecto diferente de las instrucciones de Jesús.
6:10–11. Dondequiera que los discípulos entraran como invitados en una casa, debían
quedarse allí, haciendo de esa casa su base de operaciones hasta que salieran de aquel lugar.
No debían abusar de la hospitalidad de mucha gente ni aceptar ofrecimientos más atractivos una
vez que se establecían.
También debían anticipar el rechazo. Si en algún lugar (casa, sinagoga, o aldea) no los
recibían ni oían su mensaje, debían salir de allí y sacudir el polvo … de sus pies. Los judíos
devotos hacían esto cuando dejaban un territorio gentil (extranjero) para mostrar que se estaban
desvinculando de él. Esto haría ver a los oyentes judíos que estaban actuando como paganos al
rechazar el mensaje de los discípulos.
Esto debía hacerse para testimonio (cf. 1:44; 13:9) contra los ciudadanos de esos lugares.
Se les advertía que la responsabilidad de los discípulos para con ellos se había cumplido y que
quienes rechazaban el mensaje tendrían que responder a Dios por sí mismos (cf. Hch. 13:51;
18:6). Sin duda esto haría que reflexionaran seriamente y tal vez que algunos se arrepintieran. La
declaración de RVR60 tocante a Sodoma y Gomorra no está en los mss. griegos más tempranos
del texto de Marcos (cf. Mt. 10:15)
6:12–13. Los doce obedientemente predicaban el arrepentimiento (cf. 1:4, 14–15), echaban
fuera muchos demonios (cf. 1:32–34, 39) y sanaban a muchos enfermos (cf. 3:10). Como
representantes de Jesús (cf. 6:7; 9:37), aprendieron que el poder del Señor se extendía más allá
de su presencia personal. La misión que estaban desarrollando mostraba la venida del reino de
Dios (cf. 1:15).
El ungir a los enfermos con aceite es algo exclusivo de Marcos. Este uso del aceite de oliva
se debía tanto a sus propiedades medicinales (cf. Lc. 10:34; Stg. 5:14) como a su valor
simbólico, que indicaba que los discípulos actuaban por la autoridad y el poder de Jesús, no el
suyo propio.

2. DECAPITACIÓN DE JUAN EL BAUTISTA (6:14–29)


(MT. 14:1–12; LC. 3:19–20; 9:7–9)
a. Explicaciones populares de la identidad de Jesús (6:14–16)
6:14–16. La actividad milagrosa de Jesús y de los doce por toda Galilea llamó la atención de
Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande (V. “Herodes el Grande y sus descendientes” en el
Apéndice, pág. 368). Herodes Antipas fue tetrarca (gobernante de la cuarta parte del reino de su
padre) de Galilea y Perea bajo el escudo de Roma desde el 4 a.C. hasta el 39 d.C. (cf. Mt. 14:1;
Lc. 3:19; 9:7). Oficialmente no fue rey, pero el uso que Marcos hace del título probablemente
refleja la costumbre local, a la luz de las ambiciones codiciosas de Herodes.
Marcos 6:14b–15 presenta tres opiniones que trataban de explicar los poderes milagrosos de
Jesús; él era (a) Juan el Bautista (cf. 1:4–9) resucitado de los muertos, (b) Elías (cf. Mal. 3:1;
4:5–6), o (c) un profeta, que seguía la línea de los profetas de Israel.
A pesar de otras opiniones, Herodes, atribulado por su conciencia culpable, tenía la
convicción de que Jesús era el hombre que él había decapitado. Herodes creía que Juan el
Bautista había resucitado de los muertos y estaba usando poderes milagrosos. Marcos 6:17–29
explican el v. 16 en “retrospectiva”.
b. Retrospectiva: la ejecución de Juan el Bautista (6:17–29)
Marcos incluyó esta sección no sólo para completar 1:14 y clarificar aun más 6:16, sino
también para proveer una “narración de la pasión” del precursor de Jesús, que prefigurara y fuera
paralela con los sufrimientos y muerte de Jesús mismo. Marcos se enfocó en lo que Herodes y
Herodías hicieron a Juan. Tal vez incluyó tantos detalles con el propósito de trazar un paralelo
con el conflicto Elías-Jezabel, puesto que Jesús identificó más adelante a Juan como Elías
(9:11–13).
6:17–18. Marcos explicó (gar, porque) que el mismo Herodes había mandado que
prendieran a Juan. Según Josefo, la cárcel en que lo pusieron estaba en la fortaleza-palacio de
Maquero, cerca de la playa noreste del mar Muerto (V. Antigüedades de los Judíos, 18. 5. 2).
Herodes hizo esto por causa de Herodías, una mujer ambiciosa que era su segunda esposa.
Herodes se había casado primero con una hija del rey árabe Aretas IV. Luego se enamoró de su
sobrina Herodías (hija de su medio-hermano Aristóbulo), que había estado casada con Felipe,
medio-hermano (aquí hermano significa medio-hermano) de Herodes (y tío de Herodías; cf.
Josefo, Antigüedades de los Judíos 18. 5. 1–2). Habían tenido una hija, Salomé. Herodes se
divorció de su esposa para casarse con Herodías, la cual se había divorciado de Felipe (no el
Felipe de Lc. 3:1). Juan había denunciado repetidamente que este matrimonio era ilegal (cf. Lv.
18:16; 20:21).
6:19–20. La valiente censura de Juan hizo que Herodías se enojara y lo acechara (lit., “la
tenía contra él”). No satisfecha con el encarcelamiento de Juan, ella deseaba matarle, pero sus
planes se frustraron porque Herodes temía a Juan (tenía un temor supersticioso de él), porque
sabía que era varón justo y santo. Así que, guardaba a salvo a Juan de las intenciones asesinas
de Herodías manteniéndolo en prisión, un arreglo sutil.
A pesar de su inmoral estilo de vida, Herodes estaba fascinado con Juan. Sentía cierta
atracción por la predicación de Juan, pero lo dejaba muy perplejo. Las palabras “muy perplejo”
(polla ēporei) tienen buen apoyo de los manuscritos, y son preferibles por razones de contexto
que la lectura “hacía muchas cosas” (polla epoiei; cf. la nota al pie de NVI), la cual es una
lectura que quizá refleja un error de audición de los escribas, que copiaban el texto a medida que
se les leía. El conflicto de Herodes entre su pasión por Herodías y su respeto por Juan mostraba
su vacilante debilidad moral.
6:21–23. Finalmente (cf. v. 19), Herodías halló una oportunidad para llevar a cabo su trama
asesina. La ocasión fue la fiesta de … cumpleaños de Herodes, una lujosa celebración que
ofreció a sus príncipes (altos funcionarios en el gobierno civil) y tribunos y a los principales
(ciudadanos prominentes) de Galilea. Herodías deliberadamente envió (esto se implica de los vv.
24–25) a su hija, Salomé, al salón del banquete para danzar de una manera en que ganara la
aprobación de Herodes.
Salomé era una mujer joven de edad casadera (korasion, “muchacha”; cf. Est. 2:2, 9; Mr.
5:41–42), probablemente de unos 15 o 16 años. Su danza habilidosa y provocativa agradó a
Herodes y a los que estaban con él, y llevó a Herodes a hacerle un ofrecimiento ostentoso y
temerario para recompensarla. Arrogantemente le juró, prometiendo darle cualquier cosa que
ella quisiera (cf. Est. 5:6), lo cual incluía las palabras hasta la mitad de mi reino (cf. Est. 7:2).
Herodes realmente no tenía un “reino” que darle (cf. los comentarios en Mr. 6:14). Él usó un
dicho proverbial que expresaba generosidad, mismo que Salomé sabía que no debía tomar
literalmente (cf. 1 R. 13:8).
6:24–25. Cuando Salomé preguntó a su madre qué debía pedir, Herodías respondió con
presteza premeditada: La cabeza de Juan el Bautista. Ella quería una prueba de que estuviera
muerto. Entonces (euthys; cf. 1:10) Salomé entró prontamente de vuelta al rey, y le pidió su
macabro deseo. Demandó que el asunto fuera hecho ahora mismo (exautēs, “de una vez”), antes
de que Herodes pudiera encontrar una manera de evitarlo. Añadió las palabras en un plato,
motivada quizá por la ocasión festiva.
6:26–28. La petición de Salomé entristeció profundamente (cf. 14:34) a Herodes. Pero a
causa del juramento (considerado irrevocable) y para salvar su reputación delante de los que
estaban con él a la mesa (cf. 6:21) no tuvo el valor de desecharla. Así que, inmediatamente
(euthys) ordenó que se cumpliera con lo pedido.
Uno de la guardia (spekoulatora, palabra prestada del latín) decapitó a Juan en la cárcel de
la fortaleza, y trajo a Salomé su cabeza en un plato al salón del banquete. Ella, a su vez, se la
dio a Herodías (cf. 9:12–13). Juan había sido silenciado, pero su mensaje para Herodes todavía
quedaba en pie.
6:29. Cuando los discípulos (cf. Mt. 11:2–6) de Juan supieron de su muerte, vinieron …
tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un sepulcro.

3. EL REGRESO DE LOS DOCE (6:30–31)


(LC. 9:10A)
6:30–31. Los apóstoles (apostoloi, “delegados, mensajeros”) volvieron a Jesús,
probablemente en Capernaum por arreglo previo, y le contaron todo lo que habían hecho
(mencionaron sus “obras” primero) y lo que habían enseñado (sus “palabras”) en cumplimiento
de su comisión (cf. vv. 7–13). La designación “apóstoles” para los doce ocurre sólo dos veces en
Marcos (cf. 3:14). Se usa en un sentido no técnico para describir su función como misioneros (cf.
6:7–9; Hch. 14:14) y no para denotar un título oficial (cf. Ef. 2:19–20).
Jesús los llevó con él a un breve pero bien merecido descanso. Esto era necesario porque
eran muchos los que iban y venían, de manera que ni aun tenían tiempo para comer (cf.
Mr. 3:20). Ellos debían ir aparte (kat’ idian; cf. 4:34) a un lugar desierto (erēmon, “remoto”;
cf. 1:35, 45; 6:32).

C. Revelación que Jesús hace de sí mismo a los doce en palabray obra (6:32–8:26)
Esta sección resalta un período del ministerio de Jesús en que se alejó varias veces de Galilea
para ministrar en otros lados (cf. 6:31; 7:24, 31; 8:22). Durante ese tiempo mostró a los doce y a
los lectores de Marcos, cómo cuida de los suyos.

1. ALIMENTACIÓN DE LOS CINCO MIL (6:32–44)


(MT. 14:13–21; LC. 9:10B–17; JN. 6:1–14)
6:32–34. Estos versículos son una transición de la exitosa misión de los doce hasta la
presencia resultante de una gran multitud en un lugar remoto. Hay dos expresiones en el
cumplimiento del mandato de Jesús que proveen la relación: solos (kat’ idian, modismo gr. que
significa “en privado”), expresión que Marcos usó para la enseñanza privada de Jesús a los
individuos (cf. 4:34a; 6:31–32; 7:33; 9:2, 28; 13:3); y a un lugar desierto (erēmon, “remoto”;
cf. 1:3–4, 12–13, 35, 45; 6:31–32, 35). El lugar donde se embarcaron, aunque Marcos no lo
menciona, estaba cerca de Betsaida Julias, una ciudad que se encontraba al otro lado del río
Jordán, en la orilla noreste del mar de Galilea (cf. Lc. 9:10).
Muchos anticiparon su destino y llegaron allí a pie … antes que ellos. Su planeado descanso
fue interrumpido por la gente necesitada.
Cuando Jesús … vio la gran multitud, sintió compasión (no disgusto) por ellos. Esta
emoción interna lo motivó a ayudarlos (cf., e.g., Mr. 6:39–44). Los visualizó como ovejas que
no tenían pastor, perdidos y sin ayuda, sin guía, cuidado o protección. En varios pasajes del
A.T. (Nm. 27:17; 1 R. 22:17; Ez. 34:5, 23–25) la figura oveja/pastor se asocia con el “desierto”
(erēmos; cf. Mr. 6:31–32). Esta multitud representa a la nación de Israel, que recibió compasión,
enseñanza extensa tocante al reino de Dios (cf. Lc. 9:11) y la provisión de sus necesidades (cf.
Mr. 6:35–44) de parte de Jesús, el Pastor verdadero (cf. Jn. 10:1–21).
6:35–38. Estos vv. presentan un diálogo importante entre Jesús y los doce después de que
había enseñado a la multitud durante todo el día. Puesto que ya era muy avanzada la hora (más
de las 3 p.m. según la manera judía de referirse al tiempo) y estaban en un lugar … desierto
(erēmos; cf. vv. 31–32), los discípulos le pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que
compraran comida en las aldeas de alrededor antes de la puesta del sol.
Inesperadamente, Jesús les dijo que alimentaran a la multitud. Él enfatizó la palabra vosotros
(jymeis). La respuesta cáustica de los discípulos mostró lo insuficiente de sus recursos y la
imposibilidad de cumplir la orden de Jesús. Según sus cálculos, para alimentar a tal multitud se
necesitaría de doscientos denarios. El denario, la moneda romana de plata básica usada en
Palestina, era el salario promedio diario de un trabajador del campo. Por tanto, 200 denarios
equivalían en términos generales, a “ocho meses de salario de un obrero” (NVI), cantidad que se
encontraba más allá de lo que podían dar los discípulos.
Jesús insistió en que averiguaran cuántos panes había disponibles, probablemente en la
barca y también entre la multitud. Los discípulos volvieron con una respuesta: Simplemente
cinco hogazas y dos peces (salados y secos, o asados).
6:39–44. La descripción vívida que Marcos hace del milagro indica que se basó en el informe
de un testigo ocular, tal vez el de Pedro.
Para asegurarse de una distribución ordenada, Jesús mandó a los discípulos que hiciesen
recostar a todos por grupos sobre la hierba verde (lo cual sugiere que era primavera). Las
palabras “por grupos” del versículo 39 podrían traducirse “de compañeros de mesa en
compañeros de mesa” (symposia symposia, lit., “compañeros de bebida o comida”). Pero las
palabras “por grupos” del v. 40 dicen literalmente “de parcela en parcela” (prasiai prasiai) se
usan figuradamente, describiendo grupos bien dispuestos de gente, tal vez vestidos en forma
colorida, sentados sobre el césped por grupos, de ciento en ciento, y de cincuenta en
cincuenta. El mandato fue un reto a la fe tanto de los discípulos como de la multitud.
Jesús, sirviendo de anfitrión, pronunció la bendición judía de costumbre por los cinco panes
(pastelillos de trigo o cebada molida) y los dos peces (cf. Lv. 19:24; Dt. 8:10). La palabra
bendijo viene de eulogeō (lit., “alabar, exaltar” a Dios, o “bendecir” cf. Mr. 14:22). El objeto de
la bendición en tal oración no era la comida, sino Dios, quien la dio. Jesús levantó su vista al
cielo, considerado como el lugar donde Dios está (cf. Mt. 23:22), en dependencia del Padre para
una provisión milagrosa de alimento.
Luego partió los panes en pedazos, repartió los peces en porciones, y los dio (lit., “daba”;
cf. RVA: “iba dando”) a sus discípulos para que los pusiesen delante de la gente. No se dice
cómo tuvo lugar el milagro mismo, pero el tiempo imperf. del vb. “dio” (lit., “daba”) indica que
el pan se multiplicaba en las manos de Jesús (cf. Mr. 8:6).
La provisión fue milagrosa y abundante. Marcos hizo énfasis en el hecho de que comieron
todos, y se saciaron. Esto fue confirmado por el hecho de que los discípulos recogieron … doce
cestas (kofinoi, canastos pequeños de mimbre; contrástese con 8:8, 20) llenas de lo que había
sobrado, posiblemente una cesta por cada discípulo. La cuenta de cinco mil hombres (andres,
“varones”), que sería una gran multitud a la luz del criterio local, no incluía a mujeres y niños
(cf. Mt. 14:21), quienes probablemente estaban en grupos separados para comer según la
costumbre judía.
El tema usual del asombro al cierre de la historia del milagro no se incluye aquí. Esto, más
los comentarios posteriores de Marcos 6:52 y 8:14–21 sobre el evento, indican que Marcos
consideró este milagro como una revelación importante que Jesús hizo a los discípulos acerca de
quién es él. Pero ellos no lograron comprender su significado (cf. 6:52).
2. JESUS CAMINA SOBRE EL AGUA (6:45–52)
(MT. 14:22–33; JN. 6:15–21)
6:45–46. En seguida (euthys; cf. 1:10) después de alimentar a los 5,000, Jesús hizo (lit.,
“obligó) a sus discípulos a que volvieran a la barca y zarparan (lit., “ir antes” [que él]) a la otra
orilla, a Betsaida (“casa de pesca”). El vb. “hizo” da a entender una urgencia no explicada; pero
Juan 6:14–15 afirma que la gente reconoció a Jesús como el prometido profeta futuro (cf. Mr.
6:14–15) y estaba determinada a hacerlo rey, por la fuerza si era necesario. Jesús percibió el
peligro potencial de este “entusiasmo mesiánico” y su efecto sobre los discípulos, así que los
obligó a embarcarse entre tanto que él despedía a la multitud.
Hay dificultades geográficas con respecto a la localización de “Betsaida” (cf. 6:32; Lc. 9:10;
Jn. 12:21). La solución más sencilla parece ser que Betsaida Julias (al oriente del Jordán) se
extendía hasta el lado occidental del Jordán y era llamada “Betsaida de Galilea” (cf. Jn. 12:21;
1:44; Mr. 1:21, 29), un suburbio pesquero de Capernaum (cf. Jn. 6:17). Los discípulos zarparon
para ese pueblo desde la playa noreste del mar de Galilea pero fueron desviados de su curso
hacia el sur y eventualmente desembarcaron en Genesaret sobre la playa occidental (cf. Mr.
6:53).
Después de despedir a la excitada multitud, Jesús se fue a un monte cercano a orar (cf. el
comentario de 1:35).
6:47. Al venir la noche (que abarcaba desde la puesta del sol hasta que oscurecía) la barca
de los discípulos estaba bien adentrada en el mar (no en el “medio” geográfico) y Jesús estaba
solo en tierra. Cuando él estaba ausente (o parecía estarlo), los discípulos a menudo
experimentaban angustia y mostraban falta de fe (cf. 4:35–41; 9:14–32).
6:48. Jesús siguió orando hasta bien pasada la medianoche. Mientras tanto, los discípulos
habían avanzado poco en el mar porque un viento fuerte del norte les era contrario. En la
pálida luz del temprano amanecer, la cuarta vigilia de la noche (según el conteo romano, de las
3 a las 6 a.m.; cf. 13:35), Jesús los vio remar con gran fatiga y vino a ellos andando sobre la
agitada superficie. Las palabras quería adelantárseles no significan que él iba a “pasarlos de
largo” (cf. RVA, BLA). Él se proponía “pasar a un lado” de ellos en el sentido de una teofanía
del A.T. (cf. Éx. 33:19, 22; 1 R. 19:11; Mr. 6:50b) para alentarlos.
6:49–50a. Los discípulos gritaron (cf. 1:23) con terror por la aparición de Jesús sobre el
agua. Ellos pensaron que era un fantasma (fantasma, un aparecido del agua). Marcos explicó
que ellos reaccionaron de esta manera porque todos le veían (no era la alucinación de unos
pocos) y se turbaron.
6:50b–52. En seguida (euthys; cf. 1:10) Jesús calmó sus temores y les dijo palabras de
confianza. ¡Tened ánimo … (tharseite) no temáis! (lit., “dejad de temer”), son expresiones
familiares del A.T. dirigidas a la gente que se encuentra en angustia (cf. la LXX de Is. 41:10,
13–14; 43:1; 44:2). El primer mandato ocurre siete veces en el N.T., siempre en labios de Jesús
salvo Marcos 10:49 (cf. Mt. 9:2, 22; 14:27; Mr. 6:50; Jn. 16:33; Hch. 23:11). Las palabras yo soy
(egō eimi) quizá simplemente dan a entender una autoidentificación (soy yo, Jesús), pero
probablemente hacen eco de la fórmula veterotestamentaria de la revelación de Dios: “Yo soy el
que soy” (cf. Éx. 3:14; Is. 41:4; 43:10; 51:12; 52:6).
Cuando Jesús se reunió con sus discípulos en la barca … se calmó el viento (ekopasen,
“paró, cesó”; cf. Mr. 4:39), lo cual era una demostración adicional de su señorío sobre la
naturaleza (cf. 4:35–41).
Los discípulos se asombraron en gran manera (existanto, lit., “estuvieron fuera de sus
mentes”; cf. 2:12; 5:42) y se maravillaban entre ellos de esta revelación de la presencia y el
poder de Jesús. Sólo Marcos explicó (gar, porque) que ellos aún no habían captado el
significado del milagro de los panes (cf. 6:35–44) como un indicador de la verdadera identidad
de Jesús. Así que, no lo reconocieron cuando caminó sobre el agua. Espiritualmente hablando no
tenían capacidad de percibir (cf. 3:5).

3. RESUMEN CONCLUSIVO: MINISTERIO SANADOR DE JESÚS EN GENESARET (6:53–56)


(MT. 14:34–36)
Esta declaración de resumen marca el clímax del ministerio de Jesús en Galilea, justo antes
de su partida para la región costera de Tiro y Sidón (cf. Mr. 7:24).
6:53. Jesús y sus discípulos atravesaron el mar de Galilea del noreste hacia el occidente (cf.
v. 45) y arribaron (“amarraron la barca”, RVA) a Genesaret, que era una planicie fértil y
populosa (de unos 3 kms. de ancho por 6 kms. de largo) al sur de Capernaum, en la playa
noroeste del lago. Los rabíes llamaban a esa planicie “el Jardín de Dios” y “un paraíso”. También
había un pequeño pueblo llamado Genesaret.
6:54–56. En seguida (euthys; cf. 1:10) la gente le conoció. A medida que viajaba por
aquella tierra, traían a los enfermos en lechos a Jesús para que los sanara. Dondequiera que
entraba, los enfermos eran puestos en las calles (espacios abiertos). Varias fuentes medicinales
minerales que había en el área hacían de ella un refugio para los inválidos.
Le rogaban con insistencia (parekaloun; cf. 5:10, 23) tocar siquiera el borde de su manto
mientras pasaba. El “borde” era un ruedo de flecos azules que llevaba un judío fiel en su túnica
exterior (cf. Nm. 15:37–41; Dt. 22:12).
Y todos los que le tocaban quedaban sanos (lit., “eran salvados”; cf. Mr. 5:28). Estas
palabras reiteran la referencia previa que Marcos hizo a una relación personal de fe entre Jesús y
una persona enferma (cf. 3:7–10; 5:25–34). La sanidad no se efectuaba por el toque, sino por un
acto de gracia de Jesús que honraba este medio de expresar su fe en él.

4. LA CONTROVERSIA CON LOS LÍDERES RELIGIOSOS TOCANTE A LA CONTAMINACIÓN (7:1–23)


(MT. 15:1–20)
Este pasaje vuelve al tema del conflicto entre Jesús y los líderes religiosos (cf. Mr. 2:1–3:6) y
pone énfasis en el rechazo que Jesús enfrentó en Israel por parte de ellos (cf. 3:6, 19–30; 6:1–6a)
a pesar de su popularidad (cf. 6:53–56). Hace las veces de un adecuado preludio para presentar
su ministerio a los gentiles (7:24–8:10). Las palabras “inmundas”, “contaminar” (7:2, 5, 15, 18,
20, 23) y “tradición” (vv. 3, 5, 8, 9, 13) sirven de vínculo para esta sección.
a. La acusación de los líderes religiosos (7:1–5)
(Mt. 15:1–2)
7:1–2. Los fariseos (cf. 2:16; 3:6), y algunos de los escribas (cf. 1:22) de Jerusalén (cf.
3:22–30) vinieron a investigar a Jesús y a sus seguidores una vez más, probablemente mientras
estaban en Capernaum (cf. 7:17).
Observaron críticamente a algunos de los discípulos de Jesús que comían el pan con manos
inmundas. La palabra “inmundas” (koinais, “comunes”), tal como Marcos lo explica a sus
lectores gentiles, significa no lavadas ceremonialmente. Era un término técnico entre los judíos,
el cual denotaba cualquier cosa que contaminaba según sus rituales religiosos y, por tanto, no se
la podía llamar santa o dedicada a Dios.
7:3–4. Estos vv. constituyen un amplio paréntesis en el que Marcos explicó (gar; cf. 1:16),
para beneficio de sus lectores gentiles que vivían fuera de Palestina, la común práctica judía del
lavamiento ceremonial.
Las normas para el lavamiento ritual eran observadas por los fariseos y todos los judíos (una
generalización que describe su costumbre) como parte de la tradición de los ancianos, la cual
ellos seguían escrupulosamente. Estas interpretaciones, diseñadas para regular cada aspecto de la
vida judía, eran consideradas tan obligatorias como la ley escrita, y eran transmitidas a cada
generación por medio de fieles maestros de la ley (escribas). Más tarde, en el tercer siglo d.C., la
tradición oral fue reunida y codificada en la Mishnah que, a su vez, proveyó el fundamento y
estructura del Talmud.
El ritual más común de limpieza era el lavamiento de las manos con agua, práctica formal
que era requerida antes de tomar los alimentos (cf. TDNT bajo “katharos”, 3:418–24). Esto tenía
especial importancia después de un viaje a la plaza, donde un judío posiblemente tendría
contacto con un gentil “inmundo”, o con cosas tales como el dinero o utensilios.
El comentario de que los judíos observaban otras muchas tradiciones, algunas de las cuales
menciona Marcos, indica que el tema bajo discusión tenía que ver con todos los detalles de la
limpieza ritual. Para un judío fiel era pecado desatender estas reglas; seguirlas era la esencia de
la bondad y del servicio a Dios.
7:5. Los líderes religiosos dirigieron su indagación crítica a Jesús, quien por ser el maestro de
los discípulos, era considerado responsable de su conducta (cf. 2:18, 24). Los líderes judíos
pensaban que la falla de los discípulos en observar el lavamiento ritual era síntoma de un
problema más profundo. Su preocupación era que los discípulos, y Jesús, no andaban conforme
a la tradición de los ancianos (cf. 7:3).
b. Respuesta y acusación de Jesús a sus críticos (7:6–13)
(Mt. 15:3–9)
Jesús, al responder, no hizo referencia a la conducta de sus discípulos. Más bien, se refirió a
los dos asuntos que estaban detrás de la observación de los líderes religiosos, a saber: (a) la
verdadera fuente de autoridad religiosa, la tradición o las Escrituras (Mr. 7:6–13), y (b) la
verdadera naturaleza de la contaminación, ceremonial y moral (vv. 14–23).
7:6–8. Jesús citó Isaías 29:13 (de la LXX, casi palabra por palabra) y aplicó la descripción
que el profeta hizo de sus contemporáneos a sus interlocutores, a quienes llamó hipócritas
(palabra que sólo aparece aquí en Marcos).
Ellos eran “hipócritas” porque hacían profesión externa de adoración a Dios, pero no le
daban honra en su corazón, el centro escondido de sus pensamientos y decisiones determinantes
(cf. Mr. 7:21; 12:30). Esta honra (un acto piadoso) a Dios era en vano (matēn, “fútil, inútil”)
porque, al igual que los judíos de tiempos de Isaías, estaban enseñando doctrinas de hombres
como si fueran enseñanzas (divinas) autoritativas.
En consecuencia, Jesús los acusó de abandonar el mandamiento de Dios, su ley, y a cambio
apegarse a la tradición de los hombres. Jesús redefinió la tradición oral de ellos (cf. 7:3, 5),
enfatizando su origen humano (cf. vv. 9, 13), y firmemente rechazó su autoridad.
7:9. Jesús reafirmó su acusación de que los líderes religiosos eran astutos al hacer a un lado
la ley de Dios para guardar su propia tradición (cf. v. 8). Apoyó este veredicto al citar una
ilustración impactante (vv. 10–12) que exponía el pecado de ellos.
7:10. Moisés presentó claramente el mandamiento divino (cf. v. 13) tocante a la
responsabilidad que una persona tenía hacia sus padres. Lo declaró de manera positiva (Éx.
20:12, LXX, el quinto mandamiento; cf. Dt. 5:16) y de manera negativa (Éx. 21:17, LXX; cf. Lv.
20:9). Tal responsabilidad incluía el adecuado sostén financiero y cuidado práctico de las
necesidades de los padres en edad avanzada (cf. 1 Ti. 5:4, 8). Una persona que trataba a sus
padres con desprecio enfrentaba la pena de muerte.
7:11–12. Jesús citó una tradición de los escribas que hacía a un lado el mandamiento divino.
Las palabras: Pero vosotros decís, son enfáticas, y muestran el contraste con lo que Moisés dijo
(v. 10). En su “tradición” humana, era posible que una persona declarara que todas sus
posesiones eran Corbán y, por tanto, podía quedar exenta del quinto mandamiento.
La palabra “Corbán” es la transliteración gr. (y española) de un término hebr. usado para
referirse a una ofrenda a Dios. Era una fórmula de dedicación que se pronunciaba sobre el
dinero y propiedades donadas al templo y su servicio haciendo un voto inviolable. Tales ofrendas
sólo podían ser utilizadas para propósitos religiosos.
Si un hijo declaraba que los recursos necesarios para sostener a sus ancianos padres eran
“Corbán”, entonces, según la tradición de los escribas, estaba exento de este mandamiento de
Dios y sus padres quedaban legalmente excluidos de cualquier reclamo contra él. Los escribas
enfatizaban que este voto de un hijo era inalterable (cf. Nm. 30) y que tenía prioridad sobre sus
responsabilidades familiares. De modo que no le dejaban hacer más por sus padres.
7:13. Con su tradición invalidaban la palabra de Dios. El término invalidando traduce a
akyrountes, de akyroō, que se usaba en los papiros para anular contratos. Aceptar las donaciones
religiosas a costa de violar el mandato de Dios tocante a la responsabilidad que se tiene con los
padres, era poner la tradición humana por encima de la palabra de Dios.
El voto del “Corbán” sólo era un ejemplo de muchas otras cosas semejantes a él (e.g., las
reglas restrictivas del día de reposo; cf. 2:23–3:5), en las cuales la tradición de los escribas
distorsionaba y oscurecía al A.T.
c. La explicación de Jesús tocante a la verdadera contaminación (7:14–23)
(Mt. 15:10–20)
En esas circunstancias, Jesús dio una respuesta más directa a la pregunta tocante a la
contaminación (cf. Mr. 7:5). Primeramente se dirigió a la multitud (vv. 14–15) y expresó un
principio general aplicable a todos. Luego explicó el principio a sus discípulos en privado (vv.
17–23).
7:14–16. Tras un solemne llamado a todos a oir atentamente y a hacer una cuidadosa
consideración, Jesús dio a conocer a toda la multitud la verdadera fuente de la contaminación.
De manera negativa, nada hay fuera del hombre (uso genérico, “persona”) que entre en él,
que le pueda contaminar (cf. 7:2). Jesús habló en un sentido moral y no médico. Una persona
no se contamina moralmente por lo que come, aun si sus manos no están lavadas
ceremonialmente.
Hablando en sentido positivo lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre (la
persona; cf. vv. 21–23). Una persona se contamina moralmente por lo que hay en su corazón,
aunque por fuera cumpla a cabalidad los rituales de pureza. Jesús contradijo el punto de vista
rabínico al afirmar que el pecado procede de dentro y no de afuera (cf. Jer. 17:9–10). También
dio a conocer cuál era la verdadera intención espiritual de las leyes tocante a los alimentos
limpios e inmundos dentro de la ley mosaica (cf. Lv. 11; Dt. 14). Un judío que comiera
alimentos “inmundos” se contaminaba no por la comida, sino por desobedecer el mandamiento
de Dios.
7:17. Después de que se alejó de la multitud y entró en casa (probablemente en
Capernaum; cf. 2:1–2; 3:20), le preguntaron sus discípulos, pidiéndole una explicación de la
parábola dada en 7:15. A través de toda la sección de 6:32–8:26 se enfatiza la dificultad que
tenían para entender las palabras y obras de Jesús, y se explica que se debía a su dureza de
corazón (cf. 6:52; 8:14–21).
7:18–19. La pregunta de Jesús: ¿También vosotros estáis así sin entendimiento?, muestra
que ellos, al igual que la multitud, no comprendían las palabras del Señor a pesar de las
enseñanzas que ya les había dado.
Jesús amplió la verdad negativa de que nada de fuera de una persona le puede contaminar
moralmente (cf. v. 15a). La razón es que la comida (o cualquier otra cosa) no entra en su
corazón, el centro de control de la personalidad humana, afectando de esa manera su naturaleza
moral. Más bien, entra en el vientre (un agente no moral).
La oración que concluye el v. 19 es un comentario editorial de Marcos (cf. 2:10, 28; 3:30;
13:14), que enfatiza la importancia de la declaración de Jesús para sus lectores cristianos de
Roma, algunos de los cuales quizá hayan estado confundidos en cuanto a las leyes alimenticias
de los judíos (cf. Ro. 14:14; Gá. 2:11–17; Col. 2:20–22). Marcos simplemente puntualizó que
Jesús hizo limpios todos los alimentos para los cristianos. Pero la iglesia primitiva fue lenta en
captar esta verdad (cf. Hch. 10; 15).
7:20–23. Jesús repitió y amplió la verdad positiva de que lo que … sale de una persona, eso
la contamina moralmente (cf. v. 15b). Esto quedó confirmado cuando hizo notar las cosas que
salen de adentro, del corazón de una persona (cf. v. 19).
El término general que se traduce como malos pensamientos precede al vb. en el texto gr., y
se ve como la raíz de los varios males que siguen. Los malos pensamientos generados en el
corazón se juntan con la voluntad para producir palabras y acciones perversas.
El catálogo de males que Jesús mencionó tiene un fuerte sabor veterotestamentario y consta
de 12 asuntos. En primer lugar, hay seis sustantivos plurales que describen actos perversos que
son vistos de forma individual: los adulterios (moij̱eiai, relaciones sexuales ilícitas por parte de
una persona casada); las fornicaciones (porneiai, “actividades sexuales ilícitas de toda índole”);
los homicidios (fonoi); los hurtos (klopai); las avaricias (pleonexiai, “codicias”), anhelo
insaciable por conseguir lo que pertenece a otro; las maldades (ponēriai, “perversidades”), son
algunas de las muchas formas en que los malos pensamientos se expresan.
En segundo lugar, hay seis sustantivos singulares que describen disposiciones malignas: el
engaño (dolos), maniobras astutas diseñadas a engañar a alguien por ventaja personal; la lascivia
(aselgeia; cf. Ro. 13:13; Gá. 5:19; Ef. 4:19; 2 P. 2:2, 7), conducta inmoral descarada y sin
restricciones; la envidia (ofthalmos ponēros, lit., “un ojo malo”, expresión hebr. usada para
referirse a la tacañería; cf. Pr. 23:6) que es una actitud celosa y resentida hacia las posesiones de
otros; la maledicencia (blasfēmia), un hablar injurioso y difamador contra Dios o el hombre; la
soberbia (jyperēfania, palabra usada sólo aquí en el N.T.), exaltación jactanciosa de uno mismo
sobre otros quienes son vistos con desdén y burla; y la insensatez (afrosynē), insensibilidad
moral y espiritual.
Todas estas maldades … contaminan a una persona, y su fuente viene de dentro, del
corazón. De modo que, Jesús quitó el enfoque de la atención de los rituales externos y lo colocó
en la necesidad de que Dios limpie el corazón maligno (cf. Sal. 51).

5. SANIDAD DE LA HIJA DE LA MUJER SIROFENICIA (7:24–30)


(MT. 15:21–28)
Este es el primero de tres eventos que Marcos relató sobre la tercera salida de Jesús más allá
de las fronteras de Galilea (para las tres salidas V. Mr. 4:35; 5:20; 6:32–52; 7:24–8:10). En este
viaje él realmente salió de Palestina, aparentemente por única vez. Estos eventos acaecidos en
territorio gentil son una secuela apropiada para la enseñanza de Jesús de los vv. 1 a 23, así como
un vistazo preliminar adecuado de la proclamación del evangelio al mundo gentil (cf. 13:10;
14:9).
7:24. Jesús salió de allí, probablemente de Capernaum, y se fue a la región de Tiro y de
Sidón, ciudad porteña de Fenicia (Líbano en la actualidad) en el Mediterráneo, a unos 65 kms …
al noroeste de Capernaum. Las palabras “y de Sidón” deben incluirse debido a que tienen un
excelente apoyo de los mss. griegos primitivos (cf. v. 31; V. NVI y BLA, que las omiten).
Jesús fue allí no para ministrar públicamente a la gente, sino para tener un poco de
aislamiento, mismo que fue interrumpido anteriormente (cf. 6:32–34, 53–56), para poder instruir
a sus discípulos. Por eso es que no quiso que nadie … supiese que estaba allí; pero no pudo
esconderse puesto que las noticias de su poder sanador habían llegado antes que él (cf. 3:8).
7:25–26. Una mujer desconocida, cuya hija tenía un espíritu inmundo (cf. 1:23; 5:2),
vino en seguida (euthys, cf. 1:10) y se postró a sus pies, lo cual era una expresión de profundo
respeto así como de dolor personal por la condición de su hija (cf. 9:17–18, 20–22, 26). Ella le
rogaba a Jesús que echase fuera de su hija al demonio.
Marcos enfatizó la identidad no judía de la mujer: ella era griega, pero no de Grecia, sino
gentil por cultura y religión. Era sirofenicia, es decir, nacida en Fenicia, que era parte de la
provincia de Siria. Mateo la llamó “una mujer cananea” (Mt. 15:22).
7:27. La respuesta de Jesús fue apropiada, de acuerdo al propósito que tenía para estar allí
(cf. v. 24) y fue dada a un nivel en que la mujer pudo comprenderla. Fue expresada en lenguaje
figurado: los hijos representaban a sus discípulos (cf. 9:35–37); el pan de los hijos representaba
los beneficios de su ministerio para ellos; y los perrillos (mascotas de casa, no perros callejeros)
representaban a los gentiles (la palabra no tiene aquí un sentido de desprecio).
Jesús le estaba diciendo a esa mujer que su primera prioridad para estar allí era instruir a sus
discípulos por lo que no era apropiado interrumpir una comida familiar para dar comida de la
mesa a los perros. Por lo tanto, no era correcto que él interrumpiera el ministerio que tenía para
con sus discípulos, para darle sus servicios a ella, una gentil. Sin embargo, la falta de disposición
de Jesús para ayudarla estimuló su fe.
Otros intérpretes captan un sentido teológico más profundo en lo que Jesús dijo. Los niños (el
Israel incrédulo) deben ser alimentados (con la misión de Jesús); su pan (los privilegios
especiales que incluían la prioridad en el ministerio de Jesús) no debía ser tirado a los perros (los
gentiles) porque su tiempo para ser alimentados (la proclamación universal del evangelio) aún no
había llegado. Aunque este punto de vista es cierto teológicamente, exagera el punto que Marcos
quería recalcar.
7:28. La mujer aceptó la declaración de Jesús con las siguientes palabras: Sí, Señor (usado
como título de respeto). Ella se percató de que él tenía derecho de rechazar su petición. Sin
embargo, sin tomar insulto alguno por la analogía que él usó, ella le puso un poco de presión:
Aun los perrillos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos.
El punto que ella quería aclarar era que los perros logran comer algo al mismo tiempo que los
hijos, y de ese modo no tienen que esperar. No era necesario que el Señor interrumpiera su
enseñanza a los discípulos, pues todo lo que ella pedía eran las migajas, un pequeño beneficio de
la gracia de Jesús para su desesperada condición.
7:29–30. Debido a esta palabra, que demostraba su humildad y fe, Jesús le dijo que se fuera
a casa (cf. 2:11; 5:34; 10:52), y le aseguró que el demonio había salido de su hija. Las palabras
“ha salido” (tiempo perf.) indican que la sanidad había concluido.
Cuando volvió ella a su casa, halló que su hija estaba descansando tranquilamente y que el
demonio había salido. Este es el único milagro narrado por Marcos que Jesús efectuó a
distancia, sin dar una orden verbal.

6. LA SANIDAD DEL HOMBRE SORDO CON DEFECTO DEL HABLA (7:31–37)


Este milagro es narrado sólo por Marcos. Concluye un ciclo de 6:32 a 7:37 con la confesión
de la gente tocante a Jesús (7:37). Este evento prefiguró la apertura de los “oídos” de los
discípulos (cf. 8:18, 27–30). Un segundo ciclo narrativo comienza en 8:1 y tiene su clímax en la
confesión de los discípulos (8:27–30).
7:31–32. Jesús salió de Tiro (cf. v. 24), y se enfiló hacia el norte unos 30 kms … por Sidón,
ciudad costera y luego viró en dirección al sureste, evitando pasar por Galilea, y se dirigió hacia
un lugar ubicado en el lado oriental del mar de Galilea en la región de Decápolis (cf. 5:20).
Allí algunos le rogaron a Jesús que le pusiera la mano encima (cf. 5:23) a un hombre que
era sordo y tartamudo (mogilalon, “que hablaba con dificultad”). Esta rara palabra aparece sólo
aquí y en la Septuaginta en Isaías 35:6, que es un pasaje en que se promete la venida del reino de
Dios sobre la tierra. Esta prometida intervención ya estaba llevándose a cabo con el ministerio de
Jesús (cf. Mr. 7:37; 1:15).
7:33–35. Al sanar al hombre, Jesús usó lenguaje de señas y actos simbólicos (los cuales
Marcos no explica), muy adecuados a sus necesidades y que lo llevaron a depositar su fe en
Jesús. Jesús lo tomó aparte en privado (cf. 6:32) para comunicarse de forma individual con él,
lejos de la gente. Tocándole las orejas y su lengua, escupiendo (en tierra) y mirando al cielo (a
Dios; cf. 6:41), Jesús le dio a entender lo que estaba haciendo. Su gemido quizá reflejó
compasión por el hombre, pero tal vez fue la expresión de la fuerte emoción que Jesús sintió
mientras batallaba con los poderes satánicos que esclavizaban a aquel hombre que se encontraba
en sufrimiento.
Jesús dio luego el siguiente mandato en arameo: Efata, que significa Sé abierto (lit., “sé
completamente abierto”). Un sordo podría leer con facilidad esa palabra en los labios. Como es
un vocablo ar., esto indica que aquel hombre no era gentil.
Al mandato de Jesús, al momento (euthys; cf. 1:10) fueron abiertos sus oídos, y se desató
la ligadura de su lengua, y pudo hablar bien y claro. El habla defectuosa con frecuencia es
resultado de audición imperfecta, tanto física como espiritualmente.
7:36. Mientras más … mandaba Jesús a la gente que guardara silencio, más y más …
divulgaban las noticias (cf. 1:44–45; 5:20, 43). Él quería ministrar en Decápolis sin ser
considerado un popular “hacedor de milagros”.
7:37. Como resultado del milagro de Jesús, en gran manera (jyperperissōs, un adverbio
muy fuerte usado sólo aquí en el N.T.) las personas se maravillaban (exeplēssonto; “se
sorprendían, se aturdían”; cf. 1:22; 6:2; 10:26; 11:18).
La confesión de la multitud que sirve de clímax, es una declaración general de que entendían
quién era Jesús y se basa en informes previos (cf. 3:8; 5:20). Las palabras los sordos y los
mudos, los describen como dos clases distintas de gente. Marcos probablemente quiso dar a
entender que la confesión de la multitud hacía alusión a Isaías 35:3–6.

7. LA ALIMENTACIÓN DE LOS 4,000 (8:1–10)


(MT. 15:32–39)
En 8:1–30 Marcos narra una serie de eventos que son paralelos a la secuencia que presenta en
6:32–7:37. A pesar de la repetición de ellos y la enseñanza, los discípulos todavía eran lentos
para “ver y oir” quién era Jesús realmente (cf. 8:18). En ambos ciclos narrativos, la alimentación
de la multitud jugó un papel importante (cf. 6:52; 8:14–21).
8:1–3. Durante el ministerio de Jesús en la región de Decápolis (cf. 7:31), otra gran
multitud se juntó (cf. 6:34), la cual probablemente estaba compuesta de judíos así como de
gentiles.
Después de oir la enseñanza de Jesús durante tres días, no tenían qué comer. Estaban
débiles por el hambre, de modo que si Jesús los enviaba en ayunas a sus casas, se desmayarían
en el camino, pues algunos de ellos habían venido de lejos.
Jesús tuvo compasión de ellos a causa de su necesidad física (cf. 6:34) y llamó la atención de
los discípulos a esto (contrástese con 6:35–36). Jesús tomó la iniciativa de alimentar a la multitud
que había preferido renunciar a comer por recibir el alimento de las palabras de Jesús.
8:4–5. La pregunta de los discípulos hace resaltar su lentitud en comprender la importancia
de la presencia de Jesús con ellos en medio de una nueva crisis. También muestra su incapacidad
de satisfacer la necesidad que había. Sin embargo, de manera indirecta le devolvieron el asunto a
Jesús (contrástese 6:37).
La pregunta del Señor tocante a la cantidad del pan disponible claramente dio a conocer sus
intenciones, y era una invitación a sus discípulos para que usaran los recursos que tenían: siete
panes. Ellos también tenían “unos pocos pececillos” (cf. 8:7; Mt. 15:34).
8:6–7. La alimentación de esta multitud ocurrió en forma muy similar a la de los 5,000 (cf.
6:39–42). Los participios griegos traducidos como tomando y habiendo dado gracias
(euj̱aristēsas; cf. 14:23), y el vb. partió están en tiempo aoristo, el cual expresa acciones
decisivas, mientras que el verbo dio está en tiempo imperf., mostrando que Jesús “daba” (cf.
RVA) el pan a sus discípulos para que lo distribuyeran (cf. 6:41). Él hizo lo mismo con unos
pocos pececillos.
8:8–9a. En forma concisa, Marcos pone énfasis en la suficiencia del milagro (todos
comieron, y se saciaron), la abundancia de la provisión (siete canastas de comida sobraron), y
el gran tamaño de la multitud (como cuatro mil hombres aparte de las mujeres y niños; cf. Mt.
15:38).
Las canastas (spyridas) de esta ocasión fueron diferentes de las usadas para alimentar a los
5,000 (kofinoi, Mr. 6:43; cf. 8:19–20). El autor se refiere a canastas de cuerdas o de hoja de
palma, algunas veces tan grandes como para llevar a un hombre dentro (cf. Hch. 9:25). De
manera que las siete canastas (quizá una canasta por cada pan usado) de Marcos 8:8
probablemente podían contener más provisiones que las doce cestas de 6:43.
8:9b–10. Al despedir a la multitud, Jesús luego (euthys; cf. 1:10) entró en una barca con sus
discípulos y cruzó el mar de Galilea a la región de Dalmanuta, un pueblo (también llamado
Magdala; cf. Mt. 15:39) que se encontraba cerca de Tiberias en el lado occidental del lago (cf.
Mr. 8:13, 22).
8. LA DEMANDA DE UNA SEÑAL POR PARTE DE LOS FARISEOS (8:11–13)
(MT. 16:1–4)
8:11. Las autoridades religiosas (cf. 3:22–30; 7:1–5) vinieron … y comenzaron a discutir
(syzētein, “disputar, debatir”) con Jesús. Deseaban tentarle (de peirazō; cf. 1:13; 10:2; 12:15),
para que probara cuál era la fuente de su autoridad (cf. 3:22–30; 11:30; Dt. 13:2–5; 18:18–22).
Estaban buscando (de zēteō; cf. Mr. 11:18; 12:12; 14:1, 11, 55) de él una señal del cielo, es
decir, con autorización divina. En el A.T. una “señal” no era tanto una demostración de poder
como una evidencia de que un dicho o una acción era auténtico y confiable (cf. TDNT, bajo
“sēmeion”, 7:210–6, 234–6). Los fariseos no estaban demandando un milagro espectacular, sino
que Jesús diera una prueba inequívoca de que él y su misión estaban autorizados por Dios, ya
que ellos creían precisamente lo contrario (cf. 3:22).
8:12. Jesús gimió en su espíritu (cf. 7:34) e hizo una pregunta retórica que reflejaba su
tristeza por la evidente incredulidad de ellos. Las palabras esta generación denotan a la nación
de Israel representada por aquellos líderes religiosos (cf. 8:38; 9:19; 13:30) quienes
continuamente rechazaban las manifestaciones de la gracia de Dios para con ellos (cf. Dt.
32:5–20; Sal. 95:10).
Usando una solemne fórmula introductoria (De cierto os digo; cf. Mr. 3:28) y un modismo
hebr. de fuerte rechazo (cf. Sal. 95:11; He. 3:11; 4:3, 5), Jesús rechazó la exigencia de ellos: no
se dará señal a esta generación. Mateo citó la única excepción, “la señal del profeta Jonás”
(Mt. 16:4), es decir, la resurrección de Jesús (cf. Mt. 12:39–40).
En Marcos, hay diferencia entre un milagro (dynamis) y una señal (sēmeion). El primero
evidencia la presencia y el poder de Dios en Jesús. Pedir un milagro puede ser la expresión
legítima de la fe personal de alguien (e.g., Mr. 5:23; 7:26, 32). Pero tal petición es ilegítima si
surge a causa de la incredulidad, como era el caso de los fariseos.
8:13. La indignación de Jesús fue evidente por su abrupta partida. Él cruzó el mar de Galilea
a la … ribera noreste una vez más. Esto dio fin a su ministerio público en Galilea.

9. LA INCAPACIDAD DE LOS DISCÍPULOS DE ENTENDER LAS PALABRAS Y OBRAS DE JESÚS


(8:14–21)
(MT. 16:5–12)
8:14. Su apresurada partida (v. 13) probablemente explica el hecho de que los discípulos
dejaran de traer pan. No tenían comida en la barca sino un pan, cantidad suficiente con Jesús a
bordo (cf. 6:35–44).
8:15. Con el encuentro cerca de Tiberias (vv. 11–13; el lugar del palacio de Herodes) todavía
fresco en su mente, Jesús les mandó (lit., “mandaba”; cf. 7:36) que se guardaran continuamente
de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes Antipas.
Una cantidad pequeña de levadura puede afectar una gran cantidad de masa de pan cuando se
mezclan. La expresión relativa a la levadura era usada por los judíos como una metáfora común
para referirse a una influencia invisible y penetrante. A menudo, como se usa aquí, connotaba
una influencia que corrompía. En este contexto la levadura se refería al crecimiento gradual de la
incredulidad. Esta era la actitud que estaba detrás de la petición de los fariseos de una señal, a
pesar de que ya habían tomado su decisión (cf. 8:11–12; 3:6). Lo mismo pasaba con Herodes (cf.
6:14–16; Lc. 13:31–33; 23:8–9). Como lo indica la pregunta de Jesús (Mr. 8:12), esta actitud
había afectado a toda la nación de Israel, por lo que advierte a sus discípulos contra ella. Por otro
lado, él los llamó a ellos a tener fe y a comprender sin señales (cf. vv. 17–21).
8:16. Los discípulos ignoraron totalmente la referencia que Jesús hizo a los fariseos y a
Herodes. Al escuchar “levadura”, supusieron que Jesús hablaba de la falta de pan.
8:17–18. La reprensión que Jesús les hizo se expresa en cinco penetrantes preguntas que
muestran su persistente falta de comprensión espiritual (cf. 4:13, 40; 6:52). Puesto que Jesús se
percató de lo que discutían (cf. 8:16), su reproche no se debió a la falta de comprensión por parte
de ellos del significado de su advertencia (v. 15), sino a su falta de “entendimiento” de lo que
significaba la presencia de Jesús entre ellos. Su corazón estaba endurecido (cf. 6:52). Tenían
ojos pero no veían y tenían oídos pero no oían (cf. Jer. 5:21; Ez. 12:2). En este sentido, ellos no
eran mejores que los de “fuera” (cf. Mr. 4:11–12). Ellos también tenían una memoria muy corta.
8:19–20. Las preguntas sobre las dos alimentaciones milagrosas (cf. 6:35–44; 8:1–9) indican
que los discípulos no habían logrado comprender el significado de lo que habían visto, ni
discernir quién realmente era Jesús.
8:21. La pregunta culminante: ¿Cómo aún no entendéis? parece ser más un llamado que
una reprensión. El énfasis en “entender” (vv. 17–18, 21) expresa el objetivo de las palabras y
obras de Jesús, que todavía no había sido alcanzado.

10. LA SANIDAD DEL CIEGO EN BETSAIDA (8:22–26)


Este milagro y su relato paralelo (7:31–37) son similares en estructura y son los únicos
narrados solamente por Marcos. Asimismo, este es el único milagro de dos etapas que se narra de
las actuaciones de Jesús. La vista se usaba ampliamente como una metáfora de la comprensión.
Este milagro describe la comprensión correcta pero incompleta de los discípulos.
8:22. Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida Julias (cf. v. 13; 6:32), le trajeron
un ciego, y le rogaron que lo tocase con sanidad (cf. 5:23; 7:32).
8:23–24. Jesús llevó a aquel hombre fuera de la aldea, probablemente para establecer una
relación directa y personal con él (cf. 7:33) y para evitar la publicidad (8:26). En términos
generales, los milagros de Jesús fueron eventos públicos (cf. 1:23–28, 32–34; 3:1–12; 6:53–56;
9:14–27; 10:46–52). Pero hay tres excepciones en Marcos (5:35–43; 7:31–37; 8:22–26). Los
últimos dos quizá enseñan que un verdadero entendimiento de la persona de Jesús surge de una
relación personal con él, sin importar la opinión que tengan las multitudes.
El toque de la saliva y de las manos de Jesús (cf. 7:33) dio a entender sus intenciones y
estimuló la fe del ciego. Al principio, la sanidad fue sólo parcial: El enfermo miró y vio a los
hombres (probablemente a los doce) borrosamente, como si fueran árboles que andaban. La
pregunta poco común hecha por Jesús de que si veía algo, indica que esto fue intencional de su
parte (no a causa de debilidad en la fe de aquel hombre). Era un seguimiento apropiado a la
reprensión que había hecho a sus discípulos (vv. 17–21). Aquel hombre ya no estaba
completamente ciego, pero su visión todavía era deficiente. ¡Cuán similares a él eran los
discípulos!
8:25. Luego Jesús puso otra vez sus manos sobre los ojos de aquel hombre. Él vio
detenidamente (de diablepō; el v. 24 tiene una forma de anablepō); su vista fue restablecida, y
comenzó a ver (de emblepō) de lejos y claramente a todos. Ahora su visión era perfecta. Este
era el resultado que los discípulos podían anticipar a pesar de las dificultades que hubo en el
proceso.
8:26. Aquel hombre aparentemente no vivía en Betsaida, puesto que Jesús lo envió a su casa
con una advertencia: No entres en la aldea (es decir, “No entres allí primero”). Este es
probablemente otro ejemplo de un mandato de silencio para salvaguardar las actividades que
Jesús tenía planeadas (cf. 1:44–45; 5:43; 7:36).
D. Conclusión: La confesión de Pedro de que Jesús es el Cristo (8:27–30)
(Mt. 16:13–20; Lc. 9:18–21)
A la mitad de su evangelio, Marcos coloca la confesión de Pedro de que Jesús es el Mesías.
Hasta ese momento, la pregunta subyacente había sido: “¿Quién es él?”. Después de incluir la
declaración de Pedro en representación de los doce, la narración de Marcos se orienta hacia la
cruz y la resurrección. A partir de ese instante, la doble pregunta subyacente era: “¿Qué clase de
Mesías es él, y qué significa seguirlo?” Este pasaje crucial es el punto en el que la primera mitad
del libro llega a su fin, y de donde arranca la segunda parte.
8:27. Jesús llevó a sus discípulos a unos 40 kms. al norte de Betsaida (cf. v. 22) a las aldeas
de Cesarea de Filipo, ciudad localizada en el nacimiento del río Jordán, en la ladera sur del
monte Hermón. Esta ciudad se encontraba en la tetrarquía de Herodes Felipe, quien le dio su
propio nombre para distinguirla de la Cesarea que se encontraba en la costa del Mediterráneo.
En el camino (en tē jodō; cf. 1:2; 9:33–34; 10:17, 32, 52) Jesús les preguntó a sus
discípulos lo que los hombres decían acerca de él. Con frecuencia, el Señor usaba sus preguntas
como un trampolín para darles una nueva enseñanza (cf. 8:29; 9:33; 12:24–25).
8:28. Su respuesta fue la misma que se dio en 6:14–16: Juan el Bautista … Elías … alguno
de los profetas. Estas tres respuestas eran incorrectas, lo que indicaba que la identidad y misión
de Jesús aún estaban veladas para la gente.
8:29. Entonces, de forma más directa y personal, Jesús dijo a sus discípulos: ¿Quién decís
que soy? El énfasis recae sobre la palabra vosotros, a saber, aquellos que Jesús había escogido y
entrenado. Pedro, actuando como vocero de los doce (cf. 3:16; 9:5; 10:28; 11:21; 14:29), declaró
abiertamente: Tú eres el Cristo, el Mesías, el Ungido de Dios (cf. 1:1).
La confesión abierta que los discípulos hicieron de Jesús en este punto (cf. Jn. 1:41, 51) era
necesaria, porque el pueblo en general no había logrado discernir su verdadera identidad, los
líderes religiosos se le oponían fuertemente y Jesús estaba a punto de dar a sus discípulos
revelación adicional acerca de sí mismo, la cual tendría grandes implicaciones para ellos. Era
esencial que el asunto sobre su identidad quedara aclarado completamente. Esta afirmación de fe
en Jesús fue el ancla en que se basó el discipulado de ellos a pesar de los fracasos y retiradas
temporales (cf. Mr. 14:50, 66–72).
Marcos expresa la confesión de Pedro en su forma más simple y directa (cf. Mt. 16:16–19)
para enfocar la enseñanza de Jesús acerca de la naturaleza de su papel como Mesías (cf. Mr.
8:31; 9:30–32; 10:32–34, 45).
8:30. Jesús les mandó (cf. 1:25; 3:12) enérgicamente que no dijesen … a ninguno que él
era el Mesías. La gente tenía muchas ideas falsas acerca del concepto del “Mesías”. Una de ellas
era que a menudo se pensaba que el Mesías davídico prometido (cf. 2 S. 7:14–16; Is. 55:3–5; Jer.
23:5) sería una figura política y nacionalista, destinada a liberar a los judíos del dominio romano
(cf. Mr. 11:9–10). Pero la misión mesiánica de Jesús era más amplia en su alcance y muy
diferente en naturaleza. Así que a Jesús no le gustaba usar ese título (cf. 12:35–37; 14:61–62) y
los discípulos todavía no estaban listos para proclamar el verdadero significado de su papel como
Mesías.
Jesús sabía que él era el Ungido de Dios (cf. 9:41; 14:62), de modo que aceptó la declaración
de Pedro como correcta. Sin embargo, debido a las malas interpretaciones de los discípulos (cf.
8:32–33), él les ordenó guardar silencio (cf. 1:44) hasta que pudiera explicarles que como Mesías
le era necesario sufrir y morir en obediencia a la voluntad de Dios (cf. 8:31).

VI. Viaje de Jesús a Jerusalén (8:31–10:52)


La cuarta sección principal del evangelio de Marcos está ubicada en el marco de su viaje de
Cesarea de Filipo en el norte, donde Jesús fue reconocido como Mesías, hacia Jerusalén en el
sur, donde cumplió su misión mesiánica (cf. 8:27; 9:30; 10:1, 17, 32; 11:1; también cf. 14:28;
16:7).
Jesús explicó la naturaleza de su vocación mesiánica y las implicaciones para quienes
quisieran seguirlo. Existe una tensión equilibrada entre encubrir su sufrimiento y la revelación
futura de su gloria. La estructura de esta sección gira alrededor de tres predicciones relativas a la
Pasión: 8:31–9:29; 9:30–10:31; 10:32–52. Cada unidad incluye una profecía (8:31; 9:30–31;
10:32–34); una reacción por parte de los discípulos (8:32–33; 9:32; 10:35–41); y una o más
lecciones acerca del discipulado (8:34–9:29; 9:33–10:31; 10:42–52).

A. Primer pasaje profético acerca de la Pasión (8:31–9:29)


1. PRIMERA PREDICCIÓN DE JESÚS ACERCA DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN (8:31)
(MT. 16:21; LC. 9:22)
8:31. Después de que Pedro declaró que Jesús era el Mesías (v. 29), comenzó a enseñarles
lo que esto significaba. Esto marcó un punto clave para iniciar un nuevo contenido de su
enseñanza.
Al contrario de las expectativas mesiánicas populares, Jesús no había venido a establecer un
reino mesiánico terrenal en ese tiempo. En vez de ello, declaró que le era necesario al Hijo del
Hombre padecer mucho (cf. Is. 53:4, 11), ser desechado por las autoridades judías, ser
muerto, y resucitar (Is. 52:13; 53:10–12) después de tres días (“al tercer día”; cf. Mt. 16:21;
Lc. 9:22). Esta declaración presentó a los discípulos un nuevo del programa del reino de Dios
para el cual no estaban preparados (cf. Mr. 8:32). El vb. “era necesario” (dei) denota obligación.
En este contexto se refiere a la compulsión de cumplir la voluntad de Dios, es decir, los planes
divinos para la misión mesiánica de Jesús (cf. 1:11). Esta profecía muestra la sumisión de Jesús a
esa voluntad (cf. 14:35–36).
Tres grupos, los ancianos (líderes laicos influyentes), los principales sacerdotes (los
saduceos, cf. 12:18, que incluyen a los sumos sacerdotes anteriores), los escribas (mayormente
fariseos), constituían el sanedrín, corte suprema judía que se reunía en Jerusalén (cf. 11:27;
14:53).
Aunque Pedro lo identificó como “el Cristo” (8:29), Jesús no discutió el título o el asunto de
su identidad. Más bien, se centró en su misión y usó la designación “el Hijo del Hombre”. Esta
expresión aparece sólo dos veces antes en Marcos (cf. 2:10, 28). Ambas veces, el evangelista la
usó para mostrar la importancia que cierto evento tenía para sus lectores cristianos. A partir de
ese punto, aparece más a menudo, pero sólo cuando Jesús habla acerca de sí mismo (cf. 8:31, 38;
9:9, 12, 31; 10:33, 45; 13:26; 14:21 [2 veces], 41, 62).
Este título se adapta de forma especial a la misión total de Jesús porque no tiene
connotaciones políticas, de modo que no daba lugar a falsas expectativas. Sin embargo, era lo
suficientemente ambiguo (como una parábola) para mantener el equilibrio entre ocultar y
manifestar la vida y misión de Jesús (cf. 4:11–12). Combina los elementos de sufrimiento y
gloria de una forma en que ninguna otra designación podía hacerlo y sirve para definir el papel
singular de Jesús como Mesías.

2. LA REPRENSIÓN DE PEDRO Y LA RESPUESTA DE JESÚS (8:32–33)


(MT. 16:22–23)
8:32–33. En contraste con las veladas alusiones hechas previamente (cf. 2:20), Jesús hablaba
claramente, en términos carentes de ambigüedad, acerca de que era necesario que muriera y
resucitara.
Pedro comprendió con claridad lo que Jesús dijo (8:31), pero no podía reconciliar el punto
de vista que tenía acerca del “Mesías” (v. 29b) con el sufrimiento y muerte que Jesús predecía.
Así que Pedro comenzó a reconvenirle por esta manera tan derrotista de ver las cosas.
La reacción de Pedro, que probablemente compartían los otros discípulos, fue un esfuerzo
satánico similar a la tentación en el desierto (cf. 1:12–13), cuyo fin era alejar a Jesús de la cruz.
Jesús reprendió (cf. 8:32) a Pedro para beneficio de todos ellos; no fue un ataque personal
contra él. Las palabras: Quítate de delante de mí, probablemente no son un mandato a Pedro de
que mantuviera su lugar apropiado como discípulo (contrástese con 1:17; 8:34), puesto que Jesús
mencionó a Satanás como la fuente que inspiró los pensamientos de Pedro.
Pedro fue un vocero inconsciente de Satanás, puesto que estaba poniendo la mira (froneē
significa “tener disposición mental para”; cf. Col. 3:2) no en las cosas de Dios, es decir, sus
caminos y propósitos (cf. Is. 55:8–9), sino en las de los hombres, o sea, los valores y puntos de
vista humanos. El camino de la cruz era la voluntad de Dios y Jesús se rehusaba a abandonarlo.

3. LA ENSEÑANZA DE JESÚS ACERCA DEL SIGNIFICADO DEL DISCIPULADO (8:34–9:1)


(MT. 16:24–28; LC. 9:23–27)
La enseñanza de un Mesías sufriente tenía importantes implicaciones para quienes lo
siguieran. Esta sección contiene una serie de dichos breves tocante a la lealtad personal a Jesús
(cf. Mr. 9:43–50; 10:24–31). La declaración principal (8:34) es seguida por cuatro cláusulas
explicativas (gar, “porque”; vv. 35–38) y una expresión de certeza como conclusión (9:1). Esta
enseñanza fue parte de la preparación de los discípulos para el ministerio futuro. También
proveyó de ánimo a los lectores de Marcos que estaban enfrentando la persecución en Roma.
8:34. Jesús llamó a la gente, o sea, a los espectadores interesados (cf. 4:1, 10–12; 7:14–15) y
a sus discípulos, y se dirigió a ambos grupos. Sus palabras: Si alguno (no sólo los doce) quiere
venir en pos de mí (cf. 1:17), indican que Jesús estaba hablando de que lo siguieran como
discípulos (cf. 1:16–20). Luego presentó dos requisitos que, como el arrepentimiento y la fe (cf.
1:15), van unidos de la mano.
De manera negativa, uno debe negarse a sí mismo de forma decisiva (niéguese es un imper.
aoristo), diciendo “no” a los intereses egoístas y a la seguridad terrenal. La autonegación no
significa negar la personalidad o morir como mártir, o negar “cosas” (como en el ascetismo).
Más bien, es la negación del “yo”, es volverse de la práctica idolátrica de centrarse en sí mismo y
de todo intento de orientar la vida por los dictados del propio interés (cf. TDNT, bajo “arneomai”,
1:469–71). Sin embargo, la autonegación es sólo el lado negativo del cuadro y no se hace sólo
para provecho personal.
De manera positiva, uno debe tomar su cruz, decir “sí” de una forma decisiva (tome también
es un imper. aoristo) a la voluntad y camino de Dios. El llevar la cruz no era una metáfora judía
conocida. Pero la figura era apropiada en la Palestina ocupada por los romanos. Traía a la mente
la escena de un hombre condenado que era forzado a mostrar su sumisión a Roma, llevando parte
de su cruz a través de la ciudad hasta el lugar de la ejecución. De este modo, “tomar la propia
cruz” era una demostración pública de la propia sumisión/obediencia a la autoridad contra la cual
se había actuado con rebelión.
La sumisión de Jesús a la voluntad de Dios es la respuesta adecuada a los derechos que el
Omnipotente tiene por encima de los derechos del yo. Para Jesús significaba la muerte en la cruz.
Quienes lo siguen deben tomar su propia cruz (no la de Jesús), sin importar lo que les venga al
hacer la voluntad de Dios como seguidores de Jesús. Esto no significa sufrir como él lo hizo o
ser crucificado como él. Tampoco se refiere a sobrellevar estoicamente los problemas de la vida.
Más bien, es la obediencia a la voluntad de Dios tal como ésta se revela en su palabra, y aceptar
sin reservas las consecuencias por causa de Jesús y del evangelio (cf. 8:35). Para algunos esto
incluye el sufrimiento físico y aun la muerte, como ha demostrado la historia (cf. 10:38–39).
Puesto en palabras de Jesús, sígame, es un imper. pres. que significa: “Que se mantenga
siguiéndome” (cf. 1:17–18; 2:14; 10:21, 52b; cf. “cada día” en Lc. 9:23). Decir no al yo y sí a
Dios es continuar hasta el final el seguimiento que se hace a Jesús (cf. Ro. 13:14; Fil. 3:7–11).
8:35. Los vv. 35 a 38 comienzan todos con la palabra gr. explicativa gar porque. Estos
versículos explican los requisitos de Jesús que se encuentran en el v. 34 y se enfocan en el
ingreso al discipulado tras dejar la antigua lealtad a esta vida (la gente) y ofrecer lealtad a Jesús
como discípulo.
Paradójicamente, una persona que quiera salvar (de sōzō, “preservar”) su vida (psyj̱ēn,
“vida, alma”), la perderá; no será salva para vida eterna. Pero una persona que pierda (lit.,
“perderá”) su vida (psyj̱ē) por causa de Jesús y del evangelio (cf. 1:1) la salvará (de sōzō,
“preservar”); será salva para vida eterna (cf. los comentarios de 10:26–27; 13:13).
Jesús hizo un juego de palabras con los términos “perder” y “vida” (psyj̱ē). La psyj̱ē, por un
lado, es la vida física que se goza pero también se refiere al yo verdadero, la persona esencial que
trasciende la esfera terrenal (cf. 8:36; Mt. 10:28; TDNT, bajo “psyj̱ē”, 9:642–4). Quien decida
mantener una vida centrada en sí mismo en este mundo y rechazar los requisitos de Jesús (Mr.
8:34), al final perderá su vida en ruina eterna. Por el contrario, una persona que “pierda”
(entregará, “negará para sí misma”) su vida (aun literalmente, si es necesario) por lealtad a Jesús
y al evangelio (cf. 10:29), al someterse a los requisitos realmente la preservará para siempre.
Como seguidor de Jesús, esa persona es heredera de vida eterna con Dios (cf. 10:29–30; Ro.
8:16–17).
8:36–37. Jesús utilizó preguntas retóricas penetrantes y términos económicos para mostrar el
valor supremo de la vida eterna, y para reforzar la paradoja del v. 35.
Porque (gar, como confirmación del v. 35) ¿qué aprovechará al hombre (genérico,
“persona”) si ganare todo el mundo, es decir, todos los placeres y posesiones terrenales, si fuera
posible, y perdiere su alma (psyj̱ēn) sin ganar la vida eterna con Dios? La respuesta esperada es:
“¡No le aprovechará!” (Cf. Sal. 49, especialmente vv. 16–20).
Porque (gar, como confirmación del Mr. 8:36) ¿qué recompensa dará el hombre (genérico,
“persona”) por su alma (psyj̱ēs), a cambio de la vida eterna con Dios? La respuesta es: Nada,
porque al haber “ganado el mundo”, al final esa persona ha perdido irrevocablemente la vida
eterna para con Dios, sin haber nada que pueda dar en compensación por ella.
8:38. En su estructura, este v. es paralelo a, y complementario del v. 35, y lleva el
pensamiento a sus últimas consecuencias.
Porque (gar, como confirmación del v. 35) la persona que se avergonzare de (negare a)
Jesús y de sus palabras (cf. 13:31) en esta generación (genea; cf. 8:12; Mt. 12:39; Is. 1:4; Os.
1:2) adúltera (espiritualmente infiel) y pecadora, el Hijo del Hombre (cf. el comentario de Mr.
8:31) se avergonzará también de ella, cuando venga en la gloria (investida visiblemente con
el esplendor de Dios) de su Padre con los santos ángeles (cf. 13:26–27).
Claramente Jesús (cf. “mí, mis”) y el Hijo del Hombre son la misma persona (cf. 14:41b–42,
62). La referencia velada a su papel futuro como juez era apropiada debido a la presencia de la
multitud.
“Avergonzarse de” Jesús es rechazarlo (cf. 8:34–35a) y mostrar lealtad a “esta generación”
debido a la incredulidad y por temor al rechazo del mundo. A modo de compensación, cuando
Jesús venga en gloria como juez, él se negará a reconocer a esas personas como suyas (cf. Mt.
7:20–23; Lc. 13:22–30), y experimentarán la vergüenza (cf. Is. 28:16; 45:20–25; Ro. 9:33; 10:11;
1 P. 2:6, 8).
9:1. Este v. es el lado positivo de 8:38 (cf. Mt. 10:32–33; Lc. 12:8–9) y provee una
conclusión alentadora a esta sección (Mr. 8:34–9:1).
Las palabras También les dijo (cf. 2:27) introducen una declaración autoritativa por parte de
Jesús. Él predijo que algunos de los que estaban allí escuchándolo no (lit, “de ninguna manera”,
ou mē) gustarían la muerte hasta que hubieran visto una manifestación poderosa del reino de
Dios. Las palabras “gustarán la muerte” son un modismo hebr. usado para referirse a
experimentar la muerte física, como un veneno mortal que todos debemos tomar tarde o
temprano (cf. He. 2:9).
Varias interpretaciones se han sugerido para explicar el significado de la frase el reino de
Dios venido con poder: (a) La transfiguración de Jesús, (b) la resurrección y la ascensión de
Jesús, (c) la venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch. 2:1–4) con el extendimiento del
cristianismo por parte de la iglesia primitiva, (d) la destrucción de Jerusalén por parte de Roma
en el 70 d.C., y (e) la segunda venida de Jesucristo.
El primero de estos puntos de vista es el más razonable en este contexto. La referencia
específica de tiempo en el siguiente relato tocante a la transfiguración de Jesús (Mr. 9:2a) indica
que Marcos entendió que había una relación definitiva entre la profecía dada por el Señor (v. 1) y
ese evento. La transfiguración de Jesús fue un atisbo previo muy impactante y una garantía de su
futura venida en gloria (cf. 2 P. 1:16–19).

4. TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS (9:2–13)


(MT. 17:1–13; LC. 9:28–36)
a. La manifestación de su gloria (9:2–8)
Este evento confirmó la confesión de Pedro (8:29) y cumplió la predicción de Jesús (9:1).
También sirvió de preludio a la Pasión (14:1–16:8). A pesar de su muerte inminente (8:31–32),
Jesús les aseguró por medio de este hecho que su regreso en gloria (8:38b) era seguro y que la
entrega de sus discípulos a él estaba bien fundada (8:34–37). La gloria futura seguiría al
sufrimiento presente para él y para ellos.
9:2–4. Las palabras, Seis días después, unen la transfiguración con la profecía de Jesús del
v. 1. Este evento ocurrió en el séptimo día después de la predicción, día que hace recordar las
ideas de cumplimiento y revelación especial (cf. Éx. 24:15–16).
Mateo presenta la misma secuencia de tiempo, pero Lucas afirma que la transfiguración
ocurrió “como ocho días después” (Lc. 9:28). La referencia general de Lucas refleja un método
alterno de medir el tiempo, en el cual parte de un día era contado como un día entero (V. el
comentario de Lc. 9:28).
Jesús escogió a Pedro, a Jacobo y a Juan (cf. Mr. 5:37; 14:33), y los llevó aparte (kat’
idian; cf. 4:34) solos a un monte alto. Este lugar, que no es mencionado, fue probablemente un
risco situado al sur del monte Hermón (de unos 2,800 mts. de altura), ubicado a unos 19 kms. al
noreste de Cesarea de Filipo (cf. 8:27; 9:30, 33). Esta opción es preferible al monte Tabor que se
encuentra en Galilea. El “monte alto” era un lugar apropiado en vista de las automanifestaciones
previas de Dios ante Moisés y Elías en el monte Sinaí (Horeb; cf. Éx. 24:12–18; 1 R. 19:8–18).
Jesús se transfiguró en presencia de los tres discípulos (2 P. 1:16). “Se transfiguró”
(metemorfōthē, cf. el esp. “metamorfosis”) significa “ser cambiado a otra forma” y no sólo un
cambio en apariencia externa (cf. Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). Por un breve tiempo, el cuerpo humano
de Jesús se transformó (glorificó), y los discípulos lo vieron tal como será cuando regrese
visiblemente en poder y gloria para establecer su reino sobre la tierra (cf. Hch. 15:14–18; 1 Co.
15:20–28; Ap. 1:14–15; 19:15; 20:4–6). Este estado se reflejó de forma dramática en la blancura
sobrenatural de sus vestidos, un comentario exclusivo de Marcos, que probablemente refleja el
informe de Pedro como testigo ocular.
Dos hombres importantes del A.T., Elías y Moisés, aparecieron milagrosamente y
conversaban con Jesús (cf. Lc. 9:31). El que Marcos mencione a Elías primero posiblemente se
debe al énfasis que pone en él en este contexto (cf. Mr. 8:28; 9:11–13). Moisés, en su papel de
libertador y legislador de Israel, representaba a la ley. Elías, defensor de la adoración a Jehová y
restaurador futuro de todas las cosas (Mal. 4:4–5), representa a los profetas. Ambos fueron
prominentes mediadores del gobierno de Dios ante la nación de Israel (cf. Éx. 3:6; 4:16; 7:1; Dt.
18:15–18; 1 R. 19:13; Hch. 7:35). Su presencia confirmaba el papel de Jesús como Mesías.
9:5–6. La respuesta impulsiva de Pedro, en la que usa el título hebr. rabí (Maestro) (cf.
11:21; 14:45; también cf. “Maestro” [didaskale] en 4:38; 9:17; 10:35; 13:1), indica que no
comprendía este evento. Él dijo que era bueno … para ellos que estuvieran allí, dando a
entender que deseaba prolongar esta gloriosa experiencia. Su idea de que hicieran tres
enramadas (tiendas de reunión, tabernáculos; cf. Lv. 23:33–43), una para Jesús, Moisés, y
Elías, confirma este hecho y quizá implica que él veía a los tres como iguales en importancia.
Creyendo que el reino había venido, Pedro sintió que era apropiado construir chozas para la
fiesta de tabernáculos (Zac. 14:16). Consciente de ello o no, Pedro (cf. Mr. 8:32) se estaba
resistiendo una vez más al sufrimiento que Jesús había dicho que precedería a su gloria.
El comentario explicativo de Marcos (gar, porque) sirve de paréntesis. Muestra que Pedro,
como vocero, respondió inadecuadamente pues (gar) estaban espantados (ekfoboi, “aterrados”,
un adjetivo muy fuerte que se usa sólo aquí y en He. 12:21, donde también se traduce
“espantado”. Cf. el verbo fobeomai, “tener miedo”, en Mr. 4:41; 16:8) por esta deslumbrante
manifestación de gloria sobrenatural.
9:7–8. La respuesta de Dios el Padre a la sugerencia de Pedro estableció el verdadero
significado de este evento. La nube que les hizo sombra (a Jesús, Moisés y Elías) representaba
la presencia temible de Dios (cf. Éx. 16:10; 19:9) y de allí vino su voz de mandato. Una vez más,
así como en el bautismo de Jesús, el Padre dio su respaldo sin reservas a su Hijo amado (cf. el
comentario de Mr. 1:11). La posición de Jesús como hijo lo coloca por encima de los demás
hombres, incluyendo a Moisés y Elías.
El mandato A él oíd (imper. pres.) realmente significa: “Obedecedle”. Esta orden es un
reflejo de la profecía de Deuteronomio 18:15 (cf. también Dt. 18:19, 22) y sirve para identificar a
Jesús como el nuevo y último mediador del gobierno de Dios en su forma presente y futura (cf.
Sal. 2:4–7; 2 P. 1:16–19). Jesús había sucedido a Moisés y Elías. Después, éstos desaparecieron
repentinamente no dejando a nadie … sino a Jesús solo. Su trabajo estaba concluido y ya no era
necesaria su presencia. Jesús, no Moisés o Elías, es ahora el gobernante y vocero autorizado de
Dios.
b. Su mandato de guardar silencio (9:9–10)
9:9. Mientras descendían del monte, Jesús les dijo a los tres discípulos que guardaran
silencio sobre lo que habían visto hasta después de su resurrección. Su falta de comprensión de
la misión mesiánica de Jesús (8:29–33) todavía era evidente durante la transfiguración (cf. 9:5–6,
10; y el comentario de 8:30).
Este fue el último mandato de Jesús de guardar silencio que Marcos registra y el único en el
que dio un límite de tiempo. Con ello se implica que a este período de silencio le seguiría un
tiempo de proclamación (cf. 13:10; 14:9). Sólo cuando la analizaran desde la perspectiva de la
resurrección comprenderían la transfiguración y podrían, de esta forma, proclamar su significado
en forma correcta.
9:10. Los tres discípulos quedaron perplejos por el mandato de Jesús. Ellos discutían entre sí
… qué sería aquello de resucitar de los muertos. Ellos creían en una resurrección futura, pero
quedaron confundidos por el anuncio inesperado de la muerte y resurrección de Jesús.
c. Su declaración acerca de Elías (9:11–13)
9:11. La presencia de Elías en la transfiguración (v. 4), la confirmación de Jesús como
Mesías (8:29; 9:7) y su referencia a la resurrección (v. 9), dieron a entender que el fin de todas
las cosas estaba cerca. Si era así, ¿dónde estaba Elías quien es necesario que … venga primero
para preparar a la nación espiritualmente para la venida del Mesías? (cf. Mal. 3:1–4; 4:5–6). Tal
vez los discípulos pensaron que la obra de renovación de Elías significaba que el Mesías no
tendría que sufrir.
9:12–13. A modo de respuesta, Jesús aclaró dos cosas. En primer lugar, reconoció por un
lado que Elías … vendrá (lit., “viene”) primero (antes que el Mesías), y restaurará (lit.,
“restaura”) todas las cosas por medio de la renovación espiritual del pueblo (Mal. 4:5–6). Por
otro lado, esto no quita la necesidad de que el Hijo del Hombre … padezca mucho y sea
tenido en nada (cf. Sal. 22; Is. 53, esp. v. 3).
En segundo lugar, sin embargo, (pero en gr. es un adversativo fuerte), Jesús declaró que a la
verdad Elías ya vino. En forma velada, Marcos relata que Jesús identificó a Juan el Bautista
como quien cumplió en la primera venida de Jesús la función y el papel que se espera que
cumpla Elías en el último tiempo (cf. Mr. 1:2–8; Mt. 17:13; Lc. 1:17). El Señor dio a Juan su
verdadera importancia, la cual el Bautista ni siquiera reconoció para sí mismo (cf. Jn. 1:21; el
comentario de Mt. 11:14).
La expresión le hicieron todo lo que quisieron, denota el sufrimiento y muerte cruel y
arbitraria que Juan experimentó a manos de Herodes Antipas y de Herodías (cf. Mr. 6:14–29).
De manera similar, Elías sufrió persecución por parte de Acab y de Jezabel (cf. 1 R. 19:1–3, 10).
Lo que estos antagonistas hicieron con Elías y con Juan, la gente hostil a Dios lo haría con Jesús.
Juan el Bautista cumplió la profecía de Elías (Mal. 4:5–6) de forma tipológica en la primera
venida de Cristo. Sin embargo, la profecía de Malaquías (Mal. 4:5–6) indica que Elías también
aparecerá justo antes de la segunda venida de Cristo (cf. Ap. 11).

5. LA CURACIÓN DE UN MUCHACHO ENDEMONIADO (9:14–29)


(MT. 17:14–21; LC. 9:37–43)
Este episodio narra un caso de necesidad humana desesperada y el fracaso de los discípulos y
contrasta grandemente con la gloria de la transfiguración. Muestra la realidad de vivir en el
mundo mientras Jesús está ausente.
Los discípulos, de quienes se podía esperar ayuda (cf. Mr. 6:7), fueron impotentes. Marcos
9:28–29 provee la clave para entender este incidente. Mientras Jesús estaba ausente, debían vivir
y obrar por fe en Dios, expresada por medio de la oración. El relato amplio (en contraste con Mt.
y Lc.) y los vívidos detalles que da, sugieren una vez más que el autor tuvo acceso al informe de
Pedro como testigo ocular.
9:14–15. Cuando Jesús y los tres discípulos (cf. v. 2) volvieron a donde estaban los otros
nueve discípulos, vieron una gran multitud reunida alrededor de los nueve y a unos escribas
que disputaban con ellos. No se dice cuál era el asunto de la disputa.
En seguida (euthys; cf. 1:10) toda la gente vio a Jesús y se asombró (exethambēthēsan, “se
alarmaron”; cf. 14:33; 16:5–6) y corriendo a él, le saludaron. Su sorpresa no se debió a algún
resplandor que tuviera Jesús tras la transfiguración (cf. 9:9), sino a la inesperada pero oportuna
presencia de Jesús en medio de ellos.
9:16–18. Jesús preguntó a los nueve sobre qué disputaban. Uno de la multitud, el padre del
muchacho endemoniado, le explicó la situación. Dirigiéndose al Señor con respeto llamándolo
Maestro (cf. v. 5), el padre dijo que había traído a su hijo a Jesús para ser sanado, porque el
muchacho tenía un espíritu (cf. el comentario de 1:23–24) que lo había dejado mudo (y sordo;
cf. 9:25). El demonio también le hacía tener a menudo convulsiones con violentos ataques
sintomáticos de epilepsia. Los intentos del demonio de destruir al muchacho (cf. vv. 18, 21–22,
26) muestran una vez más el propósito que tiene la posesión demoniaca (cf. el comentario de
5:1–5).
La petición del padre a los discípulos de que exorcizaran al demonio era legítima, porque
Jesús les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos (cf. 6:7).
9:19. Jesús se dirigió a la multitud pero especialmente a los discípulos con profunda emoción
(cf. 3:5; 8:12). La frase: ¡Oh generación incrédula! enfatiza la causa característica de todo
fracaso espiritual: la falta de fe en Dios (cf. 9:23; 10:27). Las preguntas retóricas reflejan aún
más la continua tristeza de Jesús por causa del embotamiento espiritual de los discípulos (cf.
4:40; 6:50–52; 8:17–21). Sin embargo, su propósito era actuar con poder donde ellos habían
fracasado, así que ordenó: Traédmelo.
9:20–24. Cuando el espíritu demoniaco vio a Jesús, de inmediato (euthys; cf. 1:10) sacudió
con violencia al muchacho, dejándolo en una situación todavía peor (cf. 9:18).
En respuesta a la pregunta compasiva de Jesús, el padre dijo que su hijo había
experimentado tales convulsiones patéticas y casi fatales desde niño. La condición del
muchacho era prolongada y crítica. Las palabras: si puedes hacer algo, indican que la
incapacidad de los discípulos en expulsar al demonio (v. 18) había debilitado la fe del padre en el
poder de Jesús.
Jesús repitió las palabras de duda del padre, si puedes, para mostrar que el asunto no tenía
que ver con el poder de Jesús para sanar al muchacho, sino con la capacidad del padre de confiar
en Dios, quien puede hacer lo que es humanamente imposible (cf. 10:27). Jesús retó luego al
padre a no dudar: Al que cree todo le es posible (cf. 9:29). La fe no pone límites al poder de
Dios, y se somete a sí misma a su voluntad (cf. 14:35–36; 1 Jn. 5:14–15).
La respuesta del padre fue inmediata (euthys). Declaró su fe (Creo), pero también reconoció
su debilidad: Ayuda mi incredulidad. Esto hace resaltar un elemento esencial de la fe cristiana:
ésta sólo se da con la ayuda de aquél que es su objeto.
9:25–27. Cuando Jesús vio que una multitud curiosa se agolpaba (aparentemente se había
apartado por un breve instante), reprendió (“ordenó”; cf. 1:25) al espíritu inmundo (cf. 1:23,
34) con dos mandatos: Sal … y no entres más en él.
Haciendo un despliegue final de violencia sobre su víctima y dando un grito de ira (cf. 1:26),
el demonio huyó. El muchacho quedó como muerto, yaciendo en total agotamiento, de modo
que muchos concluyeron: Está muerto. Pero Jesús … le enderezó. Las palabras de Marcos,
que son paralelas a las del relato de la resurrección de la hija de Jairo (cf. 5:39–42), sugieren que
alejarse del poder de Satanás es como pasar de muerte a vida. Para lograr esto en un sentido final
e irreversible se requería de la muerte y resurrección de Jesús mismo.
9:28–29. Estos vv. concluyen este incidente y explican por qué los discípulos fracasaron.
Después de que Jesús entró en casa (cf. 7:17; no se menciona el lugar), los discípulos le
preguntaron aparte (kat’ idian; cf. 4:34) por qué no pudieron expulsar el demonio.
Jesús explicó lo siguiente: Este género, refiriéndose probablemente a los espíritus
demoniacos en general y no a un tipo especial de demonios, con nada puede salir, sino con
oración. Los discípulos habían fracasado porque no habían dependido del poder de Dios en
oración. Aparentemente habían confiado únicamente en los éxitos del pasado (cf. 6:7, 13) y
habían fracasado.
Casi todos los manuscritos griegos antiguos de importancia incluyen “oración” y ayuno al
final de 9:29. Tal vez las palabras fueron añadidas muy temprano en la tradición textual por
algunos escribas para apoyar el ascetismo. Pero las palabras, si son originales, se refieren a un
medio práctico de centrar la atención más completamente en Dios con un propósito específico y
por un período limitado de tiempo.

B. Segundo pasaje profético de la Pasión (9:30–10:31)


1. SEGUNDA PREDICCIÓN DE JESÚS ACERCA DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN (9:30–31)
(MT. 17:22–23A; LC. 9:43B–44)
9:30–31. Jesús y sus discípulos salieron de allí (cf. vv. 14, 28, probablemente un lugar cerca
de Cesarea de Filipo) y caminaron por el noreste de Galilea (cf. 1:9), con rumbo a Capernaum
(9:33). Este fue el primer trecho de su viaje final hacia el sur, a Jerusalén. Jesús quería que su
presencia pasara desapercibida porque su ministerio público en Galilea había terminado y ahora
deseaba preparar a sus discípulos para el futuro.
Su muerte venidera fue el tema constante de su enseñanza durante este viaje. Decía que él, el
Hijo del Hombre (cf. 8:31) sería entregado a los judíos y a los gentiles. El vb. “entregado”
(paradidotai), que también significa “traicionar”, se usa tanto con respecto a la traición de Judas
(3:19; 14:41; Lc. 24:7), como a la entrega que hizo Dios de su Hijo a la muerte para efectuar la
redención de los pecadores (Is. 53:6, 12; Hch. 2:23; Ro. 8:32). La última idea es probablemente
la que se tiene en mente aquí, lo que sugiere que el agente implícito del vb. pas. es Dios, no
Judas.

2. LA FALTA DE COMPRENSIÓN DE LOS DISCÍPULOS (9:32)


(MT. 17:23b; LC. 9:45)
9:32. Los discípulos no lograron entender lo que Jesús les decía (cf. v. 10) y tenían miedo de
preguntar más. Tal vez esto se debió a que recordaron la reprensión de Jesús a Pedro (8:33) o,
más probablemente, porque lo que Jesús decía tuvo un efecto devastador sobre sus esperanzas de
que fuera el Mesías reinante.

3. LAS LECCIONES DE JESÚS ACERCA DEL SIGNIFICADO DEL DISCIPULADO (9:33–10:31)


Esta sección tiene dos marcos geográficos. En primer lugar, Jesús enseñó a sus discípulos en
una casa de Capernaum, en Galilea (9:33–50). En segundo lugar, Jesús retomó su ministerio de
enseñanza tanto pública como privada en Judea y Perea (10:1–31).
a. La esencia de la verdadera grandeza (9:33–37)
(Mt. 18:1–5; Lc. 9:46–48)
9:33–34. Jesús y sus discípulos vinieron a Capernaum por última vez después de estar
ausentes varios meses (cf. 8:13, 22, 27). Cuando estuvieron en casa (cf. 2:1–2; 3:20; 7:17),
Jesús les preguntó qué disputaban entre sí en el camino (en tē jodō; cf. el comentario de 1:2).
Una vez más, la penetrante pregunta de Jesús abrió la brecha para darles más enseñanzas (cf.
8:27, 29).
Los discípulos se avergonzaron de admitir que habían disputado entre sí sobre quién había
de ser el mayor entre ellos. El asunto del rango era importante para los judíos (cf. Lc. 14:7–11),
así que era natural que los discípulos estuvieran preocupados por la posición que tendrían en el
reino mesiánico venidero. Tal vez los privilegios dados a Pedro, Jacobo y Juan (cf. Mr. 5:37; 9:2)
dieron cabida a la discusión. Cualquiera que fuera su causa, mostraba que los doce no
comprendían o aceptaban las implicaciones que la predicción de la Pasión de Jesús (cf. v. 31)
tenía para ellos.
9:35. Después de sentarse, que era la postura reconocida de un maestro judío (cf. Mt. 5:1;
13:1), Jesús llamó a los doce y les enseñó la esencia de la verdadera grandeza: Si alguno quiere
(cf. Mr. 8:34) ser el primero, es decir, tener la más alta posición entre los “grandes” en el reino
de Dios, será el postrero de todos (por selección deliberada y voluntaria) y el servidor de
todos. La palabra “servidor” (diakonos) describe aquí a una persona que atiende las necesidades
de otros gratuitamente, no a una persona que se encuentra en posición servil (como un doulos, un
esclavo). Jesús no condenó el deseo de mejorar la posición personal en la vida, sino que enseñó
que la grandeza en su reino no estaba determinada por la posición, sino por el servicio (cf.
10:43–45).
9:36–37. Para ilustrar el tema del servicio Jesús puso … a un niño de la casa (cf. v. 33, tal
vez era hijo de Pedro) en medio de los discípulos. Ser “servidor de todos” incluía el dar cuidados
a un niño, que era el ser más insignificante (cf. “el postrero”, v. 35) tanto en la sociedad judía
como en la grecorromana, que idealizaban al adulto maduro (cf. TDNT, bajo “pais”, 5:639–52).
Jesús tomó al niño en sus brazos (cf. 10:13–16) y dijo que recibir, es decir, servir o mostrar
bondad (cf. 6:11; Lc. 9:53) a un niño como este, que representaba al discípulo más bajo (cf. Mr.
9:42), en el nombre de Jesús (en su lugar), equivale a recibir a Jesús (cf. Mt. 25:40 y el
comentario de Mr. 6:7). Pero hacer esto no era recibir sólo a Jesús, sino también al Padre
celestial que lo envió a la tierra (cf. Jn. 3:17; 8:42). Esta enseñanza da dignidad a la tarea de
servir a otros.
b. Jesús reprende la actitud sectaria (9:38–42)
(Lc. 9:49–50)
9:38. Lo que Jesús dijo (v. 37) hizo que Juan (cf. 3:17; 5:37; 9:2), quien se dirigió a él como
Maestro (cf. 4:38; 9:5), le informara de la intención que tenían los discípulos de prohibir a un
exorcista anónimo que echara fuera demonios en el nombre de Jesús (cf. el comentario de
1:23–28; 5:6–7) porque no los seguía. Aunque era un discípulo, no era de los doce
comisionados por Jesús para hacer ese trabajo (cf. 6:7, 12–13). Lo que les causó problemas a
ellos no era que el hombre estuviera usando mal el nombre de Jesús (como ocurre en Hch.
19:13–16), sino más bien por usarlo sin autorización del mismo y lo que era peor, él sí tenía
éxito (a diferencia de los nueve; Mr. 9:14–18). Este incidente reveló el exclusivismo cerrado de
los doce.
9:39–40. Jesús les dijo que dejaran de estorbar a ese exorcista porque ninguno hay que
haga milagro (dynamin, una “obra” poderosa) en su nombre, y que luego se vuelva y
públicamente hable mal de él.
La aceptación que Jesús dio a este hombre fue reforzada por el aforismo: El que no es
contra nosotros, por nosotros es (cf. el lado opuesto de esto en Mt. 12:30). Las frases “contra
nosotros” y “por nosotros” no dejan lugar a la neutralidad. Si uno está trabajando para Jesús, o
sea, en su nombre (cf. Mr. 9:38), no puede trabajar contra él al mismo tiempo.
Aunque este hombre no seguía a Jesús exactamente de la misma manera en que lo hacían los
doce, sin embargo, lo seguía en verdad y estaba contra Satanás.
9:41. Con una solemne afirmación (de cierto os digo; cf. 3:28) Jesús amplió sus palabras (de
9:39–40) para incluir otras actividades además del exorcismo. Aun quien ejerce el menor acto de
hospitalidad en el nombre de Jesús (cf. v. 37), tal como dar un vaso de agua a alguien porque
pertenece a Cristo no (ou mē, negación enfática; cf. RVA: “jamás”) perderá su recompensa. Al
final será premiado con la participación en el reino de Dios (cf. v. 47; 10:29–30; Mt. 25:34–40),
no sobre la base del mérito logrado (una buena obra), sino debido a la promesa de gracia dada
por Dios a la gente de fe (cf. Lc. 12:31–32). El uso que Jesús hizo del título “Cristo” en vez de
“Hijo del Hombre” es raro en los evangelios sinópticos.
9:42. Este v. concluye el pensamiento de los vv. 35 a 41, y prepara la escena para los vv. 43 a
50. Jesús advirtió severamente a cualquiera que a propósito provocara que alguien dejara de
creer en él. El castigo para tal ofensa era tan severo, que mejor le fuera a esta persona si se
ahogara en el mar antes que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en Jesús (es
decir, discípulos sencillos, incluyendo a los niños, que son inmaduros en la fe; cf. vv. 37, 41).
El verbo “haga tropezar” (skandalisē; cf. v. 43) debe entenderse desde el punto de vista del
juicio futuro (cf. vv. 43–48). Se refiere a incitar o provocar a un discípulo a apartarse de Jesús,
con el resultado de un serio daño espiritual. La fe sin mayor desarrollo de aquel exorcista (v. 38),
o cualquiera otra persona que actúa en el nombre de Jesús (v. 41), debía ser estimulada y no
arruinada por la crítica dura o los prejuicios sectarios.
La piedra de molino (mylos onikos, lit., “piedra de molino de burro”) era una piedra pesada
y plana que un burro hacía girar cuando estaba moliendo el grano; ésta es diferente del pequeño
molino de mano (mylos) que era usado por las mujeres (Mt. 24:41). Condenar a alguien a ser
ahogado de esta manera era sin duda algo posible para los discípulos de Jesús (cf. Josefo,
Antigüedades de los Judíos, 14. 15. 10).
c. La trampa del pecado y las demandas radicales del discipulado (9:43–50)
(Mt. 18:7–9)
9:43–48. Estas fuertes palabras advierten a los discípulos acerca del peligro de permitir que
sean descarriados. Jesús reforzó las demandas del discipulado (cf. 8:34–38; 10:24–31) con
hipérboles (cf. TDNT, bajo “melos”, 4:559–61).
Si (ean, “cuando quiera que”, indica una posibilidad real) la actividad de tu mano, que es un
instrumento de las inclinaciones internas (cf. 7:20–23), te fuere ocasión de caer (skandalisē, “te
instara a caer”; cf. 9:42) entonces córtala. Jesús quería dar a entender que un discípulo debía
tomar una acción pronta y decisiva contra cualquier cosa que lo alejara de su lealtad a él. Lo
mismo es cierto del pie y del ojo, pues las tentaciones vienen a través de muchos medios.
Cualquier cosa que tiente a un discípulo a aferrarse a este mundo, debe ser quitada de la misma
forma en que un cirujano amputa una pierna gangrenada.
Es mejor ser un discípulo y entrar en la vida eterna (cf. 10:17, 30) en el reino futuro de
Dios (9:47) y hacerlo manco, es decir, sin posesiones terrenales, a las cuales se ha renunciado,
que ser un incrédulo. Un incrédulo mantiene su lealtad a este mundo, rehúsa aceptar las
condiciones de la vida eterna con Dios que éste pone, y será echado en el infierno (geennan; vv.
45, 47).
La palabra gr. geenna (“Gehenna”, trad. como “infierno”) es una transliteración de dos
palabras hebreas que significan “Valle de Hinom”, lugar que se encontraba al sur de Jerusalén
donde en cierto tiempo los niños eran sacrificados al ídolo pagano Moloc (2 Cr. 28:3; 33:6; Jer.
7:31; 19:5–6; 32:35). Más adelante, durante las reformas de Josías (2 R. 23:10), el lugar llegó a
ser el depósito de desechos de Jerusalén, donde el fuego ardía continuamente para consumir
depósitos regulares de basura infestada de gusanos. Según la forma judía de pensamiento, la
figura del fuego y de los gusanos describía vívidamente el lugar del castigo eterno futuro para los
malos (cf. los libros apócrifos Judit 16:17 y Eclesiástico 7:17). Jesús usó la palabra geenna 11 de
las 12 veces que aparece en el N.T. (la única excepción es Stg. 3:6).
La frase al fuego que no puede ser apagado es probablemente la explicación que Marcos
hace del Gehenna para sus lectores romanos. El gusano (es decir, el tormento interno) y el fuego
que nunca se apaga (es decir, el tormento externo) (citados de la LXX en Is. 66:24) describen
claramente el castigo consciente y sin fin que espera a todos los que rechazan la salvación de
Dios. La esencia del infierno es un tormento sin fin y la exclusión eterna de la presencia de Dios.
9:49. Esta enigmática declaración, única de Marcos, es difícil de interpretar. Se han sugerido
unas 15 posibles explicaciones.
Un “porque” explicativo (gar) y la palabra “fuego” unen a este v. con los vv. 43 a 48. La
palabra todos podría explicarse de tres posibles maneras: (1) Podría referirse a todos los
incrédulos que entran al infierno. Ellos serán salados con fuego en el sentido de que como la sal
preserva la comida, así ellos serán preservados a través de toda una eternidad de juicio de fuego.
(2) “Todos” podría referirse a todos los discípulos que viven en este mundo hostil. Ellos serán
“salados con fuego” en el sentido en que los sacrificios del A.T. eran sazonados con sal (Lv.
2:13; Ez. 43:24). Los discípulos, que son sacrificios vivientes (cf. Ro. 12:1), serán sazonados con
pruebas de fuego purificador (cf. Pr. 27:21; Is. 48:10; 1 P. 1:7; 4:12). Las pruebas purificarán lo
que es contrario a la voluntad de Dios y preservarán lo que está de acuerdo con ella. (3) “Todos”
podría referirse a todas las personas en general. Todos serán “salados con fuego” en un tiempo y
de una manera apropiada a su relación con Jesús.
Serán salados los incrédulos, con el fuego que preserva en el juicio final; y los discípulos,
con el fuego que refina en las pruebas y sufrimientos presentes. Este último punto de vista parece
preferible.
9:50. La palabra “sal” une a este v. con el v. 49. Buena es la sal, o sea, es útil. La sal como
condimento y preservante era usada comúnmente en el mundo antiguo. Era una necesidad para la
vida en Palestina, así que tenía valor comercial.
La fuente principal de sal en Palestina se hallaba en el suroeste del mar Muerto (Salado). La
sal tosca e impura extraída de los depósitos salinos era susceptible al deterioro y dejaba un
residuo de cristales insípidos con forma de sal. Si (ean, “cuando quiera”; cf. v. 43) la sal se hace
insípida, es decir, pierde su sabor, no puede recobrarlo, de manera que esa sal no tiene valor.
El mandato: Tened (vb. imper. pres.) sal en vosotros mismos, señala la necesidad de los
discípulos de “tener sal” que es buena (no sin valor) dentro de sí mismos, continuamente. Aquí la
“sal” representa lo que distingue a un discípulo de uno que no lo es (cf. Mt. 5:13; Lc. 14:34). Un
discípulo ha de mantener su lealtad a Jesús a toda costa, y debe eliminar las influencias
destructivas (cf. Mr. 9:43–48).
El segundo mandato: Tened (vb. imper. pres.) paz los unos con los otros, está basado en el
primer mandato y pone fin a la discusión provocada por la disputa de los discípulos (vv. 33–34).
En esencia, Jesús dijo lo siguiente: “Sed leales a mí y entonces podréis mantener la paz los unos
con los otros en vez de discutir sobre vuestra posición” (cf. Ro. 12:16a; 14:19).
d. La permanencia del matrimonio (10:1–12)
(Mt. 19:1–12; Lc. 16:18)
10:1. Durante su viaje final a Jerusalén, Jesús salió de allí, es decir, de Capernaum en Galilea
(cf. 9:33), y fue a Judea, al occidente del río Jordán y luego al otro lado del Jordán a Perea en
el lado oriental.
Debido a su popularidad en esas áreas (cf. 3:8), volvió a atraer al pueblo alrededor de él y de
nuevo les enseñaba como solía (cf. 1:21–22; 2:13; 4:1–2; 6:2, 6b, 34; 11:17; 12:35). La frase
“de nuevo” da énfasis a la afirmación. De esta forma, Jesús retomó su ministerio público.
Aunque el ministerio final de Jesús en Judea y Perea cubrió un período de unos seis meses,
Marcos relató sólo algunos de los eventos al final del período, los cuales probablemente
ocurrieron en Perea (cf. 10:2–52 con Lc. 18:15–19:27).
10:2. Un grupo de fariseos interrogó a Jesús acerca del divorcio con el propósito de tentarle
(de peirazō; cf. 8:11; 12:15b). Ellos querían que Jesús diera una respuesta en la que se
incriminara a sí mismo, la cual permitiría que se levantara la oposición contra él. Tal vez
esperaban que él contradijera Deuteronomio 24:1–4 (cf. Mr. 10:4). Todos los fariseos estaban de
acuerdo en que este pasaje del A.T. permitía el divorcio, el cual sólo el esposo podía pedirlo, y el
divorcio conllevaba el derecho de volver a casarse. Pero no estaban de acuerdo en cuanto a los
motivos para el divorcio. El punto de vista estricto del rabí Shammai permitía el divorcio sólo si
la esposa era culpable de inmoralidad, mientras que el punto de vista indulgente del rabí Hillel
permitía que el esposo se divorciara de su esposa por casi cualquier razón (cf. Mishnah, Gittin, 9.
10). Tal vez Jesús tomaría partido en esta disputa y de esta forma dividiría las filas de sus
seguidores. O tal vez ofendería a Herodes Antipas tal como había hecho Juan el Bautista (cf.
6:17–19) y sería arrestado puesto que en Perea estaba bajo la jurisdicción de Herodes. Este
gobernante se había casado con su sobrina Herodías a pesar de los decretos contenidos en
Levítico 18.
10:3–4. La pregunta que Jesús dio como respuesta, hizo a un lado el falaz razonamiento de la
interpretación rabínica y dirigió la atención de los fariseos al A.T. (cf. 7:9, 13). El vb. mandó da
a entender que él preguntó sobre lo que la legislación mosaica decía sobre el tema del divorcio.
Como respuesta, los fariseos dieron un resumen de Deuteronomio 24:1–4, pasaje que era la
base de sus prácticas de divorcio. Ellos decían que Moisés permitió que el marido se divorciara
de su esposa, si la protegía de la acusación de adulterio al escribirle una carta de divorcio en
presencia de testigos, la firmaba y se la daba (cf. Mishnah, Gittin, 1. 1–3; 7. 2). En el antiguo
Israel, el adulterio era penado con la muerte, generalmente por lapidación (cf. Lv. 20:10; Dt.
22:22–25), cuando se establecía claramente la culpa (cf. Nm. 5:11–31). En tiempos de Jesús (ca.
30 d.C.) la pena de muerte fue abandonada (cf. Mt. 1:19–20; TDNT, bajo “moij̱euō”, 4:730–5),
pero la ley rabínica instaba al esposo a divorciarse de una esposa adúltera (cf. Mishnah, Sotah, 1.
4–5; Gittin, 4. 7).
10:5. Moisés escribió este mandamiento (cf. Dt. 24:1–4), dijo Jesús, en vista de la dureza
de corazón, es decir, su rechazo obstinado de aceptar el punto de vista de Dios acerca del
matrimonio. Moisés reconoció la presencia del divorcio en Israel, pero no lo instituyó ni lo
autorizó.
10:6–8. Jesús contrastó después el punto de vista de ellos acerca del matrimonio con el de
Dios, vigente desde el principio de la creación (Jesús citó Gn. 1:27 y 2:24). Dios los hizo, es
decir, a la primera pareja, Adán y Eva, claramente varón y hembra, para ser complementarios el
uno del otro. Un hombre debe dejar tras sí a sus padres, y unirse a su mujer, y los dos --hombre
y mujer-- serán una sola carne. Como “una sola carne” ellos forman una nueva unidad, la cual
consiste de una pareja sexualmente íntima y que lo abarca todo, tan indisoluble en el presente
orden divino de la creación, como la relación sanguínea entre padre e hijo.
Así que (jōste), no son ya más dos, sino uno (lit., “una sola carne”, una unidad de una
carne; cf. RVA). El matrimonio no es un contrato de conveniencia temporal que se puede romper
fácilmente; es un pacto de fidelidad mutua, la unión de toda la vida, hecho delante de Dios (cf.
Pr. 2:16–17; Mal. 2:13–16).
10:9. Jesús añadió luego una prohibición. Por tanto, a la luz de los vv. 6 a 8, lo que Dios
juntó como una sola carne, no lo separe (j̱rizeto̱, tiempo pres.; cf. este vb. gr. en 1 Co. 7:10, 15)
el hombre. “El hombre” (anthrōpos, probablemente con el significado de esposo) no debe
romper el matrimonio por medio del divorcio. El matrimonio debe ser una relación monógama,
heterosexual y permanente. Jesús indirectamente confirmó la valiente declaración de Juan el
Bautista (cf. Mr. 6:18), contradiciendo de esa manera el permisivo punto de vista de los fariseos.
10:10–12. Más tarde, cuando los discípulos de Jesús le preguntaron en privado de lo mismo
en la casa (cf. 7:17), él añadió: Cualquiera que repudia (apolysē, “libera, suelta”, la misma
palabra de 15:6, 9, 15) a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella, es decir, su
primera esposa (cf. Éx. 20:14, 17). Según Marcos 10:12, que es exclusivo de Marcos, lo mismo
se aplica a una mujer que repudia a su marido y se casa con otro. Estas palabras eran
significativas para los lectores romanos de Marcos, puesto que bajo la ley romana una mujer
podía pedir el divorcio. Aunque tal acción no era permitida bajo la ley judía, algunas veces se
practicaba en Palestina (e.g., Herodías, 6:17–18).
El divorcio viola la ordenanza divina de la creación, pero no la disuelve. Jesús dejó abierta la
posibilidad del divorcio por inmoralidad sexual, como lo demandaba la ley judía en tiempos del
N.T. (10:4). Pero volver a casarse, aunque era permitido bajo la ley rabínica, fue prohibido por
Jesús aquí (cf. TDNT, bajo “gameō, gamos”, 1:648–51; “moij̱euō”, 4:733–5). (Muchos intérpretes
creen que Jesús permitió una excepción a esta declaración. V. el comentario de Mt. 5:32;
19:1–12.) El deseo de Dios para un matrimonio “roto” es el perdón y la reconciliación (cf. Os.
1–3; 1 Co. 7:10–11).
e. La aceptación del reino de Dios con confianza como la de un niño (10:13–16)
(Mt. 19:13–15; Lc. 18:15–17)
Este episodio complementa la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y equilibra la
oposición de los fariseos (Mr. 10:2–12). Probablemente tuvo lugar “en casa” (v. 10). El incidente
llegó a ser usado más adelante en la historia de la iglesia en relación con el bautismo de infantes,
pero sin apoyo definido del pasaje mismo.
10:13. Las personas, madres, padres, hijos mayores, y otros, le presentaban niños (paidia,
que iban desde los bebés hasta los preadolescentes, cf. la misma palabra en 5:39; una palabra
diferente, brefē, que se refiere a infantes y niños pequeños, se usa en Lc. 18:15) a Jesús para que
los tocase, lo cual era un medio visible de conceder la bendición de Dios sobre sus vidas futuras
(cf. Mr. 10:16). Los discípulos las reprendían (cf. 8:30, 32–33) y trataban de impedirles el
acceso a Jesús. Probablemente pensaban que los niños no tenían importancia (cf. 9:36–37), y que
no debían hacer que Jesús perdiera su tiempo, otro caso en el que pensaban sólo en categorías
humano-culturales (cf. 8:32–33; 9:33–37).
10:14. Jesús, se indignó (cf. v. 41) por la interferencia de los discípulos (cf. 9:38). Este vb.
de fuerte reacción emocional es exclusivo de Marcos, quien resaltó las emociones de Jesús más
que los otros evangelistas (cf. 1:25, 41, 43; 3:5; 7:34; 8:12; 9:19). El agudo mandato doble de
Jesús: Dejad (lit., “comenzad a dejar”) a los niños venir a mí, y no se lo impidáis (lit., “dejad
de impedir”), fue una reprensión a los discípulos (¡quienes habían reprendido a las personas!).
Jesús recibió a los niños porque el reino de Dios, el presente gobierno espiritual de Dios en
las vidas de su pueblo (cf. el comentario de 1:14–15), es una posesión de los tales. Todos,
incluyendo a los niños, los que vienen a Jesús con confianza y dependencia como de niño, tienen
libre acceso a Jesús.
10:15. Con una solemne declaración (De cierto os digo; cf. 3:28) Jesús desarrolló la verdad
de 10:14. Cualquiera que no reciba el reino de Dios como un regalo ahora, con la actitud
confiada de un niño, no (negación enfática, ou mē, “de ninguna manera”) entrará en él. Será
excluido de sus bendiciones futuras, específicamente de la vida eterna (cf. vv. 17, 23–26). El
reino de Dios no se gana por medio de logros o méritos humanos; debe ser recibido como el
regalo de Dios por medio de una confianza simple, por parte de aquellos que reconocen su
incapacidad de ganarlo de cualquier otra manera (cf. el comentario de 1:15).
10:16. La acción amorosa de Jesús (cf. 9:36) ilustra vívidamente que su bendición se da
libremente a quienes la reciben con confianza. El vb. intensivo compuesto bendecía (kateulogei,
imperf., únicamente aparece aquí en el N.T.) enfatiza el fervor cálido con que Jesús bendecía a
cada niño que venía a él.
f. El rechazo del reino de Dios por la confianza en las riquezas (10:17–27)
(Mt. 19:16–26; Lc. 18:18–27)
Este evento probablemente tuvo lugar cuando Jesús salía de la casa (cf. Mr. 10:10), en algún
lugar de Perea. El hombre rico ilustraba a aquellos que no lograban reconocer su propia
incapacidad de ganar la vida eterna, y su necesidad de recibirla como regalo de Dios (cf. vv.
13–16).
10:17. Al salir Jesús para continuar su camino (cf. el comentario de 8:27) a Jerusalén
(10:32), un hombre, que era influyente, rico y joven (cf. Mt. 19:20, 22; Lc. 18:18), vino a él
corriendo. Su acercamiento ansioso, su postura de rodillas, la forma sincera de trato (Maestro
bueno, que no la usaban los judíos para dirigirse a un rabí) y su profunda pregunta, revelaron su
sinceridad y respeto por Jesús como guía espiritual.
La pregunta de este hombre indicaba que él veía la vida eterna como algo que se lograba por
hacer el bien (en contraste con Mr. 10:15; cf. Mt. 19:16), y también que se sentía inseguro sobre
su destino futuro. Las referencias a la “vida eterna” (mencionada en Marcos sólo en 10:17, 30), a
“entrar en el reino de Dios” (vv. 23–25), y ser “salvo” (v. 26), se enfocan todas en la posesión
futura de la vida con Dios. No obstante, una persona entra en ella ahora al aceptar el gobierno de
Dios en su vida terrenal. El evangelio de Juan enfatiza la posesión presente de la vida eterna.
10:18. Jesús desafió la idea errónea que tenía aquel hombre, en el sentido de que ser bueno
es algo que se puede medir observando los logros humanos. Ninguno hay bueno, es decir,
absolutamente perfecto, sino sólo uno, Dios, quien es la verdadera fuente y medida de la bondad.
Aquel hombre necesitaba verse a sí mismo en el contexto del carácter perfecto de Dios. La
respuesta de Jesús no negó su propia deidad, sino que fue una declaración velada de la misma.
Aquel hombre, que lo llamó “bueno” sin ser consciente de ello, necesitaba percibir la verdadera
identidad de Jesús. (Sin embargo, más adelante abandonó la palabra “bueno”, v. 20.)
10:19–20. Al responder la pregunta del hombre de forma directa, Jesús citó cinco
mandamientos de la así llamada “segunda tabla” del Decálogo (cf. Éx. 20:12–16; Dt. 5:16–20),
pero en orden diferente. La obediencia a esos mandamientos, que tratan de las relaciones
humanas, es más fácil de verificar en la conducta de una persona que la obediencia a los
primeros mandamientos (Éx. 20:3–8). El mandamiento: No defraudes, que no es parte del
Decálogo y ocurre sólo en Marcos, quizá representa al décimo mandamiento (Éx. 20:17). Pero
más probablemente, es un suplemento apropiado del octavo y/o del noveno mandamiento (Éx.
20:15–16) aplicable a una persona rica (cf. Lv. 6:2–5; Mal. 3:5).
La respuesta del hombre muestra que él firmemente creía que había guardado estos
mandamientos de manera perfecta (cf. Fil. 3:6) desde su juventud, es decir, desde los 12 años,
cuando asumió la responsabilidad personal de guardar la ley como “un hijo de la ley” (bar
Mitzvah; cf. Lc. 2:42–47). Tal vez había esperado que Jesús le mandara hacer algo meritorio que
necesitaba hacer para suplir cualquier falta.
10:21–22. Con su mirada penetrante (de emblepō; cf. 3:5), Jesús vio más allá de la devoción
religiosa del hombre rico y percibió su necesidad más profunda, por eso le amó, algo que sólo
Marcos menciona (cf. el comentario de 10:14). La única cosa necesaria que le faltaba era una
lealtad sin par para Dios, ya que las riquezas eran su dios (v. 22). Estaba dedicado a ellas y no al
Altísimo, transgrediendo de esa manera el primer mandamiento (Éx. 20:3).
Jesús le ordenó dos cosas: (1) El hombre debía ir, vender todo lo que tenía, y darlo a los
pobres, quitando de esa manera el obstáculo que bloqueaba el acceso a la vida eterna, a saber, el
logro producido por la autojustificación junto con el amor al dinero. (2) Jesús también le dijo que
lo siguiera (imper. pres.) a Jerusalén y a la cruz. El camino a la vida eterna consistía en
abandonar la confianza en los logros propios y la seguridad terrenal, y poner la confianza en
Jesús (cf. Mr. 10:14–15).
Aquel hombre, entristecido por las instrucciones que recibió de Jesús, se fue. Esta forma
particular de autonegación (venderlo todo) era apropiada en esta situación, pero no es un
requisito para todos los posibles discípulos.
10:23–25. Cuando Jesús … dijo a los discípulos que difícilmente entrarán en el reino de
Dios los que tienen riquezas, ellos se asombraron (ethambounto, “se sorprendieron”; cf. 1:27;
10:32), porque en el judaísmo las riquezas eran señal del favor de Dios y, por tanto, una ventaja,
no una barrera, en relación a alcanzar el reino de Dios. Sólo aquí en los evangelios sinópticos se
dirigió Jesús a los doce como hijos (cf. Jn. 13:33), dando a entender su inmadurez espiritual.
A la luz de su sorpresa, Jesús repitió y clarificó su declaración original. Si las palabras a los
que confían en las riquezas se omiten (cf. RVA, BLA, NVI), Marcos 10:24 (que es exclusivo
de Marcos) se aplica a todo el que es confrontado con las demandas del reino de Dios. Si se
mantienen, explican la dificultad del hombre rico y exponen el peligro de confiar en las riquezas.
La comparación humorística (v. 25) emplea un memorable proverbio judío usado para
describir lo que es imposible. Más fácil es pasar un camello, que era el animal más grande que
había en Palestina en aquel tiempo, por el ojo de una aguja común de costura (o sea, la abertura
más pequeña), que entrar un rico que confía en sus riquezas en el reino de Dios.
10:26–27. La declaración de Jesús (v. 25) hizo que los discípulos se asombraran
grandemente (exeplēssonto, “quedaban fuera de sus sentidos, sorprendidos”; cf. 1:22; 6:2; 7:37;
11:18). Ellos llevaron la declaración a su conclusión lógica: Si es imposible que un rico entre en
el reino de Dios, ¿quién, pues, podrá ser salvo? (es decir, librado para obtener la vida eterna;
cf. 10:17, 30).
Jesús minimizó la preocupación de ellos al declarar que la salvación es imposible para los
hombres, es decir, está más allá de sus méritos y logros humanos, mas para Dios, no. El
efectuarla no supera su poder, porque todas las cosas necesarias para la salvación de la gente,
tanto ricos como pobres por igual, son posibles para Dios (cf. Job. 42:2). Lo que la gente no
puede efectuar, Dios lo puede, y lo hace por su gracia (Ef. 2:8–10).
g. Las recompensas del discipulado (10:28–31)
(Mt. 19:27–30; Lc. 18:28–30)
10:28. Actuando como vocero (cf. 8:29), Pedro presuntuosamente le recordó a Jesús que los
doce, a diferencia del rico (la palabra nosotros es enfática en gr., lo que sugiere el contraste),
habían dejado todo y lo habían seguido (cf. 1:16–20; 2:14; 10:21–22). Lo que se implica de esto
es lo siguiente: “¿Qué recompensa obtendremos?” (cf. Mt. 19:27). Una vez más, aquí se reflejaba
la tendencia de los discípulos a pensar en los honores materiales del reino de Dios (cf. Mr.
9:33–34; 10:35–37; Mt. 19:28–29).
10:29–30. En otra solemne afirmación (De cierto os digo; cf. v. 15; 3:28) Jesús reconoció
que la fidelidad de ellos a él y al evangelio (cf. 1:1; 8:35) suponía un rompimiento con los
vínculos anteriores, la casa, los amados, o las propiedades (tierras), como fuera el caso (cf.
13:11–13; Lc. 9:59–62). Pero a todo el que hace esto, Jesús le promete que todas estas cosas
serán reemplazadas cien veces con nuevos vínculos con sus condiscípulos (cf. Mr. 3:31–35; Hch.
2:41–47; 1 Ti. 5:1–2), en este tiempo, es decir, el período entre la primera y la segunda venida
de Jesús. Luego en el siglo venidero, es decir, la era futura que sigue al regreso de Jesús (desde
el punto de vista del N.T.), cada uno recibirá la recompensa más importante: la vida eterna (cf.
Mr. 10:17).
En el v. 30 se omite la palabra “padre” (cf. v. 29) puesto que Dios es el Padre de la nueva
familia espiritual (cf. 11:25). Las palabras con (las recompensas) persecuciones son añadidas
únicamente por Marcos. Como Jesús dijo más adelante (10:43–45), el discipulado abarca el
servicio, que a menudo incluye sufrimiento. Esto era pertinente para los lectores romanos de
Marcos, quienes enfrentaban la persecución. Este hecho ayudaba a eliminar la tentación de
asociarse con Jesús simplemente por las recompensas (cf. v. 31).
10:31. Este “dicho aislado” (cf. las mismas palabras en otros contextos: Mt. 20:16; Lc.
13:30) podría tener la intención de: (a) advertir contra la presunción de Pedro (Mr. 10:28), (b)
confirmar la promesa de Jesús (vv. 29–30), o con mayor probabilidad, (c) resumir la enseñanza
de Jesús sobre la naturaleza de siervo del discipulado (cf. 9:35; 10:43–45). Las recompensas en
el reino de Dios no están basadas en patrones terrenales tales como el rango, la prioridad o la
duración del tiempo de servicio, el mérito personal o el sacrificio (cf. Mt. 20:1–16), sino en la
entrega a Jesús y en seguirlo fielmente.

C. Tercer pasaje profético de la Pasión (10:32–45)


1. TERCERA PREDICCIÓN DE JESÚS DE SU MUERTE Y RESURRECCIÓN (10:32–34)
(MT. 20:17–19; LC. 18:31–34)
10:32a. Jesús y sus discípulos continuaron su camino desde el valle del Jordán (cf. v. 1) a
Jerusalén, siendo ésta la primera vez que se menciona su destino final. Jesús iba delante de
ellos, de acuerdo a la costumbre rabínica. Este detalle, que es exclusivo de Marcos, señala a
Jesús como el que guía a su pueblo tanto en el sufrimiento como en el triunfo (el mismo vb. es
traducido, “ir delante de”, en 14:28 y 16:7).
Su firme determinación a la luz del peligro inminente hizo que los discípulos se asombraran
(ethambounto, “se sorprendieron”; cf. 10:24; 1:27); ciertamente los que le seguían tenían miedo
(efobounto; cf. 4:40–41; 6:50; 11:18; 16:8). Aquí Marcos probablemente tenía en mente a un
grupo, los doce. En 10:46, indicó la presencia de otro grupo.
10:32b–34. Una vez más, Jesús reunió a los doce (cf. 3:13–15) a su alrededor y les reveló las
cosas que le habían de acontecer pronto. Esta tercera predicción es la más precisa y amplia de
las tres que Marcos relató (cf. el comentario de 8:31; 9:30–31; V. también 9:12). Debido a que
Jesús entendía el A.T. (cf. Sal. 22:6–8; Is. 50:6; 52:13–53:12; Lc. 18:31) y estaba al tanto de la
situación religioso-política de su tiempo (cf. Mr. 8:15), se encontraba plenamente capacitado
para hacer esta predicción en forma explícita.
Jesús usó ocho vbs. en tiempo futuro, dando a entender su certidumbre al describir los
eventos venideros. Los nuevos elementos son que el Hijo del Hombre (cf. el comentario de
8:31) sería entregado (cf. 9:31) en manos de los líderes judíos, es decir, el sanedrín (cf. 8:31).
Ellos le condenarían a muerte (cf. 14:64) en manos de los gentiles (los romanos) puesto que el
sanedrín no tenía poder para aplicar la pena capital (cf. 15:1, 9–10). Antes de ejecutarlo
(15:24–25), los romanos le escarnecerían (cf. 15:18, 20), le azotarían (cf. 15:15), y escupirían en
él (cf. 15:19). Todas estas eran indicaciones de que su muerte sería por crucifixión (cf. Mt.
20:19). Pero la promesa de la resurrección ofrecía esperanza para el futuro.

2. EL SIGNIFICADO ESENCIAL DEL DISCIPULADO (10:35–45)


(MT. 20:20–28)
10:35–37. Jacobo y Juan (cf. 1:19; 5:37; 9:2) se le acercaron a Jesús en privado,
dirigiéndose a él como Maestro (cf. 4:38; 9:5). Le pidieron que les asignara lugares de honor y
autoridad en su gloria, a saber, el gobierno del reino mesiánico que ellos esperaban que Jesús
establecería abiertamente (cf. 8:38; 9:1–2; 13:26). Uno de ellos deseaba sentarse a su derecha,
que era la posición más alta que podía asignarse y el otro a su izquierda, que era la segunda
posición más alta en una corte real (Josefo, Antigüedades de los Judíos, 6. 11. 9).
Mateo añadió que la madre de ellos vino e intercedió a su favor (Mt. 20:20–21). Ella era
Salomé, quien probablemente era hermana de la madre de Jesús (cf. Mt. 27:56; Mr. 15:40; Jn.
19:25). Si era así, entonces Jacobo y Juan eran primos hermanos de Jesús. Tal vez ellos
esperaban que sus vínculos familiares ayudaran a su causa.
10:38–39. Jesús les dijo que no se daban cuenta de lo que su ambiciosa petición implicaba.
Pedir un lugar de honor en su gloria también era pedir compartir sus sufrimientos, puesto que lo
uno es requisito de lo otro.
La pregunta que Jesús les hizo anticipaba una respuesta negativa, porque los sufrimientos y
la muerte que él encaraba eran exclusivos para poder cumplir su misión mesiánica. El vaso era
usado frecuentemente por los judíos como metáfora, ya fuera del gozo (cf. Sal. 23:5; 116:13) o
del juicio divino contra el pecado humano, como es el caso aquí (cf. Sal. 75:7–8; Is. 51:17–23;
Jer. 25:15–28; 49:12; 51:7; Ez. 23:31–34; Hab. 2:16; Zac. 12:2). Jesús se aplicó esta figura a sí
mismo porque debía llevar la ira del juicio de Dios contra el pecado en lugar de los pecadores
(cf. Mr. 10:45; 14:36; 15:34). Él bebería el “vaso” voluntariamente.
La figura del bautismo expresa un pensamiento paralelo. El estar bajo el agua era usado en
el A.T. como figura de estar agobiado por la calamidad (cf. Job 22:11; Sal. 69:2, 15; Is. 43:2).
Aquí la “calamidad” que Jesús enfrentaba era llevar la carga del juicio de Dios sobre el pecado,
la cual incluía los sufrimientos agobiantes que culminarían en su muerte (cf. Lc. 12:50). Él iba a
ser bautizado por Dios quien puso estos sufrimientos sobre él (Is. 53:4b, 11). Jacobo y Juan
quizá pensaron que Jesús estaba describiendo una batalla mesiánica y su confiada respuesta:
Podemos, mostró su disposición para pelear en ella. Pero su respuesta también mostró que no
habían entendido lo que el Señor dijo. Así que Jesús les aplicó a ellos las mismas figuras del
vaso y del bautismo, pero en un sentido diferente. Al seguirlo, ellos compartirían sus
sufrimientos (cf. 1 P. 4:13) aun hasta la muerte, pero no en un sentido redentor. Su predicción se
cumplió: Jacobo fue el primer apóstol en sufrir el martirio (cf. Hch. 12:2), mientras que Juan, que
resistió muchos años de persecución y exilio, fue el último apóstol en morir (cf. Jn. 21:20–23;
Ap. 1:9).
10:40. Jesús denegó su petición de obtener posiciones de honor. Tales lugares no estaban
dentro de su jurisdicción como para que se los diera. Pero él aseguró a Jacobo y Juan que Dios el
Padre (cf. Mt. 20:23) asignará esos puestos a aquellos para quienes están preparados los lugares
de honor.
10:41–44. Cuando se enteraron los otros diez discípulos de la intención de Jacobo y Juan de
ganar una posición de preferencia, comenzaron a enojarse (cf. v. 14) contra ellos. Esta celosa
reacción indica que ellos también acariciaban esas ambiciones egoístas. Para evitar la falta de
armonía entre los doce y enfatizar de nuevo el significado de la verdadera grandeza (cf.
9:33–37), Jesús contrastó la grandeza de los reinos de este mundo con la del reino de Dios. El
contraste no es entre dos maneras de gobernar, sino entre gobernar (bien o mal) y servir.
Los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, dominándolas y oprimiendo a sus
súbditos y ejercen sobre ellas potestad, explotándolas. Pero no debe ser de esta forma entre los
seguidores de Jesús, quienes están bajo el gobierno de Dios. El que aspire a ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor (diakonos), es decir, alguien que voluntariamente rinde
servicio útil a otros. El que de vosotros aspire a ser el primero, que sea siervo (doulos), es
decir, alguien que abandona sus propios derechos para servir a cualquiera y a todos (cf. el
comentario de 9:35–37). Un discípulo ha de servir a otros, no a sus propios intereses, y hacerlo
voluntariamente y en forma sacrificial.
10:45. Jesús mismo es el ejemplo supremo de la verdadera grandeza (en contraste con el v.
42). El Hijo del Hombre (cf. el comentario de 8:31) voluntariamente veló su gloria (cf. 8:38;
13:26) y vino como el Siervo de Dios (cf. Sal. 49:5–7; Is. 52:13–53:12; Fil. 2:6–8) no … para
ser servido por otros sino para servirlos (cf. Mr. 2:17; 10:46–52; Lc. 22:27). El clímax de su
servicio fue su muerte en rescate por muchos. Él hizo esto voluntariamente, en sacrificio,
vicaria y obedientemente (cf. el comentario de Mr. 15:34).
La palabra “rescate” (lytron) ocurre sólo aquí y en Mateo 20:28 en el N.T. Como “el precio
de rescate” se refiere a un pago hecho para efectuar la liberación de la servidumbre de esclavos o
cautivos. También incluye el concepto de la sustitución (cf. TDNT, bajo “lyō”, 4:328–35). La
gente está cautiva bajo el poder del pecado y de la muerte (cf. Ro. 5:12; 6:20), de los cuales no se
puede liberar por sí misma. La muerte sustitutiva de Jesús pagó el precio que libera a la gente (cf.
Ro. 6:22; He. 2:14–15). (V. “Palabras referentes a la redención en el N.T.” en el Apéndice, pág.
366).
La preposición “por” (anti), usada sólo aquí en Marcos, refuerza la idea de sustitución.
Significa “en lugar de” (cf. Mt. 2:22; Lc. 11:11; 1 P. 3:9). Jesús dio su vida (psyj̱ēn) en lugar de
muchos (cf. Mr. 14:24 donde se usa jyper, “por”).
La palabra “muchos” se usa en el sentido inclusivo de “todos” (cf. 1:32–34; Is. 53:10–12).
Enfatiza que un gran número de personas obtienen el beneficio redentor por medio del único
sacrificio del Redentor (cf. Ro. 5:15, 18–19). La muerte de Jesús como rescate se extendió más
allá de su propio pueblo a todos los pueblos (cf. 1 Ti. 2:5–6).

D. Conclusión. La fe del ciego Bartimeo (10:46–52)


(Mt. 20:29–34; Lc. 18:35–43)
Este es el último milagro de sanidad que Marcos relata. Concluye su sección especial sobre el
discipulado (Mr. 8:31–10:52) y es una excelente ilustración de su significado (cf. 10:52b). Indica
que los discípulos, a pesar de su falta de comprensión (cf. 8:32–33; 9:32; 10:35–41), tendrían una
visión clara (es decir, entendimiento) a medida que Jesús abriera sus ojos a las implicaciones
completas de su carácter de Mesías.
La viveza del relato (e.g., v. 50) sugiere que es el informe de un testigo ocular tal como
Pedro. Los tres evangelios sinópticos relatan este evento con algunos detalles divergentes. Mateo
mencionó a dos ciegos (Mt. 20:30), y Lucas ubicó el incidente en el momento en que Jesús
llegaba a Jericó y no cuando salía (Lc. 18:35). Probablemente participaron dos ciegos, pero
Marcos y Lucas se centran en uno, tal vez el que hablaba más y era más conocido. También
había dos Jericó, una ciudad antigua y una nueva, y las sanidades pudieron haber ocurrido
mientras la multitud salía de la antigua Jericó israelita (Mt. 20:29; Mr. 10:46) y entraba en la
nueva Jericó de Herodes (Lc. 18:35), aunque no es segura la evidencia de que la Jericó antigua
estuviera habitada en ese tiempo.
10:46. Jesús y sus discípulos dejaron Perea (v. 1), cruzaron el Jordán, y vinieron a Jericó en
Judea. La Jericó de los tiempos del N.T., construida por Herodes el Grande como ubicación de su
palacio de invierno, está a unos 8 kms. al occidente del río Jordán, a 1 km. y medio al sur de la
ciudad del A.T. (Jos. 6; 2 R. 2:4–5, 15–18), y a unos 30 kms. al noreste de Jerusalén.
Mientras ellos y una gran multitud, que probablemente eran peregrinos que venían a la
pascua con rumbo a Jerusalén (cf. Sal. 42:4; Mr. 14:1–2), salían de Jericó, posiblemente la
ciudad antigua, vieron a un mendigo ciego … Bartimeo, nombre ar. que significa hijo de
Timeo. Sólo Marcos escribió su nombre, lo que sugiere que tal vez era conocido en la iglesia
primitiva. Él estaba sentado junto al camino mendigando, algo que era común ver junto a la
próspera Jericó.
10:47–48. Cuando Bartimeo supo que Jesús nazareno (cf. 1:24) pasaba por ahí, gritó para
llamar su atención y sin descansar clamaba que Jesús tuviera misericordia de él (cf. Sal. 4:1;
6:2). Sin duda le habían llegado informes de que Jesús devolvía la vista. Cuando muchos le
reprendían (cf. Mr. 10:13) para que callase … él clamaba mucho más intensamente. Quizá la
gente lo consideraba un fastidio, y no quería que hubiera retrasos; o tal vez se oponía a lo que él
gritaba.
La expresión Hijo de David, que aparece aquí por primera vez en Marcos, designa al Mesías
como descendiente de David (2 S. 7:8–16) y llegó a ser un título reconocido del Mesías-Rey (cf.
el comentario de Mr. 12:35–37; cf. también Is. 11:1–5; Jer. 23:5–6; Ez. 34:23–24; Mt. 1:1; 9:27;
12:23; 15:22; Ro. 1:3). Que Bartimeo usara ese título probablemente indicaba que, a pesar de su
ceguera física, él creía que Jesús de Nazaret era el Mesías de Israel, a diferencia de la
incredulidad ciega que manifestaba la mayoría de los judíos. Más adelante, él se dirigió a Jesús
más personalmente (“Maestro”, Mr. 10:51) y lo siguió (cf. v. 52b). Jesús no lo calló, dando a
entender que aceptaba el título.
10:49–52a. Jesús no ignoró a Bartimeo, sino que ordenó que lo llamaran, lo que era una
reprobación de aquellos (tal vez incluso los discípulos) que estaban tratando de callarlo (cf. v.
14). Durante éste su último viaje a Jerusalén, Jesús todavía tuvo tiempo de servir a un necesitado
(cf. vv. 43–45).
La multitud animó al ciego: Ten confianza (tharsei; cf. 6:50); levántate, te llama. Estas
palabras motivaron a Bartimeo a hacer a un lado su capa exterior (que estaba puesta delante de
él para que le echaran limosnas), a saltar y a venir a Jesús.
La pregunta de Jesús no tenía el propósito de obtener información, sino de animar a Bartimeo
a expresar su necesidad y su fe. La respuesta simple de Bartimeo: Maestro, que recobre la
vista, dio a conocer su fe confiada en el poder de Jesús. El término “Maestro” (Rhabbouni) es
una forma enfática y personal que significa: “Mi Señor, mi Maestro” (cf. Jn 20:16).
Jesús reconoció la fe de aquel hombre al decirle: Vete, tu fe te ha salvado (sesōken). La fe
era el medio necesario, no la causa eficiente de su sanidad (cf., el comentario de Mr. 5:34). La
“salvación” física de Bartimeo (es decir, su liberación de las tinieblas [ceguera] a la luz [vista])
era una manifestación externa de su “salvación” espiritual (cf., Sal. 91:14–16; Lc. 3:4–6).
10:52b. Y en seguida (euthys, cf. 1:10; contrástese con 8:22–26) Bartimeo recobró la vista,
y comenzó a seguir a Jesús en el camino (en tē jodō; cf. el comentario de 1:2). Aunque siguió a
Jesús a Jerusalén, tal vez para ofrecer un sacrificio de gratitud en el templo, él también se hizo
“seguidor” en el sentido de un discípulo leal (cf. 8:34). Bartimeo es un ejemplo claro del
discipulado. Él reconoció su incapacidad, confió en Jesús como quien le daría la misericordia de
Dios por gracia, y cuando pudo “ver” claramente comenzó a seguir a Jesús.

VII. El Ministerio de Jesús en, y alrededor de Jerusalén (11:1–13:37)


La quinta sección principal del evangelio de Marcos presenta el ministerio de Jesús en, y
alrededor de Jerusalén. Jesús denunció a los líderes religiosos judíos por rechazar a los
mensajeros de Dios, especialmente al último, el Hijo de Dios. También les advirtió del inminente
juicio de Dios sobre Jerusalén y la nación.
La sección gira alrededor de tres o cuatro días (11:1–11, el domingo; 11:12–19, el lunes;
11:20–13:37, el martes y probablemente el miércoles). Faltan los vínculos temporales exactos
entre 11:20 y 13:37, lo cual sugiere que Marcos arregló este material de forma temática, no en un
estricto orden cronológico (cf. 2:1–3:6). Si es así, él tenía la intención de que fuera un resumen
selecto de la enseñanza de Jesús, de la cual parte tuvo lugar el martes y parte el miércoles de la
semana de la Pasión (cf. 14:49). La narración de la Pasión hace su apertura con un nuevo punto
de arranque cronológico (cf. 14:1). El marco cronológico de 11:1–16:8 es una semana, que va
desde el domingo de ramos hasta el domingo de pascua.

A. La entrada de Jesús a Jerusalén (11:1–11)


(Mt. 21:1–11; Lc. 19:28–44; Jn. 12:12–19)
El relato que Marcos hace de este evento exhibe detalles vívidos, pero se limita un poco en
cuanto a proclamar a Jesús como Mesías (cf. el comentario de Mr. 1:43–44; 8:30–31). Sólo más
adelante (probablemente después de su resurrección), tuvieron los discípulos de Jesús un claro
entendimiento de su obra.
11:1a. Más o menos a 1 km. al sureste de Jerusalén estaba el pueblo de Betfagé (lit., “casa
de higos sin madurar”), y más o menos a 3 kms. estaba Betania (lit., “casa de dátiles o higos”),
en el lado oriental del monte de los Olivos, que era una loma alta que tenía unos 3 kms. de largo,
y era conocida por sus muchos olivos. En Betania, último lugar de parada en el desolado e
inseguro camino de Jerusalén a Jericó (cf. 10:46), estaba el hogar de María, Marta y Lázaro (Jn.
11:1), el cual generalmente servía de morada a Jesús cuando estaba en Judea (cf. Mr. 11:11).
Betania también era hogar de Simón el leproso (14:3–9).
11:1b–3. Jesús envió a dos … discípulos (cf. 14:13) a la aldea que estaba enfrente de ellos
(katenanti, “opuesto a”, tal vez al otro lado del monte de los Olivos, yendo desde Betania), tal
vez Betfagé, para que buscaran (luego, euthys; cf. 1:10) un pollino de burro sin domar. Ellos
debían desatarlo y traerlo a Jesús. Mateo hace mención de la madre junto con su pollino (V. el
comentario de Mt. 21:2).
Si alguien les reclamaba ellos debían decir: El Señor lo necesita, y … luego (euthys, “sin
dilación”; cf. Mr. 1:10) lo devolverá a la aldea. Generalmente se asume que Jesús se refirió aquí
a sí mismo por medio del título “Señor” (kyrios; cf. 5:19), y no al propietario del pollino.
11:4–6. Marcos relata que los discípulos llevaron a cabo las instrucciones de Jesús (cf. vv.
2–3), demostrando de esta manera la precisión detallada de su predicción. Estos hechos resaltan
la acción de desatar al pollino, la cual Jesús quizá haya querido que se viera como señal
mesiánica (cf. Gn. 49:8–12).
¿Había hecho Jesús arreglos previos con el dueño del pollino? o ¿reflejaba este evento su
conocimiento sobrenatural? Una situación posterior paralela a ésta (cf. Mr. 14:13–16) quizá
apoya el primer punto de vista, pero la gran cantidad de detalles que Marcos incluye acerca de
conseguir el pollino (11:2–6) favorece convincentemente al segundo punto de vista. Aun así, el
propietario del asno probablemente había tenido algún contacto previo con Jesús.
La cantidad de detalles que Marcos escribió aquí sugiere que es el informe de un testigo
ocular. Es probable que Pedro fuera uno de los dos discípulos enviados con este encargo (cf. la
Introducción).
11:7–8. Los discípulos pusieron sus mantos exteriores sobre … el pollino, a modo de
montura provisional. Jesús subió al pollino que no había sido montado antes, y comenzó su viaje
a Jerusalén. Muchos se entusiasmaron por el momento y espontáneamente dieron tributo a Jesús
al tender sus mantos delante de él por el polvoriento camino (cf. 2 R. 9:12–13). Otros tendían
ramas (stibadas, “hojas o ramas con hojas”) verdes que habían cortado de los árboles de
alrededor. Las ramas de palma son mencionadas en Juan 12:13.
11:9–10. La presentación de estos vv. conforme al arreglo literario llamado quiasmo a-b-b′-a′
(el diccionario lo define como una figura de dicción que consiste en presentar la misma idea pero
en orden inverso. Ej. “Cuando quiero llorar no lloro, y a veces lloro sin querer” N. del E.) sugiere
que hubo un canto antifonal de Salmos 118:25–26 entre dos grupos, los que iban delante de
Jesús y los que venían detrás de él. En la fiesta anual de la pascua (cf. Mr. 14:1), los judíos
entonaban los seis salmos de “ascenso” (Sal. 113–118) para expresar gratitud, alabanza y
petición a Dios.
La palabra Hosanna, que es una transliteración de un vocablo gr. que a su vez es
transliteración del hebr. hôšî ‘âh nō’, originalmente era una plegaria dirigida a Dios y significa
“sálvanos ahora” (cf. Sal. 118:25a). Más adelante llegó a usarse como un grito de alabanza
(como “¡Aleluya!”) y posteriormente como una bienvenida entusiasta dada a los peregrinos o a
un rabí famoso. La expresión Hosanna en las alturas, es decir, en los lugares altos,
posiblemente significa: “Sálvanos, oh Dios, que vives en el cielo”. Su uso aquí tal vez refleja una
mezcla de todos estos elementos debido a la naturaleza de la multitud.
La aclamación: Bendito (lit., “sea bendecido”) pide que el poder de la gracia de Dios venga
sobre alguien o efectúe algo. La expresión: El que viene en el nombre del Señor (como
representante de Dios y con su autoridad) originalmente se refería a un peregrino que venía a la
fiesta. Aunque estas palabras no son un título mesiánico, esta multitud de peregrinos las aplicó a
Jesús tal vez dándole un matiz mesiánico (cf. Gn. 49:10; Mt. 3:11), pero se quedaron cortos en
identificar a Jesús como el Mesías.
La expresión: El reino … que viene (cf. el comentario de Mr. 1:15), en relación con David,
reflejaba las esperanzas mesiánicas del pueblo por la restauración del reino davídico (cf. 2 S.
7:16; Am. 9:11–12). Pero su entusiasmo se enfocaba en un Mesías que gobernara y estableciera
un reino político; no se daban cuenta ni aceptaban el hecho de que el que iba montando
pacíficamente al pollino era su Mesías (cf. Zac. 9:9), el Mesías sufriente cuyo reino estaba cerca
debido a su presencia entre ellos. Por tanto, para la mayoría de la gente ese momento de júbilo
era simplemente parte de la tradicional celebración de la pascua; no alarmó a las autoridades
romanas, ni dio inicio a la solicitud del arresto de Jesús por parte de los líderes judíos.
11:11. Después de que entró Jesús en Jerusalén, fue al templo (jieron, “las inmediaciones
del templo”; cf. vv. 15, 27), no al santuario central (naos; cf. 14:58; 15:29, 38). Cuidadosamente
dio un vistazo a las instalaciones para ver si las estaban usando como Dios quería. Esto provocó
su acción del día siguiente (cf. 11:15–17). Puesto que estaba cerca la puesta del sol, hora en que
se cerraban las puertas de la ciudad, Jesús se fue a Betania (cf. v. 1a) con los doce para pasar la
noche allí.

B. Señales proféticas de Jesús acerca del juicio de Dios sobre Israel (11:12–26)
Esta sección tiene una estructura de “emparedado” (cf. 3:20–35; 5:21–43; 6:7–31). El relato
del juicio que Jesús dictó sobre la higuera (11:12–14, 20–26) está dividido por el relato que hace
el autor de la limpieza que hizo de las instalaciones del templo (vv. 15–19). Esta estructura
sugiere que cada episodio ayuda a explicar el otro. Así como la higuera, Israel, produjo las
“hojas” de la religión ritual pero carecía del “fruto” de justicia que Dios demandaba. Ambos
episodios dan a entender el juicio inminente de Dios sobre Israel por su hipocresía religiosa (cf.
el comentario de 7:6). Mateo acortó los incidentes en dos relatos separados y sucesivos, sin los
intervalos precisos de tiempo que Marcos menciona (Mt. 21:12–17, 18–22).

1. EL JUICIO DE JESÚS SOBRE LA HIGUERA ESTÉRIL (11:12–14)


(MT. 21:18–19)
11:12–13. Al día siguiente, temprano en la mañana del lunes, después de salir de Betania
hacia Jerusalén (cf. v. 1a), Jesús tuvo hambre. Viendo de lejos una higuera junto al camino
que tenía hojas, con follaje verde total, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo. Pero nada
halló sino hojas. Marcos explica que no era tiempo de higos.
La época del año era la pascua (cf. 14:1), que se celebraba a mediados del mes de Nisán
(abril). En Palestina las higueras producen pequeños brotes comestibles en marzo, los cuales son
seguidos por la aparición de grandes hojas verdes en abril. Esa “fruta” (brote) verde temprana era
una comida común para los campesinos locales. (La falta de esos brotes a pesar de que el árbol
tenía follaje verde, el cual anunciaba su presencia, indicaba que no daría fruto ese año.)
Eventualmente esos brotes se caían cuando la cosecha normal de higos se formaba y maduraba a
fines de mayo y junio, que era la época de higos. De modo que era razonable que Jesús esperara
hallar algo que se pudiera comer en esa higuera un poco antes de la pascua (a mediados de abril),
aunque no fuera época de higos.
11:14. La fuerte denuncia que Jesús hizo del árbol, lo cual Pedro consideró más adelante
como una maldición (v. 21), fue una señal profética dramática que simboliza el juicio inminente
de Dios sobre Israel, y no una reacción airada debido a que Jesús tenía hambre y no halló
comida. La higuera prometedora pero estéril simbolizaba la esterilidad espiritual de Israel a pesar
del favor divino que gozaba y de la impresionante apariencia externa de su religión (cf. Jer. 8:13;
Os. 9:10, 16; Mi. 7:1). Esto se ilustra adecuadamente en Marcos 11:27–12:40.

2. EL JUICIO DE JESÚS SOBRE EL MAL USO DEL TEMPLO (11:15–19)


(MT. 21:12–17; LC. 19:45–46)
Este evento es relatado en los tres evangelios sinópticos. Juan incluye una limpieza previa del
templo al inicio del ministerio público de Jesús (cf. el comentario de Jn. 2:13–22).
11:15–16. Cuando Jesús llegó a Jerusalén, fue al templo (jieron; cf. v. 11), que era el gran
atrio externo de los gentiles que rodeaba al atrio sagrado interior del templo. (V. “Sitio del
templo de Jerusalén” en el Apéndice, pág. 361). A ningún gentil se le permitía pasar más allá del
atrio externo. El sumo sacerdote Caifás había autorizado que funcionara un mercado en ese patio
(probablemente una disposición reciente motivada por razones económicas), para la venta de
productos que fueran ritualmente puros, los cuales eran necesarios para ofrecer sacrificios en el
templo: vino, aceite, sal, animales aprobados para los sacrificios y aves.
En tiempos del N.T. circulaba en Palestina dinero de tres procedencias: el del imperio
(romano), el de la provincia (griego) y el local (judío). Los cambistas proveían de las monedas
tirias (judías) requeridas para pagar el impuesto anual del templo de medio siclo (Éx. 30:12–16),
el cual era obligatorio para todo judío varón de 20 años para arriba. Esto se hacía para cambiar
las monedas griegas y romanas, que tenían imágenes humanas que eran consideradas como
idolatría. Aunque se permitía un pequeño recargo por estas transacciones, la gente no quedaba
libre de la extorsión y el fraude. Además (según Mr. 11:16), la gente que llevaba algún utensilio
atravesaba el atrio, haciéndolo de esta forma un paso público de una parte de la ciudad a la otra.
Jesús se sintió ultrajado por este vulgar descuido del área del templo que había sido apartada
específicamente para el uso de los gentiles. Así que, volcó las mesas de los cambistas, y las
sillas de los que vendían palomas; y no consentía que la gente usara el atrio como vía pública.
Para eso, había otros mercados autorizados en otras partes de la ciudad.
11:17. La osada acción de Jesús captó la atención de la gente, así que él les enseñaba acerca
del propósito que Dios tenía para el templo. Con una pregunta que anticipaba una respuesta
positiva, Jesús apeló a la autoridad del A.T. como base de sus acciones (citó Is. 56:7b de la LXX,
palabra por palabra).
Sólo Marcos incluyó en su cita de Isaías las palabras: para todas las naciones. Dios deseaba
que tanto los gentiles como los judíos usaran el templo como lugar de adoración (cf. Jn. 12:20).
Esto tenía especial importancia para los lectores de Marcos que estaban en Roma.
A modo de contraste, Jesús dijo: Vosotros (enfático), es decir, los judíos insensibles, la
habéis hecho, con referencia al atrio de los gentiles, cueva de ladrones. Era refugio de
comerciantes fraudulentos (cf. Jer. 7:11) en vez de ser una casa de oración (cf. 1 R. 8:28–30; Is.
56:7), tanto para judíos como para gentiles.
Por medio de esta acción, Jesús como el Mesías, reclamó una mayor autoridad sobre el
templo que la que tenía el sumo sacerdote (cf. Os. 9:15; Mal. 3:1–5).
11:18–19. Cuando los líderes religiosos (cf. el comentario de 8:31; 11:27; 14:1, 43, 53)
oyeron de este suceso, comenzaron a buscar (cf. 12:12; 14:1, 11) la mejor manera de matarle,
sin causar mayor revuelo. Sólo Marcos explicó (gar, porque) le tenían miedo debido al impacto
autoritativo que tenía sobre la multitud. Todo el pueblo, que estaba compuesto de peregrinos que
venían de todas partes del mundo antiguo, estaba admirado (exeplēsseto, “asombrado, fuera de
sus sentidos, anonadado”; cf. 1:22; 6:2; 7:37; 10:26) del contenido de su doctrina (cf. 1:27). Su
popularidad entre el pueblo impidió a las autoridades judías arrestarlo de inmediato. Esa noche
(del lunes) Jesús y los doce salieron de Jerusalén y probablemente fueron a Betania (cf. 11:11).

3. LA HIGUERA SECA Y UNA LECCIÓN ACERCA DE LA FE Y LA ORACIÓN (11:20–26)


(MT. 21:20–22)
11:20–21. Estos vv. forman la secuela de los vv. 12 a 14. La siguiente mañana, el martes,
cuando Jesús y sus discípulos regresaban a Jerusalén, vieron la misma higuera (v. 13) pero se
había secado desde las raíces. Estaba completamente marchita, en cumplimiento de lo dicho
por Jesús (v. 14).
Dirigiéndose a Jesús como Maestro (cf. 9:5), Pedro habló sobre la condición del árbol con
gran asombro, quizá porque su destrucción total era mucho más severa que lo que indicaban las
palabras que Jesús había dicho el día anterior (11:14). Aunque no explicó el significado del
hecho, muchos creen que es una vívida descripción del juicio de Dios sobre Israel (cf. el
comentario de los vv. 12–14).
11:22–24. Jesús exhortó a los discípulos con estas palabras: Tened fe en Dios. La fe que
descansa en Dios es una confianza firme en su poder omnipotente y su bondad que no falla (cf.
5:34).
Tras una solemne afirmación (de cierto os digo; cf. 3:28), Jesús dijo por medio de una
hipérbole que cualquiera que dijere a este monte, es decir, el monte de los Olivos que
representaba un objeto inamovible: Quítate y échate (lit., “sé arrancado” y “sé echado”) en el
mar (el mar Muerto, que se veía desde el monte de los Olivos), le será hecho por parte de Dios.
La única condición es, hablando en forma negativa, la ausencia de duda y, hablando en forma
positiva, de fe, es decir, tener confianza firme en Dios, de que la petición será concedida. Tal fe
contrasta con la falta de fe de Israel.
Por tanto, ya que la oración de fe da lugar al poder de Dios para que realice lo que es
humanamente imposible (cf. 10:27), Jesús exhortó a sus discípulos a creer que ya habían
recibido lo que pidieran en oración. La fe acepta las cosas como si ya estuvieran hechas, aunque
la respuesta sea todavía futura.
Jesús hizo esta promesa basándose en la presuposición reconocida de que las peticiones
deben estar en armonía con la voluntad de Dios (cf. 14:36; Mt. 6:9–10; Jn. 14:13–14; 15:7;
16:23–24; 1 Jn. 5:14–15). Esta armonía capacita a la fe para recibir las respuestas que Dios da.
Dios siempre está listo para responder las oraciones de los creyentes obedientes y ellos pueden
suplicarle porque saben que ninguna situación o dificultad es imposible para él.
11:25–26. Una actitud de perdón hacia los demás, al igual que la fe en Dios, también es
esencial para la oración efectiva. Cuando un creyente se pone de pie para orar, postura común
entre los judíos (cf. 1 S. 1:26; Lc. 18:11, 13) y si tiene algo contra alguno, es decir, rencor
contra un creyente o un incrédulo que ha cometido alguna ofensa contra él, debe perdonar al que
cometió la ofensa.
Esto debe hacerlo para que su Padre que está en los cielos (esta es la única vez que Marcos
usa esta frase, la cual es frecuente en Mt.) también le perdone sus ofensas (lit., paraptōmata,
“transgresiones”; única vez que esta palabra aparece en Mr.), es decir, las acciones que se
apartan o desvían de la verdad de Dios.
El perdón divino hacia un creyente y el de un creyente hacia los demás están unidos
inseparablemente, porque se ha establecido un vínculo entre el Dios que perdona y el creyente
perdonado (cf. Mt. 18:21–35). El que ha aceptado el perdón de Dios se espera que perdone a los
demás, del mismo modo que Dios lo ha hecho con él (Ef. 4:32). Si no lo hace, pierde el perdón
cotidiano de Dios.

C. La controversia de Jesús con los líderes religiosos judíos en el templo (11:27–12:44)


Marcos agrupó los cinco episodios de 11:27–12:37 alrededor del tema del conflicto entre
Jesús y los varios grupos religiosos influyentes (de forma similar, cf. 2:1–3:5). Concluye la
sección haciendo un contraste entre la religión basada en la justicia propia y la devoción sincera
a Dios (12:38–44). El área del templo fue el lugar principal del ministerio de Jesús durante su
última semana (cf. 11:11, 15–17, 27; 12:35, 41; 13:1–3; 14:49). Las controversias son un
resumen de la enseñanza de Jesús durante el martes y miércoles de aquella semana. Muestran la
hostilidad creciente de los líderes religiosos contra Jesús.
1. LA PREGUNTA TOCANTE A LA AUTORIDAD DE JESÚS (11:27–12:12)
Las credenciales de Jesús fueron cuestionadas por los representantes del sanedrín. Su
respuesta los puso en un dilema (11:27–33) y la parábola de la viña sacó a luz su rechazo de los
mensajeros de Dios (12:1–12).
a. La pregunta que Jesús hizo como respuesta tocante al bautismo de Juan (11:27–33)
11:27–28. El martes por la mañana (cf. v. 20) Jesús y sus discípulos entraron de nuevo a
Jerusalén (cf. vv. 11–12, 15). En el templo (jierō, “atrios del templo”; cf. vv. 11, 15; cf. NVI)
Jesús fue confrontado por los representantes del sanedrín (cf. el comentario de 8:31; 14:43, 53;
15:1). Como guardianes de la vida religiosa de Israel, ellos le hicieron dos preguntas: (1) ¿Cuál
era la naturaleza de su autoridad? (cf. 1:22, 27); es decir, ¿cuáles eran sus credenciales? (2)
¿Quién era la fuente de su autoridad?, es decir, ¿quién lo había autorizado para hacer estas
cosas? “Estas cosas” se refiere a la limpieza que Jesús hizo del templo el día anterior (cf.
11:15–17) y probablemente, de un modo más general, a todas las palabras y obras de Jesús, que
atraían la aclamación popular (cf. v. 18; 12:12, 37). Las preguntas de los líderes religiosos
indican que Jesús no había declarado abiertamente que era el Mesías, lo cual es un punto
importante a la luz del “tema de clandestinidad” que Marcos sigue (cf. el comentario de 1:43–45;
12:1, 12).
11:29–30. La pregunta que Jesús hizo a modo de respuesta, técnica rabínica común en los
debates (cf. 10:2–3), hizo que la respuesta dependiera de lo que ellos respondieran a él. La
pregunta se enfocó en el siguiente asunto: ¿Fue el bautismo de Juan y todo su ministerio (cf.
1:4–8; 6:14–16, 20), del cielo (de origen divino; cf. 8:11) o de los hombres (de origen humano)?
Con esto, Jesús dio a entender que su propia autoridad provenía de la misma fuente que la de
Juan, lo que indica que no había rivalidad entre ellos. La opinión de los líderes tocante a Juan
evidenciaría su idea tocante a Jesús.
11:31–32. La pregunta de Jesús colocó a estos líderes religiosos en un dilema. Si ellos
respondían: Del cielo, se incriminarían por no haber creído en Juan y por no apoyar su ministerio
(cf. Jn. 1:19–27). Ellos se condenarían por rechazar al mensajero de Dios. También se verían
forzados a reconocer que la autoridad de Jesús provenía de Dios (cf. Mr. 9:37b). Esta respuesta,
aunque verdadera, era inaceptable debido a su incredulidad.
Pero si decían: De los hombres (lit., “¿Pero diremos: De los hombres?”), las implicaciones
eran obvias: negarían que Juan había sido comisionado por Dios y se desacreditarían delante del
pueblo. Marcos hizo la siguiente explicación: Temían al pueblo (cf. 12:12), pues todos
consideraban a Juan como un verdadero profeta, el vocero de Dios (cf. Josefo, Antigüedades
de los Judíos 18. 5. 2). El pueblo también veía a Jesús de esta forma (cf. Mt. 21:46). Esta última
respuesta, aunque falsa, era la que ellos preferían, pero la hallaban inaceptable por causa del
pueblo.
11:33. Puesto que ninguna opción era aceptable, ellos alegaron ignorar la respuesta con la
idea de salvar el pellejo. Así que Jesús no estaba obligado a responder a su cuestionamiento. La
pregunta de Jesús (v. 30) dio a entender que su autoridad, al igual que la de Juan, provenía de
Dios.
Al dejar pendiente su juicio, estos líderes religiosos demostraron que realmente rechazaban a
Juan y a Jesús como mensajeros divinos. A través de toda la historia, la mayoría de los líderes de
Israel rechazó repetidas veces a los mensajeros divinos, punto que Jesús estableció claramente en
la siguiente parábola (12:1–12).
b. Parábola de Jesús acerca del hijo del propietario de la viña (12:1–12)
(Mt. 21:33–46; Lc. 20:9–19)
Esta parábola refleja la situación social que imperaba en Palestina del primer siglo,
especialmente en Galilea. Los terratenientes extranjeros poseían grandes propiedades, las cuales
arrendaban a agricultores. Estos aceptaban cultivar la tierra y cuidar de las viñas mientras los
propietarios estuvieran lejos. Un contrato aceptado por ellos designaba que una parte de la
cosecha debía pagarse como renta. En la siega, los dueños enviaban agentes para cobrar la renta.
Inevitablemente, había tensiones entre los propietarios y los inquilinos.
12:1a. Esta breve declaración de resumen (cf. la introducción de 2:1–2) introduce la parábola
(cf. la introducción de 4:1–2) que Marcos relata aquí. Jesús la dirigió a los interpeladores del
sanedrín que estaban tramando en contra suya (cf. 11:27; 12:12). La parábola expone sus
intenciones hostiles y les advierte de las consecuencias de esa actitud.
12:1b. Los detalles de la construcción de la viña se derivan de Isaías 5:1–2 (que es parte de
una profecía del juicio divino sobre Israel). La viña es un símbolo usual de esa nación (cf. Sal.
80:8–19).
Un hombre, un terrateniente (cf. Mr. 12:9), plantó una viña, acción análoga a la relación de
Dios con Israel. El vallado de protección, un lagar para juntar el jugo de las uvas prensadas, y
una torre que servía para refugio, almacenamiento y seguridad, muestran el deseo del
propietario de que su viña fuera especial. Luego la arrendó a unos labradores inquilinos, que
cultivaban uvas, los cuales representan a los líderes religiosos de Israel, y se fue, probablemente
a vivir lejos. Era un propietario en ausencia.
12:2–5. El dueño envió a tres siervos, agentes que representaban a los siervos de Dios (los
profetas) para Israel, a los labradores inquilinos para recibir una parte del fruto como renta a su
tiempo (es decir, en la época de vendimia del quinto año; cf. Lv. 19:23–25). Mas los labradores
se comportaron violentamente. Ellos tomaron al primer siervo … le golpearon, y le enviaron
con las manos vacías. Además, hirieron seriamente al segundo siervo y lo insultaron. Al tercer
siervo lo mataron.
Aquel paciente propietario envió a otros muchos, de los cuales a unos golpearon y a otros
mataron. Una y otra vez, Dios había enviado sus profetas a Israel para recoger frutos de
arrepentimiento y de justicia (cf. Lc. 3:8), pero fueron maltratados, heridos y asesinados (cf. Jer.
7:25–26; 25:4–7; Mt. 23:33–39).
12:6–8. El propietario aún tenía a un mensajero para enviar, un hijo suyo, amado (una
designación que representa al Hijo de Dios, Jesús; cf. 1:11; 9:7). Por último, una frase exclusiva
de Marcos, envió a su hijo, con la esperanza de que los labradores inquilinos le dieran la honra
que no habían dado a sus siervos.
La llegada del hijo quizá haya ocasionado que aquellos labradores creyeran que el
propietario había muerto y que este hijo era su único heredero. En Palestina de aquellos
tiempos, una porción de tierra podía ser poseída legalmente por quien la reclamara primero si era
una “propiedad sin dueño”, que no hubiera sido reclamada por ningún heredero en un período
establecido (cf. Mishnah Baba Bathra 3. 3). Los labradores inquilinos pensaron que si mataban
al hijo, podrían tomar posesión de la viña.
Así que ellos conspiraron y le mataron, y le echaron fuera de la viña. Algunos dicen que
esta es una predicción de lo que ocurriría a Jesús: sería crucificado fuera de Jerusalén, es decir,
expulsado de Israel en una expresión final del rechazo hacia él por parte de los líderes. Pero esta
interpretación fuerza demasiado los detalles de la parábola. Es mejor entender que echaron el
cadáver del hijo por encima del vallado sin enterrarlo, como clímax de sus malvados ultrajes. El
énfasis que Marcos puso en el rechazo y asesinato del hijo tuvo lugar dentro de la viña, es decir,
dentro de Israel.
12:9. La pregunta retórica de Jesús invitó a la audiencia a tomar parte en la decisión acerca
de qué acción debía tomar el señor de la viña. Jesús expresó la respuesta de sus oyentes (cf. Mt.
21:41) aludiendo una vez más a Isaías 5:1–7. Este era un fuerte llamado a quienes estaban
tramando su muerte, para que consideraran las serias consecuencias de sus acciones. Jesús se
veía a sí mismo como el “Hijo unigénito” enviado por Dios (Jn. 3:16).
El rechazo del hijo del propietario realmente era un rechazo del propietario, quien vendría
con autoridad del gobierno para destruir a los labradores asesinos y dar la viña a otros.
Igualmente, el rechazo por parte de los líderes judíos de Juan el Bautista y de Jesús, el mensajero
por excelencia de Dios, era un rechazo de Dios mismo. Este rechazo traería el juicio de Dios
sobre Israel y pasaría temporalmente los privilegios de los judíos a otros (cf. Ro. 11:25, 31).
12:10–11. Jesús hizo énfasis en la aplicación de la parábola a sí mismo como el Hijo, y
amplió su enseñanza al citar palabra por palabra Sal. 118:22–23 (Sal. 117 en la LXX), texto
familiarmente reconocido como mesiánico en otros pasajes de la Biblia (Hch. 4:11; 1 P. 2:4–8).
La figura cambió de hijo/labradores de la parábola a la de piedra/edificadores del salmo,
haciendo posible de esta forma una alusión parabólica a la resurrección y exaltación de Jesús. Un
hijo asesinado no puede ser revivido, pero una piedra rechazada sí puede ser retomada y usada.
La cita comienza donde la parábola termina. La piedra (Jesús, al igual que el hijo) que los
edificadores (los líderes religiosos judíos, al igual que los labradores) desecharon … ha venido
a ser cabeza del ángulo. Ésta era considerada como la piedra más importante de un edificio.
Este dramático cambio de la decisión de los constructores y la exaltación de la piedra rechazada,
era una acción soberana de Dios, algo extraordinario. Dios trastorna de forma sorprendente el
intento rebelde del hombre de impedir sus propósitos.
12:12. Los representantes del sanedrín (11:27) procuraban (cf. 11:18) prenderle, porque
entendían que Jesús decía contra ellos (“con referencia a” o dirigida “hacia” ellos) aquella
parábola; pero debido a que temían a la excitable multitud que venía a la pascua, lo dejaron y
se fueron.
El hecho de que los adversarios de Jesús comprendieran esta parábola, es una novedad en
Marcos (cf. 4:11–12) y da a entender que, por iniciativa de Jesús, el “secreto” de su verdadera
identidad sería declarado abiertamente muy pronto (cf. el comentario de 1:43–45; 14:62).

2. LA PREGUNTA TOCANTE AL IMPUESTO PERSONAL (12:13–17)


(MT. 22:15–22; LC. 20:20–26)
12:13. A pesar de la advertencia que Jesús hizo a sus adversarios del sanedrín en la parábola
anterior, ellos continuaron su campaña contra él enviándole algunos … fariseos (cf. 2:16) y …
herodianos (cf. 3:6), para que le sorprendiesen en alguna palabra (es decir, en alguna
declaración que pudieran utilizar contra él; cf. 10:2). La palabra que se traduce como
“sorprendiesen” (argeusōsin, aparece sólo aquí en el N.T.) se usaba para describir la captura de
animales salvajes con alguna trampa.
12:14–15a. Dirigiéndose a Jesús como Maestro (cf. 4:38; 9:5), escogieron cuidadosamente
algunos comentarios que tenían el propósito de ocultar sus verdaderos motivos y evitar que Jesús
evadiera la difícil pregunta. Ellos reconocían que Jesús era honesto e imparcial, y que no buscaba
el favor de nadie, porque él no miraba la apariencia de los hombres (lit., “no miras el rostro de
los hombres”, expresión hebr.; cf. 1 S. 16:7). Luego preguntaron lo siguiente: ¿Es lícito, es decir,
permitido legalmente por la ley de Dios (cf. Dt. 17:14–15), dar tributo a César, el emperador
romano, o no? ¿Daremos (dōmen), o no daremos?
La palabra “tributo” (kēnson), un término procedente del latín, significa “censo”. Se refería al
impuesto anual por persona (capitación) que el emperador romano exigía a todos los judíos desde
el año 6 a.C., fecha en que Judea llegó a ser provincia romana (Josefo, Antigüedades de los
Judíos, 5. 1. 21). El dinero iba directamente a la tesorería del emperador. Este tributo carecía de
popularidad, porque ilustraba la subyugación de los judíos a Roma (cf. Hch. 5:37).
Los fariseos se oponían al tributo, pero por conveniencia justificaban el pago del mismo.
Ellos estaban preocupados por las implicaciones religiosas de su pregunta. Por su parte, los
herodianos apoyaban al gobierno extranjero que Herodes representaba y estaban a favor del
tributo. Ellos estaban preocupados de las implicaciones políticas de su pregunta. Obviamente la
pregunta fue dirigida para colocar a Jesús en un dilema religioso y político. Un sí como respuesta
provocaría la oposición del pueblo y desacreditaría a Jesús como el vocero de Dios. Nadie que
dijera ser el Mesías sancionaría una sumisión voluntaria a los paganos. Un no como respuesta
acarrearía represalias por parte de Roma.
12:15b–16. Jesús percibió de inmediato la hipocresía de ellos, a saber, su intención
maliciosa escondida en una pregunta aparentemente válida. Él lo sacó a luz con una pregunta
retórica acerca del por qué ellos lo estaban tentando (peirazete; cf. 10:2). Luego les pidió que le
trajeran una moneda (un denario; cf. 6:37) para que la viera, es decir, para usarla como ayuda
visual. El denario romano común, que era una pequeña moneda de plata, era la única moneda
aceptable para los pagos del tributo imperial.
Cuando Jesús les pidió que le dijeran de quién eran la imagen y la inscripción que estaban
en ella, ellos le respondieron: De César. La imagen (eikōn) era probablemente la de Tiberio
César (quien reinó del 14–37 d.C.; V. “Emperadores romanos de los tiempos del N.T.” en el
Apéndice, pág. 369) y la inscripción decía en latín: “Tiberio César Augusto, Hijo del Divino
Augusto”, y en el lado opuesto: “Sacerdote Supremo”. Esta inscripción se originó en el culto de
adoración al emperador y era una forma de decir que era divino, lo cual era repugnante para los
judíos.
12:17. Usar las monedas de César era reconocer su autoridad y los beneficios del gobierno
civil que representaba y como consecuencia, la obligación de pagar impuestos. Así que Jesús
declaró lo siguiente: Dad (apodote, “devolved”; cf. v. 14) a César lo que es de César (lit., “las
cosas que pertenecen a César”). Este tributo era una deuda que ellos tenían con César por usar su
dinero y por los otros beneficios que obtenían de su gobierno.
Jesús hizo claro su punto, pero añadió de manera significativa lo siguiente: Y devolved a
Dios lo que es de Dios (lit., “las cosas que pertenecen a Dios”). Esta expresión podría referirse a
“pagarle” a Dios el tributo del templo que le correspondía (cf. Mt. 17:24–27), pero Jesús
probablemente quería que se tomara como una protesta contra la pretensión del emperador de ser
considerado como Dios. Ciertamente el emperador debía recibir lo que se le debía, pero nada
más aparte de eso; él no debía recibir la honra divina ni la adoración que reclamaba. Éstas sólo le
corresponden a Dios. La gente es “la moneda de Dios” porque lleva su imagen (cf. Gn. 1:27) y
debe dar a Dios lo que le pertenece, a saber, su lealtad. Esto, y no el impuesto por persona, era el
tema crucial para Jesús. Sus interpeladores se maravillaron (lit., “maravillaban”, exethaumazon,
tiempo imperf. de un fuerte vb. compuesto que aparece sólo aquí en el N.T.) de él. Este incidente
tenía especial importancia para los lectores romanos de Marcos, pues indicaba que el
cristianismo no apoyaba la deslealtad al estado.

3. LA PREGUNTA TOCANTE A LA RESURRECCIÓN (12:18–27)


(MT. 22:23–33; LC. 20:27–40)
12:18. Vinieron a Jesús los saduceos, y le hicieron una pregunta, en otro intento de
desacreditarlo (cf. 11:27; 12:13). Generalmente se cree que ellos eran el partido aristocrático
judío, cuyos miembros venían principalmente del sacerdocio y de las clases altas. Aunque
menores en número y popularidad que los fariseos, ocupaban puestos importantes en el sanedrín,
corte suprema judía, y en términos generales cooperaban con las autoridades romanas. Ellos
negaban las verdades de la resurrección, el juicio futuro y la existencia de los ángeles y espíritus
(cf. Hch. 23:6–8). Aceptaban sólo los libros de Moisés (el Pentateuco) como autoritativos y
rechazaban las tradiciones orales observadas como obligatorias por los fariseos. Esta es la única
referencia que Marcos hace a los saduceos.
12:19–23. Después de dirigirse formalmente a Jesús como Maestro (cf. v. 14), presentaron
una versión libre de los reglamentos mosaicos tocante al matrimonio por levirato (del latín, levir,
“hermano del esposo”; cf. Dt. 25:5–10). Si un esposo moría sin dejar heredero varón, su
hermano (soltero; o, si no tenía, su pariente más cercano) debía casarse con la esposa del
difunto. El primer hijo de esa unión recibía el nombre del hermano muerto y era considerado
como su hijo. Esta práctica tenía el propósito de evitar la extinción de una línea de familia, para
mantener intacta la herencia familiar.
Los saduceos inventaron una historia sobre siete hermanos, que sucesivamente cumplieron
la obligación del matrimonio por levirato con la esposa del primer hermano, pero los siete
murieron sin dejar descendencia. Luego murió también la mujer. Ellos le preguntaron a
Jesús: En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer …?
Claramente ridiculizaban la creencia en la resurrección.
12:24. Dando una pregunta doble como respuesta, la cual exigía una respuesta positiva en
gr., Jesús mencionó dos razones por las que ellos erraban (planasthe, “os engañáis a vosotros
mismos”; cf. v. 27): (a) ignoraban el verdadero significado de las Escrituras y no sólo su
contenido; y (b) ignoraban el poder de Dios para vencer la muerte y dar vida. Enseguida, Jesús
amplió cada una de estas razones, comenzando con la segunda (v. 25) y luego la primera (vv.
26–27).
12:25. Los saduceos suponían equivocadamente que los matrimonios serían restablecidos
después de la resurrección. En esa situación, las personas ni se casarán (es decir, contraerán
matrimonio) ni se darán en casamiento (es decir, un matrimonio arreglado por los padres). Más
bien serán, como los ángeles que están en los cielos, inmortales en la presencia de Dios.
El matrimonio es necesario y apropiado para la preservación de la raza humana en el presente
orden del mundo, en el cual prevalece la muerte. Pero los ángeles, cuya existencia negaban los
saduceos (cf. Hch. 23:8), no mueren y viven en un orden diferente de existencia, donde no tienen
necesidad de relaciones matrimoniales ni de tener descendencia. Sus vidas se centran totalmente
en la comunión con Dios. Así será en la vida futura para los seres humanos que tienen una
relación correcta con Dios.
Los saduceos no percibían que Dios establecería un orden de vida totalmente nuevo después
de la muerte y que resolvería todas las dificultades aparentes que están relacionadas con ella. En
pocas palabras, su pregunta no tenía importancia.
12:26–27. Los saduceos alegaban equivocadamente que la idea de una resurrección estaba
ausente en el Pentateuco. Pero Jesús, por medio de una pregunta que anticipaba respuesta
positiva, apeló al libro de Moisés, el Pentateuco, y habló de la zarza ardiente (Éx. 3:1–6).
En ese pasaje, Dios se identificó ante Moisés al afirmar: Yo soy el Dios de Abraham … de
Isaac y … de Jacob (Éx. 3:6), dando a entender que los patriarcas todavía estaban vivos y que él
tenía una relación continua con ellos como su Dios, quien guardaba el pacto, aunque ellos
hubieran muerto mucho antes. Esto demuestra, concluyó Jesús, que Dios no es Dios de muertos,
de la manera como entendían los saduceos la muerte como extinción, sino Dios de vivos. Él
todavía es el Dios de los patriarcas, lo cual no sería cierto si ellos hubieran dejado de existir, es
decir, si la muerte es el fin de todo. Y la fidelidad de Dios en el pacto garantizaba implícitamente
su resurrección corporal.
La respuesta de Jesús claramente afirmó el hecho de que hay vida después de la muerte.
Aparentemente dio por sentado que esto era suficiente para probar que la resurrección del cuerpo
ocurriría por igual. En la forma de pensar hebrea, la gente se consideraba como una unidad de lo
material (cuerpo) y lo inmaterial (alma/espíritu). Lo uno está incompleto sin lo otro (cf. 2 Co.
5:1–8). De este modo, la existencia humana auténtica dentro del orden divino de la vida,
demanda la unión del alma/espíritu con el cuerpo (cf. Fil. 3:21). Tanto la resurrección corporal
como la vida después de la muerte dependen de la fidelidad del “Dios de los vivos”.
La observación final de Jesús, descrita sólo por Marcos, enfatizó cuán seriamente errados
(planasthe, “os engañáis a vosotros mismos”; cf. Mr. 12:24) estaban al negar la resurrección y la
vida después de la muerte.

4. LA PREGUNTA TOCANTE AL MAYOR DE LOS MANDAMIENTOS (12:28–34)


(MT. 22:34–40)
12:28. Uno de los escribas (cf. 1:22) había oído la discusión de Jesús con los saduceos
(12:18–27), y estaba impresionado porque les había respondido bien. Esto sugiere que
probablemente era fariseo.
Él vino, aparentemente sin tener motivos hostiles o escondidos, para apreciar la habilidad de
Jesús al resolver un tema tan debatido entre los círculos de escribas. Tradicionalmente, éstos
hablaban de 613 mandamientos individuales de la ley mosaica, 365 negativos y 248 positivos.
Mientras que por un lado creían que todos eran obligatorios, por el otro asumían que había
diferencia entre los estatutos más pesados y los más livianos, y a menudo procuraban resumir
toda la ley en un solo mandamiento.
A la luz de este debate, este escriba preguntó a Jesús: ¿Cuál (poia, “qué clase de”) es el
primer mandamiento de todos?
12:29–31. La respuesta de Jesús fue más allá de la debatida clasificación de los
mandamientos entre livianos y pesados y enseñó cuál es el primer mandamiento así como su
compañero inseparable que resumen toda la ley.
Jesús comenzó con las palabras iniciales del Shema (del hebr., š ema‘, ¡Oye!, la primera
palabra de Dt. 6:4). Este conocido credo (Nm. 15:37–41; Dt. 6:4–9; 11:13–21) era recitado dos
veces al día, en la mañana y en la noche, por los judíos devotos. Afirmaba la base de su fe judía:
El Señor (hebr., Yahweh, Jehová), es decir, nuestro Dios, el Dios de Israel que guarda el pacto,
el Señor uno es, es decir, es único (cf. Mr. 12:32).
El mandamiento: Amarás al Señor tu Dios (Dt. 6:5), llama a una entrega a Dios que es
voluntaria, personal, completa y sincera. Esto se enfatiza con la repetición de la palabra con (ex,
“fuera de”, que indica la fuente), todo (jolēs, “la totalidad de”), tu (sing.) y los varios términos
relacionados con la personalidad humana, corazón (el centro de control; cf. Mr. 7:19), alma (la
vida consciente en sí misma; cf. 8:35–36), mente (la capacidad de pensar) y fuerzas (las
capacidades del cuerpo). El texto hebr. no menciona “mente”, la LXX omite “corazón”; pero
Jesús incluyó ambos términos, haciendo énfasis en que el mandamiento abarca a todo el ser (cf.
12:33; Mt. 22:37; Lc. 10:27).
En seguida, Jesús habló de una entrega similar para con el prójimo al citar el segundo
mandamiento, que es inseparable de (cf. 1 Jn. 4:19–21) y complementario al primero. Amarás a
tu prójimo (plēsion, “alguien que está cerca” término genérico para cualquier ser humano)
como, de la misma manera que, a ti mismo (Lv. 19:18). El amor que una persona tiene de forma
natural por sí misma no se ha de enfocar solamente en ella, nuestra tendencia constante, sino
dirigirse por igual hacia otros.
No hay otro mandamiento mayor que estos dos porque el amor sincero a Dios y al prójimo
es la suma y sustancia de la ley y los profetas (cf. Mt. 22:40). Cumplir estos mandamientos es
cumplir todos los demás.
12:32–34a. Estos vv. son exclusivos de Marcos. Aparentemente estaban dirigidos a sus
lectores, quienes se encontraban luchando con la relación que hay entre la realidad espiritual y
los ritos ceremoniales (cf. el comentario de 7:19).
Aquel escriba (cf. 12:28) reconoció la exactitud de la respuesta de Jesús y expresó
verbalmente su aprobación, pues vio a Jesús como un excelente Maestro (cf. vv. 14, 19). Él
volvió a expresar la respuesta de Jesús, y evitó cuidadosamente mencionar a Dios (no se
encuentra en el texto gr., pero se ha incluido en RVR60) de acuerdo con la práctica típica judía
de evitar el uso innecesario del nombre divino, motivada por un gran respeto hacia el mismo. Las
palabras, no hay otro fuera de él, proceden de Deuteronomio 4:35. El escriba también sustituyó
entendimiento en vez de “mente” (cf. Mr. 12:30).
Hizo la atrevida afirmación de que el doble mandamiento del amor es mucho más importante
que todos los holocaustos (sacrificios totalmente quemados) y sacrificios (los que se quemaban
parcialmente y eran comidos por los adoradores; cf. 1 S. 15:22; Pr. 21:3; Jer. 7:21–23; Os. 6:6;
Mi. 6:6–8).
Aquel escriba había respondido sabiamente y quizá Jesús lo estimuló a que pensara más
profundamente al declarar: No estás lejos (“no … lejos” tiene una posición enfática en gr.) del
reino de Dios (cf. Mr. 1:15; 4:11; 10:15, 23). Este hombre tenía la clase de comprensión
espiritual (cf. 10:15) y apertura a Jesús que lo aproximaba a recibir el reino de Dios, a saber, el
gobierno espiritual sobre quienes están relacionados con él por la fe. No se sabe si aquel hombre
entró en esa relación.
12:34b. Jesús había desbaratado eficazmente todos los intentos de desacreditarlo y había
sacado a luz los motivos hostiles y errores de sus oponentes tan hábilmente que ninguno osaba
preguntarle.

5. LA PREGUNTA DE JESÚS TOCANTE A LA POSICIÓN DEL MESÍAS COMO HIJO (12:35–37)


(MT. 22:41–46; LC. 20:41–44)
12:35. Más tarde, mientras estaba enseñando … en el templo (tō jierō; cf. 11:11), Jesús
preguntó qué era lo que los escribas daban a entender cuando decían que el Cristo, el Mesías es
(“simplemente” está implícito) hijo (descendiente) de David, el cual llegaría a ser el libertador
triunfante (cf. 10:47). La posición del Mesías como hijo de David era una creencia judía
establecida (cf. Jn. 7:41–42) y se basaba firmemente en las Escrituras del A.T. (cf. 2 S. 7:8–16;
Sal. 89:3–4; Is. 9:2–7; 11:1–9; Jer. 23:5–6; 30:9; 33:15–17, 22; Ez. 34:23–24; 37:24; Os. 3:5;
Am. 9:11). Jesús añadió que es igualmente cierto que el Mesías es el Señor de David. El punto
de vista de los escribas era correcto pero incompleto (cf. Mr. 9:11–13). El punto de vista de las
Escrituras abarcaba mucho más que sólo sus limitadas esperanzas nacionalistas.
12:36–37a. Para probar que el Mesías es el Señor de David, Jesús citó lo que el mismo
David dijo por (bajo la influencia controladora de) el Espíritu Santo en Salmos 110:1. Esta cita
prueba claramente tanto el hecho de que David es el autor como la inspiración divina del salmo.
Él dijo: Dijo el Señor (hebr., Yahweh, Jehová, Dios el Padre; cf. Mr. 12:29) a mi (de David)
Señor (hebr., ’Aḏōnāy, el Mesías): Siéntate a mi diestra (del Padre), el lugar de más alto honor y
autoridad, hasta que (o “mientras”; cf. 9:1; 14:32) ponga (el Padre) tus (del Mesías) enemigos
por estrado de tus pies, causando su subyugación (cf. Jos. 10:24; He. 10:12–14).
El hecho incontrovertible era que David llamó al Mesías Señor. Esto ocasionaba un
problema: ¿cómo, pues, o en qué sentido, es (el Mesías, el Señor de David) su (de David) hijo?
La pregunta retórica de Jesús llevaba a sus oyentes a la única respuesta válida: El Mesías es el
hijo de David y el Señor de David al mismo tiempo. Esta verdad implica fuertemente que el
Mesías es Dios (el Señor de David) así como hombre (el hijo de David; cf. Ro. 1:3–4; 2 Ti. 2:8).
Él restaurará el reino davídico sobre la tierra (2 S. 7:16; Am. 9:11–12; Mt. 19:28; Lc. 1:31–33).
Sin duda Jesús trajo este asunto a colación deliberadamente, para que sus oyentes lo pudieran
relacionar con él. Su afirmación llevaba consigo una atrevida pero a la vez velada referencia a su
verdadera identidad, lo cual quizá captaron los líderes judíos pero no lo aceptaron (cf. el
comentario de 12:12; 14:61–62). (Es interesante que el N.T. haga más referencias y alusiones a
Sal. 110 que a cualquier otro pasaje individual del A.T. [cf. e.g., Hch. 2:29–35; He. 1:5–13; 5:6;
7:17, 21].)
12:37b. En contraste con los líderes judíos que habían estado tratando de atrapar a Jesús con
preguntas sutiles (cf. v. 13), la gran multitud que había venido a la pascua oía atentamente su
enseñanza de buena gana, aunque no necesariamente la comprendiera.

6. CONCLUSIÓN: LA CONDENA DE JESÚS DE LA HIPOCRESÍA Y SU ENCOMIO DE LA VERDADERA


ENTREGA (12:38–44)

La denuncia que Jesús hizo de la conducta de los escribas (vv. 38–40) concluye el relato de
Marcos del ministerio público de Jesús y marca su rompimiento final con las autoridades
religiosas judías. Esta situación contrasta agudamente con el reconocimiento que Jesús hizo de la
devoción genuina de una viuda para con Dios (vv. 41–44), el cual resume la enseñanza para sus
discípulos (cf. v. 43) y forma una transición hacia su discurso profético (cap. 13).
a. Jesús condena la hipocresía (12:38–40)
(Mt. 23:1–39; Lc. 20:45–47)
12:38–39. Jesús seguía advirtiendo al pueblo a que se guardase (cf. 8:15) de aquellos
(implícito en la construcción gr.) escribas que buscaban la alabanza de los hombres y abusaban
de sus privilegios. Muchos escribas, aunque no todos, actuaban de esta manera (cf. 12:28–34).
A ellos les gustaba (a) andar con largas ropas, es decir, vestidos de lino blanco con flecos,
que se ponían los sacerdotes, los escribas y los levitas; (b) las salutaciones en las plazas con
títulos formales, rabí (maestro), amo, padre (cf. Mt. 23:7; Lc. 20:46), por parte del pueblo común
que los tenía en alta estima; (c) las primeras sillas en las sinagogas, las que estaban reservadas
para los dignatarios, ubicadas frente al mueble donde se guardaban los rollos sagrados de las
Escrituras y que daban hacia toda la congregación; y (d) tener los primeros asientos en los
banquetes, que eran las cenas especiales en las que se sentaban al lado del anfitrión y recibían
un trato preferente.
12:40. Puesto que los escribas del primer siglo no recibían pago por sus servicios (Mishnah,
Aboth, 1. 13; Bekhoroth, 4. 6), dependían de la hospitalidad de los judíos devotos.
Desafortunadamente había abusos. La acusación de que devoraban las casas de las viudas, es
una figura de lenguaje que describe la explotación de la generosidad de la gente de escasos
recursos, especialmente de las viudas. Con toda falta de ética, se apoderaban de la propiedad de
la gente. Además, hacían largas oraciones para impresionar al pueblo con su piedad y ganar su
confianza.
Jesús condenó su conducta ostentosa, su codicia y su hipocresía. En vez de dirigir la atención
del pueblo hacia Dios, la reclamaban para sí mismos bajo una apariencia de piedad. Maestros
como éstos recibirán mayor condenación (Stg. 3:1) en el juicio final de Dios.
b. Jesús encomia la ofrenda de una viuda (12:41–44)
(Lc. 21:1–4)
12:41–42. Viniendo del atrio de los gentiles (cf. 11:15), donde estaba realizando su
enseñanza pública, Jesús entró en el reservado a las mujeres. Junto al muro de éste, se
encontraban 13 recipientes en forma de trompeta para recolectar y recibir las ofrendas
voluntarias y contribuciones de los adoradores (Mishnah, Shekalim, 6. 5).
Desde un lugar apropiado delante (katenanti; cf. el comentario de 11:2) de uno de estos
recipientes Jesús miraba cómo (pōs, “de qué manera”) el pueblo que había venido a la pascua
echaba dinero en el arca (o recipiente).
A diferencia de muchos ricos que daban mucho (lit., “muchas monedas” de todas clases, oro,
plata, cobre y bronce), una viuda pobre, anónima, dio dos blancas (gr. lepta). Un lepton era la
moneda judía más pequeña de cobre que se encontraba en circulación en Palestina. Dos lepta
valían 1/64 de un denario romano, el cual era el salario diario de un obrero (cf. 6:37). Marcos
expresó el valor de estas monedas en términos de dinero romano para sus lectores romanos, es
decir, un cuadrante.
12:43–44. Con solemnes palabras de introducción (De cierto os digo; cf. 3:28) Jesús dijo
que ella había dado más que todos los demás. La razón era que (gar, porque) los demás habían
echado de su abundancia material sin que les costara mucho, pero la viuda de su pobreza, dio
todo lo que tenía. Proporcionalmente, ella había dado la mayor cantidad, todo su sustento. Al
dar a Dios con sacrificio, se confió a sí misma a Dios para que él proveyera sus necesidades.
Ella habría podido quedarse con una moneda para sí misma. Una regla rabínica decía que una
ofrenda menor de dos lepta no era aceptable para los dones de caridad y no se aplica aquí. Jesús
usó el ejemplo de esta mujer para enseñar a sus discípulos el valor que Dios le da a una entrega
sincera. Su propia entrega a Jesús sería probada severamente en breve (cf. 14:27–31). Este
incidente también ilustra la entrega total que Jesús hizo de sí mismo en la muerte.

D. Discurso profético del monte de los Olivos que Jesús dio a sus discípulos (cap. 13)
(Mt. 24:1–25:46; Lc. 21:5–36)
Este capítulo, conocido como el discurso de los Olivos porque Jesús lo dio en ese monte, es
la unidad más larga de enseñanza de Jesús escrita por Marcos (cf. Mr. 4:1–34).
Jesús predijo la destrucción del templo de Jerusalén (13:2), lo cual hizo que los discípulos
preguntaran sobre el tiempo de “estas cosas” (v. 4). Aparentemente ellos asociaban la
destrucción del templo con el fin de la era (cf. Mt. 24:3). En su respuesta, Jesús hábilmente
entretejió en un discurso unificado una escena profética que incluye dos perspectivas: (a) El
evento cercano, a saber, la destrucción de Jerusalén (70 d. C.); y (b) el evento lejano, a saber, la
venida del Hijo del Hombre en las nubes con poder y gloria. El primer evento, que sería local,
era precursor del segundo, que sería universal. De esta manera, Jesús siguió el precedente de los
profetas del A.T. al predecir un evento futuro lejano en términos de uno cercano, cuyo
cumplimiento verían por lo menos algunos de sus oyentes (cf. Mr. 9:1, 12–13).
Todo esto indica que Jesús anticipaba que habría un período de desarrollo histórico entre su
resurrección y su segunda venida (cf. 13:10; 14:9). Casi dos milenios han transcurrido desde la
caída de Jerusalén y el fin todavía no ha venido. Esta información profética fue puesta dentro de
un marco de (a) advertencias contra el engaño y (b) exhortaciones a la obediencia atenta durante
el tiempo intermedio de alcance misionero, persecución y conmociones sociopolíticas. Hay 19
imperativos en 13:5–37 y en cada caso, el elemento de exhortación (es decir, vbs. en segunda
persona: vv. 5b, 7a, 9a, y otros) surge de la enseñanza de Jesús acerca del futuro (es decir, vbs.
en tercera persona del indicativo: vv. 6, 7b–8, 9b–10, y otros). El vb. “mirad” (blepete) aparece
cuatro veces en lugares importantes a través del discurso (vv. 5, 9, 23, 33). Con éste, Jesús tenía
el propósito de animar a sus seguidores a mantenerse firmes en la fe y obediencia a Dios a través
de la era presente.
En la narración de Marcos, el discurso de los Olivos es un puente entre las controversias de
Jesús con las autoridades religiosas (11:27–12:44) y la narración de su Pasión (14:1–15:47), la
cual culminó en su arresto y muerte. Este discurso manifestó a sus discípulos que el liderazgo
religioso establecido que se oponía a él, y eventualmente lo condenaría a muerte, caería bajo el
juicio de Dios.

1. ESCENARIO: PROFECÍA DE JESÚS DE LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO (13:1–4)


(MT. 24:1–3; LC. 21:5–7)
13:1. Cuando Jesús salía del área del templo (jierou; cf. 11:11), probablemente la noche del
miércoles de la semana de Pasión (cf. la introducción a 11:1–13:37), uno de sus discípulos se
dirigió a él como Maestro (cf. 4:38; 9:5) y con asombro y admiración llamó su atención a las
grandes piedras (lit., “mira qué clase de piedras”) y los hermosos edificios del templo, es decir,
el santuario mismo con sus varios patios, balcones, columnas y pórticos.
El templo de Jerusalén (que no fue completado del todo sino hasta el 64 d.C.) fue construido
por la dinastía herodiana para ganar el favor de los judíos y para crear un monumento duradero
en honor de su familia. Era considerado una maravilla arquitectónica del mundo antiguo. Fue
construido con grandes piedras blancas bien pulidas y generosamente decoradas con oro (Josefo,
Antigüedades de los Judíos, 15. 11. 3–7). Abarcaba aproximadamente 1/6 del área de la antigua
Jerusalén. Para los judíos nada era tan espléndido y formidable como su templo.
13:2. La respuesta de Jesús fue una predicción sorprendente de la destrucción total de estos
grandes edificios. Todo el complejo sería totalmente arrasado, literalmente, “ciertamente no (ou
mē) quedará aquí piedra sobre piedra”. El uso que Jesús hizo de la doble negación enfática (ou
mē) dos veces, afirma la certeza del cumplimiento de sus palabras.
Este mal presagio es la secuela del juicio que Jesús expresó sobre el mal uso que se hacía del
templo (cf. 11:15–17; Jer. 7:11–14). Como en los días de Jeremías, una vez más la destrucción
del templo a manos de una fuerza extranjera sería el juicio de Dios sobre la rebelde nación de
Israel.
Esta profecía se cumplió literalmente en el lapso de una generación. En el año 70 d.C.,
después de que el área del templo fue quemada contra las órdenes de Tito, él ordenó a sus
soldados romanos que demolieran toda la ciudad y arrasaran sus edificios hasta el nivel del suelo
(Josefo, Guerras de los Judíos, 7. 1. 1).
13:3–4. Tras atravesar el valle del Cedrón rumbo a la cima del monte de los Olivos (cf.
11:1a), Jesús y sus discípulos se sentaron frente al templo. El monte de los Olivos se alza a unos
825 mts. sobre el nivel del mar, pero sólo está unos 30 mts. más alto que Jerusalén. Al occidente
del monte estaban el templo y la ciudad.
Los cuatro discípulos que Jesús llamó al inicio (cf. 1:16–20) le preguntaron aparte (kat’
idian; cf. 6:32) que les diera más información sobre su profecía. Sólo Marcos deja por escrito sus
nombres. En este evangelio, a menudo una pregunta de los discípulos introduce una sección de
enseñanza de Jesús para ellos (cf. 4:10–32; 7:17–23; 9:11–13, 28–29; 10:10–12).
La pregunta de los discípulos, tal vez expresada por Pedro (cf. 8:29), se hizo en dos partes:
(a) ¿Cuándo sucederán estas cosas? (la destrucción del templo [13:2] y los otros eventos
futuros [nótese el plural]); (b) ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de
cumplirse? El verbo “cumplirse” (synteleisthai) denota la consumación, el fin de la era presente
(cf. v. 7; Mt. 24:3).
Como sólo tenían la perspectiva de la profecía del A.T. (e.g., Zac. 14), los discípulos no
veían ningún intervalo entre la destrucción del templo y los eventos del fin de los tiempos que
culminarán con la venida del Hijo del Hombre. Ellos suponían que la destrucción de Jerusalén y
del templo eran eventos del fin de la era presente y que inaugurarían el reino mesiánico. Ellos
querían saber cuándo ocurriría esto y qué señales visibles indicarían que el cumplimiento estaba
a punto de suceder.

2. EL DISCURSO PROFÉTICO DENTRO DE LA RESPUESTA DE JESÚS A LAS PREGUNTAS DE SUS


DISCÍPULOS (13:5–32)

Las condiciones asociadas con la inminente crisis local de la caída de Jerusalén prefiguraban
las condiciones relacionadas con la crisis mundial del final de los tiempos. Así que lo que Jesús
dijo, que era pertinente para sus primeros discípulos, sigue siéndolo para todos los discípulos que
enfrentan situaciones similares en esta era.
Jesús respondió primero su segunda pregunta concerniente a la “señal” (v. 4b) de dos formas:
De forma negativa, les advirtió contra las falsas señales del fin (vv. 5–13); de forma positiva, les
declaró el notable evento que inaugura la tribulación sin paralelo y les describió su segundo
advenimiento (vv. 14–27). Luego respondió su primera pregunta concerniente al “cuándo” (v.
4a) por medio de una parábola (vv. 28–32).
a. Advertencias de Jesús contra el engaño (13:5–8)
(Mt. 24:4–8; Lc. 21:8–11)
13:5–6. El vb.: Mirad (blepete, “tened cuidado, estad en guardia”) es un llamamiento a la
vigilancia que se repite a través de todo el discurso (cf. vv. 9, 23, 33; el v. 35 tiene un vb.
distinto). Jesús amonestó a sus discípulos a estar en guardia contra los impostores mesiánicos.
Muchos falsos mesías (cf. v. 22) se levantarán en tiempos de crisis, haciendo uso del nombre de
Jesús (su título y autoridad), diciendo: Yo soy (egō eimi; las palabras el Cristo, no aparecen en
el texto gr.). Esta pretensión a lā deidad se expresa por medio de la fórmula de la propia
revelación de Dios (cf. 6:50; Éx. 3:14; Jn. 8:58). Ellos engañarán a muchos (cf. Hch. 8:9–11).
13:7–8. En segundo lugar, Jesús advirtió a sus discípulos contra malinterpretar los eventos
contemporáneos, tales como las guerras y los desastres naturales, creyendo que son indicación
de que el fin está a la mano. Ellos no debían turbarse, y desviarse así de su trabajo, cuando
oyeran de guerras (sonidos bélicos de lugares cercanos) y de rumores (lit., “informes, reportes”)
de guerras que ocurrieran lejos. Es necesario (dei, por compulsión divina; cf. 8:31; 13:10) que
estas cosas sucedan. Caen dentro de los propósitos soberanos de Dios, que incluyen el permitir
guerras como consecuencia de la rebelión humana y del pecado. Pero aún no es el fin de la era
presente, ni marca el establecimiento del gobierno de Dios sobre la tierra.
Esta verdad es confirmada (gar, porque) y ampliada: Se levantará (lit., “será levantada”, es
decir, por Dios; cf. Is. 19:2) nación en agresión armada contra nación. Además habrá
terremotos y hambres, lo cual sugiere el juicio divino. Sin embargo, estos (“estas cosas”) son
sólo principio de dolores. La palabra “dolores”, a saber, los dolores agudos previos al parto, es
figura del juicio divino (cf. Is. 13:6–8; 26:16–18; Jer. 22:20–23; Os. 13:9–13; Mi. 4:9–10). Se
refiere al período de sufrimiento intenso que precederá al nacimiento de una nueva época, el
reino mesiánico.
Este énfasis, “aún no es el fin” (Mr. 13:7d) y “principio de dolores son estos (estas cosas)”
(v. 8c), sugieren que un período extenso de tiempo precederá al “fin”. Cada generación tendrá
sus propias guerras y desastres naturales. Sin embargo, todos estos eventos caerán dentro de los
propósitos de Dios. La historia humana se dirige hacia el nacimiento de la era mesiánica.
b. Advertencias de Jesús acerca de los peligros personales mientras se esté bajo persecución
(13:9–13)
(Mt. 24:9–14; Lc. 21:12–19)
Estos “dichos” (cf. su uso en otros contextos: Mt. 10:17–22; Lc. 12:11–12) están unidos por
la palabra paradidōmi (“entregar”, Mr. 13:9, 11–12). Jesús probablemente dijo estas palabras
varias veces, no sólo aquí en el monte de los Olivos. Su propósito aquí era preparar a sus
discípulos para el sufrimiento por causa de su lealtad a él.
13:9. Con la exhortación, mirad (blepete; cf. v. 5), Jesús amonestó a sus discípulos a estar
alertas contra las represalias malévolas cuando fueran perseguidos. Serían entregados a prueba a
los concilios (lit., “sanedrines”), que eran las cortes judías locales que se celebraban en las
sinagogas. Y serían azotados públicamente, es decir, golpeados con 39 azotes (cf. 2 Co. 11:24),
en las sinagogas como herejes (cf. Mishnah, Makkoth, 3. 10–14). Debido a su lealtad a
Jesucristo serían llevados delante de las autoridades civiles gentiles, es decir, de los gobernantes
provinciales (cf. Hch. 12:1; 23:24; 24:27), para testimonio a ellos (cf. el comentario de Mr.
1:44; 6:11). Su testimonio a favor del evangelio durante su defensa llegaría a ser, en el juicio
final, evidencia incriminadora contra sus perseguidores.
13:10. Es necesario (dei, “por necesidad [divina]”; cf. v. 7; 8:31) que el evangelio sea
predicado (“proclamado”) antes a todas las naciones (con posición enfática en el gr.), es decir,
todos los pueblos alrededor del mundo (cf. 11:17; 14:9).
Al proclamar el evangelio, los discípulos serían perseguidos, pero no debían desesperarse ni
rendirse. A pesar de ello, la proclamación del evangelio es una prioridad dentro de los planes de
Dios para esta era, y será cumplida en concordancia con sus propósitos. Es responsabilidad de
cada generación (cf. Ro. 1:5, 8; 15:18–24; Col. 1:6, 23). Pero predicar el evangelio alrededor del
mundo no requiere ni garantiza su aceptación universal antes de, o al final de la era (cf. Mt.
25:31–46).
13:11. Cuando los discípulos sean llevados para ser entregados (de paradidōmi; cf. v. 9) por
causa de la predicación del evangelio, no deben preocuparse de antemano por lo que hayan de
decir al defenderse. Deben hablar lo que Dios (implícito) les dé a decir en aquella hora (cf. Éx.
4:12; Jer. 1:9). El Espíritu Santo será quien hable; él los capacitará para decir las cosas
correctas, en los momentos correctos, con valentía, a pesar de sus temores. Sin embargo, esta
ayuda no garantiza el ser absueltos.
13:12–13. La oposición vendrá por medio de canales oficiales (vv. 9, 11) y también por
medio de las relaciones personales. Será tan severa que los miembros de la familia, hermano
contra hermano, padre contra hijo, e hijos contra … padres, se entregarán (de paradidōmi; cf.
vv. 9, 11) unos a otros a las hostiles autoridades, ocasionando que los cristianos mueran. Por
causa de su lealtad a Jesús (lit., por causa de mi nombre; cf. v. 9), sus discípulos serán
aborrecidos continuamente de todos los hombres, es decir, por toda clase de gente, no sólo por
las autoridades o la familia (cf. Fil. 1:29; 3:11; Col. 1:24; 1 P. 4:16). El que persevere (lit., “ha
perseverado”, viéndose la vida como si estuviera ya completa) y se mantenga fiel a Cristo y al
evangelio (Mr. 8:35), hasta el fin (eis telos, es una frase adverbial y modismo que significa
“completamente, hasta el límite”; cf. Jn. 13:1; 1 Ts. 2:16) de su vida sobre la tierra, éste será
salvo (cf. Mr. 8:35; 10:26–27) y experimentará la salvación de Dios en su forma final, la
glorificación (contrástese el uso en 13:20; cf. He. 9:27–28). La perseverancia es un resultado y
señal externa, no la base, de la salvación genuina (cf. Ro. 8:29–30; 1 Jn. 2:19). Una persona
realmente salva por gracia por medio de la fe (cf. Ef. 2:8–10) perseverará hasta el fin y
experimentará la glorificación.
Estas palabras de advertencia eran pertinentes para los lectores romanos de Marcos, quienes
se encontraban bajo la amenaza de persecución por causa de su lealtad a Jesús. Tal sufrimiento
podría ser más fácilmente soportado al ser visto en el contexto de los planes de Dios para la
evangelización mundial y su vindicación. (Cf. el comentario de Mt. 24:13).
c. Descripción de Jesús de la crisis venidera (13:14–23)
(Mt. 24:15–28; Lc. 21:20–24)
Jesús respondió luego a la segunda pregunta de los discípulos (Mr. 13:4b) de forma positiva
(vv. 14–23).
Algunos intérpretes limitan los eventos de esta sección a los años caóticos que precedieron a
la caída de Jerusalén (66–70 d.C.). Otros los relacionan exclusivamente con la gran tribulación
del fin de esta era. Pero los detalles sugieren que ambos eventos están considerados (cf. Mt.
24:15–16, 29–31; Lc. 21:20–28). La conquista de Jerusalén está teológicamente (no
cronológicamente) unida a los eventos del final de los tiempos (cf. Dn. 9:26–27; Lc. 21:24). La
expresión “la abominación desoladora” es el vínculo entre las perspectivas histórica y
escatológica (cf. Dn. 11:31 con Dn. 9:27; 12:11). Estas tribulaciones “cercanas” prefiguran la
tribulación “lejana” del final de los tiempos.
13:14. La señal de que “estas cosas” estarán a punto de cumplirse (cf. v. 4b) es la aparición
de la abominación desoladora (lit., “la abominación de la desolación”; cf. Dn. 9:27; 11:31;
12:11; Mt. 24:15), puesta donde no debe estar, que es una referencia al santuario del templo.
Una identificación más precisa podría haber sido políticamente peligrosa para los lectores de
Marcos. La exhortación de Marcos: El que lee, entienda, es señal de que debían descifrarla,
instándolos a reconocer el significado de lo dicho por Jesús a la luz del contexto
veterotestamentario (cf., Dn. 9:25–27).
La palabra “abominación” denota la idolatría pagana y sus prácticas detestables (Dt.
29:16–18; 2 R. 16:3–4; 23:12–14; Ez. 8:9–18). La frase “la abominación desoladora” se refería a
la presencia de una persona u objeto idólatra, tan detestable, que causó que el templo fuera
abandonado.
Desde un punto de vista histórico, el primer cumplimiento de esta expresión profética de
Daniel (Dn. 11:31–32), fue la profanación del templo en el 167 a.C. por el gobernante sirio
Antíoco Epífanes. Él erigió un altar al dios griego Zeus sobre el altar del holocausto y sacrificó
una cerda en él (cf. el libro apócrifo 1 Macabeos 1:41–64; 6:7; y Josefo, Antigüedades de los
Judíos, 12. 5. 4).
El uso que Jesús hizo de la frase “la abominación desoladora” se refería a otro cumplimiento,
la profanación y destrucción del templo en el 70 d.C. Cuando (lit., “cuando quiera”) sus
discípulos, presentes y futuros, vieran que esta profanación tenía lugar, sería una señal para el
pueblo que estuviera en Judea de que escapara a los montes al otro lado del río Jordán, en
Perea.
Josefo relató la ocupación y la espantosa profanación del templo de Jerusalén en 67–68 d.C.
hecha por los zelotes judíos, quienes también instalaron a un usurpador, Fani, como sumo
sacerdote (Josefo, Guerras de los Judíos, 4. 3. 7–10; 4. 6. 3). Los cristianos judíos huyeron a
Pela, un pueblo localizado en las montañas de Transjordania (Eusebio, Historia Eclesiástica, 3.
5. 3).
Los eventos del 167 a.C. y del 70 d.C. prefiguraban un cumplimiento final de lo dicho por
Jesús, lo cual sería previo a su segundo advenimiento (cf. Mr. 13:24–27). Marcos usó el término
jestēkota (part. perf. masc.; traducido como “puesta” en RVR60) para modificar el sustantivo
neutro “abominación” (bdelygma; v. 14). Esto sugiere que “la abominación” es una persona
“puesta donde no le corresponde”.
Se refiere al anticristo del final de los tiempos (Dn. 7:23–26; 9:25–27; 2 Ts. 2:3–4, 8–9; Ap.
13:1–10, 14–15). Él hará pacto con el pueblo judío al inicio del período de siete años que
precederá la segunda venida de Cristo (Dn. 9:27). El templo será reconstruido y la adoración
restablecida (Ap. 11:1). A la mitad de ese período (después de 3 1/2 años), el anticristo romperá
su pacto, detendrá los sacrificios del templo, lo profanará (cf. Dn. 9:27) y se proclamará como
Dios (Mt. 24:15; 2 Ts. 2:3–4; Ap. 11:2). Este hecho da inicio a los terribles eventos del final de
los tiempos, es decir, de la gran tribulación (Ap. 6; 8–9; 16). Quienes rehúsen identificarse con el
anticristo sufrirán persecución severa y serán forzados a huir en busca de refugio (Ap. 12:6,
13–17). Muchos, tanto judíos como gentiles, serán salvos durante este período (Ap. 7), pero
muchos también sufrirán el martirio (Ap. 6:9–11).
13:15–18. Cuando esta crisis comience, la persona que esté en la azotea (cf. 2:2–4) no debe
perder tiempo para entrar a su casa con el fin de recuperar algunas pertenencias. La persona que
esté trabajando en el campo no debe perder tiempo para volver a otro lado del campo o su casa a
tomar su capa, que era una ropa exterior que protegía contra el frío de la noche.
Jesús expresó su compasión por las que estén encintas y … las que críen que se vean
forzadas a huir en tales circunstancias. Él exhortó a sus discípulos (cf. 13:14) a orar para que
esto no acontezca durante el invierno, es decir, la época lluviosa en que sería difícil atravesar
los ríos crecidos.
13:19. La razón por la que su huida era urgente y que esperaban que no tuviera obstáculos, es
que aquellos días serán de tribulación (lit., “serán una tribulación”, thlipsis; cf. v. 24) cual
nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios creó, hasta este tiempo, ni la
habrá jamás (ou mē; cf. v. 2). En ningún momento en el pasado, presente o futuro, ha habido o
habrá una tribulación tan severa como ésa.
Este sufrimiento sin precedente fue cierto, pero no se limitó a la destrucción de Jerusalén (cf.
Josefo, Guerras de los Judíos, prefacio; 1. 1. 4; 5. 10. 5). Jesús vio más allá del 70 d.C. hasta la
gran tribulación (thlipsis; cf. Ap. 7:14) del final, previa al segundo advenimiento. Esta
interpretación se apoya en los siguientes hechos: (a) Marcos 13:19 hace eco de Daniel 12:1, que
es una profecía del final de los tiempos; (b) las palabras “ni la habrá jamás” indican que nunca
habrá otra crisis como ésta; (c) “aquellos días” unen el futuro “cercano” con el futuro “lejano”
(cf. Mr. 13:17, 19–20, 24; Jer. 3:16, 18; 33:14–16; Jl. 3:1); (d) los días serán acortados (Mr.
13:20).
13:20. Si el Señor (Jehová Dios; cf. 12:29) no hubiese decidido ya en sus planes soberanos
acortar (acabar, no reducir el número de) aquellos días (lit., “los días; cf. 13:19), nadie sería
salvo (esōthē; cf. 15:30–31), es decir, sería librado de la muerte física; esta declaración contrasta
con 13:13. Mas Dios le pone límite a la duración de la tribulación del final de los tiempos, por
causa de los escogidos, los redimidos durante “aquellos días”, a quienes él escogió para sí
mismo (cf. Hch. 13:48). Mientras que todo esto se cumplió de forma indirecta en el 70 d.C., el
lenguaje de este versículo sugiere la intervención directa de Dios en juicio, lo que es una
característica inconfundible de la tribulación del final de los tiempos (cf. Ap. 16:1).
13:21–22. En aquel tiempo (tote, entonces; cf. vv. 26–27), a mitad de “aquellos días” (cf. v.
19) de aflicción severa y huida, si alguno … dijere que el Cristo (Mesías) está aquí o allí, los
discípulos de Jesús no deberían creerlo (con referencia a la pretensión mentirosa, o posiblemente
a la persona), ni dejar de buscar refugio. Jesús explicó que se levantarían muchos falsos Cristos
(Mesías; cf. v. 6) y falsos profetas y que harían obras milagrosas que parecerían validar sus
pretensiones. Su propósito sería engañar … a los escogidos (cf. v. 20), es decir, los creyentes en
el verdadero Mesías. La cláusula si fuese posible muestra que no tendrán éxito.
13:23. Una vez más, Jesús exhortó a sus discípulos: Mirad (blepete; cf. vv. 5, 9), de modo
que no cayeran en las trampas engañosas en los días de crisis.
d. Descripción de Jesús de su regreso triunfante (13:24–27)
(Mt. 24:29–31; Lc. 21:25–28)
13:24–25. La palabra Pero (alla) introduce un agudo contraste entre la aparición de los
falsos mesías que harán señales milagrosas (v. 22), y la venida dramática del verdadero Mesías
en aquellos días (cf. vv. 19–20; Jl. 2:28–32), después de aquella tribulación (thlipsin; cf. Mr.
13:19). Estas frases señalan una relación cercana con los vv. 14 a 23. Si éstos se aplican
exclusivamente a los eventos del 70 d.C., Jesucristo debería haber vuelto brevemente después. El
que no haya regresado, apoya el punto de vista de que los vv. 14 a 23 se refieren tanto a la
destrucción de Jerusalén como a la gran tribulación futura que ocurrirá antes de que Cristo
vuelva.
Varios desórdenes cósmicos afectarán al sol … la luna y las estrellas, y precederán de
manera inmediata al segundo advenimiento. La descripción que Jesús hizo sigue el patrón de
Isaías 13:10 y 34:4, sin citar exactamente ninguno de los pasajes. Esto se refiere de forma vívida
a cambios celestes observables en el universo físico.
La última afirmación, las potencias que están en los cielos serán conmovidas, quizá se
refiere a: (a) fuerzas físicas que controlan los movimientos de los cuerpos celestes que serán
sacados de su curso normal, o (b) fuerzas espirituales del mal, a saber, Satanás y su secuaces, que
serán turbados grandemente por estos eventos. Es preferible el primer punto de vista.
13:26. En aquel tiempo (tote, entonces; cf., vv. 21, 27) cuando los eventos cósmicos recién
mencionados hayan tenido lugar, las personas que vivan en la tierra para entonces verán al Hijo
del Hombre (cf. 8:31, 38), que vendrá en las nubes o “con nubes”. Las “nubes del cielo”
indican la presencia divina (cf. 9:7; Éx. 19:9; Sal. 97:1–2; Dn. 7:13; Mt. 24:30b). Él ejercitará
gran poder y mostrará la gloria celestial (cf. Zac. 14:1–7). Este es el regreso personal, visible y
corporal de Jesús a la tierra como el Hijo del Hombre glorificado (cf. Hch. 1:11; Ap. 1:7;
19:11–16). El Señor lo describió en el lenguaje familiar pero vago de Daniel 7:13–14. Su regreso
triunfante pondrá fin a la naturaleza velada del reino de Dios en su forma presente (cf. el
comentario de Mr. 1:15; 4:13–23).
13:27. También en aquel tiempo (tote, entonces; cf. vv. 21, 26) el Hijo del Hombre enviará
(cf. 4:29) a sus ángeles (cf. 8:38; Mt. 25:31), y juntará a sus escogidos (cf. Mr. 13:20, 22) de
los cuatro vientos. Los “cuatro vientos” significa de todas las direcciones, como referencia a la
gente que vive en todas partes del mundo, como lo enfatizan las dos últimas frases (v. 27).
Ninguno de los elegidos será dejado. Aunque no se dice aquí, este evento parece incluir la
resurrección de los santos del A.T. y de los creyentes que sufrieron el martirio durante la
tribulación (cf. Dn. 12:2; Ap. 6:9–11; 20:4). Nada se dice aquí acerca de los que no estén entre
los escogidos (cf. 2 Ts. 1:6–10; Ap. 20:11–15).
El A.T. a menudo menciona la reunión que Dios hará de los israelitas dispersos en las partes
más remotas de la tierra, a la unidad nacional y espiritual en Palestina (Dt. 30:3–6; Is. 11:12; Jer.
31:7–9; Ez. 11:16–17; 20:33–35, 41). Al tiempo del segundo advenimiento, los israelitas serán
reunidos alrededor del Hijo del Hombre que viene triunfante, serán juzgados, restaurados como
nación y redimidos (Is. 59:20–21; Ez. 20:33–44; Zac. 13:8–9; Ro. 11:25–27). También todos los
gentiles serán reunidos delante de él (Jl. 3:2), quien como un pastor separará “las ovejas” (los
escogidos) de “los cabritos” (Mt. 25:31–46). Estos judíos y gentiles redimidos entrarán al reino
milenial, y vivirán sobre la tierra con cuerpos naturales (Is. 2:2–4; Dn. 7:13–14; Mi. 4:1–5; Zac.
14:8–11, 16–21).
Identificar a “los escogidos” de este contexto como gentiles y judíos que llegarán a creer en
Jesús como el Mesías durante el período final de tribulación (cf. Ap. 7:3–4, 9–10), es compatible
con el punto de vista pretribulacionista del arrebatamiento de la iglesia, el cuerpo de Cristo (cf. 1
Co. 15:51–53; 1 Ts. 4:13–18). Puesto que la iglesia será librada del juicio final de Dios sobre la
tierra (cf. 1 Ts. 1:10; 5:9–11; Ap. 3:9–10), la iglesia no pasará por la tribulación. Este punto de
vista preserva la inminencia del arrebatamiento para los creyentes del día de hoy, y le da mayor
énfasis a la exhortación de Jesús, “Velad” (cf. Mr. 13:35–37). Pero puesto que los discípulos de
Jesús no tenían un entendimiento claro de la iglesia que se iba a formar (cf. Mt. 16:18; Hch.
1:4–8), Jesús no mencionó por separado esta fase inicial del programa de Dios para el final de los
tiempos.
Sin embargo, algunos intérpretes sostienen un punto de vista postribulacionista del
arrebatamiento. Ellos identifican a “los escogidos” de esta porción como los redimidos de todas
las eras, pasada, presente y futura. Esta interpretación requiere que la resurrección de todos los
que han muerto como justos tenga lugar al final de la tribulación, y junto con todos los creyentes
que estén vivos, ellos serán arrebatados para encontrarse con el Hijo del Hombre que regresa, y
que descenderá a la tierra en ese tiempo. De este modo la iglesia, el cuerpo de Cristo, se queda
sobre la tierra durante el período de tribulación, es protegida sobrenaturalmente como una
entidad a través de la misma, es arrebatada al final de ella, y regresa de inmediato a la tierra para
participar en el milenio. Pero a la luz de la discusión precedente sobre Marcos 13:17 y la
discusión subsiguiente del versículo 32, es preferible el punto de vista pretribulacionista.
e. La lección que Jesús dio por medio de la parábola de la higuera (13:28–32)
(Mt. 24:32–36; Lc. 21:29–33)
13:28. La primera pregunta de los discípulos (v. 4a) fue: “¿Cuándo serán estas cosas?”. Jesús
los exhortó a aprender una lección (lit.,la parábola; cf. la introducción a 4:1–2) de la higuera.
Aunque la higuera se usa algunas veces como símbolo de Israel (11:14), Jesús no tenía en mente
ese significado aquí (en Lc. 21:29 se añaden las palabras “y todos los árboles”). A diferencia de
la mayoría de los árboles de Palestina, las higueras pierden sus hojas en el invierno y florecen
después en la primavera. De este modo, cuando la rama tiesa y seca se pone tierna, pues es
suavizada por la savia que fluye y aparecen las hojas, entonces los que lo observan saben que el
invierno se ha ido y el verano está cerca.
13:29. Este v. aplica la lección del v. 28. Cuando vosotros (con posición enfática en el gr.), a
saber, los discípulos a diferencia de los demás, veáis que suceden estas cosas (cf. vv. 4, 23, 30),
es decir, los eventos descritos en los vv. 14 a 23, entonces conoced que la crisis inminente (cf. v.
14) está cerca en tiempo, de hecho, a las puertas. Esta expresión era una figura común para
referirse a un evento inminente. Si están alertas a estos eventos, los discípulos tienen suficiente
intuición para discernir su verdadero significado.
El sujeto del vb. gr. “está”, que no se menciona, podría traducirse “él” (el Hijo del Hombre) o
preferiblemente “ella” (“la abominación desoladora”, v. 14).
13:30–31. Con solemnes palabras introductorias (De cierto os digo; cf. 3:28) Jesús declaró
que esta generación ciertamente no (ou mē, doble negación enfática; cf. 13:2) llegará a su fin
hasta (lit., “hasta el cual tiempo en”) que todo esto (lit., “todas estas cosas”; cf. vv. 4b, 29) haya
acontecido. Una “generación” (genea) puede referirse a los “contemporáneos” de uno, es decir, a
los que están vivos en un tiempo dado (cf. 8:12, 38; 9:19), o a un grupo de personas que
descienden de un antepasado común (cf. Mt. 23:36). Puesto que la palabra “generación” tiene un
sentido limitado así como uno amplio, en este contexto (cf. Mr. 13:14) es preferible percibir en
ella una doble referencia que incorpore ambos sentidos. De este modo, “esta generación”
significa: (a) los judíos que vivían en tiempos de Jesús, quienes más adelante vieron la
destrucción de Jerusalén, y (b) los judíos que estarán vivos al tiempo de la gran tribulación,
quienes verán los eventos del final de los tiempos. Esta interpretación explica mejor el
cumplimiento de “todo esto” (cf. vv. 4b, 14–23).
La afirmación que Jesús hizo (v. 31) garantiza el cumplimiento de su profecía (v. 30). El
presente universo llegará a un final cataclísmico (cf. 2 P. 3:7, 10–13) pero las palabras de Jesús,
que incluyen estas predicciones, no (ou mē; cf. Mr. 13:2, 30) pasarán. Tendrán validez eterna.
Lo que es cierto de las palabras de Dios (cf. Is. 40:6–8; 55:11) es igualmente cierto de las
palabras de Jesús, porque él es Dios.
13:32. Aunque será posible que algunos disciernan la proximidad de la crisis venidera (vv.
28–29), sin embargo, nadie sabe cuál será el momento preciso en que aquel día o aquella hora
vendrá (cf. v. 33) salvo el Padre. Ni aun los ángeles que están en el cielo (cf. 1 P. 1:12), ni el
Hijo lo saben. Esta limitación expresada abiertamente del conocimiento de Jesús afirma su
humanidad. En su encarnación Jesús aceptó voluntariamente las limitaciones humanas, incluso
ésta (cf. Hch. 1:7), en sumisión a la voluntad del Padre (cf. Jn. 4:34). Por otro lado, el uso que
Jesús hizo del título “el Hijo” (sólo aquí en Marcos) en vez de la forma usual “el Hijo del
Hombre” reveló que él mismo era consciente de su deidad y posición como Hijo (cf. Mr. 8:38).
Sin embargo, Jesús usó sus atributos divinos sólo con la sanción del Padre (cf. 5:30; Jn.
8:28–29).
Las palabras “de aquel día y de la hora” se entienden como una referencia a la segunda
venida del Hijo del Hombre (Mr. 13:26). Sin embargo, tal evento llevará a su clímax una serie de
acontecimientos preliminares. A la luz del uso que se le da en el A.T. y este contexto (vv. 14,
29–30) es preferible entender “aquel día” como el “día del Señor” que incluye la tribulación, el
segundo advenimiento y el milenio (cf. Is. 2:12–22; Jer. 30:7–9; Jl. 2:28–32; Am. 9:11; Sof.
3:11–20; Zac. 12–14). Ese día comenzará repentinamente y sin aviso (cf. 1 Ts. 5:2), de manera
que nadie conoce, salvo el Padre, el momento crítico.
Según el punto de vista pretribulacionista del futuro (cf. el comentario de Mr. 13:27) la
venida del Señor por los suyos (el arrebatamiento) ocurrirá antes de la semana 70 de Daniel. El
arrebatamiento no se halla condicionado por ningún evento previo. Por tanto, es un inminente
para cada generación. La parábola del dueño de la casa que se fue lejos (vv. 34–37), junto con el
relato correspondiente de Mateo (cf. Mt. 24:42–44), apoya este punto de vista. Esto hace
imposible cualquier intento de ponerle fecha, y le da un sentido de urgencia a las exhortaciones
de Jesús a estar velando y trabajando hasta su retorno.

3. LA EXHORTACIÓN DE JESÚS A ESTAR VELANDO (13:33–37)


(MT. 24:42–44; LC. 21:34–36)
13:33. Puesto que nadie sabe cuándo (cf. v. 4a) será el tiempo, o sea, el tiempo designado
para la intervención de Dios (“aquel día”, v. 32), Jesús repitió su exhortación: Mirad (blepete;
cf. vv. 5, 9, 23) y agregó: velad (agrypneite, “estad constantemente despiertos”).
13:34–37. La parábola del dueño de la casa que se fue lejos es exclusiva de Marcos. Refuerza
el llamamiento a estar en vigilancia continua y la define como el cumplimiento fiel de las tareas
asignadas (cf. Mt. 25:14–30; Lc. 19:11–27).
Antes de irse de viaje lejos el propietario dio autoridad a sus siervos (colectivamente) para
que realizaran los trabajos de su casa. A cada uno dio su propia obra, y ordenó al portero que
controlaba los accesos a la casa que velase (grēgoreite, tiempo pres.; cf. Mr. 13:33).
Jesús aplicó esta parábola a sus discípulos (vv. 35–37) sin hacer diferencia entre el portero y
los otros siervos. Todos ellos son responsables de velar, de estar alerta a los peligros espirituales
y a las oportunidades (cf. vv. 5–13) porque nadie sabe cuándo (cf. v. 33) volverá el Señor de la
casa, quien representa indirectamente a Jesús mismo. La noche representa el tiempo de ausencia
(cf. Ro. 13:11–14) del dueño (Jesús). Él podría regresar a cualquier hora, así que ellos debían
estar constantemente velando en vista del peligro de que cuando el dueño, es decir, Jesús,
vuelva de repente, los halle durmiendo (negligentes en lo espiritual), es decir, no velando por
su regreso. Tal vigilancia es responsabilidad no sólo de los doce (cf. Mr. 13:3), sino de todo
creyente de cada generación durante esta era presente. Los creyentes deben estar velando y
trabajando (cf. v. 34) a la luz de la certeza del retorno de Jesús, aunque nadie conozca el tiempo
en que ocurrirá, a excepción del Padre.
La referencia a las cuatro vigilias corresponde al sistema romano de contar el tiempo. El
anochecer era de 6 a 9 p.m.; la vigilia de la medianoche iba de las 9 p.m. hasta la medianoche;
el canto del gallo era la tercera vigilia (de la medianoche hasta las 3 a.m.); y la mañana era de 3
a 6 a.m. (Estos nombres de las vigilias se derivaron de la hora de su término.) Éste difiere del
sistema judío que divide la noche en tres vigilias. Marcos usó el sistema romano para beneficio
de sus lectores (cf. 6:48).

VIII. El sufrimiento y la muerte de Jesús en Jerusalén (caps. 14–15)


La sexta sección principal del evangelio de Marcos, a saber, la narración de la Pasión,
incluye la traición, el arresto, el juicio y la muerte de Jesús por crucifixión. Asimismo, provee la
perspectiva histórica y teológica necesaria para varios temas mencionados previamente en el
evangelio: (a) Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios (1:1; 8:29); (b) sus conflictos con las
autoridades religiosas (3:6; 11:18; 12:12); (c) el rechazo, la traición y el abandono que sufrió por
parte de los que estaban cerca de él (3:19; 6:1–6); (d) la falta de comprensión clara por parte de
sus discípulos de su oficio mesiánico (8:31–10:52); (e) su venida como el Hijo del Hombre para
dar su vida en rescate por muchos (10:45).
La narración refleja cómo los primeros cristianos iban al A.T. (especialmente a Sal. 22; 69; e
Is. 53) para comprender el significado del sufrimiento y muerte de Jesús y para explicar el
vergonzoso curso de los eventos a sus contemporáneos judíos y gentiles (cf. 1 Co. 1:22–24).

A. Traición de Jesús, la cena de la pascua y la huida de los discípulos (14:1–52)


Esta división se compone de tres ciclos de eventos (vv. 1–11, 12–26, 27–52).
1. CONSPIRACIÓN PARA MATAR ASJESÚS Y SU UNGIMIENTO EN BETANIA (14:1–11)
Al igual que otros pasajes de Marcos, el primer ciclo de esta división también tiene una
estructura de “emparedado” (cf. 3:20–35; 5:21–43; 6:7–31; 11:12–26; 14:27–52). El relato de la
conspiración de los líderes religiosos con Judas (vv. 1–2, 10–11) está dividido por el relato del
ungimiento de Jesús en Betania (vv. 3–9). De esta forma, Marcos enfatiza el contraste notable
entre la hostilidad de quienes tramaron su muerte y la devoción amorosa de una mujer que lo
reconoció como el Mesías sufriente.
a. Conspiración de los líderes para arrestar y matar a Jesús (14:1–2)
(Mt. 26:1–5; Lc. 22:1–2)
14:1a. La narración de la Pasión que escribió Marcos comienza con un nuevo punto de
arranque cronológico (cf. la introducción a 11:1–11) que es la primera de varias anotaciones de
tiempo que unen los eventos subsecuentes. La cronología de la semana de la Pasión es
complicada, en parte porque se usaban dos sistemas de contar el tiempo, a saber, el sistema
romano (moderno) en el que un nuevo día comienza a la medianoche, y el sistema judío en el
que un nuevo día comienza a la puesta del sol (cf. 13:35).
La pascua, que se observaba sólo en Jerusalén (cf. Dt. 16:5–6), era una fiesta anual judía (cf.
Éx. 12:1–14) que se celebraba entre el 14 y 15 de Nisán (marzo/abril) que la mayoría dice que
fue el jueves-viernes de la semana de la Pasión de Jesús. Los preparativos para la cena de la
pascua (cf. Mr. 14:12–16), el punto culminante de la fiesta, incluía el sacrificio del cordero
pascual que se realizaba cerca del final del día 14 de Nisán según el recuento judío, el jueves por
la tarde. La cena de la pascua se comía al iniciar el día 15 de Nisán, es decir, entre la puesta del
sol y la medianoche del jueves por la noche. Esta celebración era seguida de inmediato por la
fiesta de los panes sin levadura, que se celebraba del 15 al 21 de Nisán, inclusive, para
conmemorar el éxodo de los judíos de Egipto (cf. Éx. 12:15–20).
Estas dos fiestas judías estaban muy relacionadas y en la expresión popular a menudo se las
designaba como la “fiesta judía de la pascua” (que duraba ocho días, del 14 al 21 de Nisán,
inclusive; cf. Mr. 14:2; Jn. 2:13, 23; 6:4; 11:55). Así que al 14 de Nisán, el día de la preparación,
a menudo se le llamaba “el primer día de la fiesta de los panes sin levadura” (cf. Mr. 14:12;
Josefo, Antigüedades de los Judíos, 2. 15. 1). Para los judíos, la frase dos días después, de
acuerdo a su forma inclusiva de contar el tiempo, significaría “pasado mañana”. Contando el
tiempo a partir del 15 de Nisán (es decir, el viernes) dos días antes sería el 13 de Nisán (o sea, el
miércoles), y “dos días después” significaría “después del miércoles y el jueves”.
14:1b–2. Los líderes religiosos judíos, que eran miembros del sanedrín (cf. 8:31; 11:27; Mt.
26:3), ya habían decidido que Jesús debía morir (cf. Jn. 11:47–53). Pero el temor que tenían de
provocar un levantamiento popular les impedía prenderlo abiertamente. Así que buscaban
(ezētoun, tiempo imperf.; cf. Mr. 11:18; 12:12) cómo prenderle por engaño, o sea, una
estrategia encubierta y astuta para hacerlo. Sin embargo, por causa de las grandes multitudes que
venían a la pascua, todavía no era sabio arriesgarse a un alboroto por parte de muchos que
potencialmente pudieran apoyar a Jesús, especialmente los impetuosos galileos. Así que, los
líderes decidieron no capturarlo durante la fiesta, es decir, la fiesta completa de ocho días, que
iba del 14 al 21 de Nisán inclusive (cf. 14:1a). Aparentemente planeaban arrestarlo después de
que las multitudes se hubieran ido, pero el ofrecimiento inesperado de Judas (cf. vv. 10–11) les
facilitó las cosas. De este modo, se siguió el itinerario de Dios.
b. Ungimiento de Jesús en Betania (14:3–9)
(Mt. 26:6–13; Jn. 12:1–8)
Este episodio del ungimiento de Jesús no debe identificarse con el ungimiento previo
ocurrido en Galilea (Lc. 7:36–50). Sin embargo, sí es el mismo episodio relatado en Juan 12:1–8,
aunque tiene algunas diferencias significativas. Una de ellas tiene que ver con cuándo ocurrió el
evento. Juan declaró que ocurrió “seis días antes de la pascua”, es decir, del inicio de la fiesta de
la pascua, o sea, el 14 de Nisán (el jueves). Esto significa que ocurrió el viernes anterior. La
ubicación que Marcos hace del evento parece sugerir que el episodio ocurrió el miércoles de la
semana de la Pasión (cf. Mr. 14:1a). A la luz de esto, parece razonable seguir la cronología de
Juan y concluir que Marcos usó el incidente de manera temática (cf. la introducción a 2:1–12;
11:1–11), para contrastar la actitud de la mujer con la de Judas. Consecuentemente, la referencia
de tiempo de 14:1 tiene que ver con la preocupación de los líderes por arrestar a Jesús, no con
este evento.
14:3. Estando … en Betania (cf. el comentario de 11:1a) Jesús estaba siendo honrado con
un banquete en casa de Simón el leproso, un hombre que aparentemente había sido sanado
previamente por Jesús (cf. 1:40) y que era bien conocido por los primeros discípulos del Señor.
La mujer, cuyo nombre no se menciona, era María, hermana de Marta y Lázaro (cf. Jn. 12:3).
Ella vino … con un frasco de alabastro, el cual era un pequeño frasco de piedra que tenía un
cuello largo y delgado y que contenía aproximadamente medio litro de costoso perfume (lit.
“ungüento”) de nardo puro (no adulterado), que era un aceite aromático procedente de una raíz
rara nativa de India.
María quebró el cuello delgado del frasco de piedra y derramó el perfume sobre la cabeza
de Jesús. Juan escribió que ella lo derramó sobre los pies de Jesús y que los enjugó con sus
cabellos (cf. Jn. 12:3). Ambas cosas son posibles puesto que Jesús estaba reclinado sobre un sofá
para comer a la mesa (cf. Mr. 14:18). El ungir la cabeza de un invitado era una costumbre común
en los banquetes judíos (cf. Sal. 23:5; Lc. 7:46), pero la acción de María tenía un significado más
profundo (cf. Mr. 14:8–9).
14:4–5. Algunos de los discípulos, guiados por Judas (cf. Jn. 12:4), expresaron una crítica
airada (cf. Mr. 10:14) de este aparente desperdicio tan costoso. Desde su punto de vista, la acción
era innecesaria porque el perfume … podía haberse vendido por más de trescientos denarios
(aproximadamente el salario anual de un obrero; cf. NVI y el comentario de 6:37), y haberse
dado a los pobres. Ésta era una preocupación legítima (cf. Jn. 13:29), pero aquí encubría la falta
de sensibilidad de los discípulos y la codicia de Judas (cf. Jn. 12:6). Así que la estaban regañando
(el mismo vb. que aparece en Mr. 1:43), un comentario que sólo hace Marcos.
14:6–8. Jesús reprendió a los que criticaban a María y defendió su acción, y la llamó una
buena obra (“buena” es kalon, “noble, hermosa, buena”). A diferencia de ellos, Jesús vio esta
acción como una expresión de amor y devoción a él a la luz de su muerte que se acercaba y
también como una aclamación mesiánica.
El contraste del v. 7 no es entre Jesús y los pobres sino entre las palabras siempre y no
siempre. Las oportunidades de hacer bien a los pobres siempre están presentes y los discípulos
deben aprovecharlas. Pero Jesús no estaría en medio de ellos mucho tiempo más y las
oportunidades de mostrarle amor se estaban agotando rápidamente. En cierta manera ella se
había anticipado a ungir su cuerpo para la sepultura.
14:9. Usando un dicho solemne (De cierto os digo; cf. 3:28), Jesús prometió a María que
dondequiera que se predique este evangelio (cf. 1:1), en todo el mundo (cf. 13:10), su obra de
amor también se contaría junto con el evangelio, para memoria de ella. Esta singular promesa
se proyectaba más allá de la muerte, sepultura y resurrección del Señor hasta el presente período
en que se predica el evangelio.
c. El acuerdo de Judas para traicionar a Jesús (14:10–11)
(Mt. 26:14–16; Lc. 22:3–6)
14:10–11. Estos vv. complementan los vv. 1 y 2 y resaltan el contraste con los vv. 3 a 9.
Judas Iscariote (cf. 3:19), uno de los doce (cf. 3:14), fue a los influyentes principales
sacerdotes y ofreció entregárselo (paradoi; cf. v. 11; 9:31). Él sugirió hacerlo “a espaldas del
pueblo” (Lc. 22:6). Esto evitaría un disturbio público, que era la principal preocupación de los
sacerdotes (cf. Mr. 14:2). Ellos acogieron con alegría este ofrecimiento inesperado que nunca se
habrían atrevido a solicitar. Prometieron darle dinero (30 piezas de plata, en respuesta a su
demanda; cf. Mt. 26:15). De modo que Judas buscaba (ezētei; cf. Mr. 14:1) la mejor
oportunidad, o sea, sin que la multitud estuviera presente, para entregarle (paradoi; cf. v. 10;
9:31) a la custodia de ellos.
¿Por qué ofreció Judas traicionar a Jesús? Se han hecho varias sugerencias, cada una de las
cuales quizá contiene algún elemento de verdad: (1) Judas, que era el único miembro no galileo
de los doce, fue el único que respondió a la indagación que hicieron los oficiales (Jn. 11:57). (2)
Él se sentía desilusionado porque Jesús no había logrado establecer un reino político y su
esperanza de obtener ganancias materiales parecían desvanecerse. (3) Su amor por el dinero lo
empujó a quedarse con algo para sí mismo. En cualquiera de los casos, llegó a caer bajo el
control satánico (cf. Lc. 22:3; Jn. 13:2, 27).
En la vida de Jesús encontramos una intrigante combinación entre la soberanía divina y la
responsabilidad humana. De acuerdo con los planes de Dios, Jesús debía sufrir y morir (Ap.
13:8); sin embargo, Judas, aunque no fue obligado a traicionarlo, fue hecho responsable de
someterse a las órdenes de Satanás (cf. Mr. 14:21; Jn. 13:27).

2. LA CENA DE LA PASCUA SE CONVIERTE EN LA ÚLTIMA CENA (14:12–26)


El segundo ciclo de eventos de este capítulo también tiene tres partes (vv. 12–16, 17–21,
22–26).
a. La preparación de la cena de la pascua (14:12–16)
(Mt. 26:17–19; Lc. 22:7–13)
14:12. La designación de tiempo, el primer día de la fiesta de los panes sin levadura,
indicaría el 15 de Nisán (viernes) estrictamente hablando. Pero, la cláusula modificadora (que es
una característica común de las anotaciones de tiempo que hace Marcos, cf. 1:32, 35; 4:35;
13:24; 14:30; 15:42; 16:2) hace referencia al día en que sacrificaban el cordero de la pascua, lo
que indica que se quiere dar a entender el 14 de Nisán (el jueves; cf. el comentario de 14:1a).
Puesto que la cena de pascua debía comerse dentro de los muros de Jerusalén, los discípulos
preguntaron a Jesús dónde quería que fueran a preparar (cf. v. 16) la cena. Ellos suponían que
comerían esta “fiesta familiar” con él (cf. v. 15).
14:13–15. Este episodio es estructuralmente paralelo a 11:1b–7. Quizá refleja otro ejemplo
del conocimiento sobrenatural de Jesús. Sin embargo, la necesidad de seguridad (cf. 14:10–11),
la pregunta de los discípulos (v. 12) y las órdenes subsiguientes de Jesús, parecen indicar que él
había reservado con anticipación y cuidado un lugar donde pudieran comer la cena de la pascua
juntos y sin molestias.
Jesús y sus discípulos estaban probablemente en Betania (cf. 11:1a, 11). El jueves por la
mañana envió a dos de ellos, Pedro y Juan (cf. Lc. 22:8), a Jerusalén con instrucciones para
localizar el aposento reservado. Por razones de seguridad (cf. Mr. 14:11; Jn. 11:57), los que iban
a participar quedaron en el anonimato y la ubicación se mantuvo en secreto.
Un hombre que llevaría un cántaro de agua saldría al encuentro de los dos discípulos,
posiblemente cerca de la puerta oriental. Este acto singular y curioso sugiere que era una señal
previamente arreglada, porque normalmente sólo las mujeres acarreaban los cántaros de agua
(los hombres llevaban odres). Ellos debían seguir a ese hombre, quien aparentemente era un
siervo, el cual los llevaría a la casa indicada. Ellos debían decir al dueño: El Maestro (cf. 4:38)
dice: ¿Dónde está el (lit., “mi”) aposento …? La simple autodesignación “maestro” implica que
Jesús era bien conocido por el dueño y el pronombre posesivo “mi” da a entender el arreglo
previo que Jesús había hecho para usar el mismo.
Él (autos, o sea, el dueño “mismo”) les mostraría un gran aposento alto, construido sobre el
techo plano, dispuesto (con una mesa para comer y sofás para reclinarse) y preparado para un
banquete. El dueño quizá también haya provisto la comida necesaria, que incluía el cordero de la
pascua. Los dos discípulos debían preparar la cena para Jesús y los otros discípulos (cf. 14:12)
allí. La tradición dice que éste era el hogar de Marcos (cf. el comentario de los vv. 41–52;
también Hch. 1:13; 12:12) y que el dueño era el padre de Marcos.
14:16. Probablemente la preparación de la cena de la pascua incluía asar el cordero, colocar
los panes sin levadura y el vino y preparar hierbas amargas junto con una salsa hecha de frutas
secas con vinagre, vino y una mezcla de especias.
Estos preparativos de la pascua el 14 de Nisán (jueves, antes de la puesta del sol) dan a
entender que la última comida que Jesús tuvo con sus discípulos fue la cena de la pascua,
realizada aquella noche (el 15 de Nisán, que comenzó después de la puesta del sol), y que él fue
crucificado el 15 de Nisán (viernes, antes de la puesta del sol). Éste es el testimonio firme de los
evangelios sinópticos (cf. Mt. 26:2, 17–19; Mr. 14:1, 12–14; Lc. 22:1, 7–8, 11–15). Sin embargo,
el evangelio de Juan indica que Jesús fue crucificado en el día de “la preparación de la pascua”
(Jn. 19:14). Esta era la pascua propiamente dicha y también la preparación para la fiesta de los
panes sin levadura que duraba siete días y que a veces era llamada la semana de la pascua (cf.
Lc. 22:1, 7; Hch. 12:3–4; V. el comentario de Lc. 22:7–38).
b. Jesús anuncia su traición (14:17–21)
(Mt. 26:20–25; Lc. 22:21–23; Jn. 13:21–30)
14:17. Esa noche, que era el inicio del 15 de Nisán (cf. v. 1a), Jesús y los doce llegaron a
Jerusalén para comer la cena de la pascua, que comenzaba después de la puesta del sol y debía
terminar a la medianoche. Marcos abrevió los eventos de la cena (cf. Lc. 22:14–16, 24–30; Jn.
13:1–20) para centrar la atención en dos incidentes: (a) El anuncio que Jesús hizo de su traición
mientras remojaban el pan y las hierbas amargas en un recipiente que tenía la salsa de fruta (Mr.
14:18–21) y (b) su nueva interpretación del pan y el vino justo después de la cena (vv. 22–25).
14:18–20. Era la costumbre reclinarse en sofás para comer durante un banquete (cf. 14:3; Jn.
13:23–25); de hecho, este era un requisito durante el primer siglo para la cena de la pascua, aun
para la gente más pobre (cf. Mishnah, Pesaj̱im, 10. 1). Mientras comían, es decir, mientras
remojaban el pan en el recipiente (cf. Mr. 14:20) antes de la cena, Jesús, con solemnes palabras
introductorias (De cierto os digo; cf. 3:28), anunció que uno de los doce lo entregaría (cf.
14:10–11).
Las palabras adicionales, el que come conmigo, exclusivas de Marcos, aluden a Salmos
41:9, donde David lamenta que su amigo de confianza Ahitofel (cf. 2 S. 16:15–17:23; 1 Cr.
27:33), que compartía la mesa en comunión con él, se había vuelto contra él. Comer con una
persona y luego traicionarla era muestra de máxima deslealtad.
Este pensamiento se refuerza en Marcos 14:19–20. Los discípulos estaban profundamente
tristes. Uno por uno (incluso Judas; cf. Mt. 26:25) buscaba aclarar las cosas consigo mismo. La
forma en que se expresa su pregunta en gr. (lit., “¿Acaso seré yo?”, “yo no soy, ¿verdad?”)
invitaba una respuesta negativa por parte de Jesús. Pero él rehusó mencionar al grupo el nombre
del implicado. (La identificación que menciona Mt. 26:25 fue hecha sólo a Judas.)
Jesús repitió su revelación de que el traidor era uno de los doce, el que remojaba el pan con
él en el mismo plato. Su anuncio enfatizó la deslealtad de la traición, y también dio al traidor
una oportunidad de arrepentirse.
14:21. Por un lado (gr., men, a la verdad), el Hijo del Hombre va, es decir, debía morir, en
cumplimiento de las Escrituras (e.g., Sal. 22; Is. 53). Su muerte era conforme a los planes de
Dios, y no simplemente a causa de la acción del traidor. Mas por el otro lado (gr., de), ¡ay (una
lamentación que denota una lástima sincera) de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre
es entregado! El traidor era un agente activo de Satanás (cf. Lc. 22:3; Jn. 13:2, 27). Tan horrible
destino le esperaba, que bueno le hubiera sido no haber nacido. Aunque actuó dentro de los
planes de Dios, el traidor era moralmente responsable (cf. Mr. 14:10–11). Este lamento contrasta
agudamente con la promesa hecha por Jesús en el v. 9.
c. Institución de la cena del Señor (14:22–26)
(Mt. 26:26–30; Lc. 22:19–20)
Este es el segundo evento clave que Marcos seleccionó de los de la cena de la pascua (cf. el
comentario de Mr. 14:17). Antes de que se comiera la cena en los hogares judíos, el cabeza de la
casa explicaba su significado con respecto a la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto.
Como anfitrión, Jesús probablemente lo hizo para preparar a sus discípulos para recibir una
nueva comprensión del pan y del vino.
14:22. Mientras comían (cf. v. 18), aparentemente antes de la parte principal de la cena pero
después de que Judas había salido (Jn. 13:30), Jesús tomó pan (arton, o sea, un pan aplanado sin
levadura) y bendijo (eulogēsas; cf. Mr. 6:41), y lo partió para repartirlo y les dio a ellos,
diciendo las siguientes palabras: Tomad (y “comed”, se deduce), esto es mi cuerpo.
Jesús habló de cosas literales, el pan, el vino, su cuerpo (sōma) físico y su sangre, pero la
relación entre ellas fue expresada figuradamente (cf. Jn. 7:35; 8:12; 10:7, 9). El verbo “es”
significa “representa”. Jesús estaba presente físicamente cuando dijo estas palabras, así que sus
discípulos literalmente no comieron su cuerpo ni bebieron su sangre, algo que era aborrecible
para los judíos en todo sentido (cf. Lv. 3:17; 7:26–27; 17:10–14). Esto muestra el incorrecto
punto de vista católicorromano referente a la eucaristía (es decir, la transubstanciación), de que el
pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo.
14:23. De manera similar, después de la cena (cf. 1 Co. 11:25) Jesús tomó la copa que
contenía vino rojo mezclado con agua y habiendo dado gracias (euj̱aristēsas; cf. Mr. 8:6–7; de
donde viene la palabra “eucaristía”), les dio; y bebieron de ella todos. Suponiendo que Jesús
siguió el ritual establecido de la pascua, ésta era la tercera de cuatro copas de vino prescritas (“la
copa de bendición”; cf. 1 Co. 10:16), que concluía la parte principal de la cena. Probablemente
Jesús no bebió la cuarta copa, la de la consumación. La explicación de su significado todavía
queda para el futuro, cuando Jesús y sus seguidores estarán juntos una vez más en el reino (Lc.
22:29–30; V. el comentario de Mr. 14:25).
14:24. Jesús explicó el significado de la copa: Esto (el vino) es (representa) mi sangre del
(es decir, que inaugura el) nuevo pacto, que (es decir, la sangre) por (jyper, “a favor de, en
lugar de”) muchos es derramada, lo cual es una referencia a su muerte sustitutoria en sacrificio
por la humanidad (cf. 10:45). Así como la sangre del sacrificio ratificó el antiguo pacto (el
mosaico) en Sinaí (cf. Éx. 24:6–8), también la sangre de Jesús derramada en el Gólgota inauguró
el nuevo pacto (Jer. 31:31–34). Éste promete perdón de pecados y comunión con Dios por medio
del Espíritu que mora dentro de aquellos que vienen a Dios por la fe en Jesús.
La palabra diathēkē (“pacto”) no se refiere a un arreglo entre dos partes iguales (lo cual se
denota con la palabra synthēkē), sino más bien a un arreglo establecido por una sola parte, en este
caso Dios. La otra parte, el hombre, no lo puede alterar; sólo puede aceptarlo o rechazarlo. El
nuevo pacto es el nuevo arreglo que Dios hizo para tratar con la gente, el cual está basado en la
muerte de Cristo (cf. He. 8:6–13). Las bendiciones espirituales que Israel esperaba que Dios le
diera en los últimos días, ahora son mediadas a través de la muerte de Cristo para todos los que
creen. Sin embargo, las bendiciones físicas prometidas a Israel no se están cumpliendo ahora,
sino cuando Cristo vuelva y establezca su reino milenial con Israel en su tierra.
14:25. Jesús rara vez habló de su muerte sin ver más allá de ella. Con solemnes palabras
introductorias (De cierto os digo; cf. 3:28) él prometió que no (ouketi ou mē, cf. 13:2;
“ciertamente ya no más”) bebería más del fruto de la vid, de esta manera festiva, hasta aquel
día (cf. 13:24–27, 32) futuro en que lo bebería nuevo. Él gozará de la mesa en una comunión
renovada con sus seguidores y en una existencia cualitativamente nueva (kainon; cf. Is. 2:1–4;
4:2–6; 11:1–9; 65:17–25), en el reino de Dios (cf. el comentario de Mr. 1:15), o sea, el milenio
que será establecido en la tierra cuando regrese Jesucristo (cf. Ap. 20:4–6).
14:26. Los Salmos del Hallel (alabanza) se cantaban o entonaban antifonalmente al tiempo
de la pascua, los dos primeros (Sal. 113–114), antes de la cena; los cuatro restantes (Sal.
115–118), después de la misma para concluir la observancia de la noche. Pasajes tales como
Salmos 118:6–7, 17–18, 22–24 adquieren un significado más amplio en labios de Jesús justo
antes de su sufrimiento y muerte.
Puesto que la conversación que tuvieron después de la cena incluyó el discurso y la oración
de Jesús (Jn. 13:31–17:26), probablemente fue cerca de la medianoche cuando él y los once (sin
Judas) finalmente dejaron el aposento alto y la ciudad. Cruzaron el valle del Cedrón (cf. Jn. 18:1)
hacia la ladera occidental del monte de los Olivos (cf. Mr. 11:1a) donde estaba localizado
Getsemaní (14:32).

3. ORACIÓN DE JESÚS ANTES DE SU ARRESTO Y LA HUIDA DE LOS DISCÍPULOS (14:27–52)


El tercer ciclo de eventos de esta división tiene una estructura de “emparedado”, al igual que
muchos otros pasajes de Marcos (cf. 3:20–35). El relato de la predicción que Jesús hizo de la
huida de sus discípulos (14:27–31) y el cumplimiento de la misma al tiempo de su arresto (vv.
43–52), se ve interrumpido por el de la oración de Jesús en Getsemaní (vv. 32–42). De esta
manera, Marcos hizo énfasis en el hecho de que Jesús enfrentó su prueba final a solas con el
Padre, sin comprensión ni apoyo humanos.
a. Predicción de Jesús acerca de la huida de sus discípulos y la negación de Pedro (14:27–31)
(Mt. 26:31–35; Lc. 22:31–34; Jn. 13:36–38)
Es difícil determinar si este episodio tuvo lugar en el aposento alto (como Lc. y Jn. lo
indican) o en camino a Getsemaní (como se implica de Mt. y Mr.). Marcos aparentemente lo usó
de forma temática sin un vínculo cronológico explícito, en anticipación de los eventos
subsecuentes que deseaba resaltar (e.g., Mr. 14:50–52, 66–72). Sin embargo, Mateo incluyó una
referencia de tiempo (Mt. 26:31, tote, “entonces”). Tal vez Jesús hizo esta predicción en el
aposento alto relacionándola únicamente con Pedro (como ocurre en Lc. y Jn.) y la repitió
camino a Getsemaní (como ocurre en Mt.) diciéndola a los once y especialmente a Pedro.
14:27. El vb. que se traduce como os escandalizaréis (skandalisthēsesthe) significa
ofenderse con alguien o algo y, por tanto, volverse y caer en pecado (cf. 4:17; 6:3; 9:42–47).
Jesús predijo que todos, o sea, los once, se ofenderían a causa de sus sufrimientos y muerte. Para
evitar recibir el mismo trato, ellos “se escandalizarían” al negar que tenían alguna relación con él
(cf. 14:30), y lo abandonarían (cf. v. 50). Su lealtad se derrumbaría temporalmente.
Jesús aplicó Zacarías 13:7 a esta situación: Heriré (pondré a muerte; el sujeto: Dios el Padre)
al pastor (Jesús), y las ovejas (los discípulos) serán dispersadas en todas direcciones. El
cambio interpretativo del mandato “Hiere” (Zac. 13:7) a la afirmación “heriré”, sugiere que Jesús
se veía a sí mismo como el siervo sufriente de Dios (cf. Is. 53; especialmente Is. 53:4–6).
14:28. Jesús inmediatamente contrarrestó su predicción de la huida con la promesa de la
reunión posterior a la resurrección (cf. 16:7; Mt. 28:16–17). Como el pastor resucitado él iría
delante de su rebaño a Galilea, donde habían vivido y trabajado y de donde fueron llamados y
comisionados por Jesús (Mr. 1:16–20; 3:13–15; 6:7, 12–13). Ellos debían “seguir” al Señor
resucitado, quien continuaría guiando a su pueblo en sus tareas futuras (cf. 13:10; 14:9).
14:29–31. Igual que antes (cf. 8:32) Pedro se centró en la primera parte de la predicción de
Jesús (14:27), ignorando la segunda (v. 28). Insistió en que él era una excepción, todos los
demás podrían escandalizarse como Jesús predijo (v. 27), pero él no (lit., “pero no yo”, la
palabra “yo” tiene énfasis por posición). Pedro expresó ser más leal a Jesús que todos los demás
(cf. “más que éstos”; Jn. 21:15).
Con palabras solemnes (De cierto te digo; cf. 3:28), Jesús enfáticamente le dijo a Pedro que
su fracaso sería mayor que el de los demás, a pesar de sus buenas intenciones. Esa misma noche,
antes que el gallo haya cantado dos veces, o sea, antes del amanecer, Pedro no sólo
abandonaría a Jesús sino que realmente lo negaría (aparnēsē, cf. 8:34) tres veces. El “canto del
gallo” era una expresión proverbial para referirse a la madrugada antes del amanecer (cf. 13:35).
Sólo Marcos mencionó que el gallo cantaría dos veces, lo cual es un detalle que probablemente
se debe a un claro recuerdo de Pedro del incidente. (La evidencia de los principales mss. griegos
está dividida en cuanto a si se deben incluir las palabras “dos veces”, pero las palabras “la
segunda vez” de 14:72, que tienen un apoyo textual muy fuerte, confirman que Marcos escribió
aquí “dos veces”.)
La respuesta clara y directa de Jesús hizo que Pedro afirmara aun con mayor insistencia (un
adverbio usado sólo aquí en el N.T.) que él jamás (ou mē, no, que es una negación enfática)
negaría a Jesús aun si le fuere necesario (deē; cf. 8:31) morir con Jesús. Los demás hicieron eco
de la afirmación de lealtad de Pedro dando a entender que la predicción de Jesús estaba
equivocada, pero unas pocas horas después mostraron que él estaba en lo cierto (14:50, 72).
b. Oración de Jesús en Getsemaní (14:32–42)
(Mt. 26:36–47; Lc. 22:39–46)
Esta es la tercera vez que Marcos presenta a Jesús en oración (cf. Mr. 1:35; 6:46). En cada
caso, el Señor reafirmó su propia entrega a la voluntad de Dios. Aunque Satanás no se menciona
directamente, sin duda estaba presente, dándole al evento el carácter de una escena de tentación
(cf. 1:12–13). Los sinópticos dan cinco versiones de la oración de Jesús, todas similares pero con
ligeras variaciones. Probablemente, el Señor repitió la misma petición de diferentes maneras (cf.
14:37, 39).
14:32–34. Jesús y los once discípulos vinieron a Getsemaní (lit., “prensa de aceite”, es
decir, una prensa para sacar aceite de las olivas). Era un lugar con apariencia de jardín en un
huerto de olivos, a las faldas del monte de los Olivos (cf. v. 26; Jn. 18:1). Este lugar apartado,
conocido también por Judas, era uno de sus lugares predilectos de reunión (cf. Lc. 22:39; Jn.
18:2).
Jesús dijo a sus discípulos, tal vez como lo hacía a menudo, que se sentaran cerca de la
entrada y que esperaran, literalmente, “hasta que haya orado”. Luego escogió a Pedro, a Jacobo
y a Juan (cf. Mr. 5:37; 9:2) para que fueran con él.
Mientras los cuatro caminaban hacia el “jardín”, Jesús comenzó a entristecerse (de
ekthambeō, “alarmarse”; cf. 9:15; 16:5–6) y a angustiarse (de adēmoneē, “estar en angustia
extrema”; cf. Fil. 2:26). Les dijo a los tres que su alma (psyj̱e, es decir, la vida interna
consciente de sí misma) estaba muy triste (perilypos, “profundamente triste”; cf. Mr. 6:26) de
tal manera que amenazaba con terminar su vida. Esto hizo que les dijera que se quedaran donde
estaban y que velaran (grēgoreite; cf. 14:38), es decir, que estuvieran alertas. El impacto total de
su muerte y consecuencias espirituales conmocionó a Jesús y lo hizo tambalear bajo el peso de
esa situación. La anticipación que tuvo del alejamiento del Padre lo horrorizaba.
14:35–36. Tras adelantarse a una corta distancia de los tres y postrarse gradualmente en
tierra (cf. Mt. 26:39; Lc. 22:41), Jesús oró (prose̱uȷ̄eto, “oraba”) en voz alta y con gran emoción
(He. 5:7). Su oración duró por lo menos una hora (cf. Mr. 14:37), pero Marcos escribió sólo un
breve resumen de la misma, primero en forma de narración (v. 35b) y luego en una cita directa
(v. 36).
En síntesis Jesús pidió que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Las palabras “si
fuese posible” (condición de primera clase en gr.) no expresan duda, sino una suposición
concreta sobre la que basaba su solicitud. Jesús hizo su petición con el supuesto de que el Padre
podía concederla. Quedaba por verse si era la voluntad de Dios hacerlo (cf. Lc. 22:42).
La metáfora “aquella hora” (lit., “la hora”) se refiere al tiempo dispuesto por Dios en el que
Jesús sufriría y moriría (cf. Mr. 14:41b; Jn. 12:23, 27). La metáfora correspondiente, esta copa,
se refería al mismo evento. La “copa” significa ya sea el sufrimiento humano y la muerte o, más
posiblemente, la ira de Dios contra el pecado, que cuando se derrama incluye no sólo sufrimiento
y muerte física, sino también espiritual (cf. Mr. 10:38–39; 14:33b–34). Al llevar el juicio de
Dios, Jesús, que no tenía pecado, soportó la agonía de ser “hecho pecado” (cf. 15:34; 2 Co.
5:21).
El doble título Abba (ar. “Mi Padre”), Padre (gr., patēr) ocurre sólo otras dos veces (Ro.
8:15; Gá. 4:6). “Abba” era la forma común en que los niños pequeños judíos se dirigían a sus
padres. Transmitía un sentido de intimidad familiar y confianza. Sin embargo, los judíos no
usaban esta expresión como forma personal de dirigirse a Dios, puesto que tal término de
confianza era considerado como inapropiado para la oración. De este modo, el uso que Jesús
hizo de Abba al dirigirse a Dios era nuevo y único. Probablemente lo usaba a menudo en sus
oraciones para expresar su relación íntima con Dios como su Padre. Aquí Abba sugiere que la
preocupación principal de Jesús era que tomar la copa del juicio de Dios sobre el pecado
necesariamente interrumpiría esta relación (cf. las palabras con que Jesús habló, Mr. 15:34).
¿Qué tenía Jesús en mente cuando pidió que “pasase” aquella hora y que el Padre apartara la
copa de él? La respuesta tradicional es que Jesús pidió evitar “aquella hora”. Tal vez esperando
que, si era posible, lo pasara por alto, y que la copa fuera quitada antes de que debiera beberla.
De acuerdo con este punto de vista, Jesús hizo una oración de sumisión a la voluntad de Dios
cuando iba a la cruz. Sin embargo, algunos intérpretes sostienen que Jesús pidió ser restaurado
pasada “aquella hora” esperando que, si era posible, pudiera superarla después de que viniera, y
que la copa fuera removida después de que la hubiera vaciado (cf. Is. 51:17–23). Según este
punto de vista, Jesús hizo una oración de fe en que el Padre no lo abandonaría para siempre a la
muerte bajo la ira divina, sino que la quitaría y lo resucitaría a él.
Aunque no está libre de problemas (e.g., Jn. 12:27), es preferible el punto de vista tradicional
a la luz de algunos elementos del contexto recién discutido de otros pasajes (Mt. 26:39, 42; Lc.
22:41–42; He. 5:7–8) y de la declaración final modificadora de Marcos 14:36. Mas (“pero”) la
respuesta final no es lo que yo (enfático) quiero, sino lo que tú (enfático). La voluntad humana
de Jesús era diferente, pero nunca se opuso a la voluntad del Padre (cf. Jn. 5:30; 6:38). Así que,
él reconocía que la respuesta a su petición no estaba regida por lo que él deseaba sino por lo que
el Padre quería. La voluntad de Dios traía consigo su muerte en sacrificio (cf. Mr. 8:31), de
modo que de forma resuelta se sometió a ella. Su profunda tristeza pasó de él, pero no “aquella
hora” (cf. 14:41b).
14:37–41a. El énfasis de la narración de Marcos se vuelve ahora de la oración de Jesús al
hecho de que los tres discípulos no lograron mantenerse despiertos (cf. vv. 33–34). Jesús
interrumpió tres veces su oración y vino a donde ellos estaban para hallarlos durmiendo. La
primera vez se dirigió a Pedro como Simón, su nombre anterior (cf. 3:16) y lo reprendió por no
haber podido velar una sola hora. Jesús luego exhortó a los tres: Velad, o sea, estad alertas a
los peligros espirituales, y orad, es decir, reconoced la dependencia en Dios, para que no
entréis en tentación. Esto anticipaba las tentaciones que enfrentarían al tiempo de su arresto y
juicio (cf. 14:50, 66–72). Por un lado (gr. men, a la verdad), el espíritu (los propios deseos
internos y las mejores intenciones) está dispuesto o ansioso (e.g., Pedro, vv. 29, 31), pero por
otro lado (gr. de), la carne (la persona con su humanidad y fallas) es débil, es decir, es
fácilmente derrotada en acción (e.g., Pedro, v. 37).
Después de haber regresado y orado las mismas palabras (cf. v. 36), Jesús volvió y otra vez
los halló durmiendo. Ellos no tuvieron nada apropiado que responder a sus palabras de reproche
(cf. 9:6).
Después de una tercera sesión de oración, Jesús regresó y una vez más los halló durmiendo.
Sus palabras, Dormid ya, y descansad, podrían entenderse como una pregunta incriminadora
(“¿Todavía estáis durmiendo y descansando?”) cf. RVA; BLA; NVI), como un mandato irónico
pero compasivo (RVR60), o como una exclamación de sorpresa y regaño. A la luz de los vv. 37
y 40, parece preferible la primera opción. Tres veces no logró Pedro velar y orar; tres veces
caería en tentación y negaría a Jesús. Esta advertencia se aplica a todos los creyentes, pues todos
son susceptibles al fracaso espiritual (cf. 13:37).
14:41b–42. Probablemente transcurrió un breve tiempo entre el v. 41a y 41b. La palabra que
Jesús expresó: Basta (es decir, de dormir), despertó a los discípulos. Luego les anunció lo
siguiente: La hora ha venido. El Hijo del Hombre estaba por ser entregado (cf. 9:31) en
manos (control) de los pecadores, específicamente, de los miembros hostiles del sanedrín. El
que lo entregaba, Judas, había llegado. En vez de huir, Jesús y los tres discípulos (que sin duda
tenían ahora la compañía de los otros ocho) se adelantaron para encontrarse con Judas. El asunto
que hizo que Jesús orara se había resuelto (cf. 14:35–36).
c. Traición y arresto de Jesús y la huida de los discípulos (14:43–52)
(Mt. 26:47–56; Lc. 22:47–53; Jn. 18:2–12)
14:43. Luego (euthys; cf. 1:10), mientras Jesús estaba todavía hablando a sus discípulos,
Judas llegó con … mucha gente, es decir, soldados romanos (cf. Jn. 18:12) armados con
espadas cortas de mano y guardias del templo armados con palos (cf. Lc. 22:52). Judas los había
guiado a Getsemaní (cf. Jn. 18:2) y a Jesús (cf. Hch. 1:16) de noche, para que pudieran arrestarlo
sin alboroto (cf. Mr. 14:1–2). El sanedrín (cf. el comentario de 8:31) dio la orden de su arresto.
El sumo sacerdote posiblemente se aseguró de contar con la ayuda de las tropas romanas.
14:44–47. Judas había dado al grupo armado una señal (que era un beso) para identificar al
que debían prender. Debían llevarlo con seguridad para evitar que escapara. Cuando Judas entró
al “jardín”, de inmediato (luego; euthys; cf. 1:10) se acercó a Jesús, lo saludó como Maestro
(Rabí; cf. 4:38; 9:5) y le besó con fervor (un vb. compuesto intensivo). El beso en la mejilla (o
en la mano) era una muestra común de afecto y reverencia que recibía un rabí de sus discípulos.
Pero Judas lo usó como señal de traición.
Puesto que Jesús no ofreció resistencia, fue capturado y arrestado fácilmente. No se
mencionan los cargos en el relato de Marcos. Sin embargo, la legalidad de su arresto según la ley
criminal judía se tomó por sentado, puesto que el sanedrín lo había autorizado. Su aparente
debilidad seguía ocultando su verdadera identidad.
Marcos describió un único intento de resistencia armada por parte de alguno de los presentes
cuyo nombre no menciona (fue Pedro; cf. Jn. 18:10). La forma como esto está redactado en gr.
deja traslucir que Marcos sabía quién era. Como uno de los dos discípulos que llevaban espada
(cf. Lc. 22:38), Pedro la sacó e hirió a Malco, el siervo del sumo sacerdote, Caifás. Pero Pedro
sólo pudo cortarle la oreja derecha (cf. Jn. 18:10, 13). Sólo Lucas escribe que Jesús se la
restauró (cf. Lc. 22:51). El intento de Pedro de defender a Jesús era la acción incorrecta en el
lugar equivocado.
14:48–50. Aunque no ofreció resistencia, Jesús sí protestó ante las autoridades religiosas por
la muestra excesiva de fuerza armada en su contra, como si hubiera sido un ladrón (cf. NVI:
“¿Acaso estoy al frente de una rebelión …?”). Jesús no era un revolucionario que actuaba en
oculto, sino un reconocido maestro religioso. Cada día de esa semana había aparecido
abiertamente entre ellos en Jerusalén enseñando (cf. 11:17) en el templo (jierō; cf. 11:11) pero
ellos no lo prendieron (cf. 12:12; 14:1–2). Que lo arrestaran como un criminal, de noche y en un
lugar retirado, mostraba su cobardía. Pero esto ocurrió para que se cumplieran las Escrituras
(cf. Is. 53:3, 7–9, 12).
Cuando Jesús dejó en claro con su respuesta que no se opondría al arresto, la lealtad de sus
discípulos y su confianza en él como el Mesías se derrumbaron. Todos (palabra enfática por
posición) los discípulos, dejándole, huyeron (cf. Mr. 14:27). Ninguno se quedó con Jesús para
compartir su sufrimiento, ni siquiera Pedro (cf. v. 29).
14:51–52. Este extraño episodio exclusivo de Marcos, complementa el v. 50 al enfatizar el
hecho de que todos huyeron y dejaron a Jesús completamente abandonado. La mayoría de los
intérpretes cree que este joven (neaniskos, una persona en la flor de la vida, entre los 24 y 40
años de edad) era Marcos mismo. Si es así, y si era el hijo del dueño de la casa (vv. 14–15; cf.
Hch. 12:12), los eventos de esa noche quizá hayan ocurrido de la siguiente manera: Después de
que Jesús y sus discípulos salieron de la casa del padre de Marcos después de comer la pascua,
Marcos se quitó la ropa exterior (cf. Mr. 13:16) y se acostó cubierto … con una sábana (lit.,
tela o paño) de dormir (como su ropa de dormir). Poco después, algún siervo quizá lo levantó
con las noticias de la traición de Judas, pues éste y la fuerza de arresto habían pasado por allí
buscando a Jesús. Sin detenerse para vestirse, Marcos se apresuró a Getsemaní tal vez para
prevenir a Jesús, pero ya había sido arrestado cuando llegó. Después de que todos los discípulos
huyeron, Marcos seguía a Jesús y a los que lo habían arrestado hacia la ciudad, cuando algunos
de ellos prendieron a Marcos, tal vez pensando usarlo como testigo. Mas él, dejando la sábana
de dormir en manos de alguien, huyó de ellos desnudo. Así que nadie se quedó con Jesús, ni
siquiera el joven valiente que intentó seguirlo.

B. Los juicios, crucifixión y sepultura de Jesús (14:53–15:47)


Esta división también se compone de tres ciclos de eventos: Los juicios (14:53–15:20), la
crucifixión (15:21–41) y la sepultura de Jesús (15:42–47).
1. LOS JUICIOS DE JESÚS ANTE EL SANEDRÍN Y PILATO (14:53–15:20)
Jesús fue juzgado primero por las autoridades religiosas y luego por las políticas. Esto era
necesario porque el sanedrín no tenía poder para sentenciar a la pena capital (Jn. 18:31). Cada
uno de los dos juicios tuvo tres audiencias. (V. “Los Seis Juicios de Jesús”, en el Apéndice, pág.
362).
a. El juicio de Jesús ante el sanedrín y la triple negación de Pedro (14:53–15:1a)
El juicio de Jesús ante la autoridades religiosas judías incluyó una audiencia preliminar ante
Anás (Jn. 18:12–14, 19–24), un proceso legal delante de Caifás, el sumo sacerdote y el sanedrín
en la noche (Mt. 26:57–68; Mr. 14:53–65) y un veredicto final dado por el sanedrín justo después
del amanecer (cf. Mt. 27:1; Mr. 15:1a; Lc. 22:66–71).
(1) Jesús en la casa del sumo sacerdote y Pedro en el patio (14:53–54; Mt. 26:57–58; Lc.
22:54; Jn. 18:15–16, 18, 24). 14:53. Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron custodiado
desde Getsemaní a Jerusalén, a la casa del sumo sacerdote, Caifás (cf. Mt. 26:57), quien tuvo
este cargo desde el 18 hasta el 36 d.C. (V. “Familia de Anás” en el Apéndice, pág. 372).
El sanedrín, compuesto de 71 miembros (cf. el comentario de Mr. 8:31) incluyendo al sumo
sacerdote que presidía, se reunió apresuradamente (cf. 14:66), para tener una reunión plenaria esa
noche. Este fue un juicio “informal”, que requería de una ratificación “formal” después del
amanecer (cf. 15:1) para satisfacer el estricto procedimiento legal judío, que sólo permitía que
los juicios se realizaran durante el día. El quórum consistía de 23 miembros (Mishnah,
Sanhedrin, 1. 6), pero en esta ocasión la mayoría estaba probablemente allí a pesar de que eran
como las 3 a.m. del 15 de Nisán (el viernes), un día festivo.
Esta apresurada reunión nocturna fue considerada necesaria porque: (1) En la ley criminal
judía era costumbre realizar el juicio inmediatamente después del arresto. (2) Los juicios legales
romanos normalmente se realizaban poco después del amanecer (cf. 15:1), así que el sanedrín
necesitaba tener ya un veredicto para entonces y poder llevar temprano el caso ante Pilato. (3)
Con Jesús finalmente bajo custodia, no querían retrasar el proceso para que no se levantara
oposición contra su arresto. Ellos realmente ya habían decidido matarlo (cf. 14:1–2); su único
problema era obtener la evidencia que lo justificara (cf. v. 55). Tal vez también deseaban que los
romanos crucificaran a Jesús, para de ese modo evitar que el pueblo culpara al sanedrín por su
muerte.
Algunos han cuestionado la legalidad de un juicio capital realizado en día festivo, a la luz de
algunas ordenanzas legales rabínicas. Sin embargo, los rabíes justificaban el juicio y ejecución
de delincuentes peligrosos en día festivo aduciendo que de esa forma “todo el pueblo oirá, y
temerá” (Dt. 17:13; cf. Dt. 21:21; cf. TDNT, bajo “pasj̱a”, 5:899–900). Sin embargo, en casos que
ameritaban la pena capital no se podía legalmente llegar a un veredicto condenatorio sino hasta
el día siguiente.
14:54. Pedro (cf. vv. 29, 31, 50) se armó de suficiente valor para seguir a Jesús de lejos
hasta dentro del patio del sumo sacerdote. Éste era un patio central cuadrado; la casa del sumo
sacerdote estaba construida alrededor del mismo (cf. Jn. 18:15–18). El discípulo estaba sentado
con los alguaciles, o sea, los guardias del templo y calentándose al fuego (lit., “frente a la luz”
del fuego, de modo que su rostro estaba iluminado; cf. Mr. 14:67) debido al aire frío de la noche.
Él quería saber qué le pasaría a Jesús (cf. Mt. 26:58).
(2) El juicio de Jesús delante del sanedrín (14:55–65; Mt. 26:59–68). El material de esta
sección probablemente se basa en el informe de uno o más miembros del sanedrín que
simpatizaban en secreto con Jesús o que estaban contra él al principio, pero después llegaron a
creer en él (cf. Hch. 6:7).
14:55–56. El concilio (el sanedrín) inició sus deliberaciones buscando testimonio contra
Jesús para justificar una sentencia de muerte; pero no lo hallaban. No les faltaban testigos,
porque muchos decían falso testimonio contra él, mas sus testimonios eran inválidos porque
no concordaban (lit., “no eran iguales”). Se hicieron varias acusaciones que no se pudieron
verificar y surgieron muchas discrepancias en las declaraciones de una misma acusación. Tal vez
estos testigos ya habían sido llamados antes del arresto de Jesús, pero no coordinaron sus
historias. En los juicios judíos, los testigos se consideraban como la parte demandante y daban su
testimonio por separado. La ley mosaica requería una concordancia exacta en el testimonio de
por lo menos dos testigos, para condenar a una persona por un crimen (Nm. 35:30; Dt. 17:6;
19:15).
14:57–59. A su debido tiempo, unos testigos (“dos”; cf. Mt. 26:60) declararon que habían
oído a Jesús decir: Yo (egō; palabra enfática) derribaré este templo (naon, “el santuario”; cf.
Mr. 11:11) hecho a mano, y en tres días edificaré otro (allon, “otro” de la misma clase) hecho
sin mano. Pero … aun en este testimonio había discrepancias no especificadas, de modo que
Marcos lo catalogó como falso.
Jesús había hecho una declaración enigmática similar a ésta (Jn. 2:19) pero se refería al
“templo” de su cuerpo (cf. Jn. 2:20–22). Estos testigos, junto con los presentes en aquel
momento, malinterpretaron sus palabras pensando que se refería al templo de Jerusalén. La
destrucción de un lugar de adoración era un delito serio en el mundo antiguo (Josefo,
Antigüedades de los Judíos, 10. 6. 2). Aunque su testimonio era inválido, abrió el camino para
las preguntas tocante a la identidad de Jesús (Mr. 14:61) y llevó al sarcasmo que se menciona en
15:29.
14:60–61a. El sumo sacerdote Caifás hizo dos preguntas a Jesús para obtener información
que pudiera usar en contra suya. En gr., la primera anticipa una respuesta positiva: “¿No
respondes nada contra tus acusadores?” La segunda preveía una explicación de su parte: “¿Qué
significado tiene la acusación de lo que testifican éstos contra ti?”. Mas Jesús callaba y nada
respondía en su defensa (cf. Is. 53:7). Su silencio frustró a la corte, y detuvo el proceso
momentánemente.
14:61b–62. El sumo sacerdote cambió de táctica y volvió a preguntar (seguía
preguntando) a Jesús mordazmente: ¿Eres tú (palabra enfática) el Cristo (el Mesías; cf. 1:1;
8:29), el Hijo del Bendito? El título “Bendito”, en este sentido se halla sólo aquí en el N.T. y es
un sustituto judío para “Dios” (cf. Mishnah, Beraj̱oth, 7. 3). Estos dos títulos se refieren al hecho
de que Jesús decía ser el Mesías.
Jesús respondió sin pensarlo dos veces: Yo soy, es decir, “Yo soy el Mesías, el Hijo de
Dios”. Esta es la primera vez en el evangelio de Marcos en que Jesús declaró abiertamente que él
era el Mesías (cf. el comentario de 1:43–44; 8:29–30; 9:9; 11:28–33; 12:12). Como prueba de
esto, algo que los judíos esperaban que proporcionara el verdadero Mesías, Jesús hizo una
sorprendente predicción. Aplicando a sí mismo las palabras de Salmos 110:1 y Daniel 7:13,
declaró lo siguiente: Y (vosotros, mis jueces humanos) veréis al Hijo del Hombre (cf. Mr. 8:31,
38) sentado a la diestra, es decir, exaltado al lugar de más alto honor y autoridad (cf. 12:36), del
poder de Dios (lit., “el poder”), el cual es un título alterno judío para “Dios” (cf. 14:61), y
viniendo en (lit., “con”) las nubes del cielo para juzgar (cf. 8:38; 13:26). El hecho de que ellos
“verían” no significa que Jesús regresaría durante la vida de ellos. Más bien, se refería
indirectamente a la resurrección corporal para juicio ante el Hijo del Hombre exaltado, que algún
día juzgará a quienes lo estaban juzgando a él. Entonces será inconfundiblemente claro que él es
el Ungido de Dios, el Mesías.
14:63–64. Rasgando su vestidura, probablemente el vestido interior y no las ropas oficiales,
el sumo sacerdote mostró que él consideraba la abierta declaración de Jesús como blasfemia.
Para él lo que Jesús decía deshonraba a Dios al reclamar para sí derechos y poderes que
pertenecían exclusivamente a la divinidad (cf. 2:7). Esta expresión simbólica de horror e
indignación se requería del sumo sacerdote cuando oía alguna blasfemia. Su reacción también
expresa alivio, puesto que la respuesta de Jesús con la que se condenaba a sí mismo, quitaba la
necesidad de más testigos.
La ley mosaica prescribía la muerte por lapidación por causa de blasfemia (Lv. 24:15–16).
Sin mayor investigación, el sumo sacerdote solicitó un veredicto del sanedrín. Puesto que no
había objeciones, todos ellos le condenaron (cf. Mr. 10:33), declarándole ser digno (enoj̱on,
“culpable, responsable”; cf. 3:29) de muerte.
14:65. Algunos miembros del sanedrín mostraron su desprecio por medio de la burla y abuso
físico. Escupir el rostro de alguien era un acto de total repudio y gran insulto personal (cf. Nm.
12:14; Dt. 25:9; Job 30:10; Is. 50:6). Debido a sus pretensiones mesiánicas, le cubrieron el
rostro y le dieron de puñetazos, y le exigían que dijera quién lo había golpeado. Esto sería
prueba fehaciente de su condición de Mesías, que se basaba en la interpretación rabínica de
Isaías 11:24. El verdadero Mesías podría juzgar tales asuntos sin el beneficio de la vista (cf.
Talmud Babilónico, Sanhedrin, 93b). Pero Jesús rehusó someterse a esta prueba y guardó
silencio (cf. Is. 53:7; 1 P. 2:23). Cuando fue devuelto a los alguaciles (cf. Mr. 14:54), ellos
siguieron el ejemplo de sus superiores y le daban de bofetadas con la mano abierta en el rostro
(cf. Lc. 22:63–65).
(3) La triple negación que Pedro hizo de Jesús (14:66–72; Mt. 26:69–75; Lc. 22:55–62; Jn.
18:15–18, 25–27). Los cuatro evangelios relatan este episodio con algunas variaciones, pero sin
contradecirse unos a otros. El vívido relato de Marcos probablemente se originó en Pedro. El
autor vuelve a Marcos 14:54 y muestra que la prueba que Pedro pasó coincidió con el
interrogatorio de Jesús delante del sanedrín. Después de este relato de negación, Marcos retomó
su informe de las acciones del sanedrín (cf. 15:1a).
14:66–68. Una de las criadas del sumo sacerdote, que era probablemente la portera del
patio interior (cf. Jn. 18:16), se acercó a Pedro mientras se calentaba al fuego en el patio (cf.
Mr. 14:54; 15:16), el cual aparentemente estaba abajo del segundo piso donde se estaba
realizando el juicio de Jesús. Después de mirar (de emblepō; cf. 10:21) a Pedro, ella dijo con
desprecio: Tú (pron. sing. enfático) también (Juan también estaba allí; cf. Jn. 18:15) estabas
con (cf. Mr. 3:14) Jesús el nazareno (cf. 1:24; 10:47).
Su acusación identificó correctamente a Pedro como discípulo, mas él lo negó (ērnēsato; cf.
8:34; 14:30), rehusándose a reconocer su relación con Jesús, porque temía por su seguridad. Su
negación se expresa usando una forma de expresión legal judía común y literalmente dice: “Ni
conozco, ni sé lo que tú (palabra enfática) dices”. Para evitar exponerse de nuevo, salió afuera a
la entrada, es decir, al pasillo cubierto que llevaba a la calle.
Casi todos los mss. griegos antiguos importantes y las versiones tempranas incluyen las
palabras y cantó el gallo (cf. BLA; NVI) al final del v. 68. Esta evidencia, junto con las palabras
“la segunda vez” del v. 72 que tienen fuerte apoyo, favorece que se mantengan estas palabras en
el texto. Puesto que sólo un canto de gallo se menciona en los pasajes paralelos (cf. Mt. 26:74;
Lc. 22:60; Jn. 18:27), estas palabras fueron probablemente omitidas de Marcos muy temprano
por algunos escribas, para conformarse a los pasajes paralelos. Pero Marcos simplemente fue
más específico que los otros evangelios, probablemente debido al vívido recuerdo de Pedro. Este
primer canto del gallo no tuvo importancia para Pedro puesto que ocurría todas las mañanas (cf.
Mr. 13:35b; 14:72).
14:69–71. La misma criada junto con otros (cf. Mt. 26:71; Lc. 22:58) vio a Pedro en la
entrada y otra vez lo identificó a los que estaban allí como uno de los discípulos de Jesús. Él lo
negó (lit., “negaba”, imperf.) otra vez.
Como una hora más tarde (cf. Lc. 22:59), los que estaban allí confrontaron otra vez a
Pedro con la siguiente acusación: Verdaderamente (a pesar de que lo negaba) tú eres de ellos
(de los discípulos), porque (“también”, en gr.) eres galileo. Los galileos hablaban un dialecto
arameo con diferencias notables en la pronunciación (cf. Mt. 26:73). Así que, concluyeron que
era un seguidor de aquel hereje galileo, Jesús.
El hecho de que Pedro comenzó a maldecir y a jurar no significa que se haya expresado
profanamente. Más bien, él se colocó a sí mismo bajo la maldición de Dios por si les estaba
mintiendo a ellos y se puso bajo juramento, como en una corte, para confirmar la veracidad de su
negación. Teniendo mucho cuidado de no mencionar el nombre de Jesús, Pedro negó
enfáticamente tener conocimiento de este hombre de quien ellos hablaban.
14:72. La tercera negación de Pedro en menos de dos horas fue señalada “al instante”
(euthys; cf. 1:10; V. NVI; BLA) por el segundo canto del gallo (cf. 14:68). Esta vez Pedro se
acordó repentinamente de la predicción de su negación que Jesús había hecho esa misma noche
(vv. 29–31). Pedro también vio que Jesús lo miraba (Lc. 22:61). Abrumado y pensando en esto,
lloraba.
A diferencia de Judas (Mt. 27:3–5), el remordimiento de Pedro abrió el camino para el
verdadero arrepentimiento y para una reafirmación de su lealtad a Jesús como el Señor
resucitado (cf. Mr. 16:7; Jn. 21:15–19). Pedro tuvo una fe en Jesús que podía ser restaurada, pero
Judas no.
(4) El veredicto del sanedrín al amanecer (15:1a; Mt. 27:1; Lc. 22:66–71). 15:1a.
Inmediatamente (luego, euthys; cf. 1:10) después del alba, entre las 5 y 6 a.m., probablemente el
viernes 3 de abril del 33 d. C., todo el concilio (el sanedrín; cf. 14:53), dirigido por los
principales sacerdotes, formalizó la condena de Jesús tras haber tenido consejo para desarrollar
un plan de acción, con el que pudieran lograr que el gobernador romano diera un veredicto de
culpabilidad.
Aunque el sanedrín podía pronunciar una sentencia de muerte, no podía sentenciar a la pena
capital. Así que, un prisionero condenado tenía que ser entregado a las autoridades romanas para
que cumplieran la sentencia de muerte (cf. Jn. 18:31; TDNT, bajo “synedrion”, 2:865–6). El
gobernador romano podía hacer dos cosas, ratificar o anular la sentencia de muerte del sanedrín
(cf. Jn. 19:10). Si se anulaba, tenía que realizarse un nuevo juicio delante de una corte romana,
en la cual el sanedrín tenía que probar que el acusado había cometido un crimen capital de
acuerdo a la ley romana. Puesto que la acusación de blasfemia (cf. Mr. 14:64) no era penada por
la ley romana, no se menciona en el juicio siguiente. En vez de ello, el sanedrín la sustituyó por
una acusación de traición, transformando el reconocimiento que Jesús había hecho de ser el
Mesías en una pretensión política traidora de que él era “el Rey de los judíos” (cf. 15:2; Lc.
23:2). La corte romana seguramente no podía ignorar esta acusación.
b. Juicio de Jesús ante Pilato y abuso de los soldados romanos (15:1b–20)
El juicio de Jesús ante las autoridades políticas romanas también tuvo tres audiencias: (a) Un
interrogatorio inicial hecho por Pilato (cf. Mt. 27:2, 11–14; Mr. 15:1b–5; Lc. 23:1–5; Jn.
18:28–38); (b) un interrogatorio hecho por Herodes Antipas (cf. Lc. 23:5–12); (c) un proceso
final delante de Pilato, la liberación de Barrabás, y el veredicto de crucifixión (cf. Mt. 27:15–26;
Mr. 15:6–20; Lc. 23:13–25; Jn. 18:39–19:16).
Delante del sanedrín, Jesús fue condenado por blasfemia bajo la ley judía, pero en éste, fue
juzgado por traición bajo la ley romana. En ambas ocasiones fue sentenciado a muerte, de
conformidad con la voluntad de Dios (cf. Mr. 10:33–34)
(1) El interrogatorio de Pilato y el silencio de Jesús (15:1b–5; Mt. 27:2, 11–14; Lc. 23:1–5;
Jn. 18:28–38). 15:1b. El sanedrín hizo que ataran a Jesús y lo llevaron a través de la ciudad
desde la casa de Caifás (cf. 14:53) probablemente hasta el palacio de Herodes, donde le
entregaron a Pilato para que ejecutara la sentencia de muerte.
Poncio Pilato, el quinto prefecto (título que más tarde se cambió a “procurador”, es decir,
magistrado imperial) romano de Judea, tuvo el cargo del 26 al 36 d.C. Fue un gobernador duro
que despreciaba a los judíos (cf. Lc. 13:1–2). Normalmente residía en Cesarea, en el mar
Mediterráneo, pero venía a Jerusalén para ocasiones especiales tales como la fiesta de la pascua,
para ayudar a mantener el orden. Probablemente se hospedaba en el palacio de Herodes, como
era la costumbre de los gobernadores provinciales y no en la fortaleza Antonia que estaba cerca
del templo. Si fue así, el juicio civil de Jesús se llevó a cabo allí.
15:2. Pilato era el único responsable de las decisiones de la corte romana. Los procesos,
generalmente celebrados en público, se abrían con una acusación hecha por el demandante,
continuaban con el interrogatorio del magistrado; luego había lugar para que el acusado diera su
testimonio, así como para escuchar a otros testigos. Cuando se tenía en mano toda la evidencia,
el magistrado usualmente consultaba a sus consejeros legales y luego pronunciaba la sentencia,
la cual debía cumplirse de inmediato.
En vez de confirmar la sentencia de muerte del sanedrín (cf. Jn. 18:29–32), Pilato insistió en
revisar el caso. Sólo una de las tres acusaciones que se habían hecho (cf. Lc. 23:2) llamó la
atención de Pilato, a saber, la supuesta pretensión de que Jesús era “rey”. Así que Pilato le
preguntó a Jesús lo siguiente: ¿Eres tú (palabra enfática) el rey de los judíos? Para Pilato tal
pretensión era equivalente a traición contra César, un crimen que se castigaba con la muerte.
Jesús le dio una respuesta enigmática: Tú lo dices, es decir, “El título tú lo dices”. Esto debe
entenderse como una respuesta positiva, pero con una condición agregada. Como Mesías, Jesús
es el Rey de los judíos, pero su concepto de reinado difería del que estaba implícito en la
pregunta de Pilato (cf. Jn. 18:33–38).
15:3–5. Puesto que la respuesta inicial de Jesús no dio base sólida para una condena capital
bajo la ley romana, Pilato se volvió a los acusadores de Jesús para obtener más información. Los
principales sacerdotes (cf. v. 1a) aprovecharon la oportunidad para apuntalar su caso,
presentando múltiples acusaciones contra Jesús.
Pilato trató otra vez de hacer que Jesús respondiera a sus acusadores y que se defendiera
contra sus imputaciones, mas para su mayor sorpresa Jesús guardó absoluto silencio (cf. Is.
53:7; lit., “ya nada respondió”; ouketi ouden, negación enfática). Tal silencio era raro en una
corte romana. Parecía confirmar el sentir inicial de Pilato de que Jesús no era culpable.
Marcos sólo incluye dos dichos cortos de Jesús, uno a Caifás (Mr. 14:62) y uno a Pilato
(15:2). El silencio de Jesús resalta el hecho de que él, el Hijo del Hombre, sufrió y murió en
cumplimiento del plan soberano de Dios (cf. el comentario de 8:31).
Al enterarse de que Jesús era galileo y con la esperanza de evitarse el dictar juicio contra él,
Pilato lo envió a Herodes Antipas, gobernador de Galilea (cf. 6:14), que también estaba en
Jerusalén en ese tiempo. Pero Herodes pronto lo devolvió a Pilato. Sólo Lucas relata esta fase
intermedia del juicio civil (cf. Lc. 23:6–12).
(2) Los intentos inútiles de Pilato por obtener la absolución de Jesús (15:6–15; Mt. 27:15–26;
Lc. 23:13–25; Jn. 18:39–40; 19:1, 13–16). 15:6. Cada año durante la fiesta de la pascua, el
gobernador les soltaba, como muestra de buena voluntad, un preso, que era escogido por el
pueblo (cf. v. 8). Aunque no se hace referencia explícita a la costumbre fuera del N.T., era
consecuente con la actitud conciliatoria romana hacia los pueblos sometidos en lo que a asuntos
locales se refería. En vez de dar la absolución a Jesús, Pilato escogió conceder la amnistía de
costumbre de la pascua, pensando que el pueblo solicitaría la liberación de Jesús (cf. v. 9).
15:7. Mientras sofocaban una revuelta en Jerusalén, las autoridades romanas habían
arrestado a Barrabás (de Bar Abba, “hijo del padre”), que era un reconocido luchador por la
libertad, ladrón (Jn. 18:40) y asesino, junto con sus compañeros de motín. Quizá haya sido un
zelote, es decir, un nacionalista que incitaba a la oposición contra Roma. En ese momento estaba
a la espera de ser ejecutado.
15:8–11. Durante los procesos del juicio de Jesús una considerable multitud se había juntado
en la plaza del palacio (cf. v. 16). El pueblo se acercó a la silla de juicio de Pilato que estaba en
alto y comenzó a pedir que concediera la amnistía anual de la pascua (cf. v. 6). Muchos de ellos
probablemente eran partidarios de Barrabás.
Pilato vio esto como la oportunidad de mostrar su desprecio por los judíos, especialmente
por sus líderes. Ofreció soltarles al Rey de los judíos (cf. v. 2). Él reconocía que los principales
sacerdotes habían entregado a Jesús no por lealtad a Roma sino por envidia y odio. Pilato
esperaba lograr la liberación de Jesús, y de esta forma desbaratar el plan de los líderes religiosos.
Pero los planes de Pilato no funcionaron. Los principales sacerdotes incitaron a la emotiva
multitud para que lo presionaran a soltar más bien a Barrabás, y no a Jesús. Aparentemente la
gente ya sabía que el sanedrín había condenado a Jesús (cf. 14:64). Como cosa rara, Pilato no se
puso a pensar que la multitud nunca se pondría de su lado contra sus propios líderes (cf. Jn.
19:6–7).
15:12–14. Puesto que el gentío rechazó el ofrecimiento de Pilato y pidió la liberación de
Barrabás, él otra vez inquirió acerca de qué querían ellos que hiciera con el que llamaban Rey
de los judíos. Pilato no aceptaba este título tocante a Jesús, pero su pregunta dio a entender que
estaba dispuesto a liberar a Jesús también si ellos lo deseaban. Pero sin dar lugar a la duda, ellos
volvieron a dar voces diciendo: ¡Crucifícale! El castigo que esperaba a Barrabás fue puesto
ahora sobre Jesús.
Pilato los desafió a que dijeran qué mal había hecho Jesús como para ser crucificado. Pero
ellos en forma persistente gritaban aun más: ¡Crucifícale! Pilato consideró el clamor de la
multitud como una aclamación, que legalmente indicaba una decisión por demanda popular. De
este modo, Jesús debía ser declarado culpable por alta traición, que era una ofensa capital que en
las provincias romanas normalmente se castigaba con la crucifixión.
15:15. Aunque creía que Jesús era inocente (cf. v. 14), Pilato actuó de acuerdo a su
conveniencia política y no según la justicia. Queriendo satisfacer al pueblo para que no se
quejara ante el emperador Tiberio, poniendo de esa forma su puesto en peligro (cf. Jn. 19:12).
Pilato les soltó a Barrabás y sentenció a Jesús, después de azotarle, a morir por crucifixión.
Un azotamiento romano era una golpiza brutal que siempre precedía a la ejecución de una
sentencia capital impuesta sobre los convictos varones, aunque también podía ser un castigo
aparte (cf. TDNT, bajo “mastigoō”, 4:517–9). El prisionero era desnudado, a menudo se amarraba
a un poste y era golpeado en la espalda por varios guardias que usaban látigos cortos de cuero
con pedazos puntiagudos de hueso o metal. No había límite al número de azotes. Con frecuencia
este castigo era mortal.
Pilato hizo que Jesús fuera azotado con la esperanza de que el pueblo se compadeciera de él
y quedara satisfecho. Pero también fracasó en ese intento; el pueblo todavía insistió en que fuera
crucificado (cf. Jn. 19:1–7).
(3) La burla que los soldados romanos hicieron de Jesús (15:16–20; Mt. 27:27–31; Jn.
19:2–12). 15:16. Después de los azotes que le dieron a Jesús, probablemente afuera en la plaza
pública, los soldados romanos le llevaron, abatido y ensangrentado, dentro (esō) del atrio (“el
patio”; cf. la misma palabra en 14:54, 66). Marcos explicó que este “atrio” era el Pretorio. El
término Praetorium, tomado del latín, se refería a la residencia oficial del gobernador (cf. Mt.
27:27; Jn. 18:28, 33; 19:9; Hch. 23:35).
Una vez dentro, convocaron a toda la compañía (speiran, el equivalente gr. del latín
“cohorte”) de soldados. Normalmente una cohorte tenía 600 hombres, la décima parte de una
legión de 6,000 soldados. Pero en este caso quizá haya sido un batallón auxiliar de 200 a 300
hombres que habían acompañado a Pilato a Jerusalén desde Cesarea.
15:17–19. En imitación burlona de las ropas y guirnalda dorada que usaban los reyes
vasallos, los soldados vistieron a Jesús de púrpura, es decir, con un manto militar desteñido, y
pusieron una corona tejida de espinas, tal vez de palmera, sobre su cabeza. Con esa “corona”
los soldados, sin ser conscientes de ello, representaron la maldición de Dios sobre la humanidad
pecadora que estaba siendo echada sobre Jesús (cf. Gn. 3:17–18). Mateo hizo notar que ellos
también pusieron una caña en su mano como un cetro de burla (Mt. 27:29).
Luego lo ridiculizaron con palabras de desprecio y acciones insultantes rindiendo burlona
pleitesía a un rey. El saludo ¡Salve (Regocíjate), Rey de los judíos! era parecido al saludo
formal romano “Ave, César”. Los soldados le golpeaban (imperf.) con una caña,
probablemente la que habían usado para que le sirviera de cetro de burla, en la cabeza coronada
de espinas. Le escupían (cf. Mr. 14:65) y puestos de rodillas le hacían reverencias burlonas
como a un rey. En todo esto actuaron por desprecio, no tanto a Jesús personalmente sino a la
nación sometida que había deseado por tanto tiempo un rey propio.
15:20. Los soldados quitaron luego el atuendo real de imitación y vistieron a Jesús con sus
propios vestidos. Entonces ellos, es decir, un pelotón de ejecución de cuatro soldados (cf. Jn.
19:23) bajo el mando de un centurión, le sacaron fuera de la ciudad para crucificarle.
El sufrimiento que Jesús padeció a manos de las autoridades romanas fue ejemplar para los
lectores de Marcos, quienes estarían sujetos a sufrir el ridículo ante las autoridades paganas (cf.
el comentario de Mr. 13:9–13).

2. CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS (15:21–41)


La muerte por crucifixión es una de las formas más crueles de aplicar la pena capital que se
hayan inventado. El relato que Marcos hizo de los sufrimientos físicos de Jesús es vívido pero
limitado. Fueron secundarios a su abrumadora agonía espiritual (cf. 14:36; 15:34). (Para conocer
el orden detallado de los eventos, V. “Armonía de los eventos de la crucifixión”, en el Apéndice,
pág. 363)
a. Crucifixión de Jesús y la burla de la multitud (15:21–32)
(Mt. 27:32–44; Lc. 23:26–43; Jn. 19:17–27)
15:21–22. Era la costumbre que un condenado llevara el patibulum de su propia cruz, es
decir, la viga transversal que pesaba unos 45 kilos, a través de las calles de la ciudad hacia el
lugar de la crucifixión. Jesús comenzó a llevar el suyo (cf. Jn. 19:17) pero estaba tan débil por
causa de los azotes, que se le acabó la fuerza cerca de la puerta de la ciudad. Los soldados
tomaron al azar a uno que pasaba llamado Simón y lo obligaron … a que le llevase la viga el
resto del camino.
Simón era nativo de Cirene, una importante ciudad costera del norte de África que tenía una
gran colonia judía (Hch. 2:10). Él era o un inmigrante que vivía cerca de Jerusalén o más
probablemente, un peregrino que había venido a la ciudad para la pascua, pero que tuvo que
pasar la noche en el campo porque no había encontrado hospedaje. Sólo Marcos menciona a los
hijos de Simón, Alejandro y … Rufo, lo que sugiere que eran discípulos conocidos por los
lectores de Roma (cf. Ro. 16:13).
Los soldados llevaron a Jesús a un lugar fuera, pero cerca del muro de la ciudad (cf. Jn.
19:20), llamado Gólgota, palabra que es una transliteración gr. de la palabra ar. que significa
Lugar de la Calavera. La palabra “Calvario” viene de la traducción que da la Vulgata Latina,
Calvaria, vocablo que es una variante de calva, “calavera”. El Gólgota era una loma (no una
colina o montaña) redondeada y rocosa, que tenía vagamente la forma de una calavera humana.
Su ubicación exacta es incierta. Estaba o en el lugar de la actual iglesia del Santo Sepulcro, el
sitio tradicional que data desde el cuarto siglo, o en “El Calvario de Gordon”, una sugerencia
hecha más recientemente. El primero es el más probable.
15:23–24. De acuerdo con la tradición rabínica, ciertas mujeres proveían de bebidas sedantes
a los que iban a ser crucificados, para disminuir su dolor (cf. Pr. 31:6–7). Al llegar al Gólgota,
los soldados romanos probablemente, le dieron (lit., “intentaban darle”) a Jesús tal bebida, que
era vino mezclado con mirra, la savia de una planta que tenía propiedades anestésicas. Pero
después de que lo hubo probado (cf. Mt. 27:34), Jesús lo rechazó y escogió más bien enfrentar el
sufrimiento y la muerte en control completo de todas sus facultades.
Con limitada simplicidad, Marcos escribió que lo crucificaron. Sus lectores romanos no
necesitaban mayor explicación y él no la dio. Un condenado normalmente era desnudado (con la
posible excepción de un taparrabo), puesto sobre el suelo y sus dos brazos extendidos se
clavaban a la viga transversal. Luego esta viga transversal era levantada y fijada a un poste
vertical ya clavado en el suelo al cual eran clavados los pies del sentenciado. Un apoyo de
madera puesto a mitad del poste servía a la víctima para sentarse y apoyar su cuerpo. La muerte
por agotamiento y sed extrema era dolorosa y lenta, y generalmente venía después de dos o tres
días. Algunas veces se aceleraba la muerte rompiendo las piernas a la víctima (Jn. 19:31–33).
Las pertenencias del crucificado pasaban a ser propiedad del pelotón de ejecución. En el caso
de Jesús, el pelotón de cuatro hombres (cf. Jn. 19:23) echó suertes, probablemente con dados,
para ver qué se llevaría cada uno de sus vestidos (un vestido interior y uno exterior, un
cinturón, un par de sandalias y tal vez un tapado para la cabeza). Sin ser conscientes de ello,
cumplieron con Salmos 22:18, que es otro aspecto de la humillación de Jesús.
15:25. Usando el método judío de contar las horas, que iba desde la salida del sol (y desde la
puesta del sol), sólo Marcos escribió que la crucifixión de Jesús tuvo lugar a la hora tercera, es
decir, las 9 a.m. Esto parece entrar en conflicto con la referencia de tiempo de “la hora sexta” de
Juan 19:14. Pero Juan probablemente usó el método romano (moderno) de contar las horas desde
la medianoche (y desde el mediodía); de este modo, él colocó el juicio de Jesús delante de Pilato
cuando era “como la hora sexta”, es decir, aproximadamente las 6 a.m. El intervalo entre las 6 y
las 9 a.m. abarcó la burla de los soldados (cf. Mr. 15:16–20), el veredicto de Pilato sobre los dos
ladrones (cf. 15:27) y los preparativos para las crucifixiones.
15:26. Era la costumbre romana escribir el nombre del condenado y una descripción de su
crimen sobre una tabla y clavarla a su cruz (Jn. 19:19). Los cuatro evangelios registran el texto
del letrero de Jesús pero con variantes menores, probablemente debido a que fue escrito en tres
idiomas (Jn. 19:20). Marcos escribió sólo la acusación oficial contra él: EL REY DE LOS JUDÍOS
(cf. Mr. 15:2, 12). El texto que Pilato mandó escribir tenía el propósito de ser un insulto a las
aspiraciones judías de independencia (cf. Jn. 19:21–22).
15:27–28. Pilato hizo crucificar a Jesús entre dos ladrones quienes, como Barrabás, tal vez
eran culpables de insurrección (cf. v. 7; Jn. 18:40). Quizá hayan sido condenados por traición al
mismo tiempo que Jesús porque eran casos similares (Lc. 23:40–42).
Sin ser consciente de ello, la acción de Pilato cumplió Isaías 53:12, que se cita en Marcos
15:28 (cf. Lc. 22:37).
15:29–30. Una vez más Jesús fue sujeto de abuso verbal (cf. 14:65; 15:17–19). Los que
pasaban le injuriaban. La expresión meneando la cabeza se refiere a un gesto familiar de burla
(cf. Sal. 22:7; 109:25; Jer. 18:16; Lm. 2:15). Se burlaban de él por su supuesta pretensión tocante
al templo (cf. 14:58). Si podía reedificar el templo en tres días (que era una gran hazaña),
entonces seguramente podía salvarse (de sōzō, “liberar o rescatar”; cf. 5:23, 28, 34) a sí mismo
de la muerte descendiendo de la cruz (que era una hazaña menor).
15:31–32. De manera similar, los líderes religiosos escarnecían a Jesús indirectamente
cuando se hablaban unos a otros. Su prolongado deseo de matarlo al fin había triunfado (cf. 3:6;
11:18; 12:12; 14:1, 64; 15:1, 11–13). Sus palabras: A otros salvó (de sōzō) se refieren a sus
milagros de sanidad, los cuales no podían negar (cf. 5:34; 6:56; 10:52). Pero ellos lo
ridiculizaron porque parecía incapaz de salvarse (de sōzō; cf. 15:30) a sí mismo. De forma
irónica sus palabras expresaban una profunda verdad espiritual. Si Jesús iba a salvar a otros,
librándolos del poder del pecado, entonces él no podía salvarse (rescatarse) a sí mismo de los
sufrimientos y la muerte que Dios había designado para él (cf. 8:31).
También se burlaban de las pretensiones mesiánicas de Jesús (cf. el comentario de 14:61–62)
al cambiar el letrero de Pilato “El Rey de los judíos” (cf. 15:26) por Rey de Israel. Ellos lo
desafiaron a que probara sus pretensiones mesiánicas por medio de un descenso milagroso de la
cruz, para que pudieran ver la evidencia innegable y creer que él es el Mesías de Dios. Sin
embargo, el asunto no consistía en la falta de evidencia, sino en la incredulidad.
Los dos hombres que estaban crucificados con Jesús también se sumaron al populacho para
ultrajarlo. Pero uno de ellos pronto dejó de hacerlo y le pidió a Jesús que se acordara de él en su
reino (Lc. 23:39–43).
b. Muerte de Jesús y los fenómenosque la acompañaron (15:33–41)
(Mt. 27:45–56; Lc. 23:44–49; Jn. 19:28–30)
A modo de clímax, Marcos relató cinco fenómenos que acompañaron a la muerte de Jesús:
(a) Oscuridad (Mr. 15:33), (b) el clamor de Jesús: “Dios mío …” (v. 34), (c) el grito fuerte de
Jesús (v. 37), (d) la rotura del velo del templo de arriba abajo (v. 38), y (e) la confesión del
centurión romano (v. 39).
15:33. Jesús estuvo colgado en la cruz por tres horas durante la luz del día (de las 9 a.m. al
mediodía) y luego a la hora sexta (el mediodía) hubo tinieblas completas sobre toda la tierra
(Palestina y sus alrededores) hasta la hora novena (las 3 p.m.; cf. el comentario del v. 25). La
oscuridad, ya sea causada por un repentino viento cargado de arena, o por nubes gruesas o, más
posiblemente, por un eclipse solar milagroso, fue probablemente una señal cósmica del juicio de
Dios sobre el pecado humano (cf. Is. 5:25–30; Am. 8:9–10; Mi. 3:5–7; Sof. 1:14–15) que fue
puesto sobre Jesús (cf. Is. 53:5–6; 2 Co. 5:21). De manera específica, describía el juicio de Dios
sobre Israel, que había rechazado a su Mesías, quien llevaba el pecado (cf. Jn. 1:29). La
oscuridad visualizó lo que el clamor de Jesús (Mr. 15:34) expresó.
15:34. Marcos (y Mateo) registra sólo éste de los siete dichos que Jesús dijo en la cruz. A la
hora novena (las 3 p.m.) Jesús clamó … Eloi, Eloi (el ar. para el hebr. ’Ēlî, ’Ēlî), ¿lama
sabactani? (Ar.; del Sal. 22:1.) Marcos tradujo el dicho al gr. para sus lectores, que traducido al
español es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué (lit., “por cuál razón”) me has desamparado? (lit., “¿
… abandonaste?”)
Esto es más que el grito de un justo que sufre al afirmar su fe en que Dios lo hará triunfar
(contrástese Sal. 22:1 con Sal. 22:28). Ni tampoco fue solamente que Jesús se sintiera
abandonado. Más bien, el clamor de Jesús combinaba (a) el abandono de Dios el Padre en un
sentido judicial y no en cuanto a su relación, y (b) una afirmación genuina de la relación de Jesús
con Dios. Al llevar la maldición del pecado y el juicio de Dios sobre sí mismo (cf. Dt. 21:22–23;
2 Co. 5:21; Gá. 3:13), Jesús experimentó el horror incomprensible de la separación de Dios,
quien no puede ver el pecado (cf. Hab. 1:13). Esto responde a la pregunta de Jesús acerca del
¿por qué? Al morir por los pecadores (Mr. 10:45; Ro. 5:8; 1 P. 2:24; 3:18), él experimentó la
separación de Dios.
El clamor de Jesús también afirmó su confianza firme, que se refleja en las palabras: “Dios
mío, Dios mío”. Esta es la única de las oraciones registradas de Jesús en la que no usó la palabra
“Abba” para tratar a Dios (cf. Mr. 14:36). Lejos de renunciar a él, Jesús se dirigió al Padre como
su Dios. Él murió abandonado por Dios, para que su pueblo pudiera dirigirse a Dios como tal y
nunca ser abandonado (cf. He. 13:5).
15:35–36. Algunos de los judíos que estaban allí malentendieron o, más bien, a modo de
burla, malinterpretaron en forma deliberada el clamor de Jesús como un llamado a Elías. La
creencia judía popular sostenía que Elías venía en tiempos de angustia para librar a los justos que
sufrían.
Tal vez como respuesta a las palabras adicionales de Jesús “Tengo sed” (Jn. 19:28–29), uno
que estaba allí, posiblemente un soldado romano, empapó una esponja en vinagre diluido con
una mezcla de huevos y agua, que era una bebida común y barata y la levantó en una caña hacia
la boca de Jesús para que bebiera algo que lo refrescara (cf. Sal. 69:21). La cruz de Jesús estaba
probablemente a un nivel más alto que lo normal, dejándole a Jesús colgado unos 60 o 90 cms.
del suelo. Si la bebida prolongaba su vida, los que estaban viéndolo tendrían la oportunidad de
ver si venía Elías a bajarle.
En Marcos, la expresión Dejad, fue dicha por el soldado romano a los que estaban allí justo
antes de ofrecerle de beber a Jesús. El vb. es pl. En Mateo 27:49 la misma expresión fue dicha al
soldado por los que estaban allí, aparentemente mientras le estaba dando de beber a Jesús. El vb.
allí es sing. Ambas expresiones muestran el insulto burlón tocante a la venida de Elías para
rescatarlo.
15:37. El gran grito (Lc. 23:46) de Jesús antes de expirar, indica que él no sufrió la muerte
ordinaria de un crucificado (cf. Mr. 15:39). Normalmente tal persona padecía de agotamiento
extremo por un período largo (a menudo dos o tres días) y luego entraba en coma antes de morir.
Pero Jesús estuvo completamente consciente hasta el final; su muerte vino de forma voluntaria y
repentina. Esto explica la sorpresa de Pilato (cf. v. 44).
15:38. De manera simultánea a la muerte de Jesús, el velo del templo (naou “santuario” cf.
11:11) se rasgó en dos, de arriba abajo. El vb., que es pas. en gr. y la orientación de la
rasgadura indican que ésta fue una acción de Dios. Sin duda fue observada y contada por los
sacerdotes (cf. Hch. 6:7) que en ese momento estaban realizando los sacrificios judíos de la
tarde. Éste pudo haber sido el velo exterior que colgaba entre el santuario y el atrio de los
sacerdotes (Éx. 26:36–37) o el velo interior que separaba al lugar santo del lugar santísimo (Éx.
26:31–35). Si fue el velo exterior, entonces la rasgadura fue una señal pública que confirmaba lo
que Jesús había dicho sobre el juicio del templo, que se cumplió posteriormente en el 70 d.C. (cf.
Mr. 13:2). Más probablemente fue el velo interior el que se rasgó, pues era una señal de que la
muerte de Jesús daba fin a la necesidad de los repetidos sacrificios por el pecado, y abría un
camino nuevo y vivo de acceso libre y directo a Dios (He. 6:19–20; 9:6–14; 10:19–22).
15:39. El centurión que estaba frente a Jesús, y que observaba estos acontecimientos
inusitados (cf. vv. 33–37), fue el oficial romano gentil que estaba al mando del pelotón de
ejecución (cf. v. 20) y que, por tanto, tenía que dar cuentas a Pilato (cf. v. 44). Sólo Marcos usó
la palabra gr. kentyriōn (“centurión”), que es transliteración de la palabra latina que se refería a
un comandante de 100 soldados (también en los vv. 44–45). Los demás escritores del N.T. usan
la palabra gr. equivalente jekatontarj̱os, traducida también como “centurión” (e.g., Mt. 27:54).
Este hecho provee información adicional de que Marcos escribió a una audiencia romana (V. la
Introducción).
La forma en que Jesús murió, especialmente su último gran grito (cf. Mr. 15:37), hizo que el
centurión declarara lo siguiente: Verdaderamente (a pesar de todos los insultos en contra; cf.
Mt. 27:40; Jn. 19:7) este hombre era, desde la perspectiva del centurión, Hijo de Dios.
El oficial romano probablemente no usó la frase “Hijo de Dios” en su sentido cristiano
distintivo, como referencia a la deidad de Jesús (cf. Lc. 23:47). Debido a su trasfondo pagano,
quizá veía a Jesús como un extraordinari4o “hombre divino”, muy similar al emperador romano
que era aclamado como “hijo de Dios” (cf. el comentario de Mr. 12:16). En consecuencia,
algunos intérpretes traducen la frase con un artículo indefinido, “un hijo de Dios” (cf. BLA,
margen). Sin embargo, Marcos tomó la declaración en su sentido cristiano distintivo. El
centurión, sin ser consciente de ello, dijo más de lo que sabía.
La confesión del centurión es el clímax de la revelación que Marcos hizo de la identidad de
Jesús (cf. el comentario de 1:1; 8:29–30). Esta confesión, hecha por un oficial romano gentil,
contrasta con la respuesta burlona de los mencionados en 15:29–32, 35–36. La confesión de este
gentil también ejemplifica la verdad de la cortina rasgada.
15:40–41. Además de la multitud que se burlaba y de los soldados romanos, algunas
mujeres devotas estaban también allí, mirando cuidadosamente de lejos todo lo que ocurría.
Más temprano ese día, probablemente antes de la hora sexta (el mediodía; v. 33), ellas estuvieron
“junto a la cruz” (Jn. 19:25–27).
El sobrenombre de María Magdalena indica que era de Magdala, aldea ubicada en la orilla
occidental del mar del Galilea. Jesús la había liberado de posesión demoniaca (Lc. 8:2; ella no es
la mujer pecadora de Lc. 7:36–50). La segunda María (“la otra María”; Mt. 27:61) se diferencia
de las otras por los nombres de sus hijos, Jacobo el menor (lit., “el chiquito” en estatura y/o
edad) y José, quienes aparentemente eran bien conocidos en la iglesia primitiva. Salomé, cuyo
nombre aparece sólo en Marcos (Mr. 15:40; 16:1), era la madre de los hijos de Zebedeo, los
discípulos Jacobo y Juan (Mt. 20:20; 27:56). Ella era probablemente la hermana de la madre de
Jesús, a quien Marcos no menciona (Jn. 19:25).
Cuando Jesús estaba en Galilea, estas tres mujeres le seguían de un lugar a otro y le
servían en sus necesidades materiales (cf. Lc. 8:1–3). Otras muchas mujeres que no lo
acompañaban regularmente estaban también allí. Ellas habían venido a Jerusalén para la fiesta
de la pascua con Jesús, tal vez esperando que él estableciera su reino mesiánico (cf. Mr.
10:35–40; 15:43).
Marcos mencionó a las mujeres como testigos de la crucifixión, en anticipación de su papel
como testigos de la sepultura (15:47) y resurrección de Jesús (16:1–8). Su devoción era más
profunda que la de los once discípulos que lo habían abandonado (14:50). Marcos quizá tenía la
intención de que lo que escribía fuera un aliciente al discipulado fiel entre las mujeres de la
iglesia en Roma.

3. SEPULTURA DE JESÚS EN UNA TUMBA CERCANA (15:42–47)


(MT. 27:57–61; LC. 23:50–56; JN. 19:38–42)
15:42–43. La sepultura de Jesús confirmó oficialmente su muerte, la cual es un punto
importante de la predicación cristiana temprana (cf. 1 Co. 15:3–4). La designación la
preparación se usa aquí como un nombre técnico para el viernes, la víspera del día de reposo
(el sábado), según lo explica Marcos a sus lectores no judíos. Puesto que no se permitía hacer
ningún trabajo en el día de reposo judío, el viernes se usaba para prepararse para el mismo. Esta
referencia confirma que Jesús fue crucificado el viernes 15 de Nisán (cf. el comentario de Mr.
14:1a, 12, 16). La “víspera” se refería a las horas que iban desde la media tarde (las 3 p.m.) hasta
la puesta del sol, cuando terminaba el viernes y comenzaba el día de reposo.
Bajo la ley romana, la entrega del cadáver de un hombre crucificado para la sepultura sólo
era decidida por el magistrado imperial. Usualmente se concedía este tipo de petición a los
parientes de una víctima, pero a veces un cuerpo podía ser dejado en la cruz hasta que se
corrompiera o fuera comido por los animales depredadores y aves de rapiña, y los restos eran
tirados a una fosa común. La ley judía exigía una sepultura apropiada para todos los cuerpos, aun
de los criminales ejecutados (cf. Mishnah, Sanhedrin, 6. 5). También indicaba que los que
hubieran sido colgados fueran sepultados antes de la puesta del sol (cf. Dt. 21:23).
Consciente de este reglamento, José de Arimatea fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús
para sepultarlo. Él hizo esto porque se acercaba la noche (probablemente las 4 p.m.). Esto le
daba urgencia a la acción que se había propuesto.
Aunque José probablemente vivía en Jerusalén, era originario de Arimatea, aldea que se
encontraba a unos 30 kms. al noroeste de la ciudad. Era un miembro rico y de buena reputación
del concilio (bouleutēs), designación no judía para el sanedrín. Él no había aprobado la decisión
del sanedrín de matar a Jesús (Lc. 23:51). Personalmente también esperaba el reino de Dios
(cf. Mr. 1:15), lo cual sugiere que era un fariseo devoto. Él consideraba a Jesús como el Mesías,
aunque hasta ese momento había sido un discípulo secreto (Jn. 19:38).
Pero se hizo de valor y vino y entró osadamente a Pilato, que es una descripción exclusiva
de Marcos. Su acción fue atrevida porque: (a) Él no era familiar de Jesús; (b) su petición era un
favor que posiblemente sería denegado en principio porque Jesús había sido ejecutado por
traición; (c) se arriesgó a contaminarse ceremonialmente al mover el cuerpo de un muerto; (d) su
petición equivalía a una confesión abierta de lealtad personal al Jesús crucificado, lo que sin
duda le acarrearía la hostilidad de sus asociados. Ya no era más un discípulo secreto, algo que
Marcos quería inculcar a sus lectores.
15:44–45. Pilato se sorprendió (ethaumasen) de que Jesús ya hubiese muerto (cf. el
comentario de 15:37). Mandó a llamar al centurión que estaba a cargo de la crucifixión (v. 39)
para averiguar de una fuente confiable si el informe era cierto. Una vez se hubo asegurado de que
Jesús estaba muerto, Pilato dio (lit., “dio como regalo”, es decir, sin pedir pago) el cuerpo (to
ptōma, “el cadáver”) a José. La respuesta favorable de Pilato a la petición de José fue
excepcional. Tal vez lo hizo porque creía que Jesús era inocente (cf. vv. 14–15). Sólo Marcos
escribió de la averiguación que Pilato hizo con el centurión, resaltando de esa manera a sus
lectores romanos que la muerte de Jesús fue confirmada por un oficial militar romano.
15:46–47. José indudablemente tenía siervos que lo ayudaron a realizar una sepultura
apropiada antes de la puesta del sol, que era un lapso de aproximadamente dos horas. Nicodemo,
un compañero y miembro del sanedrín, se le unió, tal vez por arreglo previo (Jn. 19:39–40).
Después de que el cuerpo de Jesús fue quitado de la cruz, probablemente fue lavado (cf. Hch.
9:37) antes de ser envuelto en tiras de sábana con especias aromáticas intercaladas entre la
envoltura. Todo esto se hizo de conformidad con las costumbres judías de sepultura (Jn.
19:39–40).
Luego el cuerpo fue llevado a un jardín cercano y colocado sobre una plataforma de piedra,
dentro del propio sepulcro de José, que no había sido usado previamente (Mt. 27:60; Jn.
19:41–42), y había sido cavado en una peña. El sepulcro fue cerrado y sellado con una piedra
circular y plana, que se rodaba hacia abajo en una zanja inclinada hasta que quedaba asegurada
frente a la entrada, para evitar los intrusos. Para retirar esa roca se necesitaba de la fuerza de
varios hombres.
Dos mujeres que habían sido testigos de la muerte de Jesús (cf. Mr. 15:40) miraban con
interés dónde lo sepultaban. Aparentemente las otras mujeres habían vuelto a sus hogares para
prepararse para el día de reposo, día en que descansaban (Lc. 23:56).

IX. Resurrección de Jesús cerca de Jerusalén (16:1–8)


(Mt. 28:1–8; Lc. 24:1–12; Jn. 20:1–10)
Los relatos de la resurrección de los cuatro evangelios contienen varias diferencias en los
detalles consignados (e.g., el número y el nombre de las mujeres que vinieron a la tumba, el
número de mensajeros angélicos que aparecieron, y las reacciones de las mujeres al anuncio de la
resurrección). Ninguno de los evangelistas escribió toda la información; cada uno tuvo la libertad
(dentro de los límites de la verdad) de resumir, particularizar y enfatizar diferentes aspectos del
mismo evento. Las varias diferencias que están registradas reflejan el efecto natural de este
evento único sobre los diferentes testigos oculares, confirmando de esa manera la resurrección
como un evento histórico. (V. “Los cuarenta días, entre la resurrección y la ascensión”, en el
Apéndice, pág. 364).

A. Llegada de las mujeres a la tumba (16:1–5)


16:1. El día de reposo, el sábado (16 de Nisán), concluyó a la puesta del sol y comenzó el
nuevo día judío, el domingo (17 de Nisán). Esa noche, después de la puesta del sol, las mujeres
que habían presenciado la muerte y sepultura de Jesús (cf. 15:40, 47) compraron especias
aromáticas para ir a ungirle la mañana siguiente. Esto es un indicio de que ellas no esperaban
que él resucitara de los muertos (cf. 8:31; 9:31; 10:34).
Las especias eran derramadas sobre el cuerpo muerto para contrarrestar el hedor de la
pudrición, y como expresión simbólica de devoción amorosa. El embalsamamiento no era una
costumbre judía.
16:2–3. Muy de mañana, el primer día de la semana (el domingo, 17 de Nisán), ya salido
el sol, las mujeres fueron al sepulcro. Salieron de sus casas mientras todavía estaba oscuro (cf.
Jn. 20:1) y llegaron a la tumba poco después de la salida del sol.
Dos de ellas sabían que una gran piedra había sido rodada frente a la entrada del sepulcro
(cf. Mr. 15:47). Sólo Marcos escribe acerca de su preocupación por el problema práctico de rodar
la piedra. Evidentemente ellas no estaban conscientes del sello oficial de la tumba y del hecho de
que había una guardia apostada en ella (cf. Mt. 27:62–66).
16:4–5. Cuando las mujeres llegaron al lugar de los hechos, miraron hacia la tumba e
inmediatamente se dieron cuenta de que la piedra había sido removida, porque (gar; cf. 1:16)
era muy grande y fácil de ver.
Ellas entraron en el cuarto exterior del sepulcro, el cual conducía a la cámara sepulcral
interior; quedaron sorprendidas de ver a un joven (neaniskon; cf. 14:51) sentado al lado
derecho, probablemente frente a la cámara sepulcral. Las circunstancias únicas, la descripción
que hace y el mensaje revelador (16:6–7), indican que Marcos estimaba que ese joven era un
mensajero angélico enviado por Dios, aunque lo llamara joven. La larga ropa blanca era indicio
de su origen y esplendor celestial (cf. 9:3)
Lucas (24:3–4) y Juan (20:12) mencionaron la presencia de dos ángeles, el número necesario
para que un testimonio fuera válido (cf. Dt. 17:6); pero Mateo (28:5) y Marcos se refieren sólo a
uno, probablemente el vocero.
Las mujeres se espantaron (exethambēthēsan; cf. Mr. 9:15; 14:33) cuando se encontraron
con el mensajero divino. Este vb. compuesto que describe emoción fuerte (usado sólo por
Marcos en el N.T.), expresa una abrumadora aflicción por lo que es altamente inusitado (cf.
16:8).

B. El anuncio del ángel (16:6–7)


16:6. Al percatarse de la aflicción de las mujeres, el ángel les ordenó: No os asustéis (cf. el
mismo verbo, v. 5). Ellas buscaban (zēteite) el cadaver de Jesús, el hombre de Nazaret que había
sido crucificado, esperando ungirlo (cf. v. 1). Pero el ángel anunció lo siguiente: Ha resucitado
(“fue levantado”, ēgerthē, pas.), lo que indica que la resurrección fue un acto de Dios, lo cual es
un énfasis del N.T. (cf. Hch. 3:15; 4:10; Ro. 4:24; 8:11; 10:9; 1 Co. 6:14; 15:15; 2 Co. 4:14; 1 P.
1:21). Su cuerpo no estaba allí como ellas podían darse cuenta fácilmente. ¡La tumba estaba
vacía!
El mensaje del ángel claramente identificó al resucitado con el crucificado, refiriéndose en
ambos casos a la misma persona y revela el significado de la tumba vacía. La certeza de la
resurrección descansa en el mensaje que Dios dio a través del ángel, mismo que la gente de
entonces y de hoy es llamada a creer. El hecho histórico de la tumba vacía lo confirma.
16:7. Las mujeres recibieron una tarea. Debían ir y decir a los discípulos de Jesús que
volverían a juntarse con él en Galilea. Las palabras y a Pedro, que son exclusivas de Marcos,
son significativas, porque la mayoría del material que usó Marcos para formar su evangelio
posiblemente provino de Pedro. Él fue señalado aparte, no por su preeminencia entre los
discípulos, sino porque fue perdonado e incluido todavía entre los once, a pesar de su triple
negación (cf. 14:66–72).
El mensaje de que Jesús iba delante de (de proagō) ellos a Galilea hizo que recordaran la
reunión que él había prometido (cf. el mismo vb. en 14:28). Sus seguidores le verían allí, lo que
implica una aparición de resurrección (cf. 1 Co. 15:5). Esto no se refiere, como algunos dicen, a
su segunda venida. El tema del viaje que desarrolla Marcos (cf. la introducción a Mr. 8:31,
también 10:32a) no terminó con la muerte de Jesús, pues una vez resucitado siguió guiando a sus
discípulos.
Estas mujeres fueron las primeras en oir las noticias de la resurrección de Jesús, pero sus
informes fueron desatendidos inicialmente pues las mujeres no eran consideradas testigos viables
bajo la ley judía. Los discípulos no fueron inmediatamente a Galilea. Las otras apariciones de
Jesús a ellos en los alrededores de Jerusalén eran necesarias para convencerlos de la realidad de
su resurrección (cf. Jn. 20:19–29).

C. Respuesta de las mujeres a las noticias de la resurrección de Jesús (16:8)


16:8. Las mujeres se fueron huyendo del sepulcro, porque (gar; cf. 1:16) les había
tomado temblor (tromos) y espanto (asombro, ekstasis; cf. 5:42). Por un tiempo no decían
nada a nadie (Mt. 28:8), que es una expresión negativa doble en gr. exclusiva de Marcos,
porque (gar) tenían miedo (efobounto; cf. Mr. 4:41; 5:15, 33, 36; 6:50–52; 9:32; 10:32).
Su respuesta fue similar a la que Pedro tuvo en la transfiguración (cf. 9:6). El objeto de su
temor era la manifestación terrible de la presencia y poder de Dios al resucitar a Jesús de los
muertos. Se encontraban abrumadas con temor reverente y permanecían en silencio.
Varios intérpretes creen que Marcos concluyó su evangelio en este punto. La terminación
abrupta es consecuente con el estilo de Marcos y subraya su desarrollo de los temas de temor y
asombro a través de su libro. El lector queda en el papel de evaluar con temor el significado de la
tumba vacía, tal como fue interpretado por el mensaje revelador del ángel (cf. el comentario de
16:9–20).

X. El epílogo cuestionado (16:9–20)


Los últimos 12 vv. de Marcos (16:9–20), conocidos como “la conclusión larga de Marcos”,
constituyen uno de los problemas textuales más difíciles y discutidos del N.T. ¿Estaban incluidos
o fueron omitidos del texto original de Marcos? La mayoría de las traducciones modernas en
español llaman la atención al problema de alguna manera, ya sea con una nota al pie (NVI; cf.
BJ) o al margen (BLA).
La evidencia externa incluye lo siguiente: (1) Los dos mss. unciales más antiguos (el
Sinaítico y el Vaticano; del cuarto siglo) omiten el pasaje, aunque los respectivos escribas
dejaron un espacio en blanco después del v. 8, lo cual sugiere que sabían de una conclusión más
larga pero no la tenían en el ms. que estaban copiando. (2) La mayoría de los demás mss. (del
quinto siglo en adelante) así como las primeras versiones apoyan la inclusión de los vv. 9 a 20.
(3) Varios mss. (del séptimo siglo en adelante) y versiones más tardías proveen una “conclusión
corta” después del v. 8, la cual claramente no es genuina, pero todos estos mss. (salvo uno),
continúan con los vv. 9 a 20. (4) Los primeros escritores patrísticos, tales como Justino Mártir
(Apología, 1. 45; ca. 148 d.C.), Taciano (Diatessaron, ca. 170 d.C.), e Ireneo que citó el v. 19
(Contra Herejías, 3. 10. 6), apoyan la inclusión de ellos. Sin embargo, Eusebio (Preguntas a
Marino 1, ca. 325 d.C.) y Jerónimo (Epístola, 120. 3; ad Hedibiam, ca. 407 d.C.) dijeron que los
vv. 9 a 20 no se encontraban en los mss. griegos que ellos conocían. (5) Un ms. armenio del s. X
atribuyó los vv. 9 a 20 al “presbítero Aristón”, probablemente Aristión, contemporáneo de Papías
(60–130 d.C.), que fue aparentemente discípulo del Apóstol Juan. (6) Si Marcos concluyó
abruptamente en el v. 8, entonces es fácil ver por qué algún(os) copista(s) temprano(s) quería(n)
proveer una conclusión “apropiada” al evangelio, tomándola de otras fuentes autoritativas. Sin
embargo, si los vv. 9 a 20 eran parte del original, es difícil explicar por qué los omitieron los
primeros copistas.
La evidencia interna contiene los siguientes datos: (1) La transición del v. 8 al 9 contiene un
cambio abrupto de sujeto, de las “mujeres” al supuesto sujeto de “Jesús”, ya que su nombre no se
menciona en el v. 9 del texto gr. (2) María Magdalena se presenta por medio de una cláusula
descriptiva en el v. 9, como si no hubiera sido mencionada ya en 15:40, 47 y 16:1. (3)
Aproximadamente un tercio de las palabras griegas importantes de los vv. 9 a 20 no son comunes
a Marcos, es decir, no aparecen en ningún otro lugar en su libro o se usan de una manera
diferente a como él las usó antes del v. 9. (4) El estilo literario gr. carece de los detalles vívidos y
naturales que son tan característicos de la narración histórica de este evangelista. (5) Se esperaría
que Marcos hubiera incluido la aparición a los discípulos en Galilea (14:28; 16:7), pero las que
menciona en los vv. 9 a 20 se dan en, o cerca de Jerusalén. (6) Mateo y Lucas son paralelos a
Marcos hasta el v. 8, y luego divergen de forma notoria, lo cual sugiere que el evangelio de
Marcos comenzó su existencia literaria sin los vv. 9 a 20.
Intérpretes, igualmente sagaces y concienzudos difieren ampliamente en sus evaluaciones de
los datos y, por lo tanto, llegan a conclusiones opuestas. Quienes incluyen estos vv. a la luz de la
preponderancia del apoyo externo que es temprano y amplio, todavía deben explicar
satisfactoriamente la evidencia interna que parece poner aparte estos vv. en relación con el resto
del evangelio. Y quienes los omiten, todavía deben explicar el apoyo externo temprano y amplio
que necesitan y dar una explicación adecuada para la conclusión aparentemente abrupta de
Marcos en el v. 8. Se han sugerido cuatro posibles soluciones para esto: (1) Marcos terminó su
evangelio, pero la conclusión original se perdió o fue destruida antes de ser copiada de alguna
forma que ahora se desconoce. (2) Marcos terminó su evangelio, pero la conclusión original fue
suprimida o removida deliberadamente por alguna razón que ahora se desconoce. (3) Marcos no
pudo terminar su evangelio por alguna razón que ahora se desconoce, posiblemente por muerte
repentina. (4) Marcos a propósito quiso terminar su evangelio en el v. 8.
De estas opciones, las número 1 y 2 son improbables, aunque el punto de vista de que la
conclusión original se perdió accidentalmente tiene amplia aceptación. Si el evangelio de Marcos
era un rollo manuscrito y no un códice (hojas en forma de libro), la conclusión normalmente
estaría en el interior del rollo, y tendría menos posibilidades de ser dañada o de perderse que el
comienzo del rollo. Si se supone que el evangelio está incompleto, la opción número 3 es la más
probable. Pero, debido a su naturaleza misma, no puede ser confirmada. A la luz del uso que
Marcos hizo del tema del “temor” en relación con los seguidores de Jesús (cf. v. 8), muchos
intérpretes modernos se inclinan hacia la opción 4.
Con base en los datos que se conocen al presente, probablemente no puede llegarse a una
conclusión definitiva del problema. Un punto de vista que parece explicar la evidencia pertinente
y dar lugar al menor número de objeciones es que (a) Marcos a propósito concluyó su evangelio
con el v. 8, y (b) los vv. 9 a 20, que aunque fueron escritos y compilados por un escritor cristiano
anónimo, son auténticos históricamente y parte del canon del N.T. (cf. de manera similar al
último capítulo de Dt.). Según este punto de vista, muy temprano en la transmisión del evangelio
de Marcos (tal vez poco después del 100 d.C.), los vv. 9 a 20 fueron añadidos al v. 8 sin ninguna
intención de encajar con el vocabulario y estilo de Marcos. Estos vv. posiblemente eran breves
extractos de relatos de lo sucedido después de la resurrección que se hallan en los otros tres
evangelios y que se conocían por medio de la tradición oral que tenía la aprobación del apóstol
Juan, quien vivió hasta cerca de fines del primer siglo. De esta manera, el material fue incluido lo
suficientemente temprano en el proceso de transmisión, de modo que ganó el reconocimiento y
aceptación de la iglesia como parte de las Escrituras canónicas. Estos vv. son congruentes con el
resto de las Escrituras. El desarrollo del tema de la fe y la incredulidad unifican el pasaje.

A. Tres de las apariciones de Jesús después de la resurrección (16:9–14)


Esta sección contiene tres de las apariciones de Jesús después de la resurrección y antes de su
ascensión. (V. “Los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión”, en el Apéndice, pág.
364).

1. SU APARICIÓN A MARÍA MAGDALENA E INCREDULIDAD DE SUS SEGUIDORES (16:9–11)


(JN. 20:14–18)
16:9–11. Estos vv. tratan de forma abrupta de la visita que hizo María Magdalena al volver
a la tumba, cuando todavía era de mañana (cf. “muy de mañana”, v. 2) aquél mismo día.
Aunque se la menciona tres veces previamente en Marcos (cf. 15:40, 47; 16:1), por primera vez
se la describa aquí como la María de quien Jesús había echado siete demonios (cf. Lc. 8:2).
Jesús apareció, se hizo visible, a ella primeramente. Esto sugiere que la gente no podía
reconocer a Jesús en su estado resucitado a menos que él deliberadamente se revelara a sí mismo
(cf. Lc. 24:16, 31).
María se fue e hizo saber a los que habían estado con él que había visto a Jesús. Esta
designación de los seguidores de Jesús no había sido usada previamente por Marcos o en los
otros evangelios (cf. Mr. 3:14; 5:18). La cláusula probablemente se refiere a los discípulos de
Jesús en general (cf. 16:12), no sólo a los once (cf. Hch. 1:21). Todos ellos estaban tristes y
llorando por la muerte de Jesús, una descripción que es exclusiva de este relato.
Al oír que Jesús vivía y que había sido visto (etheathē, vb. que no se usa en ningún otro
lugar de Marcos) por María, los discípulos no quisieron creer (ēpistēsan, vb. que no se usa en
ningún otro lugar de Marcos) su informe (cf. Lc. 24:11). Aparentemente, poco tiempo después
Jesús se apareció a las otras dos mujeres, confirmando así el anuncio del ángel y animándolas a
decirlo a los discípulos (cf. Mt. 28:1, 9–10).

2. SU APARICIÓN A DOS SEGUIDORES Y LA INCREDULIDAD DEL RESTO (16:12–13)


16:12–13. Estos vv. resumen la historia de los dos discípulos de Emaús (Lc. 24:13–35). Las
palabras dos de ellos indican que eran parte del grupo que no había creído el informe de María
(cf. 16:10–11). Mientras iban de camino, yendo de Jerusalén al campo, Jesús apareció (cf. v.
9) a ellos en otra forma (jetera morfē, “una forma de diferente clase”). Esto podría significar
que él tomó una forma diferente de aquella en que se apareció a María Magdalena o, más
probablemente, que él se apareció a ellos de una forma diferente de aquella en que ellos lo
habían reconocido previamente como Jesús. Cuando regresaron a Jerusalén e hicieron saber el
suceso a los otros discípulos, ni aun a ellos les creyeron (cf. v. 11). A pesar de las
declaraciones afirmativas (cf. Lc. 24:34), parece que los discípulos inicialmente consideraban las
apariciones de Jesús después de la resurrección como simples apariciones de espíritus (cf. Lc.
24:37).

3. SU APARICIÓN A LOS ONCE Y LA REPRENSIÓN QUE LES HIZO POR SU INCREDULIDAD (16:14)
(LC. 24:36–49; JN. 20:19–25)
16:14. Finalmente (jysteron, adverbio comparativo que no se usa en ningún otro lugar de
Marcos), en la noche de ese mismo día (cf. v. 9), Jesús se apareció a los once mismos, estando
ellos sentados a la mesa (la cena está implícita en Lc. 24:41–43). Les reprochó (ōneidisen, un
vb. fuerte que no se usa de Jesús en ningún otro lugar) su incredulidad y dureza de corazón
(sklērokardian; cf. Mr. 10:5) porque no habían creído el testimonio de los testigos oculares de
su resurrección más temprano ese día. Al oir de la resurrección de Jesús (antes de verlo),
aprendieron lo que era creer el testimonio de testigos oculares. Esto sería necesario para todos
aquellos a quienes predicarían en su siguiente despliegue misionero.

B. La comisión que Jesús dio a sus seguidores (16:15–18)


(Mt. 28:16–20)
16:15. Más tarde Jesús dio a sus discípulos su gran comisión misionera: Id por todo
(japanta, “la totalidad”, una forma enfática) el mundo y predicad (kēryxate, “proclamad”; cf.
1:4, 14) el evangelio (euangelion, cf. 1:1) a toda criatura, es decir, a toda la gente.
16:16. En respuesta a la predicación del evangelio, el que creyere y fuere bautizado, es
decir, un creyente bautizado (lit., “el que creyó y fue bautizado”), será salvo (sōthēsetai; cf. el
comentario de 13:13) por parte de Dios (implícito) de la muerte espiritual, es decir, la pena del
pecado. Un único artículo gr. gobierna a ambos participios sustantivados, y los une para describir
la recepción interna y eficaz del evangelio por la fe (creer) y la expresión externa y pública de
esa fe en el bautismo del agua.
Aunque los escritores del N.T. presuponen que bajo circunstancias normales todo creyente
será bautizado, 16:16 no significa que el bautismo sea un requisito necesario para la salvación
personal. La segunda parte del v. indica a modo de contraste que el que no creyere el evangelio
será condenado por Dios (implícito) en el día del juicio final (cf. 9:43–48). La base de la
condenación es la incredulidad, no la falta de observancia de rito alguno. El bautismo no es
mencionado, pues la incredulidad hace imposible que se haga confesión de fe mientras se es
bautizado por agua. De modo que el único requisito para apropiarse personalmente de la
salvación de Dios es la fe en él (cf. Ro. 3:21–28; Ef. 2:8–10).
16:17–18. Estos vv. listan cinco clases de señales (sēmeia; cf. el comentario de 8:11) que
seguirían a los que creen. Las “señales” son eventos sobrenaturales que confirman el origen
divino del mensaje apostólico (cf. 16:20) y sirvieron para autenticar el mensaje que proclamaron
los primeros creyentes, no la fe personal que ejercía cualquiera de ellos. A la luz de esto y de la
evidencia histórica, es razonable concluir que estas señales que autenticaban fueron normativas
sólo de la era apostólica (cf. 2 Co. 12:12; He. 2:3–4).
En el cumplimiento de su misión (cf. Mr. 16:15), los creyentes recibirían el poder para hacer
cosas milagrosas en el nombre de Jesús (cf. el comentario de 6:7, 13; 9:38–40). Echarían fuera
demonios, demostrando de esa forma la victoria de Jesús sobre el reino de Satanás. Los doce (cf.
6:13) y los setenta ya habían sacado demonios, y este poder continuó en la iglesia apostólica (cf.
Hch. 8:7; 16:18; 19:15–16). Hablarían nuevas lenguas, lo que probablemente es una referencia a
idiomas extranjeros comprensibles que quienes los hablaran no conocían previamente. Esto fue
demostrado en Pentecostés (cf. Hch. 2:4–11) y más tarde en la vida de la iglesia primitiva (cf.
Hch. 10:46; 19:6; 1 Co. 12:10; 14:1–24).
En gr., las dos primeras cláusulas de Marcos 16:18 pueden entenderse como cláusulas
condicionales, y la tercera, como la conclusión. Una traducción interpretativa sería la siguiente:
“Y si son forzados a tomar en las manos serpientes, y si son obligados a beber cosa mortífera,
de ninguna manera(ou mē, negación enfática; cf. 13:2) les hará daño”. Esta promesa de
inmunidad y protección divina en cualquier situación, se refiere a las ocasiones en que los
perseguidores forzarían a los creyentes a hacer estas cosas. Esto no autoriza el manejo de
serpientes ni tomar veneno en forma voluntaria, prácticas que no fueron hechas en la iglesia
primitiva. Puesto que el encuentro de Pablo con una serpiente en Malta no fue intencional (cf.
Hch. 28:3–5), el N.T. no relata ningún ejemplo de alguna de las experiencias descritas
anteriormente.
Como última clase de señal de autenticación, los creyentes pondrían sus manos sobre los
enfermos, y sanarían. La sanidad por este medio se menciona en Hechos 28:8, y el don de
sanidad fue ejercido en la iglesia primitiva (cf. 1 Co. 12:30).

C. Ascensión de Jesús y la subsiguiente misión de los discípulos (16:19–20)


(Lc. 24:50–51; Hch. 1:9–11)
16:19–20. Estos vv. constan de dos partes íntimamente relacionadas. Por un lado (gr., men,
y), el Señor (Señor Jesús, NVI), después de su ministerio posterior a la resurrección (un período
de 40 días; cf. Hch. 1:3) fue recibido arriba en el cielo (por Dios el Padre, implícito). Allí se
sentó a la diestra de Dios, su lugar de honor y autoridad (cf. el comentario de Mr. 12:36–37a).
La realidad de esta verdad fue confirmada para los primeros creyentes por la visión de Esteban
(cf. Hch. 7:56). En un sentido, la obra de Jesús sobre la tierra había terminado.
Por otro lado (gr., de, y), su obra en la tierra continuó en otro sentido a través de los
discípulos que saliendo de Jerusalén, predicaron (ekēryxan, “proclamaron”; cf. Mr. 1:4, 14;
16:15) el evangelio en todas partes. Al mismo tiempo, el Señor resucitado estaba ayudándoles
dándoles poder y confirmando su palabra, el mensaje del evangelio, con las señales (cf.
16:17–18) que la seguían. Las señales autenticaban su mensaje (cf. He. 2:3–4). Esta tarea de
proclamar el evangelio todavía sigue realizándose a través de discípulos capacitados por el Señor
resucitado.
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LUCAS
John A. Martin
Traducción: Ismael Ramírez

INTRODUCCIÓN
Autor. Los dos libros que se atribuyen a Lucas (Lucas y Hechos) abarcan cerca del 28 por ciento
del N.T. en griego. El nombre de Lucas no se menciona en ninguno de ellos. Los únicos pasajes
del N.T. donde aparece son Colosenses 4:14; 2 Timoteo 4:11; y Filemón 24. Lucas también se
refirió a sí mismo de forma directa en las secciones de Hechos en que se habla en primera
persona del plural (16:10–17; 20:5–21:18; 27:12–8:16).
Lucas debe haber sido gentil, pues Pablo lo distingue de los judíos (Col. 4:10–14) al decir
que de sus colaboradores, Aristarco, Marcos y Jesús llamado Justo eran los únicos judíos. Los
otros (Epafras, Lucas y Demas), por consiguiente, eran probablemente gentiles. Pablo mencionó
que Lucas era médico (Col. 4:14), hecho que muchos tratan de corroborar analizando pasajes de
su evangelio y Hechos. No fue sino hasta tiempos recientes, que la tradición eclesiástica aceptó
en forma uniforme que Lucas fue el autor de este evangelio y Hechos. Según la misma, Lucas
era de Antioquía, pero es imposible verificar este dato.
Fuentes. Lucas se presenta como un historiador (Lc. 1:1–4) que investigó cuidadosamente su
material por motivos específicos. Obtuvo su información de testigos oculares (1:2), quizá
algunos detalles de la propia María (cf. 2:51), tales como los referentes a la infancia de Jesús.
Asimismo, parece que tuvo contacto con la corte herodiana (cf. 3:1, 19; 8:3; 9:7–9; 13:31;
23:7–12). Los eruditos no se ponen de acuerdo acerca de las fuentes que el autor usó para
escribir su evangelio. Tal vez organizó los materiales que tuvo a su disposición para producir un
todo unificado, escrito con su estilo personal, que reflejaba su propósito. Por supuesto, todo esto
se hizo bajo la inspiración del Espíritu Santo.
Fecha y lugar. Se han sugerido varias fechas para la redacción de este evangelio. Si Hechos se
escribió antes de que ocurriera la persecución de Nerón (64 d.C.), lo que parece evidente pues
concluye diciendo que el apóstol Pablo todavía estaba vivo y en prisión, entonces el evangelio de
Lucas debe haberse escrito varios años antes de esos acontecimientos, ya que Hechos es
posterior a Lucas. Aunque es imposible señalar una fecha específica, encaja bien una fecha de
composición entre 58 y 60 d.C.
Lucas no dio indicios en cuanto al lugar en donde escribió su evangelio. De modo que
cualquier afirmación sobre este asunto es mera especulación. Algunos sugieren que escribió
desde Cesarea o Roma.
Propósitos. El autor tuvo dos propósitos al escribir este libro. Uno fue confirmar la fe de
Teófilo, es decir, mostrarle que su fe en Cristo descansaba sobre hechos históricos firmes
(1:3–4). El otro fue presentar a Jesús como el Hijo del Hombre que había sido rechazado por
Israel. Debido a ello, Jesús también fue predicado a los gentiles para que pudieran conocer el
programa de Dios para su reino y obtuvieran la salvación.
Carácter gentil del libro. Varias clases de evidencias llevan a la conclusión de que Lucas
escribió principalmente para los gentiles. En primer lugar, porque con frecuencia explica los
sitios judíos (4:31; 8:26; 21:37; 23:51; 24:13). Esto sería innecesario si estuviera escribiendo a
estos últimos. En segundo lugar, hace remontar la genealogía de Jesús (3:23–38) hasta Adán (y
no hasta Abraham, como en el evangelio de Mateo). Esto implica que Jesús representaba a toda
la humanidad y no sólo a la nación judía. En tercer lugar, se refiere a los emperadores romanos
por nombre al indicar las fechas del nacimiento de Jesús (2:1) y de la predicación de Juan el
Bautista (3:1). En cuarto lugar, usó varias palabras que serían más familiares a los lectores
gentiles que los términos judíos equivalentes que se hallan en el evangelio de Mateo. Un ejemplo
se puede ver en el uso que hace del griego didaskalos en vez de rabbi para indicar “maestro”.
En quinto lugar, Lucas usó la LXX al citar el A.T. Aunque hace relativamente pocas citas
directas, el libro está lleno de alusiones a ella. Las citas y referencias se encuentran en 2:23–24;
3:4–6; 4:4, 8, 10–12, 18–19; 7:27; 10:27; 18:20; 19:46; 20:17, 28, 37, 42–43; 22:37. Todas estas,
excepto la de 7:27, se basan en la LXX, pero no parece haber sido tomada ni de la LXX en
griego, ni del TM en hebr., sino de algún otro. En sexto lugar, poco se dice acerca del
cumplimiento que Jesús hizo de las profecías, pues ese tema no era tan importante para los
lectores gentiles como para los judíos. Lucas hace sólo cinco referencias directas a profecías
cumplidas y todas, menos una (3:4), se encuentran dentro de las enseñanzas de Jesús al pueblo de
Israel.
Relación de Lucas con los evangelios de Mateo y Marcos. Lucas es uno de los así llamados
evangelios sinópticos, y tiene mucho contenido en común con Mateo y Marcos. Sin embargo,
incluye una amplia sección en que gran parte de ella aparece sólo en su libro (9:51–19:27).
También presenta un contenido único en las narraciones acerca del nacimiento de Juan y de
Jesús, y el relato de cuando Jesús tenía doce años (1:5–2:52). Se da por sentado que Lucas
conoció y usó tanto a Mateo como a Marcos, u otras fuentes comunes que usaron también Mateo
y/o Marcos. Las diferencias que hay en la secuencia de la narración y los relatos que se presentan
pueden explicarse considerando el propósito de los autores. Aunque todos los relatos son
históricos, el propósito de cada uno de ellos era teológico. (Para mayor información sobre la
relación que hay entre los evangelios sinópticos, V. la introducción de los libros de Mateo y
Marcos)
Características del libro. 1. Lucas enfatiza la universalidad del evangelio más que los otros
evangelistas. A menudo menciona a los pecadores, pobres y despreciados de la sociedad judía; a
los gentiles que compartieron las bendiciones del Mesías y a los samaritanos que venían al
Mesías por fe. Además, escribió frecuentemente acerca de la fe de mujeres y niños.
2. El evangelio de Lucas pone ante el lector un cuadro más amplio de la historia del período
que abarca que los otros evangelios. Da más datos tocante a la vida terrenal de Jesús que Mateo,
Marcos o Juan.
3. Hace énfasis en el perdón (3:3; 5:18–26; 6:37; 7:36–50; 11:4; 12:10; 17:3–4; 23:34;
24:47).
4. Asimismo, hace hincapié en la oración. Menciona que Jesús oró muchas veces durante su
ministerio (3:21; 5:16; 6:12; 9:18, 29; 22:32; 40–41).
5. Hace ver el papel que tiene el individuo en el arrepentimiento y pone énfasis en la acción
que debe surgir de cada individuo que decide seguir a Jesús. Entre los ejemplos están: Zacarías,
Elisabet, María, Simeón, Ana, Marta, María, Simón, Leví, el centurión, la viuda de Naín, Zaqueo
y José de Arimatea.
6. Lucas habla mucho más tocante a las cosas materiales que cualquier otro autor del N.T. No
siempre presenta como justos a los pobres, pero sí dice que los ricos autosuficientes, que tenían a
las riquezas en mayor estima que a Jesús, no podían obtener la salvación que el Señor ofrecía.
7. Lucas habla a menudo del gozo que acompaña a la fe y la salvación (1:14; 8:13; 10:17;
13:17; 15:5, 9, 32; 19:6, 37).

BOSQUEJO
I. Prólogo y propósito del evangelio (1:1–4)
II. Nacimiento y crecimiento de Juan y Jesús (1:5–2:52)
A. Anuncio de los nacimientos (1:5–56)
B. Nacimiento e infancia de Juan y Jesús (1:57–2:52)
III. Preparación para el ministerio de Jesús (3:1–4:13)
A. Ministerio de Juan el Bautista (3:1–20)
B. Bautismo de Jesús (3:21–22)
C. Genealogía de Jesús (3:23–38)
D. Tentación de Jesús (4:1–13)
IV. Ministerio de Jesús en Galilea (4:14–9:50)
A. Inicio de su ministerio (4:14–30)
B. Autenticación de la autoridad de Jesús (4:31–6:16)
C. El sermón de Jesús en la llanura (6:17–49)
D. El ministerio de Jesús en Capernaum y ciudades circunvecinas (caps. 7–8)
E. La enseñanza de Jesús a sus discípulos (9:1–50)
V. Viaje de Jesús a Jerusalén (9:51–19:27)
A. Jesús es rechazado por la mayoría en su viaje a Jerusalén (9:51–11:54)
B. Jesús enseña a sus seguidores en vista del rechazo (12:1–19:27)
VI. Ministerio de Jesús en Jerusalén (19:28–21:38)
A. Entrada de Jesús en Jerusalén como Mesías (19:28–44)
B. Jesús en el templo (19:45–21:38)
VII. Muerte, sepultura y resurrección de Jesús (caps. 22–24)
A. Muerte y sepultura de Jesús (caps. 22–23)
B. Resurrección y apariciones de Jesús (cap. 24)

COMENTARIO
I. Prólogo y propósito del evangelio (1:1–4)
1:1–4. Lucas es el único de los cuatro evangelistas que dio a conocer su método y propósito
desde el comienzo de su libro. Dice que estaba familiarizado con otros escritos acerca de la vida
de Jesús y el mensaje del evangelio (v. 1). Su propósito era que Teófilo conociera bien la
verdad de las cosas en las cuales había sido instruido, y por orden (v. 3; cf. v. 1) puso los
eventos de la vida de Cristo.
El autor se identifica cuidadosamente con los creyentes (v. 1). Algunos han sugerido que
pudo haber estado entre los setenta que Jesús envió en el viaje misionero (10:1–24) por la
observación que hace tocante a las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas. Sin embargo,
su siguiente afirmación de que estas “cosas” (es decir, los relatos y doctrinas) las enseñaron
oralmente los que vieron con sus ojos a Jesús, elimina esa posibilidad. Lucas dio a entender que
no había sido testigo ocular, sino investigador. Fue cuidadoso y exacto en su búsqueda por haber
investigado para su relato, todas las cosas desde su origen, es decir, desde el inicio de la vida
de Cristo.
El nombre “Teófilo” (lit. “amador de Dios”) era común en el primer siglo. Tratar de saber
quién fue el destinatario es asunto de mera especulación. Aunque se ha sugerido que Lucas
utilizó el nombre para referirse a todos los que son “amadores de Dios” (es decir, los lectores de
su narración del evangelio), es mejor suponer que se refirió a un individuo real, mismo que fue el
primero en recibir el evangelio de Lucas y que luego lo hizo circular profusamente entre la
iglesia primitiva. Aparentemente, era funcionario público, pues lo llama excelentísimo (cf. Hch.
23:26; 24:3; 26:25, donde se usa el mismo término gr. kratiste).

II. Nacimiento y crecimiento de Juan y Jesús (1:5–2:52)


A. Anuncio de los nacimientos (1:5–56)
Lucas arregló el material de esta sección y las siguientes de forma que se comparara el
nacimiento y crecimiento de Juan con el de Jesús. En ambos casos se presenta a sus padres (vv.
5–7 y 26–27); aparece un ángel (vv. 8–23 y 28–30); se da una señal (vv. 18–20 y 34–38) y una
mujer que antes no tenía hijos queda embarazada (vv. 24–25 y 42).

1. ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JUAN (1:5–25)


a. Presentación de los padres de Juan (1:5–7)
1:5–7. Los padres de Juan fueron un sacerdote llamado Zacarías y su esposa Elisabet, que
era de las hijas de Aarón. Por consiguiente, debido a su linaje, Juan llegaría a ser sacerdote. Sus
padres vivieron cuando Herodes el Grande era rey de Judea, del 37 al 4 a.C. (V. “Herodes el
Grande y sus Descendientes” en el Apéndice, pág. 368); eran piadosos o justos (dikaioi), y
andaban irreprensibles en todos los mandamientos del Señor. Ambos eran ya de edad
avanzada, de modo que no tenían posibilidades de tener hijos. Esto era una vergüenza continua
para Elisabet, lo que se hace evidente por su posterior declaración (v. 25). En el A.T., Dios
permitió que algunas mujeres estériles tuvieran hijos (e.g., las madres de Isaac, Sansón y
Samuel).
b. El anuncio del ángel a Zacarías (1:8–23)
1:8–9. Lucas establece que Zacarías ejercía el sacerdocio según el orden de su clase. Esta
“clase” se refiere a uno de los 24 grupos de sacerdotes que se habían formado en tiempos de
David (1 Cr. 24:7–18). Los sacerdotes de cada clase estaban de servicio dos veces al año, por una
semana cada vez. Zacarías era de la clase de Abías (Lc. 1:5; cf.1 Cr. 24:10).
A Zacarías le tocó en suerte (elaj̱e) ser el que ofrecería el incienso ese día. Debido al gran
número de sacerdotes, ésta sería la única vez en toda su vida que se le permitiría realizar esa
tarea. Como en otros pasajes de las Escrituras (e.g., Est. 3:7), se hace énfasis en la soberanía de
Dios aun en asuntos que parecen fortuitos, como el echar suertes.
1:10–11. Mientras Zacarías estaba dentro, en el altar del incienso, una multitud se juntó para
orar. El incienso del que Zacarías era responsable era símbolo de las oraciones de todo el pueblo.
Por lo mismo, en ese momento Zacarías era el centro de atención de toda la nación judía.
Fue en ese singular instante de su vida que a Zacarías se le apareció un ángel del Señor
puesto en pie donde él oraba al lado del altar del incienso.
1:12–13. El propósito de la aparición del ángel del Señor fue anunciar el nacimiento de un
hijo a Zacarías y Elisabet. A Zacarías le sobrecogió temor (lit. “temor cayó sobre él”). En este
evangelio se relata que mucha gente reaccionó con temor o pavor (fobos) al presenciar las obras
poderosas de Dios (cf. 1:30, 65; 2:9–10; 5:10, 26; 7:16; 8:25, 37, 50; 9:34, 45; 12:4–5, 32; 21:26;
cf. 23:40). Por la respuesta del ángel: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, se
deduce que estaba pidiendo un hijo, o posiblemente la venida del Mesías, ya que el nacimiento
de Juan sería una respuesta parcial a su oración. El ángel le dijo cómo habría de llamar a su hijo.
Lo mismo sucedió cuando el ángel se apareció a María (1:31).
1:14–17. El ángel no sólo dio el nombre del hijo, sino que también detalló seis aspectos del
carácter de Juan.
1. Y por él tendrás gozo y alegría (v. 14). El autor usó con frecuencia la palabra “gozo” en
sus relatos de Lucas y Hechos, y a menudo lo vinculó con el tema de la salvación. Un ejemplo de
esto se encuentra en Lucas 15, donde en tres ocasiones hubo gozo y regocijo por haberse hallado
algo que estaba perdido, lo cual ilustra la salvación. De igual manera, el ministerio de Juan el
Bautista trajo gozo a los israelitas que creyeron en su mensaje de arrepentimiento para perdón de
pecados (3:3).
2. Será grande delante de Dios. La expresión “delante de” (enōpion) es característica de
Lucas. Aparece 35 veces en sus dos libros, pero se usa sólo una vez más en los otros evangelios
(Jn. 20:30).
3. No beberá vino ni sidra. Más adelante, Juan tomaría voluntariamente un voto de nazareo,
negándose a beber cualquier cosa fermentada (Nm. 6:1–21). Lucas no dijo específicamente que
Juan cumpliría con todos los detalles del nazareato. Más bien, evitaría tomar vino quizá para
respaldar su afirmación de que su mensaje era urgente. Otra forma en que dio énfasis a la
urgencia de su predicación fue que vestía, actuaba y comía como el profeta Elías (cf. Mt. 3:4; 2
R. 1:8).
4. Será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Cuando María visitó a
Elisabet antes de que naciera Juan, el bebé saltó en su vientre. El ministerio del Espíritu Santo es
muy importante para Lucas, y a menudo hace un gran esfuerzo por explicar su ministerio de dar
poder y capacitar. Ambos padres de Juan fueron llenos del Espíritu (1:41, 67).
5. Haría que muchos de los hijos de Israel se convirtieran a Dios. En efecto, multitudes de
israelitas se volvieron al Señor por medio del ministerio de Juan (Mt. 3:5–6; Mr. 1:4–5).
6. Irá delante del Señor. Juan el Bautista fue el precursor de Jesús y anunció su venida con
el espíritu y el poder de Elías. Lucas se refiere aquí a dos pasajes de Malaquías que tocan el
tema de los mensajeros: uno sería enviado para preparar el camino para el Señor (Mal. 3:1) y el
retorno de Elías se prometió para antes del día del Señor (Mal. 4:5–6). Vendría para restaurar los
corazones de los padres a los hijos. Al parecer, Zacarías comprendió que el ángel estaba
identificando a Juan el Bautista con el mensajero de Mal. 3:1, pues en su canto de alabanza hizo
la observación de que Juan iría “delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos”
(Lc. 1:76; cf. 3:4–6). Jesús afirmó que Juan era el cumplimiento de Mal. 3:1 (Mt. 11:10) y
declaró que habría cumplido Mal. 4:5–6 si el pueblo hubiera aceptado su mensaje (Mt. 11:14).
1:18–20. Zacarías tenía dudas de que tal cosa aconteciera, pues tanto él como Elisabet eran
viejos. Pero el ángel, quien se identificó como Gabriel, una vez más afirmó a Zacarías que estas
buenas nuevas eran del Señor. Cuando Gabriel se apareció a Daniel (Dn. 8:16; 9:21), en ambas
ocasiones le dio instrucciones y comprensión. Hizo lo mismo aquí con Zacarías, como se puede
deducir del canto de alabanza y confianza que el sacerdote pronunció más adelante (Lc.
1:67–79). La incapacidad para hablar que Zacarías tuvo hasta el cumplimiento del mensaje de
Gabriel fue, hasta cierto grado, un castigo por su incredulidad. Pero también sirvió como una
señal. En el A.T., una señal a menudo consistía de una palabra profética acompañada de un
fenómeno observable que la confirmaba. Durante los siguientes nueve meses, cada intento de
Zacarías de hablar probaría la veracidad del mensaje de Gabriel.
1:21–23. Cuando Zacarías finalmente salió del santuario, pudo hacer que el pueblo que
aguardaba comprendiera que había visto visión. Tras terminar su servicio en el templo, se fue a
su casa ubicada en las montañas de Judá. (V. “Mapa de Lugares Mencionados en San Lucas” en
el Apéndice, pág. 367.)
c. Embarazo de Elisabet (1:24–25)
1:24–25. Después de que concibió … Elisabet … se recluyó en casa por cinco meses. Es
muy probable que esto fuera así porque su embarazo causó gran conmoción entre la gente que
vivía a su alrededor (v. 25). Tal vez María fue la primera persona, aparte de Zacarías y Elisabet,
que supo las noticias que el ángel les había dado (v. 36).
Lucas no dice en el versículo 25 si Elisabet sabía en ese momento acerca del futuro de su
hijo. Sin embargo, puesto que sabía que se llamaría Juan (v.60) antes de que Zacarías pudiera
hablar, probablemente él le había comunicado toda su visión por escrito. Elisabet estaba llena de
júbilo porque finalmente tendría un hijo.

2. ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESÚS (1:26–56)


a. Presentación de María y de José (1:26–27)
1:26–27. Al sexto mes, es decir, cuando Elisabet estaba en su sexto mes de embarazo,
Gabriel fue enviado por Dios a … Nazaret.
María todavía no había tenido relaciones sexuales con nadie, pues Lucas la llama virgen
(parthenon; cf. 1:34) y hace la observación de que estaba desposada con … José (cf. 2:5). En la
cultura judía de aquel tiempo un hombre y una mujer se desposaban o comprometían el uno con
el otro un tiempo antes de la consumacíon definitiva de su matrimonio. Este desposorio era
mucho más fuerte que un compromiso de hoy, y aunque eran considerados como marido y
mujer, no vivían juntos sino hasta después de la boda.
b. El ángel anuncia a María el nacimiento de Jesús (1:28–38)
1:28–31. El ángel dijo que María era muy favorecida (kej̱aritōmenē, participio relacionado
con el sustantivo ̱jaris, “gracia”. El verbo ̱jaritoō se usa sólo una vez más en el resto del N.T., en
Ef. 1:6). María también había hallado gracia (j̱aris) delante de Dios. Obviamente, Dios le
otorgó un honor especial pues fue receptora de su gracia.
La exhortación de Gabriel (Lc. 1:30–31) fue la misma que recibió Zacarías: No temas, pues
tendrás un hijo (cf. v. 13). Como con Juan (v. 13b), el nombre fue anunciado por el ángel (v.
31).
1:32–33. El ángel predijo cinco cosas tocante al hijo de María:
1. Será grande.
2. Será llamado Hijo del Altísimo (cf. v. 76). La LXX a menudo usa el término “Altísimo”
(jypsistou) para traducir el hebr. ‘elyôn (cf. v. 76). María no podía pasar por alto la importancia
de la terminología. El hecho de que su hijo fuera llamado “Hijo del Altísimo” señalaba su
igualdad con Jehová. En el pensamiento semítico, un hijo era una “copia al carbón” de su padre,
y la frase “hijo de” a menudo se usaba para referirse a alguien que poseía las cualidades “de su
padre” (la trad. hebr. “hijo de iniquidad” que aparece en Sal. 89:22 denota a una persona inicua).
3. Se le dará el trono de David su padre. Jesús, como descendiente de David, se sentará en
el trono de éste cuando reine en el milenio (2 S. 7:16; Sal. 89:3–4, 28–29).
4. Reinará sobre la casa de Jacob para siempre. El reinado de Jesús sobre la nación de
Israel comenzará en el milenio y continuará hasta el estado eterno.
5. Su reino no tendrá fin. Estas promesas de inmediato debieron haber recordado a María la
que Jehová hizo a David (2 S. 7:13–16). Éste rey comprendió que la profecía se refería no sólo a
su hijo inmediato (Salomón) que construiría el templo, sino también a un hijo venidero que
reinaría para siempre. David dijo que Jehová había hablado del futuro lejano (2 S. 7:19). María
habría entendido que el ángel estaba hablándole del Mesías que había sido prometido desde hacía
tanto tiempo.
1:34–38. María no parece haberse sorprendido de que el Mesías viniera; más bien, de que
ella fuera la escogida para ser su madre, puesto que era virgen: pues no conozco varón. Pero el
ángel no la reprendió como hizo con Zacarías (v. 20).
Esto señala que María no dudó de lo que dijo el ángel, sino que quería saber cómo se
realizaría tal acontecimiento. La respuesta fue que el Espíritu Santo, de una forma creadora,
haría que Jesús fuera físicamente concebido (v. 35). Esta concepción milagrosa y el nacimiento
virginal de Jesucristo eran necesarios debido a su deidad y preexistencia (cf. Is. 7:14; 9:6; Gá.
4:4).
Al igual que a Zacarías, a María se le dio una señal: Elisabet … ha concebido hijo. María
aceptó participar en el subsecuente nacimiento de su hijo al sujetarse el plan divino: Hágase
conmigo conforme a tu palabra. De forma voluntaria se sometió al plan de Dios, y se llamó la
sierva del Señor (doulē, “esclava”; cf. Lc. 1:48).
c. Visita de María a Elisabet y su regreso a casa (1:39–56)
1:39–45. Después de enterarse de la señal, María se fue de prisa a ver a Elisabet. Elisabet y
Zacarías vivían en una ciudad en la montaña, probablemente la región montañosa que estaba
alrededor de Jerusalén. Cuando María llegó, el niño de Elisabet saltó en su vientre de gozo, y
Elisabet fue llena del Espíritu Santo. Zacarías también fue lleno del Espíritu Santo
posteriormente (v. 67). Antes del día de Pentecostés, los creyentes eran llenos del Espíritu Santo
para realizar tareas específicas.
Lo que Elisabet dijo en voz alta: Bendita (eulogēmenē, lit., “alabada”) tú entre las mujeres,
da a entender que María es la más honrada de todas las mujeres. Elisabet la llamó la madre de
mi Señor. En Lucas, el término “Señor” (kyrios) a menudo se refiere a Jesús y tiene un sentido
doble. El término “Señor” sería más importante para un lector griego que “Cristo” (que significa
“Mesías”), pues los gentiles no lo habían estado esperando ansiosamente. Por otro lado, la LXX
a menudo usa la palabra “Señor” (kyrios) para traducir el nombre Jehová. Luego (v. 45), dijo
Elisabet que María era bienaventurada (makaria, “feliz”) porque creyó lo que Dios le dijo. Esto
sugiere que María visitó a Elisabet no con una actitud de escepticismo, sino más bien de gozo,
para confirmar lo que se le había anunciado.
1:46–55. En respuesta a la situación que se había dado, María pronunció un canto de
alabanza por el favor de Dios para ella y su pueblo. “El Magnificat”, como se llama este canto,
consiste, casi en su totalidad, de alusiones y citas del A.T. Lo mismo es cierto de los cantos de
Zacarías y Simeón (1:68–79; 2:29–32). Además, el de María tiene semejanzas con el de Ana (1
S. 2:1–10). En primer lugar, María alabó a Dios por el favor especial manifestado a ella (Lc.
1:46–50). Se vio como parte del remanente piadoso que había servido a Jehová. Llamó a Dios mi
Salvador (sōtēri mou), mostrando así una íntima familiaridad con él. Habló de su fidelidad (v.
48), poder (v. 49), santidad (v. 49) y misericordia (v. 50). En segundo lugar, María alabó a Dios
por su favor especial manifestado a Israel (vv. 51–55). Por medio del niño que ella daría a luz,
Dios estaba mostrando su misericordia para con Abraham y su descendencia. María estaba
consciente de que el nacimiento de su hijo era el cumplimiento de las promesas del pacto hechas
a Abraham y su pueblo.
1:56. Y se quedó María con ella como tres meses, aparentemente hasta que Juan nació (cf.
v. 36). María después se volvió a su casa. La frase griega que se traduce como “su casa” indica
que ella aún era virgen y no se había casado todavía con José.

B. Nacimiento e infancia de Juan y Jesús (1:57–2:52)


Al igual que en la sección anterior (1:5–56), las narraciones de los nacimientos fueron
arregladas por Lucas de forma paralela. El énfasis se encuentra en el nacimiento de Jesús, que se
describe con mayor detalle que el de Juan.

1. NACIMIENTO Y CRECIMIENTO DE JUAN (1:57–80)


a. Nacimiento de Juan (1:57–66)
1:57–66. El relato del nacimiento de Juan se da en un solo versículo (57), y los amigos se
regocijaron. A continuación, varios vv. se centran en la obediencia de Zacarías y Elisabet. Esta
pareja de ancianos tuvo el cuidado de seguir la ley al circuncidar al niño. Aunque otros se
opusieron, Elisabet dijo que se llamaría Juan, lo que Zacarías confirmó y escribió. El hecho de
que Zacarías al momento … habló, asombró a la multitud. De la misma manera como ocurrió
con cada persona del relato, Zacarías estaba bendiciendo (eulōgōn; cf. eulogēmenē en el v. 42) a
Dios. La noticia de que éste era un niño fuera de lo común se divulgó en todas las montañas
(del área de Jerusalén). El pueblo hacía la observación de que la mano del Señor estaba con él.
Años más tarde, cuando Juan comenzó su ministerio de predicación, muchos que sin duda
recordaban los asombrosos eventos que rodearon a su nacimiento, salieron a él de esa región
(Mt. 3:5).
b. Profecía y salmo de Zacarías (1:67–79)
1:67–79. Este salmo, conocido como “el Benedictus”, está lleno de citas y alusiones al A.T.
Zacarías expuso cuatro ideas:
1. Zacarías hizo una exhortación a bendecir a Dios (v. 68a).
2. Indicó la razón por la que se debía alabar a Dios: ha visitado y redimido a su pueblo (v.
68b).
3. Describió la salvación de Israel por medio del Mesías (vv. 69–75). El Mesías sería el
poderoso Salvador (v. 69; lit., “cuerno de salvación”) de Israel. Los cuernos de un animal
simbolizaban su fuerza; asimismo, el Mesías sería poderoso y libraría a la nación de sus
enemigos (v. 74). De especial importancia en estos versículos es la mención de su santo pacto,
el juramento que Dios hizo a Abraham nuestro padre (vv. 72–73; cf. Gn. 22:16–18).
4. Zacarías profetizó en forma muy descriptiva el ministerio que tendría Juan (Lc. 1:76–79);
había comprendido el mensaje del ángel, de modo que predijo que Juan sería quien iría delante
de la presencia del Señor, para preparar sus caminos (cf. Is. 40:3; Mal. 3:1); sería el profeta
del Altísimo (Lc. 1:76; cf. v. 32). El v. 77 quizá se refiere al Señor y no a Juan. Sin embargo,
Juan predicó el mismo mensaje de perdón de … pecados (cf. 3:3).
c. Crecimiento y aislamiento de Juan (1:80)
1:80. A medida que Juan crecía, se fortalecía en espíritu, es decir, iba adquiriendo vitalidad
y fortaleza en su espíritu humano. Su vida en lugares desiertos hasta el tiempo de su aparición
pública no era normal para un joven. Pero, debido a la misión especial que Juan conocía desde su
infancia que habría de realizar, escogió tomar el papel de Elías (cf. v. 17), viviendo en lugares
desolados pues en un breve tiempo, su ministerio lo lanzaría a una posición prominente.

2. NACIMIENTO Y CRECIMIENTO DE JESÚS (CAP. 2)

a. Nacimiento de Jesús (2:1–7)


2:1–2. Lucas fechó el nacimiento de Jesús durante el reinado de Augusto César, quien fue
nombrado oficialmente cabeza del imperio romano en el 27 a.C., y gobernó hasta el 14 d.C. (V.
“Emperadores Romanos de los Tiempos del N.T.” en el Apéndice, pág. 369.) Puesto que el
reinado de Herodes el Grande terminó en el 4 a.C., Jesús nació antes de esa fecha. La mención de
Cirenio como gobernador de Siria presenta un problema, porque éste fungió como gobernador
del 6 al 7 d.C., fecha demasiado tardía para el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto,
¿se refiere la palabra primer (prōtē), como en la RVR60, a un primer censo, es decir, previo,
hecho por Cirenio? Si es así, debe proponerse que Cirenio fungió de gobernador previamente,
por el 4 a.C. Tal vez una mejor solución es tomar la palabra “primero” en el sentido de “antes”,
como lo tiene Juan 15:18. Lucas 2:2 se leería entonces: “este fue el censo que se hizo antes de
que Cirenio fuera gobernador de Siria” (es decir, antes del año 6 d.C.).
2:3–5. Debido al censo, José y maria fueron a Belén, el lugar de los antepasados de José.
Éste era descendiente de David (cf. 1:27), quien nació en Belén. Algunos han argumentado que
parece extraño que la gente no fuera empadronada en el lugar donde vivía. Sin embargo, se sabe
de otros ejemplos de la misma práctica (I. Howard Marshall, The Gospel of Luke “El evangelio
de Lucas”, págs. 101–2). María acompañó a José por varias razones. La pareja sabía que ella
daría a luz al niño mientras José estuviera lejos, y seguramente no querían estar separados
durante tal acontecimiento. Asimismo, sabían que el niño era el Mesías, y sin duda también que
el Mesías habría de nacer en Belén (Mi. 5:2).
2:6–7. El niño nació durante el tiempo que estuvieron en Belén. El hecho de que Jesús es
llamado el primogénito de María, indica que después de él tuvo otros hijos. La pareja se
hospedó en un alojamiento que no era privado. Según la tradición, ellos se quedaron en una
cueva cercana al mesón. Al niño lo acostó en un pesebre, en el cual se alimentaban los
animales. Que el niño estuviera envuelto en pañales era importante, pues de esta manera
reconocerían los pastores al pequeño (v. 12). Algunos niños eran envueltos de esa manera para
mantener rectos sus brazos y piernas y así evitar accidentes.
b. Adoración del niño por los pastores (2:8–20)
2:8–14. Un ángel pregonero, acompañado de otros ángeles, se apareció de noche a un grupo
de pastores y les anunció el nacimiento del Salvador en la ciudad de David, es decir, Belén (v.
4). Quizá los pastores estaban cuidando los corderos destinados al sacrificio durante el tiempo de
la pascua. La aparición del ángel y de la radiante gloria del Señor hizo que tuvieran gran
temor. El griego (lit., “temieron con gran temor”) enfatiza la intensidad de ese miedo.
El mensaje de los ángeles fue alentador. A los pastores se les dijo que no temieran (cf. 1:13,
30). El mensaje fue que “un Salvador”, CRISTO el Señor, había nacido. Estas eran nuevas de
gran gozo. En todo el evangelio de Lucas el “gozo” (j̱ara) frecuentemente está asociado con la
salvación. Esta noticia debía proclamarse a todo el pueblo. Específicamente se refería al pueblo
de Israel, pero tal vez Lucas también quiso decir que el Salvador sería para toda la humanidad.
Luego se unió al ángel una multitud de otros ángeles que alababa a Dios en las alturas. La
traducción de la BLA que dice: “y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace”
(cf. NVI y RVA), es preferible a la de RVR60, buena voluntad para con los hombres. La paz
de Dios no se otorga a quienes tienen buena voluntad, sino a aquellos que son receptores de la
buena voluntad o favor de Dios.
2:15–20. Los pastores fueron a ver al niño, y contaron lo que los ángeles les habían dicho.
Comprendieron que los ángeles hablaban por el Señor. Creyeron el mensaje y fueron a
confirmarlo por sí mismos. Esta acción se parece a la que María emprendió después de que oyó
la noticia tocante a Elisabet. Tal actitud contrasta claramente con la de los líderes judíos, quienes
sabían dónde habría de nacer el niño, pero no se tomaron el tiempo ni hicieron el esfuerzo de
confirmarlo por sí mismos (Mt. 2:5).
Después de ver al niño, los pastores fueron los primeros en proclamar la llegada del Mesías:
lo dieron a conocer … los que oyeron, se maravillaron (ethaumasan). El tema del asombro
que causó la proclamación del Mesías se deja ver a lo largo de todo el libro de Lucas. (El vb.
gr.thaumazō, “asombrarse, maravillarse, sorprenderse”, aparece en Lucas 1:21, 63; 2:18, 33;
4:22; 8:25; 9:43; 11:14, 38; 20:26; 24:12, 41. Lucas también usó otras dos palabras para referirse
al asombro (cf. 2:48.). Mientras, María meditaba en este evento histórico trascendental. De todas
las mujeres de Israel, ¡ella era la madre del Mesías! Y volvieron los pastores glorificando y
alabando a Dios, de manera similar a como lo habían hecho los ángeles (vv. 13–14).
c. Circuncisión de Jesús (2:21)
2:21. María y José cumplieron con lo dicho por el ángel al poner a su hijo el nombre que a
ella se le había dado antes de concebir (1:31), y a él después de su concepción (Mt. 1:18–21). El
nombre Jesús es muy apropiado, pues es la forma gr. del nombre hebr. “Josué”, que significa
“Jehová es salvación” (cf. Mt. 1:21). Según la costumbre, el niño fue circuncidado a los ocho
días (Lv. 12:3), tal vez en Belén.
d. Presentación de Jesús al Señor (2:22–38)
(1) La ofrenda de María y José. 2:22–24. Por requerimiento de la ley, la pareja debía no sólo
circuncidar a Jesús (Lv. 12:3), sino también presentarlo a Dios 33 días después (Éx. 13:2, 12), y
traer una ofrenda por la purificación de María después del parto (Lv. 12:1–8).
La ofrenda que presentaron por la purificación da a conocer que era una pareja pobre. No
podían traer un cordero, de modo que compraron un par de tórtolas o palominos, pues sólo en
eso podían gastar. Con ese fin, viajaron la corta distancia de Belén a Jerusalén para la
presentación y purificación en el templo.
(2) La profecía de Simeón y su bendición a la familia (2:25–35). 2:25–26. A Simeón le había
sido dicho por el Espíritu Santo, que no vería la muerte hasta que viera al Mesías. Simeón era
justo (dikaios) y piadoso (eulabēs “reverente”) delante de Dios. A diferencia de los líderes
religiosos, esperaba la consolación de Israel, es decir, al Mesías, quien traería consuelo a la
nación (cf. “la redención de Jerusalén”, v. 38). La observación de que el Espíritu Santo estaba
sobre Simeón hace recordar a los profetas del A.T. sobre quienes vino el Espíritu Santo. Puesto
que Ana era una “profetiza” (v. 36), Simeón probablemente también se encontraba dentro de la
piadosa tradición profética de Israel. La revelación especial del Espíritu Santo tocante a que vería
al Mesías fue extraordinaria, y tal vez vino por causa del intenso deseo de Simeón de ver al
Prometido.
2:27–32. Al ver al niño y tomar lo en sus brazos, Simeón bendijo a Dios, la misma reacción
que tuvo la gente piadosa hacia el Mesías a lo largo de todo el evangelio de Lucas. Luego entonó
un salmo de alabanza exaltando a Dios por cumplir su promesa de traer salvación.
El Mesías es la fuente de salvación, como lo indica su nombre Jesús. En los tres salmos de
gratitud y alabanza registrados por Lucas en sus primeros dos capítulos (1:46–55, 68–79;
2:29–32), se aprecia la gran importancia que tuvieron los nacimientos de Juan y Jesús para la
salvación de Israel y el mundo. Simeón hizo la observación de que el Mesías habría de serlo
tanto para los gentiles como para Israel. La idea de la salvación para los gentiles aparece
muchas veces en este evangelio.
2:33. Lo que Simeón dijo, hizo que María y José se maravillaran (thaumazontes; cf. el
comentario del v. 18). Aunque se les había dicho que su hijo era el Mesías, tal vez ellos no
habían comprendido que su ministerio abarcaría al mundo entero, tanto a los gentiles como al
pueblo de Israel.
2:34–35. Simeón reveló a María que su hijo tendría oposición (señal … contradicha) y que
ella sufriría mucho. Su pesar sería como una espada que traspasaría su alma. Su hijo estaría
puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel. A lo largo de todo su
ministerio, Jesús proclamó que la única manera de entrar al reino, mismo que la nación había
estado buscando, era seguirlo. Quienes lo hicieran, recibirían salvación, “se levantarían”. Pero
quienes no creyeran en él, no recibirían la salvación y “caerían”. Estos resultados darían a
conocer lo que pensaban tocante al hijo de María.
(3) Gratitud de Ana a Dios. 2:36–38. Esta piadosa profetiza continuó la obra que Simeón
había comenzado. Tenía ochenta y cuatro años y se había dedicado por completo al servicio del
Señor en el templo desde que su esposo había muerto. Declaró a todos los que esperaban la
redención en Jerusalén (cf. v. 25) que el Mesías había venido. La noticia tocante a Jesús se
supo probablemente en toda la ciudad, pues la gente, o creyó o rechazó lo que dijeron el viejo
profeta y la profetiza viuda.
e. Crecimiento de Jesús en Nazaret (2:39–40)
2:39–40. Después, José y María volvieron con Jesús a su hogar en Nazaret de Galilea, a
unos 100 kms. al norte de Jerusalén, donde se crió Jesús. Lucas omite en su relato el viaje que
hicieron a Egipto (cf. Mt. 2:13–21) puesto que no era su propósito hacer ver el repudio inicial del
Mesías. En Nazaret fue rechazado por primera vez después de que declaró públicamente que era
el Mesías y la preparación para su ministerio se llevó a cabo en aquel pueblo mientras crecía.
Lucas hizo la observación de que se fortalecía, y se llenaba de sabiduría (sofia). Su
crecimiento en sabiduría se menciona más adelante (Lc. 2:52). Este evangelista también presenta
a Jesús como la fuente de sabiduría para sus seguidores (21:15). Jesús siempre tuvo la gracia o
favor (j̱aris) de Dios … sobre él. Lucas reiteró esa característica en 2:52. La sabiduría y el favor
que tenía de Dios ya eran evidentes antes de que cumpliera doce años.
f. La visita de Jesús al templo (2:41–50)
2:41–50. Cuando Jesús tuvo doce años, ya comprendía su misión. Según la costumbre,
María y José iban anualmente a Jerusalén para cumplir con la fiesta de la pascua. Después de
la fiesta de un día, seguía la de los panes sin levadura, que duraba siete días (Éx. 23:15; Lv.
32:4–8; Dt. 16:1–8). Al festival completo de ocho días a menudo se le llamaba la pascua (Lc.
22:1, 7; Jn. 19:14; Hch. 12:3–4). De regreso a su casa después del viaje a Jerusalén, sus padres
no se percataron de que él no estaba con ellos hasta que ya habían avanzado algo de camino.
Tres días después le hallaron en el templo. Los “tres días” se refieren al lapso transcurrido
desde que habían dejado la ciudad, ya que habían viajado un día de camino al salir de ella (Lc.
2:44) y les llevó otro día regresar, por lo que lo hallaron al día siguiente. Cuando encontraron a
Jesús, él estaba sosteniendo un diálogo con los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles
de forma inteligente. Todos … se maravillaban (existanto, estaban “fuera de sí con asombro”;
cf. 8:56) de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando María y José le vieron, se
sorprendieron (exeplagēsan, “estaban fuera de sus sentidos”, tal vez con gozo; cf. 4:32; 9:43).
Respondiendo a la pregunta de María de por qué les había hecho de esta manera, Jesús hizo una
clara distinción entre ellos y Dios, su verdadero Padre (2:49). Su afirmación confirmó que
conocía su misión y que sus padres también deberían conocerla. Sin embargo, ellos no
entendieron esto.
g. Crecimiento continuo de Jesús (2:51–52)
2:51–52. Lucas fue cuidadoso en señalar que Jesús estaba sujeto a José y María, por si acaso
sus lectores pensaran de otra forma por lo dicho en el párrafo anterior.
Por su parte, María guardaba todas estas cosas en su corazón, meditando en, y recordando
lo que había dicho su hijo de doce años, aunque no lo comprendiera totalmente. Tal vez Lucas
obtuvo los detalles acerca de los primeros años de Jesús de María misma, o de alguien a quien
ella los había relatado. Jesús siguió creciendo (proekopten, lit. “abrirse brecha”, es decir,
“aumentó”) de todas formas: espiritual, mental y física y tenía gracia para con Dios y los
hombres (cf. v. 40).

III. Preparación para el ministerio de Jesús (3:1–4:13)


Esta sección prepara el camino para el mensaje central del evangelio de Lucas: el ministerio
de Jesús en Galilea y el que realizó mientras viajaba a Jerusalén (4:14–19:27).

A. Ministerio de Juan el Bautista (3:1–20)


Mt. 3:1–12; Mr. 1:1–8
Como se hizo notar antes (Lc. 1:80), Juan el Bautista vivió en aislamiento hasta su meteórico
ascenso a la vida pública y posterior desaparición debido al edicto de Herodes.

1. PRESENTACIÓN DE JUAN (3:1–6)


3:1–2. La predicación de Juan comenzó en el año decimoquinto del imperio de Tiberio
César, es decir, en el 29 d.C. Tiberio gobernó sobre el imperio romano desde el 14 hasta el 37
d.C. Poncio Pilato fue designado gobernador de Judea en el 26 d.C. y gobernó hasta el 36 d.C.
En general, se opuso al pueblo judío sobre el cual gobernaba. El Herodes aquí mencionado es
Herodes Antipas, quien gobernó desde Tiberias sobre Galilea desde el año 4 a.C. hasta el 39 d.C.
Su hermano Felipe gobernó al oriente del Jordán desde el año 4 a.C. hasta el 34 d.C. (V.
“Herodes el Grande y sus Descendientes” en el Apéndice, pág. 368). La capital de éste estaba en
Cesarea de Filipo. Poco se sabe de Lisanias, quien gobernó Abilinia, al noroeste de Damasco. El
ministerio de Juan también se inició en tiempos de Anás y Caifás. Anás fue sumo sacerdote del
6 al 15 d.C. pero fue depuesto por las autoridades romanas. Posteriormente, su yerno Caifás fue
colocado en su lugar (18–36 d.C.). Sin embargo, los judíos seguían reconociendo a Anás como el
sumo sacerdote legítimo aunque Caifás fungiera como tal (V. el comentario de Hch. 4:5–6 y
“Familia de Anás” en el Apéndice, pág. 372; cf. también el comentario de Lc. 22:54; Hch. 7:1).
Lucas hace la observación de que vino palabra de Dios a Juan … en el desierto. El A.T.
está lleno de frases similares refiriéndose a las veces en que Dios llamó a ciertos profetas para
llevar a cabo determinadas tareas. Lucas previamente había hecho notar que Juan permaneció en
el desierto hasta su aparición en público (1:80).
3:3–6. El mensaje de Juan era el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados.
Este bautismo se relacionaba con el arrepentimiento, es decir, la necesidad de presentar
externamente un cambio interno, del corazón. La palabra “para” (eis) se refiere a la frase
completa “bautismo de arrepentimiento”.
El bautismo no salvaba a nadie, como se hace claro con lo que sigue (vv. 7–14), sino que era
“para” (trad. lit. de eis; cf. el comentario de Hch. 2:38) y resultaba en el perdón de los pecados.
Puesto que la función de Juan era ser precursor de Cristo, así también su bautismo prefiguraba un
bautismo diferente (Lc. 3:16).
Lucas hizo la observación de que la obra de bautismo de Juan se realizó en la región
contigua (perij̱ōron) al Jordán. Puesto que Juan estaba visiblemente tomando el papel de Elías,
es posible que haya escogido esta región del sur del Jordán debido a que allí fue donde Elías pasó
sus últimos días (cf. 2 R. 2:1–13).
Lucas citó Is. 40:3–5 con referencia al ministerio de Juan. Isaías escribió tocante a la
preparación del camino que Dios haría para el regreso de los exiliados de Babilonia a Judá. Pero
los tres escritores de los evangelios sinópticos aplicaron las palabras de Isaías a Juan el Bautista.
En su profecía, Isaías escribió: “Una voz proclama: En el desierto preparad el camino de
Jehová” (RVA; cf. BLA). Pero Mateo, Marcos y Lucas escribieron cada uno por su parte: Voz
del que clama en el desierto, tomando las palabras “en el desierto” con la “voz” y no con la
preparación del camino. ¿Por qué? Porque citaron la LXX. Por supuesto ambas cosas son ciertas,
la voz (de Juan el Bautista) estaba en el desierto, y el desierto debía ser preparado.
Cuando un rey viajaba por el desierto, los trabajadores iban delante de él quitando los
escombros y preparando el camino para hacerle más grato el viaje. En Lucas la nivelación de la
tierra se usa como una frase figurada que denota que el camino del Mesías estaría preparado,
pues a través de Juan, gran número de personas estuvieron listas para recibir el mensaje de Jesús
(cf. Lc. 1:17).
Las palabras de 3:6: Y verá toda carne la salvación de Dios, son características del énfasis
que pone Lucas en la universalidad del evangelio.

2. EL MENSAJE DE JUAN (3:7–14)


Lucas puso por escrito el mensaje de Juan en términos éticos. La enseñanza de éste era que la
vida debía comprobar si uno se había arrepentido verdaderamente o no (cf. el libro de Santiago).
La enseñanza ética era importante para Lucas, pues escribió constantemente sobre la necesidad
de ayudar a los oprimidos y los pobres.
3:7–9. Juan desafió al pueblo a que hiciera frutos como prueba de su fe. El mensaje de Juan
al pueblo fue duro: ¡Oh generación de víboras! Aparentemente algunos venían con la creencia
de que el bautismo por sí solo podía asegurar la salvación. Pero Juan les advirtió de las duras
realidades de la vida. Todos debían encarar el hecho de que la ira era venidera. Juan puso en
claro que el ser miembro de la nación de Israel no salvaría a nadie (v. 8; cf. Jn. 8:33–39; Ro.
2:28–29). Un hacha estaba lista para cortar los árboles que no daban buen fruto, por lo que
serían quemados. Igualmente, el juicio estaba muy cercano a cualquiera que no evidenciara
(“diera buen fruto”) un genuino arrepentimiento (Lc. 3:8).
3:10–14. La multitud, los cobradores de impuestos y los soldados, preguntaron: ¿Qué
haremos (vv. 10, 12, 14) para dar evidencia de un genuino arrepentimiento? (cf. preguntas
similares en 10:25; 18:18.) A manera de respuesta, Juan dijo a la gente que fuera (a) generosa
(3:11), (b) honesta (v. 13) y (c) que tuviera contentamiento (v. 14). Una persona mostraba su
arrepentimiento siendo generosa con las cosas materiales tales como el vestido y el alimento.
Una túnica (j̱itōn) era un vestido en forma de camisa. Con frecuencia, la gente se ponía dos si las
tenía.
Los publicanos, reconocidos por su deshonestidad en cobrar más impuestos de los debidos y
tomarlos para sí (cf. 5:27–32), ejemplificaban la necesidad de ser honestos. Y los soldados,
odiados porque siempre querían obtener más dinero (por medio de extorsión y calumnia con
afán de lucro) eran ejemplo de la necesidad de contentarse y ser amables.

3. EL PAPEL DE JUAN 3:15–17


3:15–17. Previamente, Lucas había explicado cuál habría de ser la función de Juan (1:17,
76). Pero las multitudes que se agolparon para oirlo comenzaron a preguntarse si acaso Juan
sería el Cristo. Juan hizo diferencia entre su bautismo y el del Mesías: El de Juan era en agua,
pero el Mesías bautizaría en Espíritu Santo y fuego. El apóstol Juan presentó a Jesús no sólo
como el bautizado por el Espíritu, sino también como el que bautizaba (Jn. 20:22). Finalmente, el
cumplimiento de la obra bautizadora del Espíritu Santo se vio el día de Pentecostés (Hch. 2:1–4).
El bautismo “en fuego” quizá se refiere al aspecto purificador del bautismo del Espíritu (Hch.
2:3), o quizá a la obra purificadora del juicio que el Mesías llevará a cabo (Mal. 3:2–3). La
última posibilidad parece más probable en vista de la obra de juicio que se describe en Lucas
3:17 (cf. v. 9).

4. PREDICACIÓN Y ENCARCELAMIENTO DE JUAN 3:18–20


3:18–20. Los eruditos discuten acerca de las fechas en que ocurrió el encarcelamiento y
muerte de Juan el Bautista. Es probable que haya comenzado su ministerio alrededor del 29 d.C.
(cf. v. 1), que fuera encarcelado al año siguiente, y decapitado a más tardar en el 32 d.C. Su
ministerio completo no duró más de tres años: más o menos un año fuera de la cárcel y dos en
ella. (Para más detalles sobre el encarcelamiento y muerte por decapitación de Juan, V. Mt.
14:1–12; Mr. 6:14–29; Lc. 9:7–9, 19–20.)

B. Bautismo de Jesús (3:21–22)


(Mt. 3:13–17; Mr. 1:9–11; Jn. 1:29–34)
Los cuatro evangelios relatan esta ocasión trascendental en la vida de Jesús, que marcó el
inicio de su ministerio público. Lucas resumió el relato más que los otros evangelistas. El
propósito del bautismo era ungir a Jesús con el Espíritu y que el Padre lo autenticara para
comenzar su ministerio. Cada una de las personas de la deidad tomó parte en la actividad del
Hijo sobre la tierra, incluyendo su bautismo. El Hijo fue bautizado, el Espíritu Santo descendió
sobre él, y el Padre habló de Jesús con aprobación. En su bautismo, Jesús se identificó con los
pecadores aunque no lo era.
3:21. Sólo Lucas manifiesta que a la hora de su bautismo, Jesús estaba orando. Lucas mostró
a Jesús orando antes, o durante muchos sucesos de su vida (v.21; cf. 5:16; 6:12; 9:18, 29; 22:32,
40–44; 23:46). Cuando Lucas anotó que el cielo se abrió, estaba expresando la idea de que Dios
irrumpió en la historia humana revelándose y declarando soberanamente que Jesús es su Hijo.
3:22. Puesto que la paloma es símbolo de paz o libertad de juicio (Gn. 8:8–12), la presencia
del Espíritu Santo como paloma dio a entender que Jesús traería salvación a quienes se
volvieran a él. La voz de Dios autenticó a Jesús al aludir Salmos 2:7 e Isaías 42:1.
C. Genealogía de Jesús (3:23–38)
(Mt. 1:1–17)
La genealogía de Jesús, que Lucas incluye inmediatamente después de su autenticación en su
bautismo por el Padre, muestra aún más la mano soberana de Dios en la preparación de los
eventos del mundo para que el Mesías pudiera llevar a cabo la voluntad divina.
3:23. Lucas escribió que Jesús … al comenzar su ministerio era como de treinta años. El
evangelista no tenía duda en cuanto a la edad del Señor Jesús cuando comenzó a ministrar. Había
investigado todo cuidadosamente desde su origen (1:3), de modo que es improbable que no
hubiera descubierto la edad en la que Jesús empezó a ministrar.
Aunque los estudiosos de la Biblia debaten sobre cuándo comenzó Jesús su ministerio, el año
29 d.C. parece ser la mejor opción. Lucas aparentemente usó la expresión “como de treinta años”
para indicar que Jesús estaba bien preparado para el ministerio. En el A.T., esa edad era con
frecuencia la más adecuada para iniciar un trabajo (Gn. 41:46; Nm. 4; 2 S. 5:4; Ez. 1:1). La
seguridad que Lucas tenía del hecho del nacimiento virginal se ve en su observación de que Jesús
era hijo, según se creía, de José.
3:24–38. Los vv. 23–38 listan 76 nombres, incluyendo a Jesús y Adán y excluyendo a Dios.
A diferencia de la genealogía de Mateo, ésta comienza con Jesús y se remonta hasta Dios. Mateo
comienza con Abraham y llega hasta Jesús en tres ciclos de 14 generaciones. Pero hay otras
diferencias entre las dos genealogías. Lucas incluyó 20 nombres previos a Abraham, y afirmó
que Adán era “hijo de Dios”.
Además, las listas difieren a partir de David y hasta Salatiel (durante la época del exilio). Eso
se debe a que trazan linajes diferentes. Lucas sigue el linaje de David a través de Natán, mientras
que Mateo a través de Salomón. Después del hijo de Salatiel, Zorobabel, las listas difieren una
vez más hasta que ambas se unen con José, de quien, hace notar Lucas, se “creía” que era el
padre de Jesús. Hay muy pocas dudas acerca de que la genealogía de Mateo traza la línea real de
David, el linaje real legal. La pregunta que queda es: ¿Qué importancia tiene la genealogía de
Lucas? Existen dos respuestas posibles.
1. Lucas trazó el linaje de María. Muchos intérpretes argumentan que Lucas dio la genealogía
de María para mostrar que también ella era del linaje de David y que, por tanto, Jesús estaba
calificado para ser el Mesías no sólo a través de José (por ser su heredero mayor legal) sino
también por María.
2. Lucas estaba siguiendo el verdadero linaje de José. Este punto de vista sostiene que el
linaje legal y el linaje verdadero de David a través del cual vino Jesús se juntan en José, su
presunto padre. Según este punto de vista, Jacob, el tío de José, habría muerto sin hijos y, por
tanto, José era el heredero más cercano. De este modo, José y, por consiguiente Jesús, habrían
entrado en el linaje real.
Ambos puntos de vista presentan problemas difíciles de resolver, sin ser el menor de ellos el
hecho de que las dos genealogías coinciden con Salatiel y Zorobabel, y luego difieren por
segunda vez para volver a coincidir sólo con José y Jesús (cf. el comentario de Mt. 1:12).
Independientemente del punto de vista que se tenga, es necesario hacer notar un aspecto
importante de la teología que Lucas expresó en su genealogía, ya que relacionó a Jesús no sólo
con Abraham, sino también hizo remontar sus ancestros hasta Adán y Dios. Esto es indicio de
que la salvación se ofrece en forma universal, cosa que el autor menciona con mucha frecuencia
en su evangelio: Jesús vino para salvar a toda la gente, tanto a los gentiles, como a la nación de
Israel (cf. Lc. 2:32).
D. Tentación de Jesús (4:1–13)
(Mt. 4:1–11; Mr. 1:12–13)
1. JESÚS ES GUIADO POR EL ESPÍRITU AL DESIERTO (4:1–2)
4:1–2. Aquí, Lucas reanuda el relato de la preparación del ministerio del Señor que quedó
interrumpido en 3:23. Jesús estaba lleno del Espíritu Santo (cf. 3:22; 4:14, 18). Es interesante
que el Espíritu lo llevó al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. El lugar
tradicional de la tentación de Jesús es una zona árida que se encuentra al noroeste del mar
Muerto. El tema de los “cuarenta días” es sobresaliente en el A.T. (cf. Gn. 7:4; Éx. 24:18; 1 R.
19:8; Jon. 3:4). No es accidente que la tentación de Jesús durara ese mismo período, al igual que
la peregrinación y prueba de Israel duraron cuarenta años en el desierto. Las respuestas de Jesús
a las tentaciones de Satanás citando Deuteronomio, capítulos 6 y 8, indican con certeza que tenía
en mente la experiencia de su nación en el desierto. Y sin embargo, aunque los israelitas fueron
milagrosamente alimentados en el desierto, Jesús no comió nada. (V. “Tentaciones del Diablo a
Eva y a Jesús” en el Apéndice, pág. 355.)

2. TENTACIÓN EN EL ÁREA DE LAS NECESIDADES FÍSICAS (4:3–4)


4:3–4. Puesto que Jesús tenía muchísima hambre y necesitaba alimento (v. 2), no es
sorprendente que el diablo tentara primero a Jesús para que convirtiera una piedra en pan. El
Señor respondió a esta tentación citando Deuteronomio 8:3, donde Moisés recuerda al pueblo
que Dios les había dado el maná. Aunque éste aparecía en el suelo, aún así constituía una prueba
de fe para ellos porque tenían que creer que la palabra de Dios era de fiar para poder subsistir. Si
no hubiera sido la voluntad de Dios que vivieran, ciertamente habrían muerto. Por tanto, no
vivían sólo de pan. Asimismo Jesús, sabía la palabra de Dios y conocía el plan que estaba frente
a él. Por eso, confiaba en el Padre y en su palabra para su sustento. Jesús sabía que no moriría en
el desierto.

3. TENTACIÓN DE JESÚS EN LAS ÁREAS DE LA FAMA Y EL PODER (4:5–8)


4:5–8. Lucas invirtió el orden en que Mateo describió la segunda y tercera tentaciones. Esto
quizá indique que hubo tentaciones continuas en estas dos áreas. La segunda que Lucas relata es
el ofrecimiento hecho a Jesús para que obtuviera control de todos los reinos de la tierra. La
condición era que adorara (proskynēsēs, lit., “doblar la rodilla ante”) al diablo. Esto significaría
que aunque Jesús obtuviera el gobierno del mundo, dependería de Satanás y no de Dios el Padre
y de su plan. Una vez más, Jesús utilizó las palabras de Moisés para combatir la tentación. En el
pasaje original (Dt. 6:13), Moisés advirtió al pueblo acerca de sus actitudes cuando finalmente
entraran a la tierra prometida y alcanzaran cierta gloria y dominio. La tentación para ellos sería
alabarse a sí mismos y olvidarse de adorar a Dios. Jesús, al citar este versículo, mostró que no
cometería ese error. Él daría honor a Dios en vez de tomarlo para sí mismo y no fracasaría como
Israel.

4. LA TENTACIÓN DE JESÚS EN EL ÁREA DEL TIEMPO DE SU MINISTERIO (4:9–12)


4:9–12. El diablo trató de hacer que Jesús cambiara el tiempo y la estructura de su ministerio.
Jesús sabía que debía ir a la cruz y morir por los pecados del mundo y que era el siervo sufriente
(Is. 52:13–53:12). El diablo desafió a Jesús a lanzarse desde el pináculo del templo. Éste tal vez
estaba en la esquina sureste del muro, desde donde se divisaba el profundo valle del Cedrón.
Satanás esperaba que la nación lo aceptara inmediatamente al ver la protección milagrosa de
Jesús al efectuar tal salto. El diablo incluso citó Salmos 91:11–12 para hacer ver que el Mesías
sería librado del peligro.
Sin embargo, Jesús estaba consciente de lo que esto implicaba. Recibir la aceptación del
pueblo sin ir a la cruz, pondría en duda que Dios realmente era parte del plan. Esa fue
exactamente la situación de que Moisés escribió en Deuteronomio 6:16, el cual citó Jesús.
Moisés se refirió a un momento en el que el pueblo se preguntaba si Dios estaba realmente con
ellos (Éx. 17:7). Pero Jesús estaba seguro del hecho de que Dios estaba con él y que el plan y
tiempo divinos eran perfectos. Por ello, el Señor no cedería ante la tentación de Satanás.

5. SATANÁS SE ALEJA DE JESÚS (4:13)


4:13. El diablo se alejó, no permanentemente, sino sólo hasta hallar un tiempo más
oportuno.

IV. Ministerio de Jesús en Galilea (4:14–9:50)


El ministerio de Jesús se dio principalmente en Galilea, aunque por Juan 1–4 se sabe que
realizó un trabajo inicial en Judea y Jerusalén antes de ir a Galilea. Los dos propósitos de este
ministerio fueron autenticar a Jesús y llamar a los discípulos que lo habrían de seguir.

A. Inicio del ministerio de Jesús (4:14–30)


(Mt. 4:12–17; Mr. 1:14–15)
Estos 17 vv. sirven a Lucas de resumen de lo que ocurrió a lo largo de todo el ministerio de
Jesús. El Señor reveló que él era el Mesías (Lc. 4:21); los judíos que lo oyeron demostraron que
eran indignos de las bendiciones de Dios (vv. 28–29) y que el evangelio iría también a los
gentiles (vv. 24–27).

1. RECEPCIÓN DE JESÚS EN GALILEA (4:14–15)


4:14–15. Al regresar a Galilea, Jesús iba en el poder (dynamei, “capacidad espiritual”) del
Espíritu. Éste había descendido sobre él (3:21–22), había sido llevado por él al desierto (4:1), y
ahora ministraba “en el poder del Espíritu”. Este poder era la fuente de autoridad de Jesús, la
cual Lucas expone en los capítulos 4–6. La respuesta inicial fue positiva. Se difundió su fama y
a medida que lo oían enseñar en las sinagogas de ellos … era glorificado por todos.

2. EL RECHAZO DE JESÚS EN NAZARET, SU PUEBLO NATAL (4:16–30)


(MT. 13:53–58; MR. 6:1–6)
4:16–30. Jesús inicialmente fue un maestro popular, así que cuando volvió a su pueblo de
origen, era natural que enseñara en las sinagogas, donde era la costumbre que un hombre se
parara mientras leía las Escrituras, para después sentarse, mientras explicaba la porción que
había leído. El pasaje que leyó Jesús fue Isaías 61:1–2, una porción mesiánica. Concluyó su
lectura con estas palabras: A predicar el año agradable del Señor, deteniéndose a la mitad del
versículo y dejando de leer la siguiente línea de Isaías 61:2 que habla de la venganza de Dios.
Cuando Jesús añadió: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros, estaba claro lo
que esto implicaba. Jesús afirmó ser el Mesías, el que podía traer el reino de Dios que había sido
prometido tanto tiempo antes, pero su primera venida no fue para juzgar. La muchedumbre
estaba fascinada con su enseñanza, los ojos de todos, estaban fijos en él (Lc. 4:20). Lo que
Jesús dijo expresó claramente que ofrecía el año agradable del Señor (es decir, el tiempo del
reino) a través de sí mismo (v. 21).
Todos estaban maravillados (ethaumazon, “asombrados, maravillados”; cf. el comentario
de 2:18) de sus palabras de gracia, pero inmediatamente comenzaron a cuestionar la autoridad
con que decía estas cosas. ¿Cómo podía el hijo de José, el muchacho que vieron crecer en el
pueblo, ser el Mesías? Jesús, percibiendo su oposición (4:23–24), les recordó dos ocasiones en
las que los profetas de Dios ministraron con acciones milagrosas de gracia a los gentiles mientras
Israel permanecía en incredulidad, Elías y la viuda de Sarepta (vv. 25–26; cf. 1 R. 17:8–16), y
Eliseo y Naamán el sirio leproso (Lc. 4:27; cf. 2 R. 5:1–19).
Que Jesús mencionara a los gentiles en vez de a los judíos como receptores de la bendición
divina, hizo que todos se llenaran de ira (Lc. 4:28). Intentaron matarlo, mas él pasó por en
medio de ellos (v. 30). Sin lugar a duda, Lucas describió una evasión milagrosa de la
muchedumbre airada. Este patrón de conducta se ve a través del resto del ministerio de Jesús: él
fue a los judíos; ellos lo rechazaron; él habló de la participación de los gentiles en el reino;
algunos judíos quisieron matarlo. Pero no lo hicieron sino hasta el tiempo propicio, cuando él
dispuso morir (23:46; cf. Jn. 10:15, 17–18).

B. Autenticación de la autoridad de Jesús (4:31–6:16)


El pueblo de Nazaret y otros de Galilea que lo oyeron se preguntaban con qué autoridad
hacía él estas afirmaciones. Así que Jesús autenticó su autoridad sanando y enseñando. Y por
causa de quién es y lo que enseñó, tuvo la autoridad de llamar discípulos. En esta sección, Jesús
realizó tres series de sanidades, y después de cada una llamó a uno o más de sus discípulos
(5:1–11, 27–32; 6:12–16. V. “Milagros de Jesús” en el Apéndice, pág. 370).

1. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD SANANDO Y ENSEÑANDO (4:31–44)


a. Jesús sana a un hombre con un espíritu inmundo (4:31–37)
(Mr. 1:21–28)
4:31–37. Jesús descendió … a Capernaum, ciudad que después fue su hogar ya que su
pueblo natal, Nazaret, lo había rechazado. Capernaum también era el hogar de Pedro y Andrés
(v. 38). Una vez más, las personas se admiraban (exeplēssonto, lit., “estuvieron fuera de sus
sentidos” [también se usa en 2:48; 9:43]; cf. ethaumazon, “se maravillaron, asombraron”, 4:22,
cf. v. 36) de su doctrina (v. 32) pues su palabra era con autoridad. Para autenticar esa
autoridad, Jesús realizó una serie de milagros de sanidad que mostraron que lo que enseñó en
Nazaret era cierto (cf. vv. 18–19). Un hombre con un espíritu de demonio inmundo, estaba en
la sinagoga. Se ha sugerido que puesto que Lucas estaba escribiendo a gente que tenía un
trasfondo griego, deseaba aclarar el hecho de que ese demonio era malo, pues los griegos
pensaban que había demonios buenos y malos. Este demonio reconoció a Jesús, y lo llamó no
sólo Jesús nazareno sino también el Santo de Dios (v. 34). En los evangelios, el exclamar a
gran voz parece ser algo característico de quienes estaban poseídos por demonios. El exorcismo
del demonio (v. 35) hizo que todos quedaran maravillados (lit., “asombro [thambos] vino sobre
todos”, v. 36). La muchedumbre notó que Jesús tenía autoridad (exousia) y poder (dynamei)
sobre los demonios (cf. 9:1), y esto hizo que su fama se difundiera (4:37). Este fue el tercer
milagro de Jesús. (V. “Milagros de Jesús en el Apéndice, pág. 370.)
b. Jesús sana a la suegra de Simón (4:38–39)
(Mt. 8:14–15; Mr. 1:29–31)
4:38–39. Tanto Marcos como Lucas narraron que el siguiente milagro ocurrió
inmediatamente después del primer milagro en la sinagoga. La suegra de Simón tenía una
severa fiebre. Pero a la palabra de Jesús, la fiebre la dejó. En cada uno de estos casos, la causa
del problema fue eliminada y la persona no tuvo efectos secundarios. El demonio salió sin
lastimar al hombre (v. 35), y la fiebre se fue de manera que la suegra de Simón pudo servirles
inmediatamente (v. 39). No quedó en una condición debilitada.
c. Jesús sana a enfermos y endemoniados (4:40–41)
(Mt. 8:16–17; Mr. 1:32–34)
4:40–41. La noticia acerca de la autoridad de Jesús sobre las enfermedades se difundió
rápidamente, así que esa misma noche la gente comenzó a venir a él para ser sanada. Vinieron al
ponerse el sol, cuando el día de reposo estaba finalizando. Habría sido contrario a la ley cargar a
los enfermos antes de entonces. Cuando salían demonios de muchos, daban voces y decían: Tú
eres el Hijo de Dios. La razón por la que Jesús los reprendió fue porque no vino a la tierra para
que los demonios lo reconocieran como el Cristo, es decir, el Mesías. Más bien, vino para que el
pueblo lo reconociera.
d. Jesús da a conocer su ministerio más amplio (4:42–44)
(Mr. 1:35–39)
4:42–44. Jesús le hizo ver a la gente que tenía un ministerio que debía cumplir (cf. v. 18) y
una misión para el resto de la nación de Israel. La recepción que Jesús tuvo en Capernaum
contrasta marcadamente con la de su pueblo natal, Nazaret. La gente de Capernaum quería que
se quedara, pero él necesitaba anunciar el evangelio del reino de Dios en otros lugares también.
El énfasis principal del ministerio de Jesús estaba en la predicación, no en la sanidad.
Aunque tenía compasión de la gente, su ministerio de sanidad era para autenticar lo que decía
(cf. Mt. 11:2–6). La observación de Lucas de que predicaba en las sinagogas de Galilea
(“Judea” BLA; cf. NVI) debe interpretarse a la luz de lo dicho anteriormente. “Judea” (Ioudaias)
probablemente se refiere a toda la nación (la tierra de los judíos), no sólo a la parte sur. El énfasis
de Lucas es que dondequiera que iba Jesús, constantemente enseñaba que era el Mesías que
había venido a proclamar el año agradable del Señor (Lc. 4:18–19).

2. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD LLAMANDO A SUS PRIMEROS DISCÍPULOS (5:1–11)


MT. 4:18–22; MR. 1:16–20)

El incidente que se relata aquí obviamente no era el primero en que Jesús había tenido
contacto con los hombres a quienes llamó para ser sus discípulos. Lucas había dicho que Jesús
había sanado a la suegra de Simón, lo que da a entender que hubo contacto previo con Simón y
Andrés. Esta parece ser al menos la tercera vez que Jesús se entrevistó con ellos. En Juan 1:41,
Andrés le dijo a Pedro que había hallado al Mesías. Aparentemente estos hombres no siguieron
desde un principio a Jesús “de tiempo completo”, pues en Marcos 1:16–20 (cf. Mt. 4:18–22)
Jesús llamó a Simón, Andrés, Jacobo y Juan. Marcos relató que ese llamado ocurrió antes de que
Jesús entrara a la sinagoga de Capernaum y sanara a un hombre endemoniado. No es
sorprendente que Pedro invitara a Jesús a su casa después del incidente de la sinagoga.
Ahora bien, algún tiempo después, Pedro y los demás seguían siendo pescadores. Fue en este
punto, ya cuando Jesús había establecido su autoridad (Lc. 4:31–44), que llamó a estos hombres
a un discipulado de tiempo completo.
5:1–3. La gran multitud que se agolpaba sobre Jesús impedía que enseñara con efectividad
cuando estaba junto al lago de Genesaret, otro nombre dado al mar de Galilea, cerca de un
pueblo de la orilla noroccidental. Así que se adentró una corta distancia en el agua dentro de la
embarcación de Simón para que todos pudieran oir la palabra de Dios.
5:4–7. A petición de Jesús, Simón echó sus redes y encerraron gran cantidad de peces.
Aunque Simón, pescador experimentado, estaba seguro de que no capturaría nada a esa hora del
día en que los peces nadaban más hondo en el lago, obedeció la palabra de Jesús. Esto mostró
una importante cantidad de fe en el Señor. La pesca resultante fue tal, que su red se rompía, de
manera que llenaron la barca de Simón y otra más con los peces hasta que ambas barcas
comenzaron a hundirse.
5:8–11. El milagro de los peces produjo dos reacciones en Pedro y los otros. El temor
(thambos, “asombro”) se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él (v. 9; cf.
4:36) por la gran pesca, y Pedro reconoció su pecaminosidad delante de Jesús (5:8). Como
resultado, Jesús convirtió a aquellos pescadores en pescadores de hombres. La enseñanza de
Jesús, junto con sus hechos milagrosos, mostró que tenía autoridad para llamar a hombres y
hacer que respondieran dejándolo todo.

3. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD SANANDO MÁS ENFERMOS (5:12–26)


Las siguientes dos sanidades provocaron una confrontación con el liderazgo religioso
establecido, el primer conflicto de este tipo que Lucas relata. Ambas sanidades autenticaron lo
que afirmaba Jesús tocante a ser el Mesías (cf. 4:18–21).
a. Jesús sana a un leproso (5:12–16)
(Mt. 8:1–4; Mr. 1:40–45)
5:12–16. Jesús halló a un hombre lleno de lepra. Tal vez estaba en las etapas finales de la
enfermedad, hecho que era evidente al pueblo natal de aquel hombre. La ley (Lv. 13) ordenaba la
estricta exclusión de la comunidad de alguien que tuviera lepra, pues era un ejemplo gráfico de
inmundicia. Un leproso no podía adorar en el santuario central; se consideraba ceremonialmente
inmundo y, por tanto, quedaba completamente excluido de su comunidad.
Este leproso se dirigió a Jesús como Señor (kyrie) de la misma forma en que hizo Simón
(Lc. 5:8). Aunque el término a menudo se usaba como hoy se diría “señor”, parece que aquí tiene
un sentido más profundo. El leproso no tenía dudas en cuanto al poder que tenía Jesús para
sanarlo, pues dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Parece que su única duda era la disposición
que Jesús tuviera para hacerlo. Según la ley mosaica, un leproso no debía ser tocado por nadie
que estuviera ceremonialmente limpio. Cuando alguien así tocaba algo inmundo, el limpio se
hacía inmundo. Lucas, al describir las acciones de Jesús, dio a conocer que él era la fuente de
limpieza ceremonial. Y si lo fue para el leproso, también lo sería para toda la nación. Este tema
se continúa en la siguiente sanidad (vv. 17–26) y en el llamamiento de Leví (27–39). Al tocarlo
Jesús, al instante la lepra se fue de él. La prontitud de la sanidad hace recordar 4:35 y 4:39. Era
raro que alguien sanara de lepra. Las Escrituras sólo registran los casos de María (Nm. 12) y
Naamán (2 R. 5) como ejemplos de una sanidad semejante (cf. Moisés; Éx. 4:6–7). Así que era
completamente raro que alguien se presentara ante el sacerdote y ofreciera los sacrificios por su
purificación. En Levítico 14:1–32 se dan instrucciones para la ofrenda de purificación de la
lepra. Lucas 5:14 hace énfasis en la frase para testimonio a ellos. Que un hombre fuera al
sacerdote afirmando que había sido sanado de lepra, alertaría a los líderes religiosos de que algo
nuevo ocurría en Israel. ¿Por qué le mandó Jesús que no lo dijese a nadie? Tal vez por dos
razones: (a) El hombre debía ir inmediatamente al sacerdote para dar testimonio. (b) Cuando la
fama del poder sanador de Jesús se extendía, constantemente era asediado por la gente, lo cual
lo obligaba a apartarse (vv. 15–16).
b. Jesús sana y perdona a un paralítico (5:17–26)
(Mt. 9:1–8; Mr. 2:1–12)
5:17–26. La sanidad y perdón de un paralítico dio mayor evidencia de la autoridad y poder
de Jesús para hacer que otros quedaran ceremonialmente limpios. Lucas hizo la observación de
que varios oficiales religiosos estaban presentes en aquella ocasión, incluso algunos de
Jerusalén, quienes tal vez eran los más influyentes. Lucas no presentó esta sanidad como si
hubiera ocurrido inmediatamente después del evento que previamente había narrado. Es evidente
que puso los dos relatos lado a lado como una manera de desarrollar su argumento.
La declaración: El poder (dynamis, “capacidad espiritual”) del Señor estaba con él para
sanar, es peculiar de Lucas (cf. Mt. 9:1–8; Mr. 2:1–12). Este escritor usó el término dynamis en
varias ocasiones para describir las sanidades que realizaba Jesús (cf. Lc. 4:36; 6:19; 8:46).
Debido a estas obras, gran número de personas seguían a Jesús por todos lados. Por ello, un
grupo de hombres que traían … a un paralítico tuvieron que subirlo al tejado de la casa,
quitaron algunas de las tejas, y tras bajarlo, lo pusieron delante de Jesús. El Señor relacionó la
fe con el milagro (5:20), lo que también sucedió en 7:9; 8:25, 48, 50; 17:19; y 18:42.
Probablemente la fe de que Jesús habló (es decir, la fe de ellos) también incluía al paralítico
(5:20).
Sorpresivamente, Jesús no sanó al hombre de inmediato, sino que primero perdonó sus
pecados. Esto tiene muchísima importancia para el argumento de esta sección, pues lo que Lucas
puntualizó es que Jesús tenía la autoridad de llamar discípulos, incluso a los que (como Leví) no
se consideraban justos (vv. 27–39). De inmediato, los líderes religiosos comenzaron a pensar que
las palabras de Jesús eran blasfemias, ya que correctamente vincularon el perdón con Dios (cf.
7:49).
Jesús hizo ver que los líderes religiosos tenían toda la razón. La sanidad que a continuación
realizó en aquel hombre fue una prueba incontrovertible de que tenía potestad … para
perdonar pecados y, por tanto, debía ser aceptado como Dios. Cualquiera podría decir: Tus
pecados te son perdonados. En ese sentido, era más fácil que decir: Levántate y anda, pues si
no tenía el poder para sanar, todos se darían cuenta al instante. El efecto del perdón y la sanidad
fue que todos quedaron sobrecogidos de asombro (lit., “se llenaron de asombro”) y llenos de
temor (fobou, “miedo reverente”) al darse cuenta de que habían visto maravillas (paradoxa,
“cosas extraordinarias”).

4. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD LLAMANDO A UN COBRADOR DE IMPUESTOS (5:27–39)


(MT. 9:9–17; MR. 2:13–22)
5:27–39. El llamamiento de Leví fue la culminación de los dos milagros anteriores. (A Leví
se le llama Mateo en Mt. 9:9.) Jesús había demostrado que tenía autoridad para hacer que una
persona fuera ceremonialmente limpia y para perdonar pecados. Ahora estas dos autoridades se
ejercieron en alguien que llegaría a ser su discípulo.
Lucas no hace mención de las obligaciones que Leví tenía como publicano. Pero su puesto
lo alejaba de la comunidad religiosa de su época (cf. Lc. 5:29–31) ya que era considerado como
alguien que había traicionado a su nación por obtener ganancias materiales.
Los cobradores de impuestos recaudaban dinero de los judíos para darlo a los romanos
gentiles, para que éstos no tuvieran que trabajar (cf. 3:12–13). Aparentemente Leví era un
candidato muy improbable para ser discípulo de aquel que decía ser el Mesías. Jesús
simplemente dijo: Sígueme. Leví abandonó su forma de vida; lo dejó todo y siguió a Jesús. La
respuesta de Leví fue la misma que tuvieron los pescadores (5:11).
Lo que Lucas trataba de decir habría quedado claro aun si se hubiera detenido en el relato de
la decisión de Leví de seguir a Jesús. Pero, para reforzar bien el asunto, Lucas narró algunos
eventos que ocurrieron en el banquete que Leví, el nuevo seguidor, ofreció a Jesús. Seguramente
era rico, pues se preparó un gran banquete en su casa y muchos fueron invitados, incluso una
gran compañía de publicanos. El mismo grupo de líderes religiosos que había cuestionado
previamente la autoridad de Jesús (v. 21), criticó el que se relacionara con publicanos y
pecadores. No sólo se asociaba con gente que los fariseos rechazaban, sino que también comía y
bebía con ellos. Comer y beber con otros implica tener comunión y camaradería. Aunque los
líderes religiosos murmuraban contra los discípulos del Señor, Jesús respondió a sus
objeciones (vv. 31–32). Les hizo ver que su propósito no era llamar a justos, sino a pecadores
al arrepentimiento. Aquí Jesús no se preocupó en discutir quiénes eran los “justos”. Lo que
quería era hacer ver que su misión era para los que estaban necesitados de “arrepentimiento”, de
experimentar un cambio de corazón y de vida (cf. 3:7–14). Los fariseos no sentían la necesidad
de tal cambio. Puesto que el Señor había mostrado autoridad en las dos sanidades que
precedieron a este relato, se deduce que también podía cumplir su misión hacia los pecadores.
Lo expresado a Jesús en 5:33 provoca algunas dificultades. Si los fariseos y los líderes
religiosos aún estaban hablando, parece extraño que se refirieran a sus discípulos como los
discípulos de los fariseos. Es posible que esta enseñanza de Jesús venga de un contexto
diferente, pero que Lucas la incluyera aquí debido a que aclara el propósito de esta sección. La
acusación era que Jesús y sus discípulos se negaban a ayunar, a diferencia de los discípulos de
Juan y de los fariseos, quienes eran tenidos por gente justa. La respuesta de Jesús fue que la
nueva forma (la suya) y la vieja forma (la de Juan y los fariseos) simplemente no se mezclaban.
Para ello, dio tres ejemplos:
1. Los que están de bodas (cf. Jn. 3:29) no ayunan entre tanto que el esposo está con ellos,
pues es una ocasión para regocijarse. Ayunan después, cuando ya se ha ido.
2. Un pedazo de tela nuevo, sin encoger, no se pone en un vestido viejo, pues encogerá y la
rasgadura será peor.
3. El vino nuevo no se echa en odres viejos, porque al fermentarse romperá los odres viejos,
que han perdido su elasticidad, y tanto el vino como los odres se perderán.
En cada caso hay dos cosas que no se mezclan: un tiempo de alegrarse con un tiempo de
ayunar (vv. 34–35), un pedazo de tela nuevo con un vestido viejo (v. 36) y vino nuevo con odres
viejos (vv. 37–38). Jesús estaba haciendo ver que su forma y la de los fariseos simplemente no se
mezclaban. Los fariseos se negaban a probar esta nueva forma porque suponían que la suya era
mejor. Los fariseos y los líderes religiosos consideraban que la enseñanza de Jesús era como el
vino nuevo y no querían participar de él (v. 39).

5. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD SOBRE EL DÍA DE REPOSO (6:1–11)


En 6:1–11, Lucas registra dos incidentes que ocurrieron en día de reposo: “Un día de reposo”
(v.1) y “otro día de reposo” (v.6). Al poner juntos los relatos para formar una sección, Lucas
quiso mostrar que Jesús tenía autoridad sobre ese día.
a. Los discípulos recogen espigas en el día de reposo (6:1–5)
(Mt. 12:1–8; Mr. 2:23–28)
6:1–5. Los discípulos de Jesús arrancaban espigas y comían, restregándolas con las
manos. Dios había dicho que la gente podía arrancar espigas del campo de un vecino cuando lo
atravesaba (Dt. 23:25). Pero los fariseos, haciendo una interpretación estricta de la ley, sostenían
que restregar las espigas para comer el grano era lo mismo que trillar, lo que no era permitido
hacer en los días de reposo. Jesús respondió a esta objeción refiriéndose a 1 S. 21:1–9. En ese
relato, David se había aproximado a los sacerdotes de Nob y les había pedido pan. La única
comida disponible en ese momento eran los panes de la proposición que sólo … los sacerdotes
podían comer. Dieron los panes a David y él y los que estaban con él los comieron. El
paralelismo que Jesús hizo en su enseñanza es claro. Interesados en la sobreviviencia de David y
sus compañeros, los sacerdotes les permitieron actuar por encima de la ley y participar en la
bendición de los sacerdotes. Cristo y quienes lo acompañaban también estaban por encima de las
leyes hechas por los hombres que promulgaban los fariseos. No debe pasarse por alto otro
paralelismo implícito en la enseñanza de Jesús. David, como ungido de Dios, estaba siendo
perseguido por las fuerzas de una dinastía moribunda, la de Saúl. Jesús era el nuevo Ungido de
Dios que estaba siendo asediado por las fuerzas de una dinastía también moribunda (cf. Lc.
5:39). La conclusión final fue que Jesús es Señor … del día de reposo, es decir, que tiene
autoridad aun sobre los asuntos de la ley.
b. Jesús sana a un hombre en día de reposo (6:6–11)
(Mt. 12:9–14; Mr. 3:1–6)
6:6–11. Esta segunda controversia sobre el día de reposo (cf. la primera en los vv. 1–5)
parece haber sido provocada por los escribas y los fariseos. Cuando Jesús enseñaba en la
sinagoga, halló a un hombre que tenía seca la mano derecha. Los líderes religiosos
observaban a Jesús porque procuraban hallar de qué acusarle. Como ocurrió cuando se le
opusieron previamente, Jesús conocía los pensamientos de ellos (5:22) y aprovechó la ocasión
para mostrar que tenía autoridad sobre el día de reposo. Jesús … dijo: Os preguntaré una
cosa: ¿Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿salvar la vida, o quitarla? Con
esta pregunta mostró que rehusarse a hacer bien el día de reposo equivalía a hacer el mal. Si el
sufrimiento no se alivia, entonces se hace daño al que sufre.
Al extender el hombre su mano cuando lo ordenó Jesús, le fue restaurada. Jesús no realizó
“obra” alguna en el día de reposo, simplemente dijo unas pocas palabras y la mano fue
restaurada por completo. El Señor humilló a los líderes religiosos y a la vez sanó al hombre sin
siquiera quebrantar la ley de los fariseos. No es sorprendente que el liderazgo religioso
establecido se llenara de furor y buscara la manera de deshacerse de él.

6. JESÚS DEMUESTRA SU AUTORIDAD LLAMANDO A LOS DOCE (6:12–16)


(MT. 10:1–4; MR. 3:13–19)
6:12–16. Antes de que Jesús escogiera a los doce discípulos, … pasó una noche entera en
oración. Él tenía un número grande de discípulos y de ellos escogió a doce para tenerlos cerca. A
éstos los llamó específicamente apóstoles (apostolous) en lugar de discípulos (mathētas). Éstos
eran seguidores, pero los apóstoles eran a quienes enviaría como mensajeros con autoridad
delegada (cf. “apóstoles” en 9:10; 17:5; 22:14; 24:10).
En la lista que Lucas da de los doce (así como en las de Mateo y de Marcos) Pedro aparece
primero y Judas Iscariote al último. Bartolomé debe de ser Natanael (Jn. 1:45), Leví y Mateo
son la misma persona, y Tadeo (Mr. 3:18) es Judas hermano (hijo RVA; cf. BLA) de Jacobo.
Desde ese momento, ellos estaban deseosos de ser enviados como apóstoles, y permanecieron
con Jesús todo el tiempo.

C. El sermón de Jesús en la llanura (6:17–49)


(Mt. 5–7)
1. INTRODUCCIÓN AL SERMÓN (6:17–19)
6:17–19. El sermón presentado en los vv. 17–49 es una versión corta del Sermón del Monte
que aparece en Mateo 5–7. Ambos se dirigen a los discípulos, comienzan con las
bienaventuranzas, concluyen con las mismas parábolas, y tienen en general el mismo contenido.
Sin embargo, en Lucas se omiten las “partes judías” del sermón (es decir, la interpretación de
la ley). Esto encaja bien con el propósito de Lucas. El problema que hay en ver estos relatos
como provenientes del mismo sermón, es el lugar donde se dio. Mateo anotó que Jesús estaba en
un “monte” (Mt. 5:1), mientras que Lucas dice que Jesús estaba en un lugar llano (Lc. 6:17). La
secuencia de los eventos resuelve el problema con facilidad. Jesús subió “al monte” cercano a
Capernaum para orar toda la noche (v. 12). Llamó a doce discípulos para que fueran sus
apóstoles. Luego descendió a un lugar llano para hablar y sanar enfermedades (vv. 17–19). A
continuación, subió más arriba para alejarse de las multitudes y enseñar a sus discípulos (Mt.
5:1). Las multitudes (Mt. 7:28; Lc. 7:1) subieron al monte y oyeron su sermón, lo cual explica lo
que Jesús dijo al final de él (Mt. 7:24; Lc. 6:46–47).

2. BENDICIONES Y AYES (6:20–26)


Jesús inició su sermón con una serie de bendiciones y ayes. Estos aspectos se encuentran
organizados en dos series de cuatro: cuatro bendiciones y cuatro ayes paralelos.
a. Las bendiciones (6:20–23)
6:20–23. El término “bienaventurados” (makarioi) es común en los evangelios pues aparece
más de 30 veces. Todos los casos, menos dos, están en Mateo y Lucas. El uso que se da a la
palabra en el original griego, describe el estado gozoso de los dioses que estaban por encima de
los sufrimientos y faenas terrenales. Luego llegó a significar cualquier condición positiva que
una persona experimentara. A diferencia de los autores bíblicos, los griegos obtenían la felicidad
de los bienes y valores terrenales. En el A.T., los autores reconocieron que el individuo que es
realmente bienaventurado (o feliz) es el que confía en Dios, que espera por, y en él, que le teme y
ama (Dt. 33:29; Sal. 2:12; 32:1–2; 34:8; 40:4; 84:12; 112:1). Una bienaventuranza formal era el
reconocimiento de una condición dichosa delante de Dios y del hombre (Sal. 1:1; Pr. 14:21;
16:20; 29:18).
Las bienaventuranzas del N.T. tienen una gran fuerza emocional. A menudo contrastan el
falso concepto terrenal con el verdadero concepto celestial de alguien que es verdaderamente
bienaventurado (Mt. 5:3–6, 10; Lc. 11:28; Jn. 20:29; 1 P. 3:14; 4:14). Todos los bienes y valores
seculares están subordinados a un bien supremo, Dios mismo. Esto es totalmente contrario a
todos los valores humanos. Las bienaventuranzas muestran el presente a la luz del futuro (cf. Lc.
23:29).
Jesús habló de cuatro condiciones en las que la gente es bienaventurada o feliz cuando lo
sigue. Bienaventurados vosotros los pobres, … bienaventurados los que ahora tenéis
hambre, … bienaventurados los que ahora lloráis, y bienaventurados seréis cuando los
hombres os aborrezcan (6:20–22). En cada caso, se añade una cláusula que explica por qué tal
persona es bienaventurada o feliz. Un pobre es feliz porque el reino de Dios es suyo. Mateo
mencionó a “los pobres en espíritu” (Mt. 5:3), pero Lucas simplemente escribió “pobres”. Los
oyentes de Jesús eran físicamente pobres. Lucas ya había mencionado dos veces que los que
seguían a Jesús lo habían dejado todo (Lc. 5:11, 28).
La explicación que el Señor hizo de su inclusión en “el reino de Dios” se menciona debido a
que ellos seguían al que proclamaba su poder para implantar el reino. Arriesgaban todo lo que
tenían sobre la base de que Jesús decía la verdad. Seguían su nueva forma (5:37–39). Lo que
Jesús dijo no fue una promesa de que todo pobre tendría parte en el reino de Dios; más bien, sus
palabras fueron una declaración de esa realidad para sus seguidores. Ellos eran pobres y les
pertenecía el reino de Dios. Estaban mucho mejor siendo pobres y siguiendo a Jesús, que ricos
sin tener parte en su reino. Por eso, eran bienaventurados.
Las siguientes dos frases explicativas tienen un cumplimiento futuro. Los que tienen hambre
serán saciados, y los que lloran reirán. Los apóstoles, que tendrían hambre y llorarían por seguir
a Jesús, eventualmente serían vindicados por su fe en él.
La última bienaventuranza trata de la persecución por causa del Hijo del Hombre. Ésta
habría de ser lo normal para los apóstoles. Serían aborrecidos, apartados, vituperados y
desechados. Sin embargo, serían felices (“bienaventurados”), debido a su galardón … en los
cielos y porque seguían en las pisadas de los profetas (es decir, los que hablaban por Dios; cf.
6:26).
b. Los ayes (6:24–26)
6:24–26. En contraste con los discípulos que habían dejado todo para seguir a Jesús, estaba la
gente que se rehusaba a dejar cualquier cosa para seguirlo (cf. 18:18–30). Éstos eran los ricos,
los saciados, los que reían, que eran populares. No comprendían lo grave de la situación que los
confrontaba. Se rehusaron a seguir al que podía llevarlos al reino y, por consiguiente, Jesús
pronunció ayes sobre ellos. Estos ayes eran lo opuesto de los beneficios temporales. Y también
son contrarios a las bendiciones y recompensas de los seguidores de Jesús mencionadas en
6:20–23.

3. LA VERDADERA JUSTICIA (6:27–45)


a. La verdadera justicia se manifiesta por el amor (6:27–38)
6:27–38. Jesús mencionó siete aspectos del amor incondicional. Estas acciones, que no las
hace naturalmente el hombre, requieren de un poder sobrenatural, y son de esta manera, prueba
de la verdadera justicia.
(1) Amad a vuestros enemigos.
(2) Haced bien a los que os aborrecen.
(3) Bendecid a los que os maldicen.
(4) Orad por los que os calumnian.
(5) No toméis represalias (v. 29a).
(6) Dad con liberalidad (vv. 29b–30).
(7) Tratad a otros de la forma como queréis ser tratados (v. 31).
Esta clase de amor señala a quien lo tiene, como una persona diferente (vv. 32–34), e indica
que tiene las mismas características del Padre celestial (v. 35).
Seguidamente, Jesús enseñó a sus discípulos un principio fundamental: lo que se siembra, se
cosecha (vv. 36–38; cf. Gá. 6:7). Jesús bosquejó cinco áreas que prueban el tema de la siembra y
la cosecha, las cuales se mencionan frecuentemente en las Escrituras:
(1) La misericordia conduce a la misericordia (Lc. 6:36).
Los discípulos recibieron la exhortación de tener la misma actitud misericordiosa que Dios
les mostró.
(2) El juicio lleva al juicio (v. 37a).
(3) La condenación lleva a la condenación (v. 37b).
(4) El perdón produce perdón (v. 37c).
(5) Dar conduce a dar (v. 38).
Es un hecho de la vida que ciertas actitudes y acciones a menudo se revierten sobre el
individuo.
b. La verdadera justicia se hace manifiesta con las acciones (6:39–45)
6:39–45. Jesús explicó que una persona no puede esconder su actitud hacia la justicia. Es
obvio que si alguien es ciego llevará a otra persona a un hoyo (v. 39). Nadie puede esconder el
hecho de que es injusto, porque desvía a otros.
Jesús también hizo notar que una persona llega a ser como aquélla a quien imita (v. 40). Por
tanto, sus discípulos debían imitarlo. Uno debe librarse de cierto pecado antes de que pueda
ayudar a su hermano con su transgresión (vv. 41–42). Y a menudo, los pecados personales son
mayores que los que se critican en otras personas. El Señor los compara a una viga con una paja.
El aspecto que se quiere recalcar es que no se puede ayudar a otra persona a llegar a ser justa si
primero no se es justo. Tratar de hacerlo es ser hipócrita.
Jesús también hizo ver que lo que un hombre dice, eventualmente manifiesta qué clase de
hombre es (vv. 43–45). Tal como la gente sabe de qué clase es un árbol por el fruto que da, así
por lo que dice, se sabe si una persona es justa o no. En este caso, el fruto simboliza lo que se
dice no lo que se hace: De la abundancia del corazón habla la boca.

4. LA VERDADERA OBEDIENCIA (6:46–49)


6:46–49. Las expresiones externas no son tan importantes como la obediencia (v. 46). No es
suficiente llamar a Jesús Señor, Señor; un creyente debe hacer lo que él dice. Quien oye a Jesús
y actúa de acuerdo a ello, está seguro, es semejante … al hombre que edificó una casa …
sobre la roca (vv. 47–48). Pero quien oye y no actúa de acuerdo a ello, es semejante … al
hombre que edificó su casa … sin fundamento (v. 49). Al seguirlo, los discípulos hasta cierto
punto ya habían actuado de acuerdo a lo que Jesús había dicho. (Esta es la primera de las
parábolas que aparecen en el evangelio de Lucas. V. “Parábolas de Jesús” en el Apéndice, pág.
357).

D. Ministerio de Jesús en Capernaum y ciudades circunvecinas (caps. 7–8)


En esta sección hay una presentación alternada entre el ministerio que Jesús realizaba por
medio de señales milagrosas (que una vez más autenticaron que era el Mesías: 7:1–17; 36–50;
8:22–56) y sus enseñanzas (que tienen autoridad basadas en el mensaje que proclamaba 7:18–35;
8:1–21). Lucas hizo énfasis en la enseñanza de Jesús, la cual tiene autoridad debido a los
simbólicos eventos milagrosos que muestran que Jesús es el Mesías.

1. JESÚS MINISTRA EN MEDIO DE ENFERMEDAD Y MUERTE (7:1–17)


Como base para la fe en su autoridad divina (vv. 22–23), Lucas narró en este pasaje dos
milagros, el del siervo del centurión que es sanado y el de un joven que había muerto y que es
resucitado.
a. Sanidad del siervo de un centurión (7:1–10)
(Mt. 8:5–13; Jn. 4:43–54)
7:1–10. Después de su sermón (cap. 6), que fue dado fuera de la población, Jesús entró en
Capernaum, su ciudad adoptiva, donde realizó muchas de sus señales mesiánicas.
En el ejército romano un centurión comandaba una centuria, que a su vez era un grupo de
cien soldados. Este centurión de Capernaum, a diferencia de la mayoría de los soldados romanos,
se había ganado la aceptación y respeto del pueblo judío de Capernaum y sus alrededores, ya que
los amaba. El pasaje dice que les edificó una sinagoga (7:45). El siervo de este centurión …
estaba muy enfermo y a punto de morir (v. 2). El centurión tuvo fe en que Jesús sanaría a su
siervo. Tal vez la razón por la que envió a unos ancianos de los judíos para presentar su
petición, fue que dudaba que Jesús atendiera su solicitud por ser soldado romano. Mateo 8:5–13
presenta el mismo evento. Mateo no registra el aspecto de los mensajeros, sino que presenta el
relato como si el centurión mismo estuviera presente. Mateo expresó lo que el centurión quería
dar a entender cuando hizo notar que sus mensajeros cumplían sus órdenes como si él mismo lo
hiciera (Lc. 7:8).
El comandante se percató de que su petición era atrevida y que realmente no era digno de ver
a Jesús (v. 7). Jesús se maravilló (ethaumasen; cf. el comentario de 2:18) del centurión y dijo:
Ni aun en Israel he hallado tanta fe. A lo largo de los capítulos 7 y 8, se da mucha importancia
al concepto de la fe. Es vital creer quién es Jesús (es decir, el Mesías) y lo que dijo. Más adelante
en este evangelio, también se hace prominente el ejercicio de la fe por parte de los gentiles.
b. Resurrección del hijo de una viuda (7:11–17)
7:11–17. Lucas narró la resurrección del hijo de una viuda de modo que la conversación
resultante entre Jesús y los discípulos de Juan el Bautista (vv. 18–23) tuviera más fuerza.
Una gran multitud iba con Jesús cuando viajaba de Capernaum a Naín (v. 11). Este poblado
estaba a unos 40 kms. al suroeste de Capernaum. Mucha gente iba también con la procesión
fúnebre que llevaba el féretro de un joven, difunto, hijo único de su madre. La mujer se
encontraba ahora sola y aparentemente desprotegida, sin ningún pariente cercano que fuera
varón. La ayuda para las viudas es un tema importante tanto en el A.T como en el N.T., en
especial bajo el pacto, como lo expone Deuteronomio. Jesús se compadeció de ella y de
inmediato comenzó a consolarla. El verbo “se compadeció” es traducción del gr. esplanj̱nisthē,
verbo que se usa varias veces en los evangelios para referirse a lástima o condolencia. Está
relacionado con el sustantivo splanj̱na, “entrañas”, las cuales se consideraban el asiento de las
emociones. Este sustantivo se usa 10 veces (Lc. 1:78; 2 Co. 6:12; 7:15; Fil. 1:8; 2:1; Col. 3:12;
Flm. 7, 12, 20; 1 Jn. 3:17).
La mujer y los otros que iban en la procesión fúnebre han de haber tenido fe en Jesús, porque
cuando tocó el féretro … los que lo llevaban se detuvieron. A la orden de Jesús, se incorporó
el joven que previamente había muerto, y comenzó a hablar, prueba contundente de que estaba
realmente vivo. Por tanto, todos tuvieron miedo (fobos; cf. el comentario de 1:12), glorificaban
a Dios, pensaban que era un gran profeta (al igual que los profetas Elías y Eliseo) e hicieron la
observación de que Dios había visitado a su pueblo (cf. Is. 7:14), y se extendió la fama de él.

2. JESÚS ENSEÑA QUE SUS OBRAS AUTENTICAN SU MINISTERIO (7:18–35)


(MT. 11:2–19)
El propósito de Lucas al narrar los dos milagros previos (7:1–17) fue llevar la trama de su
relato a la conversación entre los discípulos de Juan y Jesús. Era importante que la gente creyera
en el Señor, en sus obras y palabras, pues ambas cosas mostraban que él es el Mesías.
a. Juan el Bautista pide que se le clarifique el ministerio de Jesús (7:18–23)
7:18–23. Este evento ocurrió mientras Juan estaba encarcelado (Mt. 11:2). El precursor había
tenido un ministerio fugaz, que no duró más de un año y esperaba que el Mesías estableciera el
reino de la forma en que él lo había anunciado. Pero repentinamente, Juan se halló en prisión a
punto de ser ajusticiado y el reino aún no había venido. Así que estaba preocupado tocante al
Mesías. Él conocía bien el A.T., y sabía de las obras que haría el Mesías, pero no veía que el
reino viniera. Envió a dos discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que había de venir, o
esperaremos a otro? Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús en la misma hora en que sanó
a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista.
Jesús, que estaba realizando milagros mesiánicos, les recordó a los discípulos de Juan el pasaje
de Is. 61:1–2, el cual había leído en Nazaret. Las obras milagrosas señalaban al hecho de que él
es el Mesías. Lo que quiso hacerles ver es que no debían hallar tropiezo (skandalisthē, lit., “ser
atrapado” y de allí, “dejarse engañar, alejándose de”) en él. Debían tener fe en su mensaje y
obras. Ni Mateo ni Lucas registran la reacción de Juan el Bautista después de que sus discípulos
volvieron a él.
b. Jesús condena a Israel por rechazar el ministerio de Juan y el suyo (7:24–35)
7:24–28. Jesús aprovechó la ocasión de la pregunta de los discípulos de Juan para enseñar al
pueblo lo referente al ministerio de su precursor y para encomiarlo. Hizo notar que no era una
persona sin convicciones, como una caña sacudida por el viento, ni que se había vestido
lujosamente. Por el contrario, la gente entendió correctamente que era un profeta. Jesús añadió
que era más que profeta ya que, como lo profetizó Malaquías en 3:1, era el precursor del
Mesías. En Mal. 3:1–2 se habla de dos mensajeros. Uno de ellos es el precursor, revelado aquí
como Juan el Bautista, y el otro es “el ángel del pacto” que purificará a su pueblo, es decir, el
Mesías mismo.
Jesús le rindió grandes honores a Juan al decir que nadie era mayor … que Juan. Pero el
más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Jesús no estaba declarando que Juan no era
parte del “reino de Dios”, pues había predicado el mismo mensaje de arrepentimiento para el
perdón de pecados que él. Jesús enseñaba que ser un gran profeta no es tan grande como ser
miembro del reino. También se implica el hecho de que los ciudadanos del reino tienen una clara
ventaja por encima de los profetas, quienes eran tenidos como grandes hombres de Dios en el
A.T. Los ciudadanos del reino estarán bajo el nuevo pacto y tendrán la ley de Dios escrita en sus
corazones (Jer. 31:31–34). Hasta la persona menos importante del reino tendrá mayor poder
espiritual que Juan el Bautista.
7:29–30. Lucas observó que había grandes desacuerdos en la opinión que tenía el pueblo que
escuchaba lo que Jesús decía. Los que “habían sido bautizados por Juan” (NVI; cf. HA), es decir,
quienes se habían arrepentido de sus pecados y habían sido bautizados para mostrar su
sinceridad, estaban de acuerdo con Jesús y justificaron a Dios, es decir, “reconocieron la justicia
de Dios” (BLA). Por el contrario, los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los
designios de Dios respecto de sí mismos. Al rehusarse a ser bautizados por Juan, evidenciaron
que no aceptaban su mensaje de arrepentimiento ni el reino. De esa manera, rechazaron el plan
de salvación que Dios tenía para ellos. El hecho irónico fue que los fariseos y los intérpretes de
la ley eran los que debían haber tenido un mejor conocimiento del ministerio del precursor (Juan)
y del Mesías (Jesús).
7:31–35. La interpolación editorial (vv. 29–30) que Lucas hace en la narración explica los
siguientes cinco vv. Puesto que los líderes religiosos estaban rechazando el mensaje de Juan y
Jesús, el Señor les dijo una parábola corta para explicar la forma en que lo trataban. Cuando
Jesús mencionó a los hombres (anthrōpous) de esta generación, no hablaba del pueblo (laos)
que se menciona en el v. 29 y que aceptó su mensaje. Más bien, los hombres de su parábola eran
los líderes religiosos del v. 30, los que habían rechazado a Juan y a Jesús. El Señor los describió
como muchachos caprichosos, que querían que otros respondieran a su música. No estaban
satisfechos ni con la conducta de Juan ni con la de Jesús. Juan les parecía demasiado
intransigente y Jesús muy tolerante (según definían ellos el término). Ningún extremo podía
hacer felices a los líderes religiosos. Jesús aplicó la parábola al afirmar que la sabiduría es
justificada por todos sus hijos. Los que seguían a Jesús y Juan eran prueba suficiente de que
sus enseñanzas eran correctas.

3. JESÚS MINISTRA A UNA MUJER PECADORA (7:36–50)


Este pasaje ilustra el principio que Jesús asentó en el v. 35. Un fariseo llamado Simón es
puesto en contraste con una mujer pecadora, la cual recibió perdón (v. 47) y salvación (v. 50).
7:36–38. Simón (v. 40), un fariseo, invitó a Jesús a que comiese con él, tal vez para ponerle
alguna trampa. Era costumbre en aquel tiempo que cuando se ofrecía una comida, el anfitrión
hiciera preparativos para lavar los pies de los invitados antes de tomar los alimentos. Debido a
que la mayoría de los caminos no estaban pavimentados, y el calzado usual eran las sandalias,
era normal que los pies de la gente se empolvaran o enlodaran. Como se hace notar más adelante
en el relato, Simón no proveyó la manera de que fueran lavados los pies de Jesús antes de la
comida (v. 44). Para las ocasiones especiales, se proveían reclinatorios o sofás para los invitados.
Una mujer llegó a la comida al saber que Jesús estaba a la mesa. Ella era pecadora,
probablemente una prostituta. Su vida era lo suficientemente conocida como para que el fariseo
la describiera como pecadora (v. 39). No estaba invitada a la comida, pero de alguna manera
entró con un frasco … con perfume. Su presencia no era de extrañar, pues cuando un rabí era
invitado a la casa de alguien, otros podían entrar y escuchar la conversación. Al ponerse la mujer
detrás de Jesús, sus lágrimas comenzaron a caer sobre los pies de él. Era una muestra natural de
respeto derramar aceite o perfume sobre la cabeza de alguien. Tal vez la mujer se sintió indigna
de ungir la cabeza de Jesús, así que ungió sus pies. Tal acción ha de haberle significado un gran
desembolso, ya que por lo visto no era rica. Y estando detrás de él a sus pies, llorando,
comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos. Constantemente
besaba sus pies (el vb. gr. katefilei está en imperf. y señala una acción pasada continua), una
muestra de sumo respeto, sumisión y afecto. Más adelante Jesús hizo notar que el anfitrión, por
el contrario, no había ungido su cabeza (v. 46) y ni siquiera le había dado agua para lavarse los
pies (v. 44) mientras que la mujer los ungía constantemente.
El pasaje no dice por qué estaba llorando ella. Quizá buscaba arrepentirse. O tal vez estaba
llorando de gozo por la oportunidad de estar cerca de quien ella obviamente consideraba el
Mesías.
7:39. El anfitrión pensó que era imposible que Jesús fuera profeta, pues si lo fuera, habría
sabido que la mujer era pecadora. Y, entonces, no le habría permitido tocarlo, pues quedaría
ceremonialmente inmundo.
7:40–43. Jesús, conociendo los pensamientos de Simón (cf. 5:22), enseñó por medio de una
parábola que alguien que recibe mucho perdón, ama más que una persona que recibe poco. En la
parábola, a un hombre se le perdonó una deuda 10 veces mayor que la de otro, quinientos
denarios en contraste con cincuenta denarios. Estas deudas eran enormes, pues un denario
equivalía al salario de un día. Cuando se le preguntó que cuál de ellos amaría más al acreedor
… Simón acertadamente respondió que aquel a quien se le perdonó la deuda mayor
naturalmente se vería más inclinado para mostrar mayor amor. En seguida, Jesús aplicó la
parábola a la mujer.
7:44–50. La mujer había recibido mucho perdón y, por tanto, amó mucho a Jesús. El Señor
no quiso dar a entender que el fariseo no tenía mucha necesidad de perdón. Lo que estaba
indicando era que una “pecadora” perdonada naturalmente tenía que amar y agradecer mucho a
quien la había perdonado. El trato que Simón dio a Jesús era demasiado diferente al de la mujer.
Ella demostraba que amaba a Jesús, pues se daba cuenta de que era pecadora y necesitaba su
perdón. Por el contrario, Simón se consideraba puro y justo y, por tanto, no necesitaba tratar a
Jesús de manera especial. De hecho, ni siquiera le dispensó la cortesía esperada en aquel tiempo:
Saludar a un varón con un beso en la mejilla, y ungir la cabeza del invitado con una pequeña
cantidad de aceite. Es evidente que dudaba que Jesús pudiera hacer algo por él, pues no lo
consideraba profeta (v. 39).
Sin embargo, la mujer no recibió perdón por su amor; más bien, ella amó porque recibió
perdón (vv. 47–48). Su fe le trajo salvación: Tu fe te ha salvado, vé en paz (cf. 8:48). Su fe hizo
que respondiera con amor. Los otros que estaban sentados a la mesa se preguntaban quién sería
Jesús, que perdonaba pecados (cf. 5:21). Aunque en este intercambio de palabras con Simón
Jesús nunca dijo explícitamente que era el Mesías, habló como lo hizo porque él es el Mesías.

4. JESÚS ENSEÑA TOCANTE A LAS VARIAS RESPUESTAS DE LOS HOMBRES A SU MINISTERIO


(8:1–21)
a. Un grupo cercano de seguidores que respondieron positivamente (8:1–3)
8:1–3. Así como la mujer respondió positivamente a Jesús en contraste con Simón el fariseo
(7:36–50), así otros reaccionaron en forma positiva al mensaje del reino que Jesús estaba
predicando. Sin embargo, algunos lo hicieron negativamente (8:4–15). Los creyentes incluían a
los doce y a varias mujeres que habían experimentado el poder sanador de Jesús, incluyendo a
María, que se llamaba Magdalena (es decir, María de Magdala de Galilea), de la que habían
salido siete demonios. El número siete se usa con frecuencia en las Escrituras para referirse a
algo que está completo. Aparentemente, María había estado totalmente poseída por los
demonios. Juana, que era la mujer de uno de los oficiales de Herodes, también se menciona, al
igual que Susana. Estas tres mujeres y otras muchas … servían de sus bienes a Jesús y a los
doce. Esto debe haberse visto como una situación escandalosa en aquel tiempo. Sin embargo,
como la mujer que había sido perdonada (7:36–50), a estas mujeres también se les había
perdonado mucho y por lo tanto, amaban mucho al Señor y estaban respondiendo positivamente
a su mensaje acerca del reino.
b. Las varias respuestas se ilustran con la parábola del sembrador (8:4–15)
(Mt. 13:1–23; Mr. 4:1–20)
8:4. Jesús dio esta parábola y su explicación para mostrar que es posible responder a la
palabra de Dios en varias formas. Lucas hizo la observación de que estaba juntándose una gran
multitud de muchos pueblos. Se supone que incluía a gente que respondería en las cuatro formas
que Jesús iba a exponer en la parábola, lo cual es una advertencia que hizo a sus oyentes en
cuanto a los obstáculos que enfrentarían.
8:5–8. Los labradores sembraban la semilla esparciéndola con la mano sobre la tierra arada.
La semilla de este sembrador cayó sobre cuatro clases de tierra. Parte de la semilla cayó junto
al camino y se la comieron las aves.
Otra parte cayó sobre la piedra (es decir, una capa delgada de tierra que cubría la piedra) y,
por tanto, se secó (v. 6).
Otra parte cayó sobre tierra en la que también había espinos y, por tanto, la ahogaron (v.
7).
Y otra parte cayó en buena tierra y nació y llevó buen fruto (v. 8).
Jesús concluyó su parábola diciendo a gran voz: El que tiene oídos para oir, oiga. La
expresión decía a gran voz denota que Jesús quería hacer hincapié en su corto discurso. Al decir
sus parábolas, usó en varias ocasiones la misma expresión: “El que tiene oídos para oir, oiga”
(Mt. 11:15; 13:9, 43; Mr. 4:9, 23; Lc. 8:8; 14:35). Esta frase describe el hecho de que la gente
espiritual puede discernir el sentido real que propone la parábola, lo cual implica que la gente no
espiritual no entenderá más que el sentido aparente de la misma.
8:9–10. Los discípulos de Jesús le habían preguntado qué significaba la parábola. Pero antes
de decirles su significado, explicó por qué usaba la forma parabólica de enseñanza. La gente que
tenía discernimiento espiritual, es decir, que lo seguía y reconocía su mensaje como verdadero
(como los de 7:36–8:3), podría conocer los misterios del reino de Dios. Pero los otros, los que
no aceptaran el mensaje de Jesús sobre el reino, no entenderían la parábola (cf. 1 Co. 2:14). En
apoyo de esto, Jesús citó Isaías 6:9 donde dice que el pueblo oía lo que decía el profeta, pero no
lo entendía. Que Jesús hablara por parábolas fue realmente un acto de gracia hacia sus
escuchas. Si rehusaban reconocerlo como Mesías, su juicio sería menos severo que si hubieran
comprendido más (cf. Lc. 10:13–15).
8:11–15. Jesús explicó la parábola a sus discípulos. La semilla es la palabra de Dios. Lo
que predicaba la Palabra Viviente, Jesús, era el mismo mensaje que había proclamado Juan el
Bautista. La responsabilidad de la gente era aceptar el mensaje que proclamaban tanto Jesús
como Juan.
Las cuatro clases de tierra representan a cuatro tipos de personas que reciben el mismo
mensaje. El primer grupo se compone de los que oyen pero no creen en lo absoluto debido a la
obra del diablo (v. 12).
El segundo está formado por los que oyen y se gozan, pero no se adhieren a la verdad del
mensaje pues no tienen raíces (v. 13). El hecho de que creen por algún tiempo pero se
apartan, significa que sólo aceptan los hechos de la palabra de Dios con la mente y luego la
rechazan cuando se les hace difícil vivir por ella. No significa que pierden su salvación, pues al
no tenerla, tampoco pueden perderla.
El tercer grupo son los que oyen, pero nunca llegan a la madurez (v. 14). Éstos quizá sean los
que están interesados en el mensaje de Jesús, pero no lo pueden aceptar debido a su interés en las
cosas materiales, los afanes y las riquezas y los placeres de la vida.
El cuarto grupo se compone de los que oyen, retienen la palabra … y dan fruto (v. 15), es
decir, fruto espiritual, evidencia de una vida transformada. Su corazón ha sido cambiado pues es
bueno y recto.
A medida que avanzaba el ministerio de Jesús, se hacía evidente que enfrentaba a cada uno
de estos grupos: (1) Los fariseos y los líderes religiosos se negaron a creer. (2) Algunos se
concentraron a su alrededor debido a sus milagros de sanidad y alimentación, pero se negaban a
recibir su mensaje (e.g., Jn. 6:66). (3) Otros, como el hombre principal rico (Lc. 18:18–30),
estaban interesados en Jesús, pero no lo aceptaban por la fuerte atracción que ejercía sobre ellos
el materialismo. (4) Otros lo siguieron y se entregaron a su palabra a pesar del costo que exigía
(e.g., 8:1–3).
c. La necesidad de responder positivamente a la enseñanza de Jesús (8:16–18)
(Mr. 4:21–25)
8:16–18. Esta corta parábola es una extensión lógica de la del sembrador. El énfasis una vez
más está en oir (v. 18). Si uno entiende la palabra de Dios, su vida debe reflejar esa comprensión
(cf. v. 15). Así como no se enciende una luz para esconderla (cf. 11:33–36), a nadie se le dan
“los misterios del reino de Dios” (8:10) para que los mantenga en secreto. Los discípulos debían
dar a conocer lo que Jesús les enseñaba. La gente que lo seguía debía poner atención (v. 18) en
cómo oía. Si oía y respondía con fe genuina (cf. v. 15), recibiría más verdad. Si no recibía lo que
había oído, la perdería.
d. La respuesta de la familia terrenal de Jesús (8:19–21)
(Mt. 12:46–50; Mr 3:31–35)
8:19–21. La consecuencia lógica de la enseñanza anterior (vv. 1–18) es que una persona que
entiende (y, por lo tanto, pone en práctica) las cosas que Jesús dijo, está en una adecuada relación
con él. Su madre y sus hermanos vinieron a él. Éstos eran sin duda hijos de María y José, los
cuales habían nacido después de Jesús. José no sostuvo relaciones sexuales con María sino hasta
después del nacimiento de Jesús (Mt. 1:25). Esto implica que después del nacimiento del Señor,
María y José mantuvieron relaciones conyugales normales y que tuvieron varios hijos. Así que
estos “hermanos” eran los medio hermanos de Jesús.
Se le informó a Jesús que unos parientes sanguíneos querían verlo (Lc. 8:20). En su
respuesta, Jesús no negó su relación con su familia. Más bien, afirmó positivamente que su
vínculo con los que oyen la palabra de Dios, y la hacen, es como una relación familiar.
Adicionalmente, las observaciones de Jesús muestran que el evangelio no se limita a un pueblo,
el de los judíos, sino que es para todos los que creen, incluso los gentiles. Una vez más, la
importancia de oir la palabra de Dios es central. Sin embargo, esta vez la exhortación es en el
sentido de que la palabra debe “hacerse”. Santiago, el medio hermano de Jesús, ha de haber
aprendido bien la lección, pues escribió acerca de la necesidad de obedecer la palabra y no
limitarnos sólo a escucharla (Stg. 1:22–23).

5. JESÚS MINISTRA A TRAVÉS DE UNA SERIE DE MILAGROS (8:22–56)


Lucas narró previamente algunos eventos que autenticaron la autoridad de Jesús (4:31–6:16).
Aquí una vez más se necesitaba de autenticación. Jesús había enseñado que debían escuchar
cuidadosamente lo que decía y practicarlo. En este pasaje, confirma su dicho de una manera que
sólo el Mesías podía hacerlo. Jesús mostró su poder sobre tres aspectos del mundo creado: El
reino natural (8:22–25), el reino demoniaco (vv. 26–39) y la enfermedad y la muerte (vv. 40–56).
a. El poder de Jesús sobre el reino natural (8:22–25)
(Mt. 8:23–27; Mr. 4:35–41)
8:22–25. Mientras Jesús y sus discípulos navegaban por el mar de Galilea hacia un lugar
menos habitado, se levantó una tempestad que hizo que la barca se anegara y estuvieran en
peligro. Las tempestades repentinas hacían que el lago se agitara furiosamente. Jesús estaba
dormido, así que los discípulos le despertaron, pues tenían miedo de ahogarse. Jesús reprendió
la tempestad, y los regañó por su temor y falta de fe en él, que les había dicho que cruzarían al
otro lado del lago (v. 22). Esta era una excelente oportunidad para que ellos actuaran de acuerdo
a la palabra de Dios que Jesús venía enseñando (vv. 1–21). Cuando el Señor reprendió la
tempestad, el lago se calmó de inmediato (lo que normalmente no ocurre después de una
tormenta). Los discípulos estaban atemorizados y se maravillaban (cf. vv. 35, 37).
b. El poder de Jesús sobre el reino demoniaco (8:26–39)
(Mt. 8:28–34; Mr. 5:1–20)
8:26. Mientras Mateo escribió que Jesús encontró a dos endemoniados (Mt. 8:28–34), Lucas
sólo menciona a uno de los dos. Hay cierta confusión en cuanto al lugar donde ocurrió el
milagro. ¿Qué se quiere dar a entender por la tierra de los gadarenos? (“gerasenos” en las NVI;
HA) Aparentemente esta región recibió su nombre por el pequeño pueblo de Gersa (ahora
llamadas ruinas de Kersa) que se encontraba al oriente del mar, en la ribera opuesta a Galilea.
Mateo mencionó “la tierra de los gadarenos” (Mt. 8:28; cf. RVR60), que recibió su nombre por
el pueblo de Gadara, que se encontraba a unos 10 kms. al sureste del mar de Galilea. Tal vez el
territorio que rodeaba a Gersa pertenecía a la ciudad de Gadara (cf. los comentarios en Mr. 5:1).
8:27–29. Cuando Jesús llegó a tierra, vino a su encuentro un hombre que estaba
endemoniado. La forma de vida de ese hombre mostraba que estaba totalmente bajo el control
del demonio. No participaba de actividades comunes (v. 27), y con frecuencia era forzado por el
demonio a ir a los desiertos (v. 29). Como la mayoría de los endemoniados que se mencionan
en los evangelios, el hombre gritaba a gran voz. El demonio reconoció al Señor, pues lo llamó
Jesús, Hijo del Dios Altísimo. Las palabras: No me atormentes, indican que el demonio
reconocía que el Señor tenía control sobre él a pesar de que los hombres no pudieran dominarlo
(v. 29).
8:30–33. Como respuesta a Jesús, el demonio dijo que se llamaba Legión, término latino que
hace referencia a un grupo de unos 6,000 soldados romanos. El significado de esto es que en el
hombre moraba un gran número de demonios, mismos que pidieron a Jesús que no los
atormentara (Mt. 8:29 añade “antes de tiempo”), y le pedían que no los mandase … al abismo,
el cual se pensaba era el lugar de los muertos. El abismo también era tenido como un “lugar
acuoso”, lo que hizo del desenlace de este encuentro algo completamente irónico y asombroso.
De acuerdo a la petición de los demonios, Jesús los dejó entrar en un hato de muchos cerdos
que estaba cerca, el cual de inmediato se precipitó por un despeñadero al lago, y se ahogó. Así
que Jesús les concedió no ser enviados al abismo, pero de todas formas fueron lanzados a un
lugar acuoso.
8:34–37. El efecto del milagro sobre la gente de la región es que sintieron temor (vv. 35, 37;
cf. 7:16; 8:25). Éste fue suficiente como para que le pidieran a Jesús que se marchase.
8:38–39. A diferencia de aquella gente, el hombre que antes había estado endemoniado,
después de recibir la orden de Jesús de divulgar las nuevas de lo que le había ocurrido, de
inmediato procedió a hacerlo. Este fue el primer testimonio acerca de Jesús que se registró en
una región gentil.
c. El poder de Jesús sobre la enfermedad y la muerte (8:40–56)
(Mt. 9:18–26; Mr. 5:21–43)
Esta sección (caps. 7–8) comienza con el ministerio de Jesús a la gente que sufría
enfermedades y que estaba amenazada de muerte (7:1–17) y concluye con el mismo tema. Sin
embargo, las sanidades descritas en 8:40–56 llevan la sección a un interesante clímax, debido al
rico simbolismo relativo al poder de Jesús que limpiaba a la gente mientras que él quedaba sin
contaminarse según el ceremonial.
8:40–42. Jairo, que era principal de la sinagoga, vino implorando a Jesús por la vida de su
hija única, quien se estaba muriendo. El hecho de que un principal de la sinagoga viniera a
Jesús mostraba que la gente comenzaba a reconocer quién era; que en verdad era el Mesías. El
principal de una sinagoga era el encargado de los servicios de ella y responsable del
mantenimiento y limpieza del edificio. Otros principales de las sinagoga que aparecen
mencionados en el N.T. son Crispo (Hch. 18:8) y Sóstenes (Hch. 18:17).
8:43–48. Lucas interrumpe la historia de Jairo por un momento para relatar lo que ocurrió
cuando se dirigían a sanar a la hija de Jairo. Dice que una mujer de la multitud padecía de flujo
de sangre desde hacía doce años. Es interesante que la hija de Jairo tuviera como doce años, y
la enfermedad de esta mujer hubiera durado el mismo tiempo. La hemorragia hacía que la mujer
se considerara ceremonialmente inmunda (Lv. 15:25–30), y cualquiera que la tocara también lo
estaría. En contraste con el hecho de que por ninguno había podido ser curada, está el hecho
de que cuando ella tocó … el manto de Jesús, al instante se detuvo el flujo de su sangre. La
pregunta de Jesús: ¿Quién es el que me ha tocado?, no implica que él ignorara lo que había
sucedido. Más bien, quería que la mujer se identificara y expresara abiertamente la fe que la
había impulsado a tocarlo. La fe de la mujer se hizo pública cuando se postró a sus pies. (Esto
trae a la mente a otra mujer que expresó su fe a los pies de Jesús [Lc. 7:36–50].) La fe de la
mujer la había “sanado” (8:48; BLA; NVI), fe en que Jesús podía hacerla ceremonialmente
limpia y, por tanto, en que él era realmente el Mesías. Jesús le dijo: Vé en paz, tal como había
dicho hacía poco a la mujer pecadora (7:50).
8:49–56. La historia ahora vuelve a Jairo. Jesús acababa de ser tocado por alguien que era
considerado ceremonialmente inmundo. A pesar de que a Jairo se le había informado que su hija
había muerto, él tuvo fe en que sería resucitada (v. 50). Su confianza se expresa en parte por el
hecho de que permitió a Jesús ir a su casa a pesar de que había tocado a una mujer inmunda.
Después de que Jesús resucitó a la hija de Jairo, se le dio de comer a la niña para comprobar
que había sido restaurada a una salud normal, y no a una larga convalecencia (cf. una situación
similar con la suegra de Pedro; 4:39). En este caso, los padres estaban atónitos (exestēsan,
“fuera de sí con asombro”; cf. 2:47), pero no tenían miedo. La orden de Jesús de que a nadie
dijesen del milagro, ha de haber surgido de su deseo de no ser proclamado en forma abierta
como Mesíashasta que lo hicieran formalmente en Jerusalén.

E. La enseñanza de Jesús a sus discípulos (9:1–50)


La sección que Lucas registra acerca del ministerio de Jesús en Galilea concluye con varios
eventos importantes que el Señor aprovechó para enseñar a sus discípulos. Sin embargo, para
Lucas los eventos de este capítulo, aunque importantes, no son lo esencial de su relato. El viaje
de Jesús hacia Jerusalén es para este autor el punto crucial de su ministerio. Los acontecimientos
que se narran en este capítulo forman el clímax de esta porción del ministerio de Jesús
(4:14–9:50) y son un puente con su viaje a Jerusalén que comienza en 9:51.

1. MISIÓN DE LOS DOCE (9:1–6)


(MT. 10:5–15; MR. 6:7–13)
9:1–6. Jesús dio a sus doce discípulos dos encargos que debían cumplir en la misión a que
los envió. Debían predicar el reino de Dios, y … sanar a los enfermos. Podrían llevar a cabo
esa comisión porque Jesús les dio poder (dynamin, “capacidad espiritual”; cf. 4:14, 36; 5:17;
6:19; 8:46) y autoridad (exousian, “el derecho de ejercer poder”) sobre el reino demoniaco y el
físico de las enfermedades. Jesús acababa de mostrar su dominio sobre estos dos reinos
(8:26–56).
El ministerio de sanidad que ellos iban a realizar habría de autenticar su predicación. El
hecho de que los doce sanaran a los enfermos con la autoridad y poder de Jesús, mostraba que
era el Mesías y que era capaz de implantar su reino. Por tanto, era necesario que la gente creyera
a los doce. La gente daría evidencia de su fe en ellos y también en el Mesías por medio de la
hospitalidad que brindaran a los hombres que estaban ministrando con la autoridad de Jesús.
Esto ayuda a explicar las instrucciones bastante extrañas que Jesús les dio (9:3–5) con
respecto al método que debían usar para realizar su encomienda. La misión no habría de ser
larga, sino que debían volver para reportarse a Jesús (v. 10).
¿Por qué no debían llevar provisiones ni dinero? Ésto se debía a la brevedad de su misión y
también a que la reacción de la gente hacia ellos indicaría si aceptaba o no lo que decía Jesús
tocante a ser el Mesías. Quienes creyeran el mensaje y las sanidades mesiánicas, estarían felices
de poder compartir sus bienes con los doce, pero los que no, serían juzgados (vv. 4–5). Si una
ciudad rechazaba a los doce, éstos debían sacudir el polvo que se adhiriera a sus pies. Era
costumbre que cuando los judíos volvían a casa provenientes de un país gentil, se sacudían los
pies, dando a entender que rompían cualquier vínculo con los extranjeros. De la misma forma,
los doce darían a entender que ciertos judíos no oían ni creían como hacían los gentiles. Jesús
estaba dando a toda esa región la oportunidad de creer en su mensaje y misión. Lucas dice que
los doce pasaban … por todas partes, probablemente refiriéndose a todas partes de la región de
Galilea, no a toda la nación.

2. HERODES INQUIERE ACERCA DE JESÚS (9:7–9)


(MT. 14:1–2; MR. 6:14–29)
9:7–9. A medida que los doce iban por las aldeas y pueblos, su ministerio atrajo mucha
atención. Aun Herodes, que era responsable de la región de Galilea por ser el tetrarca (cf. 3:1),
oyó de su obra pero no la comprendía. El gobernante, que aparentemente no creía en la
resurrección, sabía que Jesús no podía ser Juan el Bautista, pues él lo había mandado matar con
anterioridad. Otros decían que quizá era Elías, u otro de los profetas del A.T. que había
resucitado de los muertos. Parece que lo que Lucas quería hacer ver con este relato es que todos,
aun en los niveles más altos del gobierno, comentaban acerca del ministerio de Jesús y los doce.

3. JESÚS ALIMENTA A CINCO MIL PERSONAS (9:10–17)


(MT. 14:13–21; MR. 6:30–44; JN. 6:1–14)
La alimentación de los cinco mil es el único milagro de Jesús que se narra en los cuatro
evangelios. De muchas maneras, es el clímax del ministerio de milagros de Jesús y tuvo el
propósito de despertar la fe en los discípulos del Señor.
9:10–11. Lucas nombra aquí a los doce como apóstoles (apostoloi) aunque Jesús los había
llamado así previamente (6:13). Se supone que los apóstoles volvieron a la casa que servía de
base a Jesús en Capernaum. Él, tomándolos, se fue a Betsaida, al otro lado del río Jordán, al
noreste del mar de Galilea. (Sin embargo, otros dicen que Betsaida era un pueblo conocido ahora
como Tabga, que estaba al suroeste de Capernaum.) Como siempre, la gente … le siguió. Jesús
continuó predicando el mensaje del reino de Dios. Había enviado a los doce a predicar, y
sanaba a los que necesitaban ser curados. El milagro que sigue mostró en forma por demás
dramática que Jesús es el Mesías y que es capaz de proveer a todas las necesidades de su pueblo.
Herodes había planteado la interrogante de quién era Jesús (9:7–9). Más adelante, Jesús mismo
hizo la misma pregunta a sus discípulos (vv. 18–20). La alimentación de los cinco mil (vv.
10–17) convenció definitivamente a sus seguidores de que Jesús realmente es el Mesías.
9:12–17. Aparentemente, la gente que se había reunido no era de la localidad, pues los
discípulos querían que Jesús despidiera a la gente para que … se buscara alojamiento y
alimentos. Esto no habría sido necesario si hubieran vivido cerca y pudieran regresar a sus
hogares. Cuando Jesús dijo a los discípulos: Dadles de comer, les quiso mostrar que era
humanamente imposible satisfacer a la multitud. Los discípulos admitieron esto e hicieron ver
que tendrían que comprar alimentos si tenían que darles de comer. Dijeron que sólo había cinco
panes y dos pescados, obviamente insuficientes para tal cantidad de personas. Los cinco mil
hombres (andres, “varones”) son sin duda un número redondo, y no incluye a las mujeres y
niños que estaban presentes (Mt. 14:21). Si estos hubieran sido contados, el número total quizá
habría sido mayor de diez mil.
Después de hacerlos sentar en grupos de cincuenta, para facilitar la distribución de los
alimentos, Jesús dio gracias a Dios el Padre y repartió los peces y los panes, usando a los
discípulos para servir. Doce cestas de pedazos se recogieron al final de la comida, tal vez
proveyendo de esta forma una cesta de comida para que comiera cada discípulo. La palabra que
se usa para “cestas” (kofinoi) era considerada como típica del comercio judío. Las siete canastas
de la alimentación de los cuatro mil (Mr. 8:8) son de una clase diferente. Por medio de este acto
de provisión, Jesús había mostrado que era capaz de satisfacer las necesidades físicas de la
nación de Israel. Él podía proveer de prosperidad al pueblo si éste creyera en su mensaje. Este
milagro hace recordar a Eliseo, cuando habló la palabra del Señor y una pequeña cantidad de
comida alimentó a mucha gente, quedando algunos sobrantes (2 R. 4:42–44).

4. JESÚS ENSEÑA ACERCA DE SU IDENTIDAD Y MISIÓN (9:18–27)


(MT. 16:13–28; MR. 8:27–9:1)
Por vez primera en esta sección, Jesús enseñó a sus discípulos acerca de su misión final, el
hecho de que tenía que morir.
9:18–21. En esta ocasión, que Marcos cita diciendo que ocurrió cuando iban hacia el norte, a
Cesarea de Filipo (Mr. 8:27), Jesús les preguntó quién decía la gente que era él (cf. Lc. 9:7–9).
Jesús estaba especialmente interesado en saber quién pensaban los discípulos que era él. Pedro,
respondiendo por todo el grupo, afirmó que él era el Cristo (es decir, el Mesías) de Dios.
Aunque ya había pasado algún tiempo desde el incidente de los panes y los pescados, la
implicación de lo que Lucas dice parece indicar que lo que convenció a los discípulos de su
identidad como Mesías fue la suficiencia de Jesús en aquella ocasión. El Señor no quería que
otros supieran esto (v. 21) porque no era todavía tiempo de que públicamente se diera a conocer
como Mesías. La proclamación pública vendría un tiempo más adelante, y de eso es de lo que
Jesús habló a continuación.
9:22–27. El tema de estos vv. es la muerte, la de Jesús y la de sus seguidores. El Señor hizo
notar que los líderes judíos tendrían un papel importante en su muerte (v. 22). También dio su
primera indicación de que resucitaría (v. 22). Luego, habló sobre la muerte de sus seguidores.
Ellos deberían tener la misma actitud hacia la vida y la muerte que él tenía. Cada uno debía
negarse a sí mismo, es decir, no pensar en su propio bien, sino tomar su cruz cada día, es decir,
admitir que tenía razón aquél por quien llevaban la cruz (V. el comentario de 14:27). Debían
seguirlo aun hasta la muerte.
Lo que Jesús dijo en esta situación debe entenderse en su contexto histórico. No mucho
antes, los discípulos habían estado activamente ocupados en hablar a la nación acerca del Mesías
y su programa del reino. Sin duda, muchos pensaron que ellos estaban desperdiciando su vida.
Habían dejado su fuente de ingresos y estaban en peligro debido a que se habían asociado con
Jesús. Él les aseguró que hacían lo correcto y que habían escogido los valores apropiados
(9:24–25). La gente debía responder con fe e identificarse con su programa del reino (v. 4).
Quienes no lo hicieran, serían rechazados (v. 5). De la misma manera, Jesús hizo notar que si
alguien se avergonzare de él (es decir, no se identificara con él o no creyera en él) y de sus
palabras (es decir, de su mensaje), de éste se avergonzará el Hijo del Hombre en el futuro.
Era vital que la gente de aquella generación estuviera con Jesús y sus discípulos para escapar del
juicio futuro. Ese juicio ocurrirá cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos
ángeles (cf. 2 Ts. 1:7–10).
Jesús agregó: Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que
vean el reino de Dios. A lo largo de los siglos se han sugerido muchos puntos de vista en cuanto
a esta declaración. Los más comunes son éstos: (1) Que Jesús hablaba del inicio de las misiones
cristianas durante Pentecostés. Seguramente la mayoría de los apóstoles vieron las actividades de
ese día, pues sólo Judas había muerto para entonces. Sin embargo, identificar Pentecostés con el
reino es contrario a muchas enseñanzas del A.T. que hablan de éste. (2) Que Jesús se refería a la
destrucción de Jerusalén. No obstante, es difícil ver de qué manera eso simbolizaría al reino de
Dios. (3) Que Jesús quería dar a entender que los discípulos no morirían con él, sino que
continuarían difundiendo el evangelio después de su muerte. Pero es difícil ver cómo esto se
relacionaría con el reino a la luz del A.T., con el cual estaban familiarizados los discípulos. (4)
Que Jesús aludía a los tres apóstoles que lo acompañarían al monte de la transfiguración. Ésta
fue un anticipo de las glorias del reino y parece ser el mejor punto de vista, porque Lucas unió
esta enseñanza (Lc. 9:27) con el relato de la transfiguración (vv. 28–36).

5. JESÚS SE TRANSFIGURA DELANTE DE TRES DISCÍPULOS (9:28–36)


(MT. 17:1–8; MR. 9:2–8)
9:28–31. Como ocho días después, Jesús tomó a tres de sus apóstoles y subió al monte a
orar. Pero Marcos escribió que este suceso ocurrió después de seis días (Mr. 9:2). Los dos
relatos no son contradictorios si se entiende que Marcos estaba hablando de los días intermedios,
y que Lucas estaba incluyendo tanto el día en que Jesús enseñó como el día en que sucedió la
transfiguración. Ésta quizá haya ocurrido en el monte Hermón, cerca de Cesarea de Filipo (cf.
Mr. 8:27), aunque algunos dicen que fue en el monte Tabor. En la transfiguración ocurrieron tres
eventos:
1. El rostro de Jesús y su vestido se pusieron blancos y resplandecientes. De inmediato,
esto ha de haber hecho recordar a los que estaban presentes el rostro de Moisés, que resplandecía
como una gran luz cuando recibió las tablas de la ley en el monte Sinaí (Éx. 34:29–35).
2. Moisés y Elías aparecieron y hablaban con Jesús. Los cuerpos de Moisés y Elías nunca
fueron hallados. Dios enterró el cuerpo de Moisés (Dt. 34:5–6), y Elías no murió, sino que fue
levantado al cielo (2 R. 2:11–12, 15–18). Estos dos hombres representan el principio y el final de
Israel, pues Moisés, como dador de la ley, fundó la nación, y Elías ha de volver antes del día
grande y terrible del Señor (Mal. 4:5–6).
3. Moisés y Elías hablaban de su partida (exodon, “salida”), que iba Jesús a cumplir en
Jerusalén. La palabra “partida” se refería a la salida que Jesús haría de este mundo a través de la
cual traería la salvación, parecida a como Jehová había traído liberación a Israel en el Éxodo
(salida) de Egipto. Esta partida habría de cumplirse en Jerusalén. A partir de ese momento, Jesús
empezó a mencionar que se encaminaba hacia esa ciudad (Lc. 9:51, 53; 13:33; 17:11; 18:31). El
Señor no quería que sus milagros se divulgaran ampliamente en ese momento, pues el
cumplimiento tenía que ser en Jerusalén. Esto fue confirmado por lo que dijeron Elías y Moisés.
9:32–33. Tres discípulos acompañaban a Jesús. Este número recuerda a los tres
acompañantes de Moisés: Aarón, Nadab y Abiú, que vieron a Dios (Éx. 24:9–11). Al inicio de la
transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan estaban rendidos de sueño. Más adelante estos tres y los
demás se durmieron mientras Jesús oraba en el huerto (Lc. 22:45). Cuando los discípulos se
despertaron, quedaron anonadados ante la gloria que vieron. Se percataron de que estaban
presenciando una escena del reino, lo que dio a Pedro la idea de que hicieran tres enramadas.
Pedro quizá haya estado pensando en la fiesta de los tabernáculos, fiesta de la cosecha que por
mucho tiempo estuvo asociada con el reino venidero (cf. Zac. 14:16–21); parece haber pensado
que el reino había llegado por fin.
Lucas, a manera editorial, insertó el comentario de que Pedro no sabía lo que decía. La idea
de esto no es que Pedro no hubiera comprendido la importancia de esta escena del reino, él
estaba en lo correcto. El problema es que había olvidado la predicción de Jesús de que primero
tendría que sufrir a manos de sus enemigos (Lc. 9:23–24).
9:34–36. Mientras Pedro decía esto … una nube … los cubrió. Gramaticalmente, el
término “los” se podría referir a los tres discípulos o a las seis personas (Jesús, Moisés, Elías y
los tres discípulos). Más probablemente se refiere a Jesús y los visitantes celestiales, siendo los
discípulos los que tuvieron temor. Con frecuencia, una nube era símbolo de la presencia de
Dios (Éx. 13:21–22; 40:38). Tal vez los discípulos pensaron que Jesús estaba siendo quitado de
ellos, y que nunca volverían a verlo.
Como ocurrió durante el bautismo de Jesús (Lc. 3:22), también aquí una voz habló a quienes
presenciaban el evento: Este es mi Hijo amado; a él oíd. Quienes estuvieran familiarizados con
el A.T. como lo estaban los discípulos, sin duda reconocerían de inmediato la referencia que se
hace en las palabras “a él oíd” a Deuteronomio 18:15, que contiene una predicción mesiánica al
hablar de un profeta mayor que Moisés. El pueblo habría de oir (es decir, obedecer) al profeta.
Repentinamente, los discípulos vieron que Jesús estaba solo. En ese tiempo no comentaron
con nadie de lo que habían visto. La experiencia de la transfiguración cumplió la predicción de
Jesús (Lc. 9:27). Tres de los discípulos vieron una manifestación del reino de Dios antes de morir
(cf. 2 P. 1:16–19).

6. JESÚS SANA A UN MUCHACHO EPILÉPTICO (9:37–43)


(MT. 17:14–18; MR. 9:14–27)
9:37–43. La transfiguración quizá haya ocurrido de noche, pues Lucas hizo notar que al día
siguiente los cuatro descendieron del monte y una gran multitud … salió al encuentro de
Jesús. Entre ellos, un hombre imploraba a Jesús que viera a su hijo endemoniado, a quien los
otros discípulos no habían podido ayudar. En marcado contraste con los discípulos, sólo Jesús
podía ayudar al muchacho, de la misma manera que él es el único que puede ayudar al mundo.
Los discípulos eran incapaces sin él. Después de que el muchacho fue sanado, todos se
admiraban (exeplēssonto, “estuvieron fuera de sus sentidos”; cf. 2:48; 4:32) de la grandeza de
Dios.

7. JESÚS ENSEÑA ACERCA DE SU MUERTE (9:44–45)


9:44–45. En medio del asombro de la multitud, Jesús dijo a los discípulos por segunda vez
que moriría y que sería entregado en manos de hombres. Mas ellos no entendían … pues les
estaba velado. Aparentemente los discípulos todavía estaban confusos acerca de cómo podría
Jesús, con su glorioso poder, experimentar una muerte humillante. Tampoco les era congruente
la reacción de la multitud a los milagros que hacía Jesús y su predicción de que la nación se
volvería contra él y lo mataría.

8. JESÚS ENSEÑA ACERCA DE LA GRANDEZA (9:46–50)


(MT. 18:1–5; MR. 9:33–40)
9:46–50. Esta sección (9:1–50) termina con la enseñanza de Jesús tocante a la actitud de los
discípulos con respecto a la grandeza. Él se les había estado revelando como el Mesías, el cual
implantaría el reino. Tal vez este hecho precipitó la discusión de los discípulos en cuanto a la
grandeza que tendrían en el reino. Jesús asentó el principio de que el mayor es el que es más
pequeño entre todos vosotros. Esta misma actitud de servicio caracterizó al Mesías, porque
estuvo dispuesto a ir a la cruz por todo el pueblo.
A la par de esta discusión sobre la grandeza, aparece el intento de Juan de detener a uno que
echaba fuera demonios en el nombre de Jesús. La razón que tuvo para hacer esto fue: él no
sigue con nosotros. Ha de haber pensado que menguaría la grandeza que pertenecía a los
discípulos si otro que no pertenecía al grupo de los doce también echaba fuera demonios. La
respuesta de Jesús: “El que no está contra vosotros, está con vosotros” (BLA), sugiere que los
doce no debían considerarse representantes exclusivos de Dios. Más bien, debían gozarse de que
el poder divino se manifestara también por medio de otros. Si mostraban esa actitud, probarían
que verdaderamente estaban tratando de ser útiles al Mesías.

V. El Viaje de Jesús a Jerusalén (9:51–19:27)


Esta amplia sección de Lucas abarca dos partes: (1) Jesús es rechazado por la mayoría en su
viaje a Jerusalén (9:51–11:54) y (2) Jesús enseña a sus seguidores en vista del rechazo
(12:1–19:27).
La sección anterior (4:14–9:50) trató de la autenticación de Jesús y su ministerio en Galilea.
En ésta, la autenticación ya no es el tema, sino la aceptación. Jesús no fue aceptado por la
mayoría de la nación. Por lo tanto, comenzó a enseñar a sus seguidores cómo deberían vivir a la
luz de la oposición.

A. Jesús es rechazado por la mayoría en su viaje a Jerusalén (9:51–11:54)


Esta sección comienza con el rechazo de Jesús por parte de la gente de una aldea de los
samaritanos (9:51–56). Por supuesto, se esperaba que los samaritanos lo rechazaran, pero éste
fue el repudio que asentó el patrón para lo que siguió. El desprecio llegó a su punto crítico
cuando Jesús fue acusado de tener poderes demoniacos (11:14–54).
1. JESÚS Y LOS SAMARITANOS (9:51–10:37)
a. El rechazo de Jesús por una ciudad de samaritanos (9:51–56)
9:51–56. Después de la transfiguración (9:28–36), en la cual Moisés y Elías hablaron con el
Señor tocante a su partida que sería desde Jerusalén, Jesús afirmó su rostro para ir a
Jerusalén. Jesús hizo varios viajes a esa ciudad, pero Lucas los resumió con el propósito de
resaltar que Jesús tenía que ir a ese lugar para presentarse como el Mesías, y luego partir. En el
camino, envió mensajeros delante de él, pero los samaritanos no le recibieron, porque su
aspecto era como de ir a Jerusalén.
Los conflictos entre judíos y samaritanos se habían estado dando por varios siglos. La
reacción de los discípulos Jacobo y Juan en particular, fue pedirle que los consumiera (a los
samaritanos) con fuego del cielo. Estaban pensando, sin lugar a dudas, en Elías (2 R. 1:9–12),
quien destruyó con fuego a los que se oponían a la obra de Dios. Por su lado, Jesús les pidió
tolerancia. Eso no implica que esté bien oponerse a Jesús y sus seguidores. Los samaritanos que
rechazaron a Jesús serían juzgados por ello. Sin embargo, había cosas más importantes de las
cuales ocuparse. Jesús tenía que continuar su viaje a Jerusalén.
b. Jesús enseña que el discipulado requiere entrega total (9:57–62)
(Mt. 8:19–22)
Lucas presenta a tres personas que querían unirse a Jesús en su viaje a Jerusalén.
9:57–58. Uno se le acercó y quería seguirlos a donde ellos fueran. La respuesta de Jesús fue
que quien deseara seguirlo debía olvidarse de lo que otros consideraban como las necesidades
básicas. Ni Jesús ni sus seguidores tenían hogar. Iban rumbo a Jerusalén, donde él sería
sentenciado a muerte.
9:59–60. Jesús llamó a otro hombre con las mismas palabras con que había llamado a sus
discípulos (5:27). La respuesta de éste fue que primero quería ir a enterrar a su padre. Esto ha
sido interpretado de varias maneras. Algunos sostienen que el padre ya estaba muerto. Parecería
extraño que ese fuera el caso, pues de ser así, ya habría estado ocupándose del entierro. Es más
probable que su padre estuviera a punto de morir. Su petición fue que se le permitiera esperar
sólo un poco antes de seguir a Jesús. Tal vez lo que deseaba ese hombre era recibir la herencia
que le correspondía de los bienes de su padre. La respuesta de Jesús: Deja que los muertos
entierren a sus muertos, implica que los muertos espirituales pueden enterrar físicamente a los
muertos. Lo que se quiere dar a entender es que proclamar el reino de Dios era tan importante
que no podía esperar. Por supuesto, si ese hombre hubiera seguido a Jesús, se habría producido
un gran escándalo en su comunidad. Pero eso era menos importante que proclamar el reino y
seguir al Mesías. Un discípulo debe entregarse en forma total.
9:61–62. El tercer hombre simplemente quería ir a su casa a despedirse de su familia. Elías
había permitido a Eliseo hacer exactamente eso cuando se encontraba arando (1 R. 19:19–20).
Lo que Jesús dijo subraya el hecho de que su mensaje del reino de Dios era más importante que
cualquier otra cosa, aun que los miembros de la familia. El mensaje y el Mesías no pueden
esperar.
El mensaje de Jesús era más importante que el de Elías, y demandaba una lealtad total. Los
siervos de Jesús no debían tener intereses divididos, como un labrador que comienza a arar y
mira hacia atrás. Puesto que Jesús iba camino a Jerusalén, aquel hombre tenía que decidir en
ese momento qué es lo que iba a hacer. Es interesante que Lucas no haya narrado el desenlace de
ninguna de las conversaciones que Jesús tuvo con esos tres hombres.
c. Jesús envía a sus mensajeros para esparcir la Palabra (10:1–24)
Esta sección contiene instrucciones similares a las que se dieron a los doce en 9:1–6. Camino
a Jerusalén, Jesús enviaba mensajeros a todos los pueblos para dar a la gente oportunidad de
aceptar su mensaje. Sólo Lucas narra este incidente.
(1) La elección de los setenta (10:1–16). 10:1–12. Jesús dio instrucciones a los setenta.
Algunos mss. griegos tienen “setenta” y otros “setenta y dos” en los versículos 1 y 17. Ambas
lecturas tienen fuerte apoyo textual. Los setenta eran gente diferente a los doce, quienes
aparentemente permanecieron con Jesús en su viaje. Los setenta debían preparar el camino, de
modo que cuando Jesús llegara a una ciudad, estuviera lista para recibirlo. Cuando Jesús dijo:
Rogad al Señor … que envíe obreros, tenía en mente que los que rogaban fueran también los
obreros (v. 2). Su misión era peligrosa (v. 3) y requería que se dieran prisa (v. 4). Los setenta
serían sostenidos por quienes aceptaran su mensaje (v. 7). Por medio de la hospitalidad, la gente
mostraría si creía el mensaje del reino o no.
A las ciudades que creyeran, el mensaje era: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios. El
Mesías venía, y podía implantar el reino. Aun a las ciudades que rechazaran el mensaje se les
debía decir que el reino … se había acercado. (En cuanto al significado de sacudir el polvo de
los pies, V. el comentario de 9:5.)
10:13–16. Jesús advirtió a los pueblos que estaban alrededor de no rechazar a los setenta,
porque eso significaría hacerlo con Jesús y el Padre (v. 16). Para ello, señaló a dos ciudades,
Corazín y Betsaida, las cuales estaban localizadas en el área del ministerio inicial de milagros
de Jesús, en el lado norte del mar de Galilea. También señaló a su pueblo adoptivo, Capernaum,
que había sido el lugar donde realizó sus obras milagrosas.
El mensaje era claro: Aquellas ciudades (sin duda, representantes de otras también) habrían
de ser juzgadas más severamente que las ciudades paganas, tales como Tiro y Sidón (cf.
Sodoma, v. 12) que no tuvieron el beneficio de ver las obras milagrosas y escuchar el mensaje de
Jesús.
(2) El regreso de los setenta. 10:17–20. Cuando los mensajeros volvieron, estaban
emocionados de que aun los demonios se les habían sujetado en el nombre de Jesús. Esto era
cierto debido a la potestad que Jesús les había otorgado. Tenían tal potestad o autoridad porque
el poder de Satanás había sido anulado por Jesús. Él les respondió: Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo. No estaba hablando de que Satanás estuviera siendo echado del cielo en ese
preciso momento, sino que su fuerza había quedado anulada, quedando sujeto a la autoridad de
Jesús. Sin embargo, el Señor dijo que la razón de su gozo no debía ser por lo que ellos podían
hacer en su nombre, sino el hecho de que sus nombres estuvieran escritos en los cielos. La
razón del gozo del creyente es su relación personal con Dios. La autoridad dada a estos obreros,
y la promesa de que no serían dañados por serpientes y escorpiones, fueron dadas para esa
situación en particular.
(3) El regocijo de Jesús en el Espíritu (10:21–24; Mt. 11:25–27). 10:21–24. Jesús se
regocijó en el Espíritu (cf. el gozo de los setenta, v. 20). Lucas frecuentemente mencionó el
ministerio del Espíritu Santo en la vida de Jesús. Las tres personas de la deidad se ven
claramente: Jesús el Hijo hacía la voluntad del Padre en el poder del Espíritu Santo. Cada uno
tiene una función específica (vv. 21–22).
Las personas que seguían a Jesús no eran los importantes de la nación; ni se consideraban los
sabios y entendidos. Sus seguidores se habían hecho como niños para entrar al reino, y de esta
forma conocían al Hijo yal Padre. Los discípulos vivían en un día oportuno que muchos
profetas y reyes del A.T. anhelaron ver, el día del Mesías.
d. Jesús enseña acerca del prójimo (10:25–37)
10:25–37. La parábola del buen samaritano es tal vez la mejor conocida de las parábolas de
Lucas. Debe interpretarse en dos niveles. El primero es la enseñanza llana de que una persona,
como el samaritano, debe ayudar a otros que están en necesidad (v. 37). Si uno tiene el corazón
de prójimo, verá y ayudará al necesitado.
Sin embargo, en el contexto del rechazo de Jesús, también debe hacerse notar en esta
parábola que los líderes religiosos judíos rechazaron al hombre que cayó presa de los ladrones.
Un samaritano, un despreciado, fue el único que ayudó al hombre. Jesús era como el samaritano.
Él era el despreciado por excelencia, que estaba deseoso de buscar y salvar al pueblo que perecía.
Estaba en oposición directa al liderazgo religioso establecido. El tema hace recordar lo que Jesús
dijo a los fariseos (7:44–50). El propósito de Jesús de buscar a quienes lo necesitaban, se hacía
más y más evidente.
Un intérprete de la ley le preguntó: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida
eterna? Esta misma pregunta surgió en varias ocasiones (Mt. 19:16–22; Lc. 18:18–23; Jn.
3:1–15). En ésta, no fue sincera, como se puede notar por dos razones que aparecen en el texto:
(1) El intérprete de la ley quería probarle. (Llamó a Jesús “Maestro”, didaskale, el equivalente
que usa Lucas para referirse a un rabino judío.) (2) Después de que Jesús respondió a la
pregunta, Lucas dice que éste quería justificarse a sí mismo (Lc. 10:29).
Jesús respondió con otras dos interrogantes (v. 26), conduciéndolo de nuevo a la ley del A.T.
El intérprete respondió bien al citar Dt. 6:5 y Lv. 19:18. Debe amarse a Dios y al prójimo para
guardar adecuadamente la ley. Jesús afirmó que si aquel hombre hiciera esto, viviría.
El intérprete debería haber respondido con la pregunta: “¿Cómo puedo hacer esto? No puedo,
necesito ayuda”. En vez de hacerlo, él trataba de “justificarse a sí mismo”, es decir, defenderse
de lo que implicaba para él lo que Jesús decía. Así que trató de retirar la atención de sí mismo al
preguntar: ¿Y quién es mi prójimo?
Jesús respondió contando la parábola del buen samaritano. El camino de Jerusalén a Jericó
desciende aproximadamente 900 mts. en un recorrido de unos 28 kms. Era un camino peligroso
para viajar, pues los ladrones se escondían a lo largo de su trayectoria, que era accidentada y
sinuosa.
Un sacerdote, de quien se esperaba que amara a otros, evitó pasar junto al hombre herido,
quien seguramente era judío. Los levitas eran descendientes de Leví, pero no de Aarón, y
ayudaban a los sacerdotes (que eran descendientes de Aarón) en el templo.
Los samaritanos eran despreciados por los judíos debido a su ascendencia, que era una
mezcla de judíos y gentiles. Así que, es irónico que un samaritano haya ayudado al hombre
medio muerto, vendando sus heridas, llevándolo al mesón, y pagando sus gastos. Al preguntar:
¿Quién … fue su prójimo? (Lc. 10:36) Jesús enseñó que una persona debe ser el prójimo de
quienquiera que se encuentre necesitado. El prójimo por excelencia era Jesús, cuyo amor
contrastaba con los líderes religiosos judíos que no tenían compasión de quienes estaban
pereciendo. Jesús concluyó su enseñanza con el mandamiento de que sus seguidores debían vivir
como un verdadero prójimo (v. 37).

2. JESÚS ENSEÑA QUE ATENDERLO A ÉL ES LO MÁS IMPORTANTE DE LA VIDA (10:38–42)


10:38–42. El punto principal de este pasaje no está en que la gente debe despreocuparse de
los quehaceres de la casa, sino en que la actitud correcta hacia Jesús es escucharlo y obedecer lo
que dice. La aldea donde Marta le recibió en su casa era Betania (Jn. 11:1–12:8), que estaba a
unos pocos kms. al este de Jerusalén. Jesús se quedó en Betania durante su última semana sobre
la tierra.
Un marcado contraste se vio entre las dos hermanas. María … sentándose, oía a Jesús,
mientras que Marta hacía quehaceres para la comida. La frase: Sólo una cosa es necesaria (Lc.
10:42), se refiere a escuchar lo que él decía, lo cual María había escogido hacer. El mismo tema
se ve en 8:1–21.

3. JESÚS ENSEÑA EN CUANTO A LA ORACIÓN (11:1–13)


11:1. Jesús oró en todos los momentos cruciales y críticos de su vida. Lo hizo al tiempo de
su bautismo (3:21), y cuando escogió a sus discípulos (6:12). A menudo estaba solo orando
(5:16; 9:18) y también oró teniendo otros a su alrededor (9:28–29). Oró por Simón (22:32) y en
el huerto antes de ser traicionado (22:40–44). Aun oró mientras estaba clavado en la cruz
(23:46). Uno de sus discípulos, impactado con la vida de oración de Jesús, le pidió a Jesús que
les enseñara a orar.
a. La oración modelo de Jesús (11:2–4)
(Mt. 6:9–15)
11:2–4. En esta oración modelo, Jesús comenzó usando una forma directa e íntima de
acercamiento con el Padre. Esto es bastante característico de la forma en que se refería a Dios en
sus oraciones (cf. 10:21). Luego expresó cinco peticiones. Las primeras dos tratan de los
intereses de Dios. La primera es que el nombre de Dios sea santificado (jagiasthētō, de jagiazō,
“poner aparte o santificar”, o como en este caso, “tratar como santo”). Así que la petición era que
la reputación de Dios fuera reverenciada por los hombres.
La segunda petición fue: Venga tu reino. Juan el Bautista, Jesús, los doce y los setenta
habían estado predicando la venida del reino de Dios. Cuando alguien ora por la venida del reino,
se está identificando con el mensaje de Jesús y sus seguidores.
La tercera petición fue por el pan … de cada día. Pan es un término general que denota
comida nutritiva y satisfactoria. Así que la petición es por la comida necesaria para sustentar la
vida cada día.
La cuarta petición toca la relación del hombre con Dios, el perdón de los pecados. Lucas ya
había relacionado el perdón de los pecados con la fe (7:36–50). Al pedir el perdón de los
pecados, una persona expresa su fe en que Dios lo perdonará. De este modo, tal persona
evidencia su fe al perdonar a otros.
La quinta petición es: No nos metas en tentación. ¿Por qué hacer tal oración si Dios no
quiere que su pueblo peque? El significado es que los seguidores de Jesús deben orar para ser
librados de las situaciones que los podrían hacer pecar. Sus discípulos, a diferencia de los
intérpretes de la ley (10:25–29), se daban cuenta de que fácilmente caían en pecado. Por lo tanto,
los seguidores de Jesús necesitan pedir la ayuda de Dios para vivir vidas justas.
b. Jesús enseña acerca de la oración por medio de dos parábolas (11:5–13)
11:5–8. La primera parábola toca la importunidad en la oración. Es común que Lucas relate
buenas lecciones utilizando malos ejemplos (cf. 16:1–9; 18:1–8). A diferencia de aquel hombre
que no quería ser molestado, Dios quiere que su pueblo ore a él (11:9–10). Así que Jesús animó a
la gente a ser persistente en la oración, no para cambiar el parecer de Dios, sino para mantenerse
firmes en la oración y obtener respuesta para las necesidades.
11:9–13. La segunda parábola hizo ver que el Padre celestial da a sus hijos lo que es bueno
para ellos, no lo que los daña. Jesús animó al pueblo de Dios a pedir. Hizo ver que los padres
naturales dan buena comida a sus hijos y no algo que les haga daño (cierto pescado puede
parecer serpiente, y el cuerpo de un escorpión blanco grande podría confundirse con un huevo).
Cuánto más el Padre celestial dará lo que es bueno a sus hijos.
Jesús afirmó que esta buena dádiva es el Espíritu Santo, el regalo más importante que
recibirían los seguidores de Jesús (cf. Hch. 2:1–4). El Padre celestial da tanto regalos celestiales
como terrenales. Los creyentes de hoy no deben orar para que se les dé el Espíritu Santo, porque
esta oración de los discípulos (por el Espíritu Santo) ya fue contestada en Pentecostés (cf. Ro.
8:9).

4. AUMENTA EL RECHAZO CONTRA JESÚS (11:14–54)


Esta sección contiene el relato del punto culminante del rechazo de Jesús y su mensaje,
después del cual Lucas comenzó a escribir lo que Jesús dijo en cuanto al estilo de vida de sus
discípulos en medio del rechazo.
a. Jesús es acusado de actuar usando poderes demoniacos (11:14–26)
(Mt. 12:22–30; Mr. 3:20–27)
En Lucas, los términos “demonio” y “demonios” ocurren 22 veces, “espíritu(s) inmundo(s)”,
6 veces, y “espíritus malos”, 2. Jesús siempre tuvo autoridad sobre ellos, una señal de su poder
mesiánico (7:21; 13:32). Los demonios mismos reconocían esa autoridad (4:31–41; 8:28–31), así
como los enemigos de Jesús (11:14–26). El Señor dio a otros el poder sobre los demonios (9:1) y
su autoridad sobre éstos asombró a las multitudes (4:36; 9:42–43).
11:14–16. Después de ver a Jesús echar fuera un demonio de un hombre que era mudo …,
algunos de entre la gente sugirieron que lo había hecho con poderes demoniacos, es decir, de
Beelzebú. Este nombre dado al príncipe de los demonios, que es una referencia clara a Satanás,
originalmente significaba “señor de los príncipes”, pero había degenerado para convertirse en un
juego de palabras para dar a entender “señor de las moscas” (cf. 2 R. 1:2). La acusación era que
Jesús estaba poseído por Satanás mismo. Un segundo grupo quería que Jesús mostrara una señal
del cielo. Probablemente no eran sinceros en su petición, porque Lucas los vinculó con el grupo
anterior e hizo ver que lo tentaban.
11:17–20. Jesús dio una respuesta doble. En primer lugar, dijo que sería ridículo que Satanás
echara fuera a sus propios demonios, pues entonces estaría debilitando su posición y reino. En
segundo lugar, Jesús señaló el criterio doble de los que lo estaban acusando. Si sus hijos (es
decir, sus seguidores; cf. NVI) echaban fuera demonios, pretendían hacerlo por el poder de Dios.
De este modo, si Jesús echaba fuera demonios, también debía ser por el dedo de Dios, es decir,
su poder. Por lo tanto, el reino de Dios ha llegado a vosotros.
11:21–22. La parábola de Jesús sobre el hombre fuerte y el más fuerte se ha interpretado de
varias formas. En vista del contexto (vv. 17–20), el hombre fuerte se refiere a Satanás, y el más
fuerte, a Cristo mismo. Lucas no dice cuándo Cristo atacó y venció a Satanás. Quizá tenía en
mente la experiencia de Jesús en la tentación, o la resurrección, o tal vez la victoria final sobre
Satanás. Sin embargo, el punto de la parábola es que Jesús es el más fuerte y, por tanto, tiene el
derecho de repartir el botín. En este caso, el botín incluye a la gente que antes estaba poseída por
demonios, la cual ya no pertenece a Satanás.
11:23–26 (Mt. 12:43–45). Jesús afirmó que era imposible ser neutral en la batalla entre
Cristo y Satanás. La gente que observaba tenía que decidirse. Si pensaba que Cristo echaba fuera
demonios por el poder de Satanás, entonces estaba activamente en su contra.
Lo dicho por Jesús en Lucas 11:24–26 es difícil. Tal vez se refería al hombre que
anteriormente había estado poseído por un demonio, y lo puso como símbolo de cualquiera que
estuviera en la misma situación. Era de importancia vital que aquel hombre también aceptara lo
que Jesús enseñaba acerca de que él es el Mesías, o terminaría en un estado … peor que el
primero. Mateo escribió que Jesús comparó esta situación con lo que ocurriría a la generación
de la gente que lo escuchaba (Mt. 12:45).
b. Jesús enseña sobre la observancia de la palabra de Dios (11:27–28)
11:27–28. Esta enseñanza es similar a la que se encuentra en 8:19–21. Las relaciones
familiares no son la cosa más importante de la vida. Una mujer hizo la observación de que debe
de haber sido maravilloso ser la madre de Jesús. La idea del parentesco era más importante en
aquel tiempo que en la actualidad. Toda la nación se enorgullecía del hecho de que descendía de
Abraham (cf. Jn. 8:33–39). Jesús aclaró que el parentesco no tenía importancia comparado con
oir y obedecer la palabra de Dios. Tal como Lucas dice, el evangelio no se limita a Israel, sino
que es para todos los que confían en Cristo.
c. Jesús se niega a dar una señal (11:29–32)
(Mt. 12:38–42; Mr. 8:11–12)
11:29–32. Los fariseos pidieron a Jesús una señal (Mt. 12:38; Mr. 8:11), hecho que Lucas no
menciona. Una señal era un milagro para confirmar la veracidad del mensaje hablado. Las
multitudes no estaban dispuestas a creer lo que Jesús decía sin contar con una confirmación
externa.
La respuesta de Jesús fue que no se daría ninguna señal sino la señal de Jonás (Lc. 11:29).
Esto se ha interpretado de por lo menos dos formas: Muchos dicen que se refería a la apariencia
física de Jonás, pues tal vez su piel quedó blanqueada por los jugos gástricos del monstruo
marino. Sin embargo, nada del contexto sugiere tal cosa. “La señal de Jonás” ha de haber sido lo
que Jonás dijo (cf. su “predicación”, v. 32) contando la milagrosa preservación que hizo Dios
cuando estuvo al borde de la muerte. El pueblo de Nínive creyó lo que Jonás dijo, aun sin
evidencia concreta.
Lo que Jesús menciona acerca de la reina del Sur apoya esta interpretación. La reina viajó
una gran distancia para oir la sabiduría de Salomón (1 R. 10). Actuó con base en lo que había
oído, sin ninguna confirmación externa. El punto está claro: La generación que escuchaba lo que
Jesús decía no tenía tanta fe como algunos gentiles que escucharon lo que Dios dijo en eras
anteriores. Por tanto, aun los gentiles se levantarán en el juicio con esta generación, y la
condenarán. Jesús afirmó que algo (neut., no masc.) más que Salomón (Lc. 11:31) y más que
Jonás estaba presente (v. 32). Ese algo era el reino de Dios, presente en la persona de Jesús. Por
ello, el pueblo debía oir y creer aun sin señales.
d. Jesús hace énfasis en la respuesta a su enseñanza (11:33–36)
11:33–36. A menudo, Jesús enseñó a sus discípulos por medio de parábolas. Debido a que
habían estado oyéndolo, tenían la luz para alumbrarles (v. 36). Por ello, debían compartir esa luz
(v. 33). Cuando los ojos de una persona (como las lámparas) reaccionan adecuadamente a la luz,
esa persona puede funcionar normalmente. El ser receptivos a las enseñanzas de Jesús mostraría
que estaban llenos de luz (vv. 34, 36) y que se beneficiaban de sus enseñanzas (cf. el comentario
de 8:16–18).
e. Jesús es acusado y opuesto por los fariseos (11:37–54)
(Mt. 23:1–36; Mr. 12:38–40)
11:37–41. Rogó un fariseo a Jesús que comiese con él. Jesús no tomó parte del lavamiento
ritual antes de comer, lo que completamente extrañó … el fariseo. Jesús se enfocó en la
rapacidad (es decir, codicia; cf. NVI), una característica de los fariseos, y le dijo que debían
estar tan preocupados de la limpieza por dentro como lo estaban de lavar lo de fuera del
cuerpo. Una indicación de que estaban limpios por dentro sería su disposición a dar cosas
materiales a los pobres (dad limosna). Esto no significaba que su acción de dar expiaría sus
pecados, sino que evidenciaría una relación adecuada con la ley y Dios.
11:42–44. A continuación, Jesús pronunció tres ayes (expresiones de condena) contra los
fariseos por desatender la justicia y el amor de Dios. Estaban tan absortos en los rituales de la
ley, que diezmaban aun las pequeñas hortalizas. Esto los hacía hipócritas (cf. 12:1). Estaban
llenos de orgullo, amando las primeras sillas en las sinagogas. Y en vez de guiar a la gente por
la senda correcta, hacían que quienes los seguían se contaminaran como un judío que sin saberlo
caminara sobre los sepulcros que no se ven (Nm. 19:16). Los fariseos temían la contaminación
por inmundicia ritual, pero Jesús señaló que su codicia, orgullo y maldad contaminaban a toda la
nación.
11:45–52. Luego pronunció Jesús tres ayes contra los intérpretes de la ley (vv. 46–47, 52).
Ellos ponían cargas sobre otros, que por cierto los mantenían lejos de la senda del conocimiento
y edificaban los sepulcros de los profetas, identificándose de esta forma con sus padres que
mataron a los profetas. Externamente parecía que honraban a los profetas, pero Dios sabía que
por dentro los rechazaban. Así que, se les demandaría la sangre de todos los profetas. La
sangre de Abel y la sangre de Zacarías se refiere al asesinato de hombres inocentes que
sirvieron a Dios. Abel fue la primera víctima inocente (Gn. 4:8), y Zacarías el sacerdote (no el
profeta que escribió, aunque V. Mt. 23:35) fue el último mártir del A. T. (2 Cr. 24:20–21;
Crónicas era el último libro en el orden hebr. del A.T.). La acusación de Jesús se hizo aun más
severa cuando hizo ver que no sólo se alejaban de la ciencia (es decir, la enseñanza de Jesús),
sino que también quitaban la llave, es decir, retenían el conocimiento a otros (cf. Lc. 13:14).
11:53–54. Los escribas y los fariseos comenzaron a estrechar a Jesús en gran manera.
Constantemente se oponían a él, lo objetaban, tramando en su contra y esperando cazar algo
erróneo que dijera.

B. Jesús enseña a sus seguidores en vista del rechazo (12:1–19:27)


Jesús primero instruyó a su círculo íntimo de discípulos con varias verdades (12:1–53) y
luego enseñó otras cosas a las multitudes (12:54–13:21). Asimismo, enseñó acerca de la gente
del reino (13:22–17:10) y de la actitud de los discípulos en vista del reino venidero
(17:11–19:27).

1. JESÚS ENSEÑA A SU CÍRCULO ÍNTIMO DE DISCÍPULOS (12:1–53)


a. Jesús enseña acerca de testificar sin miedo (12:1–12)
12:1–3. Jesús primero afirmó que es insensato ser hipócrita, porque eventualmente todo
habrá de saberse (cf. 8:17). Así que los discípulos deberían ser íntegros, no de doble cara, en
cuanto a la forma en que vivían. Les previno de guardarse de la levadura de los fariseos, es
decir, de su enseñanza, porque es hipocresía. En las Escrituras la levadura a menudo se refiere a
algo malo (cf. Mr. 8:15).
12:4–12 (Mt. 10:28–31). Jesús luego enseñó que sus discípulos (amigos míos) no debían
tener miedo (Lc. 12:4, 7; cf. v. 32) porque Dios tendría cuidado de ellos. En vez de temer a los
hombres que podían matar su cuerpo (cf. 11:48–50), debían temer a Dios, quien tiene poder de
echar en el infierno a los pecadores. Esto se deduce naturalmente de 12:2–3, porque Dios lo
sabe todo. Los discípulos eran mucho más valiosos para Dios que los pajarillos, que se vendían
por una pequeña suma (cinco pajarillos por dos cuartos). La palabra que se usa para “cuarto”
es assarion, moneda romana de cobre que valía 1/16 de denario (la paga de un día), y se usa sólo
aquí y en Mateo 10:29. Ya que Dios tiene cuidado de los pajarillos comunes (cf. Lc. 12:22),
también tiene cuidado de los suyos, sabiendo incluso el número de sus cabellos.
El punto que se enfatiza en los vv. 8–10 es que los discípulos deben tomar una decisión.
“Confesar” denota el hecho de que los discípulos reconocían a Jesús como el Mesías y, por
consiguiente, tenían entrada al camino de la salvación. Quienes no lo confesaban se estaban
negando la oportunidad de tomar ese camino. Jesús llevó su argumento un paso más adelante,
haciéndoles ver que quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado. En
Mateo 12:32 Jesús relacionó esta acción con los fariseos que rechazaban su obra.
Aparentemente, los fariseos estaban siendo convencidos por el Espíritu Santo de que Jesús
era ciertamente el Mesías, pero rechazaban su testimonio. Nunca podrían ser perdonados, porque
rechazaban el único medio de salvación que Dios ofrece. (En contraste con esto, varios de los
propios hermanos de Jesús, quienes inicialmente lo rechazaron [Jn. 7:5], después vinieron a la fe
[Hch. 1:14] y fueron perdonados a pesar de que habían hablado contra el Hijo del Hombre.)
A continuación, Jesús prometió a los discípulos (Lc. 12:11–12) que cuando fueran
procesados y los llevaran ante las autoridades debido a su predicación y enseñanza (cf. Hch.
4:1–21), el Espíritu Santo les enseñaría lo que deberían decir. A diferencia de los enemigos de
Jesús que blasfemaban contra el Espíritu Santo, los seguidores de Jesús tendrían la ayuda de esa
divina persona.
b. Jesús enseña acerca de la avaricia (12:13–21)
12:13–21. Este pasaje explica la enseñanza de Jesús de guardarse de toda avaricia. Uno
pidió a Jesús que dijera a su hermano que dividiera la herencia que le correspondía de una
forma equitativa. Lo que Jesús quiso resaltar fue que la vida … no consiste en tener muchos
bienes. Los discípulos necesitaban aprender la lección de que la vida es más importante que las
cosas materiales. Para explicar esta enseñanza, Jesús narró la parábola de un hombre rico que
construyó graneros cada vez mayores para guardar todos sus frutos y … bienes. Su actitud era
que disfrutaría una vida cómoda debido a que tenía todo lo que pudiera desear o necesitar. La
respuesta de Dios en la parábola fue que aquel hombre era insensato (necio), porque cuando
muriera esa noche sus bienes no lo ayudarían para nada. Simplemente pasarían a ser de alguien
más. Tal hombre no es rico para con Dios (cf. 1 Ti. 6:6–10; Stg. 1:10). Lucas volvió a este tema
en el cap. 16.
c. Jesús enseña acerca del afán (12:22–34)
(Mt. 6:25–34)
La sección llega a un clímax en el v. 31, donde se instruye a los discípulos a buscar el reino
de Dios. Para llegar a este clímax, Jesús dijo tres cosas sobre el afán.
12:22–24. En primer lugar, hizo notar que el afán es insensato, pues la vida consiste en
mucho más que lo que uno come o viste (cf. v. 15). Se refirió una vez más a las aves (cf. vv.
6–7) para señalar que ya que sus discípulos valían mucho más que los cuervos, a quienes Dios
… alimenta, también cuidaría de ellos. (A diferencia de los pajarillos, los cuervos no se vendían
porque son aves de rapiña.)
12:25–28. Seguidamente, Jesús señaló que es necio afanarse porque nadie puede cambiar las
circunstancias. Ni una sola “hora” (NVI; cf. BLA, HA) puede añadirse a la “vida”, de modo que
es innecesario afanarse. Una vez más, Jesús recurrió al reino de la naturaleza (los lirios y la
hierba) para hacer ver que Dios tiene cuidado de lo que le pertenece.
12:29–31. Finalmente, Jesús señaló que preocuparse es insensato porque la preocupación es
actitud pagana. Las gentes del mundo se preocupan por las cosas materiales de la vida, y no por
las realidades espirituales que son extremadamente importantes. Por otro lado, quien sigue las
cosas espirituales (buscando el reino de Dios) también recibirá provisiones materiales de Dios.
12:32–34. En seguida, Jesús dijo a sus discípulos que no temieran (cf. vv. 4, 7). Los comparó
con una manada pequeña, un grupo aparentemente indefenso que podría ser presa fácil de sus
enemigos. Para hacerles aun más indefensos, Cristo les mandó: Vended lo que poseéis, y dad
limosna. (Más adelante, Lucas volvió a este tema en los caps. 16 y 19.) Esto es lo que hizo la
iglesia primitiva también (Hch. 2:44–45; 4:32–37). El punto que Jesús quería enfatizar es que si
sus seguidores tenían tesoros en la tierra, pensarían en ellos. Pero por el contrario, si tenían su
tesoro en los cielos, que está a salvo de robo y destrucción por la polilla, eran “ricos para con
Dios” (Lc. 12:21). Entonces, se preocuparían de los asuntos relacionados con el reino y, por
tanto, no estarían ansiosos.
d. Jesús enseña acerca de estar preparados (12:35–48)
(Mt. 24:45–51)
En esta sección Jesús narró dos parábolas (vv. 35–40 y 42–48) que están unidas por una
pregunta de Pedro (v. 41). La segunda parábola amplía y explica la primera.
12:35–40. Jesús enseñó que los discípulos debían estar preparados, porque a la hora que
no pensaran, el Hijo del Hombre vendrá. La parábola describe una escena en la que varios
siervos aguardaban a que su señor regresara de las bodas. El punto que se quería aclarar es que
tenían que permanecer en constante vigilancia, para que su señor pudiera entrar a la casa a
cualquier hora que llegara. Si permanecían velando (v. 37) y en vigilia (v. 38) su señor vendrá a
servirles. La segunda vigilia duraba desde las 9 p.m. hasta la medianoche y la tercera vigilia,
desde la medianoche hasta las 3 a.m. Lo que enseña lo dicho sobre el ladrón (v. 39) es lo mismo,
los discípulos deben “estar preparados” pues “el Hijo del Hombre vendrá” inesperadamente.
12:41. La pregunta de Pedro une las dos parábolas. Pedro quería saber el alcance del
significado de la primera. ¿Se dirigía sólo a los discípulos o también a todos?
12:42–48. Jesús no respondió de forma directa a la pregunta de Pedro. Más bien, este pasaje
indica que él hablaba principalmente del liderazgo de la nación en aquel tiempo. Se suponía que
los líderes religiosos estarían administrando la nación para Dios hasta que él implantara el reino.
Sin embargo, fracasaron en esa tarea y no esperaban el reino con expectación. Debido a la pena
impuesta (vv. 46–47), Jesús no ha de haber estado hablando de los creyentes que no estaban
preparados. Parece que se refería a los líderes de la nación que estarían presentes al tiempo de la
venida del Hijo del Hombre. Los infieles (v. 47) serán juzgados más severamente que los que,
aunque impíos, no “conocen” de la venida del Hijo del Hombre (v. 48a). Los incrédulos que
tienen un gran conocimiento de la revelación de Dios tendrán que responder por su indiferencia a
esa revelación.
e. Jesús enseña acerca de ser mal interpretado (12:49–53)
(Mt. 10:34–36)
12:49–53. El ser discípulo de Jesús quizá signifique ser mal entendido aun por la propia
familia. A la larga, el ministerio de Jesús no traería paz … sino disensión, pues algunos
aceptarían lo que decía y otros no. Su ministerio sería como un fuego que devora (v. 49). Jesús
anhelaba ver el cumplimiento del propósito de su ministerio. Su vida y muerte serían la base para
que juzgara a Israel. Ese juicio, como el fuego, purificaría a la nación. El bautismo del que habló
sin duda se refería a su muerte, de la que dijo que se cumpliría (v. 50). La misión de Jesús
realmente terminó produciendo la clase de divisiones de que habló aquí (vv. 52–53). Las familias
se han dividido y las lealtades se han roto. Los creyentes judíos todavía son excluidos de sus
familias y amigos. Sin embargo, para ser discípulo se debe estar dispuesto a sufrir tales
problemas.

2. JESÚS ENSEÑA A LAS MULTITUDES (12:54–13:21)


Después de que Jesús habló directamente a sus discípulos, se fijó en la muchedumbre. En
esta sección ocurrieron seis eventos en que las multitudes jugaron un papel importante. En ese
momento fueron el centro de la atención del ministerio de Jesús.
a. Jesús enseña acerca de las señales (12:54–56)
(Mt. 16:2–3)
12:54–56. Jesús enseñó a las multitudes que necesitaban ser sensibles para distinguir lo que
veían. Aunque habían estado observando su ministerio, no eran capaces de determinar que él
realmente era el Mesías. Hizo ver que ellos, sin problema, podían distinguir las señales naturales
(nubes del poniente y vientos del sur … el aspecto del cielo y de la tierra), pero no podían
discernir las señales espirituales. Debían entender lo que estaba ocurriendo justo en medio de
ellos; él les ofrecía el reino y ellos no respondían adecuadamente a su ofrecimiento.
b. Jesús usa una ilustración legal (12:57–59)
12:57–59. Jesús usó la ilustración de un tribunal para insistir en el punto de que la gente
necesita estar adecuadamente relacionada con Dios. Aun en la esfera terrenal tiene sentido
procurar arreglarse con el oponente, incluso estando ya en el camino … al magistrado, para
evitar ser echado en la cárcel y tener que pagar hasta la última blanca. ¡Cuánto más importante
es “arreglarse” cuando el oponente es Dios! (La palabra que se usa como “blanca” es leptos, que
aparece sólo aquí y en Mr. 12:42; Lc. 21:2. Era una moneda judía de cobre que valía como 1/8 de
centavo de dólar.)
c. Jesús enseña acerca de la perdición (13:1–5)
13:1–5. Jesús enseñó a las multitudes que a cualquiera puede sobrevenir la calamidad porque
todos somos humanos. Jesús citó dos ejemplos comunes acerca de la destrucción. El primero
menciona a unos galileos que fueron asesinados por Pilato mientras ofrecían sacrificios. El
segundo, a dieciocho espectadores aparentemente inocentes que estaban en Siloé, y que
murieron cuando les cayó la torre. El punto que Jesús quería enfatizar era que ser asesinado o no
morir no es suficiente para apreciar la justicia o injusticia de una persona. Cualquiera puede
morir. Sólo la gracia de Dios hace que alguien viva. Este punto se expone en los vv. 3 y 5, antes
si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. La muerte es el común denominador de
todos. Sólo el arrepentimiento puede traer vida a medida que la gente se prepara para entrar al
reino.
d. La parábola de Jesús acerca de la higuera (13:6–9)
13:6–9. Para ilustrar lo que decía, Jesús enseñó en una parábola que si no surge fruto en la
vida de uno, vendrá el juicio. Una higuera requiere de tres años para dar higos, pero como ésta
no los produjo, el dueño dijo: Córtala. Pero el viñador le pidió que le diera todavía un año.
Esta parábola ilustra lo dicho en los vv. 1–5 acerca de que el juicio viene sobre los que no se
arrepienten. Aquí Jesús llevó el pensamiento un paso más adelante, e hizo notar que el fruto
debe estar presente (cf. Mt. 3:7–10; 7:15–21; Lc. 8:15). Debe apreciarse un cambio visible en la
vida de alguien que dice confiar en el Mesías. Si no hay cambio visible, esa persona, al igual que
la higuera sin higos, es juzgada.
e. La sanidad que Jesús dio a una mujer (13:10–17)
Jesús ilustró su enseñanza sanando a una mujer en día de reposo. Este episodio es la última
vez que en el evangelio de Lucas enseñó Jesús en una sinagoga. El término “hipócrita” es
sumamente importante en la narración. Al inicio de esta sección (12:54–13:21) Jesús había
llamado a las multitudes y a los líderes del pueblo “hipócritas” (12:56). Aquí, al final de la
sección de nuevo los llama “hipócritas” (13:15, BLA, NVI). El punto en que Jesús quería insistir
es que las multitudes y líderes no estaban realmente interesados en lo que Dios podía y quería
hacer en sus vidas.
13:10–13. Lucas describió a la mujer como alguien que desde hacía dieciocho años tenía
espíritu de enfermedad y que había estado “atada” por “Satanás” (v. 16). Sin negar la
historicidad del evento, debe señalarse que hay un obvio valor simbólico en que Lucas coloque
este milagro en este punto de la narración. La misión de Jesús entre la gente de la nación era
liberarlos de las influencias que los inutilizaban y llevarlos a ser rectos. Este es un ejemplo
gráfico del toque de Jesús, que lleva a la mujer encorvada hasta una posición de rectitud. Jesús la
sanó con sus palabras (Mujer, eres libre de tu enfermedad) y tocándola. Y ella se enderezó
luego, y glorificaba a Dios. Este acto de alabanza a Dios fue la respuesta apropiada a la obra de
Jesús (cf. 2:20; 5:25–26; 7:16; 17:15; 18:43; 23:47). Mostraba que la gente comprendía su
misión.
13:14. A diferencia de la respuesta apropiada que la mujer evidenció, el principal de la
sinagoga estaba enojado de que Jesús no hubiera seguido la ley de la forma como él la
interpretaba personalmente. Por lo tanto, apeló a la multitud para que rechazara el milagro de
Jesús. Esta actitud avala lo que Jesús ya había dicho sobre los líderes religiosos que impedían a
otros entrar al reino (11:52).
13:15–17. Jesús señaló que una persona es mucho más importante que un animal. Sus
enemigos no veían nada malo en ayudar a los animales en el día de reposo (cf. 14:5). La total
hipocresía e insensatez del pensamiento de los líderes religiosos eran obvias. Como resultado, se
avergonzaban los adversarios de Jesús, pero la gente se regocijaba.
f. Jesús enseña acerca del reino de Dios (13:18–21)
(Mt. 13:31–33; Mr. 4:30–32)
13:18–21. Este pasaje sirve realmente de puente entre la enseñanza de Jesús a las multitudes
(12:54–13:21) y la enseñanza del pueblo del reino (13:22–17:10). Algunos creen que en estas
breves parábolas sobre el grano de mostaza (la mostaza es un árbol que, de una pequeña
semilla, crece de 3.5 a 4.5 mts. en una sola estación) y la levadura, Jesús estaba enseñando algo
positivo acerca del reino. Sin embargo, parece mejor entender estas parábolas en el sentido de
que enseñan algo no deseable. Como la levadura que penetra en el amasijo, así el mal entrará en
esta era y penetrará en todo. Esto parece ser cierto porque Lucas colocó esta enseñanza
inmediatamente después de que el líder de la sinagoga rechazó la obra de Jesús del día de reposo.

3. JESÚS ENSEÑA ACERCA DE LOS SÚBDITOS DEL REINO (13:22–17:10)


En esta sección, Lucas narra las enseñanzas de Jesús tocante a quién es y quién no es
miembro del reino. A través de toda ella, el tema de la entrada al reino se simboliza a menudo
como participar en una fiesta o banquete (13:29; 14:7–24; 15:23; 17:7–10). El reino aún estaba
por venir y los que entraran serían los que respondieran positivamente a Dios al aceptar al
Mesías y su mensaje del reino.
a. Jesús enseña que la mayoría de Israel será excluido del reino (13:22–35)
13:22–30. Jesús enseñó que muchos de sus compatriotas no estarán en el reino mientras que
muchos de fuera de Israel sí. Alguien preguntó a Jesús si son pocos los que se salvan.
Aparentemente, sus seguidores estaban desanimados porque el mensaje de Jesús acerca del reino
no impactaba a la nación como esperaban. Vieron que él continuamente enfrentaba oposición así
como aceptación. La enseñanza de Jesús era clara, una persona tenía que aceptar lo que él decía
para poder entrar a él. Para la mentalidad judía, la salvación estaba relacionada con el reino, es
decir, la persona tenía que ser salva para poder entrar en el reinado de Dios.
Jesús respondió a esa pregunta con la historia de un hombre que ofreció una fiesta (símbolo
del reino, v. 29). Después de que éste cerró la puerta para el banquete, nadie más pudo entrar,
porque habían llegado tarde (v. 25). De hecho, el anfitrión de la fiesta realmente los llamó
hacedores de maldad (v. 27). Los que llegaron tarde respondieron que habían comido y bebido
con el anfitrión, y que había enseñado en sus plazas (v. 26), haciendo una referencia obvia al
ministerio de Jesús entre la gente de aquella generación. Lo que Jesús quería hacer ver al decir la
historia, era que la gente tenía que responder a su invitación, pero vendría un tiempo cuando
sería demasiado tarde y ya no se les permitiría entrar en el reino.
Jesús habló en forma directa, diciendo a las multitudes que el juicio vendría sobre quienes
rechazaran su mensaje: Allí será el llanto y el crujir de dientes y quedarán excluidos, es decir,
no se les permitirá entrar al reino. (Acerca del “llanto y el crujir de dientes”, V. el comentario de
Mt. 13:42.) Pero los piadosos de la nación (representados por Abraham … Isaac … Jacob y …
todos los profetas) estarán en el reino de Dios.
Estos comentarios eran revolucionarios para los oyentes de Jesús. La mayoría suponía que,
por estar relacionados físicamente con Abraham, era natural que entraran en el reino prometido.
Sin embargo, lo que dijo a continuación fue aun más revolucionario, de hecho devastador, para
quienes suponían que sólo la nación judía tendría acceso al reino. Jesús explicó que los gentiles
serían agregados en lugar del pueblo judío (Lc. 13:29–30). La gente que vendría de los cuatro
extremos del mundo representa a varios grupos. Quienes escuchaban lo que Jesús decía no
debían haberse sorprendido de su enseñanza, porque los profetas a menudo habían dicho lo
mismo. Sin embargo, los judíos de esa época creían que los gentiles eran inferiores a ellos.
Cuando Jesús comenzó su ministerio en Nazaret, su enseñanza sobre la inclusión de los gentiles
había molestado tanto a la multitud, que trataron de matarlo (4:13–30). Los judíos se
consideraban los primeros en todo respecto, pero serían los postreros, es decir, serían excluidos
del reino. Por el contrario, algunos gentiles, considerados como postreros, estarían en el reino y
realmente serían primeros en importancia (13:30).
13:31–35 (Mt. 23:37–39). En respuesta a la advertencia de unos fariseos, Jesús dijo que
tenía que llegar a Jerusalén porque estaba destinado a “morir” allí. Se ha debatido mucho acerca
de lo que los fariseos dijeron en el sentido de que Herodes quería matar a Jesús. A través de
todo el evangelio de Lucas, los fariseos son vistos en una perspectiva negativa. ¿Por qué querrían
los fariseos proteger a Jesús en este caso? Parece mejor entender el incidente como un pretexto
de sus opositores para deshacerse de él. Jesús había declarado públicamente que su “propósito”
(Lc. 13:32, BLA; cf. NVI) era llegar a Jerusalén, y ya iba bastante adelantado en el camino hacia
allá. Aparentemente, los fariseos trataban de disuadirlo de su obra, asustándolo para que se
apartara de su meta.
La respuesta de Jesús: Id, y decid a aquella zorra, indica que consideraba a los fariseos
como mensajeros de Herodes, los cuales le llevarían su respuesta. Jesús dijo que tenía que
cumplir una misión (v. 32). Este gobernante es Herodes Antipas (V. “Herodes el Grande y sus
Descendientes” en el Apéndice, pág. 368).
Cuando Jesús dijo: Hoy y mañana y pasado mañana, no implicaba que llegaría a Jerusalén
en tres días. Lo que quiso decir es que tenía una misión en mente, y que continuaría con el plan
que había trazado. La meta era Jerusalén, donde debía presentarse a los líderes religiosos y luego
ser ejecutado.
Fue en este punto que Lucas narró el rechazo de Jerusalén (que representaba a la nación) por
parte de Jesús (13:34–35). Se lamentó por la ciudad y quiso protegerla como la gallina reúne a
sus polluelos debajo de sus alas, es decir, con cuidado y amor, aunque el pueblo no quiso. Todo
su ministerio hasta este punto había sido ofrecer el reino a la nación. Pero puesto que ésta, que
incluso había matado a los profetas, había desechado su mensaje, a su vez él la rechazaría. Jesús
dijo: Vuestra casa os es dejada desierta (afietai, “abandonada”). “Casa” probablemente no se
refiere al templo, sino a toda la ciudad. Aunque continuaría ofreciéndose como el Mesías, la
suerte ya estaba echada. La ciudad fue abandonada por él.
Jesús hizo notar (citando Sal. 118:26) que la gente de la ciudad no lo vería más, hasta que
dijera que él era el Mesías. La multitud citó este versículo cuando Jesús llegó a la ciudad en su
entrada triunfal (Lc. 19:38), pero sus líderes religiosos lo desaprobaron. Al final, esta verdad se
proclamará cuando Jesús venga y entre en la ciudad como el monarca del reino milenial.
b. Jesús enseña que muchos despreciados y gentiles entrarán en el reino (14:1–24)
Esta sección continúa el pensamiento de 13:22–35 pero lo explica desde otro ángulo. En vez
de que los excluidos sean el tema principal, ahora se discute a los que entrarán en el reino. Al
contrario de las expectativas de sus oyentes, los despreciados judíos y los gentiles formarán gran
parte de la población del reino.
14:1–6. Jesús había sido invitado para comer en el día de reposo, en casa de un
gobernante, que era fariseo donde también estaba … un hombre hidrópico. La hidropesía es
una enfermedad en que se acumulan líquidos en los tejidos del cuerpo, y tal vez es causada por
algún tipo de cáncer o por problemas del hígado o riñones. Probablemente este hombre fue
invitado a la casa del fariseo para ver qué haría el Señor. Jesús de inmediato tomó la iniciativa y
preguntó al anfitrión y a los otros invitados si sería lícito sanar a aquel hombre en el día de
reposo. Aparentemente, la pregunta de Jesús desarmó a la multitud, pues todos callaron. Jesús
prosiguió y sanó al hombre. Dijo que los invitados ayudarían a su asno o su buey si estuviera en
problemas en día de reposo, así que era totalmente apropiado sanar a este pobre individuo. Jesús
preparaba el escenario para la discusión que seguiría tocante a los que se consideraban inmundos
conforme al ceremonial y, por consiguiente, incapaces de entrar en el reino.
14:7–11. A su alrededor, Jesús observó cómo los convidados escogían los primeros
asientos. Mientras más cerca del anfitrión estuviera una persona, mayor era el honor que recibía.
A medida que entraba a la casa del fariseo y al cuarto donde se había puesto la mesa, la gente se
peleaba por ocupar los lugares que estaban a la cabecera. La parábola que Jesús contó a
continuación, se diseñó para hacerles pensar acerca de las realidades espirituales relacionadas
con el mensaje del reino que había estado predicando.
El v. 11 presenta el meollo de la parábola: Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el
que se humilla, será enaltecido. Esto hace recordar la afirmación previa de Jesús de que los
postreros serán primeros, y los primeros serán postreros (13:30). Suponiendo que tendría un
lugar importante en el reino, un fariseo sería humillado cuando se le hiciera a un lado para dar
su lugar a alguien más (14:9). Sin embargo, si se humillaba, entonces tal vez tendría gloria (v.
10).
14:12–14. Jesús habló al que le había convidado, diciéndole que si invitaba a los
despreciados de la sociedad (los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos), gente que nunca
podría recompensarle por su generosidad, esto demostraría que los servía por amor al Señor y
no a sí mismo (cf. Mt. 6:1–18; Stg. 1:26–27). Estaría haciéndose tesoros en el cielo (Mt. 6:20) y
sería rico para con Dios (Lc. 12:21). El invitar a los desechados no haría justo a aquel hombre;
más bien sería un testimonio de que estaba en una condición justa delante de Dios. Esto se deja
ver en la afirmación de Jesús de que la recompensa no vendría en el tiempo presente, sino en la
resurrección de los justos.
14:15–24 (Mt. 22:1–10). A continuación, Jesús relató una parábola acerca de una gran
cena. En ese momento, uno de los convidados bendijo a todos los que comerían en el reino. Esa
persona suponía que él y los demás que estaban presentes estarían en el reino. Usando el tema de
la cena, Jesús aprovechó la oportunidad para explicar que mucha gente que estaba allí no estaría
presente en el reino de Dios; en su lugar, estarían muchos despreciados y gentiles. Dijo que el
anfitrión de la parábola convidó a muchos. Sin embargo, todos los que habían sido invitados
comenzaron a excusarse por no ir. Las excusas eran supuestamente válidas, como la necesidad
de ir a ver … una hacienda recién comprada, o probar … bueyes recién comprados, o estar
con su nueva esposa (Lc. 14:18–20).
El anfitrión, enojado, ordenó que se invitara a la gente que estuviera por las plazas y las
calles de la ciudad … los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Se refería a los miembros
de la comunidad judía que se consideraban inferiores y ceremonialmente inmundos, de la misma
manera que el hidrópico que acababa de sanar (vv. 2–4).
Cuando el anfitrión supo que aún había lugar para más, mandó que se invitara a otros que
anduvieran por los caminos y por los vallados (v. 23). La gente de fuera de la ciudad
probablemente se refiere a los gentiles, que estaban fuera de la comunidad del pacto. El anfitrión
luego dijo que ninguno de los primeros invitados gustaría de su cena.
Esta parábola acerca de una cena dicha en ocasión tan similar, refuerza la enseñanza previa
de Jesús en el sentido de que abandonaría a Jerusalén (13:34–35). La gente a la que
originalmente se le había ofrecido participar en el reino lo había rechazado, así que el mensaje se
dirigiría a otros, inclusive los gentiles. Las excusas parecían buenas a quienes las dieron, pero
fueron inadecuadas porque se dieron para rechazar el ofrecimiento del reino que hacía Jesús.
Nada era más importante que aceptar su promesa del reino, pues en definitiva, el destino del
hombre depende de la respuesta que se dé a esa enseñanza.
c. Jesús advierte contra un discipulado irreflexivo (14:25–35)
14:25–27. El contexto cambió: Grandes multitudes iban con él. Jesús se proponía grabar en
la gente su necesidad de examinar su decisión de seguirlo. Él iba rumbo a su muerte en la cruz y
al final, todos lo abandonaron cuando estaba solo en el huerto y fue luego arrestado y enjuiciado.
Para enfatizar que el discipulado es difícil, Jesús dijo que uno debe aborrecer a su propia
familia, y aun también su propia vida para ser su discípulo. Aborrecer literalmente a la familia
era una violación de la ley. Puesto que en varias ocasiones Jesús exhortó a otros a obedecerla, no
quiso dar a entender que uno debe aborrecer literalmente a su familia. El énfasis está en la
prioridad del amor (cf. Mt. 10:37). La lealtad hacia Jesús debe ir antes que la de la familia y de la
vida misma. Por cierto, probablemente se pensó que quienes seguían a Jesús contra el deseo de la
familia lo hacían porque las odiaban.
El segundo requisito difícil que Jesús enfatizó es que uno debe llevar su (es decir, su propia)
cruz y seguir en pos de él (Lc. 14:27; cf. 9:23). Cuando el imperio romano crucificaba a un
criminal o cautivo, a menudo la víctima era obligada a llevar su cruz parte del camino hacia el
lugar de la crucifixión. Se suponía que al pasar por el centro de la ciudad llevando la cruz, se
admitía de forma tácita que el imperio romano estaba en lo correcto al imponer la sentencia de
muerte. También se admitía que Roma tenía razón y que el condenado no la tenía. Así que
cuando Jesús impuso a sus seguidores la obligación de llevar su cruz y seguirlo, se refería a una
manifestación pública delante de otros de que él tenía razón y que los discípulos lo seguirían aun
hasta la muerte. Esto es exactamente lo que los líderes religiosos se negaban a hacer.
14:28–33. Por medio de dos ilustraciones, Jesús enseñó a continuación que el discipulado
debe incluir planificación y sacrificio. La primera tiene que ver con una torre (vv. 28–30). Antes
de que alguien comience a edificar, debe estar seguro de que podrá pagar todos los gastos del
proyecto. Los seguidores de Jesús también deben estar seguros de que están dispuestos a pagar el
precio completo del discipulado.
La segunda tiene que ver con un rey que salió a la batalla. El rey debe estar dispuesto a
sacrificar una anhelada victoria si percibe que es incapaz de ganar. Este principio de sacrificio
también es importante en el campo del discipulado: Uno debe estar dispuesto a renunciar a todo
por Jesús. La gente que seguía al Señor por toda la campiña de Israel había hecho esto. Habían
renunciado a sus posesiones y empleos, porque sabían que el mensaje que Jesús proclamaba era
lo más importante sobre la tierra.
14:34–35. Jesús llevó su enseñanza sobre el discipulado a su clímax proclamando que buena
es la sal sólo cuando contiene la característica de ser salada. Si se hiciere insípida, no tiene
ningún valor y la arrojan fuera. Lo mismo es cierto de los discípulos. Deben tener las
características del discipulado, que son planificación y sacrificio voluntario, o no tendrán ningún
valor.
d. Jesús enseña acerca del lugar que tienen en el reino quienes no tienen esperanza y los
pecadores (cap. 15)
Jesús combatió a los líderes religiosos enseñando de nuevo que algunos que se consideraban
sin esperanza, así como los pecadores, estarán en el reino. Aquí están tal vez las parábolas mejor
conocidas de Jesús: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las tres enseñan el
mismo mensaje: que Dios está vitalmente preocupado por el arrepentimiento de los pecadores.
Pero la tercera historia va más allá que las otras, porque aplica esa verdad a la situación en la que
Jesús se hallaba: aceptado por los despreciados de la sociedad, pero rechazado por los líderes
religiosos.
15:1–2. Para disgusto de éstos últimos, Jesús se relacionaba con aquellos de quienes se
pensaba que no tenían esperanza y eran pecadores. La oposición contra Jesús fue una vez más,
como casi siempre dice Lucas, de los fariseos y los escribas. Debido a ello, Jesús narró tres
parábolas. Las tres hablan de cosas, o una persona que se pierde y luego se halla, y el regocijo
que produce cuando se encuentra lo perdido.
Algunos creen que estas parábolas enseñan la restauración de un creyente a la comunión con
Dios. Uno no puede perder algo que no le pertenece, razonan ellos, así que las dos primeras
parábolas deben representar a hijos de Dios que vuelven a él. Además, puesto que el hijo ya es
hijo, la tercer parábola debe enseñar que el creyente puede ser restaurado a la comunión con
Dios.
Otros entienden las parábolas como que enseñan que la gente perdida (es decir, los no
creyentes) pueden venir a Cristo. Este punto de vista parece preferible por dos razones: (1) Jesús
se dirigía a los fariseos que rechazaban el mensaje del reino. Su objeción era que los pecadores
venían a Jesús y creían en su mensaje. De ninguna manera podrían estos dos grupos estar
representados adecuadamente en la tercera parábola, si es que la enseñanza de ella es la
restauración de un creyente a la comunión. (2) El v. 22 indica que el hijo que volvió recibió una
nueva posición que no tenía antes. Los judíos eran los “hijos” de Dios en el sentido de la relación
especial que tenían con el pacto divino. Pero cada individuo tenía que hacerse creyente en Dios.
Era su responsabilidad aceptar el mensaje que Jesús estaba predicando, que él era el Mesías y
que implantaría el reino para la nación.
15:3–7. La parábola de la oveja perdida enseña que habrá … gozo en el cielo cuando un
pecador … se arrepiente. Jesús no decía que las otras noventa y nueve ovejas no eran
importantes. Más bien, hizo hincapié en que la oveja que no estaba en el redil representa a los
pecadores con quienes Jesús comía (vv. 1–2). Los noventa y nueve justos se refieren a los
fariseos que se estimaban a sí mismos como justos y, por consiguiente, no necesitaban de
arrepentimiento.
15:8–10. La parábola de la moneda perdida enseña que hay gozo delante de los ángeles
cuando un pecador … se arrepiente. Este es el mismo mensaje de la primera parábola, pero se
centra en lo minucioso de la búsqueda. La mujer barrió la casa, y buscó con diligencia hasta
encontrar la moneda que le era de gran valor. Una dracma, moneda griega de plata que sólo se
menciona aquí en el N. T., equivalía más o menos a la paga de un día. El punto que Jesús quiso
enfatizar ha de haber estado claro para sus oyentes: Los pecadores con quienes se relacionaba
eran demasiado valiosos para Dios. (Cf. las palabras similares de los vv. 6, 9.)
En seguida, Jesús narró la parábola del hijo perdido y su hermano mayor, para explicar que
Dios invita a toda la gente a entrar al reino.
15:11. Un hombre tenía dos hijos; el meollo de la parábola está en el contraste entre ellos.
15:12–20a. Esta sección describe las acciones del hijo menor. Solicitó algo inusitado al
pedir a su padre que le diera su parte de los bienes que le corresponderían como herencia.
Normalmente, una propiedad no se dividía y repartía a los herederos sino hasta que el padre ya
no pudiera administrarla bien. Este padre accedió a la petición de su hijo y le dio su parte. El
hijo menor tomó esa riqueza, se fue lejos, y desperdició sus bienes viviendo perdidamente,
enredándose probablemente, como lo dijo después su hermano mayor, con prostitutas (v. 30).
Los oyentes de inmediato han de haber comenzado a comprender el punto de la historia.
Jesús había sido criticado por relacionarse con los pecadores. Éstos se consideraban gente
alejada de Dios, que desperdiciaba su vida de una manera desenfrenada. En contraste con el hijo
menor, el mayor siguió junto al padre y no participó de tales prácticas.
Hubo hambre y el segundo hijo se quedó sin dinero, de modo que tuvo que trabajar para un
extranjero, alimentando cerdos, algo sumamente detestable para un judío. Tal vez la provincia
apartada quedaba al oriente del mar de Galilea donde los gentiles criaban cerdos (cf. 8:26–37).
Las algarrobas son las vainas o fruto del siempre verde algarrobo, árbol que se cultiva en todo el
litoral del Mediterráneo y que constituye el alimento principal para el ganado. Además, es común
que la gente pobre consuma la pulpa de la vaina. Este hijo, debido al hambre, deseaba poder
comer las algarrobas con que alimentaba a los cerdos. Como judío, no podía haber caído más
bajo.
Estando en esta bajísima condición, volvió en sí (15:17). Decidió volver a su padre y
trabajar para él. Seguramente estaría mejor trabajando para su padre que para un extranjero.
Realmente esperaba ser aceptado como un jornalero de su padre, no como hijo.
15:20b–24. La tercera sección de la parábola describe la respuesta del padre. Había estado
esperando que su hijo regresara, pues cuando aún estaba lejos, lo vio el padre. Lleno de
misericordia por su hijo, corrió a él, lo abrazó y lo besó. El padre ni siquiera escuchó lo que el
hijo venía preparado para decirle. Más bien, el padre hizo que sus siervos organizaran un
banquete para hacer fiesta por su regreso. Le dio una nueva posición con un vestido … un anillo
… y calzado. Jesús intencionalmente usó una vez más el tema del banquete. Previamente había
hablado de un banquete para simbolizar el reino venidero (13:29; cf. 14:15–24). Los oyentes de
Jesús fácilmente han de haber percibido el significado de la fiesta. Los pecadores (a quienes
simboliza el hijo pródigo), entraban al reino porque venían a Dios. Creían que necesitaban volver
a él y recibir su perdón.
15:25–32. La sección final de la parábola describe la actitud del primogénito que simboliza a
los fariseos y escribas. Éstos mostraban la misma actitud hacia los pecadores que el hijo mayor
mostró a su hermano menor. El mayor, al volver de trabajar en el campo y oir lo que pasaba, se
enojó. De manera similar, los fariseos y los escribas estaban enojados con el mensaje que Jesús
proclamaba. No les gustaba la idea de que los gentiles, los desechados y los pecadores, llegaran a
ser parte del reino. Como el hijo mayor que no quería entrar a la fiesta, los fariseos se negaban
a entrar al reino que Jesús ofrecía a la nación.
Resulta interesante que salió el padre, y le rogaba al hermano mayor que entrase a la fiesta.
Asimismo, Jesús comía tanto con los fariseos como con los pecadores porque no deseaba excluir
a los fariseos y a los escribas del reino. El mensaje era una invitación para todos.
El primogénito estaba enojado porque nunca había sido honrado con una fiesta a pesar de
que, como él dijo: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás (v. 29).
Esas palabras dejan ver el hecho de que el hermano mayor pensaba que tenía ciertas
prerrogativas debido a su trabajo. Él servía a su padre no por amor, sino porque deseaba una
recompensa. Incluso pensaba de sí mismo como que estaba bajo esclavitud con su padre.
Por su parte, el padre hizo ver que el hijo mayor había tenido el gozo de estar en casa todo el
tiempo, y ahora debía regocijarse con él por el regreso de su hermano. Las palabras: Tú siempre
estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas, dan a entender la posición privilegiada de los
líderes religiosos como miembros del pueblo escogido de Dios. Ellos eran los receptores y
guardianes de los pactos y de la ley (Ro. 3:1–2; 9:4). En vez de sentirse enojados, debían
regocijarse de que otros se les unían y serían parte del reino.
e. Jesús enseña acerca de las riquezas y el reino (cap. 16)
Este capítulo incluye dos parábolas sobre las riquezas. La primera (vv. 1–13) fue dicha
principalmente a los discípulos (v. 1). La segunda (vv. 19–31) fue dirigida a los fariseos, debido
a su respuesta (vv. 14–18) a la primera parábola.
16:1–8a. Jesús contó la historia del mayordomo infiel para enseñar que sus discípulos debían
usar sus riquezas para cumplir los propósitos del reino. La aplicación (vv. 8b–13) sigue a la
parábola (vv. 1–8a).
En la parábola, un hombre rico … llamó a su mayordomo para que diera cuenta de su
administración. El hombre rico había oído que el mayordomo no actuaba honradamente. En
aquellos días, la gente rica a menudo contrataba mayordomos o administradores para que se
hicieran cargo de sus propiedades; se pueden comparar con los planificadores financieros
modernos o con un administrador legal que controla el patrimonio de alguien con el propósito de
incrementarlo. El dinero no pertenecía al administrador, pero sí lo controlaba y usaba para
engrandecer la propiedad. Aparentemente, este mayordomo era un disipador de aquellos bienes,
de la misma manera en que el hijo pródigo había desperdiciado los bienes de su padre (15:13).
Al inicio de la parábola, el hombre rico vio a su mayordomo como irresponsable más que
como deshonesto (16:2) y por lo tanto, lo despidió. Pero entonces, para hacerse de amigos que
quizá luego lo contratarían, el exmayordomo cargó a los dos deudores del hombre rico menos de
lo que realmente debían, cincuenta en vez de cien barriles de aceite, y ochenta en vez de cien
medidas de trigo. La idea del mayordomo se deja ver en su reflexión: Cuando se me quite de
la mayordomía, me recibirán en sus casas (v. 4).
Cuando el hombre rico oyó lo que había hecho, alabó … al mayordomo malo por haber
hecho sagazmente. Este siervo deshonesto no había hecho algo bueno, pero había tenido el
cuidado de planificar anticipadamente, usando las cosas materiales para asegurarse un futuro
tranquilo. Jesús no enseña que sus discípulos deben ser deshonestos, sino que deben usar las
cosas materiales para lograr un beneficio espiritual futuro. Esta es una buena lección sacada de
un mal ejemplo.
16:8b–13. Jesús aplicó de tres formas la parábola a sus discípulos, quienes tenían que vivir
con no creyentes. En primer lugar, deberían usar el dinero para ganar a la gente para el reino (vv.
8b–9). Jesús dijo: Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que
los hijos de la luz. Aquí Jesús establece la diferencia entre sus discípulos y el mayordomo
deshonesto. Éste era de “este siglo”, que buscaba la forma de hacer más cómoda su vida.
Aquéllos, “los hijos de luz” (cf. 11:33–36; Ef. 5:8), deberían actuar de forma sagaz (sabia, no
deshonesta). Jesús enseñó claramente que los hijos de luz deberían usar las riquezas injustas
(Lc. 16:9). Jesús también usó la palabra “riquezas” (mamōna) después (v. 13) cuando afirmó que
no se puede servir a Dios y a las riquezas. En el v. 9, Jesús dijo que éstas se han de usar, no
guardarlas o volverse siervo de ellas. Las riquezas deben estar al servicio de los discípulos, y no
viceversa. Ellos tenían que usarlas para ganar amigos, la misma razón por la que el mayordomo
deshonesto usó las posesiones del hombre rico. Entonces serán recibidos en las moradas
eternas. El uso sabio que los discípulos hicieran de las riquezas ayudaría a llevar a otros a creer
el mensaje del reino y hacer que aceptaran ese mensaje.
La segunda aplicación que hizo Jesús está en los vv. 10–12. Si se es fiel en el uso del dinero,
entonces se será fiel en cosas mayores. Las “riquezas” verdaderas (v. 11; BLA, NVI) parece
referirse a las riquezas espirituales del reino, de las cuales los discípulos tendrán parte.
La tercera aplicación que Jesús sacó de la parábola fue que una persona no puede servir a
Dios y a las riquezas (v. 13). Como amos, los dos son mutuamente exclusivos. El amor al dinero
aleja al hombre de Dios (1 Ti. 6:10); por el contrario, amar a Dios evita poner al dinero como la
principal preocupación de la vida.
16:14–18. Los fariseos, que eran avaros, reaccionaron negativamente a la enseñanza de
Jesús sobre el dinero. Se burlaban de él porque lo veían pobre, era seguido por otros pobres, y
aun tenía el atrevimiento de hablar de dinero. Jesús respondió que Dios conoce los corazones de
la gente, y no se impresiona con sus apariencias externas o riquezas. Aunque los fariseos se
justificaban a sí mismos (v. 15; cf. 15:7), Dios, que juzga el interior del hombre, será el juez
final. Los fariseos malentendieron las bendiciones del pacto de Dios. Aparentemente, supusieron
que las riquezas de una persona eran bendición de Dios como premio a su conducta justa.
Olvidaron completamente el hecho de que mucha gente justa del A. T. carecía de cosas
materiales, mientras muchos injustos tenían abundancia.
Lucas 16:16–18 se incluye dentro de lo dicho por Jesús a los fariseos acerca del dinero
porque ilustra lo que el Señor acababa de decir acerca de que los fariseos se justificaban a sí
mismos, pero realmente habrían de ser juzgados por Dios. Jesús afirmó que desde el tiempo de
Juan el Bautista, él había estado anunciando el reino de Dios. La gente, incluso los fariseos (cf.
14:15 y el comentario de Mt. 11:12), se esforzaban por entrar en él.
Sin embargo, a pesar de que se justificaban, los fariseos aún no vivían conforme a la ley.
Jesús mencionó el divorcio como ejemplo. Quien se divorcia y se vuelve a casar adultera. (Jesús
dio una excepción a esto. V. el comentario de Mt. 5:32; 19:1–12.) Algunos fariseos tenían un
punto de vista muy liberal acerca del divorcio. Aceptaban que un hombre no debía cometer
adulterio, pero si amaba a otra mujer, muchos de ellos permitían que se divorciara de su esposa
aun sin tener una buena razón, y que se casara con la mujer deseada. De esta manera, no
adulteraba. Pero, como lo señaló Jesús, éste era un perfecto ejemplo de quienes querían
justificarse a sí mismos a los ojos de los hombres, pero sin serlo delante de Dios (Lc. 16:15). Los
líderes religiosos realmente no se comportaban según la ley. Jesús señaló la importancia de la ley
(v. 17), la cual exige que la gente viva conforme a ella.
16:19–21. Seguidamente, Jesús contó la parábola del hombre rico y Lázaro para mostrar que
ser rico no es igual a ser justo. El hombre rico tenía todo lo que quería. Púrpura se refiere a
ropa teñida de ese color, y el lino fino se usaba en la ropa interior y ambos eran muy caros.
Un pobre, un mendigo lisiado llamado Lázaro, no tenía nada. Uno vivía con esplendidez
mientras el otro en suma pobreza, con hambre y pésima salud (llagas). Tal vez Jesús escogió el
nombre Lázaro porque es la forma gr. del nombre hebr. que significa “Dios, el ayudador”.
Lázaro era justo no por ser pobre, sino porque dependía de Dios.
16:22–23. Al transcurrir el tiempo, ambos murieron. Lázaro fue al seno de Abraham
mientras el rico … fue sepultado, y estaba en el Hades, un lugar de tormento consciente (vv.
24, 28). “Hadēs” es una palabra gr. que se usa 11 veces en el N. T. En 61 ocasiones, la LXX usó
hadēs para traducir el hebreo š e’ôl (el lugar de los muertos). Aquí, hadēs se refiere al lugar de
los muertos no salvos antes del juicio del gran trono blanco (Ap. 20:11–15). El “seno de
Abraham” aparentemente se refiere a un lugar del paraíso a donde iban los creyentes del A. T. al
morir (cf. Lc. 23:43; 2 Co. 12:4).
16:24–31. El rico pudo conversar con Abraham. Primero le suplicó que enviara a Lázaro
para que le diera un poco de agua. Abraham le dijo que era imposible y que debía recordar que
cuando vivió había tenido todo lo que quería, mientras que Lázaro no había tenido nada. Aun
así, el hombre rico nunca había ayudado a Lázaro en el transcurso de su vida. Todavía más, una
gran sima separaba al paraíso del Hades, de modo que nadie podía pasar de un lado al otro. El
rico entonces rogó que Lázaro fuera enviado a la tierra para que testificara a sus hermanos,
creyendo que si alguien volvía de entre los muertos, entonces sus hermanos oirían (v. 30).
Abraham le dijo que si se negaban a oir las Escrituras (Moisés y … los profetas representaban
a todo el A.T.; cf. v. 16), también rehusarían oir a alguien aunque se levantara de los muertos.
Obviamente, Jesús sugirió que el rico simbolizaba a los fariseos. Querían señales, señales tan
claras que hicieran que la gente creyera. Pero puesto que rehusaban creer en las Escrituras, no
creerían en ninguna señal por grande que fuera. Sólo un poco después, Jesucristo levantó a un
hombre de los muertos, otro hombre que también se llamaba Lázaro (Jn. 11:38–44). El resultado
fue que los líderes religiosos comenzaron a tramar más diligentemente cómo matar tanto a Jesús
como a Lázaro (Jn. 11:45–53; 12:10–11).
f. Jesús enseña acerca de las obliga ciones hacia los hombres y Dios (17:1–10)
17:1–4. Jesús enseñó sobre las obligaciones de sus discípulos hacia otra gente (vv. 1–4) y
Dios (vv. 5–10). Los seguidores de Jesús no deben poner tropiezos a la gente. El pecado no se
puede erradicar en esta vida; es imposible … que no vengan tales cosas. Mas a un discípulo le
sería mejor si se ahogara con una piedra de molino (piedra pesada que se usaba para moler el
grano) atada al cuello … que causar daño espiritual (skandalisē, “hacer pecar”) a estos
pequeñitos (gente que, como niños pequeños, son impotentes delante de Dios; cf. 10:21; Mr.
10:24). Probablemente el pecado o tropiezo aludido es la falta de fe en el Mesías. Jesús ya había
hecho ver que los fariseos no sólo rehusaban entrar al reino, sino que también impedían que otros
lo hicieran (Lc. 11:52).
Los seguidores de Jesús no sólo no han de causar tropiezo a otros; positivamente deben
neutralizar el pecado perdonando a otros (17:3–4). Se debe reprender a un hermano si pecare.
Si se arrepintiere, hay que perdonarlo aunque pecare repetidas veces. Las palabras siete veces
al día denotan algo completo, tan frecuentemente como ocurra.
17:5–10. Jesús también enseñó que sus seguidores tienen responsabilidades hacia Dios. La
primera de ellas es tener fe. Cuando los discípulos pidieron a Jesús más fe, respondió que no
necesitaban más, sino el tipo adecuado de fe. Aun la menor cantidad de fe (como un grano de
mostaza, la menor de las semillas; cf. 13:19) podría hacer cosas sorprendentemente milagrosas,
tales como arrancar un sicómoro, un árbol de raíces profundas (17:6).
La segunda responsabilidad de los discípulos hacia Dios es el servicio humilde (vv. 7–10).
Ellos no debían esperar una alabanza especial por hacer cosas que se esperaba que hicieran. Un
siervo no obtiene alabanza especial de su amo por cumplir con su trabajo. Igualmente, los
discípulos tienen ciertas responsabilidades que deben cumplir con humildad como siervos
inútiles (aj̱reioi, “bueno para nada”, se usa además sólo en Mt. 25:30) de Dios.

4. JESÚS ENSEÑA SOBRE EL REINO Y LAS ACTITUDES DE SUS DISCÍPULOS (17:11–19:27)


En esta sección, Lucas reunió una serie de eventos de la vida de Jesús que sucedieron cuando
iba rumbo a Jerusalén. Estos enseñan la clase de actitudes que los discípulos deberían tener en
vista del reino venidero.
a. Un leproso volvió (17:11–19)
17:11–14. Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando diez …
leprosos le pidieron ayuda, el Señor los sanó de lejos. Esta es la segunda vez en el libro que
Lucas relata que Jesús sanó a leprosos (cf. 5:12–16). Como en el primer caso, el Señor mandó a
los hombres que se mostraran a los sacerdotes. Mientras iban, fueron limpiados de su
enfermedad y quedaron ceremonialmente limpios.
17:15–19. Sólo uno de los hombres, un extranjero, es decir, un samaritano, volvió para dar
gracias a Jesús. Éste comprendió la importancia de lo que se le había hecho. Estaba glorificando
a Dios y se postró rostro en tierra a los pies de Jesús, una posición de adoración.
Aparentemente, comprendió que Jesús era Dios, pues ejercitó fe en él. Lucas no menciona si
comprendió que Jesús era el Mesías o no. La falta de gratitud de los otros nueve es típica del
rechazo del ministerio de Jesús por parte de la nación judía. Solamente él tenía poder para
limpiar a la nación y hacerla ceremonialmente limpia, sin embargo, ésta no respondió en forma
adecuada. Aceptó las cosas que Jesús podía hacer (tales como sanarlos y alimentarlos), pero no
quiso aceptarlo como el Mesías. Sin embargo, los que estaban fuera de la nación (tales como este
leproso samaritano, una persona doblemente repugnante a los judíos) respondían en forma
positiva.
b. Jesús enseña acerca de la presencia del reino (17:20–37)
(Mt 24:23–28, 37–41)
17:20–21. Jesús fue preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios.
Esta era una pregunta lógica pues él había estado predicando por algún tiempo que el reino
estaba cerca. Él respondió a la pregunta de dos formas. En primer lugar, dijo que los fariseos no
podrían saber de la venida del reino por medio de sus observaciones. En segundo, que el reino
estaba en medio de ellos. La expresión entre vosotros a menudo se ha malentendido. Los
fariseos lo rechazaban como el Mesías, y no eran creyentes. (Son distintos a los discípulos, a
quienes Jesús se dirigió en el v. 22.) Así que, no haría sentido que Jesús les hubiera dicho a los
fariseos que el reino de Dios estaba dentro de ellos, como si fuera alguna clase de reino
espiritual. Es mejor traducir la frase “entre vosotros” (entos jymōn) como “en medio de
vosotros”. Algunos creen que el sentido exacto de la expresión es “dentro de vuestra posesión o
dentro de vuestro alcance”. Lo que Jesús quería decir era que él estaba justo en medio de ellos y
que todo lo que ellos necesitaban hacer era reconocer que él era realmente el Mesías, el que
podía implantar el reino y entonces el reino vendría.
17:22–25. Seguidamente, Jesús dijo a sus discípulos varios hechos con respecto al reino. En
primer lugar, dijo que vendría un tiempo en que los discípulos desearían verlo regresar, pero no
lo verían (v. 22). En segundo, dijo que cuando el reino viniera, todos lo sabrían (vv. 23–24). No
será un reino secreto (es decir, sólo interno, espiritual); todo el mundo lo conocerá. Su aparición
será como el relámpago (cf. Mt. 24:27, 30). En tercer lugar, Jesús dijo que era necesario que
padeciera antes de que el reino viniera (Lc. 17:25).
17:26–27. Luego comparó Jesús la venida del reino con el diluvio de los días de Noé, y el
juicio sobre Sodoma (v. 29). Al traer a colación estos eventos, Jesús estaba enfocando el aspecto
de juicio del reino. Cuando establezca su reino, la gente será juzgada para ver si se le permitirá
entrar en él. En esta sección (17:26–35), Jesús no enseña acerca del rapto, sino sobre el juicio
antes de entrar al reino.
Recordó a sus discípulos que la gente de los días de Noé no estaba preparada para el diluvio,
y, por tanto, éste los destruyó completamente (Gn. 6). El mismo problema prevalecerá cuando
venga el reino: la gente no estará lista.
17:28–33. De la misma forma, la gente materialista e indiferente de Sodoma (comían,
bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban) no estaba preparada para el juicio divino
(Gn. 19). Vivía en pecado, sin tomar en cuenta a Dios. Por tanto, fueron destruidos. Jesús
recordó a sus seguidores que la gente no debe apegarse a las cosas materiales cuando sea tiempo
de la venida del reino, pues como la mujer de Lot, será juzgada de acuerdo a esto. Quienes
estén trabajando o descansando en las azoteas (muchas de las cuales eran planas en Palestina) no
deberían tratar de sacar las cosas de su casa. Ni quienes trabajaran en el campo deberían ir a sus
casas para salvar sus pertenencias. Cualquier demora podría ser fatal. Así que, el que procure
salvar su vida (Lc. 17:33) volviendo por sus bienes (v. 31) la perderá.
17:34–36. Jesús afirmó que algunos serán tomados para juicio. En algunas partes del mundo
será de noche (estarán … en una cama); en otras, de día (la gente estará en sus tareas diarias,
tales como “moliendo” grano). El ser tomado implica ser juzgado, no llevado en el rapto.
Quienes sean dejados son los que entrarán en el reino. (Algunos mss. añaden las palabras del v.
36: Dos estarán en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado. Es probable que el
versículo fuera insertado para armonizar este pasaje con Mt. 24:40).
17:37. Los discípulos preguntaron dónde sería tomada esta gente. La respuesta enigmática de
Jesús: Donde estuviere el cuerpo, allí se juntarán también las águilas (“buitres” BLA, NVI),
se ha interpretado de varias maneras. Parece mejor entenderla en el sentido de que Jesús estaba
reafirmando que esta gente sería llevada a juicio. De la misma forma que un cadáver hace que los
buitres “se junten” sobre él, así la gente muerta es consignada a juicio si no está lista para el
reino (cf. Mt. 24:28; Ap. 19:17–19).
c. Jesús enseña acerca de la oración (18:1–14)
Estos versículos incluyen dos parábolas de Jesús acerca de la oración. Una fue dirigida a los
discípulos (vv. 1–8), y la otra (vv. 9–14) a “unos que confiaban en sí mismos como justos”.
18:1–8. Refirió Jesús la parábola del juez injusto, para enseñar la perseverancia en la
oración: Sobre la necesidad de que sus discípulos oraran siempre, y no desmayaran. Los vv.
2–5 contienen la parábola. Una viuda persistía en ir ante un juez injusto para rogarle justicia en
su caso. Él, en forma continua, no quiso atenderla, pero después de esto decidió hacerle
justicia, no fuera que le agotara la paciencia con su queja. Jesús interpretó la parábola (vv.
6–8), señalando que si el juez injusto hacía justicia, entonces había que imaginarse que Dios (el
Juez justo) pronto les hará justicia. La pregunta de Jesús: Cuando venga el Hijo del Hombre,
¿hallará fe en la tierra? no se hizo por ignorancia. Tampoco se preguntaba él si habría
creyentes cuando volviera. Más bien, hizo la pregunta para animar a los discípulos a la fidelidad
en la oración, y para que se mantuvieran orando. Esta es otra buena lección sacada de un mal
ejemplo (cf. 16:1–13).
18:9–14. El propósito de la parábola acerca de la oración del fariseo y el publicano eran
mostrar que no se debe confiar en sí mismos como justos, y que no se debe menospreciar a otros
(v. 9). La oración del fariseo tenía que ver con decirle a Dios cuán bueno era, pues no sólo
guardaba la ley ayunando y diezmando (v. 12), sino que también se consideraba mejor que otra
gente (v. 11). Usaba a otros como norma para medir su justicia.
Por otro lado, el publicano usó a Dios como su norma para medir su justicia. Él se daba
cuenta de que tenía que entregarse a la misericordia de Dios (sé propicio) para ser perdonado.
La aplicación que Jesús hizo hace eco de su enseñanza de 13:30. Es necesario que el hombre
se humille delante de Dios para obtener perdón y el orgulloso (cualquiera que se enaltece) será
rebajado (humillado) por Dios.
d. Jesús enseña sobre la inocencia infantil (18:15–17)
(Mt. 19:13–15; Mr. 10:13–16)
18:15–17. Lucas colocó esta breve sección aquí para continuar con el mensaje de la parábola
anterior. Jesús había enseñado que era necesario humillarse delante de Dios. En este pasaje
comparó esa humildad con la inocencia infantil: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo
impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. Con estas palabras Jesús enseñaba que para
entrar al reino una persona debía venir a él con humildad. Los niños obran con expectación y
emoción. Vienen reconociendo que no son suficientes por sí mismos y que dependen totalmente
de otros. Si estas mismas actitudes no están presentes en los adultos, no entrarán en el reino.
e. Jesús enseña que las riquezas son un obstáculo para las cosas importantes de la vida
(18:18–30)
(Mt. 19:16–30; Mr. 10:17–31)
18:18–20. Un hombre principal (que era muy rico, v. 23) vino a Jesús para hablar sobre
cómo heredar la vida eterna. Éste tal vez era miembro del sanedrín, u oficial de una sinagoga
local. “Heredar la vida eterna” significaba entrar al reino de Dios (cf. Jn. 3:3–5). Aquel hombre
quería saber qué acciones (qué haré) lo harían justo para con Dios.
Había llamado a Jesús Maestro bueno. Jesús respondió que sólo Dios es bueno, es decir,
sólo Dios es justo. Aparentemente, aquel hombre pensaba que Jesús había ganado una buena
posición para con Dios por medio de sus buenas obras. Jesús implicaba que si él realmente es
bueno, entonces es porque él es Dios. Esta es otra de las veces en que Jesús afirmó que era Dios.
Jesús respondió la pregunta de aquel hombre mandándole que guardara el séptimo, sexto,
octavo, noveno y quinto mandamientos (Éx. 20:12–16), cada uno de los cuales tiene que ver con
las relaciones interpersonales. (Los primeros cuatro de los diez mandamientos tienen que ver con
la relación del hombre con Dios.)
18:21–22. La respuesta del hombre principal de que había guardado todos éstos desde su
juventud, era probablemente cierta. Quizá haya sido un ciudadano modelo.
Seguidamente, Jesús le dijo una cosa más que necesitaba hacer: le era menester seguir a
Jesús, y para hacer lo, tenía que dar sus bienes a los pobres. Esta acción se relacionaba con el
décimo mandamiento que habla contra la codicia y que incluye la idea de la avaricia y de
apegarse a las cosas que son propias, así como desear cosas que pertenecen a otros. Fue en este
elevado punto que el hombre fracasó.
El razonamiento de Jesús era claro: (a) Se debe guardar la ley perfectamente para heredar la
vida eterna (cf. Stg. 2:10). (b) Sólo Dios es bueno, verdaderamente justo. (c) Por tanto, nadie
puede obtener la vida eterna cumpliendo la ley (cf. Ro. 3:20; Gá. 2:21; 3:21). El único curso de
acción que le quedaba al individuo para obtener la vida era seguir a Jesús.
18:23–25. El hombre principal no estaba preparado para dar ese paso (contrástese con
Zaqueo, 19:8). Estaba más apegado a sus riquezas que a la idea de obtener “la vida eterna”, sobre
la cual tan noblemente había preguntado al inicio de su conversación con el Señor. Jesús
respondió que las riquezas son un obstáculo para obtener la vida eterna porque a menudo nublan
el pensamiento de una persona sobre lo que es realmente importante en la vida. Jesús usó una
hipérbole común de algo que es imposible, un camello que pasa por el ojo de una aguja
(belonēs, una aguja de coser, no una pequeña entrada en el portón de la ciudad). Asimismo, es
demasiado difícil (pero no imposible; cf. Zaqueo, 19:1–10) que un rico sea salvo.
18:26–27. Los discípulos estaban confusos. Tenían la idea equivocada, como los fariseos, de
que las riquezas eran señal de bendición de Dios. Si una persona como el principal no podía ser
salva, ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Jesús, con su respuesta, no eliminó a todos los ricos de la
salvación. Hizo notar que Dios puede hacer lo imposible.
18:28–30 En respuesta al sacrificio que hicieran los discípulos al seguirlo, lo cual fue
expresado por Pedro, Jesús afirmó que ellos serían ampliamente recompensados. Aunque habían
dejado a su familia (cf. 14:26–27), su recompensa consistiría de mucho más en este tiempo, y
también la vida eterna. Jesús se refería en forma muy obvia al grupo de creyentes que tendrían
comunión con los discípulos durante su ministerio. Esos creyentes se convirtieron en un círculo
familiar, todos compartiendo juntos, de modo que ninguno tenía necesidad (Hch. 2:44–47;
4:32–37).
f. Jesús enseña acerca de su resurrección (18:31–34)
(Mt. 20:17–19; Mr. 10:32–34)
18:31–34. Cada vez que Jesús … dijo algo a sus seguidores de lo que le ocurriría en
Jerusalén, se hacía más explícito. En ese momento, expuso todos los eventos que acontecerían.
Claramente habló de la participación de los gentiles en su juicio y muerte. Esto era importante,
porque Lucas no quería que sus lectores pensaran que los gentiles estaban sin culpa en lo que a la
muerte de Jesús respecta. El mundo entero era culpable de la muerte del Salvador. Pero los
discípulos no podían comprender nada de esto. Todavía pensaban que el reino vendría casi de
inmediato. De modo que no entendían lo que se les decía.
g. Jesús y un ciego (18:35–43)
(Mt. 20:29–34; Mr. 10:46–52)
En este pasaje y el siguiente (Lc. 19:1–10), hay dos ejemplos de cómo la nación debería
haber respondido al Mesías. En cada caso la persona que sí respondió era repudiado por la
corriente principal del judaísmo.
18:35–38. Cerca de Jericó, un ciego, al oir el alboroto que había a su alrededor cuando
Jesús … pasaba … preguntó a los que estaban cerca de él qué era aquello. Cuando le dijeron
que era Jesús nazareno, inmediatamente se percató de que el Mesías estaba allí, pues sus
palabras, ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! indican que sabía que Jesús era el
Mesías.
Hay un gran valor simbólico en este relato. Aquel hombre era un mendigo que estaba
sentado junto al camino, esperando que algo aconteciera. Era ciego y no podía hacer nada para
mejorar su condición. El Mesías pasó por su pueblo (del mismo modo que había atravesado
muchos otros). De inmediato, el ciego lo reconoció como el Mesías, quien podía salvarlo de su
ceguera. Los desechados espirituales, incapaces de ayudarse a sí mismos, reconocían con mayor
facilidad al Mesías y le pedían su ayuda, no así los líderes religiosos.
18:39. Los que iban delante trataron de que callase. En forma similar, los líderes religiosos
trataron de evitar que la gente creyera en Jesús. Pero la oposición hizo que el hombre se afirmara
en su fe.
18:40–43. Al expresar su deseo de recibir la vista, estaba confiado de que Jesús, el Mesías,
tenía poder para sanarlo. Cuando Jesús dijo: Tu fe te ha salvado, no afirmaba que la fe de aquel
hombre tuviera poder. Él tuvo fe en el Mesías, y fue ese poder el que lo sanó (cf. 7:50; 17:19).
De la misma manera, si la nación hubiera tenido fe en su Mesías, habría sanado de su ceguera
espiritual. Como resultado de la sanidad de aquel hombre, él y todo el pueblo que vio el milagro
dio alabanza a Dios.
h. Jesús y Zaqueo (19:1–10)
Una segunda persona de Jericó llegó a la fe en Jesús. Zaqueo, al igual que el ciego, era
considerado fuera del sistema judío normal, debido a su trabajo como recaudador de impuestos
(cf. 5:27; 18:9–14). Zaqueo respondió al mensaje de Jesús precisamente en la forma opuesta a
como el principal rico había hecho (18:18–25). Zaqueo, que también era rico (19:2), sabía que
era pecador. Cuando Jesús lo llamó, respondió con mayor entusiasmo que el que Jesús había
pedido. Este relato también es un comentario sobre lo dicho por Jesús de que con Dios todas las
cosas son posibles (18:25–27), pues Zaqueo era un rico que halló la salvación.
19:1–4. Este incidente parece cómico. He aquí a Zaqueo, un hombre rico y probablemente
influyente, corriendo delante de la multitud y subiéndose a un árbol sicómoro (es decir,
higuera silvestre; cf. Am. 7:14), para tener la oportunidad de ver a Jesús. Lucas quizá haya
estado presentando las acciones de Zaqueo como un comentario sobre lo dicho por Jesús de que
a menos que la gente se haga como niño pequeño, no puede entrar en el reino de Dios (Lc.
18:17).
19:5–6. Jesús ya conocía el nombre de Zaqueo y todo acerca de él. Por eso, le ordenó que
descendiera de prisa porque quería posar en su casa. Esto era más de lo que Zaqueo había
esperado, así que le recibió gozoso. La palabra “gozoso” (j̱airōn) literalmente es
“regocijándose”. Lucas usó este verbo (y el sustantivo ̱jara) nueve veces (1:14; 8:13; 10:17;
13:17; 15:5, 9, 32; 19:6, 37) para denotar la actitud de gozo que acompaña a la fe y la salvación.
19:7–10. Como era usual, muchos se quejaron (murmuraban) de que Jesús había entrado
a posar con un hombre pecador (cf. 15:1). Entonces Zaqueo, puesto de pie, voluntariamente
anunció que daría la mitad de lo que tenía a los pobres, y que restituiría cuadruplicado lo que
hubiera defraudado. Públicamente quería que la gente supiera que el tiempo que había
convivido con Jesús había cambiado su vida. Resulta interesante que estuviera dispuesto a
desprenderse de muchas de sus riquezas, cosa que Jesús había pedido al principal rico (18:22).
Lo que Jesús dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, no implica que la acción de dar a
los pobres hubiera salvado a Zaqueo, sino que su cambio de estilo de vida evidenciaba su
correcta relación con Dios. Zaqueo, un hijo de Abraham por nacimiento, tenía derecho a entrar
al reino debido a su relación con Jesús. Esa era la misión de Jesús, buscar y … salvar a quienes
estaban perdidos (cf. 15:5, 9, 24).
i. Jesús enseña acerca de la mayordomía (19:11–27)
(Mt. 25:14–30)
Esta parábola pone fin a la sección de las enseñanzas de Jesús en respuesta al rechazo (Lc.
12:1–19:27). También concluye la subsección de su doctrina acerca del reino venidero y las
actitudes de sus discípulos (17:11–19:27). Éstos debían ser como el exleproso agradecido
(17:11–19), perseverantes en la oración (18:1–14), inocentes como niños (18:15–17), como el
ciego (18:35–43), y como Zaqueo (19:1–10), en contraste con el principal rico (18:18–25).
La parábola de las diez minas resume la enseñanza de Jesús a sus discípulos. Cada uno tenía
deberes que Jesús le había dado, y debía cumplir con su responsabilidad. Pero esta parábola no se
dirige sólo a los discípulos, también a la nación en general, para mostrarle que tenía
responsabilidades. Si la nación no se volvía a Jesús, sería castigada.
19:11. Jesús presentó esta parábola, por cuanto quienes estaban con él pensaban que él iba
a instaurar el reino … inmediatamente. Puesto que estaban cerca de Jerusalén, Jesús quería
evitar cualquier desánimo por parte de sus seguidores.
19:12–14. El hombre noble obviamente representaba a Jesús. Debido a que sus seguidores
pensaban que el reino iba a ser establecido inmediatamente, Jesús dijo que el noble de la
parábola tenía que ir a un país lejano, para recibir un reino y volver. Tendría que dejarlos
antes de que el reino fuera establecido. Antes de marcharse, llamando a diez siervos suyos, les
dio diez minas, una a cada quien. Una mina equivalía más o menos al salario de tres meses, así
que su valor era considerable. Tenían que negociar el dinero mientras él se iba. Otro grupo de
personas, sus conciudadanos, no querían que reinara sobre ellos. Este grupo obviamente
representaba a los líderes religiosos en particular y a la nación en general.
19:15–26. Cuando el rey hubo vuelto, llamó a los siervos … para saber lo que había hecho
cada uno con el dinero que les había confiado. Los primeros dos habían usado el dinero
productivamente. El primero había ganado otras diez minas (v. 16), y el segundo, otras cinco
minas (v. 18). Cada uno de estos siervos fue alabado por el rey y recibió una recompensa
proporcional a la cantidad del dinero ganado (vv. 17, 19).
Otro siervo no había hecho nada con la mina que se le había dado y dijo al rey: Eres
hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Esto fue usado en
su contra por su amo (v. 22). Si tenía razón, entonces por lo menos debería haber puesto el
dinero en el banco … así el rey habría recibido su capital con los intereses. Lo que aquí se
implica es que el siervo realmente no esperaba que el rey volviera. Para nada estaba preocupado
de su regreso, así que no se ocupó de los negocios del soberano. Mateo escribió que el tercer
siervo fue echado fuera del reino (Mt. 25:30). Esto indica que realmente pertenecía al grupo de
personas que no querían que el rey estuviera sobre ellos (Lc. 19:14). Su dinero le fue quitado y
dado al que había obtenido la mayor ganancia para el rey.
19:27. En contraste con los dos siervos que habían anticipado el regreso del rey, sus
enemigos fueron decapitados en presencia del monarca. La analogía de esta parábola era clara
para los oyentes. Jesús se iba a ir lejos a recibir un reino. Cuando regresara, establecería su
propio gobierno. Hasta que llegara ese tiempo, sus seguidores debían cumplir con las
responsabilidades que les dio. A su regreso, recompensaría a los fieles proporcionalmente a su
servicio, y sus enemigos serían juzgados delante de él.
VI. Ministerio de Jesús en Jerusalén (19:28–21:38)
La meta de Jesús era ir a Jerusalén para presentarse ante los líderes religiosos como Mesías.
En esta sección, llega y ministra en ella. Ésta se divide en dos partes: (1) Jesús entra en la ciudad
y se presenta como Mesías (19:28–44); (2) Entra al templo y enseña allí por varios días
(19:45–21:38). Los que estaban presentes deben haber entendido claramente que se presentaba
como Mesías, el único capaz de implantar el reino.

A. La entrada de Jesús en Jerusalén como Mesías (19:28–44)


(Mt. 21:1–11; Mr. 11:1–11; Jn. 12:12–19)
Hasta ese momento, Jesús no había buscado ser llamado Mesías abiertamente. Pero entonces
lo permitió e incluso lo impulsó. Todo lo que hizo en el transcurso de esos días fue diseñado para
llamar la atención al hecho de que él es el verdadero Mesías.

1. PREPARACIÓN DE LA ENTRADA (19:28–34)


19:28–34. Lucas hace notar que el tiempo de que Jesús subiera a Jerusalén, había llegado y
era necesario preparar su entrada. El Señor había llegado de Jericó (18:35–19:10) y estaba cerca
de Betfagé y de Betania, a poca distancia de Jerusalén. En ese punto, se detuvo para hacer
algunos preparativos, para que al entrar en la ciudad la gente supiera que se presentaba como el
Mesías. La orden que dio a dos de sus discípulos fue que buscaran un pollino y lo trajeran para
cumplir con lo predicho por Zacarías 9:9–10, en el sentido de que el Mesías montaría en un asno
(cf. el comentario de Mt. 21:2, que se refiere a una asna …, y un pollino). Como es evidente (Lc.
19:38), las multitudes comprendieron el mensaje que estaba detrás de este simbolismo.
Aparentemente, incluso los dueños del pollino lo entendieron así, porque permitieron que los
discípulos se llevaran al asno cuando se les dijo: El Señor lo necesita.

2. JESÚS AVANZA HACIA LA CIUDAD (19:35–40)


19:35–40. Jesús inició su entrada por la bajada al poniente del monte de los Olivos (v. 37)
y fue aclamado por la multitud como Mesías. La acción de tender sus mantos por el camino (v.
36) frente a Jesús era una señal de respeto. Toda la multitud de los discípulos (mathētōn),
gozándose, comenzó a alabar a Dios … por todas las maravillas (dynameōn,
“manifestaciones de poder espiritual”) que habían visto. Estos creyentes citaron (v. 38a) Salmos
118:26, que es un salmo mesiánico de alabanza. Los fariseos comprendieron el significado de lo
que sucedía, pues le dijeron que reprendiera a sus seguidores para que dejaran de llamarlo
Mesías o Rey.
Jesús respondió que debía proclamarse que él es el Mesías. Si no, aun las cosas inanimadas
(piedras) serían llamadas a testificar a su favor. Toda la historia pasada había apuntado hacia
este evento único y particular en que el Mesías se presentaría públicamente a la nación, y Dios
deseaba que se reconociera este hecho.

3. JESÚS PROFETIZA SOBRE JERUSALÉN (19:41–44)


19:41–44. Jesús mostró compasión hacia Jerusalén, pero también predijo que vendrían días
cuando ésta quedaría en ruinas. Rechazó a Jerusalén porque la ciudad lo desechó. Lloró sobre
ella porque sus habitantes no comprendieron la importancia de lo que ocurría ese día; si la nación
entera lo aceptaba ese día, le traería paz. Debido a que el pueblo no conoció el tiempo de la
visitación que Dios le hacía (v. 44), la ciudad sería totalmente destruida. Los soldados romanos
hicieron esto comenzando en el año 70 d.C.

B. Jesús en el templo (19:45–21:38)


Jesús limpió el templo, discutió allí con los líderes religiosos (20:1–21:4), y luego dijo a sus
discípulos lo que acontecería en los tiempos del fin (21:5–36).

1. JESÚS LIMPIA EL TEMPLO (19:45–46)


(MT. 21:12–13; MR. 11:15–17)
19:45–46. Jesús limpió el templo dos veces, una al iniciar su ministerio (Jn. 2:13–22) y de
nuevo al final de él. Mateo, Marcos y Lucas mencionaron la última, pero no la primera. Debido a
que Jesús es el Mesías, es lógico que limpiara ceremonialmente a la nación, tanto al principio
como al final de su ministerio. En ambos casos su enseñanza en el templo fue ignorada por los
líderes religiosos.
Jesús citó los pasajes de Isaías 56:7 y Jeremías 7:11 cuando se puso a echar fuera a los que
vendían y compraban en el templo. Marcos agrega que los cambistas también fueron echados,
así como la gente que pasaba por el área del templo al estar realizando sus actividades
comerciales (Mr. 11:15–16). El cambio de dinero se requería porque en ese entonces, sólo se
aceptaban ciertas monedas de quienes compraban animales para los sacrificios. Los líderes
religiosos obtenían dinero de la compra y venta de animales (haciendo, de este modo, del templo
una cueva de ladrones). También llevaban a la gente a un mero formalismo. Un peregrino que
viajara a Jerusalén podía ir al templo, comprar un animal y ofrecerlo en sacrificio sin haber
tenido nada que ver con el animal. Esto provocó la despersonalización del sistema sacrificial.
Aparentemente, el comercio se realizaba en el área del templo que había sido designada para que
oraran los gentiles devotos. De esta forma se dañaba el testimonio de Israel ante el mundo que lo
rodeaba.

2. JESÚS ENSEÑA EN EL TEMPLO (19:47–21:38)


Las dos partes de esta sección, la discusión de Jesús en el templo (20:1–21:4) y la enseñanza
a sus discípulos (21:5–36), están en medio de una introducción (19:47–48) y una conclusión
(21:37–38) que muestran que la gente se admiraba de su enseñanza y le gustaba oirlo, mientras,
que por el contrario, los sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo querían matarlo
(19:47).
a. El deleite de la multitud (19:47–48)
19:47–48. Jesús enseñaba diariamente en el templo para deleite de las multitudes. La gente
estaba en suspenso oyéndole, pero los líderes religiosos querían matarle aunque temían a la
muchedumbre (cf. 20:19; 22:2; Hch. 5:26).
b. Jesús discute en el templo (20:1–21:4)
(Mt. 21:23–23:37; Mr. 11:27–12:44)
Como consecuencia lógica de la limpieza que Jesús hizo en el templo, los líderes religiosos
lo volvieron a rechazar y hubo conflicto. Él había trastornado la atmósfera “religiosa” normal del
templo, lo que hizo que cuestionaran su autoridad.
20:1–8 (Mt. 21:23–27; Mr. 11:27–33). Los líderes religiosos preguntaron a Jesús de dónde
procedía su autoridad. Los principales sacerdotes eran los oficiales del templo; los escribas era
un grupo formado tanto por fariseos como por saduceos; y los ancianos quizá hayan sido laicos
y líderes políticos. Ellos hicieron dos preguntas: ¿Con qué autoridad actuaba, y quién es el que
le ha dado esta autoridad? (Lc. 20:2). La primera pregunta se refiere a la clase de autoridad que
Jesús ejercía. ¿Era él profeta, sacerdote o rey? Sin duda las palabras haces estas cosas se refieren
a la limpieza del templo. La segunda pregunta tiene que ver con quién lo respaldaba. ¿Creía
Jesús que actuaba por sí solo o para algún grupo?
El Señor respondió con una pregunta acerca de la autoridad que respaldaba el bautismo de
Juan. Los líderes religiosos habían desaprobado la obra bautismal de Juan porque los había
humillado y había hecho que su sistema religioso perdiera fieles (Mt. 3:7–10). Debido a que las
multitudes veneraban a Juan el Bautista, los líderes religiosos tenían miedo a negar su autoridad
y, por tanto, se negaron a responder a la pregunta de Jesús (Lc. 20:7; cf. 19:48). Así que por esta
razón, Jesús se negó a decirles con qué autoridad había limpiado el templo. Lo que esto
implicaba era que él hacía su obra con la misma autoridad, la de Dios, con que Juan bautizaba.
20:9–19 (Mt. 21:33–46; Mr. 12:1–12). A continuación, Jesús narró una parábola para
describir el origen de su autoridad. Una parábola sobre una viña no era nueva para los israelitas.
Isaías había usado la figura para referirse a la nación (Is. 5:1–7) y el simbolismo debe haber sido
claro para ellos. El propietario de una viña envió a tres siervos a recoger el fruto de su viña (Lc.
20:10–12). Pero los labradores que la arrendaban golpearon a cada uno de los tres. Finalmente,
envió a su hijo, al cual mataron para quedarse con la heredad (vv. 13–15). Luego Jesús hizo a
sus oyentes una pregunta retórica: ¿Qué, pues, les hará el señor de la viña? Respondió a su
propia pregunta: Destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros (v. 16).
Esta fue la culminación de todos los mensajes de Jesús en cuanto a que los gentiles y
desechados serán añadidos al reino, mientras que a muchos de Israel no se les permitirá entrar en
él. La multitud respondió con una fuerte declaración de negación: ¡Dios nos libre! (mē genoito;
Pablo la usa varias veces en Romanos). Comprendieron las implicaciones de lo que Jesús decía:
El sistema judío se iba a hacer a un lado porque los líderes religiosos rechazaban a Jesús. Lucas
señaló la seriedad de la situación al escribir que Jesús, mirándolos, citó Salmos 118:22 que
hacía ver que una cosa aparentemente sin importancia (una piedra tirada por los constructores),
era realmente la más esencial (esta piedra llegó a ser cabeza del ángulo).
Lo que Jesús quería hacer notar era que él, que era el elemento más importante de la nación
judía, estaba siendo rechazado, pero al final reinaría supremo. También traería el juicio (Lc.
20:18). La severidad de lo dicho por Jesús dio en el blanco. Los principales sacerdotes y los
escribas querían matarlo porque comprendieron que contra ellos había dicho esta parábola.
Pero una vez más temieron tomar cualquier acción debido al pueblo (cf. 19:47–48; 22:2).
20:20–26. Puesto que los líderes religiosos tenían miedo de hacer cualquier cosa contra Jesús
por causa del pueblo (v. 10), se mantuvieron acechándole. Esperaban sorprenderle en alguna
enseñanza que no agradara a las multitudes, lo cual les permitiría procesarlo legalmente. Unos
espías le hicieron a Jesús una pregunta sobre los impuestos: ¿Nos es lícito dar tributo a César,
o no? Pero esta pregunta no era sólo sobre dinero. También tenía que ver con política y religión.
Si Jesús respondía ya fuera sí o no, perdería apoyo. Si decía que era correcto pagar impuestos a
César, el gobernante extranjero (a saber, Tiberio César, 14–37 d.C.), los zelotes (que se oponían
al gobierno romano y favorecían la autonomía judía) se ofenderían por su respuesta. Si respondía
que no era correcto pagar impuestos (lo que los líderes religiosos quizá habían sospechado que
haría, porque había estado enseñando sobre el reino), entonces los romanos estarían descontentos
y los líderes religiosos podrían entregarle a esa autoridad.
Jesús, señalando la imagen y la inscripción de César en una moneda (que era un “denario”;
cf. 7:41; 10:35), respondió en sentido afirmativo: Dad a César lo que es de César. Pero también
aprovechó la oportunidad para enseñar que se debería dar a Dios lo que lleva su imagen, a saber:
uno mismo (y a Dios lo que es de Dios).
Esta sorprendente respuesta acalló a los espías (20:26). Es interesante que los líderes
religiosos usaran este incidente contra Jesús durante su juicio. Pero tergiversaron totalmente su
posición, acusándolo de oponerse al pago de los impuestos a César (23:2).
20:27–40. Los saduceos negaban todos los sucesos sobrenaturales, incluso la resurrección
(v. 27; cf. Hch. 23:8). Por tanto, su pregunta acerca de ella no era para solicitar información, sino
para encontrar la forma de hacer que Jesús pareciera tonto, al presentarle un caso hipotético
extremo. Le propusieron una situación en la que una mujer se casó con cada uno de siete
hermanos, después de que cada hermano con el que se había casado antes había muerto. La idea
que estaba detrás de tal suceso era el concepto hebreo del matrimonio por levirato (Dt. 25:5–10),
en el cual un soltero se casaría con la viuda de su hermano muerto que quedara sin hijos con
objeto de levantar descendencia a su nombre. Entonces preguntaron los fariseos: En la
resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer …?
En primer lugar, dijo Jesús, no habrá casamiento en la resurrección (Lc. 20:34–36). Esto
mostraba que (a) el presente siglo contrasta claramente con el siglo venidero; y (b) cuando las
personas resuciten, serán iguales a los ángeles, porque son hijos de Dios e hijos de la
resurrección. Jesús no dijo que quienes resucitan se vuelven ángeles. Lo que quería hacer ver
era que ellos, como los ángeles, serán inmortales. De este modo, no habrá más necesidad de
procreación, y la relación matrimonial no será necesaria.
En segundo lugar, Jesús señaló que ciertamente habrá resurrección (vv. 37–38). Se refirió al
incidente en que el Señor dijo a Moisés que él es el Dios de los patriarcas (Éx. 3:6). Jesús apeló a
Moisés porque los saduceos equivocadamente aseguraban que las enseñanzas de Moisés no
hablaban de la resurrección. La afirmación de que el Señor es el Dios de los patriarcas, debería
haber mostrado a los saduceos que sus antepasados todavía estaban vivos (es Dios … de vivos)
Aunque estas palabras fueron expresadas varios cientos de años después de la muerte del último
patriarca. Dios los mantenía vivos para la resurrección futura.
Los escribas y los saduceos estaban en pugna debido a que sus creencias estaban en
conflicto. Los primeros aplaudieron la refutación que Jesús hizo a la doctrina de los saduceos
(Lc. 20:39). El resultado de la conversación fue que todos tenían miedo de preguntar … más a
Jesús.
20:41–44. Jesús tomó luego la ofensiva e hizo una pregunta a la gente que estaba a su
alrededor. Ésta tenía que ver con la naturaleza del Mesías. ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo
de David? Jesús citó Salmos 110:1, en el cual David llamó al Mesías mi Señor, y dijo que fue
exaltado al ser puesto a la diestra de Jehová, el lugar de prominencia. Dos puntos son evidentes
en estas palabras de Jesús. En primer lugar, el hijo de David es también Señor de David (Lc.
20:44) por el poder de la resurrección. (En Hch. 2:34–35 Pedro usó el mismo versículo de
Salmos 110 para probar que la superioridad de Jesús está basada en su resurrección.) En segundo
lugar, David ha de haberse percatado de que el hijo, que habría de ser el Mesías, sería divino,
pues David … le llamó Señor.
20:45–47. Lo que Jesús dijo fue diseñado no sólo para enseñar a sus discípulos sino también
para instruir a las multitudes (v. 45). Jesús señaló la dualidad entre lo que los escribas enseñaban
y lo que practicaban. Sus vidas estaban entregadas a la avaricia y el orgullo. Ellos deseaban: (a)
exhibición (ropas largas); (b) atención (salutaciones en las plazas); (c) prominencia (las
primeras sillas en las sinagogas y, … en las cenas), y (d) más dinero, quitándolo a quienes no
tenían mucho (e.g., las viudas). Sus pomposas y largas oraciones eran, de esta manera,
hipócritas. Jesús declaró que estos maestros recibirían mayor condenación porque quienes
tienen mayor conocimiento tienen más responsabilidad (Stg. 3:1).
21:1–4. Siguiendo de una forma natural a lo que Jesús acababa de decir sobre los escribas y
su actitud hacia las viudas, señaló a una viuda muy pobre que estaba poniendo en las ofrendas
la totalidad de sus escasos recursos (dos blancas [lepta], cuyo valor era como de 1/8 de centavo
de dólar; cf. 12:59; Mr. 12:42). El porcentaje de lo que ella dio era mayor que lo que todos
habían dado. Así que lo que Jesús quería mostrar era que su ofrenda, aunque pequeña, fue mayor
debido a que dio de su pobreza … todo el sustento que tenía.
c. Jesús enseña en el templo acerca de los tiempos del fin (21:5–36)
(Mt. 24:1–44; Mr. 13:1–31)
En esta sección, que es paralela al discurso del monte de los Olivos (Mt. 24–25), Jesús
enseñó a sus seguidores lo que pasaría inmediatamente antes de su regreso para instaurar el
reino. El propósito de esta enseñanza es que estuvieran listos para recibirlo (Lc. 21:34–36). El
rapto no está incluido en este pasaje. Como con toda la profecía en las Escrituras, la enseñanza
tenía aplicación inmediata para sus oyentes. Debían vivir vidas justas por causa de los eventos
que ocurrirían en el futuro.
21:5–7. Unos de sus discípulos estaban impresionados con el templo y hablaban sobre sus
hermosas entalladuras. El comentario de Jesús en el sentido de que vendrían días … en que no
quedará piedra sobre piedra, de inmediato hizo que surgiera una pregunta en la mente de los
discípulos. Ésta, anotada por Lucas, tenía que ver con la destrucción del templo (v. 7). Mateo
también registró otra pregunta acerca de las señales del fin del siglo (Mt. 24:3). Los discípulos
querían saber qué cosas habrían de suceder antes de que fuera destruido el templo junto con
todos sus edificios.
21:8–19. Jesús habló a sus discípulos sobre tres cosas que ocurrirían antes de la destrucción
del templo a manos de Tito y el ejército romano en el año 70 d.C., y una que acontecería
después.
En primer lugar, dijo que algunos se harían pasar por Cristo, afirmando que eran el Mesías
(v. 8). Hizo esta advertencia para que sus discípulos no fueran engañados.
En segundo lugar, dijo que ocurrirían guerras (vv. 9–10). Cuando estas cosas acontecieran,
los discípulos no habrían de alarmarse, pues el fin no vendría inmediatamente.
En tercer lugar, añadió que ocurrirían tremendos terremotos, que causarían hambres
(loimoi) y pestilencias (limoi; v. 11). Pero estos eventos no encajan entre la vida de Jesús y la
caída de Jerusalén. Este terror y grandes señales del cielo se refieren a la gran tribulación que
precederá al regreso del Señor a la tierra.
En cuarto lugar, enseñó que la persecución de los creyentes sería cosa común y muy severa.
Los discípulos ciertamente sufrieron persecución por parte de las autoridades (cf. Hch. 2–4).
Debido a la predicción que hizo Jesús en Lucas 21:9–11, parece que lo que dijo en los vv. 12–17
se refiere no sólo a la situación que enfrentarán los discípulos antes de la caída de Jerusalén, sino
también a lo que los creyentes confrontarán durante el tiempo de la gran tribulación (cf. vv.
25–36). La misma clase de persecución estaría presente en ambos períodos: encarcelamiento (vv.
12–15), traición (v. 16) y aborrecimiento (v. 17). La persecución que los primeros discípulos
experimentarían era precursora de la que los discípulos futuros padecerán al final.
Las dos siguientes afirmaciones de Jesús (Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, y
con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas; vv. 18–19) han confundido a muchos. Algunos
las interpretan como realidades espirituales en la vida de un creyente. A fin de cuentas, aunque
un creyente muera, está protegido eternamente por Dios. Sin embargo, parece que Jesús aquí se
refería a la salvación en el sentido de entrar al reino con vida (cf. Mt. 24:9–13). “Ganar vuestras
almas” con “vuestra paciencia” significa que los creyentes demuestran que son miembros de la
comunidad de creyentes, en oposición a los que se aparten de la fe durante los tiempos de
persecución (Mt. 24:10). Los que se salven serán los que sean preservados por el soberano poder
de Dios (cf. Mt. 24:22).
21:20–24. En seguida, Jesús volvió a la pregunta original de los discípulos acerca de cuándo
sería destruido el templo. En estos cinco versículos hizo notar que el dominio gentil incluía la
destrucción de Jerusalén, que ocurriría cuando la ciudad fuera rodeada de ejércitos. El dominio
gentil continuaría hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan (v. 24). La dominación de
los gentiles sobre Jerusalén realmente comenzó cuando los babilonios tomaron la ciudad y la
nación fue llevada al cautiverio en el año 586 a.C. Jerusalén volverá a caer bajo dominio gentil
en la tribulación (Zac. 14:1–2), justo antes de que el Mesías vuelva para restaurar la ciudad. A
continuación, Jesús habló de ese restablecimiento (Lc. 21:25–28).
21:25–28. En primer lugar, aquí Jesús hizo ver que la venida del Hijo del hombre será
precedida por señales cósmicas, las que harán que la gente se aterrorice. El sol … la luna y …
las estrellas … serán conmovidas, y el mar bramará y se turbará, lo que significa que el mundo
estará en una condición caótica, fuera de control. En segundo lugar, habló de la venida del Hijo
del Hombre mismo. Tomó su terminología de Daniel 7:13–14, donde el profeta vio a “uno como
un hijo de hombre” que venía con nubes y gloria y recibía el reino del Anciano de días (es decir,
Dios el Padre). Lo que Jesús indicaba era que el Hijo del Hombre vendrá a recibir el reino, el
mismo que había estado proclamando desde el inicio de su ministerio. Cuando estas cosas
comiencen a suceder, sus seguidores levantarán la cabeza, símbolo de regocijo, porque su
redención (es decir, seguridad en el gobierno que traerá el Rey que regresa) estará cerca.
21:29–33. En la parábola de la higuera Jesús enseñó que es posible predecir lo que se
acerca observando las señales. Cuando las hojas de la higuera brotan en abril, se sabe que el
verano está ya cerca. Asimismo, cuando venga la gran tribulación, la gente sabrá que está
cerca el reino de Dios.
La cláusula: No pasará esta generación (genea) hasta que todo esto acontezca, ha causado
mucha controversia. Algunos piensan que Jesús decía a sus discípulos que su generación vería la
destrucción del templo. Esa interpretación se deriva principalmente de los vv. 5–7, en los que la
discusión trataba de la destrucción del templo. Sin embargo, debido al v. 31 (en el que Jesús
habló de la venida del reino de Dios), y debido a Mateo 24:34, parece preferible decir que lo que
dijo se refiere a la generación que vivirá en el tiempo de los eventos cosmológicos que
precederán a su segunda venida. Esa generación realmente verá la instauración del reino de Dios,
algo que cada grupo de ciudadanos judíos ha anhelado a lo largo de la historia de la nación.
21:34–36. Jesús exhortó a sus discípulos a que estuvieran listos en todo tiempo. Aunque un
creyente será capaz de anticipar la venida del reino por medio de las señales, es posible enredarse
tanto en los asuntos de esta vida, que algunos no estarán listos para el reino cuando venga, de
repente (v. 34) y de forma universal (v. 35) y por consiguiente, no entrarán a él. Fue contra esta
actitud errónea que Jesús dijo: Mirad … por vosotros mismos (v. 34) y velad … en todo
tiempo (v. 36).
d. La reacción de la multitud (21:37–38)
21:37–38. La multitud reaccionó a la enseñanza de Jesús con asombro. Jesús pasaba las
noches en el monte de los Olivos, y cada mañana regresaba al templo de Jerusalén para enseñar.
La gente estaba tan a gusto con su enseñanza que llegaba por la mañana, con tal de tener
oportunidad de oirle. Aparentemente, entendían sus enseñanzas acerca de la venida del reino de
una forma que no habían comprendido antes.

VII. Muerte, sepultura y resurrección de Jesús (caps. 22–24)


A. Muerte y sepultura de Jesús (caps. 22–23)
En esta sección, Lucas expuso el punto culminante del rechazo al Mesías por parte de los
líderes religiosos de la nación, quienes actuaban por toda ella y por todo el mundo. Lucas
también enfatizó la inocencia de Jesús de varias formas que no mencionan los otros evangelistas:
(a) Lucas relató que Pilato declaró la inocencia de Jesús tres veces (23:4, 14, 22). (b) A lo que
Pilato dijo, Lucas añadió el testimonio de Herodes (23:15). (c) Lucas contrastó a Jesús con
Barrabás, quien había sido encarcelado por insurrección y asesinato (23:25). (d) Jesús fue
declarado inocente por el ladrón que confesó su pecado y la justicia de su propio castigo
(23:39–43). (e) El centurión confesó que Jesús era justo (23:47). (f) La multitud se golpeó el
pecho, una acción que mostraba que sabía que él era inocente (23:48).

1. EL ACUERDO DE JUDAS PARA ENTREGAR A JESÚS (22:1–6)


(MT. 26:1–5, 14–16; MR. 14:1–2, 10–11; JN. 11:45–53)
22:1–6. Lucas narró que la muerte de Cristo ocurrió en el tiempo de la pascua, celebración
anual de la ocasión en que los corderos habían sido inmolados en Egipto, cuando Dios liberó a
los israelitas pero castigó a los egipcios (Éx. 12:1–28). En cuanto a la relación de la fiesta de los
panes sin levadura con la pascua, V. el comentario de Lucas 22:7 y Juan 19:14. Los líderes
religiosos temían al pueblo (cf. Lc. 19:47–48; 20:19), pero todavía buscaban cómo matarle (es
decir, a Jesús). La iniciativa para la traición quedó en manos de Judas. Entró Satanás en Judas
(cf. Jn. 13:27), y estuvo dispuesto a entregar a Jesús por dinero. El que Satanás tomara parte en
la muerte de Jesús, fue realmente su propia caída, pues por medio de la muerte, Jesús conquistó a
Satanás y a ésta (Col. 2:15; He. 2:14).

2. JESÚS SE PREPARA PARA SU MUERTE (22:7–46)


El relato de Lucas acerca de la preparación de Jesús para su muerte incluye dos partes: El
ministerio final de Jesús a sus discípulos en ocasión de la cena de la pascua (vv. 7–38), y las
horas finales de Jesús orando solo en el huerto (vv. 39–46).
a. Jesús en la cena de la pascua (22:7–38)
(Mt. 26:17–35; Mr. 14:12–31; Jn. 13:1–38)
Los evangelios sinópticos se refieren a la cena que Jesús comió con sus discípulos
llamándola cena de la pascua. Pero el evangelio de Juan indica que Jesús murió en la cruz en el
momento exacto en que los corderos eran sacrificados en preparación para la cena de la pascua
(Jn. 19:14). Esto puede explicarse por el hecho de que la fiesta de los panes sin levadura era una
fiesta de siete días, que seguía a la fiesta de la pascua de un día. Pero a veces los ocho días
completos eran llamados “la pascua” (Lc. 2:41; 22:1; Hch. 12:3–4), o los siete días eran la
“semana de la pascua” (Jn. 19:14). Una explicación diferente es que los judíos del primer siglo
seguían dos calendarios al observar esta fiesta. Según este punto de vista, Jesús y sus discípulos
conmemoraron una fecha, y comieron la cena de la pascua antes de la crucifixión de Jesús,
mientras la mayor parte de la nación, incluso los fariseos, siguieron el otro calendario, en el que
el cordero de la pascua era sacrificado en el mismo día de la muerte de Jesús.
(1) La preparación de los discípulos para la cena. 22:7–13. Aun durante estos preparativos
finales para su muerte, Jesús hacía milagros. En este caso dijo a Pedro y a Juan exactamente lo
que hallarían cuando fueran a preparar la pascua. Sería fácil reconocer a un hombre que lleva
un cántaro de agua, porque las mujeres usualmente llevaban el agua de los pozos a sus casas.
Los dos discípulos tenían que decir al dueño de la casa que el Maestro quería usar el aposento
para comer la pascua con sus discípulos. El dueño de la casa ha de haber sido creyente en
Jesús, pues dejó que los discípulos prepararan la cena en su casa.
(2) La enseñanza de Jesús durante la cena (22:14–38). 22:14–20. Jesús enseñó a sus hombres
que su muerte significaría el comienzo del nuevo pacto. El simbolismo tocante al pan y al fruto
de la vid se dio para mostrar que el cuerpo y la sangre de Jesús eran necesarios para instituirlo.
La enseñanza final de Jesús sobre el reino se dio en este último banquete. A través de todo el
libro de Lucas los banquetes tienen un valor simbólico. Jesús y sus discípulos, ahora llamados
apóstoles (cf. 6:13; 9:10; 17:5; 24:10), se sentaron a la mesa.
Jesús gozó de la comunión con aquellos hombres que habían creído su mensaje del reino.
Eran quienes lo habían seguido, pues sabían que era realmente el Mesías. Eran los que lo habían
dejado todo para seguirlo. Habían sido llamados a cumplir una forma radical de discipulado.
Jesús anunció que esta era la última pascua que comería con ellos, hasta que todo lo que ella
significaba se cumpliera en el reino de Dios (22:16; cf. v. 18). Muchos eventos del A.T.,
inclusive la pascua, apuntaban hacia el ministerio de Jesús y el reino que habría de inaugurar.
Cuando su reino llegara, la pascua estaría cumplida, porque Dios habría llevado a su pueblo con
seguridad a su reposo.
El pan y el vino eran comunes en aquella cultura. No sólo se tomaban en la cena de la pascua
sino también en cada comida. Aquellos elementos simbolizaban su “cuerpo”, su sacrificio por
toda la nación, y su “sangre”. El Señor era el cordero del sacrificio que habría de llevar el pecado
de Israel y del mundo entero sobre sí mismo (Jn. 1:29). El nuevo pacto (del cual se habló muchas
veces en el A.T., y que fue resaltado en Jer. 31:31–34), que era un prerrequisito para la era del
reino, fue instituido por el sacrificio de Jesús (Lc. 22:20). El nuevo pacto daba provisión para la
regeneración de la nación israelita y la morada del Espíritu Santo en los individuos de ese
pueblo. Los creyentes de la era de la iglesia también participan en esas bendiciones espirituales
de regeneración y morada del Espíritu (1 Co. 11:25–26; 2 Co. 3:6; He. 8:6–7).
22:21–23. Jesús reveló en ese momento que el traidor era uno de los discípulos que estaban
allí reunidos y que compartía la cena de la pascua. La responsabilidad de Judas y el plan
soberano de Dios para la muerte de Jesús se ven juntos (v. 22). Jesús tenía que morir, pues su
muerte era la base de la salvación para toda la humanidad y el único medio para quitar la
maldición del pecado. Pero el traidor era responsable de sus acciones. Aparentemente, los
discípulos habían confiado completamente en Judas, pues no tenían la mínima idea de quién …
sería el que había de hacer tal cosa (v. 23).
22:24–30. La disputa de los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor es sorprendente
en vista de lo que Jesús acababa de decir de que uno de ellos lo traicionaría. Jesús entonces les
dijo que tal modo de pensar era como el de los paganos. Los seguidores del Mesías no debían
pensar en tales cosas. En vez de querer ser el mayor, sus seguidores debían desear cada uno ser
el que sirve. Pues Jesús estaba entre ellos como el que sirve (diakonōn, “sirve de una forma
humilde”, v. 27). Los discípulos debían desear ser como Jesús. Al final, tendrán lugares de honor
en el reino porque estuvieron con Jesús en sus pruebas. Tendrán comunión con él, y se sentarán
en tronos juzgando a las doce tribus de Israel (cf. Mt. 19:28).
22:31–34. Jesús reveló que Pedro lo negaría tres veces esa misma noche, antes de que el
gallo cantara. Sin embargo, le aseguró que a pesar del deseo de Satanás de zarandear a los
discípulos como a trigo (es decir, hacerlos pasar por tiempos difíciles), la fe de Pedro no fallaría.
Sería restaurado (vuelto), y sería el líder de los discípulos (es decir, el líder del grupo de
hermanos). Pedro protestó, pensando que era fuerte, y dijo que él incluso iría a la cárcel o a la
muerte por Jesús.
22:35–38. Jesús hizo ver a sus discípulos que nunca les había hecho falta nada mientras
estuvieron con él y cuando fueron enviados a ministrar (cf. 9:3). Sin embargo, ahora que él les
sería quitado, tendrían que prepararse para sus ministerios con bolsa … alforja …; y … espada,
para su protección personal. Jesús estaba a punto de morir y ser contado con los inicuos, una
cita de Is. 53:12.
Cuando los discípulos respondieron que tenían dos espadas, Jesús replicó: Basta. Esta
respuesta se ha interpretado de por lo menos cuatro formas: (1) Algunos entienden esto como un
regaño a los discípulos. Si ese fuera el caso, entonces Jesús decía: “¡Ya basta de hablar así!”
(Leon Morris, The Gospel according to St. Luke: An Introduction and Commentary, “El
Evangelio Según San Lucas, Introducción y Comentario” pág. 310). (2) Otros entienden lo dicho
en el sentido de que dos espadas son insuficientes, porque muestran la incapacidad del hombre
para detener el plan de Dios tocante a la muerte de Cristo. Las espadas no pueden parar el
propósito y el plan de Dios. (3) Jesús quizá simplemente haya estado diciendo que dos espadas
eran suficientes para ellos doce. (4) Otros ven la cláusula en unión con la cita de Isaías, y piensan
que Jesús quiso dar a entender que por tener dos espadas, otros los verían como transgresores o
criminales. Este cuarto punto de vista parece mejor.
b. Jesús en el Monte de los Olivos (22:39–46)
(Mt. 26:36–46; Mr. 14:32–42)
El relato de la oración de Jesús en Getsemaní se narra en los evangelios sinópticos, pero no
en Juan. Sin embargo, este último relató que Jesús fue a “un huerto” porque “muchas veces Jesús
se había reunido allí con sus discípulos” y Judas “conocía aquel lugar” (Jn. 18:1–2). Quizá haya
un significado profundo en el hecho de que en sus últimas horas, Jesús enfrentó la tentación (Lc.
22:46) en un jardín. El hombre cayó en pecado debido a la tentación en un huerto (Gn. 3). Y la
liberación del hombre pecador se realiza, a pesar de nuevas tentaciones, en un jardín. Jesús, el
“postrer Adán” (1 Co. 15:45), no cayó en tentación, sino que siguió la voluntad de Dios, cosa
que el primer Adán no pudo hacer.
22:39–44. Lucas dice que el lugar era el monte de los Olivos. Mateo y Marcos se refieren al
lugar como Getsemaní, que significa “prensa de Olivos”. El “huerto” era un olivar en el monte
de los Olivos (Jn. 18:1, 3).
Jesús oró fervientemente para que la prueba pasara, pero se sometió a su Padre. Debido a
que los discípulos se durmieron, Jesús estuvo orando solo y se vio asaltado por la tentación de
abandonar el plan del Padre, que contemplaba que el Hijo tenía que ir a la muerte y llevar los
pecados del mundo entero sobre sí mismo. Lo dicho en su oración muestra que estaba
preocupado no de sus propios intereses, sino de los del Padre (Lc. 22:42). Sólo Lucas relató que
un ángel ministró a Jesús en el huerto (v. 43). Estaba en agonía, y su sudor era como grandes
gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lucas quizá haya estado aludiendo a lo que Dios dijo
a Adán de que ganaría el sustento con el sudor de su frente (Gn. 3:19).
22:45–46. Jesús halló a sus discípulos … durmiendo a causa de la tristeza. Los discípulos
estaban muy deprimidos porque Jesús les había dicho que moriría. No sólo estaban en peligro
físico, el cual habría de venir sobre ellos, sino que quizá también hayan enfrentado el peligro
espiritual porque la tentación corría incontenible en el huerto. Dos veces Jesús les dijo que oraran
para que ellos no cayeran en tentación (vv. 40, 46).

3. TRAICIÓN DE JESÚS (22:47–53)


(MT. 26:47–56; MR. 14:43–50; JN. 18:3–11)
22:47–53. Lucas escribió que hubo tres elementos presentes en la traición y arresto de Jesús.
En primer lugar, Jesús sabía que Judas lo iba a traicionar (vv. 47–48). Una gran turba, que
incluía a los líderes religiosos (v. 52) y soldados (Jn. 18:12), vino al huerto con Judas al frente
de ellos. El traidor había quedado en dar una señal a la gente que había venido con él: daría un
beso al que ellos debían arrestar. Jesús, por lo que dijo, mostró que ya sabía todo lo referente a la
traición, incluso la señal secreta de Judas.
En segundo lugar, Jesús tuvo compasión de la gente aun en medio de su propio arresto (Lc.
22:49–51). Después de que Pedro cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote (llamado Malco,
Jn. 18:10), usando una de las dos espadas que los discípulos tenían (Lc. 22:38), Jesús sanó a
aquel hombre.
En tercer lugar, Jesús señaló la hipocresía de los líderes religiosos (vv. 52–53). Les preguntó
por qué no lo habían arrestado durante el día cuando enseñaba en el templo. La razón era obvia.
Ellos, por miedo al pueblo, buscaban la forma de arrestarlo secretamente (19:48; 20:19; 22:2).
De esta manera, Jesús les pudo decir: Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas (v.
53). No sólo habían salido bajo el manto de la oscuridad, sino que también actuaban bajo las
fuerzas de las tinieblas para matar al Mesías. Los sucesos del huerto han de haber terminado
como a las 2:30 a.m., pues los seis juicios de Jesús se completaron por la mañana, y él fue
llevado a la cruz como a las 9:00 a.m. El arresto en el huerto fue ilegal pues se hizo de noche,
además de que se efectuó por medio de un acusador pagado.

4. LOS JUICIOS DE JESÚS (22:54–23:25)


Jesús enfrentó seis juicios en total: tres ante oficiales judíos, y tres ante oficiales romanos (V.
“Los seis juicios de Jesús” en el Apéndice, pág. 362). Lucas narró sólo dos de los tres juicios
judíos.
a. En la casa del sumo sacerdote (22:54–65)
(Mt. 26:57–75; Mr. 14:53–54, 65–72; Jn. 18:12–18, 25–27)
22:54. Jesús fue llevado a casa del sumo sacerdote, el cual era Caifás (Mt. 26:57; Jn. 18:13;
cf. los comentarios de Lucas 3:2, y V. “Familia de Anás” en el Apéndice, pág. 372). Sin
embargo, primero fue llevado al influyente suegro de Caifás, Anás (Jn. 18:13). Pedro,
permaneciendo fiel a lo que había dicho hasta ese momento (Lc. 22:33), seguía al Señor aunque
esto le pudiera haber significado la muerte.
22:55–62. En el transcurso de varias horas Pedro negó a Jesús tres veces, como él lo había
predicho (v. 34). Las negaciones de Pedro se hicieron más vehementes cada vez (vv. 57–58, 60).
Después de que el gallo cantó, Jesús, vuelto … miró a Pedro. Esta combinación de eventos
junto con la mirada de Jesús, hicieron que el apóstol recordara lo que le había dicho más
temprano en la noche. Pedro se percató de lo que había hecho. Su llanto amargo demostró que
estaba abrumado y transido de dolor por el hecho de que negó a Jesús.
22:63–65. Mientras tanto, en la casa del sumo sacerdote, Jesús estaba siendo maltratado por
los hombres que lo custodiaban. Se burlaban de él y lo golpeaban. Tras vendarle los ojos, con
burlas le pedían que profetizara diciendo quién lo golpeó. Aparentemente sabían lo que él había
dicho que era, pero tenían un falso concepto de la verdadera profecía.
b. En el concilio de los ancianos (22:66–71)
(Mt. 26:59–66; Mr. 14:55–64; Jn. 18:19–24)
22:66–67a. El concilio de los ancianos (también conocido como sanedrín) era el cuerpo
judicial oficial de la nación judía. Este concilio era la corte final de apelaciones. Si hallaba a
Jesús culpable, su palabra era la última, y la nación lo consideraría culpable. Se reunieron
cuando era de día, puesto que era ilegal reunirse de noche. El concilio quería saber si Jesús era
el Cristo, es decir, si verdaderamente se presentaba como el Mesías. En este momento no
estaban interesados en otras acusaciones. Puesto que el concilio sabía que Jesús se había estado
presentando como el Mesías, quizá le querían dar la oportunidad de retractarse. O tal vez
intentaban avergonzarlo delante de sus seguidores.
22:67b–70. Jesús afirmó su autoridad como Mesías, diciendo que después de su muerte,
resurrección y ascensión se sentaría a la diestra del poder de Dios, en el lugar de honor (cf.
Sal. 110:1; Hch. 2:33; 5:31; Ef. 1:20; Col. 3:1; He. 1:3.; 8:1; 10:12; 12:2; 1 P. 3:22). También
dijo abiertamente al concilio que era el Hijo de Dios.
22:71. El concilio decidió que había recibido todo el testimonio que necesitaba. En su
opinión, Jesús era culpable de blasfemia. Así que, estaban listos para entregarlo a las autoridades
romanas. El concilio podía dar un veredicto de culpabilidad, pero en ese tiempo a los judíos no
se les permitía imponer la pena capital. Sólo Roma podía sentenciar a muerte. Aunque Jesús
había realizado milagros mesiánicos, los líderes de la nación se negaron a creer. Actuaron en
representación de la nación al rechazar a Cristo.
c. Ante Pilato (23:1–7)
(Mt. 27:1–2, 11–14; Mr. 15:1–5; Jn. 18:28–38)
23:1–7. El concilio acordó llevar a Jesús a las autoridades romanas. Al llegar delante de
Pilato, el gobernador de Judea (3:1; cf. 13:1), las autoridades judías lo acusaron falsamente.
Dijeron que se oponía a dar tributo a César, pero Jesús había dicho lo opuesto (20:25). Y la
acusación de blasfemia, dice que … es el Cristo, un rey … fue expresada de modo que sonara
como si fuera un insurrecto (23:2). Pilato declaró claramente que Jesús era inocente (v. 4). Sin
embargo, debido a que los líderes judíos seguían insistiendo en que era culpable, Pilato lo
remitió a Herodes, “tetrarca de Galilea” (3:1), que en aquellos días también estaba en
Jerusalén.
d. Ante Herodes (23:8–12)
23:8–12. Jesús le había dicho a Pilato quién era (v. 3), pero repetidamente se negó a
responder a Herodes, quien sólo quería verle hacer alguna señal. Herodes mostró sus
verdaderos sentimientos hacia Jesús al unirse a la burla y vistiéndolo como un rey falso y volvió
a enviarle a Pilato, sin expresar ningún juicio sobre el caso.
e. Delante de Pilato para recibir sentencia (23:13–25)
(Mt. 27:15–26; Mr. 15:6–15; Jn. 18:39–19:16)
23:13–17. Pilato dijo al pueblo que no había realmente nada que pudiera hacer a Jesús,
salvo castigarle y soltarle porque no había hallado … delito alguno de aquellos de que le
acusaban; ni había hecho. nada digno de muerte (el v. 17 no aparece en muchos mss.).
23:18–25. A pesar de que las autoridades romanas habían probado que Jesús no había hecho
nada digno de muerte, los judíos pidieron a gritos que les fuera soltado un conocido rebelde
llamado Barrabás, en lugar de Jesús. Es sorprendente que la gente estuviera dispuesta a soltar a
un insurrecto y asesino en vez de al Mesías. Preferían estar con un pecador bien conocido que
con aquel que podía perdonar sus pecados. Pilato deseaba soltar a Jesús, y por ello afirmó su
inocencia por tercera vez, pero finalmente accedió a lo que ellos pedían … y entregó a Jesús a
la voluntad de ellos.

5. CRUCIFIXIÓN DE JESÚS (23:26–49)


(MT. 27:32–56; MR. 15:21–41; JN. 19:17–30)
La crucifixión era un método común de ejecutar la sentencia de muerte en el imperio romano.
Probablemente era el método más cruel y doloroso que los romanos conocían de ejecutar a
alguien. Estaba reservada para los peores criminales. Por ley, un ciudadano romano no podía ser
crucificado. La muerte por crucifixión usualmente era un proceso largo y lento, pero Jesús murió
en un período notablemente corto, pues “expiró” (v. 46) voluntariamente.
23:26–31. Un hombre llamado Simón del pueblo de Cirene, de África del Norte, fue
obligado a llevar la cruz de Jesús parte del camino hasta el lugar de la crucifixión. En el camino
Jesús advirtió al pueblo de su persecución venidera. Debido a que Jesús iba a la cruz, el reino
estaba siendo pospuesto y vendrían sobre la nación tiempos de tribulación (cf. Os. 10:8; Ap.
6:15–17). El mensaje de Jesús estaba siendo rechazado cuando él estaba físicamente presente.
¡Cuánto más sería rechazado en los años venideros! (Lc. 23:31).
23:32–43. Lucas no dice, como hacen Mateo y Juan, la forma en que los eventos de la muerte
de Jesús cumplieron las Escrituras del A.T. El propósito de Lucas, más bien, fue mostrar que
Jesús era el Mesías perdonador, aun en el momento de morir. Pidió al Padre que perdonara a
quienes lo estaban matando (v. 34), así como a uno de los sentenciados a morir con él (v. 43).
Aun estando a las puertas de la muerte, tuvo el poder de poner a la gente en su debida relación
con Dios. Sin embargo, los gobernantes se burlaban (v. 35), los soldados … le escarnecían
(vv. 36–37) y uno de los malhechores crucificados con él le injuriaba (v. 39).
23:44–49. Lucas hizo notar cuatro cosas que ocurrieron en el momento en que Jesús murió.
En primer lugar, menciona dos eventos simbólicos. Hubo tinieblas sobre toda la tierra por tres
horas, desde la hora sexta (mediodía) hasta la hora novena (3:00 p.m.). Jesús ya había dicho a
quienes lo arrestaron que “esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (22:53). Las
tinieblas tenían poder debido a su crucifixión. El otro evento simbólico fue la rasgadura por la
mitad del velo del templo, que separaba el lugar santísimo del resto del templo. El velo impedía
que el pueblo entrara al lugar donde Dios manifestaba su presencia. La rasgadura de arriba abajo
(Mt. 27:51) simboliza el hecho de que debido a la muerte de Jesús, el pueblo tiene acceso más
libre a Dios, puesto que ya no tiene que hacer más uso del sistema sacrificial (cf. Ro. 5:2; Ef.
2:18; 3:12). Jesús era el único sacrificio que se necesitaba para capacitar al pueblo a tener una
correcta relación con Dios.
En segundo lugar, Lucas hizo notar que la muerte de Jesús ocurrió porque él lo quiso.
Cuando expiró (Lc. 23:46), entregó su vida voluntariamente (Jn. 10:15, 17–18).
En tercer lugar, aun un centurión romano notó que Jesús era justo, es decir, inocente (Lc.
23:47). También dio gloria a Dios, como lo hicieron otros en el evangelio de Lucas.
En cuarto lugar, la multitud que fue testigo de su muerte se lamentó (vv. 48–49).

6. SEPULTURA DE JESÚS (23:50–56)


(MT. 27:57–61; MR. 15:42–47; JN. 19:38–42)
23:50–56. Los cuatro evangelistas presentaron detalles acerca de la sepultura de Jesús para
demostrar que realmente murió. Todos los preparativos para su sepultura no habrían sido
necesarios si Jesús no hubiera muerto realmente. La muerte del Mesías era necesaria porque si
no, no podría haber habido resurrección.
Es interesante que mientras el concilio había demandado la muerte de Jesús, un miembro …
de él, José, no haya estado de acuerdo. Puesto que esperaba el reino de Dios, creyó que Jesús
era el Mesías. Era discípulo secreto de Jesús (Mt. 27:57; Jn. 19:38) y por amor a él lo enterró en
su propio sepulcro (Mt. 27:60).
Jesús murió el día de la preparación (que la mayoría asume que fue viernes), antes del día
de reposo.

B. Resurrección y apariciones de Jesús (cap. 24)


El capítulo final de Lucas relata las experiencias de varias personas que tuvieron encuentros
de primera mano con el Mesías resucitado. En cada uno de ellos, menciona que estaban
deprimidas por la muerte de Jesús. Pero después de encontrarse con él, se sintieron gozosas y
alabaron a Dios. (V. “Los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión” en el Apéndice, pág.
364)

1. LAS MUJERES Y LOS APÓSTOLES (24:1–12)


(MT. 28:1–10; MR. 16:1–8; JN. 20:1–10)
24:1–9. Las primeras personas en saber de la resurrección de Jesús fueron las mujeres que
habían sido fieles seguidoras de él. Se enteraron de la resurrección primero debido a su devoción.
Después de su muerte compraron más especias aromáticas para su sepultura el primer día de la
semana (cf. 23:55–56). Pero no hallaron el cuerpo que buscaban. En su lugar vieron a dos
varones con vestiduras resplandecientes, una referencia obvia a seres angélicos. Estos varones
les recordaron lo que Jesús había dicho sobre su crucifixión y resurrección (9:31; 18:31–34). Las
mujeres se fueron para comunicar a los apóstoles y a los demás lo que habían visto (24:9).
24:10–12. Los apóstoles no … creían en el informe que las mujeres les llevaron, porque les
parecían locura las palabras de ellas. Esto se debió a que habían presenciado la muerte de
Jesús y habían visto que su cuerpo era puesto en el sepulcro. Pero Pedro, corrió al sepulcro y
halló lo que las mujeres habían descrito. Aun así, no entendía lo que había sucedido.

2. JESÚS SE APARECE A SUS SEGUIDORES (24:13–49)


En estas dos apariciones, a dos hombres (vv. 13–35) y a los discípulos reunidos (vv. 36–49),
Jesús les enseñó usando el A.T., las cosas que se habían cumplido entre ellos. No fue sino hasta
después de que les hubo explicado con el A.T. que el Mesías tenía que morir, que sus seguidores
comenzaron a entender lo que había ocurrido en los días recién pasados.
a. Jesús se aparece a dos hombres (24:13–35)
(Mr. 16:12–13)
24:13–16. Dos de los seguidores de Jesús iban camino a Emaús, que estaba como a sesenta
estadios (unos 11 kms. al noroeste) de Jerusalén. E iban hablando … de … aquellas cosas
que habían acontecido, es decir, de la noticia que Jesús había resucitado (vv. 19–24). Cuando
Jesús se les unió, no le reconocieron.
24:17–24. Al pedirles Jesús que le contaran de qué estaban platicando, los hombres le
relataron la opinión que la mayoría de la nación tenía de él en ese entonces. Los hombres, uno de
los cuales era Cleofas, dijeron que hablaban de Jesús nazareno. Cleofas comentó que su
acompañante (es decir, Jesús) ha de haber sido el único forastero en toda Jerusalén que no
había sabido lo que había acontecido. Con esta pregunta, Lucas quiso afirmar el hecho de que el
ministerio y muerte de Jesús eran conocidos de todos los que estaban en la ciudad y en la mayor
parte de la nación. Por lo tanto, toda ella era responsable.
Los dos hombres agregaron que los principales sacerdotes y nuestros gobernantes … le
entregaron a muerte. Junto con muchos otros, estos dos hombres pensaban que Jesús era el que
había de redimir a Israel, es decir, que era el Mesías y que implantaría el reino (cf. lo dicho por
Simeón en 2:30 y Ana en 2:38). Ellos incluso contaron que habían oído la noticia sobre la
resurrección directamente de unas mujeres. Pero a pesar de esto, estaban tristes (24:17).
24:25–27. Jesús los reprendió por no entender ni creer. Les explicó desde Moisés y
siguiendo por todos los profetas lo que se había dicho de él. Insinuó que estos discípulos
deberían haber entendido, a la luz del A.T., lo que había acontecido.
24:28–35. No fue sino hasta después de que Jesús partió el pan con ellos que les fueron
abiertos los ojos, y le reconocieron. La experiencia con Jesús hizo que se apuraran a regresar a
Jerusalén (11 kms.) y contaran de la resurrección a los once y otros que estaban reunidos. Los
dos hombres reconocían ahora la verdad de los informes sobre la resurrección de Jesús, pues
ellos mismos lo habían reconocido. Los discípulos que estaban reunidos tenían ahora por lo
menos tres reportes de la resurrección: Las mujeres, Pedro, y Cleofas con su acompañante. Pero
todavía no entendían (cf. v. 38).
b. Jesús se aparece a los seguidores reunidos (24:36–49)
(Mt. 28:16–20; Mr. 16:14–18; Jn. 20:19–23)
En esta aparición son evidentes tres cosas acerca de Jesús.
24:36–43. En primer lugar, Jesús probó a sus seguidores que realmente había resucitado. No
sólo se paró frente a ellos para que lo vieran con sus heridas (vv. 39–40), sino que también comió
alimentos (parte de un pez asado) para mostrar que no era un espíritu.
24:44–48. En segundo lugar, expuso a sus seguidores todos los hechos escritos … en el A.T.
sobre el Mesías. La ley de Moisés … los profetas y … los salmos son las tres divisiones del A.
T. a las que se referían algunas veces en los días de Jesús. (Sin embargo, más a menudo se decía
que Moisés y los profetas abarcaban el A.T.; e.g., v. 27.) En otras palabras, les mostró en
diferentes partes del A.T. (e.g., Dt. 18:15; Sal. 2:7; 16:10; 22:14–18; Is. 53; 61:1) que era el
Mesías, y que debía sufrir y resucitar de los muertos (Lc. 24:46; cf. v. 26). Debido a su muerte y
resurrección, el mensaje del arrepentimiento y el perdón de pecados podía ser predicado en su
nombre … en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, porque ellos eran testigos de
su muerte y resurrección de los muertos. Este plan llegó a ser el bosquejo del segundo libro de
Lucas (cf. Hch. 1:8).
24:49. Jesús mandó a sus seguidores que se quedaran en la ciudad de Jerusalén, hasta que
recibieran poder desde lo alto, una clara referencia al Espíritu Santo (cf. Hch. 1:8), que fue
prometido por el Padre.
3. JESÚS SE SEPARA DE SUS DISCÍPULOS (24:50–53)
(MR. 16:19–20)
24:50–53. En las afueras de Betania, es decir, en el monte de los Olivos, Jesús fue llevado
arriba al cielo (cf. Hch. 1:9–11). Los discípulos reaccionaron con adoración y gran gozo, y se
mantuvieron alabando y bendiciendo a Dios en el templo. Como frecuentemente se ve en
Lucas, en repetidas ocasiones los creyentes respondieron a Jesús con gozo (cf. el comentario de
Lc. 2:18) y alabanza. Esta actitud prepara el escenario para el siguiente volumen de Lucas, que
comienza relatando lo que sucedió a los seguidores de Jesús en Jerusalén cuando vino sobre ellos
el Espíritu Santo (Hch. 1:4–14).
BIBLIOGRAFÍA
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Westminster Press, 1978.
Danker, Frederick W. Jesus and the New Age according to St. Luke: A Commentary on the
Third Gospel “Jesús y la Nueva Era según San Lucas: Comentario sobre el Tercer evangelio”. St.
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de Lucas”. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1951.
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por Pedro Vega. Grand Rapids: Subcomisión Literatura Cristiana, 1989–1990.
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Safrai, S. y Stern, M., eds. The Jewish People in the First Century “El Pueblo Judío en el
Primer Siglo”. 2 vol. Assen: Van Gorcum & Co., 1974, 1976.
Apéndice
Mapa de Palestina en tiempos de Jesús
Mapa de los viajes de Jesús entre Belén, Egipto y Nazaret
Mapa del principio del ministerio de Jesús
Tentaciones del diablo a Eva y a Jesús
“Proverbios” de Jesús
Parábolas de Jesús
Parábolas del reino en Mateo 13
Misterios en el Nuevo Testamento
Mapa de Galilea y sus alrededores
Sitio del templo de Jerusalén
Los seis juicios de Jesús
Armonía de los eventos de la crucifixión
Los cuarenta días entre la resurrección y la ascensión
Mapa de lugares mencionados en San Marcos
Palabras referentes a la redención en el Nuevo Testamento
Mapa de lugares mencionados en San Lucas
Herodes el Grande y sus descendientes
Emperadores romanos de los tiempos del NuevoTestamento
Milagros de Jesús
Familia de Anás
MAPA DE PALESTINA EN TIEMPOS DE JESÚS
MAPA DE LOS VIAJES DE JESÚS ENTRE BELÉN, EGIPTO Y NAZARET
MAPA DEL PRINCIPIO DEL MINISTERIO DE JESÚS
TENTACIONES DEL DIABLO A EVA Y A JESÚS

Tentación Génesis 3 Mateo 4

Apetito “Podéis “Puedes


físico comer de comer si
todo árbol” conviertes
(3:1). las piedras
en pan”
(4:3).

Ganancia “No “No


personal moriréis” lastimarás tu
(3:4). pie” (4:6).

Poder y “Seréis “Tendrás


gloria como Dios” todos los
(3:5). reinos del
mundo”
(4:8–9).
“PROVERBIOS” DE JESÚS

Declaraciones

(Mt. 13:57)
“Una ciudad asentada sobre un monte no se
puede esconder”.

“No hay profeta sin honra, sino en su propia (Mt. 13:57)


tierra y en su casa”.

“Si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en (Mt. 15:14)


el hoyo”.

“El obrero es digno de su salario”. (Lc. 10:7)

“El discípulo no es superior a su maestro”. (Lc. 6:40)

“Porque dondequiera que estuviere el cuerpo (Mt. 24:28)


muerto, allí se juntarán las águilas”.

Preguntas

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la (Mt. 5:13)


sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?

“¿Acaso se trae la lámpara para ponerla (Mr. 4:21)


debajo del almud, o debajo de la cama?”

“¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o (Mt. 7:16)


higos de los abrojos?”

Mandamiento

“Médico, cúrate a ti mismo”. (Lc. 4:23)


PARÁBOLAS DE JESÚS

1. Los dos cimientos Mateo 7:24–27 (Lc. 6:47–49)

2. Los vestidos y odres nuevos Mateo 9:16–17

3. El sembrador Mateo 13:5–8 (Mr. 4:3–8; Lc. 6:5–8)

4. El trigo y la cizaña Mateo 13:24–30

5. La semilla de mostaza Mateo 13:31–32 (Mr. 4:30–32; Lc.


13:18–19)

6. La levadura Mateo 13:33 (Lc. 13:20–21)

7. El tesoro escondido Mateo 13:44

8. La perla de gran precio Mateo 13:45–46

9. La red Mateo 13:47–50

10. Los dos deudores Mateo 18:23–35

11. Los obreros de la viña Mateo 20:1–16

12. Los dos hijos Mateo 21:28–32

13. Los labradores malvados Mateo 21:33–46 (Mr. 12:1–12; Lc.


20:9–19)

14. La fiesta de bodas Mateo 22:1–14

15. Los dos siervos Mateo 24:45–51 (Lc. 12:42–48)

16. Las diez vírgenes Mateo 25:1–13

17. Los talentos Mateo 25:14–30

18. El crecimiento de la semilla Marcos 4:26–29

19. El portero Marcos 13:34–37

20. Los muchachos de la plaza Lucas 7:31–35


21. Los deudores perdonados Lucas 7:41–43

22. El buen samaritano Lucas 10:25–37

23. El amigo inoportuno Lucas 11:5–8

24. El rico insensato Lucas 12:16–21

25. La higuera estéril Lucas 13:6–9

26. La gran cena Lucas 14:15–24

27. La torre inconclusa y la guerra Lucas 14:28–33


precipitada

28. La oveja perdida Mateo 18:12–14 (Lc. 15:4–7)

29. La moneda perdida Lucas 15:8–10

30. El hijo pródigo Lucas 15:11–32

31. El mayordomo infiel Lucas 16:1–9

32. El deber del siervo Lucas 17:7–10

33. La viuda y el juez injusto Lucas 18:1–8

34. El fariseo y el publicano Lucas 18:9–14

35. Las diez minas Lucas 19:11–27


Parábolas del Reino en Mateo 13

1. El sembrador 13:1–23 El evangelio será


rechazado por la mayoría.

2. El trigo y la cizaña 13:24–30, 36–43 Las personas con fe


genuina y los profesantes
existirán juntos entre los
dos advenimientos de
Cristo.

3. El grano de mostaza 13:31–32 La cristiandad, que


incluye a creyentes e
incrédulos, crecerá
rápidamente a partir de un
comienzo pequeño.

4. La levadura 13:33–35 Las personas que


falsamente profesan
pertenecer a Dios
aumentarán en gran
número sin que nada los
detenga.

5. El tesoro escondido 13:44 Cristo vino a comprar


(redimir) a Israel, el
especial tesoro de Dios.

6. La perla de gran precio 13:45–46 Cristo dio su vida para


redimir a la iglesia.

7. La red 13:47–52 Los ángeles apartarán a


los malos de los justos
cuando Cristo venga.
Misterios en el Nuevo Testamento (Verdades antes desconocidas, reveladas ahora)
Mateo 13:11 “Los misterios del reino de
los cielos”

Lucas 8:10 “Los misterios del reino de


Dios”

Romanos 11:25 “Este misterio … que ha


acontecido a Israel
endurecimiento en parte”.

Romanos 16:25–26 “Misterio que se ha


mantenido oculto desde
tiempos eternos, pero que
ha sido manifestado
ahora”.

1 Corintios 4:1 “Servidores de Cristo y


administradores de los
misterios de Dios”

Efesios 1:9 “El misterio de su


voluntad”

Efesios 3:2–3 “La administración de la


gracia de Dios … que por
revelación me fue
declarado el misterio”

Efesios 3:4 “El misterio de Cristo”

Efesios 3:9 “Misterio escondido desde


los siglos en Dios”.

Efesios 5:32 “Grande es este misterio;


mas yo os digo esto
respecto de Cristo y su
iglesia”

Colosenses 1:26 “El misterio que había


estado oculto desde los
siglos y edades, pero que
ahora ha sido
manifestado”.
Colosenses 1:27 “Misterio … que es Cristo
en vosotros”

Colosenses 2:2 “El misterio de Dios el


Padre y de Jesucristo”.

Colosenses 4:3 “El misterio de Cristo”.

2 Tesalonicenses 2:7 “Porque ya está en acción


el misterio de la
iniquidad”.

1 Timoteo 3:9 “Que guarden el misterio


de la fe”.

1 Timoteo 3:16 “Grande es el misterio de la


piedad”.

Apocalipsis 1:20 “El misterio de las siete


estrellas … son los
ángeles”.

Apocalipsis 10:7 “El misterio de Dios se


consumará”.

Apocalipsis 17:5 “Un misterio: BABILONIA


LA GRANDE”
MAPA DE GALILEA Y SUS ALREDEDORES
SITIO DEL TEMPLO DE JERUSALÉN
LOS SEIS JUICIOS DE JESÚS
Juicios religiosos

Ante Anás Juan 18:12–14

Ante Caifás Mateo 26:57–68

Ante el sanedrín Mateo 27:1–2

Juicios civiles

Ante Pilato Juan 18:28–38

Ante Herodes Lucas 23:6–12

Ante Pilato Juan 18:39–19:6


Armonía de los eventos de la crucifixión
1. Jesús llega al Gólgota (Mt. 27:33; Mr. 15:22; Lc. 23:33; Jn. 19:17).
2. Rehúsa el ofrecimiento de tomar vino mezclado con mirra (Mt. 27:34; 15:23)
3. Es clavado en la cruz en medio de dos ladrones (Mt. 27:35–38; Mr. 15:24–28; Lc.
23:33–38; Jn. 19:18).
4. Exclama su primera palabra desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen” (Lc. 23:34).
5. Los soldados toman las ropas de Jesús, dejándolo desnudo (Mt. 27:35; Mr. 15:24;
Lc. 23:34; Jn. 19:23).
6. Los judíos hacen escarnio de Jesús (Mt. 27:39–43; Mr. 15:29–32; Lc. 23:35–37).
7. Conversa con los dos ladrones (Lc. 23:39–43).
8. Exclama su segunda palabra desde la cruz: “De cierto te digo que hoy estarás
conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43).
9. Pronuncia su tercera palabra: “Mujer, he ahí tu hijo” (Jn. 19:26–27).
10. Hay oscuridad desde el mediodía hasta las 3:00 p.m. (Mt. 27:45; Mr. 15:33; Lc.
23:44).
11. Expresa su cuarta palabra: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
(Mt. 27:46–47; Mr. 15:34–36).
12. Su quinta palabra es: “Tengo sed” (Jn. 19:28).
13. Bebe “vinagre” (mezclado con vino) (Jn. 19:29).
14. Su sexta palabra: “Consumado es” (Jn. 19:30).
15. Bebe vinagre de una esponja (Mt. 27:48; Mr. 15:36).
16. Pronuncia su séptima palabra: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.
23:46).
17. Entrega su espíritu en un acto de su propia voluntad (Mt. 27:50; Mr. 15:37; Lc.
23:46; Jn. 19:30).
18. El velo del templo se rasga en dos (Mt. 27:51; Mr. 15:38; Lc. 23:45).
19. Los soldados romanos reconocen: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt.
27:54; Mr. 15:39).
LOS CUARENTA DÍAS
(Entre la resurrección y la ascensión)
Domingo en la mañana
1. Un ángel removió la piedra de la tumba de Jesús antes del amanecer (Mt. 28:2–4).
2. Las mujeres que seguían a Jesús visitaron la tumba y descubrieron que el Señor ya no estaba
en ella (Mt. 28:1; Mr. 16:1–4; Lc. 24:1–3; Jn. 20:1).
3. María Magdalena fue a contar el hecho a Pedro y Juan (Jn. 20:1–2).
4. Las otras mujeres permanecieron en la tumba y vieron a dos ángeles que les hablaron acerca
de la resurrección (Mt. 28:5–7; Mr. 16:5–7; Lc. 24:4–8).
5. Pedro y Juan visitan la tumba de Jesús (Lc. 24:12; Jn. 20:3–10).
6. María Magdalena regresó a la tumba y Jesús se le apareció a ella sola en el huerto (Mr.
16:9–11; Jn. 20:11–18): Su primera aparición.
7. Jesús apareció a otras mujeres: María madre de Jacobo, Salomé y Juana (Mt. 28:8–10): Su
segunda aparición.
8. Los que resguardaban la tumba de Jesús reportaron a los líderes religiosos cómo el ángel
había removido la piedra. Luego fueron sobornados (Mt. 28:11–15).
9. Jesús apareció a Pedro (1 Co. 15:5): Su tercera aparición.
Domingo en la tarde
10. Jesús apareció a dos hombres en el camino a Emaús (Mr. 16:12–13; Lc. 24:13–32): Su cuarta
aparición.
Domingo en la noche
11. Los dos discípulos de Emaús cuentan a los otros que vieron a Jesús (Lc. 24:33–35).
12. Jesús apareció en el aposento alto a diez apóstoles estando ausente Tomás (Lc. 24:36–43; Jn.
20:19–25): Su quinta aparición.
El domingo siguiente
13. Jesús apareció a los once apóstoles, incluyendo a Tomás, y éste creyó (Jn. 20:26–28): Su
sexta aparición.
Los siguientes treinta y dos días
14. Jesús apareció a siete discípulos junto al mar de Galilea y realizó el milagro de los peces (Jn.
21:1–14): Su séptima aparición.
15. Jesús apareció a quinientos (incluidos los once) en una montaña de Galilea (Mt. 28:16–20;
Mr. 16:15–18; 1 Co. 15:6): Su octava aparición.
16. Jesús apareció a su medio hermano Jacobo (1 Co. 15:7): Su novena aparición.
17. En Jerusalén apareció otra vez a sus discípulos (Lc. 24:44–49; Hch. 1:3–8): Su décima
aparición.
18. En el monte de los Olivos Jesús ascendió al cielo mientras los discípulos observaban (Mr.
16:19–20; Lc. 24:50–53; Hch. 1:9–12).
MAPA DE LUGARES MENCIONADOS EN SAN MARCOS
Palabras Referentes a la Redención en el Nuevo Testamento

Palabras Significado Referencias


Griegas en español

agorazō Comprar, 1 Co.6:20;


(verbo) adquirir en 7:23; 2 P.
el mercado 2:1; Ap. 5:9;
(de 14:3–4
esclavos)

exagorazō Comprar, Gá.3:13;


(verbo) adquirir 4:5; Ef.
sacando del 5:16; Col.
mercado (de 4:5
esclavos)

lytron Rescate, Mt. 20:28;


(sustantivo) precio de Mr. 10:45
libertad

lytroomai Rescatar, Lc. 24:21;


(verbo) libertar, Tit. 2:14; 1
pagando un P.1:18
precio de
rescate

lytrōsis Acto de Lc. 1:68;


(sustantivo) liberación 2:38; He.
por el pago 9:12
de un precio
de rescate

apolytrōsis Volver a Lc. 21:28;


(sustantivo) comprar, Ro. 3:24;
libertar, 8:23; 1 Co.
pagando un 1:30; Ef.
precio de 1:7; 14;
rescate 4:30; Col.
1:14; He.
9:15; 11:35
MAPA DE LUGARES MENCIONADOS EN SAN LUCAS
HERODES EL GRANDE Y SUS DESCENDIENTES
Herodes el Grande, Rey de Palestina, 37–4 a.C. (Lc. 1:5)
Mató a los niños de Belén (Mt. 2:1–17)

Antípater Ale Herodes Herodes Herodes Antipas Herodes Herodes


jan Aristóbulo Felipe I Tetrarca de Arquelao Felipe II
dro 4 a.C–34 Galilea y Perea 4 Etnarca de Tetrarca de
d.C. a.C.–39 d.C. (Lc. Judea, Samaria Iturea y
(Mt.14:3b; 3:1). Jesús lo e Idumea 4 a.C. Traconite 4
Mr.6:17) Se llamó “zorra” (Lc. (Mt. 2:22). a.C.–34
casó con su 13:31–33). Hizo d.C. (Lc.
sobrina decapitar a Juan el 3:1).
Herodías. Bautista (Mr. Salomé,
6:14–29) y juzgó hija de
a Jesús (Lc. Herodías.
23:7–12).

Herodes de Herodes Herodías


Calcis Agripa I Se casó (1) con su tío Herodes
41–48 d.C. Rey de Felipe I (Mt. 14:3) y (2) con
Palestina. su tío Herodes Antipas (Mr.
37–44 d.C. 6:17).
Mató al apóstol
Jacobo (Hch.
12:1–2).
Encarceló a
Pedro (Hch.
12:3–11).

Herodes Drusila Berenice


Agripa II Esposa de Casó con su tío Herodes de
Tetrarca de Félix, Calcis. Estuvo con su
Calcis y del procurador de hermano Herodes Agripa II en
territorio Judea 52–59 el juicio de Pablo (Hch. 25:13;
del norte, d.C.,delante de 26:30).
50–70 d.C. quien fue
juzgó a juzgado Pablo
Pablo (Hch. (Hch.23:26–24:
25:13–26:3 27)
2)

LOS NOMBRES EN NEGRILLA APARECEN EN EL NUEVO


TESTAMENTO
Emperadores Romanos de los Tiempos del Nuevo Testamento
Augusto (27 a.C.–14 d.C.)
Ordenó el censo que llevó a José y María a Belén (Lc. 2:1).
Tiberio (14–37 d.C.)
Jesús ministró y fue crucificado bajo su reinado (Lc. 3:1; 20:22, 25; 23:2; Jn. 19:12, 15).
Calígula (37–41 d.C.)
Claudio (41–54 d.C.)
Durante su reinado hubo una hambruna muy extensa (Hch. 11:28). Expulsó a los judíos de
Roma, entre quienes estaban Aquila y Priscila (Hch. 18:2).
Nerón (54–68 d.C.)
Persiguió a los cristianos, entre quienes llevó al martirio a Pablo y Pedro. Él es el César a quien
Pablo apeló pidiendo un juicio justo (Hch. 25:8, 10–12, 21; 26:32; 27:24; 28:19).
Galba (68–69 d.C.)
Otón (69 d.C.)
Vitelio (69 d.C.)
Vespasiano (69–79 d.C.)
Aplastó la revuelta judía, y su hijo Tito destruyó el templo de Jerusalén en el año 70 d.C.
MILAGROS DE JESÚS
Milagro Lugar Mt. Mr. Lc. Jn.

1. Convirtió el agua en vino Caná 2:1–11

2. Sanó al hijo de un oficial Capern 4:46–5


aum 4

3. Libró a un endemo niado Capern 1:21–2 4:33–3


en la sinagoga aum 8 7

4. Sanó a la suegra de Pedro Capern 8:14–1 1:29–3 4:38–3


aum 5 1 9

5. Primera pesca milagrosa M. 5:1–11

Galilea

6. Limpió a un leproso Galilea 8:2–4 1:40–4 5:12–1


5 5

7. Sanó a un paralítico Capern 9:1–8 2:1–12 5:17–2


aum 6

8. Sanó a un enfermo en el Jerusalé 5:1–15


estanque de Betesda n

9. Sanó una mano seca Galilea 12:9–1 3:1–5 6:6–11


3

10. Sanó al siervo de un Capern 8:5–13 7:1–10


centurión aum

11. Resucitó al hijo de una Nain 7:11–1


viuda 7

12. Expulsó un espíritu de un Galilea 12:22– 11:14–


hombre ciego y mudo 32 23

13. Calmó una tormenta M. 8:18–2 4:35–4 8:22–2


Galilea 7 1 5

14. Liberó al endemoniado Gadara 8:28–3 5:1–20 8:26–3


gadareno 4 9

15. Sanó a una mujer que Capern 9:20–2 5:25–3 8:43–4


padecía hemorragia aum 2 4 8

16. Resucitó a la hija de Jairo Capern 9:18–2 5:22–4 8:41–5


aum 6 3 6

17. Sanó a dos ciegos Capern 9:27–3


aum 1

18. Expulsó un espíritu de un Capern 9:32–3


hombre mudo aum 4

19. Alimentó a los 5,000 Cerca 14:13– 6:32–4 9:10–1 6:1–14


de 21 4 7
Betsaid
a

20. Caminó sobre el agua M. 14:22– 6:45–5 6:15–2


Galilea 33 2 1

21. Expulsó un demonio de Fenicia 15:21– 7:24–3


la hija de una mujer 28 0
sirofenicia

22. Sanó a un sordo y Decápo 7:31–3


tartamudo lis 7

23. Alimentó a los 4,000 Decápo 15:32– 8:1–9


lis 38

24. Sanó a un ciego Betsaid 8:22–2


a 6

25. Expulsó un demonio de Mt. 17:14– 9:14–2 9:37–4


un lunático Hermó 21 9 2
n

26. Encontraron dinero en un Capern 17:24–


pez aum 27

27. Sanó a un ciego de Jerusalé 9:1–7


nacimiento n

28. Sanó a una mujer Perea 13:10–


enferma por 18 años (?) 17

29. Sanó un hidrópico Perea 14:1–6


30. Resucitó a Lázaro Betania 11:1–4
4

31. Limpió 10 leprosos Samari 17:11–


a 19

32. Sanó al ciego Bartimeo Jericó 20:29– 10:46– 18:35–


34 52 43

33. Maldijo la higuera Jerusalé 21:18– 11:12–


n 19 14

34. Sanó la oreja de Malco Jerusalé 22:49–


n 51

35. Segunda pesca milagrosa M. 21:1–1


Galilea 3
Familia de Anás
Anás
Sumo sacerdote del 6–15 d.C.
Nombrado por Quirino,
gobernador de Siria y depuesto
por Valerio Grato,
procurador de Judea

Hijo: Hijo: Hijo: Hijo: Hijo: Yerno:


Eleazar Jonatán Teófilo Matías Anás Caifás
Sumo sacerdote (Tal vez es “Juan” Sumo Sumo sacerdote Sumo sacerdote Sumo sacerdote
16–17 d.C. de Hch. 4:6) sacerdote 42 d.C. 61 d. C. 18–36 d d.C.
Sumo sacerdote 37–41 d.C. También es
36–37 d.C. llamado José.
Nombrado por
Valerio Grato y
depuesto por el
procurador Vitelio.

Nieto:
Matías
Sumo sacerdote 65–66 d.C.
Era saduceo.

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