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Santa Germana Cousin, 15 de junio

Doctora del perdón


JUNIO 14, 2020 09:09ISABEL ORELLANA VILCHES TESTIMONIOS DE LA FE

“La santa pastora de Pibrac. Nuevo ejemplo de fe en la adversidad el que


supo dar esta joven que vivió el cruel abandono de los suyos siendo
humillada y destinada a vivir con los animales. Es otra doctora del
perdón”

 Una de las múltiples tentaciones


que se presentan en la vida
espiritual es la tendencia a
justificar acciones propias
negativas amparándose en la
deficiente conducta ajena. Un
seguidor de Cristo no se escuda en
las imperfecciones de otros, que
pueden haber salpicado su vida,
con el fin de eludir su
responsabilidad, y echar por la
borda la gracia que recibe para
afrontar cualquier situación. Si
Germana se hubiese dejado influir
por las constantes hostilidades que provenían de su entorno no estaría en
la gloria.

Esta santa “sin historia”, como se la denomina, es otra de las doctoras en


el modo admirable y heroico de asumir el anonadamiento espiritual y el
perdón. Un ejemplo de vida oculta en Cristo. Pasó su existencia sin realce
social ni intelectual. Deforme de nacimiento, despreciada, maltratada,
abandonada de los suyos, humillada, y destinada a vivir con los animales,
en ese calvario cotidiano, que llevada de su amor a Dios le ofrecía, se
labró su morada eterna en el cielo. Y de eso se trata. Algunas pinceladas
de su biografía se reconstruyeron en diciembre de 1644, casi medio siglo
después de su muerte, cuando se abrió la tumba para enterrar a una
parroquiana y hallaron su cuerpo incorrupto. Dos vecinos, que tenían ya
cierta edad y habían sido contemporáneos de la joven, echaron mano de
su memoria y dieron pistas para identificarla.

Había nacido en Pibrac, Francia, hacia 1579 porque se piensa que falleció
en 1601 cuando tenía 22 años. Su deceso se produjo en completa
soledad, como había vivido, en el establo y sobre un camastro de rudos
sarmientos, acompañada del ganado que custodiaba. Era hija de Laurent
Cousin, quien al enviudar de la madre de Germana, Marie Laroche, que
murió cuando aquélla tenía unos 5 años, contrajo matrimonio –era el
cuarto para él– con Armande Rajols. Y ésta fue una auténtica madrastra
para la pequeña; no tuvo ni un ápice de compasión con la niña. Germana
había nacido con una pésima salud. Padecía escrófula y presentaba
evidente deformidad en una de sus manos.

Ante la pasividad de su padre, Armande la maltrató cruelmente ideando


formas despiadadas para infligirle el mayor daño posible. Al final, la
separó de su hogar, le vetó el acceso a sus hijos y la destinó al cuidado
de las ovejas con las que conviviría hasta el final. Tenía 9 años cuando
comenzaron a enviarla a pastorear en la montaña, seguramente con la
idea de ir borrando el recuerdo de su existencia, o hacerla desaparecer
bajo las fauces de los lobos. Arrinconada, considerada una nulidad para
cualquier acción por sencilla que fuera, Germana tuvo dos ángeles
tutelares: una iletrada sirvienta de su familia, Juana Aubian, y el párroco
de la localidad, Guillermo Carné. La primera volcó en ella sus entrañas de
piedad hasta donde le fue posible ya que, en cuanto vieron que podía
medio valerse por sí misma, la enviaron al establo. El excelso patrimonio
que Juana le legó fue hablarle del Dios misericordioso. A su vez el
sacerdote, hombre sin duda virtuoso y clarividente, juzgó que se hallaba
ante una elegida del cielo por los signos que apreciaba en ella: bondad,
espíritu de mansedumbre, y una inocencia evangélica tal que infundía una
alegría ciertamente sobrenatural.

La mísera ración de comida, mendrugos de pan que le echaban a cierta


distancia en prevención de un eventual contagio, la compartía con los
indigentes. Ni siquiera esta muestra de compasión consintió la
madrastra, y un día la persiguió para darle público escarmiento. Cuando
en presencia del vecindario le arrebató violentamente el delantal donde
guardaba su esquilmada provisión para los pobres, quedó impactada por
el prodigio que se obró en ese mismo instante. Todos vieron cómo se
desprendía del modesto mandil una cascada de flores silvestres
bellísimas en una estación impropia para su nacimiento y en un entorno
en el que no solían brotar, anegando el suelo con sus brillantes colores.

Laurent despertó un día de su cobarde letargo y ofreció a Germana volver


al hogar. La joven agradeció la invitación paterna, pero eligió seguir en el
cobertizo. Oraba cotidianamente por la conversión de Armande, que no
terminó de conquistar esta gracia hasta poco antes de morir. El párroco
acogió a la santa como catequista de los niños que entendían
maravillosamente las verdades de la fe a través de los ejemplos que
ponía. Era asidua a la misa, rezaba el rosario y no podía evitar que fueran
haciéndose extensivos los hechos milagrosos obrados a través de ella, y
que ya en vida le dieron fama de santidad. Uno de estos se produjo nada
más morir el 15 de junio de 1601, y fue contemplado por varios religiosos
que se hallaban de paso en Pibrac. Vieron doce formas blancas que se
elevaban hacia el cielo dando escolta a una joven vestida de blanco;
llevaba la frente ceñida con una corona de flores. Al descubrir que había
fallecido, todos supusieron que era Germana que entraba en la eternidad.

Fue enterrada en la iglesia, lugar en el que siguieron multiplicándose los


milagros. Los partidarios de la Revolución intentaron destruir sus restos
echándoles cal viva. Pero en el siglo XVIII volvieron a hallar su cuerpo
incorrupto. Pío IX la beatificó el 7 de mayo de 1854, y la canonizó el 29 de
junio de 1867.

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