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Gramática Tradicional

1. Características generales.
2. Corriente teórica:
2.1. Phýsis / nómos.
2.2. Analogía / anomalía.
2.3. Apología de las lenguas.
2.4. Polémica en torno a la relación de preexistencia entre lenguaje y pensamiento.
3. Corriente práctica:
3.1. Ortografía (> Fonología).
3.2. Morfología.
3.3. Sintaxis.
3.4. Etimología.

1. Características generales.
La 'gramática tradicional' (s. V a. C. hasta s. XIX, en solitario) es el primer
modelo, en la historia de la lingüística occidental, en el que es posible encontrar
reflexiones a propósito del lenguaje y/o las lenguas (términos estos que sólo se
diferencian a partir de Saussure).
Representa una manera no científica, desde los parámetros actuales de
cientifismo, de abordar el tratamiento del lenguaje y/o las lenguas. Prácticamente
todas sus características esenciales son, juzgadas desde los principios de la
lingüística moderna, argumentos a favor de la descalificación de tales estudios como
ciencia.
Esas características esenciales son, básicamente, las siguientes:
- Prestigio de la tradición grecolatina. Tal prestigio se mantiene una vez que
latín y griego pasan a ser lenguas muertas, sin realidad oral; y recorre así
toda la cronología del modelo. De manera tal que, durante toda la E. Media,
sólo estas dos lenguas son posible objeto de estudio y vehículo hábil para la
expresión -oral y escrita- culta. Incluso, más tarde, después de que se
introdujeran -en el panorama de lenguas en disposición de ser estudiadas y
de ser utilizadas para la expresión más cuidada- los vulgares, los diferentes
autores que se centran en estos últimos intentan aplicar a su tratamiento los
esquemas que habían dado resultado en el análisis de las lenguas clásicas.
- Subordinación de la reflexión lingüística, bien a la Filología, bien a la
Lógica. A lo largo de las diversas etapas cronológicas, una constante, en la
'gramática tradicional', es la no independencia de la reflexión lingüística: su
carácter trascendente (no inmanente).
Lógica (planteamientos deductivistas) Filología (p. inductivistas)
* 'lengua = expresión de las categorías del * 'lengua = el uso de los mejo-
pensamiento' res poetas y escritores'
* la razón dicta el buen uso: 'p. de la razón' * 'p. de autoridad'
*universalismo * registro escrito culto >
prescriptivismo: 'arte de
hablar y escribir
correctamente'
2. Corriente teórica.
Se considera corriente teórica cualquier reflexión o especulación sobre la
naturaleza del lenguaje y/o las lenguas que no descienda al ámbito de ninguna de las
disciplinas.
2.1. Phýsis / nómos. La discusión sobre 'el origen del lenguaje'.
La controversia que se establece con estos polos se sitúa en un amplio marco
filosófico. En él, lo que se debate es 'el origen y naturaleza de las leyes que rigen la
vida de la pólis'. Los physicistas (o naturalistas) sostendrán que es una fuerza
superior al ser humano, la divinidad o la propia naturaleza, la responsable de tales
leyes; por el contrario, los nomistas (o convencionalistas) situarán, en el origen de
las leyes que rigen la vida de la pólis, la decisión, absolutamente arbitraria, de un
colectivo humano. La reflexión específicamente lingüística (una mínima parcela en
la reflexión fuilosófica sobre el mundo) se plantea a propósito de la relación entre
las palabras y las cosas: los naturalistas defenderán una vinculación determinada
por la naturaleza entre ambas; los convencionalistas, una relación arbitraria.
La polémica se inicia en el siglo V a. de C. La primera aplicación a la reflexión
lingüística surge en el Crátilo de Platón, quien sostiene la tesis naturalista,
esgrimiendo los argumentos del simbolismo fónico y de las onomatopeyas. Tras
Platón, Aristóteles se alineará en las filas convencionalistas, basándose, para ello,
en la diversidad lingüística y en la existencia de homonimia y sinonimia en las
lenguas. Los estoicos (s. II a. de C.) volverán a las tesis platónicas, en tanto que
Dionisio de Tracia (s. I a. de C.) -y, con él, los alejandrinos- se inclinará por las
aristotélicas.
El debate sigue vivo, en sus dos posturas, a través de las distintas etapas de la
gramática tradicional. Tanto es así que el propio Fray Luis de León en De los
nombres de Cristo exhibe sus particulares argumentos a favor de la tesis naturalista.

2.2. Analogía / anomalía. La cuestión de la estructura del lenguaje.


Esta polémica surge, como la anterior, en el mundo griego, si bien con cierto
retraso sobre aquella, dado que nace en los siglos III-II a. de C. También esta aparece en
un ámbito más amplio de discusión filosófica. Se trata, ahora, de determinar si en la
estructura del mundo responde al principio del 'kósmos' (esto es, del orden) o del 'káos'
(desorden). Los que sostengan la primera postura en torno al mundo defenderán la tesis
analogista respecto al lenguaje: también en este dominará el kósmos, el orden, es decir,
las regularidades, las analogías, en definitiva. Los que, sin embargo, defiendan que el
mundo es káos, participarán de esta misma tesis a propósito del lenguaje: este, como
parte del mundo, será reflejo del kaos de aquel, de su desorden, de sus irregularidades y
anomalías.
De forma automática, una vez que surge esta nueva controversia, se produce una
asimilación a la precedente: todo autor que se pronuncie por las tesis naturalistas
defenderá la anomalía, mientras que todo aquel inclinado por las posturas
convencionalistas apoyará la analogía.
Esta segunda -en el orden cronológico- discusión teórica será la dominante en la
época romana, hasta el punto de que cualquier autor que se precie, en este momento, se
decantará por una de las posiciones. Es el caso del mismo César, autor de un tratado
titulado De analogia.
Como ocurría con la polémica phýsis / nómos, esta continúa vigente en
posteriores etapas de la 'gramática tradicional', aunque ceda el protagonismo a nuevas
discusiones, resultado de las nuevas preocupaciones.
2.3. Apología de las lenguas vulgares.
A partir de la publicación, por parte de Dante, de De vulgari eloquentia
(1304-1307), tratado en el que su autor reflexiona sobre las lenguas románicas, y muy
particularmente sobre su lengua toscana, con el fin de establecer el tipo de lengua con la
que debe abordar, como creador, la redacción de sus textos, se desata en toda Europa
una corriente especulativa que pretende, en primera instancia, reivindicar los romances
respectivos, pero que va más allá al ejercer no sólo una defensa del uso de estas lenguas,
sino también una exaltación, una alabanza desmesurada de las mismas.
Proliferan, así, tratados destinados, en cada uno de los países, a alabar las
lenguas que les son propias. El argumento de mayor peso en la exaltación del propio
romance, frente a los demás, es el de su mayor grado de similitud con las lenguas
clásicas (cf. 1ª característica de toda la gramática tradicional): tanto más reivindicable es
aquella lengua que más se asemeje a las lenguas de prestigio.
El momento de máximo esplendor de esta corriente teórica es, obviamente, el
siglo XVI, si bien todavía es rastreable a principios del XVII.

2.4. Polémica en torno a la relación de preexistencia entre lenguaje y pensamiento.


Es la discusión teórica que protagoniza los debates en el siglo XVIII. Nace y muere
con el siglo, porque la llegada del positivismo, que acepta como válidas sólo aquellas
disquisiciones que se asienten sobre datos positivos, condena por completo una
discusión montada sobre puras especulaciones y carente por completo de una base
sólida que la sostenga.
No obstante, y pese a su fugacidad, en el XVIII es este un tema de discusión
omnipresente. En torno a él se dibujan tres posturas: el lenguaje surge antes y es él el
que crea el pensamiento; el pensamiento es lo primero y sólo su existencia posibilita la
del lenguaje; pensamiento y lenguaje surgieron a la vez.

3. Corriente Práctica.
3.1. Ortografía (>Fonología).
Puesto que toda la gramática tradicional está apegada al registro escrito, la letra
genera todo tipo de reflexiones. Si bien la letra escapa de las preocupaciones
directas del lingüista actual, atento al sonido, por cuanto este lo conduce al fonema,
unidad de la fonología, no ocurre así en los primeros momentos de la adopción de
un alfabeto que nace con la pretensión de ser fonológico. Un alfabeto fonológico
persigue la relación biunívoca entre letra y sonido. Siendo esto así, todo lo que se
diga de la letra será válido en la presentación del sonido: todas las informaciones
que sobre la letra se den son informaciones sobre su status fonético-fonológico.
Tanto en Grecia como en Roma asistimos a la adopción de dos alfabetos con
pretensiones fonológicas: el griego y el latino. En los primeros momentos no hay
por qué dudar de esa perfecta correspondencia entre uno y otro. Sin embargo, con el
paso del tiempo, los desajustes en la correlación letra-sonido se van dibujando.

3.1.1. Letra.
El concepto que de letra se tiene en la gramática tradicional surge en la antigua
Grecia : "sonido indivisible que entra en la formación de un sonido compuesto"
(Aristóteles). Se considera que esta tiene tres accidentes -para cada uno de los cuales
se puede utilizar también el término global de letra-: nomen (ele), figura o grafía (L,
l), potestas o fuerza, en términos actuales sonido ([l]).
Desde los primeros momentos se suceden las clasificaciones y definiciones de
las letras. Los criterios utilizados en su definición son de tres tipos: c. auditivo o
perceptivo, c. articulatorio y c. de la función silábica.
- Platón diferenciaba tres grupos: vocales (phoneénta = 'las que suenan'),
mudas (áphona = 'sin sonido') y semivocales (hemíphona'). Los propios
rótulos ejemplifican ya una definición a partir únicamente del criterio
perceptivo: lo que suena, loque no suena y lo que suena a medias.
- Aristóteles mantiene los mismos grupos, con los mismos rótulos, pero añade
datos a la definición: phoneénta = "sonido audible sin que la lengua se
aproxime a los labios", hemíphona = "sonido audible con esta
aproximación", áphona = "teniendo esta aproximación no tiene, por ella
misma, ningún sonido audible". Aristóteles, aparte de haber incluido obvios
datos articulatorios, maneja también, de modo explícito a propósito de las
mudas, el criterio de la función silábica, descartándolas como posible núcleo
silábico.
- Dionisio de Tracia reduce a dos los tres grupos de sus antecesores:
phoneénta y sýmphona (= 'suenan con' > consonantes, lo que supone la
introducción del criterio de la función silábica desde el propio rótulo),
aunque, dentro del segundo grupo, introduce dos subgrupos: hemíphona y
áphona.
La misma situación, en este punto, que se detecta en la época griega continúa en
períodos posteriores de la gramática tradicional. Los distintos autores se inclinan o
bien por la clasificación aristotélica, o bien por la de Dionisio de Tracia, con el
cambio oportuno de alfabetos (la descripción de la α se le aplica a la a; la de la β a
la b...). En la presentación de los sonidos individuales manejan todos los criterios
que ya en el mundo griego habían sido introducidos.
Es preciso, sin embargo, hacer referencia a cómo, durante toda la Edad Media, la
fonética, disciplina que necesita plantearse a partir de los datos que la oralidad
ofrece, tiene una situación muy delicada. Latín y griego son, entonces, lenguas
muertas y, en consecuencia, los autores medievales desconocen la pronunciación
nativa en ambas. Los hablantes de que disponen adecuan a la fonética de sus
vulgares respectivos la de las dos lenguas clásicas. Como, sin embargo, son estas las
únicas lenguas que se describen, la presentación que de ellas se hace es
absolutamente mimética de las que incluían los textos griegos y latinos que
manejan. Por otro lado, el interés preponderante de la gramática tradicional por el
registro escrito explica la despreocupación por la fonética y su atención a la
oralidad.
A finales del siglo XV y, sobre todo, en el XVI (con ecos todavía en el XVII),
surgen las denominadas polémicas ortográficas, desencadenadas por el invento de la
imprenta. Esta es la época (cf. 2.3.) en la que comienza el interés por las lenguas
vulgares y la posibilidad de regularlas a través de gramáticas. En estos momentos,
sin embargo, la correspondencia biunívoca entre la letra y el sonido ya no existe,
con lo que se multiplican las maneras de escribir (una misma palabra puede aparecer
escrita con b y v, con h o sin h...). Esta multiplicidad ocasiona serios problemas para
determinar cómo han de ser las planchas de la imprenta (si han o no de incorporar
ciertas letras, por ejemplo). En todos los países se desarrollan polémicas sobre qué
ortografía conviene adoptar, y en ellas participan no sólo gramáticos, sino también
literatos... Las posturas se reducen a tres: a) reformistas, que abogan por volver al
alfabeto fonológico (es el caso de Nebrija y Correas, en España, o el de Herrera y
Mateo Alemán. Más recientemente, es el mismo de J. R. Jiménez o García Márquez;
y, entre los gramáticos, el de Bello. Por lo general, los más lúcidos de los
pensadores en materia lingüística se han alineado en estas filas); b) etimologistas,
que propugnan una latinización de la escritura para conseguir que el romance se
parezca aún más a la lengua clásica; c) eclécticos, los partidarios de mantener una
grafía con ciertas inconsecuencias, siempre y cuando tales inconsecuencias permitan
explicar situaciones históricas. Según los países triunfará una u otra de estas
posturas.
Por otra parte, en el XVI aparece la figura del monje benedictino Fray Pedro
Ponce, interesado en el 'arte de enseñar a hablar a los sordomudos'. El arte planteaba
las exigencias de una seria renovación de las descripciones de sonidos heredadas y
la introducción de las descripciones de los sonidos de nueva creación romance, para
evitar el riesgo de enseñar a este sector de la población unas pronunciaciones que no
resppondieran a las habituales en el momento. La tarea de Ponce fue secundada en
el XVII por Manuel Ramírez Carrión y consolidada en la obra de Juan Pablo Bonet,
renovador de las descripciones articulatorias para el castellano de su época.

3.1.2. Sílaba.
También ya desde la época griega se preocupan por la combinatoria de sonidos
en el marco de la sílaba.
Platón define esta unidad como 'combinación de letras'. Aristóteles ofrece una
presentación más detallada. "sonido desprovisto de significación compuesto por una
muda y una letra que tiene un sonido; pues el sonido ΓΡ sin A es una sílaba, como
también lo es si se le añade A y se forma, por ejemplo, ΓΡA..."
Los estoicos establecen una diferenciación entre los sonidos, contemplándolos
desde la perspectiva de su posible o no combinación en el marco silábico. Así,
distinguen:
- los sonidos que ocurren en una sílaba;
- los que podrían ocurrir y no lo hacen;
- los que no ocurren, porque son imposibles en su combinatoria.
Dionisio de Tracia, por su parte, postula dos tipos de sílaba: propia (consonante
con una o varias vocales) e impropia (una sola vocal).
3.2. Morfología.
La unidad de trabajo y de reflexión en gramática en el marco de este modelo es
la palabra. En consecuencia, los dos grandes temas morfológicos en torno a los que gira
la ‘gramática tradicional’ son: la clasificación de palabras -y la subsiguiente definición
de cada uno de los grupos reconocidos- y la enumeración de sus accidentes -en términos
actuales, sus desinencias-.
A la hora de efectuar las definiciones morfológicas son posibles tres criterios: el
criterio nocional o semántico, el criterio morfológico o formal y el criterio sintáctico
(meramente distribucional o funcional).
Las clasificaciones de palabras están claramente determinadas por el marco en el
que se realiza la reflexión:
– los autores racionalistas-deductivistas optan por propuestas muy reducidas de
clases de palabras (2 ó 3, comunes a todas las lenguas: las que reflejan la estructura del
juicio lógico, de carácter universal);
– los filologistas-empiristas aceptan propuestas más amplias, pero todas ellas
condicionadas por la primera que obtiene valor de difusión. Lo habitual en este entorno
es aludir a 8 clases de palabras, convertidas, generalmente, en 9, con la llegada del
análisis de los romances.

3.2.1. Las clasificaciones de palabras en la dirección filologista.


Aunque, cronológicamente, es la segunda de las vías que surgen en el mundo
griego, es quizá la más familiar en nuestro panorama de conocimientos, sobre todo
porque es la que impera en los textos de esta orientación más recientes.
La primera propuesta de interés, en esta línea, procede de la primera gramática,
la Techné grammatiké, de occidente. Su autor es Dionisio de Tracia, miembro de la
escuela alejandrina (siglo I a. de C.). Él plantea la existencia de 8 clases de palabras,
analizando los datos del griego clásico: nombre, verbo, pronombre, participio, artículo,
adverbio, preposición y conjunción. Aunque no los utiliza de forma sistemática, aplica a
la definición de tales clases de palabras los tres criterios de que dispone.
En el mundo romano, paralelamente a la figura de Dionisio de Tracia, surge la
de Varrón (I a. de C.). El autor latino menciona, de manera totalmente independiente al
alejandrino, la existencia de cuatro clases de palabras, apoyándose en un sólido y bien
explotado criterio formal (+/- caso, +/- tiempo): nombre [+ caso, – tiempo], verbo [-
caso, + tiempo], participio [+ caso, + tiempo] y partículas [- caso, – tiempo]. Pese a lo
irreprochable de sus planteamientos, el texto de valor pasa absolutamente desapercibido
en su época y en momentos posteriores de influencia latina.
En el siglo I d. de C., Remmio Palemón, autor que conoce ya la Techné griega,
plantea la existencia también en latín de 8 clases de palabras y, ante la inexistencia en la
nueva lengua de artículo, acude a la interjección para mantener el número de 8: nombre,
verbo, pronombre, participio, adverbio, preposición, conjunción e interjección.
Es esta la clasificación que heredan, sin modificarla en lo más mínimo, los dos
autores más influyentes en épocas posteriores, Donato (IV d. de C.) y Prisciano (VI d.
de C.). Por lo tanto, el mismo es el panorama en la primera parte de la Edad Media, con
la sola sustitución de la ejemplificación pagana por otra de marcado tinte cristiano.
En los siglos XVI y XVII, la perspectiva filologista puede proyectarse bien sobre
las lenguas clásicas, bien sobre las lenguas vulgares. El propio Nebrija es un autor que
actúa en los dos frentes. En 1486, en sus Introductiones Latinae, el autor ofrece un texto
que reitera los planteamientos de Donato y Prisciano para la lengua latina. Esta lengua
no había evolucionado, tras las gramáticas de aquellos. Mímesis es, pues, la dirección
habitual cuando se visitan las lenguas clásicas en los siglos XVI y XVII desde la óptica
empirista, pues no hay nuevos datos de este orden que avalen planteamientos distintos.
Así, las gramáticas empiristas latinas seguirán a Donato y Prisciano, mientras que las
griegas seguirán a Dionisio de Tracia.
Panorama distinto es el que ofrecen las lenguas vulgares, cada una con sus datos
empíricos, a los autores filologistas.
La primera, y más original, como veremos, gramática de una lengua vulgar es la
Gramática Castellana de Nebrija, publicada -no por azar- en 1492, a ella le siguen,
sobre esta misma lengua, los Anónimos de Lovaina de 1555 y 1559, la gramática de
Villalón, de 1558... En el resto de Europa, los primeros trabajos son posteriores al de
Nebrija. Así, la primera gramática para el toscano es la de Trissino (1530) y, para el
francés, la de Ramus o de la Ramée (1562).
Lo habitual, en toda Europa, en la dirección empirista, cuando se trabaja sobre
los vulgares es conciliar la propuesta de Dionisio -con el artículo, presente en los
romances- con la de Donato y Prisciano -con su incorporación de la interjección-, de
donde sale el número de nueve clases de palabras, común en esta tradición: nombre,
verbo, participio, pronombre, artículo, adverbio, preposición, conjunción e interjección.
Nebrija escapa a tal dirección. El sevillano propone 10 clases de palabras,
ninguna de las cuales es la interjección. Él menciona las 8 de Dionisio e incorpora dos
nuevas: nombre participial infinito y gerundio.
No solo rompe en ello Nebrija con la tradición heredada, original es también su
tratamiento del artículo, que entiende ya como una mera marca del género y número del
nombre, y su concepción de la voz, que él reduce a solo una en castellano, la activa
(desestimadas pasiva e impersonal).
Sin embargo, sus alusiones a la existencia de declinación o caso en el castellano
lo revelan sumiso a la estructura de las lenguas que le sirven como referencia. No puede
aquí desvincularse Nebrija de la tradición que hereda.
Las orientaciones empiristas en lo que sigue de la ‘gramática tradicional’ giran,
fundamentalmente, en la línea de los menos originales de los autores de la época:
reivindican las nueve clases de palabras, sustituyendo, a partir del siglo XVIII, el
participio por el adjetivo (incluido hasta entonces bajo el rótulo nombre).
3.2.2. Las clasificaciones de palabras en la dirección logicista.
La primera propuesta, en este sentido, procede de la antigua Grecia y
corresponde, una vez más, a Platón, quien menciona la existencia de dos partes en la
oración gramatical, porque dos son, según su perspectiva, las partes del juicio lógico:
ónoma y rhéma. En la propuesta platónica, ambos términos responden a los conceptos
de sujeto y predicado, pero, de modo inmediato, ya en Aristóteles, se identifican con las
nociones de nombre y verbo.
Aristóteles continuará la tradición de Platón, pero amplía a tres el número de
clases de palabras: ónoma, rhéma y sýndesmoi (nombre, verbo y partículas). Es esta la
propuesta que se proyectará como dominante en las reflexiones racionalistas
posteriores.
Aristóteles alude ya a las desinencias de caso o tiempo, pero sus definiciones de
las clases de palabras son puramente nocionales, no integra en ellas el recurso a la
forma.
Solo en la segunda parte de la E. Media se vuelve a los planteamientos
aristotélicos, sin innovar, en morfología, sobre las tesis de aquel.
En el siglo XVI y XVII, se dibujan dos posibles direcciones de investigación, en
este caso no muy distintas: se pueden hacer gramáticas racionalistas sobre lenguas
clásicas (latín, griego o hebreo 1) o se pueden hacer gramáticas racionalistas sobre
lenguas vulgares. En la práctica los resultados son los mismos, pues el sometimiento de
esta corriente a la idea del pensamiento universal determinará que lo que se afirma del
latín-griego o hebreo sea generalizable a cualquier otra lengua, clásica o vulgar; y, del
mismo modo, todo lo que se sostenga acerca del francés, toscano, castellano... valdrá
tanto para el análisis de las lenguas clásicas como para el de cualquier otro romance.
F. Sánchez de las Bozas, El Brocense, publica una gramática latina, Minerva, en
1587, que, en morfología reivindica la clasificación aristotélica: nombre, verbo y
partículas.
El texto más destacado de todo el XVII, la Grammaire générale et raisonnée,
obra de dos de los miembros de la escuela de Port-Royal, versa sobre la lengua francesa.
Su concepción morfológica se aparta de la aristotélica para aproximarse más a la
platónica. Ellos sostienen la existencia de dos grupos de clases de palabras en todas las
lenguas: las que dan cuenta del objeto del pensamiento y las que reflejan la forma del
mismo. El número de concreciones que, en cada grupo, se dan es ya específica de cada
lengua -la francesa cuenta con nueve-, pero ninguna de ellas escapa a la necesidad de,
por lo menos, dos clases de palabras (la una para el objeto, la otra para la forma).
Si el juicio lógico, unidad del pensamiento, tiene, para ellos, tres partes: los
términos del mismo (sujeto y atributo) y la cópula que los une, la oración gramatical
básica que lo refleje tendrá tres partes, si bien para dos de ellas especificará las mismas
clases morfológicas, puesto que de términos se trata en ambos casos (sujeto y atributo).
Según esta teoría, en el francés, incluirán bajo el grupo de objeto del
pensamiento: nombre, participio, pronombre, adverbio, artículo, preposición (estas
últimas las justifican en el grupo, apelando a que, pese a no tener significado léxico,
intervienen en la articulación del sintagma nominal); en el grupo de la forma del
pensamiento sitúan: verbo, conjunción e interjección. El verbo es la forma por
excelencia, pero enfrentarse a una conjunción (coordinada) supone enfrentarse a dos
formas verbales y enfrentarse a una interjección equivale a sobreentender, bajo ella,
también una forma verbal.
Por otra parte, la GPR desarrolla una teoría interesantísima sobre el verbo, que
tendrá importantes repercusiones sintácticas. Ellos consideran que existen dos tipos de
verbos: el verbo sustantivo (la cópula, el único verbo básico) y los verbos adjetivos
(todos los restantes, que, obviamente derivarán de formas previas que incluyan la cópula
y un atributo desgajado de la raíz del nuevo verbo adjetivo: canta < es cantante, vive <
es viviente...). En definitiva están planteando la existencia de dos estructuras
lingüísticas: una refejo directo del pensamiento, la primera, la más básica, siempre con
verbo sustantivo; otra, posterior, hábil para la comunicación, en la que pueden aparecer
verbos adjetivos.
En el panorama español racionalista del XVII destaca la figura de G. Correas,
quien defenderá una clasificación de palabras continuadora, para el castellano, de la del
Brocense.
El siglo XVIII, en morfología, continuará, de modo general, los presupuestos de
la corriente racionalista. El texto más importante de la época es el Hermes, de Harris,
condicionado, hasta en el título, por la influencia del Brocense.
1
En 1506, Reuchlin descubre textos clásicos hebreos, ignorados hasta entonces en el marco de la
gramática tradicional. Desde ese mismo momento, la lengua recién descubierta entra en el panorama de
las dos lenguas clásicas familiares en la tradición occidental.
El hebreo clásico manifiesta una estructura morfológica peculiar que impide el reconocimiento
de más de tres clases de palabras en ella. Este hallazgo viene a confirmar, desde la óptica racionalista, la
conveniencia de trabajar con un número muy pequeño (3 o menos) de clases de palabras, pues, de modo
contrario, la lengua hebrea se escaparía a los planteamientos universalistas.
3.3. Sintaxis.
Los planteamientos morfológicos dominan en número sobre los sintácticos en la
gramática tradicional. Sin embargo, algunos de estos últimos han tenido enorme
trascendencia en el actual panorama lingüístico.
También en el apartado sintáctico es preciso diferenciar las dos direcciones de la
reflexión: filologista y logicista.

3.3.1. Sintaxis en la dirección filologista.


Será Apolonio Díscolo (II d. de C.) el primer autor de un tratado sintáctico (Péri
Syntaxéos). El autor se apoya, para construir su sintaxis, en los planteamientos
morfológicos de Dionisio de Tracia.
Comienza por establecer las relaciones que se dan entre las que considera las
clases de palabras más relevantes, nombre y verbo, en el marco de la oración. A partir
de aquí surgen otras nociones sintácticas:
– concordancia: Apolonio Díscolo observa que hay nombres que imponen al
verbo la concordancia (y, así, surge el concepto de sujeto), en tanto que, con otros, no es
obligada (los objetos);
– se preocupa por la colocación u orden de las clases de palabras en la oración;
– aborda el tema de la transitividad1 en sentido amplio: transitivo1 es todo verbo
que precisa un objeto. Ahora bien, los verbos cuyo objeto se construye en caso
acusativo serán transitivos2 en sentido estricto; mientras que aquellos cuyo objeto se
construye en otro caso son verbos con régimen.

Tales cuestiones se convertirán, a partir de este autor, en los grandes focos de


preocupación de los empiristas, cambiando los datos de la lengua griega por los de las
nuevas lenguas que se vayan analizando.

3.3.2. Sintaxis en la dirección logicista.


La situación es muy distinta en lo que concierne a esta dirección de la reflexión
lingüística.
Los primeros tratados sintácticos que surgen en ella son los de los gramáticos
especulativos o modistas (segunda parte de la Edad Media). Entre ellos, esta dirección
de la reflexión tiene una gran importancia, de modo que todos ellos se pronuncian al
respecto. El texto sintáctico más importante es el de Th. de Erfurt. El autor, que parte de
la idea de que en el juicio lógico hay dos partes: sujeto y predicado, divide su sintaxis
en tres apartados: constructio, congruitas y perfectio. Una oración sintácticamente
gramatical ha de cumplir con las exigencias de los tres. La violación de una de las
premisas determinará la existencia de una oración anómala sintácticamente.
a) Constructio
Los construibles que se seleccionen para la construcción tienen que ser
tolerables.
Una construcción, por amplia que sea, puede ser reducida a dos construibles,
entre los que se establece una relación de determinación (o dependencia, según el punto
de vista): uno de los construibles es el determinado, el otro es el dependiente 2. Cuando

2
Las relaciones, para ellos, están establecidas:
determinante dependiente
nombre en nominativo verbo
en el orden sintáctico está primero de dependiente y, después, el determinante, la
relación es transitiva; si, por el contrario, está primero el determinante y, después, el
dependiente, la relación es intransitiva.
b) Congruitas
b.1.- los constituyentes deben exhibir las categorías flexivas adecuadas (*este
aula, * el niño vinieron...);
b.2.- los constituyentes deben ser combinables (‘principio de colocabilidad’)
(*ideas verdes, *colocaron los pensamientos...);
b.3.- el régimen debe ser el adecuado (* confiaron de ti, *se recordaron de
ello...).
c) Perfectio
Para que una construcción sea correcta sintácticamente ha de tener suppositum y
appositum, esto es, sujeto y predicado (* Viene).

Tras los modistas, será en el texto de 1587, la Minerva del Brocense, en donde
aparezca una nueva aportación a la sintaxis racionalista. El Brocense introduce el
principio de la elipsis, principio racional que, según él, permite rescatar el esquema
racional aparentemente inexistente en algunas secuencias. El Brocense parece atender
también a dos estructuras lingüísticas: una, la que se ve, en apariencia incompleta; otra,
a la que llegamos a través de este principio racional, perfectamente acabada.
El principio de la elipsis lo aplica el Brocense al tratamiento de los verbos
intransitivos (para los que recupera en un estadio anterior un complemento directo
extraído de la propia raíz verbal: Juan vive < Juan vive la vida), de los verbos
impersonales (para los que recupera un sujeto: llueve < la lluvia llueve o Dios llueve) y
de las conjunciones coordinadas (‘una conjunción no une casos, sino oraciones iguales’:
Juan y María vienen < Juan viene y María viene; María come espárragos y
calabacines < María come espárragos y María come calabacines...).
Los autores de Port-Royal heredan el planteamiento de la elipsis. No a otra
actitud responde el tratamiento que ellos ofrecen para la conjunción, para la interjección
y su propia teoría del verbo (siempre una cópula está en la base de un verbo adjetivo).
Pero ellos van más allá, y ofrecen su teoría proposicional. Según estos autores hay tres
tipos de proposiciones:
– simples (básicas -con cópula-, derivadas -con verbo adjetivo-);
– compuestas: “cuando tiene varios sujetos y el atributo se afirma o niega de
cada uno de ellos separadamente (...); o cuando tiene varios atributos y cada uno de
ellos se afirma o niega del sujeto (...)”: María y Pedro son jóvenes; María es joven y
guapa.
– complejas: “cuando sujeto, atributo o ambos están compuestos de varios
términos que forman en el espíritu una idea total, de la cual se afirma o niega
globalmente”: Dios invisible ha creado el mundo, Dios ha creado el mundo visible,
Dios invisible ha creado el mundo visible.
Obviamente, tanto las proposiciones compuestas (con conjunciones) como las
complejas (con adjetivos en posición atributiva) son derivadas. Ambos tipos pueden,
además, conjugarse: la alta niña y su hermano llegaron tarde.
La propuesta, ya más desarrollada, de Port-Royal, secundada en el XVIII, sin
adición alguna, llegará hasta las propuestas racionalistas de la lingüística cintífica.

nombre en caso oblicuo verbo


nombre en genitivo nombre en cualquier otro caso
verbo adverbio
nombre adjetivo
3.4. Etimología.
La etimología es el dominio de la lingüística diacrónica que indaga sobre el
origen de las formas de una lengua; es la búsqueda de las relaciones que unen una
palabra a otra unidad más antigua de la que procede. El étimo puede identificarse:
– con la palabra más antigua conocida como origen;
– con la palabra extranjera tomada como préstamo, con más o menos
modificaciones;
– con la palabra sobre la que se construyó un derivado.
Esta dirección de investigación surge, en la gramática tradicional, al amparo de
las posturas naturalistas que persiguen encontrar el sentido verdadero de las palabras,
para lo cual reducen la expresión de la que parten, aquella que en apariencia no
corresponde a la cosa a la que se refiere de forma directa, a:
– una forma onomatopéyica;
– unidades con vagas similitudes de forma;
– la combinación de sílabas de otras palabras.

3.4.1. Modistas.
En la segunda parte de la E. Media se dibuja otra dirección de reflexión sobre el
significado, más conectada con las preocupaciones de la semántica actual.
Aparece, así, una doble oposición:
– significatio / cosignificatio,
– significatio / suppositio.
La significatio se entiende, en el momento, de dos maneras distintas: es el
repraesentatum que, unido a la vox o repraesentamen constituye la dictio, el signo; y es
la relación entre las dos caras del signo, el posterior concepto saussureano.
Opuesta a la cosignificatio, se entiende como una de las caras del signo. Se
sostiene que la unión de una vox y una significatio no permite hablar de parte de la
oración, para ellos sería preciso la adición de una cosignificatio. Se establece, así, la
oposición entre significación léxica (significatio) y significación gramatical
(cosignificatio).
Opuesta a la suppositio se entiende como la relación entre las caras del signo,
siendo aquella la relación que vincula el signo al objeto designado, al referente. La
suppositio sería, de esta manera, el antecedente de la noción de designación manejada
por Coseriu.
También son estos los autores que oponen el valor potencial de una palabra a su
valor actual, enfrentando el valor de homo, fuera de contexto, al de homo musicus, ya
restringido por el marco contextual que supone el adjetivo.

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