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LAS ESCUELAS EPISCOPALES.

RESUMEN

OLGA DARIANNA SÁNCHEZ MADRIGAL


Maestro: Jimmy Martínez
UCEM

Matricula: I000009722
Las escuelas episcopales o catedralicias: estas escuelas son posteriores al
nacimiento de las escuelas monacales y datan del Siglo VIII

Eran propiamente seminarios de sacerdotes.

Factores Que Afectan El Proceso De Enseñanza - Aprendizaje


Dentro del proceso de enseñanza - aprendizaje de la palabra de Dios hay factores
que afectan para bien o para mal ese proceso. La mayoría de los educadores
están de acuerdo en ubicar esos factores en el maestro, en el alumno y en el
contexto del aprendizaje.
El Maestro
La personalidad del maestro.
Es un factor clave que el maestro tenga una personalidad cristiana. Empezando
porque debe ser un creyente. Puesto que la enseñanza cristiana consiste en un
encuentro personal con Dios, quien no lo haya experimentado no puede enseñar
lo que a él mismo no le ha ocurrido. Nadie puede enseñar lo que no conoce. Así
como nadie puede dar lo que no tiene.
El Señor Jesucristo es el modelo del maestro, a Él se le llama "el Divino Maestro".
Su personalidad atrajo multitudes. El carácter de Jesús era "humilde de corazón "
(Mateo 11:29), y al mismo tiempo la gente se admiraba "porque les enseñaba
como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley " (Mateo 7:29). La
gente venía a escuchar su enseñanza y le traían sus hijos para que orara por ellos
(Mateo 19:13).
La actitud del maestro hacia la Biblia.
Jesucristo tenía en alta estima a la Escritura. En sus discusiones con los líderes
judíos les decía: "Ustedes andan equivocados porque desconocen las Escrituras y
el poder de Dios" (Mateo 22:29). Y también anda muy equivocado aquel maestro
que desconozca hoy en día la enseñanza de la Biblia y tenga una actitud liviana
ante ella o que base sus enseñanzas en algo diferente a la Palabra de Dios. El
problema de los enemigos de Jesús era que en realidad no enseñaban a la gente
la Palabra de Dios, sino sus propias ideas y por eso Jesús les dijo: "En vano me
adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas" (Mateo 15:9).
La actitud del maestro hacia el alumno.
Jesucristo amaba a la gente y eso le motivaba a enseñar. La Biblia nos dice que
"al ver a las multitudes tuvo compasión de ellas" (Mateo 9:36). Una actitud de
menosprecio o de temor hacia los alumnos es un factor que afecta el proceso de
enseñanza - aprendizaje de una manera tal que lo puede bloquear. El maestro(a)
cristiano(a) debe tener en alta estima a sus alumnos, amarlos, tomarlo en cuenta y
creer que ellos pueden culminar el proceso con éxito.
La actitud del maestro hacia la enseñanza.
El nombre más común para referirse a Jesucristo en los evangelios es el de
"maestro". Jesús creía en la enseñanza. Un maestro que no crea en la enseñanza
no llega a nada con su actividad. El maestro debe creer tanto en la enseñanza que
él mismo debe ser un alumno. Ser maestro es considerado en el Nuevo
Testamento como un don de Dios (Ef. 4:11).
El Alumno
La actitud del alumno hacia la palabra de Dios.
Los primeros discípulos estaban ávidos de la enseñanza de Jesucristo, le decían:
"Señor, enséñanos..." (Lucas 11:1b). El maestro debe tratar de despertar el interés
de los alumnos hacia la palabra de Dios para que el proceso pueda darse con
efectividad. Es importante que el maestro conozca cuál es la actitud del alumno
hacia la palabra de Dios y hacia la iglesia donde es enseñado.
La actitud del alumno hacia sí mismo.
Una actitud de baja autoestima, de que "la palabra de Dios no es para mí" puede
ser fatal para el éxito del proceso de enseñanza - aprendizaje. Lo hermoso de la
enseñanza cristiana es que no importa lo que uno piense de sí mismo, la Biblia
trae mensaje para el ser humano. El maestro debe mostrar eso al alumno para
que tenga un adecuado concepto de sí mismo y le favorezca el aprendizaje.
La actitud del alumno hacia el maestro.
Si el alumno con confía en su maestro, es difícil que aprenda. Se necesita cambiar
el concepto del alumno hacia el maestro ya sea por medio de que el maestro
muestre un verdadero testimonio o por medio de que el alumno venza prejuicios.
El Contexto De Aprendizaje
El contexto de aprendizaje tiene que ver con el lugar y el ambiente donde se
imparte la enseñanza. Es importante que el ambiente sea amistoso, acogedor,
agradable, abierto al dialogo. El lugar debe ser lo más cómodo posible y el número
de alumnos manejable.
El Cambio de Actitud
Para poder tener éxito en el proceso de enseñanza - aprendizaje de la palabra de
Dios, es necesario que se den una serie de cambios en las actitudes de todos los
que están insertos en el proceso. Esos cambios se dan en el momento de que
alguien se hace cristiano, a través del cambio en los conceptos y a través de
experiencias. Esos cambios los puede experimentar tanto el maestro como los
alumnos.
Cambio de actitud a través de la conversión.
Por conversión entendemos la experiencia que vive alguien al hacerse cristiano.
Jesús dijo "El que crea y sea bautizado será salvo" (Marcos 16:16). Tras esa frase
hay muchas implicaciones: El que cree se arrepiente de su mala vida, está
dispuesto a declarar públicamente su fe en Cristo y se bautiza de buena voluntad
para el perdón de los pecados y recibir al espíritu Santo (Hechos 2:38). Así que
una persona que crea y se bautice (en ese orden, pues nadie puede cambiar el
orden divino) es cristiana, se ha convertido en cristiano. No hay otra manera de
ser salvo sino como dice Jesucristo "Porque hay un solo Dios y mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo hombre." (1 de Timoteo 2:5)
¿Qué pasa en una persona cuando llega a Jesucristo?
1. La persona es salva.
Eso quiere decir que todos sus pecados han sido perdonados (Hechos 2:38) y que
ha recibido una nueva naturaleza. Es como si naciera de nuevo (Juan 3:3). Es
como si fuera otra persona, una nueva creación (2 de Co. 5:17). Ahora somos
"hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica" (Efesios 1:10)
2. La persona despierta un profundo deseo de seguir la voluntad de Dios.
Ahora la persona quiere obedecer a Dios en todo y ajustar su vida a lo que quiere
Dios de ella. Eso quiere decir que le tiene una profunda confianza a la palabra de
Dios y muchos deseos de aprender las enseñanzas de la Biblia. No tiene ningún,
pero ante el conocimiento y la obediencia de principios bíblicos que le obliguen a
cambiar sus patrones y modelos de vida. Está dispuesta a acabar con todo aquello
que le había mantenido separada de Dios (Hechos 19:19; Efesios 4:25-32; 1 de
Pedro 3:1-7)
3. La persona recibe un poder liberador que la ayuda a tener victoria sobre el mal.
El Espíritu Santo habita en la persona y eso le da un poder inmenso para vencer la
tentación y la persecución. El Espíritu Santo la dota con un don o dones (1 de Co.
12:7) para servir a Cristo en la iglesia. Ese poder es un anticipo del goce y
la herencia que recibirá en el cielo (Efesios 1:14)
Cambio de actitud a través del cambio de los conceptos.
Las actitudes también se cambian a través del cambio de conceptos. La
enseñanza de la palabra de Dios debe producir un cambio de los conceptos
humanos y carnales hacia Dios, hacia la Biblia, hacia la iglesia, hacia la gente y
hacia uno mismo.
Cambio de actitud a través de la experiencia.
A través de acercarse en forma práctica a Dios, la Biblia, la iglesia y la gente con
una Óptica bíblica, cambiamos las actitudes hacia ellos. La enseñanza cristiana
debe enfocarse en el cambio de actitudes hacia:
-Dios. -Uno mismo.
- La Familia.
-La Iglesia.
-Los no creyentes
-Del círculo familiar.
-Del círculo de trabajo
-Del círculo social:
-Los violentos.
-Los encarcelados.
-Los enfermos.
-Otros grupos religiosos.
-Otros grupos sociales.
El programa de enseñanza o currículo de una iglesia cristiana debe abordar poco
a poco y a medida de las posibilidades de la iglesia local los temas anteriores y
trabajar sobre ellos en los procesos de enseñanza - aprendizaje.

Entramos en el Nuevo Testamento y, más particularmente, en los evangelios. El


título dado a esta sección, «Jesús Divino Maestro», nos permite trazar un
verdadero y propio perfil de la figura de Jesús como didáskalos. Vamos a hacerlo
en dos momentos.

1. El retrato de Jesús Maestro

En el Nuevo Testamento se usa el término didáskalos 58 veces, de ellas 48 en los


evangelios, prevalentemente aplicado a Jesús; y 95 veces el
verbo didáskein, enseñar, dos tercios de ellas en los evangelios, también en este
caso prevalentemente aplicado a Jesús. Por tanto, Éste es por excelencia el
"maestro" de la comunidad cristiana.

Semejante retrato lo esbozamos con tres trazos:

1º. Jesús es llamado rabbí. Dos pasos entre otros, como ejemplo: Mc 9,5 y 10,51.
Es un rabbí que habla en público, como hacían los maestros de Israel: en las
sinagogas, en las plazas, en el templo. Jesús es un maestro rodeado
de mazetái (discípulos), tiene su escuela.

Además, Jesús usa las técnicas de los maestros, dispone de un cierto utillaje
pedagógico, didáctico. Sin duda tiene algo de original, sobre todo un aspecto
curioso digno de subrayarlo enseguida: diversamente de los otros rabbí de Israel,
él se elige sus discípulos. Justamente lo contrario de lo que hacían los rabbí; éstos
se comportaban como los predicadores de Hyde Park: empezaban a hablar en las
plazas, y quien se dejaba convencer les seguía. Jesús va en dirección opuesta.
Los estudiosos hablan al respecto de una "discontinuidad" del Jesús histórico con
el mundo-ambiente y la cultura en que se movía. A los discípulos les dice en los
discursos de la última cena: «No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a
vosotros» (Jn 15,16).

2º. Jesús es un maestro acreditado. Marcos (1,22) lo dice con frase incisiva: «Les
enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados». Es un maestro que
se yergue no a fuerza de autoritarismo, sino con la autoridad del acreditado. Otro
paso de Marcos (12,14) es muy significativo: «Maestro, sabemos que eres sincero
y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. No, tú
enseñas de verdad el camino de Dios». Retrato estupendo del verdadero maestro,
que no dobla las rodillas, no enseña según conveniencias. ¡Cuántos maestros son
falsos en este sentido! «Tú enseñas de verdad el camino de Dios»: otra
vez camino y verdad unidos, y concretamente camino y vida juntos.

3º. La raíz de su enseñanza es transcendente. Dos pasos son emblemáticos al


respecto: «No hago nada de por mí, sino que propongo exactamente lo que me ha
enseñado (didáskein) el Padre» (Jn 8,28), y «Al Padre lo conoce sólo el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). La enseñanza de Jesús es la
enseñanza del misterio del Padre, es una enseñanza transcendente.

Hemos visto algunos rasgos esenciales del retrato de Jesús Maestro.


Resumiendo: Jesús es un Maestro histórico, que usa las técnicas del mundo
donde está inserto (las parábolas, por ejemplo), pero tiene ya algo de diverso y de
original, como la elección de los discípulos; además es maestro acreditado y libre;
por fin, es un maestro transcendente, que enseña una verdad más allá de los
confines del saber humano, pues dimana de una revelación. 
2. Las siete cualidades de Cristo Maestro

Por fidelidad a la simbólica de los números y al sistema didascálico frecuente en la


Biblia, podemos resumir en siete elementos las cualidades de Cristo Maestro en
acción. Con estos siete rasgos (naturalmente ejemplificativos) intentamos
representar las modalidades con las que Cristo enseña, cómo presenta su
mensaje.

1º. Cristo es maestro del anuncio fundamental del Reino. Cristo es el anunciador


perfecto de la sustancia del mensaje cristiano. Baste recordar el primer pregón de
Jesús (redaccional, claro está), tal como nos lo presentan los Sinópticos y la
primitiva catequesis cristiana. Lo encontramos bien formulado en Marcos (1,15).
Los contenidos del anuncio de Jesús comprenden cuatro elementos: dos según la
dimensión teológica y dos según la dimensión antropológica.

a. «Se ha cumplido el plazo», o sea, según el verbo griego pleroún, el tiempo ha


llegado a plenitud. Cristo afirma haber venido para dar sentido a la historia. Como
dice el título de un ensayo de Conzelmann sobre la teología de Lucas, Cristo
es die Mitte der Zeit, el punto del medio, el centro, el quicio del tiempo. Afirmando
que «se ha cumplido el plazo», Jesús quiere decir: "Yo doy sentido, con mi
palabra y con mi acción, a toda la andadura secular de las obras salvíficas de
Dios". El tiempo, compuesto de tantos elementos dispersos, de tantos actos
diseminados, recibe un nudo de oro que lo unifica y da sentido.

b. «Está cerca el reinado de Dios». El término griego énguiken (del


verbo engúzein) merece nuestra atención, pues tiene varios significados. Ante
todo, el verbo está en perfecto y por tanto indica el pasado: quiere decir que el
reino di Dios ya está actuado, acaecido, instaurado en Cristo. Pero el perfecto en
griego indica una acción del pasado cuyo efecto perdura en el presente. Quiere,
pues, decir que el reino de Dios está aún en acción hoy. Además, el verbo,
semánticamente, indica algo concerniente al futuro: está cercano, próximo. Se
subraya, por tanto, que el reino de Dios abraza todas las dimensiones de la
historia de la salvación. Nosotros estamos en el hoy, pero participamos de un
acontecimiento pasado, cuyo efecto actúa dinámicamente en el hoy, a la espera
de la plenitud, o sea de aquella cercanía que está siempre en acción y que se
completará sólo al final de la historia. El reino de Dios significa el proyecto de
salvación de Dio, que atraviesa toda la historia. Estas son las dos dimensiones de
la acción de Dios, que Jesús Maestro anuncia: "el tiempo tiene su plenitud en mí",
y "es un tiempo irradiado todo él por el reino de Dios", o sea por la acción el
proyecto de gozo, de libertad y de esperanza que Jesús ha venido a anunciar. Por
consiguiente:

c. Metanoéite, convertíos, enmendaos. Es la reacción que el creyente o discípulo


debe asumir: cambiar de mentalidad y de vida, tras haber escuchado esta lección.

d. Pistéuete tó euanguelio, creed sobre el evangelio, como dice el griego,


retranscribiendo el hebreo. En la Biblia el verbo del creer, el amen, rige la
preposición be-, que indica "apoyarse sobre" (literalmente, "basarse en"): fundad
vuestra vida sobre el evangelio. En esta primera gran lección de Cristo, Maestro
del anuncio, encontramos también el contenido de nuestro anuncio: debemos
anunciar el reino. Y este anuncio genera conversión y fe; ha de ser acogido en la
fe y en la existencia.

2º. Jesús es un maestro sabio, que usa la parábola, el símbolo, la narración, la


paradoja, la imagen fulgurante. Esto se ve leyendo los evangelios; no hace falta
añadir más. Respecto a nuestras escuálidas, grises, modestas predicaciones, que
pasan por encima de las cabezas de los fieles, Jesús hablaba —como dice un
estudioso— pasando por los pies, las manos, el polvo de la tierra. Consideremos,
por ejemplo, Lc 11,11-12: «¿Quién de vosotros que sea padre, si su hijo le pide un
huevo, le va a ofrecer un alacrán?». Jesús habla desde la realidad: en Palestina
hay un escorpión —el alacrán blanco y venenoso— parecido a un huevo, que
anida en los pedregales del deserto. A partir de esta imagen, construye Jesús de
manera natural su lección sobre el amor del Padre. Si tú le pides un huevo, jamás
te dará él un escorpión que te envenene. Otro ejemplo: Jesús va a presentar su
propia muerte y su función salvífica; los teólogos usarían (y con razón) todas las
categorías de la soteriología..., y la gente quedaría insatisfecha. Jesús, en cambio,
parte del grano de trigo (Jn 12,24): «Si el grano de trigo, una vez caído en la tierra,
no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto». El morir
y el entrar en el sepulcro, comparado al morir de la semilla a la que sigue luego el
tallo y la espiga, expresa la fecundidad pascual de la muerte de Cristo, y también
la del creyente.

Son ejemplares sus parábolas. ¿Cómo enseñar el amor mejor que con la parábola
del buen samaritano? Jesús saca brillo al relato cambiando la acentuación desde
la objetividad del prójimo: «¿Quién es mi prójimo?», a la subjetividad: «¿Quién se
hizo prójimo?», marcando así una radical diferencia en la visión moral cristiana.
Igualmente, la parábola de las diez vírgenes, sobre el tema de la tensión
escatológica. Las parábolas de Jesús parten siempre de la historia concreta, de la
existencia: hijos en crisis, porteros nocturnos, relaciones sindicales (parábola de
los trabajadores de la viña), jueces corrompidos, previsiones meteorológicas, el
ama de casa, los pescadores, los campesinos, la polilla, los pájaros, los lirios, etc.
Este modo de hablar introduce la Palabra de Dios en lo cotidiano, fecundándolo.

Un refrán rabínico dice: «Es mucho mejor una pizca de guindilla que un cesto de
melones». La enseñanza prolija como el cesto de melones, el hablar en tono gris,
incoloro, insípido no aguanta el cotejo con la pizca de guindilla, que logra dar
sabor a un montón de comida. Jesús usó también la imagen de la levadura y de la
sal, enseñándonos así una comunicación sabrosa, vivaz, incisiva y "narrativa".
Hemos de recuperar, siguiendo a Jesús y a la Biblia, nuestra capacidad de
comunicación, las grandes dotes de la tradición cristiana para anunciar la fe
mediante el relato, la imagen, la belleza, la estética. Aprendamos la lección de von
Balthasar y de los grandes autores cristianos del pasado, por ejemplo, san
Agustín, que poseía todo el rigor incluso del lenguaje formal, cuando era
necesario, pero que acostumbraba a hacer "teología del tú", del diálogo: una
teología-oración, con toda la riqueza de la comunicación humana, que constituye
una aventura extraordinaria del espíritu. El mundo es rico, la historia es siempre
creativa, nuestro lenguaje va continuamente detrás de la realidad. Borges, el
célebre escritor argentino, tiene este verso: «el universo es fluido y cambiante —
el lenguaje rígido». Es siempre necesario un esfuerzo para hacer el lenguaje —
sobre todo el religioso— cada vez más cálido, más dúctil. Jesús es un gran
maestro también en esto.

3º. Jesús es un maestro paciente, que se adapta a nuestro lento caminar, a


nuestro gradual aprendizaje. En el evangelio de Marcos encontramos un Jesús
maestro "progresivo", que paulatinamente lleva la luz al discípulo, pasando a
través de la oscuridad de las resistencias humanas. Primero lo conduce al
reconocimiento de la mesianidad («Tú eres el Cristo»: Mc 8,27-29) y luego le
desvela la plenitud, al final del evangelio, cuando el pagano, centurión romano,
llega a la fe y dice: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15,39). ¡Pero
qué camino más largo hay que hacer! El camino de la cruz. Jesús, que es un
maestro "progresivo", nos hace pasar de la oscuridad a la luz no de una manera
desconcertante, sino de modo paciente y lento. El capítulo 9 de Juan (el ciego de
nacimiento) ilustra este camino con los títulos cristológicos usados en progresión.
Se parte de «ese que se llama Jesús» y se llega a la última frase: «Creo, kyrie, te
doy mi adhesión, Señor»: es ya el descubrimiento de Jesús como el kyrios por
excelencia, o sea como Dios.

4º. Jesús maestro polémico. En Lc 11, y más aún en Mt 23, Jesús se presenta


también como un maestro polémico, provocador, enojado. Sus siete "ayes" o
"maldiciones" (usadas según un género profético presente en Is 5,8ss) son un
testimonio de que el verdadero maestro no teme denunciar los males, como hizo
por su parte el Bautista: «¡No te está permitido!» (Mt 14,4). El verdadero maestro
corre inclusive el riesgo de la impopularidad. Cristo fue condenado también por
sus palabras, auténticos latigazos. La expresión del Maestro conoce no la rabia ni
la cólera, que son un vicio, pero sí el enojo, que es una virtud: Jesús nos ha
revelado a menudo su mensaje mediante una palabra de fuego, como él mismo ha
dicho: «No he venido a sembrar paz sino espadas; he venido a enemistar al
hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con la suegra...» (Mt
10,34-35). Este aspecto hay que recuperarlo también en nuestra comunicación
religiosa. No está en contradicción con el precedente: hemos de tener paciencia,
pero también, cuando es necesario, hemos de introducir la palabra que
desconcierta, la palabra de los profetas: decir "sí sí, no no; todo lo demás viene del
maligno" (cfr Mt 5,37). Por justa reacción a una retórica o al énfasis del pasado
(¡los grandes predicadores que aterrorizaban!), non debe perderse la dimensión
de la palabra que ataca, que no se deja adulterar o mercadear (cfr 2Cor 2,17; 4,2);
hemos de reconocer que la Palabra de Dio es frecuentemente, como dijimos,
ofensiva.

5º. Jesús ha sido también un maestro profético, en el sentido auténtico del


término. Profeta no es quien ve de lejos, adivinando el futuro. El profeta bíblico es
quien interpreta los signos de los tiempos; el hombre del presente, quien actualiza
la Palabra. A este respecto es ejemplar el sermón de Jesús en la sinagoga de
Nazaret (Lc 4,16ss): toma la Palabra de Dios según Isaías; la lee y la comenta.
¿Cómo? «Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis
escuchado. ¡He aquí la actualización! ¡La Palabra di Dios se encarna en un
acontecimiento, en una persona presente! Todo el Nuevo Testamento va en esta
línea. El Apocalipsis —tantas veces presentado como el horóscopo del fin del
mundo— es una lección para las Iglesias de Asia Menor en crisis interna y
externa, perseguidas. La Iglesia de Laodicea, por ejemplo (cfr Ap 3,14-22),
produce náuseas a Cristo. Es una imagen durísima, expresada con el
verbo emésai, vomitar, indicando las bascas de Cristo ante una comunidad tibia.
Pues bien, a esa Iglesia en crisis la Palabra de Dios le llega con la función de darle
un sentido, de indicarle una meta. El Apocalipsis, en efecto, no enseña el fin del
mundo, sino la finalidad del mundo. No es la representación de la destrucción, sino
la del término hacia el que estamos orientados. El profeta enseña hacia dónde
debemos caminar mientras estamos en la historia, en el presente. En este sentido
nos da Lc 24,19 (episodio del viaje a Emaús) la definición de Jesús: «Un profeta
poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo». Justamente eso es
Jesús, "maestro profético".
6º. Jesús maestro-Moisés. Con una expresión paradójica, Lutero decía: Jesús es
el Mosíssimus Moyses, Moisés a la enésima potencia. La referencia va al Discurso
de la montaña, que es la plenitud de la Toráh: «Jesús subió al monte, se sentó y
se le acercaron sus discípulos. Él tomó la palabra y edídasken, se puso a
enseñarles así» (Mt 5,1ss). Evidentemente, el Discurso de la montaña es una
lección, y tiene lugar en un monte indeterminado (más aún, Lucas, más atento a la
historia, fija el discurso en un llano "campestre": Lc 6,17). Tal monte para Mateo es
el nuevo Sinaí. Esta lección marca el comienzo del "pentateuco cristiano". Jesús
no hace sino llevar a plenitud el mensaje de la Toráh: el suyo es un mensaje que
no propone una ley limitada en su secuencia de apartados, artículos o normas,
sino una ley tendente al infinito. Jesús enseña la radicalidad: «Sed buenos del
todo...», no como un santo, sino «como es bueno vuestro Padre del cielo» (Mt
5,48). Tal es el mensaje cristiano: un infinito viaje en el infinito misterio de Dios. No
hay una meta de llegada, vamos siempre más allá hasta entrar en Dios. La
enseñanza del verdadero Maestro, del verdadero Moisés cristiano, va unida a una
"ansiedad" continua, a una superación sistemática; hay que ir siempre allende. Es
justo lo contrario de cierto tipo de enseñanza nuestra, fundada tantas veces sólo
en el buen sentido, con un mensaje que podría ser el mínimo común denominador
de todas las religiones: una genérica y vaga solidaridad, una imprecisa fe
sentimental en Dios. Al contrario, el Mosíssimus Moyses es radical. Teresa de
Ávila tiene al respecto dos observaciones: «Los predicadores hoy no mueven ya a
conversión porque tienen demasiado buen sentido y les falta el fuego de Cristo». Y
tocante a la oración dice: «Señor, líbrame de las necias devociones de los santos
cariacontecidos». Es necesario, pues, retomar el anuncio y el compromiso radical
del Mosíssimus Moyses.

7º. Jesús es maestro supremo, el Maestro Divino. ¿Cómo anunciaban los profetas


en el Antiguo Testamento? Declaraban: «Koh ‘amar Adonai: Así habla el Señor»,
es decir, yo soy la boca del Señor. Jesús ha retomado esta frase, pero
deformándola de manera casi blasfema: «Egó dé légo hymín»: «pues yo os digo»;
«se mandó a los antiguos, pero yo os digo». Una palabra eficaz, imperativa,
extrema. Una palabra decisiva frente al mal; una palabra que desafía los tiempos;
una palabra eterna. En este contexto es donde hemos de entender la frase: «Yo
soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Es una palabra supremamente
"blasfema", porque se arroga todo lo que es de Dios. Más aún, es una palabra tan
divina que sigue resonando por los siglos, mediante el Espíritu que Cristo manda a
la Iglesia y a cada persona.

Juan 14,26 refiere las palabras de la última noche terrena de Jesús: el Padre, en
el nombre de Cristo, mandará el Espíritu Santo y «él os lo irá enseñando todo,
recordándoos todo lo que yo os he expuesto». ¿Quién es, pues, el Divino Maestro
que continuamente actúa en nosotros ahora, en la Iglesia, ¿en cada individuo y en
la comunidad? Es el Espíritu Santo, mandado por el Padre en nombre de Cristo,
para "recordar". La memoria bíblica no es una evocación pálida, no es la
conmemoración de la fiesta nacional, sino la memoria viva, operante, el memorial
celebrativo y eficaz.

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