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Comentario Antiguo Testamento Andamio

JOB

Sufrimiento y gracia

David Atkinson

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® Y LIBROS DESAFÍO®

PUBLICACIONES ANDAMIO
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Job

The Message of Job


© David Atkinson, 1991

Inter-Varsity Press
38 De Montfort Street, Leicester LE1 7GP, England
Email: ivp@uccforg.uk
Website: www.ivpbooks.com
All rights reserved. This translation of The message of Chonicles first published in 1987 is
published by arrangement with Inter-Varsity Press, Nottingham, United Kingdom.

“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO ® 2010


Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

Traducción: Laia Martínez.


La imagen de portada es una obra de Joan Cots
Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal:

ISBN: 978-84-92836-64-2

Para mis amigos y compañeros


del Oxfor Christian Institute
for Counselling

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Contenido
Prólogo
Prólogo del autor
Bibliografía
El justo Job y la apuesta en el cielo (1–3)
Los discursos de los amigos de Job (4–27)
El peregrinaje de fe de Job (4–27; 29–31)
La sabiduría, humana y divina (28; 32–37)
El Señor habla (38–42)
Apéndice

Prólogo
Hay muchos cristianos que se sienten a menudo desorientados cuando leen el
Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Su literatura parece tan
diferente a la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea
leyes, códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Después de todo, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
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antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles”. (1 Pedro 1:10–12)
Los profetas indagaron acerca de ello; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, si no por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristo-céntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Ya que el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de nunca usar un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Por lo que no son pocos los
que se decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.

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Conviene recordar en ese sentido una vez más que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que en un lenguaje bastante técnico intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir entre estos dos tipos de
comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les mal entienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, en que la complejidad se confunde con la erudición…
Basta leer los antiguos comentarios, para ver como es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Aquellos que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de ninguna
aplicación. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros autores
protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos. Ya que tratan con
más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que algunos comentarios
evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

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La Biblia habla hoy
Es por lo tanto refrescante encontrarse con una serie de comentarios como ésta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pié de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que ésta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje. Aunque hay pocos libros tan útiles como éstos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicado por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante muchos años. Para muchos, no hay duda que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son autores que consideramos “nuestros”, como: David
F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra Eterna

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Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristo-céntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante muchos años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que
descubrirán en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas
entre uno y otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del
libro.
La publicación de estas obras nos da en este sentido un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva. Puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

Prólogo del autor


Estos pensamientos expositivos sobre el libro de Job vieron la luz por primera vez en
forma de una serie de lecturas bíblicas en la alabanza matinal de la Wycliffe Hall Chapel,
en Oxford.

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Job se enfrenta a grandes preguntas, tanto personales como pastorales. La cuestión
del sufrimiento en el mundo nos puede afectar en muchos aspectos diferentes. Tal vez
lo que más nos oprima sea el dolor físico o emocional que hemos de soportar, o el
contacto con otros que están sufriendo y el sentimiento de impotencia que podemos
tener frente a su aflicción. Es posible, así mismo, que nos afecte, sobre todo,
intelectualmente: ¿por qué sufrimos?, ¿puede haber algún sentido en tanto dolor
inmerecido? O también puede afectarnos en nuestra relación con Dios: ¿dónde está
Dios después del Holocausto?, ¿qué importancia tiene mi fe en Dios a la luz del cáncer
inoperable de mi joven vecino?, ¿podemos continuar hablando del amor, el cuidado y la
compasión de Dios cuando todo lo que nos rodea parece demostrar que nos ha
decepcionado?
El libro de Job trata estas preguntas. En él, aparece un hombre que sufre tanto física
como emocionalmente; encontramos a unos amigos que, con sus mejores intenciones,
empeoran la situación; nos vemos enfrentados a misterios intelectuales y, por encima
de todo y debido a todo esto, está Job debatiéndose con su fe en Dios.
Al final, escuchamos una palabra de la gracia divina y la justicia; el poder y la
sabiduría de Dios son proclamados y vindicados. El peregrinaje de Dios acaba
bendecido, aunque ha tenido que realizar un viaje personal a lo largo de capítulos
difíciles para encontrar la bendición.
El libro de Job tiene el poder de comprender la situación del ser humano y conectar
con nuestras propias necesidades. Lo presenta todo tal y como es, por lo que no resulta
de agradable lectura. Sin embargo, debido a su realismo y su rechazo a pretender que
todo está bien cuando no lo está, el libro de Job ofrece el gran consuelo que es el saber
que alguien ha pasado por lo mismo.
El libro de Job también plantea preguntas pastorales. ¿Qué podría, o debería, hacer
para ayudar? ¿Cuál es la acción adecuada en una situación como esta? Para ello,
observaremos a Job desde nuestra perspectiva cristiana, desde nuestro lado de la cruz
de Cristo y de la tumba vacía, con estas preocupaciones pastorales en mente. ¿Qué
debería tener en cuenta el ministerio cristiano cuando se encuentra con situaciones
como ésta?
Este libro no es tanto un comentario como una exploración. Espero que sea de
utilidad, especialmente para aquellos que están involucrados en el ministerio pastoral,
y nos ayude a presentar tanto nuestras necesidades como nuestras preguntas
espirituales a la luz de la Sabiduría de Dios que brilla incluso en las páginas más oscuras
de Job.
He basado mi exposición en la New International Version de la Biblia, aunque, a
veces, también he usado mis propias paráfrasis.
Durante varios años, he sido secretario del Council of Management del Oxford
Christian Institute for Counselling, una organización sin ánimos lucrativos que trata de
complementar y cooperar con el cuidado pastoral de las iglesias locales en el área de
Oxford, ofreciendo un servicio de asesoramiento, apoyo y capacitación. Muchos jobs
han buscado ayuda en el personal de OCIC y también muchos han encontrado consuelo
y apoyo en su cuidado cristiano. Dedico este libro en honor al deseo del OCIC de ofrecer
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un servicio de asesoramiento en un contexto cristiano.
David Atkinson

Bibliografía
F. I. Andersen, Job (Tyndale Old Testament Commentary, IVP, 1976).
O. Chambers, Baffled to Fight Better: Talks on the Book of Job (Marshall, Morgan &
Scott, 1931).
D. A. Clines, Job 1–20 (Word Books, 1989).
S. R. Driver, The Book of Job in the Revised Version (Clarendon, 1906).
R. Gordis, The Book of God and Man: A Study of Job (University of Chicago Press, 1965).
N. C. Habel, The Book of Job (SCM Press, 1985).
A. and M. Hanson, The Book of Job (Torch Bible Commentaries, SCM Press, 1953).
J. E. Hartley, The Book of Job (Eerdmans, 1988).
E. W. Heaton, The Hebrew Kingdoms (OUP, 1968).
E. Jones, The Triumph of Job (SCM Press, 1966).
A. S. Peake, Job (Century Bible, T. C. & E. C. Jack, 1905).
M. H. Pope, Job (Doubleday, 1965).
H. H. Rowley, From Moses to Qumran (Lutterworth, 1963).
H. H. Rowley, Job (Nelson, 1970).
N. H. Snaith, The Book of Job (SCM Press, 1968).
S. Terrien, “Job”, en The Interpreter’s Bible, vol. 3 (Abingdon Press, 1954).
J. Wood, Job and the Human Situation (Bles, 1966).

El justo Job y la apuesta en el cielo


Job 1–3

¿Alguna pregunta?
En el tablón de anuncios de la iglesia se podía leer “Cristo es la respuesta”. Al lado,
alguien había añadido: “Sí, pero ¿cuál es la pregunta?”. ¿Y si, de todos modos, buscar
respuestas no es siempre lo más adecuado?

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Una gran parte de nuestro mundo moderno está centrada en encontrar respuestas.
Nuestra mentalidad tecnológica ve el mundo como algo que podemos comprender y
controlar. Tendemos a considerar la vida desde el punto de vista de preguntas que
deben ser contestadas, de problemas que deben ser solventados; de causas y efectos.
El obispo Lesslie Newbigin explora, en su maravilloso librito The Other Side of 1984,
estos aspectos de la cultura contemporánea y escribe:
Como herederos de la Ilustración y representantes de la “moderna visión
científica del mundo”, el procedimiento que habitualmente seguimos es: hacer
una lista de los “problemas”, identificar sus causas y, finalmente, proponer las
“soluciones” que han sido resultado de un análisis científico de la situación. Por
lo general, actuamos a partir de la suposición de que, en principio, debe haber
una solución que puede ser hallada con una investigación adecuada y dada a
conocer mediante unas técnicas adecuadas.
Sin embargo, justo después, muy acertadamente pone en cuestión este punto de
vista tan común, y continúa diciendo:
Hoy en día, somos cada vez más escépticos respecto a este enfoque.
Estamos descubriendo que hay “problemas” en la vida del ser humano para los
que no hay “soluciones”. Debemos preguntarnos si acaso no necesitamos
nuevos modelos para entender nuestra situación humana.
La verdad es que, a menudo, lo importante no es responder la pregunta, sino fallar y
caer. En su comentario en 1983 sobre la propuesta del entonces ministro de educación
británico Sir Keith Joseph de dar a todos los que hubiesen terminado los estudios un
“certificado de carácter”, el obispo John V. Taylor hizo la pregunta de si el certificado
previsto podía ser diseñado de tal manera que se pudiese añadir la frase “Este alumno
sabe cómo suspender”, y prosiguió:
Aun así, éste es un tipo de fortaleza muy raro y a la vez necesario. Hace tres
años, le dije a la hija de unos amigos nuestros, una chica brillante que acababa
de conseguir una beca para la universidad: “Un día de estos conocerás lo que es
el fracaso y no sé cómo te vas a enfrentar a ello”.
En ocasiones, Dios permite o, si nos atrevemos a pronunciarlo, ordena que pasemos
por el valle de sombra quizás porque no hay otro camino para descubrir el poder y el
consuelo de su vara y su cayado. O, tal vez, es por la providencia inescrutable de Dios,
en la que (en todo su amor y gracia, sin manipularnos jamás) nos llama a ser sus siervos
a través de nuestro dolor y nuestras flaquezas dentro de los propósitos celestiales más
grandiosos de lo que podemos percibir estando en la tierra.
Éste parece ser parte del argumento del libro de Job. Como veremos, existen
muchos problemas y muchas preguntas; sin embargo, hay muy poco que podría
considerarse “respuesta”, tal y como habitualmente entendemos el término. Nos
encontramos frente a un hombre justo y temeroso de Dios que sufre, y lo hace de una
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forma casi imposible de soportar y aparentemente sin final. Nos atrapa en su dolor, en
su miseria, en la injusticia de todo ello. Nos envuelve en su súplica a Dios para que le
muestre qué diablos, y nunca mejor dicho, está sucediendo. Nos cubre con su
sentimiento de abandono, tanto de la familia, de los amigos y de Dios mismo, y no hay
nada que podamos decir para calmar su dolor ni nada que podamos hacer para mejorar
la situación.

Un viaje a los límites


El libro de Job nos lleva a los límites. Nos confronta con el fracaso y con el
sufrimiento que no puede explicarse. Nos pone cara a cara con la incompetencia del
ministerio, la torpeza en la forma en que a veces se predica, un Dios que parece mudo,
insensible, injusto y lejano. Nos vemos obligados a plantearnos de nuevo nuestros
prejuicios, nuestra teología, el significado del cuidado pastoral frente a la injusticia y el
sufrimiento, y lo que decimos acerca de Dios. Y a pesar de que, al fin y al cabo, el libro
nos acabe dirigiendo a la suficiencia total de la gracia divina y se distinga de la restante
literatura de sabiduría en la Biblia por ser una súplica a ver cada situación según la
perspectiva divina en vez de la humana, nos muestra que debemos escalar un camino
largo, duro y doloroso para poder escuchar la voz del Señor, tal y como puede hacerlo
Job al final del libro, surgiendo del remolino.

El sufrimiento inocente
Todos tendremos que enfrentarnos al gran tema que es el misterio inescrutable del
sufrimiento inocente, a menos que apartemos la mirada del mundo en el que vivimos o
que escondamos felizmente nuestras cabezas en la arena. No son sólo los horrores del
Holocausto los que provocan preguntas inquisidoras en los que creen en Dios: ¿Por qué
permitió Dios esto? ¿Dónde estaba Dios en todo esto? ¿Puede incluso existir la fe en
Dios después de Auschwitz? La misma pregunta pesa sobre nosotros en referencia al
abuso que destruye la vida de algunos niños, al huracán que se lleva por delante una
casa con una familia en su interior, al terremoto que quita la vida a miles de personas o
a la muerte de un inocente a causa de una bomba terrorista. En algunos de estos casos,
podemos percibir la mano de hombres y mujeres malvados, y quizás incluso echarles la
culpa del sufrimiento inocente que han causado. En otras situaciones, sólo podemos ver
la mano de Dios. Entonces, ¿debemos echarle la culpa a él?, ¿y por qué parece Dios tan
caprichoso en su cuidado?, ¿por qué sana a una persona de su enfermedad y a otra
no?, ¿por qué debemos preocuparnos de la enfermedad de una persona cuando, al fin
y al cabo, no pareció que Dios hiciera nada respecto a las muertes de millones de
personas en las cámaras de gas? Todos nos hemos hecho estas preguntas. El libro de
Job no nos va a dar respuestas fáciles, pero nos capacitará para entender la lucha que
muchos hombres y mujeres de fe tienen que soportar y nos mostrará cómo un hombre
fue capacitado por gracia para vivir con sus preguntas.

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Espero que, a medida que vayamos explorando estos capítulos, vaya creciendo en
nosotros una sensibilidad más profunda respecto a la situación humana y, para ello,
necesitamos estar preparados para encontrarnos, como los amigos de Job, cara a cara
con el horror de ciertos sufrimientos humanos. Es posible que debamos bajar nuestras
defensas de una forma en que los amigos de Job no fueron capaces de hacer y
permitirnos escuchar a Job discutiendo con Dios y mostrando su desesperación frente a
cómo Dios gobierna el mundo. Que Dios nos ayude a mantener dicha actitud y a no
actuar como sus amigos, quienes no pudieron vivir con el sufrimiento humano que Job
personificaba. Tenían que encontrar las causas. Querían soluciones. Tenían que buscar
respuestas. No estaban cómodos al encontrarse cara a cara con algo que desafiaba la
lógica de su propia posición teológica. Tenían que proclamar la verdad e insistieron en
tratar el sufrimiento únicamente como un problema a resolver, en vez de estar
dispuestos a vivir con la incertidumbre que supone enfrentarse a su misterio. Por todo
ello, Dios les acabó hablando muy duramente con respecto a su actitud (véase 42:7).
Este libro nos pide que caminemos con Job hasta lo más hondo de su lucha y que
estemos abiertos sea donde sea que nos lleve, pues sólo así podremos comprender la
importancia de la voz llena de gracia del Señor al final de la historia.

La estructura del libro


Pero nos estamos adelantando. Debemos comenzar por el principio.
El libro de Job se divide en tres apartados claros. Empieza con un prólogo en prosa
(capítulos 1 y 2) en el que se crea el escenario y donde aparecen, una al lado de otra, la
realidad celestial y la terrenal. De la misma forma, el libro acaba con un epílogo también
en prosa (42:7–14), que cumple un objetivo concreto al final de la historia y concluye el
libro. En medio, está el cuerpo del libro, que es un largo poema (3:1–42:6) en el que Job
y sus amigos intentan encontrar una explicación para la situación que está viviendo Job,
hasta que al final éste oye la voz de Dios.
Algunos comentaristas afirman que la verdadera historia empieza en el capítulo 3,
sosteniendo que los dos primeros capítulos fueron añadidos más tarde. Sin embargo,
como veremos, estos capítulos son parte integral de la historia y presentan el contexto
a partir del cual el lector llega a conocer los temas que irán surgiendo a lo largo del
libro.
Desconocemos quién escribió el libro de Job, ni sabemos nada de él a parte de lo
que podemos deducir del texto. Tampoco sabemos cuándo se escribió, aunque es
posible que tenga su origen en un cuento popular antiguo que alguien recuperó y
reescribió creando este magistral poema épico. En Ezequiel 14:14, aparece una
referencia a una tradición reconocida acerca de Job. Lo que está claro es que nuestro
autor es un experto narrador. Así, el prólogo, es decir, los capítulos 1 y 2, son una parte
esencial del argumento.
De esta forma, empezamos nuestro estudio de Job con los capítulos 1 y 2, la historia
de la apuesta en el cielo.

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1. Entre bastidores en la corte celestial (1:1–2:8)
Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job; y era aquel hombre intachable,
recto, temeroso de Dios y apartado del mal.
Y le nacieron siete hijos y tres hijas.
Su hacienda era de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes,
quinientas asnas y muchísima servidumbre; y era aquel hombre el más grande de todos
los hijos del oriente.
Sus hijos solían ir y hacer un banquete en la casa de cada uno por turno, e invitaban
a sus tres hermanas para que comieran y bebieran con ellos.
Y sucedía que cuando los días del banquete habían pasado, Job enviaba por ellos y
los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de
todos ellos. Porque Job decía: Quizá mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en sus
corazones. Así hacía Job siempre.
Hubo un día cuando los hijos de Dios vinieron a presentarse delante del SEÑOR, y
Satanás vino también entre ellos.
Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿De dónde vienes? Entonces Satanás respondió al SEÑOR,
y dijo: De recorrer la tierra y de andar por ella.
Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay ninguno
como él sobre la tierra, hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.
Respondió Satanás al SEÑOR: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?
¿No has hecho tú una valla alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene, por
todos lados? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en
la tierra.
Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, verás si no te maldice en tu
misma cara.
Entonces el SEÑOR dijo a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu poder; pero
no extiendas tu mano sobre él. Y Satanás salió de la presencia del SEÑOR.
Y aconteció que un día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino
en la casa del hermano mayor,
vino un mensajero a Job y dijo: Los bueyes estaban arando y las asnas paciendo junto
a ellos,
y los sabeos atacaron y se los llevaron. También mataron a los criados a filo de
espada; sólo yo escapé para contártelo.
Mientras estaba éste hablando, vino otro y dijo: Fuego de Dios cayó del cielo y
quemó las ovejas y a los criados y los consumió; sólo yo escapé para contártelo.
Mientras estaba éste hablando, vino otro y dijo: Los caldeos formaron tres cuadrillas
y atacaron los camellos y se los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada; sólo yo
escapé para contártelo.
Mientras estaba éste hablando, vino otro y dijo: Tus hijos y tus hijas estaban
comiendo y bebiendo vino en la casa de su hermano mayor,

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y he aquí, vino un gran viento del otro lado del desierto y azotó las cuatro esquinas
de la casa, y ésta cayó sobre los jóvenes y murieron; sólo yo escapé para contártelo.
Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en
tierra, adoró, y dijo:
Desnudo salí del vientre de mi madre
y desnudo volveré allá.
El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR.
En todo esto Job no pecó ni culpó a Dios.
Y sucedió que un día cuando los hijos de Dios vinieron a presentarse delante del
SEÑOR, vino también Satanás entre ellos para presentarse delante del SEÑOR.
Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿De dónde vienes? Entonces Satanás respondió al SEÑOR,
y dijo: De recorrer la tierra y de andar por ella.
Y el SEÑOR dijo a Satanás: ¿Te has fijado en mi siervo Job? Porque no hay otro como
él sobre la tierra, hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Y él
todavía conserva su integridad, aunque tú me incitaste contra él para que lo arruinara
sin causa.
Respondió Satanás al SEÑOR, y dijo: ¡Piel por piel! Sí, todo lo que el hombre tiene
dará por su vida.
Sin embargo, extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, verás si no te
maldice en tu misma cara.
Y el SEÑOR dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; pero guarda su vida.
Satanás salió de la presencia del SEÑOR, e hirió a Job con llagas malignas desde la
planta del pie hasta la coronilla.
Y Job tomó un tiesto para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas.
Lo primero y más importante que debemos observar acerca de los capítulos 1 y 2 es
el recurso literario que el autor utiliza para explicarnos lo que está sucediendo: dos
historias entrelazadas; una tiene lugar en el cielo y la otra, en la tierra.

El hombre de Uz
El libro empieza con la historia terrenal (1:1–5), en la tierra de Uz (estuviera donde
estuviera), y se nos explica que Job, el personaje principal de la historia, era un hombre
rico con siete hijos y tres hijas, números que indican plenitud. Era un hombre de
mediana edad, con hijos ya adultos, pero aún suficientemente joven como para
engendrar diez hijos más, tal y como vemos al final del libro (42:13). Era “intachable” y
“recto” (1:1), un buen hombre. Era piadoso y honrado, “temeroso de Dios y apartado
del mal” (1:1, 8, 2:3), y era conocido a escala internacional como una persona
considerablemente acaudalada, ya que en Job 1:3 leemos que era el “hombre más
grande de todos los hijos del oriente”.

14
Prosperidad material
Es importante que recordemos que, en la cultura hebrea, la prosperidad material
era entendida, a menudo, como una señal de la bendición de Dios. Deuteronomio 28
indica esto mismo, en su antítesis entre las bendiciones que recibe aquél que obedece a
Dios y las maldiciones que son resultado de la desobediencia. De hecho, en la Biblia
encontramos muchos pasajes que apoyan el punto de vista del salmista en el salmo 1:
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los
impíos…!
Porque el SEÑOR conoce el camino de los justos, mas el camino de los impíos
perecerá.
Dios es un creador bueno, que se preocupa por el bienestar de su mundo. El pueblo
de Dios puede confiar en su protección y dejar su bienestar en sus manos. Este es un
universo moral, donde la virtud es recompensada y el mal, castigado. Dios es
presentado en la Biblia una y otra vez como un Dios bueno, que recompensa a los que
le buscan y viven obedientemente en comunión con él. A veces, el bienestar material es
una forma con la que Dios muestra su bendición.
Sin embargo, no se acaba aquí la historia. Juntamente con la fe del salmo 1,
debemos recordar también, por ejemplo, la fe del salmo 42, donde el salmista está en
apuros y se siente abatido, y la del salmo 73, donde el salmista se muestra afligido
debido a sus desgracias en contraste con la prosperidad del malvado. La vida en el
mundo de Dios no siempre está marcada, ni mucho menos, por la prosperidad material
aquí y ahora. Aunque podamos pensar que Dios sabe lo que es para nuestro bien, no
está nada claro que esto será siempre evidente a nuestros ojos. En otras palabras, vivir
en el mundo de Dios tiene un lado oscuro, ya que, a veces, estamos bajo la sombra de
Dios. Hay aspectos en la relación que Dios mantiene con nosotros que, a primera vista,
no parecen tener ninguna conexión con nuestro bienestar. Además de la satisfacción
por la provisión de Dios, hay también una lucha de fe. Como veremos, este lado oscuro
es el que queda descrito tan vívidamente en el libro de Job.

Un hombre bueno
Job era un hombre bueno y devoto, todos podían verlo y el autor quiere que no
tengamos duda alguna al respecto. Es difícil imaginar una persona más buena, devota,
honrada y caritativa, lo que hace que el contraste con las desgracias que le iban a
sobrevenir sea aún más angustioso.
La piedad y la caridad de Job se extienden a la ofrenda de sacrificios de parte de sus
hijos en calidad de sacerdote de la familia (1:5), ya que a lo mejor alguno de sus hijos
había pecado y maldecido a Dios en su corazón y quería que su familia fuera purificada
de todo pecado. Job sabía que maldecir a Dios era pecado y quería que toda su familia

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se mantuviera limpia. Por esto, se levantaba muy temprano cada mañana (una
expresión hebrea para “a conciencia”) para ofrecer holocaustos, lo que era para él un
hábito diario, lo hacía “siempre” (1:5).

La corte celestial
En el versículo 6, el escenario cambia radicalmente y se nos recuerda que hay más
cosas en el cielo y en la tierra de lo que muchas filosofías pueden imaginar,
recordándosenos que, tal y como leemos en Génesis 1, el Señor es el Creador de “los
cielos y la tierra”, y el “cielo” representa, evidentemente, aquella parte del orden
creado por Dios que es su morada, donde está la corte celestial.
Job 1 no utiliza la palabra “cielo”, pero se refiere a “la presencia del SEÑOR” (1:12)
para designar esto mismo. Existe otro dominio, otro lugar, donde Dios se reúne con su
corte celestial y se llevan a cabo acciones que afectan a las personas en la tierra. Job no
ve nada de esto y no hay indicio alguno de que ni siquiera sea consciente de ello. De
hecho, que Job no tenga ningún conocimiento de toda esta dimensión de sus aflicciones
es de una importancia central para la historia. Todo lo que él conoce es el sufrimiento
resultante. Sin embargo, a los lectores se nos deja vislumbrar brevemente este dominio
celestial que, el propio Job desconoce.

Satanás
Los cortesanos estaban allí, como también el “adversario” de la corte, el encargado
de plantear el caso de la oposición: Satanás, el ángel acusador, un “oficial de la policía
secreta”. Debemos procurar no entender esta figura de Satanás en los mismos términos
con los que el Nuevo Testamento nos presenta al diablo. La identidad del ser satánico
fue, gradualmente, tomando una forma cada vez más clara y unas connotaciones más
malvadas, hasta que, cuando llegamos a los evangelios, “Satanás” es el nombre con el
que se conoce al diablo. Sin embargo, aquí es el “adversario” que ha andado por la
tierra probando el carácter de las personas de Dios, para, según parece, encontrar
pruebas de deslealtad en el pueblo de Dios. Y no sólo esto, sino que parece disfrutar
haciéndolo, por lo que se nos presenta como un ser que parece totalmente dedicado a
la caída de los que son justos y temerosos de Dios.
Así, Satanás entra en la corte y Dios le pregunta qué ha estado haciendo. Es aquí
donde Dios inicia el drama del libro, centrándose en el personaje de Job: “¿Te has fijado
en mi siervo Job?” (1:8) (nótese, de paso, la referencia a Job como el “siervo” de Dios,
cuya importancia se destacará más adelante).

La burla de Satanás
Sin embargo, Satanás, cuya preocupación por la búsqueda obsesiva de la maldad le
ha creado un cinismo destructivo, contesta a Dios diciendo, atinadamente: “¿Acaso

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crees que Job te teme de balde? No creerás que hace todo esto sin esperar nada a
cambio, ¿verdad? De todos modos, él es un mal ejemplo de la devoción, pues tú, Dios,
lo has cubierto de demasiada abundancia, riqueza y apoyo familiar (1:10). ¡No es de
extrañar que sea bueno! En el mundo real, donde hay dolor, sufrimiento y dificultades,
la gente no es buena. Quítale a Job todas sus posesiones y caerá, te maldecirá en tu
cara. La bondad no puede sobrevivir en el mundo real, donde los hombres sufren”.
Ésta es la burla de Satanás, y la pregunta “¿Acaso teme Job a Dios de balde?” (1:9)
se convierte en uno de los temas centrales del resto del libro. En otras palabras, ¿existe
la bondad desinteresada? ¿Es Job bueno sólo por lo que puede conseguir con ello? A
veces, nos hacemos la misma pregunta reformulada de la siguiente manera: “¿La gente
religiosa sólo es por lo que pueden conseguir con ello? ¿Tu fe es dependiente de Dios
únicamente por el bien que crees que te va a hacer?”.
Algunos psicólogos de la religión distinguen lo que ellos llaman religión “extrínseca”
de lo que denominan religión “intrínseca”. Se entiende que la religión de una persona
es “extrínseca” si la utiliza con algún otro propósito. Quizás, para esta persona, la
religión es un símbolo de estatus social o un conjunto de rituales para calmar su
ansiedad. Se trata, según los psicólogos, de religión “intrínseca” cuando una persona no
usa, sino que vive, su fe. En otras palabras, mientras que algunas personas utilizan su fe
en Dios para conseguir otro fin, hay quienes ven a Dios como un fin en sí mismo. Esta
pregunta central del libro de Job va dirigida a todos nosotros. ¿Por qué servimos a Dios?
¿Es simplemente por lo que podemos ganar con ello? ¿O nuestra fe está enraizada en la
realidad de una comunión personal con Dios mismo, para su beneficio?

¿Sirve Job a Dios de balde?


Satanás dice: “No”. El acusador Satanás sugiere que Job sirve a Dios, y lo adora, sólo
por la prosperidad material que ganará a cambio. Con ello, da su propio razonamiento e
interpretación del comportamiento de Job, opuesto al punto de vista de Dios,
demostrando así que no entiende en absoluto la realidad de la verdadera relación entre
Job y Dios, que es la de una comunión íntima. Satanás sugiere que la relación que Job
mantiene con Dios es simplemente como la que resulta de un contrato en el que se
benefician ambas partes: para Job, en términos de prosperidad y, para Dios, en la
creencia ilusoria de que ha provocado una respuesta real en Job. Satanás pasa por alto
el hecho de que lo verdaderamente importante para Job es que él vive, no sólo utiliza,
su fe. Su comunión con Dios es lo que más importa. Como veremos al final del libro, es
la realidad de la comunión personal con Dios la que, finalmente, rescata a Job de su
angustia.

Satanás encadenado
Dios responde a Satanás dándole la libertad de probar a Job. Dios pone los límites.
Hay maldad, pero no dualismo, y quizás deberíamos parar un momento y reflexionar

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sobre este hecho. Una gran cantidad de ideas cristianas populares se rigen por un tipo
de dualismo, en el que toda la vida es entendida como una lucha entre Dios y Satanás, o
entre el Espíritu Santo y el mundo demoníaco, como si se tratara de contrincantes
enfrentándose de igual a igual en una competición. Es verdad que, a veces, es más fácil
interpretar nuestra vida como si fuera un conflicto entre poderes celestiales, que
asumir la responsabilidad nosotros mismos. Sin embargo, la Biblia no nos habla de un
dualismo entre el bien y el mal y, aunque no debemos ignorar la realidad de la lucha
espiritual, debemos recordar que el conflicto no es entre iguales. No existe ninguna
opuesta fuerza maligna que se pueda igualar y esté en conflicto con la bondad de Dios,
esto es lo que nos enseña la Biblia. Dios siempre es soberano y Satanás siempre es,
simplemente, un adversario encadenado. Satanás siempre está bajo la autoridad y el
control de Dios, y es el Dios soberano el que afirma: “He aquí, todo lo que tiene está en
tu poder; pero no extiendas tu mano sobre él” (1:12). Y Satanás salió de la presencia del
Señor.

De nuevo, en la tierra
En el versículo 13, el escenario vuelve a ser la tierra, donde los hijos y las hijas de
Job, totalmente ignorantes de la conversación que ha tenido lugar en el cielo, están
celebrando un banquete que, al parecer, era una costumbre bastante habitual en que
solían turnarse para acoger la fiesta (1:4). La experiencia de Job en la tierra era en
términos de aquí y ahora, mientras que su significado pleno se hallaba en otra
dimensión. Sin saberlo, Job formaba parte de una demostración en el cielo de cómo
Dios gobierna su mundo. Dios estaba usando a Job como su siervo sufriente para sus
propios propósitos celestiales y la propia alma de Job quedó atrapada en las estrategias
del cielo.
La familia se encontraba en la casa del hermano mayor, lo que implica que era el
principio de la semana. También indica que Job acababa de ofrecer un holocausto para
todos ellos. El autor quiere que estemos completamente seguros de que no existía
ningún pecado secreto escondido en Job o su familia. Todo acababa de hacerse limpio.
Ni Job ni su familia estaban libres de pecado, pero Job era genuinamente bueno y
estaba en paz con Dios. No había ningún asunto pendiente por saldar entre Dios y Job,
o entre Dios y la familia de éste. El sacrificio había sido ofrecido.

El desastre
Y entonces, en medio de toda esta bondad, llega la repetida puñalada de la
desgracia: cuatro mensajeros, uno detrás de otro, vienen a Job (véase 1:14–19):
“Los sabeos se llevaron tu manada y mataron a tus criados; sólo yo escapé
para contártelo”.
“Fuego de Dios cayó del cielo y consumió a tus ovejas y a los pastores; sólo
yo escapé para contártelo”.

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“Los caldeos se llevaron tus camellos y también mataron a los criados; sólo
yo escapé para contártelo”.
“Un gran viento azotó la casa donde estaban reunidos todos tus hijos y todos
murieron; sólo yo escapé para contártelo”.
¡Cuánta fuerza hay en este pasaje! Si Shakespeare hubiera hecho una adaptación
teatral de él, ¡menuda obra había resultado!

La adoración
Sin embargo, se demostró que Satanás estaba equivocado, ya que Job jamás maldijo
a Dios, no fue buscando explicaciones secundarias ni alguien a quien culpar, sino que lo
aceptó todo como algo procedente de la mano de Dios. Y adoró. En un versículo que
emana gran dignidad, leemos: “Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la
cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y
desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR”
(1:20–21).
Incluso en todo esto, ve Job la mano de Dios. Es muy significativo que su primera
reacción instintiva sea, para nuestra sorpresa, hacia Dios, en adoración, pues debemos
admitir que, en la mayoría de los casos, la adoración no es la primera reacción, incluso
en nuestros mejores momentos. Aun así, aquí tenemos un hombre que se está
enfrentando a un sufrimiento múltiple, pues ha tenido que escuchar una mala noticia
tras otra y su pena es real y enerme. ¡Qué difícil es adorar en una situación así! Y sin
embargo, ésa es la reacción de Job. Está tan absorto por la acción soberana de Dios de
dar y quitar que incluso acepta humildemente, como bendición, la mano que lo ha
atacado. ¡Ojalá tuviésemos todos nosotros la misma primera reacción de orar cuando
nos hallamos frente a una crisis! ¡Cuán importante es, en el ministerio pastoral, intentar
guiar a los que sufren para que pongan todas sus necesidades ante Dios!

De nuevo en el cielo
En este punto, el escenario vuelve a cambiar y se desplaza a la corte celestial. Job 2
empieza con un nuevo día en que los ángeles se presentan delante del Señor, y Satanás
con ellos. En esta ocasión, también se sigue un pequeño ritual en el que Dios pregunta a
Satanás qué ha estado haciendo y Satanás responde. Entonces, una vez más, el Señor le
pregunta a Satanás si ha tenido en cuenta a Job, pues “no hay otro como él sobre la
tierra, hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Y él todavía
conserva su integridad, aunque tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin
causa” (2:3). La situación es casi idéntica a la del capítulo 1, pero con tres añadiduras.
En primer lugar, Satanás no sólo llega con los demás ángeles, sino que, de hecho, se
presenta él mismo delante del Señor (2:1), lo que podría ser un reconocimiento de la
victoria anterior de Dios, y Satanás, quizás en actitud de burla, se inclina ante Dios en
obediencia. En segundo lugar, Dios añade que Job “conserva su integridad” (2:3),

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subrayando el carácter recto de Job, Y, por último, Dios añade “tú me incitaste contra él
para que lo arruinara sin causa”, lo que, probablemente, debería ir seguido de: “¡pero
no conseguiste tus propósitos!” (2:3). Por el momento, todas las pullas de Satanás
habían sido en vano y Dios le reprende diciéndole que Job no ha perdido su integridad,
a lo que Satanás responde (2:4): “¡Piel por piel!”. Éste es un versículo muy difícil de
entender, pero quizás quiera decir algo así como: “Lo que hemos hecho hasta ahora ha
sido sólo superficial, sólo hemos arañado la superficie. Toca su propia vida, su carne y
sus huesos, y estoy seguro de que entonces te maldecirá en tu cara” (2:5).
Por tanto, por razones que no quedan claras (y menos aún para Job, que sigue,
desde luego, totalmente ignorante de lo que está sucediendo en el cielo) Dios pone
unos nuevos límites más amplios en las actividades de Satanás y le da permiso para
seguir probando a Job, quien debe enfrentarse ahora a la enfermedad además de a las
otras pruebas. Con el permiso de Dios, Satanás aflige a Job con una condición
insoportablemente repugnante: unas llagas malignas (2:7) desde la planta de los pies
hasta la coronilla, que han sido descritas en varias ocasiones como un tipo de lepra o
elefantiasis. Así, vemos a Job yendo donde están los leprosos, entre las cenizas a las
afueras de la ciudad, y rascándose las llagas con un trozo de cerámica rota. Aquel que
era rico, ahora es pobre, y el siervo de Dios sufre.

2. El sufrimiento de la fe
Las burlas de Satanás han resultado estar equivocadas, ya que “aun cuando alguien
tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes”. La confianza que Dios tiene en
Job ha sido confirmada, pues éste no le maldice, sino que mantiene su fe. Sin embargo,
¡eso mismo está a punto de convertirse en el mayor problema de todos!
El autor, con gran maestría, nos ha puesto cara a cara con los peligros invariables
del ser humano que son la guerra, la pobreza extrema, la enfermedad, la humillación, el
sufrimiento y la depresión. Se hace una referencia a la guerra en el ataque de los
sabeos en 1:15; la pobreza extrema resulta de la pérdida de sus ovejas y camellos en
1:16–17; la humillación de Job aparece implícita en el cambio de ser un hombre rico a
estar sentado entre las cenizas rascándose las llagas; la enfermedad cubre todo su
cuerpo, de pies a cabeza, con llagas malignas (2:7); Job sufre por la muerte de todos sus
hijos en 1:19 y, como veremos en el capítulo 3, la depresión está al caer.

La mano escondida de Dios


La mano de Dios está escondida. Nosotros, que estamos fuera de la historia,
podemos (y, sin duda, debemos) distinguir la voluntad permisiva de Dios de su orden
perfecto del mundo. No podemos aceptar la desgracia simplemente como la voluntad
de Dios, como parte de su diseño del mundo. Su perfecto orden es: sin pecado, sin
enfermedad y sin pruebas satánicas. Sin embargo, este mundo no es como Dios lo creó,
y que declaró como “bueno”. Una vez tras otra, las armonías estructuradas de la

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creación buena de Dios se han vuelto discordantes y duras, por lo que el mundo en el
que estamos es un ambiguo mundo “caído”, marcado no sólo por la belleza de la
creación, sino también por el desorden, el dolor, la lucha y la muerte.
Es importante que diferenciemos la voluntad perfecta de la voluntad permisiva de
Dios. Por ejemplo, ambas quedan claras en la historia bíblica de Noé. Después del
diluvio, Dios le dice a Noé lo mismo que dijo al principio de la creación: “Sed fecundos y
multiplicaos”, pero en esta ocasión el tono es diferente. Dios habla de cosas terribles
que han de venir, por lo que da unas leyes para dominar la pecaminosidad humana. Ya
no estamos en el jardín del Edén. El mundo a este lado de la Caída es un mundo
corrompido y, aunque la voluntad de Dios aún nos llega claramente, queda refractada
por las necesidades de un mundo caído. Los primeros dos capítulos del libro de Job nos
han mostrado el permiso divino para que Satanás aflija a Job. No podemos entender
que este permiso sea la voluntad perfecta de Dios como si aún estuviéramos en el
jardín del Edén, pero sí podemos distinguir la voluntad perfecta de Dios de su voluntad
permisiva. Sin embargo, en este punto, Job no puede ver lo suficiente como para
realizar tal distinción.

Desconcierto…
Desde la perspectiva de Job, todo lo que está sucediendo es, simplemente,
desconcertante, ya que no sospecha la participación de Satanás. Todo parece muy
natural: terroristas, relámpagos, un ciclón… Cosas como éstas suceden constantemente,
tal y como comentamos demasiado habitualmente en los periódicos. En este sentido,
Job es la humanidad: sus necesidades son las necesidades del ser humano. Sin
embargo, en otro sentido, Job estaba totalmente solo. Era un hombre justo y devoto,
un paradigma de la bondad, por lo que se convirtió en el ejemplo extremo de que
incluso a la gente buena le pasan cosas malas. Aún así, Job insiste en entender su
desgracia como la mano escondida de Dios.
¡Y éste es su problema!
Ahora empieza a descubrirse, la verdadera carga principal del libro de Job. La fe de
Job no mitiga su dolor, sino que lo empeora y, hasta cierto punto, lo causa.
La fe de Job se basaba en el Dios viviente que se preocupa por su pueblo. Era una fe
en Jehová, el Señor del pacto, el Dios de la justicia, la misericordia y la bondad. Job
conoce la gracia de Dios (si no, ¿para qué estaría ofreciendo holocaustos?). Para él,
Dios, en su gracia, hacía prosperar al hombre recto y, según creía él, bendecía al justo.
Sin embargo, ahora Job tiene que conciliar su fe con su propia situación desesperada.
Todo lo que Job creía acerca de Dios está siendo puesto en duda.

… y fe
Es importante recordar que el tema del sufrimiento humano sólo puede ser tratado
de la forma en que lo es en el libro de Job debido al compromiso fundamental de fe de

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Job (y del autor). De hecho, el sufrimiento es sólo un problema para la persona que
tiene fe en un Dios bueno. El ateo, naturalmente, también tiene que aprender a vivir
con el sufrimiento, pero, para él, se trata simplemente de un hecho, posiblemente
como parte de lo absurdo de la vida. Sin embargo, que mucha gente perciba el
sufrimiento como un problema es, en sí mismo, una evidencia de que existe un Dios
bueno y, en vista de ello, la realidad del sufrimiento hace que nos planteemos
preguntas. Como Francis I. Andersen comenta:
En un universo que está gobernado por un Dios soberano, no hay
“accidentes”. He aquí el problema de Job. Tales contratiempos no son un
problema para el politeísta, el dualista, el ateo, el naturalista, el fatalista, el
materialista y el agnóstico. Quizás es un fastidio, incluso una tragedia, pero no
un problema. El sufrimiento que es causado por la maldad humana o por las
fuerzas naturales es, en última instancia, un problema sólo para el que cree en
un creador que es a la vez bueno y poderoso, por lo que este problema
únicamente puede surgir en la Biblia, con su distintivo monoteísmo moral.
Así pues, ¿ha hecho Dios algo malo? ¿De dónde salen estas providencias
inexplicables? ¿Dónde está la justicia de Dios? ¿Qué está haciendo Dios en todo esto?
¿Puede dar consuelo la fe en un momento así?

Incertidumbres
En Una pena en observación, C. S. Lewis, en su lucha desesperada con Dios (al que,
en un momento, llega a llamar “el sádico cósmico”) por la muerte de su mujer, escribe
“Habladme de la verdad de la religión y os escucharé encantado. Habladme del deber
de la religión y os escucharé en sumisión. Pero no vengáis hablándome de los consuelos
de la religión o pensaré que no la entendéis”.
A nosotros, los lectores, se nos ha dejado vislumbrar parte del secreto de lo que
está ocurriendo entre bastidores en la corte celestial, pero aún queda mucho por
comprender. Esto también es verdad en la fe cristiana. Aunque Dios nos ha revelado
acerca de sus propósitos en Cristo más de lo que Job pudiese llegar a soñar, existe un
mundo escondido de propósitos divinos de los que sólo conocemos una parte. También
para nosotros “las cosas secretas pertenecen al SEÑOR nuestro Dios”.
La fe es aprender a confiar en Dios en la oscuridad, en lo desconocido, en el
supuesto fracaso. La fe es lo que Dios nos da para ayudarnos a vivir con las
incertidumbres.
Sólo podemos mirar con angustia, mientras Job y aquellos que están cerca de él,
que únicamente tienen su fe y su experiencia para continuar adelante, se esfuerzan por
averiguar cómo mantener unidos la fe y la experiencia. El ataque violento y destructivo
paraliza toda explicación simplista y nos empuja hacia los límites del sentido. ¿Estamos
dispuestos a acercarnos y permanecer con Job, y con todos los Jobs? ¿Qué forma debe
adoptar a partir de ahora el ministerio hacia Job?

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3. La mujer de Job (2:9–10)
Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y
muérete.
Pero él le dijo: Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos
el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios.
En este punto, la mujer de Job entra en acción, aunque quizás ya estaba presente
durante todo este tiempo, en silencio y desconcertada. Ahora aparece en primer plano
o, para utilizar otra metáfora, el ángulo de la cámara se amplía para incluir no sólo a
Job, sino también a su círculo social más íntimo. La situación desesperada de Job lleva a
su mujer a exclamar: “¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (2:9).
¿Cómo debemos interpretar estas palabras? ¿Es otro intento en el estilo de Satanás
de poner a prueba a Job para que abandone a Dios?
¿O se trata únicamente de la propia miseria de la mujer? Pues es realmente duro
vivir al lado de alguien que está sufriendo y sentirte totalmente impotente. A menudo,
nuestra frustración se convierte en irritación con aquel que está sufriendo: culpamos al
que sufre por causarnos tanto malestar. La mujer de Job incluso sugiere que está
prácticamente muerto y, por tanto, ¿por qué no acabar con el sufrimiento restante
maldiciendo a Dios y provocarlo para que lo remate?
¿O se trata de una compasión genuina, que está deseando que Job deje de sufrir?
¿O está la mujer de Job realmente enfadada con Dios por permitir o, incluso, causar tal
dolor? Después de todo, para muchos de nosotros, ésta es una reacción instintiva.

El enfado con Dios


Estar enfadado con Dios es una respuesta muy común tras una desgracia. Después
de la tragedia que sucedió en Aberfan, Gales, cuando una enorme pila de carbón se
deslizó por la pendiente de una montaña hasta llegar a la escuela de un pueblo,
matando a muchos niños en sus clases, a menudo se oyó decir a personas que estaban
“muy enfadadas con Dios”. Cuando, por ejemplo, un amigo sufre debido a la pérdida de
su bebé por muerte súbita, reaccionamos de la misma forma. Los amigos cristianos, al
no saber qué hacer con sus sentimientos, se enfadan con Dios. ¿Era este tipo de enfado
el que sentía la mujer de Job?
El elemento positivo que podemos señalar en la reacción de la mujer de Job es que,
como la de Job, apunta a Dios; al menos, está expresando este profundo sentimiento
humano delante de Dios. El profeta Habacuc hace lo mismo en su oración de ira contra
Dios por permitir el auge de los opresores caldeos. En ella, Habacuc protesta contra
Dios:
¿Hasta cuándo, oh SEÑOR, pediré ayuda, y no escucharás?
¿Por qué me haces ver la iniquidad, y me haces mirar la opresión?

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Al menos, la mujer de Job entiende la situación en relación con lo que Dios está
haciendo, que es más de lo que puede decirse de algunos de los amigos de Job, como
veremos más adelante en el libro. El enfado puede ser un punto de partida mucho más
saludable, siempre que sea expresado como reconocimiento a Dios, que su negación,
que tantas veces hace sufrir a los cristianos. En la mujer de Job, vemos una realidad más
sana, a pesar de estar equivocada, que en la versión cristiana de la “paz a toda costa”
que simplemente se niega a aceptar que la gente buena pueda enfadarse, algo que, de
hecho, hace.
Sin embargo, una vez dicho esto, esta reacción no ayudó mucho a Job y, seguir que
le debió suponer una carga adicional darse cuenta en este momento crucial, que él y su
mujer iban cada uno por su lado. Job la llama “necia” (2:10), ya que, para él, lo está
tentando en su aflicción, pues, como él ya sabía, maldecir a Dios es pecado (1:5). Sea lo
que sea lo que más adelante nubla la visión de Job, en este momento ve claramente y,
al menos, por ahora, no pecó.

4. La presencia sufriente (2:11–13)


Cuando tres amigos de Job, Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita,
oyeron de todo este mal que había venido sobre él, vinieron cada uno de su lugar,
pues se habían puesto de acuerdo para ir juntos a condolerse de él y a consolarlo.
Y cuando alzaron los ojos desde lejos y no lo reconocieron, levantaron sus voces y
lloraron. Cada uno de ellos rasgó su manto y esparcieron polvo hacia el cielo
sobre sus cabezas. Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete
noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy
grande.
Aquí empieza uno de los pasajes más conmovedores de todo el libro de Job. Aunque
los amigos de Job se equivocaron en muchas cosas (tal y como veremos más adelante),
aquí, al principio, actúan correctamente. Leemos que “vinieron cada uno de su lugar,
pues se habían puesto de acuerdo para ir juntos a condolerse de él y a consolarlo”
(2:11), ya que su amistad era tal, que los unía con Job incluso en su sufrimiento y en su
dolor. Sin embargo, cuando lo vieron, apenas podían reconocerlo. Las mismas palabras
empleadas en la segunda parte de Isaías para describir al Siervo del Señor podrían ser
utilizadas también para la reacción de los amigos de Job:
no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia
para que le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de
dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres
esconden el rostro, fue despreciado…
Los amigos llevaron a cabo las acciones tradicionales para expresar su dolor:
empezaron a llorar y a levantar sus voces, rasgaron sus mantos y esparcieron polvo
sobre sus cabezas. Entonces, sorprendentemente, “se sentaron en el suelo con él por

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siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor
era muy grande” (2:13).

El silencio
Se trata de una amistad genuina y de un ministerio profundo, lo que es llamado por
Stanley Hauerwas “presencia sufriente” en un libro con el mismo título. Hauerwas cita
este párrafo de Job para introducir uno de sus capítulos, el que habla de su propio
ministerio hacia un amigo cuya madre acababa de suicidarse:
“Cada vez que me he puesto a reflexionar sobre lo que sucedió en aquel
corto espacio de tiempo, he recordado lo inepto que fui tratando de ayudar a
Bob. No sabía lo que podía, o debía, decir. No sabía cómo ayudarle a superar tan
horrible acontecimiento para que pudiera seguir adelante. Todo lo que podía
hacer era estar presente. Sin embargo, el tiempo me ha ayudado a darme
cuenta de que esto, mi presencia, es todo lo que él quería. Aun siendo tan
inepto, el hecho de querer estar presente era una señal de que éste no era un
suceso tan terrible como para separarle de todo contacto con la humanidad. La
vida podía seguir…
Ahora, pienso que, en aquel momento, Dios me ofreció el privilegio
maravilloso de estar presente donde había un profundo dolor y sufrimiento,
aunque yo no apreciara la importancia que suponía”.
La compasión de una presencia en silencio es lo que encontramos en los amigos de
Job. Se trata de un silencio que es más elocuente que las palabras, pues no había nada
que pudiese decirse. Craig Dykstra lo expresa de manera acertada cuando escribe:
La presencia es un servicio de vulnerabilidad. Estar presente con otros es
ponerse a uno mismo en la posición de ser vulnerable a lo que ellos son
vulnerables, además de ser vulnerable a ellos. Significa estar dispuesto a sufrir lo
que el otro sufre y a ir con el que sufre en su propio sufrimiento. Esto es
diferente a intentar convertirse en el que sufre, pues la presencia no implica
tomar el lugar de otro. Esto sería humillante, ya que estaría sugiriendo: “Yo
puedo llevar el sufrimiento mejor que tú, así que apártate; te voy a reemplazar”.
En cambio, la presencia implica exponerse uno mismo a lo está expuesto el que
sufre y estar con él en esta vulnerabilidad.
El obispo John V. Taylor concluye The Go-Between God (su gráfica descripción del
Espíritu Santo) con estos párrafos:
Recientemente, un compañero me habló de una ocasión en la que una
mujer antillana que vivía en un piso de Londres recibió la noticia de la muerte de
su marido en un accidente de coche. La conmoción provocada por el dolor la
dejó totalmente aturdida, se hundió en una punta del sofá y se quedó sentada,

25
rígida y sin oír nada. Durante mucho tiempo, su aspecto terriblemente fantasmal
continuó avergonzando a la familia, los amigos y los policías que iban y venían.
Un día, la maestra de uno de sus hijos, una mujer inglesa, la llamó y, al darse
cuenta de la situación, fue a verla y se sentó a su lado. Sin decir palabra, puso un
brazo alrededor de sus hombros tensos, estrechándolos con toda su fuerza. La
mejilla blanca apretaba con fuerza la mejilla marrón. Entonces, a medida que el
dolor implacable iba invadiéndola, la recién llegada empezó a llorar y las
lágrimas cayeron sobre las dos manos unidas encima de las rodillas de la mujer.
Durante mucho tiempo, esto es lo único que sucedió. Finalmente, la mujer
antillana empezó a sollozar. Aún no se habían dicho nada y, al poco tiempo, la
invitada se levantó y se fue, finalizando su contribución para que la familia
satisficiera sus necesidades inmediatas.
Éste es el abrazo de Dios, su beso de vida. Éste es el abrazo de su misión y de
nuestra intercesión, y el Espíritu Santo es la fuerza en los músculos de un brazo
tensionados al máximo, la gota de sudor entre dos mejillas presionadas la una
contra la otra, el sudor mezclado en el dorso de las manos unidas. Él es tan
cercano y discreto, y a la vez tan fuerte e imposible de ser resistido, como todo
esto.
La presencia sufriente es el poderoso ministerio de la compasión en silencio.

5. El propósito del prólogo


Hasta ahora, la historia de Job ha sido narrada en prosa. Sin embargo, a partir del
capítulo 3 hasta el capítulo 41, será escrita en verso y, al final, volveremos a la prosa en
el epílogo. Una gran parte de la sección central del libro es un poema, donde se nos
habla de los sentimientos de Job, las reacciones de sus amigos, las respuestas de Job y
el discurso final del mismo Jehová. Entonces, ¿por qué empieza el libro con este prólogo
en prosa? Como ya hemos visto, presenta el escenario donde se desarrollará el drama
del poema. Pero hay más.
Según Edgar Jones en The Triumph of Job [El triunfo de Job], podemos subrayar al
menos los siguientes cinco aspectos del prólogo que contribuyen en nuestra
comprensión del resto del libro.
En primer lugar, los capítulos 1 y 2 “desechan la idea de que todo el sufrimiento es
debido al pecado”. Los lectores sabemos que Job no estaba siendo castigado por sus
pecados. A veces, naturalmente, la Biblia indica que el sufrimiento es causado por el
pecado. Miriam, por ejemplo, es abatida por la lepra a causa de su pecado. El hecho de
participar de la Santa Cena sin estar adecuadamente preparados y, por tanto, sin ser
dignos de ello, es entendido como la causa de la debilidad y la enfermedad de varias
personas en Corinto.21 Sin embargo, la Biblia (y especialmente el libro de Job) nos
advierte una y otra vez que no busquemos el paralelismo, a menudo tan fácil de hacer,
entre el sufrimiento de una persona y sus propios pecados. Jones, muy correctamente,
sostiene que “como una respuesta completa para explicar cada situación en que se

26
sufre, el concepto punitivo del sufrimiento no es válido”.
En segundo lugar, está claro que imaginar, como hacen más tarde los amigos de Job,
que está siendo disciplinado para que se dé cuenta de los errores de sus acciones,
tampoco es correcto, ya que se nos dice dos veces que Dios veía a Job como un hombre
“intachable, recto”. Esto nos prepara para la evaluación que más adelante tendremos
que hacer de las contribuciones de sus amigos en los siguientes capítulos, y desecha,
además, la idea de que el carácter de Job está, de alguna forma, siendo purificado
mediante su sufrimiento.
En tercer lugar, aunque el libro deja claro que, en este mundo, la gente buena y
recta también sufre sin que haya ninguna razón aparente que lo explique, tanto el
prólogo como el resto del libro señalan la idea de que el resultado de tal sufrimiento
será una relación más profunda entre el que sufre y Dios.
Así, en cuarto lugar, el prólogo nos invita a ubicar el problema del sufrimiento
inocente en un contexto más amplio. Aquí existen cuestiones más importantes que la
del sufrimiento, por muy seria que ésta sea. ¿Cómo puede conservar alguien la fe en
Dios ante el sufrimiento? Este es el contexto religioso más amplio del libro, la cuestión
más profunda que está en juego. En el prólogo, se nos prepara no sólo para
enfrentarnos a las preguntas relacionadas al sufrimiento, sino también para verlas
dentro del esquema más amplio de la relación de Job con Dios.
Finalmente, Jones afirma que “en el paso del escenario terrenal al celestial, se nos
da a entender que el ser humano puede ser el vehículo para los propósitos de Dios
incluso cuando no es consciente de ello”. El sufrimiento humano encuentra su
significado en los celestiales propósitos de Dios para su mundo. En el de Job, el siervo
de Dios, éste está llevando a cabo sus propósitos de gracia. En este sentido, Job se
convierte en un testigo de la verdad que alcanza su plenitud en la vida y la muerte de
Jesucristo, pues Cristo es, mucho más plenamente y maravillosamente que Job, el
Siervo Sufriente del Señor. Tal y como H. Wheeler Robinson observa: “el libro de Job
es… el primer borrador de la historia del evangelio, ya que muestra a un hombre que
llevó su cruz frente a Cristo”.24

6. El lamento de Job (3:1–26)


Después abrió Job su boca y maldijo el día de su nacimiento. Y Job dijo:
Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo:
“Un varón ha sido concebido”.
Sea ese día tinieblas, no lo tome en cuenta Dios desde lo alto,
ni resplandezca sobre él la luz.
Apodérense de él tinieblas y densa oscuridad,
pósese sobre él una nube,
llénelo de terror la negrura del día.
Y en cuanto a aquella noche, apodérense de ella las tinieblas;
que no se alegre entre los días del año,

27
ni se cuente en el número de los meses.
He aquí, sea estéril aquella noche,
no entren en ella gritos de júbilo.
Maldíganla los que maldicen el día,
los que están listos para despertar a Leviatán.
Oscurézcanse las estrellas de su alba;
que espere la luz mas no la tenga,
que tampoco vea el rayar de la aurora;
porque no cerró las puertas del vientre de mi madre,
ni escondió la aflicción de mis ojos.
¿Por qué no morí yo al nacer,
o expiré al salir del vientre?
¿Por qué me recibieron las rodillas,
y para qué los pechos que me dieron de mamar?
Porque ahora yo yacería tranquilo;
dormiría, y entonces tendría descanso
con los reyes y los consejeros de la tierra,
que reedificaron ruinas para sí;
o con príncipes que tenían oro,
que llenaban sus casas de plata.
O como aborto desechado, yo no existiría,
como los niños que nunca vieron la luz.
Allí los impíos cesan de airarse,
y allí reposan los cansados.
Juntos reposan los prisioneros;
no oyen la voz del capataz.
Allí están los pequeños y los grandes,
y el esclavo es libre de su señor.
¿Por qué se da luz al que sufre,
y vida al amargado de alma;
a los que ansían la muerte, pero no llega,
y cavan por ella más que por tesoros;
que se alegran sobremanera,
y se regocijan cuando encuentran el sepulcro?
¿Por qué dar luz al hombre cuyo camino está escondido,
y a quien Dios ha cercado?
Porque al ver mi alimento salen mis gemidos,
y mis clamores se derraman como agua.
Pues lo que temo viene sobre mí,
y lo que me aterroriza me sucede.
No tengo reposo ni estoy tranquilo,
no descanso, sino que me viene turbación.

28
Finalmente, se rompe el silencio. Después de siete días y siete noches en silencio
debido a una perturbación paralizante, el propio Job rompe el silencio con un alarido. Él
no es un animal mudo, sino un ser humano con pensamientos y emociones. Quizás el
silencio se estaba empezando a malinterpretar. Quizás Job pensó que estaba
empezando a perjudicar su integridad. Quizás sentía que estaba siendo juzgado como,
de alguna forma, mereciendo su sufrimiento, por lo que debía protestar, y esto es
precisamente lo que hace.
Después de los dos capítulos que forman el prólogo en prosa, el capítulo 3 es el
principio de un largo poema. Ahora, entramos en el corazón de Job y podemos sentir su
angustia. La causa de su dolor no es tanto la pérdida o el dolor, la enfermedad o las
palabras tentadoras de su mujer. Lo que realmente le preocupa ahora es la ausencia y
el silencio de Dios. Ésta es la protesta de la humanidad en contra de los caminos de
Dios. En el poema, vemos que Job está intentando armonizar, desesperadamente, su
experiencia y su fe, a fin de que ésta pueda explicar su terrible situación. Job no puede
entender lo que ha pasado, lo que Dios ha permitido que pasara. Las acciones de Dios le
están haciendo un daño extremo, pero Job aguanta en la fe desesperada de que Dios
es, a pesar de todo, un Dios de integridad, justicia y verdad.

La desesperación
Así, los sentimientos de Job sólo pueden ser manifestados en términos de
desesperación sobre su propia vida. Todo el lamento está expresado a la luz de la fe en
Dios, pero su profunda angustia no ha disminuido en lo más mínimo.
El capítulo 3 puede dividirse en tres párrafos:

i. Los versículos 3–10


Aquí, Job maldice el día en que nació. No maldice a Dios, o a sí mismo o a otra
persona. Simplemente, quiere que el día de su nacimiento se borre de su memoria. Que
no quede ningún sentimiento de alegría y de celebración por su nacimiento; que el día
sea, más bien, maldecido.
Ahora todo es demasiado tedioso. La carga pesada de su aislamiento solitario lo
derrumba y Job brama en su miseria.

ii. Los versículos 11–19


A partir de aquí, aparece una serie de preguntas. ¿Por qué no murió al nacer (3:11)?
¿Por qué hubo alguien para amamantarlo, en vez de dejarlo morir (3:12)? ¿Por qué no
fue un aborto (3:16)? ¿Por qué aquellos que desean morir continúan viviendo (3:20)?
¿Por qué tiene que continuar viviendo quien se siente atrapado por Dios (3:23)?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Oh, Señor, ¿por qué?
Seguramente, todos conocemos a alguien que se ha hecho esta pregunta. También

29
es muy probable que nos la hayamos hecho nosotros mismos y, tal y como nos ha
recordado Lesslie Newbigin al principio de nuestro capítulo, sabemos que para
preguntas así no hay respuesta (al menos, a este lado del cielo). Desde nuestro lado de
la cruz de Cristo y la tumba vacía de la resurrección, es posible enfocar estas preguntas
desde una nueva perspectiva, pues sabemos (mientras que Job lo ignoraba) que hay
Uno que está a nuestro lado que también ha clamado “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué…?”. En su clamor por abandono en la cruz, Jesucristo ha formulado nuestras
preguntas y las ha hecho suyas. Tal y como lo expresa Helmut Thielicke: “en lo más
profundo de cada abismo, él está a mi lado”.26
Sin embargo, para Job, en este momento, sólo existe la pregunta “¿por qué?”. ¿Por
qué no puede ir al Sheol, el lugar de los muertos, el lugar de alivio? (3:13–15).

iii. Los versículos 20–26


Job concluye su lamento con un grito de reproche y desconcierto. Ahora se está
acercando a una área peligrosa, en la que su fe en la bondad de Dios está siendo llevada
al límite y donde, si va mucho más allá, puede acabar negando que Dios es bueno. Sin
embargo, hasta ahora, no sobrepasa este límite, no abandona su fe, a pesar de no
comprender por qué el resultado del don de Dios que es la vida deba ser que aquellos
que la tienen quieran librarse de ella. Se siente “cercado” (3:23). No se trata del mismo
tipo de “cerca” de la que habla Satanás en 1:10. Allí, Job es descrito como cercado en
un lugar de seguridad, protegido tanto del mal como del sufrimiento. Según Satanás, su
bondad era una seguridad falsa, ya que todo en la vida le había sido demasiado fácil. Sin
embargo, la cerca de la que habla ahora Job es la prisión de la desesperación. La
depresión está empezando a tomar el control. Job está en la trampa de Dios, y no hay
salida.
Los gemidos y los clamores son su alimento y su bebida (3:24), y tiene miedo de ser
abandonado por Dios (3:25). El capítulo acaba con cuatro lamentos bruscos, como
respuesta a las cuatro puñaladas de dolor que recibe anteriormente:
“No tengo reposo ni estoy tranquilo,
no descanso, sino que me viene turbación”. (3:26)
O, como lo traduce Andersen:
“¡No puedo relajarme!
¡Y no puedo tranquilizarme!
¡Y no puedo descansar!
¡Y la perturbación no me deja en paz!”
He aquí un estado de ansiedad grave. El hombre está sufriendo en gran manera,
pues cree que Dios lo ha abandonado por completo. Su dolor es constante. Cuesta
mirarlo. ¡Todo es tan injusto!
En una ocasión, Coleridge criticó a muchos cristianos por creer no en Dios mismo,

30
sino sólo en sus creencias sobre él. Sin embargo, el sufrimiento profundo acaba con la
fe en las creencias. Hasta ahora, Job aún conserva su fe en Dios, aunque por los pelos.
Ciertamente, como Karl Barth lo expresa:
Su verdadero pesar en todo su dolor y, por tanto, el sujeto principal de todas
sus quejas, consiste en la conjunción de su profundo conocimiento de que, en lo
que ha pasado y le ha sobrevenido a él, todo tiene que ver con Dios y su
igualmente profunda ignorancia de hasta qué punto todo tiene que ver con
Dios.
En otras palabras, el conocimiento de Job acerca de Dios y su ignorancia acerca de
los caminos de Dios entran en conflicto.

La tensión de la fe
Lo que sabemos acerca de Dios y su bondad y lo que no conocemos acerca del
misterio de los propósitos celestiales de Dios chocan frontalmente. Hay una tensión
inaguantable, que “es la profundidad y la esencia del sufrimiento del sufriente Job”. Job
sabe que su vida está en las manos de Dios y ha vivido en la fe de que Dios es un Dios
bueno. Sin embargo, en las experiencias más recientes de su vida, le es imposible ver en
qué sentido se preocupa Dios, realmente, por su bienestar. En todas sus insoportables
desgracias, tiene la seguridad de estar en contacto con Dios, pero no se trata del Dios
que creía conocer. El Dios que está experimentando ahora parece más bien un enemigo
que un amigo, más bien oscuridad que luz. Dios es ahora Deus absconditus, el Dios
escondido, cuya presencia sólo puede apreciarse en la oscuridad de su ausencia.
¿Puede ser este el mismo Dios al que ha servido todos estos años? Para citar a Barth de
nuevo: “Él no duda, ni por un momento, de que está en la presencia de Dios, pero casi
le vuelve loco el hecho de que lo encuentra de una forma en que le es un completo
extraño”. ¿En qué se ha convertido Dios para él? Aquí es donde el libro de Job nos lleva
ahora.
El autor nos ha traído al punto en que parece que nos esté diciendo a nosotros los
lectores: “¿Cómo ayudarías a este hombre? ¿Qué vas a decir? ¿Cómo puedes satisfacer
sus profundas necesidades? ¿Qué dice tu teología sobre alguien como él? ¿Cómo vas a
continuar creyendo en Dios frente a un sufrimiento tan intolerable? ¿Estás creyendo
sólo en creencias o conservarás tu confianza en Dios mismo frente a un sufrimiento de
tales magnitudes? ¿Y cómo vas a reconciliar la presencia de Dios con su ausencia
aparente?
A menos que un sufrimiento como el de Job nos lleve de vuelta al Dios que se
muestra para que le conozcamos personalmente, estaremos pasando por alto las
lecciones principales de este libro.
En el capítulo siguiente, exploraremos cómo los amigos de Job respondieron a estas
preguntas.
¿POR QUÉ SEÑOR?
31
¿Por qué, Señor, no hay nadie?
Nadie que se preocupe.
El vacío y la amargura
crecen con los años.
¿Por qué, Señor, no puedo amar?
Basta con cualquiera.
Alguien que piense que soy especial.
No sólo tú.
¿Por qué, Señor, no hay nada?
Nada que pueda llamar “mío”.
¿Por qué, Señor, no hay ningún lugar?
Ningún lugar donde ir.
¿Por qué, Señor, no me quieren?
Ni siquiera uno.
¿Por qué, Señor, me dejan?
Sola para siempre.
¿Te irás tú también, Señor?
¿O has estado siempre allí?
Creado por la necesidad
de ser alguien que se preocupe.
Elizabeth Stewart

Los discursos de los amigos de Job


Job 4–27

En el capítulo anterior dejamos a Job reprochando a Dios por sus circunstancias:


desamparado, desconcertado y sufriendo. Aún está sentado sobre el montón de ceniza
a las afueras de la ciudad rascándose sus llagas, y sus tres amigos han estado con él
durante siete días y siete noches, el tiempo en que, tradicionalmente, se lloraba la
muerte de alguien.
En el capítulo 3, Job rompió el largo silencio y escuchamos lo más profundo de su
lamento. Ahora, sus amigos se sienten obligados a responder.
El texto del libro de Job entre los capítulos 4 y 27 está dividido en tres ciclos de
discursos. Elifaz habla y Job responde; Bildad habla y Job responde; Zofar habla y Job

32
responde. El mismo ciclo es repetido una segunda vez y, después, una tercera. Gran
parte del texto en el tercer ciclo parece desordenado y confuso, ya que, en nuestras
Biblias, en este tercer ciclo, Bildad sólo tiene unos cuantos versos y Zofar, ninguno.
Algunos especialistas del Antiguo Testamento han reorganizado su estructura y han
asignado parte del capítulo 26 a Bildad y parte del capítulo 27 a un tercer discurso de
Zofar, lo que ciertamente mantiene la simetría en la estructura de los discursos, pero
cuya veracidad aún no ha sido demostrada.
Naturalmente, es posible que los amigos, en el silencio, empezaran gradualmente a
murmurar cada vez más, pues podemos observar que Bildad y Zofar, en su segundo
discurso, no añaden mucho más a lo que ya habían instado en el primero, y el hecho de
que el tercer ciclo quede incompleto podría reflejar no sólo que se están quedando sin
palabras, sino también que ¡su paciencia se está agotando!

Esquema de Job 4–27


Podemos resumir los capítulos 4–27 del libro de Job, tal y como se nos presentan,
de la siguiente manera:
Los discursos de los Las respuestas de Job
tres amigos

Elifaz cap. 4–5 6–7

15 16–17

22 23–24

Bildad 8 9–10

18 19

25 (??26:5–14) 26–27

Zofar 11 12–14

20 21

(??27:13–23)

(Las secciones entre paréntesis indican aquellos pasajes sobre los que los
comentaristas no se ponen de acuerdo y que, mientras unos los asignan a Bildad o
Zofar, otros defienden la forma en que son presentados en nuestras Biblias, es decir,

33
como parte de los discursos de Job.)
En este segundo capítulo, nos centramos en Elifaz, Bildad y Zofar y echamos un
vistazo a sus discursos tal y como aparecen desde el capítulo 4 hasta el 27.
En el tercer capítulo, volveremos a analizar los mismos capítulos del libro de Job
pero concentrándonos esta vez en las respuestas de Job. Después, pasaremos a los
capítulos 29 al 31 (para, más tarde, volver al capítulo 28, por razones que quedarán
claras en el capítulo 4 de este libro).
Nota: El texto bíblico completo de los discursos de Elifaz, Bildad y Zofar está
impreso en el Apéndice al final de este libro (véanse pp. 209–237). Animo a leer este
texto bíblico antes de continuar con el análisis de los diferentes discursos de los amigos
de Job.

1. Los tres amigos: Elifaz, Bildad y Zofar


El libro de Job nos presenta el panorama frustrante de los tres bienintencionados
amigos mientras intentan ayudar a una persona deprimida, frustrante porque la
primera regla en el servicio de ayuda a alguien que está deprimido es que es casi seguro
que te equivocarás.
Cocinas su comida favorita, ordenas la cocina mientras están fuera, pones
flores frescas en el vestíbulo e, incluso, sugieres que se compren un abrigo
nuevo. Todo ello está mal. Tendrías que haberte dado cuenta de que su falta de
apetito actual quiere decir que ver su comida favorita les hace llorar. Ordenar la
cocina fue, en realidad, una forma de decirles que no te gusta cómo dejan la
cocina en pleno caos. Poner flores frescas en el vestíbulo fue una mala idea
porque morirán y eran mucho más bonitas en la rocalla. Y en cuanto sugerir que
se comprasen un abrigo nuevo…, fue una amenaza porque lo que seguramente
querías decir era que, al menos, deberían intentar hacer algo acerca de su
desaliñada apariencia, sin importar qué se sientan mal.
De alguna manera, los tres amigos de Job, al intentar ayudar a una persona
deprimida, están destinados a equivocarse. Sin embargo, su equivocación no es a causa
sólo del estado de ánimo de Job, sino que también se equivocan en un sentido más
profundo, tal y como veremos. Tendremos que cuestionar seriamente la base teológica
de la que parten en sus respuestas a Job y las conclusiones, tanto prácticas como
pastorales, a las que llegan.
Así pues, veamos, en primer lugar, si podemos averiguar más detalles sobre el
personaje de Elifaz.

a. El primer discurso de Elifaz (Job 4–5)


(véanse pp. 209–212)
Los discursos de Elifaz empiezan en Job 4 y parece ser el de más edad, el más

34
profundo y amable y, por lo que parece, el de más buen corazón de los tres amigos.
Tiene una profunda fe en la santidad trascendente de Dios y una intensa experiencia de
Dios dándose a conocer.
Aquí, está frente a un amigo que sufre. Él ha sido testigo de un cambio repentino y
radical en la suerte de Job, que ha pasado de ser extremadamente rico a ser
miserablemente pobre, y ha escuchado el terrible arrebato del capítulo 3, aunque no es
consciente de los tejemanejes secretos entre Dios y Satanás en la corte celestial. Ahora,
se aventura a contestar al lamento de Job:
Si alguien osara hablarte, ¿te pondrías impaciente?
Pero ¿quién puede abstenerse de hablar?
He aquí, tú has exhortado a muchos,
y las manos débiles has fortalecido.
Al que tropezaba tus palabras han levantado,
y las rodillas débiles has robustecido.
Pero ahora que te ha llegado a ti, te impacientas;
te toca a ti, y te desalientas.
¿No es tu temor a Dios tu confianza,
y la integridad de tus caminos tu esperanza? (4:2–6)

Elifaz decide hablar


En este primer discurso, Elifaz reconoce la veracidad de la bondad y el temor de
Dios de Job y que, en el pasado, éste ha “exhortado a muchos” y ha “robustecido”
“rodillas débiles” (4:4). A Job se le ha conocido como alguien que se preocupa por
aquellos que están en dificultades. Se trata de un hombre con “temor a Dios” (4:6). Job
ha estado en contacto con el sufrimiento de otros, pero ahora “te ha llegado a ti” (4:5).
Elifaz intenta animar a Job para que tenga más confianza y viva en esperanza (4:6),
pues ¿no es cierto que Dios guarda al inocente y recto (4:7)? Su consuelo se basa en la
creencia de que el recto no será destruido ni el inocente perecerá (4:7–9):
Recuerda ahora, ¿quién siendo inocente ha perecido jamás?
¿O dónde han sido destruidos los rectos?
Por lo que yo he visto, los que aran iniquidad
y los que siembran aflicción, eso siegan.
Por el aliento de Dios perecen,
y por la explosión de su ira son consumidos. (4:7–9)

“Siegas lo que siembras”


En este punto, debemos recordar el punto de vista teológico, compartido por Elifaz,
los otros amigos y también por Job, que queda expresado en Job 4:8: “los que aran
iniquidad y los que siembran aflicción, eso siegan”. Siegas lo que siembras, ésta es la

35
base sobre la que Elifaz construye su razonamiento. Detrás de este principio teológico,
está la concepción del mundo como un universo moral ordenado: Dios es un Dios justo
y bueno; la virtud es recompensada y el camino de los impíos perece.
Naturalmente, de momento todo va bien. Hasta ahora, Elifaz tiene toda la razón, ya
que estamos en un universo moral. Tal y como el salmista del Salmo 1 expresa
claramente, existe una elección básica entre la santidad y el camino de los impíos. No
hay una tercera opción y, como lo resalta Jesús de una forma más gráfica en el Sermón
del Monte, existe una “bienaventuranza” sobre aquellos que están en paz con Dios.
Muchos escritores bíblicos utilizan este tema. La Primera Carta de Pedro se inspira
en el Salmo 34:12–16:
Porque los ojos del Señor están sobre los justos,
y sus oídos atentos a sus oraciones;
pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal.
Jesús mismo afirma: “Con la medida con que midáis, se os medirá”, y Pablo ilustra el
mismo tema cuando escribe: “No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo
lo que el hombre siembre, eso también segará”.37
Existe un principio de orden moral en el mundo y habrá un juicio moral. Por esto,
debemos intentar no dejar de esforzarnos en hacer el bien. Ésta es la aplicación básica
de esta fe. A pesar de que el evangelio de gracia del Nuevo Testamento nos recuerda
que si estamos unidos en Cristo no hay condenación según la ley moral de Dios, esto no
anula la otra línea en la teología de Pablo: que los cristianos son juzgados según sus
obras.39 Cómo vivimos es importante; segamos lo que sembramos.
En este mismo sentido, tal y como ya hemos dicho, Elifaz tiene toda la razón.
Recuerda a Job que vive en un universo moral y que la santidad traerá su buena
recompensa.

La lógica no es suficiente
Sin embargo, en otro sentido, Elifaz está completamente equivocado, pues cree
incorrectamente que este principio teológico también funciona a la inversa: que todo lo
que siegas debe ser el resultado de algo que has sembrado, lo que, claramente, no es
verdad en Job. Aquí, Elifaz está sustituyendo la teología por la lógica causal, ya que
parte de un principio teológico correcto y le da la vuelta en su cabeza, de tal forma que
se convierte en un principio falso e injusto.
Necesitamos entender muy bien lo que está sucediendo. La idea de que segamos lo
que sembramos es, realmente, una declaración de fe. Creemos que Dios es un Creador
bueno y soberano que sabe qué es lo mejor para su pueblo y que juzga el mundo
justamente. Sin embargo, desde nuestra posición ventajosa, no siempre sabemos qué
es lo mejor para nosotros mismos ni podemos ver cómo Dios está gobernando el
mundo. De hecho, lo que podemos ver a menudo parece contradecir nuestra fe en la
bondad de Dios y clamamos con el salmista del salmo 73:

36
Porque tuve envidia de los arrogantes,
al ver la prosperidad de los impíos.
En otras palabras, tal y como vimos en el capítulo anterior, existe un lado oscuro de
la realidad de la fe. Sin embargo, a pesar de este lado oscuro, continuamos firmes en la
fe de que Dios recompensa el bien y castiga el mal. Cuando Elifaz afirma esto (que se
siega lo que se siembra), está en lo correcto, pero, cuando da la vuelta a la creencia
expresada en el Salmo 1 y afirma: “Job, como estás segando desastre, debes haber
sembrado alguna iniquidad”, ha sustituido la fe en el Dios viviente por la lógica.

La visión limitada de Elifaz


Elifaz parece incapaz de permitir que Dios sea el juez de las recompensas y los
castigos o, incluso, de que funcione otro principio que no sea el de recompensas y
castigos. Insiste en continuar interpretando lo que aparece ante sus ojos como una
evidencia de las intenciones de Dios. Sin embargo, tal y como expresa claramente el
salmo 73, las acciones y las providencias de Dios no siempre encajan con nuestras
expectativas inmediatas. Dios lleva a cabo sus propios propósitos. El salmista empezó a
comprender sólo cuando pudo ver las cosas desde la perspectiva de la eternidad. Elifaz
no logra distinguir la perspectiva terrenal de la celestial y su forma de pensar se basa en
una lógica natural simple de causas y efectos, con lo que un “efecto” visible (el
sufrimiento de Job) debe proceder de una causa evidente (el pecado de Job). Así, Job
debería dejar de defender su inocencia y empezar a asumir la responsabilidad por sus
pecados que, según Elifaz, están detrás de su sufrimiento actual.
La ecuación defectuosa de que un sufrimiento en particular procede de un pecado
en concreto es el resultado del razonamiento también defectuoso que parte de una
verdad teológica limitada para llegar a una conclusión lógica injustificada. La fe viva en
el Dios soberano, bueno y lleno de gracia se ha racionalizado en una ortodoxia muerta
basada en una teoría de causas naturales.
Debemos ir con cuidado de aplicar nuestra lógica causal a los caminos de Dios.
Como Pascal afirmó en una ocasión:
El último paso de la razón está en reconocer que hay una infinidad de cosas
que la superan; ella es muy débil si no llega a conocer esto. Pues si las cosas
naturales la superan, qué no habrá que decir de las sobrenaturales.
Tenemos que conservar la doctrina de la justicia retributiva dentro de los
parámetros más amplios de la gracia amorosa y, a menudo, imprevista de Dios.
Los nefastos resultados de convertir una fe viva en pura lógica también aparecen en
los “elifaces” de nuestro tiempo, que se encuentran en los movimientos de la
prosperidad dentro de las iglesias cristianas. Éstos tienden a enfatizar la rectitud y las
riquezas en vez del pecado y el sufrimiento, pero el proceso es el mismo. Según
afirman, la prosperidad material es una señal de la bendición divina, ya que Dios

37
bendice a la persona recta, y que, por tanto, esto es algo que deberíamos anhelar. No
tenemos que ir muy lejos para encontrarnos con la búsqueda de la prosperidad
material sustituyendo la búsqueda de una vida de santidad y rectitud. Es, una vez más,
el mismo error cometido por Elifaz, pero en una nueva forma. La fe en el Dios viviente
ha sido reemplazada por una lógica retorcida. El universo moral del Dios Creador
soberano y misericordioso ha sido reemplazado por un universo más pequeño de
causas naturales y valores materiales.
Entre aquellos que han seguido este camino, se encuentran los que son tentados,
por su política, a equiparar la prosperidad material con la buena vida y ven a los pobres
y desfavoridos como los últimos responsables de su desgracia. Todo ello es parte de la
lógica de Elifaz, que sugiere que dominar los impulsos de uno es la única respuesta al
sufrimiento y las privaciones.

La visión de Elifaz
Lo triste en Elifaz es que incluso llega a afirmar que sus ideas le han sido dadas por
revelación divina. Los versículos 12–21 de Job 4 describen una experiencia religiosa
mística poco corriente, en la que Elifaz, mediante sueños y visiones, toma consciencia
de los caminos de Dios:
Una palabra me fue traída furtivamente,
y mi oído percibió un susurro de ella.
Entre pensamientos inquietantes de visiones nocturnas,
cuando el sueño profundo cae sobre los hombres,
me sobrevino un espanto, un temblor
que hizo estremecer todos mis huesos.
Entonces un espíritu pasó cerca de mi rostro,
y el pelo de mi piel se erizó.
Se detuvo, pero no pude reconocer su aspecto;
una figura estaba delante de mis ojos,
hubo silencio, después oí una voz:
“¿Es el mortal justo delante de Dios?
¿Es el hombre puro delante de su Hacedor? (4:12–17)
Estos versículos son una introducción un tanto inquietante de lo que esperamos que
sea una revelación culminante. Sin embargo, cuando llega, ¡es bastante insípida!: “¿Es
justo el mortal delante de Dios?” (4:17). No, Job, debes aprender a asumir la
responsabilidad de tus pecados.
Así, vemos a Elifaz respondiendo a Job sólo con una verdad a medias. Amonesta a
Job afirmando que es inútil continuar con su ruego: “Llama ahora, ¿habrá quién te
responda? ¿Y a cuál de los santos te volverás?” (5:1). Job debe reconocer su mortalidad
y su parte en el pecado universal de la humanidad. Aquí, Elifaz está subrayando la
enseñanza de la sabiduría popular (5:6–7) según la cual “el hombre nace para la
38
aflicción, como las chispas vuelan hacia arriba”. Ésta es la ley general de la experiencia:
¿es, incluso, un tipo de fatalismo cósmico?
Job debe refrenar su pena, no protestar más acerca de su inocencia y levantar su
mirada hacia el Dios trascendente: “yo buscaría a Dios”, dice Elifaz, “y delante de Dios
presentaría mi causa” (5:8), y no sería para protestar, sino para hacer memoria de la
justicia y el poder creativo de Dios. Los versículos siguientes, Job 5:9–16, son un himno
de alabanza por la bondad de Dios.
Elifaz ensalza la bondad de Dios
Él hace cosas grandes e inescrutables,
maravillas sin número.
Él da la lluvia sobre la faz de la tierra,
y envía las aguas sobre los campos.
Para poner en alto a los humildes,
y a los que lloran levantarlos a lugar seguro,
Él frustra las tramas de los astutos,
para que sus manos no tengan éxito.
Él prende a los sabios en su propia astucia,
y el consejo de los sagaces pronto se frustra.
De día tropiezan con las tinieblas,
y a mediodía andan a tientas como de noche.
Pero Él salva al pobre de la espada, de sus bocas
y de la mano del poderoso.
El desamparado, pues, tiene esperanza,
y la injusticia tiene que cerrar su boca. (5:9–16)
Todo el razonamiento de Elifaz está basado en su punto de vista acerca de la
perfección moral de Dios, a la luz de la cual Job debe admitir que está equivocado. Aquí,
¡Elifaz está tan cerca y, a la vez (como hemos visto y veremos más adelante), tan lejos!

Elifaz, acerca de la felicidad


En este momento, Elifaz pasa a hablar acerca de la felicidad de la persona que se
enfrenta a las dificultades de la vida con el espíritu correcto. Él ve el sufrimiento como
un medio a través del cual Dios disciplina y corrige y, naturalmente, muchas veces es
así. El autor de la carta a los Hebreos repite el proverbio de que el Señor disciplina a los
que ama. Elifaz expresa casi lo mismo en 5:17–26: “Él inflige dolor, y da alivio; Él hiere, y
sus manos también sanan” (5:18). Sin embargo, una vez más, Elifaz se equivoca al
aplicar este principio a Job. Sostiene que sólo con que Job reconociera su pecado podría
ser feliz otra vez, experimentaría nuevamente la seguridad, su familia volvería a
prosperar y él a tener una vida vigorosa antes de morir (5:24–27). De paso, también
podemos observar la gran insensibilidad que Elifaz muestra en este punto. No es muy
apropiado asegurar a alguien que ha perdido su casa y todos sus descendientes en

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terribles circunstancias, que su tienda volverá a estar segura y que tendrá muchos hijos
más. Ni tampoco es muy sensible decirle a alguien que quiere morir, que los años que le
quedan estarán llenos de vida. Aparte de esto, sin embargo, Elifaz ha dicho la verdad (o
parte de ella), pero de manera inapropiada.

El lado oscuro de Dios


Sin embargo, Elifaz no dice toda la verdad: la parte que es aplicable a Job queda sin
ser mencionada. Se trata del hecho de que Dios, aunque moralmente perfecto y bueno
como muy bien afirma Elifaz, a veces, parece no sólo dar la espalda a los impíos, sino
también a los buenos y rectos. A veces, incluso la gente buena experimenta el lado
oscuro de Dios.
El Dr. Martyn Lloyd-Jones lo expresa de la siguiente manera:
Recuerdo el caso de una mujer que había atravesado por uno de esos
períodos de sequía y aridez y lo estaba pasando realmente mal. Su problema
era, en parte, físico y muchos de sus amigos, algunos de los cuales eran
ministros de la Palabra, la habían visitado y le habían dicho todos lo mismo.
Estaban intentando que despertara, hablando de forma teórica y diciendo que
los sentimientos no importan, que, de hecho, nada importa, excepto la
veracidad de la justificación por fe. Ella lo sabía tan bien como ellos, e incluso
más que la mayoría, pero eso no le ayudaba, ya que su problema era que no
tenía las bendiciones de Dios que había experimentado en el pasado. Se
preguntaba: “¿Dónde están las bendiciones que tuve cuando vi al Señor por
primera vez? Éste era su estado, el estado descrito por el poeta William Cowper.
Los consejos de sus amigos no la ayudaron, porque nunca ayuda decirle a
alguien con problemas que despierte y se anime. Esto es precisamente lo que no
puede lograr… La manera en que se puede ayudar a una persona en este estado,
que es la manera en que la persona a la que me estoy refiriendo encontró una
respuesta, es decir: “Ah, sí, sabes, hay períodos como éste en la vida de los
santos. A veces, Dios, debido a sus razones inescrutables, oculta su rostro”. Ella
me miró sorprendida y me dijo: “¿Esto es verdad?” “¡Por supuesto!”, contesté, y
pasé a darle muchos ejemplos e ilustraciones de ello. En aquel momento, su
problema se solucionó, porque ahora tenía una explicación…
En ocasiones, Dios permite que pasemos por experiencias en las que parece que nos
esté dando la espalda y, a veces, así aprendemos lecciones de fe que jamás habríamos
podido conocer de ninguna otra forma. El hecho de que Elifaz le diga a Job en esos
momentos que se anime y se responsabilice de sus malas acciones nos demuestra,
simplemente, que no ha entendido de qué va el asunto.

b. El segundo discurso de Elifaz (Job 15)


(Véanse pp. 212–215)

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Elifaz reprende a Job
El segundo discurso de Elifaz aparece en el capítulo 15 después de que Bildad y
Zofar hayan hablado y Job haya respondido a ambos. Ahora, Elifaz ha empezado a
modificar su razonamiento y empieza su discurso advirtiendo a Job que no es bueno
atacar a Dios (15:2–6), además de tacharlo de “impío” y acusarlo directamente de
socavar la verdadera vida de piedad y devoción hacia Dios (15:4). Moffat traduce el
versículo 4: “socavas la religión, con tus amenazas a Dios”. Después, en 15:7–11, parece
notarse un cierto resentimiento en la respuesta de Elifaz:
¿Fuiste tú el primer hombre en nacer,
o fuiste dado a luz antes que las colinas?
¿Oyes tú el secreto de Dios,
y retienes para ti la sabiduría?
¿Qué sabes tú que nosotros no sepamos?
¿Qué entiendes tú que nosotros no entendamos?
También entre nosotros hay canosos y ancianos
de más edad que tu padre.
¿Te parecen poco los consuelos de Dios,
y la palabra hablada a ti con dulzura? (15:7–11)

¿Quién se cree Job que es?


Parece que Elifaz esté diciendo a Job: ¿Quién te crees que eres? (“¿Qué sabes tú
que nosotros no sepamos? ¿Qué entiendes tú que nosotros no entendamos?”, 15:9). Si
Dios ni siquiera considera a sus “santos” dignos de confianza, ¿cómo te atreves tú, Job,
a considerarte recto ante Dios (15:15–16)?
Aquí, Elifaz se refugia, una vez más, en la racionalización: “Yo te mostraré,
escúchame, y te contaré lo que he visto; lo que los sabios han dado a conocer, sin
ocultar nada de sus padres” (15:17–18).

El retrato tradicional del malhechor


La sabiduría de los sabios está de su lado: el sufrimiento va unido a la malicia
(15:20), lo que lleva a Elifaz a esbozar el retrato tradicional del malhechor, que
encontramos en los versículos 20–35:
Todos sus días el impío se retuerce de dolor,
y contados están los años reservados para el tirano.
Ruidos de espanto hay en sus oídos,
mientras está en paz, el destructor viene sobre él.
Él no cree que volverá de las tinieblas,
y que está destinado para la espada.

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Porque estéril es la compañía de los impíos,
y el fuego consume las tiendas del corrupto.
Conciben malicia, dan a luz iniquidad,
y en su mente traman engaño. (15:20–22, 34–35)
Aquí, Elifaz está elaborando el retrato del malvado, con lo que está sugiriendo que
Job es uno de ellos. Job, ciertamente, se está portando “con soberbia contra el
Todopoderoso” (15:25), por lo que no es de extrañar que las cosas le vayan mal.

c. El tercer discurso de Elifaz (Job 22)


(Véanse pp. 215–217)

¿Está Dios realmente preocupado por Job?


A la luz de las incesantes quejas de Job, el tercer discurso de Elifaz, en el capítulo 22,
es otro intento de encarar a Job con el poder total de Dios. En él, Elifaz incluso llega a
decir que la trascendencia de Dios es tan elevada, que éste está totalmente despegado
de cualquier problema que pueda tener Job: ¿Crees que a Dios le preocupan lo más
mínimo tus quejas y tu rectitud? Dios no se implica en las nimiedades de tu vida, ¿de
qué forma pueden afectarle? “¿Es de algún beneficio al Todopoderoso que tú seas
justo, o gana algo si haces perfectos tus caminos?” (22:3). En este punto, pasa a sugerir
que, debido a que Dios no está nada interesado, la angustia de Job debe ser la prueba
de su pecado (22:5).
En el tono de Elifaz podemos notar un cierto rencor que comienza a filtrarse en
todo su discurso. Elifaz empieza a elaborar “pruebas” en contra de Job y lo acusa de
varios pecados. Según él, la maldad de Job es grande (22:5): Job ha sido injusto con su
familia (22:6), no se ha preocupado por el hambriento o el sediento (22:7) y se ha
enseñoreado de las viudas y los huérfanos (22:9). Éste es el motivo de los sufrimientos
actuales de Job (22:10–11).
Aquí, el bueno y devoto Elifaz se ha pasado de la raya. Podemos perdonar su
teología defectuosa, pues estaba de acuerdo con la visión común de su día y del
nuestro, expresada por todos los que se preguntan: “¿Qué he hecho para que Dios me
trate de esta manera?”. A pesar de ser teológicamente equivocada, es posible que esta
pregunta refleje la básica intuición humana de que vivimos en un universo moral. Sin
embargo, es difícil perdonar a Elifaz su injusto ataque. La conversación con Job en su
sufrimiento ha tenido un grave efecto en Elifaz y sus propias frustraciones al no llegar a
ningún sitio y no encontrar respuesta: ha nublado su juicio de la verdad.

Elifaz ruega a Job


Al final, Elifaz ruega a Job que vuelva a Dios (22:21–30). Tiene razón cuando deja

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claro que el arrepentimiento trae bendición: “Cede ahora y haz la paz con Él” (22:21),
pero, por muy conmovedor que encontremos el ruego de Elifaz, está basado en una
visión totalmente falsa de la situación de Job. Muy correctamente, Elifaz es consciente
de que los sufrimientos de Job no pueden desaparecer sin la restauración de la
comunión entre Job y Dios (22:21), ya que la pérdida de su buena relación con Dios es el
mayor sufrimiento de Job. Sin embargo, Elifaz vuelve a poner toda la tarea sobre los
hombros de Job. Poner la responsabilidad de nuestra relación con Dios únicamente en
nuestras manos es la herejía del pelagianismo. Aunque ensalza verbalmente la
soberanía de Dios, no dice nada acerca de la gracia. Todo su evangelio se reduce a
amonestar a Job para que haga un esfuerzo.

La naturaleza del enfoque de Elifaz


Así pues, ¿a qué conclusión podemos llegar acerca de Elifaz?
Elifaz era bueno y temeroso de Dios. En la mayor parte de su discurso, lo que dice es
verdad o, al menos, verdad a medias. Él habla desde la experiencia acerca de la
trascendencia de Dios, enfatizando la perfección moral de Dios. Él conoce el poder del
arrepentimiento para traer bendición a una persona, pero su visión es demasiado
estrecha y trata de explicar el problema de Job a partir de sus propias racionalizaciones,
lo que le lleva a pensar que Job debe estar haciendo una montaña de un grano de
arena. El sufrimiento es, simplemente, parte de cómo funcionan las cosas en este
mundo; es una de las formas en las que Dios nos corrige y disciplina. Todos los
malvados acabarán, tarde o temprano, sufriendo. Por este motivo, no debemos
molestar al Todopoderoso con nuestras nimiedades, sino sólo arrepentirnos, hacer las
paces con Dios, y todo se solucionará.
Así, Elifaz trata de ayudar a Job esquivando lo más profundo del problema, por lo
que Job podría perfectamente pensar que Elifaz realmente no le había escuchado. Elifaz
se nos presenta más bien como alguien presuntuoso (5:8), insensible (5:24), a la
defensiva (15:9–10) y que no vacila en acusar a Job (22:5 y ss.). No comprende, ni
puede comprender, la magnitud del clamor de Job. Sí, admite Job, sé que Dios nos
corrige mediante el sufrimiento, ¡pero no he hecho nada que deba ser corregido! Sí, sé
que Dios castiga al malvado, ¡pero no he hecho nada tan malo como para merecer esto!
Y, además, sé que el Dios Todopoderoso que tú exaltas sí se preocupa por los detalles
de la vida, lo que tú llamas nimiedades. Éste es mi problema: ¿por qué no parece que se
preocupe por mí?
Helmut Thielicke recoge este mismo tema en su libro acerca del Credo. En él,
leemos:
Dime lo excelso que es Dios para ti, y te diré lo poco que significa para ti.
Éste podría ser un axioma teológico. El Dios magnánimo ha sido excluido
completamente de mi vida privada, lo que es sorprendente pero cierto a la vez:
Dios se preocupa por mí sólo porque se ha hecho más pequeño que la Vía
Láctea; sólo porque está presente en mi pequeña habitación de enfermo cuando

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respiro con dificultad o comprende las pequeñas preocupaciones que pongo
sobre él o toma en serio la petición de un niño para un patinete con ruedas
especialmente grandes. Él significa tanto para mí porque Jesucristo ha tomado
mi pizca de ansiedad y mi culpa personal sobre él.
A Dios le preocupan nuestras “nimiedades”. Job estaba más cerca de la verdad de
Cristo que Elifaz.

3. Bildad
Bildad es diferente. Es un “tradicionalista por excelencia”. Él sigue las reglas. Su
fuente de información no es la experiencia (como para Elifaz), sino su erudición. Jones
cita el comentario de Terrien en el que afirma que “la fuente del conocimiento de
Bildad no es el contacto personal con un Dios presente, sino lo que ha aprendido de los
libros y ha reunido de la arqueología”,47 y observa que Bildad es el tipo de teólogo que
recurre al pasado sin darse cuenta de que el presente exige un replanteamiento de las
fórmulas usadas en las generaciones anteriores y que ahora ya no son adecuadas.
Éste es un teólogo que tiene un conocimiento académico considerable, pero que
vive únicamente en el pasado.

a. El primer discurso de Bildad (Job 8)


(Véanse pp. 217–218)
El primer discurso de Bildad aparece en el capítulo 8 y empieza con una expresión
de irritación hacia Job: “¿Hasta cuándo hablarás estas cosas, y serán viento impetuoso
las palabras de tu boca?” (2:8). Además, sugiere que la muerte de los hijos de Job fue
culpa de ellos (8:4), aunque posee un gran sentido del poder y la justicia de Dios:
¿Acaso tuerce Dios la justicia
o tuerce el Todopoderoso lo que es justo?
Si tus hijos pecaron contra Él,
entonces Él los entregó al poder de su transgresión.
Si tú buscaras a Dios
e imploraras la misericordia del Todopoderoso,
si fueras puro y recto,
ciertamente Él se despertaría ahora en tu favor
y restauraría tu justa condición.
Aunque tu principio haya sido insignificante,
con todo, tu final aumentará sobremanera. (8:3–7)

La justicia de Dios
Mientras que Elifaz enfatizó la santidad trascendente de Dios, Bildad habla más

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acerca de su poder y su inquebrantable justicia: “¿Acaso tuerce Dios la justicia o tuerce
el Todopoderoso lo que es justo? (8:3). En Dios, hay un poder inflexible, justo y sin falta.
Por eso, el remedio que Bildad da a Job es “buscar a Dios”: si buscaras a Dios “Él se
despertaría ahora en tu favor y restauraría tu justa condición”. (8:6). Bildad sabe que
algo está mal en la relación de Job con Dios y ruega a Job que confíe en el Señor y, en
esto, tiene toda la razón: gran parte de la literatura sapiencial afirma lo mismo.

Una referencia a la sabiduría antigua


En gran parte de su discurso, Bildad está expresando, simplemente, las enseñanzas
de una larga tradición en el pueblo de Dios, a las que se refiere en los versículos 8:8–10.
Bildad asegura a Job que su situación mejorará e incluye la sombría observación de que
el castigo de Dios a los impíos será un día público, aunque es posible que no sea en su
generación.
Pero Dios es justo: no puede hacer mal. Mira el mundo a tu alrededor, dice Bildad,
la maldad tiene su recompensa y esta es tan frágil como la tela de una araña (8:14) o
como una planta (8:16), que está bien enraizada y crece con vigor sólo por un tiempo,
pero que finalmente es destruida por la misma tierra en la que creció.
¿Puede crecer el papiro sin cenagal?
¿Puede el junco crecer sin agua?
Estando aún verde y sin cortar,
con todo, se seca antes que cualquier otra planta.
Así son las sendas de todos los que se olvidan de Dios,
y la esperanza del impío perecerá,
porque es frágil su confianza,
y una tela de araña su seguridad.
Confía en su casa, pero ésta no se sostiene;
se aferra a ella, pero ésta no perdura.
Crece con vigor delante del sol,
y sus renuevos brotan sobre su jardín.
Sus raíces se entrelazan sobre un montón de rocas;
vive en una casa de piedras.
Si se le arranca de su lugar,
éste le negará, diciendo: “Nunca te vi.”
He aquí, éste es el gozo de su camino;
y del polvo brotarán otros. (8:11–19)
Así que, ¡anímate, Job! ¡Todo va a acabar bien! “Dios no rechaza al íntegro… Aún ha
de llenar de risa tu boca, y tus labios de gritos de júbilo” (8:20–21). Bildad cita los versos
que nosotros conocemos como Salmo 126:2 y 132:18, para dejar clara su idea de que
todo acabará de la mejor forma posible.

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b. El segundo discurso de Bildad (Job 18)
(Véanse pp. 219–220)
El segundo discurso de Bildad aparece en el capítulo 18. Después de varias
respuestas de Job, Bildad le pregunta hasta cuándo va a continuar hablando (18:2) y le
insta a mostrar “entendimiento” (18:2), ¡como si esto fuera precisamente lo que Job
necesitaba oír! En el versículo siguiente, Bildad pregunta, con desdén: “¿Por qué somos
considerados como bestias, y torpes a vuestros ojos?”, lo que le lleva a otro largo relato
acerca del destino de los malvados. Los versículos 5–21 nos hablan de la inseguridad, el
terror y la desesperanza de los impíos:
Ciertamente la luz de los impíos se apaga,
y no brillará la llama de su fuego.
La luz en su tienda se oscurece,
y su lámpara sobre él se apaga.
Su vigoroso paso es acortado,
y su propio designio lo hace caer.
Porque es arrojado en la red por sus propios pies,
y sobre mallas camina.
Por el calcañar lo aprisiona un lazo,
y una trampa se cierra sobre él.
Escondido está en la tierra un lazo para él,
y una trampa le aguarda en la senda.
Por todas partes le atemorizan terrores,
y le hostigan a cada paso.
Se agota por el hambre su vigor,
y la desgracia está presta a su lado.
Devora su piel la enfermedad,
devora sus miembros el primogénito de la muerte.
Es arrancado de la seguridad de su tienda,
y se le conduce al rey de los terrores.
Nada suyo mora en su tienda;
azufre es esparcido sobre su morada.
Por abajo se secan sus raíces,
y por arriba se marchita su ramaje.
Su memoria perece de la tierra,
y no tiene nombre en toda la región.
Es lanzado de la luz a las tinieblas,
y de la tierra habitada lo echan.
No tiene descendencia ni posteridad entre su pueblo,
ni sobreviviente alguno donde él peregrinó.
De su destino se asombran los del occidente,

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y los del oriente se sobrecogen de terror.
Ciertamente tales son las moradas del impío,
éste es el lugar del que no conoce a Dios. (18:5–21)
El hombre impío es llevado de la luz a la oscuridad y al mundo le horroriza su
destino. Aquí, Bildad está sugiriendo que Job, a sus ojos, acabará siendo uno de ellos si
sigue por este camino. ¡Ojalá mostrara “entendimiento” y dejara que la sabiduría de los
demás le guiara a un estado de ánimo más aceptable!
Como el de Elifaz, el primer discurso de Bildad se centra en la naturaleza de Dios, y
el segundo aplica este aspecto al destino del impío, entre los que incluye a Job. Como
sucede con Elifaz, gran parte de lo que dice Bildad es, por lo general, cierto, pero,
también como el anterior, no comprende en absoluto la situación de Job.

c. El tercer discurso de Bildad (Job 25)


(Véanse pp. 220–221.)
Según varios comentaristas, el tercer discurso de Bildad incluye no sólo el capítulo
25, sino también algunos versículos no atribuidos a nadie en 26:5–14. Aunque el tono
de esta segunda parte en el capítulo 26 parece encajar con el del capítulo 25 en cuanto
a la celebración de Bildad del poder creativo de Dios, es perfectamente posible que se
tratara del propio Job repitiendo para sí mismo las afirmaciones de Bildad, para
demostrar después que no son la solución a su misterio personal.

¿Cómo puede un hombre ser justo ante este Dios?


Sin embargo, lo que está claro de forma inequívoca es que el capítulo 25 empieza
con una maravillosa exposición de Bildad del poder divino de Dios: “Dominio y pavor
pertenecen al que establece la paz en sus alturas. ¿Tienen número sus ejércitos? ¿Y
sobre quién no se levanta su luz?” (25:2–3). Seguidamente, Bildad pasa a concluir que
sobre la tierra no puede existir la perfección: “¿Cómo puede un hombre, pues, ser justo
con Dios? ¿O cómo puede ser limpio el que nace de mujer?” (25:4).
El tema de la grandiosa majestad de Dios continúa en los versículos 26:5–14 con una
maravillosa celebración del poder creativo de Dios, tanto si pertenecen a Bildad como si
son parte de la respuesta de Job:
Él extiende el norte sobre el vacío,
y cuelga la tierra sobre la nada.
Envuelve las aguas en sus nubes,
y la nube no se rompe bajo ellas.
Oscurece la faz de la luna llena,
y extiende sobre ella su nube.
Ha trazado un círculo sobre la superficie de las aguas,
en el límite de la luz y las tinieblas.
Las columnas del cielo tiemblan,

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y se espantan ante su reprensión.
Al mar agitó con su poder,
y a Rahab quebrantó con su entendimiento.
Con su soplo se limpian los cielos;
su mano ha traspasado la serpiente huidiza. (26:7–13)
Y éstos, afirma el autor, “son los bordes de sus caminos” (26:14) e incluso nos deja
entrever un cierto agnosticismo reverente: “¡y cuán leve es la palabra que de Él oímos!
Pero su potente trueno, ¿quién lo puede comprender?” (26:14).

Bildad no comprende la situación


Bildad se basa en una ortodoxia fiel: Dios el Creador, Dios el justo, Dios el
omnipotente. Éste es el Dios de los maestros de Bildad y de él mismo: un Dios de poder,
majestad, dominio y fortaleza. Aun así, como le pasó a Elifaz, Bildad no llega a
comprender dónde se encuentra Job exactamente. Job también tenía estas mismas
creencias acerca de Dios, pero, en ese momento de sufrimiento y desconcierto, no se
trataba de discutir si creía o no; el problema era, más bien, que sus creencias no
encajaban con su experiencia. Para Job, las preguntas que deben hacerse son otras:
“¿Por qué no viene a mí vuestro Dios todopoderoso? ¿Por qué no se me da a conocer a
mí el Dios que se revela a sí mismo en la naturaleza? ¿Por qué no me trata a mí
justamente vuestro Dios justo? ¿Acaso soy una marioneta en manos de la
omnipotencia? ¿Por qué parece que yo ya no importo?”.

A la escucha
La inapropiada declaración de verdad de Bildad nos recuerda la importancia
fundamental de escuchar, que es aplicable no sólo a los consejeros, sino a todos los que
se dedican a predicar. Bildad no había escuchado a Job, por lo que desconocía lo que
éste necesitaba. Sus consejos y sus discursos, incluso cuando estaban en lo cierto, no
satisfacían las necesidades de Job. Todos conocemos el tipo de predicación que
realmente capta nuestro interés, que satisface nuestras necesidades, que muestra que
el predicador ha entendido realmente la condición humana y que intenta comprender
el texto a la vez que los corazones de los oyentes, para que así, mediante el discurso, se
cree una conexión entre la Palabra de Dios y los corazones de los presentes. En estas
ocasiones, la Palabra da en el blanco con un poder profético. Es una ocasión en la que
somos transformados y entramos en contacto con el Dios vivo y escuchamos su Palabra
recién hablada allí donde nos encontramos. También conocemos aquel tipo de
predicación que, aunque tradicionalmente ortodoxa hasta el extremo, está seca, nos es
indiferente y flota en una nube académica por encima de nuestras cabezas, sin
satisfacer en absoluto nuestras necesidades. La primera es el auténtico don de
predicación que poseen aquellos que en primer lugar llevaron a cabo un ministerio de
escuchar. La segunda es la que ejemplifica Bildad.

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4. Zofar
Zofar es el tercero en hablar y demuestra ser un individuo bastante antipático. Zofar
es una de aquellas personas sin las que podríamos vivir felizmente si no las volviésemos
a ver nunca más: un insolente esnob intelectual. Es uno de aquellos personajes pesados
(¡probablemente, recién graduado!) que lo saben todo. Tal y como Robert Gordis
afirma: “Jamás deja que los hechos interfieran con sus teorías”.

a. El primer discurso de Zofar (Job 11)


(Véanse pp. 221–223.)

Zofar reprende a Job


Llegado aquí, hemos oído los primeros discursos de Elifaz y Bildad, y las respuestas
de Job a ambos. Zofar está realmente indignado frente a las quejas continuas de Job y
le acusa de decir tonterías: “¿Quedará sin respuesta esa multitud de palabras, y será
absuelto el que mucho habla? ¿Harán tus jactancias callar a los hombres? ¿Harás
escarnio sin que nadie te reprenda?” (11:2–3). En los versículos siguientes (4–5), vemos
cómo le reprende con desdén por continuar defendiendo su inocencia y su sentido de
justicia: “Pues has dicho: ‘Mi enseñanza es pura, y soy inocente ante tus ojos.’ Mas,
¡quién diera que Dios hablara, abriera sus labios contra ti”.

Zofar ensalza la sabiduría de Dios


Zofar continúa su discurso usando palabras grandilocuentes, aunque con un tono
excesivamente condescendiente:
¿Descubrirás tú las profundidades de Dios?
¿Descubrirás los límites del Todopoderoso?
Altos son como los cielos; ¿qué harás tú?
Más profundos son que el Seol; ¿qué puedes tú saber?
Más extensa que la tierra es su dimensión,
y más ancha que el mar. (11:7–9)
¡Zofar debería aplicarse a sí mismo estas palabras!
Zofar descansa en la omnisciencia y la sabiduría inescrutable de Dios y,
naturalmente, en su propio e inalienable sentido común. Además, afirma que hay
muchas cosas en el mundo que son un misterio para nosotros, pero que Dios continúa
siendo justo. Tras el punto de vista de Zofar, como en el caso de Elifaz, está la idea de
que estamos en un universo en que el mal es castigado: “Ve asimismo la iniquidad, ¿y
no hará caso?” (RVR 1960, 11:11). Sin embargo, Zofar parece convertirla en una ley de
la represalia divina: Si debes algo, tienes que pagar y, por esto, pide a Job que se

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arrepienta.

El camino del arrepentimiento


En los versículos 13–14, Zofar expone cuatro pasos para llegar al arrepentimiento y
obtener las bendiciones que resultarán de ello:
Si diriges bien tu corazón
y extiendes a Él tu mano,
si en tu mano hay iniquidad y la alejas de ti
y no permites que la maldad more en tus tiendas,
entonces, ciertamente levantarás tu rostro sin mancha,
estarás firme y no temerás.
Porque olvidarás tu aflicción,
como aguas que han pasado la recordarás.
Tu vida será más radiante que el mediodía,
y hasta la oscuridad será como la mañana.
Entonces confiarás, porque hay esperanza,
mirarás alrededor y te acostarás seguro.
Descansarás y nadie te atemorizará,
y muchos procurarán tu favor. (11:13–19)
El primer paso es dirigir bien tu corazón; el segundo, extender tu mano a Dios a
modo de súplica; el tercero, alejar la iniquidad que hay en tu mano, es decir, los hechos
pecaminosos que hayas hecho en ese momento; y el cuarto, no permitir que la maldad
more en tus tiendas; es decir, todo lo que te rodea debe ser limpiado de pecado. Si
haces estas cosas, recibirás las bendiciones del penitente.
Los versículos 15–19 ilustran estas bendiciones: “levantarás tu rostro sin mancha”,
“estarás firme y no temerás”, “olvidarás tu aflicción” y “tu vida será más radiante que el
mediodía”, “confiarás porque hay esperanza”, “te acostarás seguro” y “descansarás y
nadie te atemorizará”.
Zofar tiene razón: la vida de fe debe estar basada en la penitencia y la obediencia, y
Dios otorga las bendiciones de la esperanza, la seguridad y la paz a su pueblo. Sin
embargo, Zofar, como sus amigos, sólo está diciendo la verdad a medias, ya que se
equivoca al olvidar que, a veces, Dios también permite el sufrimiento imprevisible y
aparentemente injusto, y al asumir que la solución para Job es el arrepentimiento.
Éste es el mensaje de Zofar: sólo con que Job se arrepintiera, recuperaría la
felicidad. Pero si no lo hace, seguirá el camino de los malvados (11:20). Zofar pasa por
alto, muy cruelmente, la necesidad más profunda de Job al no ver, al igual que los otros
amigos, la realidad de su situación.

b. El segundo discurso de Zofar (Job 20)


(Véanse pp. 223–225.)

50
La impaciencia de Zofar
El segundo discurso de Zofar, en el capítulo 20, no es de gran ayuda. Cada vez más
impaciente (20:2), Zofar advierte a Job, una vez más, sobre el destino de los impíos, la
esencia del cual es recogida al final del capítulo:
Vienen sobre él terrores,
completas tinieblas están reservadas para sus tesoros;
fuego no atizado lo devorará,
y consumirá al que quede en su tienda.
Los cielos revelarán su iniquidad,
y la tierra se levantará contra él.
Las riquezas de su casa se perderán;
serán arrasadas en el día de su ira.
Ésta es la porción de Dios para el hombre impío,
y la herencia decretada por Dios para él. (20:25b–29)
Si estamos de acuerdo con la opinión de algunos comentaristas que afirman que en
27:13–23 aparece un tercer discurso de Zofar, allí volvemos a encontrar el mismo tema:
Ésta es la porción de parte de Dios para el hombre impío,
y la herencia que los tiranos reciben del Todopoderoso.
Aunque sean muchos sus hijos, están destinados a la espada,
y sus vástagos no se saciarán de pan.
Sus sobrevivientes serán sepultados a causa de la plaga,
y sus viudas no podrán llorar.
Aunque amontone plata como polvo,
y prepare vestidos abundantes como el barro;
él los puede preparar, pero el justo los vestirá,
y el inocente repartirá la plata.
Edifica su casa como tela de araña,
o como choza que el guarda construye.
Rico se acuesta, pero no volverá a serlo;
abre sus ojos, y ya no hay nada.
Le alcanzan los terrores como una inundación;
de noche le arrebata un torbellino.
Se lo lleva el viento solano, y desaparece,
pues como torbellino lo arranca de su lugar.
Sin compasión se arrojará contra él;
ciertamente él tratará de huir de su poder.
Batirán palmas por su ruina,
y desde su propio lugar le silbarán. (27:13–23)
Zofar no parece ser nada comprensivo o sensible; al contrario, parece más bien un
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hombre envanecido de sí mismo y de sus propias ideas, y totalmente incapaz de
identificarse con Job en este momento de necesidad.

El consejero
Zofar representa muy vívidamente lo contrario de lo que sería un consejero eficaz.
Según Charles Truax y Robert Carkhuff, autores de un estudio detallado de la literatura
disponible, existe un conjunto esencial de cualidades para ser un consejero eficaz, y
señalan, en particular, la autenticidad, la cordialidad no posesiva y la empatía acertada.
Por “autenticidad”, se refieren a una medida del conocimiento de uno mismo en el
consejero, que es consciente de sus propias debilidades y, aun así, suficientemente
seguro de sí mismo para ayudar a otros en la dificultad. Un asesor “auténtico” no se
preocupa demasiado por su estatus o papel, y su respeto por el aconsejado no debe ser
falso.
Por “cordialidad no posesiva”, Truax y Carkhuff se refieren a la habilidad del
consejero para comunicar una aceptación positiva y una preocupación genuina. No
debe ser sentenciosa (donde “sentenciosa” quiere decir acusadora), pero esto no
significa que sea indiscriminada.
Por “empatía”, estos autores se refieren a la capacidad del consejero para ponerse
en el lugar del aconsejado y comprender la situación y los sentimientos de éste sin
acabar naufragando en ellos. Comunica: “Estoy contigo en tu sufrimiento; entiendo
cómo te sientes”. Como Roger Hurding apunta:
A veces, el consejero puede identificarse con el aconsejado porque él
también ha sufrido y ha aprendido de su sufrimiento. Este atributo puede
observarse en la segunda carta de Pablo a los Corintios, donde escribió:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda
tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en
cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados
por Dios”.
Desafortunadamente, ¡Zofar es poco auténtico, menos cordial y sin la más mínimas
empatía!

5. Resumen de las opiniones de los tres amigos


Hemos analizado la dulce sensatez de Elifaz, el lógico, que muy eficazmente ubica
sus razonamientos por encima de la fe en el Dios vivo; hemos examinado a Bildad, el
tradicionalista, el predicador, con su lengua afilada y mente estrecha, que siempre está
más dispuesto a hablar que a escuchar, y, finalmente, nos hemos encontrado cara a
cara con Zofar, el consejero arrogante, cuyo enfoque está marcado por la impetuosidad
y la confrontación directa.

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Así pues, ¿a dónde nos lleva todo esto? Los tres amigos están diciendo la verdad, al
menos en parte, y están defendiendo la idea de que este universo está gobernado por
Dios, que no sólo es todopoderoso, sino también justo y bueno. Sostienen que este
mundo descansa sobre la santidad, la justicia y la sabiduría de Dios, y, naturalmente,
tienen razón. La santidad, la justicia y la sabiduría de Dios no son simplemente producto
de nuestra mente y sentimientos: son objetivamente reales. Es posible que los amigos
piensen que Job está dando demasiada importancia a sus sentimientos. ¡La fe, y no los
sentimientos! Éste es su mensaje: en el universo, existe un orden moral objetivo, algo
fuera de nosotros por lo que somos juzgados.
Elifaz habla basándose en su experiencia de la santidad trascendente de Dios;
Bildad, desde un punto de vista ortodoxo tradicional acerca del poder y la justicia
perfecta de Dios, y Zofar lo hace partiendo de una sobredosis de lo que él llama sentido
común en cuanto a la sabiduría omnisciente e inescrutable de Dios. Todos están
diciendo la verdad o, al menos, parte de ella.
Y, sin embargo, no llegan a satisfacer la necesidad de Job.

Puntos de partida diferentes


Una vez llegados a este momento, deberíamos detenernos para observar una
diferencia importante entre los tres amigos. Todos han empezado hablando de su
concepción de Dios para pasar después a las implicaciones prácticas de su visión de Dios
para este ministerio pastoral, y todas son diferentes, lo que parece ser de una gran
importancia pastoral. La idea que tenemos de Dios y las metáforas que guían nuestra
comprensión sobre él son cruciales en cómo tratamos los diferentes asuntos pastorales
y morales que vamos encontrando. Si, para nosotros, como para Elifaz, Dios es,
principalmente, santo, entonces nos ocuparemos de la situación pastoral de una forma.
Si empezamos, como Bildad, con la justicia de Dios, la trataremos desde otra
perspectiva. Si el tema principal es, como en el discurso de Zofar, la omnisciencia de
Dios, una vez más enfocaremos la situación de otra manera.
En su libro The Responsible Self, Richard Niebuhr considera tres enfoques
primordiales sobre la cuestión de la responsabilidad personal, a la luz de las metáforas
guía de Dios. Unos empiezan con la de Dios como Creador, algunos, con la de Dios como
Reconciliador, y otros con la de Dios como Redentor. Así, la pregunta moral en cada
caso resulta ser: “¿Qué es correcto?”, “¿Qué es bueno?” y “¿Qué es digno?”. La tarea
moral es entendida como una búsqueda, o bien de los principios para obrar
correctamente con el objetivo de que guíen nuestras acciones, o bien de las directrices
de la bondad con el fin de que nos muestren el camino a las mejores consecuencias, o
bien de una respuesta a la pregunta de cómo deberíamos actuar como respuesta a la
acción de Dios en el mundo. Los diferentes enfoques sobre la ética cristiana pueden
entenderse en términos de diferentes metáforas guía para Dios. Evidentemente, todas
ellas son importantes y deben ser consideradas.
Nuestras metáforas guía de Dios establecen la forma en la que formulamos las

53
preguntas morales y pastorales. Si empezamos con Dios como Creador y proveedor de
la ley, es probable que acabemos hablando mayoritariamente sobre la obediencia a los
mandamientos divinos, el pecado y la necesidad del arrepentimiento. Si nuestro punto
de partida es la compasión de Dios el Redentor, es probable que tratemos los temas
morales a partir de nuestra incapacidad para alcanzar los ideales divinos y el camino de
fe. En cambio, si partimos del amor de Dios es probable que enfaticemos,
primordialmente, una ética personalista y la necesidad de una aceptación y una
comprensión mutuas. Por ejemplo, muchos participantes en los debates sobre la
moralidad personal nunca acaban de llegar a un acuerdo, porque parten de puntos
diferentes y están mirando en distintas direcciones. Las conclusiones morales y
pastorales a las que lleguemos dependerán, en grado sumo, de las metáforas guía de
Dios de las que partamos.

Un aviso
Cada uno de los tres amigos de Job tiene una idea de Dios diferente. Todos han
intentado ayudarle, pero han fracasado, por lo que nos hacen recordar que una cosa es
proclamar la verdad acerca de Dios y otra aplicar estas verdades de forma adecuada.
Elifaz elude el problema de Job y le habla de algo diferente; el punto de vista de Bildad
acerca del orden moral es demasiado estrecho para incluir las necesidades personales
de Job, y Zofar piensa que ve las cosas más claramente de lo que en realidad son.
Quizás no podían soportar ver sufrir a su amigo y tal vez tampoco sobrellevar el dolor
ellos mismos.
Todos ellos son consejeros y predicadores y, con todo, el Señor les dice al final del
libro: “Se ha encendido mi ira contra ti… porque no habéis hablado de mí lo que es
recto” (42:7).
En realidad, lo que los amigos habían hecho había sido continuar el ataque satánico
contra Job sobre el que leíamos en los capítulos 1 y 2; han acabado de hundir a Job en
vez de ayudarle a levantarse. De hecho, en su incapacidad de conectar su fe en Dios con
lo profundo de su sufrimiento, le han confirmado aún más sus miserias.
Y, sin embargo, cuando leemos estos capítulos, hay ocasiones en las que es difícil
decir que los tres amigos están equivocados. Verdaderamente, son hombres serios y
religiosos, y su motivación sólo es ayudar a su amigo. En ciertos momentos, sus
palabras son celebraciones maravillosas de la majestad de Dios. Su falsedad, que más
tarde es reprochada por Dios, no es evidente, ya que puede malinterpretarse
fácilmente como buenas palabras. ¿Acaso está mal exaltar la majestad y la justicia
soberanas de Dios?
Entonces, ¿en qué se equivocaron?
Podemos encontrar una pista, como ya hemos entrevisto anteriormente, en la
forma en que Job responde a sus discursos. En ningún momento se queja de que no
estén diciendo la verdad, sino que el problema es que no están comprendiendo su
situación. Una y otra vez, les reprocha la inutilidad y la inoportunidad de sus consejos.

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Job se queja de que un hombre desesperado debería tener la devoción de sus
amigos, pero “Mis hermanos han obrado engañosamente como un torrente” (6:15) y
han demostrado que no son de ninguna ayuda (6:21) e incluso especulan con su amigo
(6:27)”. En verdad”, se burla Job, “que sois el pueblo, y con vosotros morirá la
sabiduría” (12:2). “Pero yo también tengo inteligencia como vosotros”, afirma (12:3);
“Lo que vosotros sabéis yo también lo sé; no soy menos que vosotros” (13:2). “¡Quién
diera que guardarais completo silencio…!” (13:5); “Callad delante de mí para que pueda
hablar yo” (13:13). “Consoladores gravosos sois todos vosotros”, exclama (16:2): “¿No
hay fin a las palabras vacías?” (16:3). Si estuviera en vuestro lugar, insinúa, me
aseguraría de que mis palabras os consolaran, os animaran y os dieran alivio (16:5).
“¿Hasta cuándo me angustiaréis y me aplastaréis con palabras?” (19:2). “Tened piedad,
tened piedad de mí, vosotros mis amigos, porque la mano de Dios me ha herido”.
(19:21). Finalmente, en un reproche cínico y amargo, Job clama: “¡Qué ayuda eres para
el débil! ¡Cómo has salvado al brazo sin fuerza! ¡Qué consejos has dado al que no tiene
sabiduría, y qué útil conocimiento has dado en abundancia!” (26:2–3).
En vista de todo ello, es obvio que Job no está muy satisfecho.

El Dios vivo
Los amigos hablan a partir de un conocimiento teórico de Dios, el de un Dios
estático e invariable, que aplican a todas las situaciones. En cambio, Job nos confronta
con la concepción de un Dios dinámico y vivo. Tal y como lo expresa Karl Barth, estamos
“sumergidos en la tensión y la angustia de la historia en curso entre él y Jehová”. No
hay nada abstracto, teórico o distante en la relación de Job con Dios: “Todo lo que dice,
tanto si es correcto como si no, está bautizado en el fuego de un encuentro doloroso
con Él”.57 Job se debate constantemente en su relación con Dios, por muy
incomprensible que esto parezca. Sus amigos se refugian en una teología distante que
jamás llega a acercarse a las necesidades de Job y esto es precisamente lo que la
convierte en una mentira y desata la ira de Dios sobre ellos. Éstos limitan su relación
con Dios mediante una estructura fija y ordenada en la que Dios es guardado dentro de
una caja ordenada y manejable. Sin embargo, el libro de Job, en su conjunto, rompe
esta caja, la saca de sus moldes y exige que nos enfrentemos a Dios, el Dios vivo, en su
escandalosa y aterradora libertad.
Los tres amigos se equivocaron, pero su error iba “vestido de lo que es correcto” y,
con ello, no dejaron lugar para los dos temas cruciales en la experiencia de Job: la
libertad de Dios y la persona liberada por y para él.
Jehová como el Dios libre del hombre libre Job, y Job como el hombre libre
de este Dios libre, juntos en su libertad divina y humana entran en una crisis en
la que Dios resulta ser incomprensible para Job a pesar de que Él no lo va a
abandonar, y Job se enfada muchísimo con Dios aunque él no lo vaya a
abandonar.

55
Job nos lleva al rigor de Dios y a la miseria de la humanidad, al silencio de Dios y al
desespero de la humanidad y, finalmente, a la misericordiosa autorrevelación de Dios y
a la restauración de la humanidad. Sin embargo, los amigos nunca llegan a verlo o
entenderlo. Su Dios es seguro, mientras que el Dios de Job es terriblemente libre. Su
Dios no tiene la libertad de decidir cuándo ocultar su presencia o cuándo manifestar su
misericordioso amor. El Dios de Job está vivo. No es sólo majestuosamente
trascendente, sino que está personalmente implicado. Incluso cuando Job ya no podía
percibir su presencia, conservó su fe en el hecho de que Dios no podía abandonarle y
no lo haría. El próximo capítulo nos mostrará más detalladamente la intensidad de la
lucha que esto mismo implicaba.

Algunas implicaciones
El error que cometieron los amigos de Job tiene implicaciones en nuestra
comprensión de la fe. Para ellos, la fe era un sistema racional de creencias, separado de
la realidad de una relación viva con Dios (Elifaz), o una verdad a la que agarrarse porque
otros la defendían (Bildad), o incluso una visión del mundo que encajaba con el sentido
común (Zofar). Sin embargo para Job, la fe no es un sistema lógico de creencias, sino
que es una relación dinámica con el Dios vivo, que se mantiene incluso cuando parece
que Dios le haya decepcionado. La fe, para Job, es el don que Dios le ha dado para que
pueda continuar viviendo con sus dudas. La fe no da respuestas, pero es una mano en la
oscuridad que mantiene viva esa confianza de que, a pesar de las apariencias, Dios aún
está a nuestro lado.
En una emisión navideña del 25 de diciembre de 1939, el rey Jorge VI citó estas
palabras:
Y dije al hombre que estaba de pie en la entrada del año: “Dame una luz
para que pueda entrar sin problemas a lo desconocido”. Y él me contestó:
“Entra a la oscuridad y pon tu mano en la mano de Dios. Eso será para ti mejor
que la luz y más seguro que un camino conocido”.
El error que cometieron los amigos de Job también tiene implicaciones en nuestra
teología y cuidado pastorales, ya que el ministerio no consiste sólo en la importantísima
tarea de proclamar la verdad del evangelio, sino que también se trata de prestar
atención a lo particular y lo concreto. No sólo se ocupa de proclamar la trascendencia
de Dios, sino que está declarando la santidad de lo ordinario y lo aparentemente trivial
en las vidas de las personas. No sólo dirige a una nueva persona hacia Dios de manera
aparentemente distante, sino que se sienta con ella en las cenizas para escuchar sus
verdaderos sentimientos y preocupaciones, y permitir que nuestra teología, sermones y
consejos le hablen allí.

Una teología práctica

56
Es mucho más fácil guardar las distancias, como estos tres consoladores miserables,
evitar entrar en los asuntos personales más urgentes y mantener nuestra teología
puramente académica. Pero esto no acaba con el sufrimiento de Job. De la
inoportunidad de estos tres amigos debemos aprender no sólo la importancia de una
teología práctica que satisface las necesidades del ser humano, sino también que, hasta
cierto punto, el medio es el mensaje. En el Nuevo Testamento, a menudo el mensaje
divino es expresado en términos que lo hacen relevante para la situación concreta y
particular de los lectores. Por ejemplo, en 2 de Corintios, no se nos da un discurso
abstracto sobre el ministerio de la reconciliación, sino que éste surge y se desarrolla
basándose en las necesidades particulares de la iglesia de Corintio.
¿No es éste el mensaje de la encarnación de Cristo mismo?
Predicamos a un Cristo que ha venido donde estamos nosotros, en quien, tal y como
lo expresa Thomas Oden, “Dios asume nuestro marco de referencia”. ¿No es la
encarnación una “empatía divina”, para utilizar el término empleado en psicología, en la
que Cristo se relaciona con nosotros en nuestra humanidad sin desprenderse de su
propia identidad? Dios ha venido donde estamos nosotros, y se relaciona con nosotros
tal y como somos en nuestra normalidad e, incluso, en nuestras trivialidades. A Dios le
interesa el día a día de nuestras vidas, y no se trata de una mera cuestión de recibir lo
que nos merecemos. Dios no trata con nosotros basándose simplemente en “siegas lo
que siembras”, sino que ubica su verdad teológica en el contexto más amplio de la
gracia soberana, que nos impide vincular el sufrimiento con pecados determinados.
En el Cristo que carga con nuestro juicio por nosotros, ya no llevamos la carga de
nuestros pecados. En el Cristo cuya vida está unida a la nuestra mediante el Espíritu
Santo, hemos recibido la recompensa de la comunión con Dios. En el Cristo que sufre
por nosotros en la cruz, la simple ley del desierto es reemplazada y Dios se encuentra
con nosotros en su gracia, no porque lo merezcamos, sino porque nos ama. En su amor,
el misterio del sufrimiento encontrará su propio propósito y poder. En vez de la estéril
ortodoxia de las causas naturales, el libro de Job nos insta a reconsiderar el significado
de nuestra relación con el Dios vivo.

El peregrinaje de fe de Job
Job 4–27; 2–31

Nosotros sabemos, aunque Job no, que Dios está trabajando con un propósito
divino relacionado con la corte celestial en mente. Las circunstancias de Job y el
sufrimiento vivido tienen que ver, de alguna forma, con estos propósitos secretos de
Dios. Sin embargo, desde el punto de vista de Job sentado en las cenizas, todo parece
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totalmente incongruente, injusto y caprichoso. Su situación, simplemente, no tiene
sentido. Job ha temido a Dios y se ha apartado del mal, es conocido como un hombre
piadoso y se ha preocupado de forma ejemplar por su familia. Y ahora le han robado los
rebaños y las manadas, los hijos, la seguridad y la salud, y todo sin ningún motivo
aparente.
Los síntomas físicos de su enfermedad son cada vez más espantosos, pues tiene
“llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla” (2:7), que le pican, por lo que
Job toma “un tiesto para rascarse” (2:8). Todo su aspecto está desfigurado (2:12) y los
gusanos entran en sus llagas: “Mi carne está cubierta de gusanos y de una costra de
tierra; mi piel se endurece y supura” (7:5). Además, ha tenido pesadillas (7:14); su
rostro está “enrojecido por el llanto, y cubren mis párpados densa oscuridad” (16:16).
Su aliento huele mal (19:17) y ha perdido mucho peso: “Mis huesos se pegan a mi piel y
a mi carne” (19:20). Le duelen mucho los huesos (30:17), su piel “se ennegrece” (30:30)
y tiene fiebre (30:30).
Además de la miseria física, ha tenido que lidiar con otros problemas. Ha debido
enfrentarse a la voz tentadora de su mujer que, por muy bien intencionada que fuera,
le insistía para que maldijera a Dios y se muriera, y ha recibido la presencia (sin lugar a
dudas, bienvenida) de sus amigos, que han sufrido con él en silencio. Sin embargo, en el
capítulo 3, Job prorrumpe en un clamor desesperado lleno de angustia: “Dime, ¿por
qué?”. Ahora ha tenido que aguantar a sus bienintencionados amigos probando con él
sus conocimientos teológicos y habilidades pastorales, la mayoría de los cuales resultan
inapropiados.
Intentaremos seguir los pasos del peregrinaje de Job y de los cambios que dan sus
emociones en su lucha por dar sentido no sólo a su condición, sino también a su fe.
Existen siete fases en la respuesta de Job desde el capítulo 6 hasta el 27 y, más
adelante, del capítulo 29 al 31, lo que conocemos como “la última tentativa de Job”. En
primer lugar, vamos a pararnos en el capítulo 6, donde Job responde a Elifaz, y después
pasaremos a las diferentes respuestas de Job a los discursos de sus amigos.

1. Fase I: La ira ante las flechas de Dios (Job 6–7)


Job se defiende a sí mismo (6:1–13)
Entonces respondió Job y dijo:
¡Oh, si pudiera pesarse mi sufrimiento,
y ponerse en la balanza junto con mi calamidad!
Porque pesarían ahora más que la arena de los mares:
por eso mis palabras han sido precipitadas.
Porque las flechas del Todopoderoso están clavadas en mí,
cuyo veneno bebe mi espíritu,
y contra mí se juntan los terrores de Dios.
¿Rebuzna el asno montés junto a su hierba,

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o muge el buey junto a su forraje?
¿Se come sin sal lo insípido,
o hay gusto en la clara del huevo?
Mi alma se niega a tocar estas cosas;
son para mí alimento repugnante.
¡Quién me diera que mi petición se cumpliera,
que Dios me concediera mi anhelo,
que Dios consintiera en aplastarme,
que soltara su mano y acabara conmigo!
Mas aún es mi consuelo,
y me regocijo en el dolor sin tregua,
que no he negado las palabras del Santo.
¿Cuál es mi fuerza, para que yo espere,
y cuál es mi fin, para que yo resista?
¿Es mi fuerza la fuerza de las piedras,
o es mi carne de bronce?
¿Es que mi ayuda no está dentro de mí,
y está alejado de mí todo auxilio?

Job está decepcionado con sus amigos (6:14–30)


Para el abatido, debe haber compasión de parte de su amigo;
no sea que abandone el temor del Todopoderoso.
Mis hermanos han obrado engañosamente como un torrente,
como las corrientes de los arroyos que se desvanecen,
que a causa del hielo están turbios
y en los que la nieve se derrite.
Cuando se quedan sin agua, están silenciosos;
cuando hace calor, desaparecen de su lugar.
Serpentean las sendas de su curso,
se evaporan en la nada y perecen.
Las caravanas de Temán los buscaron,
los viajeros de Sabá contaban con ellos.
Quedaron frustrados porque habían confiado,
llegaron allí y fueron confundidos.
Ciertamente, así sois vosotros ahora,
veis algo aterrador y os espantáis.
¿Acaso he dicho: “Dadme algo”,
“De vuestra riqueza ofrecedme un soborno”,
“Libradme de la mano del adversario”,
o: “Rescatadme de la mano de los tiranos”?
Instruidme, y yo callaré;

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mostradme en qué he errado.
¡Cuán dolorosas son las palabras sinceras!
Pero ¿qué prueba vuestro argumento?
¿Pensáis censurar mis palabras,
cuando las palabras del desesperado se las lleva el viento?
Aun echaríais suerte sobre los huérfanos,
y especularíais con vuestro amigo.
Y ahora, tratad de mirarme
y ved si miento en vuestra cara.
Desistid, por favor; que no haya injusticia;
sí, desistid; en ello está aún mi justicia.
¿Acaso hay injusticia en mi lengua?
¿No puede mi paladar discernir calamidades?

Job continúa su queja (7:1–21)


¿No está el hombre obligado a trabajar sobre la tierra?
¿No son sus días como los días de un jornalero?
Como esclavo que suspira por la sombra,
y como jornalero que espera con ansias su paga,
así me han dado en herencia meses inútiles,
y noches de aflicción me han asignado.
Cuando me acuesto, digo:
“¿Cuándo me levantaré?”
Pero la noche sigue,
y estoy dando vueltas continuamente hasta el amanecer.
Mi carne está cubierta de gusanos y de una costra de tierra;
mi piel se endurece y supura.
Mis días pasan más veloces que la lanzadera,
y llegan a su fin sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo,
mis ojos no volverán a ver el bien.
El ojo del que me ve no me verá más;
tus ojos estarán sobre mí, pero yo no existiré.
Como una nube se desvanece y pasa,
así el que desciende al Seol no subirá;
no volverá más a su casa,
ni su lugar lo verá más.
Por tanto, no refrenaré mi boca,
hablaré en la angustia de mi espíritu,
me quejaré en la amargura de mi alma.
¿Soy yo el mar, o un monstruo marino,

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para que me pongas guardia?
Si digo: “Mi cama me consolará,
mi lecho atenuará mi queja”,
entonces tú me asustas con sueños
y me aterrorizas con visiones;
mi alma, pues, escoge la asfixia,
la muerte, en lugar de mis dolores.
Languidezco; no he de vivir para siempre.
Déjame solo, pues mis días son un soplo.
¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas,
para que te preocupes por él,
para que lo examines cada mañana,
y a cada momento lo pongas a prueba?
¿Nunca apartarás de mí tu mirada,
ni me dejarás solo hasta que trague mi saliva?
¿He pecado? ¿Qué te he hecho a ti,
oh guardián de los hombres?
¿Por qué has hecho de mí tu blanco,
de modo que soy una carga para mí mismo?
Entonces, ¿por qué no perdonas mi transgresión
y quitas mi iniquidad?
Porque ahora dormiré en el polvo;
y tú me buscarás, pero ya no existiré.
El estado de ánimo de Job es variable y parece que la depresión está sólo a la vuelta
de la esquina.
En los años 60, la Dra. Elisabeth Kubler-Ross realizó un seminario en la Universidad
de Chicago en el que analizó las implicaciones de tener una enfermedad terminal para
los mismos pacientes y los que les cuidan. En su libro Sobre la muerte y los moribundos,
que ha sido ampliamente reconocido como un clásico, estudia el proceso emocional
típico de quienes se están enfrentando a su última enfermedad y analiza las diferentes
etapas de la negación y el aislamiento, el enojo, la negociación, la depresión y,
finalmente, la aceptación, lo que demuestra que parecen existir unos patrones
comunes en las reacciones de los enfermos en fase terminal. Colin Murray Parkes ha
identificado unas etapas parecidas en el dolor sufrido por la muerte de un ser querido
en su obra magistral Bereavement. Normalmente, el proceso habitual que siguen
quienes han perdido a un ser querido empieza con una etapa de aturdimiento y de
shock, seguida por la necesidad de tener respuestas, la depresión, el enojo y,
finalmente, la superación. A pesar de que estas fases generales del proceso habitual en
el sufrimiento tras la muerte de un ser querido son ampliamente conocidas, a veces, el
dolor puede bloquearse y atascarse patológicamente, por lo que no se puede superar
de manera adecuada.

61
Las etapas del dolor por la muerte de un ser querido
Sorprendentemente, podemos observar que el libro de Job, escrito hace tantos
centenares de años, nos da una percepción muy parecida de las etapas emocionales por
las que Job pasa mientras intenta comprender sus propias pérdidas. Job sufre por
perder su familia, los amigos, la salud y el sentido de la presencia de Dios. A
continuación, observaremos las diferentes fases de su dolor. En el capítulo 2, vemos a
Job aturdido y en silencio, en una etapa de shock e incredulidad. Es incapaz de decir
nada por mucho tiempo y se queda sentado en silencio entre las cenizas. Finalmente, el
silencio da paso a su lamento en el capítulo 3. Pasa a tener preguntas, en su intento de
encontrar alguna explicación a su dolor. Una y otra vez, pregunta “¿por qué?”. Anhela la
muerte y maldice el día en que nació (3:1 y ss.).

El enojo
En los capítulos 6 y 7, Job empieza a enojarse: el enojo es, a menudo, la otra cara de
la depresión y frecuentemente forma parte del dolor.
Así, ¿de dónde viene este enojo?
En 6:4, Job se está sintiendo un poco paranoico. El mundo está en su contra y Dios
también: “las flechas del Todopoderoso están clavadas en mí, cuyo veneno bebe mi
espíritu, y contra mí se juntan los terrores de Dios”.
En 6:8, reitera su anhelo de morir: “¡Quién me diera que mi petición se cumpliera,
que Dios me concediera mi anhelo”, es decir, de tener permiso para morir. Aquí, Job
aún se refiere a Dios como la fuente de vida, y de sus desgracias. Sin embargo, a veces,
su fuerza se acaba agotando: “¿No es así que ni aun a mí mismo me puedo valer…?”
(6:13, RVR1960). Este es un testimonio con el que continuamos encontrándonos
cuando estamos con gente sufriendo por la pérdida de un ser querido o hundidos en
una depresión: “Simplemente, ya no tengo más fuerzas”. Invertimos tanta energía para
combatir el estrés o la ansiedad, que acabamos exhaustos.
Otras veces, Job logra ser lo suficientemente valiente como para enfadarse con su
amigo Elifaz, con lo que deberíamos leer 6:14 como un reproche: “Para el abatido, debe
haber compasión de parte de su amigo”, implicando que Elifaz lo ha decepcionado. Job
continúa su lamento (6:15–21) describiendo a sus amigos como un torrente seco en
verano. Precisamente, cuando es necesaria el agua, los torrentes se secan:
“Ciertamente, así sois vosotros ahora” (6:21).

Enojado con Dios


El enojo de Job también parece estar dirigido a Dios. Él sabe que su sufrimiento no
está relacionado con ningún pecado concreto (6:24, “mostradme en qué he errado”).
Está bajo lo que parece ser la tiranía de Dios y él es como un esclavo que anhela ser

62
libre de su capataz (7:2); como la lanzadera del tejedor, que se mueve, sin propósito
alguno, de un lado a otro (7:6); como un simple soplo, como una nube que rápidamente
pasa (7:7–9). Su vida está tan vacía como el aire. Va de camino al lugar de los muertos,
el Seol, donde todo se desvanece (7:9). Así, ¿por qué no debería expresar lo que
piensa?
“Por tanto”, afirma, “no refrenaré mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu”
(7:11).
En su discurso, incluso se atreve a hacer suyas las maravillosas palabras que
encontramos en el Salmo 8 sobre la gloria del hombre y convertirlas en una parodia:
“¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, para que te preocupes por él?” (7:17).
¡Está muy bien hablar de la gloria del hombre! “Abomino de mi vida” (7:16,
RVR1960). ¡Ya no parezco ser importante para Dios! Aun así, si soy tan insignificante,
¿por qué invierte Dios tanta energía en mí y en causarme tanta aflicción?
Una vez más, aparece la pregunta nacida del enojo: ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por
qué? (7:20–21).
Dios tenía que darse cuenta de su error y hacer pronto algo al respecto, pues Job
estaba en las últimas: “Porque ahora dormiré en el polvo, y si me buscas de mañana, ya
no existiré” (7:21). Cuando Dios llegue a corregir todo esto, ¡será demasiado tarde!
Job tiene el coraje de enojarse, para decir las cosas como son. Está tan perplejo por
lo que parece la tiranía de la injusticia de Dios (las flechas del Todopoderoso), que, en
esta etapa de su viaje, no ve ni una brizna de esperanza.

El enojo adecuado
El enojo no siempre es inadecuado dentro del pueblo de Dios, aunque haya algunos
cristianos que piensen lo contrario. Es evidente que, a menudo, la frontera entre el
enojo y el pecado es frágil y por este motivo debemos diferenciar el enojo que puede
tener un uso creativo y la hostilidad, siempre destructiva. El enojo puede ser usado de
manera positiva, por ejemplo, como señal de que las cosas no van bien en las relaciones
de una persona, si surge juntamente con la energía necesaria para mejorarlas. Es
posible, también, que el enojo sea adecuado cuando expresa la reacción correcta frente
a ciertas situaciones, concretamente frente a la injusticia.
En su impactante libro The Gospel of Anger, Alistair Campbell sugiere que:
La tarea a la que nos enfrentamos, si el compromiso cristiano con la compasión y la
justicia tiene que ser honrada en la forma con la que actuamos hacia los demás, como
individuos o como naciones, es romper la conexión entre el enojo y la acción
destructora y encontrar formas en que las fuertes reacciones de las personas a los
peligros de la vida a su alrededor pueda ponerse al servicio de la totalidad humana.
Campbell sostiene que el enojo puede ser incluso una forma del amor. Lo opuesto al
amor no es enojo, sino odio o indiferencia. El enojo, pues, puede ser adecuado si es
creativo.

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Job no erra al expresar su enojo frente al sufrimiento inocente, en este caso el suyo.
De la misma forma, los cristianos necesitan aprender cómo tratar el enojo
adecuadamente, y no de forma destructiva.

2. Fase II: La desesperación ante el poder de Dios (Job 9–10)


Job reconoce la justicia y el poder de Dios (9:1–13)
Entonces respondió Job y dijo:
En verdad yo sé que es así,
pero ¿cómo puede un hombre ser justo delante de Dios?
Si alguno quisiera contender con Él,
no podría contestarle ni una vez entre mil.
Sabio de corazón y robusto de fuerzas,
¿quién le ha desafiado sin sufrir daño?
Él es el que remueve los montes, y éstos no saben cómo
cuando los vuelca en su furor;
el que sacude la tierra de su lugar,
y sus columnas tiemblan;
el que manda al sol que no brille,
y pone sello a las estrellas;
el que solo extiende los cielos,
y holla las olas del mar;
el que hace la Osa, el Orión y las Pléyades,
y las cámaras del sur;
el que hace grandes cosas, inescrutables,
y maravillas sin número.
Si Él pasara junto a mí, no le vería;
si me pasara adelante, no le percibiría.
Si É arrebatara algo, ¿quién le estorbaría?
Quién podrá decirle: “¿Qué haces?”
Dios no retirará su ira;
debajo de Él se abaten los que ayudan a Rahab.

¿Cómo puede esperar Job presentarse ante Dios en la corte? (9:14–24)


¿Cómo puedo yo responderle,
y escoger mis palabras delante de El?
Porque aunque yo tuviera razón, no podría responder;
tendría que implorar la misericordia de mi juez.
Si yo llamara y Él me respondiera,

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no podría creer que escuchara mi voz.
Porque Él me quebranta con tempestad,
y sin causa multiplica mis heridas.
No me permite cobrar aliento,
sino que me llena de amarguras.
Si es cuestión de poder, he aquí, Él es poderoso;
y si es cuestión de justicia, ¿quién le citará?
Aunque soy justo, mi boca me condenará;
aunque soy inocente, Él me declarará culpable.
Inocente soy,
no hago caso de mí mismo,
desprecio mi vida.
Todo es lo mismo, por tanto digo:
“Él destruye al inocente y al malvado.”
Si el azote mata de repente,
Él se burla de la desesperación del inocente.
La tierra es entregada en manos de los impíos;
Él cubre el rostro de sus jueces;
si no es Él, ¿quién será?

Job renueva su desesperada queja (9:25–35)


Mis días son más ligeros que un corredor;
huyen, no ven el bien.
Se deslizan como barcos de juncos,
como águila que se arroja sobre su presa.
Aunque yo diga: “Olvidaré mi queja,
cambiaré mi triste semblante y me alegraré”,
temeroso estoy de todos mis dolores,
sé que tú no me absolverás.
Si soy impío,
¿para qué, pues, esforzarme en vano?
Si me lavara con nieve
y limpiara mis manos con lejía,
aun así me hundirías en la fosa,
y mis propios vestidos me aborrecerían.
Porque Él no es hombre como yo, para que le responda,
para que juntos vengamos a juicio.
No hay árbitro entre nosotros,
que ponga su mano sobre ambos.
Que Él quite de mí su vara,
y no me espante su terror.

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Entonces yo hablaré y no le temeré;
porque en mi opinión yo no soy así.

Job se queja de la forma en que Dios lo está tratando (10:1–17)


Hastiado estoy de mi vida:
daré rienda suelta a mi queja,
hablaré en la amargura de mi alma.
Le diré a Dios: “No me condenes,
hazme saber por qué contiendes conmigo.
“¿Es justo para ti oprimir,
rechazar la obra de tus manos,
y mirar con favor los designios de los malos?
“¿Acaso tienes tú ojos de carne,
o ves como el hombre ve?
“¿Son tus días como los días de un mortal,
o tus años como los años del hombre,
para que andes averiguando mi culpa,
y buscando mi pecado?
“Según tu conocimiento ciertamente no soy culpable;
sin embargo no hay salvación de tu mano.
“Tus manos me formaron y me hicieron,
¿y me destruirás?
“Acuérdate ahora que me has modelado como a barro,
¿y me harás volver al polvo?
“¿No me derramaste como leche,
y como queso me cuajaste?
“¿No me vestiste de piel y de carne,
y me entretejiste con huesos y tendones?
“Vida y misericordia me has concedido,
y tu cuidado ha guardado mi espíritu.
“Sin embargo, tienes escondidas estas cosas en tu corazón,
yo sé que esto está dentro de ti:
si pecara, me lo tomarías en cuenta,
y no me absolverías de mi culpa.
“Si soy malvado, ¡ay de mí!,
y si soy justo, no me atrevo a levantar la cabeza.
Estoy harto de deshonra y consciente de mi aflicción.
“Si mi cabeza se levantara, como león me cazarías,
y mostrarías tu poder contra mí.
“Renuevas tus pruebas contra mí,
y te ensañas conmigo;

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tropas de relevo vienen contra mí.

Job anhela la muerte (10:18–22)


“¿Por qué, pues, me sacaste de la matriz?
¡Ojalá que hubiera muerto y nadie me hubiera visto!
“Sería como si no hubiera existido,
llevado del vientre a la sepultura.”
¿No dejará Él en paz mis breves días?
Apártate de mí para que me consuele un poco
antes que me vaya, para no volver,
a la tierra de tinieblas y sombras profundas;
tierra tan lóbrega como las mismas tinieblas,
de sombras profundas, sin orden,
y donde la luz es como las tinieblas.
Bildad ya expresó su opinión en el capítulo 8, en que ofreció una perspectiva
ortodoxa tradicional bastante muerta e irrelevante. En los capítulos 9 y 10, Job vuelve a
responder, esta vez con un tono ya desesperado.

La justicia y el poder de Dios


Job empieza tomando la referencia de Bildad acerca de la justicia de Dios (8:3) y
pregunta: “¿cómo puede un hombre ser justo delante de Dios?” (9:2) y después pasa a
hablar de la sabiduría de Dios, su fuerza, su poder creador, su ira, su poder autoritario y
sus maravillosas obras (9:4–10): “Sabio de corazón y robusto de fuerzas… Él es el que
remueve los montes… el que sacude la tierra… el que solo extiende los cielos… el que
hace la Osa, el Orión y las Pléyades, y las cámaras del sur; el que hace grandes cosas…
maravillas”. Por esto, Job se ve obligado a preguntar cómo puede ser que él pueda
causar alguna impresión en un Dios tan grande y majestuoso como éste.
“Si Él pasara junto a mí, no le vería; si me pasara adelante, no le percibiría” (9:11).
Está muy bien, Bildad, que me digas todas estas verdades acerca de Dios. Las creo, pero
no me afectan. ¿Por qué Dios no se rebela a mí, justo aquí y ahora, en esta desgracia
mía?
Ante el poder de Dios, Job sólo puede sentirse desesperado.

Rahab
Job hace referencia al dragón Rahab (9:13), el nombre que en cierta literatura
antigua es dado al mítico monstruo femenino del océano. La derrota de Rahab frente a
Dios es una forma poética de hablar del poder creador de Dios, que trae orden al
mundo al contener las fuerzas caóticas de las profundidades. (Cfr. Job 26:12 y también
38:8–11).

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Sin embargo, apunta Job, si el dragón Rahab no pudo permanecer ante Dios y se
abatió debajo de él (9:13), qué esperanza puedo tener yo cuando, por así decirlo, me
presente ante Dios en el juicio? Si se trata de una competición para ver quién es más
fuerte, Dios ganará de sobras; si se trata de ver quién es el más justo, Dios tiene todos
los puntos (9:19). Por eso, aunque sé que soy inocente (9:15), no hay nada que pueda
decir para cambiar las cosas. Lo único a lo que puedo aspirar es a entregarme a la
misericordia de Dios.
Parece que Dios elimina a todos de la misma forma, independientemente del caso
concreto (9:22): destruye al inocente juntamente con el malvado. Así, “Si soy impío,
¿para qué, pues, esforzarme en vano?” (9:22).
El enojo de Job da paso, en este momento, a un sentido de desesperanza. En él, el
anhelo por Dios, y el temor a acabar encontrándose con él, están tan intrínsecamente
entrelazados que Job cae en la desesperación. Si Dios es el autor de todo este
sufrimiento ¿cómo afecta esto a la fe de Job en Dios? Sería más fácil si no creyera. Es
precisamente la fe de Job en la bondad y justicia supremas de Dios lo que causa este
dilema.

¿Atrapado?
Éste no es un sentimiento que queda muy lejos de lo que muchos de nosotros
hemos sentido en alguna ocasión. Tanto si luchamos contra una depresión o
simplemente estamos tristes, hay momentos en que Dios parece distante y
amenazante. Estamos atrapados porque queremos que todo esté bien entre nosotros y
Dios y, aun así, la distancia de Dios nos aterroriza. Hay veces en que somos tentados a
abandonar completamente a Dios o a creer que él nos debe haber abandonado. Estos
temas aparecen en varios salmos, que nos consuelan con su realismo:
¿Por qué te abates, alma mía?
¿Por qué, SEÑOR, rechazas mi alma?
¿Por qué escondes de mí tu rostro?
Me acuerdo de Dios, y me siento turbado;
me lamento, y mi espíritu desmaya…
¿Ha olvidado Dios tener piedad?
Éstos son sentimientos verdaderos que el pueblo de Dios ha experimentado en
alguna ocasión y deben ser considerados y reconocidos, y el consuelo real que nos da el
libro de Job es que, a pesar del enojo, la desgracia y la desesperación de Job, Dios le
elogia al final de la historia, y, descubrimos que Job no ha obrado mal al sentirse de esta
manera y que no se le recrimina ninguna de sus desesperadas preguntas. Dios, por así
decirlo, puede soportarlas. No hay nada que podamos arrojar a Dios que pueda
separarnos de su amor hacia nosotros en Jesucristo. Pablo expresa esto mismo en
Romanos 8:38–39, al final de un capítulo en que pregunta de manera retórica: “¿Qué

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diremos a esto? Si Dios está por nosotros [y lo está], ¿quién estará contra nosotros?”.

¿Una chispa de esperanza?


Volviendo a Job, empezamos a vislumbrar pequeñas chispas de esperanza en su
desesperación, y hacia el final del capítulo 9 ya podemos observar un cambio en su
tono. En un maravilloso y decisivo avance en la oscuridad, Job muestra, por primera
vez, un intento por encontrar una esperanza y clama: “No hay árbitro entre nosotros,
que ponga su mano sobre ambos. Que Él quite de mí su vara, y no me espante su
terror” (9:33–34). Job quiere un árbitro. ¡Seguro que debe haber alguien que se asegure
de que se hace justicia!
La chispa de esperanza de que, de algún modo, debe haber un árbitro no dura
mucho tiempo. En 10:1, Job vuelve a usar un tono un tanto amargo: “Hastiado estoy de
mi vida: daré rienda suelta a mi queja, hablaré en la amargura de mi alma”., aunque en
realidad se trata más de la tristeza de un sabor amargo que de rencor.
De nuevo, Job se queja por cómo Dios le está tratando. Tú me has dado la vida, “Tus
manos me formaron y me hicieron” (10:8), pero ¿por qué? En el versículo 10:18,
volvemos a encontrar su desesperante pregunta: ¿por qué nací? Desearía haber muerto
antes de que nadie supiera de su nacimiento, “sería como si no hubiera existido”
(10:19).

Dios el Creador en acción


En este punto, debemos pararnos y observar, de paso, la belleza con la que Job
describe su nacimiento. A pesar de su desesperación general frente a la vida y de su
sentimiento de que Dios está, de hecho, destruyendo lo que hizo en el pasado, las
palabras de Job nos ofrecen una vívida descripción de la implicación de Dios en el
proceso reproductivo. Desde los primeros estadios de la vida embrionaria hasta la edad
adulta, la existencia personal de Job ha sido un regalo de Dios y es importante para él:
Tus manos me formaron y me hicieron,
Acuérdate ahora que me has modelado como a barro,
¿No me derramaste como leche,
y como queso me cuajaste?
¿No me vestiste de piel y de carne,
y me entretejiste con huesos y tendones?
Vida y misericordia me has concedido,
y tu cuidado ha guardado mi espíritu. (10:8–12)
En este párrafo y otros parecidos podemos ver claramente que, en la mente de las
personas del Antiguo Testamento, la vida empezaba con la concepción. En la
actualidad, sabemos que los procesos de fertilización e implantación son más
complejos, lo que lleva a algunos a un agnosticismo acerca de cuándo empieza en

69
realidad la vida del ser humano. Este dilema es de gran importancia en los debates
sobre la investigación de embriones humanos y el peliagudo tema del aborto. Sin
embargo, por muy ambiguo que, a nuestro parecer, sea el proceso del comienzo de una
nueva persona, no hay duda de que la vida de cada ser humano empieza con los
procesos de fertilización, concepción e implantación, aunque no podamos afirmar en
ninguna de las fases de este proceso: “ahora estamos seguros de que estamos en la
presencia de un ser humano”. Este hecho tendría, por sí solo, que convencernos de que
las acciones que deliberadamente destruyen la vida del que todavía no ha nacido,
desde el embrión hasta el feto, sólo pueden defenderse con los razonamientos que
podrían justificar acabar con la vida de un ser humano. Job era de la opinión de que su
inicio se remontaba al proceso de la concepción, como también lo creía el autor del
Salmo 139:
Porque tú formaste mis entrañas;
me hiciste en el seno de mi madre.
Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho.
El pronombre implícito “yo” del poeta adulto es el mismo que el “yo” del principio
embrionario. La claridad con la que se manifiesta esta identidad de los seres humanos
que han “logrado”, por así decirlo, tener una vida independiente fuera de la matriz,
debería alertarnos de tratar la vida humana dentro de la matriz únicamente en base a
un agnosticismo sobre cuándo empieza verdaderamente la vida de una persona. Como
mínimo, deberíamos dar el beneficio de la duda al ser humano sin voz que está dentro
de la matriz.
En la cabeza del salmista, y en la de Job, no cabía ninguna duda al respecto. En su
principio, Dios estaba allí. Sin embargo, ahora esta maravilla le parece una pérdida de
tiempo. Ante el poder creacionista de Dios, lo único que Job puede sentir en este
momento es desesperación.

3. Fase III: El terror frente a la ausencia de Dios y la presencia de Dios


(Job 12–14)
Job reconoce la sabiduría y el poder de Dios (12:1–25)
Entonces respondió Job, y dijo:
En verdad que sois el pueblo,
y con vosotros morirá la sabiduría.
Pero yo también tengo inteligencia como vosotros,
no soy inferior a vosotros.
¿Y quién no sabe esto?
Soy motivo de burla para mis amigos,
el que clamó a Dios, y Él le respondió.
Motivo de burla es el justo e intachable.
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El que está en holgura desprecia la calamidad,
como cosa preparada para aquellos cuyos pies resbalan.
Las tiendas de los destructores prosperan,
y los que provocan a Dios están seguros,
a quienes Dios ha dado el poder que tienen.
Y ahora pregunta a las bestias, y que ellas te enseñen,
y a las aves de los cielos, y que ellas te informen.
O habla a la tierra y que ella te instruya,
y que los peces del mar te lo declaren.
¿Quién entre todos ellos no sabe
que la mano del SEÑOR ha hecho esto,
que en su mano está la vida de todo ser viviente,
y el aliento de toda carne de hombre?
¿No distingue el oído las palabras
como el paladar prueba la comida?
En los ancianos está la sabiduría,
y en largura de días el entendimiento.
En Él están la sabiduría y el poder,
y el consejo y el entendimiento son suyos.
He aquí, Él derriba, y no se puede reedificar;
aprisiona a un hombre, y no hay liberación.
He aquí, Él retiene las aguas, y todo se seca,
y las envía e inundan la tierra.
En Él están la fuerza y la prudencia,
suyos son el engañado y el engañador.
Él hace que los consejeros anden descalzos,
y hace necios a los jueces.
Rompe las cadenas de los reyes
y ata sus lomos con cuerda.
Hace que los sacerdotes anden descalzos
y derriba a los que están seguros.
Priva del habla a los hombres de confianza
y quita a los ancianos el discernimiento.
Vierte desprecio sobre los nobles
y afloja el cinto de los fuertes.
Revela los misterios de las tinieblas
y saca a la luz la densa oscuridad.
Engrandece las naciones, y las destruye;
ensancha las naciones, y las dispersa.
Priva de inteligencia a los jefes de la gente de la tierra
y los hace vagar por un yermo sin camino;
andan a tientas en tinieblas, sin luz,
y los hace tambalearse como ebrios.
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Job está decidido, a pesar de su miedo, a defender su integridad
(13:1–28)
He aquí todo esto han visto mis ojos,
lo ha escuchado y entendido mi oído.
Lo que vosotros sabéis yo también lo sé;
no soy menos que vosotros.
Pero quiero hablar al Todopoderoso,
y deseo argumentar con Dios.
Mas vosotros sois forjadores de mentiras;
todos vosotros sois médicos inútiles.
¡Quién diera que guardarais completo silencio
y se convirtiera esto en vuestra sabiduría!
Oíd, os ruego, mi razonamiento,
y prestad atención a los argumentos de mis labios.
¿Hablaréis por Dios lo que es injusto
y diréis por Él lo que es engañoso?
¿Mostraréis por Él parcialidad?
¿Contenderéis por Dios?
¿Os irá bien cuando Él os escudriñe,
o le engañaréis como se engaña a un hombre?
Ciertamente Él os reprenderá
si en secreto mostráis parcialidad.
¿No os llenará de temor su majestad,
y no caerá sobre vosotros su terror?
Vuestras máximas son proverbios de ceniza,
vuestras defensas son defensas de barro.
Callad delante de mí para que pueda hablar yo;
y venga sobre mí lo que venga.
¿Por qué me he de quitar la carne con mis dientes,
y poner mi vida en mis manos?
Aunque Él me mate,
en Él esperaré;
pero defenderé mis caminos delante de Él.
Él también será mi salvación,
porque un impío no comparece en su presencia.
Escuchad atentamente mis palabras,
y que mi declaración llene vuestros oídos.
He aquí ahora, yo he preparado mi causa;
sé que seré justificado.
¿Quién contenderá conmigo?,

72
porque entonces me callaría y moriría.
Sólo dos cosas no hagas conmigo,
y no me esconderé de tu rostro:
retira de mí tu mano,
y tu terror no me espante.
Entonces llama, y yo responderé;
o déjame hablar, y respóndeme tú.
¿Cuántas son mis iniquidades y pecados?
Hazme conocer mi rebelión y mi pecado.
¿Por qué escondes tu rostro
y me consideras tu enemigo?
¿Harás que tiemble una hoja llevada por el viento,
o perseguirás a la paja seca?
Pues escribes contra mí cosas amargas,
y me haces responsable de las iniquidades de mi juventud.
Pones mis pies en el cepo,
y vigilas todas mis sendas;
pones límite a las plantas de mis pies,
mientras me deshago como cosa podrida,
como vestido comido de polilla.

Job lamenta la fragilidad humana (14:1–22)


El hombre, nacido de mujer,
corto de días y lleno de turbaciones,
como una flor brota y se marchita,
y como una sombra huye y no permanece.
Sobre él ciertamente abres tus ojos,
y lo traes a juicio contigo.
¿Quién hará algo limpio de lo inmundo?
¡Nadie!
Ya que sus días están determinados,
el número de sus meses te es conocido,
y has fijado sus límites para que no pueda pasarlos.
Aparta de él tu mirada para que descanse,
hasta que cumpla su día como jornalero.
Porque hay esperanza para un árbol
cuando es cortado, que volverá a retoñar,
y sus renuevos no le faltarán.
Aunque envejezcan sus raíces en la tierra,
y muera su tronco en el polvo,
al olor del agua reverdecerá

73
y como una planta joven echará renuevos.
Pero el hombre muere y yace inerte.
El hombre expira, ¿y dónde está?
Como las aguas se evaporan del mar,
como un río se agota y se seca,
así el hombre yace y no se levanta;
hasta que los cielos ya no sean
no se despertará ni se levantará de su sueño.
¡Oh, si me escondieras en el Seol,
si me ocultaras hasta que tu ira se pasara,
si me pusieras un plazo, y de mí te acordaras!
Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?
Todos los días de mi batallar esperaré
hasta que llegue mi relevo.
Tú llamarás, y yo te responderé;
añorarás la obra de tus manos.
Porque ahora cuentas mis pasos,
no observas mi pecado.
Sellada está en un saco mi transgresión,
y tienes cubierta mi iniquidad.
Pero el monte que cae se desmorona,
y se cambia la roca de su lugar;
el agua desgasta las piedras,
sus torrentes se llevan el polvo de la tierra;
así destruyes tú la esperanza del hombre.
Prevaleces para siempre contra él, y se va;
cambias su apariencia, y lo despides.
Alcanzan honra sus hijos, pero él no lo sabe;
o son humillados, pero él no lo percibe.
Mas su cuerpo le da dolores,
y se lamenta sólo por sí mismo.
Zofar empieza a hablar en el capítulo 11 con una confianza insolente e inmadura, y
Job le responde en el capítulo 12, donde rechaza el escarnio de Zofar y reafirma, una
vez más, su propia perspectiva de la situación. Sus amigos no son omniscientes, por lo
que el punto de vista de Job no debería dejarse de lado tan rápidamente.
“En verdad que sois el pueblo [el pueblo que sabe, subraya amargamente Job] y con
vosotros morirá la sabiduría. Pero yo también tengo inteligencia” (12:2–3a). Al desdén
de Job por la irrelevancia de sus amigos se le añade el dolor que parece haberse
convertido en el objeto de su escarnio: “Soy motivo de burla para mis amigos, el que
clamó a Dios, y Él le respondió. Motivo de burla es el justo e intachable” (12:4).

74
La sabiduría y el poder de Dios
En 12:13–13:1, Job describe la sabiduría y la omnipotencia de Dios. Nadie puede
negar el poder de Dios. En los mundos de la naturaleza, la sociedad humana, la
comunidad religiosa y los asuntos nacionales e internacionales (12:15–25), se puede
percibir el poder de Dios, aunque Job lo expresa casi en términos de una desesperación
fatalista. ¡No hay nada de la sabiduría y la omnisciencia de Dios que tú puedas
enseñarme, Zofar! Sé que Dios es todopoderoso, pero, ¿a dónde me lleva esto? “He
aquí todo esto han visto mis ojos, lo ha escuchado y entendido mi oído. Lo que vosotros
sabéis yo también lo sé” (13:1–2), pero eso no ayuda. Por tanto, Zofar, no vengas
diciéndome que tengo que arrepentirme. ¡Quiero defender mi causa delante de Dios!
(13:3–4).
Job sabe que no está libre de pecado, pero es inocente de todo lo que podría
merecer directamente el sufrimiento que ha tenido que soportar. Estos médicos inútiles
simplemente encubren la situación (13:4). ¿Por qué simplemente no se callan? (13:13).
Así, en el siguiente párrafo (13:13 y ss.), Job básicamente le ruega a Dios que retire
de él su mano y que su terror no le espante (13:21).
Job ansía salir de esta miseria, pero aún le importa más no encontrar que ha pasado
de confiar en Dios a tenerle miedo. Lo que más le preocupa es que Dios resulte ser un
monstruo y que haya puesto su fe en el fundamento equivocado. ¡Seguro que no puede
tratarse de esto!
En 13:24, Job ora: “¿Por qué escondes tu rostro y me consideras tu enemigo?”. Aquí
vemos a Job atrapado en un estado de ansiedad con un elemento considerable de
paranoia. Está siendo perseguido. Cree que Dios es aterrador. Está en el borde de la
nada, mirando hacia el abismo.
El Dr. Frank Lake, el psiquiatra misionero que fundó la Clinical Theology Association,
exploró algunos de los sentimientos de Job en este momento en su estudio sobre la
paranoia. Lake señala que “el sentido indeleble de la naturaleza persecutoria del
mundo de Dios en Job es fuerte. Donde ‘ser uno mismo’ es amenazado de muerte, el
‘bienestar’ también está perdido”. A continuación, describe el sentido en algunas
personas de que su propio ser está cayendo hacia el abismo y que la ansiedad
persecutoria y la paranoia están tomando control. En estos momentos, parece que todo
“derecho de bienestar está siendo retenido injustamente”. Cuando esto ocurre:
Existe una responsabilidad de proyectar este sentimiento persecutorio en lo
que nos rodea durante el resto de nuestra vida. Cuando la condición de la vida
se vuelve persecutoria, como en el caso de Job, toda el alma se llena de un
sentido constante de la tiranía de Dios.

Job se lamenta de la fragilidad humana


Al pasar al capítulo 14 del libro de Job, encontramos a Job reflexionando una vez

75
más en el hecho de que Dios se le aparece en forma de destructor. Parece que hay
esperanza para un árbol, ya que, si lo cortan, volverá a retoñar (14:7) pero, en cambio,
no la hay para él. Dios, incluso, parece ser el que destruye la esperanza del hombre
(14:19).
Job se halla en el oscuro hoyo de la desesperación. Ahora, la depresión se está
extendiendo sobre él como una negra nube. Quienes han tenido que luchar contra una
enfermedad depresiva entienden lo que Job quiere decir: “Mas su cuerpo le da dolores,
y se lamenta sólo por sí mismo” (14:22). Las personas depresivas acaban siendo
totalmente egocéntricas y no pueden ver más allá de sus propias miserias.
La depresión es uno de los peores males a que puede enfrentarse un ser humano.
La profunda oscuridad que domina su mente y su corazón, el sentido de falta de valor
de uno mismo y de desesperanza, el sueño trastornado, la pérdida de apetito, el
letargo, la falta de motivación, el constante lloro incontrolado y, a menudo, el anhelo
de la liberación que supone la muerte, juntos, crean una enfermedad de la mente que
puede llegar a ser completamente insoportable.
Yo he perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber la causa, toda mi
alegría, olvidando mis ordinarias ocupaciones. Y este accidente ha sido tan
funesto para mi salud, que la tierra, esa divina máquina, me parece un
promontorio estéril.
A veces, una depresión está relacionada con la química corporal y, en estos casos, la
llamada depresión “endógena”, a menudo, puede mejorar con la medicación adecuada.
En otras ocasiones, como en el caso de Job, la depresión es una condición reactiva; es la
forma en que la mente y el cuerpo reaccionan frente a causas ajenas a la persona,
como, por ejemplo, lo es a menudo, una pérdida. Otras veces, la depresión puede ser la
respuesta espiritual a una verdadera culpa moral y el remedio adecuado es el perdón y
la restauración, aunque en el libro de Job no se trata de esto.
No es de extrañar que los buenos consejos de sus amigos simplemente no den en el
blanco.

¿Aún hay esperanza?


Sin embargo, Job aún no ha tocado fondo, ya que, en unos versículos anteriores, en
14:12–17, pasa por una fase en la que parece que podemos vislumbrar fugazmente un
poco de esperanza.
La palabra “hasta” aparece en más de una ocasión. Job está aguantando hasta que
la situación cambie: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?… esperaré hasta que llegue
mi relevo.
Tú llamarás, y yo te responderé; añorarás la obra de tus manos” (14:14–15). ¿Habrá
un tiempo en que la ira de Dios haya pasado, en que Job sea recordado y llegue su
relevo? ¿Volverá Dios a alegrarse por tener una buena relación con Job? ¿Llegará este
momento?

76
Este hombre de fe e integridad se aferra (muy fugazmente) a una esperanza
diminuta, ¿quizás una esperanza en la resurrección?

4. Fase IV: La esperanza de ser vindicado empieza a crecer (Job 16–17)


Job describe a sus amigos como unos “consoladores gravosos”
(16:1–5)
Entonces respondió Job, y dijo:
He oído muchas cosas como éstas;
consoladores gravosos sois todos vosotros.
¿No hay fin a las palabras vacías?
¿O qué te provoca para que así respondas?
Yo también hablaría como vosotros,
si vuestra alma estuviera en lugar de mi alma.
Podría hilvanar palabras contra vosotros,
y menear ante vosotros la cabeza.
Os podría alentar con mi boca,
y el consuelo de mis labios podría aliviar vuestro dolor.

Job se queja a Dios (16:6–17)


Si hablo, mi dolor no disminuye,
y si callo, no se aparta de mí.
Pero ahora Él me ha agobiado;
tú has asolado toda mi compañía,
y me has llenado de arrugas
que en testigo se han convertido;
mi flacura se levanta contra mí,
testifica en mi cara.
Su ira me ha despedazado y me ha perseguido,
contra mí Él ha rechinado los dientes;
mi adversario aguza los ojos contra mí.
Han abierto contra mí su boca,
con injurias me han abofeteado;
a una se aglutinan contra mí.
Dios me entrega a los impíos,
y me echa en manos de los malvados.
Estaba yo tranquilo, y Él me sacudió,
me agarró por la nuca y me hizo pedazos;
también me hizo su blanco.
Me rodean sus flechas,

77
parte mis riñones sin compasión,
derrama por tierra mi hiel.
Abre en mí brecha tras brecha;
arremete contra mí como un guerrero.
Sobre mi piel he cosido cilicio,
y he hundido en el polvo mi poder.
Mi rostro está enrojecido por el llanto,
y cubren mis párpados densa oscuridad,
aunque no hay violencia en mis manos,
y es pura mi oración.

Job apela esperanzado a su “testigo” en el cielo (16:18–17:2)


¡Oh tierra, no cubras mi sangre,
y no haya lugar para mi clamor!
He aquí, aun ahora mi testigo está en el cielo,
y mi defensor está en las alturas.
Mis amigos son mis escarnecedores;
mis ojos lloran a Dios.
¡Ah, si un hombre pudiera arguir con Dios
como un hombre con su vecino!
Porque cuando hayan pasado unos pocos años,
me iré por el camino sin retorno.
Mi espíritu está quebrantado, mis días extinguidos,
el sepulcro está preparado para mí.
No hay sino escarnecedores conmigo,
y mis ojos miran su provocación.

Job anhela la muerte (17:3–16)


Coloca, pues, contigo una fianza para mí;
¿quién hay que sea mi fiador?
Porque has escondido su corazón del entendimiento,
por tanto no los exaltarás.
Al que denuncie a sus amigos por una parte del botín,
a sus hijos se les debilitarán los ojos.
Porque Él me ha hecho proverbio del pueblo,
y soy uno a quien los hombres escupen.
Mis ojos se oscurecen también por el sufrimiento,
y mis miembros todos son como una sombra.
Los rectos se quedarán pasmados de esto,
y el inocente se indignará contra el impío.

78
Sin embargo el justo se mantendrá en su camino,
y el de manos limpias más y más se fortalecerá.
Pero volveos todos vosotros, y venid ahora,
pues no hallo entre vosotros a ningún sabio.
Mis días han pasado, se deshicieron mis planes,
los deseos de mi corazón.
Algunos convierten la noche en día, diciendo:
“La luz está cerca”, en presencia de las tinieblas.
Si espero que el Seol sea mi casa,
hago mi lecho en las tinieblas;
si digo al hoyo: “Mi padre eres tú”,
y al gusano: “Mi madre y mi hermana”,
¿dónde está, pues, mi esperanza?,
y mi esperanza ¿quién la verá?
¿Descenderá conmigo al Seol?
¿Nos hundiremos juntos en el polvo?
El segundo ciclo de discursos de los tres amigos, juntamente con las respuestas de
Job, empieza en el capítulo 15 con Elifaz. La respuesta de Job empieza en el capítulo 16,
con la misma afirmación de antes: “consoladores gravosos sois todos vosotros” (16:2).
Una vez más, siente que Dios le ha “agobiado” (16:7). La inocencia de Job vuelve a
ser la paradoja: podía entender que Dios tratara a los impíos de esta forma, ¡pero no a
él! (16:11–17). Sus ojos se están oscureciendo por el dolor (17:7), sus amigos son
consejeros inútiles (17:10) y, prácticamente, no le queda esperanza (17:15).

La confianza
Sin embargo, en medio de su discurso, volvemos a encontrar un párrafo que denota
una confianza más fuerte que la que habíamos visto hasta ahora. La esperanza efímera
en la resurrección que encontramos en el capítulo 14 parece dar lugar a una esperanza
más fuerte en la vindicación, no en la tierra, sino en el cielo: “aun ahora mi testigo está
en el cielo, y mi defensor está en las alturas” (16:19). Aquí, Job se está refiriendo a Dios
y deja entrever un tema que, más adelante, aparece de forma aún más clara: que la
vindicación llegará a través de la restauración de una comunión entre él y Dios: “Coloca,
pues, contigo una fianza para mí”, pide en 17:3, apelando a Dios para asegurarse de
que escucha su caso.
La desesperación se está volviendo más ambigua. En cuanto a sus amigos, Job los ha
dejado por imposibles y, en cuanto a Dios, el enfado unidimensional de Job ha dado
paso a un enfoque bidimensional. Aún existe el temor y el sentimiento de injusticia en
la forma en que Dios lo ha tratado, pero cada vez más hay un sentimiento creciente de
que todo no es lo que parece y que, un día, en otro momento y en otro lugar, será
vindicado.
Sin embargo, esta confianza sufre algunos golpes en el camino y el segundo discurso

79
de Bildad en el capítulo 18 no ayuda.

5. Fase V: ¡El Redentor vive! (Job 19)


La paciencia de Job se está agotando (19:1–6)
Entonces respondió Job y dijo:
¿Hasta cuándo me angustiaréis
y me aplastaréis con palabras?
Estas diez veces me habéis insultado,
¿no os da vergüenza perjudicarme?
Aunque en verdad yo haya errado,
mi error queda conmigo.
Si en verdad os jactáis contra mí,
y comprobáis mi oprobio,
sabed ahora que Dios me ha agraviado
y me ha envuelto en su red.

Job se siente abandonado por Dios (19:7–12)


He aquí, yo grito: “¡Violencia!”, pero no obtengo respuesta;
clamo pidiendo ayuda, pero no hay justicia.
Él ha amurallado mi camino y no puedo pasar,
y ha puesto tinieblas en mis sendas.
Me ha despojado de mi honor
y quitado la corona de mi cabeza.
Me destruye por todos lados, y perezco,
y como a un árbol ha arrancado mi esperanza.
También ha encendido su ira contra mí
y me ha considerado su enemigo.
Se concentran a una sus ejércitos,
preparan su camino de asalto contra mí,
y alrededor de mi tienda acampan.

Job ruega a sus amigos que tengan piedad de él (19:13–22)


Él ha alejado de mí a mis hermanos,
y mis conocidos están apartados completamente de mí.
Mis parientes me fallaron
y mis íntimos amigos me han olvidado.
Los moradores de mi casa y mis criadas me tienen por extraño,
extranjero soy a sus ojos.

80
Llamo a mi siervo, y no responde,
con mi propia boca tengo que rogarle.
Mi aliento es odioso a mi mujer,
y soy repugnante a mis propios hermanos.
Hasta los niños me desprecian,
me levanto, y hablan contra mí.
Todos mis compañeros me aborrecen,
y los que amo se han vuelto contra mí.
Mis huesos se pegan a mi piel y a mi carne,
y sólo he escapado con la piel de mis dientes.
Tened piedad, tened piedad de mí, vosotros mis amigos,
porque la mano de Dios me ha herido.
¿Por qué me perseguís como Dios lo hace,
y no os saciáis ya de mi carne?

Job está seguro de su redentor (19:23–29)


¡Oh, si mis palabras se escribieran,
si se grabaran en un libro!
¡Si con cincel de hierro y con plomo
fueran esculpidas en piedra para siempre!
Yo sé que mi Redentor vive,
y al final se levantará sobre el polvo.
Y después de deshecha mi piel,
aun en mi carne veré a Dios;
al cual yo mismo contemplaré,
y a quien mis ojos verán y no los de otro.
¡Desfallece mi corazón dentro de mí!
Si decís: “¿Cómo le perseguiremos?”,
y: “¿Qué pretexto hallaremos contra él?”,
temed la espada por vosotros mismos,
porque el furor trae el castigo de la espada
para que sepáis que hay juicio.
El discurso de Bildad en el capítulo 18 sume a Job otra vez en la desesperación y
éste empieza su respuesta con un lamento lleno de aflicción: “¿Hasta cuándo me
angustiaréis?” (19:1).
En este momento de la historia, está claro que Job ha acabado por creer que, si esto
es lo mejor que puede hacer Dios, no está muy impresionado. Si Dios le envía amigos
como Bildad, ¿quién necesita enemigos? “Dios me ha agraviado y me ha envuelto en su
red” (19:6), “He aquí, yo grito: ‘¡Violencia!’, pero no obtengo respuesta; clamo pidiendo
ayuda, pero no hay justicia” (19:7).
El pastor Richard Wurmbrand solía hablar del tiempo en que fue prisionero de

81
conciencia bajo un régimen totalitario represivo. Para ilustrar los gritos de otros
cristianos, que se escuchaban a diario desde las celdas, al ser torturados por su fe, echó
atrás sus manos y su cabeza, y profirió un grito largo, fuerte, agonizante, aterrador.
Así es como grita Job aquí. En cuanto a su sufrimiento, no podemos decir mucho
más. Dios ha arrancado su esperanza como si de un árbol se tratara (19:10), su familia y
amigos le han fallado (19:13–14) y sus invitados e incluso sus sirvientes le tienen por un
extraño (19:15). Ha sido abandonado por Dios y por todos los demás. Así, sólo ruega
que tengan piedad de él: “Tened piedad, tened piedad de mí, vosotros mis amigos,
porque la mano de Dios me ha herido” (19:21). El terror de ser abandonado por Dios se
está apoderando de él, y la pérdida de aquellos que ama (19:19) incrementa el
sentimiento de soledad y aislamiento.
Pero es aquí, la desesperación, cuando se ha tocado fondo, que la fe de Job
experimenta la mayor renovación hasta ahora. En este momento, en las palabras que
siempre son tan difíciles de traducir, habla de su Redentor. Quiere dejar constancia de
cómo se sintió, para que, cuando ya no esté, otros puedan oír su lado de la historia:
¡Oh, si mis palabras se escribieran,
si se grabaran en un libro!
¡Si con cincel de hierro y con plomo
fueran esculpidas en piedra para siempre!
Yo sé que mi Redentor vive,
y al final se levantará sobre el polvo.
Y después de deshecha mi piel,
aun en mi carne veré a Dios;
al cual yo mismo contemplaré,
y a quien mis ojos verán y no los de otro.
¡Desfallece mi corazón dentro de mí! (19:23–27)
Ahora, se atreve a poner su fe en aquel que, más allá de esta experiencia terrenal,
será su Redentor.

Go’el: el pariente cercano y Redentor


La palabra que Job emplea y que se traduce como “Redentor” es la palabra hebrea
go’el. Su esperanza se centra, en estos momentos, en un go’el. Muy a menudo, en la
Biblia, go’el se refiere al pariente, a veces el familiar más cercano, que intervenía en una
situación para conservar algunos de los derechos familiares. Podría tratarse de vengar
la muerte de un miembro de la familia asesinado o actuar para redimir a una persona76
o una propiedad. También podría implicar, como sucede en la historia de Rut, el
matrimonio de una viuda para dar un heredero a su esposo fallecido.78 La institución del
go’el depende de la solidaridad en un grupo de parentesco. El go’el es un pariente
cercano y un redentor.
El término go’el también es usado por el pueblo del pacto para referirse a Jehová,

82
su Dios del pacto. Al principio, cuando Dios se reveló a Moisés y lo envió a negociar con
Faraón la liberación de los esclavos israelitas de Egipto, dijo a Moisés: “Por tanto, di a
los hijos de Israel: ‘Yo soy el SEÑOR, y os sacaré de debajo de las cargas de los egipcios,
y os libraré de su esclavitud, y os redimiré (g’l) con brazo extendido’ ”. El Señor que
redime a su pueblo de la carga de sus esclavitudes es su pariente cercano y su
Redentor. El salmista del Salmo 72 también afirma:
De engaño y de violencia redimirá (g’l) sus almas,
y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos.
Las obras salvíficas de Jehová, el pariente cercano y Redentor, fluyen desde su amor
y expresan el costo de su esfuerzo redentor (“con brazo extendido”).
Sin lugar a dudas, esta imagen de Jehová está en la mente de Job cuando utiliza esta
palabra al hablar de aquel en quien basa su esperanza y, aun así, se trata de una imagen
que crea perplejidad. Para Job, Dios ha sido su enemigo (16:9), su acusador y su
adversario. Así pues, ¿es que el go’el a quien Job dirige su mirada es una tercera
persona que actuará como mediador entre Job y Dios? Algunos comentaristas han
adoptado este punto de vista, pues creen que la idea que Job tiene de Dios y su
comprensión del go’el que acabamos de presentar a grandes rasgos son incompatibles.
Sin embargo, en el siguiente versículo, queda claro que Job mira hacia adelante en fe
para ver a Dios. Por tanto, parece bastante probable que el go’el a quien se dirige no es
otro que Jehová, el Señor del pacto. El vindicador que en el juicio estará del lado de Job
es Dios mismo. Es posible que lo que debamos ver sea precisamente esta paradoja en la
naturaleza del Dios de Job. La experiencia de Dios que vive Job ha sido la de alguien que
se presenta al otro como su enemigo. Todo lo que ha visto en estos días pasados ha
sido el lado oscuro de Dios. El nombre Jehová, el nombre personal del pacto para “el
Señor” en quien Job había puesto previamente su fe (1:21), no ha sido empleado desde
el capítulo 2. “Jehová” parece haber sido reemplazado en la experiencia de Job por “el
Todopoderoso”. Sin embargo ahora, en plena oposición divina, Job se aferra a lo que
conoce del Señor del pacto. Fue Jehová quien redimió a Israel de Egipto con su brazo
extendido, ¡y será Jehová el Redentor y pariente cercano quien lo vindicará!

La vindicación
Dios no lo defraudará. Cuando toda su carne ha sido destruida por esas terribles
llagas y por la muerte misma, el Dios vivo le redimirá y vindicará su causa.
Las palabras “Sé que mi Redentor vive”, que leemos desde la perspectiva de la cruz
del Calvario, han sido muy a menudo una fuente de consuelo para los cristianos en
momentos de dificultad. Fueron inmortalizadas no sólo en el culto del Libro de oración
para el Entierro de los muertos, sino también en el Mesías de Händel. Aunque el
significado cristiano completo que tienen para nosotros hoy en día era simplemente el
primer rayo de la luz del alba para Job, el Dios en quien confía es el Dios que se ha dado
a conocer en Jesús como el pariente, Redentor y Vindicador de aquellos que confían en

83
él. Job, sabiendo tan poco, ¡dijo mucho! Algunos de nosotros, que sabemos más acerca
de Dios que Job, pero, aun así, confiamos tan poco en el Señor, deberíamos seguir el
ejemplo de Job.
Entonces, en el capítulo 20, de nuevo Zofar lo echa todo a perder para Job.

6. Fase VI: Cuestiones de teodicea: Job critica la forma que Dios


emplea para gobernar el mundo (Job 21)
Job ruega que se le escuche (21:1–6)
Entonces respondió Job, y dijo:
Oíd atentamente mi palabra,
y sea esto el consuelo que me deis.
Toleradme, y yo hablaré;
y después que haya hablado, escarneced.
¿Acaso me quejo yo de algún hombre?
¿Y por qué no se ha de angustiar mi espíritu?
Miradme, y espantaos,
y poned la mano sobre la boca.
Aun yo mismo, cuando me acuerdo, me asombro,
y el temblor estremece mi carne.

La prosperidad del impío (21:7–16)


¿Por qué viven los impíos,
y se envejecen, y aun crecen en riquezas?
Su descendencia se robustece a su vista,
y sus renuevos están delante de sus ojos.
Sus casas están a salvo de temor,
ni viene azote de Dios sobre ellos.
Sus toros engendran, y no fallan;
paren sus vacas, y no malogran su cría.
Salen sus pequeñuelos como manada,
y sus hijos andan saltando.
Al son de tamboril y de cítara saltan,
y se regocijan al son de la flauta.
Pasan sus días en prosperidad,
y en paz descienden al Seol.
Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros,
porque no queremos el conocimiento de tus caminos.
¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos?
¿Y de qué nos aprovechará que oremos a Él?
He aquí que su bien no está en mano de ellos;
84
el consejo de los impíos lejos esté de mí.

Aunque el impío no cae a menudo, todos morirán (21:17–26)


¡Oh, cuántas veces la lámpara de los impíos es apagada,
y viene sobre ellos su quebranto,
y Dios en su ira les reparte dolores!
Serán como la paja delante del viento,
y como el tamo que arrebata el torbellino.
Dios guardará para los hijos de ellos su violencia;
le dará su pago, para que conozca.
Verán sus ojos su quebranto,
y beberá de la ira del Todopoderoso.
Porque ¿qué deleite tendrá él de su casa después de sí,
siendo cortado el número de sus meses?
¿Enseñará alguien a Dios sabiduría,
juzgando él a los que están elevados?
Este morirá en el vigor de su hermosura, todo quieto y pacífico;
sus vasijas estarán llenas de leche,
y sus huesos serán regados de tuétano.
Y este otro morirá en amargura de ánimo,
y sin haber comido jamás con gusto.
Igualmente yacerán ellos en el polvo,
y gusanos los cubrirán.

Las explicaciones de sus amigos no se adecuan a la experiencia


(21:27–34)
He aquí, yo conozco vuestros pensamientos,
y las imaginaciones que contra mí forjáis.
Porque decís: ¿Qué hay de la casa del príncipe,
y qué de la tienda de las moradas de los impíos?
¿No habéis preguntado a los que pasan por los caminos,
y no habéis conocido su respuesta,
que el malo es preservado en el día de la destrucción?
Guardado será en el día de la ira.
¿Quién le denunciará en su cara su camino?
Y de lo que él hizo, ¿quién le dará el pago?
Porque llevado será a los sepulcros,
y sobre su túmulo estarán velando.
Los terrones del valle le serán dulces;
tras de él será llevado todo hombre,

85
y antes de él han ido innumerables.
¿Cómo, pues, me consoláis en vano,
viniendo a parar vuestras respuestas en falacia?
La respuesta de Job al discurso de Zofar en el capítulo 20 elude el enfoque terrenal.
Sus amigos siguen hablando de sus pecados y de la necesidad de arrepentimiento. Job
lleva la discusión a una nueva dimensión. Ahora su atención se centra en la forma en la
que Dios gobierna el mundo.
Una vez ha aceptado que ésta es una vida de sufrimiento y ha confiado en que su
Redentor lo vindicará al final, Job empieza a hablar de teodicea, es decir, intenta
justificar los caminos de Dios en un mundo de sufrimiento y dolor.
Job rechaza la lógica que sus amigos introducen en su teología. No cabe duda de
que Job habría compartido su opinión de que, en el universo moral de Dios, la rectitud
es recompensada y la maldad, castigada. Como recordaremos, sus amigos habían
abundando en esta lógica hasta sugerir que, puesto que Job estaba sufriendo, tenía que
haber pecado. Sin embargo, toda la experiencia de Job contradice esta afirmación. No
sólo está sufriendo en su inocencia, sino que el impío, de hecho, ¡se lo pasa bastante
bien! El capítulo 21 habla extensamente sobre la prosperidad de los malvados.
Demasiado a menudo parece que tienen una vida buena y fácil, sus hijos prosperan y
ellos mueren en paz. Y viven sin hacer referencia alguna a Dios. ¿Cómo pueden los
amigos de Job seguir diciendo que el impío acabará fracasando, cuando en realidad
viven mejor que muchos devotos? Como consecuencia, Job intenta exculpar a Dios:
“¿Enseñará alguien a Dios sabiduría, juzgando él a los que están elevados?” (21:22).
Tanto si una persona vive con vigor y en confianza como si lo hace con amargura en su
alma, al final ¿qué más da? “Igualmente yacerán ellos en el polvo, y gusanos los
cubrirán”. (21:26). Por esto, Job ataca a sus miserables consoladores afirmando que
todo su enfoque está basado en una “falacia” (21:34). Es demasiado fácil sugerir que
nuestra suerte en la vida está directamente relacionada con nuestra santidad, a pesar
de que los hechos lo desmientan.
Job sigue la dirección más explícitamente marcada, como ya hemos visto, por el
autor del Salmo 73, que casi resbala al ver “la prosperidad de los impíos”. Hay muchas
personas impías que tienen una vida fácil. ¿Por qué lo permite Dios?
Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón,
y lavado mis manos en inocencia.
Pero entonces aparece el punto de inflexión en el pensamiento del salmista:
Cuando pensé para saber esto,
fue duro trabajo para mí,
hasta que entrando en el santuario de Dios,
comprendí el fin de ellos.
Job no acaba de tener una seguridad como la del salmista, pero no le cabe duda de

86
que la simple ecuación formulada por sus amigos no es más que “falacia” (21:34).

Justificar a Dios
El tema de la teodicea presenta una serie de cuestiones teológicas fundamentales.
¿Ell mundo en que vivimos es el que Dios originalmente creó? Si éste fuera el caso,
podríamos pensar que no hizo un trabajo muy bueno. ¿O, acaso, se trata de un mundo
fundamentalmente estropeado y caído? Eso nos llevaría a preguntarnos cómo y por qué
permitió Dios que su buena creación se echara a perder. ¿Podemos exculpar a Dios y
echar la culpa de los defectos de este mundo al pecado, o al egoísmo, o a Satanás? Si lo
hacemos, ¿estamos reconociendo que Dios ha limitado tanto su poder, que ya no tiene
el control de lo que ocurre en el mundo?
Otra cuestión es la forma en la que entendemos la acción de Dios en el mundo. ¿Es
que, en el momento de la creación, Dios simplemente dio cuerda al mundo y lo dejó
solo, retirándose a algún lugar deísta lejano y sin volver a involucrarse directamente en
cómo va evolucionando el mundo? ¿O es un Dios que puede intervenir directamente en
los acontecimientos diarios del mundo, que le afecta lo que sucede en él y que podría
cambiar las cosas si así lo deseara? Si es así, esto nos deja con la pregunta de por qué
Dios no cambia algunas de las cosas que, de todas todas, nos parecen malas o causan
un sufrimiento inútil. ¿O es que, quizás, Dios mismo es parte del proceso que sigue el
mundo? ¿Es que deberíamos entender todo lo que ocurre como la actividad creadora
de Dios, quien está íntimamente involucrado en los azares y los cambios del mundo,
pero que no “interviene” como si fuera alguien externo a él, sino que se encuentra en el
sufrimiento y en las alegrías?

Cuestiones teológicas
El problema del mal y del sufrimiento en el mundo forma parte de estas cuestiones
más amplias acerca de la naturaleza de Dios y de la naturaleza de la creación, y que han
sido debatidas por los teólogos durante mucho tiempo. Ireneo, en el s. II d.C., desarrolló
una teodicea en la que afirmaba que los seres humanos habían sido creados a imagen
de Dios, pero que todavía no eran suficientemente maduros para ser la semejanza de
Dios. Aún hay mucho por pulir en nuestro proceso para llegar a ser la semejanza de
Dios. Este mundo, con todas sus miserias y dolor, es la esfera en que Dios hace este
trabajo de mejora. Así, el mundo es un “valle de construcción del alma” (para emplear
una expresión de Keats). Debemos entender el mal como el siervo del bien. En
contraste con Ireneo, Agustín, en el s. IV d.C., utilizó especialmente la imagen del
mundo caído. El universo que Dios creó era fundamentalmente bueno, y el mal
representa el hecho de que algo le ha pasado. Dios no quería ni creó el mal, pero esto
no significa que no es real o que puede ser ignorado. El punto de vista radical de
Agustín acerca del mal le lleva a un optimismo basado, no en una mejora gradual del
mundo, sino en la necesidad de la gracia de Dios para redimir y restaurar.

87
El libro de Job no nos da respuestas a las preguntas de teodicea: no nos explica
cómo justificar los caminos de Dios de cara al sufrimiento, ni tampoco plantea estas
preguntas como cuestiones teóricas para la discusión teológica, sino que, más bien, son
preguntas personalmente dolorosas que afectan a un hombre que sufre. El problema
de Job no es tanto una cuestión de entender en un plano intelectual, sino que se trata,
más bien, de una crisis existencial en su viva relación con el Dios vivo.
Tal y como veremos al final del libro, las preguntas de Job acerca de la forma en que
Dios gobierna el mundo se convierten en preguntas dirigidas a él. ¿Haría él las cosas de
otra manera? ¿Qué poder tiene Job de controlar algo en el universo? Algunas de estas
preguntas continúan sin ser respondidas, pero son formuladas en un contexto en el que
Dios, finalmente, se da a conocer de manera personal y, por así decirlo, toma la
responsabilidad de modo que él gobierna el mundo sobre sus propios hombros.
Desde nuestra perspectiva cristiana, también nos quedan incertidumbres acerca del
“problema del sufrimiento”. Continúa siendo un problema para nosotros porque parece
poner en duda la bondad, el poder o la sabiduría del Dios en que creemos. Sin embargo,
Dios viene a nosotros en Cristo, no como la última proposición de un silogismo lógico,
que resuelve todos nuestros problemas intelectuales, sino como un hombre crucificado
en una cruz, cargando con nuestro dolor y pesar. Las cuestiones de teodicea tienen que
volver a plantearse de manera radical a la luz del Dios crucificado. Puede que no
encontremos las respuestas, pero podemos observar que, en lo más profundo de
nuestro dolor y nuestras preguntas, Dios está allí a nuestro lado en la persona de Cristo.
La comunión con él nos da la gracia de vivir con preguntas e incertidumbres.

7. Fase VII: Un anhelo de estar en comunión con Dios (Job 23–24)


Job anhela estar en comunión con Dios (23:1–7)

Entonces respondió Job, y dijo:


Aun hoy mi queja es rebelión;
su mano es pesada no obstante mi gemido.
¡Quién me diera saber dónde encontrarle,
para poder llegar hasta su trono!
Expondría ante Él mi causa,
llenaría mi boca de argumentos.
Aprendería yo las palabras que Él me respondiera,
y entendería lo que me dijera.
¿Contendería Él conmigo con la grandeza de su poder?
No, ciertamente me prestaría atención.
Allí el justo razonaría con Él,
y yo sería librado para siempre de mi Juez.

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Dios parece inaccesible (23:8–17)
He aquí, me adelanto, y Él no está allí,
retrocedo, pero no le puedo percibir;
cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo,
se vuelve a la derecha, y no le veo.
Pero Él sabe el camino que tomo;
cuando me haya probado, saldré como el oro.
Mi pie ha seguido firme en su senda,
su camino he guardado y no me he desviado.
Del mandamiento de sus labios no me he apartado,
he atesorado las palabras de su boca más que mi comida.
Pero Él es único, ¿y quién le hará cambiar?
Lo que desea su alma, eso hace.
Porque Él hace lo que está determinado para mí,
y muchos decretos como éstos hay con Él.
Por tanto, me espantaría ante su presencia;
cuando lo pienso, siento terror de Él.
Es Dios el que ha hecho desmayar mi corazón,
y el Todopoderoso el que me ha perturbado;
pero no me hacen callar las tinieblas,
ni la densa oscuridad que me cubre.

¿Por qué Dios parece tan inactivo frente a la maldad humana?


(24:1–17)
¿Por qué no se reserva los tiempos el Todopoderoso,
y por qué no ven sus días los que le conocen?
Algunos quitan los linderos,
roban y devoran los rebaños.
Se llevan los asnos de los huérfanos,
toman en prenda el buey de la viuda.
Apartan del camino a los necesitados,
hacen que se escondan enteramente los pobres de la tierra.
He aquí, como asnos monteses en el desierto,
salen con afán en busca de alimento
y de pan para sus hijos en el yermo.
Cosechan su forraje en el campo,
y vendimian la viña del impío.
Pasan la noche desnudos, sin ropa,
y no tienen cobertura contra el frío.

89
Mojados están con los aguaceros de los montes,
y se abrazan a la peña por falta de abrigo.
Otros arrancan al huérfano del pecho,
y contra el pobre exigen prenda.
Hacen que el pobre ande desnudo, sin ropa,
y al hambriento quitan las gavillas.
Entre sus paredes producen aceite;
pisan los lagares, pero pasan sed.
Desde la ciudad gimen los hombres,
y claman las almas de los heridos,
pero Dios no hace caso a su oración.
Otros han estado con los que se rebelan contra la luz;
no quieren conocer sus caminos,
ni morar en sus sendas.
Al amanecer se levanta el asesino;
mata al pobre y al necesitado,
y de noche es como un ladrón.
El ojo del adúltero espera el anochecer,
diciendo: “Ningún ojo me verá”,
y disfraza su rostro.
En la oscuridad minan las casas,
y de día se encierran;
no conocen la luz.
Porque para él la mañana es como densa oscuridad,
pues está acostumbrado a los terrores de la densa oscuridad.
Después del discurso de Elifaz en el capítulo 22, la experiencia de Job entra en una
fase más profunda en los capítulos 23 y 24, en la que expresa otro aspecto de su
aproximación a Dios. No se trata tanto de un intento de comprender, como de una gran
ansia, desde lo más profundo de su corazón, de estar en comunión con Dios: “¡Quién
me diera saber dónde encontrarle!”, exclama Job en 23:3, “He aquí, me adelanto, y El
no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda,
no le distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo” (23:8–9).
Job sabe en su corazón que su problema no se solventará con argumentos
teológicos ni con la penitencia de pecados que no ha cometido, ni esforzándose más,
sino con el regalo de la comunión con Dios. Es precisamente en esto donde ahora
descansa su esperanza.
En este momento, en que Dios parece tan inaccesible, podemos ver lo más
profundo de la fe en toda su gloria en 23:10: “Pero Él sabe el camino que tomo; cuando
me haya probado, saldré como el oro”. Aunque Dios me aterra (23:16), me he
mantenido íntegro (23:11) y saldré adelante como el oro. ¡La vida puede empezar de
nuevo! La indagación de Job empieza otra vez en el capítulo 24, donde le pregunta a
Dios cómo se queda tan indiferente frente a los impíos, que, según parece, pueden

90
salirse con la suya en todo sin ser castigados por Dios.
En Job 24:2–16 encontramos una lista de varias malas acciones en el mundo de Job,
la mayoría de las cuales atentan contra aquello sobre lo que el Antiguo Testamento es
muy estricto; en los versículos 1 y 17, Job se queja de que parece que Dios no esté
haciendo nada al respecto y, una vez más, se siente confundido por la aparente
injusticia de Dios.
La siguiente sección del discurso presenta un problema. A primera vista, da la
sensación de que 24:18–25 Job dice casi lo opuesto a lo afirmado en la primera parte
del capítulo, y no parece encajar con el resto del discurso de Job. Esto ha llevado a
algunos comentaristas a sugerir que estos versículos proceden, en realidad, de Bildad o
Zofar. Por otro lado, es posible que Job esté expresando su confusión: hace un
momento, pensaba que los impíos no reciben el castigo que se merecen, y ahora
recuerda que éstos, como él, están sujetos a la regla de la muerte. En ambos casos, este
poema es un lamento quejumbroso acerca de la fragilidad y la frustración de la vida:
Sobre la superficie de las aguas son insignificantes;
maldita es su porción sobre la tierra,
nadie se vuelve hacia las viñas.
La sequía y el calor consumen las aguas de la nieve,
y el Seol a los que han pecado.
La madre lo olvidará;
el gusano lo saboreará hasta que nadie se acuerde de él,
y la iniquidad será quebrantada como un árbol.
Maltrata a la mujer estéril,
y no hace ningún bien a la viuda.
Pero Él arrastra a los poderosos con su poder;
cuando se levanta, nadie está seguro de la vida.
Les provee seguridad y son sostenidos,
y los ojos de Él están en sus caminos.
Son exaltados por poco tiempo, después desaparecen;
además son humillados y como todo, recogidos;
como las cabezas de las espigas son cortados.
Y si no, ¿quién podrá desmentirme,
y reducir a nada mi discurso? (24:18–25)

8. Job 26–27
El embrollo de los capítulos 26 y 27, parte de los cuales son asignados por algunos
comentaristas, una vez más, a Bildad y Zofar, nos deja muchas incertidumbres, aunque
Job tiene un arrebato de ira final y desafiante contra sus amigos al principio del capítulo
27:
Entonces Job continuó su discurso y dijo:

91
¡Vive Dios, que ha quitado mi derecho,
y el Todopoderoso, que ha amargado mi alma!
Porque mientras haya vida en mí,
y el aliento de Dios esté en mis narices,
mis labios, ciertamente, no hablarán injusticia,
ni mi lengua proferirá engaño.
Lejos esté de mí que os dé la razón;
hasta que muera, no abandonaré mi integridad.
Me aferraré a mi justicia y no la soltaré.
Mi corazón no reprocha ninguno de mis días. (27:1–6)
Job aún puede afirmar que tiene la conciencia tranquila.

La conciencia
La conciencia no siempre es una guía fiable de la verdad y todos tenemos la
responsabilidad de educar nuestras conciencias de acuerdo con la verdad objetiva y que
Dios nos ha revelado. Sin embargo, no debemos dejar la conciencia a un lado. Es ese
“sentimiento de comprensión o percepción del corazón” (como la describe el obispo y
teólogo Joseph Butler, en el s. XVIII) mediante el que puede escucharse la voz de Dios
en nuestro interior. Como escribió Dietrich Bonhoeffer, el gran teólogo alemán que fue
ahorcado por los nazis en 1945:
La conciencia procede de lo más profundo, más allá de la voluntad y la razón
humanas, y se hace oír como el llamamiento de la existencia humana a la unidad
consigo misma. La conciencia aparece como una acusación a la pérdida de esta
unidad y es una advertencia contra la pérdida de uno mismo.
Para el cristiano, esta apelación a la integridad y a la unidad personal es el
llamamiento a estar centrado en el ser de Dios en Jesucristo.
Esto no quiere decir que todas las voces que oigamos en nuestro interior tengan
que ser la voz de Dios. Para los nacionalsocialistas de la Alemania nazi, fue posible
afirmar: “Mi conciencia es Adolf Hitler”. Citando a Bonhoeffer de nuevo:
Cuando Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se ha convertido en el
punto de unión de mi existencia, la conciencia continuará siendo, sin lugar a
dudas, el llamamiento de mi ser a la unidad conmigo mismo, pero esta unidad…
debe realizarse en comunión con Jesucristo.
Entonces, oponiéndose conscientemente a los nacionalsocialistas, afirma:
“Jesucristo se ha convertido en mi conciencia”.
Así pues, la conciencia debe entrenarse. La conciencia cristiana debe ser educada a
oir el llamamiento a la integridad personal como el llamamiento a la comunión con
Jesucristo. Sin embargo, aunque la conciencia tenga que ser entrenada, no debemos
92
ignorarla.
Job, en su conciencia, continúa íntegro. Estaba aprendiendo a escuchar la demanda
de la integridad en sí mismo como el llamamiento a una comunión más profunda con
Dios. Ignorarlo sería ignorar su propio ser.

9. El peregrinaje de Job
Llegados a este punto, los discursos de los tres amigos se han acabado. Elifaz, Bildad
y Zofar han dado su opinión y Job ha respondido a todos ellos, aunque sin detenerse en
cada uno de los planteamientos (ya que los considera totalmente erróneos), y expone
su propio caso.
Hemos seguido a Job en su dolor a través de siete fases. Después del silencio y del
shock paralizante, seguidos por el lamento, el anhelo y las preguntas en los capítulos 2 y
3, en el capítulo 4 vimos a Job enfadado con Dios y negándose a aceptar las cosas tal
como son. En los capítulos 9 y 10, las preguntas airadas como reacción a las flechas de
Dios dieron paso al desespero ante su poder. Los capítulos del 12 al 14 nos mostraron el
terror de Job, tanto por la aparente ausencia de Dios, como por su presencia
amenazante, que acabó generando en ansiedad y paranoia. A lo largo de estos
capítulos, pudimos captar los primeros rayos de esperanza, y ésta empezó a crecer en
los capítulos 16 y 17, aunque sólo para ser destruida de nuevo. La esperanza llegó a su
grado más elevado en el capítulo 19, cuando Job clama a su Redentor y pariente
cercano, quien, según cree, un día vindicará su causa. Job pasó, después, a criticar la
forma en la que Dios gobierna el mundo y planteó algunos temas referentes a la
teodicea: ¿Cómo podemos comprender la manera en la que Dios ordena el mundo
frente a tanto sufrimiento inexplicable?
Finalmente, Job fijó su mirada en el futuro, anhelando el tiempo en que su
comunión con Dios sería restaurada y terminaría su dolor, en que la vida podría
empezar de nuevo, en que volvería la normalidad e, incluso, en que, desde una
perspectiva diferente, podría conocer el sentido del sufrimiento por el que había
pasado.

Algunas implicaciones
Llegados a este punto, es importante que nos paremos para echar un vistazo a las
implicaciones de este peregrinaje. Aunque no ofrece ninguna respuesta a nuestras
preguntas sobre el sufrimiento en el mundo, nos muestra a una persona que está
empezando a encontrar una forma para poder vivir con ellas. Job no ha ocultado sus
sentimientos. Uno de los puntos fuertes del libro de Job es la honestidad con la que Job
expresa sus penas y anhelos más profundos. Para cuando lleguemos al final del libro,
habremos escuchado al Señor mismo hablando desde un torbellino y tendremos una
nueva perspectiva respecto a las luchas de fe por las que Job ha pasado. Sin embargo,
incluso ahora empezamos a ver que debemos entenderlas en términos de un viaje de

93
fe. Los problemas no se esclarecen de la noche a la mañana. En los diferentes estadios
de su peregrinaje, Job va aprendiendo diferentes aspectos de los caminos de Dios. A
veces, Dios parece totalmente ausente. Otras, es como si Dios se vistiera de enemigo.
Job tiene que aprender a vivir con su dolor y necesita tiempo. Debe seguir un proceso,
el cambio no ocurre de inmediato. A veces, la espiral del dolor da vueltas y más vueltas.
Y, realmente, es una espiral de emociones. Los que han leído Una pena en
observación, de C. S. Lewis, reconocerán el parecido entre la experiencia de Job y la
experiencia del dolor por la muerte de su esposa que describe Lewis:
Esta noche, se me ha vuelto a abrir todo el infierno de la herida reciente: las
palabras insensatas, el amargo resentimiento, el mariposeo en el estómago, la
irrealidad de pesadilla, el baño de lágrimas. Porque, en la pena, nada se asienta.
Está uno saliendo de una fase, pero siempre se repite. Vueltas y revueltas. Todo
se vuelve a repetir. Avanzo en círculos. ¿O me atrevo a sostener que avanzo en
espiral? Pero además, en este caso, ¿voy hacia arriba de la espiral o hacia abajo?
Sin embargo, el quid del problema de Job no es sólo el pesar por la pérdida de su
propiedad, su familia, o su salud. No es únicamente el dolor de la enfermedad o la
frustración que siente respecto a sus amigos. Su problema es con Dios. ¿Por qué le ha
abandonado? ¿Por qué está tan distante? ¿Por qué no responde a sus oraciones?

Los inicios de la esperanza


Es aquí, en las preguntas y la desesperación, donde encontramos las semillas de
esperanza. A lo largo de estos capítulos, como hemos visto, la esperanza empieza a
crecer y acaba culminando en la fe en que la comunión entre Job y Dios será
restaurada. Habrá un “árbitro entre nosotros” (9:33), afirma, y no será sólo un árbitro,
sino un testigo (16:19); y no sólo un testigo, sino un go’el, un Redentor y pariente
cercano que lo justificará (19:25). Dios mismo se pondrá de su lado y un día todo
volverá a estar bien. Puede que Job no vea su vindicación en su vida terrenal, pero su
esperanza está depositada, en última instancia, en Dios.

10. La última tentativa de Job (Job 29–31)


De momento, dejaremos a un lado el capítulo 28 y, por razones que quedarán claras
más adelante, volveremos a él en el próximo capítulo. Así que pasamos a los capítulos
29–31, donde Job pronuncia su último discurso para defenderse. Ésta es la última
tentativa de Job. Ésta es la última actuación en solitario antes de que Elihú le
interrumpa sorprendentemente y de que Dios mismo hable desde el torbellino.

Job recuerda la felicidad pasada (29:1–25)


Y reanudó Job su discurso, y dijo:

94
¡Quién me diera volver a ser como en meses pasados,
como en los días en que Dios velaba sobre mí;
cuando su lámpara resplandecía sobre mi cabeza,
y a su luz caminaba yo en las tinieblas;
como era yo en los días de mi juventud,
cuando el favor de Dios estaba sobre mi tienda;
cuando el Todopoderoso estaba aún conmigo,
y mis hijos en derredor mío;
cuando en leche se bañaban mis pies,
y la roca me derramaba ríos de aceite!
Cuando yo salía a la puerta de la ciudad,
cuando en la plaza tomaba mi asiento,
me veían los jóvenes y se escondían,
y los ancianos se levantaban y permanecían en pie.
Los príncipes dejaban de hablar
y ponían la mano sobre su boca;
la voz de los nobles se apagaba,
y la lengua se les pegaba al paladar.
Porque el oído que oía me llamaba bienaventurado,
y el ojo que veía daba testimonio de mí;
porque yo libraba al pobre que clamaba,
y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
Venía sobre mí la bendición del que estaba a punto de perecer,
y el corazón de la viuda llenaba de gozo.
De justicia me vestía, y ella me cubría;
como manto y turbante era mi derecho.
Ojos era yo para el ciego,
y pies para el cojo.
Padre era para los necesitados,
y examinaba la causa que no conocía.
Quebraba los colmillos del impío,
y de sus dientes arrancaba la presa.
Entonces pensaba: “En mi nido moriré,
y multiplicaré mis días como la arena.
“Mi raíz se extiende hacia las aguas,
y el rocío se posa de noche en mi rama.
“Conmigo es siempre nueva mi gloria,
y mi arco en mi mano se renueva.”
Me escuchaban y esperaban,
y guardaban silencio para oír mi consejo.
Después de mis palabras no hablaban de nuevo,
y sobre ellos caía gota a gota mi discurso.

95
Me esperaban como a la lluvia,
y abrían su boca como a lluvia de primavera.
Yo les sonreía cuando ellos no creían,
y no abatían la luz de mi rostro.
Les escogía el camino y me sentaba como jefe,
y moraba como rey entre las tropas,
como el que consuela a los que lloran.

Job se lamenta de su miseria actual (30:1–31)


Pero ahora se burlan de mí
los que son más jóvenes que yo,
a cuyos padres no consideraba yo dignos
de poner con los perros de mi ganado.
En verdad, la fuerza de sus manos ¿de qué me servía?
Había desaparecido de ellos el vigor.
De miseria y hambre estaban extenuados;
roían la tierra seca de noche en desierto y desolación;
arrancaban malvas junto a los matorrales,
y raíz de retama era su alimento.
De la comunidad fueron expulsados,
gritaban contra ellos como contra un ladrón.
Moraban en valles de terror,
en las cuevas de la tierra y de las peñas.
Entre los matorrales clamaban;
bajo las ortigas se reunían.
Necios, sí, hijos sin nombre,
echados a latigazos de la tierra.
Y ahora he venido a ser su escarnio,
y soy para ellos refrán.
Me aborrecen y se alejan de mí,
y no se retraen de escupirme a la cara.
Por cuanto Él ha aflojado la cuerda de su arco y me ha afligido,
se han quitado el freno delante de mí.
A mi derecha se levanta el populacho,
arrojan lazos a mis pies
y preparan contra mí sus caminos de destrucción.
Arruinan mi senda,
a causa de mi destrucción se benefician,
nadie los detiene.
Como por ancha brecha vienen,
en medio de la tempestad siguen rodando.

96
Contra mí se vuelven los terrores,
como el viento persiguen mi honor,
y como nube se ha disipado mi prosperidad.
Y ahora en mí se derrama mi alma;
se han apoderado de mí días de aflicción.
De noche Él traspasa mis huesos dentro de mí,
y los dolores que me roen no descansan.
Una gran fuerza deforma mi vestidura,
me aprieta como el cuello de mi túnica.
Él me ha arrojado al lodo,
y soy como el polvo y la ceniza.
Clamo a ti, y no me respondes;
me pongo en pie, y no me prestas atención.
Te has vuelto cruel conmigo,
con el poder de tu mano me persigues.
Me alzas al viento, me haces cabalgar en él,
y me deshaces en la tempestad.
Pues sé que a la muerte me llevarás,
a la casa de reunión de todos los vivientes.
Sin embargo ¿no extiende la mano el que está en un montón de ruinas,
cuando clama en su calamidad?
¿No he llorado por aquel cuya vida es difícil?
¿No se angustió mi alma por el necesitado?
Cuando esperaba yo el bien, vino el mal,
cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.
Por dentro me hierven las entrañas, y no puedo descansar;
me vienen al encuentro días de aflicción.
Ando enlutado, sin consuelo;
me levanto en la asamblea y clamo.
He venido a ser hermano de chacales,
y compañero de avestruces.
Mi piel se ennegrece sobre mí,
y mis huesos se queman por la fiebre.
Se ha convertido en duelo mi arpa,
y mi flauta en voz de los que lloran.

Job hace valer su integridad, como si estuviera frente a un tribunal de


justicia (31:1–40)
Hice un pacto con mis ojos,
¿cómo podía entonces mirar a una virgen?
¿Y cuál es la porción de Dios desde arriba,

97
o la heredad del Todopoderoso desde las alturas?
¿No es la calamidad para el injusto,
y el infortunio para los que obran iniquidad?
¿No ve Él mis caminos,
y cuenta todos mis pasos?
Si he caminado con la mentira,
y si mi pie se ha apresurado tras el engaño,
que Él me pese en balanzas de justicia,
y que Dios conozca mi integridad.
Si mi paso se ha apartado del camino,
si mi corazón se ha ido tras mis ojos,
y si alguna mancha se ha pegado en mis manos,
que yo siembre y otro coma,
y sean arrancadas mis cosechas.
Si mi corazón fue seducido por mujer,
o he estado al acecho a la puerta de mi prójimo,
que muela para otro mi mujer,
y otros se encorven sobre ella.
Porque eso sería una infamia,
y una iniquidad castigada por los jueces;
porque sería fuego que consume hasta el Abadón,
y arrancaría toda mi ganancia.
Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva
cuando presentaron queja contra mí,
¿qué haré cuando Dios se levante?
Y cuando Él me pida cuentas, ¿qué le responderé?
¿Acaso el que me hizo a mí en el seno materno, no lo hizo también a él?
¿No fue uno mismo el que nos formó en la matriz?
Si he impedido a los pobres su deseo,
o he hecho desfallecer los ojos de la viuda,
o si he comido mi bocado solo,
y el huérfano no ha comido de él
(aunque desde mi juventud él creció conmigo como con un padre,
y a la viuda la guié desde mi infancia);
si he visto a alguno perecer por falta de ropa,
y sin abrigo al necesitado,
si sus lomos no me han expresado gratitud,
pues no se ha calentado con el vellón de mis ovejas;
si he alzado contra el huérfano mi mano,
porque vi que yo tenía apoyo en la puerta,
que mi hombro se caiga de la coyuntura,
y mi brazo se quiebre en el codo.
Porque el castigo de Dios es terror para mí,
98
y ante su majestad nada puedo hacer.
Si he puesto en el oro mi confianza,
y he dicho al oro fino: Tú eres mi seguridad;
si me he alegrado porque mi riqueza era grande,
y porque mi mano había adquirido mucho;
si he mirado al sol cuando brillaba,
o a la luna marchando en esplendor,
y fue mi corazón seducido en secreto,
y mi mano tiró un beso de mi boca,
eso también hubiera sido iniquidad que merecía juicio,
porque habría negado al Dios de lo alto.
¿Acaso me he alegrado en la destrucción de mi enemigo,
o me he regocijado cuando el mal le sobrevino?
No, no he permitido que mi boca peque
pidiendo su vida en una maldición.
¿Acaso no han dicho los hombres de mi tienda:
“¿Quién puede hallar a alguno que no se haya saciado con su carne?”
El forastero no pasa la noche afuera,
porque al viajero he abierto mis puertas.
¿Acaso he cubierto mis transgresiones como Adán,
ocultando en mi seno mi iniquidad,
porque temí a la gran multitud,
o el desprecio de las familias me aterró,
y guardé silencio y no salí de mi puerta?
¡Quién me diera que alguien me oyera!
He aquí mi firma.
¡Que me responda el Todopoderoso!
Y la acusación que ha escrito mi adversario,
ciertamente yo la llevaría sobre mi hombro,
y me la ceñiría como una corona.
Del número de mis pasos yo le daría cuenta,
como a un príncipe me acercaría a Él.
Si mi tierra clama contra mí,
y sus surcos lloran juntos;
si he comido su fruto sin dinero,
o si he causado que sus dueños pierdan sus vidas,
¡que en lugar de trigo crezcan abrojos,
y en lugar de cebada hierba maloliente!
Aquí terminan las palabras de Job.
Job empieza su discurso afirmando, básicamente, que no hay nada más que decir.

99
Job recuerda el pasado
En 29:1, volvemos a encontrar la fórmula introductoria “reanudó Job su discurso”.
Job está anhelando aquel sentido de proximidad de la presencia de Dios que había
experimentado en el pasado. En palabras de William Cowper:
¿Dónde queda la bendición que conocí
cuando vi por primera vez al Señor?…
¡Qué paz tuve una vez!
¡Qué dulce es aún su memoria!
Sin embargo, han dejado un vacío doloroso
que el mundo jamás podrá llenar.
Job recuerda esos días pasados. ¡Si sólo este tiempo fuera como aquél!: “¡Quién me
diera volver a ser como en meses pasados, como en los días en que Dios velaba sobre
mí; cuando su lámpara resplandecía sobre mi cabeza, y a su luz caminaba yo en las
tinieblas” (29:2–3). Los versículos que van del 2 al 11, llenos de ansias y tristeza,
expresan un anhelo de volver a esos días pasados, pero en el versículo 11 vuelve a
aparecer, aunque sólo débilmente, el fervor de Job: “¡Yo era bueno!” Recuerda las
veces que ayudó a los pobres y a los huérfanos, a los moribundos y a las viudas. Se
preocupó por los ciegos y los cojos, los necesitados y los extranjeros, y soñó con una
muerte tranquila. En los versículos del 21 al 25, recuerda que era respetado en el
vecindario, que moraba como un rey entre sus tropas. Verdaderamente, Job había sido
un gran hombre, “Pero ahora se burlan de mí los que son más jóvenes que yo, a cuyos
padres no consideraba yo dignos de poner con los perros de mi ganado” (30:1).

La miseria actual de Job


En 30:1–8, se recuerda a sí mismo que la gente se ríe de él: “ahora he venido a ser
su escarnio” (30:9) porque “Él [Dios] ha aflojado la cuerda de su arco y me ha afligido”
(30:11).
Sin embargo, ahora.… ahora todo es muy diferente.
En 30:16–19, Job cataloga sus sentimientos: la vida se consume, la aflicción se ha
apoderado de él, sus huesos han sido traspasados, sus dolores no descansan; ha sido
arrojado al lodo y reducido a polvo y ceniza.
El silencio de Dios es el más duro de todos: “Clamo a ti, y no me respondes” (30:20).
Esta es la crueldad más dura: lo que parece ser la crueldad de Dios.
Job describe el punto hasta el que ha sido arrastrado: “Cuando esperaba yo el bien,
vino el mal, cuando esperaba la luz, vino la oscuridad. Por dentro me hierven las
entrañas, y no puedo descansar; me vienen al encuentro días de aflicción” (30:26–27).
Entonces, agitando el puño fuertemente apretado hacia el cielo y la tierra, levanta
la cabeza una vez más como un príncipe e insiste en su inocencia.
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Job reafirma su integridad
El capítulo 31 está presentado como si fuera un juramento hecho ante un tribunal.
La fórmula del juramento aparece una y otra vez: “Si he.… que…”. En cuanto a la pureza
(31:1), la verdad (31:5), el honor (31:13–14), la justicia (31:16–17), las prioridades
morales (31:24–28) y el amor al prójimo (31:29–30), ¡siempre he hecho lo correcto! HE
AQUÍ MI FIRMA. ¡QUE ME RESPONDA EL TODOPODEROSO! (31:35).
¡Qué coraje! ¡Qué integridad! ¡Qué fe en Dios para atreverse a desafiarle de esta
manera! Aunque tenga que darse cuenta de que está hablando desde la ignorancia
acerca de los caminos de Dios, no podemos sino admirar tal confianza. Job sabe que
Dios puede soportarlo, así que le lanza todo lo que tiene dentro. Job tiene siempre su
mirada puesta en Dios, desde el principio hasta el fin.
¡Quién me diera que alguien me oyera!
He aquí mi firma.
¡Que me responda el Todopoderoso!
Y la acusación que ha escrito mi adversario,
ciertamente yo la llevaría sobre mi hombro,
y me la ceñiría como una corona.
Del número de mis pasos yo le daría cuenta,
como a un príncipe me acercaría a Él. (31:35–37)
Si Dios viene y responde de lo que ha hecho, me encontraré con él como un
príncipe. Pongo mi confianza en la justicia y la bondad de Dios.
Aquí, de manera irónica, Job está desafiando a Dios (sin ser consciente de ello) a
hacer lo mismo que le había pedido a Satanás en un principio: decir en qué ha fallado
Job.

Dentro de los propósitos de Dios


Estos capítulos impactantes del peregrinaje de Job no sólo nos ayudan a
comprender a fondo la psicología del dolor, sino que también nos revelan el peregrinaje
de fe, que destaca sobre todo por la integridad de Job. Es posible que algunas veces
parezca que se complace en la autocompasión y, en otras, resulte demasiado inflexible
en sus afirmaciones, pero no podemos obviar su integridad. Estos capítulos declaran
que, en este mundo, quienes son buenos e inocentes sufren y nos muestran que la
forma en que Elifaz, Bildad y Zofar presentan la lógica de la doctrina retributiva, como si
se tratara de una simple cuestión de causa y efecto, lamentablemente no es correcta, y
manifiestan la miseria causada por una aplicación pastoral que, aunque es verdadera,
también es inadecuada. Estos capítulos afirman que el pueblo que Dios ha creado tiene
un lugar legítimo en los propósitos del Creador y que, si Dios es un Dios de poder y
bondad, entonces no hay duda de que la comunión entre los seres humanos y Dios es

101
posible. Ésta es la esperanza. Nos dejan entrever algo de la vida más allá del Sheol y que
Job está empezando a darse cuenta de que esta historia es más complicada de lo que
parece a simple vista, pues, como sabemos, es a través del sufrimiento del siervo de
Dios como sus propósitos de gracia acaban por cumplirse.
Job, en su libertad de recibir tanto lo bueno como lo malo de parte de Dios, como el
Siervo Sufriente del Señor, a través del cual Dios está llevando a cabo sus propósitos,
representa un tipo de Jesucristo. Jesucristo es el verdadero Siervo, el verdadero Testigo,
cuya realidad emana a través de la vida de este hombre de Uz. En su obediencia, Job es
un testigo del verdadero Testigo. El Dios que es libre tanto para dar como para quitar
(1:21) es el Dios que da a Job la libertad de experimentar esta libertad de Dios. Su
relación, a pesar de las apariencias, está basada en la gracia, tal y como descubrirá Job
por sí mismo a su debido tiempo.
Que Dios nos conceda la gracia de poder dar esperanza donde hay desesperación,
basada en la comunión donde hay alienación, en aquellas ocasiones en las que nos
encontremos con personas que están “pasando por eso”, pues, aunque Job aún no lo
sabe, Dios mismo está junto a él tanto en su desesperación como en su alienación. Dios
jamás le ha soltado de la mano.
Thielicke lo expresa magistralmente cuando afirma que:
Éste es el Dios santo que sufre de una manera atroz a causa de nuestras
vidas perdidas y, aun así, nos dice que sí… Dios mismo sufre allí donde el
Crucificado está colgado. Eso es lo que todo esto quiere decir. Cuando exclama:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, el corazón eterno
sucumbe ante todo el abandono y la desesperación que un hombre experimenta
al estar separado de Dios. No queda nada más entre Dios y yo, porqué él se ha
convertido en mi hermano. En lo más profundo de todos los abismos, él está a
mi lado.
Esto es algo que Job aún no ha descubierto.
Al continuar avanzando en el libro de Job, veremos que Eliú presenta una
perspectiva diferente, preparándonos, al menos hasta cierto punto, para el clímax del
libro, ya que, finalmente, Dios mismo viene a Job, aunque de una forma y con una
palabra que ni Job ni nosotros, los lectores, podíamos esperar.

La sabiduría, humana y divina


Job 28; 32–37

Es posible que, a estas alturas, nos sintamos con la necesidad de alejarnos un poco

102
de la intensa pena de Job. A lo largo de treinta capítulos, el autor nos ha presentado un
diálogo desgarrador que ha culminado en la vehemente defensa de Job acerca de su
inocencia. Todos, incluyéndonos nosotros, los lectores, estamos exhaustos.

Preparados para el cambio


Estamos preparados para un cambio de tono y de ritmo. Quizás estamos cansados
de las idas y venidas de Job y sus amigos, ya que no llegan a ningún acuerdo mutuo y
sólo consiguen frustrarse: mientras que los amigos han intentado justificar a Dios frente
a Job insistiendo en su pecaminosidad y en demostrar que Job está equivocado, Job ha
intentado justificarse a sí mismo frente a sus amigos insistiendo que Dios lo ha tratado
injustamente, por lo que tiene que demostrar que Dios está equivocado. En las
respuestas de los amigos de Job podemos notar una creciente falta de moderación,
pues piensan (y es posible que estén en lo cierto) que Job ha propasado los límites en
su forma de ver a Dios y que ha dicho cosas que ningún creyente devoto debería decir.
Quizás es el momento de hacer una reflexión objetiva. Quizás, en este punto,
debamos alejarnos de este debate indecoroso y pensar con claridad. Quizás
necesitemos una crítica tanto de Job como de sus amigos desde la perspectiva de un
observador imparcial; es decir, es necesario detenernos y reflexionar sobre lo sucedido.
El texto nos ofrece dos tipos de espacios para respirar. En primer lugar, el capítulo
28, que eludimos anteriormente, aparece como un tipo de intrusión en los ciclos
discursivos y separa el diálogo de Job con sus tres amigos de lo que llamamos “la última
tentativa de Job”. Se trata de un maravilloso himno a la sabiduría. En segundo lugar, los
capítulos 32–37 nos presentan a un nuevo colaborador que aún no había hablado: Eliú,
que nos da la oportunidad de detenernos y reflexionar sobre lo que hemos leído. Él
también tiene cosas que decir sobre la sabiduría.
Empecemos con Job 28.

1. Un himno a la sabiduría (Job 28)


Ciertamente hay una mina para la plata,
y un lugar donde se refina el oro.
El hierro se saca de la tierra,
y de la piedra se funde el cobre.
El hombre pone fin a las tinieblas,
y hasta los límites más remotos escudriña
la roca que está en lobreguez y densa oscuridad.
Abren minas lejos de lo habitado,
olvidado por el pie;
suspendidos se balancean lejos de los hombres.
De la tierra viene el alimento,
y abajo está revuelta como por fuego.

103
Sus piedras son yacimientos de zafiros,
y su polvo contiene oro.
Senda que ave de rapiña no conoce,
ni que ojo de halcón ha alcanzado a ver;
las orgullosas bestias no la han pisado,
ni el fiero león ha pasado por ella.
Pone el hombre su mano en el pedernal;
vuelca de raíz los montes.
Abre canales en las rocas,
y su ojo ve todo lo preciado.
Detiene los arroyos para que no corran,
y saca a luz lo oculto.
Mas la sabiduría, ¿dónde se hallará?
¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?
No conoce el hombre su valor,
ni se halla en la tierra de los vivientes.
El abismo dice: “No está en mí”;
y el mar dice: “No está conmigo”.
No se puede dar oro puro por ella,
ni peso de plata por su precio.
No puede evaluarse con oro de Ofir,
ni con ónice precioso, ni zafiro.
No la pueden igualar ni el oro ni el vidrio,
ni se puede cambiar por artículos de oro puro.
Coral y cristal ni se mencionen;
la adquisición de la sabiduría es mejor que las perlas.
El topacio de Etiopía no puede igualarla,
ni con oro puro se puede evaluar.
¿De dónde, pues, viene la sabiduría?
¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?
Está escondida de los ojos de todos los vivientes,
y oculta a todas las aves del cielo.
El Abadón y la muerte dicen:
“Con nuestros oídos hemos oído su fama.”
Dios entiende el camino de ella,
y conoce su lugar.
Porque Él contempla los confines de la tierra,
y ve todo bajo los cielos.
Cuando Él dio peso al viento
y determinó las aguas por medida;
cuando puso límite a la lluvia
y camino para el rayo,
entonces Él la vio y la declaró,
104
la estableció y también la escudriñó.
Y dijo al hombre: “He aquí, el temor del Señor es sabiduría,
y apartarse del mal, inteligencia”.
El capítulo 28 nos habla de la sabiduría, humana y divina. Muchos comentaristas
sostienen que fue añadido posteriormente, mientras que otros lo ven como
cumpliendo una función, como si se tratara del coro en un drama griego, es decir, una
oportunidad para distanciarnos y reflexionar sobre todo lo que ha sucedido hasta ahora
y lo que aún queda por ocurrir. Sin embargo, hay también quienes consideran el
capítulo como parte integral de un largo discurso de Job que empezaría en el capítulo
26 y acabaría en el capítulo 31. Según estos últimos, el tema de la sabiduría que
encontramos en 26:3 (“¡Qué consejos has dado al que no tiene sabiduría!”) y en 26:12
aparece más elaborado y teológicamente desarrollado en el capítulo 28, mientras que
el capítulo 27 se encuentra en medio como el propio compromiso personal de Job de
una vida agradable a Dios. El enfoque adoptado en este libro se adecua al segundo
punto de vista mencionado, es decir, sostiene que el autor del libro de Job ha incluido
en el capítulo 28 ciertas revelaciones cruciales propias, para ayudarnos a alejarnos de la
historia, reflexionar y tratar de entender algo del objetivo del libro, cuyo tema, como ya
hemos dicho, es la sabiduría.

La capacidad de aguantar
Debemos recordar que un aspecto de la sabiduría humana es, como lo expresa Eric
Heaton, “la capacidad de aguantar”. En la tradición sapiencial (aquel tipo de literatura
en tiempos del Antiguo Testamento que es representado en nuestras Biblias mediante
los libros de Proverbios, Eclesiastés y Job), existen tres tendencias de la sabiduría
humana. En primer lugar, está la sabiduría proverbial de las escuelas de sabiduría, las
palabras de sentido común sobre la vida y el comportamiento que pasan de padres a
hijos, de maestros a alumnos. Esta sabiduría, tal y como la encontramos, por ejemplo,
en el libro de Proverbios, es un tipo de moralidad de sentido común. En segundo lugar,
está la forma de sabiduría que encontramos en Eclesiastés: la destreza escritural de la
exploración intelectual, la búsqueda de respuestas a los enigmas de la vida. En tercer
lugar, encontramos la sabiduría humana, ilustrada más claramente en Job 28, en que el
autor expresa su admiración por la ciencia y la tecnología, y en especial la de la
industria minera. En cada caso, la sabiduría humana es demostrada en la capacidad de
aguantar frente a las exigencias morales del día a día, en saber cómo actuar, cómo
gobernar y cómo reinar, y qué hacer con las materias primas de las habilidades del
artesano.
Sin embargo, en cada ámbito, la verdadera sabiduría siempre depende de la
obediencia a Dios y no simplemente del conocimiento natural o teórico.

Job 28

105
He aquí la importancia de Job 28. Mediante un poema de gran belleza, el autor
admira, en primer lugar, la habilidad del minero. Los versículos que van del 1 al 6 se
refieren al refinamiento de la plata y el oro, la extracción del hierro, la fundición del
cobre y la minería de zafiros: “El hombre… hasta los límites más remotos escudriña la
roca que está en lobreguez y densa oscuridad” (28:3), lo que quizás sea más que una
simple alusión a que la oscuridad en la vida de Job aún pueda revelar sus tesoros.
El autor pasa ahora a ilustrar, en los versículos 7 y 8, que esta capacidad humana
supera a la de los pájaros y animales. Incluso el buen ojo del halcón y el coraje del león
no llegan a igualarse a la habilidad del minero, que saca tesoros de las profundidades.
Justo después, el autor ensalza la magnitud del poder y la fuerza humana haciendo
mención de la capacidad humana en el pedernal, en los montes, bajo tierra y en los
arroyos (28:9–11). En todo el mundo natural, puede verse la capacidad del ser humano
y debe ser aplaudida.
En el versículo siguiente, esto es comparado a lo que, posiblemente, sea la cuestión
teológica principal del libro de Job: “Mas la sabiduría, ¿dónde se hallará? ¿Y dónde está
el lugar de la inteligencia?” (28:12).
Existe algo más en la sabiduría que la extraordinaria habilidad del minero, del
ingeniero o del científico. Se trata de algo que ni los seres humanos mismos entienden,
pues, como veremos, además de la sabiduría humana también existe la sabiduría divina.
El ser humano no comprende su valor (28:14) y las profundidades de la creación lo
desconocen (28:14). La sabiduría divina no es el resultado de la habilidad tecnológica, ni
puede ser comprada o intercambiada (28:15).

La verdadera sabiduría
La respuesta a la pregunta “¿Dónde se halla la verdadera sabiduría?” está más allá
del ser humano, pues la verdadera sabiduría no es de este mundo: “Está escondida de
los ojos de todos los vivientes, y oculta a todas las aves del cielo. El Abadón y la muerte
dicen: ‘Con nuestros oídos hemos oído su fama.’ ” (28:21–22). La verdad es que Dios es
el único que conoce el camino a la sabiduría (28:23), ya que es él quien ve todo lo que
sucede bajo el cielo y su origen está en su poder creador (28:25–27). El temor del
Señor, es decir, la vida en comunión con el Señor y en obediencia a su voluntad, es el
principio de la sabiduría (28:28) y éste es el don que nos ayuda a aguantar.
Por consiguiente, la verdadera sabiduría siempre será un don de Dios, que además
es un don de gracia. Ninguna otra aptitud (incluyendo las maravillas de las minas, por
no hablar de la ortodoxia de Bildad, la teología que hallaremos en Eliú o hasta el
personaje inocente y recto que es Job mismo) vale nada sin el temor del Señor. La
sabiduría es una forma de vivir ante Dios.
Gerhardt von Rad escribe: “la tesis de que todo el conocimiento humano se
remonta a la cuestión del compromiso con Dios es una afirmación de aguda
perspicacia… Uno se vuelve competente y experto en cuanto a las órdenes de la vida
sólo si parte de un conocimiento de Dios”.

106
La perspectiva divina
Así, ¿qué importancia tiene todo ello para Job? Le recuerda, no sólo a él sino
también a nosotros, los lectores, que luchamos con Job en su dolor y también nos
cuesta encontrar algún sentido a tan horrorosa situación, que en la vida hay más de lo
que podemos entender con nuestros sentidos. La sabiduría es mucho más importante
que la aptitud humana más extraordinaria. Hay una forma diferente de ver lo que nos
rodea: desde la perspectiva de Dios el Creador. Él ve todo lo que hay “bajo el cielo”,
mientras que nosotros sólo vemos una parte. En la difícil situación de Job, hay más de lo
que Job mismo llegará a saber jamás (ya que a nosotros se nos mostró parte del secreto
divino en los capítulos 1 y 2). Lo que se necesita es un nuevo comienzo para nuestro
conocimiento, es decir, no debemos partir de nuestra experiencia acerca del
sufrimiento como Job, ni de nuestra propia experiencia mística como Elifaz, ni de
nuestra comprensión de la tradición teológica como Bildad, ni de nuestro exagerado
sentido común como Zofar.
Sólo Dios puede acceder a la verdadera sabiduría, lo que significa que ésta
únicamente puede proceder de él. La sabiduría capaz de ofrecer una respuesta a Job
sólo puede provenir de Dios. Así, el capítulo 28 es una advertencia de que más
especulaciones del estilo de los tres amigos serían en vano. La salida de este punto
muerto no será desde abajo hacia arriba, sino desde arriba hacia abajo. No llegará como
parte del sistema de creencias del ser humano, sino exclusivamente como un don de
Dios. El punto de partida para obtener la verdadera sabiduría sobre Dios es Dios mismo
en su propia autorrevelación. Necesitamos encontrarnos con el Señor a la vez que él se
acerca a nosotros en su gracia. Necesitamos partir del temor del Señor y estar en
comunión con él a la vez que él decide autorrevelarse a nosotros.

2. El interludio de Eliú (Job 32–37)


(El texto bíblico al completo de los discursos de Eliú en Job 32 hasta 37 puede
hallarse en las pp. 226–237 del Apéndice.)
Después de la última defensa de Job, los tres amigos dejan de responder “porque él
era justo a sus propios ojos” (32:1). Job ha acabado de hablar. En muchos aspectos, ya
no hay mucho más que decir, pero en este momento surge una nueva voz, la de Eliú,
que establece un tono considerablemente diferente.
Estos capítulos parecen otra añadidura a la narración. Ciertamente, muchos
eruditos los consideran como un material secundario posterior al texto principal del
drama, basándose en que el estilo es diferente al que hemos visto hasta ahora, y Eliú no
figura en el encuentro inicial en las cenizas, ni es mencionado junto con los otros
amigos al final del libro, en el capítulo 42. Estos capítulos parecen una interrupción,
pero, sea cual sea el resultado del debate académico sobre su integridad dentro del
libro, no cabe duda de que en la edición de nuestras Biblias tienen la función de

107
suministrar otro espacio para respirar entre el último intento de Job de demostrar su
inocencia y la palabra de Jehová pronunciada desde el torbellino en el capítulo 38.
Tal y como ya hemos dicho, necesitamos un espacio para respirar. La habilidad
artística del autor de estos capítulos al mantener la tensión en Job a la vez que nos
prepara cuidadosamente para la palabra final del Señor, es inigualable. En este
momento, debemos reflexionar sobre dónde nos ha llevado el libro de Job, tanto
intelectual como espiritualmente. ¿Qué hemos aprendido de la discusión? ¿Qué
necesitamos oír todavía?

El enigma de Eliú
Eliú es un personaje enigmático. Entra en acción vociferando como un joven
enfadado y vanidoso, que se propone esclarecer la situación a Job y sus amigos, y
enfadado por el embrollo en el que se han metido. De alguna forma, es un giro
bastante cómico, ya que Eliú consigue hablar durante mucho tiempo sin plantear nada
concreto; cubre una parte importante del terreno que ya han abarcado los otros
amigos, pero dando a entender que está diciendo algo nuevo. Afirma estar
manifestando mucho más de lo que los otros tres amigos ya han expresado y esto es
especialmente cierto en sus discursos iniciales y finales. Sin embargo, los centrales son
fríos y decepcionantes, donde cae en un moralismo realmente duro con Job. Puede
que, en estos discursos centrales, Eliú se vea a sí mismo como el árbitro entre Job y Dios
y que tal vez tenga la impresión de estar ante un tribunal exponiendo un caso de la
forma más fría e imparcial posible. Está tratando de establecer los razonamientos a
favor y en contra desde una perspectiva objetiva, y nosotros, inevitablemente, nos
vemos envueltos en el drama. Es posible que ésta sea la razón por la que estos
discursos centrales de Eliú no nos llevan a ninguna parte, nos decepcionan y nos dejan
frustrados. Sin embargo, como veremos, al principio (el capítulo 32) y al final (el
capítulo 37), Eliú tiene algo más constructivo que ofrecer.

¿Un puente teológico?


Sin embargo, la pregunta de por qué es importante para el autor introducir los
discursos de Eliú continúa sin ser respondida. Hemos escuchado la última y vehemente
defensa de Job, y estamos esperando que el Señor hable. ¿De qué forma hace Eliú la
función de puente entre uno y otro? Como en el capítulo 28, Eliú saca el tema de la
sabiduría, que, en la historia, es un puente teológico entre la experiencia de Job y su
percepción del Señor. Ésta será la importancia teológica de Eliú, aunque puede que,
además, haya un propósito dramático, ya que estos capítulos crean un espacio entre
Job y Jehová e ilustran, sólo por estar aquí, que Jehová no se ve obligado a responder
rápidamente debido a la intensidad de las súplicas de Job. Dios actúa en su propio
tiempo, no está a entera disposición de los hombres, sino que “baja su propia escalera
secreta” y, en su cuidado soberano y misericordioso, decide en qué momento

108
intervenir. Eliú nos ofrece este espacio para pararnos, cumpliendo así el propósito del
autor de mostrar la libertad de Dios. Eliú fanfarronea y comete sus propios errores,
pero en medio de sus fanfarronerías hay algunas joyas y son estas joyas las que forman
parte de la preparación que tanto Job como nosotros necesitamos para poder escuchar
al Señor.

a. El primer discurso de Eliú (Job 32–33)


(véanse pp. 226–229.)
Existen cuatro discursos de Eliú, el primero de los cuales empieza en 32:6, justo
después de un pequeño pasaje en prosa que incluye la razón del enfado de Eliú:
Pero se encendió la ira de Eliú, hijo de Baraquel buzita, de la familia de Ram.
Se encendió su ira contra Job porque se justificaba delante de Dios. Su ira se
encendió también contra sus tres amigos porque no habían hallado respuesta, y
sin embargo habían condenado a Job. (32:2–3)
Eliú ha esperado hasta ahora para empezar a hablar, por respeto a los otros amigos
de más edad (32:4), pero la incapacidad de éstos de consolar a Job ha contribuido al
enfado de Eliú (32:5).
Éste expone las razones que le llevan a intervenir en 32:6–22 y afirma haber sido
inspirado por Dios: “Pero hay un espíritu en el hombre, y el soplo del Todopoderoso le
da entendimiento” (32:8).
Ha estado valorando si intervenir o no (32:16), pero ya no puede contener más su
ira, está a punto de estallar: “mi vientre es como vino sin respiradero, está a punto de
reventar como odres nuevos” (32:19).
Puede que Eliú se nos antoje presuntuoso (32:10–12), pero no lo habría parecido
tanto en la cultura en la que vivía, donde el respeto a los de más edad era muy
importante. En cualquier caso, en el comienzo del capítulo 33 parece condescendiente
y arrogante:
Por tanto, Job, oye ahora mi discurso,
y presta atención a todas mis palabras.
He aquí, ahora abro mi boca,
en mi paladar habla mi lengua.
Mis palabras proceden de la rectitud de mi corazón,
y con sinceridad mis labios hablan lo que saben.
El Espíritu de Dios me ha hecho,
y el aliento del Todopoderoso me da vida.
Contradíceme si puedes;
colócate delante de mí, ponte en pie.
He aquí, yo como tú, pertenezco a Dios;
del barro yo también he sido formado.
He aquí, mi temor no te debe espantar,
109
ni mi mano agravarse sobre ti. (33:1–7)
El discurso principal de Eliú empieza en 33:8, donde cita algunas de las quejas de
Job e intenta dar una respuesta a cada una de ellas.

El caso de Eliú contra Job


Según Eliú, Job ha estado quejándose, en primer lugar, de que Dios simplemente ha
ignorado su sufrimiento al no responder a su oración (33:13), a lo que Eliú responde en
33:14–18 diciendo: Job, estás equivocado al pensar que Dios te ha estado ignorando, ya
que “ciertamente Dios habla” (33:14), y a veces lo hace en sueños o visiones. De hecho,
Dios se revela a sí mismo de muchas maneras diferentes. Incluso en tus pesadillas, Job,
Dios te ha estado hablando: “En un sueño, en una visión nocturna, cuando un sueño
profundo cae sobre los hombres, mientras dormitan en sus lechos, entonces, Él abre el
oído de los hombres, y sella su instrucción” (33:15–16).
El propósito de Dios es apartar a las personas del camino que están tomando y que
aprendan algo más de los caminos de Dios: “para apartar al hombre de sus obras, y del
orgullo guardarlo; libra su alma de la fosa y su vida de pasar al Seol” (33:17–18).
Eliú está apuntando a la presencia de Dios en Job incluso cuando éste no ha sido
consciente de ella.
La segunda queja de Job, según afirma Eliú, es que Dios ha estado utilizando su
poder injustamente: “has hablado… ‘Él busca pretextos contra mí… Pone mis pies en el
cepo; vigila todas mis sendas’ ” (33:8–11).
A ello, Eliú responde en 33:19–28 que Dios puede utilizar incluso la enfermedad y el
dolor como medios para castigar al espíritu humano: “El hombre es castigado también
con dolor en su lecho, y con queja continua en sus huesos” (33:19). Dios no está usando
su poder de manera gratuita, sino que la enfermedad puede tener la función de
advertirnos y hacer que nos incorporemos y reflexionemos.
La tercera de las quejas de Job resaltada por Eliú es la afirmación de que es
inocente: “Yo soy limpio, sin transgresión; soy inocente y en mí no hay culpa” (33:9).
Eliú asegura que, si una persona acepta el castigo de la enfermedad y ora a Dios, él le
dará gozo, la salvación y una canción: “Entonces orará a Dios, y Él lo aceptará, para que
vea con gozo su rostro, y restaure su justicia al hombre” (33:26).

Eliú afirma que Dios siempre tiene razón


En 33:12, encontramos el resumen del primer discurso de Eliú: “no tienes razón en
esto, porque Dios es más grande que el hombre”.
Eliú indica que Dios siempre tiene razón, por lo que ¿qué derecho tiene Job para
quejarse? Sin embargo, aún hay más. Una de las joyas del texto aparece en 33:30,
donde Eliú nos habla del propósito de Dios en el sufrimiento, que es tanto preventivo
como afirmativo: “para rescatar su alma de la fosa, para que sea iluminado con la luz de
la vida”.

110
Dios permite que su hijo sufra “para rescatar su alma de la fosa”, es decir, para
apartarlo del camino equivocado y “para que sea iluminado con la luz de la vida”,
traerlo al camino correcto. Así, en contraste con Elifaz, Bildad y Zofar, Eliú tiene una
visión más positiva del sufrimiento. Él no ve la situación en función de los pecados
pasados y la necesidad de Job de arrepentirse, sino que está abierto a la posibilidad de
que Dios esté llevando a cabo una acción positiva en Job, aunque éste no sea
consciente de ello. Dios está usando el sufrimiento de Job de una forma creativa.

El sufrimiento creativo
Éste es un concepto difícil de explicar, ya que, dependiendo de cómo lo
expresemos, puede sonar como si Dios estuviera causando dolor en sus hijos por su
bien. Ciertamente, esta afirmación es errónea. Aquí, no hay ninguna glorificación que
provenga del sufrimiento, a pesar de que a veces, los cristianos se han visto tentados a
seguir este pensamiento. Su error es el mismo que el de los tres amigos, quienes
identificaban una relación causal entre el pecado y el sufrimiento, o entre el sufrimiento
y las buenas consecuencias que puedan surgir de él.
En Lucas 13, Jesús se refiere a los galileos que habían muerto bajo Pilato y a los
dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé cayó sobre ellos. Lo que está
preguntando Jesús es: “¿Creéis que éstos eran peores pecadores que otros porque les
sucedieron estas desgracias? ¡Yo os digo que no!”. Sin embargo, esta clase de
accidentes nos llevan a todos al arrepentimiento. Jesús está rechazando claramente una
relación causal entre el pecado y el sufrimiento en estos casos. También rechaza esta
conexión cuando sus discípulos le preguntan acerca del hombre nacido ciego: “¿Quién
pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”, a lo que Jesús responde: “Ni éste
pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en
él!”.4
Algunos cristianos aún caen en la trampa de intentar conectar un sufrimiento
específico con un pecado concreto.
Eliú es algo más claro en su razonamiento, y el médico suizo Paul Tournier aún lo es
más. En su libro Creative Suffering, Tournier cita un comentario de un tal Doctor Haynal
como parte de su razonamiento sobre el poder creativo del sufrimiento:
¿Qué sucede, entonces, con la relación existente entre las privaciones, el
sufrimiento y la creatividad…? Pero “relación” no es lo mismo que “causa”.
Recordad el comentario del Dr. Haynal que cité: “Existe una relación entre el
proceso del sufrimiento, pérdida, privación y creatividad”. Evita cuidadosamente
decir que es una relación de causa y efecto. La persona madura, se desarrolla, se
hace más creativa, no por las privaciones mismas por las que ha pasado, sino
mediante su propia respuesta activa frente a la desgracia, a través de la lucha
por aceptarla y superarla moralmente, incluso si a pesar de todo no hay
solución.… Ésta es la trampa, confundir “relación” con “causa” y, por tanto, decir
que el sufrimiento es beneficioso. La diferencia es sutil, pero vital.

111
Simone Weil hace otra observación al respecto en su meditación sobre la fe
cristiana y la vocación de sufrimiento a la que Cristo llama a algunos: “La grandeza más
extrema del cristianismo se halla en el hecho de que no busca un remedio sobrenatural
para el sufrimiento, sino su uso sobrenatural”.
A su manera, Eliú está empezando a vislumbrar la verdad y a mostrar a Job que, a
través de su lucha por aceptar su desgracia, Dios está trabajando.

b. El segundo discurso de Eliú (Job 34)


(véanse pp. 229–231.)
En contraste con lo que acabamos de leer, el segundo discurso de Eliú es realmente
decepcionante. En el capítulo 34, Eliú deja de centrarse en Job para hacerlo en los
“sabios” (34:2). ¿Se está refiriendo sólo a los tres amigos que, debemos presuponer,
aún están presentes pero en silencio o está incluyendo a otros espectadores que están
escuchando la conversación entre Eliú y Job?
Ahora, Eliú se pone del lado de estos “sabios” en un ataque contra la piedad de Job:
Oíd, sabios, mis palabras,
y vosotros los que sabéis, prestadme atención.
Porque el oído distingue las palabras,
como el paladar prueba la comida.
Escojamos para nosotros lo que es justo;
conozcamos entre nosotros lo que es bueno.
Porque Job ha dicho: “Yo soy justo,
pero Dios me ha quitado mi derecho.
¿He de mentir respecto a mi derecho?
Mi herida es incurable, sin haber yo cometido transgresión.” (34:2–6)
Lo que lleva a un terrible insulto: “¿Qué hombre es como Job, que bebe el escarnio
como agua, que va en compañía de los que hacen iniquidad, y anda con hombres
perversos?” (34:7–8).

Eliú defiende la justicia de Dios


En este momento, todo el entendimiento pastoral que Eliú podría haber tenido en
su primer discurso parece haber desaparecido. Delante de los “sabios”, Eliú se ha vuelto
frío y distante. Quizás es el tipo de persona cuya opinión cambia dependiendo de a
quién se dirige. Ahora le vemos hablando a los sabios acerca de Dios, intentando
justificar la manera en que está tratando Dios a Job: “Ciertamente, Dios no obrará
perversamente, y el Todopoderoso no pervertirá el juicio” (34:12). Todo es muy frío.
Empieza hablando del poder de Dios (34:13–20), aunque está claro que Dios, para Eliú
en su discurso, es simplemente el administrador de justicia, poderoso e impersonal
(34:19). Después, Eliú pasa a hablar sobre el conocimiento de Dios (34:21–23) y su
112
imparcialidad (34:24–27).
El Dios de Eliú es un Dios de una justicia todopoderosa. ¿Es el autor de todas las
cosas? ¿Es el autor del mal? En esta ocasión, Eliú está muy cerca de responder
afirmativamente. Para él, tener el poder significa tener la razón. Evidentemente, no hay
ninguna mención a la otra historia de Dios y Satanás que vimos al principio. Nosotros
sabemos que aquí existe una diferencia entre el orden perfecto de Dios para el mundo
y la voluntad permisiva que, por razones propias, deja que Satanás tenga cierto poder.
Sin saberlo ni Job ni Eliú, Dios y Satanás están llevando a cabo una providencia
inescrutable en que se ha visto envuelto el destino de Job. ¡Pero Eliú piensa que lo
entiende! Sin embargo, su única forma de comprender los caminos de Dios es en
términos del poder y la fuerza de Dios. Habla mucho sobre la justicia divina, pero ni
siquiera menciona la gracia divina. El discurso queda resumido en 34:11: “Él paga al
hombre conforme a su trabajo, y retribuye a cada cual conforme a su conducta”. Aquí,
Eliú está racionalizando la ortodoxia del desierto (“uno recibe lo que se merece”), por lo
que volvemos a encontrarnos con la lógica defectuosa de Elifaz.
El capítulo finaliza hablando de la necedad de Job:
Porque ¿ha dicho alguno a Dios:
“He sufrido castigo,
ya no ofenderé más;
enséñame lo que no veo;
si he obrado mal,
no lo volveré a hacer?”
¿Ha de retribuir Él según tus condiciones, porque tú has rehusado?
Porque tú tienes que escoger y no yo,
por tanto, declara lo que sabes.
Los hombres entendidos me dirán,
y también el sabio que me oiga:
“Job habla sin conocimiento,
y sus palabras no tienen sabiduría.
“Job debe ser juzgado hasta el límite,
porque responde como los hombres perversos.
“Porque a su pecado añade rebelión;
bate palmas entre nosotros,
y multiplica sus palabras contra Dios.” (34:31–37)

c. El tercer discurso de Eliú (Job 35)


(Véanse pp. 232–233.)

Eliú afirma que Dios es un Dios distante e indiferente


En este tercer discurso (capítulo 35), Eliú vuelve a ocuparse de las quejas de Job.
Éste había preguntado: “¿De qué vale ser bueno?” (cfr. 34:9), lo que ahora es

113
desarrollado en dos preguntas.
La primera es “¿Qué gano al no pecar?” (35:3). Esta pregunta está complementada
con citas procedentes de anteriores afirmaciones de Job en los capítulos 7, 9 y 22,
mencionadas aquí en los versículos del 5 al 7, a las que Eliú responde que no se trata de
pecar o no pecar: simplemente, tienes que mirar el cielo y las nubes para darte cuenta
de que Dios es mucho más grande que nosotros y que ninguna de nuestras acciones
pueden afectarle, ni para bien ni para mal. Nada de lo que alguien haga puede herir o
ayudar a Dios (35:8). Una vez más, Eliú está cayendo en el mismo viejo razonamiento
que escuchamos anteriormente en boca de Elifaz.
De hecho, con este enfoque tan poco útil, Eliú se está metiendo en un callejón sin
salida. Como Francis Andersen lo expresa:
Si está diciendo que la justicia intrínseca de Dios es perfecta, sin poder ser
acrecentada por la bondad humana ni disminuida por la maldad del ser humano,
entonces, se trata de una idea muy abstracta y evasiva. Si lo que quiere decir es
que a Dios no le preocupa en absoluto la conducta humana, tanto si ésta es
buena como mala, entonces está repitiendo las opiniones citadas en los
versículos 6 y 7 y ha socavado su propio razonamiento al afirmar, pues, que la
justicia no significa nada para Dios. Aunque empezó siendo imparcial, ha
acabado mostrando indiferencia.
La segunda pregunta de Job es por qué no contesta Dios las oraciones. La respuesta
que Eliú ofrece es igualmente desconsiderada y cruel. Tres son las razones que da por
las que una oración no es respondida: el orgullo (35:12), las motivaciones incorrectas
(35:13) y la falta de fe (35:14). Esto está muy bien teóricamente, pero Eliú se está
aferrando a su propia teoría a expensas de no satisfacer las necesidades apremiantes de
Job. Ninguna de estas razones le sirve a Job, ya que lo que realmente le importa es que,
a pesar de haber buscado al Señor con un corazón limpio, hasta ahora sólo ha recibido
la misma respuesta, el silencio.
Así pues, Eliú está resultando ser una considerable decepción, a pesar de haber
tenido un comienzo prometedor. Es posible que el autor lo presente de esta manera
para ilustrar lo mejor que la sabiduría humana, sin ayuda, es capaz de ofrecer. Es la
“perspectiva humana” y no nos lleva muy lejos, ya que verdaderamente necesitamos
más que esto, como dejará ver el último discurso de Eliú.

“El orden salvaje de las cosas”


Hasta ahora, parece que Eliú tenga un Dios manejable y predecible, a quien puede
entender. Los caminos del Señor son claros para él. Todo está bajo control. Sin
embargo, si hemos aprendido algo hasta el momento del libro de Job, es que la realidad
no está tan clara, ni es tan manejable y predecible como nos gustaría que fuera. Nos
estamos dando cuenta de que la sabiduría divina no es simplemente algo que podemos
recibir por mucho que pensemos o nos comportemos correctamente, o por muy

114
coherente, ordenado y claro que sea nuestro sistema teológico. La sabiduría divina,
como veremos, llega en forma de tormenta y torbellino. Como lo expresa el Professor
Frances Young en uno de sus poemas, la “sabiduría” tiene otro aspecto. La “sabiduría”
es el “orden salvaje de las cosas”.
El poema se titula “La llamada de Sofía” (haciendo una referencia deliberada a la
palabra griega para sabiduría, sōphia). Sólo cito una parte, ya que se trata de un poema
extenso:
En una noche de pérdida, llega la llamada de Sofía.
Visiones de pasión y pérdida en una noche oscura.
Aparece radiante en su elemento.
La veo como el orden salvaje de las cosas.
Su belleza es el sonido de un riachuelo de montaña
que llena la mente consciente de una armonía inconsciente
y entona la melodía de las nubes y las rocas verde-grisáceas.
Más vieja de lo que los sabios antiguos jamás soñaron.
Los ojos de Sofía son estanques profundos de amor.
Envejecida con sabiduría y, aun así, baila con un rocío
brillante
Como si atrapase gotitas de luz, su cabello jovial
se alborota en la brisa…
Esta belleza salvaje que veo en el centro de las cosas;
oculta en la mente del desconocido Anciano de Días
ella es el principio elemental,
el patrón que subyace el caos.…
Yo soy Sofía, el orden salvaje de las cosas”.…
Hay algo salvaje en el orden divino de las cosas que los Eliús de este mundo no
pueden tolerar. Eliú no puede soportar demasiada realidad.
C. S. Lewis señaló en la misma dirección cuando el señor Castor observa que Aslan
no es un león dócil:
“El señor Castor ya se lo había advertido. —Se dedicará a ir y venir —había
dicho—. Un día lo veréis y al siguiente ya no. No le gusta sentirse atado… y, claro
está, tiene otros mundos de los que ocuparse. Es perfectamente normal. Pasará
por aquí a menudo. Lo único que debéis hacer es no presionarlo. Es un animal
salvaje, ya lo sabéis. No es como un león domesticado”.
El Dios de Eliú es demasiado pequeño y ordenado.

Cánticos en la noche
Sin embargo, aún existe otra joya en este tercer discurso de Eliú que no debemos
115
pasar por alto, una frase de gran belleza y consolación. En Job 35:10, se describe a Dios
como alguien que “inspira cánticos en la noche”. En la oscuridad, Eliú sabe que es
posible cantar el cántico del Creador, pero, hasta ahora, parece que esté muy lejos de
mostrar a Job cómo hacerlo. Sin embargo, esta frase da consuelo a aquellos que están
buscando una mano en la oscuridad. El Dios Creador “inspira cánticos en la noche”. Que
el Señor nos dé de su gracia para conocerle en las oscuridades en las que nos
encontremos, para que seamos capaces de cantar, con gozo, sus cánticos.

d. El último discurso de Eliú (Job 36–37)


(Véanse pp. 236–237.)
Los capítulos 36 y 37 contienen el último discurso de Eliú. Al fin, las cosas vuelven a
mejorar. Frente a los sabios del capítulo 34, Eliú ha dado la impresión de ser la víctima
de su propio frío raciocinio y alguien que conspira con otros para criticar a su antiguo
amigo. Frente a Job en el capítulo 35, ha demostrado ser cruel e insensible. Sin
embargo, en los capítulos 36 y 37, Eliú se dirige a Dios y su tono es más suave; la
sensibilidad pastoral ha vuelto y no sólo nos ofrece la mejor afirmación, hasta ahora, de
la teología de las recompensas y los castigos, sino que también encontramos
observaciones nuevas e importantes. Aquí hay algunas joyas más.
En el libro de Job, estos capítulos forman un puente entre el mundo de Elifaz, Bildad
y Zofar, y la palabra del Señor procedente del torbellino. Nos ablandan, nos preparan y
empiezan a mostrarnos cómo será el encuentro con Dios.
He aquí, Dios es poderoso pero no desprecia a nadie,
es poderoso en la fuerza del entendimiento.
No mantiene vivo al impío,
mas da justicia al afligido.
No aparta sus ojos del justo,
sino que, con los reyes sobre el trono,
los ha sentado para siempre, y son ensalzados.
Y si están aprisionados con cadenas,
y son atrapados en las cuerdas de aflicción,
entonces les muestra su obra
y sus transgresiones, porque ellos se han engrandecido.
Él abre sus oídos para la instrucción,
y ordena que se vuelvan del mal.
Si escuchan y le sirven,
acabarán sus días en prosperidad
y sus años en delicias.
Pero si no escuchan, perecerán a espada,
y morirán sin conocimiento. (36:5–12)
Eliú empieza repitiendo la idea de que, a pesar de que Dios nos envía los problemas,

116
es justo y misericordioso (36:6) y guarda al justo para protegerle (36:7). Eliú,
finalmente, reconoce el dolor que se siente cuando uno es atrapado en las “cuerdas de
aflicción” (36:8) y resume la sabiduría tradicional en los versículos 11 y 12: “Si escuchan
y le sirven: prosperidad; si no escuchan: perecerán y morirán”.

El dolor que sana


Ahora, encontramos una nueva observación, lo más profundo que Eliú llega a
afirmar, cuando habla de Dios y declara que: “Él libra al afligido en medio de su
aflicción, y abre su oído en tiempos de opresión” (36:15).
No está simplemente diciendo otra vez que Dios utiliza el sufrimiento para corregir
y conducir al arrepentimiento. Hay mucho más que esto. Aquí, Eliú está reconociendo
que, a través del proceso de aflicción mismo, puede haber liberación. El “dolor que
sana”, como titula Martin Israel uno de sus libros, puede existir. Es a través del
sufrimiento del siervo de Dios cómo puede existir la sanación.
Es posible que recordemos cómo Eustace, en La travesía del explorador del
amanecer, intenta deshacerse de la piel de dragón en la que ha sido atrapado y, cuando
ha conseguido quitar unas cuantas escamas, encuentra aún más debajo de aquéllas:
“Entonces el león dijo, pero no sé si lo dijo en voz alta: ‘Tendrás que permitir
que te desvista yo’. Me daban miedo sus garras, te lo aseguro, pero en aquellos
momentos estaba tan desesperado, que me acosté bien estirado sobre el lomo
para que lo hiciera.
El primer desgarrón fue tan profundo, que creí que había penetrado hasta el
mismo corazón. Y cuando empezó a tirar de la piel para sacarla, sentí un dolor
mayor del que he sentido jamás… Entonces me sujetó –lo que no me gustó
demasiado, ya que todo mi cuerpo resultaba muy delicado ahora que no tenía
piel– y me arrojó al agua. Me escoció una barbaridad, pero sólo unos instantes.
Después de eso, resultó una sensación deliciosa y, en cuanto empecé a nadar y a
chapotear, descubrí que el dolor del brazo había desaparecido. Y en seguida,
comprendí el motivo. Volvía a ser un muchacho”.
Esto es precisamente lo que Eliú está intentando explicar. Aunque las acciones de
Dios sean dolorosas, afirma Eliú, producen nuestra sanación. Dios es compasivo. Nos
trae de vuelta a sus caminos, abre nuestros ojos a un mundo nuevo, y nuestros oídos a
unas voces y canciones nuevas. Eliú está apuntando a un tema recogido por Martin
Israel cuando declara que: “Una de las contribuciones fundamentales del dolor es hacer
que las personas despierten a una calidad de existencia más profunda y que busquen la
evidencia de sentido en sus vidas más allá de las sensaciones inmediatas que capturan
su atención”.

El poder de Dios en la tormenta

117
Con el fin de prepararnos para la venida del Señor, el dramaturgo suministra a Eliú
un magnífico discurso en el que ensalza la grandeza de Dios (36:22–37:24), abriendo,
así, nuestros corazones a los niveles más profundos del entendimiento. Incluso el
inocente Job puede aprender más acerca de los aspectos profundos de Dios.
Eliú nos lleva de una palabra sobre el poder divino (36:22) a una maravillosa
ilustración de Dios en la tormenta. Los últimos versículos del capítulo 36 describen
dicha tormenta:
Porque Él atrae las gotas de agua
y ellas, del vapor, destilan lluvia,
que derraman las nubes,
y en abundancia gotean sobre el hombre.
¿Puede alguno comprender la extensión de las nubes,
o el tronar de su pabellón?
He aquí, Él extiende su relámpago en derredor suyo,
y cubre los abismos del mar.
Pues por estos medios Él juzga a los pueblos,
y da alimento en abundancia.
Él cubre sus manos con el relámpago,
y le ordena dar en el blanco.
Su trueno anuncia su presencia;
también su ira, respecto a lo que se levanta. (36:27–33).
Estos versículos nos adentran en el capítulo 37 con una descripción del relámpago y
el trueno: “Maravillosamente truena Dios con su voz, haciendo grandes cosas que no
comprendemos” (37:5). Justo después, el frío del invierno lo cubre todo:
Porque a la nieve dice: “Cae sobre la tierra”,
y al aguacero y a la lluvia: “Sed fuertes.”
Él sella la mano de todo hombre,
para que todos conozcan su obra.
La fiera entra en su guarida,
y permanece en su madriguera.
Del sur viene el torbellino,
y del norte el frío.
Del soplo de Dios se forma el hielo,
y se congela la extensión de las aguas.
También Él carga de humedad la densa nube,
y esparce la nube con su relámpago;
aquélla gira y da vueltas por su sabia dirección,
para hacer todo lo que Él le ordena
sobre la faz de toda la tierra.
Ya sea por corrección, o por el mundo suyo,

118
o por misericordia, Él hace que suceda. (37:6–13)
En estos versículos, se nos representa un mundo en el que ocurren cosas malas.
Mediante el soplo de Dios, tenemos el hielo. Es una imagen del mundo en que Job lo
está pasando mal. Él ha sentido la fuerza de la tormenta, ha escuchado el estrépito del
trueno y, también, se ha congelado con el hielo de Dios.
Sin embargo, teniendo en mente sus propósitos, Dios, incluso en su amor, deja que
esto ocurra. La tormenta disciplina y reanima la tierra, y tanto la disciplina como la
reanimación son expresiones de su amor fiel e inquebrantable.
Entonces, el temporal empieza a amainar un poco y, a partir del versículo 21, la
tormenta ya ha pasado, los cielos vuelven a ser azules, el sol brilla y todo vuelve a estar
tranquilo: “del norte viene dorado esplendor: majestad impresionante alrededor de
Dios” (37:22):
Ahora los hombres no ven la luz que brilla en el firmamento;
pero pasa el viento y lo despeja.
Del norte viene dorado esplendor:
majestad impresionante alrededor de Dios.
Es el Todopoderoso; no le podemos alcanzar;
Él es grande en poder,
y no pervertirá el juicio ni la abundante justicia.
Por eso le temen los hombres;
Él no estima a ninguno que se cree sabio de corazón. (37:21–24)
Es importante que nos demos cuenta de lo que ha sucedido en este discurso. Ahora,
Eliú ha apuntado hacia Dios, por lo que el libro de Job está preparado para que el sol
salga de nuevo en la vida de Job y le dé algo de paz en la mañana primaveral.

3. La pregunta transformada
Tanto Job como sus amigos han estado buscando una respuesta, una causa. Sin
embargo, todos sus esfuerzos han sido inútiles. Los tres amigos no han podido ofrecer
una respuesta a Job, pues ésta no se puede encontrar mirando hacia atrás, sino sólo
mirando hacia arriba. Debemos mirar hacia adelante para encontrar el propósito divino,
y no buscar causas en el pasado. Eliú nos ha llevado de mirar hacia atrás, y de entender
el sufrimiento en términos retributivos, a mirar hacia adelante, y a entenderlo en
términos de la redención. Existe un dolor que sana.
Podemos recordar que Jesús les expresó esto mismo a sus discípulos cuando éstos
le preguntaron acerca del hombre nacido ciego: “Ni éste pecó, ni sus padres; sino que
está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él”. La pregunta “¿por qué?” es
sustituida por “¿para qué propósito?”, y la respuesta no está en los pecados del pasado,
sino en la manifestación de las obras de Dios en el futuro.
Hasta aquí nos ha traído Eliú.
A pesar de empezar con la ortodoxia tradicional de las escuelas escriturales, la ley
119
del talión, y la sabiduría limitada de los tres amigos, Eliú nos ha llevado más allá de todo
ello: partiendo de una exploración del poder de Dios y una meditación acerca de la
grandeza de Dios, pasando por la tormenta, nos conduce hasta su conclusión en 37:24:
“Por eso le temen los hombres; Él no estima a ninguno que se cree sabio de corazón”.
El temor del Señor es adonde tenemos que llegar y, tal y como aprendimos en el
capítulo 28, el principio de toda sabiduría.

Un destello de sabiduría
Eliú es, por tanto, un puente dentro del libro de Job, pues nos lleva de una teología
defectuosa de un Dios distante, de fuerza y poder, majestad y dominio, pero
indiferente a la experiencia y al dolor humanos, a la necesidad de la Sabiduría. Aquí,
podemos ver un destello de la Sabiduría divina, el “orden salvaje de las cosas”, y recibir
el don que nos capacita para seguir adelante. Se nos ha traído ante el “temor del
Señor”, la manera de vivir ante Dios en obediencia y dependencia de la gracia: la
experiencia de la presencia activa del Señor que apunta hacia la Sabiduría.
El Dios de Elifaz era tan trascendente, que no le preocupaban en absoluto las
trivialidades de la vida de Job. Ahora, Eliú nos habla del temor del Señor, aquella
relación íntima en la que el Señor se interesa en gran manera incluso por los detalles
más pequeños de nuestra propia existencia humana.
Eliú nos ha conducido de la teología a la sabiduría, del razonamiento y la
desesperación a Dios mismo. Así, Eliú nos ha traído, a su manera, hasta el mismo lugar
que el himno de la sabiduría de Job 28. Debemos encontrarnos con Dios en su gracia;
debemos empezar con el temor del Señor, en comunión con él.
Esta idea de que la sabiduría no es una acumulación de conocimiento, sea técnico o
teológico, sino que es una manera de vivir ante Dios, aparece en su expresión más
explícita en la enseñanza de Pablo de que Cristo es “poder de Dios y sabiduría de Dios”.
La Sabiduría es Cristo en su vulnerabilidad, en su autoentrega y en su sufrimiento. La
Sabiduría es Cristo en su obediencia al Padre hasta el punto de morir en una cruz.
En Jesús queda expuesta la Sabiduría divina que, por la gracia del Espíritu, está
disponible a todos nosotros. Es la sabiduría del siervo sufriente del Señor, cuyos
padecimientos nos dan acceso a la comunión con el Señor.
Éste es el camino de peregrinaje que Job mismo está andando. Él está aprendiendo
de la forma más dura lo que es la Sabiduría, “el orden salvaje de las cosas”. Job ha
estado aprendiendo a seguir adelante.
Sin darse cuenta, el propio Job está proveyendo la respuesta a la pregunta de
Satanás “¿Acaso sirve Job a Dios de balde?” No hay otra recompensa que no sea la
comunión con Dios mismo, que es el don de su gracia. Allí es donde nos llevará el último
capítulo de este libro.

120
El Señor habla
Job 38–42

Al fin, Dios habla: “Entonces el SEÑOR respondió a Job desde el torbellino” (38:1).
Ha pasado mucho tiempo desde que estábamos en la corte celestial, escuchando a
Satanás provocando a Dios con la pregunta: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?”. Vimos
cómo Dios le dio a Satanás cierta libertad para probar la integridad de Job quitándole
todo lo que tenía. A partir de aquí, Satanás no vuelve a figurar directamente en la
historia. Tal y como lo expresa Karl Barth, ¡un breve vistazo de él fue suficiente! Ha
pasado mucho tiempo desde que la esposa de Job le tentó a maldecir a Dios y morirse,
y desde que los tres amigos se sentaron con él durante siete días y siete noches, en su
silencio compasivo.
Desde entonces, hemos escuchado los tres ciclos de discursos en que los amigos
ofrecieron a Job sus versiones racionalizadas de la ortodoxia del castigo y el desierto.
Todos ellos asumieron que Job había pecado y, por tanto, le pedían que se arrepintiese.
Escuchamos sus alabanzas a la majestad y el poder de Dios, pero apenas mencionaron
su presencia amorosa o su gracia. El poeta nos ha dirigido hacia el temor del Señor, que
es el principio de sabiduría, donde también nos han conducido, al fin, las reflexiones
teológicas de Eliú.
Desde el principio hasta el fin, Job ha defendido su inocencia e integridad. Ha
llorado y se ha airado, y ha sentido desesperación y angustia en su alma. Tanto su
cuerpo como su mente y espíritu se han atribulado. Constantemente, se ha debatido
con esta tensión en lo más profundo de su ser: lo están tratando injustamente y, aun
así, ¡debe existir la justicia en este mundo! Una y otra vez, clama a Dios para que se
deje conocer. ¿Por qué es Dios tan injusto, tan distante y tan silencioso?
Ahora, Dios habla “desde el torbellino” (38:1). Anteriormente, ha habido indirectas
que nos han ido preparando para ello: el entreacto que representa Eliú nos ha llevado
de la tormenta a la calma que hay al otro lado, y Job mismo se ha aferrado a la
esperanza de un árbitro, un justificador, un redentor. Puede que no suceda en este
mundo, ¡pero ciertamente Dios le responderá algún día!

Dios responde a Job


El capítulo 38 nos dice que Dios, finalmente, responde a Job y lo hace en este
mundo, en su libertad soberana, y en su tiempo. Los discursos de Eliú, después de la
última defensa de Job, evitan que pensemos que Dios se ve, de algún modo, obligado a

121
responder a causa de la persistencia de Job en su discurso anterior. Sin embargo, a lo
largo de estos últimos capítulos, los tambores han resonado anticipando el clímax del
libro, que es donde nos encontramos ahora.
A primera vista, es una gran decepción. En los capítulos 38 y 39, Dios nos lleva a
visitar el cielo, el mar, las estrellas y diferentes animales, y después nos pide que nos
fijemos en Behemot, el hipopótamo (40:15), y en Leviatán, el cocodrilo (41:1). Todo es
bastante sorprendente.
Tal y como reflexiona el archidiácono en la novela de Charles Williams War in
Heaven: “Como mero razonamiento, hay algo que falla en el hecho de decir a un
hombre que ha perdido todo su dinero, su casa y su familia, y que está sentado en un
cubo de basura y lleno de llagas: ‘Mira al hipopótamo.’ ”
Dios no da una respuesta a las preguntas de Job, ni pide perdón por no haber dicho
nada durante tanto tiempo, ni tampoco menciona la apuesta de Satanás, ni manifiesta
ser consciente de los problemas de Job. ¿Es realmente suficiente?
Todo ello ha llevado a muchos comentaristas a asumir que, a pesar de su
grandilocuente poesía (especialmente, de los capítulos 38 y 39, que deben formar parte
de la mejor poesía natural que jamás se haya escrito), estos capítulos son añadiduras al
texto de Job y que, por tanto, deben pasarse por alto.
Sin embargo, antes de que sucumbamos ante un punto de vista tan radical, es
importante que nos detengamos y nos preguntemos, con más detalle, qué es lo que
está ocurriendo.
Existen cinco reflexiones principales que podemos sacar de estos capítulos y,
después, podremos pasar al epílogo.

1. Jehová habla
Lo primero y más importante es que ¡Dios habla! Dios se da a conocer. En otras
partes de la Biblia, la tormenta es el contexto adecuado para una teofanía, es decir, una
revelación de la presencia de Dios. En la memorable revelación de Dios a Moisés en el
Monte Sinaí, Dios llegó a la montaña en una tormenta:
Y aconteció que al tercer día, cuando llegó la mañana, hubo truenos y
relámpagos y una densa nube sobre el monte y un fuerte sonido de trompeta…
Entonces Moisés sacó al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y
ellos se quedaron al pie del monte. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el
SEÑOR había descendido sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un
horno, y todo el monte se estremecía con violencia. El sonido de la trompeta
aumentaba más y más; Moisés hablaba, y Dios le respondía con el trueno.
La tormenta, con sus relámpagos, nubes y ruido, a la vez revelaba y escondía la
majestad de Dios. Dios vino a hablar a su pueblo escondido en una densa nube, símbolo
frecuente de la presencia del Señor. En el Monte Sinaí, Dios vino a su pueblo con todo
el ropaje de su santidad aterradora y en el libro de Job aparece una imagen parecida.

122
Dios no accede a bajar (como lo hace para ver qué está pasando en la torre de Babel en
Génesis 11), sino que se da a conocer como mysterium tremendum et fascinans, un
misterio atractivo, pero, aun así, aterrador.
El profeta Nahum también menciona que “en el torbellino y la tempestad está su
camino”. Este es un texto muy útil para tener a mano cuando seamos tentados, por la
literatura devocional más chapucera, a creer que la vida de fe es, verdaderamente, un
camino de rosas. Junto con todo lo que, justamente, queramos compartir acerca del
gozo cristiano y del don de paz que guarda tanto nuestro corazón como nuestra mente
en Cristo Jesús,20 también sabemos y debemos expresar que su camino está “en el
torbellino y la tempestad”. Dios habla a Job desde el torbellino.

“Jehová”
El que habla es “Jehová” (SEÑOR, en la LBLA), el Señor del pacto. Dios ha dado su
nombre del pacto, Jehová, en el prólogo del libro de Job. Allí, se nos presentó a Job y se
nos invitó a reflexionar sobre la relación personal entre Dios y Job. A lo largo de los
capítulos 3 al 37, el nombre de Jehová no vuelve a usarse, sino que a Dios se le llama El
Shaddai, Dios Todopoderoso. En el libro de Job, ésta ha llegado a ser la forma para
referirse a Dios como distante y frío. La revelación básica de Dios como “Shaddai”
apareció en Génesis, con la imagen de un Dios que se hace cargo de la situación cuando
ya no queda ni fuerza ni esperanza. Por ejemplo, Jacob encomendó a Benjamín al
cuidado de “Shaddai” cuando sus hermanos pidieron podérselo llevar con ellos de
vuelta a Egipto, y fue “Shaddai” quien cuidó de José.22 Sin embargo, con Elifaz, Bildad y
Zofar, “Shaddai” se había convertido no en un Dios que ofrece su gracia y seguridad,
sino en una poderosa fuerza impersonal, distante e indiferente. Se habían
acostumbrado a usar el nombre de Dios que, originalmente, hablaba de la gracia, de
una forma que la negaba. ¡Qué fría es la teología que pierde contacto con el corazón
misericordioso de Dios! La cercanía personal del pacto del Señor ha dado paso a la
distancia que suponen la majestad y el poder de Dios.
Sin embargo, ahora, en el capítulo 38, el autor quiere que no nos quede ninguna
duda. Dios es llamado, una vez más, “Jehová”. Ahora, el Señor misericordioso de la
promesa del pacto a Abraham está hablando a este hombre de Uz. Ahora, el Dios cuyo
nombre es “Jehová” está relacionado con su presencia personal proveedora de cuidado,
amor inquebrantable y fidelidad al pueblo de su pacto; este Dios es el que habla a Job.

¡El Señor sí viene!


Recordemos, en primer lugar, la intensidad del clamor de Job en el capítulo 23:
¡Quién me diera saber dónde encontrarle,
para poder llegar hasta su trono!
He aquí, me adelanto, y Él no está allí,
retrocedo, pero no le puedo percibir;

123
cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo,
se vuelve a la derecha, y no le veo. (23:3, 8–9)
Lo que más temía Job era que Dios le hubiese abandonado. En el silencio y el
aislamiento, había asumido que Dios le había decepcionado y que le había abandonado,
ya que no sabía que Dios había corrido un riesgo, por así decirlo, para demostrar la
integridad de Job para sus propios propósitos celestiales. Evidentemente, la retirada de
Dios era parte de la historia, pues el peregrinaje de fe de Job no era precisamente un
peregrinaje por vista. El hecho de que Job esté “a oscuras” es un elemento esencial
para el desarrollo de la historia, ya que, de esta forma, llega a representar (y ser un
ejemplo) a todos los que intentan continuar confiando en la oscuridad. Para todos
aquellos cuya fe es probada por la oscuridad y la aparente ausencia de Dios, el gran
consuelo de Job 38 es que Dios habla. ¡El Señor sí viene!
De hecho, Dios ha estado presente desde el principio. Ahora, esta presencia se ha
dado a conocer. Éste es el primer y gran consuelo de Job. El Señor viene. Dios se da a
conocer. Esto es lo más importante que estos capítulos tienen que comunicar.
La conocida meditación anónima “Pisadas en la arena” expresa perfectamente esto
mismo:
Una noche, tuve un sueño… soñé que estaba caminando por la playa con el
Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que
pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las
mías y las otras del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré
hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino
de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso
sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Realmente, me perturbó y
pregunté entonces al Señor: “Señor, Tú me dijiste, cuando resolví seguirte, que
andarías conmigo, a lo largo del camino, pero, durante los peores momentos de
mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué Tú me
dejaste en las horas en que yo más te necesitaba”. Entonces, Él, clavando en mí
su mirada infinita, me contestó: “Mi querido hijo. Yo te he amado y jamás te
abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par
de pisadas fue justamente allí donde te cargué en mis brazos”.
O como Oswald Chambers lo expresa: “Un hombre en apuros piensa que ha perdido
a Dios, mientras que, en realidad, se encuentra cara a cara con Él”.

2. La sabiduría de Dios es mostrada en la creación (Job 38–39)


Este es el momento en que podemos dejar que estos maravillosos versículos hablen
por sí mismos:
Entonces el SEÑOR respondió a Job desde el torbellino y dijo:

124
¿Quién es éste que oscurece el consejo
con palabras sin conocimiento?
Ciñe ahora tus lomos como un hombre,
y yo te preguntaré, y tú me instruirás.
¿Dónde estabas tú cuando yo echaba los cimientos de la tierra?
Dímelo, si tienes inteligencia.
¿Quién puso sus medidas?, ya que sabes,
¿o quién extendió sobre ella cordel?
¿Sobre qué se asientan sus basas,
o quién puso su piedra angular
cuando cantaban juntas las estrellas del alba,
y todos los hijos de Dios gritaban de gozo?
¿O quién encerró con puertas el mar,
cuando, irrumpiendo, se salió de su seno;
cuando hice de una nube su vestidura,
y de espesa oscuridad sus pañales;
cuando sobre él establecí límites,
puse puertas y cerrojos,
y dije: “Hasta aquí llegarás, pero no más allá;
aquí se detendrá el orgullo de tus olas”?
¿Alguna vez en tu vida has mandado a la mañana,
y hecho conocer al alba su lugar,
para que ella eche mano a los confines de la tierra,
y de ella sean sacudidos los impíos?
Ella cambia como barro bajo el sello;
y como con vestidura se presenta.
Mas se quita la luz a los impíos,
y se quiebra el brazo levantado.
¿Has entrado hasta las fuentes del mar,
o andado en las profundidades del abismo?
¿Te han sido reveladas las puertas de la muerte,
o has visto las puertas de la densa oscuridad?
¿Has comprendido la extensión de la tierra?
Dímelo, si tú sabes todo esto.
¿Dónde está el camino a la morada de la luz?
Y la oscuridad, ¿dónde está su lugar,
para que la lleves a su territorio,
y para que disciernas los senderos de su casa?
¡Tú lo sabes, porque entonces ya habías nacido,
y grande es el número de tus días!
¿Has entrado en los depósitos de la nieve,
o has visto los depósitos del granizo,

125
que he reservado para el tiempo de angustia,
para el día de guerra y de batalla?
¿Dónde está el camino en que se divide la luz,
o el viento solano esparcido sobre la tierra?
¿Quién ha abierto un canal para el turbión,
o un camino para el rayo,
para traer lluvia sobre tierra despoblada,
sobre un desierto sin hombre alguno,
para saciar la tierra desierta y desolada,
y hacer brotar las semillas de la hierba?
¿Tiene padre la lluvia?
¿Quién ha engendrado las gotas de rocío?
¿Del vientre de quién ha salido el hielo?
Y la escarcha del cielo, ¿quién la ha dado a luz?
El agua se endurece como la piedra,
y aprisionada está la superficie del abismo.
¿Puedes tú atar las cadenas de las Pléyades,
o desatar las cuerdas de Orión?
¿Haces aparecer una constelación a su tiempo,
y conduces la Osa con sus hijos?
¿Conoces tú las ordenanzas de los cielos,
o fijas su dominio en la tierra?
¿Puedes levantar tu voz a las nubes,
para que abundancia de agua te cubra?
¿Envías los relámpagos para que vayan
y te digan: “Aquí estamos?”
¿Quién ha puesto sabiduría en lo más íntimo del ser,
o ha dado a la mente inteligencia?
¿Quién puede contar las nubes con sabiduría,
o inclinar los odres de los cielos,
cuando el polvo en masa se endurece,
y los terrones se pegan entre sí?
¿Puedes cazar la presa para la leona,
o saciar el apetito de los leoncillos,
cuando se agachan en sus madrigueras,
o están al acecho en sus guaridas?
¿Quién prepara para el cuervo su alimento,
cuando sus crías claman a Dios,
y vagan sin comida?
¿Conoces tú el tiempo en que paren las cabras monteses?
¿Has observado el parto de las ciervas?
¿Puedes contar los meses de su preñez,
o conoces el tiempo en que han de parir?
126
Se encorvan, paren sus crías,
y se libran de sus dolores de parto.
Sus crías se fortalecen, crecen en campo abierto;
se van y no vuelven a ellas.
¿Quién dejó en libertad al asno montés?
¿Y quién soltó las ataduras del asno veloz,
al cual di por hogar el desierto,
y por morada la tierra salada?
Se burla del tumulto de la ciudad,
no escucha los gritos del arriero.
Explora los montes buscando su pasto,
y anda tras toda hierba verde.
¿Consentirá en servirte el búfalo,
o pasará la noche en tu pesebre?
¿Puedes atar al búfalo con coyunda en el surco,
o rastrillará los valles en pos de ti?
¿Confiarás en él por ser grande su fuerza
y le confiarás tu labor?
¿Tendrás fe en él de que te devolverá tu grano,
y de que lo recogerá de tu era?
Baten alegres las alas del avestruz,
¿acaso con el ala y plumaje del amor?
Porque abandona sus huevos en la tierra,
y sobre el polvo los calienta;
se olvida de que algún pie los puede aplastar,
o una bestia salvaje los puede pisotear.
Trata a sus hijos con crueldad, como si no fueran suyos;
aunque su trabajo sea en vano, le es indiferente;
porque Dios le ha hecho olvidar la sabiduría,
y no le ha dado su porción de inteligencia.
Pero cuando se levanta en alto,
se burla del caballo y de su jinete.
¿Das tú al caballo su fuerza?
¿Revistes su cuello de crin?
¿Le haces saltar como la langosta?
Terrible es su formidable resoplido;
escarba en el valle, y se regocija en su fuerza;
sale al encuentro de las armas.
Se burla del temor y no se acobarda,
ni retrocede ante la espada.
Resuena contra él la aljaba,
la lanza reluciente y la jabalina.
Con ímpetu y furor corre sobre la tierra;
127
y no se está quieto al sonido de la trompeta.
Cada vez que la trompeta suena, como que dice: “¡Ea!”,
y desde lejos olfatea la batalla,
las voces atronadoras de los capitanes y el grito de guerra.
¿Acaso por tu sabiduría se eleva el gavilán,
extendiendo sus alas hacia el sur?
¿Acaso a tu mandato se remonta el águila
y hace en las alturas su nido?
En la peña mora y se aloja,
sobre la cima del despeñadero, lugar inaccesible.
Desde allí acecha la presa;
desde muy lejos sus ojos la divisan.
Sus polluelos chupan la sangre;
y donde hay muertos, allí está ella.
Es necesario que nos preguntemos por qué se pasa Dios todo este tiempo
refiriéndose a los cielos, las estrellas y los animales, pues seguro que hay otros temas
más apropiados de los que hablar con alguien que, durante varias semanas, ha estado
viviendo con un terrible sentimiento de aislamiento.
No cabe duda de que sólo puede haber conversación cuando la persona deprimida
encuentra la seguridad y el consuelo de la presencia de otro. Ahora que Job sabe que
no está solo, Dios puede hablar y, quizás, hacer que Job olvide su miseria y,
ciertamente, darle nuevas perspectivas sobre su situación.
Debemos intentar distinguir el tono de todo ello para poder comprender su
significado. El hecho de que Dios haga preguntas a Job, “Ciñe ahora tus lomos como un
hombre, y yo te preguntaré, y tú me instruirás” (38:3), puede sonar un tanto
amenazador y, de hecho, algunos comentaristas lo han entendido como una afirmación
de que Dios abrumará y humillará a Job mostrándole su insensatez e impertinencia. Sin
embargo, es muy posible que se trate de una discreta ironía en el tono, y que las
preguntas no sean amenazantes, sino más bien educativas: el tipo de preguntas que un
buen maestro le puede hacer a un alumno con el fin de que comprenda el tema en
cuestión. Es como si el Señor Dios se estuviera paseando por su creación, quizás un
paseo por el Jardín cuando se calma la tormenta, y está invitando a Job a que le
acompañe: “¿Ves este…? ¿Reconoces que…?”. De la misma manera como Jesús, más
adelante, invitó a sus discípulos a observar los lirios del campo, aquí, Dios está invitando
a Job a considerar la belleza, el orden y la maravilla del mundo creado.

Los cielos
¡Deja que te maraville, dice Dios, con las complejidades del universo! Desde la
fundación de la tierra (38:4), cuando las estrellas del alba cantaban juntas y todos los
hijos de Dios gritaban de gozo en la corte celestial (38:7), hasta hoy se ha cantado con
gozo aquella celebración del Creador. Consideremos el mar, dominado su poder caótico

128
(38:8–11), los cielos, las profundidades, la luz y la oscuridad (38:12–21). ¿Has entrado
en los depósitos de la nieve o del granizo (38:22)? ¿Y qué sabes de la lluvia (38:25–30)?
Ahora, mira los cielos, las Pléiades y Orión, las nubes, el relámpago y la niebla (28:28).
¿Lo ves todo? Ven conmigo y disfruta de mi creación: asómbrate de sus maravillas y
observa que todo encaja perfectamente dentro de un patrón y un propósito superiores.

Los animales
¡Piensa también en los animales! ¿Puedes tú cazar la presa para la leona (38:39)?
¿Quién provee para el cuervo (38:41)? ¿Quién conoce el misterio de la nueva vida que
nace: de las cabras monteses (39:1), de los asnos monteses (39:5) y de los búfalos
(39:9)?
Y entonces encontramos uno de los chistes de Dios: ¡el avestruz (39:13)! El pájaro
insensato que bate sus alas con orgullo, pero que no llega a ninguna parte y deja sus
huevos en la tierra sin pensar que alguien puede pisarlos (39:15). ¡Dios no le dio su
porción de sentido común (39:17)! Incluso aquellos elementos de la creación de Dios
que parecen faltos de sabiduría forman parte del divino orden salvaje de las cosas. El
avestruz es casi la imagen de Job mismo: una paradoja, una mezcla de fuerza (39:18) e
insensatez (39:13–17), y aun así, a pesar de su incapacidad de comprensión, ocupa un
lugar de valor en la creación de Dios. ¿Y qué se nos dice del caballo de guerra? En un
magnifico pasaje poético y descriptivo (39:19–25), podemos oírle sacudiendo su
majestuosa crin, resoplando y piafando contra el suelo, precipitándose a la batalla al
son de las trompetas. También el gavilán en el cielo y la poderosa águila (39:26–27) son
parte del mundo creado por la sabiduría divina.
Ven conmigo, Job: observa estas cosas; maravíllate de ellas; disfrútalas. Tú no
puedes controlarlas, pero todas ellas están en mis manos, asegura Dios.
Por tanto, mediante un acto de comprensión, preséntate ahora en medio de
todas las criaturas entre las que vives; y óyelas en sus seres y operaciones
alabando a Dios de una forma celestial. Algunas lo hacen vocalmente, otras en
su ministerio, y todas, de manera natural y continuada. Nosotros nos dañamos
infinitamente a nosotros mismos por culpa de nuestra holgazanería y
confinamiento. Todas las criaturas de todas las naciones, lenguas y grupos
alaban a Dios por siempre; y aún más por ser tus tesoros, completos y perfectos.
Jamás eres lo que deberías hasta que sales de ti mismo y caminas entre ellas.
“Jamás eres lo que deberías hasta que sales de ti mismo y caminas entre ellas”, éste
es, quizás, el motivo por el que Dios lleva a Job en este viaje: para mostrarle su
majestad en sus obras, para que Job salga de sí mismo, distraerle de su miseria, ampliar
sus horizontes a la majestad de Dios, creativa y dadora de vida, y, especialmente, para
que pueda verse a sí mismo desde una nueva perspectiva.
Job, aquí es donde tu corazón hallará descanso: al encontrar tu propio lugar dentro
del panorama de los propósitos de Dios para su mundo. ¿Puedes levantar la mirada de

129
las cenizas y contemplar la gloria de Dios en su creación? Entonces, es posible que
alcances a ver de nuevo, tal y como Traherne lo expresa en otro libro, cómo “disfrutar
del mundo”.

Disfrutar del mundo


Aquí, debemos llevar a cabo una aplicación pastoral simple, aunque no sin
importancia. Tal y como se nos explica en Génesis, Dios hizo al hombre y lo puso en el
jardín que era “agradable a la vista”. El contexto en que vivimos nuestra vida contribuye
significativamente a nuestra idea de bienestar. Puede que las cenizas fueran un lugar
apropiado donde sentarse si estamos de luto, pero no es el lugar idóneo si queremos
sentirnos mejor. A veces, ayudaremos mucho más a aquellos que están afligidos (es
decir, ayudarles a estar más cerca de Dios y alejarse de las profundidades de la
depresión) si, en vez de enseñarles la doctrina o predicarles nuestro mejor sermón o,
incluso, hacerles ver el error en sus caminos, andamos con ellos por el jardín, nos los
llevamos a ver unas cataratas o una puesta de sol y les ayudamos a disfrutar de nuevo
del mundo. Evidentemente, no siempre es posible practicar estas acciones, pero si, en
la medida en que podamos, hacemos que quienes están deprimidos puedan verse a sí
mismos desde una perspectiva nueva, recuperen aquel lugar seguro y se sientan que
pertenecen al gran panorama de la creación de Dios, los estamos ayudando. Necesitan
saber que también ellos pertenecen. Al disfrutar de la obra del Creador, a menudo,
empezamos a sentir de nuevo el roce de su mano.

La sabiduría divina y la reacción de Job (Job 40:1–5)


Aún hay otro tema que podemos deducir de estos capítulos, ya que presentan una
visión de la sabiduría de Dios que trasciende cualquier sabiduría humana. El capítulo 28
ya apuntó en la dirección de la sabiduría divina. También vimos cómo Eliú, a pesar de
sus errores, nos dirigía en este camino. Existe una sabiduría divina, más grande que la
sabiduría que pueda tener cualquier ser humano. Dios sabe cosas que nosotros no
sabemos y tiene secretos que no comparte con nosotros. Existe un patrón, en el divino
orden salvaje de las cosas, que jamás podríamos haber soñado. Aquí, en los capítulos 38
y 39, el Señor le enseña a Job esto mismo mediante una sucesión de preguntas: ¿Sabías
esto…? ¿Podías comprender aquello…? El conjunto de las obras de Dios es una muestra
de su sabiduría, de la que Job conoce bien poco.
En este momento, aparece un corto intercambio de palabras entre el Señor y Job:
Entonces continuó el SEÑOR y dijo a Job:
¿Podrá el que censura contender con el Todopoderoso?
El que reprende a Dios, responda a esto.
Entonces Job respondió al SEÑOR y dijo:
He aquí, yo soy insignificante; ¿qué puedo yo responderte?

130
Mi mano pongo sobre la boca.
Una vez he hablado, y no responderé;
aun dos veces, y no añadiré más.
En este contexto, Job se da cuenta por primera vez de que, de hecho, en su queja ha
sobrepasado los límites, ya que no debería haber criticado al Todopoderoso ni haber
insistido en su forma de entender los acontecimientos. Tampoco debería haber acusado
a Dios de ser injusto. Por ello, responde: “yo soy insignificante; ¿qué puedo yo
responderte? Mi mano pongo sobre la boca” (40:4). Por una vez, Job prácticamente se
queda sin palabras. Dios ha hablado y a Job le queda poco por decir.

3. El poder de Dios es demostrado mediante el hipopótamo y el


cocodrilo (Job 40:15–41:34)
Sin embargo, Dios tiene algo más que decirle a Job. En los capítulos 40 y 41, Dios
parece estar añadiendo a su visita por la naturaleza algunas reflexiones sobre dos de los
animales más extraños:
He aquí ahora, Behemot, al cual hice como a ti,
que come hierba como el buey.
He aquí ahora, su fuerza está en sus lomos,
y su vigor en los músculos de su vientre.
Mueve su cola como un cedro;
entretejidos están los tendones de sus muslos.
Sus huesos son tubos de bronce;
sus miembros como barras de hierro.
Es la primera de las obras de Dios;
que sólo su hacedor le acerque su espada.
Ciertamente alimento le traen los montes,
y todas las bestias del campo retozan allí.
Bajo los lotos se echa,
en lo oculto de las cañas y del pantano.
Lo cubren los lotos con su sombra;
los sauces del arroyo lo rodean.
Si el río ruge, él no se alarma;
tranquilo está, aunque el Jordán se lance contra su boca.
¿Lo capturará alguien cuando está vigilando?
¿Perforará alguien su nariz con garfios?
¿Sacarás tú a Leviatán con anzuelo,
o sujetarás con cuerda su lengua?
¿Pondrás una soga en su nariz,
o perforarás su quijada con gancho?
¿Acaso te hará muchas súplicas,

131
o te hablará palabras sumisas?
¿Hará un pacto contigo?
¿Lo tomarás como siervo para siempre?
¿Jugarás con él como con un pájaro,
o lo atarás para tus doncellas?
¿Traficarán con él los comerciantes?
¿Lo repartirán entre los mercaderes?
¿Podrás llenar su piel de arpones,
o de lanzas de pescar su cabeza?
Pon tu mano sobre él;
te acordarás de la batalla y no lo volverás a hacer.
He aquí, falsa es tu esperanza;
con sólo verlo serás derribado.
Nadie hay tan audaz que lo despierte;
¿quién, pues, podrá estar delante de mí?
¿Quién me ha dado algo para que yo se lo restituya?
Cuanto existe debajo de todo el cielo es mío.
No dejaré de hablar de sus miembros,
ni de su gran poder, ni de su agraciada figura.
¿Quién lo desnudará de su armadura exterior?
¿Quién penetrará su doble malla?
¿Quién abrirá las puertas de sus fauces?
Alrededor de sus dientes hay terror.
Sus fuertes escamas son su orgullo,
cerradas como con apretado sello.
La una está tan cerca de la otra
que el aire no puede penetrar entre ellas.
Unidas están una a la otra;
se traban entre sí y no pueden separarse.
Sus estornudos dan destellos de luz,
y sus ojos son como los párpados del alba.
De su boca salen antorchas,
chispas de fuego saltan.
De sus narices sale humo,
como de una olla que hierve sobre juncos encendidos.
Su aliento enciende carbones,
y una llama sale de su boca.
En su cuello reside el poder,
y salta el desaliento delante de él.
Unidos están los pliegues de su carne,
firmes están en él e inamovibles.
Su corazón es duro como piedra,
duro como piedra de molino.
132
Cuando él se levanta, los poderosos tiemblan;
a causa del estruendo quedan confundidos.
La espada que lo alcance no puede prevalecer,
ni la lanza, el dardo, o la jabalina.
Estima el hierro como paja,
el bronce como madera carcomida.
No lo hace huir la flecha;
en hojarasca se convierten para él las piedras de la honda.
Como hojarasca son estimadas las mazas;
se ríe del blandir de la jabalina.
Por debajo tiene como tiestos puntiagudos;
se extiende como trillo sobre el lodo.
Hace hervir las profundidades como olla;
hace el mar como redoma de unguento.
Detrás de sí hace brillar una estela;
se diría que el abismo es canoso.
Nada en la tierra es semejante a él,
que fue hecho sin temor.
Desafía a todo ser altivo;
él es rey sobre todos los hijos de orgullo.
Un elemento común entre todos los animales que hemos visto anteriormente en los
capítulos 38 y 39 es que no están bajo el control humano. Las preguntas que Dios ha
hecho a Job han mostrado que gran parte de la creación es un secreto de Dios y no
disponible al poder y competencia humanos. Se nos ha dado una visión de la sabiduría
de Dios. Ahora, Behemot, el hipopótamo (40:15), y Leviatán, el cocodrilo (41:1),
plantean la cuestión del poder de Dios. Dios elige dos de las criaturas más temidas, dos
animales monstruosos que pueden estar representando animales reales o, quizás, un
tipo de criaturas fantásticas salidas de una fábula. “Behemot” es el plural de la palabra
común hebrea para “bestia” o, en sentido colectivo, para “ganado”, por lo que podría
tratarse de un “plural de magnificencia”: Behemot es la “bestia” por excelencia.
Leviatán parece más bien un dragón, con fuego saliendo de la boca y humo de la nariz.
También aparece en Isaías 27 como una bestia que causa un terror sobrenatural.
Juntos, entonces, Behemot y Leviatán podrían representar el ápice de la fuerza tanto
natural como sobrenatural, así como lo inexplicable y lo aterrador del mundo de Dios.
Aquí nos encontramos con dos misterios de Dios. Hay muchos aspectos de estas dos
extrañas criaturas que Job no conoce y no podría controlar. Aquí, en tu mundo, Job, hay
misterios aterradores, inconmensurables e inexplicables. Sin embargo, también existe
un poder que está más allá de cualquier poder humano. Ante Behemot y Leviatán, no
puedes hacer nada y, aun así, ambos están bajo el control de Dios. Incluso lo más
poderosamente terrible, monstruoso y aterrador está en las manos del Creador:
“Cuanto existe debajo de todo el cielo es mío” (4:11).
A esta idea se le dio un contexto cristiano en la famosa declaración de Abraham

133
Kuyper: “No existe ni un centímetro de este universo del que Jesucristo no diga: ‘Es
mío’ ”, que rememora las palabras de Pablo en Romanos 11: “Porque de Él, por Él y
para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre”.
Dios tiene el mundo entero (y el bebé más pequeño) en sus manos, afirma el
espiritual. No importa lo negra que sea nuestra situación o lo grande que sea nuestro
dolor, no hay ningún poder que nos pueda separar de Dios. Esto se nos explica al final
de Romanos 8 en términos del amor que Dios nos muestra en Jesucristo: “Porque estoy
convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni
lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Lo que Job empezaba a captar a medida que el Señor, en su gracia, hablaba con él
queda ahora completamente claro y a todo color en la autorrevelación de Dios en
Jesucristo, su Hijo. Ésta es la verdad de Dios en la que podemos encontrar apoyo sean
cuales sean nuestras circunstancias, en el sufrimiento o en el gozo, en el dolor o en la
tristeza, en la vida o en la muerte, y el hecho es que mucha gente así lo ha
experimentado.
Si los poemas sobre la naturaleza de los capítulos 38 y 39 nos hablan de la sabiduría
divina, Behemot y Leviatán apuntan al poder divino. Sin embargo, en las manos de Dios,
el poder jamás es coactivo, sino que es creativo. Es el Nuevo Testamento el que
completa la verdad de que el poder divino es el poder del amor manifestado en Jesús.

4. La justicia de Dios significa que sólo Dios puede vindicar a Job (Job
40:6–14)
En estos capítulos, existe un nivel aún más profundo, por lo que debemos volver al
capítulo 40:
Entonces el SEÑOR respondió a Job desde la tormenta y dijo:
Ciñe ahora tus lomos como un hombre;
yo te preguntaré, y tú me instruirás.
¿Anularás realmente mi juicio?
¿Me condenarás para justificarte tú?
¿Acaso tienes tú un brazo como el de Dios,
y truenas con una voz como la suya?
Adórnate ahora de majestad y dignidad,
y vístete de gloria y de esplendor.
Derrama los torrentes de tu ira,
mira a todo soberbio y abátelo,
mira a todo soberbio y humíllalo,
y pisotea a los impíos donde están.
Escóndelos juntos en el polvo;
átalos en el lugar oculto.

134
Entonces yo también te confesaré
que tu mano derecha te puede salvar.
Este pasaje es, en muchos aspectos, el centro de la palabra del Señor para Job.
Aquí, Dios está respondiendo a los razonamientos de teodicea de Job, en los que
éste se quejaba de la forma en que Dios gobierna el mundo (Job 21). Está bien,
responde Dios, gobierna tú el mundo. Engalánate de majestad y dignidad y vístete de
gloria y esplendor (40:10). Juzga tú al impío, humilla al soberbio y esconde al malvado
en el polvo (40:12–13). Gobierna tú el mundo con justicia, Job, y entonces escucharé tus
quejas.
Hay otra respuesta a la pregunta de 40:8 “¿Anularás realmente mi juicio?”
El juez que dio el veredicto tiene que asegurarse de que se hace justicia. Si vas a ser
tú quien juzgue, Job, ¿puedes asegurarte de que se hará justicia? Has insistido en tu
propia vindicación, pero ¿tienes tú el poder de vindicarte a ti mismo?
Ahora empezamos a ver que el énfasis en la sabiduría y el poder de Dios por todo el
mundo natural adquiere una nueva dimensión: Job debe darse cuenta de que no es más
capaz de ejercitar el poder judicial en la esfera moral, que de entender los mecanismos
de la naturaleza en la esfera natural. A esto es a lo que se está refiriendo la pregunta
del versículo 9: “¿Acaso tienes tú un brazo como el de Dios, y truenas con una voz como
la suya?”.
Dios está recordando a Job que Él es, a pesar de las apariencias en algunos
momentos, siempre justo. Aquí encontramos la respuesta del libro de Job a las
preguntas sobre teodicea.

Sabiduría, poder y justicia


Dios es un Dios de sabiduría (la naturaleza nos lo recuerda), de poder (los
monstruos nos lo recuerdan) y de justicia (tal y como le asegura Dios a Job). Con esta
afirmación de sabiduría, poder y justicia divinos, tenemos una descripción del carácter
de Dios, en cuyas manos descansan los misterios del sufrimiento de este mundo. Ante
un Dios como éste, no existe ninguna vía escapatoria para la lógica humana, que tiende
a enfrentar los diferentes aspectos de Dios. Dios es omnisciente, omnipotente y bueno.
A menudo, el problema del sufrimiento es expresado de la siguiente manera: Si Dios
es bueno, debe querer acabar con todo el sufrimiento que conoce. Si es omnisciente,
no hay ningún sufrimiento del que no sea consciente. Si es omnipotente, debe ser capaz
de hacer lo que desea. Por tanto, debido a que el sufrimiento existe en este mundo, la
idea de un Dios omnipotente, omnisciente y bueno resulta incoherente. Dios no puede
ser sabio, poderoso y justo a la vez. Sin embargo, esto es, precisamente, lo que Job está
aprendiendo acerca de Dios. Si decimos que Dios es sabio y justo pero no poderoso, o
sabio y poderoso pero no justo, o justo y poderoso pero no sabio, nuestro mundo se
vuelve “lógico”, pero ya no es el mundo del Dios vivo que Job ha conocido, pues el Dios
de Job, y el nuestro, no es el final de un silogismo, sino que es el Creador vivo, justo,
sabio y poderoso, cuyos caminos son más altos que nuestros caminos y cuyos

135
pensamientos son más altos que nuestros pensamientos.
El 23 de noviembre del año 1654, el filósofo francés Blaise Pascal tuvo una
experiencia del Dios “escondido” en la persona de Jesucristo. Éste fue un momento de
iluminación que guió toda su vida y trabajo futuros. Después de su muerte, se encontró
un trozo de pergamino cosido a su ropa donde estaba relatada aquella experiencia de
Cristo. En ella escribió:
Fuego
“Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”, no de filósofos y eruditos.
Certeza, certeza, gozo sincero, paz,
Dios de Jesucristo.
Dios de Jesucristo.
Mi Dios y tu Dios…
¡“Dios de Abraham no de filósofos y eruditos”!
Pascal, como Job, tuvo una experiencia del Dios vivo, que se dio a conocer mediante
un encuentro personal, no el Dios que sirve simplemente para concluir un
razonamiento filosófico.

Racionalidad divina
Aquí debemos andarnos con cuidado. No estamos diciendo que no sea igualmente
necesario ejercitar la razón humana (Pascal mismo es uno de los pensadores más
importantes de todos los tiempos). Tampoco estamos diciendo que la lógica humana no
es importante, ni que los caminos de Dios son irrazonables o ilógicos. La racionalidad
divina es la base de todo el orden y la racionalidad del mundo. Él es la fuente de
nuestros procesos mentales y somos llamados a alabarlo con nuestras mentes. El libro
de Job no nos está invitando a abandonar nuestra razón, sino que, simplemente, nos
está recordando que sólo con nuestra razón no podemos esperar entender los caminos
de Dios. Es más importante encontrar al Dios vivo que hablar de él, y es más importante
conocerle que discutir acerca de él, pues la racionalidad divina está más allá de la razón
humana y, por esto, no puede ser confinado dentro de los cánones de la lógica humana.
Existe una libertad de acción en el Dios vivo que no siempre podemos presuponer que
vamos a comprender. Cuando Dios se da a conocer, no es en términos de una
demostración lógica (pues, si fuera de otra manera, todos aquellos capaces de seguir un
razonamiento se verían obligados a creer en él). Cuando Dios se da a conocer, lo hace,
en su gracia, en un encuentro personal que invita a una respuesta personal.
Es de esta forma como el Dios de Job es el Dios de Abraham y no el de los filósofos
(como Eliú) o de los eruditos (como Bildad). Dios es sabio y poderoso y justo: Dios vive.

El Dios de las sorpresas


Como recordaremos, a Lesslie Newbigin le inquietaba la obsesión de nuestra cultura
136
con el punto de vista cosmológico, que lo entiende todo en términos de preguntas que
necesitan ser respondidas y problemas que necesitan ser resueltos. El libro de Job nos
ha mostrado que hay preguntas que no tienen respuesta aquí en la tierra y problemas
que la lógica humana no puede resolver. Sin embargo, también nos ha mostrado al Dios
vivo, el “Dios de las sorpresas” (como Gerard Hughes ha titulado uno de sus libros), un
Dios que está escondido y que, a veces, da a conocer su presencia en su aparente
ausencia; un Dios cuyo encuentro con nosotros impide que ordenemos cada uno de los
problemas que tenemos en paquetes ordenados y manejables. En algunos aspectos de
la fe cristiana, existe una capacidad de decisión que, en vez de ayudar, obstaculiza el
encuentro profundo con Dios, ya que se intenta que todo esté bien atado y seguro. En
otras palabras, existe una necesidad defensiva de estar seguro. Por el contrario, el libro
de Job nos lleva cara a cara con el Dios vivo y nos invita a vivir en su luz con todas
nuestras incertidumbres lógicas, bordes descuidados y fe en apuros.
En cuanto a las cuestiones de teología y, en especial, aquéllas acerca de la forma en
que Dios ordena el mundo, Dios tiene sus secretos. Así como no podemos controlar al
hipopótamo, a pesar de ser parte de la creación de Dios, tampoco podemos controlar o,
incluso, comprender algunas de las cuestiones más profundas del sufrimiento humano.
Hay algunas cosas que, debido a su naturaleza, deben dejarse al misterio de Dios.
A menudo, Job ha recalcado en su fe en la justicia de Dios, pero, con ello, ha
insistido en su vindicación. Aquí, está descubriendo que sólo Dios tiene el poder para
vindicarle. Job no puede hacerse cargo del gobierno del universo. Este pasaje del
capítulo 40 “trae a Job al final de su búsqueda convenciéndole de que puede y debe
dejar todo el asunto completamente a Dios, con confianza, sin ser tan impaciente e
insistente en que Dios debería, en primer lugar, responder a todas sus preguntas”.
Así, aquí nos encontramos cerca del mensaje fundamental del libro de Job, que es
una amonestación a todo aquel que piensa que puede gobernar el mundo mejor que
Dios.
Se cuenta la historia de un cura que volvía a casa cansado después de haber pasado
la noche consolando a otros durante el bombardeo aéreo sobre Londres durante la
Segunda Guerra Mundial, cuando se encontró con otro clérigo y, en su exasperación y
aturdimiento, exclamó: “Ojalá estuviera yo sentado en el trono del universo durante
diez minutos”. Su amigo, más prudente, respondió: “Si estuvieras sentado en el trono
durante diez minutos, no querría vivir en tu mundo ni siquiera durante diez segundos”.
Para comportarse de la forma que Dios sugiere en 40:8–14, Job tendría que usurpar
el lugar de Dios mismo y convertirse en otro Satanás. Como lo expresa Andersen muy
convincentemente:
Sólo Dios puede destruir de manera creativa. Sólo Dios puede transformar el
mal en bien. Como Creador, responsable de todo lo que ocurre en Su mundo, es
capaz de hacer que todo (bueno y malo) sea para bien. El debate ha sido
elevado a un nivel diferente. La realidad de la bondad de Dios está más allá de la
justicia; y es por este motivo que las categorías de culpa y castigo (que vimos
una y otra vez en los tres amigos), a pesar de ser verdaderas y terribles a la vez,

137
sólo pueden entender el sufrimiento humano como una consecuencia del
pecado, y no como una ocasión de gracia.

La gracia
Es por gracia cómo Dios se dio a conocer a Job. Con ello, Job está satisfecho, ya que,
a pesar de no haber recibido una respuesta directa, ha visto al Señor. Previamente,
había tenido miedo, como muchos de nosotros cuando estamos deprimidos, de que
todo fuera bien para los demás y no para él. También nosotros tenemos miedo de que
hayamos caído dentro de un agujero en el universo, fuera del alcance de la gracia, del
mundo de Dios y del control del Creador. Job pensaba que había caído en un agujero en
el gobierno del Creador sobre este mundo, pero, ahora, se siente aliviado. El Creador
tiene en sus manos todas las cosas mediante el poder de su palabra; nada, ni la
estúpida avestruz ni los espantosos monstruos, está fuera de su mano misericordiosa.
Así, Job puede estar tranquilo y vivir con sus preguntas sin contestar. En Dios, el poder,
la justicia y la sabiduría forman parte del mismo carácter divino, por lo que Job puede
dejar de preocuparse, poniendo su fe en el misterio de Dios. Como dijimos, la fe es lo
que Dios nos da para ayudarnos a vivir con las incertidumbres.

5. La respuesta de Job (Job 42:1–6)


Entonces Job respondió al SEÑOR, y dijo:
Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas,
y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado.
“¿Quién es éste que oculta el consejo sin entendimiento?”
Por tanto, he declarado lo que no comprendía,
cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía.
“Escucha ahora, y hablaré;
te preguntaré y tú me instruirás”.
He sabido de ti sólo de oídas,
pero ahora mis ojos te ven.
Por eso me retracto,
y me arrepiento en polvo y ceniza.
Job responde con humildad y sumisión: “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora
mis ojos te ven” (42:5). Su conciencia se había avivado y la voz de Dios ha sido su
maestra. Continúa diciendo que ahora se arrepiente de lo que había dicho
anteriormente, había sobrepasado los límites con sus quejas y, por eso, se humilla en
arrepentimiento y penitencia ante Dios.
No debemos entender este pasaje como si Job hubiera, al fin, sucumbido a la
petición de Zofar de arrepentirse de sus pecados. No se trata de eso. Job no se siente
intimidado por Dios ni humillado, sino que está abrumado por la presencia divina llena

138
de gracia y, humildemente, inclina la cabeza.
En el Nuevo Testamento, Simón Pedro nos ofrece otro ejemplo. Después de una
noche sin pescar nada, Lucas nos cuenta que Jesús llamó a Simón para que saliera a la
parte más profunda y que echara allí sus redes, con lo que consiguieron encerrar tal
cantidad de peces, que las redes se rompían y las barcas se hundían. Simón Pedro se
sintió tan abrumado por el poder divino que podía ver ante él y la gloria divina brillando
mediante la acción de Jesucristo, que cayó a los pies de Jesús con una comprensión
profunda de su propia pecaminosidad: “¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre
pecador!” No cabe duda de que Job comparte este asombro, que le lleva a un
sentimiento similar de su pecado y necesidad. Sin embargo, su penitencia no sugiere
ninguna vuelta atrás en cuanto a su inocencia e integridad. Ciertamente, Dios le vindica
directamente al afirmar que él ha hablado “lo que es recto” (42:7–8).

6. El epílogo (Job 42:7–14)


El poema que empezó al principio del capítulo 3 acaba en 42:6 y en 42:7 volvemos a
la prosa, como en el prólogo del libro (capítulos 1 y 2). En este epílogo, hay dos aspectos
en particular que es necesario destacar.
En primer lugar, está la experiencia de Job sobre la gracia, que queda expresada en
su oración por sus amigos.
Y sucedió que después que el SEÑOR habló estas palabras a Job, el SEÑOR dijo
a Elifaz temanita: Se ha encendido mi ira contra ti y contra tus dos amigos,
porque no habéis hablado de mí lo que es recto, como mi siervo Job. Ahora pues,
tomad siete novillos y siete carneros, id a mi siervo Job y ofreced holocausto por
vosotros, y mi siervo Job orará por vosotros. Porque ciertamente a él atenderé
para no hacer con vosotros conforme a vuestra insensatez, porque no habéis
hablado de mí lo que es recto, como mi siervo Job. Y Elifaz temanita y Bildad
suhita y Zofar naamatita fueron e hicieron tal como el SEÑOR les había dicho; y el
SEÑOR aceptó a Job.
El Señor reprende a Elifaz y los otros amigos porque “no habéis hablado de mí lo
que es recto, como mi siervo Job” (42:7) y les manda “tomad siete novillos y siete
carneros, id a mi siervo Job y ofreced holocausto por vosotros, y mi siervo Job orará por
vosotros. Porque ciertamente a él atenderé para no hacer con vosotros conforme a
vuestra insensatez” (42:8).
Job, el siervo del Señor, ofrece una oración por sus amigos y gracias a ella éstos
logran escapar de la ira de Dios y son reconciliados con su vecino. ¡Este par de
versículos esconden una línea teológica muy rica! La ira de Dios frente a los tres amigos
no es su última palabra. Mediante el sacrificio y la oración, hace posible que puedan ser
tratados misericordiosamente, y tanto el sacrificio como la oración fueron llevados a
cabo por aquel al que llama “mi siervo”. Todo ello evoca, sin lugar a dudas, el tema que
habíamos observado previamente en los “Cantos del siervo” y otros pasajes. El siervo se

139
presenta delante de Dios en lugar de los demás y ofrece un sacrificio de expiación,
consagración y ofrenda, y ora por la misericordia y la gracia de Dios. Una vez más, el
libro de Job apunta más allá de sus propios límites, hacia el Mediador entre Dios y el ser
humano, el hombre Cristo Jesús, que se dio a sí mismo como ofrenda por los pecados y
que vive ahora y para siempre para interceder por nosotros.
En muchas ocasiones, el libro de Job ha presentado temas que aparecen mucho más
claros y adquieren unos colores más vivos en la vida y el sufrimiento, la muerte y la
resurrección del Señor Jesús. Como Pedro escribió:
Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió
por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas,
EL CUAL NO COMETIÓ PECADO, NI ENGAÑO ALGUNO SE HALLÓ EN SU BOCA;
y quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no
amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia; y Él mismo
llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al
pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados.
En segundo lugar, la experiencia de Job sobre la gracia es en el “aquí y ahora” en
este mundo.
Y el SEÑOR restauró el bienestar de Job cuando éste oró por sus amigos; y el
SEÑOR aumentó al doble todo lo que Job había poseído.
Entonces todos sus hermanos y todas sus hermanas y todos los que le habían
conocido antes, vinieron a él y comieron pan con él en su casa; se condolieron de
él y lo consolaron por todo el mal que el SEÑOR había traído sobre él. Cada uno le
dio una moneda de plata, y cada uno un anillo de oro.
El SEÑOR bendijo los últimos días de Job más que los primeros; y tuvo catorce
mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Y tuvo siete hijos y
tres hijas. Llamó a la primera Jemina, a la segunda Cesia y a la tercera Keren-
hapuc. Y en toda la tierra no se encontraban mujeres tan hermosas como las
hijas de Job; y su padre les dio herencia entre sus hermanos.
Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos
de sus hijos, hasta cuatro generaciones. Y murió Job, anciano y lleno de días.
Nos podríamos preguntar por qué necesitamos este párrafo sobre la restauración
de la suerte de Job, ya que después del regalo de gracia que es la presencia de Dios
estos versículos finales pueden parecernos algo triviales. Sin embargo, conecta la
historia directamente con este mundo. Previamente, las esperanzas de Job se habían
centrado en una vindicación después de la muerte, en otro mundo y otro tiempo. Sin
embargo, es aquí y ahora, con amigos y con la unidad familiar, otra vez, completa, con
nuevos rebaños y manadas, cuando experimenta las señales del amor y la gracia de
Dios. La gracia de Dios es dada al hombre de fe no en un cielo lejano, sino aquí en la
tierra, en esta vida, donde Job es aún un peregrino durante 140 años más. La gracia nos
140
encuentra en la realidad sentida de nuestra experiencia humana. Lo “más allá” del amor
de Dios nos encuentra aquí y ahora.

7. Atando cabos
Llegados a este punto, finalmente debemos atar algunos cabos de todo nuestro
estudio de tal extraordinario libro.
En primer lugar, existen más cosas en el cielo y en la tierra de lo que jamás
podríamos haber soñado. Job se ve envuelto en los propósitos de Dios, aunque no sabe
nada sobre ellos. Hay incertidumbres, rompecabezas y ambigüedades en la vida de fe
que debemos dejar como parte del misterio de Dios: “Las cosas secretas pertenecen al
SEÑOR”. Debemos aceptar que Dios tenga sus secretos y recibir el don de fe que nos da
para que encontremos en él nuestro apoyo en tiempos de incertidumbre. Job es, por
encima de todo, el Gran Creyente. Que Dios aumente nuestra fe, incluso cuando
estamos en la oscuridad.
En segundo lugar, hay una advertencia contra predicar inadecuadamente, incluso
cuando se trata de la verdad. A lo largo del libro, observamos cierta insensibilidad en los
tres amigos, al intentar forzar a Job a que encaje en sus teorías, y se van endureciendo
en sus actitudes ante el rechazo de Job a ser modelado según sus ideas. Jamás
ayudaremos a nadie si le hablamos basándonos en teorías predeterminadas e
intentando meterlo en nuestro molde. Al contrario, debemos aprender, del episodio
inicial en las cenizas, el ministerio de escuchar o de, simplemente, estar allí.
En tercer lugar, se nos ha presentado vívidamente ante nuestros ojos y emociones
el hecho de que el pueblo de Dios también sufre. Las personas buenas y devotas
también sufren. A la gente buena le suceden cosas malas. Debemos aprender a no
juzgar la situación espiritual de una persona por su suerte o circunstancias. Debemos
tener cuidado con la simple ecuación de la bendición de Dios y que todo vaya bien, ya
que puede haber bendiciones en el dolor. Puede darse un dolor que sana y una
proximidad a Dios incluso cuando las circunstancias externas son completamente
adversas.
En el sufrimiento de Job, su cuerpo, mente, espíritu, relaciones, emociones y
voluntad están involucrados. Ninguna parte de Job queda intacta, ya que todas las
partes están interrelacionadas. Cuando ayudamos a los demás, debemos recordar que
estamos asistiendo a toda la persona, pues no podemos dividir a nadie en diferentes
partes. Para algunos, el mayor sufrimiento es causado por su fe: la angustia que se
siente cuando parece que Dios nos ha fallado. Aun así, Job ilustra que la determinación
moral puede fortalecerse incluso en la adversidad. La tribulación produce paciencia, y la
paciencia, carácter probado, y el carácter probado, esperanza.
En cuarto lugar, podemos recordar la diferencia entre una creencia en lo que Pascal
llamó “el Dios de los filósofos” y la fe en el Dios vivo que se da a conocer. Una y otra
vez, los tres amigos intentaron reducir su comprensión de Dios a un rincón lógico en el
que atrapar a Job. Su entendimiento sobre las recompensas y los castigos estaba

141
distorsionado a causa de su lógica y se convirtió en una simple creencia en el
funcionamiento de las causas naturales. Su fe se convirtió en estéril, debido a una mala
interpretación de “Shaddai”, en vez de estar basada en la revelación del Señor vivo del
pacto, “Jehová”. A través de estos amigos, se nos advierte de la necesidad de aferrarnos
a lo que Dios ha dicho de sí mismo y de no dejarnos desviar por una lógica torcida. Sólo
conocemos a Dios tal y como él se ha dado a conocer. Para los cristianos, esto se ha
producido, en grado sumo, en su autorrevelación en Jesucristo. En Cristo, encontramos
al Dios vivo, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob y de Job; no el Dios del filósofo.
En quinto lugar, “Habéis oído de la paciencia de Job”, escribe Santiago. Sin embargo,
estaremos de acuerdo en que ¡la palabra “paciencia” no es la más adecuada! En
cambio, la NVI (Nueva Versión Internacional) lo traduce, de manera mucho más
acertada, por “perseverancia”. Aquí tenemos a un hombre que ha escuchado la voz de
su conciencia y se ha mantenido firme en la adversidad. La voz de la conciencia,
educada como debe serlo por el Espíritu de Dios (que, por supuesto, es lo que estaba
sucediendo cuando el Señor estaba interrogando a Job), no debe ser ignorada. Así como
nosotros no estamos ayudando cuando no escuchamos las necesidades de los demás,
tampoco nos ayudamos a nosotros mismos cuando no escuchamos la voz de nuestra
conciencia.
En sexto lugar, la ley del Talión y la importancia centrada en la culpa deben ser
entendidas en el contexto más amplio de la ley de amor y la concentración en la gracia.
Hay un lugar para la doctrina del juicio divino, de las recompensas y los castigos, pues
este es un universo moral. Sin embargo, esta doctrina puede usarse, a veces, como una
defensa contra las exigencias de la comunión con Dios e, incluso, bloquear el camino
para la palabra de gracia. En el libro de Job, podemos ver cómo Dios sobrepasa la ley
del Talión al concederle a Job el don de su misericordiosa presencia. De la misma forma,
la doctrina de la gracia traslada las preguntas de teodicea de la búsqueda de causas
pasadas a la esperanza de una redención futura. Las preguntas de teodicea de Job
quedan sin ser contestadas, pero son ubicadas en un contexto más amplio y personal,
en el que ya no necesitan ser formuladas.
En séptimo lugar, lo más importante de este libro no son los sermones o la teología,
ni la creencia ortodoxa, ni siquiera el carácter recto de Job. Aunque todos ellos son
importantes, sólo lo son a la luz de lo que aún lo es más: caminar con Dios en comunión
con él, disfrutarle en su mundo. Este don de la comunión puede sacar provecho incluso
del mayor sufrimiento, que es lo que Pablo nos enseña en 2 Corintios 12. Él estaba
sufriendo a causa de lo que llama “una espina en la carne, un mensajero de Satanás”.
Tres veces rogó al Señor que le liberara de su aflicción, pero Dios respondió: “Te basta
mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”, por lo que Pablo puede
afirmar: “Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para
que el poder de Cristo more en mí cuando soy débil, entonces soy fuerte”.43
Finalmente, desde esta perspectiva, podemos cobrar aliento de lo más profundo del
sufrimiento de Job. El sufrimiento acabará, pero cuándo, no lo sabemos, aunque sí
sabemos que el Señor vendrá y transformará nuestras “heridas en alabanzas”. Ésta es la
palabra de esperanza de Job para aquellos que están esperando con ansiedad e
142
incertidumbre, preguntándose, quizás, dónde está Dios en sus vidas. ¡El Señor vendrá!
En la muerte de Cristo, en la cruz del Calvario, se nos muestra la magnitud con la que
llegará el amor de Dios. Además, en la cruz, no sólo vemos el sufrimiento del Dios
crucificado, nuestro pariente cercano y redentor; vemos el regalo de una vida nueva y
una esperanza aseguradas, “Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros
dolores”.45
No se nos promete una vida sin sufrimiento en este mundo: “En el mundo tenéis
tribulación”, ni se nos dan a conocer todos los secretos de Dios. Sin embargo, se nos
promete la gracia. Para algunos, habrá sanación y restauración en esta vida; para otros,
este regalo les espera en “un cielo nuevo y una tierra nueva”, donde no habrá más
dolor, ni más lágrimas, ni más muerte.47 Pero para todos nosotros, hay gracia, aquí y
ahora, y puede haber esperanza.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte a su debido
tiempo, echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros.
Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho
como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resistidle firmes en la fe, sabiendo
que las mismas experiencias de sufrimiento se van cumpliendo en vuestros hermanos
en todo el mundo.
Y después de que hayáis sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que os
llamó a su gloria eterna en Cristo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá y
establecerá. A Él sea el dominio por los siglos de los siglos. Amén”.

Apéndice
El texto bíblico completo de todos los discursos de Elifaz, Bildad, Zofar y Eliú se
encuentra en este apéndice.

1. Los discursos de Elifaz


El primer discurso: Job 4–5
Elifaz se aventura a hablar (4:1–6)
Entonces respondió Elifaz temanita, y dijo:
Si alguien osara hablarte, ¿te pondrías impaciente?
Pero ¿quién puede abstenerse de hablar?
He aquí, tú has exhortado a muchos,
y las manos débiles has fortalecido.
Al que tropezaba, tus palabras han levantado,
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y las rodillas débiles has robustecido.
Pero ahora que te ha llegado a ti, te impacientas;
te toca a ti, y te desalientas.
¿No es tu temor a Dios tu confianza,
y la integridad de tus caminos tu esperanza?

“Siegas lo que siembras” (4:7–11)


Recuerda ahora, ¿quién siendo inocente ha perecido jamás?
¿O dónde han sido destruidos los rectos?
Por lo que yo he visto, los que aran iniquidad
y los que siembran aflicción, eso siegan.
Por el aliento de Dios perecen,
y por la explosión de su ira son consumidos.
El rugido del león, el bramido de la fiera
y los dientes de los leoncillos son quebrantados.
El león perece por falta de presa,
y los cachorros de la leona se dispersan.

La visión de Elifaz y su significado (4:12–5:7)


Una palabra me fue traída furtivamente,
y mi oído percibió un susurro de ella.
Entre pensamientos inquietantes de visiones nocturnas,
cuando el sueño profundo cae sobre los hombres,
me sobrevino un espanto, un temblor
que hizo estremecer todos mis huesos.
Entonces un espíritu pasó cerca de mi rostro,
y el pelo de mi piel se erizó.
Se detuvo, pero no pude reconocer su aspecto;
una figura estaba delante de mis ojos,
hubo silencio, después oí una voz:
“¿Es el mortal justo delante de Dios?
¿Es el hombre puro delante de su Hacedor?
“Él no confía ni aun en sus siervos;
y a sus ángeles atribuye errores.
“¡Cuánto más a los que habitan en casas de barro,
cuyos cimientos están en el polvo,
que son aplastados como la polilla!
“Entre la mañana y la tarde son hechos pedazos;
sin que nadie se dé cuenta, perecen para siempre.
“¿No les es arrancada la cuerda de su tienda?
Mueren, mas sin sabiduría”.
144
Llama ahora, ¿habrá quién te responda?
¿Y a cuál de los santos te volverás?
Porque el enojo mata al insensato,
y la ira da muerte al necio.
Yo he visto al insensato echar raíces,
y al instante maldije su morada.
Sus hijos no tienen seguridad alguna,
aun en la puerta son oprimidos,
y no hay quien los libre.
Su cosecha devoran los hambrientos,
la toman aun de entre los espinos,
y el intrigante ansía su riqueza.
Porque la aflicción no viene del polvo,
ni brota el infortunio de la tierra;
porque el hombre nace para la aflicción,
como las chispas vuelan hacia arriba.

Elifaz ensalza la bondad de Dios (5:8–16)


Pero yo buscaría a Dios,
y delante de Dios presentaría mi causa;
Él hace cosas grandes e inescrutables,
maravillas sin número.
Él da la lluvia sobre la faz de la tierra,
y envía las aguas sobre los campos.
Para poner en alto a los humildes,
y a los que lloran levantarlos a lugar seguro,
Él frustra las tramas de los astutos,
para que sus manos no tengan éxito.
Él prende a los sabios en su propia astucia,
y el consejo de los sagaces pronto se frustra.
De día tropiezan con las tinieblas,
y a mediodía andan a tientas como de noche.
Pero Él salva al pobre de la espada, de sus bocas
y de la mano del poderoso.
El desamparado, pues, tiene esperanza,
y la injusticia tiene que cerrar su boca.

La felicidad de quien se enfrenta al sufrimiento con el espíritu correcto


(5:17–27)
He aquí, cuán bienaventurado es el hombre a quien Dios reprende;
no desprecies, pues, la disciplina del Todopoderoso.
145
Porque Él inflige dolor, y da alivio;
Él hiere, y sus manos también sanan.
De seis aflicciones te librará,
y en siete no te tocará el mal.
En el hambre te salvará de la muerte,
y en la guerra del poder de la espada.
Estarás a cubierto del azote de la lengua,
y no temerás la violencia cuando venga.
De la violencia y del hambre te reirás,
y no temerás a las fieras de la tierra.
Pues con las piedras del campo harás tu alianza,
y las fieras del campo estarán en paz contigo.
Y sabrás que tu tienda está segura,
porque visitarás tu morada y no temerás pérdida alguna.
También sabrás que tu descendencia será numerosa,
y tus vástagos como la hierba de la tierra.
En pleno vigor llegarás al sepulcro,
como se hacinan las gavillas a su tiempo.
He aquí, esto lo hemos examinado, y así es;
óyelo, y conócelo para tu bien.

El segundo discurso: Job 15


Elifaz reprende a Job por su irreverencia (15:1–6)
Entonces respondió Elifaz temanita, y dijo:
¿Debe responder un sabio con hueca sabiduría
y llenarse de viento solano?
¿Debe argumentar con razones inútiles
o con palabras sin provecho?
Ciertamente, tú rechazas el temor,
e impides la meditación delante de Dios.
Porque tu iniquidad enseña a tu boca,
y escoges el lenguaje de los astutos.
Tu propia boca, y no yo, te condena,
y tus propios labios testifican contra ti.

¿Quién se piensa Job que es? (15:7–16)


¿Fuiste tú el primer hombre en nacer,
o fuiste dado a luz antes que las colinas?
¿Oyes tú el secreto de Dios,
y retienes para ti la sabiduría?

146
¿Qué sabes tú que nosotros no sepamos?
¿Qué entiendes tú que nosotros no entendamos?
También entre nosotros hay canosos y ancianos
de más edad que tu padre.
¿Te parecen poco los consuelos de Dios,
y la palabra hablada a ti con dulzura?
¿Por qué te arrebata el corazón,
y por qué centellean tus ojos,
para volver tu espíritu contra Dios
y dejar salir de tu boca tales palabras?
¿Qué es el hombre para que sea puro,
o el nacido de mujer para que sea justo?
He aquí, Dios no confía en sus santos,
y ni los cielos son puros ante sus ojos;
¡cuánto menos el hombre, un ser abominable y corrompido,
que bebe como agua la iniquidad!

El retrato tradicional del impío (15:17–35)


Yo te mostraré, escúchame,
y te contaré lo que he visto;
lo que los sabios han dado a conocer,
sin ocultar nada de sus padres;
a ellos solos se les dio la tierra,
y ningún extranjero pasó entre ellos.
Todos sus días el impío se retuerce de dolor,
y contados están los años reservados para el tirano.
Ruidos de espanto hay en sus oídos;
mientras está en paz, el destructor viene sobre él.
Él no cree que volverá de las tinieblas,
y que está destinado para la espada.
Vaga en busca de pan, diciendo: “¿Dónde está?”
Sabe que es inminente el día de las tinieblas.
La ansiedad y la angustia lo aterran,
lo dominan como rey dispuesto para el ataque;
porque él ha extendido su mano contra Dios,
y se porta con soberbia contra el Todopoderoso.
Corre contra Él con cuello erguido,
con su escudo macizo;
porque ha cubierto su rostro de grosura,
se le han hecho pliegues de grasa sobre sus lomos,
y ha vivido en ciudades desoladas,
en casas inhabitables,
147
destinadas a convertirse en ruinas.
No se enriquecerá, ni sus bienes perdurarán,
ni su espiga se inclinará a tierra.
No escapará de las tinieblas,
secará la llama sus renuevos,
y por el soplo de su boca desaparecerá.
Que no confíe en la vanidad, engañándose a sí mismo,
pues vanidad será su recompensa.
Antes de su tiempo se cumplirá,
y la hoja de su palmera no reverdecerá.
Dejará caer su agraz como la vid,
y como el olivo arrojará su flor.
Porque estéril es la compañía de los impíos,
y el fuego consume las tiendas del corrupto.
Conciben malicia, dan a luz iniquidad,
y en su mente traman engaño.

El tercer discurso: Job 22


Elifaz afirma que Job no le preocupa realmente a Dios (22:1–4)
Entonces respondió Elifaz temanita, y dijo:
¿Puede un hombre ser útil a Dios,
o un sabio útil para sí mismo?
¿Es de algún beneficio al Todopoderoso que tú seas justo,
o gana algo si haces perfectos tus caminos?
¿Es a causa de tu piedad que El te reprende,
que entra en juicio contigo?

Esto debe demostrar la maldad de Job (22:5–11)


¿No es grande tu maldad,
y sin fin tus iniquidades?
Porque sin razón tomabas prendas de tus hermanos,
y has despojado de sus ropas a los desnudos.
No dabas de beber agua al cansado,
y le negabas pan al hambriento.
Mas la tierra es del poderoso,
y el privilegiado mora en ella.
Despedías a las viudas con las manos vacías
y quebrabas los brazos de los huérfanos.
Por eso te rodean lazos,
y te aterra temor repentino,

148
o tinieblas, y no puedes ver,
y abundancia de agua te cubre.

Elifaz piensa que Job debe creer que le es indiferente a Dios (22:12–20)
¿No está Dios en lo alto de los cielos?
Mira también las más lejanas estrellas, ¡cuán altas están!
Y tú dices: “¿Qué sabe Dios?
¿Puede Él juzgar a través de las densas tinieblas?
“Las nubes le ocultan, y no puede ver,
y se pasea por la bóveda del cielo”.
¿Seguirás en la senda antigua
en que anduvieron los hombres malvados,
que fueron arrebatados antes de su tiempo,
y cuyos cimientos fueron arrasados por un río?
Ellos dijeron a Dios: “Apártate de nosotros”
y: “¿Qué puede hacernos el Todopoderoso?”
Él había colmado de bienes sus casas,
pero el consejo de los malos está lejos de mí.
Los justos ven y se alegran,
y el inocente se burla de ellos,
diciendo: “Ciertamente nuestros adversarios son destruidos,
y el fuego ha consumido su abundancia”.

Elifaz le pide a Job que haga las paces con Dios (22:21–30)
Cede ahora y haz la paz con Él,
así te vendrá el bien.
Recibe, te ruego, la instrucción de su boca,
y pon sus palabras en tu corazón.
Si vuelves al Todopoderoso, serás restaurado.
Si alejas de tu tienda la injusticia,
y pones tu oro en el polvo,
y el oro de Ofir entre las piedras de los arroyos,
el Todopoderoso será para ti tu oro
y tu plata escogida.
Porque entonces te deleitarás en el Todopoderoso,
y alzarás a Dios tu rostro.
Orarás a Él y te escuchará,
y cumplirás tus votos.
Decidirás una cosa, y se te cumplirá,
y en tus caminos resplandecerá la luz.
Cuando estés abatido, hablarás con confianza
149
y Él salvará al humilde.
Él librará aun al que no es inocente,
que será librado por la pureza de tus manos.

2. Los discursos de Bildad


Primer discurso: Job 8
Bildad declara la justicia de Dios (8:1–7)
Entonces respondió Bildad suhita, y dijo:
¿Hasta cuándo hablarás estas cosas,
y serán viento impetuoso las palabras de tu boca?
¿Acaso tuerce Dios la justicia
o tuerce el Todopoderoso lo que es justo?
Si tus hijos pecaron contra Él,
entonces Él los entregó al poder de su transgresión.
Si tú buscaras a Dios
e imploraras la misericordia del Todopoderoso,
si fueras puro y recto,
ciertamente Él se despertaría ahora en tu favor
y restauraría tu justa condición.
Aunque tu principio haya sido insignificante,
con todo, tu final aumentará sobremanera.

Bildad recurre a la sabiduría antigua (8:8–22)


Pregunta, te ruego, a las generaciones pasadas,
y considera las cosas escudriñadas por sus padres.
Porque nosotros somos de ayer y nada sabemos,
pues nuestros días sobre la tierra son como una sombra.
¿No te instruirán ellos y te hablarán,
y de sus corazones sacarán palabras?
¿Puede crecer el papiro sin cenagal?
¿Puede el junco crecer sin agua?
Estando aún verde y sin cortar,
con todo, se seca antes que cualquier otra planta.
Así son las sendas de todos los que se olvidan de Dios,
y la esperanza del impío perecerá,
porque es frágil su confianza,
y una tela de araña su seguridad.
Confía en su casa, pero ésta no se sostiene;
se aferra a ella, pero ésta no perdura.

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Crece con vigor delante del sol,
y sus renuevos brotan sobre su jardín.
Sus raíces se entrelazan sobre un montón de rocas;
vive en una casa de piedras.
Si se le arranca de su lugar,
éste le negará, diciendo: “Nunca te vi”.
He aquí, éste es el gozo de su camino;
y del polvo brotarán otros.
He aquí, Dios no rechaza al íntegro,
ni sostiene a los malhechores.
Aún ha de llenar de risa tu boca,
y tus labios de gritos de júbilo.
Los que te odian serán cubiertos de vergüenza,
y la tienda de los impíos no existirá más.

Segundo discurso: Job 18


¿Hasta cuándo se comportará así Job? (18:1–4)
Entonces respondió Bildad suhita y dijo:
¿Hasta cuándo estaréis rebuscando palabras?
Mostrad entendimiento y entonces hablaremos.
¿Por qué somos considerados como bestias,
y torpes a vuestros ojos?
¡Oh tú, que te desgarras en tu ira!
¿Ha de ser abandonada la tierra por tu causa,
o removida la roca de su lugar?

Bildad describe el destino del impío (18:5–21)


Ciertamente la luz de los impíos se apaga,
y no brillará la llama de su fuego.
La luz en su tienda se oscurece,
y su lámpara sobre él se apaga.
Su vigoroso paso es acortado,
Porque es arrojado en la red por sus propios pies,
y sobre mallas camina.
Por el calcañar lo aprisiona un lazo,
y una trampa se cierra sobre él.
Escondido está en la tierra un lazo para él,
y una trampa le aguarda en la senda.
Por todas partes le atemorizan terrores,
y le hostigan a cada paso.

151
Se agota por el hambre su vigor,
y la desgracia está presta a su lado.
Devora su piel la enfermedad,
devora sus miembros el primogénito de la muerte.
Es arrancado de la seguridad de su tienda,
y se le conduce al rey de los terrores.
Nada suyo mora en su tienda;
azufre es esparcido sobre su morada.
Por abajo se secan sus raíces,
y por arriba se marchita su ramaje.
Su memoria perece en la tierra,
y no tiene nombre en toda la región.
Es lanzado de la luz a las tinieblas,
y de la tierra habitada lo echan.
No tiene descendencia ni posteridad entre su pueblo,
ni sobreviviente alguno donde él peregrinó.
De su destino se asombran los del occidente,
y los del oriente se sobrecogen de terror.
Ciertamente tales son las moradas del impío,
este es el lugar del que no conoce a Dios.

Tercer discurso: Job 25


¿Cómo puede ser alguien recto ante este Dios? (25:1–6)
Entonces respondió Bildad suhita, y dijo:
Dominio y pavor pertenecen
al que establece la paz en sus alturas.
¿Tienen número sus ejércitos?
¿Y sobre quién no se levanta su luz?
¿Cómo puede un hombre, pues, ser justo con Dios?
¿O cómo puede ser limpio el que nace de mujer?
Si aun la luna no tiene brillo
y las estrellas no son puras a sus ojos,
¡cuánto menos el hombre, esa larva,
y el hijo del hombre, ese gusano!

Otro posible discurso: Job 26:5–14


Las sombras tiemblan
bajo las aguas y sus habitantes.
Desnudo está el Seol ante Él,
y el Abadón no tiene cobertura.

152
Él extiende el norte sobre el vacío,
y cuelga la tierra sobre la nada.
Envuelve las aguas en sus nubes,
y la nube no se rompe bajo ellas.
Oscurece la faz de la luna llena,
y extiende sobre ella su nube.
Ha trazado un círculo sobre la superficie de las aguas,
en el límite de la luz y las tinieblas.
Las columnas del cielo tiemblan,
y se espantan ante su reprensión.
Al mar agitó con su poder,
y a Rahab quebrantó con su entendimiento.
Con su soplo se limpian los cielos;
su mano ha traspasado la serpiente huidiza.
He aquí, éstos son los bordes de sus caminos;
¡y cuán leve es la palabra que de Él oímos!
Pero su potente trueno, ¿quién lo puede comprender?

3. Los discursos de Zofar


Primer discurso: Job 11
Zofar reprende a Job y pide a Dios que hable (11:1–6)
Entonces respondió Zofar naamatita, y dijo:
¿Quedará sin respuesta esa multitud de palabras,
y será absuelto el que mucho habla?
¿Harán tus jactancias callar a los hombres?
¿Harás escarnio sin que nadie te reprenda?
Pues has dicho: “Mi enseñanza es pura,
y soy inocente ante tus ojos”.
Mas, ¡quién diera que Dios hablara,
abriera sus labios contra ti
y te declarara los secretos de la sabiduría!;
porque la verdadera sabiduría tiene dos lados.
Sabrías entonces que Dios olvida parte de tu iniquidad.

Zofar ensalza la sabiduría de Dios (11:7–12)


¿Descubrirás tú las profundidades de Dios?
¿Descubrirás los límites del Todopoderoso?
Altos son como los cielos; ¿qué harás tú?
Más profundos son que el Seol; ¿qué puedes tú saber?

153
Más extensa que la tierra es su dimensión,
y más ancha que el mar.
Si Él pasa, o encierra,
o convoca una asamblea, ¿quién podrá estorbarle?
Porque Él conoce a los hombres falsos,
y ve la iniquidad sin investigar.
Y el hombre tonto se hará inteligente
cuando el pollino de un asno montés nazca hombre.

Zofar describe el camino de arrepentimiento y las bendiciones del penitente


(11:13–20)
Si diriges bien tu corazón
y extiendes a Él tu mano,
si en tu mano hay iniquidad y la alejas de ti
y no permites que la maldad more en tus tiendas,
entonces, ciertamente levantarás tu rostro sin mancha,
estarás firme y no temerás.
Porque olvidarás tu aflicción,
como aguas que han pasado la recordarás.
Tu vida será más radiante que el mediodía,
y hasta la oscuridad será como la mañana.
Entonces confiarás, porque hay esperanza,
mirarás alrededor y te acostarás seguro.
Descansarás y nadie te atemorizará,
y muchos procurarán tu favor.
Pero los ojos de los malvados languidecerán,
y no habrá escape para ellos;
su esperanza es dar su último suspiro.

Segundo discurso: Job 20


La impaciencia de Zofar (20:1–3)
Entonces respondió Zofar naamatita, y dijo:
Por esto mis pensamientos me hacen responder,
a causa de mi inquietud interior.
He escuchado la reprensión que me insulta,
y el espíritu de mi entendimiento me hace responder.

Zofar describe el destino del impío (20:4–11)


¿Acaso sabes esto, que desde la antigüedad,

154
desde que el hombre fue puesto sobre la tierra,
es breve el júbilo de los malvados,
y un instante dura la alegría del impío?
Aunque su presunción llegue a los cielos,
y su cabeza toque las nubes,
como su propio estiércol perece para siempre;
los que lo han visto dirán: “¿Dónde está?”
Huye como un sueño, y no lo pueden encontrar,
y como visión nocturna es ahuyentado.
El ojo que lo veía, ya no lo ve,
y su lugar no lo contempla más.
Sus hijos favorecen a los pobres,
y sus manos devuelven sus riquezas.
Sus huesos están llenos de vigor juvenil,
mas con él en el polvo yacen.

“El pecado tiene sus consecuencias” (20:12–22)


Aunque el mal sea dulce en su boca,
y lo oculte bajo su lengua,
aunque lo desee y no lo deje ir,
sino que lo retenga en su paladar,
con todo la comida en sus entrañas se transforma
en veneno de cobras dentro de él.
Traga riquezas,
pero las vomitará;
de su vientre se las hará echar Dios.
Chupa veneno de cobras,
lengua de víbora lo mata.
No mira a los arroyos,
a los ríos que fluyen miel y cuajada.
Devuelve lo que ha ganado,
no lo puede tragar;
en cuanto a las riquezas de su comercio,
no las puede disfrutar.
Pues ha oprimido y abandonado a los pobres;
se ha apoderado de una casa que no construyó.
Porque no conoció sosiego en su interior,
no retiene nada de lo que desea.
Nada le quedó por devorar,
por eso no dura su prosperidad.
En la plenitud de su abundancia estará en estrechez;
la mano de todo el que sufre vendrá contra él.
155
Zofar habla de la implacable ira de Dios (20:23–29)
Cuando llene su vientre,
Dios enviará contra él el ardor de su ira
y la hará llover sobre él mientras come.
Tal vez huya del arma de hierro,
pero el arco de bronce lo atravesará.
La saeta lo traspasa y sale por su espalda,
y la punta relumbrante por su hiel.
Vienen sobre él terrores,
completas tinieblas están reservadas para sus tesoros;
fuego no atizado lo devorará,
y consumirá al que quede en su tienda.
Los cielos revelarán su iniquidad,
y la tierra se levantará contra él.
Las riquezas de su casa se perderán;
serán arrasadas en el día de su ira.
Ésta es la porción de Dios para el hombre impío,
y la herencia decretada por Dios para él.

Posible tercer discurso


Más acerca del destino del impío (27:13–23)
Ésta es la porción de parte de Dios para el hombre impío,
y la herencia que los tiranos reciben del Todopoderoso.
Aunque sean muchos sus hijos, están destinados a la espada,
y sus vástagos no se saciarán de pan.
Sus sobrevivientes serán sepultados a causa de la plaga,
y sus viudas no podrán llorar.
Aunque amontone plata como polvo,
y prepare vestidos abundantes como el barro;
él los puede preparar, pero el justo los vestirá,
y el inocente repartirá la plata.
Edifica su casa como tela de araña,
o como choza que el guarda construye.
Rico se acuesta, pero no volverá a serlo;
abre sus ojos, y ya no hay nada.
Le alcanzan los terrores como una inundación;
de noche le arrebata un torbellino.
Se lo lleva el viento solano, y desaparece,
pues como torbellino lo arranca de su lugar.

156
Sin compasión se arrojará contra él;
ciertamente él tratará de huir de su poder.
Batirán palmas por su ruina,
y desde su propio lugar le silbarán.

4. Los discursos de Eliú


Primer discurso: Job 32–33
Introducción a Eliú (32:1–5)
Entonces estos tres hombres dejaron de responder a Job porque él era justo a
sus propios ojos. Pero se encendió la ira de Eliú, hijo de Baraquel buzita, de la
familia de Ram. Se encendió su ira contra Job porque se justificaba delante de
Dios. Su ira se encendió también contra sus tres amigos porque no habían
hallado respuesta, y sin embargo habían condenado a Job. Eliú había
esperado para hablar a Job porque los otros eran de más edad que él. Pero
cuando vio Eliú que no había respuesta en la boca de los tres hombres, se
encendió su ira.

La razón de Eliú para intervenir (32:6–22)


Y respondió Eliú, hijo de Baraquel buzita, y dijo:
Yo soy joven, y vosotros ancianos;
por eso tenía timidez y me atemorizaba declararos lo que pienso.
Yo pensé que los días hablarían,
y los muchos años enseñarían sabiduría.
Pero hay un espíritu en el hombre,
y el soplo del Todopoderoso le da entendimiento.
Los de muchos años quizá no sean sabios,
ni los ancianos entiendan justicia.
Por eso digo: “Escuchadme,
también yo declararé lo que pienso”.
He aquí, esperé vuestras palabras,
escuché vuestros argumentos,
mientras buscabais qué decir;
os presté además mucha atención.
He aquí, no hubo ninguno que refutara a Job,
ninguno de vosotros que respondiera a sus palabras.
No digáis:
“Hemos hallado sabiduría;
Dios lo derrotará, no el hombre”.
Pero él no ha dirigido sus palabras contra mí,

157
ni yo le responderé con vuestros argumentos.
Están desconcertados, ya no responden;
les han faltado las palabras.
¿Y he de esperar porque ellos no hablan,
porque se detienen y ya no responden?
Yo también responderé mi parte,
yo también declararé lo que pienso.
Porque estoy lleno de palabras;
dentro de mí el espíritu me constriñe.
He aquí, mi vientre es como vino sin respiradero,
está a punto de reventar como odres nuevos.
Dejadme hablar para que encuentre alivio,
dejadme abrir los labios y responder.
Que no haga yo acepción de persona,
ni use lisonja con nadie.
Porque no sé lisonjear,
de otra manera mi Hacedor me llevaría pronto.

El caso de Eliú contra Job (33:1–33)


Por tanto, Job, oye ahora mi discurso,
y presta atención a todas mis palabras.
He aquí, ahora abro mi boca,
en mi paladar habla mi lengua.
Mis palabras proceden de la rectitud de mi corazón,
y con sinceridad mis labios hablan lo que saben.
El Espíritu de Dios me ha hecho,
y el aliento del Todopoderoso me da vida.
Contradíceme si puedes;
colócate delante de mí, ponte en pie.
He aquí, yo como tú, pertenezco a Dios;
del barro yo también he sido formado.
He aquí, mi temor no te debe espantar,
ni mi mano agravarse sobre ti.
Ciertamente has hablado a oídos míos,
y el sonido de tus palabras he oído:
“Yo soy limpio, sin transgresión;
soy inocente y en mí no hay culpa.
“He aquí, Él busca pretextos contra mí;
me tiene por enemigo suyo.
“Pone mis pies en el cepo;
vigila todas mis sendas”.
He aquí, déjame decirte que no tienes razón en esto,
158
porque Dios es más grande que el hombre.
¿Por qué te quejas contra Él,
diciendo que no da cuenta de todas sus acciones?
Ciertamente Dios habla una vez,
y otra vez, pero nadie se da cuenta de ello.
En un sueño, en una visión nocturna,
cuando un sueño profundo cae sobre los hombres,
mientras dormitan en sus lechos,
entonces Él abre el oído de los hombres,
y sella su instrucción,
para apartar al hombre de sus obras,
y del orgullo guardarlo;
libra su alma de la fosa
y su vida de pasar al Seol.
El hombre es castigado también con dolor en su lecho,
y con queja continua en sus huesos,
para que su vida aborrezca el pan,
y su alma el alimento favorito.
Su carne desaparece a la vista,
y sus huesos que no se veían, aparecen.
Entonces su alma se acerca a la fosa,
y su vida a los que causan la muerte.
Si hay un ángel que sea su mediador,
uno entre mil,
para declarar al hombre lo que es bueno para él,
y que tenga piedad de él, y diga:
“Líbralo de descender a la fosa,
he hallado su rescate”;
que su carne se vuelva más tierna que en su juventud,
que regrese a los días de su vigor juvenil.
Entonces orará a Dios, y Él lo aceptará,
para que vea con gozo su rostro,
y restaure su justicia al hombre.
Cantará él a los hombres y dirá:
“He pecado y pervertido lo que es justo,
y no es apropiado para mí.
“Él ha redimido mi alma de descender a la fosa,
y mi vida verá la luz”.
He aquí, Dios hace todo esto a menudo con los hombres,
para rescatar su alma de la fosa,
para que sea iluminado con la luz de la vida.
Pon atención, Job, escúchame;
calla, y déjame hablar.
159
Si algo tienes que decir, respóndeme;
habla, porque deseo justificarte.
Si no, escúchame;
calla, y te enseñaré sabiduría.

Segundo discurso: Job 34


Eliú afirma que Job está equivocado con respecto a Dios (34:1–9)
Entonces prosiguió Eliú, y dijo:
Oíd, sabios, mis palabras,
y vosotros los que sabéis, prestadme atención.
Porque el oído distingue las palabras,
como el paladar prueba la comida.
Escojamos para nosotros lo que es justo;
conozcamos entre nosotros lo que es bueno.
Porque Job ha dicho: “Yo soy justo,
pero Dios me ha quitado mi derecho.
“¿He de mentir respecto a mi derecho?
Mi herida es incurable, sin haber yo cometido transgresión”.
¿Qué hombre es como Job,
que bebe el escarnio como agua,
que va en compañía de los que hacen iniquidad,
y anda con hombres perversos?
Porque ha dicho: “Nada gana el hombre
cuando se complace en Dios”.

Eliú defiende la justicia de Dios (34:10–30)


Por tanto, escuchadme, hombres de entendimiento.
Lejos esté de Dios la iniquidad,
y del Todopoderoso la maldad.
Porque Él paga al hombre conforme a su trabajo,
y retribuye a cada cual conforme a su conducta.
Ciertamente, Dios no obrará perversamente,
y el Todopoderoso no pervertirá el juicio.
¿Quién le dio autoridad sobre la tierra?
¿Y quién ha puesto a su cargo el mundo entero?
Si Él determinara hacerlo así,
si hiciera volver a sí mismo su espíritu y su aliento,
toda carne a una perecería,
y el hombre volvería al polvo.
Pero si tienes inteligencia, oye esto,

160
escucha la voz de mis palabras.
¿Gobernará el que aborrece la justicia?
¿Y condenarás al Justo poderoso,
que dice a un rey: “Indigno”,
a los nobles: “Perversos”;
que no hace acepción de príncipes,
ni considera al rico sobre el pobre,
ya que todos son obra de sus manos?
En un momento mueren, y a medianoche
se estremecen los pueblos y pasan,
y los poderosos son quitados sin esfuerzo.
Porque sus ojos observan los caminos del hombre,
y Él ve todos sus pasos.
No hay tinieblas ni densa oscuridad
donde puedan esconderse los que hacen iniquidad.
Porque Él no necesita considerar más al hombre,
para que vaya ante Dios en juicio.
Él quebranta a los poderosos sin indagar,
y pone a otros en su lugar.
Pues Él conoce sus obras,
de noche los derriba
y son aplastados.
Como a malvados los azota
en un lugar público,
porque se apartaron de seguirle,
y no consideraron ninguno de sus caminos,
haciendo que el clamor del pobre llegara a Él,
y que oyera el clamor de los afligidos.
Cuando está quieto, ¿quién puede condenarle?;
y cuando esconde su rostro, ¿quién puede contemplarle?;
esto es, tanto nación como hombre,
para que no gobiernen hombres impíos,
ni sean lazos para el pueblo.

Eliú habla de la necedad de Job (34:31–37)


Porque ¿ha dicho alguno a Dios:
“He sufrido castigo,
ya no ofenderé más;
enséñame lo que no veo;
si he obrado mal,
no lo volveré a hacer?”
¿Ha de retribuir Él según tus condiciones, porque tú has rehusado?
161
Porque tú tienes que escoger y no yo,
por tanto, declara lo que sabes.
Los hombres entendidos me dirán,
y también el sabio que me oiga:
“Job habla sin conocimiento,
y sus palabras no tienen sabiduría.
“Job debe ser juzgado hasta el límite,
porque responde como los hombres perversos.
“Porque a su pecado añade rebelión;
bate palmas entre nosotros,
y multiplica sus palabras contra Dios”.

Tercer discurso: Job 35


Eliú sostiene que Dios es distante e indiferente (35:1–16)
Entonces continuó Eliú, y dijo:
¿Piensas que esto es justo?
Dices: “Mi justicia es más que la de Dios”.
Porque dices: “¿Qué ventaja será para ti?
¿Qué ganaré yo por no haber pecado?”
Yo te daré razones,
y a tus amigos contigo.
Mira a los cielos y ve,
contempla las nubes, son más altas que tú.
Si has pecado, ¿qué logras tú contra Él?
Y si tus transgresiones son muchas, ¿qué le haces?
Si eres justo, ¿qué le das,
o qué recibe Él de tu mano?
Para un hombre como tú es tu maldad,
y para un hijo de hombre tu justicia.
A causa de la multitud de opresiones claman los hombres;
gritan a causa del brazo de los poderosos.
Pero ninguno dice: “¿Dónde está Dios mi Hacedor,
que inspira cánticos en la noche,
que nos enseña más que a las bestias de la tierra,
y nos hace más sabios que las aves de los cielos?”
Allí claman, pero Él no responde
a causa del orgullo de los malos.
Ciertamente el clamor vano no escuchará Dios,
el Todopoderoso no lo tomará en cuenta.
Cuánto menos cuando dices que no le contemplas,
que la causa está delante de Él y tienes que esperarle.
162
Y ahora, porque Él no ha castigado con su ira,
ni se ha fijado bien en la transgresión,
Job abre vanamente su boca,
multiplica palabras sin sabiduría.

Cuarto discurso: Job 36–37


El propósito del sufrimiento (36:1–15)
Entonces continuó Eliú, y dijo:
Espérame un poco, y te mostraré
que todavía hay más que decir en favor de Dios.
Traeré mi conocimiento desde lejos,
y atribuiré justicia a mi Hacedor.
Porque en verdad no son falsas mis palabras;
uno perfecto en conocimiento está contigo.
He aquí, Dios es poderoso pero no desprecia a nadie,
es poderoso en la fuerza del entendimiento.
No mantiene vivo al impío,
mas da justicia al afligido.
No aparta sus ojos del justo,
sino que, con los reyes sobre el trono,
los ha sentado para siempre, y son ensalzados.
Y si están aprisionados con cadenas,
y son atrapados en las cuerdas de aflicción,
entonces les muestra su obra
y sus transgresiones, porque ellos se han engrandecido.
Él abre sus oídos para la instrucción,
y ordena que se vuelvan del mal.
Si escuchan y le sirven,
acabarán sus días en prosperidad
y sus años en delicias.
Pero si no escuchan, perecerán a espada,
y morirán sin conocimiento.
Mas los impíos de corazón acumulan la ira;
no claman pidiendo ayuda cuando Él los ata.
Mueren en su juventud,
y su vida perece entre los sodomitas de cultos paganos.
Él libra al afligido en medio de su aflicción,
y abre su oído en tiempos de opresión.

Esto es aplicado a Job (36:16–25)

163
Entonces, en verdad, Él te atrajo de la boca de la angustia,
a un lugar espacioso, sin limitaciones, en lugar de aquélla;
y lo que se puso sobre tu mesa estaba lleno de grosura.
Pero tú estabas lleno de juicio sobre el malvado;
el juicio y la justicia se apoderan de ti.
Ten cuidado, no sea que el furor te induzca a burlarte;
no dejes que la grandeza del rescate te extravíe.
¿Te protegerán tus riquezas de la angustia,
o todas las fuerzas de tu poder?
No anheles la noche,
cuando los pueblos desaparecen de su lugar.
Ten cuidado, no te inclines al mal;
pues has preferido éste a la aflicción.
He aquí, Dios es exaltado en su poder,
¿quién es maestro como Él?
¿Quién le ha señalado su camino,
y quién le ha dicho: “Has hecho mal”?
Recuerda que debes ensalzar su obra,
la cual han cantado los hombres.
Todos los hombres la han visto;
el hombre desde lejos la contempla.

Dios en la naturaleza, su poder en la tormenta (36:33–37:13)


He aquí, Dios es exaltado, y no le conocemos;
el número de sus años es inescrutable.
Porque Él atrae las gotas de agua,
y ellas, del vapor, destilan lluvia,
que derraman las nubes,
y en abundancia gotean sobre el hombre.
¿Puede alguno comprender la extensión de las nubes,
o el tronar de su pabellón?
He aquí, Él extiende su relámpago en derredor suyo,
y cubre los abismos del mar.
Pues por estos medios Él juzga a los pueblos,
y da alimento en abundancia.
Él cubre sus manos con el relámpago,
y le ordena dar en el blanco.
Su trueno anuncia su presencia;
también su ira, respecto a lo que se levanta.
Ante esto también tiembla mi corazón,
y salta de su lugar.

164
Escuchad atentamente el estruendo de su voz,
y el rugido que sale de su boca.
Bajo todos los cielos lo suelta,
y su relámpago hasta los confines de la tierra.
Tras él, ruge una voz;
truena Él con su majestuosa voz,
y no retiene los relámpagos mientras se oye su voz.
Maravillosamente truena Dios con su voz,
haciendo grandes cosas que no comprendemos.
Porque a la nieve dice: “Cae sobre la tierra”,
y al aguacero y a la lluvia: “Sed fuertes”.
Él sella la mano de todo hombre,
para que todos conozcan su obra.
La fiera entra en su guarida,
y permanece en su madriguera.
Del sur viene el torbellino,
y del norte el frío.
Del soplo de Dios se forma el hielo,
y se congela la extensión de las aguas.
También Él carga de humedad la densa nube,
y esparce la nube con su relámpago;
aquella gira y da vueltas por su sabia dirección,
para hacer todo lo que Él le ordena
sobre la faz de toda la tierra.
Ya sea por corrección, o por el mundo suyo,
o por misericordia, Él hace que suceda.

El Todopoderoso es exaltado en poder: témele (37:14–24)


Escucha esto, Job,
detente y considera las maravillas de Dios.
¿Sabes tú cómo Dios las establece,
y hace resplandecer el relámpago de su nube?
¿Sabes tú la posición de las densas nubes,
maravillas del perfecto en conocimiento,
tú, cuyos vestidos están calientes
cuando la tierra está en calma a causa del viento del sur?
¿Puedes con Él extender el firmamento,
fuerte como espejo de metal fundido?
Enséñanos qué le hemos de decir a Dios;
no podemos ordenar nuestro argumento a causa de las tinieblas.
¿Habrá que contarle que yo quiero hablar?
¿O debe un hombre decir que quiere ser tragado?
165
Ahora los hombres no ven la luz que brilla en el firmamento;
pero pasa el viento y lo despeja.
Del norte viene dorado esplendor:
majestad impresionante alrededor de Dios.
Es el Todopoderoso; no le podemos alcanzar;
Él es grande en poder,
y no pervertirá el juicio ni la abundante justicia.
Por eso le temen los hombres;
Él no estima a ninguno que se cree sabio de corazón.

166

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