Sunteți pe pagina 1din 4

Las poetas que México olvidó

Una muchacha del Real Colegio de Niñas de San Ignacio de Loyola, en la Ciudad de México,
participó en un concurso de poesía a finales del siglo XVIII. El tema del certamen era una
oda a los reyes Carlos IV y Luisa de Borbón. La colegiala no firmó su obra. Quizá por timidez
o por miedo. El poema habla de la visita de Apolo, quien pretendía darle inspiración a la
poeta con su mítica lira. Pero el numen griego le advierte que ella, por ser mujer, no tenía la
altura suficiente para cantarle al rey. Le sugiere que mejor escriba sobre Luisa y agrega:

“Jamás desempeñarás
la empresa que meditas:
que el coturno elevado
no es para pies de niñas”.

Al principio sigue el consejo, aunque luego se percata de que las hazañas de Luisa no
son menos grandiosas que las de su esposo y si se tiene el genio para ensalzarlas,
entonces también lo tendría para dedicarle versos al monarca español. Ella contesta:

Mas no: ya se tu industria:


darme a probar querías,
que Luisa al Cuarto Carlos
en todo es parecida.
Él grande, y ella excelsa,
tan altos se subliman,
que Delio desde el Pindo
apenas los registra.

Nunca sabremos la identidad de esa joven, pero destaca su inquietud por alzar la
palabra. Lo consigue con ingenio y originalidad. Es curioso cómo se aprovecha de un tema
en apariencia tan distante y lo utiliza para mostrar su opinión sobre su condición de mujer.
Debemos recordar que en esos años no estaba permitida la educación para el entonces
llamado “bello sexo”. Su participación era limitada, a riesgo de juicios y señalamientos.
Como esta colegiala anónima existen muchísimas escritoras que con esfuerzo compusieron
algunos versos sin revelar su identidad.
Esta y otras historias aparecen el libro “Poetisas mexicanas. Siglos XVI, XVII, XVIII
y XIX”, publicado en 1893, año en que se organizó la Exposición Colombina Universal para
conmemorar los cuatro siglos del descubrimiento de América. El evento sería en Chicago y
los países invitados presentarían una muestra de su cultura, economía y ciencia. Una de las
actividades estaba dirigida a las mujeres. Ellas también ofrecerían una demostración de sus
habilidades, especialmente en las artes. Carmen Romero Rubio de Díaz, primera dama y
presidenta de la Junta de Señoras de México, le pidió al escritor José María Vigil que
compilara un libro con obra de poetas mexicanas desde el siglo XVI hasta esos días, con la
intención de llevarlo junto con las demás producciones a la exposición. Es
decir, cuatrocientos años de literatura escrita por mujeres. El resultado fue
un amplio tomo con poemas de 95 autoras.
La investigadora María del Socorro Guzmán, en un artículo sobre esta antología,
explica las complicaciones de Vigil para emprender la difícil tarea. Se convocó a los estados
de México para que enviaran la obra de sus escritoras más destacadas, pero no todos
respondieron. Así que el compilador tuvo que recurrir a sus propios recursos y revisó
periódicos, revistas y otras publicaciones para terminar la empresa en menos de siete meses.
Por eso no están todas las autoras que tuvieron fama, pero aún así logró consolidar el primer
libro que intentaba contar la historia de la poesía de las mujeres mexicanas.
En el prólogo de la antología, Vigil detalla que rescató los poemas de los siglos XVI
y XVII, en su mayoría, de justas y certámenes literarios que se organizaban con motivos
religiosos o de la monarquía. Eran estos espacios donde las mujeres podían participar y
muchas lo hacían de forma anónima. Los premios eran variados, desde un juego de tenedores,
hasta una placa de plata. Además el jurado respondía con unas rimas en las que ensalzaban a
las ganadoras. Para Vigil estas piezas padecían el mal gusto de la decadencia poética y le
parecía que priorizar las formas sobre la sustancia no era lo mejor para la poesía. Juicio que
no solo aplica para las mujeres, sino para la literatura en general de esos años. Es hasta la
siguiente centuria cuando las cosas cambian, como él apunta:

“Es tan poco lo que se puede recoger en el periodo colonial, no obstante que no
escasearon escritoras que cultivaran la bella literatura, es ya muy distinto en la época
posterior, no sólo por el número de poetisas, sino por la variedad y mérito de sus
producciones. En efecto, casi no hay publicación periódica, especialmente las
literarias, tanto en la capital como en los diversos Estados, que no contengan versos
de las hijas de México, contingente precioso para la historia de la mujer en nuestra
patria”.

A pesar de las palabras de Vigil, en esta época que juzga “estéril”, las “poetisas” dan luz
sobre sus preocupaciones y demuestran que dominan las exigentes formas poéticas del
barroco y el neoclasicismo. Pensemos en estas mujeres que tenían negada una educación
formal, que estaban atrapadas por las interminables tareas del hogar y de los hijos. Que para
publicar en revistas o en periódicos necesitaban el permiso de los esposos, que tenían todo
en contra (incluso la disposición de su tiempo) para hacer poemas y aun así participaron en
los certámenes literarios, muchas veces con seudónimos para no ser descubiertas. Virginia
Woolf dice en su famoso ensayo “Una habitación propia”, que era mal visto que una mujer
fuera escritora. Así que ellas escribían a escondidas, donde nadie se percatara de su presencia.
No tenían espacios ni estudios propios, andaban de un lugar a otro de la casa con el papel, el
tintero y la pluma. La existencia de obras literarias escritas por mujeres costaba una doble
hazaña.
Las poetas mexicanas, como se demuestra en este libro, también resistieron a la
marginación impuesta y son directas, hasta retadoras, en algunos momentos, como María
Dolores López, en su “Elogio de la lealtad de los mexicanos con el motivo de la colocación
de la estatua de Carlos VI”:

“Si bien la benigna influencia


De las Hermanas nueve
Favorece a los hombres
¿Por qué no a las mujeres?
Y si hay en almas sexos.
A sus influjos tengo más derecho”.

Luego agrega:

“Sea el sexo mi asilo;


Más valor no me falte
Para retar a voces
A los hombres; que lo hagan si son hombres”.

Unos años más tarde, entre las autoras del siglo XIX deslumbran los poemas de Isabel
Prieto de Landázuri, especialmente con uno texto de largo aliento sobre la Ciudad de
México. “Mi canto es oración”, proclama. La calidad de su trabajo y su sensibilidad poética
recaen en la genialidad. Lamentablemente ahora está olvidada y no aparece en compilaciones
importantes, como la “Antología General de la Poesía Mexicana” de Juan Domingo
Argüelles o en el famoso “Ómnibus de la Poesía Mexicana” de Gabriel Zaid. Aquí una
muestra de su trabajo, que anticipó el movimiento del romanticismo:

“Si la inflexible mano del inclemente olvido


Estampa por doquiera su sello destructor;
Si olvida sus dolores el corazón herido;
Si olvida el alma ardiente sus goces y su amor;
¿Por qué gozar, si pasa la dicha como un sueño?
¿Por qué llorar, si agota el llanto su raudal?
¿Por qué anhelar ansiosos un porvenir risueño,
Si todo es pasajero, si nada es inmortal?”.

Un año antes de la publicación de este libro de las poetisas mexicanas, apareció la


famosa “Antología de poetas mexicanos”, editada por La Academia. El motivo, al igual que
la otra obra, era la conmemoración del descubrimiento de América, pero era una edición que
aspiraba a ser canónica. José María Vigil también participó escribiendo la reseña histórica de
la poesía en México, donde menciona a las autoras de la época colonial que no aparecen en
la selección del tomo. La compilación no la hizo Vigil, sino que estuvo a cargo de los
poetas Casimiro de Collado y José María Roa Bárcena. La antología abarca los siglos XVI,
XVII, XVIII y XIX. Presenta 76 autores, de los cuales sólo seis son mujeres. ¿De verdad en
cuatrocientos años sólo seis escritoras son dignas de considerarse? Si revisamos las
antologías de poesía mexicana posteriores la historia no cambia mucho. Por ejemplo, en la
“Antología del Modernismo Mexicano”, José Emilio Pacheco sólo incluye a una mujer,
María Enriqueta Camarillo. Antonio Castro Leal en “Las cien mejores poesías líricas
mexicanas” reúne a 63 escritores de los que sólo cuatro son mujeres. La famosa “Antología
de la poesía moderna mexicana” de Jorge Cuesta no incluye a ninguna. Si Vigil encontró 95
autoras, ¿por qué no están en muchos libros de poesía?
Existe el mito de que las mujeres no escribían porque “no podían” o porque “no
sabían”. Se les señala de “cursis”, “rosas” y otros adjetivos similares. Pero investigando un
poco más a fondo podemos verlas. Editaron revistas y publicaron libros. Denunciaron,
hablaron, cantaron. No apaguemos su voz. Leamos a Francisca Carlota Cuéllar, a Esther
Tapia de Castellanos, a Dolores Puig de León, quien dijo: “Hoy que la ciencia, al descorrer
su manto, / rayos de luz esparce por doquier, / Dejad que la mujer abra los ojos; / ¡Dejadla,
quiere ver!”. Leamos a las jóvenes anónimas que hicieron versos en condiciones
complicadas, leamos a Salvadora Díaz con su bellísimo poema a la noche, a María Dávalos
y Orozco con su poema sobre san Juan de la Cruz; a Mariana Navarro con sus décimas
acrósticas colocadas en un ingenioso dibujo. Leamos, pues, a las poetas de México.

S-ar putea să vă placă și