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y sus autores. Derechos Reservados.
Entre Barbijos
REFLEXIONES ACERCA DE LA LIBERTAD EN LA PANDEMIA

LOS AUTORES

Dante Avaro

(54) es economista, Magíster en Ciencias Sociales, y Doctor en Filosofía Política


UNAM. Fue Secretario Académico de FLACSO-México y actualmente es investigador
adjunto de CONICET. Publicó más de 15 libros; el último, Democracia y Dinero. O
cómo morigerar la mala influencia del dinero en la política comprando un billete
de lotería durante el proceso eleccionario.

Mauro A. Berchi

(41) es Licenciado en Comunicación (UBA). Vinculado desde 2000 con la cátedra


del Dr. Henoch Aguiar sobre Derecho a la Información y Legislación Comparada,
se especializó en tecnologías de la comunicación. Colabora con el Laboratorio
de Innovación e Inteligencia Artificial de la Facultad de Derecho de la UBA, y es
periodista.

Pablo Stropparo

(41) es Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Es docente de Epistemología de las


Ciencias Sociales en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y Profesor Adjunto
de Historia del Pensamiento Social y Político en la Universidad Nacional de Moreno.
Fue becario del CONICET, e investiga acerca del desarrollo, la modernización y la
democracia.
ÍNDICE
5 PRESENTACIÓN

9 INTRODUCCIÓN
9 DOS PREMISAS
11 MURMULLOS, TRES CLICHÉS
12 EL OPTIMISMO DESMESURADO
12 LA HORA FINAL DEL CAPITALISMO
14 ENOJADOS Y EXTRAVIADOS
14 LA PARQUEDAD DEL ENFANT TERRIBLE
15 NO HACE FALTA VER LOS PRECIOS PARA SABER QUE ESTO SERÁ ONEROSO

19 ¿LO INVISIBLE TIENE TERRITORIO?


19 NOSOTROS, EL COVID-19 Y EL TIEMPO
23 EL COVID-19 Y LO NUEVO
26 LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN EL ORIGEN DE LA PANDEMIA
29 EL ROL DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
32 PENSAR Y DISENTIR EN LA PANDEMIA
37 EL ORIGEN NO ORIGINARIO

41 LO INVISIBLE SE HACE VISIBLE SOBRE LOS TERRITORIOS:


EL BRUTAL E INÉDITO APAGÓN MUNDIAL
41 POLÍTICA, AISLAMIENTO SOCIAL Y RESPUESTA TECNOLÓGICA
45 ¿QUÉ CREEMOS QUE HICIMOS?
45 CRITERIO PRUDENCIAL Y REACCIÓN DEMOCRÁTICA
47 ¿QUÉ SIGNIFICA TENER ÉXITO?
48 MASCARILLAS Y CINTAS MÉTRICAS, O CÓMO HALLAR LA DISTANCIA JUSTA
49 SUSURROS DETRÁS DE LOS BARBIJOS

53 ¿SORPRENDENTE CONVERGENCIA?
53 EL DÍA DESPUÉS DE LA PANDEMIA
55 EL SUEÑO DE LOS INGRESOS BÁSICOS
57 LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL ENCIERRO
58 BIOMETRÍA Y BIENESTAR

62 LA VIGILANCIA MASIVA
64 ASIA
67 EUROPA
70 ¿CUÁL ES LA DISCUSIÓN DETRÁS DE ESTE ENRIEDO?
72 ESTADOS UNIDOS
75 ARGENTINA
80 REFLEXIONES

82 EPÍLOGO TRUNCO, OTEANDO UN HORIZONTE ‘DINÁMICO’


PRESENTACIÓN 5

En alguna oportunidad André Gide sostuvo que libros y lectores se


encuentran casi de manera divina, como si de un plan preconcebido
se tratara. Según él, cada libro encuentra quién lo lea, y cada persona
lectora encontrará su libro. Pero lo que puede ser cierto para los
libros en general no resulta, necesariamente, tan claro para un libro;
por ejemplo, éste.

Sin ánimo de contrariar al gran Gide, aquí preferimos comenzar


enunciando con la mayor claridad lo que nos ha motivado a
embarcarnos en este trabajo. De esta forma, usted -o vos- queda
debidamente avisado de lo que encontrará.

Por empezar, este libro está pensado y escrito en el encierro. Esto


significa que: a) sus autores nunca pudieron reunirse físicamente.
Todas las argumentaciones, avances, retrocesos, correcciones,
añadidos, modificaciones y re-escrituras fueron el resultado del
repiquetear de teclados y conversiones de audios a textos en el no-
lugar cibernético.

En tiempos normales, anteriores a la pandemia actual, quizá hasta


hubiéramos deseado hacerlo bajo esta modalidad, pero ahora no
tuvimos elección. b) Estar encerrados en Argentina es algo bien
singular, tomando en cuenta que ya ostentamos el confinamiento
más duradero del mundo. Este asunto marca a fuego gran parte de la
forma que tenemos de abordar diferentes tópicos a lo largo del libro.

Continuando, comenzamos a escribir este texto días después de


la conferencia de prensa del presidente Fernández en la que se
anuncia una prórroga de la cuarentena hasta fines de mayo. En la
anterior comunicación habíamos visto al presidente acompañado
por el jefe de Gabinete y el ministro del Interior, y a un costado,
casi siempre fuera de plano, el ministro de Salud. Era una mesa
mezquina, lisa y llanamente corta.

Pero en la penúltima conferencia, la del 8 de mayo de 2020,


acomodado en un pequeño podio (la misma mesa corta), se lo
ve al presidente en el centro, y a sus costados al gobernador de
la provincia de Buenos Aires y al jefe de gobierno de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Por detrás, dos miembros del Comité
de Expertos. En ese esquema, los expertos no sólo están en cuadro,
sino que, incluso, son el respaldo, la retaguardia o la guardia
pretoriana del presidente. Todos los rostros son adustos, salvo por
algún chascarrillo cómplice y ocasional.

Esa imagen, en contraste con la remera que circula en territorio


estadounidesense y que lleva por leyenda la frase “Fauci Birx´20
Make American Healthy Again” ha marcado profundamente algunos
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pasajes de esta investigación. Mientras aquí se expone a los expertos


como fuentes inobjetables de la verdad, allá se los cuestiona.

Medio año de virus, cuatro meses de pandemia, y más de 60


días de confinamiento ha sido un tiempo suficiente para alterar
nuestras mentes y cuerpos, colocar una cuña aquí, otra por allá en
nuestros registros cognitivos, modificar sensaciones, sentimientos
y percepciones.

Ahora hemos comprobado, amargamente, que el encierro colectivo


dista bastante de lo que sabemos sobre el encierro individual (sea
este punitivo o voluntario). Medio año es una unidad de tiempo muy
larga como experiencia, pero demasiado corta para entender todo
lo que ocurre. En este contexto, y a lo largo de dos intensos meses,
los autores hemos intercambiado notas que marcan una constante:
hay asuntos que cambian, sin poder precisar cuáles y cómo; otros,
parecen quedar inmóviles, pero es imposible definir sus bordes por
completo.

Bajándolo a tierra argentina, las decisiones políticas se modifican


de un momento a otro y, según la geografía, cobran muchas veces
sentidos abiertamente contrapuestos. Hay avances y retrocesos,
mala (muy mala) comunicación oficial, pero ahora los decisores se
regodean en este lodo, porque creen, y sostienen públicamente,
que su medianía está justificada por la calamidad mundial.

En un contexto en el que la credibilidad de la Organización Mundial


de la Salud (OMS) se cae a pedazos luego de haber admitido
condicionamientos por parte del gobierno chino; con Europa
confundida y rebasados los cementerios italianos y españoles;
y mientras en Estados Unidos Trump calcula todo según su afán
reeleccionario, la clase política vernácula cree que sus defectos (y
fechorías) serán perdonados, o pasarán inadvertidos. Pero cabe
advertir, recordando a Maquiavelo, que un político tiene que ser
virtuoso y, a la hora de optar entre el león y el zorro, siempre le
conviene optar por el segundo, dado que es más astuto.

Los más osados y cínicos, incluso, sonríen en cámara y sostienen,


sin pudor, que improvisan sin rumbo cierto, y que, en consecuencia
“la cuarentena vino para quedarse” como única estrategia. A falta
de plan, de capacidad, de probidad y tantas otras cualidades
deseables, sin congreso ni justicia y en un escenario de pánico, es
preocupante el libre albedrío de quienes encabezan el Ejecutivo en
cada rincón argentino, además de la escasez de ideas y propuestas
en la oposición.

De ninguna manera olvidamos que el gobierno nacional asumió


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poco antes de la pandemia, en un país cuyo retroceso, en el período


anterior, fue notable en varios aspectos. La advertencia, en tal
sentido, va en la línea de remarcar algunos de los que consideramos
errores graves, en un contexto por demás complejo, para poder
torcer el rumbo de cara a la búsqueda de legitimidad en un estado
de derecho.

En el plano sociológico, hemos intentado iluminar matices,


aspectos de lo colectivo en los que aparecen novedades. El libro
trata de describir esas zonas, colorearlas, enfocarlas, dotarlas de
luminosidad. Sobre esto no hay éxito asegurado, sino sólo muchas
horas de trabajo.

Finalmente, tomando como punto de corte el 20 de mayo, este


trabajo no fue concebido como una crónica para el futuro; propone
un somero retrato del estado del arte para consumo inmediato. El
desglose de esta premisa se compone de cuatro dimensiones:

• Primero, escribimos asumiendo el clima de incertidumbre, e


inmersos en él.

• Segundo, aunque la economía y la sociedad están ´apagadas´


-tal como el término shutdown define este tiempo- la economía
de la atención está en su apogeo, así que esta iniciativa trata de
corroborar la premisa de salida, es decir, que esta obra sea recibida
y procesada de cara a la incertidumbre.

• Tercero, el libro no trata de aventurar un futuro, y tampoco


pretende ilustrar qué se deja atrás, y si algo de esto ocurre debe
considerarse un subproducto no deseado.

• Cuarto, los acápites de esta obra no forman parte, necesariamente,


de una secuencia. Esto es un aviso de que no es necesario ni
particularmente recomendable leer este libro en forma convencional,
desde el comienzo hasta el final, en orden. Cada título puede ser
abordado individualmente.

A pesar de haber sido escrito por tres personas, con tres


enfoques y en diferentes momentos, una de las preguntas que
guía toda la obra es: ¿qué creemos que ha ocurrido mientras
experimentamos el aislamiento?

Respondiendo, para hilvanar los argumentos que aquí exponemos,


dejamos fuera de nuestra perspectiva los siguientes abordajes.
Por empezar, desestimamos las miradas conspirativas. La razón es
quizá obvia: las buenas conspiraciones requieren mucho talento
y coordinación, además de que, para sostener la existencia de
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conspiraciones, hace falta creer que hay buenos y malos, o al


menos poder definir dos o más bandos. Aquí, mejor, apostamos
por describir hechos.

A esos efectos -cabe aclarar- y por razones de expresión, a lo


largo de este trabajo nos referiremos al virus que se ha expandido
por todo el mundo utilizando indistintamente las denominaciones
que hoy son de uso común: COVID-19, Coronavirus, SARS CoV 2,
etcétera.

Por otro lado, intentamos evitar los lugares comunes y los clichés,
porque entendemos que, hoy más que nunca, deberíamos desconfiar
de aquellos que tienen una misma respuesta para cualquier pregunta.
Si usted -o vos- a lo largo de la lectura, encuentra un cliché, por
favor háganoslo saber. Bastará para corroborar que hemos fallado
una vez más.

Por último, evitamos apelar a la estupidez (humana). Y, créanos,


estuvimos muy tentados, dada la expertise de uno de nosotros en
el asunto. Sin embargo, sabemos que recorrer ese camino hubiera
llevado muchas más horas de trabajo de las que hemos invertido.
Digamos que decidimos ignorar a la estupidez por economizar
esfuerzos, o sea por la pereza, una directa consecuencia del encierro.

DA • MB • PS
- Junio de 2020 -
Encerrados en algún lugar de Argentina
INTRODUCCIÓN 9

“Only the dead have seen the end of war”.


George Santayana, 1922.
“Tipperary” en Soliloquies in England and Later Soliloquies

DOS PREMISAS
Antes de comenzar a sumergirnos en el libro, resulta necesario
explicitar dos premisas:

PRIMERA. El trabajo científico no es sólo colaborativo, sino que


también es competitivo. Gran parte de la colaboración se da
en la dimensión propiamente pública, abierta y transparente
de la parsimoniosa actividad de recolección de evidencias. La
competencia, en tanto, se desarrolla para corroborar que esa
evidencia sea verdadera. La dupla colaboración/competencia hace
que la ciencia se auto regule, al tiempo que avanza.

Así, frente a eventos nuevos, como por ejemplo el SARS CoV 2,


la ciencia avanza en su comprensión y explicación, aunque la
opinión pública no siempre así lo perciba. Nuevos datos, mejores
datos, mejor calibración en los instrumentos de observación,
depuraciones metodológicas, mejores pruebas de laboratorios,
cambios de enfoques teóricos, más un largo etcétera, hacen que
la ciencia cambie y ajuste la comprensión y explicación del nuevo
evento, lo que se traduce, en la mayoría de los casos, como un estado
de confusión en el gran público.

Lo anterior es una forma elegante de afirmar que falta mucho para


entender, resta bastante por comprender y, por tanto, que lo que se
sabe ahora dista bastante de tener explicaciones satisfactorias.

Dado lo antedicho, en este trabajo asumimos la premisa más débil,


pero también más potente: la pandemia del COVID-19 será un
ciclo largo. Entendiendo por largo un período que excede al año
calendario. Este es un pequeño aporte científico al proceso de
calibración de decisiones políticas por venir.

SEGUNDA. En términos de política pública (esto es, política sanitaria


frente al COVID-19) no sabemos con claridad qué significa tener éxito
frente a la pandemia.

La frase tener éxito implica reconocer que existe la posibilidad


de discriminar buenos de malos resultados, y también de asociar
políticas que los causan. En este sentido, las decisiones se montan
sobre el modo en que, previamente, se construyen los problemas.
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No es lo mismo afirmar que el Covid-19 es un oponente a derrotar,


que sostener que el SARS CoV 2 es un enemigo invisible que
debemos eliminar. Esta última expresión se asemeja bastante a
la metáfora de la guerra, muy utilizada por diferentes líderes, p.e.
Macron. En cambio, el oponente a derrotar está más en línea con el
discurso de Merkel al inicio de la pandemia.

Vale ilustrar con el caso propio. En Argentina, fruto del habitual


exceso verbal de la clase dirigente, Alberto Fernández optó por
metaforizar la crisis sanitaria apelando al sentimiento patriótico y
los términos bélicos. Así, para explicar la retórica oficial la prensa
sacó a relucir un verbo bien argentino: malvinizar.

Sin intentar ir a fondo, podríamos decir que malvinizando la crisis


sanitaria Fernández intentó arengar al pueblo y tapar el default
técnico en el que Argentina se encuentra -además de restar peso a
los muchos errores cometidos. Pudo hacerlo porque la pandemia se
cruzó con la efeméride del conflicto con Gran Bretaña (2 de abril) y
también porque es tradición de cierta parte del peronismo abusar
de la retórica, creando fanatismo entre los más cercanos.

Ahora bien. Definir un oponente a derrotar o identificar un enemigo


a eliminar son formas muy distintas de enmarcar el problema y, de
allí, deducir más adelante si se tiene éxito o no. Incluso podríamos
preguntar quién se cuelga la medalla. Es decir ¿a quién corresponde
el éxito, a la población de un cierto país, al gobierno del mismo, o
a la humanidad? Pero incluso en ese terreno se abre una brecha
considerable en términos de éxito. La frase tener éxito aplica a lo
que cada gobierno obtiene entre los buenos resultados buscados y
los obtenidos. Sin embargo, visto en un contexto más amplio se abre
una lucha política sobre lo que significa tener éxito, es decir, el plano
de las comparaciones entre sociedades.

En virtud de lo anterior, las dos premisas en conjunto marcan el


siguiente escenario:

Frente al COVID-19, los gobiernos de las democracias tienen


que construir un problema con evidencias cambiantes, tomando
en cuenta que la pandemia tendrá una duración larga y en gran
medida incierta, sin poder establecer relaciones causales fuertes
entre políticas y resultados. Además, se saben sujetos a un proceso
de rendición de cuentas que se hará en el plano comparativo
internacional.
Serán, pues, los supervivientes los que voten en las próximas
elecciones tomando en cuenta cómo les fue a ellos y cómo
ven el mundo.
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MURMULLOS, TRES CLICHÉS

Durante las primeras semanas de abril el mundo se desconectó.


Literalmente, los países uno tras otro decidieron bajar el botón de
encendido. Nunca una frase logró describir y capturar un momento
único con tanta precisión; se produjo un inimaginable shutdown
mundial. La cuarentena, el aislamiento, los cordones sanitarios, el
encierro, el distanciamiento físico generaron de golpe lo que parecía
imposible: transformar los territorios en mapas.

El mundo en toda su riqueza quedó reducido a su representación


cartográfica, que resulta insuficiente porque no muestra a los
individuos encerrados. Más allá de especulaciones conspirativas, a
los pocos días la mayoría de los gobernantes (incluso los más naives)
se dieron cuenta de que el encierro era condición de posibilidad de
una batería amplia de políticas.

Ya sea por avezados y experimentados o porque la realidad enseña


a los golpes, los hacedores de políticas tuvieron que comenzar a
lidiar con suministros sanitarios, reconvertir usos al capital invertido,
participar en una competitiva carrera para mejorar instrumentos
de medición y diagnóstico, subsidiar a empresas, entregar dinero
a los ciudadanos... la lista es larga, y dudamos mucho de nuestra
capacidad cognitiva para establecer su finitud.

Nadie en su sano juicio puede pensar que resulta posible parar el


mundo sin trastocar lo que en él se encuentra. Así, correr detrás
de la realidad es parte de la definición del problema (sobre esto
12

ver más adelante ¿QUÉ CREEMOS QUE HICIMOS?). La cuarentena


y el conjunto de políticas que la hacen posible abre y no cierra el
debate de lo que significa tener éxito. En torno a este prematuro
asunto no han faltado los optimismos prefabricados, los juicios
conclusivos y enojos infundados. Son tres clichés que describiremos
a continuación.

EL OPTIMISMO DESMESURADO
En la mayoría de las democracias la predisposición colectiva a
encerrarse marcó, en los inicios de la cuarentena, un inusitado
optimismo sobre el futuro de la Humanidad. El apagón de los
territorios trajo el mapa, y con ello un fuerte deseo de volver a
introducir a la humanidad en un nuevo mundo. Lo que antes parecía
un sueño o una utopía, i.e. parar el mundo, se había vuelto realidad.
En definitiva, para ciertos espíritus progresistas, no sonaba mal la
idea de haber “reseteado a la Humanidad”.

Diferentes, pero complementarias visiones comprensivas del bien


encontraron, en medio de una tragedia, la posibilidad de mostrar
cómo la vida se recompone. Parar el mundo, aunque se haya
dado en medio de la tragedia del COVID-19, fue visto como una
oportunidad para insertar a la humanidad en armonía con la vida,
aunque el precio final a pagar sea decrecer económicamente.

Pero, inmediatamente, a este movimiento se opone el contrario:


la Humanidad reseteada es, también, la que quiere sobrevivir.
Eso obliga a las sociedades y sus líderes a disponer de todas las
herramientas eficaces, pero no sólo eso. Para sostener que el plan
llevado a cabo por cierto gobierno ha sido el exitoso, hay que poder
establecer, primeramente, cuáles son los criterios con los que se
medirá tal cosa. Por ahora, nadie puede determinar ese aspecto del
análisis.

No es la intención juzgar a los optimistas, ni discutir aquí el declive


económico, pero queda claro que no hay motivos reales para dejar
florecer ninguna renovada esperanza.

LA HORA FINAL DEL CAPITALISMO


El descontento con el capitalismo ya parece algo más profundo y
amplio que las históricas narrativas anticapitalistas. Un estudio de
opinión pública reciente, el Informe Edelman de 2020, relevó que
en promedio el 56% de la población mundial encuestada cree que
el capitalismo genera más daño que el “bien” que produce.
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Por esta razón, quizá, no debe llamarnos al asombro la emergencia,


en pleno encierro, de una tendencia digital, una manifestación
creciente de yoes y sus mellizos digitales, en torno a decretar el fin del
sistema capitalista. Los actores, múltiples y diversos, anticapitalistas
siempre encuentran en momentos de crisis la oportunidad de
manifestar que ha llegado la hora final del capitalismo. Sin embargo,
en este contexto se pueden señalar tres cosas, a saber:

• Primero. Tomando en cuenta el descontento con el capitalismo,


países tan disímiles como Japón y Francia no muestran grandes
diferencias en cuanto a las opciones implementadas por los
gobiernos para enfrentar a la pandemia. Japón es, dentro de los
países relevados, la sociedad donde hay menos descontentos (sólo
el 35%), mientras que en Francia el descontento alcanza el 69%.
En general, la desaprobación hacia el capitalismo no parece haber
jugado un rol fundamental dentro del conjunto de desafíos que
enfrentan los gobiernos. Por lo menos por ahora.

•Segundo. Lo que se observa, a través de reportes periodísticos


especializados, es que donde los mercados funcionan y son
sensibles a los incentivos, las reacciones y respuestas de los actores
económicos han sido rápidas, incluso en países con mercados de
baja calidad regulativa.

Las alternativas tienen que ver con respuestas tecnológicas y


reconversión de capacidades productivas. En este sentido, los
países con macro economías más estables han podido satisfacer
más adecuadamente las nuevas demandas de ingresos. Pero en
este juego de inmediatez apareció claramente para el gran público
y para los tomadores de decisión el peso de la dirigencia política
de los países sobre la participación de diferentes empresas en las
cadenas de suministros a escala global.

El asunto, ya remanido, de los componentes básicos de la industria


farmacéutica es, quizá, la punta de un iceberg que tiene bases
amplias y profundas. Lo que ha llevado a que por estos momentos
se vuelva a hablar sobre los límites de la globalización, pero sin
olvidar que ya la globalización ha sido enjuiciada, conceptualmente,
desde dos fenómenos añejos: el capitalismo tech y las narrativas
post-capitalistas.

•Tercero. El futuro del capitalismo o, si se prefiere, la suerte del


capitalismo tech y los estadios post-capitalistas es algo que
seguramente se resolverá en base a los intereses de quien tome las
riendas a escala planetaria, lo que se definirá según el modo en que
haya dominado esta crisis. En definitiva, los anticapitalistas pueden
desear el fin del capitalismo, pero eso depende de lo que pretenda
14

el bloque que emerja como nuevo poder hegemónico con capacidad


de definir qué significa haber tenido éxito frente al COVID-19.

ENOJADOS Y EXTRAVIADOS
Finalmente, circula en la convulsionada opinión pública, el pensamiento
de cierto grupo que intenta poner bajo el fiel de la balanza la
cuestión de la libertad individual. Aunque se trata de un conjunto
disperso de argumentos, se ve que están preocupados por un
excesivo paternalismo por parte de los gobiernos.

Aun cuando es totalmente comprensible el enfoque, debemos decir


que este enojo, malestar o descontento -comprensible y valorable
desde la perspectiva de todo buen demócrata- ha llegado tarde
a la cita, es un enojo tardío, fuera de época o en un momento
equivocado. Veamos por qué.

A. El paternalismo frente al riesgo no es un invento de los gobiernos


para combatir el COVID-19, sino que desde hace décadas las
democracias vienen practicando cierto paternalismo. El concepto
de Nanny State (Estado Niñera), utilizado con frecuencia en ciertas
discusiones políticas en el mundo anglosajón, muestra que la tensión
entre la esfera individual (libertad y responsabilidad) y los objetivos
públicos se diluye en la búsqueda de ciertos comportamientos
poblacionales.

B. Dicho lo anterior, es posible inferir que desafiar el paternalismo


implica llevar la contra a la tendencia dominante y abrir la caja de
pandora que ha significado la post-verdad en estos últimos años. El
enojo ahora no es bien recibido, sobre todo pensando que el gran
público percibe que se intenta acorralar la vida desde la libertad.

Pero enojarse es de alguna manera extraviarse. Lo que está en juego


en medio de esta pandemia no es si la libertad individual es valiosa,
sino qué libertad hay que defender, cómo hacerlo y a quiénes les
toca esa responsabilidad.

LA PARQUEDAD DEL ENFANT TERRIBLE


¿Frente a la muerte provocada por el SARS CoV 2 tienen que hablar
los filósofos? No sabemos. Lo cierto es que algunos lo hicieron,
seguramente porque hubo o se presupone interés. Lo primero que
apareció por esta parte del mundo fue un pequeño dossier, en forma
de contrapunto, de la mano de Slavoj Žižek y Byung-Chul Han.
15

Las ideas de Žižek siempre caen bien en la heterogénea y diversa


esfera de progresismo intelectual, por esa razón es quizá, entre otras,
un escritor tan prolífico y vendido. Byung-Chul Han avanza sobre la
idea de que Occidente tiene que prestar atención al autoritarismo
gamificado, algo que los ciudadanos europeos y americanos están
observando a punta de aplicaciones.

Luego vino la intervención de Giorgio Agamben. El filósofo italiano


no cayó bien en los círculos o ámbitos progresistas (ver más adelante
POLÍTICA, AISLAMIENTO SOCIAL Y RESPUESTA TECNOLÓGICA),
es un enigma a escudriñar si de saber éste las reacciones negativas
que produjo su intervención las volvería a pronunciar, o pasarían
por un tamiz diferente. Finalmente, apareció el enfant terrible
Michel Houellebecq y con un extraña parquedad le puso bullicio a
la discusión: “No nos despertaremos, después del confinamiento, a
un mundo nuevo; será lo mismo, solo un poco peor”1.

Mientras terminamos este libro las intervenciones de los filósofos


siguen saliendo a la luz de forma constante, pero son pocas las que
recogen el guante ofrecido por Houellebecq: ¡si el mundo va a ser
distinto hay que argumentar por qué!

NO HACE FALTA VER LOS PRECIOS PARA


SABER QUE ESTO SERÁ ONEROSO
Restaurantes a un tercio de su capacidad, mesas vidriadas, burbujas
de cristal para tomar café, vagones de tren ocupados en menos de
un cuarto de sus asientos, clientes en las veredas de los comercios o
en largas filas para entrar al banco... la lista continúa, y muestra que
los territorios sociales están obligados a que el mercado reasigne
recursos de manera rápida y eficaz.

Esto va a ser oneroso -el gobierno alemán acaba de quedarse con


el 20% del paquete accionario de Lufthansa, dado el salvataje que
tuvo que realizar- y en la reasignación de recursos habrá ganadores
y perdedores que no siempre resultará fácil detectar, y mucho
menos compensar.

Sin embargo, en este libro, cuánto nos va a costar el encierro no


es una pregunta de índole económica sino, más bien y ante todo,
fundamentalmente política.

1
“Nous ne nous réveillerons pas, après le confinement, dans un nouveau monde; ce sera le
même, en un peu pire”.
16

La pregunta política par excellence que abre este ciclo largo de


pandemia no es si la democracia saldrá debilitada. A lo largo del
texto trataremos de mostrar (especialmente en LA VIGILANCIA
MASIVA) que hay bastante evidencia para acordar, al menos
preliminarmente, que la libertad individual saldrá diezmada en
este largo proceso, por lo que inferimos que la democracia, como
mínimo, cambiará de rostro.

Así, pues, por ahora, estimamos que la cuestión principal consiste


en enfocarse en la libertad. Específicamente, ¿quién defiende qué
libertad? ¿Bajo qué condiciones? ¿Frente a quiénes? ¿En nombre
de quién? Estas preguntas, pensamos, tienen una correspondencia
con asuntos que están más allá y también más acá de la pandemia.
Son relevantes porque anteceden a la pandemia, o ésta las dispara
o acelera.

Vaya una digresión: no es la primera vez que tenemos que lidiar con
una pandemia. Recientemente se han recuperado piezas publicitarias
y anuncios gubernamentales de diferentes lugares sobre la gripe
de 1918, también llamada “gripe española” -ver más adelante EL
ORIGEN NO ORIGINARIO- quizá, más allá del valor histórico, como
recordatorio público de que fuimos y somos capaces de resolver
crisis sanitarias.

Lo cierto es que si comparamos la actual pandemia con aquella de


principios de siglo XX podremos ver ciertas similitudes, pero dos
grandes diferencias. Basta ilustrar las similitudes con el siguiente
trazo descriptivo: a principios de siglo XX la globalización (movilidad
de mercaderías, bienes de capital y personas) era muy significativa,
tanto que tomando en cuenta varios indicadores (p.e. porcentaje de
apertura comercial, apertura financiera, entre otros) costó superarla
hasta bien entrado los años noventa del siglo pasado.

Por otro lado, tomando en cuenta el grado de desarrollo tecnológico


de cada una de las dos pandemias, el entramado de las relaciones
sociales y políticas de las dos es tremendamente complejo, de
tal forma que la menor capacidad de dar respuestas científicas
de antaño se compensa con la menor velocidad de dispersión y
propagación del virus.

Sin embargo, dos cuestiones hacen que la actual pandemia sea única
en la historia de la humanidad. La primera, consiste en puntualizar
el rol atribuido a la inteligencia artificial (ver más adelante LA
INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN EL ORIGEN DE LA PANDEMIA). La
segunda, menos promocionada, nos resulta quizá más relevante
que la anterior; nos referimos a los Derechos Humanos.
17

El cóctel entre Derechos Humanos e Inteligencia Artificial es, desde


nuestra perspectiva, el meollo de la respuesta política frente a la
pandemia.

Líneas arriba enfatizamos que la cuestión del éxito de las políticas


sobre la pandemia tendrían una doble lectura: desde la perspectiva
de la población y desde la mirada de la humanidad. Los gobiernos
no pueden tratar a los ciudadanos sólo como población, también
tienen que hacerlo como Humanidad. Sin embargo, no pueden
salvar a la Humanidad si no logran salvar a la población.

Por otra parte, los sistemas de inteligencia artificial funcionan bien


si son capaces de recolectar buena información de poblaciones, y
los gobiernos tienen la tarea titánica de considerar a la población
específica de ciudadanos como Humanidad. La Humanidad es parte
de lo que está en juego en medio de esta pandemia.

Entramos a esta pandemia con la inercia en la que veníamos; sólo hay


un cambio de velocidad. Pero a veces el cambio de velocidad es el
cambio de todo; es la diferencia entre una caricia y un cachetazo:
la velocidad. Y puede que entre el cariño y la violencia medie solo
una cuestión de velocidad…

¡Ay! Si tan sólo tuviéramos un poco más de claridad sobre lo que


se juega por estos momentos. Según cómo definamos el éxito
frente al COVID-19, podremos comprender a la Humanidad, con o
sin “post”, y en esa situación está claro, al menos por ahora, que la
inteligencia artificial en su gran abanico de artefactos jugará un rol
preponderante.

En lo que resta del trabajo no proporcionamos respuestas


definitorias a las preguntas sobre la libertad, pero sí avanzamos en
colorear cómo la inteligencia artificial mete la nariz, el cuerpo y la
cola durante este proceso. _♦
18
¿LO INVISIBLE TIENE TERRITORIO? 19

NOSOTROS, EL COVID-19 Y EL TIEMPO


Siempre hay que comenzar por algún lugar (In media res según
el gran Homero). Empezaremos describiendo hechos. Durante el
año pasado sabíamos que este año iba a ser relevante, al menos,
por tres asuntos. Primero, porque se pondría en funcionamiento
de manera oficial el Sistema de Crédito Social en China; segundo,
sucedería la elección presidencial en EE. UU.; tercero, comenzaría a
funcionar la red 5G, de datos móviles.

Los 3 temas hacían prever una agenda cargada. Pero resulta que,
COVID-19 mediante, esos eventos se van desenvolviendo en medio
de una situación excepcional y nueva: un aislamiento social masivo
y global. Hagamos, pues, un poco de historia reciente, y dejemos
registro e informe para que la posteridad conozca cómo es que
apareció el COVID-19 entre nosotros.

¿CÓMO FUE QUE NOS METIMOS EN ESTE LÍO?

El 18 de octubre pasado se realizó, en Nueva York, una jornada de


trabajo denominada Evento 201, organizada por el Centro John
Hopkins para la Seguridad de la Salud, el Foro Económico Mundial
y la Fundación Bill y Melinda Gates. Este encuentro, influenciado
sin lugar a dudas por el documento Scenarios for the Future of
Technology and International Development (The Rockefeller
Foundation y GBN Global Business Network), se concibió como un
ejercicio para analizar las respuestas público-privadas frente a una
pandemia a gran escala.

Dos meses después, la organización HealthMap emitió, basándose


en su sistema de inteligencia artificial (IA), una alerta temprana sobre
un caso de neumonía no identificada en la ciudad china de Wuhan.
Poco minutos más tarde la información fue avalada por ProMed con
base en Nueva York. Muchas semanas más tarde el gobierno chino
avisó a la OMS y apareció oficialmente el COVID-19.

La tardanza china es parte del repertorio de excusas en la


administración Trump, y también de un debate populista nocivo
pero relevante. Las respuestas coreana y japonesa frente a la
aparición del virus ya han sido analizadas, no vale la pena insistir
aquí sobre los detalles. Basta enfatizar que surgen de una mezcla
de autoritarismo gamificado, IA agresiva y aislamiento masivo.
Veamos, pues, otro costado del asunto.
20

¿ESTÁBAMOS O NO ESTÁBAMOS PREPARADOS?


Si el citado Evento 201 no fue sólo una excusa para que buenos
amigos y colegas se reunieran, hay que enfatizar sobre el concepto
ejercicio. Este término se asemeja a simulacro, como de esos que
hacemos con defensa civil recreando algún tipo de desastre. Un
ejercicio es una puesta a punto, al menos, de: protocolos, criterios
compartidos, pautas mínimas de acción, definición de variables,
modelos matemáticos con capacidad predictiva, más un largo
etcétera. Si no hubieran discutido alguna de esas cosas ¿qué tipo
de ejercicio hubiera sido? Dicho esto, surge un primer interrogante.

Más allá de la cuestión del retardo y las motivaciones que el


gobierno chino haya tenido para informar esta pandemia, y estando
la crema y nata de los expertos y líderes de organizaciones públicas
y privadas involucradas con el citado ejercicio ¿no era de esperar
que, una vez estallada la pandemia, al menos, las democracias
de Occidente contaran con un diagnóstico compartido para dar
respuestas mínimas?

Y, sin embargo, parece haber un clima de aturdimiento, titubeos,


mirar al lado y ver qué errores se cometen, qué da resultado. No es
lo que haríamos si hubiéramos hecho ejercicio en la materia, ¿o sí?
¿O el protocolo mínimo compartido es el aislamiento social? Si el
aislamiento masivo y global es la respuesta mínima, lo que debería
discutirse es su temporalidad y las formas alternativas para salir de
ello. ¿Es así? ¿Eso es todo?

ESCASEZ DE ANÁLISIS POLÍTICO Y DEBATE PÚBLICO


Salvo contadas excepciones (Reino Unido, Suecia, Alemania y
Países Bajos, entre los más significativos) resulta difícil comprender,
mediante diálogo público, en base a qué diagnóstico y con qué
escala de medidas los gobiernos adoptan el aislamiento social.
Las capacidades de razonamiento estadístico son necesarias en
las sociedades complejas, pero no están disponibles de manera
uniforme entre los ciudadanos.

Por esta razón el gran público no sólo está angustiado sino abrumado
frente a los tableros de datos que se presentan en las pantallas de los
medios de comunicación en el mundo. ¿Son los datos de contagiados
comparables entre los países? ¿Todos están contabilizando lo mismo?
¿Cuáles son los criterios utilizados? ¿Las cantidades de pruebas que
llevan a cabo los diferentes países obedecen a estrategias muestrales
alternativas? ¿A otras razones? ¿Cómo juegan las “cifras negras” en el
razonamiento estadístico que está detrás de las decisiones?
21

Estas son algunas de las preguntas que surgen entre los ciudadanos
que no tienen un dominio estadístico del problema, pero sí
preocupación cívica, y quizá advierten que las decisiones públicas
en estos momentos son mucho más complicadas que lo que
comúnmente lo son. Por ejemplo, tomemos el caso argentino.

En Argentina se dice que el gobierno tuvo en marzo en sus manos


cuatro escenarios que justifican la posterior decisión política de
implementar la cuarentena obligatoria. Por tanto, estos escenarios
establecen, así, el marco para la responsabilidad política. Sin
embargo, ni el gobierno argentino comunicó esos escenarios, ni los
actores que componen los mass media indagaron sobre ellos. Es más,
la discusión se dió por saldada cuando en la opinión publicada se
sugirió que era mejor no difundirlos para no angustiar a la población.

En el contexto argentino la pregunta es: ¿en base a qué tipo de


información el presidente tomó la decisión del aislamiento masivo y
obligatorio? Dadas las tempranas y desafortunadas intervenciones
públicas del ministro de Salud, se puede dudar sobre qué tan clara
o buena era la información que manejaba el gobierno. O podemos
inclinarnos por la conjetura de que, ya en enero, los representantes del
Ejecutivo nacional elegían mantenernos alejados de la verdad, para no
alarmarnos -casi como si desconocieran que en Argentina hay internet-.
Una muestra de ello podría ser cuando Ginés González García señaló a
principios de febrero que el virus no llegaría a la Argentina.

Mucho se ha especulado tanto en la prensa escrita como en las


redes sociales acerca del impacto que tuvo el Informe de Pueyo en la
posterior decisión presidencial. Entonces, la respuesta argentina se
encuentra, podemos aventurar, en una zona indeterminada que va
desde la casuística o el azar (haberse topado con el Informe Pueyo
o haberlo escogido entre otros) hasta creer que el aislamiento era
el protocolo pautado de antemano (la estrategia dominante en y
para el mundo).

Sin embargo, lo anterior no excluye las dudas sobre todo lo analizado


arriba, agregando que no queda nada claro en base a qué tipo de
estudios los gobiernos toman las decisiones que toman.

Podemos creer que el aislamiento riguroso y masivo es una buena


decisión, pero podemos al mismo tiempo afirmar que no sabemos
en base a qué evidencia el gobierno implementa tal decisión.

Las buenas decisiones, en un principio, tienen que ver con el


marco de creencias en el que estamos inmersos, mientras que la
justificación de estas se asienta sobre el modo en que llegamos a
22

ese marco de creencias. Si el aislamiento es una buena decisión, lo


que está en juego es su duración. Estipular ese lapso constituye,
también, parte del asunto de la salida. No se puede pensar uno sin
trazar el otro. Aquí es donde se debatió el aparentemente estéril, frío
e irracional discurso de Trump sobre si el remedio (la cuarentena)
no es peor que la enfermedad. Veamos.

El 16 de marzo un equipo de científicos (COVID-19 Response Team)


del Imperial College de Londres dio a conocer un trabajo muy
interesante. Básicamente coloca la cuarentena en una dimensión
temporal. El modelo matemático corre así: como no hay una solución
farmacológica, la única herramienta disponible es el aislamiento social.
Éste resulta necesario para aplanar la famosa curva, es decir, hacer
converger los pacientes críticos con el stock de recursos sanitarios de
cada país. Pero el proceso no puede ser indefinido -además de que
no suprime el virus, sólo mitiga su circulación. Por tanto, al relajarse
la cuarentena, el virus comienza nuevamente a circular.

El modelo propuesto identifica situaciones en donde se requiere


volver a cuarentena, dado el objetivo de hacer converger cantidad
de infectados con los recursos sanitarios disponibles. Entonces
lo que esto predice es picos leves de circulación, reinicios de
cuarentenas, relajamiento, etc., durante el período de 18 meses -un
tiempo adecuado para obtener una solución farmacológica (aunque
actualmente ya la cuestión de la vacuna -en el escenario mediático-
cada vez se aleja más del escenario).

No tenemos herramientas cognitivas para juzgar el diseño del


modelo, ni cuestionar la validez de los datos utilizados, pero el
informe genera un horizonte temporal para los decisores públicos,
los ciudadanos y el diálogo democrático, en caso de que lo hubiere.
Lo que ese informe hace es interpelar a la sociedad política para
que comience a imaginar y dibujar cómo será la vida privada y
pública en los próximos meses. Coincidimos con el editor en jefe
de MIT Technology Review, Gideon Lichfield, en que no volveremos
a la vida que apenas comenzamos a dejar atrás. Lo que está por
discutirse no es ese punto, sino los énfasis locales y las situaciones
regionales de esa ausencia.

Estos efectos tienen que ver con el acceso a la tecnología, las


modalidades y pesos específicos de las ramas del capital en las luchas
intestinas que llevan adelante los capitalistas, el estado de las finanzas
estatales, las orientaciones de políticas que tienen los gobiernos, sus
legítimas aspiraciones a retener el poder, el avance sobre la emisión
virtual de moneda, incentivos específicos a ciertas ramas del capital,
direccionamiento del consumo, entre muchos otros.
23

Quizá los brazaletes que ya son populares en Hong Kong adquieran


versiones más rudimentarias, pero serán útiles para programar la
lenta circulación de los ciudadanos en diferentes espacios públicos
vitales para la reproducción de la sociedad. El surgimiento de nuevos
productos, la ampliación de nuevos mercados, nuevas formas de
producción de entretenimiento, producción y consumo simbólico,
tendrán que ver no sólo con el desarrollo de las fuerzas productivas,
sino también con la vitalidad de la sociedad civil y las estrategias
gubernamentales.

Pero también hay que señalar que durante este período de


aislamiento social existe un calendario electoral que atraviesa a varias
sociedades, no sólo a EE. UU. Los demócratas norteamericanos
están agitando aguas en la opinión pública para que las votaciones
presidenciales de noviembre se realicen mediante voto-correo. La
salida del aislamiento no sólo pondrá a prueba a la democracia en
el terreno de lo que la vigilancia masiva de datos deje, sino que deja
en entredicho su corazón institucional más sagrado: la votación.

Los progresistas del mundo pueden debatir si continúa o no


el capitalismo, y si esto significa la muerte del capitalismo y el
neoliberalismo, aunque esto suceda, por ahora, bajo la sombra del
autoritarismo gamificado proveniente de Asia. Estamos totalmente
de acuerdo en que es fundamental seguir luchando por un mundo
más justo, pero también por uno libre. Con el COVID-19 las
democracias salen debilitadas. Lo que no tenemos que permitir es
que el futuro de la libertad corra peligro de muerte.

EL COVID-19 Y LO NUEVO
Quizá Vladimir Ilyich Ulyanov (Lenin) pergeñó, mientras viajaba
en el tren sellado, la famosa frase “(…) hay décadas en las que no
pasa nada y semanas en las que pasan décadas”. La sentencia está
pensada desde la perspectiva de quien se sabe auctor, es decir,
iniciador de algo, pero no desde la mirada de quien experimenta
los cambios. Esa expresión de Lenin tiene la virtud de capturar lo
rápida, tumultuosa e imprevisible que suele ser la vida, pero poco
tiene que ver con lo nuevo.

Lo nuevo es una experiencia que no encaja dentro de ningún


recurso cognitivo previo, por tanto ¡ni Lenin sabía ex ante qué era lo
nuevo de lo que él mismo estaba por comenzar! De la misma forma,
el COVID-19 nos angustia individual y colectivamente justamente
24

porque es algo nuevo, no por ser un suceso repentino, tumultuoso


e imprevisible.

Los contagios y su velocidad, las muertes y sus circunstancias, la


impotencia y el dolor, enmarcan la tragedia que irrumpió en nuestras
vidas, pero de ninguna manera representa lo nuevo. El aislamiento
social masivo, global y de duración, por ahora, indeterminada, sí
aunque vaya flexibilizándose para cuando hacemos los últimos
retoques a esta obra.

Sin embargo, entre la representación y lo que está en otro lugar es


dónde se encuentra lo nuevo, y eso está constituido por la respuesta
política frente a la pandemia.

Los que aquí escribimos, al igual que millones de personas de todo


el mundo, no entendemos nada de virus, inmunología, infectología,
epidemiología, ni de salud pública, y los políticos tampoco. Como
ellos, necesitaríamos décadas para entender la naturaleza y alcance
del SARS CoV 2. Por tanto, de la misma manera que ellos, no
tenemos más remedio que aceptar los diagnósticos elaborados por
expertos como la mejor evidencia científica disponible para la toma
de decisiones.

Pero los que toman las decisiones son los gobernantes; y tomaron, con
variantes locales, una medida drástica: el aislamiento social preventivo
y en muchos casos obligatorio. No hay antecedentes de esto.

Decidieron usar una bala de plata que no admite contrafáctico


narrativo. Hoy, después de una cuarentena temporalmente incierta,
ya no queda disponible la frase si hubiéramos hecho x. Lo único
que queda, frente a un eventual fracaso, es salir de ella bajo
mordaza pública, o profundizar la medida mediante estado de sitio
y aplicación de ley marcial, poniendo en evidencia la vigencia del
principio de soberanía estatal y de la excepcionalidad integrada en
la norma.

Sin embargo, si el aislamiento masivo y global es lo nuevo, la


duración incierta de éste es lo radicalmente nuevo. El tiempo juega
un doble rol: la duración de la cuarentena y el tiempo de salida
de esta. Y aquí hay una doble paradoja. Primera, si la cuarentena
es corta y la salida abrupta, las sospechas ciudadanas sobre las
decisiones apresuradas de los gobernantes caerán como yunques
sobre las manos de los políticos. Segunda, si la cuarentena es larga,
también lo será la salida, puesto que los daños y costos sociales
impedirán un regreso abrupto a los modos de vida anteriores al
aislamiento. Así, intentando reducir la complejidad, se ha creado
una complejidad aún mayor.
25

De tal forma, si partimos de la premisa que la cuarentena es una


decisión acertada, puesto que la evidencia en la que se asienta
también lo es, la conclusión previsible sería que la cuarentena tendrá
que ser larga y su salida también. Y este es el meollo del asunto: la
duración de la cuarentena.

Mientras más largo el período de aislamiento social, más necesidad


tendrán nuestras sociedades de acelerar novedosos incentivos que
permitan producir, distribuir y consumir bienes y servicios en este nuevo
contexto -a este proceso no escapa ni la producción ni el consumo de
lo simbólico. De no suceder lo anterior, podrá haber distanciamiento
social a punta de fusil, pero no reproducción de sociedad.

En este contexto es de prever más vigilancia estatal, pero también


más inteligencia artificial aplicada a la producción y distribución.
Es decir, habrá más teletrabajo, más educación virtual, más bots
en las ventanillas gubernamentales, más internet de las cosas en
las fábricas y los centros de logística, más bots-médicos, robots
en los hospitales, más drones aplicados a la vigilancia y logística.
Aunque también, por lo que se observa, variantes (rudimentarias)
de ingresos básicos universales.

Mientras más larga la cuarentena, más borroso será para el gran


público qué actividades se están realizando de manera automática
y cuáles mediante injerencia directa por las personas. Mientras más
larga sea la espera en confinamiento, más difusa será para el gran
público la barrera que separe lo físico de lo virtual.

Si la salida de la cuarentena es larga y progresiva, aumentan las


posibilidades de que al regresar a la normalidad perdida nos hagamos
las siguientes preguntas: ¿si estuvimos cobrando ingresos básicos o
algún otro tipo de compensación de emergencia, por qué no seguir
haciéndolo? ¿Si estudiábamos desde casa, por qué no hacerlo ahora?
¿Si trabajaba desde casa, por qué debería de tomar dos autobuses
ahora? ¿Si los bancos pueden operar sin atención al público, por
qué seguir con tantas sucursales físicas? ¿Si las consultas médicas
virtuales fueron efectivas, por qué no seguir con ese esquema? La
lista es interminable.

Finalmente, ¿si la vigilancia masiva de datos nos salvó la vida, nos


protegió ante la muerte, por qué deberíamos preocuparnos por eso?

Por ahora este aislamiento colectivo y global parece ser un


experimento que se realiza sin protocolo, de esos que les gustan
mucho a los revolucionarios y a los ultraconservadores, pero poco
26

a los buenos demócratas. El dilema entre la vida y la libertad nos ha


constituido como humanidad. Quién puede juzgarnos por defender
la vida; todavía somos humanos, aunque no sabemos por cuánto
tiempo.

LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN EL
ORIGEN DE LA PANDEMIA
Este año ya se preveía como intenso a nivel de la política y
geopolítica internacional, el asunto del Coronavirus lo sacude aún
más. El evento COVID-19 puede alterar (postergando, cambiando o
radicalizando) la agenda prevista por el gobierno chino para poner
en marcha durante el 2020 ya de manera post-experimental el
Sistema de Crédito Social (SCS).

Por otra parte, ya hay evidencia suficiente para afirmar que el


COVID-19 jugará un rol preponderante durante el clima electoral
estadunidense; sus efectos en esta materia son, ciertamente,
inciertos. Planteado el contexto lo que nos interesa analizar es el rol
que está jugando la inteligencia artificial (IA) en esta pandemia que
consideramos es la primera que va a involucrar el uso de artefactos
de IA para su contención, gestión y solución.

La relación entre la IA y esta pandemia tiene, al menos, tres niveles


bien diferenciados:

1. La utilización de la IA para contener y gestionar la pandemia.


Digamos en líneas generales: gestionar el pánico, mantener
a la población en ciertos niveles tolerables de estabilidad
psicológica y garantizar umbrales de coordinación y acción
colectiva (evitar quiebres en las cadenas de abastecimiento
globales y domésticos). La pregunta que domina en esta
dimensión es ¿Las rápidas respuestas en el plano de la IA son
eficaces para contener y gestionar la pandemia?

2. Una segunda dimensión tiene que ver con la democracia. Las


respuestas e implementación de artefactos de IA destinadas
a contener y gestionar la pandemia se insertarán y regularán
conforme a los valores fundantes de las democracias o veremos
oportunismos políticos que, basados en el pánico y el miedo,
avasallan la dignidad moral de los ciudadanos. En el contexto
chino habrá que ver si con la excusa de la epidemia el gobierno
de Xi tendrá posibilidades de profundizar la vigilancia masiva
llevándola a terrenos todavía poco conocidos. La pregunta que
domina en esta dimensión es: ¿las democracias usarán la IA
27

de manera diferente a lo que está sucediendo actualmente en


China? -ver más adelante el apartado LA VIGILANCIA MASIVA-.

3. La tercera dimensión tiene que ver con la eficacia, el éxito o


no, que muestre la IA para resolver la pandemia. La pregunta que
domina aquí es la siguiente: ¿cumplirá la IA un rol preponderante
en la búsqueda de la solución farmacológica? ¿La IA se convertirá
en un factor productivo fundamental para reducir el tiempo de la
investigación sobre la vacuna?

VAYAMOS VIENDO LAS PREGUNTAS


El COVID-19 está de algún modo poniendo a prueba, en términos
generales, el arsenal que China posee en términos de su masivo
sistema de vigilancia, pero, también, las respuestas que hasta ahora
se han implementado muestran la cooperación entre las empresas
y el gobierno, resultado, entre otras cosas, de la experiencia
desarrollada en la construcción multietápica del SCS.

En este sentido el gigante Alibaba creó una plataforma en su


centro de investigación (Damo Academy) que usando IA detecta
nuevos casos de COVID-19 con un 96% de precisión. La empresa
Baidu, conocida popularmente como el “Google chino”, desarrolló
un software open-source que tiene la finalidad de detectar qué
personas (en medio de una multitud) no están usando la mascarilla.
Para ello, Baidu entrenó un sistema de IA en base a más de cien mil
imágenes y tiene -según afirma la empresa- una precisión del 96%.

El gobierno, por otra parte, impulsado por directivas del Consejo


de Estado creó una aplicación que detecta probabilidades de
contagio. Esta aplicación para descargar (previa identificación)
está disponible en WeChat o Alipay y permite saber si una persona
estuvo cerca de alguna otra que sufre la enfermedad. El novedoso
contact tracing. Se complementa con la utilización de los códigos
QR que permiten coordinar y gerenciar los flujos de las poblaciones.

Si la aplicación de Baidu resulta útil para mantener la vida cotidiana


(lugares de trabajo, supermercados, etc.), la aplicación gubernamental
resulta útil no sólo para asegurar la estabilidad psicológica, sino
también para que los ciudadanos eviten desplazarse por zonas
con más altas probabilidades de contagio (que se complementa
con la aplicación de Baidu). Por otra parte, el Banco Popular de
China (BPdC) emprendió una agresiva campaña para sanitizar los
billetes que sólo resulta posible, más allá de las logísticas de retiro
de ciertos mercados físicos específicos y su posterior limpieza y
cuarentena, porque el BPdC mantiene un férreo control sobre los
canales de pago. El despliegue de recursos y políticas es intenso.
28

¿Serán efectivas estas políticas atravesadas por la IA? Resulta muy


difícil hablar de blancos o negros, todo parece un continuo de grises.
Primero, muchos especialistas argumentan que las respuestas
tecnológicas rápidas no escapan de la paradoja eficiencia/ser visto
como eficientes. Es decir, los expertos y oficiales gubernamentales
pueden cometer graves errores en contextos de gran presión
donde tienen que ser (o quieren ser vistos como) eficaces en su
determinación.

Segundo, la recolección de datos que alimentan el sistema preventivo


de IA pueden ser de muy mala calidad y, por tanto, pueden producir
muchos falsos positivos y negativos. Tercero, las políticas basadas en
IA pueden ser tan eficaces que terminen generando una sensación
de seguridad que mine las conductas y comportamiento preventivos.
Cuarto, los falsos positivos pueden incrementar innecesariamente los
costos de transacción en la vida cotidiana.

En definitiva, si los datos recolectados son de mala calidad (basura


en el argot de la IA) mucha gente podría llegar a percibir que el
SCS también lo hace. Si, por el contrario, el sistema de recolección
de datos recolecta información verdadera y se produce ese efecto
paradojal de las políticas públicas caracterizado por el resurgimiento
del problema debido al éxito de la política, el relajamiento de
las conductas preventivas podría llegar a tener sanciones en los
puntajes del SCS.

Por último, aun suponiendo que el sistema recolecta datos de


calidad y que no se produce el efecto de seguridad/relajamiento de
las prevenciones, los ciudadanos, en un contexto en donde se valora
la exposición de las conductas deshonrosas, ¿no tendrán incentivos
para exponer y denunciar a sus vecinos para incrementar sus
puntajes ciudadanos, mostrándose como responsables y virtuosos?
Las respuestas al COVID-19 pondrán al SCS bajo la lupa en más de
una dimensión. Cómo quedará parado el SCS tras esta pandemia,
es parte de lo que tendremos que analizar en el futuro.

¿Cómo se ve este asunto desde las democracias? Es decir, ¿por


dónde deberíamos esperar que se cuele el asunto de la IA en las
sociedades libres y plurales? La robusta columna caracterizada por
la defensa de los derechos humanos, políticos y sociales parece
suficiente empalizada para detener cualquier sueño oportunista
para, en momentos de pánico, profundizar los sistemas de vigilancia
que ya son todo un dolor de cabeza entre los públicos ciudadanos.

Sin embargo, el asunto de la IA y el COVID-19 puede ingresar por


puertas grandes de las democracias, por el lado de la economía y
de la política democrática en sí misma (la lucha electoral).
29

Las democracias y los mercados tienen que responder a las


conductas en manada de manera diferente a cómo lo hace
un gobierno no-democrático. La mejor forma de atender las
compras de pánico es con abastecimiento y una clara, pero no
abusiva, respuesta en los precios (es decir, las democracias y los
mercados producen, los regímenes no democráticos racionan). En
este sentido en EE.UU comenzaron a difundirse, en pleno período
electoral, advertencias que puede llegar a haber faltantes de ciertos
artículos en una sociedad que no está acostumbrada a la escasez.
La pandemia puede afectar las cadenas de suministros, la logística,
pero también la producción.

Así, es de esperar que la IA se convierta en una herramienta útil


para gestionar cadenas de suministros, manejar stock y vigilar
precios. Dependiendo de la gravedad y extensión de la pandemia,
el mercado puede capitalizar la crisis, siempre suponiendo que
nuevos artefactos de IA trabajen al servicio del monitoreo de los
bancos centrales de las economías occidentales más poderosas.

Sin embargo, el lugar privilegiado para observar la IA va a ser la política


democrática en sí misma. El COVID-19 ya se instaló en la agenda
electoral estadunidense y no sólo bajo lo esperable de las reglas
del juego democrático sino porque estas elecciones presidenciales
pondrán, a nuestro entender, a la IA al servicio de estructuración
de agenda pública a un nivel hasta ahora desconocido. El COVID-19
no será un causante, pero sí un lubricante para nuevos artefactos
de IA en el plano de la manipulación de la agenda pública. Estas
elecciones presidenciales dejarán mucha tela para cortar.

EL ROL DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL


En este contexto, y lejos de entrar en pánico, cabe preguntarse
¿qué hay de nuevo, en términos de organización social y política,
con la irrupción del COVID-19? En el marco de la Cuarta Revolución
Industrial, la respuesta no puede omitir el factor que resulta
evidentemente decisivo: la inteligencia artificial (IA). Veamos,
entonces, la injerencia de los algoritmos desde dos perspectivas
diferentes: la búsqueda de soluciones y el mantenimiento del orden.

Para contrastar lo que acontece por estos días con lo que sucedió
hace no mucho tiempo, recordemos que a principios de 2003 el
gobierno chino notificó a la OMS que en los últimos cuatro meses
de 2002 habían tenido varios centenares de víctimas de una
afección pulmonar todavía no identificada. A las pocas semanas,
esa afección recibió la denominación de SARS. A mediados de
30

marzo de 2003, la OMS propuso la creación de una red compuesta


por once laboratorios de diferentes países con la finalidad de
identificar el agente causante de tal virus.

La misma organización internacional facilitó una plataforma virtual


para almacenar e intercambiar datos e información, pero no pudo
establecer una agenda vinculante, puesto que no tenía ni tiene
jurisdicción sobre los laboratorios. Los científicos movidos por sus
ganas de colaboración, pero también con ánimos competitivos y de
gloria lograron, en menos de un mes, identificar el elemento causante
del virus en cuestión. Véase, pues, en este ejemplo ilustrativo, previo
a la existencia de IA desarrollada, el rol de la OMS como generador
de la acción colectiva vigorizada ante una emergencia sanitaria,
que se contrapone a lo que sucede por estos días.

En efecto, con el COVID-19 las cosas son diferentes. Como referimos


en párrafos precedentes, a fines de 2019 la organización HealthMap
emitió, basándose en su sistema de IA, una alerta temprana sobre
un caso de neumonía no identificada en la ciudad china de Wuhan.
Poco minutos más tarde la información fue avalada por ProMed,
con base en Nueva York. Aunque rudimentario todavía, el sistema
de IA que utiliza HealthMap dio sus frutos. El software procesa
información que circula en las redes sociales; su algoritmo es capaz
de detectar lo inusual en el tráfico digital y voilà: funciona.

Por su parte, ProMed trabaja mediante comunicaciones entre


voluntarios de todo el mundo y, para este caso, funcionó
perfectamente: corroboró mediante comunicación entre humanos,
lo que la IA ya había detectado, por lo que se encendió la alarma. El
resultado es conocido: la maquinaría científica se puso en marcha
sin necesidad de intermediación de la OMS, al punto de que, incluso,
un equipo de jóvenes científicos argentinos elaboró su propuesta
de sistema de detección temprana.

Pero también lo hicieron las empresas en el mercado. Como


ya mencionamos, pero cabe repetir porque es un caso más que
relevante, el gigante Alibaba creó una plataforma en su centro de
investigación, Damo Academy, que usando IA (entrenó radiografías
de 5000 casos confirmados) detecta nuevos casos de COVID-19
con un 96% de precisión. Asimismo, la empresa coreana Insilico
Medicine decidió compartir parcialmente con otros laboratorios e
investigadores sus compuestos farmacológicos y su software de IA
para trabajar haciendo foco sobre ciertos objetivos clave del agente
causante del COVID-19.

Por tanto, en medio de este arsenal tecnológico, la cuarentena


china es novedosa, porque es la primera de la época de la IA. Los
31

barbijos (ver más adelante MASCARILLAS Y CINTAS MÉTRICAS),


único elemento de protección y prevención de contagios, están
en el ojo de la tecnología, porque los sistemas automáticos de
reconocimiento de imágenes por patrones -computer vision- ya
tienen capacidad probada.

La empresa Baidu, conocida popularmente como el Google chino,


desarrolló un software de código abierto que tiene la finalidad de
detectar qué personas, en medio de una multitud, no están usando
la mascarilla. Para ello, Baidu entrenó un sistema de IA en base a
más de cien mil imágenes y tiene, según afirma la empresa, una
precisión del 96%.

Pero eso no es todo, por si quedan dudas de lo que queremos


mostrar. En la tierra del Sistema de Crédito Social el gobierno no
se quedó atrás. Impulsado por directivas del Consejo de Estado,
crearon una aplicación que detecta probabilidades de contagio. La
app está disponible en WeChat o Alipay y permite saber si una
persona estuvo cerca de alguna otra que sufre la enfermedad. Así
pues, si la aplicación de Baidu resulta útil para tener control mantener
el orden en la vida cotidiana (lugares de trabajo, supermercados,
etc.), resta agregar que la aplicación gubernamental sirve para dos
propósitos: a) asegurar la estabilidad psicológica de la población, y
b) que los ciudadanos eviten desplazarse por zonas con más altas
probabilidades de contagio, dato que se obtiene complementando
la app estatal con la de Baidu.

En la relación del COVID-19 y la IA no hay nada nuevo. Era de esperar


que la tecnología proporcione rápidamente respuestas sobre este
asunto. La detección temprana por parte de HealthMap puede
deslumbrar, pero el uso de las redes sociales para entrenar alarmas
no es para nada novedoso. De hecho, en muchas ciudades se usa
el tráfico de Twitter para establecer los patrones de supervisión
pública sobre el cumplimiento de la normativa de higiene en la
industria alimenticia. La detección de barbijos y la emisión de alertas
a los usuarios que no lo llevan puesto, con el objetivo de obligarlos
a que lo hagan, no dista mucho de lo que ocurre diariamente con
los sistemas de reconocimiento facial y biometría.

Quizá lo que merece reflexión, por decirlo de una manera


contemporizadora, no es el uso de la tecnología en sí, sino,
específicamente, su intromisión en la privacidad, en contextos
de emergencia. Cabe preguntarnos si acaso, habida cuenta de la
gravedad del Coronavirus, podemos volvernos más tolerantes con
el uso de la información personal que terceros (empresas y Estado)
hagan en momentos excepcionales, de crisis.

Vale decir: si habitualmente nos preocupa que las empresas de


32

seguros utilicen las redes sociales para establecer primas de


riesgo más altas por nuestros hábitos pocos saludables, también
nos debería inquietar que se usen nuestros comentarios virtuales
para detectar posibles enfermedades entre nuestros amigos.

A su vez si desde las democracias nos atemoriza que el gobierno


chino configure por default el tono del celular en las personas que
están en las listas negras del Sistema de Crédito Social, también
nos debería aterrorizar que se comunique a todo el mundo que
nuestra madre está enferma.

El atento lector podría contraponer que las situaciones de


excepcionalidad siempre colocan el lente de las autorizaciones en
un nivel distinto. Sin embargo, no hay que olvidar que hace muchos
siglos el increíblemente audaz David Hume nos dejó algunas ideas
para no olvidar por estos días porque nos permiten reflexionar
sobre lo que consideramos importante. Él afirmaba que si bien
es cierto que las reglas para distribuir los alimentos no se pueden
aplicar durante una hambruna, también es posible que, superada la
escasez, nos encontremos habiendo incorporado mansamente las
nuevas reglas. Después de todo, no hay que perder de vista que las
verdaderas cuestiones morales siempre nos toman desprevenidos,
en los momentos de mayor angustia y debilidad.

PENSAR Y DISENTIR EN LA PANDEMIA2


Por estos días, los ciudadanos estamos vivenciando acontecimientos
vertiginosos y, quizá, nos cueste concentrarnos y detenernos a
diferenciar las opiniones de los datos a los que podemos acceder
tanto de una manera sesgada como distorsionada; o caótica. El
término que resume esto es infodemia.

En ese marco, lo que nos interesa señalar, por no decir que nos
preocupa, es que pensar de manera diferente durante las pandemias
resulta muy difícil, al menos en sus estadios más tempranos.

Las razones son 3:

Primero, las decisiones que se toman tempranamente para enfrentar


la pandemia generan senderos de dependencia, es decir, una vez que
se ha racionalizado lo que nos acontece, las narraciones empujan
y traccionan los acontecimientos futuros dentro de una gama de
opciones previamente acotadas y previstas.

2
Una versión anterior de este acápite apareció en Ámbito Financiero.
33

Segundo, dado que las decisiones políticas que se deben tomar


para enfrentar la pandemia son de alto costo social, los gobiernos
y líderes estructuran sus discursos y narrativas apuntando a los
sentimientos, emociones y pasiones, enfatizando sobre lo que se
sabe, y dejando de lado lo que se sabe que no se sabe. Plantear
preguntas diferentes deriva en especulaciones onerosas que suelen
ser sancionadas con todo el poder moral de la comunidad.

Tercero, si lo poco que se sabe es utilizado para predisponer


activamente los sentimientos, pasiones y emociones con la finalidad
de amortiguar el alto costo de las decisiones políticas (acertadas
o no), lo que sabemos que no sabemos o lo que ignoramos se
utiliza, en cambio, para tipificar o etiquetar como inmorales
aquellos pensamientos alternativos que resultan disfuncionales
para amortiguar el costo de las decisiones. Quizá por eso durante
las pandemias (y otras catástrofes sociales) es cuando resulta más
valioso para las democracias asegurar y disponer intercambios
argumentales, es decir, permitir que emerjan los pensamientos
alternativos, su exposición y discusión pública.

Sin lugar a dudas la pandemia del COVID-19 nos conmina a actuar


sincrónicamente en múltiples niveles. Pero nuestras acciones se
tropiezan en un laberinto flanqueado, entre otros asuntos, por lo
siguiente: la forma en que narramos lo que nos sucede limita lo que
pensamos sobre lo que sucede. Pero aun siendo conscientes de lo
anterior, el esfuerzo resulta estéril si no tomamos en cuenta cuáles
son los artefactos cognitivos que utilizamos para realizar esta tarea.

La gama en ese sentido, va desde los criterios de verdad (ciencia) e


intereses que se ponen en juego, hasta las pasiones y sentimientos
que se involucran en las decisiones, sin dejar de olvidar la estupidez.
En la realidad, trazando un paralelo con la mitología griega, Prometeo
(los decisores) siempre es acorralado por su mellizo: Epimeteo,
el que llega tarde, de allí que estamos conminados a actuar. Pero
actuar no ilumina el futuro, sólo echa luz sobre el pasado. Actuar,
empezar algo, sólo nos abre al futuro, reescribiendo el pasado,
reinterpretándolo.

Entonces. ¿Qué significa pensar diferente durante las pandemias?


Ni más ni menos que poner una cuña en la forma narrativa que
se monta durante la fase inicial de la crisis sanitaria. La arena más
apropiada para ello es la discusión científica. Sin embargo, las
respuestas científicas descansan en los desacuerdos epistémicos y
fácticos en general. Estos existen y constituyen el alimento cotidiano
de la ciencia y la formulación de políticas públicas, y el COVID-19 no
escapa a este asunto. Veamos.
34

Frente al mismo evento (SAR-CoV2), observando la misma evidencia


científica (reporte y dinámica de casos, para simplificar) y utilizando
los mismos artefactos de observación-análisis, los científicos llegan
a la formulación de dos respuestas epidemiológicas totalmente
diferentes e incluso irreconciliables.

Una de ellas, la más difundida y con alta aceptación, es la cuarentena


prolongada cuyo centro axial es la supresión de la presencia
humana en espacios públicos. Verbigracia: el aislamiento social
obligatorio trae consigo la reducción de contagios. En el modelo
propuesto por el equipo del Imperial College la propuesta asume la
forma de supresión (cuarentena) - inmunización (relajamiento de la
cuarentena) mediante ciclos cuyos picos tenderían a acoplarse al
stock sanitario, durante un lapso de 18 meses.

Otra alternativa, con muy poca difusión en los medios de


comunicación, es la del ex jefe del Departamento de Bioestadística,
Epidemiología y Diseño de Investigación de la Universidad
Rockefeller en la ciudad de Nueva York el Dr. Knut Wittkowski. Este
veterano investigador cree que la mejor estrategia es la inmunización
de la sociedad mediante inoculación del virus por contagio, algo
que la cuarentena simplemente posterga. Wittkowski incluso está a
favor de que los estudiantes de todos los niveles vuelvan a clases,
lo que ilustra con fuerza su diagnóstico y recomendación.

Los desacuerdos fácticos son la materia prima de las decisiones


políticas. Por tanto, aquella irónica y magnánima pregunta formulada
35

por el escritor Alexander Pope cobra vigencia una vez más: “¿Quién
decide cuándo los médicos no están de acuerdo?” La respuesta se
ve venir. Claro, esa decisión la toman los políticos y todos esperamos
que no sea tirando una moneda al aire o poniéndose una mano en
el corazón para ver qué les dicta.

En este contexto es interesante volver sobre el modelo del Imperial


College que, si bien ya fue mencionado páginas más arriba, nos
permite ampliar nuestra argumentación. Este modelo utiliza un
ciclo de cuarentena de 18 meses. ¿Por qué 18 meses? Porque la
comunidad científica acuerda en que en ese plazo estará disponible
una solución farmacológica para el manejo del SAR-CoV2, es decir,
una vacuna.

Dejando de lado el plazo predicho, si no existiera ese insumo cognitivo


(que para algunos es una creencia y para otros una probabilidad)
¿los gobiernos hubieran tomado la decisión de lanzarse a unas
cuarentenas con finales inciertos? Probablemente no.

Estimamos que, sin la alta probabilidad de contar con una vacuna


en un futuro cercano, los gobiernos se hubieran inclinado más por
la respuesta epidemiológica propuesta por Wittkowski, es decir,
obtener la inmunización social lo más rápido posible. Digamos que
la zanahoria de la vacuna hace que los gobiernos de los países ricos
no tomen decisiones moralmente reprochables. De modo que saber
que la vacuna llegará en poco tiempo obliga a los políticos en el
poder a establecer la cuarentena, lo que trae aparejado financiar el
shutdown económico y social con recursos públicos.

Mientras tanto, los gobiernos de los países emergentes y pobres


terminan utilizando el aislamiento masivo como la única herramienta
disponible para mitigar la falta de stock e infraestructura sanitaria.
Porque, finalmente, el COVID-19 es un virus, una versión de la gripe.
Pero las personas se mueren por falta de acceso a un sistema de
salud digno que ofrezca tratamiento apropiado contra la neumonía.
La perplejidad del asunto nos coloca frente a la siguiente paradoja:
¿quién podría culpar a los gobiernos por aplicar la cuarentena?
Pero ¿cómo podrían argumentar, los gobernantes, que han tomado
la mejor decisión?

El modelo epidemiológico está, con variantes, consensuado a escala


planetaria. Aunque, de la misma forma, los interrogantes sobre su
eficacia están comenzando a emerger frente al escrutinio público.
Por ejemplo, una voz disonante es la del gobernador de Nueva York
Andrew Cuomo quien, en el programa radial del ex alcalde Giuliani,
se ha quejado amargamente sobre los modelos predictivos y sus
recomendaciones.
36

Por su parte, el Dr. Ariel Pablos-Méndez, ex Director Global de Salud


de la Agencia de los Estado Unidos para el Desarrollo Internacional
(USAID), apunta en la misma dirección: advertencias elegantes a los
expertos detrás de las decisiones. En consecuencia, ya comienzan a
acrecentarse las voces que indican que la cuarentena es, al mismo
tiempo, un problema para la economía y para la pandemia. De
hecho, la salida de la cuarentena ya es un problema en sí mismo y
no sólo desde la perspectiva económico-social, sino en la dimensión
estrictamente sanitaria. Véase, por caso, qué ocurre con quienes
vuelven a contagiarse, o cuando la curva de contagio sube luego
de haber caído. Basta ver cualquier programa televisivo argentino a
mediados de mayo y el tema, al menos, está presente.

Otra disidencia la plantea la Dra. Annie Bukacek quien plantea una


advertencia que consideramos como un buen ejemplo del modo
en que los desacuerdos fácticos se hacen visibles. No es trivial
lo que ella sostiene, ya que Bukacek pone el acento en el sesgo
inducido por las autoridades sanitarias que produce un efecto
de sobredimensionamiento en los registros de fallecimiento por
COVID-19.

La cuarentena es ya un hervidero de desacuerdos fácticos en


cuanto a la dimensión estrictamente sanitaria del asunto, a lo que
hay que sumarle que muchos países no tienen ni la más remota idea
de cómo salir del aislamiento. Tal vez tengan en cuenta que dejar
atrás el aislamiento implica transitar laberintos de los que va a ser
muy difícil escapar. Por más que nos duela, hoy más que nunca, nos
encontramos en días en los que, diría Jorge Luis Borges, tenemos
más perplejidades que certezas, más preguntas que respuestas.

Aunque en momentos de normalidad recorrer los pasillos laberínticos


del pensamiento puede resultar estimulante -y nadie mejor que
nosotros para reconocerlo- no lo es tanto en la vida de quienes
deben tomar decisiones. No obstante, para los observadores atentos
queda proponer miradas y reflexiones que aborden disyuntivas
cruciales así como dolorosas, y que nos permitan -mal que nos
pese- pensar qué estuvimos haciendo durante la pandemia; para
qué, por qué y cómo.

Así, cuando termine la pandemia habremos echado luz sobre


lo que entendemos por humanidad. El humanismo, concepto
relativamente reciente, está asociado, fundamentalmente, a dos
cosas: a la responsabilidad y la libertad.

Desde hace tiempo ya existen dudas razonables para seguir


vinculando la responsabilidad con la agencia que está detrás del
humanismo, y ahora le tocó el turno a la libertad. Y no sólo por
37

lo que muy acertadamente menciona el profesor Tim Colbourn


(University College de Londres): que por primera vez en la historia
estamos embarcados en un experimento para intentar combatir
un virus mediante una estrategia de aislamiento a escala global,
sino también porque la libertad resulta imposible de comprender
sin una especie de cerebro virtual que recubre nuestras vidas, hoy
apenas vivenciada mediante la IA y el Big Data, ambas con cada
vez más preponderancia en esta temprana etapa de lucha contra el
COVID-19.

Estas nuevas fuerzas productivas, cuyo desarrollo recién empieza


probablemente nos permitan plantear que lo que está en juego en
esta pandemia no sólo es la capacidad del virus de dar muerte, sino
cómo el virus está echando luz sobre lo que está matando.

EL ORIGEN NO ORIGINARIO
La fórmula filosófica del origen no originario resulta útil para
encuadrar la dinámica del COVID-19. Este asunto presenta dos
farragosas dimensiones, en ambas el pantano de la OMS ha tenido
mucho que ver. Veamos.

La primera: desde un inicio, y frente a la confusa evidencia reunida,


no faltaron los actores que trabajaron en pos de una retórica
conspirativa. Ésta ponía el dedo sobre la llaga: ¿en verdad nos
tenemos que creer tan livianamente que el SARS CoV 2 salió de
un mercado de animales silvestres? Sin embargo, en realidad, la
retórica conspirativa estaba preguntando: ¿quién puede asegurar
que el COVID-19 es un salto natural entre especies y no el resultado
de una manipulación en laboratorio? La falta de prudencia, pero
también de contundencia, por parte de la OMS desembocó en
una situación impensada: varios países ejerciendo un reclamo
internacional para clarificar este asunto.

Lo que apareció como una mirada de dudosa verosimilitud, con el


tiempo abrió la puerta para sospechas, en muchos casos legítimas.
Las idas y vueltas entre la OMS y el gobierno chino para fechar
el paciente cero, aunado al rol del laboratorio de infectología en
Wuhan abrieron paso a una teatralización en tres actos, con una
bajada de telón todavía indefinido:

Acto 1. El presidente Trump acusa a la OMS de encubrir a China,


el gobierno chino se victimiza.

Acto 2. Estados Unidos amenaza con cortar el financiamiento a


la OMS, ésta titubea y amaga con investigar a China.
38

Acto 3. Mientras EE.UU evalúa cortar el financiamiento a la OMS,


un conjunto de democracias comienzan a exigir una investigación
exhaustiva sobre el proceder de la OMS, el rol del laboratorio de
Wuhan y el origen del virus.

Telón bajando. El COVID-19 desnudó lo que desde hace tiempo


se viene planteando en diferentes públicos: cómo y quiénes
habitan los organismos multilaterales y supranacionales, sus
intereses, y lo más importante: a quiénes rinden cuentas.

Contexto. La claque se partió en dos, unos aplaudiendo a los


expertos relacionados con la OMS, otros exigiendo, en la medida
de sus posibilidades, rendición de cuentas.

La segunda dimensión llevó lo políticamente correcto a absurdos


pocas veces vistos. En medio de la disputa electoral entre
Trump y los demócratas el asunto de localizar el origen significó
estigmatizar. El presidente estadounidense insistió -e insiste- con
afirmar que este virus tiene un origen: China. Para Trump la cuestión
del origen tiene un doble significado: viene de China y, por tanto,
responsabiliza a China. Como los demócratas quieren herir a Trump
de cara a las elecciones de noviembre agitaron una campaña que
palabras más o menos se puede sintetizar así: el virus no tiene
nacionalidad, ponerle una, es estigmatizar.

Durante el mes de abril existieron campañas tan intensas que


lanzaron arengas para cambiar la nominación a la fiebre española por,
simplemente, ´influenza de 1918´. La consecuencia de lo políticamente
correcto, buscada o no, implicaba hablar del COVID-19 como un
virus con un origen no originario. Este planteo, llevado a su extremo,
desencadenaría una despreocupación no sólo por la localización,
sino también por las responsabilidades. Algo que resulta vital para
el presente, pero mucho más para el futuro.

Visto a meses de distancia, el asunto del origen no originario nos


deja dos preguntas, una contrafáctica, la otra prospectiva (pero de
fuerte contenido normativo). Veamos.

Contrafáctico: ¿Las democracias occidentales, de haber sabido


cómo se originó el virus, hubieran adoptado otro enfoque para
lidiar con él? ¿Habría cambiado el sentido de lucha contra el virus?
Y, definitivamente, ¿le habrían impreso otra connotación al giro
guerra contra el enemigo invisible?

Prospectiva. Muchos se escandalizan por el uso de la mentira y la


falta de transparencia que caracterizó al gobierno chino durante las
39

primeras semanas en que sucedió el brote. Este asunto a los buenos


demócratas no debe llamarles la atención, es como querer moldear
un hierro con el pétalo de una rosa. Los regímenes totalitarios viejos
y nuevos suelen hacer, por norma, eso: mentir.

La pregunta central, esa que coloca al hierro contra el yunque a


la espera del martillazo, es sobre la democracia y la mentira. Por
fortuna, una de las mentes más brillantes (Kant) la formuló hace
mucho y la exponemos, cambiando lo que se requiere cambiar, de
la siguiente manera: ¿cuándo las democracias están autorizadas a
mentir? Pero también, ¿cuándo están autorizadas a soportar las
mentiras de otras? El asunto para las democracias, de cara al futuro,
consiste en exigir rendición de cuentas, en no tolerar las mentiras.
¿Será posible? _♦
40
LO INVISIBLE SE HACE VISIBLE 41

SOBRE LOS TERRITORIOS:


EL BRUTAL E INÉDITO APAGÓN
MUNDIAL

POLÍTICA, AISLAMIENTO SOCIAL


Y RESPUESTA TECNOLÓGICA
Hasta hace algunos meses Giorgio Agamben era, para las diferentes
culturas de izquierda, un referente obligado en el campo de la
biopolítica y del autoritarismo gamificado. Se podría criticar su
obra y dialogar con sus textos, pero no dudar de su pertinente y
adecuada ubicación en el campo político. ¡Estaba del lado correcto!
Bastó que Agamben pusiera en duda la estrategia del aislamiento
social masivo y obligatorio para que las culturas de izquierda lo
defenestraran.

Lo que no queda claro es si el enojo con Agamben es por una


supuesta terquedad para hacer encajar la realidad en su teoría, o
porque su diagnóstico se parece al del presidente Trump, enemigo
predilecto del progresismo.

En este escenario, e hilando fino, es posible analizar que lo de


Agamben no tiene más valor que el del caso aislado mientras que,
probablemente, generalizar sobre las culturas de izquierda sea una
exageración. Sin embargo, el episodio tiene algo de ejemplificador.

Hasta el surgimiento del COVID-19, gran parte de los defensores


de la democracia echaban espuma por la boca ante la utilización
estatal de datos personales con inteligencia artificial (IA). Hoy, la
vulneración de la privacidad digital y el cruce masivo de datos
personales con algoritmos, constituyen -tomando en cuenta la
experiencia asiática- el artefacto adecuado para garantizar el
aislamiento social efectivo, o “cuarentena inteligente”.

Panamá, para tomar un país que no está a la vanguardia de la producción


de IA, ilustra esto con creces: ha implementado dos bots para hacer
frente a la pandemia. Uno se llama ROSA (Respuesta Operativa de
Salud Automática) y permite a los ciudadanos interactuar con un
bot médico preventivo que recoge datos personales (residencia e
ID). ROSA hace una pre-evaluación y, en caso de ser necesario, le
indica dónde debe ir la persona a realizar el test. Luego, aparece el
Doctor NICO (Notificación Individual de Caso Negativo Obtenido),
que cierra el proceso de seguimiento individual.
42

Ante ello, podemos preguntarnos: ¿Lo que ayer nos horrorizaba,


hoy nos puede salvar? Con sus afirmaciones, Agamben se granjeó
el calificativo de “ciego”, ya que no estaría dispuesto a comprender
la pandemia como un caso diferente de lo que, en general, indaga
en su teoría: el estado de excepción inscripto en la democracia. Sus
críticos parecen decirle ‘sabemos que el Estado avanza sobre las
libertades individuales, pero al final de la pandemia volveremos a
recuperarlas’. No obstante, ¿los que se horrorizan con Agamben no
esquivan el bulto al principal problema?

La cuestión planteada por Agamben, y también por Trump, es que


no sólo hay que responder a la pregunta de cómo debemos actuar,
sino también cómo llegamos a describir y narrar la situación que
nos conmina a actuar (aunque aquí Agamben, Trump y nosotros
tengamos diferencias irreconciliables). Es en este plano donde los
críticos de Agamben lo utilizan como chivo expiatorio, puesto que
afirman que después de la pandemia volveremos a recuperar las
libertades perdidas.

Después de todo, es probable que, tras la pandemia, se recuperen


las libertades perdidas, pero también cabe la posibilidad de que sea
naive pensar así. Para ver qué sucede, debemos esperar el devenir
de las cosas los próximos meses, por no decir años. En principio,
nada está dicho de antemano y menos en un momento en el que las
transformaciones, al parecer, se aceleran.

El asunto es más de fondo. ¿Lo que hacemos actualmente no


depende, acaso, de cómo hemos llegado a pensar que la violación
masiva de las libertades individuales es una salida adecuada? Y
para que no queden dudas: el concepto de aislamiento social es
una metáfora para evitar la categoría trazabilidad ciudadana.

Aquí se impone una digresión. La palabra trazabilidad a secas se


está utilizando cada vez más en los medios y es recomendada, junto
con el aislamiento, por los especialistas argentinos, estos últimos
días, como la estrategia central para combatir la pandemia.

Así las cosas, una pregunta que podemos hacernos, es: ¿no es
acaso el gran paraguas de la IA el que nos ha llevado a pensar que
la única salida eficaz y eficiente para luchar con la pandemia es el
aislamiento social junto con la trazabilidad de la conducta de las
personas?

Además de lo paradójico del asunto, la pregunta lleva implícita una


afirmación: la IA es una entidad real porque produce efectos en la
realidad. Esto es, rodeo mediante, lo que veremos a continuación.
43

¿Qué es la realidad? El epistemólogo canadiense Ian Hacking


sostiene un “realismo de entidades”, opuesto a parte de la tradición
imperante en el siglo XX. Hacking pone el acento en hacer algo con
la realidad en vez de representarla. Diferenciándose del “realismo de
teorías”, sostiene que lo importante para la ciencia son los efectos
sobre la realidad, antes que el recelo por la correspondencia entre
las hipótesis y la realidad (natural o social).

Esta postura le permite afirmar que entidades que no son


observables, como el electrón o la caja negra de los algoritmos (que,
además, son inescrutables), son reales porque producen efectos
al realizar experimentos. Sin embargo, el “realismo de entidades”
puede dar un paso más: puede afirmar que creemos en la realidad
de una entidad por lo que hacemos cuando intervenimos con los
experimentos y determinamos sus efectos, incluso si dos o más
modelos distintos la definen de maneras diversas en el marco de
conjuntos de hipótesis inconmensurables.

Todo lo anterior Hacking lo propone, particularmente, para las


ciencias naturales, aunque el autor también piensa en las entidades
sobre las que producen conocimiento las ciencias sociales.

Mientras que en las ciencias naturales no hay vínculo alguno entre


Sujeto y Objeto, sí lo hay entre los objetos clasificados por las ciencias
sociales y las palabras que utilizamos. De modo que el punto podría
resumirse afirmando que el plutonio nunca sabe lo que decimos
de él, mientras que nosotros sí podemos ser conscientes de que
estamos siendo clasificados algorítmicamente con ciertas etiquetas
digitales, por lo que estamos siendo narrados, representados y,
en definitiva, digitalmente construidos (y/o de construidos) tanto
individual como subjetivamente aunque también como población.

Así, a la luz de lo que estamos viviendo, podría pensarse que los


datos masivos y la IA se utilizan tanto con humanos como para
intervenir sobre el mundo natural, animado e inanimado. Y es en
ese intervenir, en ese hacer, que puede verse que está habiendo una
hibridación en métodos, técnicas y herramientas, en ambos tipos
de ciencias que hacen algo con la realidad.

Se trata de una hibridación con impactos en el funcionamiento


de la maquinaria científica, ese caudal enorme de conocimientos,
procedimientos, metodologías, teorías, paradigmas, conceptos,
clasificaciones -más un largo etcétera- que se fue acumulando con
el tiempo aunque se encuentra en momentos de cambio profundo.

Ahora estamos ante un procedimiento simbólico que permite


anteponer la predicción a la explicación, a diferencia de lo que se
44

suponía tradicionalmente: que para poder predecir tenía que haber


modelos explicativos previos basados en teorías sólidas, confiables
y contrastadas empíricamente.

Pero es mucho más que eso porque los científicos de datos, en


particular con la IA, buscan producir efectos, tanto en el ámbito
natural como en el social, y anticiparse a los acontecimientos a
partir de la recolección de una inmensa cantidad de datos que
los dispositivos digitales almacenan. Así, podría pensarse que los
científicos de datos más que observar, lo que están haciendo
es intervenir suponiendo la existencia de una gran cantidad de
entidades. Incluso, muchas veces ni siquiera sabiendo con certeza
cuáles son los presupuestos de sus aseveraciones porque tal vez
eso ya no haga falta en la perspectiva de las nuevas disciplinas.

Entonces, cabe inferir, no sin cierta acritud, que quizá, los seres
humanos de hoy nos parezcamos al plutonio que no sabe que ha
sido cambiado de etiqueta o de clasificación. E, insistimos, ello
tanto a nivel individual como subjetivo pero también al nivel de la
población, es decir, como promedios, estratificados, segmentados,
trazados, digitalmente.

En cada momento histórico, sentimos que las herramientas creadas


por nosotros cobran vida. No somos los primeros en plantear estos
argumentos. Basta mencionar a Jacques Ellul para que la persona
lectora sepa de qué estamos hablando.

No es la primera ni la última vez en la historia de la Humanidad


que algo semejante ocurre o, aún más, que la tendencia fatalista
que algunos deterministas tecnológicos afirman, se profundiza
hasta límites aún inimaginables. Empero, si algo novedoso puede
añadirse es que las máquinas -junto con los humanos- más que
observar y representar, lo que producen son efectos, cada vez más
significativos.

Entre otras cosas, quizá lo que mostraron Boyle y los experimentadores


de la bomba de vacío en la conflictiva Inglaterra de mediados del siglo
XVII es que el experimento es un hacer en el que los observadores se
atienen, impersonalmente, a los datos y confirman la existencia de
las entidades a partir de sus efectos y donde, intersubjetivamente
y mediante el debate, llegan a acuerdos. Hoy, con la tecnología se
produce una cantidad de información y artefactos impensables
para Boyle, en el marco de una pandemia que muestra cómo la
biología está acelerando la digitalización del mundo.
45

Como el Golem -aquel ser mitológico medieval sobre el que


Jorge Luis Borges escribió un memorable poema- la IA despierta
preguntas profundas sobre la técnica, las narraciones y la vida. Tan
es así que Marvin Minsky, uno de los padres de la IA, presentó en su
libro The Society of Mind (1987) una pregunta retórica de alcances
devastadores: “¿Cuál es el truco mágico que nos hace inteligentes?
El truco es que no hay truco. El poder de la inteligencia emana de
nuestra vasta diversidad, no de un único y perfecto principio”.

Este asunto encastra muy bien con la potente figura que utiliza
la revista The Economist el 28 de marzo: una persona con barbijo
sujeta, correa mediante, a una mascota con barbijo, mientras es
sujetada, correa mediante, por otra entidad, presumiblemente
humana. Aunque, apelando nuevamente a otra frase célebre de
Minsky, tal vez no sea tan humana.

Aún más. Nunca como antes se estaría mostrando, como diría Bruno
Latour, que la política, la ciencia y la tecnología son inseparables.
Por ello, no habría que descartar fácilmente la idea de que llegamos
a la utilización de la trazabilidad ciudadana como única herramienta
eficaz y eficiente para luchar contra una pandemia sólo porque
entidades reales como la IA generan efectos. Así, detrás del enojo
de las culturas de izquierda con Agamben, hay un cúmulo de
prejuicios sobre lo que es políticamente correcto, pero también hay
una negación a enfrentar lo siguiente:

¿Somos nosotros los que hemos decidido utilizar los artefactos de IA


para combatir la pandemia? ¿O son los efectos de la IA los que nos
han acorralado a usarla contra la pandemia?

¿QUÉ CREEMOS QUE HICIMOS?


No es lo mismo intentar responder ¿qué hicimos? o ¿qué creemos
que hicimos? Esas preguntas plantean dos asuntos relevantes: 1)
Puede resultar que creemos que hicimos algo que en verdad no
hicimos, 2) quizá hicimos algo que no terminamos de comprender
de manera cabal.

CRITERIO PRUDENCIAL Y REACCIÓN DEMOCRÁTICA


Cuando el COVID-19 comenzó a escalar, Occidente sólo podía mirar
el encierro chino, es decir, el gamificado cordon sanitaire sobre
Wuhan y otras localidades de la provincia de Hubei. Luego vino el
norte de Italia, luego España y tras de ellos se despertó el interés
46

por mirar el mapa mundial o parte de él (África y los países de Asia


Central parecen ser terra incognita para los mass media).

Pero cuando a fines de marzo el primer ministro indio, Narendra


Modi, decretó el aislamiento y desconectó su sistema ferroviario,
entendimos que la democracia más populosa del mundo no sólo
había desconectado su sistema ferroviario, sino que había bajado el
switch a su sistema de interacción social. La imagen del shutdown
mundial era completa, aunque China comenzaba, por esos
momentos, a dar señales de la reapertura en Wuhan.

Para muchos analistas las democracias miraron lo que había hecho


China y no Italia y España, que decretaron el confinamiento una vez
que ya tenían un problema de tamaño considerable. Sin embargo,
otra forma de ver el asunto consiste en suponer que China hizo lo
mismo que Italia y España; decretó el confinamiento luego de tener
el problema.

Quizá los gobiernos de las democracias razonaron de la siguiente


forma: si el confinamiento es el punto de llegada, mejor hagamos
de él un punto de partida, si vamos a terminar como Italia y España
mejor hagamos el confinamiento antes y quizá nos vaya mejor.
La decisión estuvo guiada por un criterio prudencial. Y el criterio
prudencial puede sostenerse en base a tres dimensiones cognitivas
que podrían haber estado presentes en este hipotético razonamiento
gubernamental: a) cada gobierno podría haber pensado que no tenía
toda la información relevante sobre el virus, es decir, que otros podrían
haber estado ocultando información vital, por tanto la prudencia
extrema era un buen criterio; b) la temprana evidencia recolectada
podría haber estado sesgada y manipulada; c) una sobrecarga de
opiniones, pocos argumentos y poquísimos hechos.

Sin embargo, hay que establecer que un criterio no es una política.


La cuarentena ejemplifica el criterio prudencial llevándolo a su
extremo, pero no es una política. Los gobiernos lo deben haber
sabido desde un inicio, pero ¿sus ciudadanos tenían este asunto
en claro cuando comenzó el confinamiento? El presidente de
Argentina, Alberto Fernández, suele hacer suyas, y con entusiasmo,
las palabras de uno de sus expertos (Pedro Cahn): el virus no viene
a nosotros, somos nosotros los que salimos a buscarlo.

El corolario del confinamiento radica en que hay que evitar que la


población salga a buscar el virus, y eso significa el slogan mundial
“quedate en casa”. No obstante, ese consejo trata de regular
comportamientos individuales con la esperanza de producir ciertos
47

procesos de coordinación social, pero abre, inevitablemente, un


conjunto enorme de nuevos retos a nivel individual y de acción
colectiva.

Después del confinamiento ya no vamos a correr detrás de un


problema (COVID-19), sino de varios y al mismo tiempo. Sólo una
mente omnisciente podría haber tenido la capacidad de prever
todas las dimensiones afectadas por el encierro. Para el común de
los mortales esto resulta privativo, incluso para los políticos.

¿QUÉ SIGNIFICA TENER ÉXITO?


Si el encierro, el confinamiento o la cuarentena son un criterio
prudencial y no una política, entonces qué significa tener éxito
frente a la pandemia. En términos políticos enfrentar a la pandemia
no sólo implica enfrentar un hecho, también significa construir
discursivamente un problema para el cual tenemos una solución.
Esa construcción epistémica no sólo permite al gobierno comunicar
lo que hace (hacemos), sino también justificar por qué lo hace (y
lo hacemos) y legitimar el uso de los recursos involucrados y los
variados sacrificios a los que se someterán los ciudadanos.

Qué significa tener éxito frente al COVID-19 no resulta un asunto


fácil de desentrañar. Con el paso de los días a los ciudadanos les
fue quedando en claro que evitar el contagio no puede constituir
la parte medular del éxito de una política, entre otras cosas, porque
los contagiados pueden no saberlo al tiempo que su salud no se vio
deteriorada. En la forma en que se presentan los discursos políticos
pareciera que el éxito se juega en dos niveles: evitar cierta cantidad
de muertes e impedir un colapso del sistema sanitario. Aunque esas
dimensiones están entrelazadas, tienen una naturaleza y alcance
diferentes.

Fijar un techo para las muertes no sólo significa colocar un tope


superior a una variable, también implica asumir una responsabilidad
moral frente a la vida. Comprometerse en defender la vida, i.e.
dar vida, no es una política poblacional, es una política subjetiva
centrada sobre el valor único e irrepetible de cada vida. El dominio
de ese registro no está en el conjunto de la población, sino en el
campo de la humanidad. Impedir el colapso sanitario, en cambio, se
dirime con la cuestión de flujos poblacionales.

Evitar el colapso sanitario implica controlar un conjunto amplio de


variables: minimizar la saturación maximizando la utilización de los
recursos sanitarios; optimizar la tasa de contagios utilizando sistemas
eficaces y eficientes de detección, aislamiento y confinamiento;
48

reorientando presupuestos y bienes de capital para la provisión de


nuevos stocks sanitarios; separar a los ciudadanos en subpoblaciones,
haciéndolos mover por diferentes espacios; controlar a la población
de ciudadanos por medios de accesos regulando, así, los flujos en los
espacios; más un largo etcétera. Impedir el colapso sanitario es un
problema de flujo que descansa en las capacidades gubernamentales
para regular (gobernar) la población.

Así, la mayoría de las democracias han desplegado políticas que


se insertan en una doble paradoja: por un lado, por dar vida se
pueden desplegar mecanismos regulativos impensados; por otro,
vista al revés, muchas innovaciones encuentran su razón de ser en
el paraguas de la defensa de la Humanidad.

MASCARILLAS Y CINTAS MÉTRICAS, O


CÓMO HALLAR LA DISTANCIA JUSTA
Que aquí no podamos establecer qué significa tener éxito frente
a la pandemia no implica ignorar o dejar de reconocer que los
gobiernos han implementado políticas que, articulando objetivos
poblacionales, tienen el propósito de preservar a la Humanidad.

Y aunque nosotros en este texto pensamos que justamente lo que


está en juego es el significado ulterior de preservar a la Humanidad,
también resulta necesario advertir que los propios gobiernos se
encuentran modificando su visión acerca del término Humanidad; ya
sea por la irrupción de tecnologías para el manejo de la población,
o por resignificaciones a las reglas del juego para enfrentar a la
pandemia que hacen otros gobiernos o entidades como la OMS. Un
inofensivo adminículo puede ilustrar este asunto: las mascarillas.

Desde el inicio de la pandemia este objeto fue el centro de horas


de discusión pública. Primero, discusiones si se debía usar. En este
sentido la OMS fue ambigua y zigzagueante, hasta que finalmente
recomendó su uso. Luego vino toda una discusión sobre qué
tipo de objeto era el adecuado para la población. A las largas
jornadas televisivas de discusión sobre los materiales, fabricantes,
proveedores, disponibilidad, mapas de escasez, etc., le sucedieron
los tutoriales para hacerlo en casa.

Más tarde, sobrevino el asunto de cuál es el nombre más apropiado,


barbijo, mascarilla, tapa-boca, cubre-boca, cubre-boca-nariz, etc.
Finalmente, llegó la etapa del humor: ¿dónde dejé mi mascarilla?
49

A las mascarillas comunes y a las que están por venir -al parecer,
inteligentes porque detectarán y expondrán con cambios de
colores a los portadores de carga viral- se le suma, en este nuevo
paisaje social, la recuperación de la histórica cinta métrica. El suelo
y las veredas de vecindarios, negocios, bancos, salas de espera,
etc., han comenzado a marcarse tomando en cuenta la métrica del
espacio seguro o la distancia social: con el COVID-19 entre nosotros,
alrededor de 2 metros, aunque se sigue discutiendo.

Y resulta que nunca fue cosa sencilla calcular a qué distancia


nos situamos unos de otros. A mediados del siglo XIX, Arthur
Schopenhauer ilustró este problema creando el Dilema del Erizo,
según el cual, en un día muy frío, un grupo de erizos que se encuentran
cerca sienten simultáneamente una gran necesidad de calor. Para
satisfacer su necesidad, buscan la proximidad corporal de los otros,
pero cuanto más se acercan, más dolor causan las púas del cuerpo
del erizo vecino. Sin embargo, dado que si se alejan sienten frío, se
ven obligados a ir cambiando la distancia hasta que encuentran la
distancia óptima.

Así, pues, hoy día, por un lado, evitamos el contacto físico y la


proximidad de nuestros cuerpos, y nos cubrimos de los probables
fluidos nasales o bucales de otros. Pero redoblamos el contacto con
las máquinas a las que no les incomoda la dimensión del espacio.

Ojos de vecinos que desde lo alto advierten que no nos olvidemos


de los barbijos, cámaras que nos identifican aún con barbijos,
sistemas biométricos nos escanean a lo lejos, el celular nos avisa
si estamos en una zona segura, mientras enviamos información
de cómo respetamos el uso apropiado del espacio. Pero de tanto
en tanto, vemos a los políticos que nos hablan sin barbijo como si
supieran que el logos también tiene que ser visto.

SUSURROS DETRÁS DE LOS BARBIJOS


Antes de finalizar resulta imperioso un rodeo. Al margen de si la
palabra escrita es previa al habla, aunque ambas sean técnicas que,
siguiendo a Derrida, están inscriptas en el ser humano. Más allá de
si el ser humano se define más bien por la posesión del lenguaje
y de la razón para poder deliberar y discernir lo justo de lo injusto
o de si ese lenguaje solo le permite realizar interpretaciones de
interpretaciones y de interpretaciones.

Incluso dejando de lado si el ser humano es esencialmente conflictivo


o cooperativo o si, en realidad, establece un equilibrio entre ambos
50

tipo de conductas. No olvidando, tampoco, que el ser humano


también puede ser pensado como naturalmente libre por el hecho
de que se posee a sí mismo y que nadie puede ser propiedad de
otro. O, por el contrario, al margen también de que como mostró
la sociología, el ser humano quizá no sea libre por el peso de las
determinaciones sociales, aunque recordemos que siempre somos
sujetos capaces de innovación.

Y también, considerando que en las condiciones actuales la


reproducción simbólica de la sociedad está en un proceso de
resignificación profunda, aún más que en lo relativo a la reproducción
material.

En síntesis, más allá de todo lo anterior, no se nos puede escapar


que está habiendo, de la mano de una política de la población,
una redefinición de qué es ser humano. Nos vamos convirtiendo,
parece, en nuevos erizos al estilo Schopenhauer, lo que reconfigura
la dimensión espacio-temporal y crea nuevas distancias en las que
el cuerpo pierde lugar, pierde territorio. Así, espacio, territorio,
cuerpo, palabra, se resignifican. Y las máquinas, más allá de los
políticos, hacen lo suyo.

En efecto, por estos días la realidad directamente observable y


tangible está casi suspendida, casi impedida de ser escrutada por
nosotros, humanos simples y corrientes. La realidad -vaya paradoja-
pasó a ser casi completamente virtual.

No obstante, como bien ha mostrado Bruno Latour, conviene rastrear


las redes de humanos y no humanos que, en el tiempo, forman
distintas asociaciones posibles y, así, distintos mundos. El mundo
no es un universo, es un pluriverso. Hay distintos cosmogramas
que podemos configurar en nuestras narraciones, descripciones y
caracterizaciones a la hora tanto de hablar de la conformación de
una institución, de un laboratorio, así como del descubrimiento de
una vacuna o, cuando ello sea posible, el origen de un virus.

Este mundo que estamos viviendo, en el que casi no existen


personas en movimiento, si bien está vacío, está lleno de palabras,
narraciones, datos. Hoy el mundo está pleno de entidades
inmateriales y, en gran medida, vacío de objetos, de personas,
puesto que ya no hay, prácticamente, circulación ni movimiento.
Pero en este escenario ¿qué lugar ocupan las palabras en manos de
los agentes no humanos?

Si, según una parte de la tradición del pensamiento sobre el ser


humano sostiene que somos animales que se distinguen de otros
por el hecho de tener la palabra y de interpretar o comprender,
51

¿cómo se vinculan las palabras con los algoritmos y la IA?

Cuando decimos algo estamos haciendo algo. Quizá una de las


situaciones que muestre el aislamiento social obligatorio es que,
si bien no hay movimiento de los humanos, sí estamos haciendo,
porque están encendidos permanentemente los algoritmos y la IA,
que se basan en datos, palabras y signos, en códigos.

Sin embargo, hay algo que no puede dejar de mencionarse en torno


a lo que estamos perdiendo, que es la posibilidad de que nuestros
cuerpos estén menos distantes, si bien estamos conectados por
toda la tecnología a la mano. Pensar, es algo que se puede realizar en
solitario, pero incluso probablemente sea más interesante hacerlo
caminando, como alguna vez señaló Nietzsche: para mostrar que el
encierro no es bueno.

Esto también puede quedar ejemplificado a partir de lo que solía


hacer un sociólogo cuya actividad ya puede resultar añeja, pero
que nos permite reflexionar acerca de lo que está cambiando.

A Harold Garfinkel, mediante experimentos sociales, le interesaba


mostrar cómo el orden social es alterado cuando en las interacciones
surgen situaciones novedosas que lo ponen en cuestión. De hecho,
provocaba esas situaciones. Ante ello, los actores sociales no saben
cómo reaccionar, pues lo establecido deja de serlo.

En situaciones experimentales de la vida cotidiana, las herramientas


normativas para la construcción de lo cotidiano dejan de funcionar. Y
la palabra es central en ello. Si Garfinkel viviera ya no podría realizar
sus experimentos, al menos por el momento. Entonces, antes de que
empezáramos a ser erizos, ¿la libertad no era más que hacer cosas
con las palabras en el territorio y junto a otros? ¿El ser humano ya
no debe reflexionar en estos términos en las circunstancias actuales,
tomando en consideración lo que la IA hace?_♦
52
¿SORPRENDENTE 53

CONVERGENCIA?

“So much of left-wing thought is a kind of playing with


fire by people who don’t even know that fire is hot”.
George Orwell

EL DÍA DESPUÉS DE LA PANDEMIA


Aún en plena pandemia necesitamos pensar en el día después,
como sugirió Karl Kautsky en 1902, imaginando qué pasaría luego
de la revolución bolchevique.

Pero al emprender tamaño ejercicio intelectual podemos quedar


atrapados en dos laberintos. Primero: resulta tentador fantasear
que, cuando esto pase, será el tiempo de una Humanidad mejorada,
pero es necesario establecer qué razones de peso justificarían
que esto suceda; de lo contrario, estaríamos caminando a tientas.
Segundo: podríamos, más amargamente, advertir el futuro a
partir de una extrapolación del pasado reciente. Pero si no somos
capaces de establecer con claridad qué creencias, prácticas y reglas
han cambiado y nos han cambiado durante esta crisis, tampoco
encontraremos sensatez.

Sabemos que las pandemias, a lo largo de la historia, constituyeron


momentos de inflexión y de relanzamiento para las culturas. En
cierto modo han obrado como reseteadores de las tramas de
significación que estructuran nuestra vida en común. La novedad
es que lo que antes requirió años, hoy, gracias al desarrollo de los
medios y las fuerzas de producción y la complejidad simbólica de
nuestras sociedades, sucede en pocos meses. El grado actual de
avance científico-tecnológico acelera los tiempos y constriñe el
espacio, mientras que se magnifican sus consecuencias, y cobran
vértigo las respuestas humanas frente a ello.

Hay que recordar, también, que las pandemias han servido en el


pasado para reescribir la historia, es decir, disponer de una suerte
de estrategia hermenéutica para procesar y narrar lo sucedido.
Sin embargo, las propagaciones de ayer, al igual que las de hoy, se
inscriben en nuestros cuerpos y lo hacen en un doble registro: en
nuestra carne, pero también en el nivel simbólico por excelencia: el
cuerpo político.

Estos excepcionales casos de crisis suelen pescar a los gobernantes


un poco distraídos. Ocurre así lo que siempre sucede en estos
54

casos, léase, quienes tienen el poder comienzan a mirar qué


hacen los otros y tratan de percibir rápidamente qué da resultado
y qué acciones empeoran las cosas. En medio de este escenario
experimental advertimos tres áreas recurrentes en casi todos los
gobiernos, aunque con diferentes énfasis. Veamos.

Mayor control sobre medios de producción. Las máximas autoridades,


en todo el mundo, se hacen la misma pregunta: ¿cómo puede ser
que no controlemos la producción de ciertos insumos o productos
básicos? Presidentes como Trump, quizá más como una reacción
populista que por una necesidad imperiosa, colocan el énfasis en
este asunto. Por eso preparan medidas concretas. En este sentido,
para muchos, la discusión pública en EE.UU ya es sintomática: se
advierte la construcción de un nuevo orden económico, mucho más
intervencionista, sepultando así las aspiraciones globalizadoras que
caracterizaron los años noventa.

Más allá de las especulaciones y los debates partisanos, lo que


parece previsible es que la pandemia acelerará las discusiones
iniciadas recientemente sobre las cadenas de aprovisionamiento y
logística de la producción a escala, en un contexto de preparación
para las transformaciones que requiere la puesta en marcha de la
Industria 4.0.

Transferencias monetarias. La segunda cuestión que caracteriza la


intervención de todos los gobiernos es el incremento de la liquidez,
ya sea mediante la baja de las tasas de interés decretada por los
bancos centrales o por enormes paquetes de ayuda fiscal. Pero lo
que se observa desde Corea del Sur hasta EE.UU es la intención
de canalizar estas ayudas por medio de transferencias monetarias,
específicamente en variantes de lo que se denomina ingresos
básicos.

Hay que recordar que esa idea cobró notoriedad en la agenda


pública estos últimos años, pero gana todavía más terreno ahora, en
plena campaña presidencial estadounidense. Detalle de tecnología:
hoy día, las transferencias monetarias son difíciles de disociar de
las billeteras virtuales, y éstas corren en paralelo con los múltiples
proyectos de monedas virtuales en danza, en las principales
economías del mundo.

Supervigilancia estatal. Finalmente está la cuestión de la inteligencia


artificial (IA). Las aplicaciones móviles para registrar los contagios
han sido útiles para trazar mapas y observar dinámicas, pero
también para controlar y hacer efectiva la cuarentena. Algunas
habían sido utilizadas en épocas de la H1N1. Y cabe destacar
55

que los desarrollos pioneros no se hicieron en China, sino en las


democracias occidentales. En este contexto, vale subrayar que,
aun en plena crisis, el presidente Trump se ocupa de acelerar los
plazos y aumentar los fondos para que las pequeñas operadoras
de telefonía móvil estadounidense reemplacen software y hardware
propiedad de Huawei por otros más confiables en términos de
seguridad nacional.

Así pues, resumiendo, el gran paraguas de la IA y el Big Data


constituye el sector más vital para atravesar esta pandemia. Son, a
ojos vista, nuestra mejor herramienta. Sus tentáculos atraviesan a
la sociedad horizontalmente. Pero nadie es capaz de predecir qué
pasará con la democracia.

Para graficar nuestra actual incertidumbre, vale referir una historia


contada por Beatrice Silverman en su famoso libro Yiddish Folktales.
Durante un nevoso invierno había llegado un forastero a la ciudad
de Khelm. Se enferma y se dispone a visitar al médico, pero los
vecinos se lo impiden porque en este pueblo aman la nieve y no
toleran que nadie arruine su impoluta blancura. Deliberaron un
rato y decidieron ponerlo sobre una mesa y que cuatro citadinos
lo llevaran al hospital.

El enigma de nuestro futuro es cuánto se parece la democracia a


la blanca nieve.

EL SUEÑO DE LOS INGRESOS BÁSICOS


El pasado 20 de febrero, cuando el Coronavirus todavía no
acaparaba la atención pública, el legislador Evan Low (del distrito
del Silicon Valley) presentó a Legislatura del Estado de California la
propuesta denominada CalUBI (California Universal Basic Income)
para implementar los ingresos básicos.

Si bien es cierto que Estados Unidos ha sido una tierra prodigiosa


en cuanto a experimentos relacionados con los ingresos básicos,
el salto que media entre el reciente caso relevado en Stockton y
la actual propuesta legislativa californiana resulta revolucionario y
hasta incluso temerario.

El experimento de Stockton -como muchos otros que se están


implementando actualmente en Estados Unidos, por ejemplo, en
Chicago o Jackson- posee relevancia epistémica y pedagógica.
Impulsado por su alcalde, el demócrata Michael Tubbs, el programa
oficialmente se denomina Stockton Economic Empowerment
56

Demonstration y está coordinado por dos investigadoras: la doctora


Stacia West, de la Universidad de Tennessee y su par Amy Castro
de la Universidad de Pennsylvania.

El programa comenzó en 2019, y está financiado por la organización


sin fines de lucro Economic Security Project; alcanza una población
de 125 residentes que cobran 500 dólares mensuales por un
lapso de 18 meses con un presupuesto total de 1,1 millones de
dólares. El objetivo central de esta política es comprender mejor
los comportamientos laborales de los beneficiarios, sus patrones
de preferencias, cambios en las pautas de consumo, cambios
de hábitos, conductas cívicas y una larga lista de variables que
permitirán a los políticos expertos presentar mejor la propuesta de
los ingresos básicos; y, a los ciudadanos, los convida a participar
con más información y conocimiento en los debates públicos.

Por su parte, CalUBI, la reciente propuesta legislativa, va en la


misma línea que hace un par de años viene proponiendo Andrew
Yang, quién ya parece resignarse a no ser candidato a la presidencia
y acompañar en el Congreso a la combativa Ocasio-Cortéz. Las
arengas twitteras detrás de los hashtags #HumanityFirst #UBI y
las diferentes variantes en defensa de Andrew Yang (#Yang2020 o
#Yang2024) apoyan la propuesta de CalUBI que propone que todo
residente mayor de 18 años perciba 1.000 dólares mensuales.

Cuando CalUBI comenzó su ruta legislativa apareció el COVID-19,


pero también la oportunidad para que muchos fervientes defensores
de los ingresos básicos comenzaran a agitar su imperiosa
implementación en las más diversas sociedades. Sociedades
tan diversas y economías tan disímiles como Corea del Sur,
Australia, Nueva Zelanda, Escocia, Inglaterra, miembros de la UE,
y hasta sociedades como México, fueron inundadas con análisis,
recomendaciones y hasta solicitadas por parte de expertos para
instaurar los ingresos básicos como una respuesta adecuada para
financiar el shutdown económico.

Por lo pronto lo que hay son masivas transferencias monetarias


hacia los ciudadanos que se inscriben, para unos, en la estrategia
del dinero helicóptero (helicopter money), para otros en una política
monetaria expansiva (Quantitative Easing) ya puesta en marcha en
el pasado reciente con la crisis de 2008.

Más allá de las consecuencias estrictamente monetarias en particular


y macroeconómicas en general, las transferencias masivas abren un
horizonte que supera de las finanzas estatales: ¿las transferencias
monetarias serán vistas como un umbral de cara a la salida de la
57

pandemia? ¿Permitirán un piso para futuras discusiones sobre los


ingresos básicos?

Estas preguntas son parte de lo que nos depara el futuro, aunque


hayan aparecido en territorio estadounidense a inicios de año
como una pica en Flandes de los demócratas en suelo californiano,
pueden generar un tema de agenda internacional.

LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL ENCIERRO


Hoy, en plena cuarentena mundial los satélites nos muestran
mapas, pero no territorios. Según esos discursos, estamos quietos
e inmóviles. La contracara de ello es el frenético movimiento de lo
inmaterial. Lo anterior es una metáfora, un recurso narrativo que
nos ayuda a conjeturar lo que se está cociendo a fuego no tan lento.
Veamos.

El aislamiento masivo y global condujo a las sociedades y a la


economía mundial a un apagón (shutdown) sin precedentes. Para
analizarlo echaremos mano del concepto economía política del
encierro, fruto de nuestra inventiva, frente a la ausencia de mejor
recurso. Aun cuando esta idea retrotraiga a la tradición foucaultiana,
podría ser, eventualmente, un haz de luz ante la terra incognita
actual, según los marcos cognitivos a nuestra mano.

La economía política del encierro no se contrapone a la economía


política de la vigilancia, estudiada a través de la categoría y las
teorías de la sociedad de la vigilancia, en diferentes registros
intelectuales y científicos; es, más bien, un caso particular debajo
de ese paraguas.

Mientras la economía política de la vigilancia incentiva el movimiento


de las personas, la economía política del encierro, ahora, registra
cómo se mueve el mundo cuando las personas están encerradas
y quietas. El paradigma de la vigilancia se basa en el registro de
las aspiraciones, deseos, intereses, preferencias, sentimientos, etc.
que tienen y expresan los humanos; los almacena, jerarquiza y,
posteriormente, los utiliza. Hasta hace pocas semanas, la economía
política de la vigilancia sólo mostraba una cara de su inmenso
poderío de fuego: la reconstrucción/representación de nuestro
yo en formato digital. Para hacerlo, dicha corriente incentivaba el
movimiento de los humanos, porque sin movimiento no había datos.

Ahora, sin embargo, se registra el movimiento del mundo a partir


del encierro de los humanos.
58

La trazabilidad ciudadana sigue su curso, pero lo que se pone a


prueba es la capacidad de los artefactos de inteligencia artificial
para impulsar una economía de la atención que se ensambla desde y
hacia puntos inmóviles (humanos encerrados). Ese difuso mercado
de intercambio entre lo simbólico y los datos personales, sujeto a
la escasez de tiempo, propia de la economía de la atención, entró
en una fase experimental donde esa dimensión se transforma por
los efectos de la inmovilidad.

Una economía de la atención desde el encierro para el encierro,


disponible en nuestros dispositivos móviles ahora inmovilizados,
resulta una oportunidad única para experimentar sobre ese viejo
enigma de la humanidad. En estos días va a existir por primera vez
en la historia un nuevo e inmenso conjunto de datos personales
sobre las múltiples dimensiones que componen la economía de la
atención en situaciones de encierro no punitivo.

El valor de esos datos es inconmensurable, porque, entre otras


cosas, los sistemas inteligentes se entrenarán de nueva cuenta
tanto por ellos mismos como con el auxilio de los humanos que
guían frenéticamente los nuevos experimentos bajo esta situación
excepcional.

Esta era una fase del entrenamiento que no estaba disponible


porque, hasta hace muy pocas semanas atrás, el inmenso cúmulo
de datos se había construido en base a la movilidad humana.
Poseer esos datos permite plantear buenas preguntas para futuros
desarrollos de inteligencia artificial, además de que abre camino
hacia sacar el máximo provecho a los desarrollos actuales.

Al paso, surgen preguntas pertinentes: ¿cómo salir lentamente de la


cuarentena? Es decir: ¿seremos capaces de utilizar los algoritmos
con eficacia, sin dejar de lado el bienestar de todos? ¿Cómo utilizar la
inteligencia artificial para pasar de la inmovilidad a la movilidad? Que es
lo mismo que preguntarse: ¿cómo utilizaremos la inteligencia artificial
al servicio del control de los flujos (humanos), en situaciones aún por
conocerse y experimentarse, ante la incertidumbre de lo venidero?

BIOMETRÍA Y BIENESTAR
Para que las imágenes satelitales comiencen a mostrar territorios
es preciso que los humanos empiecen a moverse. La estrategia
epidemiológica utilizada para enfrentar la actual pandemia
hace que su éxito resida en una paradoja. Mientras más larga la
cuarentena, más dilatada será la vuelta al movimiento. Se alarga,
así, este juego de la escondida contra el virus, hide and seek que
59

contraviene la habitual disposición a ser contagiados para que eso


mismo nos vuelva inmunes.

Todos los gobiernos, junto a sus expertos, convergen en este asunto:


la salida del encierro será por goteo mediante una combinación de
testeos y registros masivos de anticuerpos aunado a inmunizaciones
sociales por estratos o capas (cuyo reverso es la continuidad de
la cuarentena para grupos que se presuponen vulnerables). Los
expertos nos están diciendo que el movimiento humano será
lento, secuencial, jerarquizado, supervisado, controlado, pero,
fundamentalmente, cibervigilado.

El pasaje de los mapas a los territorios, esta especie de -si se nos


permite el giro- nuevo repoblamiento, será diverso y sujeto a múltiples
restricciones, reflejando, así, la pluralidad de las instituciones y
liderazgos políticos que lo lleven a cabo. También dependerá de los
atributos de la población humana que se empezará a mover.

Es difícil predecir cuánto se parecerá la salida de la cuarentena de


Hong Kong con la de Alemania, la de Italia con la de España, la de
México con la de Argentina. Lo que sí podemos hacer ahora es narrar
y describir lo que se está haciendo (por ejemplo, los brazaletes
sanitarios en Hong Kong), lo que algunos planifican hacer (como los
pasaportes sanitarios en Alemania y Reino Unido) y lo que muchos
apuestan a hacer, asumiendo el riesgo inherente a toda apuesta.
Verbigracia, los registros biométricos. Vale aquí detenerse.

Aunque todos los gobiernos coincidan en que los testeos de


anticuerpos e inmunizaciones sociales, por estratos o capas, son y
serán las herramientas disponibles para convivir con la circulación
del virus hasta tanto dispongamos de una vacuna, no todos podrán
sacar el máximo provecho de aquellas herramientas.

Algunos no tendrán los recursos para realizar testeos masivos de


anticuerpos, otros no tendrán los sistemas de inteligencia artificial
y Big Data disponibles para manejar eficientemente grandes
volúmenes de datos y procesar información en tiempo real. Muchos
gobiernos no tendrán ni lo uno ni lo otro, por lo que llevarán a cabo
la salida de la cuarentena de manera intuitiva, con datos parciales
y desfasados, ensayando y cometiendo muchos errores.

Para decirlo brutalmente: muchos países saldrán de la pandemia


del siglo XXI con métodos propios del siglo XIX. Es fácil advertir
que eso ocurrirá en América Latina.

Pero los países que marcarán el rumbo serán aquellos que sí


pueden echar mano de testeos masivos de anticuerpos y de
60

potentes sistemas de inteligencia artificial. Sus respuestas trazarán


un camino de desarrollo tecnológico en germen que, quizá, no
tenga marcha atrás. Resulta muy interesante observar cómo
empresas y organizaciones sin fines de lucro están (re)orientando
vertiginosamente las actuales tecnologías biométricas para dar una
solución inmediata y eficaz a la cuestión de la inmunización y de la
identificación personal.

Organizaciones sin fines de lucro como iRespond y Simprints,


vinculadas desde hace algunos años a la provisión de soluciones
tecnológicas ante el problema del Identity Gap (es decir, cómo
cerrar la brecha en el acceso al derecho humano a la identidad)
y de registros biométricos en los campos de refugiados, están
trabajando en el desarrollo de registros biométricos fiables
que garanticen zonas de movilidad segura. Para ello, eslabonan
registros biométricos tradicionales con los resultados de los test
de anticuerpos generando espacios libres de presencia de virus,
intentando describir grandes volúmenes de desplazamiento.

Para países que no pueden hacer testeos masivos existe una


propuesta tal vez menos eficiente, pero disponible como estrategia
de identificación de contagiados para su posterior aislamiento. Las
empresas ZKTeco y Zhejiang Dahua Technology, con presencia
en América Latina, ofrecen censores biométricos que operan a
distancia. Incluyen reconocimiento facial y toman la temperatura
sin contacto con el cuerpo, lo que permitiría supervisar grandes
volúmenes de tránsito y movimiento humano de manera más
eficiente que los retenes policiales aleatorios, con su verificación de
certificados en soporte físico.

Resulta imposible saber cómo saldremos de esta cuarentena.


Siempre lo por venir ocasiona miedos e incertidumbre, pero las
circunstancias actuales no permiten predecir demasiado porque
nunca habíamos partido de las mismas condiciones. Los modelos
explicativos y predictivos del pasado estuvieron basados en un
mundo totalmente distinto. Sin embargo, sí disponemos de nuevas
herramientas y lo que es un hecho es que muchas empresas,
organizaciones y gobiernos están apostando al uso creciente de
registros biométricos.

Si antes de la pandemia la industria de biometría era prometedora,


ahora crecerá a pasos agigantados. Si meses atrás teníamos que
probar nuestra identidad, estos días, además, debemos demostrarle
al gobierno cuál es nuestro estado de salud. En el nombre del
bienestar de todos, cada uno de nosotros tendrá que probar su
propio bienestar. Muchas veces en inglés ciertas palabras suenan
mejor: al Being sólo hay que agregarle el Well. Pero en ambos
idiomas lo humano se desvanece, o tiende a hacerlo, en nombre de
la propia humanidad que se pretende salvar. _♦
61
62 LA VIGILANCIA MASIVA
Desde el inicio de la pandemia asistimos a un vendaval de desarrollos
informáticos que proponen aportar alguna clase de solución a la crisis
sanitaria. Solo por remitir a un estudio, el Laboratorio de Innovación
e Inteligencia Artificial de la Facultad de Derecho UBA (IALAB),
revisó y comparó 33 aplicaciones COVID-19 en todo el mundo. De
hecho, se produjo una enorme cantidad de literatura digital que
sostiene que, del confinamiento, se sale con IA y Big Data.

En uno de los últimos debates que se dieron en Estados Unidos,


expertos del sector informático destacaron que es necesario
advertir a la opinión pública que la construcción de sentido actual
respecto de la salida del aislamiento parece ser:

Frente a una crisis sanitaria que deja en evidencia que no hemos


hecho lo suficiente en materia de salud pública, salimos corriendo a
invertir en tecnología porque las tecnologías disruptivas de esta era
gozan de la imagen propia de la magia, lo extraordinario e inmediato;
y, entonces, con magia hay que resolver en tiempo record lo que no
se hizo en décadas.

A su vez, el principio detrás de esto es perverso: invertir en salud


pública significa dejar libres a los ciudadanos, sabiéndose seguros
y protegidos por un sistema de salud que les brindará atención si se
enferman, o les ofrecerá prevenirlos con vacunas.

En cambio, controlar a la población con tecnología es quitar


libertades individuales, modelar sus conductas, para que no se
contagien de un virus que aparece de la noche a la mañana. Con
ese criterio, si hubiéramos podido controlar las relaciones sexuales,
no habría sido necesario desarrollar medicamentos para el VIH.

Además, esta construcción discursiva permite que los gobiernos


hagan creer a la población que hacen algo y que el problema
les interesa, y buena parte de la ciudadanía lo cree porque está
convencida de que la tecnología es lo mejor de la ciencia actual,
dado el marketing del que goza. O sea, el público tiene fe en la
tecnología, versión acabada y triunfalista de la ciencia aplicada
-interesante oxímoron el de ‘tener fe en la ciencia’- más cuando
se encuentra aterrado por las imágenes de camiones de cadáveres
como se vio en Italia y en España.

Por su parte, el sensacionalismo azuzado por los medios tradicionales


no colaboró, de seguro, con la reflexión ciudadana. Arriesgamos
una hipótesis: el rating de la TV abierta venía cayendo en picada
desde hacía al menos 10 años, dada la explosión de la comunicación
digital y contenidos on demand (YouTube, Netflix, y un largo
etcétera). Con la aparición del COVID-19, los números de los canales
63

abiertos y las principales señales de noticias de cable, subieron


considerablemente. Quedate en casa, y prendé la tele.

No sólo eso: en el mundo, el tráfico de internet, en general, aumentó


un 35%. Los portales de noticias inundando la web y agotando la
paciencia con testimonios, cifras, mapas digitales, conjeturas sobre
el futuro y la nueva normalidad… todos ellos se beneficiaron con
el encierro. Nada nuevo bajo el sol, para quienes investigamos
la comunicación masiva, puesto que el miedo siempre vende y
conviene a la prensa (léase, las empresas de información) desde
que se inventaron los periódicos.

Ahora bien. ¿En qué país -o con qué decisiones- se respetó más la
libertad individual en tanto garantía constitucional democrática?

Hasta antes de la explosión de contagio del COVID-19 (digamos,


febrero 2020) Europa veía a China avanzar a paso agigantado en
materia de Inteligencia Artificial (IA). Basta ver el informe sobre
la nueva ruta de la seda, o la iniciativa cinturón y carretera junto
con escándalos como el de Huawei versus EE.UU en Canadá, para
comprender que el Viejo Continente se quedaba atrás en materia
de innovación tecnológica, frente al gigante asiático.

Algo similar ocurría, por otro lado, al comparar Europa con Estados
Unidos. La guerra por dominar la IA y, por ende, los datos como
nuevo insumo de la economía del siglo XXI, se planteó de modo
que Europa quedó rezagada. Pero, al comenzar este año, ya se
habían conocido documentos en los que parlamentarios de la Unión
planteaban proyectos para desarrollar tecnologías disruptivas
sin desconocer los altos estándares conseguidos en materia de
derechos humanos. Ese era el desafío que Argentina miraba con
mejores ojos.

Lo cierto es que, para ordenar el problema de data privacy desatado


por el Coronavirus, es necesario no perder de vista algunos ejes.
Por supuesto, uno es cuán coercitivo resulta cada gobierno en
la aplicación de una herramienta tecnológica. Otros, tienen que
ver con el protocolo de seguridad utilizado, y las técnicas que se
implementan: por caso, no es lo mismo geolocalizar que rastrear
contacto entre personas. Al respecto, vale la siguiente clasificación.

Existen tres tipos de rastreo posible:

a) A través de antenas de telecomunicación. En este caso se utiliza


la señal que el teléfono emite dentro del servicio básico de telefonía
móvil. Esa señal es captada por la antena de la empresa prestadora
de servicios que identifica al dispositivo por su número de IMEI. Esta
64

técnica es útil para observar desplazamientos de cierta distancia,


porque las antenas reciben y emiten señales en áreas divididas en
retículas de alrededor de 500 metros de lado. No resulta muy útil a
los efectos de contener el contagio del COVID-19.

b) Geolocalización por aplicación. Utilizando el servicio de datos


móviles o vía internet wifi, los celulares pueden ser ubicados
gracias a aplicaciones como el GPS, en un radio de alrededor de 15
metros. Hay que tener en cuenta que cualquier app que acceda a la
geolocalización del celular se monta directamente sobre el sistema
operativo. Por eso, en los teléfonos Android, cuando se usa este
sistema de rastreo todo empieza y termina en la cuenta Google.
Algo similar ocurre en los teléfonos de Apple con su sistema IOS.
Esta técnica, aplicada al confinamiento, permite, eventualmente,
controlar si un ciudadano cumple o no con la cuarentena, además de
ofrecer información sobre el desplazamiento de las personas en las
ciudades. Pero el rastreo por GPS no es útil para medir proximidad
entre personas, riesgo de contagio, o distancia social.

c) El rastreo de contagio por proximidad de contacto. Solo puede


realizarse usando Bluetooth porque esa tecnología permite emitir
y recibir señales a una distancia no superior a los 5 metros. Sin
embargo, el uso de Bluetooth impone un rápido desgaste de
la batería del celular y, a los efectos de controlar el contagio del
Coronavirus, supone el desarrollo de un software específico. Para
ser gráficos, en el caso de Argentina no hubiera funcionado esta
tecnología porque el promedio de smartphones usados en el país
no está en condiciones de soportar ese método. En cambio, el
99% de los teléfonos inteligentes alemanes son Iphone por lo que
Apple tiene, por un lado el control casi absoluto de la tecnología
móvil alemana y, al mismo tiempo, se le presentan las condiciones
tecnológicas adecuadas para crear una API y adaptar los sistemas
operativos móviles al uso de Bluetooth.

Como se ve, sin ánimo de profundizar vanamente en cuestiones


técnicas, resulta ilustrativo comprender algunos detalles informáticos
y de hardware, porque su incorporación determina o expone el grado
de libertad con que se concibe el uso de la IA y el Big Data frente
al avance del COVID-19. Así, en las próximas páginas analizaremos
estos y otros aspectos en diversas regiones.

ASIA
Sin olvidar que el virus se originó en China, Asia está compuesto
por países en los que se entiende la vida comunitaria por encima
65

de la subjetividad de cada individuo. Esto facilita la adopción de


cualquier medida de control gubernamental centralizada, siempre
que se la plantee en pos del bien común.

Así lo describen, en un hallazgo periodístico del podcast El


Primer Café, de La Nación, dos chicas argentinas que viven,
respectivamente, en Singapur y Corea del Sur, países sindicados
como exitosos en materia de control del contagio, aplanamiento de
la curva, o cuarentena inteligente.

En Singapur fue donde bautizaron lo que parece ser el mayor


hallazgo de las tecnologías digitales aplicadas a la pandemia: el
contact tracing, o la trazabilidad digital de contacto entre personas
-quizá la mejor expresión de la trazabilidad ciudadana que Avaro
describía allá por 2017-. Allí, incluso, ese rastreo se realiza con espías
de carne y hueso con total normalidad.

Por otro lado, en uno de sus recientes webinars la ONU destacó el


trabajo en materia de TICs realizado por Corea del Sur. El documento
con la transcripción del contenido, está disponible en la web del
IALAB, y desmenuza las decisiones aplicadas por el gobierno
surcoreano, que había experimentado una primera aproximación a
las tecnologías que hoy se aplican en casi todo el mundo, luego
del MERS 2015. En lo que hace a control de la conducta de los
ciudadanos, se destaca:

• Wisenut: chatbot para informar la forma de prevenir y atender


correctamente el Coronavirus.

• Naver: robot de voz basado en IA que llama automáticamente a las


personas que necesitan atención, pregunta sobre las condiciones
de salud del paciente para luego informar al centro de salud pública.

• Dable: sistema que analiza más de 1800 compañías de medios


para brindar un servicio de información acerca de las tendencias
del COVID-19 y combatir la infodemia.

Además, se destaca que en Corea del Sur se inició el contact


tracing con el fin de identificar posibles personas infectadas bajo
un enfoque gradual:

a) Investigación;
b) Evaluación de riesgos;
c) Clasificación del contacto según el mismo haya sido cercano u
ocasional;
d) Gestión de contactos.
66

De este modo, ya en 2015 se rastreó y evaluó a quienes tuvieron


contacto cercano con casos confirmados. Los contactos cercanos
fueron monitoreados dos veces al día durante la cuarentena por
funcionarios gubernamentales especialmente asignados.

En esta parte del mundo, la falta de noción acerca de la privacidad,


vinculada con libertades individuales propias de la filosofía liberal
democrática, permite que se despliegue todo este arsenal de
tecnologías de cibervigilancia -y, en consecuencia, se contenga el
contagio del COVID-19 con un alto costo en materia de privacidad-
de una forma que no asombra ni sonroja a nadie.

Por otro lado, en China, el Sistema de Crédito Social (SCS) descrito


en detalle en un informe que lleva la firma de Dante Avaro, resulta
un entramado de artefactos digitales cuyos datos se entrecruzan
de forma tal que cada ciudadano es vigilado y evaluado
permanentemente en todas sus acciones. Todo lo maneja el buró
del Partido Comunista Chino, desde luego.

Por ende, allí nadie se queja de que los datos biométricos que
recopilan los domos y las cámaras de los drones que sobrevuelan
Wuhan, se vinculen con las compras que se realizan en Alipay, o
Wechat, y eso con los viajes en transporte público, las multas por
infracciones, los viajes en avión, y un sinfín de datos agregados con
la tecnología de Huawei o ZTE.

China fabrica dispositivos de testeo, así que dispone de gran


cantidad. Eso, más el cibercontrol de la población, es el cóctel que
ha elegido para abrir el aislamiento que, de todas formas, superó
los 60 días -las tecnologías chinas de vigilancia masiva ya fueron
abordadas en apartados anteriores.

Cabe aclarar que la ciudad de Wuhan, epicentro de la pandemia, es


una de las más de 40 ciudades experimentales chinas escogidas para
la implementación de su SCS que iba a ser puesto definitivamente en
vigor este año. Por eso, no fue casualidad que las autoridades chinas
pudieran reaccionar de manera tan rápida frente al Coronavirus en
términos del uso de IA para disponer de un conjunto amplio de
políticas sanitarias, sociales y de control poblacional.

Además de la enorme inversión en video y cibervigilancia realizada


con anterioridad, la ciudad ya estaba preparada para ejercer
ingeniería social profunda; estalló el virus, y lo atacaron con lo mejor
que tenían.

En este sentido, en el caso de China no debemos perder de vista que


allí se está evaluando: a) qué tan poderoso y eficaz es el sistema de
67

vigilancia sobre el que se posa el SCS y b) si ese sistema de vigilancia


puede ser profundizado mediante la excusa de la pandemia.

Para la cadena CNBC y Bloomberg, por ejemplo, parece haber pocas


dudas al respecto; la salida de la crisis sanitaria traerá consigo más
vigilancia y menos privacidad para los ciudadanos chinos.

Así, pues, en vista de todo lo descrito en párrafos precedentes ¿qué


sentido tendría preguntar, para los casos de países asiáticos, si la
infraestructura digital planteada en las tecnologías de la pandemia
es pública o privada? Tampoco valdría de mucho investigar si la
información que las apps recaban se centraliza o no en servidores
y en manos de quién están esos aparatos.

Esas y otras tantas cuestiones serán revisadas al observar territorio


occidental, donde cabe, al menos, tener algún miramiento respecto
el modo en que se avanza sobre la libertad individual con el pretexto
de derrotar al “enemigo invisible”.

EUROPA
En Europa las comunidades de científicos se sacan chispas.
Después de un mes y medio de debates entre franceses, alemanes,
españoles, italianos e ingleses, no hay acuerdo acerca de si se debe
centralizar o no la información que las apps recaben. Tampoco se
deciden respecto de cuánto poder tendrán Google y Apple, que
ofrecieron modificar sus sistemas operativos móviles para el uso de
Bluetooth.

Con infinidad de matices, armonizar salud pública y privacidad


parece casi imposible en el Viejo Continente, pero el consenso sobre
la necesidad de usar tecnología disruptiva para no confinar a todo
el mundo a ciegas se sostiene firme. Dedicaremos los próximos
párrafos a detallar el estado del arte en esa zona.

La organización más importante entre las interesadas en promover


el uso de IA y Big Data sin dejar de respetar el GDPR -Reglamento
General de Protección de Datos, en inglés- es la alemana Fraunhofer
Heinrich Hertz Institute for telecoms (Fraunhofer).

Cabe aclarar que el Reglamento citado es la norma más avanzada


en el mundo en materia de privacidad. Aun siendo la más restrictiva,
esa regulación prevé la facultad de las autoridades de procesar
datos personales sin consentimiento de los titulares de los mismos
“por motivos importantes de interés público… como por ejemplo
68

cuando el tratamiento es necesario para fines humanitarios, incluido


el control de epidemias y su propagación” e incluso “para garantizar
elevados niveles de calidad y de seguridad de la asistencia sanitaria”.

En ese marco, el 10 de abril Apple y Google anunciaron que se unían


para modificar los sistemas operativos móviles de los teléfonos
europeos, con el objeto de optimizar el uso de Bluetooth para
rastrear el contacto entre personas. Pero ya desde fines de marzo
los científicos de Fraunhofer más los de la francesa Inria, junto con
otros representantes europeos estaban trabajando en protocolos de
seguridad que se aplicarían al contact tracing, intentando respetar
el alto estándar que plantea el citado reglamento. Cada paper fue
subido a Github, y el proyecto original se denominó PEPP-PT (Pan
European Privacy-Preserving Proximity Tracing).

El plan, que desde entonces sufrió muchísimas alteraciones, es más


o menos el siguiente: con o sin intervención directa del usuario, la
señal de Bluetooth de cada móvil europeo debería detectar uno
o varios teléfonos cercanos. A partir de ese momento, los móviles
intercambiarán mensajes con códigos únicos de ID, que se renovarán
cada cierta cantidad de minutos -10 ó 15, según el paper que se escoja-.

Los expertos de Inria, tanto como los de Fraunhofer, entienden


que si los móviles generan e intercambian IDs efímeras, al estilo de
los token de seguridad de las apps bancarias, y esos datos no se
centralizan en ningún servidor estatal, se protege la identidad del
usuario y, por ende, su privacidad.

Este modo de tratar los datos fue ganando terreno puesto que, aun
cuando los gobiernos podrían hacer uso de las excepciones que
el GDPR plantea, son cuidadosos de la libertad individual de los
ciudadanos.

De hecho, también se aconseja descentralizar la información en un


documento firmado por la ONG Cities for Digital Rights (CC4DR)
-y publicado por Francesca Bria, asesora de la ONU en materia de
derechos digitales y Smart Cities- en el que se detallan, además,
los cuidados que los gobiernos deberían tener al utilizar estas
tecnologías.

Puntualizando en la tecnología elegida, dado que la señal de


Bluetooth es directa entre dispositivos, es posible medir su
intensidad, por lo que se puede también calcular a qué distancia
se encuentra un móvil de otro. Con ello, es posible conjeturar con
cierta precisión si mantuvieron la distancia social, o qué riesgo de
contagio corrieron al acercarse las personas.
69

Allí, otra ventaja: este sistema no busca geolocalizar a los usuarios,


con lo que se estaría haciendo control de movilidad urbana. Aunque
sea útil poner el flujo del virus en un mapa, el rastreo de contactos
por proximidad se concentra en los individuos y el contagio, sin
importar dónde se produce.

Además, dado que las apps de cada país de la UE serían interoperables,


se supone que esto funcionará en todo el continente, una vez
abierta la cuarentena. O sea: en cualquier rincón de Europa, si un
individuo informa en su móvil que posee síntomas compatibles con
COVID-19 (o, mejor aún, si afirma que fue diagnosticado positivo)
el intercambio de mensajes entre móviles vía Bluetooth permitiría
saber, 14 días para atrás, cerca de quiénes estuvo el posible, o
confirmado, positivo. De allí en más, se alertaría a esos contactos
sobre un posible contagio3.

Siempre con el foco puesto en proteger la privacidad de los usuarios,


para el 20 de abril el primer protocolo de seguridad desarrollado se
llamó ROBERT -ROBust and privacy-presERving proximity Tracing
protocol- y su principal cualidad era que la información recolectada
por las apps sería centralizada en un servidor nacional de cada país,
para que fuese administrada por las autoridades sanitarias.

Pero sobre finales de abril más de 400 científicos de toda la UE


firmaron una proclama en la que alertan sobre los riesgos de
centralizar la información en servidores estatales. Los parlamentarios
franceses, cuyos debates se plasmaron en la voz de Inria, sugirieron
algo similar a lo que los alemanes plantearon mediante Fraunhofer:
mejor descentralizar la información.

Así que se conformó un nuevo bando, bajo el nombre DP-3T:


Decentralized Privacy-Preserving Proximity Tracing. Es fundamental
considerar que este protocolo está codificado en open source.

La clave del protocolo descentralizado -que trabaja con Bluetooth


pero no necesariamente con la API de Google y Apple4- es que nunca
la información que se produce como consecuencia del intercambio
entre móviles, llegue a manos de los gobiernos. Pero esto deja la
puerta abierta a toda clase de sospechas respecto del poder de las

3
No es el propósito de este relato indagar precisiones acerca del funcionamiento de las apps,
pero basta aclarar que la mecánica descrita posee muchísimos detalles divergentes. Por ejemplo,
algunos países no eligen, por el momento, que la app alerte por la cercanía con alguien no
diagnosticado; en otros, las IDs efímeras se intercambian cada más o menos tiempo; algunos,
por su lado, creen que hay que combinar Bluetooth con geolocalización. Hay quienes creen que
el Bluetooth no será tan preciso como parece. Y así, un interminable etcétera.
4
Apple se negó a programar su API en código abierto, así que en todos los países que deciden
confiar en las dos gigantes tecnológicas, no se está utilizando exactamente DP-3T.
70

gigantes de la comunicación y los operadores de telecomunicación


sobre los datos que se generen.

Así pues, al día de hoy, y a pesar del lobby de expertos, tecnólogos


y humanistas defensores de la privacidad, sólo Estonia, Finlandia y
Suiza adoptaron el DP-3T; en esos 3 países la información de IDs
efímeras de COVID-19 positivos o sintomáticos se aloja en una nube
a la que el usuario debe acceder para descargarse la lista y que su
teléfono busque si, en los últimos 14 días, ha entrado en contacto
con alguno de ellos. No obstante, Suiza y Finlandia no acordaron
con Google y Apple.

Por lo demás, y no sin ambivalencias, Austria, Estonia, Alemania,


Irlanda, Italia, Malasia y Suiza sí confían en la API para descentralización
que están desarrollando las empresas globales citadas.

Por su parte, Noruega y el Reino Unido siguen defendiendo que los


datos deben llegar a las autoridades sanitarias, porque ello permite
tomar mejores decisiones a tiempo, y porque las oficinas estatales
son más confiables que los gigantes que conforman las GAFAM5. En
definitiva, más y más controversia.

En las últimas horas, Alemania decidió incorporar a su CoronaApp


una función extra: que los usuarios coloquen un código único que
surge del testeo de COVID-19, si es que el resultado es positivo.
Sólo en ese caso la app disparará una alerta. Esto la diferencia de
la NHS COVID-19 App, de Gran Bretaña, donde siguen confiando en
que es mejor generar alerta a las autoridades sanitarias si el usuario
reporta síntomas compatibles con la enfermedad.

No obstante, según el informe work in progress del MIT acerca de


las 25 apps de contact tracing más representativas del mundo,
Alemania no adhiere al protocolo DP-3T como se suponía que lo
haría, por lo que debemos interpretar que la información que surge
del rastreo se centraliza en manos públicas. En ese punto no hay
diferencias con la NHS británica.

¿CUÁL ES LA DISCUSIÓN DETRÁS


DE ESTE ENRIEDO?
Todo el análisis acerca de los debates sobre la adopción de
tecnologías digitales para combatir el COVID-19 puede ser abordado
5
La sigla refiere a Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoſt, sindicadas como las empresas
globales de tecnología de la información que más datos poseen de los usuarios alrededor
del mundo, y cuyo negocio se basa en el marketing digital con targeting preciso a partir del
perfilamiento digital humano.
71

reparando en los tópicos habituales dentro de la temática. Así, una


pregunta central cuando se discute acerca de los datos es ¿quién
es más confiable, las empresas o los gobiernos?

Para algunos, como quienes suscriben al protocolo DP-3T, ningún


Estado, aún en el actual contexto de crisis sanitaria, debería
disponer de información personal y sensible de los ciudadanos, ni
siquiera si los datos están anonimizados. Otros, en cambio, creen
que aplicando buenos protocolos de encriptación y ciberseguridad
es razonable que las autoridades sanitarias tengan en sus manos
la información que surge de las aplicaciones, porque es potestad y
responsabilidad del Estado garantizar la salud pública. Aducen que,
para ello, como mínimo, las autoridades sanitarias necesitan saber
quién es COVID-19 positivo.

En esa perspectiva, Rosa Guirado, titular de Legal Sharing,


sostiene que los gobiernos pueden trabajar con datos agregados
anonimizados, y eso no significa ir en desmedro de la propiedad de
los datos por parte de las personas que los generan. Eventualmente,
un ministro de Salud podría identificar un caso de COVID-19 positivo
sin que eso signifique cercenar derecho alguno.

Pero sí podría indagarse si no es abuso de posición dominante


lo que hacen las GAFAM con la extracción y acopio de datos,
considerando que, de hecho, son las que dominan todo el mercado
de las TIC. En este sentido, no está mal preguntarse a cambio de qué
Google y Apple ofrecen adecuar los sistemas operativos móviles al
desarrollo de un protocolo centralizado de contact tracing. Después
de Cambridge Analytica, hay buenas razones para desconfiar de
los gigantes de la comunicación.

Incluso cabe desconfiar acerca de la agregación de datos anónimos


en el caso de las tecnologías de la pandemia. En un reciente artículo
periodístico, y analizando la app española, Concha Labra, directora
del área de Big Data del IMF Business School destaca que “en el caso
de las iniciativas como el PEPP, los datos no estarían agregados,
puesto que el objetivo es crear una lista de los dispositivos que han
estado cerca de una persona en particular. Además, para que este
programa funcione, cada usuario debe estar dispuesto a informar
en caso de que fuese diagnosticado como positivo”.

Mientras más se investiga, más claro queda que, en el plano digital,


es imposible tener certeza de la transparencia de las organizaciones.
En realidad, parece el juego del gato y el ratón: todo el tiempo
se intenta obstaculizar el hackeo o las malas prácticas por parte
de gobiernos y empresas, pero, a cada paso, el mal muestra una
72

carta nueva. Quizá cause algo de alivio recordar que en ninguna


democracia occidental se obligó a la población a adoptar ninguna
tecnología digital como las que se mencionan en este capítulo.

Finalmente, existe un análisis mucho más pragmático pero algo


temerario, que señala que, en un contexto de aislamiento masivo, en
el que se restringen o anulan cientos de derechos, más vale resignar
algo de privacidad, y recuperar buena parte de lo perdido. Eso fue lo
que sugirieron, off the record, miembros del equipo de la Secretaría
de Innovación de la Nación, encargados de desarrollar la app CuidAr.
Curiosamente, es lo mismo que plantean en Estados Unidos, mientras
llevan adelante la puesta a punto de su aplicación móvil.

ESTADOS UNIDOS
Cabe recordar que antes de la crisis sanitaria, Estados Unidos
venía sosteniendo una disputa abierta con China en relación con
el desarrollo de IA, Big Data y tecnologías ligadas con los datos
móviles. De hecho, fue Trump quien frenó el ingreso del 5G en
Europa, de la mano de Huawei.

El temor de los norteamericanos es que allí donde se implemente


dicha tecnología, provista por la Big Tech china, queden dadas las
condiciones para el espionaje del gobierno de Xi Jimping, puesto
que en China toda empresa corporativa es controlada, desde su
directorio, por el buró del partido comunista.

No obstante, y paradójicamente, en el consorcio de entidades


estadounidenses que se encuentran trabajando en la tecnología de
rastreo de contacto, Facebook colabora con el gobierno al lado de una
novel startup, Camber System, propiedad de un ex miembro de la CIA.

En el sitio www.covid19mobility.org figura la nómina completa de


entidades y personas que trabajan en el desarrollo del ecosistema
digital COVID-19 de Estados Unidos. Y es allí donde aparecen las
empresas consignadas arriba, cuya coexistencia no puede menos
que alertar a quienes comprendemos lo delicado del asunto.
Reponemos aquí algunos párrafos del informe que Mauro Berchi
publicó oportunamente:

De acuerdo con el New Yorker, hace un año, Ian Allen, una vez
que dejó de prestar servicios como espía del gobierno, lanzó su
emprendimiento ofreciendo a diferentes organismos públicos
su servicio de Big Data y geolocalización “siempre respetando la
privacidad de los usuarios” (SIC).
73

Y resulta que -ahora, en plena pandemia- fue convocado por Caroline


Buckee, epidemióloga de Harvard, para colaborar cruzando datos y
construyendo herramientas digitales para el rastreo de contagio del
COVID-19. Su coequiper es Navin Vembar, que también trabajó para
la administración Trump.

Así fue como Buckee creó el consorcio Covid19mobility donde


reunió, como quien no quiere la cosa, a Facebook y a la CIA,
para rastrear los movimientos y actividades de los ciudadanos
estadounidenses con el sano objetivo de contener la propagación
del COVID-19.

Como organizadora del consorcio, Buckee explica, en la nota


publicada por el New Yorker el 27 de abril, que, llegado al caso, es
preferible resignar libertades individuales, por ejemplo el derecho
a la intimidad y privacidad, para lograr contener la curva de
contagios y recuperar el ejercicio de otros muchos derechos que el
confinamiento impide ejercer.

Sin embargo, si se toma como punto de partida del análisis lo que


afirma Lorena Jaume - Palasí, experta en ética e IA y asesora en
el comité de crisis del gobierno alemán, no es tan sencillo sopesar
buenas y malas. Según la filósofa mallorquina, uno de los grandes
riesgos de invertir millones de euros en cibervigilancia y control
poblacional es que, de ello, no se vuelve. Digamos que, en la era
Moderna, la tendencia, en materia de control masivo, es a perder
libertades individuales, cada vez que el Estado avanza.

En efecto, estudiando pandemias anteriores, desde esta perspectiva


se ve que cuando un país invierte en infraestructura estratégica
-sobre todo si lo hace en una alianza del sector público y privado-,
jamás se desmantela aquello que parecía crearse para un fin
específico. Es el caso del pasaporte de inmunidad, que fue creado
en Estados Unidos en el siglo XIX, para distinguir sanos de enfermos,
cuando azotó la fiebre amarilla.

En esa época, sólo en aquél país murieron alrededor de 150 mil


personas infectadas por el virus. Pero otros, que lograron inmunizarse,
sacaban una notable ventaja. Tal como lo refiere la revista Retina en
una nota del 21 de mayo, la distinción entre quienes lograban obtener
el pasaporte y los que no resultó crucial y altamente discriminatoria.
Luego, con la primera Gran Guerra, este sistema de acreditación de
condiciones personales se afianzó, y hoy nos parece normal.

Siguiendo estos ejemplos, es muy probable que ningún Estado elimine


los datos que acopiará gracias a las tecnologías COVID-19, y que
tampoco se deshaga de los sistemas de trackeo y almacenamiento de
74

información que se creen durante esta crisis sanitaria. En este sentido,


quizá la nueva normalidad de la que tanto se habla hoy día, esté dada
por la necesidad de justificar ante las autoridades nuestros haceres
más triviales. ¿O qué otras cosa que un pasaporte cotidiano es la app
que los gobiernos pretenden que descarguemos en el móvil?

Lo notable del caso estadounidense es que Facebook, a partir


del escándalo de Cambridge Analytica, quedó expuesta acerca
del poder que le confiere el uso de su plataforma para recabar
información de los usuarios y luego incidir sobre sus conductas.
Al mismo tiempo, con el affaire Snowden, todos confirmamos
que la CIA vigila masivamente fuera y dentro de Estados Unidos.
Aunque Ian Allen ya no forme parte oficialmente de la agencia de
inteligencia, cuesta creer que haya sido convocado por Buckee por
la brevísima trayectoria de su joven startup, Camber System.

La unión de Facebook y la CIA en el Covid19mobility, congregadas


bajo el paraguas prestigioso de Harvard en plena carrera por la
reelección de Trump, tiende a ratificar cualquier sospecha del estilo
de las descritas arriba.

En Estados Unidos, para colmo, diferentes medios de comunicación


ponen en duda la utilidad y eficiencia de una aplicación de contact
tracing. El MIT Technology Review enumera varios puntos de
debilidad del plan, mientras que el Washington Post publicó una
encuesta realizada junto con la universidad de Maryland que señala
que más de la mitad de los norteamericanos no utilizarán la app.

Más allá de cuestiones técnicas y demográficas, cabe aquí


preguntarnos si, en el caso de que se implemente en EE.UU una
tecnología de rastreo de contacto desarrollada con soporte y
trabajo de la red social más popular del mundo y la agencia central
de inteligencia de los Estados Unidos, los norteamericanos serán
más o menos libres que los chinos.

Hasta febrero de este año, quizá hubiéramos respondido, no sin


reparos, que sí. Es decir, que después de todo, en Estados Unidos
hay democracia, mientras que en China no. Y que en este último,
desde comienzos del siglo XXI se trabaja e invierte en IA y Big
Data para controlar masivamente a la población, con el pretexto
de organizar una sociedad de más de 1600 millones de habitantes,
con una tradición para nada liberal, pero una economía de mercado
completamente agresiva a nivel global, impulsada por el gobierno,
con hambre de expansionismo.

Hoy, viviendo la crisis sanitaria en pleno curso, si los estadounidenses


aceptan usar una app como la que el consorcio citado está
75

preparando -hay autoridades locales de varios Estados que


consideran que sería legal que los empleadores obligaran a sus
empleados a usarla- de seguro ya no veríamos tanta diferencia
entre la realidad oriental y la occidental, aquí planteadas.

ARGENTINA
En nuestro país, luego de que la OMS definió al COVID-19 como pan-
demia se desarrolló la primera aplicación móvil llamada, simplemen-
te, COVID-19, con el objeto de tener algún control sobre quienes re-
tornaban del exterior. La herramienta pasó sin pena ni gloria, y era
bastante defectuosa, tanto en materia de experiencia de usuario (mal
diseñada, poco clara) como en su aspecto técnico.

Mientras tanto, para marzo se conocieron iniciativas ligadas con el


uso de Big Data, como un tablero de control digital para el ministro
de Salud, Ginés González García. Los reportes daban cuenta de una
notable falta de pericia en los funcionarios involucrados, y represen-
tantes de las mismas empresas proveedoras de soluciones informá-
ticas se quejaban, en sordina, de cierta indiferencia o, directamente,
maltrato por parte de quienes encarnan la nueva gestión.

Más aún. A principios de abril, cuando el mundo entero aceleraba el


desarrollo de herramientas digitales, lejos de apostar a la transparen-
cia y la eficiencia que la tecnología permite Alberto Fernández anun-
ció que, mediante un decreto, permitía a la gestión nacional volver a
tramitar expedientes en papel, dado que, según Fernández, estaban
hackeando el sistema informático del gobierno, conocido como GDE
(Gestión Documental Electrónica).

A la luz de las fuentes consultadas, pareció más una decisión propia


de quien no confía en aquello que no comprende. Además, el sistema
informático y la infraestructura de GDE fueron contratados durante la
gestión de Macri, lo que tampoco colaboraba para que el equipo del
presidente intentara aprender a usarlo. Y, después de todo, hoy sa-
bemos que gestionar en modo analógico permite controlar en forma
discrecional la información.

No obstante, la gestión de Fernández mostró varios y diversos pro-


blemas en la implementación de tecnologías de control y vigilancia.
Afirmar lo anterior hace que el ánimo argentino cabalgue a medio
paso entre la indignación, la preocupación y el resuello: se constata la
incapacidad del gobierno en ciertas áreas, a la vez que preocupa que
pretendan controlar la conducta de los ciudadanos. No deja de ser un
alivio saber que fallan cuando lo intentan.
76

Valga como ejemplo lo que ocurrió luego de que el gobierno in-


tentara, por vez primera, unificar los certificados habilitantes para
circulación (CUHC) en el sitio TAD (Trámites a Distancia) que de-
pende de Nación, y cuya responsabilidad recae en Micaela Sánchez
Málcom, secretaria de Innovación Pública. La noticia circuló alrede-
dor del 30 de marzo.

Pocas horas más tarde de que se anunciara que iban a perder va-
lidez todos los certificados provinciales, quienes necesitaban cir-
cular ingresaron al sitio nacional, que colapsó. La funcionaria no
tuvo mejor argumento que echarle la culpa a ARSAT, apuntando al
ancho de banda de que dispone el Ejecutivo.

Salvo para quienes no comprenden el funcionamiento del software


de alta demanda, fue un dislate detrás del cual se escondió que en
diciembre, apenas las nuevas autoridades ocuparon sus cargos y sin
pandemia a la vista, la empresa Red Hat, proveedora de servicios in-
formáticos en el área, había entregado un informe a Málcom en el que
se le recomendaba actualizar el software del TAD. El diagnóstico fue
ignorado completamente, y las consecuencias se vieron en marzo.

En tanto, se actualizó la aplicación móvil, que pasó a llamarse Cui-


dAR. Las idas y vueltas en materia técnica y política quedaron plas-
madas en un episodio del Podcast El Primer Café, de La Nación,
pero en resumen, la app no posee sustanciales diferencias con las
del resto de América Latina, especialmente las de Colombia, Ecua-
dor y Perú, que fueron tomadas como referencia -para ahondar en
la región, vale repasar las tecnologías aplicadas, por ejemplo, en Pa-
namá, consignadas en el apartado Política, aislamiento social y res-
puesta tecnológica-.

La app argentina funciona, en primer lugar, como una declaración


jurada que le permite al Estado descargar la responsabilidad de
circulación en el ciudadano que aporta sus datos. Es decir: conside-
rando que el gobierno argentino no es capaz de realizar la cantidad
mínima de testeos como para tener un diagnóstico real de la pro-
pagación del virus, utiliza la app como forma de autodiagnóstico
por el que el mismo ciudadano asume la responsabilidad de decir
la verdad sobre sus síntomas.

Dado que ese autodiagnóstico está vinculado con el CUHC, en caso


de que el usuario conteste en la app que no posee síntomas compa-
tibles con COVID-19, se le extiende habilitación para circular durante
48 horas. El sistema de verificación incluye un código QR y un token
de 3 dígitos. Se supone que la autoridad de control urbano debería
leer con su móvil ése QR y en su dispositivo aparecería el token coin-
cidente. No hay un sólo reporte de que esto ocurra en el conurbano
bonaerense.
77

Claro que, si se toma en cuenta que la herramienta obliga a colocar


el número de DNI, el teléfono y el domicilio, en materia de privaci-
dad CuidAR provocó revuelo. El gobierno nunca se molestó en infor-
mar convenientemente cómo se almacena la información, cómo se la
anonimiza, y hasta cuándo poseerá los datos que recabe, entre otras
preguntas elementales en materia de protección de la intimidad e
identidad.

Incluso quedó demostrado que, aunque en algunos teléfonos An-


droid la app consulta acerca de si se le permite acceder a la geoloca-
lización, en sistemas operativos viejos no lo hace (así que geolocaliza
quieras o no) y, peor, una vez que se instala la app, aunque luego se la
desinstale y se la vuelva a instalar intentando eliminar el acceso a esa
función, ya no es posible.

Dicho de otro modo: en Android, la app, como cualquier otro


software móvil, se vincula con la cuenta Google de forma que es
imposible tener verdadero control de lo que hace adentro de
nuestros teléfonos. Yendo al punto del rastreo, y sin olvidar que
CuidAR geolocaliza por GPS tomando los datos de Google, lo que el
gobierno puede hacer con ella es monitorear el cumplimiento de la
cuarentena, en casos en los que la app ordene al ciudadano que se
aísle. Además, por supuesto, podrá saber por dónde nos movemos,
una vez que se flexibilice el confinamiento masivo.

Por otro lado, hasta el momento no se publicó el código fuente de


CuidAr, lo que generó todavía más desconfianza entre los expertos.
Nada más lejos del modo en que Europa manejó el tema, como
quedó descrito en el apartado al respecto.

Aunque aquí cabe referir que el gobierno adaptó la ley 25326 y su


reglamentación, a la situación excepcional expresada en el decreto
260/20 que autoriza a Salud a recabar datos de los ciudadanos a
través de la app, es preciso puntualizar que ello no fue comunicado
en forma expresa por la prensa, ni sometido a debate alguno, ni
investigado. Es decir, los usuarios quedamos totalmente fuera de la
discusión en la materia.

No obstante, lo que merece un párrafo (o varios) aparte es el modo


en que, producto del desconcierto general y la dispersión del poder
de la coalición gobernante, cada provincia o distrito intentó vigilar a
su población, impedir la circulación en pasos fronterizos, y una larga
lista de etcéteras.

Uno de los hechos relevantes surge de lo descrito acerca de


habilitaciones para circulación: el gobierno nacional decidió centralizar
78

los permisos porque, a poco de haberse declarado el aislamiento


masivo obligatorio, aparecieron las excepciones. Y cada provincia,
incluso cada municipio, desarrolló con dudosa autonomía sistemas
propios. Por ejemplo, aplicaciones móviles.

De todas ellas, vale destacar la herramienta digital que creó el


gobierno de Tierra del Fuego, TDFUnida. Y no precisamente por
sus virtudes, sino por haber sido desarrollada, a todas luces, por
amateurs con ninguna trayectoria. De allí la incontable lista de
errores, falta de criterio y defectos técnicos de la herramienta. Para
mayo, ya no estaba disponible en el Playstore de Android.

Ahora bien. Hasta el momento, el mismo gobierno nacional tropieza


regularmente con el problema de que, al intentar centralizar el
control, no sólo carece de las condiciones técnicas necesarias para
lograrlo, sino que comunica mal lo que pretende.

Así, por ejemplo, en cadena nacional de principios de mayo, el


presidente Fernández afirmó que era obligatorio descargarse la app
CuidAr para todos los ciudadanos que quisieran moverse hasta el
trabajo.

Pero el lunes inmediato posterior, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero,


relativizó los dichos del presidente, y aclaró que lo verdaderamente
obligatorio es el permiso para circular, y no la app. Sólo que, según
Cafiero, “la app es la mejor herramienta para llevarlo”.

De haberse confirmado la obligatoriedad, Argentina hubiera sido el


primer país democrático en implantar semejante responsabilidad.
Cuando se revisa cómo manejaron el tema en América Latina, e
incluso Europa, siempre dieron por sentado que el uso de cualquier
tecnología es optativo, por razones obvias; entre ellas, que no se
puede partir del principio de que todos los ciudadanos accedan a un
smartphone con capacidad para usar esa herramienta.

Pues bien, sin embargo, el sábado 23 de mayo el gobernador de


la provincia de Buenos AIres, Axel Kicillof, volvió a la carga con
ese disparate, pero refiriéndose al distrito en el que él gobierna.
De nuevo, la sensación que queda en el público es, para los menos
preparados, que los responsables del poder político implantan
obligatoriedades con total desmesura, y que no queda otra opción
que acatar órdenes.

Pero en las idas y vueltas, y buscando en el escaso trabajo


periodístico que puede destacarse, se descubre, por parte de la
dirigencia política, un accionar por lo menos irresponsable. Algo así
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como que el presidente, o un gobernador, pueden decir lo que les


plazca, incluso amedrentar a la población esgrimiendo argumentos
que en pocas horas quedan desbaratados, por lo que se deduce que
los exponen para engañar a los desprevenidos.

De más está decir que se trata de mecanismos que abusan de la


ignorancia de una mayoría que no sabe que para que en un país
democrático se constituya una obligación, debe haber una norma
sancionada y reglamentada que la establezca.

Ni Fernández ni Kicillof cuentan con ese instrumento legal, y


probablemente saben que no lograrían que ningún cuerpo legislativo
sancionara algo así, pero afirman ante las cámaras que es obligatorio
utilizar CuidAr como para que la gente se asuste y la descargue.
El proceso que ninguno de ellos puede frenar es el descrédito del
que gozan, una vez que se descubre la maniobra. Que no sufran
consecuencias por usar artilugios de este estilo, habla de lo que
es Argentina. También por ello nos parece que advertir sobre este
tipo de procedimientos, debe servir, en las actuales circunstancias,
en aras de lograr una mayor legitimidad en el marco del estado de
derecho. _♦
80

REFLEXIONES
Al analizar la lógica con la que actúan las tecnologías implementadas
para combatir al COVID-19, se observa que se ha invertido la
relación entre la libertad individual y el funcionamiento del Estado.
En vez de partir de la existencia de un sistema sanitario de calidad
e invitar a las personas a vivir libremente sosteniendo ello como
premisa inclaudicable, garantizándoles que, si se enferman, se los
podrá atender, con las tecnologías móviles y la vigilancia masiva y
focalizada se accede a la intimidad de cada persona y se actúa por
anticipación.

Gracias a ello, el Estado puede limitar la libertad individual de la


población al punto de ordenar un confinamiento domiciliario vía
remota, con preciso control del cumplimiento de la medida. Así, se
da por sentado que las instituciones sanitarias no pueden brindar
adecuada atención frente a la pandemia, y se prefiere actuar sobre
la conducta de las personas -que, desde luego, ya sea por su
condición humana o, más aún, porque como ciudadanos cumplen
con sus obligaciones contributivas merecen vivir en libertad y, en
caso de enfermarse, ser atendidas en instituciones dignas.

La cibervigilancia legitimada por el Coronavirus desnuda la masiva


recolección, producción y extracción de datos, tanto bajo un
gobierno autoritario gamificado (China) como en una sociedad a
priori democrática y pluralista (EE.UU).

Cuando finalice la crisis sanitaria, quizá, las sociedades democráticas


con sus principales actores y los demócratas redomados que la
defienden tengan nuevas evidencias para debatir sobre la cuestión
acerca de la propiedad de los datos personales y la capacidad de las
diversas entidades de acceder a ellos y administrarlos. Pero también,
puede haber, concomitantemente, otros derroteros: un efecto
contagio en lo que respecta a la profundización de tecnologías de
vigilancia sobre los comportamientos poblacionales en países que
no estaban en el radar de la opinión pública, pero sí en el de los
expertos. _♦
81
82 EPÍLOGO TRUNCO, OTEANDO
UN HORIZONTE ‘DINÁMICO’

En Argentina, es frecuente que en el discurso sobre el COVID-19 se


use el calificativo dinámico. Queremos despedirnos, aquí, buceando
en esta pileta de lona que el escaso capital simbólico de nuestras
autoridades y buena parte del periodismo ha demarcado en torno
al dinamismo de la pandemia.

Según el diccionario, dinámico remite a las leyes del movimiento y


las fuerzas que lo producen. Sería el antónimo de estático. Aplicar
ese adjetivo a un fenómeno social, humano y colectivo -y más si
se trata de una pandemia- es casi como pescar en una pecera.
No hay forma de errarle, es una obviedad: jamás nada que ocurra
entre millones de personas será estático; por ende, seguro que es
dinámico. Flor de hallazgo.

Lo irritante es que el oficialismo en sus 3 distritos centrales:


Nación, bonaerense y CABA, los infectólogos oficiales aplican esa
cualidad, propia de la física, como metáfora por demás simplista,
que pretende concluir mágicamente cualquier debate. Ante el
señalamiento de errores groseros, decisiones de dudoso carácter
democrático, evidencias de que no hay un plan más o menos claro,
o hasta hechos de corrupción, todos se escudan afirmando “esto es
dinámico”.

En este sentido, el dinamismo del que dan cuenta, es de Perogrullo.


En tal caso, hay sucesos cuyo desarrollo muestra virajes inesperados,
confrontaciones llamativas, y alianzas curiosas; en ellos, el dinamismo
-si cabe el giro- es digno de destacar. Van algunos ejemplos.

En una nota firmada por Nicole Hao y publicada en The Epoch Times
se revela un hecho que merece un seguimiento atento: según cifras
de las 3 empresas chinas proveedoras de servicios de telefonía
celular, en febrero se registró una caída de 21,3 millones de usuarios
del gigante asiático. Considerando que los smartphones han sido
parte vital de la estrategia -supuestamente exitosa- de China para
parar al virus y salir del aislamiento, ¿por qué razón la gente daría
de baja su número de teléfono?

La consabida falta de transparencia en la información pública de


China genera, ahora mismo, toda clase de suspicacias. Una de las
peores: ¿la baja de líneas telefónicas tiene alguna relación con las
muertes por COVID-19 en China? Suena aterrador, pero en la medida
en que las muertes de, por ejemplo, EE.UU, son llamativamente
mayores, y dado que resulta imposible confiar en los datos oficiales
del gobierno de Xi, muchos analistas no descartan ninguna hipótesis.
83

En otra acepción un tanto forzada, podríamos afirmar que, en


ocasiones, el carácter dinámico de la crisis sanitaria refiere a su
condición vertiginosa, veloz. Probablemente se trata de un efecto
que impone la difusión de información por medios digitales
acelerados por la IA y el Big Data (sobre lo que ya hemos escrito
suficiente). Este fenómeno genera, a su vez, la sensación de que
corremos siempre detrás de los hechos. Sin embargo, si bien se
mira, a veces parece que, al revés, vamos por delante de ellos.

Aquí el asunto:

Cerca del 20 de marzo, cuando el confinamiento recién comenzaba


para nosotros, en Argentina, en EE.UU los demócratas y republicanos
negociaban activamente la prórroga a la legislación que faculta las
actividades de vigilancia, todo ello en medio del escándalo sobre
el proyecto Banjo, que involucra al Estado de Utah y a la empresa
Palantir.

En virtud de dicho acuerdo, el presidente Trump decidió usar la


Defense Production Act cuyo propósito consiste en redireccionar
capital, insumo y mano de obra en la producción de stock sanitario.
Corolario: un mes más tarde, en Estados Unidos había exceso de
respiradores mecánicos, y el problema era cómo exportarlos o
donarlos a países donde resultaran necesarios.

Algo parecido se puede conjeturar acerca del software que Alibaba


puso a disposición global. Es un programa con IA para procesar
imágenes y realizar diagnósticos sobre COVID-19. Según el reporte
de Asia Time está disponible en 11 idiomas, pero la nube está en
China. Asimismo, Huawei proveyó primero a Italia y luego a varios
países con un software similar.

Evidentemente, China sabe cómo ganar mercado y posibilidades


adelantándose a los tiempos. No cabe duda de que, al menos en
parte, semejante despliegue de infraestructura tecnológica no será
desmantelado cuando esta pesadilla termine. Tomando en cuenta
que, por presión de Estados Unidos, Huawei todavía no pudo entrar
en Europa con su servicio 5G -porque, según Trump, eso significaría
que China pueda vulnerar la privacidad de los europeos- queda claro
que Xi Jimping no resigna objetivos en materia de expansionismo
tecnológico, ni da puntada sin hilo.

Dinámica y bastante controversial parece ser la relación entre


privacidad, veracidad, democracia y poder político, al menos
en Estados Unidos. Mientras que en el consorcio Covid19Mobility
Facebook se une con ex miembros de la CIA para trabajar con el
gobierno en la trazabilidad de contacto vía app -ver LA VIGILANCIA
MASIVA- Trump se enfrenta a Twitter en medio del escándalo por
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la golpiza seguida de muerte de un ciudadano afroamericano en


Minneápolis. Va resumen.

No es novedad que Trump se descarga sin filtro vía Twitter. Pero


desde que la red social etiquetó como contenido potencialmente
engañoso unos mensajes en los que el presidente sostiene que el
voto por correo en California sería un fraude -nuevas políticas de
veracidad de la red, señaló Jack Dorsey- Trump y Twitter comenzaron
una escalada en la que Facebook se mantuvo al margen.

De hecho, en un comunicado, Zuckerberg sostiene que Facebook


prefirió no censurar de ningún modo el contenido publicado por
Trump: “Estoy en profundo desacuerdo con cómo el presidente se
ha expresado sobre esto, pero creo que la gente debe poder verlo
por sí misma porque exigir responsabilidad por esas posiciones del
poder sólo es posible cuando lo que han dicho puede ser examinado
en abierto” explicó.

Todo viene a raíz del debate acerca de la infodemia que se montó


sobre la pandemia. Twitter parece haber recogido el guante sobre
la responsabilidad que les cabe a las redes sociales por el contenido
falso o engañoso que en ellas se publica, mientras que Facebook
(que desde Cambridge Analytica viene más golpeado por controles
y cuestionamientos, en Europa y EE.UU) prefiere no intervenir, con
lo que estaría dándole un guiño a Trump. Esto es coherente con su
participación en el consorcio de tecnologías COVID-19 citado.

La última hora del conflicto Trump - Twitter se produjo como


consecuencia de tuits directamente violentos del mandatario,
refiriéndose a las protestas en Minneápolis, luego de que un efectivo
de la policía matara a George Floyd estrangulándolo contra el
suelo. La comunidad afroamericana inició fuertes protestas y, frente
a la posibilidad de que hubiera saqueos, Trump advirtió que “si
empiezan los saqueos, empiezan los tiros”. En definitiva, la noche
del 31 de mayo terminó con saqueos y toque de queda en Nueva
York y Washington.

Con el antecedente inmediato de que Trump había firmado una


orden de regulación de las redes, consecuencia de las nuevas
políticas de veracidad antedichas, Twitter colocó, delante de
uno de los tuits de Trump, un cartel advirtiendo que se trata de
contenido que glorifica la violencia. Facebook, en cambio, permitió
la publicación sin intervenir.

Si bien Trump intentó aclarar que su mensaje no amenazaba


a nadie ni glorificaba la violencia, sino que informaba sobre el
accionar esperable de las fuerzas de seguridad, queda abierto el
85

debate sobre qué responsabilidad poseen las GAFAM y las redes y


plataformas digitales, en general, sobre el contenido que se vierte
en ellas. La crisis sanitaria ha puesto este problema sobre la mesa
con renovada importancia.

Volviendo a Argentina, ‘dinámico’ también significa aprender sobre


la marcha, pero habría que hilar un poco más fino acerca de qué
cosas es tolerable que los políticos aprendan en medio de la crisis, y
cuáles deberían darse por sabidas cuando alguien asume un cargo
público. Si no, más que dinámica, la gestión del conflicto resultará
una calamidad.

El caso: en un principio los representantes del Ejecutivo nacional y


provincial (Buenos Aires) no parecían haber entendido la utilidad,
naturaleza y alcance de contar con una aplicación móvil para
COVID-19. Pero luego de dos actualizaciones y la iniciativa de
centralizar el Certificado de circulación en manos de Nación, la app
CuidAR comienza a resultar amenazante.

La referencia alude a la cantidad de información personal que, desde


la última semana de mayo, la app obliga a colocar en su apartado
de gestión del CUHC. Dejando de lado las absurdas declaraciones
de Fernández y Kicillof respecto de la obligatoriedad de contar con
una herramienta digital -ya explicamos en LA VIGILANCIA MASIVA
que no es obligatorio usar la app, aunque las autoridades amenacen
por la prensa- lo cierto es que sí es obligatorio contar con dicho
permiso de circulación.

Así, a fines de mayo, para permitirle a un ciudadano argentino circular


por la vía pública, el gobierno nacional solicita los siguientes datos
personales: el nombre completo, el número de DNI y el número
de trámite del mismo, el domicilio, el dominio -la chapa patente-
del vehículo con el que se traslada, o la identificación de su tarjeta
SUBE, y el CUIL. Si a esto le sumamos que mucha gente cree que es
obligatorio descargarse la app CuidAR, entonces, además, estará
informando datos de autodiagnóstico y geolocalización, todo en
el mismo paquete. A pesar de vivir en tiempos excepcionales en
los que una pandemia se está cobrando muchas vidas, resulta por
demás excesivo -al margen de la ley- el establecimiento de ese
requerimiento de datos para poder circular6.

En tal sentido, es llamativo que algunos progresistas que ponían


el grito en el cielo acerca del modo en que las GAFAM obtienen y

6
Y peor para quienes obtener ese permiso es un lujo, es decir, los que no son trabajadores
exceptuados o esenciales. ¿A ellos solo les queda estar en su casa sin asomar la cabeza por
la ventana?
86

usufructúan datos personales, hoy defiendan, justificándola por la


pandemia, esta avanzada del gobierno sobre la privacidad -y sobre la
libertad de movimiento. Brindar por obligación semejante cantidad
de información en formato digital, disponible para perfilarnos,
permitiendo a quien detente el poder del Estado vigilarnos en
forma masiva y cibercontrolada, es una clara amenaza a la libertad
individual.

Sin intentar agotar el debate, es fundamental comprender que,


desde el punto de vista democrático, del mismo modo que, frente a
otros períodos de nuestra historia y a otras problemáticas, se le suele
atribuir a quien posee el aparato estatal mayor responsabilidad que
a cualquier particular (por ejemplo, eso ocurre cuando, salvando las
distancias, se cita la Teoría de los dos demonios), cabe también en
este caso exigir al gobierno más rigor que a cualquiera.

Y si bien es cierto que es responsabilidad de quien gobierna velar


por la salud pública y la paz social, para lo cual puede resultar útil
contar con cierta información, no es menos digno de destacar que
no hay mayor construcción de poder que la de cualquier gobierno,
que detenta la facultad de usar la violencia física legítima. Ningún
privado -sea una empresa o un individuo- tiene un ejército propio,
ni fuerzas de seguridad, así como tampoco ostenta la capacidad de
obligar, como lo hace el Estado.

Tal como señaló Max Weber, esta es una de las características del
Estado moderno; sin embargo, el mismo autor fue quien señaló que
es la política -por tanto, el debate y la discusión responsables en
el parlamento- la que debe limitar el accionar de los políticos, así
como también el de la jaula de hierro burocrática7.

Más aún. Quienes sostienen que es injusto que, en materia de


privacidad, y dada la excepcionalidad actual, seamos quisquillosos
con el Estado en relación a nuestros datos personales -e, incluso
sensibles- mientras que aceptamos tranquilamente que las GAFAM
los usen, pasan por alto algunos detalles:

Primero, que sabemos más que sobradamente que hay muchísimos


usuarios de las TICs que no tienen idea de cuánto de su privacidad
entregan a cambio de los servicios digitales ‘gratuitos’ que reciben.
En esos casos, bien vale que este interregno sirva para generar
conciencia sobre el problema de la privacidad en tiempos de IA y
Big Data. Y que el gobierno dé el ejemplo no estaría nada mal.

7
Cumpliéndose cien años de su muerte este año, tal vez hoy más que nunca haya que releer
algunas de las obras de Weber, aunque puedan sonar desactualizadas sus teorías sobre la
máquina burocrática.
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Segundo, analizando el caso de quienes sí saben lo que ocurre con


su información personal en el mundo virtual, deberíamos respetar
la potestad de cada quien de resignar privacidad a cambio de
servicios. Elegir es propio de regímenes en los que se respeta la
libertad individual. El gobierno debería preguntarse qué ofrecen
Microsoft, Google, Facebook, Instagram y las demás, para que el
consumidor acepte resignar privacidad.

Tercero, del punto anterior podría inferirse que el gobierno, si


pretende que los argentinos se descarguen la app CuidAR, debería
pensar qué incentivos (y garantías) debe ofrecernos, más allá de la
retórica inflamada del Estado protector, desprecio por la libertad
de elección, y verdades de Perogrullo. Si la credibilidad oficial no
cotiza alto, las razones son más que obvias, y se encuentran en la
prosapia de muchos de quienes conformaron el Frente de Todos.

Los datos que brindamos con la app CuidAR, ¿no podrían usarse
para lograr mejorar la situación de quienes están padeciendo
calamidades económicas? Trazabilidad ciudadana mediante, ¿no
podría pensarse en una planificación que promueva una mayor
equidad social en momentos de tanto sufrimiento, en lugar del
control y la vigilancia?

Pero, cuarto: si acordamos en que las GAFAM engañan a los


usuarios y obtienen sus datos en forma ilegítima y/o ilegal, entonces
debemos trabajar para que dejen de hacerlo -y valdría empezar
por preguntarse qué cosas no hicieron los gobiernos mientras esos
monstruos crecían y crecían- en vez de intentar nivelar para abajo,
y enojarnos porque el Estado también quiere abusar de nosotros y
nos ponemos meticulosos con él.

Aquí cabe apelar a la responsabilidad de tantos intelectuales que


defienden los atropellos a la libertad en medio de la excepcionalidad
de la situación, no alzando la voz sino, por el contrario, dando apoyo
moral e intelectual a lo indefendible. No menos responsabilidad les
cabe, por supuesto, a las oposiciones, de ayer, hoy y siempre.

Tal como afirma un documento reciente, firmado por personalidades


de las más diversas disciplinas, en Argentina, y en todo el mundo, la
democracia está en peligro, porque, desde la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, en 1948, no se había presentado una
razón de más peso para cercenar libertades, ni instrumentos más
poderosos para llevar a cabo decisiones antidemocráticas en
democracia.

Otra vez el lenguaje mostró la inventiva y entonces, en Argentina,


se habla de infectadura, con un neologismo que pretende señalar
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que hoy, en Argentina, impera una dictadura de los infectólogos.


Resulta excesivo comparar al actual gobierno con una dictadura; sin
embargo, cabe reflexionar por qué andarivel está yendo la actual
democracia argentina, incluso desde hace algunos años.

De hecho, ilustra el punto un ejemplo de censura que tuvo lugar en


el Canal de la Ciudad de Buenos Aires. A partir de que el periodista
Nicolás Lucca hizo pública su adhesión a la solicitada aludida, las
autoridades del canal (parte del gobierno de Horacio Rodríguez
Larreta) no le permitieron debatir sobre ese texto en el programa
de cuyo staff forma parte.

También, es ‘dinámica’ la crisis, por inabarcable para el humano.


Desde diciembre de 2019 hasta fines de marzo se publicaron algo
más de 2000 papers y reportes científicos sobre el COVID-19. Un
trabajo conjunto entre Microsoft Research, la Biblioteca Nacional
de Medicina, el Instituto Allen para IA y la plataforma kaggle.com
reunió un conjunto de más de 29 mil papers y reportes sobre la
familia amplia de SARS.

Es, evidentemente, demasiada información, y su enorme caudal no


resulta práctico a la hora de tomar decisiones.

Y, sin embargo, a pesar de todo, deberá ser ‘dinámica’ la actitud de


Epimeteo, el mellizo de Prometeo, en esta nueva edición de la vieja
historia. A nosotros, a nuestros hijos y a nuestros nietos, nos queda
ir detrás de los hechos, mirar el pasado y pagar los platos rotos de
las decisiones que hoy se están tomando. Eso hacía Epimeteo, a
diferencia de su hermano, el astuto, que miraba el futuro y siempre
quería estar un paso adelante. Invocando al inolvidable Ortega y
Gasset:

¡Epimeteo, a las cosas!


Un virus pandémico cuyo origen -más allá de la geografía de Wuhan- se
discute. La estruendosa caída de la credibilidad de la OMS, y el pánico y
las muertes por millares dando la vuelta al mundo. La economía global
destruída mientras crece la rispidez entre Estados Unidos y China.

En semejante escenario, tres autores argentinos analizan lo ocurrido en


el mundo desde que el SARS CoV 2 comenzó a esparcirse, y sobrevino
el shutdown: de los discursos y las políticas al lugar de la ciencia
experta, la construcción del futuro, y las tecnologías disruptivas como
gran novedad en la defensa global contra “el enemigo invisible”.

La preocupación que sobrevuela el texto es cuán onerosa será esta


crisis, pero no en términos económicos sino, fundamentalmente,
políticos: ¿cómo quedarán las democracias, y dónde nuestras libertades
individuales? ¿En qué medida gravitan, sobre las decisiones sanitarias
y demográficas, los Derechos Humanos vigentes desde mediados del
siglo veinte?

Describir y explicar un suceso mientras se desarrolla, es siempre ingrato.


¿Pero qué otra cosa les cabe a quienes no logran darle la espalda a la
libertad?

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