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HISTORIAS REALES

Señoras Bien... Que


se Portan mal
Javier Araiza
Javier Araiza ejerce el oficio de escribir en
México. Director-Fundador del diario nacional
deportivo 'ESTADIO', Director-Fundador del diario
regional de información general 'DIARIO DE
TOLUCA', Director-Fundador de la revista deportiva
'PENALTY",de circulación internacional, Director-
Fundador de la revista deportiva 'TIRO DE
ESQUINA', de circulación internacional y ganador de
tres concursos de cuento de Juegos Florales a nivel
nacional: En León con el cuento 'LA CARTA'; en
Celaya, con el cuento 'NO TIENE LA CULPA EL
INDIO' y en Toluca, con el cuento 'AGUA'.
2015, Javier Araiza
Derechos reservados

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por cualquier medio, sea éste
electrónico, mecánico, por fotocopia,
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del copyright. La infracción de los
derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la
propiedad intelectual (Arts. 229 y
siguientes de la Ley Federal de
Derechos de Autor y Arts. 424 y
siguientes del Código Penal).
Índice
Advertencia del autor
1. ¡Le enseñé todo al chofer!
2. Gang Bang en Zipolite
3. Los calzones de la dama
4. El chavo agasajó a la Doña
5. ¡Sexo en el consultorio!
6. A los 40, su primer Video Porno
7. Puta por venganza
8. Hambrienta de Sexo
9. Sin bragas por Vallarta
10. Sexo en la Oficina
11. Con otro, su primer orgasmo
12. Affaire a la Francesa
13. ¡Me encantaba ser tu puta!
14. Caliente y morbosa
15. Del Té Canasta a Puta Callejera
16. La Vecina Cachonda
17. ¡...Preferí Sexo que Cartera!
18. La mamada de mi vida
19. El Sexo es de Satanás... ¿O de
Dios?

P.D: ¿Tienes tu propia historia?


Cuéntala en jaraiza1@hotmail.com y
podrás ser uno de los protagonista de
nuestro próximo libro.
ADVERTENCIA
Éste no es un libro de ficción. Es una
recopilación de historias verdaderas,
auténticas, de mujeres reales que por
internet o personalmente, dicen todo, sin
recato y sin pudor, de su (libertinaje)
libertad sexual.
Sin esconder nada, confiesan sus
más íntimos secretos a un personaje en
común, Valentino (mi amigo, mi
hermano), un granuja seductor, amante
ocasional de varias de ellas, que supo
tocar las fibras más íntimas de sus
emociones. Hartas de una hipócrita
sociedad de doble moral, estas señoras
reconocen su sexualidad y la ejercen por
gusto, como algo natural y saludable, sin
tener que pedir perdón ni sentir
vergüenza, desprendiéndose de la
etiqueta absurda de intachables damas,
decentes, honorables, castas y puras.
Estas admirables damas comparten
ahora, gustosas, sus candentes vivencias,
porque una aventura quiere compartir su
gloria con el mundo. Ningún acto es tan
privado que no guste del aplauso.
Son mujeres realistas, lúcidas,
independientes y eróticamente vivas,
capaces de combinar esa cotidianidad
que todos conocemos, con sus pasiones
más salvajes.
Todas ellas, sin excepción, son
mujeres maduras, respetables señoras,
damas de club, reconocidas y honradas
en los diferentes núcleos sociales a los
que pertenecen. Por ello hemos
preservado su identidad con otros
nombres, así como la de los varones que
se mencionan.
¡…LE ENSEÑÉ TODO AL
CHOFER!
-¿Entonces qué, señorita Montserrat?
¿Me va a enseñar las nalgas?
-Ya, Arturo, ¡vámonos que se hace
tarde!
-Enséñeme poquito, nada más. ¡Mire
cómo me tiene!
-Ya súbete y vámonos, que se hace
tarde. No estés con tus cosas.
-Poquito… Un poquito nada más.
¡Ándele, Monse…!
-¡Ay! De veras que estás re loco…
-¿Entonces, sí?
A punto de subir al sitio del
copiloto, la insistencia del chofer
dispara el morbo de Montserrat.
Un inquietante y divertido
pensamiento juguetea en su mente.
-Total, ¿qué pasa si le doy tantito
gusto a este pobre güey?
En su pinche vida va a ver algo
igual…-piensa.
Arturo, en la esquina trasera de la
camioneta, esperaba que Montserrat
abordara.
Le extasiaba contemplarla al
momento de subir.
Para alcanzar el estribo tan alto,
Montserrat debe subirse un poco una de
esas faldas tan
justas y cortas que acostumbra
vestir.
El chofer ardía al ver los torneados
y firmes muslos que dejaba ver la
secretaria al trepar al vehículo.
Cosa de todas las mañanas:
Cumplido el ritual, rodeaba el automotor
y tomaba su lugar
al frente del volante.
El hombre estaba por dejar su
posición de mirón, cuando una súbita
ola de calor le sube
por la piel al escuchar a
Montserrat...
-Te voy a enseñar, pero solo un
poco, ¿eh?, pero ya nos vamos…
-¡Sí, Monse, sí!...-balbuceó
sorprendido y emocionado el empleado,
con los
ojos desorbitados.
Montserrat, de espaldas, se inclinó y
separó las piernas.
Se levantó la falda hasta la cintura y
mostró al turbado Arturo un trasero
redondo,
enorme, espectacular, cubierto por
una pantimedia negra.
-¡Alabado sea el señor…! ¡Bájese la
pantimedia, Señorita!, suplicó
enardecido…
-¡Oyeee, quieres todo…! Bueno, a
ver…
Montserrat, excitada, se volvió a
inclinar. Sentía la entrepierna
humedecida y decidió
complacer al chofer. Con la falda
arremangada, metió los pulgares en el
elástico de la
pantimedia y jaló hacia abajo. La
dejó a media pierna.
Arturo casi se desploma ante la
inesperada y deslumbrante vista.
El negro de la pantimedia mostraba
un espléndido contraste con la blanca
piel de Montserrat.
Ahí estaban, en toda su gloria, las
hermosas piernas y el soberbio trasero,
vigoroso y espectacular, que todos
admiraban y deseaban.
Arturo tenía a unos metros lo que
nunca imaginó ver:¡El tentador culo de
la secretaria del patrón, la señorita
Montserrat, cubierto apenas en el medio,
si eso es cubrir, con el hilo dental de la
diminuta tanga!
A la vista, dos inmensos hemisferios
firmes y deliciosos, que invitaban a la
caricia y al abuso obsceno.
-Se los mordería como loco y los
lamería por horas…- pensó afiebrado
Arturo.
“Le haría a un lado el hilo y se la
empujaría hasta el fondo…” gruñó
desquiciado.
Temblando, irreverente, Arturo,
desbocado, se atrevió.
-¡También los calzones, Señorita…!
-¡Que calzones ni que nada! Ya me
viste todo. Ahora sí, ¡vámonos…!
Montserrat se enderezó, se subió la
pantimedia, la acomodó y se bajó la
falda.
Abrió la portezuela y abordó la
camioneta.
Vacilante, temblando, Arturo llegó
al sitio del chofer, completamente
aturdido.
¡Cuánto había soñado con verla así,
Señorita! No sabe cómo se lo
agradezco… Ya me
puedo morir a gusto.
-¡No me agradezcas nada ni te
mueras, pero ya vámonos!
-Es que no puedo ni prender la
camioneta. Me tiene todo pendejo…
-¡Que pendejo ni que ocho cuartos!
Ya vámonos que se hace tarde.
-Es que mire cómo estoy…,
balbucea Arturo, indicándole con un
gesto de la cabeza lo
que quería que viera Monserrat en el
vértice de su pelvis.
Montserrat, que sentía un cosquilleo
inquietante bajo el vientre, no puede
evitar un
arrebato sorprendente y lo presiona
fuerte por unos segundos.
-¡Ay, Arturo, qué barbaridad…!
¿por qué tan alebrestado? Bueno, ya…
¡vámonos que
tengo cita con el estilista!
Arturo, abrumado, cerró los ojos,
apretándolos. Se frota la cara,
conmocionado, y
luego, con mano temblorosa, pulsa el
encendido. Mecánicamente mueve la
palanca de
velocidades y arranca.
GANG BANG EN ZIPOLITE
Desnuda, mi mujer posa en medio de
Enzo y Ramiro, también desnudos. La
idea fue de Enzo, que pidió una
fotografía con Brenda y Ramiro. Brenda
se cubría con un vestido amarillo
playero sobre el bikini. Los muchachos
llevaban shorts.
Abrazados, listos para la fotografía,
advertí que era una incongruencia
tomarse fotos con ropa en una playa
nudista. ¡Estábamos en Zipolite!
De inmediato, Enzo y Ramiro se
zafaron el short y en segundos quedaron
totalmente desnudos. Brenda se sacó el
vestido por la cabeza y mantuvo el
bikini.
-No se vale. Brenda no está desnuda
–protestó Enzo.
-No hay problema -dije riendo y fui
hacia ella para arrancarle el bikini. Los
muchachos enarcaron las cejas,
sorprendidos por el frondoso penacho
que Brenda lucía en el pubis. Ramiro,
comedido, le quitó el sostén ante la
mirada complaciente de mi mujer.
Yo seguía observando desajustes en
la pose. Había algo que no cuadraba.
¡Carajo! –exclamé- Cuando las amigas
de Brenda vean esta foto, van a rebotar
de risa. ¿Cómo puede ser que dos
chavos de menos de veinte estén con la
cuestión dormida junto a una mujer
desnuda?
-Si no les molesta, yo se los toreo -
propuso sorpresivamente Brenda.
-¡Qué demonios nos va a molestar,
señora! Será un lujo, un placer que nos
toque -apuntaron con entusiasmo los
muchachos-. Brenda alargó los brazos a
los lados y se aferró de los dos. Los
sacudió con destreza y rápido los vio
crecer entre sus manos. No tardó mucho
en ufanarse de blandir dos endurecidos
remos.
Horas antes habíamos recorrido en
lancha la bahía de Puerto Ángel. Entre
otros turistas, iban Enzo y Ramiro. Se
distinguían por bromistas y divertidos.
Los dos, flacos, altos, huesudos y
lampiños. De similar estatura, parecían
gemelos. Enzo, más vivaz, de rostro
anguloso y boca amplia, lucía una
prominente nariz aguileña. Ramiro, de
cara cuadrada, sin rasgos
característicos, pelo cortado a cepillo,
pasaría inadvertido en cualquier lado.
Mar adentro, el capitán detuvo el
motor e invitó a echarse al agua a nadar
o bucear. Sin pensarlo, Enzo se lanzó en
un perfecto clavado, al igual que varios
más. Ramiro, en cambio, se metió al
agua deslizándose por la pared del bote.
-Vente acá, Ramiro, no seas maricón
–arengaba Enzo-, alejado unos metros
de la embarcación. Ramiro, aferrado al
casco, no hacía caso al tono burlón de
Enzo.
Enzo nadó de regreso y por la fuerza
quiso zafar a Ramiro del bote. -¡Vamos,
homosexual, no te pasa nada! -le insistió
festivo-. Forcejearon y, por fin, Enzo
consiguió llevarse a Ramiro a distancia
del navío. Angustiado, Ramiro
manoteaba desesperado ante las
risotadas de Enzo y de los otros
excursionistas.
Luego de un rato, con Ramiro
braceando como loco para no hundirse,
Enzo lo tomó del cuello y lo llevó al
navío. Tosiendo y escupiendo agua,
pudo subir a cubierta con mi ayuda.
-¿Así te llevas con tu amigo? -
preguntó Brenda a Ramiro.
-Es muy cabrón, pero también muy
cuate -tartamudeó.
Brenda le dio unas palmadas en la
espalda para que terminara de expulsar
el agua que había tragado. -Bebe
cerveza para que se te quite el sabor del
agua de mar -le invitó.
–Gracias -balbuceó Ramiro,
inclinado sobre sus rodillas.
-¿Ya se te pasó el susto?- preguntó
Brenda, frotándole la espalda desnuda.
-¿Qué onda con este homosexual? -
descargó Enzo entre carcajadas
burlonas, una vez que regresó a bordo-
No pasa nada –ilustró-. Deben pasar
once minutos debajo del agua para que
alguien se ahogue. ¡Pero, mira qué bien
atendido estás, cabrón! Hasta con cheve
y todo. Si he sabido, hasta finjo que me
ahogo.
-También te convidamos una - le
dije.
-¡Ah, pues así ni quien diga nada!
El episodio, nada gracioso para
Ramiro, sirvió para iniciar una
entretenida relación con los muchachos.
El resto del viaje lo pasamos platicando
y bebiendo con ellos. A medida que la
confianza crecía, la afinidad con los
recién conocidos empezó a inquietarme.
Empezó a ronronearme en la cabeza la
posibilidad de que Brenda tuviera un
escarceo sexual con ellos.
Y vaya coincidencia: Enzo y
Ramiro, por su parte, también
vislumbraron la expectativa de hacer
algo con Brenda, como lo confesarían
luego.
-La neta que tu mujer nos gustó
desde que la vimos, Valentino –afirmó
Enzo cuando los cuatro ya platicábamos
animadamente en la Playa del Amor,
luego del paseo por Puerto Ángel.
Habíamos convenido con Enzo y
Ramiro que al término del recorrido
seguiríamos la animada charla en algún
lugar y con más cerveza. Elegimos la
Playa del Amor y hasta ahí fuimos con la
provisión de dos cartones de cerveza.
La Playa del Amor es parte de
Zipolite. Es única e increíble, por
reservada y discreta.
Se trata de una pequeña superficie
de arena dorada de unos dos mil metros
cuadrados, limitada al frente por el mar
y encapsulada en su perímetro por
acantilados de gran altura.
A la Playa del Amor se llega en
lancha por mar, o escalando un agreste y
zigzagueante camino que libra la cresta
más baja de la montaña, colindante con
la Playa de Zipolite.
Protegida por el entorno, la Playa
del Amor es el lugar ideal para una
cálida e íntima convivencia o para un
festín de sexo, algo habitual ahí que no
sorprende a nadie.
Con el desenfado que genera la
bebida, Enzo confiesa la atracción que
sintieron por Brenda. –Se notaba que
ustedes son de mucha onda, Valentino,
así que le dije a Ramiro que tal vez nos
dieras chance de llegarle a tu mujer.
Di un sorbo a la cerveza, antes de
soltar la carcajada ante el atrevimiento
de Enzo, que fue a más, preguntando si
formábamos parte del movimiento
swinger.
Sin quererlo, Enzo pulsaba un tema
del que me apasiona hablar. Di otro
sorbo a la botella y pasé la lengua por
los labios antes de hablar.
-Mira, tanto como swingers, no -
expliqué con aire doctrinal, apoyando la
botella en la arena-. Pero en nuestros
viajes, si las condiciones son propicias,
Brenda juega y se divierte con alguno
que allí conozcamos y nos inspire
confianza. A ella le gusta ese retozo y a
mí me excita mucho. Les diré que
Brenda siempre lo ha hecho con un solo
hombre, pero ahora, con la química que
surgió con ustedes, pensamos en la
posibilidad de que lo hiciera con los
dos. Increíble, ¿no? Ustedes y nosotros
en la misma sintonía. Suena magnífico,
¿no?. ¡Muy excitante!
-¡Uta, Valentino! Ustedes sí que son
a toda madre, soltó Ramiro.
Entrado en materia, ya no me detuve.
Me desboqué. Me gusta hablar de sexo.
Pero me apasiona, sobre todo, opinar
sobre relaciones de pareja y su
interacción con terceros. Atentos, Enzo y
Ramiro me miraban concentrados, sin
dejar de beber.
Y mientras Brenda se entretenía
pateando guijarros en el moderado
oleaje, continué: Reconozco que me
calienta mucho que mi mujer esté con
otro y verla cuando la soban, la
cachondean y ella grita de placer. Es
algo que practicamos desde hace mucho
tiempo y sabemos que es un estilo de
vida muy común en un gran porcentaje
de parejas.
-¡Qué emocionante! ¿Y les fue fácil
hacerlo desde siempre? –pregunta Enzo,
curioso.
-Para nada. Reconozco que al
principio me sentía confundido y
desconcertado. Me aturdían una mezcla
de sensaciones contradictorias. Iba de la
pasión y excitación a los celos y a la
vergüenza de sentirme culpable por
pulsar lo prohibido. Llegué a pensar que
estaba enfermo por desear ver a mi
esposa manoseada por otros.
-¡Oye, qué interesante! Lo que
estamos aprendiendo –apunta Ramiro.
-Tengo claro que todo empezó
cuando vi un artículo sobre intercambio
de parejas. Esa lectura me calentó
mucho. Y lo curioso es que yo
fantaseaba, imaginando a mi mujer
cogiendo con otros, pero yo no me veía
cogiendo con otras. Lo que me prendía
es lo que hiciera Brenda. Nada más.
Llegué a masturbarme dos o tres veces
por semana pensando que Brenda tenía
sexo con otro hombre.
-¿Y qué pensaba Brenda de eso?-
interrumpe Enzo.
- De arranque no le conté mi
inquietud. Tuve miedo de su reacción.
Pero mi fantasía fue creciendo tanto, que
ya no pude contenerme y terminé
contándole. Cuando se lo dije, todo fue
como un juego. Pero a medida que pasó
el tiempo, el juego se volvió una
obsesión. Llegué a pedirle que tuviera
sexo con otro hombre y que luego me
contara. Nunca sucedió, porque
enseguida me envolvía un sentimiento de
culpa por lo que había dicho y sentido.
-¡Qué plática, Valentino! La verdad
que agradecemos todo lo que nos dices.
Es una cátedra de vida. Por Dios. Pero,
¿qué hiciste para quitarte las culpas?,
porque se supone que superaste esas
culpas –cuestiona Enzo.
-Pues miren, queriendo expiar lo que
consideraba una aberración, le comenté
a una amiga los deseos que me
apremiaban. Mi sorpresa fue mayúscula
cuando dijo que daría lo que fuera
porque su marido le propusiera lo
mismo.
-¡Demonios!-, exclamó Ramiro
sorprendido.
-No me conformé con esa opinión y
busqué a otra amiga. Su comentario fue
categórico: “Tu mujer es muy afortunada
por tener un marido de mente tan abierta
y que la ama tanto, como para permitirle
disfrutar con otros. Si se porta a la
altura y sabe alimentar tu morbo, sus
aventuras serán cada vez más
excitantes”.
-¡Genial, mi Valentino! Había
escuchado por ahí de mucha gente que
hace esto y sin bronca alguna, pero es la
primera vez que lo oigo de primera
mano. Cuando me case quiero llevarme
así con mi mujer. –confió Enzo-. Pero
sigue contando -apuró-.
-Para muchos, los juicios de estas
señoras hubieran sido más que
suficientes para desmitificar el tema,
pero yo todavía fui por el parecer de un
amigo. Con lo que dijo, quedé
plenamente convencido que mi fantasía
podía materializarla sin ninguna carga
emocional. Esta fue su respuesta:
“¡Caramba! ¿Sabes desde cuándo me
revolotea eso en la cabeza? Te quiero
decir que me excita la idea de ver a mi
mujer con otro. Me pone cachondo y me
enloquece, y hasta llego a masturbarme.
¡Hazlo y luego me dices cómo puedo
llegar a concretarlo!”.
-¡Qué padre saber todo esto! Este
viaje sí que ha sido muy ilustrativo –
señala Ramiro.
-Luego de eso -prorrumpió
Valentino-, rompí con prejuicios y toda
esa monserga de pensamientos
moralistas y pendejos. Desde entonces,
la relación con Brenda ha crecido y
madurado. Y, la verdad, nos hemos
divertido mucho provocando y saltando
sobre pacatas y obsoletas reglas de
moral.
Igual entendemos que esto no es
bueno ni malo. Simplemente es algo que
te atrae o no te atrae, como cualquier
otra cosa que tiene que ver con el gusto
de cada persona. Y por cierto, es una
práctica más normal de lo que uno cree.
- ¿Y te excita exhibir desnuda a
Brenda? –cuestiona Ramiro.
-Por supuesto. Siempre he sentido
una gran calentura exponiendo a Brenda
desnuda o mostrando fotos de ella,
también desnuda. Tiene una
impresionante mariposa negra entre las
piernas y un magnífico culo redondo, de
suaves curvas. Sería criminal que otros
no conocieran semejante belleza, ¿no
creen?
Enzo y Ramiro soltaron la risotada y
asintieron con un movimiento de cabeza,
sin ocultar su calentura, cada vez más
impactados con la plática. Cuando no
bebían cerveza, tragaban saliva,
nerviosos.
-También les digo que lejos de
enojarme, me halaga que todos aquellos
que han conocido en persona o en
fotografía el trasero desnudo de Brenda,
hablen de lo que vieron.
Algunos me criticarán, seguro, pero
todos me envidiarán por ser el dueño
del fabuloso trasero duro y esférico de
Brenda.

Excitado al máximo, veía a Brenda


deslizar sus manos en Ramiro y Enzo. Al
parecer, ninguno parecía dispuesto a
parar. Brenda agitaba las manos con
intensidad y los muchachos
entrecerraban los ojos, crispándose, con
los brazos colgando.
-¿Y las fotos, qué? –grité,
interrumpiendo el juego de muñecas de
Brenda sobre sus afiebrados
compañeros de diversión.
Brenda soltó aquellas varas
descargando una carcajada. Los otros,
resoplando, veían resignados cómo
palpitaban al aire sus inflamados
instrumentos.
Para recuperarse de tan fragorosos
momentos, Brenda y los muchachos se
separaron y caminaron con absoluto
desparpajo. Los tres, desnudos, sin
pudor ni vergüenza, iban de un lado a
otro de la playa.
Repuestos, se acomodaron para la
primera foto. Brenda se puso en medio,
calibrando la erección de sus
compañeros. Enzo le pasó la mano por
la espalda y alcanzó el pecho izquierdo.
Ramiro prefirió posar la mano en el
trasero de Brenda.
La segunda toma fue sugerida por
Enzo. Con Brenda siempre en medio, se
pusieron de espaldas a la cámara. Enzo,
que estaba a la derecha, extendió la
mano izquierda para rodear la nalga
izquierda de Brenda. Ramiro, colocado
a la izquierda, estiró la mano derecha
para sujetar la nalga derecha de mi
mujer. Brenda, a su vez, abrazó a los
dos por la cintura.
Vino la otra 'toma' en la que Enzo y
Ramiro flanquearon a Brenda,
colocándose de perfil. Con un soberbio
juego de manos, mi mujer complacía a
los dos muchachos.
A medida que las fotografías se
sucedían, aparecía lo excesivo. Aunque
Brenda suele relajarse y acceder a
cualquier cosa en las playas, no dejaba
de sorprenderme su disposición hacia
las propuestas cada vez más atrevidas y
procaces de Enzo.
Me sorprendió, sobre todo, que no
protestara cuando le sugirieron que se
colocara a gatas, con el trasero hacia la
cámara. Enzo y Ramiro, sentados en la
arena, a cada lado y de frente, se
acodaron en su grupa. “Esta fotografía
bien podía llamarse el sol entre
montañas”, refirió Enzo entre
carcajadas.
En la siguiente fotografía, los
muchachos levantaron a Brenda y la
acomodaron en sus hombros,
sosteniéndole una pierna cada uno. Se
apartaron un poco, sin soltar a Brenda, y
quedó una fotografía de concurso:
Brenda en las alturas, abierta, apoyada
en los dos chavos, mostrando sin
vergüenza su sexo.
Bañado en sudor, calientísimo, con
la sangre golpeando mis sienes, seguía
disparando la cámara. Brenda, en medio
de Enzo y Ramiro, se desatendía de sus
erecciones y pulsaba a cada uno el
volumen de sus testículos. Otra
fotografía de concurso, pensé.
Ahora Brenda estaba sentada en una
roca. A sus lados, de pie, Enzo y
Ramiro, manoseándose, apuntaban a la
altura de su rostro. Mi mujer, que ya
había hecho un hábito restregando sus
paquetes, los atendía con una estupenda
sobada de testículos. De pronto, Enzo se
convulsiona y suelta un profundo
gruñido. No pudo evitar derramarse en
el pecho de Brenda.
Pensé que Brenda saltaría
escandalizada, apartándose de los
muchachos. Extrañado, pero a la vez
fascinado, vi que en vez de eso,
entrecerró los ojos, soltó los miembros
y esparció el líquido en su piel.
Ninguno se alteró con la inesperada
corrida de Enzo. Ni siquiera se comentó
el hecho. Creo que yo era el único
shockeado. Como si no hubiera pasado
nada. Enzo, enardecido, empujó a
Brenda sobre la arena, bocarriba. De
rodillas, a su lado, se inclinó sobre su
vientre, le separó las piernas y lamió
con avidez.
Ramiro, del otro lado, se ocupó de
los pechos, amasándolos y chupándolos.
Brenda respondió sobando los
endurecidos y calientes miembros de los
dos muchachos, en un vaivén rítmico y
constante.
Estuve a punto de reventar. Nunca
había visto a Brenda haciendo un trío.
La escena era demencial, desquiciante.
Todos nos olvidamos de la sesión
fotográfica. El disfrute visual, los
gemidos, configuraban un marco de
brutal sexualidad que nunca imaginé
gozar.
Ramiro, impaciente y sumamente
exaltado, no aguantó más. Apartó a Enzo
de un empellón y se echó sobre Brenda.
Entre sus piernas, fue directo. Se deslizó
suavemente con extrema facilidad.
Cuando ya no pudo ir más allá, empujó
con brusquedad. Contundente. Violento.
Con arremetidas brutales quiso marcar
su territorio. Al golpe inmoderado de
Ramiro, Brenda replicó empujando
hacia arriba las caderas
A un lado, recostado bocarriba,
Enzo se pajeaba. Brenda alargó el brazo
y lo relevó en el ejercicio. ¡Vaya goce
de Brenda! Jadeaba, intensa, por lo que
vibraba en su mano y por lo que latía en
sus entrañas.
Inesperadamente, de manera insólita,
sin planearlo siquiera, se cumplía una
fantasía concebida en noches de
calentura extrema: Le preguntaba a
Brenda si le gustaría estar con dos
hombres a la vez. Ella aseguraba que
nunca lo haría. Pero al enterarse cómo
me enardecía cuando tocaba el tema,
reconoció que tal vez lo haría en un
momento de gran excitación.
Y ahora estaba ahí, montada por uno
y haciéndole la paja al otro, mientras yo
jadeaba y casi estallaba viéndola
estremecerse, dócil, entregada, sometida
por dos bureles.
Lo que siguió es algo difícil de
olvidar. Vi cómo Brenda cerraba los
ojos y se movía compulsivamente para
estallar en una 'venida' compartida con
Ramiro y Enzo. Ramiro se derramaba
adentro, mientras Enzo lanzaba dos, tres
latigazos al aire.
De regreso a la zona hotelera,
platicamos de temas dispersos, sin
aludir para nada a lo que sucedió en la
playa. En la despedida, sin embargo,
algo se revivió de la tremenda jornada.
Ramiro jaló la mano de Brenda,
presumiendo su recuperación. Enzo, por
su parte, decidió meter la mano por
debajo del vestido para repasarle todo.
Ya en el pueblo, Enzo y Ramiro
abordaron un taxi que los llevaría a San
Jacinto, el sitio donde se hospedaban, a
veinte minutos de la playa.
Como solía pasar cuando Brenda
tenía acción, la noche en el hotel fue de
rayos y centellas. Revolcadas fogosas,
electrizantes, sin sitio para la pausa,
estimuladas por el caliente recuerdo de
la playa.
Al día siguiente, por la noche,
cenaba con Brenda en un restaurante de
la bahía de Zipolite. –Mira quiénes van
por la playa – dice de pronto.
Enzo y Ramiro, vestidos
casualmente, caminaban distraídos cerca
del mar. Les grité y los llamé con un
ademán. Nos saludamos efusivamente y
cenaron con nosotros. Curiosamente, el
comportamiento de todos fue totalmente
ajeno a lo ocurrido la noche anterior.
Nadie mencionó, en momento alguno,
detalles de nuestra reunión. Enzo y
Ramiro tampoco intentaron sobrepasarse
con Brenda. Algo que parecía probable,
por la intimidad a la que llegaron con
ella. Pero no. Ni una sola palabra, ni un
solo gesto atrevido o desmesurado.
Como si nada de lo que ocurrió hubiera
ocurrido.
Los muchachos se dirigían a un salón
de baile donde había una tocada que los
lugareños esperaban con entusiasmo.
Actuaba el grupo ‘Ángeles del Mar’,
uno de los mejores de la región, según
decían. Enzo y Ramiro insistieron en que
los acompañáramos. Poco convencido,
les dije que iríamos más tarde.
La verdad es que no tenía intención
alguna de ir al festival de música.
Aunque luego de dos horas en la terraza
del hotel, contemplando el
impresionante manto plateado del
océano, alumbrado por la luna y un cielo
abundante en estrellas, Brenda sugiere:
¿Y por qué no vamos a la tocada?
A la fecha, Brenda nunca ha
reconocido si quería ir al salón por el
simple gusto de bailar o escuchar
música, o porque la relación con Enzo y
Ramiro la había dejado inquieta.
Brenda se enfundó un vestido
playero azul, suelto, muy sexy, arriba de
las rodillas. Sin nada abajo, como
acostumbra cuando estamos en la playa.
A ritmo de cumbia y vallenato, entramos
a un espacioso lugar a media luz, donde
una gran cantidad de parejas bailaban.
Con la vista barría de lado a lado el
local, cuando escuché mi nombre desde
una de las mesas. Ramiro, con la mano
en alto, me indicaba su ubicación.
Nos dirigimos hacia ellos y vimos
con sorpresa que en la mesa había otros
dos muchachos, además de Enzo y
Ramiro.
-Son Freddy y Lazcano, muy buena
onda. Aquí los conocimos. Vienen de
Guadalajara. -Dijo Ramiro, mientras le
acercaba una silla a Brenda. Intencional
o casualmente, la hizo sentarse entre
Freddy y Lazcano, unos muchachos tan
locuaces y divertidos como Enzo y
Ramiro. Parecían de la misma edad y
participaban abiertamente con el grupo,
entre anécdotas y bromas.
-Traje a este güey para hacerlo
hombre –mencionó Lazcano al señalar a
Freddy- A ver si por acá se encuentra
una vieja que lo estrene. Aunque para
mí, este cabrón es joto
-Cómo que joto, güey –se defiende
Freddy- Acuérdate que nos llevamos al
bosque de la Primavera a Gloria y a la
‘Pelos de elote’.
-Pues sí, cabrón, pero yo sí me cogí
a Gloria y tú ni madres a la ‘Pelos de
elote’.
-Porque estaba bien cerrada, güey.
Si bien que te lo platiqué.
- A ver, a ver, ¿cómo que bien
cerrada? A ver, cuenta Freddy –pide
Enzo entre risas.
-Pues ahí, en una escarpada le quité
los calzones y la estuve pique y pique y
pos nomás no se la pude meter. De tanto
picarle, terminé chorreado en su
panocha, que por cierto, la tiene bien
choncha y muy peluda.
-¿Y eso fue todo?, pregunta Ramiro.
-No. La 'Pelos de elote' dijo que le
había dolido, pero que había sentido
chido. Me estuvo agarrando hasta que
me la volvió a parar. Ahora le abrí más
las piernas y le apunté bien, pero sólo se
metió un poquito y chocó otra vez con
algo duro. Ahí estuve empuje y empuje.
Pa’ chingarla, la ‘Pelos de elote’
empezó a llorar, que porque le dolía
mucho. Acabé otra vez afuera,
almidonándole los pelos. Se limpió con
unos kleenex y me advirtió que ya solo
aguantaría una última vez. Que su cosa
la tenía muy adolorida y que ya se había
visto sangre.
¡Me la volvió a parar y ahí voy!
Ahora la ‘Pelos de elote’ se abrió toda y
alzó las piernas bien arriba. Ahí me
tienen empujando con todo. Y otra vez,
la “Pelos” llorando. A lo mejor por eso
me vine muy pronto. Yo no daba para
más y la ‘Pelos’ estaba en puro quejido,
llore y llore. Ya era mucho pedo, así
que ahí quedó todo.
-¡Pues no la rompiste por joto, güey!
–le increpa Lazcano- Me hubieras
hablado y te hubiera dicho cómo. Esto
es de machines, güey. Agarras sabroso a
la vieja de las nalguitas ¡y te empujas
con huevos, cabrón!. Bueno, por eso
vinimos acá, para quitarte lo joto y lo
pendejo.
El ambiente fue subiendo de tono y
las cubas sustituyeron a las cervezas.
Entre la música, la bebida y la plática,
la mesa bullía de alborozo.
En pleno barullo, con la música a
intensidad de locura, me percaté que
Freddy y Lazcano tenían las manos bajo
la mesa. No fue difícil imaginar que
manoseaban a Brenda, que lucía radiante
y contenta. Supuse que Enzo y Ramiro
algo o todo habían contado a Freddy y
Lazcano de lo que sucedió en la Playa
del Amor. Brenda me contaría luego lo
que pasó bajo la mesa:
"Repentinamente, Freddy me puso la
mano en el muslo, sobre la tela. Ahí la
dejó un rato. Esperando, supongo,
alguna reacción mía.
Me quedé como si nada. De pronto,
sentí la mano de Lazcano en la otra
pierna. ¡Wow! Sentí un sabroso
cosquilleo en la entrepierna. La bebida,
la noche, el calor, la playa, dos
chamacones con el ardor a flor de piel,
son una tentación del demonio. Ja ja ja".
"Freddy y Lazcano notaron que en
ningún momento me alteré ni protesté
por tener sus manos en los muslos.
Animados, empezaron a sobarme un
poco. Contra lo que decía Lazcano,
Freddy fue el más atrevido al
aventurarse más arriba. Fue subiendo
lentamente la mano por el interior del
muslo. Naturalmente, esperaba
encontrarse con los calzones.
Me divirtió su cara de sorpresa
cuando sus dedos tocaron mi vello y
ninguna tela.
De inmediato hurgó, comprobando
que estaba húmeda y dispuesta. Agitó
los dedos, nervioso, mientras me sonreía
entre ruborizado y cínico. Le devolví la
sonrisa y me mantuve tranquila, como si
nada, aunque estuvo a punto de perder el
control. Me di cuenta, por cierto, del
momento en que Freddy le hizo una seña
a Lazcano para que también metiera
mano. Lazcano no perdió tiempo y fue
directo al objetivo. También se
asombró al encontrar el camino libre a
mi sexo expuesto, empapado y caliente.
Los dos empezaron a arañarme el vello,
sin poder evitar que sus dedos se
tocaran".
"Por cierto, nada de lo que pasaba
abajo se reflejaba arriba. Freddy,
Lazcano y yo departíamos con los otros,
sin insinuar siquiera la tormenta
desatada bajo de la mesa. Los
muchachos alternaban sus dedos en mi
interior, y a veces los hundían al mismo
tiempo. Yo estaba calientísima con tanto
dedo agitándose por todos lados. Varias
veces estuve a punto de 'venirme'.
Excitada por tantas sensaciones,
dirigí mis manos hacia ellos. Encontré
lo que imaginaba y repasé sobre su ropa
dos bultos firmes y duros como roca. De
soslayo pude ver cómo se estremecieron
con la restregada. Cerraron los ojitos y
fruncieron la boquita. De risa. En ese
momento hice un recuento y me di cuenta
que en sólo dos días ya había palpado 4
miembros diferentes. ¡De no creerse!.
La charla se animaba con las
canciones de los ‘Ángeles Azules’ que
los ‘Ángeles del Mar’, fieles imitadores,
interpretaban muy chido.
-‘Cómo te voy a olvidar’ es una rola
que me llega al alma, compa -comparte
Freddy.
-Para mí la que mejor les salió fue
‘El listón de tu pelo’ - contó Enzo,
arrastrando ya las palabras por la
bebida. Cerca de la borrachera, ya nadie
atendía lo que sucedía al lado o al
frente.
"Freddy y Lazcano, animados por el
alcohol y por el repaso que les había
dado, accionaron el zipper y se abrieron
las braguetas. Sus movimientos fueron
tan descarados, que de inmediato advertí
lo que hacían. Sin esperar a que me
dijeran algo, extendí las manos por
abajo y encontré dos astas palpitantes,
gruesas y largas.
Los chavos, la verdad, estaban bien
servidos. Hice lo que ellos debieron
desear ardorosamente y vi cómo sus
caras se desmadejaban en jadeos.
¿Alguien en el salón podía imaginarse
que yo frotaba feliz dos estupendos
trozos de carne, mientras disfrutaba el
toqueteo entre mis piernas?".
A las dos de la mañana, el salón
empezó a desalojarse.
-Ni modo, se acabó el pedo –
lamentó Enzo.
-¿Y por qué habría de acabarse? –
atajó Lazcano-. En la mochila traigo una
de Bacardí. Ustedes dicen dónde nos la
chingamos.
-En el hotel de nosotros, si quieren –
sugirió ante mi sorpresa, Brenda-. Su
propuesta me quitó el aliento. Era
evidente que estaba caliente y receptiva
entre cuatro muchachos con la sangre
hiriviendo.
Nos repartimos taburetes en la
terraza del cuarto, ubicado en la segunda
planta del Hotel. Ninguno quiso que se
prendieran focos. Bastaba con el reflejo
de las farolas que flanquean la entrada
del hotel a pie de playa.
En una mesa de centro habilitamos la
barra. Al pomo de Bacardí que llevó
Lazcano, agregué tres de Solera de litro
y varias gaseosas. Suficiente parque.
Con la primera ronda de cubas en
vasos desechables, reanudamos el
cotorreo que teníamos en el salón de
baile. La noche de Zipolite era una
delicia, con el mar golpeando
intermitentemente la playa y la
luminosidad del cielo anegado de
estrellas y con el disco lunar en todo su
esplendor.
Entre chistes, anécdotas y
estruendosas carcajadas, el grupo era un
volcán de gozo. Por mi parte, mi
excitación crecía viendo a Brenda como
la única mujer entre cinco hombres.
Acodada en el barandal de la terraza, no
participaba directamente en el corrillo.
Arrobada, contemplaba las espumosas
olas que azotaban con furor la playa.
Sólo de vez en cuando volteaba para
celebrar la ocurrencia de alguno o para
responder alguna pregunta que le hacían.
A medida que el tiempo pasaba y se
consumía bebida, percibía una gran
tensión sexual en el ambiente. Resultaba
natural que a los cuatro muchachos, con
la calentura brotándole por los poros,
les inquietara la presencia de Brenda.
No obstante la poca visibilidad, ninguno
dejaba de mirarla. Inclinada sobre el
barandal, su vestido se alzaba con las
ventiscas y dejaba ver un poco más de
sus muslos. Aparte, la tela se le untaba y
marcaba el estupendo trasero. La vista,
sin ser lo suficientemente clara, tenía a
todos nerviosos, incluyéndome a mí.
En un momento recordé la noche
anterior, con Brenda en relación abierta
con Enzo y Ramiro. ¿Sería capaz ahora
de hacerlo con cuatro? El sólo pensarlo
me provocó una gran turbación.
Íbamos en la sexta ronda de tragos
cuando Brenda se dirigió al cuarto,
caminando sensual y garbosa por un
lado del grupo. Prendió la luz y la vimos
majestuosa, plena. Con las grandes
ventanas correderas de cristal abiertas
hacia la terraza, el dormitorio parecía un
escenario teatral. Sin privacidad alguna.
El grupo dejó de hablar y concentró su
atención en los movimientos de Brenda.
Un denso silencio cubrió la terraza.
Podía escucharse la respiración agitada
de todos, y de vez en cuando, alguna tos
nerviosa.
Expectantes con lo que pudiera
verse en el cuarto, temíamos, jajaja,
'temíamos', porque yo también temía,
que Brenda corriera las ventanas y
cerrara las cortinas, o que apagara la
luz. ¡Nada de eso ocurrió! Con
desenfado, mi mujer tomó una toalla del
estante y desapareció por la puerta del
baño, dejando el dormitorio expuesto
con la luz prendida. Sin comentario a lo
que había sucedido, el parloteo volvió a
la terraza.
A la señal de alguno, el grupo
volvió a callar y enfocaron su atención
al cuarto donde Brenda, ante el estupor y
deslumbramiento de todos, se mostraba
con la toalla en la mano, sin cubrirse,
totalmente desnuda.
-¡Esa es vieja, cabrones!, exclamó
alguno.
-¡Puta, qué está buenísima tu mujer,
Valentino!, sentenció otro.
-¡Qué piernas y qué pecho! ¡Una
maravilla!, enjuició uno más.
Sabiéndose admirada, deseada, por
aquel colectivo que atisbaba desde el
umbral de la terraza, Brenda, relajada,
con desparpajo, empezó a secarse muy
despacio. Pasó la toalla por su pecho,
por su vientre, por sus piernas, por su
espalda. Subió un pie a la cama,
abriéndose, mostrando atrevida su
intimidad. Ladeándose, agachándose,
levantando los brazos atrás de su cabeza
para acomodarse el cabello, ofrecía un
morboso y extraordiario espectáculo.
¡Con la fiebre reventándome las venas,
sabía que Brenda hacía todo eso para
provocar y encender al grupo!
Y como para no dejar nada a la
imaginación de aquellos ojos invisibles
que intuía en la penumbra de la terraza,
se dio vuelta para contemplarse en el
espejo. Presumió así su magnífico
trasero de nalgas redondeadas, altas y
firmes.
Brenda, soberbia, se movía dulce y
grácil como diva de ballet, sabiéndose
deseada por un grupo que en el
anonimato de la penumbra, ardía con sus
encantos.
Verla exhibirse de esa manera,
paseándose de un lado al otro del
cuarto, ante la mirada lasciva de cuatro
toretes en celo, fue excesivo. Nunca,
jamás, imaginé a Brenda en un escenario
como el que presenciaba. Era una cosa
de locura. De fantástica locura.
Los muchachos, pasmados,
paralizados, con el vaso en la mano,
habían dejado de beber, alucinados por
la incandescente función de Brenda. El
desencanto llegó cuando mi mujer activó
el interruptor y apagó la luz. Hubo un
murmullo de frustración que duró apenas
unos segundos. Brenda, totalmente
desnuda, apareció por el pasillo en
medio de la oscuridad. Con natural
simplicidad, caminó virtuosa, altiva,
frente a nosotros y llegó hasta el
barandal de la terraza. El asombro y la
turbación de todos fue grande. No daban
crédito a lo que les ofrecía la candente
noche de Zipolite.
Indiferente, Brenda retomó la
posición que tenía antes de bañarse. Se
inclinó y se acodó en el barandal,
aunque ahora, sin ropa alguna.
Quedamos perplejos ante el espléndido
trasero que tan generosamente exhibía
Brenda, sin que alguien se atreviera a
decir algo. Fueron instantes de terrible
conmoción.
Por fin se arriesgó Freddy: -¡Qué
cuerpazo de tu vieja! –exclamó.
-¿Quieres tocarlo? –le pregunté
excitado, al tiempo que llamaba a
Brenda.
-Date vuelta y agáchate –le pedí-
Freddy está enloquecido por admirar de
cerca tu trasero. Quiere saber si es real
o solo es un paquete de silicón.
Brenda acudió complaciente, y
después de sonreír y mirar de frente a un
Freddy desconcertado, se dio vuelta y se
inclinó, apoyándose en las piernas de
Enzo.
Ante el asombro de los otros,
Freddy, aturdido, tragó saliva y frunció
los labios frente a las dos hermosas
colinas de carne. Veía, además, la
tupida pelambrera que asomaba entre las
piernas. Temblando, colocó las palmas
de sus manos en las espléndidas y
turbadoras nalgas de Brenda.
- ¡Vamos, pues, Freddy! –le dije.
Freddy, cohibido, con las manos
temblándole, desató la cinta y dejó caer
las bermudas. Pese a sus titubeos,
Freddy estaba más que listo para el
asalto. Vacilante, fue sobre la
inclinación de Brenda. Se esforzó con
movimientos pálidos y grotescos. No
pudo. Varias veces lo intentó,
adelantándose resuelto, empujando,
jadeando, pero finalmente se retiró,
vencido, ante la expectación del grupo.
Enzo aprovechó que Brenda se apoyaba
en sus piernas para acariciarle los
globos que le colgaban del pecho, y río
sarcástico con la rendición de Freddy.
-¿Lo ven? Les dije que Freddy era
pendejo o puto -exclamó Lazcano,
mirando a Enzo y Ramiro-. ¡No pudiste
con la ‘Pelos de elote’ y tampoco con
Brenda, güey.
-¿Me das chance, Valentino, para
que aprenda este cabrón?, preguntó
Lazcano.
-Adelante –respondí, con la
adrenalina fluyendo incontenible por
todo lo que veía.
Brenda seguía agachada, gozando las
manos de Enzo en sus pechos. Lazcano
atacó como loco y Brenda, ante la
embestida feroz, casi se va de bruces. -
Este cabrón no se midió -gimió
complacida- ¡a la primera entró con
todo!
Mientras Lazcano lo hacía con
Brenda, los otros, encendidos, entre
sorbo y sorbo de bebida, ya se habían
tumbado la poca ropa que vestían. Enzo,
Ramiro y hasta Freddy disfrutaban el
cuerpo a cuerpo de Brenda y Lazcano,
complaciéndose ellos mismos. Todo
terminó cuando Lazcano se arqueó como
poseído y lanzó un bramido que rebotó
en la marejada del océano.
Lazcano siguió abrazado a la cadera
de Brenda. Y luego, exhausto, descargó
su peso en su espalda, hasta que poco a
poco se desprendió.
-Ahora sigo yo –pidió Enzo,
levantando la mano.
-Espera, le toca a Freddy –atajó
Brenda entre las protestas de los demás,
alegando que había perdido turno.
Freddy, apocado por las burlas, se
negaba a intentarlo de nuevo.
-Vamos, Freddy, ya verás que sí
puedes. Yo sé que sí vas a poder.-Lo
animó Brenda-. Fue hacia él, y se apretó
contra su cuerpo. Por encima de su
inseguridad, Freddy mostraba la
potencia natural de sus 18 años.
Abrazándolo, Brenda lo colocó entre sus
piernas. -Mmm, ¡qué rica tranca tienes,
Freddy! –le susurró al oído mientras le
mordisqueaba suavemente el lóbulo de
la oreja. Freddy cogió de la cintura a
Brenda y empezó a balancearse con ella.
-Espérate, papacito, que vas a lanzar
todo afuera! -advirtió Brenda-, y sin
dejar de abrazarlo, lo llevó al suelo. De
espaldas, Brenda se abrió y pidió a
Freddy que se colocara en medio. Con
una mano orientó a Freddy y lo acomodó
en el lugar donde debía estar.
Al sentir su virilidad en aquella
carne suave y húmeda, Freddy se
sacudió y se impulsó violentamente. -
¡Así! ¡Así! –le dijo Brenda. El
muchacho, ansioso, arremetió una y otra
vez, jadeando. A su vigoroso ataque,
Brenda respondió alzando y dejando
caer las caderas, avivando el roce de las
pelvis. Freddy se convulsiona y termina
en medio de estertores, hasta quedar
quieto sobre el cuerpo de mi mujer.
Brenda me tenía impactado. Nunca
imaginé que en solo dos noches me diera
tanto placer, observándola disfrutar con
otros. Había terminado con el segundo y
todo indicaba que iría por los otros dos.
¡Por Dios, aquello era un goce colosal!
Un banquete de sexo. Con un enérgico
movimiento, Brenda se desprendió de
Freddy, que quedó despatarrado,
satisfecho, cumpliendo, por fin, el
primer ritual carnal de su vida. Su lance
había sido coreado y festinado por los
otros tres que burlonamente aplaudieron
y le lanzaron vivas y hurras.
-¡Hasta que se te hizo, cabrón!- gritó
eufórico Lazcano.
-Me toca, señora –apuntó Ramiro,
con cínico atrevimiento, y ya sin respeto
alguno hacia mí, algo que por lo demás,
me tenía sin cuidado. –Yo quiero así,
señora –le dijo a Brenda y le hizo dar
vuelta para dejarla bocabajo. Le separó
suavemente las piernas y se deslizó
entre ellas. Brenda levantó el trasero.
Ramiro, suspendido sobre ella y
apoyando las manos en el piso, recargó
la pelvis. Inclinado para besarle la nuca,
le masculló al oído: “¿Te gusta así?”.
"¿Cómo sabías que así me encanta,
cabrón?”, balbuceó ella. Ramiro
extendió el trance con pausas que
atenuaban el fuego de los dos.
Así pudo retardar el encuentro por
más de diez minutos.
En la explosión, Ramiro embistió
con inusitada brusquedad y vi admirado
cómo Brenda gritaba de placer y se
agitaba como un animal herido. ¡Genial,
simplemente genial! No recuerdo si
alguna vez Brenda estalló así conmigo.
Lazcano, Enzo y Freddy, alucinados
tanto como yo por la fantástica escena,
seguían manoseándose. Saciado, Ramiro
se desprendió de Brenda, se enfundó el
short y se retiró al baño. Mi mujer
quedó tendida, desnuda, bocabajo, con
las piernas abiertas y los brazos
flexionados a un lado de la cabeza.
Una vista deslumbrante, llena de
morbo y lascivia que ofuscaba al grupo.
Enzo no aguantó más y de golpe se
hincó para acomodarse entre las piernas
de ella. Impetuoso fue al asalto del
sugerente y respingado trasero.
Arremetió frenético. Una, dos, tres,
cuatro veces. Y un terrible empujón final
que hizo gritar a Brenda. Enzo,
enloquecido, lanzó un rugido feroz.
Enzo descargó su cuerpo en Brenda,
quien siguió apretando hasta exprimirlo
totalmente.
¡Increíblemente, mi mujer se había
comido a cuatro en una sola noche!
¿Alguna mujer de bien podría imaginar
tanto placer y tanto atrevimiento?
Una experiencia alucinante, tórrida y
abrasadora, a la que todavía, para mi
asombro, le faltaba algo más.
Ramiro tomó de las axilas a Brenda
y la levantó, abrazándola por atrás y
llevando sus manos hacia sus
espléndidos pechos, que masajeó
intenso. Se acercó, entonces, Lazcano y
se hincó ante Brenda. Sorprendido, lo vi
lamer la castigada entrepierna de mi
mujer. Agitados y exaltados Enzo y
Freddy por lo que veían, se lanzaron
voraces, como perros de caza, sobre
Brenda.
Desesperados, llevaron a Brenda al
piso, zafándola de Ramiro y Lazcano.
Bocarriba, Brenda no ofreció resistencia
alguna cuando fueron sobre ella los
cuatro muchachos. Lazcano, nervioso,
precipitado, quiso continuar la faena.
Ansioso, le separó las rodillas y las
flexionó para clavar la cabeza en el
vértice de sus muslos. Ramiro,
arrodillado, enfebrecido, ladeó la
cabeza de Brenda y se la metió en la
boca. Recostados a cada lado de
Brenda, Enzo y Freddy gozaban la
destreza de sus manos.¡4 sobre mi mujer
al mismo tiempo! ¡Bendito Zipolite!
¡Santo Cielo! Una experiencia para
recordar por siempre.
La terraza ardía en un ambiente
orgiástico y licencioso. Había fuego y se
respiraba sexo, erotismo, lujuria. El
juego de los cuerpos incendiaba la
noche. La realidad por encima de la
fantasía. El mejor guionista jamás
hubiera concebido lo que ahí ocurrió.
Al día siguiente por la tarde,
sentados en la playa y disfrutando el
quemante sol de la costa, relajados y
bebiendo cerveza, Brenda, sonriendo,
comenta: ¡Nunca imaginé que en Zipolite
4 muchachos me darían el primer gang
bang de mi vida!
¡ LOS CALZONES DE LA DAMA!
Llegué tarde a la cena que los
Fernández organizaron junto con otros
matrimonios. Entre la algarabía de los
tragos, Irma, que se había separado de
su marido seis meses atrás, me llamó
para que me sentara a su lado. Para ello
pidió a una pareja que se recorriera un
lugar.
No había tratado mucho a Irma, pero
sabía que yo le gustaba. Los Fernández
me lo habían dicho. Unas semanas antes
fui a casa de los Fernández y ahí conocí
a Irma. Platicamos de varias cosas,
todas dispersas, ligeras, sin
trascendencia alguna.
Días después, regresé con los
Fernández y Dora me lo dijo: ‘Dejaste
impresionada a Irma. Luego que te
retiraste, no paraba de decir: "¡Qué
barón! ¡qué barón!¡Qué porte de macho
tiene!".
Irma no era nada despreciable.
Mujer de mediana edad, maciza, bien
formada. Pechos generosos y caderas
anchas. Piernas firmes y torneadas. Lo
que se dice, un cuero de mujer. No
entiendo cómo su marido pudo dejarla.
En cuanto me senté, Irma me invitó
un trago. ‘¿Cómo lo prefieres?”, me dijo
con voz melosa y sugestiva. De
inmediato noté cómo me miraba. Todo
su rostro era fiesta. Sus ojos chispeaban
y sus labios se fruncían o se abrían
como si acompañaran la música de
ambiente. Igual se reía, observándome
con un deseo que no disimulaba.
Con el vaso en la mano, esperaba
qué le dijera cuál bebida prefería.
-Se me antoja una ‘paloma’ –le dije.
-¿‘Don Julio’ o ‘Herradura’? –
pregunta.
- ‘Don Julio’.
Alargó la mano y alcanzó la botella
de ‘Don Julio’. Sirvió de manera
generosa y agregó hielo y refresco de
toronja.
-¿Qué estás tomando, Irma?
-Disfruto una cuba con ‘Torres’,
pero me apetece acompañarte con una
‘paloma’, para beber igual.
Su insinuación fue directa. Sin rodeo
alguno. De inmediato sentí una inquietud
morbosa. Empezaba a excitarme.
Imagino que Irma iba por el mismo
camino.
Le propuse un ‘cruzado'. Aceptó de
inmediato, sin dejar de hacer esa cara
que transpiraba sensualidad.
-Sospecho que me quiere seducir,
señora.
-Será al contrario. Porque usted
parece un hombre de gran peligro,
Valentino –susurra Irma antes de
llevarse el vaso a los labios-.
-No sé por qué lo dices.
-Porque apenas si nos conocemos y
tan solo de verte llegar sentí mariposas
en el estómago.
-¡Exagera, señora!
Para alguien que observara, el
diálogo debió parecerle de lo más
cómico. Ahí estábamos Irma y yo,
platicando paralizados. Era una postal
de San Valentín, con los brazos
entrelazados y la bebida detenida a
centímetros de los labios.
No pudimos evitar reírnos antes de
apurar la bebida.
-Usted es una mujer muy interesante,
Irma.
-Y usted, un seductor irredento,
adulador. Dora me ha platicado mucho
de usted.
-¿De veras? ¿Qué le ha contado
Dora?
-Mmm. Que es un Don Juan. Que no
hay mujer que le guste y se le escape.
-¿Y lo cree? Dora me estima y a
veces dice cosas de más. ¿Y por qué tan
sola, Irma?
-Cosas del destino. Me separé de mi
marido hace poco más de seis meses.
-Qué lamentable…
-No creas. Tampoco es de
lamentarse. Luego de doce años de
matrimonio ya no nos soportábamos.
-En este tiempo de libertad, seguro
has tenido muchos galanes.
-Pues no. Fíjate que no. Quise darme
mi tiempo. Analizar bien lo sucedido. Y
disfrutar mi soledad.
-Entonces, ¿nada de sexo?
-Nada. En absoluto. Me he portado
mejor que de soltera. Como una monja.
Ja ja ja.
-¡Vaya! ¡Vaya! ¿Y no se te antoja?
Irma inclina la cabeza y
coquetamente pregunta: -¿Tú qué crees?
-No creo nada si no me lo dices.
-Mira, mejor nos tomamos otra
‘paloma’
Mientras Irma preparaba los vasos,
llevé la mano bajo la mesa y la apoyé en
su rodilla. Volteó a mirarme
sorprendida. –Mira cómo me pusiste –
me dijo mientras alargaba el brazo
mostrándomelo- ¡Chinita!,¡ chinita!
Luego de unos minutos y cuatro
‘palomas’ para cada uno, deslicé la
mano en el muslo de Irma, sobre el
vestido. Algo musitó gimiendo y
entrecerró los ojos acercándome sus
labios. La besé apenas y volteé cohibido
hacia los otros.
Me di cuenta que nadie reparaba en
nosotros. Entre alcohol, bromas y
risotadas, el grupo vivía en su mundo.
Al no encontrar resistencia en Irma,
metí la mano bajo el vestido y le
acaricié a flor de piel la parte interior
del muslo. Instintivamente, Irma separó
las rodillas y apenas si pudo contener un
gimoteo de excitación.
-Me tienes muy caliente, Valentino –
susurró directa, sin pena.
Su dicho prendió la alarma: Era
momento de incendiarla más, haciéndola
sufrir un poco. Subí lentamente la mano,
y a punto de rozarle la entrepierna, paré
y regresé a la rodilla.
Así lo hice varias veces. Irma
resoplaba con ansiedad. Sus ojos,
encendidos, suplicantes, me miraban con
deseo y rabia. Como diciendo, ¡llégale,
desgraciado!
Irma tragaba saliva y se pasaba la
lengua por los labios. Mis caricias la
tenían al borde de la desesperación.
Redoblé, entonces, el tormento. Subía
lentamente la mano y aceleraba como si
fuera a alcanzar de golpe su sexo, pero
me detenía un poco antes, en
el momento justo, para reiniciar el
juego.
Desesperada, enloquecida, Irma
esperaba ansiosa el ataque final. Yo
debía cubrirle la boca con la otra mano
para evitar que gritara.
Se decidió, por fin, a pedírmelo -
¡No seas infeliz! –balbuceó- ¿Por qué
me haces sufrir así?
-¿Le gusta, señora?
-Me encanta, pero no me martirices
así, Valentino. ¡Ya me habían dicho que
eras un cabrón, pero te pasas!
-¿Así quiere? –le pregunto al tiempo
que con la mano moldeo con un golpe
suave su abultado sexo. Irma contrajo
las caderas ante el embate y sacó un
gritillo de placer.
-¡Sus calzones están empapados,
señora! Qué manera de mojarse.
-¡Así me tienes, cabrón! –exclama
sonriendo, satisfecha.
Le hice los calzones a un lado y mis
dedos resbalaron a su interior con cierta
dificultad por lo ajustado de la prenda.
Encontré una inundación. Agité los
dedos en círculos y luego le froté el
clítoris.
Me preocupaba que la concurrencia
nos pillara, porque Irma, cada vez más
desinhibida, se arqueaba gozosa. Tenía
los calzones muy ceñidos, así que no
podía mover los dedos con mucha
libertad.
-Le propongo algo –le dije al oído.
-¿Qué?
-Vaya al baño, se quita los calzones,
y sin nada, vuelve a la mesa. Yo se los
guardo.
-¿Cómo crees?
-Okey, entonces le paramos…
-Valentino, por favor…
-¿Entonces?
-Como digas, papito.
Irma se acomodó el vestido, se puso
de pie y se dirigió al baño. El grupo
seguía brindando y contando chistes y
anécdotas que provocaban sonoras
carcajadas. Nada para preocuparse.
Noté que Irma regresó con paso
vacilante y con trabajo se acomodó en
su silla.
-¿Se le subieron la copas, señora?
-¡Que copas ni que nada! Tú que me
dejas toda pendeja. Ay, Valentino, sentía
que todo mundo se daba cuenta que no
traía nada abajo. Pero, ¿sabes?, fue muy
excitante. Te juro que nunca en mi vida
me había sentido así de caliente.
-Deme pues sus calzones, señora…
Irma me pasó discretamente la
prenda por debajo de la mesa. Al
cogerla, la extendí arriba y vi que era
una tanga azul cielo, transparente, de
hilo dental.
-¡Valentino, que te ven!
Apretujé la mojada tanga y la guardé
en la bolsa de la chamarra.
-Veamos, señora, cómo viene…
De nuevo llevé la mano por debajo
de la mesa. No me sorprendió que Irma
ya me esperara con las piernas abiertas.
Fui directamente al sexo y palpé un
monte deliciosamente velludo. Ahora sí,
sin problema alguno, mis dedos entraban
y salían de aquella cueva anegada.
Luego de unos minutos, con Irma a
punto del colapso, froté el clítoris,
alternando suavidad y fuerza. Irma
empezó a aflojarse y se deslizó hasta el
borde de la silla. Se volteó hacia mi y
me apretó fuertemente el brazo. Recargó
su cabeza en mi hombro y jadeó
intensamente.
Si alguien hubiera retirado la mesa,
habría visto a una Irma despatarrada,
con las piernas abiertas, el sexo
expuesto y el vestido arremolinado en la
cintura. Pero, bueno, eso no iba a
suceder.
-¡Me vengo, Valentino! ¡Me vengo!
No aguanto más.
Irma crispó las manos, hundió las
uñas en mi brazo, empujó la cabeza y
cerró con violencia las piernas,
aprisionando mis dedos en su sexo.
Resoplando, contuvo un gruñido de
pasión y se desmadejó toda.
Las otras parejas seguían chocando
copas, contando chistes y riendo a
carcajadas.
¡EL CHAVO AGASAJÓ A LA
DOÑA!
En Acapulco sudas calenturas
cabronas. Todos lo saben. En cuanto
hueles el mar, la excitación se te
dispara. Sucede lo que ni te imaginas. El
calor, el alcohol, el morbo, te llevan a
hacer cosas que ni contarlas. Y lo que
pasa en Acapulco, como dicen de las
Vegas, se queda ahí, en Acapulco.
Luego de días de tormentosas
parrandas, regresas ufano, satisfecho,
con las pilas bien puestas por todo lo
que viviste en el bello puerto. Mi mujer
y yo somos liberales, de mente abierta.
Nos gusta experimentar, recrear
emociones nuevas, lo que no significa
que andemos a la caza de cualquier
espontáneo para tener acción.
Ahora que si encontramos alguno
con el que se de química, ni hablar. Mi
mujer tiene la libertad del mundo para
hacer lo que le plazca y yo me limito a
mirar. No saben. Son unas excitaciones
terribles. ¡El puro delirio solo de verla
gozar!
Aquella tarde le propuse a Maribel
tomarle unas fotos en las enormes rocas
que muerden el mar en la playa de la
Condesa. Aceptó de inmediato. El mar
también le alborota las hormonas. Y
posar para fotos sugerentes, eróticas, la
prenden.
Maribel subió a lo alto de una de
esas rocas. Sentada, flexionó las piernas
y separó las rodillas. Sin nada debajo de
blusa y falda, dejó ver todo.
Disparé la cámara, apuntando
siempre a ese inquietante espacio entre
sus muslos. ¡Me subieron las
pulsaciones y corrió la adrenalina!
Surgieron 'tomas' estupendas, con
Maribel relajada y con soltura de
modelo de Playboy. En sus cuarentas, se
mantiene estupenda, gracias a su
devoción por el ejercicio.
Se me erizaba la piel por la
calentura del momento, pero pensando
también en la excitación que
despertarían estas fotos en nuestro
círculo de amigos.
Después de todo, es un gran morbo
que otros vean la fotografías.
Es una exaltación compartida. Ver
sus gestos de admiración y cómo el
rubor les sube a las mejillas nos
gratifica y calienta. Y ni hablar de los
comentarios que surgen cuando observan
las fotos. Cada opinión es un lancetazo a
la libido.
Al final de esas reuniones quedamos
vulnerables y sensibles. Apenas si nos
da para llegar a la cama y trenzarnos en
revolcones brutales. Sexo desbocado,
disparatado, loco y genial, imaginando
entre gemidos como irían los otros de
calientes.
Reconozco que luego de enseñar
tantas fotografías, uno empieza a
acostumbrarse y la excitación decrece.
Lo que al inicio es explosivo, volcánico,
se vuelve normal, rutinario. Y si bien es
cierto que nuestras amistades mantenían
vivo su interés por mirar cada nueva
sesión fotográfica de Maribel, a
nosotros ya nos parecía insuficiente.
Queriendo ir más allá de lo que
hacíamos, empezó a inquietarme la idea
de que alguien, conocido o desconocido,
viera a Maribel desnuda, ¡en persona!
Era una fantasía, por supuesto. Y
parecía muy difícil, casi imposible, que
la lleváramos a cabo. Después de todo,
era un salto de alto riesgo y nos
preocupaba la reacción de nuestras
amistades. Eso sí, lo platicaba con
Maribel en nuestras noches de pasión:
"Imagina que en la sala están los Mena,
los Gallardo, los Henríquez y los
Beltrán y tú bajas desnuda por las
escaleras. ¡Madre mía, qué calentura!"
Cada vez con mayor frecuencia
ideábamos escenarios donde Maribel
aparecía de una manera u otra desnuda
frente a nuestros amigos
Ardíamos tan solo de pensar que esa
fantasía fuera posible y armábamos una
trifulca de lo más caliente bajo las
sábanas. Sentía un infierno en las
entrañas imaginándola espléndida,
sensual, sugerente, sin nada encima,
frente a todos.
Yo no me cansaba de pulsar la
cámara. Iba en el tercer rollo y cada vez
era mayor nuestra excitación. ¡Qué
material, carajo! Porno amateur, de
primera.
Cuando más exaltado estaba, oí la
caída de unos guijarros en la roca
contigua.
Al voltear hacia arriba, advertí en lo
más alto a un muchacho con el torso
desnudo que obviamente nos observaba.
Lo miré fijamente. Me devolvió la
mirada. Desde su nivel nada le veía a
Maribel, pero debió imaginarse la clase
de fotos que le tomaba.
El jodido mozalbete ni se inmutó al
verse descubierto. Por el contrario,
atrevido y descarado, propuso: "Don,
¿no quiere que yo le tome las fotos a la
señora?".
La propuesta avivó el perol ardiente
que yo guardaba en las entrañas. El
viejo sueño de que alguien, ¡cualquiera
que fuera!, viera la intimidad de
Maribel, estaba por materializarse. Y,
¡demonios!, de la manera más
inesperada e insólita y con el personaje
menos imaginable.
-¡Sale, compadre! Bájate. Vamos a
ver qué tan fregón eres como fotógrafo -
le dije. No hubo necesidad de repetir la
invitación. Hizo un descenso vertiginoso
y a un metro del piso cayó a la arena de
un brinco. Un intenso calor me subió por
todo el cuerpo al verlo frente a mi
mujer. Por un momento pensé que
Maribel se enfadaría y rehusaría
mostrarse ante un desconocido.
Para mi sorpresa, Maribel no cerró
las piernas ni se bajó la falda. Por el
contrario, complaciente, guiñó al
desconcertado muchacho que alelado
veía lo que ella quería que viera.
Maribel, por lo visto, estaba tan caliente
como yo.
Rodolfo era el nombre del
improvisado fotógrafo. Le indiqué cómo
debía accionar la cámara y sin más fue a
plantarse frente a mi mujer. Antes de
tomar la primera fotografía, quedó
quieto, helado, con la mirada paralizada
en los muslos separados de Maribel.
Cualquiera entiende que una cosa es
la fantasía y otra muy distinta la
realidad. De ahí que pese a que lo
deseaba con tanto fervor, me costaba
asimilar que Maribel se mostrara
abierta, expuesta, sin recato alguno, con
un desconocido.
Rodolfo tragaba saliva y su lengua
recorría una y otra vez la resequedad de
sus labios, impactado por el
esplendoroso paisaje. Atolondrado,
confuso, le costaba disparar la cámara.
Antes de hacerlo, suelta una
sorprendente exclamación que nos
sorprende: "¡Qué panochota tiene,
Doña!"
Maribel y yo cruzamos miradas,
asombrados. Lejos de molestarnos,
soltamos la carcajada ante la insolente
ocurrencia.
-¿Te gusta lo que ves? -le pregunté
excitado.
-Sí, 'Don', ¡la tiene re bonita... muy
peluda! Verdad de Dios que no he visto
otra igual.
-Bueno, ya, empieza a tomar las
fotos -apuré.
Rodolfo, nervioso y con manos
temblorosas, comenzó a disparar con
precipitación, apuntando siempre al
vacío que inventaban las piernas
separadas de Maribel. "Con lo que veía,
los ojos se le hacían de espiral al pobre
muchacho", contaría luego Maribel entre
risotadas. Era obvio que los tres
ardíamos.
Maribel disfrutaba percibiendo un
ardoroso deseo en el rostro de Rodolfo.
Y éste se consumía gozando lo que
nunca imaginó ver.
A unos pasos, el corazón se me
desbocaba viendo a Rodolfo contemplar
el santuario de mi mujer. ¡Mierda!
Jamás pensé que aquella recurrente
fantasía que no se iba de mi mente,
tomaría forma de la manera más
sorprendente.
El muchacho, enervado, no paró de
disparar hasta que la palanca del
rebobinado se atoró. -Creo que se acabó
el rollo, Don. ¿Me da otro? -pidió-.
"Ya estuvo bueno", le dije y lo invité
a serenarnos con unas cervezas que yo
enfriaba en una hielera. ¡Vaya si hacía
falta! Maribel bajó de las rocas ayudada
por Rodolfo. Parecía tranquila, calmada,
en contraste con lo desosegados que
estábamos el chavo y yo.
Nos sentamos en la arena y bebimos
con ansiedad de náufragos la primera
botella. De piel quemada por el sol del
Pacífico, ojos vivaces de un café
oscuro, con físico definido, Rodolfo se
sintió cómodo con una plática ligera,
salpicada de chistes y relatos chuscos.
Con sencillez contó que vivía por el
rumbo de los Amates. Estudiaba
secundaria y en sus ratos libres ayudaba
a un grupo de lancheros.
Repentinamente, corta el hilo de la
plática y cambia bruscamente de tema,
sorprendiéndonos con otra frase tan
descarada e irreverente como la
primera. Clavó sus ojos en uno y otro y,
luego, con una sonrisa maliciosa,
descarga: "¡Ustedes son igual de
calientes que yo!". ¡Vaya zoquete! Sí que
salió atrevido el muchachito.
En vez de molestarnos con la frase,
nos reímos. Lo cierto es que nos divertía
la audacia y el descaro del confianzudo
costeño
-¿Por qué dices que somos tan
calientes como tú? –preguntó Maribel,
melosa.
-Se nota de fregadazo, Doña... Mire,
desde morrillo me la he pasado en la
playa. He visto a otras parejas, también
calenturientas, pero pos no, ninguna
como ustedes. A usted, Doña, tan bonita,
se le ve de a luego en la cara. Su
mirada, sus labios, su sonrisa, y luego,
pues ver que no trae nada abajo, para
pronto se calienta uno. Fue bien chido,
la neta, que no dijera nada cuando bajé
de las piedras y le vi ahí abajo. Se
quedó como estaba, quietecita.
Enseñando todo. Bien chingón, me cae.
Y las fotos, Doña, ¡qué chingonería!
Lástima que ustedes se van de Acapulco
y no me va a tocar ver ni una.
La conversación con Rodolfo era
entretenida. A sus 18 años, sabía mucho
de la vida. Se expresaba elemental,
directo y sin rodeos. Sin falsas poses.
De golpe se notaba la experiencia
adquirida entre lancheros y turistas
extranjeros.
Hablaba con la prestancia de un
adulto, planteando temas picosos del
acontecer en el Puerto. De cómo los
meseros de algunos restaurantes
fichaban con gringas deseosas de sexo.
Soltaban charola y mandil para bailar
con ellas, con la posibilidad de
tirárselas en otro lado, ante la
complacencia del dueño. "¿Y qué les iba
a decir el patrón? Esas viejas le dejaban
la pura dolariza. Y ni hablar de la Playa
la Condesa, lugar favorito de
homosexuales extranjeros. Ahí contactan
con chavos que se dejan acariciar todo
el día, para rematar en un antro gay y al
final, bueno, ya se imaginarán..."
-En la playa Bonfil, rumbo al
Aeropuerto, no había hoteles -cuenta-.
Era una playa solitaria donde se
encueraban hombres y mujeres. Turistas
extranjeros, sobre todo. Aunque de
repente, por ahí aparecían parejas
mexicanas.
Yo me la pasaba todo el día
espiando desde los yerbajos que limitan
la Bonfil. ¡Qué de cosas vi ahí, Don!
Con decirle que un día me caché a una
hembra güerita que se encueró ante su
marido y se tendió en la arena sobre una
toalla, bocabajo, con las piernitas
separadas. ¡Puta madre, qué calentura,
Don! Como el marido se alejó un buen
tramo, ya no aguanté y salí de mi
escondite. Me acerqué por los pies de
ella ¡y le vi todo, Don! Un culito muy
rico y su rajita abierta, de color rosa,
¡jugosita! Pensé, pues quien quita y se
me haga. Y entonces que le digo: ¿Te
cojo, mamita? Me temblaba todo y creí
que me iba a decir, ¡órale, vente! Pero
pos no. Se dio vuelta con un gran
espanto en la cara. Yo también me
asusté, Don, y corrí vuelto madre a
esconderme en la maleza. ¡Pinche susto!
Iba todo sofocado, nomás pensando que
si le gritaba al marido, me iba a dar una
madriza...
Parecía que todo se iría en puro
cotorreo intrascendente. Era difícil
imaginar que Rodolfo pudiera
zarandearnos con otro dicho
irrespetuoso y desaforado. ¡Qué va!
Luego de la quinta ronda de cervezas,
¡el ramalazo! Cínico, desvergonzado, sin
sonrojo alguno, pregunta como si tal
cosa: "¿Le puedo mamar una chichita a
la Doña?"
¡Puta que lo parió! ¡Sí que nos
resultó un auténtico cabrón el
irreverente mocoso! Maribel y yo nos
quedamos en una pieza. Nos miramos,
incrédulos. Costaba digerir la grosera
petición. Juraba, y eso que no soy de
jurar, que en ese mismo momento
Maribel lo mandaría directito al carajo.
Luego de un denso silencio que duró
unos segundos, pero que a mí me
pareció eterno, estupefacto y
sorprendido, vi a Maribel tranquila,
sonriente. ¡Nada enojada, caramba! ¡No
lo podía creer!
Y casi me da el sofocón cuando
sonriendo, coquetamente, le pregunta a
Rodolfo: "¿A poco sabes?"
¡Nooooooo! No podía ser cierto. No
creí lo que estaba oyendo. ¡Por Dios,
que nunca imaginé que Maribel
aceptaría sin reparo alguno que un
nativo de la costa le mamara la chichita!
Rodolfo volteó a mirarme, como
pidiendo permiso. ¡Ya qué! La
calentura me subía y bajaba por todo el
cuerpo. "¡Llégale pues, compadre!", le
dije completamente sacado de onda por
la excitación.
Temblando, Rodolfo se acercó a
Maribel y le desabotonó la blusa.
Sentada, apoyándose con las manos en
la arena, ella se dejó hacer, entregada,
dispuesta. Sin sostén que lo contuviera,
botó fácil el seno izquierdo. Rodolfo se
echó sobre el magnífico globo blanco
como poseído. Lo acarició, lo sobó, lo
amasó y se prendió del pezón
endurecido.
-Tranquilo, tranquilo, -le dijo ella-
… sin morder… Tranquilo.
¡Puta madre! Lo veía y no lo creía.
Me restregaba los ojos y los enarcaba
para asegurarme que aquello no era un
sueño.
Rodolfo le chupó el pezón un buen
rato. Y sólo paró para volver a meter la
mano debajo de la blusa y sacarle el
otro pecho. Una vez más, insaciable, se
entregó a un endemoniado frenesí con
lengua, dientes y labios.
¡Cielos, qué calentura! La adrenalina
me corría a mil y el golpeteo de las
pulsaciones se oían a kilómetros. Era
una excitación muy intensa ver a
Rodolfo prendido de los senos de mi
mujer.
Maribel, con los labios entreabiertos
y los ojos cerrados, jadeaba, rezumando
goce, satisfacción, avivando de paso mi
enardecimiento.
-Me besó y mordisqueó como un
experto -confesaría luego Maribel
socarrona, complacida y satisfecha.
Rodolfo, ufano, dio un sorbo a la
cerveza. -¡Qué rica está la Doña,
Míster! –compartió con desfachatez. -
Hasta ahora sólo había mamado las
chichitas prietas de algunas que se
bañan en Barra Vieja. Ah, y las de una
pinche gringa, que las tenía todas
guangas, como pellejos.
Se las mamé solo porque me dio 50
dólares. Si no, de pendejo se las chupo.
No está pa saberlo, Don, pero casi me
vomito con esa gringa. ¿Sabe qué? En mi
pinche vida había chupado unas chiches
como las de la Doña. Blancas, llenitas,
con sus botoncitos color de rosa,
mmmm!, sí que estuvo de poca madre. Y
le digo algo, le prometo que nunca voy a
olvidar las chiches de la Doña. Se lo
juro por el Santo Patrono de la
Misericordia.
Seguimos bebiendo cerveza,
distendidos, eufóricos. con risas que
brotaban de simplezas y de recuerdos
divertidos y graciosos. Yo no me podía
quitar de la mente lo que había ocurrido
momentos antes. Seguía muy excitado y
sólo pensaba en llegar al hotel para
descargar la calentura acumulada
Maribel, sin embargo, no tenía
intención alguna de cortar con Rodolfo.
El muchacho, con excesiva confianza, se
recargaba en ella, abrazándola y
paseando las manos por sus pechos,
encima de la ropa. Maribel, estimulada
por la cerveza, complacía en todo a
Rodolfo, mostrándose receptiva y
abierta.
Rodolfo ganó en seguridad y
aplomo. Tenía a Maribel a su merced y
contaba con mi anuencia. Era dueño del
momento y de la situación, y ya con
derecho a hacer cualquier cosa que se le
ocurriera. Repentinamente, el chamaco
da otro golpe de audacia, terrible y
perturbador:
-¡Quiero mamarle la panocha a la
Doña...!, exclamó con tremendo descaro,
viendo a Maribel primero y después a
mí.
No, no, no. ¡Este cabrón ya exageró,
chingada madre!, pensé. ¿Cómo cree?
Ésta sí que no se la pasa Maribel. Ya
veía a Maribel irritadísima y diciéndole
que se la fuera a mamar a su puta madre.
¿Qué se creía este pendejo?
Por poco me desvanezco de otro
sofocón. Ahora mi estupor fue
mayúsculo, demencial, porque Maribel,
¡quién lo dijera!, no mostró enojo
alguno. Alelado, confundido, la vi
sonriendo, ¡sonriendo!, ante el disparate
de Rodolfo. Y no solo eso,¡ chingao!,
sino que todavía le pregunta si sabía
mamar. ¡Santo Cielo! Jamás vi a
Maribel tan entregada. ¡Puta madre! Al
escucharla, casi me revientan las venas.
¡Qué calentura, carajo!

Maribel, sentada en la arena, con la


falda al borde de las rodillas, las
piernas flexionadas y separadas, esperó
provocativa la acometida del muchacho.
-Usted verá si soy bueno –dijo
petulante Rodolfo y se arrastró para
desaparecer medio cuerpo debajo de la
falda.
Con un regocijo que no disimulaba,
Maribel recibió al intruso entre sus
piernas, deslizando el trasero hacia
adelante y acodándose en la arena para
ofrecerle una inmejorable cercanía.
¡De locos! Mi mujer recostada, con
las rodillas en alto, abiertas y una falda
que se agitaba con lo que sucedía debajo
de ella. Aquello duró varios minutos,
con el evidente gozo de Maribel por lo
que hacía Rodolfo en su entrepierna.
¡Una ardiente estampa! Con la cabeza
echada hacia atrás, mi mujer gemía,
jadeaba, con la lengua repasando una y
otra vez sus labios. Llegado el momento,
Maribel se sacudió y alzó con
brusquedad las caderas, mientras sus
dedos crispados se hundían en la arena.
Un quejido profundo seguido de
gemidos repetitivos, dio cuenta de la
'venida' esplendorosa que Rodolfo le
había provocado.
Sosegada, exhausta, con los ojos
cerrados, los pulposos labios húmedos
entreabiertos y gritillos intermitentes,
Maribel seguía tolerando los lametones
del muchacho hasta que, saciada, no
resistió más y se zafó desesperada.
Restablecida y reanimándose con
otra cerveza, volteó hacia mí y dijo: "No
lo vas a creer, pero este chamaco
maneja la lengua como maestro".
A su lado, Rodolfo se limpiaba con
el dorso de la mano la humedad que
tenía en nariz, boca y mentón. Su
semblante de "misión cumplida"
mostraba satisfacción y orgullo.
Era temporada baja y la playa lucía
desierta. Muy de vez en cuando pasaba
por ahí algún turista o alguna vendedora
de ungüentos, cremas y protectores
solares.
Los que nos vieron acomodados en
la arena, platicando tranquilos y
bebiendo cerveza, no imaginaban, ¡qué
carajos iban a imaginar!, la tormenta que
nos había devastado momentos antes.
Me sentía en estado de shock. La
cabeza me daba vueltas y seguía sin
creer todo lo que había visto entre
Maribel y Rodolfo. Algo que tanto
tiempo había deseado, se concretó
repentina y milagrosamente, sin planear
nada. Una experiencia monumental que
no creo olvidar jamás en mi puñetera
vida.
Rodolfo, a sus 18 años, era un
caldero hirviente, sobrado de
testosterona y con todas las hormonas en
efervescencia. Se desenvolvía fresco,
relajado, consciente tal vez del placer
que había prodigado a los dos.
Lo vivido, colmaba en absoluto las
fantasías que nos revoloteaban.
Increíblemente, faltaba un final de
finales, la cereza en el pastel. Rodolfo
había alcanzado metas insospechadas,
pero en sus reservas todavía quedaban
las ganas de algo supremo.
Así que alentado porque a nada
había encontrado freno, atrevido y
osado, exclama con una jodida
tranquilidad que no sé de dónde la
sacaba: "¡Quiero meterle el pito a la
Doña!"
¡Puta madre! Mi capacidad de
asombro había sido rebasada. A estas
alturas ya no supe si la frase era un
halago o una afrenta. Como se habían
dado las cosas, ya no me hubiera
sorprendido que Maribel respondiera
solícita y generosa al deseo de Rodolfo.
Imaginé verla subiéndose la falda y
abriéndose, tendida en la arena.
Como era de esperarse, la grosera
petición de Rodolfo no turbó en nada los
nervios de mi mujer. Aunque suave, sin
alterar el tono de la voz, sofocó lo que
ya era un exceso. –Hasta allá no,
corazón, pero túmbate bocarriba... -le
dijo.
Rodolfo ni chistó. Enterró en la
arena la base de la botella que
consumía. Presionó, girándola, para
dejarla firme, y se tendió sumiso
atendiendo la orden recibida.
Maribel se acomodó al nivel de la
pelvis del muchacho y le desabotonó el
pantalón. Lo suficiente para meter la
mano. Se lamentó no encontrar lo que
esperaba, porque lo de Rodolfo era
discreto, menor al promedio. Igual frotó
unos instantes para preguntar luego: "¿Y
cómo tienes los 'esos'?" Sin esperar
respuesta, volvió a meter la mano
debajo del pantalón. Con una mano frotó
vigorosamente arriba, mientras que con
la otra pulsaba y arañaba abajo.
Rodolfo, con los brazos cruzados en la
nuca, ya no soportó mucho. Se
convulsionó al primer disparo, que fue
corto. Pero llegó otro, impresionante,
que alcanzó altura y le arrancó un rugido
que lo estremeció. Vino uno menos
intenso, y al final, otro que ya no
consiguió despegar.
-¡Estabas cargadito, encanto!,-
comentó Maribel a un Rodolfo que con
los ojos cerrados bufaba intenso.
Con la calentura quemándonos la
piel, caminábamos de prisa por la playa.
Estábamos ansiosos de llegar al Hotel.
Queríamos descargar toda la calentura
acumulada en el encuentro con Rodolfo.
-¿Sabes?-comentó Maribel-todavía
siento que me palpita abajo. Son como
punzaditas de reloj. Tic tac, tic tac, tic
tac. Como si trajera prendidos los labios
y la lengua de Rodolfo recorriendo todo.
Maribel iba tan caliente como yo.
Con unas ganas brutales de hacerlo ahí
mismo. La noche llegaba con el cielo
tiñéndose de naranja y el mar
vistiéndose de ocre. Cerca del hotel,
vimos a dos hombres de blanco, junto a
la barda que divide la playa de la
Avenida. Sentados en la arena, bebían
caguamas.
El ardor que me burbujeaba detonó
mi imaginación. Le propuse a Maribel
que provocáramos al par de sujetos.
-¿Y cómo? - pregunta- ¿Me tumbo la
falda y paso a su lado contoneándome
con el culo al aire?
-No, no. Tampoco hay qué ser tan
descarados. Ahí te va: Nos paramos de
cara al mar, en el campo visual de ellos.
Ahí nos alcanza a iluminar un poco el
reflector de la Avenida. No estaremos
expuestos al cien por ciento, pero sí lo
suficiente para que nos vean.
-¿Te digo algo, David? –masculló
Maribel - Sigo con las pulsaciones
abajo. Ese jodido chamaco me dejó
hirviendo. Siento que algo me escurre.
Ya me arrepentí de no habérmelo tirado.
-¡Pues prepárate, porque te va a
escurrir más! –le dije, soltando la
carcajada. Empezamos jugando con la
marea nocturna. Llegaban olas mansas
que luego se volvían broncas,
embravecidas. Con la marea yéndose,
nos metíamos un poco en el agua y
enseguida retrocedíamos corriendo ante
el oleaje que regresaba.
Luego de unos instantes, de espaldas
a nuestros 'invitados', inicié el retozo
con la falda blanca de Maribel. Se la
remangaba hasta la cintura, y ahí la
detenía un poco. Lo suficiente para
enseñar su trasero. Maribel, entonces,
simulaba incomodidad y se la bajaba.
De nuevo se la alzaba, y ahora le
acariciaba las nalgas. Y así nos la
pasábamos, divertidos, con la falda en
un sube y baja muy calenturiento.
Los hombres, que platicaban uno
frente al otro, se acomodaron de tal
forma que quedaron como público de
primera fila del inesperado e inquietante
burlesque.
De pronto, Maribel se baja la falda
precipitadamente, antes de lo convenido.
-Viene alguien corriendo- exclamó.
"Tú sigue igual", le dije enardecido.
"Y si ve, pues ya le tocaba. Donde ven
dos, pueden ver tres". El corredor debió
advertir nuestro juego, ya que nos tomó
de referencia para desplazarse en un
circuito de ida y vuelta de unos 800
metros.
Naturalmente, la diversión subió de
intensidad y temperatura. Con el
corredor integrado al entretenimiento,
alteré el ciclo de subir y bajar la falda.
La subía cuando él se daba vuelta, y la
bajaba cuando estaba a unos metros de
nosotros. Le daba tiempo para
contemplar el firme y curvado trasero de
mi mujer.
Mantener el juego constante,
gratificando a tres mirones, nos tenía sin
aliento. Nos envolvía un cúmulo de
electrizantes sensaciones que nunca
habíamos tenido.
Apenas le había bajado la falda a
Maribel, cuando sorpresivamente el
corredor se detiene y caminando se
dirige hacia nosotros.
-¡Señor! -me aborda con aplomo- A
lo mejor trae unas copas de más y no se
da cuenta, pero, mire, es un peligro que
estén aquí… Está exhibiendo a la señora
y al fondo hay dos tipos que, ya
calientes, son capaces de cualquier cosa
–advirtió.
-No pasa nada… Estamos
bromeando… Cierto, le subo la falda,
pero como trae bañador, no creo que
haya problema… -le dije.
-¿Bañador? ¿Cuál bañador? ¡Si no
trae nada abajo!-atajó.
El grito exaltado del visitante
inflamó mi excitación y me dio
oportunidad de llevar el diálogo hacia
un terreno que me fascinaba.
-¿Cómo que no trae? ¡Claro que trae!
-respondí fingiendo indignación.
-Se lo digo en serio, señor. La
señora no trae nada debajo -insistió.
-Pero, ¿cómo crees? –repliqué, a
sabiendas que el hombre estaba en lo
cierto.
El corredor, acicateado, se aventura
a levantar bruscamente la falda a
Maribel para mostrar su trasero
desnudo.
-¿Lo ve? ¡No trae nada! -dice
triunfal- Lo que pasa es que usted a está
bebido y ni siquiera se ha enterado que
la señora viene sin nada abajo.
-¡Carajo! Sí que tienes razón. ¿Pues
dónde quedaron los calzones, mi vida? –
exclamé simulando consternación,
aunque la calentura ya me erizaba la
piel- Bueno, ya la viste, ya la vieron
aquellos. No pasa nada.
Animado por mis palabras, el
extraño descarga:
-Pues qué bueno que la luzca sin
problema. La verdad, la señora está muy
buena. La vi cuando llegué a correr y ya
no pude concentrarme. Después de todo,
tiene razón. Un trasero de ese porte debe
presumirse.
-¿Verdad que sí…?
El diálogo subió de tono y observé
que el hombre ya se había excitado con
el exhibicionismo de Maribel, así que
aproveché para encauzar una
experiencia más en esa noche.
-Bueno, ya la conociste por detrás.
¿Te gustaría conocer lo que tiene al
frente?
-¡Qué pregunta, señor! ¡Claro!...
Digo, si usted me lo permite.
-¡Pues ahí la tienes! Que para eso es
Acapulco y sus noches de locura -le
dije, convencido de que Maribel estaría
ansiosa por jugar con él.
El hombre se colocó detrás de ella y
con una mano le rodeó la cintura. Con la
otra mano fue por el frente, debajo de la
falda.
Maribel, condescendiente, se dejó
toquetear sin reparo alguno.
-¡Coño! -exclamó exaltado con un
zumbido de voz que reventó en las olas-
¡Está mojadísima, ¡señora! Qué felpudo
tiene. ¡Para comérselo!
Maribel, relajada, aceptó plácida
que entreverara sus dedos en el
ensortijado vello de su pubis y curveó
los labios en un gesto de satisfacción
cuando los sintió agitándose en su
interior.
El corredor dijo llamarse Ángel.
Ingeniero de profesión, realizaba obra
pública para la alcaldía del Puerto. Se
dijo sorprendido por vivir una
experiencia tan ardiente que nunca había
tenido y jamás la hubiera imaginado. Sin
dejar de manosearla se fue inclinando
con ella. Despatarrado en la arena, abrió
las piernas y acomodó entre ellas a
Maribel, de espaldas. Abrazándola, le
jaló la falda hacia arriba. Le abrió las
piernas y las apoyó en sus muslos.
Hurgó en el tupido pelaje y con los
dedos de ambas manos abrió los
carnosos labios de Maribel. Pude
observar todo, pese a la escasa claridad.
¡Por Dios, fue como si mil fuegos me
quemaran las entrañas! Una excitación
de los mil demonios. Tuve miedo de
explotar ahí mismo, en el momento.
Luego de lo que sucedió con Rodolfo, ya
no me extrañó ver el rostro de Maribel
contraído de placer, con su lengua
repasando sus labios entreabiertos.
-¡Qué peluda está, señora…!
Susurró Ángel en el oído de mi mujer,
mientras movía con maestría los dedos y
ella respondía arqueándose y
estremeciéndose con deliciosa
voluptuosidad.
El ingeniero empujó contra Maribel,
y ella, sintiendo lo que aquél quería que
sintiera, deslizó una pregunta sin mucho
sentido: "¿Qué haces?"
–¡Es que ya no aguanto, señora!
Maribel se zafó de los brazos de
Ángel y dio un giro para quedar a su
lado, con la falda revuelta entre sus
piernas.
Ahora me toca a mí. ¿Cómo la
tienes? -le dijo atrevida.
-¡Pruebe, señora...! -la desafió
echándose hacia atrás, recostándose y
dejando que ella asumiera el control.
Con la respiración agitada, Maribel
desató la cinta del short. Con la prenda
floja, metió la mano y sacó un trozo
enorme y grueso. Emocionada, se sintió
compensada luego de recordar la
miniatura que encontró bajo el pantalón
de Rodolfo.
-¡Mmmm! ¡Está tremendo, señor!
-¡Para servirle! –respondió sin
pudor el otro.
Maribel ciñó aquel fardo con las dos
manos y todavía quedó libre el capullo.
¡Era una mosquetón tremendo! A dos
manos, una sobre la otra, Maribel fue de
arriba abajo y de abajo arriba.
Ángel, tendido bocarriba en la
arena, sujetó suavemente de la nuca a
Maribel y la llevó hacia su vientre.
Luego de una fugaz resistencia, ella
terminó cediendo. Temblando de
excitación vi cómo lo envolvía con una
mano mientras su lengua subía desde los
testículos hasta la punta.
Con la boca reseca y tragando
saliva, hecho una brasa, veía
convulsionándose al hombre con
Maribel devorándolo hasta la base.
Bastaron tres arremetidas para
escuchar un profundo e impresionante
quejido que hizo eco en la marejada.
¡Casi colapso, por Dios!
Tras la tormenta, un denso silencio
que solo rompían las olas al ir sobre la
playa. Ángel, tumbado bocarriba,
exprimido, mortalmente quieto, con
brazos y piernas extendidos, bramaba
satisfecho con el short a las rodillas. El
imponente animal, vencido, yacía
blando, flojo, abatido hacia un lado.
Tomé de la mano a Maribel y la
ayudé a ponerse de pie...¡A unos metros
quedaba nuestro hotel...!
¡SEXO EN EL CONSULTORIO!
Se oyó el timbrazo y me sobresalté.
Sabía que era Leonardo. Dijo que
llegaba a las diez de la noche y eran las
diez de la noche. Fue puntual.
Demasiado puntual. Me había duchado
unas dos horas antes, pero ya había ido
al baño tres veces a secarme en medio
de las piernas. Todo el día estuve
caliente pensando en mi primera cita con
Leonardo.
A Leonardo lo conocí en la pista del
Deportivo, donde todas las mañanas
suelo correr. Así como a otros
corredores, yo veía a Leonardo
haciendo ejercicios de soltura a un lado
de la pista, aunque no me fijaba mucho
en él. Con el tiempo, me percaté que
Leonardo dejaba de ejercitarse cuando
yo pasaba corriendo.
Con cierto disimulo me veía
fijamente el frente y supongo que
también la espalda y lo que le sigue a la
espalda. Al paso de los días, Leonardo
hizo a un lado el disimulo y clavaba su
mirada en mi con total descaro y hasta
con las manos en jarras.
Por sugerencia de Marco, mi
marido, yo vestía pants de tela muy
delgada, sin nada debajo. Dejaba muy
poco a la imaginación o nada. Eso
excitaba mucho a Marco y antes de irme
al Deportivo debía modelarle. “Vas a
traer locos a los corredores, Danira”,
me decía. Después de varias semanas,
Leonardo se agregaba a la pista cuando
yo corría mis últimas vueltas.
Conservaba el paso atrás de mí a unos
seis u ocho metros. Imagino que para
observarme.
Cierto día, cuando terminé de correr
y hacía ejercicios de estiramiento,
Leonardo se acercó, abordándome: -
¡Qué condición tiene, señora! Nadie le
aguanta el paso.
Mi respuesta nos llevó a platicar
sobre acondicionamiento físico,
maratones, complementos alimenticios y
todo lo relativo a la carrera casual o de
competencia.
Afines al gusto por el ejercicio,
siguieron las pláticas con Leonardo
cuantas veces coincidíamos en la pista.
Luego de unas semanas, terminó por ser
mi habitual compañero de ejercicios. De
carrera no, porque no podía llevar mi
ritmo, me diría después. Poco a poco
fuimos ganando en confianza y nuestras
charlas fueron más allá de lo que es la
preparación atlética.
Aunque siempre me negué a sus
invitaciones, me divertía platicar con
Leonardo. Me gratificaba el comedido
trato que me dispensaba. En cómo decía
las cosas. Era evidente que yo le atraía.
De mi parte, admito que no me era
indiferente. Es un hombre maduro, muy
atractivo. Alto, fuerte, rostro angulado,
bigote espeso y supuse que muy velludo,
porque siempre le asomaban algunos
pelillos por el cuello de la sudadera.
Alguna vez no resistí la tentación y
lo sorprendí jalándole suavemente los
vellos. -¿No te duele?, -le dije. -Para
nada, -respondió- ¡Síguele!
Riéndome, cerré el episodio.
Una ocasión, haciendo estiramientos,
Leonardo me pregunta: ¿Ya no se te
antojan mis pelos, Danira?
Respondí con otra pregunta: ¿No te
molesta que te los jale? -De ninguna
manera –asintió con visible entusiasmo.
A partir de ese momento, por lo regular
le acariciaba el vello que saltaba de su
jersey mientras platicábamos.
Cierta ocasión, sin pensarlo, le
pregunté: "¿Estás muy velludo? " Su
respuesta me dejó de una pieza:
"¿Quieres comprobarlo?", respondió.
"¿Cómo crees?", le dije, dando un
manotazo al aire y riéndome.
Con el tiempo, la amistad con
Leonardo se fue consolidando. Crecía la
cordialidad y franqueza de nuestras
conversaciones. Una mañana fue más
allá de la plática habitual.
-¿Sabes que desde que te vi en la
pista me gustaste y me excitaste mucho?
“¡Qué mentiroso!”, le dije casi con
amabilidad.
"¿Quieres probar que es
verdad?",retó. Sonreí ante la ocurrencia.
-Te juro que me excitas mucho. Y
más cuando corro tras de ti. Ese meneo
de tu trasero me trae loco. ¡De veras!
¿No te enojas si te hago una pregunta?
-¿Por qué había de enojarme?,
contesté.
-¿Verdad que no llevas ropa
interior?
Mi respuesta fue una sonora
carcajada.
-Dime, ¿verdad que no traes nada
debajo? –insistió.
Seguí riéndome, sin contestarle.
-No crees que me excitas, ¿verdad?
–persiste.
-Ya te dije, eres un mentiroso.
-Dame la mano- Intenta cogérmela,
pero me aparto rápidamente.
-Okey, no me des la mano, pero
¡mira cómo me tienes!– Exaltado, con un
gesto impulsa la caderas hacia adelante.
Fue obvio lo que le despuntó en el
pants. Sentí un vuelco en mi interior y
quise agarrar aquello, pero me contuve.
Había mucha gente alrededor.
-¿Ahora sí me crees? –balbuceó
Leonardo.
-Deja de estar de loco y sigamos con
los ejercicios –atajé, más que nada, para
recuperar el aliento.
A pesar de mis constantes negativas,
Leonardo insistía en que nos viéramos
en un sitio diferente al Deportivo. -
¡Ándale! No sabes el deseo que tengo de
estar a solas contigo –repetía una y otra
vez.
La persistencia de Leonardo era
obsesiva, pero nada molesta. La verdad,
me halagaba. Y ya era cosa de todos los
días el presumirme su excitación.
-Mira cómo se mueve por ti –me
decía. Y sí, veía cómo palpitaba aquel
bulto. Como si tuviera vida propia.
Observarlo me excitaba y sentía un gran
deseo por pulsarlo, aunque fingía
indiferencia.
-Tócalo, aunque sea un poco. Bueno,
solamente rózalo –rogaba-. Así,
disimuladamente, verás que nadie se da
cuenta.
Para provocar y calentar más a
Leonardo, le decía que pasaría junto a él
y lo tocaría. Me dirigía hacia él y
cuando parecía que lo manoseaba,
aceleraba el paso sin hacerle nada. Me
divertía su desencanto y su
desesperación.
-¡Qué mala eres, Danira! No me
hagas eso –exclamaba chasqueado. Me
divertía jugar de esa manera, aunque yo
estaba tanto o más caliente que
Leonardo. Ansiaba sobarlo, restregarlo,
acariciarlo y no sé cómo pude reprimir
mis deseos. Al despedirnos, la
frustración de Leonardo era evidente.
-¿Cuándo me darás la oportunidad
de estar contigo, nena? ¡No sabes cuánto
te deseo! Fantaseo contigo. Te sueño.
Me tienes muy caliente.
A Leonardo lo dejaba peor cuando
le prometía: Algún día, algún día. Ya
verás…
Marco sabía todo lo que platicaba
con Leonardo. De hecho, no hay secretos
entre nosotros. Por las noches, en la
cama, me preguntaba de Leonardo. Le
excitaba que le contara todo. A detalle. -
¿Te gusta Leonardo, verdad? -Me
preguntaba. –Sí –le respondía. -¿Te lo
quieres coger? –añadía. Le regateaba la
respuesta al darme cuenta que eso lo
excitaba más.
Marco me decía que si algún día
quería tirarme a Leonardo o algún otro,
lo hiciera en casa. Que aprovechara el
día en que los chicos se quedan con los
abuelos. Que no me arriesgara en ningún
otro lado.
-Para eso tienes tu casa –insistía, y
además sugería- Que no llegue
escondiéndose, ni agazapándose como
ladrón. Que tampoco deje el auto en otro
lado y llegue sospechoso y de puntitas.
Que se presente normal y se estacione
junto a la acera de la casa. Además, que
pulse el timbre con naturalidad. Como si
fuera amigo o familiar. Eso desarmará
cualquier habladuría de los vecinos.
Cenaba con Marco en un restaurante.
Como siempre ocurría, luego de unos
tragos la plática derivó en la relación
con Leonardo. De pronto, Marco me
dice: -¿Sabes qué? Me doy cuenta que
cada vez estás más fogosa con
Leonardo. Eso me excita mucho. Yo
diría que demasiado. A estas alturas, ya
no sé quién está más caliente. Si
Leonardo por cogerte, tú por cogértelo
¡o yo porque se cojan! ¿Por qué no lo
invitas mañana a la casa? Los niños no
están. Yo me voy al bar de los Miranda
y te quedas sola, en plena libertad.
No necesitó decirlo dos veces.
Marco mismo recomendó la ropa
que vistiera para recibir a Leonardo: Un
sostén negro transparente y una tanga
negra, también transparente. Eligió una
blusa negra de seda, de manga larga y
con botonadura al frente. Y para abajo,
una falda larga, color crema, abierta del
frente y con botones en toda su longitud.
Por último, botas negras altas, casi a la
rodilla.
Vestida así, te verás muy sensual,
super sexy. Encantadora y muy
provocadora –dijo.
Esa noche, como venía sucediendo,
llevamos a la cama nuestra fantasía. El
morbo al hablar de Leonardo nos llevó a
tener un sexo electrizante. Nos
revolcamos como hacía mucho no lo
hacíamos y tuvimos un orgasmo
loquísimo. Confío en que los vecinos no
hayan escuchado mis gritos ni mis risas.
Por supuesto, no dormí tranquila. La
posibilidad de estar con Leonardo me
despertaba. Estaba alterada y tuve
conciencia de las ganas que tenía de ese
hombre.
Por la mañana, en la pista de
atletismo, sentí el ritmo cardiaco
acelerado. No porque me hubiera
excedido en la carrera o en el ejercicio.
Y sí por la expectativa de invitar a
Leonardo a casa. En plena sesión de
ejercicios, volvió con lo mismo: Que
nos viéramos en otro lado . En ese
momento, fingiendo una actitud hostil, le
dije: -Mira, te lo voy a decir por última
vez, ¡no voy a salir a ningún lado
contigo! A ningún lado. Ni a la esquina,
para que me entiendas.
Leonardo quedó perplejo.
Paralizado. Sin saber qué decir. Estuve
a punto de soltar la carcajada, pero me
contuve. Lo vi reflexivo, tieso, taciturno,
y de nuevo estuve cerca de estallar en
risas. Como pude me controlé.
Enseguida, suavizando mis palabras,
le dije: -Mira, Leonardo, como te digo,
nunca voy a salir a ningún lado contigo,
pero a cambio te propongo algo –La
frase lo alertó y dejó de parecer un niño
regañado.
-¿Que me propones? –respondió
desconcertado.
-Que esta noche vayas a tomar un
café a mi casa…
Leonardo enarcó los ojos y su
semblante se transformó en una imagen
radiante y jubilosa. -¿En serio, Danira?
Dime que no me estás cotorreando. ¿Lo
dices de verdad? ¿Es en serio la
invitación? ¡Dime que es cierto lo que
me estás diciendo, Danira!
De la exaltación pasó a la reflexión.
-¿Y tu marido? ¿Y tus hijos?
-No hay problema. Mis hijos están
de viaje y mi marido tiene reunión con
sus amigos en un bar. Habitualmente
llega entre cuatro y cinco de la mañana.
-¿Entonces, va en serio?
-Bueno, si no me crees, olvídalo. No
pasa nada.
-Perdón, Danira... Es que es algo tan
imprevisible y maravilloso, que no lo
puedo creer. ¿A qué hora me sugieres
que llegue, preciosa?
-¿Te parece a las diez de la noche?
-¿A las diez? De acuerdo. A las
diez.
Le repetí varias veces las
recomendaciones que me hizo Marco. Se
estacionaría junto a la acera de la casa y
tocaría el timbre con toda naturalidad,
sin movimientos o gestos nerviosos.
¡Yeeees! -Gritó alborozado,
elevando los brazos, como un niño que
recibe un juguete nuevo, asombrando a
la gente que corría en la pista.
-¡Cálmate, Leonardo, que llamas la
atención de muchos! -le dije entre
sonrisas.
Al abrir la puerta me encontré con
un Leonardo muy distinto al de las
mañanas en el Deportivo. Atildado, con
un exquisito aroma a maderas, jeans,
camisa azul y un blazer color gamuza.
-¿Con quién estás? –preguntó. –
Contigo –bromeé.
Cerró la puerta tras de sí y de
inmediato me abrazó por la espalda.
–Si supieras cuánto deseaba tenerte
así. Desde que te conocí en la pista ya
no tuve un día tranquilo. Ah! cuánto
tiempo debió pasar para abrazarte,
sentirte- expresó respirándome en la
nuca, estremeciéndome.
Luego, tomándome de los brazos, me
hizo dar vuelta para atrapar mis labios
con los suyos. Su lengua se acomodó
debajo de la mía y nos fundimos en un
apasionado y frenético beso.
Leonardo, con la camisa
desabotonada, presumía su abundante
pelaje. Con mis manos sobre su pecho,
aproveché para acariciarlo y enredar
mis dedos en sus vellos ensortijados. –
¡Mmm, sí que estás peludo! –le dije.
Sus manos, inmensas, repasaron mi
espalda y terminaron yéndose debajo de
la cintura. Sobre la falda se prendió de
mi trasero y siguió besándome en la
boca, en el cuello, en mis mejillas. Todo
era delicioso y lo espeso de su bigote
añadía un toque de sensualidad al
contacto de los labios. Era la primera
vez que besaba a alguien con bigote. Me
oprimió el labio inferior y las cosquillas
que me provocaron su escobilla fueron
incendiarias.
Nervioso, zafó los tres primeros
botones de la blusa y metió la mano para
bajar el sostén. Con una mano pulsó el
pecho y con la otra acarició el pezón
con una suave opresión de pulgar e
índice. –Qué bonitos pezones tienes –
balbuceó-. Firmes y bien formados. De
diseño.
Se inclinó y luego de unos lametazos
los chupó con avidez. En el roce de los
cuerpos, sentí en el muslo algo duro y
consistente. Ahí estaba, a la mano, lo
que tantas veces deseé en el Deportivo.
Apreté con fuerza y deslicé los dedos
por todo su perfil. Fue un momento de
gran excitación. Explosivo.
La sala estaba a media luz.
Iluminada apenas con el resplandor de
la lámpara de la cantina, que contaba
con barra, bancos y una cava en la pared
con vinos para cualquier ocasión.
Unas horas antes programé música y
una deliciosa pieza instrumental
francesa envolvía el ambiente. “Esto
parece de película”, susurró Leonardo.
Abrazándome y besándome, me
llevó hasta el sofá. Me empujó para
sentarme y se echó al piso. Empezando
por abajo, fue soltando uno a uno los
botones de la falda, a excepción de los
dos primeros. Suficiente para abrirla
hacia los lados y dejar a la vista mis
piernas y mis bragas. Colocó sus manos
en mis rodillas, las separó un poco y me
besó los muslos. Una cálida oleada me
erizó la piel. Intempestivamente, con
brusquedad, se puso de pie y se plantó
frente a mí. Relajada, nada hice para
reacomodarme la ropa. Recostada,
alelada, quedé con los brazos sueltos, la
blusa abierta, el sostén zafado y mis
pechos descubiertos. Mi falda también
quedó abierta, mostrando mis piernas.
Desconcertada, vi cómo Leonardo se
quitó el blazer y lo lanzó al sillón.
Siguió con la camisa. Y ante mi estupor,
se desabrochó el cinto, accionó el
zipper y se bajó al mismo tiempo
pantalón y calzones. Por último se sacó
los zapatos y los arrojó a un lado.
Ante mi asombro, a excepción de los
calcetines, quedó completamente
desnudo. Ni en fotografías había visto a
un hombre tan velludo. Su erección me
apuntaba, amenazante, surgiendo de un
impresionante matorral.
Macizo, tosco, peludo como un
gorila, Leonardo era el vivo ejemplo del
macho cabrío. El ideal, supongo, de
cientos de mujeres que sueñan con un
hombre así. Pensé que era una gran
suerte tener ese ejemplar para mí sola.
Contemplándolo, tuve el impulso de
saltar, prenderme de su cuello y enredar
mis piernas en su cadera, para
encajarme completamente en él.
En vez de eso, me quedé
admirándolo como una boba. Al darse
cuenta del impacto que me había
generado, arrogante, con las manos en la
cintura, pregunta: “¿Te gusto?”.
Turbada por su alarde, solo sonreí.
Él, entonces, vino hacia mí. Me
enderecé y teniéndolo casi encima,
entreveré mis dedos en el vello de su
vientre. Luego, con las dos manos lo
froté unos instantes antes de llevármelo
a la boca. Lamí alrededor del botón y
después devoré cuanto pude. Leonardo
se aferró a mi cabeza, temblando
en cuanto vigorizaba mis
movimientos.
-¡Así! ¡Así! –reclamaba- Te creí
ardiente, pero superas todo lo
imaginable. ¡Eres extraordinaria,
fantástica!
Cuando lo sentí muy exaltado, me
aparté. Sentada en el sofá, lo cogí de las
caderas y aprecié al macho que deseaba
como loca. De pie, con la cabeza hacia
arriba y los ojos cerrados, Leonardo
crispaba los puños, mientras su lanza,
suspendida en el aire, latía
compulsivamente.
Luego de resoplar como un toro y ya
repuesto, Leonardo fue bajando al piso
lentamente, hasta quedar hincado entre
mis piernas. Tomó mis rodillas, las
separó y besó el interior de mis muslos,
yendo hacia arriba, pero sin llegar al
final. Repentinamente, con
desesperación, cogió el elástico de mis
bragas y casi las rompe al arrancarlas
con inusitada violencia.
Estrujó la prenda entre sus manos y
se puso de pie. La huele repetidas veces
y bufa complacido. "Un aroma divino",
masculla.
Enseguida, deja las bragas en el sofá
individual, extiende el brazo y me jala: -
¡Vente, vamos a bailar!-ordena.
¡Vaya sorpresa! Nunca imaginé que
Leonardo estuviera ahí para bailar.
Aunque siendo sincera, la dulce y suave
música francesa que surgía del modular,
era un convite irrenunciable. De pie,
juntos, uno frente al otro, Leonardo abre
la falda y se acomoda entre mis
piernas. ¡Cielos, fue una sensación de lo
más ardiente!
La mezcla de su humedad con la mía,
tenían el interior de mis muslos
totalmente pegajoso. Con el más leve
movimiento de cualquiera de los dos, lo
que ahí tenía resbalaba y se movía
deliciosamente entre mis piernas.
Era como tener un pez escurridizo
intentando escapar, pero que yo retenía
apretando con firmeza. Aunque era tanta
la humedad, que terminaba por
escabullirse y debía recuperarlo con las
manos. La vorágine de abajo impulsaba
a Leonardo a besarme con
desesperación. Pronto, nuestros cuerpos
se ajustaron como piezas de reloj. De
manera natural, las pelvis se amoldaron
para marcar un ir y venir rítmico y
suave.
Sin romper el ensamble de los
cuerpos, Leonardo me fue bajando con
delicadeza al piso. Quedó sobre mí un
instante, para darse vuelta luego y
dejarme encima de él. Otro giro y una
vez más cambiamos posiciones. Así nos
revolcamos por toda la sala, de lo
pausado a lo frenético, chocando con
muebles y muros. Mi blusa estaba
totalmente abierta y había perdido el
sostén. Era tanta la euforia, que nunca
supe dónde quedó. Nos zarandeaba un
torbellino de pasión y descontrolados,
enloquecidos, rodábamos de un lado a
otro. Yo encima. Él abajo. Yo abajo. Él
encima. Fundidos en uno, aquello era un
banquete de lujuria que parecía no
terminar.
Exhaustos, extremadamente
calientes, jadeando, nos detuvimos por
fin. Cruzamos miradas y cada uno sentía
el fuego de la piel del otro. Éramos
brasas al rojo vivo, al límite de nuestra
exaltación. Leonardo se apartó con
suavidad y yo quedé en el piso,
bocarriba, con la falda enredada en la
cintura.
Leonardo fue sobre mí, me abrió un
poco las piernas y se hincó entre ellas.
Inclinándose, me levantó de las caderas
y me jaló hacia él, acomodándome en
sus muslos. Mis piernas, flexionadas,
quedaron a los lados de su cintura. Un
momento de salvaje intensidad.
Leonardo entró fácil. En esa posición,
quedé indefensa, expuesta a que él
controlara y dirigiera todo como le
viniera en gana.
Leonardo me tomó de las caderas y
lo mismo las llevaba contra su vientre,
que las agitaba en círculos. ¡Fantástico!
Tenía un volcán entre mis piernas. La
'venida' fue estrepitosa, delirante. Con
Leonardo bramando y yo, sujetada por
sus manazas, sacudiéndome como
poseída.
Luego del estallido, Leonardo me
soltó de a poco y resbalé con suavidad
por sus muslos hasta el piso. Quedé
exhausta, saciada, viendo cómo se
desprendía de mí ese portento de
hombre.
Leonardo se echó a un lado.
Temblando, pude pararme con
dificultad, con algo muy caliente en mis
adentros. En el piso, despatarrado,
Leonardo se reponía desnudo y
satisfecho. Apenas si alcancé a llegar al
baño. La descarga de Leonardo había
sido copiosa.
Fue uno de los mejores encuentros
sexuales de mi vida. Nunca imaginé que
aquel hombre que conocí en el
Deportivo fuera tan grandioso amante.
Simplemente maravilloso.
Repuestosdel trance, serenos, nos
sentamos en la cantina y bebimos
whisky. Quedé tan caliente, que ya
imaginaba otros encuentros iguales o
mejores que éste.
Leonardo me sacó bruscamente de
mi ensoñación. –En dos semanas viajo a
Nueva York –dijo seco y directo- Voy a
cursar un post grado de medicina
nuclear.
Me sorprendí: -¿De medicina
nuclear? ¿Te volviste loquito o qué? Ja
ja ja. ¿De dónde sacas eso? –le dije
entre confundida y desconcertada.
-Es verdad, Danira. Y qué bueno que
lo hicimos. Hubiera sido una gran
frustración irme a Nueva York sin
haberte conocido como te conocí esta
noche.
-¿Pero por qué medicina? ¿Y
nuclear? ¿Pues a qué te dedicas? ¿Qué
profesión tienes?
-Soy médico, Danira.
Entorné los ojos, impresionada.
Nunca lo hubiera imaginado. ¿Leonardo,
médico?
“¿Y por qué nunca me dijiste que
eras médico?”, le pregunto.
-Porque nunca preguntaste a qué me
dedicaba. Además, eso no es importante
para ninguno de los dos. Lo nuestro está
libre de ligas, deberes y derechos. No
hay acuerdos ni etiquetas. No hay
condicionamientos. Tampoco sé cuál es
tu profesión. Ni me interesa. Me
interesas tú por ser tú, como persona,
como mujer. Nos entregamos
plenamente, fuera de clichés y códigos
sociales, animados solamente por el
gusto de darnos placer. Lo nuestro es
una comunión blindada, no compartida,
donde solo interesa el generoso
obsequio de nuestros cuerpos y no la
opinión de otros.
Atenta a sus palabras, bebí un sorbo
de whisky. La explicación de Leonardo,
tan categórica, me dejó conmovida.
"Tienes razón", asentí con la cabeza y
acerqué mis labios para devorar los
suyos.
Leonardo decidió contarme,
entonces, una fantasía que le bullía en la
cabeza cuando corríamos en la pista:
"Te miraba llegar a la clínica en calidad
de paciente. Me visitabas para un
reconocimiento médico. ¿Te imaginas?"
"¿Y por qué no me cumples esa
fantasía antes de irme?”, expone.
-¿Cómo crees? Ya imagino a tu
asistente entrando y nosotros cogiendo.
-Por favor, Danira, eso nunca
sucedería. Nadie entra al consultorio si
yo no lo permito. Harás lo mismo que yo
hice al venir a tu casa. Te presentas
como una paciente más y nadie va a
enterarse.
¡Vamos, Danira! Dame ese placer
antes de viajar a Nueva York. Pasará
mucho tiempo antes de volver a vernos o
quizá nunca más nos veamos. ¡Por favor!
Me harías el hombre más feliz del
mundo. ¡Anda, di que sí! Tu visita debe
ser entre las once y las trece horas. El
día tú lo escoges. ¡Dime que sí,
preciosa!”
-¡Es mi turno, doctor!
Al escuchar mi voz, Leonardo, de
bata blanca, tras un escritorio, arrojó el
bolígrafo con el que anotaba algo, y se
puso de pie, pasmado. -¡Viniste, Danira,
viniste! –exclamó exaltado. Caminó
rápidamente hacia mí, me tomó de los
brazos y me dio un beso breve para ir
enseguida a cerrar con llave a la puerta.
Nervioso, levantó un teléfono y se
dirigió a la secretaria. –No me pase
ninguna llamada, señorita. Tampoco
quiero que me interrumpan. Debo hacer
un examen muy delicado.
Regresó conmigo, emocionado. Sus
ojos chispeaban y una sonrisa asomaba
bajo el tupido bigote.
-Qué alegría, Danira. Llegué a
pensar que no vendrías. ¡Esto es
increíble! Es un sueño del que no quiero
despertar. No sabes cuántas veces
imaginé este encuentro aquí, en mi
consultorio. Desde aquella noche en tu
casa, no pensaba en otra cosa. Deseaba
como loco estar aquí contigo -expresó
de corrido.
Lo cierto es que me costó decidirme.
Lo pensé mucho. Cuando parecía que me
animaba, algo me frenaba. Le conté,
entonces, a Marco de la invitación al
consultorio y me alentó a que acudiera.
"Tienes derecho a divertirte", me
dijo. "Ve con tu doctor y ya me contarás
los detalles de tu encuentro". Con la
confianza y el respaldo de Marco, todo
fue más fácil. La verdad es que ardía de
ganas de volver a ver a Leonardo. Todo
me cosquilleaba recordando aquella
noche en casa. Definido el día, me
encaminé a la Clínica.
-Me encantas, Danira, eres increíble.
Es maravilloso tener conmigo a la reina
de la pista. Y si algo lamento, es no
haberte conocido antes. Verás que
pasaremos un rato grandioso, soberbio.
Lo que más deseo es que nunca olvides
este encuentro. ¡Quiero enardecerte con
mis caricias y llevarte a las mismas
estrellas!
Las palabras de Leonardo me
excitaron más. Yo estaba dispuesta a
todo en aquel consultorio, consciente
que sólo sería sexo. Leonardo me
desabotonó la blusa, y como la vez
anterior, zafó el sostén. Pasó
repetidamente su lengua por mis
pezones, que endurecieron de
inmediato.Me chupó largamente
mientras me acariciaba el trasero.
Resbalé la mano por su cuerpo y me
topé con su fogosidad al máximo.
Abrazándome, lamiendo la curva de
la oreja, me dice suavemente: "Estarás
mejor si te acuestas en la cama de
exploración".
-¿Y si viene alguien?, pregunto
temerosa.
-Ya te dije que nadie, ni el Director,
es capaz de interrumpir. Así que relájate
y piensa que estamos en un mundo donde
solo tú y yo existimos.
Leonardo puso una rodilla en el piso
y sus manos subieron por debajo de la
falda para bajarme con desesperación
las bragas que luego lanzó a cualquier
lado.
De la mano me llevó hasta la cama
de exploración donde me ayudó a subir.
Me indicó que me pusiera en cuatro.
Sumisa, obedecí, apoyándome en codos
y rodillas, las que ajustó al borde del
mueble.
Nerviosa, con el corazón golpeando
con fuerza, sentí cómo Leonardo me
levantó la falda con las dos manos y la
echó sobre mi espalda. ¡Santo Cielo!
Leonardo me contempló a sus anchas,
estudiándome. Escuchaba su respiración
agitada y sentía que me quemaba su
mirada. Quieto, tieso, de pie, se
solazaba con mi trasero y con el
bosquecillo que asomaba entre mis
muslos. Por un momento sentí
vergüenza. Nunca, ni con mi marido, me
había exhibido de forma tan procaz.
Estuve a punto de enderezarme y saltar
de la cama. Me contuve al recordar que
estaba ahí porque tenía la absoluta
disposición de pasarla bien.
Leonardo pudo desvestirme toda.
Pero no lo hizo. Como tampoco lo hizo
en casa. Al parecer, gozaba mejor mis
partes desnudas si tenían de referencia
algo de ropa. Un fetiche, supongo.
Leonardo se regocijaba con la
generosa vista que tenía enfrente. Con su
dedo medio me tocó la nuca y me hizo
estremecer. Todo fue a más cuando lo
deslizó lentamente por la línea media,
sobre la tela.
Saltó luego hasta el surco de mis
hemisferios, que recorrió con lentitud
desesperante y presionó en un punto
donde bien sabía que algo me
provocaría. Continuó su avance y se
adentró en la mata de frondoso vello.
Ahí se encontró con la gran humedad
que ya invadía mi entrepierna. Sujetó
mis caderas, clavando los dedos, como
evaluando todo lo que disfrutaría en
cuanto se lo propusiera. Pellizcó con
suavidad, sobó con delicadeza y se
inclinó para dejarme besos en el área
vigorosa de mis nalgas, que me hicieron
temblar.
El roce de su bigotes, ¡wow!, me
provocaba un cosquilleo turbador.
Encendido, jaló con refinamiento los
vellos que asomaban entre mis piernas.
–Parece la esplendorosa crin de un
pura sangre -susurró entre dientes.
Abriéndome un poco las piernas,
colocó la palma de su mano en el pubis
y la arrastró hacia atrás, para hundir
¿dos? ¿tres? dedos en mi sexo. Luego de
batirlos, recupera el trayecto y roza
atrás. Me cimbro y suelto un gritillo de
placer.
Me pide, entonces, que me tumbe
boca abajo, pasiva, y sólo espere a
sentir con intensidad lo que me va a
hacer. Así lo hago y quedo con el rostro
hacia un costado y los brazos extendidos
a los lados. Lo veo contemplando mi
cuerpo desnudo y estoy muy excitada. Lo
deseo ardorosamente. Y más, cuando se
inclina y su lengua recorre mi oído,
suave, despacio, y me dice casi en
secreto: "¿Sabes que me encantas?"
Acaricia mi espalda y mis nalgas
por unos instantes y sus dedos se hunden
luego. Encuentra lo que quiere encontrar
y los mueve. No resisto más y me
contraigo para oprimirlos. Escucho su
gemido de sorpresa. -¡Cómo aprietas,
Danira! -exclama exultante. Sin dejar de
agitar los dedos, intenta clavar el pulgar
en otro lado. Se lo retiro. Le digo que
ahí no.
Leonardo no para de toquetearme y
yo siento llamas en la piel. Insistió con
el pulgar, pero esta vez no hice nada
para apartarlo. Calientísima, perdí toda
capacidad de resistencia. Totalmente
relajada, sometida y dócil, con el deseo
estallándome, me dejé hacer de todo. A
dos manos me abrió las nalgas y su
lengua repiqueteó ahí varias veces.
¡Virgen Santa! En mi vida había sentido
experiencia tan estremecedora y
maravillosa.
-Date la vuelta –ordena y extiende
las manos para ayudarme - Siéntate al
borde de la camilla del lado de los pies
y te echas hacia atrás, acostada.
Con mi voluntad vencida, estaba en
disposición de complacer
incondicionalmente a mi espléndido
amante. Las piernas quedaron colgando.
Leonardo se inclina y las levanta,
flexionándolas, de tal modo que las
rodillas quedan arriba. Acomoda los
pies en los estribos de la camilla,
sujetándolos con unas bandas anchas y
¡Dios mío!, quedo totalmente abierta y
expuesta porque la falda ha resbalado
por los muslos.
Leonardo acerca un banco para
sentarse frente a mis piernas separadas.
No ignoraba la posición, porque así
quedaba frente a mi ginecólogo, pero la
experiencia ahora es totalmente
diferente.
No había el temor que existe ante
una revisión profesional, ni tampoco el
pudor que hay en una relación médico-
paciente. Trastornada, sentía vibrar cada
parte de mi cuerpo.
Las manos de Leonardo acariciaron
mis tobillos y subieron hasta las
rodillas. Bajaron luego por el interior de
los muslos. Estoy tan caliente que mis
jugos escurren por los vellos. Leonardo
acerca su boca y mientras lame, sus
dedos abren mis labios. Luego me besa
las nalgas, alternando con suaves
mordiscos, al tiempo que briosamente
uno de sus dedos empieza a hundirse
hasta lo más recóndito de mi intimidad.
Al mismo tiempo su lengua se
convierte en una vigorosa serpiente que
se agita con furia en mi entrepierna. El
placer es incontrolable. Estoy jadeando.
Mi cuerpo se contrae, se estremece y
mis manos se crispan en los bordes de la
camilla. Leonardo se da cuenta que
estoy a punto de explotar. Redobla sus
caricias con dedos y lengua. Estoy fuera
de control y mis gemidos son cada vez
más fuertes sin que él retire sus labios
de mi entrepierna.
Una brutal convulsión y un grito
ahogado me llevan a un final
maravilloso. Leonardo solo se
desprende hasta que me ve saciada,
exhausta, agotada de placer. Tengo los
ojos cerrados. Estoy mojada, sudada,
exaltada, feliz, disfrutando un
extraordinario sexo.
Leonardo abraza mis piernas y soba
con suavidad los muslos, dejando que
me recupere. En cuanto notó que recobré
el ritmo de mi respiración, atacó de
nuevo. Con índice y pulgar de ambas
manos, separa delicadamente los labios.
–Veo tu clítoris-dice- ¡Es de lujo!
De muy buen tamaño. Con razón
reaccionas tan rápido. Veamos cómo
responde ahora.
Un chasquido eléctrico me agitó
cuando Leonardo oprimió el clítoris y lo
frotó después. -Veamos que sigue,
señora –musitó como si se tratara de una
exploración médica.
Con dos dedos hizo ligera presión
contra la pared interior y los movió de
dentro hacia fuera. ¡Dios Santo, eso fue
una sacudida de otro mundo!
Insaciable, Leonardo iba a los
excesos: Introdujo más adentro el dedo
índice y me pidió que lo apretara con la
vagina. -¡Fabuloso! ¡Ahora me explico
el vigor de tus apretones cuando tuvimos
sexo!-clamó maravillado.
De pie, Leonardo siguió jugueteando
con sus dedos, humedeciéndolos lo
suficiente para resbalarlos luego en
otras zonas. Yo no podía más.
¡Uf!, ha sido la excitación más
terrible que he tenido en mi vida. Me
siento liberada, poderosa, disfrutando
de sexo lujurioso, sin presiones. Mis
piernas tiemblan y mi cabeza no para de
sacudirse de un lado hacia otro.
Todo mi cuerpo entra en un estertor
incontenible. Las caricias y movimientos
de Leonardo no disminuyen. Sus manos
me siguen recorriendo lentamente y un
dedo atrás, permanece quieto. Siento
que floto y esta locura parece no
terminar. Otra vez, el estremecimiento,
el espasmo y el sosiego de mi cuerpo
fatigado por un orgasmo más. Leonardo
retira sus dedos, levanta su rostro, me
observa. Lo veo. Se cruzan nuestras
miradas. ¡Qué hombre!, me digo. ¿Y
ahora qué? ¿En qué momento estará en
mí? ¿No piensa acabar él? ¿Cómo
aguanta todo esto sin terminar?
Admiraba la capacidad de Leonardo
para contenerse, pero yo estaba a punto
de enloquecer de ganas. No pude más y
le pedí, le supliqué, que viniera hacia
mí. Le dije que lo quería sentir todo,
completo, dentro de mí. ¡Le grité que me
penetrara!
Sonrió complacido. Arrogante,
disfrutaba del fuego que me consumía.
"¡Ya Leonardo, por favor!", rogué. Y
entonces, parsimoniosamente, se quitó la
bata, bajó el zipper del pantalón y saltó
como una pantera liberada el imponente
mazo. Se acercó y con la punta picando
apenas y recorriéndome de arriba abajo,
me arrancó jadeos. Exasperada, a punto
del estallido, le supliqué que terminara
con ese martirio. ¡Por Dios, Leonardo,
estoy calientísima!
Brinqué al sentir su arremetida en
otro lado. -¿Por aquí?, -preguntó
Leonardo- ¡Por donde quieras, pero ya!
–le respondí desesperada. Empujó un
poco y me arrancó un grito. Se apartó,
entonces, reorientando su embestida.
Entró lentamente.
Con los primeros centímetros, agité
el trasero con furia y apreté con todas
mis fuerzas. Leonardo me abrazó muslos
y piernas y pegó su rostro a mis rodillas.
-¿Te gusta tenerla toda adentro?–
pregunta. Y yo, doblegada, le respondo:
“Sí, papito, me gusta tenerla toda
adentro". Enseguida bombea con
exasperación una y otra vez hasta lanzar
un salvaje rugido que detona mi
estallido y me hace retorcer herida de
placer.
Sus últimas embestidas fueron
brutales, salvajes. Jadeando, siguió
empujando hasta que fue perdiendo
tamaño, fuerza y consistencia,
resbalando lentamente hacia fuera. ¡Dios
mío, eso fue sexo de otro mundo!
Se apartó y alcanzó una toalla. Entre
mis piernas escurría un líquido caliente
y viscoso. Leonardo, comedido, me
limpió con delicadeza y ternura.
Enseguida desanudó las cintas de los
estribos y liberó mis talones. Bajé las
piernas, aliviada, y me puse de pie.
Leonardo me abrazó y nos devoramos a
besos. Siguió con mis pechos
descubiertos, lamiendo, besando y
mordisqueando, mientras su manos no
dejaban de acariciar mi trasero desnudo
debajo de la falda.
-Nunca te voy a olvidar –dijo- y te
prometo que algún día volveremos a
repetir esto que fue maravilloso,
celestial.
Eso dijo Leonardo.
A LOS 40, SU PRIMER VIDEO
PORNO
El tiempo corría y nada rompía la
pesada monotonía de los días que se
repetían como calcas al carbón. Pero
esa vez, lo recuerdo bien, bajé de
improviso a la planta baja y sorprendí
en mi estudio a María Mercedes, la
señora que se encarga del aseo, viendo
la pantalla del ordenador.
Concentrada en lo que observaba, ni
siquiera se percató que estaba frente a
ella.
-¿Qué le parece, señora? ¿Le gusta?
–le dije, provocándole un susto que la
hizo brincar y apartarse de inmediato
del ordenador.
-Perdón. Ya me iba del cuarto… -
tartamudeó cohibida, inclinando la
cabeza. Se sonrojó, visiblemente
avergonzada.
Pasó junto a mí y se dirigió a la
cocina. Accidentalmente, supongo, la
señora pulsó una tecla que inició un
video en el monitor. Al observar la
pantalla, vi lo que tenía a María
Mercedes tan atenta: Un negro, con un
paquete descomunal, penetraba una y
otra vez a una delicada y frágil rubia.
El episodio sirvió para romper el
hielo con la señora. Hasta entonces,
apenas si cruzábamos palabras. El
saludo y lo esencial de las cosas
cotidianas, nada más. Su trabajo, por lo
general, lo realizaba en silencio.
La siguiente ocasión que volvió a
casa –iba cada tercer día-, le pregunté si
se había acordado de lo que vio en la
computadora. –Ay, señor, qué pena… -
respondió, encogida y tímida.
-No tiene por qué darle pena. Es
algo muy natural. Totalmente natural.
Seguro que ya ha visto videos como ese,
¿no?
-La verdad, no, señor. Nunca.
-¿No? ¿En estos tiempos y a estas
alturas no ha visto ningún video de ese
tipo?
-No señor, le juro que no.
-¿Cómo voy a creer? Yo supondría
que los ha visto con su marido…
-No, señor. Mi marido es muy serio
y no le gustan estas cosas. Nunca me ha
enseñado un video así.
-Pues qué extraño. En estos tiempos
difícilmente existen parejas que no
hayan visto estos videos. Pero, bueno,
¿le gustó lo que vio?
-Ay, señor… -María Mercedes
inclinó la cabeza y se frotó las manos
visiblemente nerviosa.
-¿Le gustaría ver otro video?
-No, ya no... Sé que no hice bien al
ver el video del otro día y le ruego me
disculpe. Yo sé que fue algo malo y lo
peor, que ahora tengo que confesárselo
al Padre Nacho. Me sentí mal. Me
acordaba y hasta tenía miedo ver a mi
esposo a la cara. Era como si lo hubiera
traicionado. Hasta me figuraba que
podría notar mi desasosiego.
-¡Pero si eso no tiene nada de malo,
mi querida señora! Todo mundo ve estos
videos. Aunque algunos no lo cuentan
por hipócritas, por moscas muertas. Casi
estoy seguro que su marido también los
ve, pero es egoísta y no quiere que usted
los vea. ¿Entonces qué? ¿Vemos otro
video?
-No sé, señor. La verdad, me da
mucha vergüenza...
-Pues no sabe lo que se pierde,
María Mercedes… ¡Venga, caray! Le
muestro otro mejor del que vio. Ya verá
que le va a gustar. No es justo que se
pierda estas emociones.
-Ay, no señor, me da mucha pena... –
refunfuña turbada.
-¡Usted, véngase! Le va a encantar. -
Le dije mientras le sujetaba la muñeca y
la jalaba. María Mercedes hizo fuerza,
resistiéndose. Arrecié el tirón y pude,
entre forcejeos no muy enérgicos,
llevarla hasta el estudio. Era evidente
que el video observado le había
provocado comezón, curiosidad, ganas.
Pero también era evidente que su
libertad sexual la tenían enjaulada un
padrecito de los de antes, de mentalidad
castradora y, por supuesto, el machismo
de un marido lerdo, que quiere en su
casa a una mujer pura, casta y honesta,
mientras él se da vuelo con putas de
burdel.
Entendía la actitud confundida y
temerosa de María Mercedes y sus
reservas morales. Era un hecho que ella
vivía feliz con lo que tenía. Daba por
descontado que pertenecía al marido y
veía de lo más normal la prohibición de
pensar o hablar de sexo. Considerar la
posibilidad de ampliar su experiencia
sexual con otros constituía un crimen
que merecía la pena capital o ser
quemada en leña verde.
Conmigo, María Mercedes veía
peligrar su encorsetada escala de
valores, pero también veía el derrumbe
de prejuicios y tabús. A regañadientes,
quedó de pie, a mi lado, mientras yo
ocupé la silla frente a la computadora.
Expectante, mordiéndose los labios y
jugando nerviosamente con sus dedos,
me vio abrir la web ‘Naughty América’.
Elegí un video donde se apreció una
espléndida cogida entre un semental
latino y una negra. María Mercedes
respiró agitadamente cuando vio cómo
el semental colocaba en cuatro a la
negra sobre la cama. Aferrado a sus
caderas, le besó las nalgas y de pronto,
con aspereza, la montó arrancándole
aullidos de placer. Fue una cabalgata de
gran fiereza, con enfoques al
desencajado rostro de la negra, que
gritaba y se sacudía. Vi turbada a María
Mercedes,-cara enrojecida, piel
erizada-, que no perdió detalle de lo que
ocurrió en quince minutos de video. Al
final, enarcó los ojos asombrada por la
escena final: el macho se apartó en el
momento supremo y se derramó en la
grupa de la negra.
-¡Ay, qué cosas!.¿Cómo pude ver
esto? Me voy a condenar en vida...
Bueno, voy a la cocina, porque ya me
atrasé en el trabajo… Hasta calor me
dio – balbuceó María Mercedes,
agitando las manos contra su cara, como
para darse aire. Escurridiza, salió del
estudio.
-¿Se calentó con el video? –le
pregunté, deteniéndola en la puerta.
-Ay, señor... No. No sé… Pero
siento que la cara me arde, yo creo que
del bochorno -dijo trastornada y
esquivando la mirada.
-¿Cómo no va a saber si se calentó?
¿No siente o qué? ¡Porque yo sí me
calenté! –le dije-. ¿Quiere comprobar
que sí me calenté?
-¿Y cómo voy a comprobarlo? –
responde entre ingenua e ignorante.
-A ver, présteme la mano…
-Ay, señor, ¿cómo cree? -Las risitas
nerviosas traicionaron a María
Mercedes, que encogió las manos contra
su cuerpo.
-La tomé de un brazo y traté de
llevarla hacia mí, pero se resistió. Solo
con más fuerza puede someterla. Aunque
cedió, mantenía el puño cerrado. Aún
así, conseguí que con el dorso hiciera
contacto con mi erección sobre la ropa.
El forcejeo, la resistencia de ella, el
divertido manoteo, me excitó. Imagino
que María Mercedes también estaba
excitada. Era muy morboso ver a una
mujer madura comportarse con el rubor
de una adolescente sin experiencia
alguna. Las risillas que se le escapaban,
su resistencia, su temor, parecían más
los atributos de una inmaculada virgen,
que los de una mujer con años de
matrimonio.
Tomándola con firmeza de los
brazos, la obligué a mirarme y le
pregunté:
-A ver, dígame la verdad. ¿Nunca ha
estado con alguien, aparte de su marido?
-No, señor Lalo. De veras, Nunca.
Se lo juro por el Sagrado Manto del
Señor de los Milagros. Me casé a los
dieciséis años y el único hombre que ha
estado en mí es mi marido. De veras.
Por ésta -ilustró santiguándose con la
señal de la cruz en la mano.
-¿Nunca había sentido, como ahora,
la erección de otro miembro?
-No, la verdad, no. Jamás me había
pasado esto. En 30 años que llevo de
casada, nunca le he sido infiel a mi
esposo. Para nada. Ahora que me lo
dice, me siento pecadora, indigna, una
indecente, casi una puta, con perdón de
la palabra.
La oposición de María Mercedes
detonaba mi excitación. También me
calentaba pensar en la complaciente
sumisión a su marido. Encima, era muy
excitante saber que era el segundo
hombre en la vida sexual de María
Mercedes.
Encendido, empujado por la
excitación del momento, me bajé el
pants y María Mercedes desorbitó los
ojos con lo que vio. –¡Ay, Dios mío! Me
voy a ir derechito al infierno por ver
cosas que no debo.... ¡Santo Cristo de
Esquipulas , perdóname por tanto
pecado!
-¡Y dale con el pecado! Nadie peca
por un rato de placer, señora. Si Dios no
hubiera querido que tuviéramos sexo,
nos habría hecho de manos cortas.
Déjese de tonterías y diviértase.
Aproveche la oportunidad de conocer
sensaciones nuevas.
-Tan sólo imaginar que mi marido
supiera de esto, me llena de miedo...
-¿Y por qué habría de enterarse? ¿Se
lo vamos a contar o qué? Ya no piense
tanto en su marido. ¿A poco lo cree tan
santo que en todos estos años no se ha
metido con otras mujeres?
-Bueno, así son los hombres, pero
una como mujer debe darse su lugar.
-No, señora. No se menosprecie ni
diga bobadas. En estos tiempos la mujer
ya tiene los mismos derechos que el
hombre. Ya son pocas las mujeres
domesticadas a las que se les niega
disfrutar su cuerpo. Libérese y viva su
libertad. Goce su libertad. Dele vida a
sus deseos. No se convierta en una
amargada que al final se arrepienta de lo
que pudo tener y no lo tuvo por cobarde
y miedosa.
No supe si convencí a María
Mercedes, pero al menos pareció menos
hostil y más receptiva. La volví a sujetar
de la muñeca y llevé su puño cerrado a
repasar varias veces la longitud del
tallo. Vi cómo la señora empezaba a
desmoronarse con el roce constante. Fue
suavizando el gesto y vi sorprendido
cómo relajó la mano y extendió los
dedos para frotarme sin inhibición
alguna.
-¡Ay, por Dios, qué cosas…! Qué
cosas…. ¡Nunca me imaginé…! ¡Qué
pena…! Dios mío, Santo Niño de
Atocha, nunca, de veras nunca, me
imaginé haciendo esto…Me voy a
condenar, señor Lalo, me voy a
condenar...
No paraba de hablar, pero tampoco
dejaba de mover la mano en un sube y
baja intenso.
-¡Qué cosota, señor Lalo! –dijo
repentinamente alterada y excitada,
acariciándome ya sin remilgo alguno- Lo
tiene muy grueso… y muy duro.
¿Así lo tiene su marido?, le
pregunté. María Mercedes río con la
pregunta.
-No. Para nada. Ay, Dios Mío, ¿qué
estoy diciendo?
-Apriete con ganas. Lo más que
pueda. ¡Ándele!
-¿No le duele?
-Usted apriete con toda su fuerza.
Cuando vea que me salen lagrimitas,
entonces le para…
-Mi marido no acepta que le haga
esto. Que le duele, dice.
-¿Eso dice? No, a mi no me duele.
Usted hágame lo que quiera.
Contra lo que pudiera esperar,
María Mercedes movió las manos con
destreza. Difícil aguantar más. Pasé el
brazo por su cuello y le dije que
apuntara al suelo. Obedeció y arreció
febrilmente la acometida.
María Mercedes, en los cuarenta,
no es una mujer que despierte pasiones.
De baja estatura, poco o nada tiene para
considerarla atractiva. No es bonita,
aunque tampoco es fea. Sus ojos
grandes, de un negro intenso y pestañas
de rizado natural, resaltan en un rostro
redondo, ordinario, común. Su voz,
suave y pausada, da idea de una señora
tranquila, llena de paz.
Se viste holgadamente, carente de
gracia. De trasero plano, pasa
inadvertida. Utiliza habitualmente blusas
anchas, formales, que ni siquiera
permiten evaluar el volumen de sus
pechos. Con pantalones amplios y
calzado burdo, parece más una obrera
que una señora de casa. Lineal, sin
cintura definida, tiene un físico mediano.
Ni gorda, ni delgada, difícilmente
inspira un mínimo deseo carnal. María
Mercedes, sin embargo, fue capaz de
encenderme la libido y tenerme en
constante excitación. Por lo que yo le
pedía que me hiciera, y que me lo hacía,
por supuesto. Una cosa me quedó clara:
no había probabilidad alguna que
llegara a tener sexo con ella.
El juego con María Mercedes me
divertía. Y me calentaba. Ella también
se calentaba, seguro. No es de palo,
¡carajo! La veía alelada descubriendo
sensaciones que nunca tuvo ni tendría
con su marido.
Acostumbrado a hembras suculentas,
de muy buen ver, me extrañaba pensar
en María Mercedes. Me excitaba
recordar, tanto lo que habíamos hecho,
como pensar en lo que vendría mañana.
La siguiente vez que vino a casa, la
saludé con formalidad, distante. Debió
pensar que lo ocurrido era una historia
que no se volvería a repetir. Luego de un
rato, llegué a la cocina y la sorprendí
intencionadamente con voz golpeada:
-¿Cómo le fue, señora?
María Mercedes saltó y llevándose
las manos al pecho, volteó alterada. –
Me espantó, señor Lalo. No lo oí llegar.
¿Qué cómo me fue? Me fue bien. Muy
bien.
-¿Se acordó del otro día?
-¿Usted cree que no me iba a
acordar de algo que nunca había hecho
en mi vida?
-¿Le gustó?
-¿Qué le diré? Bueno, no me
desagradó, pero no está bien. Es algo
que no debe ser. No sé ni por qué lo
hice.
-¿A poco no le gustaría que lo
repitiéramos?
-No. Ya le dije que no está bien. Es
pecado. Me acordaba y me remordía la
conciencia. Sentía que había hecho algo
muy malo. No podía ni ver a mi esposo
de frente. Me daba vergüenza. Y miedo
que fuera a notar algo. Cuando llegué
aquí y lo vi a usted, también me dio
mucha pena.
-¿Cómo cree, María Mercedes? Es
lo más normal entre dos adultos. A ver,
¿a quién le hacemos daño? Más vale
arrepentirse de lo que se hizo, que de lo
que no se hizo.
-Con la pura plática, mire cómo me
tiene –alerté a María Mercedes, al
tiempo que me bajaba el pants un poco.
-Ay, qué pena. No sé cómo pude
agarrar eso…
-¿Y por qué no lo agarra otra vez?
Deme para acá la mano –La tomé de la
muñeca y le llevé la mano a lo que
asomaba del pants. Con fingida
resistencia, María Mercedes lo apresó
con los dedos y cerró los ojos.
-¡Ay, señor, me voy a condenar en
vida...! Dios Santo, lo que tengo que
confesarle al Padre Nacho.
-¿Y por qué había de confesarle? No
confiese nada y sígale, que se siente muy
bonito.
Le rodeé la espalda y la jalé contra
mí. Ella ocupó las dos manos, y para mi
sorpresa, jaló hacia abajo los pants.
María Mercedes pudo manipularme así,
cómoda y a gusto. Para sus reservas
morales, lucía tremenda. Cuando
observó mi respiración agitada y la
tensión de mi cuerpo, dirigió la descarga
al piso.
A medida que el manoseo y fajes se
sucedían, María Mercedes fue
sacudiéndose los miedos. Liberada de
inhibiciones y complejos, me
masturbaba gozosa y fue soltando a
retazos, pensamientos que guardaba en
lo más profundo de la memoria:
"El día que me toca venir, en cuanto
amanece, me siento nerviosa,
angustiada. Perdóneme que se lo diga,
señor Lalo, pero usted me ha hecho ver
la vida de otro modo. Con más luz. Con
más optimismo".
-¿Verdad que sí? Yo se lo decía y no
me creía.
María Mercedes se regodeaba con
mis partes y yo dejaba que hiciera lo
que le viniera en gana con sus manos.
Aunque me recorría por donde quiera,
yo tomaba sana distancia de su cuerpo.
Si acaso, al momento del colapso, la
abrazaba y la apretaba con fuerza. Era
todo.
Aquel día, María Mercedes me
desconcertó mostrándose indiferente. Le
comentaba algo y respondía desdeñosa,
distante. Muy seria, permanecía
impasible a mis palabras.
-¿Ahora no va a querer pito? –le dije
bromeando, en un intento por romper su
animadversión . Ni siquiera volteó.
Siguió lavando los trastes del desayuno.
Seguí insistiendo con frases, bromas,
alusiones a lo que hacíamos, hasta que
pude conseguir que hablara.
-Es que, sabe, ya me confesé y el
Padre Nacho me dijo que hacíamos muy
mal. Me aconsejó que ya no le hiciera
caso y que me buscara trabajo en otra
casa, para alejarme de las tentaciones…
-¡Ah que Padre Nacho! Y usted que
le hace caso. ¿A poco no sabe de tanto
padrecito que ha sido acusado de
pederastia? Eso si es cabrón. Sacerdotes
aprovechándose de niños. Eso sí no
tiene madre. Lo de nosotros es un
inocente juego de adultos que no daña a
nadie. Es algo que nace y muere entre
usted y yo y que nadie más lo va a saber.
Claro, siempre que seamos discretos y
que no lo andemos contando por ahí.
Bueno, ¿y le contó al Padre lo que
hacemos?
-Pues sí. Si no, no valdría la
confesión…
-¡Qué barbaridad! ¿Y el Padrecito
qué decía? ¿Le hacía preguntas?
-Pues sí. Que como empezó todo.
Qué hacía. Cómo lo hacía. Que si nos
habíamos acostado. Qué cuántas
veces….
-Mire, mire… ¡Resultó muy
cachondo el padrecito! . ¿No ve que eso
le pregunta nomás por calenturiento?
¡Ah que padrecito tan cabrón! Ya déjese
de cosas y no le haga caso. ¡Véngase
pa’cá!
María Mercedes se olvidó rápido
del Padrecito y se entregó a lo que venía
siendo su habitual quehacer. Cada vez
con más confianza, sus caricias se
desbordaban y trataba de retardar el
estallido lo más posible. De la cocina
pasamos a la sala y ahí, recostado,
recibía estupendos masajes, frotaciones
y sobadas de la señora.
-¿Le puedo pedir algo? –me
preguntó una ocasión, con cierta malicia.
-Por supuesto -le contesté.
-Una licenciada con la que trabajé,
nos contó a varias mujeres lo que hacía
con sus amantes. Lo que dijo me
inquietó, aunque sabía que era algo que
jamás podría decírselo a mi esposo.
¡Híjole! ¿Se imagina si se lo digo?
Capaz que hasta me pega.
-¿Y qué hacía la licenciada?
-¿Me dejaría hacérselo?
-Ja ja ja. Primero dígame qué
hacía….
-Se lo digo. Servía vino en un vaso y
metía ahí el miembro de su pareja.
Luego le chupaba el vino hasta dejarlo
limpio…
-Pues ni me lo pregunte. ¡Claro que
lo hacemos!
María Mercedes tomó un
desechable y lo llenó tres cuartos con
una botella de Torres 10. Ja ja ja. Le
costó trabajo sumergir el pene erecto,
pero lo consiguió. Luego de unos
instantes lo retiró y apuró el contenido
del vaso.
Se acuclilló entre mis piernas y
tomando con las dos manos la base,
lamió el dorso y la cabeza, antes de
desaparecerlo en la boca. La picazón de
la bebida daba un toque especial a lo
que hacía María Mercedes. Sus
movimientos iban de los suave a lo
violento y a punto de explotar, quise
desprenderme.
Pero ella se aferró a mis nalgas,
arreció el vértigo y cuando sintió el
golpe caliente en su garganta, sacudió la
cabeza como una leona, tragándose lo
que tenía en la boca. ¡Qué 'venida',
carajo!
No sé si por responder a tanta
gratificación, o porque sentí la tentación
de aventurarme en el cuerpo de María
Mercedes, cierta vez empecé a
desabotonarle la blusa. Le boté el sostén
y para mi sorpresa, me encontré con
unos pechos medianos, pero firmes y
duros, con pezones oscuros,
endurecidos.
Me gustaron los pechos de María
Mercedes. Detrás de ella, los acaricié,
los palpé, los apreté. Tomándola de los
brazos le di vuelta y me incliné para
chuparlos. Muy caliente, fui hacia abajo,
le desabotoné el pantalón y lo arrastré
con todo y calzones. ¡Dios mío! María
Mercedes tenía entre las piernas un
impresionante bosque. Una gran mata de
vello ensortijado, negro y tupido.
-¿Por qué no me dijo que tenía esto?
–le pregunté jadeando, mientras mi mano
gozaba en el paraje descubierto.
-Usted que nunca se fijó en mis
brazos velludos.
-¿Y cómo si nunca deja sus blusas
de monja de convento?
-Marcelino, un compañero de mi
anterior trabajo, me decía atrevido:
"¡Qué brazos tan velluditos, María
Mercedes! Si así está el camino, ¿cómo
estará el rancho?"
-¡Pues vaya rancho que me encontré,
María Mercedes! ¡Sensacional!
Entreverando la maleza, mis dedos
encontraron la puerta entreabierta del
recinto de la señora. Empapada es poco.
¡Aquello estaba inundado!
-¡Sus jugos se desbordan, María
Mercedes!
-Gracias a usted, señor Lalo -
ronronea la señora- En toda mi vida de
casada nunca me puse así con mi
marido. Usted es una bendición del
cielo, señor Lalo.
Agité los dedos con intensidad y
María Mercedes sacó un grito sofocado.
Desde ese día, la gratificación fue
recíproca. Te doy, me das. Placer
mutuo. Me masturbas. Te masturbo. El
juego dejó de ser monólogo para
convertirse en recital de dos.
Desde siempre me han fascinado las
mujeres peludas. María Mercedes tenía
un hermoso zorro entre las piernas y
quise perpetuarlo en fotografías.
Aunque pensé que difícilmente
María Mercedes aceptaría posar
desnuda, me llevé la gran sorpresa
cuando no puso traba alguna. "Lo que
quiera, señor Lalo. Usted manda",
repuso admirable.
La llevé a la recámara y le pedí que
se bajara pantalón y calzones. Lo hizo
con soltura, sin pudor alguno. Le indiqué
que se sentara sobre la cama, con las
piernas abiertas y flexionadas. ¡Otra
sorpresa! Obedeció puntualmente, sin
alterarse en absoluto.
-¡Qué peludo, señora!. ¡Vaya que lo
tiene divino!
María Mercedes, abierta, se veía
satisfecha, halagada. Como diciendo:
"¡Goza lo que tengo, cabrón! De lo que
te has perdido". Luego de varias tomas,
ya no aguanté y palpé aquello, húmedo y
jugoso. Mis dedos entraron y fueron a
todos los rincones, arrancando gimoteos
y quejidos de la señora.
Lo que guardaba María Mercedes
era tan especial, que increíblemente
perdí el control y enloquecí de ganas.
Aventé la cámara a un lado y me clavé
entre sus piernas. Lamí los vellos e hice
cadejos con la lengua, para ir luego al
perfil de su media luna. Ya no pude
parar. Mi lengua fue a su interior y se
agitó como un reptil enfurecido.
María Mercedes se retorcía
desesperada y aferrándose a mi cabeza
soltaba vehementes frases: “Con esto
cualquier mujer se prende de usted,
señor Lalo". " ¡Dios Mío, esto es la
gloria!" "¡Qué lindo lo hace, señor Lalo!
Es maravilloso.".Siento que me hundo.
Que floto. ¡Que me voy! ¡Me voy!".
El alarido que surgió de su garganta
estremeció al vecindario.
PUTA POR VENGANZA
Como siempre, en el receso, la
maestra Mireya se veía rodeada de los
alumnos más grandes de la escuela.
Chavos de 17 a 20 años de edad. El
grupo, gozoso, iba de la risa a la
carcajada, con chistes de doble sentido
y otras gracejadas.
La maestra disfrutaba encandilando
e incitando a los muchachos. Era una
mujer en los treinta muy atractiva. De
piel nacarada, ojos verdes y con una
estatura arriba del promedio, tenía unos
pechos turgentes, bien plantados.
Lucía una cintura de avispa y unas
caderas anchas y voluptuosas. Y ni
hablar de sus monumentales piernas.
Firmes, macizas, bien torneadas. Era lo
que se dice un cuero de mujer. Un cromo
de calendario.
Sugerente, hacía de la provocación
un hábito. Al terminar el receso, se
despedía y se alejaba contoneándose
morbosamente. La falda o el vestido a
volandas dejaban ver parte de sus
espléndidos muslos. Todo un
espectáculo. Sabía, seguro, que todas las
miradas convergían en sus caderas.
En lo particular, no me atraía ser
parte de aquellos corrillos. Y si por ahí
yo departía con algún grupo y llegaba la
maestra, me retiraba de inmediato. Por
supuesto que me gustaba la maestra.
Como a todos. ¿A quién no le iba a
gustar esa hembra con todos los
atributos que ostentaba y presumía? Lo
que no me atraía era ser parte del
colectivo. Y menos participar como uno
más de sus incondicionales aduladores,
escurriendo baba.
Curioso. El que yo la ignorara, fue
como un acicate para ella. De ahí que
Pedro, un amigo incondicional, me
confiara un comentario de ella. -“¿Y ese
que se trae?”, le dijo. -“¿Tengo rabia o
qué? ¿Por qué me tiene miedo? En
cuanto me ve, se aleja".
Las palabras de la maestra me
inquietaron. Bastante, por supuesto. Me
di cuenta que no le era indiferente. Me
aproveché, entonces, de Pedro, para que
le llevara un mensaje de vuelta. La
cuestión era bien simple. En nada me
atraía estar con ella como uno más de
los babiecas que le festejaban todo y le
profesaban veneración. Me gustaría
platicar con ella, sí, pero solos, sin
gente alrededor.
Pedro, que aceptó convertirse en
correo de ida y vuelta, llevó a la
maestra mi comentario. Al otro día
regresó con la respuesta. La maestra nos
invitaba a platicar en su salón, después
de clases.
En la primera cita, vi a la maestra
nerviosa, alterada. Nos invitó un
refresco y se acomodó tras su escritorio.
Pedro y yo nos sentamos en la banca de
la primera fila.
-¿Ves que no muerdo?, me dijo de
entrada. Nos reímos y se rompió toda
formalidad. La charla fue tan divertida y
amena, con alguna que otra frase de
doble sentido, que a partir de ese día,
las visitas a su salón fueron frecuentes.
A la distancia, reconozco que no
comprendía qué le podía atraer a la
maestra para charlar con dos mozalbetes
de solo 18 años de edad. Siempre tras
su escritorio, contaba chistes, anécdotas
cotidianas y experiencias de vida.
Nosotros, como disciplinados alumnos,
escuchábamos atentos.
-¿Y usted, por qué siendo tan bonita
no se ha casado? –me atreví a
preguntarle una tarde. Los verdes ojos
de la maestra centellaron, me miró
fijamente, frunció los labios y un
silencio pesado, denso, hizo incómodo
el momento.
Tras unos instantes, se animó a
hablar -Ay, Sergio, si supieran, si les
contara...
Recordé que algo se decía de su
vida privada, aunque de manera vaga y
superficial. En el fondo, nadie conocía
la historia completa.
¿Y por qué no lo cuenta? -le
propuse.
La maestra tenía un amante,
residente de un pueblo vecino –San
Fernando-. Jacinto era su nombre. Un
hombre de mucho dinero, hijo de un
importante hacendado de la región.
Habían sido novios desde adolescentes.
Luego de doce años de relación, Jacinto
propuso matrimonio a Mireya.
“¡Imaginen mi alegría! Me puse loca de
contento”, confió.
De inmediato iniciaron los planes de
la boda. “¡La mejor de la región!”,
presumió Jacinto. Pero lo que pareció el
final feliz de un cuento de hadas, se
desmoronó cuando Jacinto habló del
proyecto con su familia. Contra lo que
imaginó, se topó con una oposición
absoluta. Sus padres no vieron con
buenos ojos su relación con Mireya. Y
menos, porque ya consideraban la
posibilidad de que contrajera
matrimonio con Griselda, hija de otra
familia muy rica del pueblo.
Jacinto platicó a Mireya la negativa
de su familia, pero al mismo tiempo la
tranquilizó: –No te preocupes –le dijo-
¡De que nos casamos, nos casamos!
Nadie me va a manejar la vida.
Convencido, Jacinto enfrentó a sus
padres. Envalentonado, les advirtió que
aún contra su voluntad, se casaría con
Mireya. El viejo, ranchero chapado a la
antigua, bufó irritado ante la
intempestiva rebeldía de Jacinto.
Su reacción fue determinante y feroz.
Dio un manotazo a la mesa del comedor
que retumbó por todo el caserón. -¡Te
casas madres, cabrón! Aquí no hay más
agua que la que corre. Tú te casas con
Griselda, ¡a huevo! ¡O te olvidas del
rancho, pendejo, a ver con qué
mantienes a esa trepadora!
Jacinto no había hecho otra cosa en
su vida que trabajar en el rancho de la
familia, de manera que la amenaza del
Viejo lo amedrentó y el miedo a
quedarse sin herencia lo quebró.
Aunque Jacinto se mostró siempre
muy enamorado de Mireya, la
perspectiva de un futuro incierto lo
acobardó y haciendo de tripas corazón,
convino en casarse con Griselda.
-¡Qué mala onda! ¿Y cómo se enteró
de todo esto, maestra? -le pregunto.
- Fui muy bruta, muchachos. De
inicio, no me di cuenta de nada.
Sí me extrañó que, de pronto, Jacinto
ya no viniera tan seguido a verme. Y
cuando venía, se mostraba distraído,
distinto, raro, perdiendo el hilo de la
plática. Imaginé que estaba nervioso por
nuestra boda. ¡Miren si no fui una gran
taruga!
-¿Y cómo le dijo de la boda con la
otra?, terció Pedro.
-Estábamos en ‘Los Cántaros’,
nuestro restaurante favorito. Luego de
unas copas, Jacinto, balbuceante,
dándole vueltas al asunto, terminó
confesando todo.
¡Se casaba al otro día con una vieja
de su pueblo! Pero el muy cabrón
todavía tuvo el cinismo de jurarme que
solo me quería a mí, justificando el
matrimonio con la otra por un mandato
de sus padres.
Imaginen lo que sentí. Reventé de
coraje y furiosa le solté un cachetadón
que retumbó por todo el local y alarmó a
los otros comensales. Me levanté y a
grito abierto lo cubrí de insultos y
mentadas. ¡En ese momento quería
morirme, se los juro!
"Así que te obligan a casarte, ¿no
cabrón? ¡Pues qué poco hombre eres!
En ese momento la voz se le quebró
a la maestra. Presurosa alcanzó un
kleenex que llevó a su rostro, atajando
un llanto que ya resbalaba por sus
mejillas. Me consternó descubrir la
fragilidad de una mujer que siempre
percibí poderosa, muy segura de sí
misma.
Luego de un grave silencio, con
nosotros impactados, la maestra,
recuperada, continuó:
-El estúpido se quedó sentado con la
cabeza agachada, frotando
nerviosamente las manos. Inclinada,
hecha un demonio, le descargué en la
oreja las peores maldiciones. ¡Estaba
como loca, muchachos!
Me desgañité gritándole que era ¡un
perfecto hijo de la chingada! Con una
mano le jalé un mechón de cabello para
voltearle la cara y con la otra le señalé
la puerta. ¡Vete por ahí cabrón a
rechingar a tu puta madre y a esa pinche
vieja de mierda!"
La maestra, desfigurada, perdió todo
control. Me puse de pie y fui con ella. A
su lado, le acaricié el pelo, intentando
consolarla. Se aferró a mi brazo con las
dos manos y recargó su cabeza,
sollozando. Así quedó un buen rato, ante
la sorprendida mirada de Pedro,
impávido en el banco.
Me incliné y le envolví el rostro con
mis manos. Con el pulgar limpié sus
lágrimas y sin saber por qué, chupé el
dedo y probé su humedad salada.
La maestra alzó el rostro y noté una
mirada cargada de ternura. -¿Qué haces,
Sergio? ¿Qué haces?- balbuceó
gimoteando. Conmovida con lo que hice,
me apretó con fuerza y me besó
suavemente el brazo. -Tranquila,
tranquila –le dije, dándole suaves
palmadas antes de regresar al banco.
-En esos momentos –prosiguió- no
quería ver nunca más a ese desgraciado
en mi vida. Le tiré manotazos, patadas,
lo arañé… ¡quería matarlo! Le dije que
se fuera a la mierda. No quería saber
nada de él, ni de su pinche boda. Pero
cuando más encabritada estaba, ni se
imaginan, una idea perversa me atravesó
la mente.
Si esa vieja me estaba desgraciando
la vida, ¡yo también le iba a desgraciar
la suya! En ese instante juré que no
tendría paz un solo día de su perra vida.
Así que conteniendo mi coraje, mi odio,
aparenté calmarme y llevé la bronca por
otro lado.
Jacinto, pasmado, con los ojos como
plato, no concebía mi cambio de actitud.
“¿Sabes qué?”, le dije con la
respiración agitada,. “Okey, te vas a
casar con esa puta, pero hoy vas a coger
conmigo. Llévame a donde quieras.
¡Quiero coger contigo! Quiero estrenarte
antes que esa pinche vieja”.
Les juro que nunca he hablado con
esas palabrotas, muchachos, pero me
sentía tan humillada y tan encabronada,
que dije cosas que nunca había dicho en
mi vida. Jacinto enmudeció. Quedó
entumecido, sin saber qué hacer. -
¡Vamos, idiota! ¿Qué esperas? Paga la
cuenta y vámonos -le apuré ante el
morbo de los que presenciaban la
bronca.
-Yo era virgen, muchachos, pero
estaba tan enojada, que ni siquiera tuve
miedo de cómo sería mi primera
relación. Prácticamente lo obligué a que
fuéramos a un motel.
En el cuarto, encolerizada, me saqué
violentamente la ropa. Sin pudor. Sin
vergüenza. Y miren que era la primera
vez que me desnudaba ante un hombre.
Aplastado en la cama, Jacinto me
miraba como imbécil. Espantado, sin
articular palabra. Se veía tan
desconcertado, que no acertaba ni a
desabotonarse. Desnuda, fui sobre él y
le arranqué la camisa a jalones. Por allá
cayeron botones y jirones de tela.
¿De veras me quieres? ¡Ahora me lo
vas a demostrar, papito!"
Le zafé el cinto y le abrí el pantalón.
El estúpido seguía tan aturdido, que ni
siquiera pudo desvestirse por su cuenta.
Yo misma le bajé pantalones y calzones.
De un empujón lo tiré a la cama y
alzándole las piernas, le saqué la ropa.
Hagan de cuenta que desvestía a un
pinche monigote de paja.
Me tumbé sobre él y tuve que
toquetearlo para reanimar lo que tenía
muerto. Tardó en reaccionar, pero
respondió al fin, abrazándome. Me
enderecé y a horcajadas busqué ajustar
mi cuerpo. Cuando lo sentí cerca,
levanté las caderas y me dejé caer con
fuerza, de sentón, para que me rasgara.
¡Fue un dolor de la puta madre, pero
aguanté sin gritar! Dentro, Jacinto
empezó a moverse, provocándome un
ardor de los mil demonios. "¡Te quiero!
¡Te amo con toda el alma, Mireya!",
decía el infeliz, mientras yo ardía toda,
con ganas de rreventarle el hocico. No
tardó en derramarse y quedarse quieto".
En silencio, cruzando miradas,
Pedro y yo, indignados, sorprendidos,
escuchábamos atentos.
-¡Lo que les estoy contando
muchachos! A nadie, ni a mi familia ni a
mis amistades más cercanas les había
platicado esto. Y la verdad, no sé ni por
qué se lo cuento a ustedes. Bueno,
sigo…Luego de unos instantes, conmigo
encima, Jacinto intentó moverme hacia
un lado. "¿Qué quieres hacer? No,
chiquitito, todavía no acabamos.
¡ Quiero más!", le dije. Y ante su
ofuscación, me tendí sobre él y lo
abracé con fuerza. Meneé las caderas,
aguantando un ardor insoportable en mi
entrepierna ensangrentada. Sentí de
nuevo su dureza. Más que placer,
aquello era un calvario, pero tenía que
dejarlo seco para la puta vieja, así que,
con todo aquel pinche dolor, moví las
caderas hasta que volvió a terminar.
En lo que me pareció una asquerosa
cara distorsionada por la angustia, vi
algo así como un 'ya no más'. ¡Pero claro
que no lo iba a dejar ir! Hubo una
tercera vez, más terrible, más atroz. Y
aunque me sentía destrozada por dentro,
seguí moviéndome hasta que lo obligué
a derramarse una vez más. Mi sexo,
maltratado y ensangrentado, me dolía
como no tienen idea, pero tuve la
fortaleza de no quejarme. De no hacerle
saber lo que estaba sufriendo.
-Sobre él, en su maldita cara, le
dije: “¿Satisfecho, cabrón? ¡Di algo,
puto miserable!”. Jacinto no respondió.
Aguantó sin contestar a cuanto insulto le
solté.
Cierto, habían matado la ilusión de
mi vida. Pero no me iba a permitir sufrir
sola. Así que decidí ser la amante de
Jacinto por siempre, solo para chingar a
la mal nacida puta de su vieja.
No la dejaría vivir en paz un solo
pinche día de su perra vida. Y haría
hasta lo imposible para que se enterara
que Jacinto hacía el amor conmigo. "¡Te
desgracias conmigo, cabrona!", me
repetí varias veces. Lo hice por
venganza, pero les soy sincera, también
porque no quería perder a Jacinto. No sé
si me equivoqué, pero no me arrepiento.
Y miren que luego de esto pude casarme
con ricachones que me pretendían, pero
rechacé a todos.
Nunca le pregunté a Jacinto qué pasó
en su noche de bodas y si pudo
cumplirle a su pinche vieja. Pero desde
entonces, y ya va para diez años, Jacinto
y yo nos vemos unas tres o cuatro veces
al mes. La vieja sabe bien que tenemos
relaciones. Y si no lo sabe, yo me
encargo de que lo sepa. Por lo regular,
se me 'olvida' en la camioneta de Jacinto
alguna prenda. A veces una mascada,
una media, un sujetador de pelo. Y en
muchas ocasiones, hasta los calzones.
Esa es mi historia, jóvenes. Mi triste
historia. Como ven, me convertí en puta
por venganza.
Luego de esa plática, Pedro ya no
quiso visitar a la maestra.
-Mira, Míster, se ve que la maestra
te tira la onda. No quiero hacer mal
tercio, la neta.
-¿Cómo crees?, -le dije-. Pero,
bueno, fue su decisión. Tampoco me
esforcé para convencerlo de que
siguiera yendo.
Ya sin Pedro, el emotivo relato que
hizo la maestra de ese episodio de su
vida, nos llevó a un acercamiento más
íntimo, más cordial. Nuestra
conversación se volvió más cálida y
abierta. Había confianza mutua y Mireya
me hablaba de todo, aunque nunca de su
relación con Jacinto.
No me gustaba cuando Mireya se
ponía seria y contaba cosas de familia o
asuntos de escuela. Pero disfrutaba
mucho cuando el hilo de la plática se iba
con historias de sexo, cuentos de humor
o anécdotas. Le divertía hablar en doble
sentido y soltaba tremendas carcajadas
cuando yo ponía cara de 'what?', sin
entenderle.
Una tarde, así de repente, sin
haberlo pensado y sin puta idea de por
qué se me ocurrió, le dije: "¿Sabe qué,
Seño? Le quiero decir algo". ¡Seño! Así
la llamaba. Así le decíamos a las
maestras: 'Seño'. Un apócope de
señorita. No obstante la confianza que
llegué a tenerle, nunca pude hablarle de
tú. Siempre me dirigí a ella de 'usted'.
Mireya inclinó la cabeza, sensual,
tierna, esperando quizá una frase
amable, algún piropo. Nunca imaginó
oír lo que le dije: "Ya no voy a venir a
platicar con usted...".
Extrañada, Mireya se echó hacia
atrás, sorprendida. Fulminándome con
su hermosa mirada esmeralda, y
preguntó: "¿Y se puede saber por qué ya
no vas a venir, Sergio?"
-La verdad es que ya son varias
semanas en que solo pienso en usted. A
mañana, tarde y noche tengo su
recuerdo, ¡aquí, en la cabezota!.
Sábados y domingos, cuando no la veo,
la extraño mucho. Anoche, nomás
recordándola, vi todo clarito. Ya no
pienso en usted como amiga, sino como
mujer. Y como que eso, pues no está
bien, como que no cuadra. Por eso creo
que lo mejor es que ya no venga.
La maestra se impactó con lo que
dije. Con los brazos en el escritorio,
mirándome fijamente, quería procesar
mis palabras. Por unos instantes
quedamos en silencio. En la pausa,
adiviné en sus ojos un esbozo de afecto.
Repasando su lengua por sus labios
fruncidos, como escondiendo una
sonrisa, pidió que me acercara.
Dejé el banco y me acodé de frente,
en su escritorio, aproximando tanto mi
rostro que casi hice contacto con el de
ella. Mis ojos en sus ojos. Sus ojos en
mis ojos. Como queriendo asomar el
alma por ahí. Sus manos, temblorosas,
enmarcaron mi cara. Me acarició suave,
delicadamente. Una sensación divina,
gloriosa, que me electrizó. "También
tengo algo que decirte", musitó quedito,
como si alguien pudiera escucharla. "Yo
también pienso mucho en ti. Y tampoco
es como amigo, sino como hombre,
Sergio. Pero eso no tiene nada de malo.
Te diré que la diferencia de edad es lo
de menos. No sabes lo feliz que he sido
con tu amistad. Me has movido algo y te
lo agradezco. Me has devuelto la alegría
de vivir. Tengo un gran afecto por ti".
La maestra frotaba mis brazos,
entregada, dispuesta. Hice lo mismo.
Toqué por vez primera sus hombros
rozagantes y bajé por la piel satinada de
sus brazos. De pronto, se puso de pie y
me jaló hacia ella. Se apretó contra mí y
sentí como se aplastaban sus
esplendorosos senos en mi pecho.
Enseguida llevó una pierna entre las
mías y sintió en su muslo mi excitación.
El abrazo fue intenso y prolongado,
como si hubiéramos quedado imantados
el uno con el otro. Su aliento, su aroma,
me enardeceron. Luego de unos
instantes, fue aflojando y terminó por
apartarse. "Ya es tarde", dijo mirando su
reloj. "Yo salgo primero y tú esperas
unos diez minutos. No quiero que
empiecen las habladurías en la escuela".
Tomó su bolso y desapareció por la
puerta del salón. Quedé aturdido,
ofuscado y deslumbrado.
Esa noche traía un remolino en la
cabeza. Recostado en la cama, no
conciliaba el sueño pensando en todo lo
que pasó esa tarde. Primero me
preguntaba por qué le dije lo que le dije.
Digo, ¿por qué se me ocurrió decirle
que la recordaba como mujer y no como
amiga? Porque eso me salió de pronto.
En el momento. Para nada fue algo
planeado. A lo mejor si lo planeo, ni se
lo digo. Tampoco fue que alguien me lo
hubiera aconsejado. Yo nunca hago caso
de consejos. Alguna vez leí que los
consejos no sirven para nada: los
inteligentes no los necesitamos y los
idiotas no los entienden. Pero, bueno, se
lo dije y ya.
Luego fue lo que me dijo: que me
acercara. Me empezó a acariciar los
brazos. Yo respondí acariciando los
suyos. Y después el abrazo. ¡Qué abrazo
tan caliente! ¡Cómo se me untó la
maestra! Sentí el bamboleo de sus senos
en mi pecho, y los imaginé cómo serían
libres, sueltos, sin ropa. Lo más cabrón
fue cuando metió su pierna entre las
mías. ¡Utaa! Fue la muerte. Me excité a
madres.
Yo estaba prendidísimo y hasta
pensé que íbamos a hacer algo más.
Pero no. Se apartó y nomás me dijo que
me esperara un rato para que no nos
vieran salir juntos.
Estaba tan pendejo que pensé que me
iba a decir que ya éramos novios,
amantes o yo qué sé. Pero no dijo nada.
Nada. Y como no dio nombre a lo que
sucedió, también me intrigaba cómo
sería al día siguiente. ¿Sería igual de
atrevida o se habrá arrepentido y ya ni
me iba a hablar?
Al otro día, después de clases, me
encaminé nervioso al salón de Mireya.
Di vuelta a la perilla, empujé un poco y
la vi sentada de lado a su escritorio y de
frente a la puerta. Se había puesto así
para provocarme. Tenía la pierna
cruzada con la falda resbalando a medio
muslo. ¡Madre mía, qué cosa!
"Ven acá, papi", me dijo. ¡Papi!. ¡Lo
que uno siente a los 18 años cuando una
mujerona de su nivel te dice papi! Me
cogió de las manos y se levantó. Me
abrazó, la abracé, nos abrazamos.
Acercó su boca y sus labios apresaron
mi labio inferior. Me besó. Y yo,
desconcertado, sin experiencia, me dejé
besar sin responder. Aunque luego me
desprendí de su boca para besarle las
mejillas, las orejas, el cuello. Todo, en
un meneo tremendo del uno contra el
otro.
La tarde se nos fue en abrazos y
besos. Al final, los dos, con la piel
caliente, repetimos lo del día anterior.
Mireya salió primero y yo debí esperar,
enfebrecido, a que transcurrieran diez
minutos para salir a hurtadillas.
Día a día repetíamos el ritual con
puntualidad. Pero nunca íbamos más allá
de abrazos, toqueteos y besos ardientes.
Los escarceos con Mireya me tenían
enloquecido y me preguntaba qué
debería decirle para que lo hiciéramos.
Dejé de atender novias y todo mi mundo
se centró en ella. Era fantástico tener a
mi disposición una mujer tan espléndida,
tan impactante, como la maestra. Que
además, lo sabían todos, era pretendida
por muchos poderosos del pueblo. Le
prometían riquezas, lujos, viajes, pero
ella rechazó a todos.
Alucinaba hacerlo con la maestra.
Pero, ¿cómo decirle? ¿Cómo
proponérselo? En ese tiempo ni siquiera
sabía que las palabras sobran. Yo quería
decirle que soñaba con ella desnuda,
que la deseaba con toda el alma. Pero no
me atrevía. También quería tener el
valor de arrancarle la blusa, el sostén, la
falda, los calzones, y ya desnuda, ir
sobre ella y hacerla mía. Pero, ¿cómo
decirlo o hacerlo? ¿Qué tal si se enojaba
y de un chingadazo me mandaba al
carajo?
En esa época, toda mi experiencia se
reducía a un acostón con una prostituta.
Y de eso ya hacía tres años. Yo tenía 15.
Acompañado de Pedro fui a uno de los
dos burdeles que había en el pueblo. -
Vamos al de Irma-me dijo-. Ahí hay
mejores viejas. Pero hay que ir a
mediodía, cuando las putas casi están
solas-añadió.
Ahorré el dinero que me daban en
casa los domingos y ahí voy,
emocionado, temeroso, pero dispuesto a
mi gran estreno sexual.
Espantado, aterrado más bien, me
encontré en aquella espaciosa cantina de
muebles metálicos viejos con logos de
cerveza y piso de baldosa corriente.
Como lo había dicho Pedro, había una
gran variedad de putas y, por la hora,
solo estaban por ahí tres hombres
bebiendo en la barra, con sus
respectivas hembras.
Algunas eran muy bonitas. Otras, no
tanto. Todas, con ropa ceñida, vestidas
provocativamente. "¿Ora qué?", le
pregunto a Pedro, que ya había ido
varias veces al lugar. "Pues escoge una,
Míster, le preguntas cuánto cobra y ya.
Se ponen de acuerdo y te vas con ella al
cuarto".
El corazón me daba vuelcos y no
podía ni respirar. Por fin, tomando
valor, elegí a una que estaba en la barra.
Tenía una cara muy linda. Y a través de
su vestido sencillo advertí unos pechos
grandes y unas nalgas como a mí me
gustan: carnosas y redondas.
Temblando, fui acercándome. Ella me
sonrío pícara y dulzona. Seguro advirtió
que era primerizo. Zafio, vulgar, me
limité a preguntarle: ¿Cuánto? Sin
alterarse, me dijo la cantidad. No traía
tanto en el bolsillo. "Qué lástima", le
dije, "no me alcanza".
"Igual vamos. Ven conmigo", me
dijo generosa y tomándome la mano se
dirigió a la parte posterior de la cantina.
Me encontré una hilera de cuartos
hechos a puro tablón y techos de lámina.
No sé si sentí asco o miedo, el caso es
que me dieron ganas de correr. Al final
pudo más la calentura y si ya estaba ahí,
¡pues ya qué!
Entramos a un cuarto sin ventanas,
pero con la luz filtrada por los huecos
que dejaban la unión de los tablones, era
suficiente. En una repisa estaba una
imagen de San Judas Tadeo y unas flores
de plástico decoloradas. No había cama.
Sólo un catre viejo, desvencijado, con
una cobija nada limpia. A un lado, un
buró destartalado con medio rollo de
papel higiénico. "¿Y el baño?", le
pregunté. La dama soltó sonora
carcajada y respondió: "¡Lástima,
muñeco! Con lo que vas a pagar no te
alcanza para un hotel de cinco estrellas.
Afuera está el baño, pero es de la
comunidad, para todos los cuartos".
De nuevo me dieron ganas de salir
corriendo. A excepción de la dama, todo
era desagradable. Me repugnó el lugar.
Pero, bueno, era mi primera vez y había
qué soportar lo que fuera.
Sentí lumbre en las entrañas cuando
vi a Maricruz -así se llamaba-,
inclinarse y sacarse los calzones. Se
tumbó en el catre bocarriba y se alzó el
vestido. Por primera vez en mi vida vi
el sexo de una mujer madura. "Vente, mi
chiquito", me dijo agitando el dedo
índice.
De pie y azorado, contemplé el
manchón negro en el bajo vientre de
Maricruz. Un pavor me recorrió de pies
a cabeza. ¡El de abajo no respondía!
Queriendo disimular mi contrariedad y
mis temores, asumí un papel de padrote.
¡Qué risa! Maricruz debió carcajearse
por dentro.
"Mira-expliqué engolando la voz-
me gusta llevar las cosas con calma.
Despacito. Gozar bonito, sin voracidad.
Y quiero hacerlo contigo desnuda, ¿te
quitas el vestido?" Imagino que le caí
bien a Maricruz o se divertía mucho
conmigo, porque riéndose se enderezó y
de buena gana se sacó el vestido por
encima de la cabeza. "Ahora quítate la
ropa tú" -pidió.
Tenía vergüenza hacerlo, porque no
obstante todo lo visto, el cabrón de
abajo no despertaba. ¿Por qué
chingaos?, me decía a mí mismo. Si allá
afuera con cualquier pendejada te
alborotas, ¿por qué tienes que fallar
ahorita? ¡No la chingues! ¡Ya despierta,
por favor!
Maricruz se dio cuenta de lo que me
pasaba y condescendiente, me dijo: "No
te preocupes, desnúdate y vente
conmigo". Fueron momentos terribles.
Ni acariciando la piel caliente de
Maricruz, ni besando sus pechos o
tocando su entrepierna, tuve visos de
recuperación. Me llevó encima de ella y
echó una de sus piernas sobre las mías.
Con sus movimientos me movía también
a mí, ¡pero nada, carajo!
Invertimos la posición y quedé
bocarriba, con Maricruz encima.
Acuclillada, con movimientos precisos,
restregó lo suficiente para que, ¡por fin!,
aquello se enderezara jubiloso.
Maricruz se acomodó y sentí por vez
primera lo que es sumergirse en ese
cono de carne húmedo y candente. ¡El
Paraíso, hermano, el Paraíso! Nos
movimos un buen rato. Por las sacudidas
y los gritos de Maricruz, supongo que se
'vino'. Pero yo seguía ahí, empujando y
sacando, intenso, pero nada.
Fatigada, Maricruz se bajó y tomó un
respiro, tendiéndose a mi lado.
Exhaustos, los dos quedamos en aquella
inmunda cobija, viendo hacia arriba y
reponiendo fuerzas. Tuve conciencia de
lo bien que se portaba Maricruz. Si en
vez de consentirme se burla y dice cosas
como "no funcionas", "vales madre",
"me saliste maricón" , me habría
deshecho. Entendí la importancia de que
una profesional trate bien al primerizo.
O lo despide como un campeón o lo
estigmatiza como un pobre diablo.
Agradecí a aquella mujer que se portara
espléndida y generosa. Siempre la
recordaré.
Recuperados, Maricruz me dice:
"¡Súbete!" . Abierta, me recibe, y en
cuanto siente el contacto, levanta las
piernas y las enreda en mis caderas. Se
agita con delicia y yo arremeto
desesperado hasta que ¡por fin! siento
que me pierdo en la nada. Cierro los
ojos y jadeo mientras un
estremecimiento me contrae todo el
cuerpo. Abrazando con intensidad a
Maricruz me sumerjo y me pierdo en un
paraíso terrenal.
De regreso a casa, satisfecho,
soberbio y arrogante, me sentí
Carlomagno conquistando Europa.
Aquella aventura, ciertamente, no
me daba argumento alguno para decirle
a la maestra que lo hiciéramos. Lo
extraño es que ella, con años de
relaciones, tampoco dijera o insinuara
que lo hiciéramos. Fueron muchas tardes
de abrazos intensos y calentones
bárbaros, que ahí quedaban, sin llegar a
más. Nos despedíamos hirviendo.
Imaginando que podría molestarla,
yo no iba más allá de lo que Mireya
proponía. Hasta que una ocasión, tal vez
impaciente por mi pasividad, con las
dos manos me sujetó de las sienes y
acercó su boca. Lamió mis labios y me
obligó a abrirlos para llevar su lengua a
enredarse con la mía. Respondí a su
agitación con vehemencia y supe,
entonces, lo que era un beso.
Exaltado, me zafé para besarle el
cuello, y desesperado, fuera de control,
le abrí la blusa y le jalé el sostén.
Saltaron unos hermosos pechos blancos,
lechosos, erguidos, con pezones
puntiagudos, de un rosa claro.
Enloquecido, liberé el deseo contenido
por tanto tiempo. Acaricié, oprimí,
apreté y estrujé aquellos suculentos
globos como poseído. Con los dedos
froté con suavidad los botones
endurecidos. Los besé, los lamí, los
mordí y me prendí de cada uno de ellos,
enfebrecido.
¡Qué tarde, Dios mío! Imaginé que
llegaríamos a lo máximo. Pero no.
Luego de un rato, la maestra se acomodó
el sostén, la blusa, y le bastó con decir
"Estuviste maravilloso, papito". Con la
cara ardiendo, mi cuerpo a punto del
estallido, la vi partir, como los otros
días.
No entendí por qué luego de esta
escaramuza hirviente no terminamos
fundidos. Sirvió, sin embargo, para que
yo perdiera el miedo y me atreviera a ir
a lugares inexplorados de su cuerpo.
Poco después le toqué el trasero por
primera vez encima de la ropa. Sus
nalgas estaban duras, respingadas,
hermosas, ¡como las había soñado! La
siguiente vez fue espectacular. Mis
manos fueron por debajo de su vestido y
tiré de los bordes de sus bragas hacia el
medio. ¡Santo cielo! Con los dedos
extendidos, palpé en directo la tersura y
firmeza de esas nalgas celestiales,
mientras la besaba como loco.
Luego de estas sesiones, todo avanzó
vertiginosamente. Llegó el día en que
tuve el coraje de arrodillarme y meterle
las manos bajo el vestido para tomar el
elástico de las pantaletas y jalarlas
hacia abajo. Le acaricié todo, los
muslos, las nalgas, la entrepierna. Me
detuve en un bosquecillo de suave vello
y deslicé los dedos en la tibia oquedad,
palpitante y húmeda. Todo fue
calientísimo, pero ni aún así, lo hicimos.
¡Era irritante, inexplicable! Yo no me
atrevía. Ella no se decidía.
Otra ocasión, la maestra me empujó
a sentarme en un banco. De pie, frente a
mí, se alzó el vestido y se bajó las
pantaletas hasta las rodillas. Ante mis
desorbitados ojos quedó un hermoso
triángulo negro que contrastaba con la
espléndida blancura de su piel.
Acercándose, lo restregó en mi cara. Me
quedé como idiota. ¿Qué hacer con
aquel penacho esplendoroso?
La sujeté de las nalgas y besé
repetidas veces el mullido pelaje. Fue
todo. ¡Sólo eso! Viendo mi torpeza para
hacer algo más, se apartó frustrada,
decepcionada y quizá hasta molesta.
Mireya controlaba nuestros
encuentros. Llegábamos hasta donde
quería, pero todo quedaba en un
intercambio de caricias, besos, abrazos
y toqueteos. Terminábamos como brasas
al rojo vivo, sin aliviar nuestras ganas.
El deseo por ella me quemaba las
entrañas. Anhelaba que se decidiera y
me pidiera que lo hiciéramos. Que me
dijera: "Vamos a hacerlo como lo hacen
los dioses... o los idiotas...o los locos,
pero vamos a hacerlo". O que no dijera
nada. Nomás que se tumbara la ropa y
me invitara a encaramarme en ella.
Pero nada. Ella debió saber cómo
decirlo, pero no lo decía. Yo no sabía
cómo decirlo, ¿qué carajos podía hacer?
Nuestros encuentros empezaban a ser
exasperantes. Ardíamos de pasión,
transpirábamos sexo, pero todo
terminaba antes de la erupción.
Yo vivía con las pulsaciones en alto.
Irritado todo el día. Y rebotándome en
la cabeza la idea de cómo decirle a
Mireya que lo hiciéramos. Y ella, ¿por
qué no decía nada?
Aquel salón de clases, con sus filas
de mesas y bancos, su pizarrón, su
escritorio con una pila de cuadernos a
revisar, sus retablos de héroes patrios,
lo convertíamos en caldero hirviente con
un platillo que nunca terminaba de
guisarse.
Así pasaron meses de excitaciones
brutales entre besos, manoseos y un
cachondeo salvaje, con lo que parecía
nos dábamos por bien servidos.
Aquella calurosa tarde de verano
acompañaba uno más de nuestros
enardecidos fajes. Perdidos en la
vorágine de toqueteos y caricias no
advertimos cuando la noche desplazó a
la tarde y todo se volvió oscuro.
Nos veíamos apenas con el
resplandor de las farolas de la calle. La
maestra, tendida en el piso sobre mi
chamarra azul de forro de borrega, yacía
desnuda de la cintura hacia arriba. La
contemplaba y no lo creía. Nunca
habíamos llegado tan lejos. Exaltado, le
alcé los brazos por encima de la cabeza
y le besé compulsivo el cuello, los
pechos, las axilas, el interior de los
brazos. "Estoy sudando, Sergio", me
dijo. "Me gusta su sudor. Sabe a cielo.
Sabe a gloria, Seño".
Con la punta de la lengua fui
dibujando una fina línea hacia abajo, en
la parte media del torso. Me detuve en
el ombligo. Recorrí los bordes y luego
fui al centro. La maestra gimoteó y se
retorció perezosa y sensual.
Verla así me enloqueció. Mis
nervios estallaron y extasiado, con
brusquedad, le alcé la falda hasta la
cintura y le arranqué la pantaleta. Por
vez primera besé sus piernas y el
interior de sus muslos. Sus manos se
crisparon en mi cabeza mientras yo
ascendía fuera de control hacia una
senda oscura, maravillosa y húmeda.
Un ardor animal, salvaje, me empujó
hacia un manantial de placer que la
maestra ya me había ofrecido y ante el
que no supe reaccionar. Pero ahora,
desbocado, como fiera en celo, me batí
enajenado con pliegues y jugos hasta que
la maestra explotó en convulsiones y
jadeos interminables. Me deslicé encima
de ella, apoyado en los codos. Cara a
cara, nariz con nariz, jugamos con los
labios, con las lenguas, lamiendo,
mordisqueando, balbuceando palabras
que ninguno entendía.
Aquello era una turbulencia
sinretorno. El roce de muslos, de
pechos, de caderas, de manos, de bocas,
de vientres, avivan el fuego. Con todo,
ninguno de los dos daba el primer paso
para consumar lo que tanto deseábamos.
De improviso, la maestra colocó un
dedo en mis labios y me dice: "¿Sabes
qué, papi? ¡Creo que podía estar toda
una noche contigo y no me harías nada!".
-¿Cómo que no le haría nada? ¡Si
nunca me lo pidió, carajo! ¿Por qué no
me lo dijo antes, Seño? Yo nunca le
propuse algo, para no faltarle al respeto,
Seño. Eso. Tenía miedo faltarle al
respeto.
-Pues ya no me respetes, tonto. ¡Te
quiero dentro de mí, papi!
Salté a un lado de ella y
atrabancado, nervioso, me tumbé la
ropa. Regresé sofocado, ansioso,
impulsivo, para ocupar el espacio que
dejó entre sus piernas abiertas. Plácida,
complaciente, dócil, rendida, pidió que
la embistiera.
¡Fue grandioso cuando empecé a
hundirme en ella! Una carne blanda y
quemante me envolvió y me hizo flotar
en un océano de gozo. Empujé. Empujó.
Todo cuadraba entre nosotros. Los
brazos, las piernas, las caderas.
Aún girando o entrelazando las
piernas, seguíamos anudados. Como si
nos conociéramos de siempre. Su aliento
me quemaba la cara y se metía en mi
boca. Resoplábamos al ritmo de las
feroces arremetidas de nuestros cuerpos.
El sudor hacía que la piel de uno y otra,
resbalara deliciosamente. ¡La maestra se
movía divina, genial! A veces como un
ángel. A veces como un demonio.
¡Implacable! ¡Devastadora!
Arrebatado, embestí como un toro
salvaje, entre bufidos y jadeos brutales .
¡Encajados uno al otro, nos colapsamos
en una fragorosa explosión! Un rugido
feroz escapó de mi garganta. El
'agggggh!' de ella fue un aullido que
electrizó todo mi registro emocional. .
Luego de esa despiadada sacudida,
en que íbamos con violencia de un lado
hacia otro como en un estertor de
muerte, quedamos quietos y volvió el
sosiego.
El volcán que por tanto tiempo
amenazó con reventar, estalló por fin.
Por las venas nos corría lava ardiente.
En un silencio sin culpas, desnuda, con
la falda revuelta en la cintura, Mireya
pasa una mano por mi cara y pregunta:
"¿Te gustó, papi?".
"¿Que si me gustó? ¡Fue alucinante,
Seño! ¡Fantástico!", dije tartamudeando.
"Para mí ha sido el mejor sexo de mi
vida, Sergio", dijo complacida.
"¿Y el otro?", descargué la pregunta,
sin pensarlo. Estúpidamente, sin
pensarlo. ¡Carajo!
"¿El otro? ¿Hay otro? Aquí
solamente somos tú y yo, papito. El
'otro' es un instrumento de venganza. Lo
utilizo y me utiliza. Es sexo sin amor. Y
sin pasión, agregaría. Nunca me he
sentido su mujer. Durante estos años,
había sido su puta una o dos veces a la
semana antes de conocerte.
Luego, contigo, aunque a nada
llegábamos, los encuentros quedaron en
uno o dos por mes. ¿Sabes por qué?
Porque tú me llenas, papi. Porque me
siento plena a tu lado. Parece extraño,
pero esta noche, junto a ti, conocí el
cielo".
Con Mireya siempre lo hicimos en el
salón de clases. Frente a un pizarrón y
con tres filas de pupitres como testigos.
No había cama ni mullidas alfombras,
pero sí una pasión por encima de
cualquier lujo terrenal.
Mireya podía tener el lecho más
opulento que deseara. Sin embargo, era
feliz conmigo. Aceptaba plácida,
condescendiente, tenderse de una u otra
manera en el grosero piso de cemento, o
encaramarse en el escritorio para
recibirme ahí con regocijo.
También lo hacíamos de pie, contra
la pared. Mireya, con las manos
levantadas, apoyaba las palmas, abría
las piernas y respingaba el culo. Sin
mesura, atacaba feroz, con rabia. Con
una mano le rodeaba la cintura y con la
otra le estrujaba el pelo. ¡Eran 'venidas'
clamorosas, divinas, brutales! Todo, en
aquel salón de clases fue mágico y
maravilloso.
Por cierto, jamás olvidaré la vez que
Mireya, contra la pared, me recibía
desde atrás. Repentinamente suspende la
acción, voltea hacia mí y dice: "¿Te
pido algo, papi?". "Lo que quieras, mi
amor", respondí. "¿Te sales cuando
estés a punto de terminar?". Sorprendido
con sus palabras, contesté sin meditar la
respuesta: "¿Eso le dice a él?" Mireya,
volteando, me mira con ternura y
reavivando el balanceo, aprieta una de
mis manos aferrada a su cadera y
descarga con firmeza: "Olvida lo que
dije. ¡Soy tuya, papito, haz lo que
quieras conmigo!".
¡HAMBRIENTA DE SEXO!
Sabía que a mis dieciocho años era
muy atractiva. Blanca, ojos color
esmeralda, labios gruesos, sensuales. De
los que se muerden sabroso, me decían.
Tengo un hermoso busto y buen trasero.
Mis piernas son un encanto. Todos me
las chulean.
Muchos de la empresa andaban tras
de mí. Pero a mí sólo me importabas tú,
cabrón. Pero ni al caso. Porque ni
siquiera me mirabas. Me tenías muy
caliente, Valentino.
Mis amigas, a las que te cogías, me
contaban todo. Cómo lo hacías. Cómo
eras en la cama. Cómo las hacías gozar.
Que eras tremendo, platicaban
entusiasmadas. Una fiera, te calificaban
otras. En las pláticas, yo me
remolineaba en la silla, de lo caliente
que me ponía. Aquellos relatos me
dejaban toda mojada.
No sé cuánto hice para que me
invitaras a “El Peñón”, el restaurante de
la montaña. Vestía una blusa roja y un
pantalón de lino blanco, muy ajustado.
Comiendo, se me resbaló la copa de
vino tinto y se derramó en el pantalón.
De regreso, para provocarte, me
quité el pantalón. Dizque para secarlo,
oreándolo por la ventanilla. "¿No te
estorba la visibilidad?", te dije." No,"
contestaste, y volteaste a verme. ¡Y vaya
si me viste! Noté cómo clavaste la
mirada en la panti que llevaba. Una
blanca, transparente, que dejaba ver
claramente la maraña de mis vellos.
Sentí una punzada en la entrepierna, de
veras. Algo inquietante que nunca había
sentido. Luego, en la empresa, a la hora
de salida, me dijiste si podías llevarme
a casa. Acepté, y aunque lo deseaba
como loca, nunca esperé que
termináramos en aquel motel a la salida
de la ciudad.
Confirmaste lo que decían de ti.
Fuiste terrible. Salvaje. Duro.
Despiadado. Sentí que un huracán me
levantaba. Un huracán que me sacudía
inclemente y me abrumaba con oleadas
de placer. Con tu fuerza me levantabas
desnuda. Me volteabas, me girabas, me
ponías bocabajo, bocarriba, de lado, en
cuatro, , al borde de la cama. ¡Santo
Dios! Perdí todo control. Fuiste el señor
tormenta. El Dios Thor en persona. ¡Un
Dios del Sexo!.
No sabes cómo recuerdo esa tarde,
Valentino. Lamentablemente, no volviste
a pelarme. Tenías muchas mujeres y te
olvidaste de mí. Y mira lo que son las
cosas, haberte encontrado en internet es
lo mejor que me pudo haber pasado. He
podido decirte todo aquello que en su
momento guardé para mí misma.
-¡Qué tiempos, Nancy! Ya me
inquieté con todo lo que me contaste. La
verdad es que te veía muy chiquita.
Temí meterme en un lío con tu familia.
Por cierto, ¿sabes que aparte de ser el
sueño de muchos hombres, también eras
el objeto del deseo de varias mujeres?
-Ay, Valentino, no mames. ¿Yo el
objeto del deseo de mujeres? ¿Cómo
crees?
-En serio. Me lo han dicho varias. Y
una de ellas, ¿sabes quién? Rosaura, la
ex esposa del patrón. Rosaura me dijo
que el patrón le propuso un trío contigo.
¿Es cierto?
-Bueno, pensé que eso quedaría en
secreto... Pero no hubo nada, Valentino.
Te diré que no solo me lo propuso, ¡me
daba 40 mil pesos porque lo hiciéramos!
Imagina, ¡40 mil pesos! Casi estuvieron
a punto de derretirme. En ese tiempo yo
ganaba cinco mil al mes.
-¿Y no aceptaste?
-No. Era muy inocente aún. Ya había
estado con algunos, pero eso nadie lo
sabía más que yo.
Y me dio miedo. Era mucho dinero.
-¡Cuarenta mil por un rato y no
quisiste…!
-Eso me decía el patrón. Eran
cuarenta mil por un rato de placer. Y te
cuento algo. En una ocasión, el patrón
me invitó a cenar a su casa. Ya con las
bebidas, él y su mujer se pusieron
cachondos conmigo. Querían que nos
fuéramos a la cama. No lo hice porque
me ofrecían dinero y no era el caso. A lo
mejor lo hubiera hecho si no me ofrecen
dinero. O sea, si no era con dinero, no
lograban lo que querían ¿o qué?
Entonces, no lo hice. Además, recuerda
que yo sólo tenía 18 años. Después de la
cena, fuimos a la sala. ¡Ahí querían
conmigo los dos! Pero yo salí corriendo,
ja ja ja. Fíjate que en la cena ya se
habían abierto de capa. Hablaban de
experimentar algo diferente. Me
mostraron fotos porno. Y me
preguntaban si me gustaría hacer un trío.
No sé por qué en ese momento les dije
que a lo mejor algún día sí lo haría...
¡fue la llave para que siguieran
insistiendo!
Pero te digo, a la hora de la hora,
salí corriendo.
-Cómo recuerdo aquella tarde en “El
Peñón”, Valentino. Hace días lo
platicaba con la “Garzopeta”, la
grandota esa que ahora es Gerente. -
Fuiste muy atrevida -me dijo. Le
contesté que no encontré otra forma de
secar mi pantalón. Me comentó, como
advirtiéndome, que tú eras tremendo, ja
ja ja.
Le dije que de eso se trataba. De
provocar al tremendo, ja ja ja. La
verdad es que me quité el pantalón
porque deseaba que me vieras ¡y lo
logré! ¿Quién de todas tus viejas, a la
primera salida, se quitó el pantalón
frente a ti?
-¡Sólo tú...!
-Pero yo no fui tu vieja, ja ja ja.
Quería, pero no tuve esa dicha. Con una
cogida tuviste. ¿Te gustó verme todo a
través de la panti?
-¡Mmm! Me alucinaste. Siempre me
gustaste.
-Qué rico lo dices. Me contaban que
tenías un arma poderosa que duraba
muchísimo. Y te confieso que nunca
encontré a uno así hasta que estuve
contigo. Por eso mi atrevimiento. Fue
por puro gusto. Y porque sabía que
también te gustaría.
La “Garzopeta” sabía que me
gustabas. Pero creo que se puso celosa
porque te cogías a su hermana. Y como
quiera que sea, la hermana es la
hermana. Hasta hace unos días le conté
lo del motel. Le dije que cogimos. Me
hizo contarle cómo fue todo. Yo creo
que hasta se calentó. Al final me soltó un
¡qué cabrona eres! Ja ja ja
-¿A cuántos te cogiste en la empresa,
Nancy?
-Mira, lo que otros te cuenten, nada
es cierto. Sólo lo hice contigo, y con
Federico, que luego se convirtió en mi
esposo y con Fernando, mi compadre.
Al patrón sólo le di una chupada. Pero
contigo fue lo máximo. Eres un hombre
que tiene una gran potencia sexual, que
es lo que nos gusta a las mujeres. Sexo
duro, así como lo haces. Es lo mejor que
me ha pasado, estar contigo en la cama.
El sexo contigo es otra cosa. El haberte
probado es algo inolvidable, irrepetible,
super diferente. Tu sexualidad fue lo
máximo. Tus mujeres te gozaron
grandemente y me hicieron gozar cuando
las oía contar cómo te las cogías.
-Entonces, ¿no te cogiste al patrón?
-No. Jamás. Le daba sus calentones,
nada más. Él quería pagarme por coger.
A lo mejor si no insiste en pagarme, sí
me lo hubiera cogido. Sólo se la chupé
una vez. El patrón me manoseaba y nada
más. Con eso se daba por servido. Te
voy a decir que está muy bien dotado.
Yo creo que le mide arriba de 20
centímetros. Algunos dicen que también
le gustan los hombres. ¿Tú lo crees?
-Te cuento que la otra noche te soñé
desnuda, bocabajo, en la cama. Con las
piernas separadas. Empezaba besándote
los tobillos, las pantorrillas. Subía y
subía. Te mordisqueaba los muslos.
-Ay, ay… ya estoy gimiendo. Sigue,
sigue… Eres tremendo. En un segundo
me prendes, condenado. Me haces
recordar aquel motelito. ¡Qué lamidas
me diste! Siempre fuiste tremendo.
¿Sabes? Me encantaba verte. Con los
pantalones pegados se te veían ricas
piernas y unas pompas riquísimas.
Quería sentirte, verte desnudo. Sabía
que eras un amante de cositas ricas.
Por eso me quité el pantalón aquella
vez. Lo del motel fue de locos. Me
devoraste. Nunca pensé que te
calentaras tanto, la verdad. Lástima que
andabas muy entrado con otras viejas.
Te juro que otras veces quise aventarme
contigo, pero me detuve por tus viejas.
Eran tantas…
Me tenías toda apendejada. Y mira
que yo tenía 18 años y estaba a punto de
casarme, pero eso no me importaba. No
me olvido que fue muy rico poder
chuparte. Mmm. Supiste cómo alocarme
al hacerme lo que más me gusta. ¡Aquel
69 fue espectacular! Me chupaste
divino. ¿Te acuerdas? Nos vinimos al
mismo tiempo. Mis amigas me
presumían mucho que te pasabas en la
mamada. Y pues yo quería eso de ti,
aunque fuera una probadita. Ahora te
digo que eres de los que más rico
chupan.
Cuando fui secretaria del señor
Méndez, tú me quedabas enfrente. Veía
todas las mujeres que entraban a tu
oficina y yo me hacía miles de
conjeturas. ¡Cómo debes haber cogido
ahí! Estoy segura que eres de los que
más cogen en esta vida.
-Qué plática tan calenturienta,
señora linda. Otro día te cuento de Pepe,
el contador, y Julia, su señora….
-¿Y por qué no me lo cuentas de una
vez?
-Bueno. Sucede que Pepe me dio el
correo de su mujer para que la calentara.
-¿Cómo crees? Es una santurrona.
-Por eso, precisamente. Pepe me
dijo que si me sentía tan cabrón, que
calentara a su señora.
-Ja ja ja. ¿A poco? No me digas.
Qué rico. Y tú le quitaste lo
santurrona…
-Más o menos.
-Conozco poco a Julia, pero no me
llevo con ella. Es muy cerrada. ¿Y qué
pasó? ¿Rápido entró al juego?
-Al principio se espantaba, pero me
seguía preguntando…
-Entonces sí que le gusta platicar
contigo. Si te pregunta es signo
inequívoco que quiere y que le gusta.
-Dice que le gustaría que su Pepe
fuera el 1 % de cabrón que soy yo. Que
su marido es muy pendejo para estas
cosas.
-Ja ja ja. El 1% ya es demasiado.
Eres de los más calientes que conozco.
-Según Julia, si Pepe sabe de
nuestras conversaciones, se muere de la
impresión. Pero ¿qué crees? Pepe me
dijo que su fantasía era que uno de gran
paquete se cogiera a Julia… ja ja ja ja.
-Pues cógetela tuuuuuuú. Ay,
Valentino, ¡con lo que me gustan los que
la tienen grande! Qué rico recordar
cosas contigo. Yo soy la primera de tus
admiradoras, ya lo sabes. Hoy te vuelvo
a dar las gracias por aquella tarde tan
caliente en el motel. Por regodearme de
sexo contigo.
Hubiera querido coger siempre
contigo, pero eras muy asediado. Tan
sólo había qué hablar con las amigas
para saber que eras exclusivo. Y muy
facilito. Pero las viejas te cuidaban. A
lo mejor ni te dabas cuenta, pero había
cotos de poder en la empresa. ¿Sabes
que me faltó contigo? Verte
masturbando. Me encanta ver a los
hombres masturbarse. De los hombres
de la empresa de aquella época eras el
más sexual.
-Y tú, la más buenota.
-Eso decía el Viejo. Que era la más
buenota. Me manoseó unas cinco veces y
fue todo. ¿Crees que le gustan los
hombres como decían? Eso sí, la tenía
muy grande, como te dije. Tenía más de
20 centímetros, creo. La tenía grande, de
verdad. Cuando se la chupé casi se la
medí. Casi, porque no había metro, ja ja
ja. Pero con su corbata sí se la medí.
¿Sabes quién me enseñó a mamar? La
“Garzopeta”. Sus consejos me hicieron
maestra.
-¿Y qué aprendiste?
-A mamarla rico, con mucha saliva
en la boca. Al mismo tiempo, hay qué
tocarles los huevos. Meterte un solo
huevo a la boca, pero con mucho
cuidado, porque es donde el hombre
tiene más sensibilidad. ¿Sabes que el
sexo es lo que más he disfrutado en la
vida? Disfruté mucho con las parejas
que tuve. Lo que hacíamos. La verdad,
todo me gusta en relación con el sexo.
-¿Y tu marido sabe todo de ti?
-Casi el 100%. ¡Oye, pero de ti no
sabe!
-¿Sabe que se la mamaste al Viejo?
-Sí, también. Y sabe que fue por
dinero. Sabe que me quería coger.
Obvio, lo supo ya de muy adultos. Sabe
de los chicos que me he cogido. Le gusta
verme coger a otros. Con decirte que
cuando cumplí 40 años, me llevó a 4
muchachos para que me los cogiera. Te
confieso que los intercambios de pareja
y mis experiencias máximas en el sexo
han sido con mi marido. Sólo no sabe de
dos, y ahora de ti. Pero todo lo demás lo
sabe bien.
- Eso es muy morboso, muy caliente.
-Por supuesto. Me dice que ha
disfrutado ver cómo me trago la de otros
y que le excita tremendamente observar
cómo me cogen. Que es su máximo
placer. Y con eso, yo disfruto también.
-Es una excitación muy cabrona.
-Por supuesto. ¿Tú lo has hecho?
-¿Tú qué crees?
-Pues no sé, pero tienes el perfil
para que sí lo hayas hecho. Y si no lo
has hecho, no sabes de lo que te has
perdido. Pero cada quién. Yo solo te
digo que eso es lo máximo. Yo con gusto
me revuelco con alguien por darle
placer a mi marido.
-Son experiencias muy calientes,
aunque el iniciarlas es difícil.
-O sea que sí lo hiciste? Ja ja ja. Yo
disfruté mucho de joven. Ahora me
disfrutan los jovencitos. Bueno, siempre
he disfrutado a los jovencitos. Me gustan
demasiado. Y los viejos no me gustan.
Para nada.
-Ja ja ja ja. Gracias, preciosa.
-Oye, tú no eres cualquier viejo. Tú
eres ¡Valentino! Y ese don no lo tiene
cualquiera. ¿Sabías que eras la verga
más codiciada de aquella época? Eras
un preciado trofeo. Máxima categoría.
El sexo es lo máximo, Valentino. Nada
como el sexo. A propósito, no
terminaste de platicarme de Julia.
-Me dice que la hice vivir de nuevo
y que hasta ha tenido orgasmos con
nuestras pláticas.
-Debe agradecerte que la hagas feliz.
Eso vale en la vida. Tú sabes lo que
significa un orgasmo.
-Pobrecita. Me contó que hacía años
que nada de nada con Pepe.
-Pues dile que se vuelva muy puta
para que de veras sea feliz. Ja ja ja ja.
¡Es que el sexo es lo máximo,
Valentino! Es lo único que vale la pena
en esta vida. Yo espero coger hasta el
día de mi muerte. Y si he sido feliz, ha
sido por el sexo y no por otra cosa.
A ti te admiro por tantas que te has
cogido. Y porque todas siempre dijeron
que cogías maravilloso. Oye, sé que
eres muy buen escritor. ¿Te gustaría
escribir de mis puterías? Te contaría
que desde chiquita me he calentado
mucho. Tú que me veías como
muñequita de aparador ¡y que te salgo
bien puta! Ja ja ja.
Te lo vuelvo a decir de nuevo y no
me cansaré de repetirlo. ¡Qué cogida
dimos en aquel motelito! Maravillosa.
Lástima que nunca más la repetimos.
Pero, bueno, la vida nos dio la
oportunidad de hacerlo, aunque solo
haya sido una vez.
¿Sabes que me causa mucha risa?
Que me creíste virgen camino al Motel,
sin saber que ya era bien puta. Ja ja ja
ja. Me encantó que me compararas con
una virgen y luego tu sorpresa de saber
que ya había cogido.
Me hubiera encantado haber durado
mucho contigo como pareja. Fíjate, ¡qué
pareja! A cuál más caliente de los dos.
Te digo algo: No le he dicho a mi
marido que chateo contigo. Tampoco
sabe lo del Motel. Le soy infiel contigo.
Ja ja ja ja.
-Por cierto, Daniel me dijo que hace
unas semanas volvió a coger contigo.
-Sí, fue hace unos dos meses.
-Que te citó en la Gran Plaza y que
te pidió que fueras sin calzones. Que
tomaron un café y de ahí se fueron a un
hotel.
-Totalmente cierto. Me encanta salir
así, sin calzones. Mostrarme. Y dejarme
tocar. Pero sobre todo, que mi pareja no
sepa que ando sin nada abajo y que de
pronto lleve la mano allá y sienta que no
hay tela. ¡Es muy morboso!
-Eres una reina del sexo, hermosa.
-Bueno, reina del sexo no, pero sí
adicta al sexo. ¿Por qué me haría adicta
al sexo? Desde niña siempre sentí el
deseo a flor de piel. Cuando te conocí,
te imaginé muy caliente y no me
equivoqué. Tu mirada es muy lasciva.
Cuando mis amigas contaban tus
historias, siempre pensé que éramos
iguales. Es más, ahora te puedo decir
que me masturbaba pensando cómo te
cogías a mis amigas. Me tocaba hasta
quedar saciada imaginando cómo se los
hacías.
-Ja ja ja ja ja
-Eres el único hombre con el que
solo he cogido una vez y que me sigue
dejando plenamente satisfecha con todo
lo que me dice. Si supieras las ganas
que tenía de montarte cuando me quité el
pantalón bajando de la montaña. Pero,
bueno, en el Motel me desquité. Y yo
espero que hayas gozado mi panochita.
Yo me prendí de ti desde que te
conocí. Eras irresistible. Eras una bestia
que dio tanto placer a mis amigas y que
yo debí conformarme con solo una
sesión. Pero te juro que con esa sesión
me diste tanto, más que muchos que nada
de nada.
Después de tantos años, me
encantaría sentir tu cosota candente
dentro de mí. Viniéndote a chorros
dentro de mí y yo sintiendo tus jugos
calientes.
Déjame preguntarte algo: ¿A quién
gozaste más? ¿A Perla o a Cecilia?
-Yo disfruto igual a todas, mami.
-Perla dice que te disfrutó como
loca.
-La verdad, sí, fueron grandes
encuentros. Perla cogía con el patrón y
una ocasión fuimos por unos productos a
la Capital. Comimos y bebimos un poco.
De regreso, yo la besaba y le metía la
mano bajo la falda. Hice escala en “El
Mirador”, el hotel que está al lado de la
autopista. Y sí, fue una gran cogida. A
partir de ahí, seguimos poniéndole el
cuerno al viejo. Luego me contaría que
cogía con el patrón por dinero y
conmigo por placer.
-Viejo pendejo. A mí también me
ofreció dinero para coger. Yo le decía
que así no lo haría. Y me volvía a
ofrecer. Buscó formas y maneras de
acercarse a mí, sin que nadie se diera
cuenta. Me mandaba llamar con el
Contador. Cuando yo entraba a su
oficina, su secretaria cuidaba que nadie
se acercara.
Otro que vigilaba que no hubiera
intrusos fue el licenciado Lázaro. Un
pendejo que no hacía nada en la empresa
y sólo oficiaba de lame huevos del
Viejo. Ya que todo estaba controlado, el
Viejo se me acercaba y me empezaba a
acariciar las piernas. Se abría la
bragueta y se la sacaba, toda floja. Me
decía que se la parara, y mientras, me
levantaba la falda para manosearme.
Una vez el muy cabrón me quitó los
calzones y, de pronto, llamó al
Contador. Cuando el Contador entró a la
oficina, me bajé la falda de inmediato,
pero el viejo se quedó con los calzones
en la mano.
Ordenó al Contador que le llevara
algo y discretamente, a mi espalda, le
enseñó mis calzones. Imagino que para
presumirle. Y yo, como si nada, sentada
muy propia, juntitas las piernas, con la
falda en su lugar, ¡pero sin calzones! Al
salir el Contador, volvió a tocarme. Se
hincó y me levantó la falda para
besarme las nalgas. Después se paró y
apretaba la verga contra el trasero, pero
sin meterla. A punto de venirse, se
apartó. Fue cuando se la chupé.
-¿Y cómo fue esa chupada?
¿Gozaste?
-No. No gocé, porque solo fue una
mamadita. Jamás dejé que me la metiera.
Oye, de veras que la tiene grande. Él me
abrazaba, mientras yo jugaba con su
cosa. Cuando sentí que se mojó, fui al
baño y traje una toalla húmeda y se la
limpié. Fue cuando me la metí en la
boca. Unas cinco succionadas hasta el
fondo. La saqué rápido, le chupé la
cabeza y de pronto se vino.
Me dijo que jamás se la habían
mamado así. No aguantó más de 2
minutos. Siguió manoseándome por una
media hora. Enseguida tomó el sobre
que le llevó el Contador y me lo dio. Al
salir, abrí el sobre y ahí iban ¡cinco mil
pesos!
Al otro día se acercó discretamente
a mi escritorio. Me dijo que si iba a su
oficina por la tarde, me daría otra
cantidad igual. Pero ya no fui. Qué tonta,
¿verdad? Me hubiera hecho millonaria
con él.
-¿Y por qué ya no fuiste?
-Porque yo cogía por placer, no por
dinero. Creo que ahora sí cogería por
dinero. No me hace falta el dinero, pero
sería una sobre excitación hacerlo.
-¿Es cierto que Miriam, la secretaria
del Patrón, vio esa mamada o una
cachondeada contigo?
-Una vez entró a la Sala de Juntas
sin tocar y vio que el Viejo me metía las
manos entre las piernas. De ahí surgió el
cuento que él me cogía, cuando no fue
cierto. Pero el chisme corrió por la
empresa y llegó hasta mi marido, que me
preguntó si me lo había cogido. Y le dije
lo mismo que a ti. Que no. Que nunca.
Mira, te enseño una foto en la
'ventana'. ¿Te gusta? Ahí tengo pelos,
como te gusta. Ahora siempre me depilo,
pero me dejé los pelos solo para ti.
-Recuerdo tus vellos a través de
aquella panti blanca, bajando de la
montaña luego de comer en “El Peñón”.
Una chulada. Veía un capullo con el
velo de la inocencia encima.
-Ja ja ja. En ese tiempo sólo había
cogido con dos. Con el primero cogí
unas siete veces y con el otro como un
año. En ese lapso, yo creo que cogimos
como cien veces. Era toda mi
experiencia.
-Y qué experiencia. Y yo que te
creía virgen. ¡Casi te rezo un rosario!
-Ay, Valentino. Perdí mi virginidad
a los 16. Pero, ¿sabes? Fue rico
perderla.
-Cuéntame cómo fue…
-Trabajaba en Gobierno. Era menor
de edad, pero me hacía pasar por una
mujer de 18 años. A diario me acosaban
en el trabajo y yo me calentaba mucho.
Empezaron a invitarme a comer. Tú
sabes, todos querían algo más. Mi jefe
me ofrecía dinero por cualquier cosa
que hiciéramos. Me llevaban a comer.
Me daban flores, regalos, de todo. Pero
de todos, solo uno me gustó. Y lo
corrieron solo porque mi jefe supo que
salí con él.
El chavo estaba muy apesadumbrado
y fui con él para consolarlo. Nos fuimos
a un mirador, al norte de la ciudad. Nos
dimos la gran fajada. Empañamos los
vidrios del coche con nuestra calentura.
Él se pasó al asiento del copiloto y me
le monté. Se bajó el pantalón. Yo me
quité los calzones.
Llevaba un vestido suelto, muy
holgado, lo que permitió que nos
acomodáramos bien. Si yo sabía poco
de sexo, él menos. Sin embargo, nos
tocamos de todo. Muy calientes, pero
muy pendejos, pero aún así ardíamos.
Llegó un momento en que sentí la
urgencia de metérmela, que aquí entre
nos era grande. Me acomodé y me la
metí. Costó trabajo porque no podíamos.
Pero por fin, gracias a lo mojados que
estábamos, entró. Me dolió, pero era
más el goce. Así que me acomodé y
empecé a balancearme. Muy rico todo.
Me subía y bajaba sobre su verga. Yo
estaba demasiado apretadita y él la tenía
gorda y grande. Salí lastimada, pero muy
contenta de haberlo hecho así. Él se vino
pronto, y al salirse, todo resbaló en su
estómago.
Así nos quedamos un buen rato.
Sentía la verga riquísima. Luego de esa
vez, cogimos unas siete veces en dos
semanas. Después desapareció y no lo
volví a ver. A los tres meses me dijeron
que había muerto. Bueno, no es cosa de
ponerse tristes. ¿Cuál de las fotos que
te he mandado, te ha gustado más?
-Una en la que estás manoseándole
el miembro a un striper. Fue en una
despedida de soltera, según dijiste.
-Ah, sí. Fue en una despedida. Me
veo muy sonriente, ¿verdad? En todas
esas fotos se me ve la cara. Cuídalas,
por favor. No sabes el miedo que siento,
pero por ti lo hago con gusto. Para que
tú las veas y las disfrutes. Además, te
voy a ser sincera, me excita mucho que
las veas.
-Yo también me excito de verlas. Si
vieras cómo estoy ahorita. Bien firme.
-Qué rico. Mándame una foto.
Recuerda que me condicionaste a darme
fotos de tu verga y de ti cogiendo hasta
que te mandara fotos mías. Ya cumplí.
Ahora cumple tú. Bueno, ¿y por qué te
gustó tanto la foto de la despedida?
-Por lo golosa que te ves agarrando
al chavo ese.
-¿Se la agarré bien? Ja ja ja. Aún no
se le paraba cuando se la agarré y cabía
en mi mano. Esos stripers son bárbaros.
Luego le di una mamada. Tanto le gustó
que al final de la fiesta quería cogerme.
-¿Y…?
-Pues no. Hasta me decía que no me
cobraba. ¡Pendejo! Le dije que la que
debería cobrar era yo. Ja ja ja. Aquí
entre nos, te digo que me hubiera
gustado coger con los tres stripers.
Estaban muy buenos, la verdad. Pero los
otros dos ni me voltearon a ver. Ja ja ja.
-Eres dinamita pura, chula.
-Ja ja ja. Pero solo tú lo sabes. No
cualquiera, ¿eh? Para otros soy la
señora Nancy Covarrubias. Contigo es
otra cosa, cabrón. Contigo es diferente.
Me das una gran confianza. ¿Sabes?, me
gusta mucho platicar contigo. Pocos
tienen la chispa que tú tienes. Desde el
primer día que te conocí, quise cogerte,
pero te me resististe, ja ja ja. Tuve qué
descararme para que por fin me hicieras
caso.
Y es que todas me decían que eras
un campeón del sexo. Antes de que me
lo hicieras, ya sabía que mamabas muy
rico. Para mí, hoy sería un placer tenerte
entre mis piernas todo el día. Antes de
aquella tarde en el Motel, tan solo de
verte con tus pantalones pegados,
quedaba toda mojada. Y fíjate, después
de tanto tiempo, sigues excitándome
mucho con todo lo que me dices. Por
cierto, ¿te gustó la foto donde estoy a
gatas y mi culito en primer término?
-¡Me encantó! Con ganas de
mamarlo primero y luego enterrártela
hasta el fondo.
-Sí, así me encanta. En el culito. Las
mejores mamadas de culo me las da mi
marido. Es campeón para eso.
-Yo te agarraría de las caderas y
arremetería sobre ti como toro loco.
-Sí, así, así me gusta que lo digas.
Me encanta que me rompan el culo. Lo
disfruto tanto, que quiero más y más.
Pero también disfruto mucho mamando
la verga. Es mi vicio mayor. Nada como
tener una verga en la boca y disfrutar ese
momento. Recrear tu mejor momento con
una mamada. ¿Si te tuviera así, a dónde
serías capaz de llevarme?
-Contigo, ¡hasta el holocausto es
bello!
-Eres un adulador. Por eso les
encantas a todas. Siempre fuiste el mejor
trofeo. Después de tantos años, aún me
mojo de pensar en lo que hacías con mis
amigas. E igual me mojo recordando lo
que hicimos en aquel Motel. ¿Y sabes?
Me gustaría que te masturbaras mientras
ves algunas de las fotos que te mandé. Si
lo haces, me sentiré halagada. Las fotos
que te mando son un regalo y un
agradecimiento, para que siempre
recuerdes aquella tarde en el Motel.
Mira estas fotos. Son nuevas. Me
dejé los pelos por ti. Sé cómo te gustan.
Te doy estas fotos para que sientas como
que tú las tomaste y presumas mi culo.
Para que recuerdes lo que te comiste
aquella tarde.
Valentino, qué bueno que te gusta
platicar conmigo. Espero que perdure
nuestra amistad siempre, aunque solo
sea por internet.
¿Nunca te he contado de mi sobrino
Rodrigo? ¡La tiene super demasiado
grande!
-Ja ja ja ja. No me digas que andas
viendo las intimidades de tu sobrino...
-No solo eso. Te cuento… Una
noche, en casa de mi hermana, me puse
pedísima. Como mi sobrino andaba de
fiesta en otro lado, me llevaron bien
dormida a su recámara.
Sé que como hijo de mi hermana, no
debería… pero como tú dices, ni modo
de dejarlo ir. Ja ja ja. Además, te juro
que esa noche ni siquiera supe que era
él.
Bueno, pedísima como estaba, me
perdí en su cama. Y lo que es la vida y
sus coincidencias. Mi sobrino llegó muy
tarde, y para que no lo regañaran, rodeó
la casa por el jardín y se metió a su
recámara por la ventana. Se encueró y se
metió a la cama. A los pocos segundos
se dio cuenta que había alguien más
entre las sábanas. ¡Yooooo!
Por supuesto que se dio cuenta que
era yo, su tía. Pero le valió madre al
muy cabrón. Entre sueños sentí cómo
empezó a desabotonarme la blusa y a
quitarme el sostén. Me acarició los
pechos y luego me los mamó por un buen
rato. En mi borrachera, yo sentía muy
sabroso, sin saber a quién tenía encima.
Luego me acomodó de lado y me levantó
la falda, mientras yo me acurrucaba. Me
bajó los calzones y me sobó las nalgas.
Así pasó otro rato.
Pero luego, no conforme, se sacó la
verga y con trabajo me la acomodó en la
entrepierna. Yo sentía muy rico, pero ni
cómo reaccionar. Nada me respondía.
Se movió hasta que se 'vino'. Sentí que
se paró, se vistió y se salió por la
ventana. Al otro día, me sentía adolorida
y vi semen seco en los vellos del pubis.
Sospeché de mi sobrino y se lo dije,
enfadada. "No le digas a nadie, tía, por
favor", me rogó. "Pues tú tampoco, re
cabrón. Es un secreto de los dos". Luego
de eso, aunque sabía que no debería por
ser mi sobrino, cogimos unas cinco
veces más y ya. Lo disfruté mucho, pero
apagaba la luz para que se me olvidara
con quién estaba cogiendo.
Aunque no lo creas, Valentino, sigo
disfrutando del recuerdo de aquel motel.
Qué rico fue. Sabes apreciar y dar
placer. Pocos hombres lo hacen como
tú. ¿Y qué opinas que me haya
descarado contigo al máximo?
-¿Por qué descarado? Sólo te puedo
decir que eres extraordinaria.
-Yo supondría que a los hombres no
les gusta alguien tan abierta.
-A mí me fascinas. Nunca cambies.
Sé como eres.
-Pues sólo tú tienes el placer de
conocer por mi boca las experiencias
sexuales que he tenido. ¿Te gusta mi
cosita?
-¡Para comérmela a diario!
-¡Qué feliz sería! Recuerdo cómo la
disfrutaste en el Motel. Maravilloso.
-Eres la clase de mujer que no
hubiera dejado ir. Lástima que te veía
muy niña.
-Y yo me hubiera quedado. No me
hubiera importado ser una más de tus
viejas.
-Creo que hasta hubiera soportado tu
naturaleza incandescente. Estás tan rica,
que sería un crimen que otros no
supieran el tesoro que tienes. Cómo
gozo con tus experiencias. No sabes
cómo me gratifica que me las cuentes.
-No son muchas como quisiera,
pero, bueno... Aproveché muy bien el
tiempo que estuve separada de mi
marido, porque casada y con hijos es
difícil.
-¿Qué utilizas para una noche loca
de sexo?
-Lencería, vibradores y otras
herramientas. Todo se vale.
-¿Aceites?
-No me gustan. Prefiero lubricante
natural. El mío. Ja ja ja. Tampoco me
gustan las bolas chinas. No me hacen
sentir nada. Prefiero carne humana.
¿Sabes por qué te mando fotos desnuda?
Porque no quiero que olvides lo que te
comiste y menos de mi cosita peluda.
Mira, otra foto con más pelitos. Cuando
estaba chica no me los recortaba. Estaba
muy greñuda, ¿verdad?
-¿Alguna vez mostraste tu sexo en un
lugar público?
-No, ¿cómo crees? Qué oso. Aunque
deja recordar. Sí, tomando, sí. Ja ja ja.
Fue en Acapulco. Pero eso sí, muy
discreta. Ocurrió alguna de las veces
que me escapé con Fernando, mi
compadre. Me pedía que no me llevara
nada abajo. Me sentaba frente a él en
algún bar o restaurante. Me subía la
falda y me abría de piernas. Muy
morboso. Pero era más morboso cuando
veía una pareja y yo le coqueteaba al
hombre, dejándole ver mi entrepierna.
Me hubiera gustado ir contigo a
alguna playa. Pasear en una lancha por
la bahía con 4 lancheros, y que me
cogieran los 4 mientras tú veías. Si eso
te daba placer, lo haría con gusto.
Siempre te hubiera dado placer,
Valentino.
Debes saber que en el sexo tú
primero das y luego recibes. Así que
haría todo lo que hubieras querido. ¿Ya
viste esa foto de mi culito? El culito que
todos quieren. Ja ja ja. El culito que te
comiste en aquel Motel.
Nancy me dio el correo de Rodrigo,
su sobrino. Quiso que él mismo me
contara su relación con ella...
(Chat con Rodrigo, el sobrino)
-Hola, Rodrigo. Qué diera por tener
una tía como tu tía Nancy…
- Siempre nos hemos llevado bien.
Es una tíaasa. Ja ja ja. ¿Qué te puedo
decir?, pero es la neta.
-Me contó que te ha cogido como
cinco veces…
-Ja ja ja. No tanto. Una en mi casa y
otras dos que me invitó Daniel para que
nos la cogiéramos en bola y otras dos en
el coche.
-Me dice que está embelesada con tu
verga. Que la tienes descomunal.
-Ja ja ja. ¡Ora, güey! Ja ja ja. ¿Qué
te digo?
-De 23 centímetros, dijo. Con razón
la traes jodida
-Ja ja ja. Deja, la veo. Ja ja ja. No
mames. ¿Eso dijo? Sí la tengo más o
menos, pero no es para tanto. Pero eso
sí, la sé mover bien, ja ja ja. Ella me
enseñó algunos trucos. Una vez, entre
mis dos hermanos y yo nos cogimos a mi
tía. Bueno, de uno en uno.
-No chingues. ¿Tantos se la cogieron
en familia?
-No, ¡y espérate! Una vez se la
cogieron seis. Eran Daniel y unos
amigos y primos. Vi cómo se la
cogieron. Daniel me invitó a ver y vi
cómo iban entrando de uno en uno. En
ese tiempo ella estaba separada de su
marido y cogía con Daniel, al que tenía
como amante de planta.
Del día que te cuento, se cogió
primero a Daniel, que se vino rápido. Y
luego fueron entrando los otros. Yo veía
por la puerta entreabierta del cuarto.
Enfrente de mi tía se pusieron 4. Mi tía
se las mamaba a los cuatro, de uno en
uno. ¡Como si tocara la marimba con la
boca!, Ja ja ja,
Mamaba, mientras Daniel u otro se
la metían. Fue una calentada tremenda.
Mi tía siempre tenía una verga dentro de
la panocha, pero al mismo tiempo
mamaba hasta dos vergas, acostada o a
gatas, o hincada. Como fuera.
¡Vi cómo tres se le vinieron al
mismo tiempo en la cara!. Esa lujuria
sólo la he visto en ella y en nadie más.
Se tragaba todo el semen. ¡Insaciable mi
tía! Se la comía rico. Todo eso fue
cuando traía a Daniel de noviecito y
estaba separada. Ella tendría unos 35
años. Estaba en su mero mole. Creo que
fue su mejor época, aunque ahora sigue
estando muy buenota.

(Chat con Nancy)


-Hola, señora hermosa, platiqué con
tu sobrino Rodrigo. Me dijo que eras su
tía consentida. Y cómo no va a consentir
a tía tan bonita y tan cachonda. ¡Qué
envidia!
-Ay sí, tú, qué envidia. Si tú tienes
lo que quieres.
-Es que una tía como tú sería como
un regalo del cielo. Manjar de dioses.
-¡Mentiroso! Eres como todos los
hombres. Ja ja ja. Cómo me gustaría
volver a coger contigo. Me conformaría
con unas dos veniditas y ya. Creo que
me las merezco en honor a tanta
calentura que te he dado, ¿no?
-¿Te gusta calentarme?
-Me gusta que me digas lo que
sientes cuando hay un motivo sexual. Tú
sabes que soy sexual totalmente.
Excitación es lo que aprendí al verte en
aquella empresa. Eras el primer
instigador sexual de ahí. Cómo aprendí
sexo tan solo de ver y oír todo lo que
decían de ti tus mujeres.
-¿Y cómo fueron tus relaciones antes
de mí?
- Luego de mi primera experiencia
en el coche, fue mi novio el que jugando
me cogió y listo. Tuvimos sexo unas
cien veces, pero no sabíamos nada. Eran
calentones de súbete y ya. Puro rapidito.
Nada de sabiduría.
Luego, con Federico, mi marido,
tuve diez meses de noviazgo y unos 7
meses lo hicimos casi a diario. Aunque
debo decirte que en la época que nos
separamos un tiempo, empezó la vida
para mí. Me destapé y me conseguí unos
cinco galanes.
Pero volviendo contigo, conocerte
fue lo máximo. Pero por más que
intentaba seducirte en aquella comida en
la montaña, no lograba nada. Sólo me
faltó agarrarte la verga debajo de la
mesa.
Lo bueno que luego se dio lo del
Motel. ¡Qué tiempos! Tú tenías tu
encanto y yo andaba de caliente.
Después fue otra cosa con mi marido,
que me enseñó el arte de divertirme y
gozar la vida.
-Aunque te veías muy niña y
modosita, despertabas muchas
tentaciones…
-Y tú eras muy atractivo. Deseado
por todas. Eras el fregón de la empresa,
pero lo mejor, que todas decían que eras
muy buen cogedor.
-Ja ja ja. Exageras.
-Lo eras y esas eran tus
credenciales. ¡Cómo no iba a querer
cogerte! Si además, mis amigas lo
hacían contigo. Me gustaba saber que te
habías cogido a una y luego a otra.
Muchos me acosaban, pero yo sólo
pensaba en ti.
-Si dices que todo le cuentas a tu
marido, ¿Por qué no le has hablado de
mí?
-Mira, comparto todo con él, pero
este reencuentro contigo no sé por qué
se lo oculté. Ya va mucho tiempo y
ahora no sabría cómo explicárselo.
Entonces, mejor lo dejo así. -¿Nunca le
contaste de aquella comida ni del
Motel?
-No. Nunca se lo conté. Se lo diría
sólo si alguien le dijera algo y me lo
pidiera o insinuara. De otra forma, no.
De las dos veces que nos separamos,
jamás me pidió explicación y terminé
diciéndole todo, pero lo tuyo es muy
diferente.
-¿Por qué es diferente?
-Porque lo oculté en el momento en
que debí decírselo. Imagina que ahora le
dijera que me sigues calentando. Que
tenemos sexo virtual y que te he
agarrado de confidente en muchas cosas.
No, no podría decírselo.
-¿Y has hecho sexo duro?
-No. Cualquier cosa, menos eso. Ni
fetiches ni nada de eso. Me gusta el sexo
duro, pero masoquismo, no. Ni sadismo,
ni ninguna práctica de ese tipo. Sólo
coger y coger. Con uno, con dos, con
tres o hasta con cuatro. Coger con los
que sea, pero normal.
-En esa foto que enviaste ¿te estás
masturbando?
-Cogí con un amigo y él había
terminado. Yo me seguí tocando hasta
venirme. Ese día tardé mucho o me hizo
falta verga. Me vine rico con mis dedos.
Luego te enseño otras fotos donde me
estoy tocando. Son de ese mismo día.
Por cierto ¿sabes que mínimo tres de
aquella empresa saben que me cogiste?
Todos dijeron que te tenían una gran
envidia.
-Fuiste mi fetiche, preciosa.
-Eso me dices, pero debes tener unas
más putas que yo. No sé por qué
platicando contigo me suelto. Y mira,
esta cosita ya está mojada para ti. Fuiste
mi objetivo y qué bueno que te cogí,
porque si no, hubiera vivido frustrada. A
mí me mamaste rico y todas las que te
han cogido dicen que eres el mejor
mamador de la tierra.
Aquellas que te sintieron dicen que
las transportabas al cielo. ¿Sabes? Es lo
máximo calentarme contigo. No me
olvido que me cogiste muy rico. ¿Se te
antojaba cogerme? ¿Me lo hiciste más
rico de lo que se lo hiciste a Perla? ¿O
más intenso de lo que lo hacías con
Cecilia? ¿O fui tan puta como Blanca?
-Ni me digas, que tú eres otra onda.
-Ay, sí. Yo sé que todos
comparamos. Mira esta foto, aunque sé
que sin pelos no te gusto, pero me veo
rica, ¿a poco no? Valentino, no me canso
de recordar que nuestra cogida fue
sensacional. Goza mis fotos, lindo. Y
guárdalas, que es el tributo que le doy al
mejor cogedor que he tenido.
-Fue extraordinario hacerlo contigo.
-No sé por qué. Has tenido mujeres
hermosa s y muy calientes. Mira esta
foto, solo para ti. Esa es mi cama. Esa
es mi panocha. Esos son mis pelos. Ahí
estoy yo, tremendamente peda. Es solo
para ti. Para que te masturbes.
-¿Te digo algo? Me encanta cómo
describes la verga.
-Es que me gusta mucho la verga, la
verdad. Soy viciosa de ella. Me gusta
que esté bien dura y que dure mucho así.
Si no me gusta el hombre, cuando menos
que me guste su verga. Ja ja ja.
Es lo que pasó con el patrón. Nunca
me calenté con él. Tenía buena verga,
pero no se me antojó coger con él.
Además, no se me hacía leal, porque
Federico, el que sería mi marido, ya era
mi novio. Y mira lo que son las cosas,
ya de casados, Federico se cogió a la ex
esposa del viejo. Las vueltas de la vida.
¿Te gustó mi panocha? Con los que
estuve, siempre me la mamaron. Nadie
la ignoró. Aunque claro, luego tenían su
recompensa con las mamadas que yo les
daba.
-Cuéntame cómo iniciaste tu relación
con Daniel...
-¿Daniel? Daniel era parte de un
grupo de muchachos que se juntaban y
jugaban en la cuadra de mi casa. Casi
siempre los veía en la calle, de regreso
a casa. Me ayudaban a bajar a mis hijos
y las bolsas del mercado que cargaba.
Me saludaban, muy respetuosos, y se
iban. Apenas tendrían unos 17 o 18
años, pero yo los veía muy buenotes.
Nunca me imaginé que tuvieran esa
edad. Para mí, físicamente ya eran
hombres.
Una ocasión, esos muchachos fueron
a venderme ropa interior. Los pasé a la
casa, pero los corrí cuando me dijeron
que les modelara lo que me vendían. Ja
ja ja. Salieron corriendo y no pude
menos que reírme.
Pero me quedé pensando en uno de
los chavos, que mediría como 1.75
metros, con muy buen cuerpo. Y sin
querer me sorprendí pensando ‘¡qué
buenote está ese cabrón!’.
Pasaron algunas semanas y un día me
los vuelvo a encontrar fuera de la casa.
¿Y ahora que me van a vender?, les
pregunto. Rápido se levantaron y
corrieron a saludarme. Empezamos a
cotorrear y les invité un refresco en la
casa. De nuevo pasaron. Mientras
platicábamos, yo le guiñaba el ojo al
que me había parecido muy buenote, que
luego supe se llamaba Daniel. De ahí no
pasó la cosa esa vez.
Luego de varias semanas, me
reencuentro con el grupito. Esta vez les
ofrecí una cuba en la casa. Contaron,
entonces, que tenían una “tocada” y me
invitaban. Se sorprendieron cuando les
dije que sí iba. Recién me había
separado de mi marido, así que me fui
de cabrona con éstos. Nos fuimos en un
fordcito viejo y ahí mismo agarramos la
jarra. Yo iba de falda y se me veían las
piernas.
"Nos gustan muchos sus piernas", me
decían. Ahí ya me dirigía más a Daniel,
mientras Rulo manejaba. Del asiento del
copiloto me pasé a la parte trasera y
empecé a fajar con Daniel. Estuvimos en
la ‘tocada’, bailamos, bebimos, pero fue
todo. Esa noche tampoco pasó nada
extraordinario. Te debo confesar que
regresé a mi casa bien caliente,
pensando en Daniel.
Durante varios días sólo pensaba en
Daniel y fantaseaba con él. Tanta era mi
calentura, que me decidí a tener otro faje
con él. Lo invité a salir y pasé por él en
mi coche, un tsuru. Nos fuimos por la
carretera a Santa Lucía. Y, de no
creerse, como si hubiera sido
intencional, el carro se descompuso y de
repente ya no quiso arrancar. Casi al
mismo tiempo empezó a llover. Daniel
se bajó a ver el motor y quedó
mojadísimo. Cuando subió al carro le
quité la camisa y quedó con el torso
desnudo. Ya era noche y pocos carros
pasaban por ahí.
Me excité con aquel cuerpo mojado
y desnudo y no aguanté más. Lo acaricié
por todos lados. Mi falda se subía sin
querer y Daniel tocaba mis piernas y mis
pechos. En eso, al tentarle la
entrepierna, noté que ya tenía un gran
bulto.
Para pronto me le monté y me
restregué con muchas ganas. Era rico
sentir eso duro, como piedra, en mi
sexo, aunque fuera sobre la ropa. Me
regresé a mi asiento y me incliné a besar
el pantalón, ahí donde estaba esa
tremenda hinchazón. Enseguida lo
desabroché, le bajé la cremallera y le
zafé el pantalón. En cuanto me metí su
cosa a la boca, ¡se 'vino'! -¡Ya qué! -
dije.
Supuse que Daniel había cogido
poco o nada. Entonces, tan linda que
soy, me propuse enseñarlo. Le dije que
descansara, pero mi mano no lo dejó
descansar. Yo jugueteaba con su cosa
mientras platicábamos. Así estuvimos
como media hora y cuando lo vi otra vez
bien firme y duro, me lo volví a meter en
la boca. Duró como cinco minutos y se
'vino' de nuevo.
Y otra vez el mismo tratamiento.
Pero ahora me desnudé y me recosté
sobre él, ya con el asiento reclinado por
completo. Meneaba mis tetas en su
miembro hasta que se le volvió a parar.
Y para que no pasara lo mismo,
inmediatamente metí su verga a mi sexo.
Daniel se movía mucho porque sentía
rico y yo le daba apretones con mi
vagina. A cada apretón, él respondía con
quejidos y ¡zas!, que se 'viene' otra vez,
aunque ahora duró como diez minutos.
Ya eran tres 'venidas', así que decidí
que estaba bien por esa noche.
Separada de mi marido, luego de
esa noche tomé a Daniel por amante
durante dos años. ¡Imagina! A Daniel le
daba todo. Yo pagaba los hoteles a
dónde íbamos a coger. Él era un chavito.
Me daba mucha verga. Al principio se
'venía' de inmediato cuando se la
agarraba, pero luego aprendió. Me daba
solo eso, verga y más verga, que es lo
que más me gusta. Mi furor uterino me
ha hecho así de intensa. Te voy a decir
que de pronto me llega la urgencia de
tener dentro una buena verga. Aunque
tampoco vayas a creer que ando
levantando a cualquier güey. Son pocos
los escogidos. Y a veces creo que no
debí haberme casado. Debí dedicarme a
coger y coger con todo el que se
pudiera. Eso me excita mucho.
-¿A qué llamas una buena verga?
-Una buena verga es aquella que se
para al verte. Que se para aunque la
excites o no. Que tenga mínimo 15
centímetros. Y si es más grande, mejor.
Pero si no, con esa medida hay, pero que
esté dura, dura. Que aguante mucho. Que
no se 'venga' en cuanto lo aprietas, con
la panocha o con la boca. Por cierto, tú
tenías muy buena fama. A Cecilia le
gustaba cómo la embestías. Tus
feromonas olían a un kilómetro de
distancia. Cuando te cogí, yo creo que
andaba en celo. Así me sentía de
caliente. Qué buena verga tienes. Hice
todo por cogerte, ¡y lo conseguí! Cómo
estarías de bueno que pudiste con
Cecilia, que no era fácil de llenar.
Además, lo que también me atraía de ti
es que eras bragado, irreverente. Tu
forma de ser te hacía único. Eras muy
cabrón. Ja ja ja. Y se decía que a las
casadas las mandabas a su casa sin
calzones. Ja ja ja. Todo me lo han
contado. Eso me calentaba mucho. Y
cuando me lo contaban, yo decía, a éste
tengo qué cogérmelo. Ja ja ja. Así como
eras, volvías loca a Cecilia. Y cuando
oí lo que le hiciste a Perla, pues más me
prendiste.
-Pero tú también has sido fenomenal
en el sexo.
-Creo que sí. Soy muy caliente. El
licenciado Alférez, otro que me cogí, me
decía que sentía la gloria cuando le
agarraba los huevos.
-¿Te gusta manipular verga y
huevos?
-¡Muuuuchooo! Comérmelos.
Incluso, apretando tantito. Agarrarlos
suave, con las uñas. Les gusta sentir las
uñas. Muchos me pedían que se los
hiciera. Las cinco uñas los pulsan, los
arañan rico, despacito, leve. Siento
cómo se hinchan, cómo se mueven. Y
cuando explotan, mejor. Cuando
eyaculan, los huevos se ponen suaves,
brincan. Muy rico. Y si es en la boca,
más rico todavía. Lamiéndolos por
abajo, ¡explotan!
Es así, mira. Si tienes tus huevos en
mi boca, te brincan más. Si alguien te
los chupa cuando casi te 'vienes', sólo
de ver su cara, te vienes más rico.
-Lo que diera ahorita por tener tu
boca…
-Ja ja ja. La tuviste. Y te di una muy
buena mamada. Tu verga hizo época.
-¿Y esa foto? Pareces una gitana.
-Ja ja ja. Fue en un antro de Miami.
-Que agarrón de nalgas te está dando
la niña esa.
-Ja ja ja. Ahí la conocí y nos
llevamos bien de inmediato. Una amiga
ocasional. ¿Crees que nos besamos? Mi
marido había ido al baño y cuando
regresó no podía creer lo que veía.
Estábamos bailando eróticamente. A
media canción me besó y le devolví el
beso frente a mi marido. Se volvió loco
con eso. Esa noche me cogió como
nunca. Oye, una amiga muy querida está
leyendo todo lo que escribimos...
-¿Cómo crees?
-Sabe que cogimos y me dice
¡méndiga! Ya le dije que no he
encontrado otro mamador como tú. Ya le
conté que me cogiste cuando tenía 17
añitos. También le conté que nos
conocimos en la empresa. Y que ahí me
cogí a ti, al licenciado Alférez, a
Fernando, a Ronaldo y a Federico, mi
marido.
-Ja ja ja. Voraz. Golosa.
-Ja ja ja. ¿Por qué me dices así, si tú
te cogiste como a veinte de ahí? Dice mi
amiga que por qué tanta foto enseñando
el culo. Le digo que porque me gusta por
ahí y que a ti también te gusta. Dice que
ya se calentó viendo las fotos.
Ya le enseñé una donde se te ve la
verga. Ja ja ja. Que la tienes divina, que
con razón me traes de nalgas. Me
pregunta que por qué te tengo tanta
confianza. Ya le contesté que solo con
alguien que has cogido, puedes tener esa
confianza. Me dice que es un privilegio
tenerte. Bueno, se tuvo que ir mi amiga.
Se fue impresionada por ti. Por lo que
escribiste. De salida me dijo, eres una
cabrona que tiene furor uterino. Ja ja ja.
Me gusta platicar de la cogida que
tuvimos. Alimenta mi ego con mis
amigas. Y soy feliz. Aquello fue una rica
calentura.
-Todavía me caliento recordando
esa cogida en el Motel, Nancy.
-Qué rico. Me gusta que lo digas.
Me enciendes. Te juro que eres de los
mejores en ver el sexo de una forma que
nos gusta a todas las mujeres. Lástima
que cuando cogimos yo era medio
pendeja en el sexo. Pero luego mi
marido me enseñó y me guió, y me dio
oportunidad de conocer más. Eso me
hizo mejor cogiendo.
-Qué bueno que compartas esas
experiencias con tu marido.
-Te diré que pocos saben lo que
hacemos. Casi nadie. Bueno, ahora tú.
Pero te diré que ha sido maravilloso. A
él le gusta verme en acción. Y yo gozo
de todo. Te gozo a ti. Gozo a Daniel.
Gozo a mi sobrino. Gozo de todo.
-Ya me tienes bien caliente, chula.
-¡Qué rico! Me la comería toda. Que
me cupiera en la boca y mamarla
sabroso hasta hacerla vomitar.
-Haríamos un 69…
-Siiiiiiií. Lo haces súper rico. Y si
repites como me lo hiciste aquella tarde,
uff! Después de mamarme, besaría tu
boca para que siguieras. Y quisiera que
vieras cómo tengo mi panocha ahora.
Me dejé los pelos por ti. Volví a
dejármelos porque me lo pediste. Anda,
ahora haz lo que quieras, papacito.
¡Mámamela! ¡Hazme tuya! Dame tu
verga rica, que yo sabré cómo
mamártela rico. Te juro que te mamaré
como ninguna te lo ha hecho. Me
gustaría que me regalaras esa 'venida'.
Que me hagas sentir rico con esa verga
que hacía soñar a muchas. Dime,
¿siempre te gusté?
-Siempre.
-Me tuviste como no tuviste a nadie.
Aquella tarde fue un suceso único. Mis
amigas bramaban del coraje. Yo era la
primera que me aventé así contigo y de
haber cogido como cogimos. ¿Cómo ves
esta foto donde estoy con tres chavos?
-¿Te cogiste a los tres?
-No. Sólo se las mamé. Pero luego
me los cogí por separado cerca de un
año.
-Pero ahí donde están en esa foto,
¿no te los cogiste?
-Te digo que sólo se las mamé.
Andaba en mi 'regla', pero ellos no
supieron. Sólo se las mamé, se vinieron
y me salí.
-¿Y así, tan contentos?
-Sí, ellos estaban chavitos. Uno era
el mayor, pero los demás no pasaban de
los 20 años.
-Los debes haber dejado muertos.
-Les gustaba que se las mamara y los
tenía para mi gusto. Era mi harén y me
daban cuando yo quería.
-Deben haberse sentido reyes.
-Para ellos, a esa edad, era oro estar
conmigo. Yo, señora casada, y ellos
chavos menores. Me esperaban horas
cerca de mi casa. Lo único malo es que
luego se mal acostumbraron y querían a
toda hora.
-¿A qué edad te diste cuenta que eras
una apasionada por el sexo?
-Siempre. Creo que desde los 16
años. A los 18 me casé y eso ayudó.
Recién casada me reprimí, pero luego
fue total el fuego.
-¿Cuando te casaste pensaste que ya
sólo lo harías con tu marido?
-Con mi marido me enseñé a tener
furor uterino. Me dejó hacer todo lo que
me gustaba y me apoyó como nadie he
sabido que lo haga con su esposa. Por
eso lo amo tanto. Por todo ese placer
que ha sabido darme al dejarme coger
con otros.
-¿No le molestó que ya no fueras
virgen?
-No, para nada. Eso me hizo
casarme con él. Obvio, tuvimos sexo
antes de casarnos. Él me enseñó a
mamarla. Recuerdo que me dijo que lo
que hiciera, con quien fuera, siempre lo
hiciera con muchas ganas.
-¿No hubo celos, resentimiento?
-Sí, al principio. Obvio, le pegó
saber que deseaba a otro, pero lo
manejamos entre los dos y muy padre,
porque él también lo hizo por su lado. Y
llegamos a una conclusión, o nos
dejábamos o aprendíamos a ser felices
juntos.
-¿Y cómo fue tu primera aventura de
casada?
-Al año de la boda. Con uno de
veinticinco años. Yo tenía diecinueve.
Se veía muy niño, hijo de papi, pero me
gustó. Fue en Acapulco. Y me lo cogí en
el Baby O.
Yo iba con mis hermanas y mi
marido. Éramos como doce, pero él me
gustó y yo lo veía y lo veía. Él me
coqueteaba y en una ida al baño se me
acercó. Me dijo que le gustaba. Me salí
del antro y lo invité haciéndole una seña
con la mano. Yo llevaba mini falda. Nos
dirigimos al coche. Ahí, junto al
vehículo me abrazó, me besó y me
manoseó. Sólo me subió la falda unos 10
centímetros, me hizo a un lado el calzón
y me la metió. Todo como en cinco
minutos. Si me preguntas cómo se
llamaba, no lo sé. Sobraron las
palabras. Sólo besos, caricias y adentro.
Nada nos preguntamos. Nada nos
dijimos. Los dos nos vimos, nos
gustamos. A un lado de la portezuela
cogimos. Todo rápido. Te voy a decir
que luego de ese rato, nunca lo volví a
ver. Ya por la noche, de regreso al
hotel, le conté a mi marido todo lo que
pasó. Se súper calentó y me dio una
cogida tremenda.
-¿Tu marido sabe de todos los que
te has cogido?
-Casi de todos. Pero obvio, hubo
algunos de los que nunca supo, pero que
me dieron lo que yo más deseaba, que
era sexo de calidad. Por eso escogía a
los hombres que intuía o sabía que eran
buenos para el sexo. Lo demás, el físico
o el dinero, poco importaba.
Me sigue encantando la verga, pero
ahora busco más calidad que cantidad.
Creo que coger es lo más rico de la
vida. Coger es la actividad que todos
deberíamos hacer al 100%.
--¿Tienes alguna técnica para
manipular la verga?
-Nada especial. Sólo hacer lo que
sientas en el momento. Pero algo que
hice mi especialidad es mojar la verga
con mucha saliva y llevarla hasta el
fondo, que me toque la campanilla y
poder ver la cara de felicidad del
hombre.
Muchos, con solo ponerla en mi
boca, se 'vinieron'. Y hubo uno que con
solo ponerle la mano, se 'vino'. Cuando
me la meto, siento que me ahogo, pero
pasa como si fuera comida y puedo
meterla más. Las primeras veces hasta
me vomité, pero aprendí y ahora lo hago
muy bien.
Me trago el semen sólo si me gusta
el hombre. Si no me gusta, lo dejo en la
boca y luego lo escupo. Pero si me gusta
el hombre, le digo que vea cómo me lo
trago. Creo que eso les gusta mucho a
ustedes.
En esa foto que ves, tengo el vestido
subido, echado sobre mi espalda. Sólo
para la foto. Me la tomó un cubano que
conocí en Miami. Ese me decía que le
encantaba mi culo. Mira, Valentino, yo
sé que has tenido mejores culos, pero
éste, el mío, es para ti. Para que
recuerdes aquella tarde. Sólo cogimos
por delante, pero hubiera sido hermoso
recibirte en eso que ves ahí.
El cubano se fue feliz esa noche. Y
yo rompí el récord de orgasmos. Fue
muy rico, pero el condenado la tenía
descomunal. Yo creo que tenía
ascendencia africana, porque le medía
como 20 centímetros, pero muy ancha.
Tan ancha, que no la soporté por atrás.
Sólo resistí la puntita.
-¿No te dio miedo cuando se la
viste?
-Para nada. Jamás me ha dado miedo
una verga. ¿Te gusta mi culo? Ese culo
pudo haber sido siempre tuyo,
Valentino, no solo un rato. ¡Cómo te
deseaba luego de aquella cogida! . Eras
la mejor verga de ese tiempo. Me
hubiera gustado coger en tu oficina. Que
me sentaras en tu escritorio, me
levantaras las piernas y haciendo a un
lado el calzón, ¡adentro!
¿Sabes? me encanta cuando pones
mis fotos en la pantalla y ando hot. Me
gusta que me digas cuál te gusta más,
cuál te hace recordar algo similar o que
yo te cuente alguna anécdota sobre esa
foto.
-¿Sientes que eres muy caliente?
-Demasiado. Ve esa foto. Es en mi
coche, manejando. Una mano en el
volante y la otra entraba y salía en mi
sexo.
-¡Para chupártela!
-Mmm. Y sé que lo harías muy rico.
¿Sabes? Ahorita mismo me estoy
metiendo los dedos.
-¿Estás mojada?
-Mucho muy mojada. ¿De veras te
sigo inquietando?
-Por supuesto.
-Qué rico. Al menos me escoges
entre todas tus amantes. Sólo me cogiste
una vez, pero fui muy feliz y sigo siendo
feliz contigo. Eres un cabrón. Te coges a
la que deseas cogerte. Yo no he tenido
tanta suerte. Hubo a cuatro que les tuve
muchas ganas, pero nunca se me hizo
con ninguno.
-¿Y qué hacías cuando no conseguías
lo que querías?
-Me masturbaba. Para mí la
masturbación es un don. Es lo máximo.
Contigo me he masturbado muchas
veces. Me toco y me toco mientras
chateamos y me mojo increíble. Quedo
toda empapada. ¿Sabes? Me gusta que la
verga esté dura dura, pero bien dura. Por
eso me gustan chavitos. Porque la tienen
como piedra.
¿Sabes que te deseé como loca? Ya
estaba cansada de tantos dulces
cogedores que no te tocaban más que
con el pétalo de una rosa. ¡Y me decidí
ir por el cogelón más fiero de la región,
que eres tú!
. Porque me decían lo enjundioso
que eras para coger. Nada modosito ¡y
sí bruto, salvaje!. Eso quería. Y eso me
diste aquella vez. Deseaba sentir cómo
golpeabas mis nalgas con los embates de
tu verga. Y también sentir tus huevos
chocando en mis nalgas. ¡Con furia!
¡Con grosera bestialidad! Tenías tantas
viejas, que entendí que para cogerte
debía hacer algo diferente y audaz. Lo
hice y, mira, qué tarde pasé contigo.
¡Grandiosa! Te cuento que una vez me
cogí a tres en el día y a otros cuatro por
la noche. Fue en unas vacaciones en
Puerto Vallarta.
-Eres insaciable, preciosa.
-Mucho. Siempre quiero más. Tu
verga es la única que me hubiera
controlado, porque reconozco que soy
una adicta al sexo. Y tú eres igual. Yo
quisiera ser lo que tú eres en versión
hombre, pero creo que es imposible.
-¿Qué es para ti una verga rica?
-Como la tuya. Así nada más. Fuerte,
gorda y dura, dura. Incansable. Como un
plátano macho o un pepino. Aunque te
diré que las de 14 centímetros me gustan
también. Las de 20 centímetros me
vuelven loca y las de 23 centímetros las
acepto sólo porque me gusta mucho la
verga. Pero sé que no estaría mucho
tiempo con alguien que la tuviera de ese
tamaño. Sería en contadas ocasiones.
Nada más.
-Me gustas tanto que ya te busco un
nicho en mi santoral.
-Ja ja ja. No creo, porque santa puta
no hay. Increíble que ahora solo me
interese tu verga. Tienes la verga más
rica que jamás he conocido. A todas les
encantó. Todas las que la probaron
quedaron satisfechas. Menos yo, a la que
solo probaste una vez. Un tesoro que
despreciaste después, que se muere por
ti y se empapa solo de verte. Con lo que
me hubiera gustado casarme contigo.
Has sido el mejor cogedor que conozco.
Te hubiera regalado mucho sexo.
-Tu comadre dice que eres única
para mamar verga. Cuéntame.
-No hay técnica. Es solo sentido
común. Hay que sentirla. Me meto la
verga desde que está flácida y la lengua
hace todo. La presión de la boca y que
tú sientas que la metes hasta el fondo,
excita.
Yo me las meto hasta la garganta.
Quiero que sientan que tienen una puta
cogiéndoselos. Ese es mi secreto. Ser
como ellos quieren que sea, o como no
se atreven a pedirles a sus esposas que
sean.
Qué cosa increíble contigo,
Valentino. Sólo te cogí una vez, pero
tengo más intimidad que con nadie. Y es
rico que todavía me desees. ¿Tienes
parada la verga? ¿Todavía te
excito?
Que rico que te siguen gustando mis
nalgas y mis piernas. Eso me hace feliz.
Creo que aunque solo me cogiste una
vez, hemos tenido más intimidad que con
todas las que te cogiste. Siempre quise
una verga como la tuya. Con todo ese
ímpetu salvaje. Como les gustaba a mis
amigas. Eso es lo que más nos gusta a
las mujeres, ¿lo sabías?
Algo que nos haga recordarlos cada
minuto, después de que se fueron. Que lo
sienta el cuerpo. Yo prefiero así, salvaje
la cosa. Con esa verga y con la forma
que tienes de hacer el sexo, seguro que
ya te disfrutaron mínimo doscientas
mujeres.
-Platícame de ese centenar de
hombres que te has cogido.
-Ja ja ja. Sólo 56. 56, exactamente.
¡Tú fuiste el tercero en la lista!
-¿Y has hecho alguna clasificación
de las vergas que has conocido, por el
largo, por el grueso, por la forma, por el
tiempo para eyacular, etcétera, ja ja ja.
-Sí, claro, claro. Te diré que la
verga de 14 centímetros es el común
denominador. La mayoría la tiene de ese
tamaño. Conocí unas de cinco
centímetros, ¡imagina! Otras de
dieciocho centímetros y tres que
rebasaron los veinte centímetros.
Tú estás sobre el promedio. De los
mejores. El más vergón es mi sobrino.
Luego vienen tres de rechupete, un
cubano y dos de México. Uno es el que
la tiene más gruesa y como de veinte
centímetros.
-¿Alguna verga negra en tu
currículum?
-¡Me encanta la verga negra! Muy
original. Me he comido como cinco
negras.
-¿No sientes raro comerte una verga
negra?
-Ni raro ni miedo. Son lo mismo ¡y
hasta mejores!
-¿No te intimidan las grandotas?
-Para tenerlas constantemente no se
me antojan. Pero de vez en cuando, es
mágico. Una vergota grande es lo mejor.
Una queda satisfecha a pleno. Es algo
diferente y te la saboreas. La grande te
llega a lastimar, pero es rico. Y es
mentira de las que dicen que se siente lo
mismo con las chiquitas que con las
grandotas. ¿A poco un vocho es igual
que una suburban?
Mira, yo me he cogido a los que he
querido cogerme. Siempre, por gusto.
Nada forzado. Bueno, el Viejo me daba
dinero por güey. Ahora lo recuerdo y me
siento como puta. Ja ja ja.
-Algunas tienen esa fantasía, de
sentirse putas.
-Sí, me lo han dicho. Yo sí me
atrevería a pararme en una esquina. A
ver qué se siente. Ja ja ja. ¿Te gustaría
que lo hiciera o sería un gran 'oso'?
-Se me haría increíble.
-No lo he hecho, pero sí se me
antoja hacerlo.
-Te verías riquísima de puta. De
mucha adrenalina, ¿no?
-Depende de la zona. Ja ja ja. No
una zona rica, pero sí segura. Por
ejemplo, Acapulco. Echarme a algún
turista que vea caliente o a un lanchero
-¿Cómo te vestirías?
-Bien puta. Ja ja ja. Bueno, esa es
una fantasía. Me gustaría más que me
rifaran entre cinco amigos y me cogieran
dos al mismo tiempo.
-Sígueme contando cómo te pararías
en una esquina.
-Tú viéndome y yo subiéndome a los
autos y regresando bien bañadita. Y bien
cogidita, ¡obviamente! Ja ja ja.
-¿Cómo te vestirías?
-De vestido de algodón. Que la
pierna se me vea casi toda. Y el vestido
pegadito, pegadito. Negro y con escote a
los dos lados. ¡Y sin nada abajo! Ay,
Valentino, sólo cogimos una vez, pero
tienes todos mis secretos. No creo que
alguien te haya tirado el calzón como yo
lo hice. Te he mandado más de cien
fotos. Algunas que ni mi marido tiene.
Me encantaría que te masturbaras al
verlas.
-¡Por supuesto que lo hago!
-¡Qué padre! ¿Y te gusta? Cuando
explotes, imagina que me tienes
cerquita. Qué bueno que te inspire y
gracias por hacerlo pensando en mí. Soy
feliz de saber eso que me dices, y de que
provoco eso al mejor cogedor de mi
época.
-Eres el gran motivo de mi
devoción. Una reina.
-Me gusta que me digas eso y me
motiva a ser más puta contigo. Que te
llenes de mí. Te sigo gustando, supongo.
-Qué pregunta. No sólo me gustas,
¡me súper encantas! Como siempre.
Sabes que siempre me has gustado. Eres
una mujerona. Bocado de Cardenal.
Nunca imaginé conocer a aquella dulce
y candorosa muñequita en todos sus
rincones.
-Tienes mis secretos gracias a esa
admiración. Me conoces de todo a todo,
Valentino. Creo que más que mi marido.
-Tienes un culazo, mamita.
-Yo deseaba que siempre hubiera
sido tuyo, pero pues no se pudo. Pero al
menos soy tu puta virtual. Ja ja ja.
Siempre quise ser parte de tu harem.
Eres lo máximo en el sexo. ¿Lo sabías?
-Un halago que tú lo digas. Hasta me
la creo.
-Tu gran calentura y tu magnetismo
me cautivaron desde jovencita. Yo
hubiera cogido en cualquier parte que
me hubieras dicho. Y como fuera.
Cogidas salvajes. Eso es lo que deseaba
contigo. De esas que no se olvidan
nunca. Que me reventaras por el culo o
por la panocha. ¡Bestial!.
Yo grité mucho cuando me metiste la
verga. ¿Te acuerdas? ¿Te excitó eso?
¿Te excitó oírme gritar?
-Por supuesto. Que todos se
enteraran que conmigo aúllas.
Empujando una y otra vez y tú aullando
de placer.
-Quiero que me cojas, Valentino, y
que grites que me estás cogiendo. ¡Que
todos, mi marido también, se enteren que
me estás cogiendo! Lo importante es que
me recuerdas y que te excito todavía. Y
me place que sigues igual de caliente o
más.
-Me excitas mucho Nancy. Quiero
que seas mi puta, mi gran puta, la más
puta de las putas para mí. Tenerte entre
mis piernas, toda para mí. Comerte a
besos. ¡Y entrar en ti con la furia de un
huracán!
-Así! ¡Así, Valentino! ¡Así quiero
que me tengas! Porque cojo mejor que
todas las que te cogiste. ¡Porque soy tu
puta y siempre quise serlo! Me tendrías
cogiendo diario como tú quisieras, como
te gustara. ¡Qué rico tenerte, Valentino!
-Tus fotos me incendian. Me
alucinan.
-Y yo quisiera mamártela ahora,
como te la mamaban ellas. ¡Qué rica la
tienes!. Con mis fotos me tienes como no
tienes a ninguna de tus putas. Mi
panocha está ardiendo, Valentino. ¡La
tengo mojadísima! Sabes que tienes
buena verga, ¿verdad?
-Pues ninguna se me ha quejado. ¿Te
gusta calentarme? ¿Te gusta que me
gustes?
-Mucho. ¡Mucho!. Me gusta que me
digas que siempre te gusté, aunque sólo
una vez me cogiste. Tu verga me encantó
cuando la conocí. Luego sólo me
conformaba con verte el bulto a través
del pantalón. Tal como lo imaginaba y
como lo contaban tus putas, así lo
conocí.
-¿Sabes lo que me dijo Cecilia? Que
notaba cómo te calentabas cuando
platicaba de mí, porque te la pasabas
moviéndote en la silla.
-Ja ja ja. ¿Así que se dio cuenta? Es
que sí me calentaba. Me mojaba mucho
y me daban cosquillas. Ella se dio
cuenta que tú me gustabas. Aparte, a tus
putas les conté que habíamos cogido. Y
Cecilia me contaba cómo te la cogías y,
la verdad, me calentaba mucho y más te
deseaba.
-Dices que tu marido sabe de casi
todas tus cogidas.
-Sí y quiere que le cuente segundo a
segundo cómo cogí con otro mientras
estamos cogiendo. Que le cuente con
detalle. Así es lindo, ¿no? A él le
fascina. Lo vuelve loco eso. Hasta me
anima para que me vaya a coger a
alguien. Cuando le cuento, goza con unas
calentadas bárbaras y me da una cogida
de poca.
No le importa que sea la más puta.
Eso lo enciende. Y por lo que he visto,
eso les gusta a todos. Aunque algunos
hombres son egoístas. Tengo amigas que
se mueren porque se las coja otro y su
marido nada de nada. Qué bueno que mi
marido sí es compartido, porque a mí
me encanta coger.
-Esa foto está tremenda. El semen
escurriendo por tu panocha. De cromo.
-Y así, con el semen escurriendo, me
mamó mi marido. Y mira que el semen
no era de él. Creo que para él eso es
muy excitante. También lo hace
Fernando, le chupa a la comadre luego
de haber cogido con otros.
-¿Sientes cuando te escurre el
semen?
-Sí, claro. Y contraigo los músculos
para expulsarlo. A ustedes les gusta ver
cómo sale, ¿verdad?
-Se han de quedar perplejos viendo
escurrir el semen y admirando cómo la
almejita se abre y se comprime para
expulsarlo. ¡Divino, chula! ¿Y cómo está
ese tesoro que guardas entre tus piernas?
-¿Te gusta aunque ya no esté peludo?
-Me encanta. Como esté, ¡me lo
como! Nada más de ver tu nombre en el
chat y me excito.
-¿Qué dices...? Veo a esa putita y se
me para. ¿Es cierto que a Perla se la
mamaste más de media hora sin parar?
-La verdad, me encantó mamarle,
pero contigo hubiera durado día y noche.
-Lo más rico es coger. Por eso
quiero tu verga sin un orgasmo previo,
para disfrutarla más. ¿Sabes? Siempre
supe que tenías una verga deliciosa. Por
eso la quería. El sexo es adictivo,
¿sabías eso? Bastó aquella tarde para
ser una adicta de ti. Fuiste el mejor para
tener sexo.
-¿Aunque ahora solo sea por
internet?
-Pero seguir teniéndote es
riquiiiiiiiiiísimo. Y mira, tienes mis más
grandes secretos. Algo que nadie, ni mi
marido tiene.
-Te lo agradezco. La verdad, nunca
había platicado así con alguien, Nancy.
-Pues me abrí contigo porque me
diste mucha confianza. Si no, jamás lo
habría hecho. Alguien que siente el sexo
como tú, solo puede usarlo en su placer.
Gracias por todo lo que me das.
Muchas gracias. Espero que nunca se
rompa esta magia y seré tuya toda la
vida. Aunque sea por internet. Mira, en
esa foto está Arnulfo. Entre él y mi
marido me cogieron.
-Es sensacional la manera en que te
llevas con tu marido.
-Sí, porque me da placer.
Adrenalina también. Me permite sentir
lo que nadie me permitiría. Olmedo, el
de la Distribuidora, es otro al que me
cogí. Ahí no intervino mi marido. Sólo
veía.
-¿Qué es para ti coger mejor?
-Todo. Abierto al máximo. Coger
mejor es aguantar lo que otros no
aguantan. Que tengas erecciones. Que
seas inventivo. Que sientas los orgasmos
como nadie. Que los sientas y los
produzcas. Inventar mil posiciones. Mil
formas de dar placer. Eso es coger
mejor. No como los que solo buscan su
placer y se olvidan de la pareja. He
cogido de mil maneras. Una vez, los dos
parados. Subí una pierna y la atoré en su
cadera. Yo, con falda y sin calzones,
¡me entró fácil!
-Tú me desbocas los sentidos y la
imaginación.
-Contigo no se puede ser de otra
forma. Eres sexo total. El sexo contigo
es mágico. Nadie ve el sexo como tú.
Eres único. Haber tenido sexo contigo
fue lo más rico del mundo. Me mojo
solo de acordarme de tu lengua en mi
culito. Eso no lo hace cualquiera. Sólo
quién concibe el sexo como tú. Nadie es
así. Pocos hacen eso que es la gloria
para quién lo siente. Nada más de ver
como se puso tu verga, me la hubiera
comido todo el día.
Eres hombre de muchas viejas y eso
me encantaba. Una vez le dijiste a Rita
que yo era el mejor culo de la empresa y
que darías lo que fuera por cogerme.
Eso me encendió y me hizo buscarte
hasta que cogimos. ¿Te gusta como soy?
Te cuento que también me calentó mucho
cuando Perla me platicó esa mamada
que le diste en el Mirador.
Estaba tan alelada contigo, que te
hubiera dado todo el placer que me
pidieras. Hubiera hecho lo que tú
quisieras. También hubiera aceptado
que me vieras coger con el que tú
quisieras. Todo sería darte placer. ¡Lo
que tú quisieras! Nadie, pero nadie en
verdad, platica conmigo como lo haces
tú. ¿A quién de tus amigos hubieras
querido que me cogiera delante de ti?
-Al que quisieras, hermosa
-No, tú tendrías qué decirme con
quién. Que te envidiara lo que te comías
y que un día le dijeras, ¿te la quieres
coger? ¡Órale, pero frente a mí! Y si
querías que me cogiera a una vieja,
también lo haría.
-¿Cogerte a una mujer? Ja ja ja. ¿Lo
harías?
-Es el mejor regalo que pude haberle
hecho a mi esposo: cogerme con una
vieja frente a él.
-¿A quién te cogiste, chula?
-Me he cogido como a seis viejas.
Pero, lástima, no conoces a ninguna. ¿De
qué sirve que te de nombres?
-¡Qué historial tienes, Nancy! Para
escribir un libro.
-¿Un libro de mis puterías? Ja ja ja.
Imagino las historias que tienes de tanta
vieja puta que te has cogido.
-Sólo con tus aventuras podríamos
llenarlo.
-¿Te animarías a escribirlo?
Imagina, publicarías todas mis puterías
como tú te las imaginas.
-El libro se llamaría “Confesiones
indecentes de una dama decente”. O tal
vez, “Las puterías de una Señora Bien”.
-“Las puterías de una dama” es un
título que me gusta. A mucha gente le
interesaría y otra se escandalizaría. Te
voy a decir algo: Tú me abriste el
camino para poder decirle a cada cosa
por su nombre. Así me lo sugeriste la
primera vez de nuestro reencuentro.
-Eres mi heroína.
-Tu heroína, no. ¡Soy tu puta!
-Lo que gustes, amor.
-Si te da placer decirme puta, dime
así. ¡Puta! Dímelo.
-¿Te gusta que diga que eres mi
puta? No, no eres mi puta. Eres mi gran
y real puta.
-Sí, soy tu puta. Me gusta ser tu puta.
Pero también soy la puta de mi marido.
Le encanto bien puta. Siempre me ha
pedido que sea una dama, pero que
cuando sienta la urgencia del sexo, sea
la más puta de todas.
-¿La más puta de todas las señoras?
¿O la más señora de todas las putas?
-Ja ja ja. Qué cosas dices, Valentino.
Dilo como te guste más. Esto que platico
contigo, jamás en mi vida lo he hecho
con alguien.
-Algunas mujeres de las que te
admiran dicen que quisieran ser tan
putas como tú. Que te tienen gran
envidia por lo puta que eres.
-Te agradezco por toda la confianza
que me das y que al igual que mi marido,
me dejan ser como me gusta. Cómo me
gustaría que me cogieras con otros tres.
Mi mejor experiencia fue haber cogido
con cuatro. Pero a mí me hubiera
gustado que me cogieras en tu oficina,
con otros amigos tuyos. Los más
calientes.
A ti, por ser el principal, te daría
una rica mamada, como las que te daba
Cecilia. Pero luego tú me mamarías el
culito. ¿Sabes que esa es mi gran
debilidad, que me mamen el culo? Eso
es lo que pido siempre. Y no me da pena
pedirlo. Cuando estoy muy caliente,
pido que me mamen el culo y ¡también
que me la metan por ahí! Me encanta. Es
una sensación absoluta. Total. ¡Única!
Tú, como experto, me hubieras
hecho muy feliz. Tan sólo el platicarlo
me haces sentir rico. Valentino, ¡estoy
mojadísima! Quisiera tener ahorita tu
lengua. Recorriéndome por todos los
rincones. Sentirla dentro de la panocha.
En mi clítoris. Todo eso me gusta y lo
deseo ardorosamente ahora. Si también
estás caliente, que rica la debes tener
ahorita. ¡La chuparía! Adoro mamar la
verga. Oye, ha de ser difícil ser el mejor
cogedor y que no te dejen en paz.
-Contigo me basta, linda.
-Lo dices sólo para calentarme. Pero
me gusta. Contigo me caliento hasta en
el Polo Norte, Valentino.
-Me encanta imaginarte mojadita,
chorreando, escurriendo jugos por tus
muslos, ¡mmm…! Con lo que me
gustaría lamerlos y sorberlos.
-Y yo, masturbándome mientras
escribo. Con las piernas abiertas y
metiéndome un vibrador grande y
grueso. ¡Mmm! Contigo es muy rico.
Cuando estábamos en la empresa, solo
de verte e imaginarme lo que me podías
hacer, ¡me venía! Eres lo máximo. No
sabes cuánto he aprendido de ti.
-Y yo te admiro mucho. Ya te dije
que te busco un nicho en el santoral.
-Jajaja. ¡Qué payaso eres! Yo lo
digo en serio. No hay otro hombre con tu
sensibilidad.
-Tienes un calor divino entre tus
piernas. Un halo celestial en tu vagina.
-Pues yo nada más te veo y me mojo.
Cuando me decían cómo te mamaban
rico las que subían en tu coche, se me
antojaba. ¿Por qué no me invita este
cabrón?, me preguntaba. Pero no. Me
ignorabas. Mi panocha suspiraba por ti
desde los 17 años. Por eso te he pedido
que seamos amigos virtuales por
siempre. Así de calientes, siempre.
De veras, por siempre...
SIN BRAGAS POR VALLARTA
Aquel paseo por las angostas calles
del Vallarta viejo fue muy excitante.
Gema vestía una blusa de lino blanca,
con botonadura al frente. El escote en 'v'
le venía muy bien, casi a mitad de sus
pechos. Portaba una falda holgada azul
pastel, arriba de las rodillas y sin nada
abajo. La tela de la falda era delgada y
adherente y se le untaba deliciosamente
en el trasero, marcando con pliegues la
línea que separaba sus redondos
hemisferios.
Cualquiera se daba cuenta que no
traía ropa interior y eso detonaba mis
pulsaciones. Era como exhibirla
desnuda en el tráfago de la ciudad.
Intencionalmente, caminaba detrás de
ella. A suficiente distancia para que
nadie supiera que era mi pareja, lo que
me permitía observar cómo se fijaban en
ella y escuchar los comentarios que
generaba a su paso.
En la sangre traía un hervor de los
mil demonios, viendo cómo los hombres
que la encontraban de frente volteaban y
clavaban la mirada en su trasero, luego
de cruzarse con ella.
Otros que por coincidencia o
deliberadamente seguían sus pasos casi
a mi lado, murmuraban entre ellos,
apuntando la reveladora prenda que
marcaba impecablemente la firmeza de
sus nalgas.
Gema pasó frente a una base de taxis
y casi pierdo el aliento con el alboroto
que provocó. "¡Quieroooo!", gritó uno.
"¡Pero qué vieja tan buenota!", exclamó
otro. "¡Yo no me le bajaba en un mes!",
presumió uno más.
"¡Esas son nalgas, no chingaderas!",
vociferó uno que se atusaba el bigote.
"¿Viste?", comentó entusiasmado otro a
su camarada del volante, "¡Se nota que
no trae nada abajo!¡ Para agarrarla de
los huesitos y dejársela ir, compadre!"
El corazón me retumbaba y la piel
me ardía. En mi vida había
experimentado
una calentura igual. Ver a otros
deseando a Gema multiplicaba mi deseo
por ella
Con la boca reseca y sintiendo
culebritas por todo el cuerpo, veía cómo
las ventiscas del atardecer levantaban la
falda de Gema casi al nivel de sus
nalgas, que asomaban generosas, como
prueba contundente de haber dejado las
bragas en algún lado.
Caminando por el malecón, los
transeúntes advertían que Gema iba con
la entrepierna al aire al no llevar nada
debajo. La adrenalina me fluía en
frenético torrente viendo a mi mujer
como objeto de deseo del imaginario
colectivo.
Saberla sin ropa interior, expuesta al
escrutinio de todos, estremecía todos
mis registros nerviosos. Todo era muy
erótico y salvajemente sexual. Aquella
efervescencia de emociones duró poco
más de una hora. Con la oscuridad de la
noche, Gema dejó de ser perceptible.
Ante una mesa exterior de uno de los
bares del Malecón, recuperamos el
aliento.
Gema estaba tan caliente como yo.
Encendidos todavía, repasamos la
insólita y candente jornada, con ese
voluptuoso olor a mar adormecido.
¡Había sido la primera vez que Gema
paseaba con la entrepierna libre en la
vía pública!
Al principio estuve cohibida,
avergonzada -confesó-, pero luego, el
saberme sin ropa interior me hizo sentir
libre, fuerte, con una gran confianza en
mí misma. Ir sin bragas fue un modo de
excitarme a mí misma y a los demás -
agregó.
Recostado en la cama del Hotel,
mataba el tiempo zapeando la televisión
mientras Gema daba sus últimos toques
al maquillaje de los ojos. Advertí, de
pronto, que Gema, inclinada para
acercarse al espejo, levantaba
lujuriosamente su espectacular trasero.
La tela de su falda se le untaba
lascivamente y delineaba rigurosamente
sus firmes y vigorosas nalgas.
¡Demonios! Fue una excitación
instantánea y feroz. La vista era de lo
más cachonda.
-¿Verdad que no traes bragas, mi
vida? -pregunté extrañado- ¡Mira que te
ves sensacional!-agregué entusiasmado.
Las que decidí ponerme no estaban
en el closet, pero termino de pintarme y
las busco en el equipaje-comentó.
-¡Que buscar ni que nada! Te ves de
locura. Te ves trasgresora. Atrevida.
¡Ya me calentaste, mi vida! Imagina las
calentadas que provocarás si vas así a la
calle. ¿Y por qué no? ¡Así vas a salir,
corazón! Claro que sí. Ya siento que la
sangre me golpea las sienes.
Dije esto sin pensar, pero una vez
que lo hice, la idea comenzó a roerme el
cerebro y a llenarme de ansiedad.
Antes de que Gema pudiera decir
algo, salté de la cama y fui hasta ella
para abrazarla y meterle las manos
debajo de la falda. El recorrer sus
muslos y llegar a sus nalgas desnudas
fue arrebatador. Una oleada de placer
me recorrió de arriba abajo.
-¿Imaginas lo que generarás en los
que te vean? ¡Vas a poner caliente a
todo el que te mire, mamita! -le susurré
al oído sin dejar de manosearla- Estás
tentadora, para disfrutarte. ¡Te van a
desear todos los que se crucen contigo!.
-¡Estás como loco, Darío! ¿Cómo
crees que voy a ir a la calle sin bragas?
-Es que te ves fantástica así, ¡te lo
juro! Estoy excitadísimo tan solo de
pensar en lo que puedes provocar. ¡Vas
a desencadenar un levantamiento
general!
-¿Viste que resultó cierto lo que te
dije en el Hotel, corazón? ¿No tuve
razón en lo que ibas a provocar? -
comenté, mientras nervioso apuraba un
gin tonic.
-Te confieso que me sentía extraña.
Era como si todos se dieran cuenta que
no traía nada abajo. Todo el trayecto fue
transpirar sexo y más sexo. Me
humedecí como no tienes idea. Y lo que
son las cosas, imaginarme que podía
alzarse la falda y que se me vería todo,
me calentaba aún más.
-¿Lo ves, mi cielo? Es bueno
aprovechar el momento y tener el valor
de explorar emociones nuevas,
desconocidas. Tener el coraje de
romper con ideas rancias y quebrantar el
contexto cultural y social que imponen
otros.
-¿Te digo algo? Ir sin nada abajo,
sentir la caricia del aire ahí, en lo más
íntimo del cuerpo, es como percibirse
libre y poderosa.
A partir de esa experiencia tan
caliente que nos llevó a coger como
nunca en el hotel, creció una
complicidad entre nosotros para probar
las múltiples alternativas que ofrece el
sexo. Gema se mostró tan entusiasta
como yo para mantener alto ese registro
de excitación que alcanzamos en
Vallarta. Sin pensarlo mucho, dimos el
primer paso cuando ella dejó de usar
bragas en la misma ciudad donde
radicamos.
Si al principio nos aterraba que
amigos o conocidos se enteraran que
Gema no portaba ropa interior, luego de
un tiempo dejó de importarnos. Por el
contrario, nos resultaba divertido y
excitante ver la reacción de gente
cercana a nosotros cuando notaban la
ligereza de prendas de ella.
Amistades que una o dos veces al
mes iban a casa a comer, se
sorprendieron con la nueva forma de
vestir de Gema. Antes de ir a la mesa,
ella los atendía con bocadillos y
bebidas en la sala, vistiendo una falda
más corta de lo habitual.
Cuando nuestros visitantes llevaban
4 o 5 tragos, premeditadamente Gema se
inclinaba sin cuidado alguno en la mesa
de centro para recoger charolas o vasos.
Lo hacía de un lado y otro, de tal manera
que todos, en su momento, llegaban a
ver o se imaginaban ver parte de su
trasero y el vello que asomaba en su
entrepierna. Integrado al grupo, me
calentaba tremendamente ver la codicia
y voracidad de los invitados ante la
espléndida vista.
Sobra decir que todos, sin
excepción, salían ardiendo de la casa. Y
en cuanto a nosotros, teníamos
fragorosos encuentros recordando gestos
y las actitudes de sorpresa de los
asistentes.
Sabíamos que entre ellos
comentaban el atrevimiento y el descaro
de Gema. Lejos de molestarnos, nos
halagaba y enorgullecía. No cualquiera
puede presumir una mujer de gran
atractivo sexual que alborote tanto las
hormonas.
La actividad sexual es un viaje de
vértigo que pasa por etapas. Cuando
alcanzas una de esas etapas, el cuerpo es
un caldero hirviente. Supones que ahí
finaliza todo. Sin embargo, con la
repetición desaforada de la nueva
experiencia, llega la rutina. Quieres
explorar, entonces, la siguiente etapa,
esperando algo que pueda enardecerte
más.
Eso pasó con nosotros, que ya nos
habíamos habituado a exhibir
disimuladamente la intimidad de Gema.
Con una excitación menguada, había que
ir por los nuevos retos que la
imaginación dictara. Llegar a
situaciones novedosas, originales, donde
obtuviéramos más placer.
Fue así como después de considerar
varias alternativas, una atrevida idea
nos calentó la cabeza a los dos. Se
trataba de que alguien, conocido o
desconocido, viera a Gema totalmente
desnuda. Sin nada encima.
El solo pensarlo reavivó nuestra
calentura, aunque también reconocimos
que sería muy difícil de cumplir. Era
algo tan temerario y loco como para
creer que podríamos hacerlo. Encima,
nos abrumaban sentimientos
antagónicos. Por un lado, el impulso
erótico que disparaban las hormonas.
Por el otro, el bloqueo a realizarlo por
los prejuicios sociales y religiosos del
momento.
La fantasía nos tenía encendidos,
pero la razón y la memoria colectiva nos
condenaban. Personalmente me resultaba
complicado entender la calentura que
abrasaba y reventaba mis sentidos
imaginando que otro pudiera observar a
Gema desnuda.
En un momento llegué a pensar que
era el único al que le revoloteaba esa
idea tan disparatada, pero también tan
excitante. Tratando de exorcizar mis
demonios e intentando entender ese
deseo que para algunos podría ser una
forma de perversión, me sumergí en
internet buscando información.
Para mi sosiego, sacudí mis temores
con abundante material que calificaba de
lo más normal y hasta frecuente esta
práctica. Incluso, había ensayos que
versaban sobre la excitación que le
provocaba a un individuo ver a su
pareja tener sexo con un extraño. Una
relación necesita variantes y se trata de
ponerle salsa al asuntillo, remató alguno
de los artículos.
En otro texto se leía lo siguiente:
"La gente está deseosa de vivir esas
sensaciones que genera la práctica de
algo nuevo. Quiere salir de lo cotidiano
y llevar al sexo a límites no
convencionales, sin comprometer sus
vidas personales.
Es práctica común del hombre actual
permitir que sus mujeres tengan
incursiones sexuales con otros, siempre
que se den las condiciones para
observarla. Jugar así, en roles
inexplorados, es de mucha adrenalina y
morbo".
Alentado y satisfecho por todo lo
que encontré, cerraba mi indagación
cuando me topé con algo sorprendente.
Resulta que este modelo de práctica
sexual no es reciente, sino que data del
siglo IV A.C., de acuerdo a lo que narra
extraordinariamente el historiador
Heródoto de Halicarnaso (484 a 425
A.C.):
Candaules fue rey de Lidia,
pequeño país situado entre Jonia y
Caria, en el corazón de aquel territorio
que siglos más tarde llamarán Turquía.
Candaules estaba enamorado
sobremanera de su esposa, y creyendo
poseer la mujer más hermosa del
mundo, tomó una resolución que
pareció impertinente. Un día empezó a
alabar las virtudes de su mujer ante
Giges, un guardia de toda su confianza.
"¿Sabes lo que tiene mi mujer,
querido Giges? Una fabulosa grupa.
No trasero, ni culo, ni nalgas, ni
posaderas, sino grupa. Porque cuando
yo la cabalgo la sensación es la de
estar sobre una yegua musculosa y
aterciopelada, puro nervio y docilidad.
Es una grupa dura y acaso tan enorme
como dicen las leyendas que sobre ella
corren por el reino, inflamando la
fantasía de mis súbditos.
A mis oídos llegan todas esas
leyendas, pero, ¿sabes? a mí no me
enojan. Por el contrario, me halagan.
Cuando le ordeno arrodillarse y besar
la alfombra con su frente, de modo que
pueda examinarla a mis anchas, el
precioso objeto alcanza su más
hechicero volumen.
Cada hemisferio es un paraíso
carnal; ambos, separados por una
delicada hendidura de vello casi
imperceptible que se hunde en el
bosque de blancuras, negruras y
sedosidades embriagadoras que
coronan las firmes columnas de los
muslos.
Penetrarla no es fácil; doloroso
más bien, al principio, y hasta heroico
por la resistencia que esas carnes
rosadas oponen al ataque viril.
Al final, creyendo que Giges
pensaba que exageraba, le propuso
visitar el dormitorio de su mujer antes
de que ésta se acostara para que
pudiera verla desnuda. Así juzgaría por
sus propios ojos, lo que Giges
escuchaba de su rey.
Giges, lleno de sorpresa, exclama:
"¿Me mandas por ventura que ponga
los ojos en mi Soberana? Mi Señor,
tomad en cuenta que la mujer que se
despoja una vez de su vestido, se
despoja con él de su recato y de su
honor. Y bien sabéis que entre las leyes
del decoro público hay una que
prescribe que, contento cada uno con
lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno.
Creo que la reina es tan perfecta como
me la pintáis, la más hermosa del
mundo, sin necesidad que para creerlo
tenga que verla sin atuendo alguno".
A pesar de los intentos de desechar
la idea por parte de Giges, la
insistencia del rey acabó por hacerle
aceptar muy a su pesar. Cuando
Candaules se va a dormir, lleva a
Giges a su cuarto y le brinda un
escondite tras el cortinaje de la
ventana de su aposento. Candaules
esperó a la reina en el lecho.
Y cuando ella entró, Candaules le
pidió que se quedara de pie porque
deseaba contemplarla. La tuvo así un
buen rato, gustándola con los ojos y
regalándole a su ministro ese
espectáculo para dioses. Y mientras la
contemplaba y pensaba en que Giges lo
hacía también, esa maliciosa
complicidad que los unía súbitamente
lo inflamó de deseo.
Sin decir palabra avanzó sobre
ella, la hizo rodar sobre el lecho y la
montó. "Mientras la acariciaba -
contaría luego Candaules- la cara
barbada de Giges se me aparecía y la
idea de que él nos estaba viendo me
enfebrecía más, espolvoreando mi
placer con un condimento agridulce y
picante hasta entonces ignorado por
mí.
¿Y ella? ¿Adivinaba algo? ¿Sabía
algo? Porque creo que nunca la sentí
tan briosa como esa vez, nunca tan
ávida en la iniciativa y en la réplica,
tan temeraria en el mordisco, el beso y
el abrazo. Acaso presentía que, aquella
noche, quienes gozábamos en esa
habitación enrojecida por la candela y
el deseo no éramos dos sino tres".
–Olvídate para siempre de todo lo
que pasó en esta alcoba- pidió
Candaules a Giges-. No me gustaría
que esta historia se volviera
habladuría de taberna y chisme de
mercado. Giges me juró que nunca
diría una palabra. Pero lo ha hecho.
¿Cómo, si no, correrían tantas voces
sobre el suceso?
Las versiones se contradicen, cada
cual más disparatada y más falsa.
Llegan hasta nosotros y, aunque al
principio nos irritaban, ahora nos
divierten. Después de todo, no me
desagrada la idea de que, una vez que
haya corrido el tiempo, tragándose
todo lo que ahora existe y me rodea,
sólo perdure sobre las aguas del
naufragio de la historia, el recuerdo
maravilloso como la primavera, de la
grupa de Lucrecia la reina, mi mujer.
El relato de Candaules, magnífico,
justificó lo que yo experimenté en
Vallarta, pero también exacerbó mi
deseo de ver a Gema en un encuentro
sexual con otro.
No era cuestión de planear que
Gema tuviera relaciones extra maritales.
Pero si acaso ocurría, que fuera de
manera casual y espontánea. Como lo de
Vallarta.
Ningún lugar mejor que Acapulco
para cumplir nuestra fantasía. Era
temporada baja y en las playas había
poca gente. Como enjambre de
luciérnagas iban apareciendo las luces
de los hoteles de la bahía a medida que
la noche oscurecía todo.
Gema, en una silla de respaldo
inclinado, bebía una cerveza. La
acompañaba con limón y sal. Vestía de
blanco, portando una blusa y una amplia
falda larga con botones en medio.
Distendida, recostada en el respaldo,
extendía las piernas discretamente
separadas hasta la mesita de servicio.
Se había desabotonado la falda hasta
arriba. Sin bragas, como se lo había
pedido, mostraba generosa y sin
vergüenza alguna lo que queríamos
mostrar. La brisa era una dulce caricia
sobre sus muslos y su esplendoroso
felpudo.
El ruido monótono de una marea
perezosa, sin olas agitadas, la arrullaba.
El camarero tragaba saliva en sus
idas y venidas. Y más, cuando dejaba la
cerveza en la mesa, entre los pies de
Gema. Desde ahí tenía un espléndido
panorama de lo que exhibía mi mujer.
Yo estaba fundido. La calentura me
subía por todo el cuerpo con la ardiente
exposición de Gema. Era
extremadamente maravilloso observar la
exaltación que provocaba en los que la
veían enseñando eso que las mujeres
cubren con gran celo. Excitado,
confirmaba la turbación del camarero en
el temblor de sus manos o en su
quebradiza voz.
Me resultaba extraño, sin embargo,
que no comentara sobre la descuidada
postura de Gema. Ansioso de que algo
hubiera, saltando sobre cualquier temor
y ya sin guardar recato alguno, lo invité
de golpe a atender a Gema. -¿Te gustaría
acariciar eso que ves?-le dije.
Sorprendido, el camarero se acercó
a mí, y con voz apenas audible, como
para que ni el mar escuchara, masculló:
“Me encantaría, Don, pero si se fija
bien, en una mesa del restaurante está mi
mujer esperándome. Deme chance de
dejarla en casa y en unas dos horas
vuelvo”.
-¿Por qué no? Te esperamos. Por
aquí andaremos –le propuse-. Le pedí un
cartón más de cervezas, cerré la cuenta y
le di una espléndida propina. A punto de
incorporarse Gema, me percaté que
alguien, en la penumbra, se acercaba.
Tenso, nervioso, de inmediato lo
imaginé como un posible integrante de
nuestro juego. "¡Quédate como estás!",
le pedí a Gema. En pocos segundos se
plantó ante nosotros Fermín, un
vendedor de bisutería de plata.
Quedó pasmado y maravillado al
advertir la provocadora posición de
Gema. Con dificultad salió de su
sorpresa y tragando saliva, con palabras
entrecortadas, ofreció su mercancía.
-Se me acabó el efectivo para
comprarte algo, compa-le dije-pero si
gustas te invito una cerveza. Aceptó
entusiasta, así que acomodé unas sillas
de tal manera que él quedara frente a la
esplendidez de Gema.
El hombre, turbado, entre sorbos de
cerveza platicaba con frases cortas y
monosílabos. Con disimulo, su mirada
no dejaba de sesgarse en la imagen de
mi mujer expuesta y aparentemente
dormida. A medida que bebíamos, el
vendedor, cada vez más insistente,
clavaba la mirada en lo que Gema
mostraba.
-Con la calentura a tope, no aguanté
más: ¿Quieres tocarla? - le pregunté.
Luego de haber bebido cuatro
cervezas, el hombre ni se alteró con la
pregunta.
Sonrió malicioso, se pasó el dorso
de la mano por la boca y propuso: "Aquí
está muy expuesta la playa, patrón. ¿Por
qué no vamos a las palapas que están
frente al Morro?”
Sentada en un camastro, bajo una
palapa, Gema tenía la falda abierta
hacia los lados. Resaltaba el montículo
velludo del pubis, tan prominente, que
parecía acurrucar ahí a un conejo.
Aparentemente aturdida por lo que había
bebido, me asombraba con su
disposición para tener acuclillado entre
sus piernas al vendedor.
A unos dos metros de distancia, en
el claroscuro de la noche, observaba
todo con la sangre golpeándome la
cabeza. Me aguijoneó sobremanera ver a
Gema tolerante con aquel costeño que
encerraba con sus piernas.
Fidel descansaba la mano derecha
en el apoyabrazos del camastro,
mientras con el pulgar invertido de la
otra mano repasaba de arriba abajo la
humedecida media luna de mi mujer,
complaciente y obsequiosa. Fue una
delicia ver a Gema gozar los toqueteos
del vendedor. Satisfecha, se echó hacia
atrás y se recargó en el respaldo del
camastro, con los ojos entre cerrados.
Con los nervios alterados, vi atento
cómo exploraba Fidel el cuerpo de
Gema. Además del pulgar, otros dedos
desaparecieron en el frondoso follaje.
Aún con el estruendo de las olas,
alcancé a escuchar lo que dijo Fidel a
Gema: "Dile a tu marido que vayamos a
mi casa. Estoy solo. Mi mujer se va a
cuidar a su madre enferma. ¡Ándale!".
Gema, turbada por la cerveza,
balbucea apenas: "No, no, ¿cómo crees
que vamos a ir a tu casa?" Luego de
insistir inútilmente, Fidel se resigna.
Planta las manos en las rodillas de
Gema, las separa, y con la cabeza señala
hacia el vértice de sus muslos.
-¿Quieres?-pregunta.
-¿Y si viene alguien?
-No viene nadie. Conozco bien como
es la cosa aquí. Es mi tierra. No tengas
miedo. Acariciando a Gema desde las
caderas hasta las piernas, Fidel se
inclina y le besa el interior de los
muslos. Quedé al borde del colapso
viendo a Gema plácida y relajada,
disfrutando lo que le hacía el vendedor.
Gratificada, ladeó la cabeza hacia su
izquierda y la apoyó en la palma de la
mano que tenía acodada en el
apoyabrazos. Fidel embistió hundiendo
varios dedos en su interior,
arrancándole jadeos intermitentes.
Luego, con las dos manos, le alzó la
pierna izquierda, abriéndola para
descansarla en el apoyabrazos.
Enseguida cogió la otra pierna y la
acomodó en su hombro, para encajar
luego la cabeza entre sus muslos. Fidel
lamió el suculento panal, estremeciendo
a Gema y obligándola a contraerse y
morderse los labios. El vendedor era un
demonio que sabía electrizarla.
Arremetía, genial y preciso, sobre
puntos que la hacían vibrar, como si la
conociera de siempre.
Fidel atacaba con voracidad entre
las muslos de Gema, enloqueciéndola,
regalándome con esa estampa un placer
brutal. Reconozco que jamás había
experimentado una excitación de tal
magnitud. Me consumía una arrolladora
vivencia con una fiebre que reventaría
cualquier termómetro. Gozaba como
loco el espectáculo que me brindaba
Gema, retorciéndose con las caricias de
aquel hombre.
Con la leyenda de Candaules en la
mente, liberado y abierto, disfruté
plenamente la consumación de una
fantasía sexual de lo más morbosa y
placentera, con Gema y Fidel como
protagonistas. Ahí estaba yo, en la
caliente noche de Acapulco,
regocijándome con el placer de Gema,
como lo hacía Candaules con Lucrecia.
Y ahí estaba Gema, recargada hasta
atrás, inflamada por el deseo,
disfrutando lánguidamente el recorrido
incesante de manos, lengua y labios de
Fidel.
Gema, ardiendo, estaba para
cualquier exceso. Sometida, dejó que
Fidel alzara su pierna derecha y la
empujara contra su pecho. Con la otra
pierna anclada en el apoyabrazos, el
sexo de Gema quedó completamente
exhibido, abierto, explícito, ¡como
nunca lo había visto!.
Sosteniendo la pierna arriba, Fidel
lamió repetidamente, arrancándole
jadeos y quejidos. Tras unos instantes,
le bajó la pierna y tomándola de las
caderas, la jaló hacia el borde del
camastro. Me sorprendió que en ningún
momento Gema intentara quitar la pierna
izquierda del apoyabrazos.
Más grande fue mi conmoción
cuando Gema, sin recato alguno, alzó su
pierna derecha y la descansó en el
hombro de Fidel.¡Te amo, Gema!, grité
enfebrecido. Jamás había visto a Gema
tan excitada y dispuesta.
Me exaltaba ver sus inflamadas
carnes color rosado, ávidas y deseosas,
atendidas por aquel extraño. Fidel
rozaba con su lengua el borde de los
labios entreabiertos, húmedos, cálidos,
amplios y libres, para luego sobarle las
nalgas y hundir los dedos en la
encendida hendidura. Fidel lameteó a
sus anchas, chupando voraz. No
conforme,la abrió con los dedos para
llevar su lengua a lo más profundo.
¡Alucinante!
Todo había sido escandalosamente
excitante. Increíble. Sentí que flotaba en
un mundo irreal, brumoso, donde solo
veía las figuras de Gema y Fidel. Con
lumbre en las entrañas vi cómo Fidel,
con los antebrazos por debajo, ¡levantó
y abrió los muslos de Gema,
empujándolos contra su pecho!
¡Rayos! A centímetros del vendedor
quedó el abultado monte de Venus, que
resaltaba los carnosos y jugosos labios
abiertos, coronados en su comisura
superior por una tupida mata de vello
negro y sedoso. ¡De locura!
Expuesta también, tentadora,
virginal, quedó la otra entrada. Fidel se
extasió con la generosa, espléndida y
atrevida exhibición del coñazo de
Gema. Arrebatado, el vendedor devoró
ardoroso la exquisita golosina, con
Gema sonriendo plácida y gratificada.
Fidel lamió a placer. De arriba
abajo. De abajo arriba. A los lados.
Chupando un labio. El otro. Y llevando
finalmente la punta de la lengua hasta el
otro cauce, donde repiqueteó intenso,
consiguiendo que Gema se enroscara de
placer.
No obstante el goce que recibía,
Gema no perdió el control en ningún
momento. Gracias a ello, advirtió de
pronto:" ¡Espérate, que alguien viene!"
Bajó rápidamente las piernas y se echó
encima la falda, mientras Fidel se
apartaba.
Gema, complacida, saciada, feliz,
seguía sentada en el camastro con las
piernas abiertas y la falda a los lados.
Fidel, en el camastro de al lado,
extendía la mano para jugar con su vello
ensortijado.
-Ándale, vamos a la casa –insistía
empecinado-. Estoy solo. Ahí tengo
aguardiente para tomarnos una copa.
Dile a tu marido, ¡ándale!
-No. Todo lo que se pueda hacer
aquí y nada más –contestó ella.
-Bueno, entonces aquí. ¿Te parece?
Fidel se puso de pie entre las
piernas de Gema y se inclinó
sosteniéndose en los apoyabrazos. -
Hazte a la orilla de la silla. Acércate.
Aquí lo podemos hacer. ¡Ándale! –
urgió.
-¡Nooooo! Nos pueden ver. Híncate,
mejor...
Fidel quedó de rodillas y Gema le
desabrochó el cinturón. Le bajó el
zipper y metió la mano bajo el pantalón.
Sacó bruscamente un trozo de carne
gruesa y dura que empezó a estirar y
contraer. Metió la otra mano debajo del
pantalón y arañó y pulsó lo que ahí
encontró.
Fidel se abrazó a Gema y apoyó la
cabeza en su hombro. Ella hizo lo mismo
en el hombro de él. Luego, Fidel se
aferró a las caderas de Gema, mientras
ella frotaba con vigor. Inclinados una
contra el otro, Gema agitaba con
celeridad la mano. Fue demasiado. Fidel
estalló en un bufido feroz y se apretó
fuertemente contra Gema.
Sus dedos, crispados, se clavaron
sin delicadeza en las nalgas de ella.
Fundidos, resoplando, quedaron quietos
unos instantes.
Después, exhaustos, se
desprendieron lentamente.
Tras la explosión, Gema siguió
meneando el fatigado soldado en
rendición total. Quiso exprimirlo hasta
la última gota y apretó con fuerza desde
la base hasta la punta varias veces.
-¿Te gusta? –Le preguntó Fidel. -Y
sin esperar respuesta, añade: ¿Así lo
tiene él?
-No sé.- Respondió Gema riéndose.
-¿Cómo no vas a saber? ¿Así lo
tiene él?
Gema soltó la carcajada... y también
lo que tenía en la mano.
SEXO EN LA OFICINA
Caminábamos por una de las
avenidas céntricas de la Capital.
Me miraba las nalgas. Se recreaba
con ellas.
Intencionadamente, de repente, se
quedaba un poco atrás. O dejaba que me
adelantara.
También buscaba el reflejo de los
escaparates. Repasaba mi perfil.
Cuando iba a mi lado, su mirada se
clavaba en el escote.
Un escote con dos botones sueltos
que revelaban parte de mis pechos.
Un jugueteo halagador.
No hubo duda. Mantenía vivo su
deseo por mí. Aunque habían pasado
diez años desde
la última vez que nos vimos.
Omar fue el primer hombre con el
que tuve relaciones luego de casada. Y
el segundo en
mi vida. Antes de Omar, sólo tuve
sexo con Horacio, mi marido.

Unas horas antes comía con


Horacio en el restaurant ‘Marbella’, en
el centro de la Capital. -¿Renata, sabes
que a unas cinco cuadras de aquí está la
oficina de Omar? –dijo Horacio.
-¿En serio?
-¿Te gustaría saludarlo? Háblale…
si quieres.
Horacio sabía lo que hubo entre
Omar y yo. De hecho, todo empezó con
una cena en casa, a la que invitamos a
Omar y su mujer. Eran tiempos en que
con la voz baja se hablaba de los
swingers o de los intercambios de
pareja. Horacio, tentado por el tema,
devoraba toda la literatura que al
respecto se publicaba en libros y
revistas.
-En Estados Unidos –platicaba
entusiasmado- hacen reuniones de
parejas. Beben para desinhibirse y al
final, en una bolsa o en una caja echan
las llaves de sus departamentos. Se agita
la bolsa para que se revuelvan las llaves
y toca a cada uno de los hombres sacar
una llave que no es la suya.
La llave extraída determinará la
mujer con la que tendrá sexo, así como
el departamento a donde irán. No hay
seducción preliminar ni ligas
sentimentales. Cumplido el ritual del
juego, vuelven al lugar de la reunión,
despiden a su pareja de ocasión y
recuperan a su mujer. No hay celos ni
compromisos. Tampoco promesas de
encuentros fuera del grupo. Beben algo
más y nadie habla de la experiencia.
Todo termina cuando se despiden y cada
pareja se va como si nada hubiera
pasado.
-¿Te imaginas qué calentura? –me
decía Horacio, que terminaba llevando
su fantasía a la cama. ¿Con quién te
gustaría que lo hiciéramos? ¿Con los
Pardo? ¿Con los de la tienda? ¿Con
Malena y Eduardo? La plática nos
excitaba y aumentaba la intensidad de
nuestros encuentros.
Lo cierto es que no podía imaginar
cómo podrían ser esas variantes
sexuales, ya que mis únicas experiencias
habían sido con Horacio. En nuestro
primer año de noviazgo no pasábamos
de besarnos y abrazarnos con inocencia,
sin malicia alguna. Después, recuerdo,
me gustaba arañarle el vientre metiendo
el dedo entre los botones de la camisa.
Era todo.
Cierta vez nos vimos en la Capital.
Horacio estudiaba en la Universidad y
yo fui a visitar a unos familiares.
Estábamos en el patio de un café
colonial, con mesas y sillas pequeñitas.
Casi quedábamos en cuclillas. La única
luz del lugar venía de las velas que
adornaban las mesas. Ahí empecé a
juguetear, como habitualmente lo hacía,
con el vientre de Horacio. De pronto,
cosa del diablo, empecé a arañarle
hacia abajo. Empujada por un inusitado
impulso, lo hice cada vez más aprisa y
cada vez más abajo, hasta que me topé
con algo duro. Con el dedo martilleé lo
que parecía un tallo. Sentí que una
lumbre me subía por todo el cuerpo y
saqué rápidamente la mano de su
pantalón. Seguimos platicando, sin
comentar nada. Cuando salimos,
Horacio trastabillaba aturdido, como si
hubiera bebido.
Al otro día charlábamos solos en la
sala de mis familiares. Horacio tenía
una pierna cruzada en horizontal, con el
tobillo apoyado en la otra. Yo lo cogía
de las manos, apoyándome en su muslo.
Y de nuevo, en otra actitud
incomprensible, sin pensarlo, llevé mi
mano al bulto que resaltaba entre sus
piernas. Empecé a sobarlo y se lo
acaricié por un buen rato, mientras él me
besaba.
Ya casados, no me explicaba por
qué fui yo, sin experiencia alguna, la que
tomé la iniciativa. Lo que sí recuerdo es
que a partir de esa vez, los avances en
nuestras relaciones fueron cada vez más
atrevidos.
De regreso a provincia, platicando
en la puerta de mi casa, ya no me
conformé con repasarlo por encima de
la ropa. Le metía la mano bajo el
pantalón y empecé a conocer con el
tacto aquella cosa dura cubierta con una
piel suave que resbalaba y dejaba libre
lo que me pareció un botón enorme.
Con los días, aprendí a sobar con la
yema de los dedos ese botón que, para
mi sorpresa, se humedecía. También
aprendí a utilizar todos los dedos para
deslizar la piel de arriba abajo. Cuando
Horacio se tensaba demasiado, me pedía
que me detuviera.
-¡Espérate! ¡Espérate! - clamaba
mientras me apretaba muy fuerte la
muñeca. Hoy puede parecer tonto, pero
ni siquiera sabía lo que era una
eyaculación. Tampoco entendía por qué
luego de verme con Horacio quedaba
con las pantaletas húmedas. Tanto, que a
veces debía cambiarme antes de dormir.
Horacio me explicó en qué consistía
la lubricación, la eyaculación y lo que
era venirse o correrse. Lo que era un
orgasmo, pues. Lo que dijo me generó
una gran curiosidad. Le pedí que no me
detuviera cuando lo manoseaba. Que
aguantara hasta que le pasara lo que me
dijo que le iba a pasar. Acordamos,
entonces, que al otro día iríamos hasta el
final.
Al no saber cómo iba a ser aquello,
ni en qué cantidad le saldría, llevé una
mascada. Con una mano froté el
miembro de Horacio y en la palma de la
otra apretujé la mascada, esperando el
torrente. Luego de estarle restregando
como siempre, noté una hinchazón
exagerada. De pronto sentí unas
violentas pulsaciones que hicieron gemir
a Horacio y lo llevaron a abrazarme con
desesperación.
-¡Aghhh! –gruñó Horacio con la cara
desencajada, los ojos cerrados y los
labios entreabiertos. Saqué las manos de
su pantalón y empuñando la mascada fui
directamente bajo la luz de una lámpara.
Abrí la mano y vi un líquido blancuzco y
viscoso en la tela. Me acerqué lo más
que pude a eso que veía por vez primera
en mi vida.
-¿Qué haces? – preguntó Horacio-.
Quiero ver cómo son los
espermatozoides –le respondí mientras
observaba con meticulosidad la
mascada.
-¿Cómo crees?- dijo Horacio
descargando una carcajada. Todavía
entre risas, me explicó que los
espermatozoides sólo podían verse con
microscopios muy potentes. Ese
episodio, después de todo, fue un avance
más en nuestra relación. Luego de esa
noche, se volvió un hábito acariciarlo y
sobarlo hasta que se derramaba.
Horacio se retiraba con los calzones
manchados y yo debía lavarme el
esperma de las manos. Luego de un
tiempo, Horacio me sorprendió al
pedirme que le mostrara mi sexo. ¡Santo
Dios! ¿Cómo iba a ser posible eso en la
misma puerta de mi casa?
Después de platicarlo varias veces,
me sugirió que vistiera una falda
holgada. Se conformaría con lo que
pudiera ver jalando el elástico de la
prenda hacia él con todo y pantaletas.
No me olvido de la cara de
admiración que hizo Horacio.
Asombrado, exclamó: “Creí que
tendrías una escobetita, un triángulo
diminuto…¡y mira! ¡Pero si tienes un
tremendo matorral ahí, mi amor! ¡Santo
cielo, qué cosa! ¡Déjame tocarlo, por
favor!”
Un intenso cosquilleo se anudó en mi
vientre y apreté los muslos. Horacio
meneó los dedos entre mis labios y yo
metí mi mano a su pantalón. Fue una
experiencia suprema, de locura. Con
fogosidad nos manoseamos hasta llegar
a un colapso simultáneo.
A partir de esa noche, repetíamos
sin falta el gratificante toqueteo, hasta
que Horacio quiso ir más lejos. Quería
emplazar su cosa entre mis piernas.
"Sólo ahí, en tus piernas, sin rozar
siquiera más arriba", prometía.
Decidida a llegar virgen al matrimonio,
me negué por mucho tiempo a la
demanda de Horacio. Tuve miedo que
teniéndolo ahí, tan cerca, pasara algo
más.
Pero Horacio insistía, tenaz,
obsesivo. Llegó a tanto su terquedad,
que terminó por doblarme. "Okey -le
dije-, pero sólo en las piernas, ¡en las
piernas!."
A regañadientes aceptó y fijamos
para el lunes -día en que disminuye
considerablemente el tráfico de gente
por la calle- lo que sería la gran
aventura de nuestras vidas. Jajajaja. La
idea me turbó mucho y reconozco estuve
muy intranquila los siguientes días. Tan
solo de pensar en lo que vendría,
apretaba las piernas y me humedecía.
Ese lunes, Horacio se manifestó más
excitado que nunca. No dejaba de
besarme ni de abrazarme, ni de tocarme
los pechos. –“Estoy que me incendio,
mamita, sólo esperando el momento”. Al
acercarme el rostro, comprobé que sus
mejillas quemaban de calientes. Con la
calle estaba desierta, Horacio se bajó el
zipper. Delirante me levantó con
discreción la falda por el frente y se
arqueó para acomodarse.
Pasó mucho tiempo para que
Horacio perdonara lo de esa noche.
Temerosa, como era, me protegí con
unos calzones de tubo que casi me
llegaban a las rodillas. Horacio estuvo
entre mis piernas, pero no directamente
en la piel. Se enfadó, pero en cuanto lo
apreté con los muslos, enloqueció y
empujó desesperado una y otra vez hasta
venirse.
Las pláticas de Horacio sobre
swingers, intercambios, tríos, cuartetos,
eran cada vez más intensas y repetitivas.
No había noche en que no surgiera el
tema y que no tuviéramos candentes
encuentros mientras íbamos de una
fantasía a otra.
La llegada a aquel fraccionamiento
donde conocí a Omar, agitó más todo lo
que bullía en nuestra imaginación.
Enseguida noté que no le era indiferente
a Omar. Me saludaba de cierta forma
que me alteraba. Con Horacio en el
trabajo, Omar buscaba la forma de
abordarme cuando salía a regar el jardín
o me dirigía a algún lado. Los
encuentros no eran nada casuales. Omar
me espiaba y se hacía el aparecido en
cuanto salía a la puerta. Ahí se quedaba
platicando de cualquier cosa. Al
despedirse, me apretaba la mano y la
soltaba deslizando su mano en la mía.
Luego de varias semanas, empecé a
sentir una excitación intensa, distinta,
como nunca antes. Omar era muy
atractivo y su experiencia, al ser doce
años mayor, me perturbaba.
Horacio sabía de mis pláticas con
Omar. De lo que me decía y de cómo
terminaba jugueteando con mis manos.
Noté que esos relatos lo enardecían, y
ya en la cama, insistía en que le repitiera
palabra por palabra los diálogos con
Omar. Estas pláticas, que parecían tan
simples, nos llevaban a juegos
excitantes y a encuentros muy fogosos.
A sugerencia de Horacio, llegó la
cena con Omar y su mujer. La idea era
conocernos mejor como vecinos y pasar
un buen rato. El convivio se desarrolló
de lo más ordinario y común. Hablamos
de política, de cine, de música,
alternando con chistes y anécdotas.
Al final de la cena, luego de varios
tragos, Omar propuso que bailáramos.
"Pero intercambiando pareja, para que
sea más emocionante", dijo. Horacio se
encogió de hombros. La mujer de Omar
sonrío y yo los seguí por inercia.
-¡Pero sin luz! -exclamó de nuevo
Omar-. Para crear ambiente de centro
nocturno.
-Tú y tus ocurrencias -dijo riendo su
mujer.
-Qué buena idea, vecino -señaló
Horacio, que fue directo al interruptor.
Bailamos iluminados solamente por
la luz mortecina del estéreo. Apenas si
podíamos distinguir a la otra pareja.
Omar, atrevido y directo, no se anduvo
con rodeos. De inmediato me apretó
contra él. Sentí cómo se aplastaban mis
senos contra su pecho y en uno de mis
muslos percibí un bulto que palpitaba.
Se me erizó la piel. Omar sabía bien lo
que hacía. Me encendí con la inédita
experiencia.
Era la primera vez en mi vida que
sentía el contacto de otro hombre. Omar
no perdió tiempo. En la segunda pieza,
me bajó la mano y la presionó contra lo
que quiso que sintiera. Al notar que no
opuse resistencia, dejó de empujar mi
mano. Palpé, entonces, lo que tenía
Omar. ¡Me sorprendí! Aquello era un
exceso.
Mi mano no alcanzó a cubrirlo.
Superado el primer impacto, mis dedos
recorrieron el lomo de un tallo grueso y
largo que terminó, ¡Dios mío!, en un
bordo mayúsculo. Mi excitación creció
con la abundancia que resaltaba en
Omar. Reconocí que superaba con
mucho lo que poseía Horacio. Sentí una
oleada de calor en el cuerpo y algo me
escurrió entre las piernas. Fueron
momentos vibrantes de gran calentura.
Aferrada a aquel paquete que
acariciaba con suavidad, seguimos
bailando. Un fuego me quemaba por
dentro ante esa inquietante experiencia
totalmente nueva y placentera. Al final
de un ciclo de cinco melodías y mientras
Horacio colocaba otros discos en el
estéreo, Omar comentó que tenía un
disco fenomenal de Humperdinck, un
cantante inglés.
-Hay qué escucharlo, porque es
extraordinario –dijo-.
-¿Me acompañas para traerlo? -me
preguntó. Atrevido, sin esperar
respuesta, me tomó de la mano y salimos
hacia su casa, que estaba al lado.
Horacio y la mujer de Omar, impasibles,
cruzaron miradas y simplemente nos
observaron sin decir palabra.
No había motivo para alterarse. La
situación lucía equitativa: Ellos también
se quedaban solos.
En cuanto entramos a la casa de
Omar, puso llave a la puerta y se lanzó
contra mí. Sin cortejo. Sin palabras. Fue
un ataque animal que de pronto me
espantó. Desesperado, voraz, me
envolvió en un ajetreo desenfrenado,
como si no hubiera conocido mujer en
meses. Con sus manos me envolvió la
cara y me besó anhelante. Su boca buscó
la mía y mordió suavemente los labios.
Luego metió su lengua en mi boca y la
enredó con la mía. -¡Cómo te deseaba,
chiquita! ¡Cómo te deseaba!–
balbuceaba entre gemidos- ¡Sólo de
verte, me enloquecías! ¡Cuánto soñé
contigo, cielo!
Sin dejar de besarme, de mi cara
bajó al cuello y brusco desabotonó la
blusa. Nervioso, sin delicadeza, alzó las
copas del brassier y besó, lamió y
mordisqueó mis senos, mis pezones.
Intenso, juntaba mis pechos para lamer
al mismo tiempo los dos pezones. Luego
restregaba su cara y con sus manazas
amasaba con furor. ¡Era un torbellino!
Omar estaba desatado. Enloquecido.
Su excitación me elevó a una excitación
igual, aunque yo no tenía forma de
responder a aquel huracán endemoniado.
Siguió besándome por todos lados,
mientras me arrancaba el pantalón,
bajándolo con fiereza con todo y
pantaletas. De golpe quedé desnuda de
la cintura hacia abajo. Me sentí extraña,
pero extremadamente caliente.
Era mi primera vez así con alguien
que no era Horacio. Omar me abrazó y
rodeó mi trasero con sus dedos
extendidos. Palmeó mis nalgas, las
acarició, las sobó, las abrió y terminó
deslizándose por mi cuerpo. Hincado,
fue sobre mi vientre y frotó su cara en
mis vellos. -¡Qué hermosura de bosque,
mi amor! -dijo en tono suave.
Su lengua, entonces, se aventuró
entre aquella maraña hasta encontrar la
hendidura totalmente humedecida.
Imparable, asaltó con fiereza mi
sensible oquedad. ¡Wow! Casi me
desvanezco con gozo tan extraordinario.
Su lengua fue como un áspid que se agitó
frenéticamente por rincones y pliegues,
arrancándome sollozos y gritos.
Instintivamente, sin pensarlo, alcé
una pierna y la colgué de su hombro
para facilitar su acometida. Enloquecía
con todo lo que me hacía. Yo respondía
revolviendo su cabello. Estaba a punto
de explotar, cuando Omar se apartó y
tomándome de las caderas, resoplando,
fue empujándome hacia abajo. Quedé
tendida bocarriba.
¡Cuánto te he deseado!- repitió Omar
entre dientes, mientras me abría las
piernas. Atropellado, se quitó el
pantalón y los bóxers. Apenas alcancé a
ver cuando se dirigió a mi sexo. Entró
de golpe, sin contemplaciones ni
delicadeza. Humedecidos como
estábamos, el ensamble fue perfecto.
Empujó y alcé las piernas para
enredarlas en su cintura. Nuestros
cuerpos, hoguera viva, se fundieron en
un abrasador y vigoroso vaivén.
Omar arremetía con violencia y yo
respondía igual, alzando las caderas
para sentirlo pleno. Después de tantos
deseos contenidos, ninguno aguantó más.
Omar concentró su fuerza en el empujón
definitivo, violento, devastador. Sentí
que me partía en dos, pero la corrida fue
sensacional
Nos sacudimos feroces, con Omar
resoplando como un búfalo, para luego
quedar quietos, agotados, en una
placidez deliciosa. Efectivamente, la
música de Humperdinck, suave,
seductora, encantaba. Todos estuvimos
de acuerdo. Es un disco fenomenal.
Bailamos unas piezas más y terminó la
cena que nunca olvidaré en mi vida.
Omar sabía que Horacio trabajaba
hasta muy noche. Así que unas dos
semanas después de aquella cena, ya
tarde, me invitó un café a su casa. Iba a
sentarme en el sillón individual, pero
Elba, la mujer de Omar, me pidió que
me acomodara en el sofá con ellos.
Me sentía extraña, incómoda, quizá
un poco cohibida, recordando lo que
sucedió la noche de la cena. Omar, en
cambio, lucía relajado, distendido,
bromista, como si nada hubiera
ocurrido.
Omar se sentó en medio y colgó sus
brazos en los hombros de las dos. -
¡Mmm! Qué envidia les daría a los que
me vieran con estas dos mujeronas -
presumió, divertido. En medio de una
plática diversa y entretenida,
saboreamos un estupendo café
americano con unos panecillos franceses
que horneó Elba.
"La plática está tan sabrosa que
merece un trago", dijo Omar luego de un
rato. Se puso de pie y desapareció para
regresar con una charola, tres copas y
una botella de champagne helado.
Antes de servir, programó en el
aparato de sonido una deliciosa música
instrumental. Luego de cuatro copas, el
cosquilleo de las burbujas hizo efecto y
me sentí un poco mareada. Nos envolvió
una euforia moderada. La plática subió
de tono y nos reíamos de cualquier
chabacanería.
Intempestivamente, Elba se levanta y
dice que va a la recámara de sus hijos
para comprobar que estén dormidos.
Aunque yo estaba un poco bebida, la
actitud de Elba me pareció una excusa
para dejarme sola con Omar.
-¡Por fin solos! -bromeó Omar
intentando abrazarme-. Me hice hacia
atrás y le dije que estuviera tranquilo.
Que Elba podía bajar en cualquier
momento.
-Elba no va a bajar -replicó con
absoluta certeza.
- ¿Y por qué crees que ya no va a
bajar?-, pregunté ante lo obvio.
-Porque la conozco y estoy seguro
que ya no vuelve -dijo enfático.
-Entonces ya me voy -advertí,
levantándome del sofá.
-¡Noooo! ¡Noooo! ¿Cómo que te
vas? ¡Mira como me tienes!-. Omar me
regresa al sofá y me sujeta la mano
llevándola abajo, a su abundancia.
-¿Y tu mujer? ¿Qué tal si baja ahora?
-No va a bajar -sonrió
socarronamente-. Ya debe estar
dormida.
Omar se me echa encima y me zafa
la chamarra. Empieza a desabotonar la
blusa. Otra vez, como la otra noche, bota
las copas del sostén hacia arriba y
comienza a besarme, ansioso,
vehemente. Inclinado sobre mí, intenta
desabrochar el pantalón. Le detuve las
manos.
-No, Omar. Hoy no.
-¿Por qué?
-No puedo.
-¿Cómo que no puedes?
-Cosa de mujeres.
Quiso retirar mis manos por la
fuerza.
-No me importa. De veras que no me
importa. Igual lo hacemos, nada tiene
qué ver eso. Se vino sobre mí,
atravesando su pierna en mis piernas e
insistiendo en bajarme el pantalón. Lo
empujé.
-Ya te dije que no. ¡Así no!
-¡No me dejes así, mira cómo estoy!
-Volvió a llevar mi mano abajo
mientras me besaba los pechos sueltos.
El champagne me tenía un poco aturdida
y excitada. Le sobé por encima de la
ropa y me fui deslizando al piso.
De rodillas me acomodé entre sus
piernas. Le zafé el cinto y le desabroché
el pantalón. Omar ayudó arqueándose y
bajándose pantalón y calzoncillos a la
mitad de las piernas. Saltó el
descomunal tronco que ya había tenido
dentro de mí, pero que no había visto.
Era impresionante. Apresándolo de la
base, Omar lo balanceaba
majestuosamente. Hasta entonces había
creído que todos eran del mismo
tamaño. Nunca imaginé que existiera uno
con las dimensiones del que poseía
Omar.
Recargada en sus piernas, con una
mano le arañaba abajo y con la otra
subía y bajaba. ¡Vaya con lo que me
había encontrado! Omar tenía una torre
entre las piernas. Lo empuñé a dos
manos, una sobre la otra y ¡todavía
quedaba libre la punta! Qué cosa,
¡impresionante! Despatarrado, con la
cabeza echada hacia atrás y los brazos
sueltos, Omar naufragaba en el placer
que le prodigaba. Al igual que Horacio,
en cuanto estuvo a punto de explotar, me
rogó que me detuviera y apretó con
fuerza mis muñecas.
Su tremendo badajo despertaba una
gran tentación. Observando cómo
palpitaba, cómo se estremecía y se
engrosaba con mis caricias, sentí ganas
de besarlo por todos lados. Exaltada, me
incliné y lo besé abajo, mientras mi
mano lo apretaba con fuerza subiendo y
bajando.
Besé sus testículos lenta y
suavemente e hice que se retorciera al
aumentar la presión de mi lengua. Seguí
lamiendo el tallo y envolví luego el
imponente capullo, que succioné como
si disfrutara un exquisito helado. Omar,
con los ojos cerrados, se mordía los
labios y sacudió con violencia las
caderas cuando su tranca desapareció en
mi boca.
Le di un gran goce con labios,
dientes y lengua. Cuando noté que estaba
a punto de estallar, lo aparté de mi boca
y seguí frotándolo a dos manos. Como
pudo, enroscándose, Omar extrajo un
pañuelo del pantalón y lo extendió en su
vientre. Apresuré el
movimiento hasta que Omar tensó el
cuerpo, se convulsionó y dejó escapar
un grito ahogado, arqueándose en el sofá
como poseído. Todo quedó en su
pañuelo. Exhausto, complacido, Omar
quedó derrengado, mientras yo lo seguí
meneando hasta que perdió toda su
fuerza y rigidez.
En la puerta, para retirarme, Omar
me abrazó por atrás e insistió que lo
hiciéramos de cualquier forma. Por
supuesto que no acepté.
Al poco tiempo, Omar y su familia
se fueron a vivir a la Capital. De vez en
cuando, Omar regresaba a la ciudad,
aprovechando una casa que tenían sus
padres para disfrutar los fines de
semana. Me llamaba por teléfono y nos
veíamos en esa casa por las tardes. Al
estacionar mi carro, me cruzaba con el
chofer de Omar. Me saludaba con una
sonrisa cargada de suspicacia.
Seguramente sabía a lo que iba.
De todas las veces que lo hice con
Omar, recuerdo en especial una noche
en mi recámara. Horacio viajó al
extranjero y se lo comenté a Omar.
Emocionado, me propuso pasar toda la
noche conmigo. -La noche completa, no-
, le dije-. Si quieres un rato, sí. Pero
toda la noche, no-. Aunque insistió,
terminó aceptando que sólo fueran unas
horas. Descubrí que es de mucha
adrenalina tener a otro en la alcoba
marital.
Se me erizaba la piel solo de pensar
que compartiría con Omar la misma
cama donde lo hacía con mi marido.
Pesó más la calentura que cualquier
sentimiento de culpa. En camisón,
sentada en la cama, jalé a Omar frente a
mí. -Ahora yo te desvisto -le dije. Le
quité el blazer. Le desabotoné la camisa
poco a poco, besando la piel que
asomaba. Intencionalmente, con mucha
lentitud, le saqué el pantalón...
-.¡Yaaaaa, que me siento como un
tizón ardiendo! -gimió. Ciertamente, su
erección amenazaba con reventar los
calzoncillos.
-¿Por qué tan desesperado?-,
pregunté irónica.
Le saqué el bóxer de un tirón y saltó
la tremenda vara. La tomé a dos manos y
empecé a restregarla en mi cara. ¡Mmm,
qué cosa! Le di un beso en la punta.
Omar gimoteó. Le acaricié abajo. Se
estremeció. Lo atendí con la boca,
suspendiendo por momentos, para que
no estallara. Cuando me aparté, Omar,
ansioso, me empujó a la cama.
Con violencia me sacó el camisón
por arriba de mi cabeza y separó mis
piernas para inclinarse entre ellas. Me
besó impetuoso. Luego me tomó de las
caderas y brusco me dio vuelta. Quedé
bocabajo. Me besó la nuca y paseó su
lengua por el filo de la espalda hasta
llegar abajo.
Separó las piernas y hurgó con los
dedos en medio. Con tanta humedad,
resbalaron sin dificultad. ¡Vaya delicia!
Me dio vuelta de nuevo, abrió mis
piernas, las flexionó y se hincó entre
ellas. Apretó con fuerza la base del
miembro y frotó la cabeza a lo largo de
mis labios. ¡Oh, Dios! Aquello fue
electrizante, volcánico.
En plena efervescencia, Omar se
introdujo lentamente y despacio, muy
despacio. Se recargó sobre mí y empezó
el juego de meter, sacar y meter, hasta
que repentinamente aceleró y
terminamos en una 'venida' riquísima.
Encima, pero acodado para no descargar
su peso en mí, Omar quedó adentro hasta
que perdió consistencia. Con un ligero
movimiento se hizo a un lado y los dos
quedamos bocarriba. Fatigados,
vaciados, desnudos, tomados de la
mano.
Luego de un rato, empecé a jugar con
su lánguido armamento. Pronto pude
recuperarlo. -¡Listo de nuevo! -dijo
Omar incorporándose. Tomándome de
las manos me sentó y me pidió que me
diera vuelta y me pusiera de rodillas.
-¿De rodillas?
-Sí, lo quiero hacer en cuatro.
- ¿En cuatro?
Le obedecí sumisa y me puse de
rodillas, apoyándome en las palmas de
las manos. Omar me abrió un poco las
piernas. ¡Santo Dios! Qué pose. Omar
veía todo lo que yo le mostraba.
Expuesta. Descarada. Indecente.
Totalmente abierta a cualquier deseo de
Omar.
Hincado detrás de mí, Omar se
acercó lo suficiente para sentir los
piquetes de su erección en mi trasero. Se
inclinó para empujarme de la nuca hacia
abajo. Descansa la cabeza en la cama,
sobre los brazos -me dijo.
Uff! Quedé con el trasero en todo lo
alto y el cuerpo abajo. Ahí estaba como
nunca, dócil, dispuesta, vulnerable,
indefensa, entregada totalmente.
Respiraba nerviosa, inquieta. Pero muy
caliente. Tan caliente, que teniendo a
Omar frente a dos posibilidades, no me
importaba cuál eligiera. Mi sumisión era
incondicional y absoluta. Omar me
sujetó de las caderas y luego repasó las
nalgas. Enseguida, deslizó lentamente
por en medio un dedo impregnado de un
aceite que tomó del tocador.
Me exaltó cómo bordeó el pequeño
círculo para luego rotar el dedo en el
centro, untando el aceite. Repitió la
acción varias veces. Cuando advirtió
que estaba suficientemente lubricado,
masajeó con suavidad. Retiró el dedo y
¡carajo!, sentí ahí la punta de su
tremenda caña. Empujó un poco y se
deslizó fácil. La metió apenas. No pude
evitar quejarme. Entonces se apartó y
corrigió el trayecto.
"Estoy como agua para chocolate",
dijo. Una frase recurrente en sus
momentos de más excitación. En cuanto
su ariete abrió mis labios, empujó
brioso hasta el fondo. ¡Epa! En esa
postura creí que me saldría por la
garganta. Asido a mis caderas, Omar iba
y venía con frenética rudeza.
Calientísima, repliqué con movimientos
contrarios.
Cuando Omar iba hacia adelante, yo
me impulsaba hacia atrás. Omar alcanzó
mis pechos y se afianzó de ellos
embistiendo con más fuerza. Los golpes
de su pelvis en mi trasero fueron de
estrépito. Todo fue más intenso a
medida que la excitación nos llevaba al
clímax. A punto del final, agité con furia
mis caderas y estallamos en un
grandioso orgasmo. ¡Virgen Santa! Fue
la madre de todas las cogidas.
Todo esto lo sabe Horacio. Todo se
lo he contado. Nada me he guardado. Y
a él le gratifica que le diga a detalle lo
que yo hago. Confiesa que su máximo
placer es saber que gozo con otros.
Horacio sabe también lo que Omar
significa para mí como el segundo
hombre en mi vida sexual. Imagino que
por eso me facilitó la posibilidad de
volver a verlo. Y también, ¿por qué no?,
porque le calentaba imaginar lo que
haría con Omar diez años después.
Tal vez por eso me propuso que
llamara a Omar, aunque me advirtió que
sería difícil que pudiera verlo. Como
ejecutivo de un corporativo
trasnacional, su agenda debía estar
saturada por semanas.
Lo extraordinario fue que Omar sí
tuvo tiempo para verme y acudió al
restaurante. Platicamos los tres.
Rescatamos los recuerdos, las
anécdotas. Los días de vecindad en la
ciudad. Horacio, condescendiente,
inventó un compromiso. Nos dejó solos.
Pagó la cuenta y se fue. Nos veríamos en
el Hotel donde nos hospedamos. Vi
emocionado a Omar. Sus ojos
chispeaban. Me tomó la mano. Evocó
nuestras citas clandestinas. Lo bien que
la pasamos.
-¿Te parece si vamos a mi oficina?
Ahí podemos platicar más tranquilos y
cómodamente -dijo Omar.
- Donde gustes –respondí.
Las oficinas de Omar se ubican en
un edificio gris de 20 pisos, en una
esquina de la Gran Avenida de la
Capital. Estábamos cerca y caminamos
por una calle poco transitada que
desemboca a la Gran Avenida. Unos
metros antes de la esquina, Omar me
señala una discreta y pequeña puerta de
acero. Aquí es -me dice. Mete la llave y
me encuentro con un pasillo oscuro,
apenas alumbrado con focos de poco
voltaje.
-¿Aquí es tu oficina? -pregunto
extrañada.
Omar suelta una risotada. -Todavía
no llegamos. Está en el piso 15.
Al fondo del pasillo hay otra puerta
cerrada que Omar abre con una tarjeta
electrónica. Es una puerta deslizable.
Enseguida, me veo encapsulada en un
ascensor.
-¡Vaya! ¿Eres el Agente 007 o qué?
-Algo hay de eso -Omar vuelve a
reír.
Al cerrarse la puerta, Omar va sobre
mí. Como en los viejos tiempos, pienso
-¡Tranquilo que alguien puede
entrar! –le digo.
-Aquí no hay problema. Es privado -
dice-.
Me abraza, me besa. Muerde mis
labios y como antes, introduce su lengua
a batirse con la mía. Me desabotona la
blusa y palpa mis pechos. "¡Pero si están
igual!", exclama. Como antes, tira hacia
arriba de la prenda. Se inclina y chupa
con voracidad los pezones. Como un
'deja vu', repite lo que ocurrió tantas
veces en la ciudad.
Excitada, quise comprobar si
respondía como hace diez años. ¡Por
supuesto! Encontré, como siempre, lo
que Omar tenía de sobra. Un bulto duro
como piedra. Lo sobé en toda su área y
luego, con índice y pulgar, volví a
marcar el perfil de ese miembro que
tanto gozo me había dado.
-¿Te sigue gustando, Renata?,
pregunta mientras me abraza y me besa
el cuello. Me lleno de calor. Tiemblo.
Me estremezco. Omar hace una pausa y
alarga la mano para pulsar el botón del
ascensor. Vertiginosamente subimos
quince pisos. Introduce otra tarjeta a una
puerta que bloquea la salida del
ascensor y llegamos directamente a su
oficina.
Es impresionante. Amplia y
elegante. Su escritorio, sobrio, de
madera fina, está al fondo. Detrás, un
estante con libros y un mueble bar. La
pared lateral que colinda con la sala de
recepción y otras oficinas, tiene un panel
de madera que va del piso a la parte
central del techo. En su parte media hay
una pantalla de 75 pulgadas. A un lado
se encuentra la puerta de recepción.
La oficina, en esquina, tiene al frente
y en el otro muro lateral estructuras de
vidrio que permiten contemplar el
esplendor de la ciudad y sus rascacielos
enormes. Contra el escritorio de Omar
hay un juego de sala de cuero café con
una mesa de centro donde dos corceles
en cristal cortado piafan briosos.
Me doy cuenta de la importancia de
Omar por lo que tiene en su escritorio: 2
laptops, tres teléfonos fijos, tres
celulares y un aparato de radio. Además,
una escultura en miniatura del famoso
Sebastián. Admirada, paseo la vista por
todos lados.
-Te voy a servir una copa- dice
Omar, mientras me conduce al sofá. Del
mueble bar toma una botella de whisky,
dos vasos y un recipiente con cubos de
hielo que coloca en la mesita de centro.
Antes de servir, va al escritorio,
descuelga un teléfono y ordena: Señorita
Smith, no recibo a nadie ni me pase
ninguna llamada hasta nueva orden.
Colgó y vino conmigo.
Lo examiné detenidamente. No había
cambiado mucho. Se conservaba en
forma y aunque tenía menos pelo, lucía
más atractivo con las canas que
brillaban a los lados de su cabeza. Se
arrellanó, de lado, junto al brazo del
sofá. Me jaló y quedé recostad de
espalda hacia él. Me pasó el brazo por
el cuello y dejó caer su mano en mi
pecho, embolsándolo delicadamente
sobre la ropa. Lo de él me quedó a la
mano, así que empecé a masajearlo
suave y lentamente.
-¿Qué ha sido de tu vida?, pregunta
acercando sus labios a mi oído.
-Normal. Todo tranquilo. Lo de
siempre.
-¿Lo de siempre? ¿Con cuántos
hombres has estado en todo este tiempo?
-¡Qué preguntas haces, Omar! -dije
riendo.
-Pero yo fui el primero, ¿verdad?
Bueno, el primero después de Horacio,
claro
-Así es. Tú fuiste el primero.-
-¿Y después?
-¿Después? Nada.
-No te creo –me sacudió el pelo
cariñosamente y acercó su boca a mi
oído para susurrarme: -No te puedo
creer. ¿Y sabes por qué?
-¿Por qué?
-Porque eres una mujer… cómo
digo…bueno, digamos, muy ardiente. ¡O
muy caliente, pues! Mira, lo importante
es que estás conmigo y no me interesa si
estuviste con uno o con cien. ¿Te depilas
ahora? Ya ves que la moda es
depilarse...
-¿Tú qué crees?
Omar ahuecó la mano y me palpó el
pubis.
-¡Mmm! Creo que no. Sigues con ese
tremendo monte que tanto me gusta.
-¿Te hubiera gustado verme
depilada?
-¡Para nada! Con aquellos jeans que
usabas tan pegados, se te veía un bulto
formidable. Imaginaba un monte de
Venus carnoso, esplendoroso, con una
gran mata de vello. ¡Y mira que lo
confirmé totalmente!
-Bueno, vamos a celebrar nuestro
reencuentro.
Omar se irguió y sirvió whisky en
los dos vasos. -¡Salud!- dijo y chocó su
vaso con el mío. "Brindemos por nuestro
físico. El tiempo no pasa por nosotros",
comentó con una carcajada. Luego de
cuatro bebidas y un sin fin de
evocaciones, me sentí un poco mareada.
Pero también desinhibida y atrevida.
Me puse de pie, frente a Omar, e
hice algo que nunca me imaginé capaz
de hacer. Contoneándome, le dije
sugerente: -¿Quieres ver que no me
depilo? -Omar enarcó los ojos y quedó
anonadado y perplejo con la propuesta.
Desconcertado, no daba crédito a lo que
había escuchado. Empecé a moverme
sensualmente mientras me desabrochaba
el pantalón. Omar, con el whisky en la
mano, seguía atento cada uno de mis
meneos, aturdido con el inesperado
espectáculo que le brindaba.
Metí los pulgares en pantalón y
calzones y lentamente los bajé de un
solo lado. Cuando parecía que bajaría el
otro lado, ¡me lo subí!
-¡Oh no! ¡No me hagas eso!-exclamó
suplicante. Enervado, dejó su vaso en la
mesa y extendió las manos para jalar las
prendas.
-¡Eres la misma de siempre! Cómo
te gusta hacerme sufrir.
No dejé que me tocara. -No seas
desesperado. Todo con calma -le dije.
Lo empujé sobre el sofá y volví a
contonearme, bajando la ropa, ahora sí
de los dos lados y también muy
despacio. Asomaron algunos vellos y
luego el penacho completo. Con las
piernas un poco abiertas y los
pantalones atorados en las rodillas,
moví las caderas para diseñar un 'ocho'
perfecto en horizontal.
Con los ojos centelleando, Omar
pasaba la lengua por los labios,
deslumbrado con lo que veía. Di un paso
y arqueándome, le acerqué el pubis a la
cara. No aguantó y me atrapó,
sujetándome de las nalgas. Las apretó
primero y luego las repasó para jalarme
hacia él.
Impaciente, frotó su cara en el tupido
follaje. Su lengua, escurridiza, se abrió
paso hasta encontrar lo que buscaba.
Estimulado por la humedad que advirtió,
la blandió como demonio.
Después de tanto tiempo, las
sensaciones que me generaba rescataron
vivencias y grandes recuerdos. Había
deseado tanto reencontrarme con Omar,
que no resistí mucho y caí
irremediablemente en un delicioso
vacío. Mientras me recuperaba, lo tuve
por unos instantes entre mis muslos.
Luego de recobrarme, me aparté y le
dije: "Ahora me toca a mí".
Me deslicé al piso y como aquella
noche en su casa, me acomodé entre sus
piernas. Desesperado, como en su casa,
se bajó pantalón y bóxers. Con la
experiencia que no tenía diez años atrás,
le hice un trabajo meticuloso,
manipulando sus partes con trucos que
lo enardecieron hasta casi hacerlo
estallar.
-¡Carajo! ¿Qué haces? ¡Me matas,
Renata! ¿Cómo has aprendido tanto?
¡Eres magnífica, sensacional!
Al advertir que no podía más, me
sujetó de la cabeza y me pidió entre
gritos y gemidos que suspendiera. "Si
termino, no sé cuánto tarde en
reponerme y lo que más deseo es
tenerte", explicó.
-¿Pues no que muy gallo? -lo
provoqué.
-Renata, no es lo mismo los 3
mosqueteros que 20 años después.
Omar se puso de pie y se quitó el
pantalón y los calzoncillos. Me divirtió
verlo así. Casi me gana la risa. Desnudo
de la cintura hacia abajo, conservaba el
saco, la camisa y la corbata, además de
los zapatos y los calcetines. Mientras
Omar se desprendía del saco, yo me zafé
el pantalón y las bragas. Igual que él,
quedé desnuda de la cintura hacia abajo.
De la mano me llevó detrás de su
escritorio, haciendo a un lado el sillón
giratorio. -Aquí está bien, -dijo
señalando el piso. -Acuéstate.
Frente a él, lo sujeté del miembro y
le dije aproximando el rostro: -Esta vez
tú eres el que te acuestas.¡ Ahora yo soy
la que te va a coger!. Ni tiempo le di a
rezongar. "¿De veras?", musitó. "¡De
veras!", le respondí. Confundido y
sorprendido fue inclinándose hasta
quedar tendido en la alfombra.
Ahí tenía yo al poderoso ejecutivo
de una compañía trasnacional.
Enteramente a mi merced. Indefenso y
dócil, tirado bocarriba. Le pedí que
juntara las piernas y a horcajadas me
encaramé, suspendida, en cuclillas. Me
rodeó la cintura y quiso jalarme hacia
abajo.
-Tst, tst, no, señor; usted se va a
quedar quieto. A ver, ponga sus manos
por encima de su cabeza.
-¿Qué vas a hacer, Renata? Dime
qué vas a hacer –se inquietó.
-Tú solo quédate quieto. No te va a
pasar nada.
Moví las caderas hasta encontrar la
erección de Omar. Al sentir que hacía
contacto con los inflamados labios,
Omar se arqueó y empujó.
-‘¡Espérate…!’- le dije, al tiempo que
me zafaba de su ataque. ‘¡Espérate. No
te muevas…!’, le repetí al oído. Intenté
de nuevo acoplarme a él y con solo el
meneo de mis caderas, sin ayuda de las
manos, lo conseguí. Con la corrida que
tuve en el sofá, había suficiente
lubricación para introducirme lo que
fuera.
Omar quedó inmóvil, resignado a
renunciar a todo control. Yo tenía el
mando. Horacio decía que mi vagina era
una poderosa arma que succionaba con
gran fuerza. "Pocas mujeres pueden
presumir lo que tú tienes", comentaba
satisfecho. Eso le encantaba a Horacio.
Y también les gustó a varios que me
encamé.
Quería saber ahora, si también le
gustaría a Omar. Quería mostrarle lo que
podía hacer con mi vagina. Lo que había
descubierto o aprendido en el tiempo
que no nos vimos: contraer la vagina y
oprimir con fuerza lo que ahí tenga.
La realidad es que no hay secreto en
eso, pese a que anteriormente se decía
que la contracción de la vagina era un
don que solo tenían algunas mujeres. El
vulgo le llamaba 'perrito'. En Asia le
llaman 'El beso de Singapur'. Hoy se
sabe que el 'perrito' o 'el beso de
Singapur' está al alcance de cualquier
mujer.
Se aprende al contraer la vagina con
un ejercicio simple pero muy efectivo:
Deteniendo la micción al orinar. Es
todo. El esfuerzo para esta acción es lo
que determina la contracción de la
vagina. No tengo duda que cualquier
mujer que haga esto, hará feliz a su
marido.
Bajé lentamente y Omar entró un
poco. Entonces, sin mover el cuerpo,
apreté.
Ahhhhhg! -gimió Omar - ¡Cielos!
Esto es divino. ¿Cómo le haces?
Una contracción más hundió otro
poco a Omar. Con los ojos cerrados,
jadeaba y se mordía los labios con cada
opresión. Así lo fui llevando hasta el
acoplamiento total. Completamente
embonados, Omar quiso moverse.
-¡Espérate, carajo! ¡No te muevas! –
le exigí.
- Es que no aguanto.
-¡Espérate, hombre, por favor!
Empecé a subir y bajar en ese fuego
que crepitaba en mi entrepierna. Por
momentos me detenía y quedaba sentada
y muy quieta. Sentía, excitadísima,
intensas palpitaciones en mi interior. La
respiración de Omar fue cada vez más
agitada. Lo vi trémulo, llegando al
límite. Me desplomé sobre él y fui sobre
su boca. Nos besamos furiosamente y
ahora sí, empujé con gran fuerza. Él
replicó con salvajes sacudidas. Nuestras
pelvis, ceñidas, se restregaron
brutalmente.
Agotados, saciados, contentos, nos
sosegamos. Me desplomé sobre Omar y
quedamos abrazados, sudorosos,
canjeando nuestras humedades. Piel con
piel, ardíamos de pasión, con Omar
dentro de mí.
Anudados por un rato, disfrutamos
nuestro contacto. Satisfecha, me
desprendí de Omar y me puse de pie.
Salté sobre su cuerpo y di la vuelta para
dirigirme al baño.
-Renata linda, ¡eres la mujer más
espectacular que he conocido! -dijo
Omar, arrastrando la voz...
CON OTRO, SU PRIMER
ORGASMO
¡Impresionante! Parecías una vestal
romana con ese vestido blanco de seda.
Tu sonrisa de siempre. La que me
desarmaba por completo. Simplemente
no creía lo que estaba viviendo.
Angelical. Sensual. Voluptuosa. ¡Una
mujer espléndida! Muy distinta a la niña
de 16 años que lo fue todo en mi vida.
No. Era imposible que estuvieras ahí, a
unos pasos de mí. El deseo contenido
tanto tiempo parecía haberme
congelado. Quedé mudo y me paralicé
con todo ese puñado de emociones que
me provocabas, Jimena.
Tú y yo solos, en la intimidad de un
cuarto donde tu silueta se recortaba
contra la tenue luz de las lámparas de
pared. Aquello era un sueño. Un
hermoso sueño que no terminaba de ser
real. Cuánto tiempo deseándote. Cuánto
tiempo añorándote. Cuánto tiempo
alucinando con tus ojos almendrados,
con tu sonrisa de encanto en tu rostro de
ángulos perfectos y con esa voz de tonos
deliciosos.
Habíamos compartido la tarde y
parte de la noche, y aún así, temblaba
turbado. No es lo mismo convivir en un
espacio público, que estar ahora aquí,
solos. Estremecido, me acerqué.
Lentamente te ceñí de la cintura. Ningún
asomo de resistencia.
Por el contrario, me sorprendiste
enlazando tus brazos en mi cuello.
Alzaste la cara, y sin mediar palabra, tus
labios, esos labios finos y delgados que
nunca olvidé, buscaron los míos. Un
beso tibio primero y luego febril,
incandescente. Tal vez apremiante. De
urgencias contenidas. Mi lengua fue al
encuentro de tu lengua y aquello fue
como un duelo de serpientes
enfurecidas. Te abracé con fuerza, te
apreté contra mí y me di cuenta que tu
deseo era tan grande como el mío. Fue
un instante mágico, divino. Como para
empezar a creer en los milagros.
Yo asistía con regularidad al
Continental Star, un hotel Gran Turismo.
Convenciones. Conferencias de prensa.
Eventos. Negocios. O simples reuniones
de placer. Me era fácil seducir mujeres
hermosas: Visitantes casuales o bellas
jovencitas que fungían como edecanes.
Llegaba al lugar manejando un
deportivo del año.
Tras de mí, una camioneta Suburban
con personal de la empresa que se
desvivía por atenderme. Bastaba que
fijara la vista en algún punto, para que
dos o tres de mis asistentes fueran
presurosos a preguntar qué se me
ofrecía. Espléndido en las propinas, me
cercaban los camareros para darme una
cálida y entusiasta bienvenida.
Resultaba obvio que con ese perfil de
personaje notable e interesante
embelesara a huéspedes y curiosos. Y a
mujeres, sobre todo.
En plan de conquista, elegía la mesa
mejor ubicada en el bar 'Perla Negra', el
más lujoso del lugar. Con mesas bajas,
poca luz y bebidas internacionales,
brinda un ambiente íntimo y cálido. Un
lugar para ver y ser visto. Desde ahí
seleccionaba a la mujer más atractiva.
Lo que seguía era demasiado fácil.
Un cortejo breve, pero demoledor.
Ayudaba que cualquier camarero ya la
había encandilado colmándome de
halagos. Iniciada la relación, le
comentaba, casi con indiferencia y sin
énfasis, que en todo tiempo tenía a mi
disposición una de las mejores suites
del hotel. Luego de una rica charla
acompañada con el mejor whisky de
importación, la dama, sin reticencia
alguna, aceptaba la invitación de pasarla
mejor en privado.
Disfruté maravillosamente con
muchas mujeres. Todas ellas
esculturales. Lo mejor de lo mejor.
Espectaculares. Rostros bonitos, pechos
generosos, piernas redondas y firmes,
curvas de escándalo. Con todas,
encuentros fantásticos, aunque fugaces,
efímeros, de una sola ocasión.
Resultaba extraño, sin embargo, que
con todo el gozo que significaba ese
desfile de hermosas hembras, siempre
sentí el peso de tu ausencia, Jimena.
¿Por qué si podía tener infinidad de
mujeres, no te podía tener a ti? Te
recordaba obsesivo. Enfermizo. A solas.
O en compañía. Y habitualmente,
también en mis parrandas."¿Cómo le
haces, Valentino, para tener tanta vieja?"
, decía alguno. Y por ahí, otro
soltaba:"Deja una para comadre,
hermano"."Si ves una escoba con faldas,
a la misma que te montas", bromeaba
otro. "Ninguna vieja se te resiste, ¿Qué
les das?", preguntaban. Esto último me
pegaba. Duro. Muy duro
. ¿Ninguna se me resiste? Si
supieran... Les contaba, entonces, que sí,
que había una, una sola, que me había
mandado directo al carajo: ¡Tú, Jimena!
Apretando el vaso de mi cuba, mirando
sin mirar, tus recuerdos llegaban y se
revolcaban como demonios en mi
memoria. La mesa quedaba en silencio y
aquellos borrachos, extrañados,
confundidos, pedían que les contara la
historia...

La alcancé en la calle principal del


pueblo. A un lado de la plaza. Quería
darle la gran sorpresa. El dueño de la
empresa, en la Capital, donde trabajaba,
me quintuplicaba el sueldo para que
siguiera con ellos. Una fortuna para mis
18 años. Para sus 16 años. El futuro
vestido de pirotecnia y luces. Boda.
Departamento. Coche. Viajes. ¡Todo con
Jimena!
Llegué de improviso, por atrás, y la
abracé por el cuello, como siempre. Me
sorprendió que en vez de tomar mi mano
y recargar su cara en ella como otras
veces, encogió el hombro y ayudándose
con la otra mano, me retiró el brazo con
enfado. "¿Qué te pasa, Jimena?",
pregunté desconcertado. Al darse vuelta
la vi diferente. El rostro pálido,
lánguido, inexpresivo. Mirándome
fijamente a los ojos, distante, hostil, sus
palabras fueron discurriendo de sus
labios, lúgubres, devastadoras: "Lo que
pasa es que me di cuenta que no te
quiero lo suficiente, Valentino. O sea, se
acabó todo contigo".
Fue como un mazazo que me dejó en
shock. No creí lo que oía. No podía ser
cierto. Luego de llevar por meses una
profunda y extraordinaria relación,
parecía imposible que lo nuestro
terminara de golpe, sin motivo alguno.
Sentí que todo se me quebraba por
dentro. Y aunque la boca se me secó de
inmediato y se me fue el aliento,
reconsideré mi pánico a perderla.
No. No era verdad lo que decía
Jimena. Todo era una broma. Sí, una
broma de pésimo gusto, pero una broma
al fin. Así que recobrando el ánimo, le
pregunto: "¿Por qué la broma, Jimena?"
Esperaba ansioso la carcajada de
Jimena y la aclaración de que todo lo
que había dicho era una guasa, solo para
embromarme. En vez de eso, demonios,
¡otro ramalazo!
-No es broma, Valentino. Es una
decisión -dijo con mucha seriedad y
aplomo-. Aterrado, pero también
irritado, insistí en desbaratar lo que me
parecía irreal y grotesco: "¡Ya déjate de
bufonadas, Jimena!. ¿De qué se trata?".
Trastornado, le exigí una explicación.
Lo cierto es que estaba loco por
Jimena. Era mi mundo. Sólo pensaba en
ella. Con la propuesta de la Capital,
visualicé un futuro espléndido con ella a
mi lado. No concebía la vida sin Jimena.
Por todo eso, sus palabras me herían, me
dañaban. Me desmoronaban. Me
derrumbaban a pedazos.
Jimena era mi pasado, mi presente y
mi futuro. De pronto, aún sin irse,
empecé a sufrir la amargura de su
ausencia. ¿Qué significaba lo máximo o
lo mínimo, sin Jimena? Sin Jimena, todo
perdía sentido. Era el vacío. La nada. En
la vorágine de mi desesperación, no
encontraba lógica en el drástico y
terrible cambio de Jimena. Apenas ocho
días antes disfrutaba arrobado con ella.
Nos comíamos la vida y reíamos de
cualquier simpleza.
Al pasear por la Alameda, me
soltaba de ella y corría a cortar
cualquier flor silvestre. Con una rodilla
en tierra y haciendo una reverencia, le
ofrecía aquella flor. Jimena reía
luminosa y complacida. "Eres un loco,
Valentino. ¡Te amo con todo mi
corazón!".
Me parecía que caminábamos por
nubes y no por el sendero embaldosado.
Pero eso era ocho días antes. Vivía la
gloria. Y hoy vivía el infierno de su
desdén, de su rechazo, de su mirada
ácida y fulminante. Por momentos creí
vivir una espantosa pesadilla, con una
Jimena irreconocible.
Inalcanzable, Jimena se mostraba
firme, arrogante, imperturbable, con el
corazón indemne a la gracia o la piedad.
Sintiéndome perdido, me sobrepuse a mi
orgullo herido:
-¿Qué sucede, Jimena? ¿Qué te hice?
-supliqué acobardado, humillado-.
-Nada. No me hiciste nada. Solo
entiende que aquí acaba todo.
-¿Por qué, Jimena? ¡Quiero saber
por qué...!
Insensible y ajena a mi ruego, fue
despiadada y cruel:
-No hay qué buscarle, Valentino.
Comprendí que no encajo en tu vida ni
tú en la mía. ¡Nada más!
El áspero diálogo se encaminaba al
desastre. Lo que al principio creí una
broma, se volvió desgracia. Me faltó la
respiración y mis latidos se desbocaron.
El miedo a perderla me estrujó el alma.
Desesperado, intenté palabras que la
sensibilizaran. Del "te adoro como loco"
al "no me hagas esto, Jimena, que yo me
muero sin ti". Todo inútil. Nada quebró
la coraza con que se blindó Jimena.
Miré adentro de sus ojos y percibí
afligido el enfriamiento, la lejanía de
ella. Una decepción terrible, aciaga.
Como si la avalancha de mil montañas
se me vinieran encima.
Cosas que tiene la vida. Iba a darle
la gran sorpresa ¡y vaya la que ella me
dio a mí! Abatido, estaba por rendirme
cuando un fuetazo de esperanza reavivó
mi ánimo. Recordé la oferta que me
hicieron en la Capital. ¡Jimena tenía
asegurado el futuro conmigo! Cuando le
contara lo que ganaría, recapacitaría y
todo se reacomodaría como antes.
Me sobrepuse y sacando la dosis de
coraje que me quedaba, la encaré
envalentonado.
-¿Sabes qué? -exclamé con rabia-
.¡Me vale madres lo que sientas o
pienses! ¡Ahorita mismo te llevo
conmigo a la Capital!
La tomé con fuerza de un brazo y la
jalé hacia mí. Casi la tiro, porque no
tuvo reacción. Me sorprendió que no
opusiera resistencia ni tampoco
descargara la andanada de insultos que
yo podía esperar. Aunque la sujetaba
con firmeza del brazo, casi
lastimándola, Jimena se quedó quieta,
displicente, impasible.
Intempestivamente, pulverizándome
con la mirada, pregunta indolente e
irónica: “¿Me vas a llevar a la fuerza?
¿Para qué, si no te quiero?"
. La frase, catastrófica, rotunda,
demoledora, acabó con los últimos
vestigios de mi ilusión. Aunque todo se
me desbarataba por dentro, reaccioné y
entendí lo que sucedía. "Si no me quiere,
¡entonces todo vale madres!", pensé.
Una máscara de angustia cubrió mi
rostro al darme cuenta que la había
perdido. Deshecho, sin aliento, como
pude alcancé a tartamudear: "Okey, mi
vida, creo que lo has dicho bien y claro.
¡Aquí se derrumba el castillo!"
Me quedé como un idiota. Un paria
al que le han robado ilusión y sueños.
Con desgano solté a Jimena y
aturdido, confundido, di la vuelta y me
alejé de ella.
Esa noche el mundo se volvió nada y
todo perdió significado. La vida se me
desgajó y los recuerdos de Jimena se
volvieron pesadilla. La ruptura con
Jimena fue atroz, sin resignación
posible. Creí que después de Jimena,
nadie. Pude odiarla. Debí odiarla.
Pero la seguí queriendo como
siempre. Deseando reencontrarla, para
decirle de nuevo que la adoraba como
un enajenado. Aunque fuera una sola
vez, ardía con las ganas de volver a
verla, tenerla cerca, aspirar su aliento,
embriagarme con su voz y ahogarme en
su mirada.
Luego de unos años encontré a
Jimena, ya casada, en un banco. El
corazón me dio un vuelco y sentí un
maldito cosquilleo en el estómago.
"¡Jimena!", la llamé. Se volvió y vi su
rostro sereno, hermoso, con esa sonrisa
de ángel que siempre me cautivó.
"¡Cuánto tiempo, Jimena!", exclamé
entusiasmado.
-Te invito un café. Donde quieras.
Me encantaría platicar contigo.
-¿Cómo crees, Valentino? -volteó
nerviosa hacia un lado y otro-. Estoy
muy bien en mi matrimonio y no quiero
problemas.
-Pero si solo vamos a platicar-
insistí.
-No puedo –repitió- ¿Te imaginas lo
que dirían los que nos vieran?
- ¡Pero si lo nuestro pasó hace
mucho tiempo...!
-Pues sí, pero tú sabes que donde
hubo fuego, cenizas quedan.
¿Cuáles pinches cenizas?- pensé-.
¡Si no agarré ni una méndiga brasa!
La vida me trató bien. Como primer
ejecutivo de la empresa tenía poder,
dinero y fama. Seguía pensando en
Jimena. En lo que me gustaría compartir
con ella lo que poseía. Una tarde,
recostado en la tumbona de mi jardín,
bebía un vodka tonic. Me divertía
mirando las nubes. Intentando adivinar a
qué se parecían sus caprichosas formas
dibujadas y borradas por el viento y
vueltas a dibujar.
Con el pensamiento disperso, una
idea me sobresaltó de pronto. Fue algo
turbador, pero también enardecedor e
inquietante. ¿Por qué si todas las noches
de Jimena son del hombre que quiere,
por qué una noche, una sola noche, una
méndiga noche, no me la regala a mí? La
pregunta que me hice estalló como una
bomba en el cerebro.
¿Y por qué no?, volví a preguntarme.
¡Eso! ¡Sólo quiero una noche con
Jimena! Una noche basta. Temblando,
apuré el resto de la bebida y preparé
otra. Entre sorbo y sorbo, empecé a
urdir cómo podría acercarme a Jimena.
Luego de considerar varias
alternativas, recordé al abogado
Ezequiel, estudiante en nuestra época de
novios. Conocido de ella y mío. Como
todo licenciadito de pueblo, se había
convertido en un vivales de siete suelas,
me contaron. Capaz de cualquier felonía
por dinero.
Fue fácil localizarlo. Y más fácil
convencerlo. Un depósito bancario de
20 mil pesos a cambio de que buscara a
Jimena y le diera mi número telefónico.
Me urgía hablarle. Asunto de extrema
urgencia. Se trata de su hermano Efrén.
Un tipo terrible, pendenciero, perdido
en la gran Capital. Algo sabía yo de él...
¡Puro cuento!. Y no creo, la verdad, que
Jimena se tragara la patraña, ¡pero me
habló!
Advirtió, por supuesto, que lo de su
hermano era un pretexto. Al
comunicarnos, jamás lo mencionó.
Obviamente, yo tampoco. Oír de nuevo
su voz fue extraordinario. Me parecía
imposible que estuviera conversando
con ella. Nervioso, aturdido, las ideas
se me atropellaron. Oí las risas de
Jimena. "¿Qué te pasa, Valentino?", dijo.
"Nada que no sea estar emocionado por
escucharte. ¡Te sigo amando, Jimena!",
pude decirle tartamudeando. Con mucho
esfuerzo recobré la calma y le planteé la
posibilidad de un reencuentro. A como
diera lugar, donde fuera y costara lo que
costara.
Abrazados en aquella suite del
Continental Star, mejilla con mejilla,
balbuceaba en el oído de Jimena todo lo
que me significaba. Lo grandioso que
era tenerla entre mis brazos y lo
maravilloso que era poder decirle
cuánto la había querido y cuánto me
había dolido nuestra ruptura.
“¿Contenta?”, le pregunté, satisfecho de
que todo había salido conforme a lo
planeado.
Dionisio Paredes, mi chofer, había
pasado por Jimena al Aeropuerto. Ella
no quiso, por ningún motivo, que enviara
por ella hasta el pueblo. “Si alguien me
ve en un auto con placas de otro lado, el
escándalo que se arma. Ya ves lo que
dicen: pueblo chico, infierno grande”.
Fue su juicio. Y su decisión. En camión
se trasladó del pueblo al aeropuerto
regional donde le envié un boleto de
viaje redondo.
Tomaba un whisky en el bar 'Perla
Negra' del Hotel, cuando vi llegar a
Jimena al lado de Dionisio. Se me
desbocó el corazón y me estremecí
nervioso. El vaso vibraba en mi mano.
Salté de la silla y fui a su encuentro.
"¡Mi amor! ¡No puedo creer que estés
aquí!" Ahí mismo, frente a otros, frente a
cualquiera, la abracé intenso, frenético,
diciéndole "Te adoro, mamita". "Te
amo" "¡Es increíble, enloquecedor, que
estés aquí!". La apreté con tanta fuerza,
que casi me fundí en ella. “Por poco me
tiras, condenado”, protestó riéndose.
Extremadamente turbado, le di la
tarjeta de la suite para que sacara la
fatiga del viaje. No fui con ella, ni supe
si lo hubiera consentido. Quise
reservarme el gran momento para la
noche de mis sueños, de mi vida.
Aunque me quemaba el deseo y las
ansias por estar con ella, pude
reprimirme. Imagino la cara de idiota
que hice viéndola alejarse con aquel
caminar musical, gracioso y ondulante
que mantenía vivo. ¡Si me vieran los
compañeros de parranda...! ¡El gran
garañón, babeando y capitulando por la
mujer que marcó su vida!
Llevé a Jimena a la zona comercial
más exclusiva de la Capital. Debía lucir
como reina en la mejor noche de
nuestras vidas. " Las joyas que quieras",
le dije. Prefirió que yo decidiera. Fue un
collar de metal, con una gran perla. Ahí
mismo le coloqué un brazalete pantera,
de Cartier, de oro amarillo, granates y
laca negra. Quiso unos pendientes
discretos. También de oro amarillo. De
Carrera y Carrera. El reloj fue de metal
dorado con esfera negra, de Gucci.
Escogió un vestido blanco, con finos
tirantes dorados y pronunciado escote.
Plisado debajo del busto, marcaba sus
curvas y tenía vuelo en la falda que
llegaba arriba de las rodillas.
“Te verás espléndida”, le dije. Los
zapatos de tacón de Stuart Weitzman,
fueron de charol negro con tiras rosas y
blancas.
-Te advierto que al final te dejo la
ropa -apuntó-. Imagina qué explicación
podría darle a mi marido...
-Como quieras, madre, tú mandas -
respondí-
¿Qué lencería prefieres? -le pregunté
.¿Lencería? ¿Para qué? -respondió
resuelta- ¿Crees que necesite lencería?
¡Entorné los ojos y me quedé
petrificado! Anclado en el recuerdo de
aquella muchachita de dieciséis años,
candorosa, inocente, la respuesta me
resultó impactante, inesperada, pero
también provocativa y excitante.
Y ahora estaba ahí, a solas
conmigo, en la suite. Abrazados, la
besaba ansioso, desesperado.
Complaciente, apoyaba su pelvis y
muslos contra los míos. Mis dedos
extendidos querían abarcar toda su
espalda. Las ganas del uno por el otro
nos tenía tan juntos que parecíamos uno
solo.
El inicio de la noche había
transcurrido como un relámpago. Atrás
había quedado la cena. La música de
piano y violines. El baile en la pista. El
roce de los cuerpos. La delicada luz de
las velas. Los recuerdos. Las caricias en
sus manos, en su pelo, en su rostro. Los
besos tocando apenas los labios. Debajo
de la mesa, mi mano en su pierna, que
parecía tocar su piel sobre esa
provocadora y exquisita tela.
Lentamente bajé poco a poco la
cremallera del vestido. Metí las manos
debajo de la tela y sentí la satinada piel
de su espalda. Seguí besándola
enloquecido y con mis labios, con mi
lengua, recorrí por vez primera su
rostro, su cuello, sus orejas, sus
hombros. Mis manos fueron resbalando
hasta llegar a su cintura. ¡Lo que siguió
fue demencial!
¡Borbotones de sangre me golpeaban
las venas y la cabeza casi me estalla al
aprisionar su trasero desnudo! Los besos
y las suaves mordidas en su cuello
subieron de intensidad entre gemidos y
jadeos. Lamía ansioso y voraz. Lo
extraordinario fue que Jimena
correspondía agradable, tierna,
repasando mi espalda y clavándome las
uñas con fiereza. Con suavidad deslicé
los tirantes del vestido por los hombros.
La prenda resbaló despacio, y sin
sostén, saltaron libres dos senos
medianos, firmes, con pezones erguidos.
Alucinado, fui codicioso sobre los
magníficos botones. Lamí alrededor de
ellos, los besé, los mordí con delicadeza
y los chupé en feroz y alocada
embestida. Con las pulsaciones en todo
lo alto, recorrí embelesado una piel
trémula y tibia, que iba conociendo
apenas. Los gemidos de Jimena,
eróticamente viva, aceleraban y
disparaban mi excitación al máximo. En
este torrente de besos, no dejaba de
clavarle los dedos en la firmeza de sus
deliciosas nalgas.
Impaciente, ansioso, jalé hacia abajo
el vestido atorado en sus caderas. ¡Dios
santo! Jimena quedó completamente
desnuda ante mí. Visión etérea e irreal
de un milagro celestial. La ilusión
alimentada y magnificada por años de
anhelos destrozados, estaba ahí,
escandalosamente real. Deslumbrante.
Dócilmente expuesta, entregada a mis
impulsos y ardientes ganas. ¿Cómo creer
que la adolescente que perdí en el
tiempo, estuviera ahí hecha mujer,
desnuda, magnífica, seductora?
De pronto, un miedo terrible fracturó
aquella felicidad. ¿Podría ser que todo
lo que vivía fuera solo un sueño, un
maldito sueño? El temor atroz a que un
brutal despertar desbaratara la magia
del radiante momento, me hizo temblar.
Me invadió un miedo infernal en la
entrañas de que todo fuera una
alucinación creada por mi locura y mi
pasión por ella.
-¡Jimena, te amo! -le dije-.¡Dime
algo! ¡Dime que no eres una visión
forjada en mi delirio por ti! Hazme
saber que eres real y no el vaho de una
ilusión.
-¿No sientes mi cuerpo, Valentino?
¿No sientes mi fuego? ¡Bésame!
¡Muerde mis carnes y entérate que soy
real y toda para ti! Fui resbalando
lentamente por el cuerpo de Jimena.
Quedé hincado frente a ella. La
contemplé, hechizado. Enajenado.
Entumecido. Sin saber qué hacer. Qué
decidir.
Hay mucho de sublime y divino
cuando una mujer inspira algo más que
sexo. No sabía si seguir apreciando la
suntuosidad y generosidad de su cuerpo
o dejarme llevar por el arrebato de mis
instintos. Me prendí de sus caderas y
recargué mi cabeza, de lado, en su
vientre plano, cálido, cosquilleando en
mi mejilla el fino vello de su pubis.
Jimena replicó acariciándome con
ternura el pelo. ¡Madre mía! Cuánto
deseé tenerte así! -le dije-. No tienes
idea de lo que sufrí la tarde de la
ruptura. ¡Me dolió mucho! Sentí que
todo se me derrumbaba. La vida perdió
sentido. Nada me animaba. Tardé mucho
en recuperarme, te lo juro. Debió pasar
mucho tiempo para que yo pudiera
resignarme y darme cuenta que no
podías ser el centro de mi universo por
siempre.
Para mi no había mujer más hermosa
en el mundo que tú, Jimena. Te adoraba,
te veneraba con vehemencia y con esa
pasión enfermiza con que se quiere a la
persona que se considera única,
irrepetible. Hubiera sido capaz de
cualquier cosa por ti, Jimena. ¡Pero te
fuiste, Jimena! Te perdiste de mi vida.
He tenido muchas mujeres, Jimena,
pero siempre, en cada cuerpo,
en cada cama, suspiré por tu presencia.
En cada mujer poseída, imaginaba que
eras tú, Jimena. Al final, la frustración
era terrible, atroz. Pero mira lo que es la
vida. ¡Dios y tú, Jimena, me dan la
grandiosa oportunidad de tenerte esta
noche!
¡Te sigo queriendo, deseando como
loco, Jimena! No sabes las infelices
noches que pasé imaginando mil cosas.
Alucinando con tu cuerpo. No sabes, de
veras, cuánto te amaba. Estoy seguro que
el hombre con el que vives no te quiere
ni te ha querido como yo, Jimena. Yo
hubiera vivido para adorarte, Jimena.
Hubiera ocupado cada minuto de mi
vida en hacerte feliz, Jimena. ¡Esto es
increíble, amor! Me cuesta creer que sea
verdad que estés conmigo. Quisiera con
toda el alma que esta noche fuera eterna.
Que no amaneciera nunca. Mira que no
soy de llantos, pero casi me quiebras de
gozo.
Jimena se dejaba amar en un
silencio místico, donde las emociones
hablan y las palabras sobran. Sus manos
acariciándome el pelo y sus gemidos me
gritaban que estaba conmigo, en aquel
torbellino de hermosa sensualidad.
Recuperado del impacto, empecé a
besar y a lamer su vientre. Alucinado,
me ocupé de su ombligo.
Y bajé luego hasta perderme en
aquel laberinto de luces y sombras hasta
encontrar su carne blanda como pétalos
de rosa. Me halagó su humedad. Y
entendí que Jimena era una mujer real
que respondía a la electricidad de su
cuerpo y que disfrutaba plenamente lo
que vivíamos. Mi lengua exploró con
avidez y ella se tensó, apretando con
gran fuerza mi cabeza entre sus muslos.
“¡Ay, Valentino, siento una lumbre
que me quema toda por dentro! Me
haces sentir cosas que en mi vida jamás
imaginé”. Jimena oprimió más los
muslos y se estremeció, crispando sus
dedos en mi cabeza, para luego soltarse
y quedar quieta, jadeando.
Con cuidado la llevé al piso y le
ayudé a recostarse bocarriba, en la
alfombra.
Fue muy excitante verla ahí,
maravillosa, espléndida, desnuda,
dispuesta, abierta para mí. Exaltado,
flexioné sus rodillas y hundí mi cabeza
entre sus piernas. Repasé de nuevo el
prodigioso manantial recién
conquistado. Sus gemidos y el meneo de
sus caderas me espoleaban para
embestir con más vehemencia. ¡Sentí
que me bebía el universo con toda la vía
láctea y cuerpos estelares!.
Jimena hizo erupción y entre
gimoteos musitó que no podía más. Me
enderecé y desesperado, atropellado, me
saqué la ropa. De rodillas, a su lado,
recorrí una y otra vez las colinas de su
cuerpo. Cuando la sentí repuesta,
sosegada, hincado a nivel de su pecho,
fui de nuevo hacia su vientre. Sus manos
me buscaron, entonces, y un escalofrío
me sacudió cuando empezó a
acariciarme.
Mientras la besaba, me jaló
suavemente y me llevó encima de ella.
Casi reviento cuando me atrapó con su
boca. Con los brazos debajo de sus
muslos, los abrí para incendiar la suite
con un ardoroso, agitado, devastador y
sensacional sesenta y nueve. ¡Glorioso!
Enseguida fui sobre ella. Acodado a los
lados de su cara, besaba con suavidad
sus labios, mientras canjeábamos
palabras rescatadas en la memoria de
los tiempos.
Me orientó a donde quiso y entré al
paraíso, con su enorme bosque de
árboles frutales, sin Eva, sin manzana y
sin serpiente. Mi piel y su piel ardían la
una contra la otra. Los sudores se
mezclaban y los cuerpos resbalaban
deliciosamente pegajosos. En el
vendaval incontrolable de nuestros
impulsos, llevé sus piernas hasta mis
hombros. ¡Virgen Santa! Sentí que me
sumergía en lo más profundo de un
océano cósmico.
Ella me veía a contrapelo,
contemplando mi excitación, mientras yo
contemplaba la suya. Un ángulo de
abordaje perfecto. Perdí razón y control
y arremetí furioso, entrando y saliendo.
Ella, jadeante, replicó agitando las
caderas vigorosamente. El relámpago de
un alarido rasgó el denso silencio que
envolvía la suite y estremeció la noche.
Extraviados en el infinito, caímos en la
nada, flotando en una dimensión sin
espacio ni tiempo. En la turbulencia de
nuestra entrega, balbuceé apenas: "¡Fue
divino coger contigo, princesa"!
Besé sus pies, que tenía a los lados
de mi cara y empujé sus muslos sobre su
pecho. Alcancé sus labios y recreé
nuestra unión con un beso que soñó con
ser eterno. Desnudos, en la cama,
recuperábamos el aliento, complacidos,
felices. Recostados, de lado, uno frente
al otro, posaba mis manos en su cara y
ella las suyas en la mía.
Con la tenue claridad del cuarto, nos
veíamos a los ojos. "Esto es cosa de
Dios, Jimena. Jamás imaginé que
pudiéramos estar así, tan juntos. ¡Cuánta
felicidad, Dios mío! Me haces sentir
regio, sublime, titánico. Capaz de subir
el Everest cuantas veces me lo pidas. ¿Y
sabes? Gracias a tanto sufrimiento que
me carcomió el alma cuando te perdí,
esta noche conocí lo que es la felicidad
extrema".
"Yo también sufrí mucho,
Valentino", dijo entre dientes.
Acariciándonos, llegaron recuerdos de
aquellos años maravillosos. Entre risas,
rescatamos historias que forjamos en
caminatas por el Parque, en paseos por
el campo o en idas al cine.
Evocamos los días en la Capital.
Nos gustaba comer en el bosque, bajo la
sombra de un ahuehuete gigantesco. ¿En
cuántos de esos árboles grabé a
navajazo limpio un corazón con nuestras
iniciales, atravesado por una flecha? A
veces paseábamos por el centro mirando
escaparates, observando viejos
caserones, bromeando con transeúntes o
con vendedores. O disfrutábamos el
Paseo de la Condesa, con su calzada
central flanqueada por frondosos álamos
y cedros. Te llevaba de la mano y
saboreabas el helado que tanto te
gustaba, de vainilla y chocolate.
-¿Recuerdas la vez que intentabas
levantarme por la fuerza de una banca y
que yo me resistía a toda costa?
-Se hacía tarde y mi madre me
regañaría si me pasaba de la hora
permitida.
-¿Y adivinas por qué no quería
pararme?
-No, la verdad no. Ni idea.
-Traía calzones y pantalones
holgados ¡y una insolente erección! Si
me ponía de pie, ¡te ibas a dar cuenta!
En aquel tiempo, era una gran vergüenza
que me vieras así, alterado.
-Ja jaja ja. Lo que dices...
-Y si me pongo de pie y notas mi
erección, ¿qué hubieras hecho?
-A lo mejor te agarro… ja ja ja ja
-¡Pues me lo perdí por pendejo.
Los recuerdos y ocurrencias
brotaban entre risas. Por eso me extrañó
que de pronto Jimena callara y terminara
con el barullo. La vi seria, pensativa.
"¿Te pasa algo, mi vida?", le pregunté,
acariciándola. "Nada, Valentino. Sólo
que me pasa lo que a ti: no me creo tanta
felicidad", replicó.
Luego, posando dos dedos en mis
labios, me dice muy formal:
-¿Sabes por qué terminé mi relación
contigo?
-Mira, el rompimiento fue tan brutal
y tan extraño, que siempre me pregunté
qué hice mal o por qué tu cambio tan
repentino. En aquellos días me hubiera
gustado saber qué pasó. Ahora no. Ya no
me importa. Me dolió mucho. Sufrí
mucho tu pérdida. Pero ya no me
interesa saber qué ocurrió, ni los
motivos que tuviste para dejarme.
Y menos me importa, después de lo
vivido en este cuarto. Pensé en muchas
cosas, por supuesto. Y lo más probable
es que hayas preferido al hombre que
terminó siendo tu marido. Te llevaba
por ocho o diez años de edad. Hasta
cierto punto fue lógico que eligieras a
alguien mayor que a uno de tu edad.
-Pues fíjate que ese no fue el motivo.
Yo también te quería mucho, Valentino.
Y por lo mucho que te quería, no tuve el
valor ni el coraje de contarte lo que me
sucedió y marcó mi vida. En aquél
tiempo tuve miedo de tu reacción. De lo
que pensaras de mí.
-¿Un suceso que marcó tu vida?
Intrigado, me zafé de Jimena, me
incorporé un poco y me recargué en la
cabecera. Ella también se irguió y se
acurrucó en mis brazos. Ahora sí quería
saber qué fue lo que marcó su vida y que
incidió en nuestro rompimiento.
-¿Qué fue tan grave para que
destruyeras lo nuestro, Jimena? -Me
aventuré a preguntarle.
Jimena se encogió todavía más y se
hundió en mi regazo, abrazándome con
intensidad. Pasé mi brazo por su espalda
y le acaricié suavemente su costado y
parte de su pecho.
-Es que…-Jimena sollozó y no pudo
continuar-.
-A ver, Princesa, levanta esa cara.
Lo que pasó, pasó y ya. Si quieres
contarlo, cuenta, pero ya te dije que no
es algo que ahora me importe. No me
digas nada si no quieres...
-¿Tú crees que después de tantas
cosas tan lindas que hemos vivido en
este reencuentro no te lo voy a
contar?
-Te escucho, pues...
-Tú sabes que vivía con Miguel, un
sacerdote ya entrado en años. Era mi
padrino. Empezando por ahí, es algo que
no perdonaré nunca a mis padres. ¿Por
qué me regalaron con él, como si fuera
un objeto, una mascota? ¿Por qué no me
quisieron? Bueno, este es otro tema que
algún día te platicaré.
Lo que ahora te quiero contar
ocurrió cuando tenía catorce años.
Todavía no te conocía. Hubo una
convención católica en el pueblo.
Llegaron sacerdotes de diferentes puntos
del país. Nunca supe por qué motivo mi
padrino hospedó a uno de ellos en la
casa.
Al tercer día de la Convención, mi
padrino debió oficiar misa de gallo a
media noche. El sacerdote que estaba en
la casa pretextó un malestar para no
acompañarlo.
Antes de que mi padrino saliera, el
sacerdote se recluyó en su cuarto.
"Discúlpame, Miguelito. Tengo mucho
sueño y me duele bastante la cabeza",
recuerdo que dijo.
Su cuarto se comunicaba con el mío
con una puerta que tenía cerradura.
Cuando me retiré a dormir, me cercioré
que la puerta principal estuviera bien
cerrada y que la puerta que daba al
cuarto del sacerdote invitado quedara
bajo llave.
Estaba profundamente dormida
cuando sentí como si tuviera un peso
sobre mis piernas. Creí que soñaba,
pero cuando la sensación fue más
intensa, desperté sobresaltada.
En la penumbra vi horrorizada que
un bulto se arrastraba sobre mí. El susto
me paralizó. Llena de miedo, me acordé
del sacerdote que se había quedado en
casa. Quise gritar para pedirle ayuda,
pero ninguna palabra salió de mi
garganta. El pánico me había dejado
muda.
Si aquello ya era espantoso, lo que
siguió fue de terror. Con el reflejo de luz
que se filtraba por los huecos de las
cortinas, ¡me doy cuenta que el bulto que
me atacaba era el huésped de mi
padrino!. ¡Totalmente desnudo se
encaramaba sobre mí!
Quise levantarme, correr y gritar,
pero el muy desgraciado, con todo su
peso encima, me cubrió la boca con su
manaza. Manoteando, pataleando, me
defendí como pude, sin conseguirlo.
¡Era una niña de catorce años,
Valentino!
M e rasgó la ropa y entre el forcejeo
sentí algo terrible que me desgarró las
entrañas. Lloraba, pero mis gritos se
ahogaron en la mano de ese infeliz. El
dolor fue horrible, infernal, porque ese
mal nacido empujaba brutalmente y
esperó dentro de mí hasta que dejé de
llorar.
Lo que me dijo luego no lo voy a
olvidar nunca. Sus malditas palabras
todavía me retumban en la cabeza: "Que
esto quede entre nosotros, Jimenita. Es
cosa del Señor. Me envió a que te
bendijera. ¿Verdad que no se lo vas a
decir a nadie, Jimenita? Ni siquiera a tu
padrino Miguelito. ¡Imagínate, se
pondría malito de la impresión! ¿Verdad
que no lo contarás?"
Me sentí humillada, destruida.
Deshecha. La peor del mundo,
Valentino.
Sin dejar de llorar, cambié las
sábanas ensangrentadas y me enfundé
otra pijama. Atranqué la puerta con
bancos, sillas y un tocador. Temblando,
con mucho frío y un dolor insoportable
entre las piernas, pasé la noche
llorando. Sentía mucho miedo con el
miserable ese en la casa.
Al otro día no me atreví a decirle a
mi padrino lo que me había hecho ese
infeliz. Me atemorizaba que pensara que
yo tenía culpa de lo que pasó esa noche.
No te imaginas mi dolor, mi vergüenza,
mi rabia, al ver a ese hijo de puta
desayunando tan campante con mi
padrino, y aprovechando momentos
propicios para sonreírme con un cinismo
pavoroso.
A los dos días, luego de una comida
en el convento, se clausuró la
Convención y los sacerdotes se fueron.
Luego de varias semanas de llorar y
pensarlo mucho, me sobrepuse al temor
y vergüenza que sentía y le conté todo a
mi padrino.
Apoltronado en el sillón de su
biblioteca, me escuchó con mucha
atención, pero sin alterarse con mi
relato. Impasible, serio, me abrazó y me
dijo: “Mira, Jimena, esto que pasó
podemos denunciarlo o guardarlo en
silencio para siempre. Si lo
denunciamos, será un escándalo para la
Iglesia y ya no vamos a remediar nada.
Mejor vamos a olvidarlo y que Dios
perdone a Catarino".
Jimena estalló en llanto y solo pudo
continuar luego de varios minutos: "No
sabes la furia que sentí con la pasividad
de mi padrino. De inmediato fui a
encerrarme a mi cuarto, me eché a la
cama y lloré todo ese día. Nunca
imaginé esa respuesta de mi padrino".
-¡Qué poca madre de tu padrino,
Jimena!... ¡Y del hijo de mil putas del
Catarino ese! ¡A ese cabrón lo mato! De
veras Jimena. ¡Lo mato!
-¡Yaaa, Valentino! Eso pasó hace
mucho tiempo y no vale la pena
mancharse las manos con esa bazofia.
¿Ves cómo te encendiste? Imagina cómo
te hubieras puesto en aquel tiempo. Te
conozco muy bien, Valentino. Eres muy
atrabancado y tuve miedo de tu reacción.
En fin, ya pasó todo. Esa pesadilla
quedó atrás, aunque debo reconocer que
terminó desgraciándome la vida.
-¿Por qué no me lo dijiste, Jimena?
Te aseguro que lo hubiera entendido.
¿Cómo pudiste romper conmigo, mi
amor..? ¡Yo te quería a morir!
-No, Valentino. Yo sé que no lo
hubieras entendido. Además, ni tú ni yo
pensábamos entonces como pensamos
ahora. Me dolió mucho haberte dejado,
pero fue mejor así. Yo guardo recuerdos
muy lindos de todo lo que hubo entre
nosotros. Ahora, ¿quieres que te diga
algo más?
-¿Todavía hay algo más, Jimena…?
- pregunté exaltado.
-No se espante, señor. Lo que le voy
a decir es muy bonito.
-Sí que me tienes en ascuas, amor...
¿Qué me vas a decir?
-Que esta noche, contigo, Valentino,
supe por vez primera lo que es un
orgasmo. El sexo me daba miedo y en
todos estos años jamás llegué a un
orgasmo con mi marido. Sentí contigo lo
que jamás había sentido. Fue algo
divino, Valentino.
-¿Estás hablando en serio?
-¿Por qué habría de mentirte? Esta
noche he conocido más que en toda mi
vida de casada. Luego de lo que me
pasó, el sexo con mi marido fue de
pánico. Nunca me entendió. Siempre ha
creído que yo tuve culpa en lo que me
hizo aquel desgraciado. Siempre
recriminándome, reprochándome.
Calificándome hasta de puta.
De veras, Valentino, mi vida con
este hombre no ha sido nada grata. Estoy
convencida que uno nacen con estrella y
otros nacimos estrellados.
-¿Ves? Conmigo hubieras sido feliz,
mi vida...
Jimena ya no dijo nada. Me abrazó y
sorpresivamente se subió en mí. En cosa
de segundos nos prendimos de nuevo.
Sintió cómo me recuperaba y empezó a
mecerse deliciosamente.
Fue otro encuentro fogoso,
abrasador, salvaje, en una postura donde
Jimena reinaba. Vibraba con los golpes
de su carne suave y húmeda. El placer
era único, de otro mundo. Al notar
Jimena que mi respiración se agitaba
cada vez más, dejó caer su cuerpo sobre
mi, me abrazó del cuello y con su labio
inferior en mi boca me besó ardiente,
efusiva.
Fueron momentos delirantes, en los
que no supe si yo era el que embestía o
ella la que devoraba la serpiente. ¡La
explosión fue fantástica, soberbia!
Jimena quedó sobre mí, abrazada de
mi cuello. Con el calor de su rostro en el
mío, posé mis manos en su deslumbrante
trasero. Satisfechos, rendidos, así
permanecimos hasta caer en un profundo
sueño.
Al despertar, me inquieté porque ya
no tenía a Jimena encima. Pero al darme
vuelta, la vi a un lado, bocabajo,
desnuda. Estaba por amanecer. La noche
se extinguía y Jimena debía regresar a su
mundo. Arrobado, contemplé y gocé sus
colinas espléndidas y sus hondonadas
admirables. Con la mano repasé varias
veces su espalda, sus piernas y sus
nalgas soberbias, que palpé, sobé y
acaricié por un largo rato. Jimena, entre
dormida y despierta, se dejaba hacer
ronroneando feliz.
¡Estaba hechizado con su cuerpo! Ni
en mis sueños más salvajes imaginé
tener así a Jimena. Enardecido, fui al
baño por un frasco de aceite. Se lo unté
con suavidad. No supe si Jimena seguía
dormida o aceptaba tolerante aquella
unción.
Excitado, me recosté sobre ella,
acodado a los costados. Recibió mi
vaho tibio en la nuca. Tembló. "Sigues
tan linda como siempre, Jimena. Te amo,
mi vida...", le dije casi en secreto al
oído. "Mmmm...", masculló sensual.
Inflamado de deseo, intenté lo
diferente. Jimena emitió un quejido.
"No, Valentino, por ahí no...", susurró
apenas, arrastrando la voz sin mucha
voluntad. Insistí. Volvió a quejarse, pero
ya no protestó. Avancé cuidadoso,
espoleado por los suaves gimoteos de
Jimena.
Repentinamente, aquel cuerpo
receptivo, inmóvil, sosegado, empezó a
agitarse con furor. Sin remedio, quedé
atrapado. Siguió una tempestad de rayos
y relámpagos. Olas de placer nos
zarandearon en un mar embravecido. La
tormenta perfecta. ¡De locos!
Besé el cuello de Jimena, le acaricié
el pelo y rodé hacia un lado. Agotado,
me quedé dormido. La luz del día, que
escurría entre las cortinas, me despertó.
Me di vuelta para ir sobre Jimena. ¡No
estaba! Comprendí que el trato
convenido se había cumplido en todos
sus puntos. Jimena había desaparecido.
El encanto había finalizado. Sin razón,
grité como loco: ¡Jimena! ¡Jimena!
Salté de la cama y fui
apresuradamente al baño. ¡Nada! La
cabeza me daba vueltas y en torrente me
llegaron imágenes de la ardiente noche.
¿Todo fue un maldito sueño?
Me senté desconcertado al borde de
la cama. Inclinado, hundí la cara entre
mis manos. ¿Cómo pudo ser un maldito
sueño tan real?, me repetí varias veces.
Miré, entonces, hacia la puerta de la
suite. En el piso, revuelto, había
quedado el vestido blanco de Jimena....
AFFAIRE A LA FRANCESA
Sorpresivamente, Monique franqueó
la puerta y se volvió para cerrarla y
ponerle seguro. Sentado ante el
escritorio, repasaba los titulares de los
diarios. Antes de cualquier reacción,
tenía a Monique a mi lado.
Lanzó tres folders sobre el
escritorio, de los que resbalaron varios
documentos.
-¡Vamos, anda, apúrate, que mi
marido me espera en el coche! –exigió
mientras tiraba de mis manos. Me puse
de pie y tomándola de las mejillas, le
besé la boca.
-¿Vienes muy caliente, mi amor? –le
susurré al oído.
-Sabes que siempre me pones muy
caliente, Valentino. Esta noche nos
vamos a Canadá y estaremos allá más de
una semana. No quiero irme sin que me
hagas el amor, Valentino. Así que,
¡apúrate!
Monique es una atractiva francesa.
Grandota. 1.80 de estatura. Piernas
largas y firmes. Su pecho es mediano y
su trasero despierta el morbo de quienes
la ven, pese a que siempre utiliza ropa
holgada . Sus ojos son grises, grandes,
con una mirada sensual y profunda. Su
boca es mediana, con labios carnosos
que invitan a devorarlos.
Monique se maquilla poco. Apenas
lo esencial. No es de lucir espectacular.
Prefiere blusas convencionales, de
botones, y sin escote. Sus vestidos o
faldas son amplios y van debajo de las
rodillas. Por lo general, se cubre con
suéteres abiertos, de colores firmes. Una
mujer común, ordinaria, discreta, que de
acuerdo a su ropa, le place pasar
inadvertida. "Si los que te ven supieran
lo que tienes bajo esa ropa, irían sobre
ti enloquecidos." Monique suelta la
risotada con lo que le digo.
A Monique la conocí en la Alianza
Francesa. La empresa necesitaba
traducir unos documentos en francés y
fui ahí en busca de alguien que lo
hiciera.
Pregunté al director de la institución
por un traductor. Monique, cerca de
nosotros, intervino y dijo que si no había
inconveniente, ella podría hacer el
trabajo.
El Consejo Directivo de la empresa
apreció mucho el desempeño de
Monique y le pagaba generosos
honorarios. Yo la embromaba,
diciéndole que ganando como rica, me
invitara a comer o a beber algo. Que me
encantaría salir con ella, porque
adivinaba que tenía un cuerpo
espectacular que sabía disimular muy
bien.
Me divertía, además, encomiar su
porte, su andar, su inteligencia, sus
labios.
Monique sonreía, al parecer
halagada, pero sin pronunciar palabra
alguna. Luego de un tiempo de halagos y
lisonjas, pareció enfadarse. En cierto
momento, me encaró enérgica y hostil,
descargando la advertencia:
-Mire, Valentino, soy una mujer
casada, seria, decente, y creo que no le
he dado motivo para que me diga todas
esas cosas. Así que le suplico me
respete, por favor.
Uups! Quedé desconcertado.
Confundido. Nunca imaginé que
Monique reaccionara de esa manera. A
partir de ahí, tomé distancia de ella. Me
limité a comentar lo estrictamente
esencial, relacionado con el trabajo.
Transcurrieron varias semanas antes
de que me atreviera a embromarla de
nuevo. Fue al final de un mes en que
tradujo un gran número de temas.
Olvidándome de su sermón, le dije:
-Con ese dineral que cobró, ahora sí
me va a invitar un buen bife, ¿no lo cree,
señora? Para mi gran sorpresa, lejos de
molestarse, Monique sonrío amable y
con un tono suave respondió: -¿Y por
qué no me invita usted? Se supone que el
hombre es el que invita.
-Ah, pues no faltaba más. ¡Claro que
la invito!
Entusiasmado por el cambio de
actitud y la disposición de la francesa,
la llevé a un restaurante argentino. Entre
chori panes, empanadas y un suculento
churrasco acompañado con vino tinto,
disfrutamos un rato muy agradable.
Me contó de Nantes, el lugar en que
nació en Francia. -Ahí también nació
Julio Verne -comentó entusiasta- Y hay
un museo dedicado a su obra. Ahí
podrás ver libros, manuscritos,
documentos originales. Guarda mucha
historia. Es muy interesante.
Me habló también de las maravillas
de la ciudad.
-Algún día deberás conocer El
Castillo de los Duques de Bretaña. Es
hermoso. Fantástico. Una fortaleza de
piedra blanca -relató-.
Se refirió también a la Catedral de
Nantes, con 600 años de historia. -Una
joya gótica que emociona a cualquier
visitante -precisó exultante-
-Pero hay otra joya de Nantes de la
que no me ha contado, señora -le dije-.
-¿Cuál, Valentino?
-De usted! Que es un primor de
señora que me encantó desde el día que
la conocí en la Alianza.
-Eso debes decirle a todas,
Valentino. Ya me han contado cómo son
los mexicanos, pero se ve que tú superas
a todos. Eres único.
Acabamos con la botella de Chateau
Petrus, de los viñedos de Burdeaux, uno
de los vinos tintos más finos del mundo.
Una bebida para recordarle a Monique a
su querida Francia. Y para coronar una
tarde tan especial, pedí 'Agavero', un
tequila compuesto por tequilas
reposados y añejos, mezclado con la
afrodisiaca flor de Damiana.
Luego de cuatro caballitos de
'Agavero', nuestra charla subió de tono y
nuestras risas fueron más sonoras.
"¿Sabes que este tequila es afrodisiaco,
Monique?"
-No me diga que me quiere seducir,
Valentino.
-¿Y qué si eso quisiera, señora? ¿Le
molestaría?
-Recuerde que soy casada. Tengo
marido y una pequeña de tres años.
-¿Y lo vamos a andar contando?
En El Mirador, un parador terraza
en la montaña que domina toda la vista
de la ciudad, Monique ronroneaba a
gusto en el coche, mientras yo
jugueteaba con su pelo.
Me excitaba su rostro plácido, su
mirada extraviada y sus labios
entreabiertos. Mareada con lo que había
bebido, se refugiaba en mi pecho.
-¿Sabes que me gustas? –le dije al
oído y le pasé la mano por el cuello,
acariciándolo. Alzó los hombros y se
encogió estremecida.
-¿Te digo algo? –dice alzando la
cara y posando un dedo en mi boca-.
-Me gustaste desde que te vi en la
Alianza. Ya no lo puedo negar. Te
rechacé porque me inquietabas
demasiado. Me dio miedo llegar a
donde estamos ahora. Reprimí con gran
fuerza de voluntad mis ganas por
corresponderte. Sabía que no era lo
correcto. No te lo podía decir. No te lo
debía decir. No soy una mujer que corre
atrás de los hombres.
Creo que un hombre es suficiente –
mi marido- y a veces hasta ese uno es
demasiado. Y algo importante, jamás le
he sido infiel.
Abracé a Monique y empecé a
besarla por todos lados: el rostro, los
labios, el cuello. Alterado, le pasé la
mano por el pecho, encima de la ropa,
sin encontrar resistencia alguna. Palpé
unas colinas erguidas y turgentes.
Gimoteó. Excitada también, se regalaba
displicente. Le abrí la blusa y tiré del
borde del sostén. Saltaron unos pechos
lechosos, con pezones endurecidos,
afilados hacia el frente. Los sobé con
suavidad y enseguida me ocupé de ellos
con labios, dientes y lengua.
-Bien que sabes cómo tratar a las
mujeres. ¿Has tenido muchas? –susurra
entre jadeos-.
Derrumbadas las barreras, el juego
fue totalmente sexual. Le subí el vestido
y contemplé unos muslos firmes,
poderosos. Tanteé el camino y fui a la
conquista de su entrepierna.
Monique se encogió y dirigió su
cabeza contra mi vientre. Restregó su
cara sobre el pantalón y liberó luego lo
que buscaba. Debí contener un grito
cuando sentí su boca llevándome a la
gloria.
Mis dedos se agitaban en un paraíso
cálido y húmedo, mientras Monique se
desprendía unos segundos para
preguntar "¿Sabes lo que es un beso
francés?"
"¡No sé, pero sigue!", exclamé. Con
la adrenalina a tope y los sentidos a
punto de explotar, tartamudeé: -No
aguanto más -le dije-. Vamos a algún
lado...
-¡A donde quieras, Valentino!
Llévame a donde quieras –respondió
turbada, con la voz entrecortada-.
En un hotel a orillas de la ciudad,
desvestí por completo a Monique. ¡Qué
figura! Alta, esbelta, de senos
impresionantes, caderas anchas, cintura
breve y piernas poderosas, parecía
modelo de pasarela. Confirmé que la
ropa que vestía habitualmente no hacía
favor alguno a su espléndida silueta.
-¡Estás divina! –exclamé
sorprendido-.
-Adulador –replica-. Eso debes
decirles a todas las que se acuestan
contigo.
Con rapidez me saqué la ropa y nos
tumbamos en la cama. El deseo de los
dos se convirtió en hoguera. Monique
yacía dócil como una esclava sometida.
Me coloqué encima de ella y los
cuerpos se ajustaron como piezas de
reloj.
Monique, con el rostro enrojecido
por la excitación, se apretó contra mí.
Alisé el fleco que cubría su frente y la
besé. Se encendieron las sensaciones y
vi lágrimas que resbalaron de sus ojos.
"Son de felicidad, Valentino", dijo. Nos
movió una energía que podía cambiar el
mundo. Las pulsaciones subieron y los
cuerpos se tensaron. El intenso impulso
de nuestras pelvis nos llevó al infinito y
al estallido enloquecedor.
-¡Anda! ¡Apúrate! ¿Qué esperas? –
urgía Monique-. Nerviosa, levantaba un
pie y luego el otro, para sacarse los
calzones.
-Así me gusta, mademoiselle -le
susurré, abrazándola y metiéndole las
manos por debajo del vestido hasta
aprisionar su trasero desnudo-.
Abrazada, la senté al borde del
escritorio, cerca de la pared de cristal
que daba hacia la calle. Dos enormes
cortinas, del techo al suelo, que
cerraban hacia el centro, daban
privacidad al lugar. Por un pequeño
hueco entre las cortinas, vi el coche de
Monique, estacionado en la acera de
enfrente. Mateo, su esposo, al volante,
se distraía leyendo el ‘Paris Match’. La
sangre me hirvió con la idea de ver a
Mateo mientras lo hacía con Monique.
Sentada en el escritorio, Monique se
alzó el vestido hacia la cintura y
confiándome sus largas piernas, me
pidió que fuera hacia ella.
La altura del escritorio fue ideal
para que nos acopláramos con justeza.
Entre las piernas de Monique empujé
hasta tocarla apenas. Así la recorrí
varias veces, evitando franquear la
gloriosa morada.
-¡Oh, Dios! ¿Qué me haces,
Valentino? ¡Mon Dieu, c’est fantastique!
¡Me enloqueces! –exclamó gimoteando.
Seguí mi provocación sobre
Monique, con el morbo de ver a Mateo,
tranquilo, feliz, leyendo su periódico.
-¡Ya, Valentino, ya! ¡No puedo más,
Valentino! ¡Por lo que más quieras, ya
no me hagas sufrir, mon amour…!
¡Metellus, s’il vous plaît! (¡Mételo, por
favor!).
Me incliné y alcé los muslos de
Monique, que de inmediato los trabó en
mi cintura y se deslizó hacia mí,
apretándome con gran fuerza.
En el vaivén de nuestros cuerpos, me
estremecí enardecido al ver la santa paz
de Mateo volcado en el 'Paris Match'.
Imaginaba a su mujer en una junta de
negocios y no ensartada en la base de un
escritorio. A punto del colapso, cubrí la
boca de Monique y yo me mordí los
labios para no reventar en un alarido.
Resoplando, nos relajamos.
Monique bajó las piernas. Nos
apartamos. En la acera de enfrente, en el
auto, Mateo seguía leyendo el ‘Paris
Match’.
Con Mateo en gira de trabajo por
Estados Unidos, lo hacíamos en el
departamento de Monique.
Concretamente, en su recámara. En la
misma cama donde cohabitaba con
Mateo. Un cuadro en el buró mostraba la
fotografía de la boda de Monique y
Mateo. Cuando estábamos en la cama,
por respeto y discreción, yo volteaba la
fotografía contra la pared. Monique juró
que aparte de su marido, yo era el único
hombre en su vida. “Lástima que no
quieras algo serio conmigo, porque yo
no soy de aventuras”, me dijo alguna
vez.
Una tarde, al llegar a su
departamento, me sorprendió que una
atractiva joven, de unos veinte años,
abriera la puerta.
-¡Monique, te buscan! –gritó, al
tiempo que se despedía y pasaba a mi
lado para salir a la calle-.
-¿Y ella? ¿quién es? –pregunté
intrigado a Monique.
La respuesta fue otra gran sorpresa.
Indiferente, llana, hasta con desparpajo,
respondió: -Es Ann, la hija de mi
marido…
-¡¿Queeeeé?!
-Pero no te preocupes. No pasa
nada. Ella sabe de ti como yo sé de
todas las aventuras de ella. No le
conviene decir nada.
-¿Y no le importa que venga a verte
mientras su padre está de gira?
-Para nada. Ya te dije. Ni me ve ni
la veo. Y todos tranquilos.
Luego de un tiempo, Monique y su
familia debieron regresar a Francia. Le
perdí la pista. Años después, la encontré
en internet.
Luego de recordar infinidad de
pasajes de nuestra relación, Monique
escribe: ‘¿Sabes que estuve a punto de
divorciarme por tu culpa?’
-¿Por mi culpa?
-Ann y yo tuvimos un disgusto acá,
en Francia. Y no encontró mejor
desquite que contarle todo de ti a su
padre. Enojadísimo, Mateo me habló al
trabajo y entre gritos, insultos y
maldiciones, me dijo que ya no quería
saber nada de mí.
¿Qué me quedaba? Pues sí, le dije,
todo es cierto. Todo fue producto de una
calentura. Si quieres el divorcio, te lo
firmo. Afortunadamente se tranquilizó
luego y las aguas volvieron a su cauce.
¡Lástima que estés tan lejos,
Valentino! Quiero decirte que te quise
mucho y que aún llenas mis sueños.
¿Cómo me voy a olvidar de aquella
primera vez en el hotel? Tuve un
orgasmo muy fuerte, como nunca lo he
vuelto a sentir. ¿Tú crees que me voy a
olvidar cuando lo hacíamos en tu
oficina? En el sillón, en el escritorio o
en el piso.
Recuerdo con mucho cariño todo lo
que vivimos y tienes un lugar especial
en mi corazón, lo sabes…¿Y te digo
algo, cabrón? No me hubiera importado
divorciarme si supiera que algo
significo para ti…
¡ME ENCANTABA SER TU
PUTA…!
Desganada, Diana picoteaba las
teclas de la computadora.
Buscaba algo en internet que la
sacara de su apatía, de su depresión.
Intermitentemente cabeceaba sobre
la máquina.
El sueño empezaba a dominarla.
El tono de una nueva ventana la
sacudió.
Un estremecimiento recorrió su
cuerpo.
Se enderezó bruscamente. Sintió que
el corazón le dio un vuelco.
El nombre de Valentino en la
pantalla, invitándola a chatear, la
estremeció...
-"¡Hola!", leyó en la ventana…
-¡Valentino! ¡No creí volver a saber
de ti…!
Sin esperar respuesta, un impulso
incontrolado la empujó a seguir
escribiendo…
-Esto es un regalo de cielo,
Valentino. ¿Cómo estás?
-Me encanta saludarte, Diana,
después de tanto tiempo...
-Te quise como loca, Valentino…
-Yo también, Diana…
-Después de tanto tiempo, imagina.
Todavía recuerdo aquella tarde que me
dejaste plantado por otro… ¡Cómo me
dolió!
-Cómo te puedes acordar de eso,
corazón…
Valentino y Diana trabajaban en la
misma empresa. Valentino era el
director general. Su perfil era más que
interesante: poder, dinero, fama e
influencias. Diana inició como su
secretaria. Después fue su amante.
Sucedió a media semana. Todo
estaba acordado.
Por la tarde, al salir de la empresa,
irían a tomar una copa. Después a
bailar. Luego, lo que surgiera…
Antes del mediodía, Diana entró a la
oficina de Valentino.
-¿Qué crees, amor? No recordaba
que tengo cita con el dentista. ¿Dejamos
para otro día nuestra salida?
-Seguro, mi vida. No hay problema.
Diana partió a su casa. Valentino
decidió continuar con los puntos finos
de un proyecto. Después de varias
horas, cansado, se recostó en el sillón.
Estiró los brazos y luego los echó hacia
atrás entrelazando los dedos en la nuca.
Pensó en Diana. ¡Qué bellas es! Su pelo
lacio, largo, enmarcaba con exquisitez
un expresivo rostro con cierto dejo de
tristeza. Su imagen le recordaban esos
retablos egipcios de mujeres deliciosas.
-Bueno, ¡vámonos! -se dijo a sí
mismo y apiló los documentos
revisados.
Abordó el deportivo y pulsó el
tablero para escuchar música. Relajado,
inició el camino a casa. Llegando a la
esquina debió frenar para dar paso a un
grupo de peatones. De pronto, enarcó
los ojos y sintió que un sudor frío le
recorrió el cuerpo. ¡Sorpresa! Entre la
gente que atravesaba, iba Diana. Y ante
su asombro, ¡de la mano de un sujeto!
-Fue algo de lo que me arrepentí
siempre y te metiste más en mi cabezota.
¡Pobre pendejo aquél!, -escribió Diana.
Valentino quedó aturdido,
confundido. Tres claxonazos
repiqueteados con coraje desde atrás, lo
sacaron de su estupor. Desconcertado,
no se dio cuenta que la calle estaba
liberada para continuar su camino.
Aceleró furioso y atravesó la calle como
autómata. La sangre se le agolpaba en la
cabeza. La rabia le transpiraba por los
poros. La primera intención fue dar
vuelta a la manzana y alcanzar a la
pareja.
"¡Le voy a partir la madre a ese
desgraciado!", gritó furibundo. "No, no,
no", reflexionó. "¿Y si Diana lo defiende
y resulta que yo soy el pendejo? ¡Qué
ridículo! ¡Que chinguen a su madre los
dos y a otra cosa, mariposa!"
En casa, Valentino se desplazaba
como fiera enjaulada de un lado a otro.
Programó música y preparó un caballito
de tequila. La cabeza le daba vueltas
como si la sacudiera un remolino. Apuró
la bebida. Se sirvió otra. Y luego otras
más. Valentino quería ahogar en alcohol
la frustración, el coraje, los celos.
Con el pensamiento caliente, entre
trago y trago, decidió acabar con todo.
Diana lo había decepcionado.
Después de todo, no merecía ni un rato
de tristeza. ¡Al Diablo con ella! Sobran
mujeres en el mundo.
Al otro día, al llegar Valentino a la
empresa, Diana fue tras él…
-Valentino, quiero decirte algo -dijo
Diana entrando a su oficina-.
-No tengo tiempo ahora. Me lo dices
después -respondió Valentino-,
sentándose ante el escritorio y
concentrándose en unos documentos,
desatendiéndose de Diana.
Diana fue insistente, pero Valentino
contestó siempre con negativas. Con
absoluto rechazo.
-Te dije que tenías que oírme… -
escribe ahora Diana-. Que no me
importaba nada más que estar contigo.
Que era una pendeja. Que quería estar
contigo y que no me importaba que todos
se dieran cuenta de lo nuestro. Aunque
creo que para entonces, ya todos sabían
de nuestra relación. Me hacías sentir
todo lo que con nadie había sentido.
Valentino se mostró impasible a los
ruegos de Diana.
Coincidentemente, era un día de
celebración para la Empresa. Se
preparó una parrillada en el bosque, al
pie de la montaña.
-¿Me voy a ir contigo al convivio?,
le preguntó después Diana.
-No- respondió Valentino, distante y
hosco …
-Ya les dije a Alférez, Godínez y
Fernández que van conmigo. No cabes.
El deportivo es muy justo, lo sabes…
Ya en el bosque, Diana se
incorporaba a los grupos donde
Valentino departía entre anécdotas,
gracejadas y chascarrillos.
Cuando Valentino se percataba de la
presencia de Diana, se retiraba
bruscamente, sin disimulo alguno, para
integrarse a otro corrillo. Así sucedió
varias veces.
Mientras los parrilleros ponían el
asado a punto, se organizó un picado de
futbol. En cierto momento, el balón salió
disparado hacia lo profundo del bosque.
Le tocó a Valentino buscar el balón y
Diana, que no lo perdía de vista, corrió
tras él.
Cuando Valentino se dio vuelta con
el balón en la mano, encontró de golpe a
Diana.
-¡No puedo más, Valentino! ¡Te
quiero! ¡Perdóname!
-No tengo nada que perdonarte.
Puedes hacer de tu vida un papalote.
-¿Qué quieres que haga para que me
perdones? ¿Qué me hinque? ¡Me hinco!
Diana se desplomó y quedó hincada
entre la hierba, abrazada a los pies de
Valentino. La humillación de Diana
desarmó a Valentino, que terminó
abrazándola con el furor de siempre.
-En la reconciliación, todo fue con
mucho coraje, ¡pero me gustó!. Tú fuiste,
no sé por qué, el único que me hizo
sentir algo diferente. Creo que porque
me enamoré de ti -escribe Diana-.
-Recién enviudé, Valentino, ¿lo
sabías?
-Sí, me dijeron…
-Cuando Julián me propuso
matrimonio, le dije que con gusto me
quedaba con él, pero que supiera que al
que amaba era a ti. Nunca me lo
reprochó. Fue un buen hombre. Le di lo
que él quería y él me dio lo que tenía.
Pero el amor fue tuyo y de nadie más.
Tú me amaste violentamente, pero nunca
supe si te gusté como mujer o si te
satisfice.
-Claro que me gustaste y por
supuesto que me satisfacías plenamente.
Fuiste un gran momento en mi vida…
-Mis noches las pasaba recordando
todo lo que me hacías. Me gustaba verte,
fuerte como un toro. Nadie como tú para
esas cosas. Tú me volviste loca. Eres un
bendecido de la vida.
¡Qué carrazos tenías! Te veían entrar
a la empresa y yo decía, ¡ese hombre es
míooo! Eras un volcán. ¡eras un tigre
indomable!. Te gustaba chuparme. Me
volvías loca. Aquella vez, luego de
volver del bosque, me hiciste todo. ¡De
todo!
Y yo me quedé con las ganas de
hacértelo a ti, pero tú eras un torbellino
sobre mí. Sin darme un segundo. Me
encantaba tu verga. Yo era tu puta. Yo
era feliz.
- Yo también fui feliz. Nuestro amor
fue delirante.
-Así me gustaba sentirme para ti. No
era recatada como otras pendejas
bonitas que eran señoritas. Ja ja ja, no
saben lo que se perdían.
-El coche se convertía en una
hoguera…
-Recuerdo que te gustaba que te la
agarrara mientras manejabas. Me metías
la mano, rico. Cuando me subía a tu
coche, ya ardía. ¡Y no era la única,
cabrón! A todas les gustabas. …Mmmm,
Valentino, eres increíble, por todo lo
que me cogiste.
-¿Alguien te cogió mejor?
-Te diré algo: Tan bien servida me
mandaste, que en mi matrimonio viví
feliz con poco sexo. Con lo que me
diste, no me hizo falta más.
-¿Recuerdas cómo te cogía?
-Te gustaba cogerme de perrito,
porque me agarrabas las tetas. Ponías la
verga en las nalgas y me agarrabas las
tetas. Me las chupabas rico.
-Estabas divina, Diana.
-Y sí, tenía las tetas grandes.
Afortunadamente eso me distinguió. Me
gustaba cuando me las chupabas y luego
me la metías muy rico. Yo intentaba
apretarte mucho. Ahhh! ¡Me la metías
rico, rico!
-Fue un amor incendiario. Intenso.
De mucha calentura, Diana.
-¿Sabes? Tú das mucha confianza.
Sigues igual de cabrón. Ja ja ja No me
das tiempo de aburrirme. Además, eres
muy ameno. Debes tener cosas en tu vida
que valen la pena. Platicas rico.
Besabas rico. Yo no sabía besar. Me
enseñaste.
-Yo estaba apasionado por ti,
amor…
-Pinche Valentino, ¡eras un Don
Juan! Tú eras el mejor, ¡eso que ni qué!
Nadie como tú. Por eso me enamoré. Me
traías pendeja. Fuiste mi mejor cogedor.
-Después de tanto tiempo me
gratifica oírte decir eso…
-Una vez las mujeres votamos por el
mejor macho de la empresa. ¡Tú
ganaste!
-¡Mira cuándo lo voy sabiendo,
Diana!
-¡Increíble!¡Estoy mojada,
Valentino! No me había sucedido en
años.
-Que bien que te hayas mojado. Eso
es muy bueno. Sigue contándome…
-¡Chin! Llegó uno de mis hijos,
mañana seguimos…

-No he dejado de pensar en todo lo


que platicamos, Valentino. En todo he
pensado, caray. Agolpado todo. Desde
leer que sigues siendo el mismo. Qué
lindo verte sin cambiar. El mismo
explosivo. ¡Loco!. Igual. Pienso mucho
en ti. ¿Recuerdas? Me gustaba
encenderte por la manera que iba
vestida.
-Todo es igual de emocionante.
Como si el tiempo no hubiera pasado.
-¿Recuerdas aquella fiesta de la
Santa Cruz? Construían el nuevo edificio
de la empresa. Llegué con el arquitecto
Julián, que luego sería mi marido, y con
varios de sus colaboradores.
Al verme, saltaste de la mesa donde
estabas y saliste a nuestro encuentro.
Nos encaraste y dirigiéndote a mí,
dijiste retador: "¿Y tú qué…?". Me
sujetaste con brusquedad del brazo y
jalándome hacia ti, ordenaste: "¡Tú te
quedas conmigo, hermosa!" Nadie se
atrevió a decirte algo. Se quedaron
calladitos. ¿Y sabes? ¡Eso me encantó!
¡Eres un cabrón!
-Ja ja ja. ¿Te acuerdas? Llegaste
tarde a la celebración. Yo traía algunos
tragos y fui a tu encuentro. Eras la única
mujer del grupo.
-Me gustó que me hayas secuestrado
así. Te pasaste siempre. Pero eres así,
cabrón. Y eso me gustaba. Cómo
disfruto tu plática. Como siempre.
-¿Te gustaba cómo me volvía loco
en la cama? Te arrancaba la ropa y me
iba sobre tus nalgas.
-Me gustaba cómo lo hacías.
Agarrándome furiosamente las nalgas.
Qué rico lo escribes. Siempre te gustó
hacerlo. Agarrarme las nalgas. Me
encendías, no sabes cuánto. Deseaba
tenerte siempre en mí. No era de la
calle, ¡pero sí tu puta! Siempre me
consideré tu puta.
-¿Te gustaba ser mi puta?
Sí, me encantaba ser tu puta. ¡Bien
sabes que me sentía tu puta! Mientras,
me hacías sentir rico. Me gustaba que te
vinieras en mí. Me cogías con odio. Y
eso me gustaba. Sentía lo máximo.
Jamás volví a sentir a alguien como tú.
-Nuestro sexo era vehemente,
apasionado, potente.
-Qué rica verga tienes, Valentino.
Me encanta. ¿Sabes? ¡Me gusta que me
digas puta! Siento rico. Qué rica verga
tienes, Valentino. Me encantaba cuando
te venías. Tu verga, muy rica. Me
encantaba. Me gustaría mucho tenerla
ahora, porque la disfrutaba mucho. Me
gustaba tocarla, agarrarla, hacerla mía.
Siempre me he considerado tu putita.
-Nos quisimos con locura, amor.
-Yo te amé mucho. Disfrutaba mucho
que me cogieras. Cogíamos muy rico.
Cuando me quedaba adolorida era lo
mejor.
-La cama ardía con nosotros, Diana
-¡Soy tu gran puta! ¡Soy tu puta!
Ninguna puta me supera. Todas tus putas
no me ganan, amor. La verdad, dime
ahora si te gustaba.
-¿Lo dudas? ¿No recuerdas todo lo
que vivimos?
-Me encantaba tu verga. Tú sabes
cómo la tocaba. ¡Cómo la extrañé y
resentí cuando ya no la tuve!
-Nos fundíamos en uno.
Empezábamos revolcándonos en la cama
y terminábamos en el piso. De locos.
-Siempre quise ser la más puta para
ti, porque notaba cómo te veían todas las
putotas que querían contigo.
-Ja ja ja. ¿Por qué les dices putotas?
-Porque eso eran, ¡putotas! Y tú,
¡dime puta! ¡Hazme sentir tu puta,
Valentino! ¡Dime que soy tu puta!
Siempre lo deseaba. En verdad quería
ser la más puta, porque sabía que era lo
que más te gustaba. Sabía que tenías
otras, pero no me importaba.
-Tú eras mi amor, mi delirio.
-La verdad, dime quién era la más
puta contigo. ¡Pero dime la verdad!
-Sabes que tú, mi cielo.
-Me gustaba mucho tu verga. Tenerla
en la mano. ¡Soy tu puta, Valentino!
-Lo eres, Diana. Eres mi puta divina
y celestial.
-Me encantaba besar tu verga,
aunque sé que tenías mejores
mamadoras. Piensa en mi boca. En mis
manos, tocándola. Piensa que me la
quiero comer.
-¿Te gustaba estar conmigo?
-Imagina. Yo quería ser lo más puta
posible. ¡Yo te amaba y quería ser la
mejor puta por todas las que yo sabía
que te cogías! Coges rico, la verdad. Te
cogías a muchas.
-¿Tus hijos saben de mí, Diana?
-¿Mis hijos? No saben lo puta que
fue su madre por amor… ¡Una putota!
¡Quiero ser tu putota, Valentino! ¡Que
me cojas y me sienta así de puta! Como
antes. ¡En la cama quería ser la más
puta! Qué rico me la metías.
-Qué ricas cogidas, amor…
-A veces quería que todas supieran
cómo cogíamos. Ya después, sin ti, sí
les decía. Les contaba. A todas se les
iluminaban los ojos. Sobre todo a
Lupita, que se veía que te traía unas
ganas locas. ¡Cógete a Lupita, para que
sepa lo que es una buena verga!
-¿Les contabas todo, amor
-Les contaba cómo te tocaba la
verga. A detalle. Tú tienes la verga muy
buena. ¡Qué rico que me digas puta para
ti! La tienes del tamaño más rico que he
conocido.
-¿Llegaste a coger con Emilio, el
dueño de la empresa?
-Quiso conmigo. Sólo le dije que
después de ti no habría nadie. Me dijo
que si no me gustaría tener alguna
comodidad más... ¡Pendejo!
-La miel no se hizo para el hocico
del burro, mami.
-Qué rico platicas, amor. ¡Yo supero
a todas tus putas, amor, porque yo seré
la más grande puta para ti! Me la metías
de perrito violentamente. Me chupabas
rico la panocha. Tu lengua la sentía rica,
rica. Todo eso me hace vivir ahora. Qué
rico, amor.
Cómo me han ayudado estas
pláticas. ¡Me he vuelto a mojar,
Valentino!
-Con todo lo que platicamos yo
también estoy firme.
-¡Qué rico! Así andabas siempre.
¡Con la verga bien parada! Y yo me
ponía minis para excitarte…
-¡La delicia de revivir tiempos
hermosos!
-¡Es que tú tienes una vergota que
vale por dos! ¡Hasta una vieja me
hubiera chingado si tú me lo hubieras
ordenado!
-¿En serio?
-Muchas cosas no las pedías. Sólo
las hacías y ya. ¡Qué rica verga tienes,
Valentino! Me la devoraba porque era
única. Me hice dependiente de tu verga.
-Yo también era dependiente de tu
culo, de tus nalgas, de tu panocha.
-Lo que me hubieras propuesto, lo
hubiera hecho. Me gustaría sentir todo lo
que tú me hagas y digas qué haga. Eso
me calienta mucho. Además, tu forma de
ver el sexo me ha despertado luego de
varios años dormida.
-Todo en nosotros fue muy caliente.
-A veces eras muy posesivo, pero
me gustaba. Cuando tenía tu verga en
mis manos era lo máximo. Estaba buena
tu verga.
-Envidiaban nuestra pasión, Diana
-Yo estaba peluda, como te gusta.
Siempre me tenías bien mojada. ¡Tú eras
mío y tenías que ser mío! Lo disfruté
mucho. Siempre me conquistaste con tu
seguridad. Eres mi amor. Te quiero.
-El Kama Sutra nos quedó chico…
-Tus cogidas me hicieron mujer. Me
da mucha vida el que me platiques. Eres
un diablo. ¡Un diablo vergón! Y ¿sabes?
Eres igual de mamón.
-Ja ja ja. ¿Mamón? ¿Por qué?
-Tenías por qué serlo. Eras el
número 2 de la empresa. Eras altivo.
Con mucha suficiencia. Enojado, todo te
valía madre y no me hablabas. Te hacías
del rogar. Eras muy cabrón. No
tolerabas nada. Yo era muy deseada por
otros, pero a nadie le hice caso.
-¿No caíste con nadie?
-Entiéndelo, ¡estaba enamorada de
ti! Te tenían miedo. Tú eras el rey. Tú
eras y valías por ti. Eras el papichulo de
la empresa.
-¿Te sentías orgullosa de mí?
-A mí me bastaba la verga tan rica
que tenías. Te tenían miedo. Los que
estaban junto a mí, se iban. Sabían que
yo era la vieja de Valentino. ¿Sabes?
¡Soy adicta a tu verga! Me gusta lo que
platicas…¡Siento que ardo, Valentino, y,
¡lástima!, llegaron mis hijos…
-Amor, ¿cómo te ha ido? Te he
extrañado estos días que no te has
conectado, Diana… Volví a sentir la
intensidad de nuestras cogidas. Eran
puro fierro candente. Hierro al rojo
vivo, como te gustaba.
-Eran muy eróticas, muy fuertes.
Eran fuego puro. Fue muy rico, con
violencia y todo. Quedábamos muertos.
No creo que alguien lo hiciera con ese
mismo fuego, Valentino.
-Había mucho de salvaje, de
primitivismo, de brutalidad. Pero muy
rico, Diana.
-Me la metías súper fuerte. Te
gustaba así, violento. Y los que nos
vieron, creo que se
sentían igual de calientes, ¿no?
-Deben haber sufrido al vernos…
Oye, ¡ya estoy a mil, Diana!
-Qué bien. Así sigue. ¡No la dejes
que baje! Me gusta imaginarla parada.
-Imagínalos alelados con tu culazo,
entregada a plenitud conmigo. Te
exhibía frente a ellos, abrazándote.
Acariciándote las tetas y bajando la
mano a tu entrepierna.
-¡Qué pervertidos! Y qué tontos…
¡se hubieran agregado a la acción! ¿Se
calentarían?
-¡Que si no…! ¡Se estaban
quemando! Los provocaba más,
sobándote los muslos sobre la ropa. Ya
solos, te abría las piernas y recorría tu
sexo con mis dedos. Aprovechaba tus
jugos para embarrar tus pelos y
enredarlos en cadejos…
-Me gustaba cómo me dedeabas
-¿Te ha gustado recordar, Diana?

-¿Tú crees que me voy a olvidar?


-Mira cuántos años han pasado…
Y sólo de estar escribiendo, lo que
provocas… ¡la tengo bien parada!
¿Te acordabas de mí?
-Me acordaba cómo me cogías.
Maravillosamente. ¡Disfrutaba las
chingas que me ponías!
-¿Te gustaban esas chingas?
-Sí, mucho. Luego que te fuiste,
cuando cogía con otro, me gustaba
pensar en ti.
-¿A cuántos te cogiste?
- No muchos. Ninguno valió la
pena. Nunca me olvidé de ti. Fuiste
mi máximo cogedor. ¿Te hubiera
gustado ver que me cogieran tus
amigos?
-No sé. Si tú hubieras querido…
¿te hubiera gustado que te
cogieran?
-Sí, porque me hubiera gustado
darte ese placer.
-Gozaba que te vieran. Que te
admiraran. Que te desearan, Diana.
-Me daba cuenta que te ponías loco
cuando me veían.
-Me calentaba que te desearan.
Decía en mi mente, ¡sufran, perros!
-A mí me gustó que mis amigas
supieran lo rico que me cogías.
-¿Y por qué les contabas?
-Siempre les conté. A unas porque
somos confidentes. A otras, para
que supieran la verga que me
comía.
-Lo nuestro era un choque de dos
brasas al rojo vivo… ¡Lo máximo!
-Me subía a tu carro solo para
mamártela, amor. ¿Sí o no?
-No era la idea de que te subieras a
eso, pero me gustaba. Y creo que te
gustaba. Nos gustaba.
-Solo esperabas que me
subiera, ¡y te la sacabas!
-Te veía y se me paraba.
-Cuando iba de mini falda, rápido
hurgabas. Hacías a un lado la panti
y me dedeabas. Mmm, ¡muy rico!
Me encantaba mamártela, aunque
no me consideraba buena
mamadora.
-¡Qué calentadas en el carro!
-Te gustaba apretarme la cabeza
contra tu verga
-Manejaba mientras me mamabas,
¡una locura! ¡El cielo, Diana!
-Me metías muy rico los dedos. Me
gustaba mucho hacerlo en la calle
mientras manejabas ¡y de día! Yo
creo que muchos nos veían. Oye,
mañana me sigues contando…
-¿Ya te vas, amor?
-¿Quieres que me quede un rato
más? Es que ya llegaron mis hijos.
-¿Tú crees que sea un
pervertido?
-Me gustas así, pervertido. Si se
acercan mis hijos a la
computadora, le apago.
-Diles que soy un amigo gay. Fíjate
que lo nuestro terminó como debía
terminar una relación así de
volcánica. Si hubiéramos llegado a
más, explotamos.
-Pero creo que te faltó pervertirme
más. Por ejemplo, invitar a tus
amigos a que me cogieran. Oye, me
voy, porque ya están sospechando
mis hijos. Bye….

-Cuando menos salude, señora…


-Esperaba que tú me saludaras,
porque luego estás ocupado.
-No te había visto, Diana. Tenía
varias ventanas abiertas. Oye, ya ni
friegas, el otro día me dejaste todo
caliente.
-Ja ja ja. Tú me cuentas
cosas que me dejan igual.
-Dijiste que te hubieras cogido a
mis amigos enfrente de mí. Eso me
calentó mucho.
-Y yo me quedé prendida con eso
de que Alberto veía que
cogíamos…
-¿Te hubiera gustado coger enfrente
de mí, Diana?
-¡Síííííííí!
-¿Por qué no me lo propusiste? ¿Te
imaginas? Yo besándote o
mamándote las tetas, mientras
gozabas con una verga adentro.
-¡Qué rico! Pero tú eras el único.
-Una fantasía que siempre tuve es
que estuvieras desnuda frente a mis
amigos.
-Lo único que sé es que fui tu putita
y me gustó. Era tu esclava. ¿No se
notaba?
Al que tú me llevaras y me
ordenaras, yo me lo hubiera
cogido.
-Eras mi diosa.
-Me cogías muy bien, cabrón.
Nadie me cogió como tú.
-Si me hubieras dicho, yo te
hubiera llevado dos, tres, cuatro,
cinco vergas. Las que hubieras
querido.
-¡Qué rico!
-¿Cuántas hubieras querido?
-Tres.
-¿De quiénes?
-La de Alberto, la de Braulio y la
de Miguel, el chofer, que la tiene
súper grande.
-Ja jaja ¿Y cómo sabes que la tiene
súper grande?
-Me contaban.
-¿Cuántas vergas conociste en
aquella época?
-Sólo la tuya. Eras mi única verga.
-¿Y por qué te gustó tanto
mi verga?
-Porque tú eres el mejor amante de
mi vida.
-Me halaga, señora…
-¿No recuerdas las cogidas tan
efusivas que me dabas, Valentino?
La verdad, dime si recuerdas cómo
cogíamos…
-Claro que me acuerdo…
-En cuanto me veías, te la sacabas
y me la metías en la boca.
Cogíamos como locos. Así cogías
tú. Fuerte. Con furia.
-Marcaste mi vida. Eras mi vida.
El amor de mi vida.
-Desde la primera vez, así me
cogiste. Con mucha furia. ¡Eras un
salvaje! ¿Aún me amas?
-Sí, aún te amo.
-¡Fuiste el mejor sexo de mi vida!
¿Sabes lo que es decir eso? ¿Sabes
lo que es decir que fuiste el mejor
sexo de mi vida?
-Es una lisonja que me enorgullece,
señora…
-¡Furia! Es la palabra exacta. Así
me cogías, ¡con furia! ¿Te gustaban
mis mamadas?
-Me encantaban. Todavía disfruto
recordándolas.
-En cuanto me veías, querías que te
la mamara. A mí me encantaba
chupártela. Me cabía toda. Además me
la metías muy rico. Todas mis amigas lo
saben. Sabían que me la metías
riquísimo.
-¿Cómo les platicas?
-Me gustaba sacarles la envidia.
Me preguntaban por ti. Yo
simplemente les decía la verdad.
Me la metías rico. Mis amigas lo
sabían. Lo saben. Sabían que me la
metías riquísimo.
-¿Cómo se los decías?
-Ellas preguntaban. Yo sólo les
decía la verdad. Aunque pienso que
algunas no me creyeron. Lupita era
muy caliente. Cuando le platicaba,
se movía en la silla todo el tiempo.
Supongo que se mojaba.
-¿Cuál posición te gustaba más?
-De perrito me gustaba. Era la
mejor.
-A mí me gustaba de todas formas.
Ansiaba el momento de estar solos
para coger como locos. Te
devoraba tu sexo. Cuando llegaba
ahí, a tu panocha, ya chorreabas.
Ya estabas toda mojada. Eso me
gustaba mucho.
-¡Chorreaba como ahora, amor!
¡Siento que me escurre por las
piernas!
-¿Recuerdas cuando ya casada
volviste a trabajar en la empresa y
arreglabas una cortina subida en un
banco?
-Sí, me acuerdo.
-Entré y te vi trepada. Me acerqué y
te metí las manos bajo la falda. Te
acaricié las piernas. Te las manoseé.
Subí a tu entrepierna. Tu pantaleta
estaba húmeda. Muy
húmeda. Fue fácil hacerla a un lado
y restregar los dedos en tu hendidura.
Con lo mojada que estabas, resbalaron
fácil. Los agité excitado. Abriste un
poco las piernas.
En ese momento, el ruido de alguien
que llegaba nos sacó del trance. Me
retiré rápido y seguiste acomodando la
cortina.
-¡Esa vez me dejaste bien caliente!
Esperaba que volvieras. No volviste.
No aguantaba. Tuve que ir al baño y
masturbarme. Qué cosas.
-De lo que se acuerda uno, Diana…
-Qué rico. Nos hemos confesado lo
que ya sabíamos, Valentino.
-Y hasta cosas que nunca nos
dijimos, la verdad.
-Sé que ahora Lupita te quiere
coger. Siempre le gustaste. Pero,
¿te digo algo? ¡Ella jamás te cogerá
como yo! Eso lo sé.
-Lo tuyo no tiene comparación,
Diana.
-No necesitas mentirme. Hoy
estamos a otro nivel. Lupita es tan
puta que hasta me ha calentado. Ja
ja ja.
-¿Te gustaría ver cómo me cojo a
Lupita?
-Sí, te confieso que sí me gustaría
ver cómo te la coges.
-¿Te gustaría hacer un trío con
ella?
-No. No lo haría. Sé que es muy
puta y eso me calienta. Me cuenta
sus cosas. Pero yo prefiero
hombres. Pero sí, me gustaría ver
cómo te la coges. Ella es súper
caliente. Le gusta mucho la verga.
-¿A ti te sigue gustando la verga?
-Síííííí… ¡La tuya! Lupita me
calienta porque era muy modosita y
ahora se come cuanta verga se le
pone enfrente.
-¿Sabías que un día se la cogió un
chavo de perrito en la cama, mientras
ella le mamaba a tres que tenía enfrente?
-Sí. Saber eso me calentó mucho.
-¿Te gustaría hacer algo así?
Imagina que te estoy cogiendo a gatas y
que enfrente tienes tres vergas paradas.
Y tú mamas una, la otra y la otra.
-¡Qué rico! Pero eso es fantasía. Ya
no estamos para eso. Al menos yo.
La pinche Lupita está cogible, pero
yo ya no.
-¡Claro que estás cogible!
-No, Valentino, los tiempos no
están para más. Además, yo tenía
mucho tiempo desinteresada en el
sexo. Al encontrarte, volviste a
despertarme.
-¿Te gustaría que volviéramos a
coger, corazón?
-No creo que se dé. Además, ser
amigos es lo máximo. No como
antes, que nos peleábamos cada
rato, Valentino.
-Bueno, sigamos como amigos,
Diana.
-Así está bien. Nos conocemos
más. Mejor no, pero más, sí,
Valentino.
-Es cierto. Podemos decirnos lo
que antes no nos decíamos.
-Y sentir, también. Ja ja ja. A Lupita
sí, cógetela. Te gustará. Hasta a mis
hijos les gusta. Es buena para la cama,
según sé.
…Llegaron por mí. Tengo que irme.
Besos.

-Valentino. ¿qué haces?


-Nada que no me permita platicar
contigo.
-Hace rato que no te veía. ¿Cómo
estás?
-Tú que no te conectas. Oye, qué
tiempos. Me trajiste super jodido.
-Me enamoré de ti. Aunque
recuerdo que me tratabas bien
cuando andábamos bien. Pero eras
un cabrón si estabas
enojado.
Te enojaba mucho que platicara
con alguien. ¡Dabas miedo! Oye,
también te cogiste a Mina,
¿verdad? Te cogías buenas viejas.
Mina estaba bien. Tenía unas
piernotas la condenada. Pero yo me
sentía la reina. Era tu puta
preferida. Yo sabía que te cogías a
otras. Me daban muchos celos.
Pero te soportaba porque no quería
perderte. ¡Eras un cabrón,
Valentino! Me cogías con
violencia. Como si lo hicieras para
que jamás te olvidara. ¡Y lo
conseguiste, cabrón!
-Tú me tenías prendido, amor…
-Te tenía prendido y te cogías a
otras. ¡Imagínate si no…!
-Te era fiel, mi vida…
-¡Qué fiel ni que la chingada!
Imagina mis celos de saber que te
cogías a tanta pinche vieja lángara
que hasta se decían mis amigas…
-¿Cómo fue tu vida luego que
terminamos, Diana?
-Muchas veces, casi siempre,
cuando cogía con otro, siempre
estabas en mi mente. Eras un
fantasma que no se me desprendía
cada que cogía con otro.
-¿Has cogido mucho, mi vida?
-No lo que hubiera querido. Pero te
confieso que cada que me la
metían, lo que sentía era tu verga.
Y la sentía tan rica, que en la
realidad siempre quedaba
insatisfecha. Nadie te iguala,
cabrón. ¡Eres único!
-Nadie me iba a igualar, corazón,
porque nuestras cogidas eran de una
pasión quemante.
-¡Presumido! Pero sí, eran cogidas
de locura.
-Éramos puro instinto. Naturaleza
animal.
-Me encuerabas toda, con gran
violencia, mientras tú permanecías
vestido.
-Nos convertíamos en animales en
celo.
-Qué rico era.
-Te besaba toda. Te lamía. Te
mordía. Retozaba en tus tetas. ¡Qué
tetas! Grandototas. Soberbias.
-¿Te gustaban mis tetas?
-Me fascinaban. Grandes. Jugosas.
Casi casi una reserva natural
protegida por Ecología.
-Ja ja ja. Mis tetas les gustaban a
todos. Me las chuleaban mucho,
pero tú eras el elegido. El
privilegiado. Las mamabas muy
rico. Y me gustaba. ¡Eras único,
papito!
-¿Y que más te chuleaban?
-También me chuleaban el culo.
Sobre todo cuando iba de mini
falda. Me daba cuenta cómo me
veían.
-No sé si me estoy calentando o me
estoy encabronando.
-Jajaja. ¡Menso!
-Qué ricos momentos. Fuiste algo
lindísimo en mi vida. Nunca te voy
a olvidar, Diana.
-Jajaja. Te amo. Creo que yo
tampoco te voy a olvidar nunca,
Valentino. Aunque te hayas cogido a
varias amigas mías… ja ja ja.
-Y ahora, después de tantos años,
¿te acordabas de mí, Diana?
-Me acuerdo, porque hemos
platicado. Y aunque ya no
volveremos a estar juntos, te juro
que doy gracias a Dios por haberte
conocido. Me masturbo sólo de
pensar cómo cogíamos.
-¿Y con qué te masturbas?
-Con vibrador, con botellas, con
plásticos, con lo que sea.
-¿Con botellas? ¿Con plásticos?
¿No te lastimas?
-No soy pendeja. Me crees pendeja,
¿verdad? Bueno, ya no te cuento mis
intimidades y asunto arreglado. ¿No
sabías que casi todas las mujeres
usamos botellas para masturbarnos? Hay
miles de botellas que pueden utilizarse.
¿Sabes que me caía gordo de ti? Que
siempre imponías tu voluntad. Pero,
bueno, lo compensabas con las
cogidotas que me dabas. Te amé mucho,
Valentino.
Eras muy soberbio, Valentino. Si yo
no pude contra tu soberbia, creo que no
existe una vieja en la tierra que pueda
con ella. Tengo que hacer unas cosas.
Me voy, Valentino, como siempre, ¡bien
caliente!

-Cosita linda.
-¿Cómo estás, Diana?
-Bien, pero con mucho frío antes de
salir a la calle.
-¿Quieres que te caliente?
-Ja ja ja. Casi te adiviné el
pensamiento. Eso pensé que dirías.
Pero dime algo caliente antes de
irme. De las chingas que me metías
en la cama. ¡Eran heroicas!
-Cogíamos y casi ni hablábamos.
¿Recuerdas?
-Yo no hablaba porque es de mala
educación hablar con la boca
llena… Ja ja ja.
¡Me la comía toda! Además,
recuerda que mi boca estaba hecha a la
medida de tu verga. Cabía exactamente.
Con precisión. ¿Recuerdas?
-Claro que recuerdo. Después de
tantos años me sigues calentando…
-¿Te gustaba cómo me la comía,
Valentino?
-Me fascinaba. Era lo máximo.
-¿Cómo lo tomas ahora? ¿Te gustó?
¿Le diste el valor exacto de tener tu
verga en mi boca todos los días que
querías?
-Claro.
-¡Qué cogidas dábamos, la verdad,
Valentino!
-De época, Diana.
-Es que me remonto a esos días y
vuelvo a sentir lo que sentía. Tu furia
para cogerme era como de un Dios del
sexo.
-Lo que pasa es que te quise un
chingo, Diana.
-Sí, nos enamoramos. Estábamos
pendejos. Ja ja ja. ¿Te gustaba cogerme?
¿Te gustaba cómo me cogías?
-Me encantaba, Diana…
-Me gustaba mucho mamarte en el
coche. Aquella cogida en el Hotel de
Tlalpan fue maravillosa, Valentino.
-¡Sensacional! De mucha adrenalina.
Fue nuestra primera cogida, Diana.
-Ese Hotel parecía de putas. Ja ja ja.
Me encantó.
-Era de putas, Diana. Era un Hotel
de paso.
-Sabía que me ibas a coger.
-¿…Te emocionaba la idea?
-Me emocionaba subirme a tu
coche y tocarte ese bulto que
siempre estaba duro, duro.
-Y a mí me lanzabas al cielo. Oye,
esa vez te pregunté, ¿quieres ir a coger?
Ja ja ja.
-Ja ja ja ja. Sí, me preguntaste…
-¡No seas mentirosilla!
-Ya habíamos fajado rico. No
había que decirlo con palabras. Fue
lindo, Valentino.
-Genial, diría yo.
-Qué rico cuando me la ibas a
meter.
-¿Te gustaba? Y cuando nos
despedíamos, ¿me extrañabas?
-Ja ja ja. Claro que sí. Estaba
enculada por ti.
-¿Sentiste celos por alguien?
-¡Por tus putas! Todas me daban
celos. Las veía rondando. ¡Pinches
putas!
Dime algo, ¿Mina te la mamaba
como yo?
-No, amor. Tú eras única.
-Pero, claro, ella era feliz con tu
vergota tan rica. ¡Pinche puta!
Yo creo que al regreso del bosque,
cuando estabas bien encabronado,
dimos la mejor cogida de nuestra
vida.
-Luego de verte con aquel güey en
la esquina, te creí perdida. La
reconciliación, entonces, fue
tremenda. ¡Bestial!
-Me cogiste con odio. Enfurecido.
Querías reventarme el culo.
Pero, ¿sabes? a pesar de todo,
me la metiste muy rico. Me dolió,
pero me gustó. ¡Y me mamaste
divino! Como señorón. Ese 69 fue
glorioso. Lo que son las cosas,
hace tres semanas era otra. Del
sexo ni me acordaba. Y mira ahora.
¡Has de cuenta que estoy en mis
veinte!
¿Recuerdas cuando me cogías
en aquel departamento del 5º piso?
Yo acodada en la ventana, viendo
pasar gente por la calle. ¡Si
hubieran sabido la verga que tenía
adentro, sólo para mí!
-Eso era muy morboso, muy
excitante. ¿Y nunca te diste cuenta
que Alberto nos vio
coger ahí?
-No, no me di cuenta. Ahora que me
lo platicas, me enciende que otros nos
hayan visto. Imaginarme lo que sentiría
Alberto de ver cómo me manoseabas,
cómo me besabas, cómo metías tus
dedos en mi entrepierna, me calienta
mucho. ¿Qué pasaría por su mente
cuando me arrodillé y te acaricié huevos
y verga y vio cómo te lamía el tallo, la
cabeza y después la devoraba toda?
¡Estoy muy caliente con el recuerdo,
Valentino, cuéntame de esa vez…!
-Alberto te admiraba mucho.
Siempre hablaba de ti. Y, bueno, tú
sabes, era un gran amigo. Un día le dije
que si le gustaría verte desnuda. Ja ja ja.
Casi tira la cerveza que tomaba. Si
recuerdas, el departamento era suyo. Me
lo prestaba. Esa vez llegó antes y le dije
que estuviera callado en la recámara.
Nosotros estaríamos en la sala. Con
la puerta entreabierta, vería todo. Me
contaría luego que cuando te empecé a
desvestir, no aguantó. Se masturbó y se
vino de inmediato. Ya desnuda, te puse
inclinada frente a la ventana.
Intencionalmente, me retiraba de ti.
Hacía cualquier cosa para que Alberto
te contemplara totalmente desnuda. Hoy
te confieso que también me calentó
mucho que Alberto nos viera. Imaginar
lo que sentía al ver en todo su esplendor
tu magnífico y soberbio culo, me
enardeció. Luego de metértela en esa
posición, te di la vuelta. Quedaste frente
a Alberto. Yo detrás de ti. Con una mano
te acariciaba las tetas. Con la otra te
palpaba el pubis y jugaba con los dedos
en tu interior, escandalosamente
húmedo. ¡De milagro no se infartó el
pobre Alberto…!
-¡Me has vuelto a calentar como
antes, Valentino! Estoy que me quemo.
Ya me zafé las pantaletas. ¡Están
mojadísimas!. Me estoy metiendo los
dedos. ¡Estoy que chorreo, Valentino!
Me enciende pensar que los dos al
mismo tiempo me la metían. ¡Quiero
chupártela, Valentino! ¡Ahora mismo! Se
las chuparía a los dos. ¡A ti y a Alberto!
-¿De veras a los dos?
-¡Les tocaría los huevos y los
besaría! Me chuparía las dos vergas.
¡Les daría dos buenas mamadas!
-Me estás excitando, Diana.
-Me gustaría que los dos se vinieran
en mis tetas, Valentino. ¡Tener las dos
vergas en la boca! A lo mejor no me
cabrían, pero le haría la lucha. ¡Las
quiero juntas! ¡Me las chuparía al mismo
tiempo! ¡Las quiero que terminen en mí!
¡Agarrar sus huevos y exprimirlos!
Quiero su semen en mí, Valentino. ¡Que
me embarren las tetas con su leche! Y
luego limpiarme con los dedos y
chuparlos… ¡Quiero beber su semen!
¡Quiero las dos vergas solo para mí,
Valentino! ¡Las dos…!
-¡Diana…! ¡Diana…! ¿Sigues ahí,
Diana? ¡Diana…! ¡Diana...!
¡CALIENTE... Y MORBOSA!
"Eugenio me pasó el correo de
Gloria, Valentino. Te gustará platicar
con ella”, me dijo. “Cuando nos
reunimos con otras parejas, te recuerda
siempre. Aunque a espaldas del marido,
claro”, advirtió Genaro.
La conversación con Gloria fue
fácil. Nada complicada. Luego de los
naturales diálogos de un reencuentro,
entramos sin problema al tema que más
disfrutábamos aquella época: el sexo.
-¡Eras el gran cogedor, Valentino!
Tú coges muy rico. Hoy quisiera que me
la metieras fuerte, como me gusta. Con
esa rica verga que tanto deseé. Que me
encantó siempre. ¡Chillaría ahora de
sentirla adentro!
-Bramarías, mamacita…
-No me importa nada más que
sentir tu verga hasta adentro.
-Siéntela adentro, lo más
adentro que se pueda y empujando
con todo…
-¡Eso sería lo más grande!
Tenerte en mi panocha toda mojada
como ya la tengo en este momento.
-Mmmm
-¿Sabes que ha sido lo
extraordinario de encontrarte por
internet? Que me enseñaste a sentir
otra vez el sexo. Y a calentarme tan
rico, Valentino.
-¿Te ha gustado?
-¡Claro! Y con tus pláticas de
las putas que te cogías, me has
enseñado a expresarme vulgar, y
me ha gustado.
-Disfruto mucho la plática
contigo, Gloria…
-¿Sabes? Soñaba cómo te
cogías a mis conocidas.
-¿Cómo te gustaría que te
volviera a coger, Gloria?
-Me gustaría que me la metieras
así, en 4 patas, en la cama. ¡Y que
hubiera otro, frente a mí, para
mamársela! Y que tú vieras en un
espejo cómo se la chupo.
-¿Te gusta mucho la verga?
-¡Me encanta! Y ya que con mi
marido nunca haría eso, contigo
sería lo más morboso que se
pudiera. Sentir adentro tu verga y
devorándome otra... ¡Sería
increíble!
-¿Te gustaría que yo te viera?
-Sí, amor, que tuviera tres,
cuatro vergas enfrente y que las
veas bien paradas cómo entran y
salen de mi boca. ¡Qué rico!
¡Jálatela, Valentino! ¡Jálatela,
pensando que yo te lo hago!
-¿Podrías con todos?
-A los cuatro les daría juego
con mi boca. Chuparía todas las
vergas, rico, muy rico. Esa es la
mayor satisfacción. Dejar hacer
todo a tu pareja. Lástima que mi
marido es un pendejo. ¡Pero
contigo lo haría, Valentino!
Me gusta mucho lo morboso.
Soy una enamorada del morbo,
Valentino.
-Te cogería agachada, con el
culo hacia arriba, las piernas
abiertas. ¡Para que te entrara
completita!
-Sería un honor que me
cogieras ahora. Tantas que te
tuvieron y yo solo una vez. ¡Eras el
hombre más codiciado!
-Favor que me haces, preciosa.
-La verdad, yo veía cómo te
peleaban las viejas. Eso hizo que te
me antojaras. Todas las viejas
querían contigo, Valentino. ¡Pocos
como tú!
-Hasta me la creo, hermosa…
-Es cierto. Y lo que son las
cosas, mi patrón tenía que darles
dinero a las viejas para cogérselas.
Qué tal, ¿eh?
-Tu patrón debió ser muy
pendejo…
-A Nancy, que era una niña muy
guapa, la vi mamándosela en la
Sala de Juntas. Le dio 10 mil pesos
por esa mamada. ¡Un dineral!
-¿Y cómo fue que los viste?
-Pues el imbécil no aseguró la
puerta. Entré y lo vi desparramado
en una silla, con pantalones y
calzones hasta los tobillos. El viejo
se veía muy ridículo.
Nancy estaba entre sus piernas,
chupándosela.
Imagínate, una mamada por
dinero… ¡Qué rico! Ja ja ja.
¡...Llegó mi marido! Te
encuentro luego. Besos. Bye.

-Hola, corazón
-Qué tal, linda, ¿dónde se mete?
¿Sigue gustándole la verga?
-¡Sí, claro! Claro que me gusta.
No tanto como les gustaba a tus
amigas, pero deseando la verga
siempre.
-Qué bien. Me gusta cómo eres:
abierta, sincera, honesta.
-Yo hubiera querido aprender a
ser una puta como tus amigas.
-Todavía es tiempo.
-Recuerdo mucho tu oficina.
Sobre todo aquella vez en que me
acomodé bajo tu escritorio. Te bajé
el zipper y te saqué la verga. Te la
chupaba rico. Con toda tu cabeza
metida en mi boca. De pronto entró
Canchola, el de Personal… y seguí
chupando mientras lo atendías.
¡Qué calentura! Yo chupando y
ustedes hablando. ¡Qué morbo!
-Casi me vengo, te lo juro,
hermosa. No sé cómo pude
aguantar mientras se iba
Canchola…
-Me calentaba rico, con sólo de
verte. Te deseaba, aunque después
ya no me pelabas, Valentino.
-Te veías muy bien de falda.
Lucías un culo esplendoroso y unas
piernas esculturales.
-Me ponía faldas para
seducirte. Lo malo que otras se las
ponían más cortitas y me
opacaban… ¡Cómo me gustó tu
verga! ¡Qué rica verga tienes!
Mmmm! Me tienes mojada. ¿Te la
estás jalando? ¡Bien mojada que
estoy ahorita!
-Así, mojadita, me gustaría
mamarte…
-¿Pues qué crees? Después de
que me casé, jamás me volvieron a
chupar la panocha. ¡Ay, Valentino,
con lo que me dices, mi cosa
chorrea de deseo!
-¿No le gusta a tu marido
mamarte?
-No lo hace. ¡Es muy pendejo!
Veo películas donde se la chupan a
una chica y me masturbo
deseándolo.
¿Y sabes? Me vengo rico
pensando que tú eres el que me
chupa.
-Ahora, en el reencuentro,
cómo he deseado cogerte, Gloria…
-¡En aquel tiempo te deseé
como loca! Deseaba probar lo que
mis amigas tenían. Sentirte como
eras realmente. Pero no tuve suerte,
Valentino.
-Lo hicimos una vez, además de
aquella mamada bajo el
escritorio…
-No fue suficiente, Valentino.
Te deseaba mucho, la verdad.
Tienes una buena verga. Me
gustaba vértela a través del
pantalón.
-¿A poco?
-Se veía el bulto. Apetecía
comérsela.
-Qué privilegio que digas eso.
-Además, los choferes de la
empresa contaban tus historias.
Eras su ídolo. Su héroe. Entonces,
se antojaba hacerlo contigo.
-Lo hiciste, amor.
-Muchas ocasiones deseé
hacerte mío. Tenerte solo para mí.
Todos sabían de tus cogidas. Te
admiraban, Valentino.
De mezclilla te veías súper.
Nadie portaba la mezclilla como
tú.
-Ya despertaste al amigo,
preciosa…
-¡Qué rico! Dime cómo se
pone. ¡Jálatelo, Valentino! Eso me
excita.
-Se siente bonito cuando la gota de
lubricación va recorriendo el tallo…
-¡Qué rico! Me gustaría verla dura
en tus manos. Blandiéndola para que
todos miren.
-A mí me gustaría tenerte
enfrente. Te cogería y te daría una
real mamada.
-Ay, Valentino, cuando veía tus
fotos que salían en los diarios, me
volvía loca de masturbarme. Hubo
semanas implacables. ¡Me gustas
mucho!
Viendo y sabiendo de tus cosas,
me calentaba.
Saber de tus cosas, y más saber
que lo hacías con conocidas, me
excitaba al máximo.
-¿Has fantaseado estar con
varios, Gloria?
-He soñado estar con 5
hombres en una sola sesión. ¡Sería
lo máximo!
-¿Has agarrado dos vergas al
mismo tiempo?
-¡Jamás! Admiro a las mujeres
que tienen muchas vergas al mismo
tiempo. Todas para ellas solitas.
Me hubiera gustado ser como ellas.
-¿No le has propuesto a tu
marido hacer un trío?
-¡Nunca! Se muere si sabe que
tengo esos pensamientos, ¡y más si
supiera que platico contigo!
-¡Caray! ¿En qué planeta vive?
-Ni se imagina que platico
contigo, Valentino.
-¿No sabe que platicas
conmigo?
-Ni se imagina. Ni quiero que
sepa. Se me acabaría el placer de
estar contigo.
-¿No se calentaría si le dijeras?
-¡Para nada! Es anti sexo.
-Uhhh
-Quisiera tener un marido como
tú. Que me llevara a coger con
otros. Que pudiera darle ese placer
de verme coger con varios. ¡Todo,
bien caliente!
-¿Y tienes juguetes sexuales?
-Fíjate que no. Gilberto, del
que te conté, llevó un dildo y lo
quiso usar conmigo. Era muy
caliente. Ya cogiendo me quiso
colocar el vibrador aparte de su
verga. ¡Imagínate! Yo no quise
saber nada de eso. Me escandalicé
y me paré. Jamás volví a coger con
él.
-¿No te buscó?
-Yo fui luego a su oficina. Le
dije que me había equivocado. Que
lo del vibrador se me hizo muy
pervertido, pero que ahora pensaba
distinto. Pero no, ya no hubo nada.
-Lo pervertido es lo bonito,
Gloria.
-En su momento se me hizo una
aberración. De haber sabido lo rico
que es, lo hubiera aceptado. La
verdad, me apendejé… Ja ja ja.
-¿Y ahora cómo piensas?
- Ahora deseo tener varias
vergas al mismo tiempo. Pero estoy
consciente que eso jamás ocurrirá.
-Lástima que sólo cogimos una
vez. Te hubiera pervertido con
varios, Gloria.
-Qué rico debes haber cogido.
Todas te querían coger, Valentino.
Me encanta cómo eres. Me
gusta que te calientes, porque
también me calientas. Después de
años de no sentir nada, tú viniste a
darme esa luz del sexo.
-Me gusta que lo digas, Gloria.
El sexo es vida. La verga es la
verga. La panocha es la panocha. Ja
ja ja. ¡Qué filosofía!
-La verdad, sí. Muy buena
filosofía. Después de restringirme
tanto, conocí varias vergas después
de ti.
-Debimos coger más veces,
Gloria…
-Hubiera sido súper… ¡Y no
me hubiera quedado con las ganas!
-Cuando gustes, hermosa…
-Ya no, Valentino. Sólo de
verme, ya no se te para.
-¡Cómo que no! Te aseguro que
sí.
-Gozaste viejas muy ricas.
Debes estar satisfecho de tantas
viejas que tuviste.
-A Dios gracias, sí.
-Te envidiaban por todas las
viejas buenotas que te cogías.
Amateurs y profesionales. ¿Cuántas
te has cogido, Valentino? ¿100?
¿200?
-No tantas, mi amor. Tú, ¿a
cuántos te has cogido?
-Mira qué injusta es la vida.
Sólo me cogí a 5 y creo que serán
todos en mi vida. En cambio tú
llevas más de 200 y contando…
-Cuando quieras, cogemos,
amor…
-Ahora sólo puedo parada y por
atrás… ja ja ja
-¿Y eso?
-¡Por gorda, mi cielo! Parezco
un tonel. Si me ves, te decepcionas.
Dime, ¿cuál fue la más puta de
tus viejas?
-Depende el contexto que le des
a la palabra puta…
-¡No te hagas pendejo…!
La puta es la más puta. En la
cama o donde sea. Sabes a qué me
refiero. No eres un niño. Eres un
adulto muy cachondo y muy rico…

-Señor Valentino…
-Cómo estás, preciosa
-Con tus pláticas me haces vivir en
un mundo irreal. A lo mejor por todo
eso te necesito como amigo.
-¿Por qué irreal?
-Porque preciosa no estoy. Y tú
galán ya no eres. Ahora eres ¡súper
galán! Ja ja ja.
-Para mí eres preciosa.
-Pero solo en nuestro mundo. Ja
ja ja. Contigo el revivir todo es
vivir de nuevo.
-Siempre hay que recordar los
grandes momentos, Gloria.
-Contigo debieron ser, de
veras, grandes momentos. Me
reviviste una época que había
olvidado, Valentino.
-Igual me pasa. Tú, por
ejemplo, eres inolvidable.
-A mí me ha encantado
recordar todo eso. A ti, ni se diga.
Eras el hombre más cogido de la
época.
-Lo que me hubiera gustado
cogerte varias veces, Gloria.
-Hubiera sido padre. Pero te
cogiste otras más buenas… ¡y más
putas!
-¿Recuerdas nuestro gran
momento, Gloria?
-Como si hubiera sido ayer…
-¿Qué recuerdas?
-Tus manos. ¡Cómo me
acariciaban! Cómo recorrían mi
piel.
-¡Te agarraba todo!
-Tú tenías chicas de mucha
calidad. Otras de lujo.
Admiradoras de todos lados.
Tenías artistas. Esposas de los
patrones. De todo.
-¿Por qué comparas? Cuando
estuve contigo, eras la mejor mujer
del mundo.
-La vida es una comparación.
Si no, no tendría chiste, Valentino.
-Nunca he comparado a nadie.
Nunca te comparé a ti, Gloria.
-Eso no importa. Yo sé lo que soy.
Pero conocer de ti, saber todo lo que se
hablaba de ti, fue padre.
-El momento presente es lo
único que se vive, Gloria. Lo único
real. Por eso, cuando estuve
contigo, te tenía a ti. La única mujer
que en ese momento podía tener. La
mejor del mundo.
-Sí, claro, ¡porque sólo estaba
yo…!
Admiro tu poder de
convencimiento. Y agradezco tu
exclusividad, pero tú y yo somos
diferentes.
Pero te soy sincera, me haces
sentir una reina y te lo agradezco.
-Sólo de recordar aquella vez
en que te manoseaba ¡ya rezongó mi
amigo!
-La tienes muy buena,
Valentino. Les gustó a todas las que
se la comieron. ¡Y lo contaban las
muy putas!
-¿Te gusta parármela?
-Siempre te la paré…
-¡Presumida…!
-Me daba cuenta que te
gustaban mis nalgotas.
Ahora me gusta más cuando me
cuentas cómo te cogías a tus viejas.
Tu mente me rebasa. ¡Eres
genial!
-Yo te cogería ahora, mamita.
Viéndote en la cama, con las piernas
abiertas y tu panocha peluda palpitando.
Iría sobre ti, sin pensarlo.
-Ja ja ja. Me gustas por
pornográfico, Valentino.
-¿Te parece que soy muy
pornográfico?
-No te me haces. ¡Lo eres!
-Bueno, no queda más que
aceptar el calificativo, Gloria.
-Rico. Lindo. ¡Cógeme,
Valentino! ¡Ven y cógeme!
-Si pudiera, iría. ¡Quisiera
estar entre tus piernas abiertas! Te
lamería la panocha y me bebería
tus jugos.
-¡Qué rico!
-Te lengüetearía por todos
lados. Por dentro. Por fuera.
¡Mmm! ¡Qué ricura! Estarías
alocada, gimiendo, quejándote,
aullando…
-¡Qué rico cogedor eres,
Valentino!
-¿Te gustaría cogerme ahora?
¿Cómo me cogerías, Gloria?
-Te desnudaría. Primero te
chuparía todo. Te metería la lengua
en el culo y te chuparía los huevos.
-Oye, en el culo no.
-¡Si no te voy a violar! Es sólo
la sensación de la punta de la
lengua en el culo.
-No, por ahí no. Ja ja ja
-Valentino, eso no te hace ni
más hombre ni gay. Es sólo la
sensación.
-Mejor acuérdate de nuestro
gran momento, Gloria…
-Dime tu versión, Valentino…
-Estaba de pie, junto al
escritorio. Ojeaba los diarios. De
pronto entraste. Me sorprendió que
cerraras la puerta y le pusieras
seguro.
Reconozco que volteé
sorprendido.
“¿Le puedo hacer una pregunta,
señor Valentino?”, propusiste
acercándote a mí.
“Por supuesto, Gloria, la que
gustes”, te dije.
“¿Usted sabe besar?”, soltaste
atrevida.
¡Quedé pasmado! Te veía tan
seria que nunca pensé que hicieras
una pregunta así.
-¡Si supieras cuánto tardé en
decidirme en hacerlo…! Me
encandilaba todo lo que se decía de ti.
Me excitaba cómo contaban tus amigas
sus encuentros contigo. Las dejabas
satisfechas. ¡Muertas!. Platicaban a
detalle todo lo que les hacías. Y todo lo
que te hacían. ¡Y no sólo yo, las otras
que oían también se calentaban! Seguro.
Veía cómo se meneaban en las
sillas. Por calientes, creo. ¡No se
quedaban quietas!
Con esas pláticas te convertiste
en mi obsesión, Valentino.
¡Te miraba y sólo suspiraba!
Pero nunca tenías ojos para mí.
Me ponía falda y trataba de
pasar a tu lado o por el frente.
También me vestía con blusas
escotadas. Y tú, ni en cuenta.
¡Yo quería algo contigo!
Pensé entonces en llegar
temprano y meterme a tu oficina.
Preguntarte lo que al final de
cuentas te pregunté.
¡Si supieras cuantas noches
imaginé ese momento...!
Antes de acostarme, buscaba la
ropa interior con la que me
mostraría ante ti.
Escogía la más provocativa. La más
sensual. Me la ponía y me veía en el
espejo. Me tocaba. Cerraba los ojos,
imaginando que eras tú quién me tocaba.
¡No aguantaba, Valentino, y terminaba
masturbándome!
Los ardores en el cuerpo, por la
calentura, eran tremendos.
No podía ni dormir. ¡Me
frotaba pensando en ti, papito!
¡Y terminaba toda mojada!
¡Me veía prendida de ti en tu
oficina, haciendo el amor! No
sabes cuántas veces estuve a punto
de entrar a tu oficina y me
arrepentía a la hora buena. Varias
ocasiones me regresé de la misma
puerta. Obvio, nunca te diste por
enterado.

“Pues supongo que sí se


besar”, te dije un poco aturdido.
“¡Demuéstremelo!”,
respondiste retadora.
-Me cogiste de los hombros con
tus manotas. Y enseguida me
besaste los labios. ¡Mmmm!
¡Cuánto había soñado ese
momento…! Empezaste a
manosearme todo el cuerpo. Y
entendí por qué traías loca a tanta
vieja. Me acostaste en el piso y
quedaste encima de mí.
Desabotonaste la blusa. Viste por
un momento mi brassier blanco de
encaje. Pasaste tus dedos por los
bordes. “Qué bonito sostén”,
comentaste. Tu lisonja me
estremeció. Lo zafaste hacia arriba
y dejaste libres mis pechos.
Yo estaba alucinada. Los
besaste y, luego, ¡lo máximo!, tu
lengua dibujó círculos en mis
pezones. ¡Sabías lo que hacías,
Valentino!. ¡Sabías cómo hacerlo!
Confirmaba que era cierto todo lo
que de ti se contaba. Me besabas
arriba y al mismo tiempo alzabas la
falda llevando tu mano a mi sexo.
¡Me sobaste con delicadeza
primero y con fuerza después!
La cabeza me dio vueltas y me
pareció que caía en una hondonada
sin fin.
Fue un momento glorioso.
¡Enloquecedor! Mi cuerpo dejo de
ser mío y pasó a ser pertenencia
tuya. Ya no sabía de mí, Valentino.
Estaba en otro mundo. ¡Me llevaste
al cielo, Valentino! Entre imágenes
brumosas recuerdo tus dedos
debajo de mis bragas. Restregaste
mi vello y luego, con brusquedad,
fuiste a mi interior para batir mis
jugos con destreza divina. ¡Por
Dios, qué placer!
“¡Así, papito, así!”, te dije
mientras te besaba como loca ¡Te
enderezaste para quedar hincado y
vi tu gesto desencajado, cargado de
lujuria! Me diste miedo, amor,
pero también me envolvió una
excitación jamás sentida. Te
inclinaste un poco y desesperado,
con violencia, jalaste enardecido el
elástico de la pantaleta.
La arrancaste con furia, como si
quisieras arrancarme el alma. ¡Me
fascinaste! ¡Así quería sentirte,
salvaje, cavernícola, brutal, como
contaban las viejas que te cogías!
¡Genial! Nada qué ver con otros
delicaditos.
Con la falda revuelta en la
cintura, me abriste sin delicadeza
las piernas y tomándome con
rudeza de las corvas, las
flexionaste. Fuiste voraz entre mis
muslos y casi grito cuando tu
lengua se agitó sobre mi cosa
abierta y mojada.
¡Me besaste como un Dios,
desgraciado!. ¡Qué manera de
encenderme! Sentía que un reptil
endemoniado me prendía de gozo y
placer cuanto rincón tocaba. ¡Fuiste
maravilloso, divino, Valentino!
Desvanecida, desmadejada,
flotaba cuando me chupabas. ¡Todo
era fantástico, magnífico, mi vida!
Jamás he vuelto a tener una
sensación igual. ¡Eres único,
papito! “Ahora sé por qué todas las
viejas quieren contigo”, te dije.
¡Fue el mejor orgasmo de mi
vida, Valentino! Te lo juro.
“¡Ahora dame tu verga!”, te
supliqué.
Te montaste sobre mi pecho, y
sin dejar caer tu peso, acercaste tu
verga a mi cara. ¡Qué linda verga!
¡Cómo la había deseado! Y ahora
la tenía ahí, sólo para mí.
Te la acaricié con las dos
manos y besé tu capullo. ¡Lo metí
todo en mi boca! Lo saboreaba con
el paladar y la lengua, mientras
apretaba con fuerza la base de tu
verga.
Cuando sentí cómo crecía la
cabeza y cómo se inflamaba el
tallo, te pedí que me la metieras.
Te deslizaste hacia mi vientre, y
apalancando tus brazos bajo mis
piernas, las levantaste
empujándolas contra mi cuerpo.
Empuñaste con vigor la verga y
con la punta recorriste mis labios
varias veces, metiéndola apenas.
¡Fue un gozo desesperante!,
¡angustioso!, ¡perverso!. Me sacudí
enfebrecida y estuve a punto del
orgasmo. ¡No podía más!
¡Casi gritando te pedí que me
penetraras!
Tu mano me cubrió la boca y
metiste la verga despacito, un poco
apenas. ¡Para desesperarme más!
Pero enseguida empujaste fuerte,
con ferocidad. ¡Con rabia! Tus
empellones fueron salvajes,
devastadores. ¡Me matabas de
placer, Valentino!
Era una dulzura de muerte. Un
torbellino de gozo y dolor. ¡Me
dolía, pero me gustaba!
Al sentir tu verga en el fondo
apreté con todas mis fuerzas.
¡Como para no dejarla salir nunca!.
¡Fue un deleite demoniaco, terrible,
contigo encima y besándome
enloquecido! Levanté más las
nalgas, Valentino, para tenerte tan
adentro como ninguna de tus viejas
te tuvo. En ese instante, una oleada
de calor me subió por todo el
cuerpo y ya no pude contenerme.
Perdí el control de todo. Me
estremecí y me convulsioné.
Replicaste embistiendo con
más saña. ¡Como si quisieras
partirme en dos! Apuraste con más
furia tus arremetidas y sentí que el
mundo se me venía encima. ¡Estallé
al mismo tiempo que tú, papito, en
demencial descarga!
Sin reponerme, sentía tus
pulsaciones dentro de mí y rápido
me vino otro orgasmo. ¡Tan intenso
como el primero! ¡Fue el día más
feliz de mi vida, Valentino! Tú
seguiste bombeando no sé cuantas
veces. La metías y la sacabas hasta
que satisfecho, quedaste a mi lado.
¡A la distancia te agradezco aquella
violencia! ¡Aquél arrebato! Me volviste
loca, Valentino. ¡Aquél encuentro fue
infernal y divino!
A la semana siguiente de ese
inolvidable día fue la mamada bajo el
escritorio.
Luego de experiencias tan
gratificantes, me ilusioné imaginando
que seguirías conmigo. Pensé que me
buscarías. Que saldría contigo. Que
habría otros encuentros tan fogosos o
más que éstos. Pero ya no me buscaste.
Lo entendí. Tenías muchas viejas,
Valentino. Y todas muy buenas.
Me quedé con el recuerdo. Con ese
recuerdo que hoy me has hecho volver a
vivir casi con la intensidad de aquel día.
¡Te amo, Valentino!
DEL TÉ CANASTA ¡A
PUTA CALLEJERA!
-En los hoteles, por la noche, con mi
marido dormido, o fingiéndose dormido,
llamaba a alguien del servicio.
Cualquier pretexto era bueno. Que
llevaran alimentos, una botella de vino o
que arreglaran algo. Era lo de menos. La
cuestión era atraer un tercero al cuarto,
tener sexo con él y pasárnosla de
primera.
Lo dicho por Paola en el chat me
sorprendió. Secretaria Ejecutiva de la
empresa, muy atractiva, me pareció
siempre una mujer conservadora. Alta,
de mucho porte, rostro vivaz, iluminado
con centelleantes ojos grises, grandes,
muy expresivos. Vestida siempre con
elegantes trajes sastre, con faldas cortas
que dejaban ver unas piernas firmes,
torneadas y vigorosas. Meneaba
musicalmente sus anchas caderas y sus
pechos asomando el escote de sus
blusas, provocaban sofocos en el
personal.
Fernando, el marido, era proveedor
de la empresa. Mucho más alto que
Paola, alardeaba siempre de su
constancia al gimnasio. Con trajes
impecables lucía su buena forma
desplazándose ágilmente y subiendo las
escaleras a toda prisa, salvando hasta
dos escalones.
Algunos fines de semana se les veía
en el club jugando tenis y departiendo
luego con otras parejas en el snack bar.
Siempre los vi atentos, agradables, pero
distantes y muy formales.
-Qué linda pareja forman Paola y
Fernandito -comentaba el Contador
Alfaro, jefe de ella- Tan bonita y tan
seria. En tres años de trabajar conmigo,
ninguna desavenencia. Ningún conflicto.
Muy profesional.
Tanto tiempo de conocer a Paola y
hasta ahora me enteraba del lado oculto
en la relación con su marido y sus
deseos prohibidos.
-Siempre me has inspirado mucha
confianza, Valentino. Así que no tengo
ningún empacho en contarte lo que hago
en pareja con Fernando.
-Gracias por la confianza, Paola.
-Pero sin que te espantes, Valentino,
¿eh?
-Por favor, Paola...

-Te platico de Acapulco. Una noche


tomamos unas copas en la Costera.
Llegamos muy calientes al hotel. ¿Qué
hacemos? –preguntó Fernando.
- Lo de siempre, mi vida-le dije.
Desarregla algo y llamo a
Mantenimiento para que manden a
alguien que lo arregle –contesté
riéndome.
Fernando atascó el tubo de desagüe
del lavabo con papel higiénico y
envolturas de jabón y enseguida se metió
bajo las sábanas. Aguantando la risa,
reporté a Mantenimiento la supuesta
avería en el lavabo.
-Me dijeron que enviarían a un
fontanero –le dije a Fernando.
Malicioso, me pidió que me
acercara a la cama.- Mira cómo estoy –
dijo mientras echaba la sábana a un lado
y mostraba su erección. Lo apreté con
fuerza y le di una chupada rápida.
–Pero si todavía no llega el
fontanero, corazón -le dije en tono
suave.
-Quiero que te luzcas, Paola, como
solo tú lo sabes hacer –recomendó en el
momento que tocaban la puerta. El
empleado –un fornido mocetón de unos
20 años-, se presentó: Mi nombre es
Fermín, señora, ¿en qué puedo
ayudarle?"
Adelante -le dije-, algo tiene el
lavabo que no se va el agua.
No se preocupe, seño… En unos
minutos está listo –comentó mientras se
tendía en el piso, debajo del lavabo.
Son momentos donde la adrenalina
se desborda, Valentino. La mente te da
vueltas buscando la mejor idea para
integrar al muchacho al juego.
Me senté en el sofá. La excitación de
lo que podría suceder me inquietaba.
Desde la cama, Fernando, con señas,
preguntaba cómo iba todo, mientras en
el baño se escuchaban ruidos de
metales. Luego de unos instantes, me
decidí y entré al baño.
-¿No te importa si hago pis? –le dije
a Fermín- es que ya no aguanto.
El muchacho se enderezó un poco y
responde: “Enseguida me salgo,
seño…”
-No, no, no. Estás bien. Por mí no
hay problema. Puedes seguir trabajando.
“Bueno, como usted diga”, dijo el
empleado, que volvió a acostarse,
ocupándose de la tubería.
Con Fermín tendido bocarriba bajo
el lavabo, llegué al inodoro. Sólo podía
ver de la cintura hacia abajo al
trabajador. Y él, desde su posición, no
alcanzaba a ver mi cara, pero sí lo
demás. Sabiendo que me observaba, me
subí la falda, me bajé las bragas hasta
las rodillas y me senté.
Noté que el muchacho estuvo atento
a mis movimientos y algo debió sentir al
oír el chapaleo de mi chorro en el agua.
Todavía sentada, tomé papel higiénico y
me limpié la entrepierna. Me levanté
despacio, displicente, con la falda en la
cintura y las bragas abajo, provocativa.
Fermín veía todo. No por nada
le apareció un bulto en el overol. Quise
enseñarle más de lo que ya le había
enseñado y me di la vuelta para bajar la
palanca de la cisterna. -Aprecia el
regalo, papacito -dije entre dientes-. Y
para excitarlo aún más, me incliné para
subirme las bragas dejando que
contemplara mi trasero en todo su
esplendor. Si eso no lo calentaba, el
cabrón era joto o un extra terrestre.
Todo me palpitaba abajo. Y el
muchacho debió estar igual. Con mi
descarada provocación pensé que se
lanzaría sobre mí. O que al menos
comentaría sobre lo que vio. Nada. No
pasó nada. No dijo nada. Siguió
maniobrando con tubos y tuercas.

Regresé a la recámara, nerviosa y


más caliente. Tensa, tomé un libro del
buró y haciendo como que leía pero no
leía, me acomodé en el sofá, con la falda
remangada hasta la cintura. Estaba
dispuesta a cualquier cosa con tal de
gozar al muchacho.
Ya lo tenía ahí y no lo iba a dejar ir
tan fácil. Así que me abrí de piernas con
total desfachatez. Casi enseguida, se
escuchó que el agua caía con fuerza en
el lavabo y se iba por la cañería.
Ya viene –me advirtió Fernando
desde la cama.
Al salir del baño, Fermín se impactó
al verme abierta, en postura
groseramente procaz. Tartamudeó: "El
lavabo tenía mucho papel, señora. Una
travesura de los niños del huésped
anterior, seguramente. Pero ya quedó
listo. Me retiro".
¿Cómo que me retiro? ¿Cómo que
este pelafustán se iba ignorando la
provocación de mis piernas? ¡Te vas
madres, pendejo!. O daba un golpe de
autoridad o Fernando y yo nos
perdíamos lo que podía ser una noche de
gratificante calentura.
Salté del sofá y lo alcancé en la
puerta. El momento ya no daba para
andar con rodeos, así que me lancé con
todo.
-Espera un momento -lo atajé-. ¿No
te gustó lo que viste? Ven, quédate un
rato. Vamos a jugar -le dije atrevida y
desvergonzada-.
Desconcertado, confundido, miró
hacia la cama… -¿Y el señor…? –
balbuceó temeroso.
-No te preocupes. El señor bebió
como para no despertar en tres días. Ven
sin miedo, que no te va a pasar nada...¿O
a poco eres gay?
-No, señora, para nada. No soy
gay...
Lo llevé hasta el sofá y lo senté a mi
lado, sin soltarle la mano. Me abrí de
piernas y puse su mano en medio.
Inquieto, sin dejar de ver hacia la cama,
palpó mis bragas mojadas y empezó a
sobar.
-“¡Está húmeda, señora…!”,
balbuceó al tiempo que deslizaba los
dedos bajo la tela. Aproveché para
resbalar el trasero hacia adelante,
recostándome en el respaldo del mueble.
Abierta, alcé una pierna y la apoyé en
sus muslos. El muchacho, respirando
agitadamente, metía y sacaba los dedos
con intensidad. Yo temblaba con lo que
me hacía, pensando también en la
exaltación de Fernando que veía todo
fingiéndose dormido.
Repentinamente, Fermín se apartó y
resbaló al piso, colocándose entre mis
piernas. Ya muy caliente, terminó por
olvidarse de Fernando. Tosco, barbaján,
sin modales, me sacó la falda con
violencia y luego me bajó las bragas.
Aunque no lo creas, Valentino, su
brusquedad me calentó todavía más.
Llevó las bragas contra su nariz y boca.
Las olió cerrando los ojos y las echó a
un lado. ¡Qué excitación! Ansioso me
levantó los muslos y los colgó en sus
hombros. Besó el interior y sin escalas
llegó a su objetivo. Meneó la lengua
como maestro y me obligó a retorcerme
con la embestida.
Con los dedos me separó los labios
y su lengua fue a repiquetear el clítoris.
¡Vaya si sabía hacer cosas este
condenado! Crispada con lo que sentía,
le agarré la cabeza y la apreté con
intensidad contra mi pubis. Dejó de
lamer y volvió a arremeter con los
dedos. Los metía y sacaba con una
habilidad perturbadora. No sé cómo
pude reprimirme para no gritar.
Luego, sorprendida, vi cómo Fermín
llevó sus dedos a la boca y sorbió
gozoso mis jugos. Eso fue muy
cachondo. Ni Fernando ni otros hicieron
algo igual.

Nervioso, acelerado, quitó mis


piernas de sus hombros y las empujó
contra mi pecho. A estas alturas yo
flotaba plácida y feliz entre las estrellas,
así que me abandoné y dejé que este
estupendo semental hiciera lo que le
viniera en gana.
Fermín aprovechó y se regodeó a
placer con lengua y dedos. Agitándose
en mi interior, uno de sus dedos, por
accidente o con intención, resbaló en
otro lado. En pocos minutos me
desmoroné y caí en una 'venida' suave,
dulzona, deliciosa. La noche tenía un
ritmo espléndido. Iba mejor de lo
esperado.
Bajé las piernas y quedé
desparramada en el mueble. Fermín se
puso de pie, me contempló y corrió el
cierre del overol. Ardiente, me eché al
suelo y me arrodillé ante él. Fui sobre la
bragueta y busqué en el interior. Saltó un
brioso animal, esplendoroso y firme,
con una singular curvatura hacia arriba.
En mi vida vi algo así. Ni siquiera
en fotografía. Con las dos manos
acaricié de arriba abajo el maravilloso
trofeo. Lo apreté con fuerza y mi lengua
lo recorrió hasta llegar a la cima. Lo
probé con tantas ganas, que el muchacho
se cimbró descargando aullidos
guturales que sofocó con las manos.
En punto de ebullición, se apartó y
apresuradamente se sacó overol y
calzones. Yo me quité la blusa y el
sostén. En un instante quedamos
totalmente desnudos. ¡Qué ejemplar!
¡Soberbio y grandioso! Musculoso y
bien formado. Un atleta listo para una
competencia. ¿Qué hacía este idiota de
fontanero?
Le acaricié el abdomen, duro y bien
marcado. Tenía poderosos muslos y
unas nalgas macizas, firmes y redondas.
Luego de repasarlo, me lancé de nuevo
sobre esa tentación del demonio.
Costó trabajo para que la endurecida
curvatura hiciera contacto con su
vientre. Hasta entonces tuve a modo un
par de bolas estupendas. Sujetando el
miembro hacia arriba, lamí y luego,
despacio, saboreé una a una.
Mordisqueando suavemente, arrastré a
Fermín a un estremecimiento
acompañado de tenues quejidos.
Enseguida, con lo suyo, me azoté con
suavidad la cara y volví a engullirlo con
voracidad. Aferrada a sus nalgas, lo
acercaba hacia mí, mientras él jalaba mi
cabeza contra su entrepierna.
A punto de explotar, se quitó. Se dio
unos segundos de respiro y regresó
colocándolo entre mis pechos. Empujó
las copas hacia el centro, prensándolo
fuertemente. Meciendo la pelvis, recreó
una fornicación de fantasía. ¡Caramba!
Fue una sensación escandalosamente
sensual y provocativa que nunca había
tenido. ¡Lo que estaba conociendo con
este empleado de hotel!

A punto de 'venirse', Fermín se


detuvo. Me levanté con la intención de
acoplar mi cuerpo al suyo, pero él se
anticipó dándome vuelta y colocándome
en cuatro en el sofá. Con sus manazas en
mis caderas, me acomodó con las
rodillas al borde y con mis brazos en el
respaldo. Me separó las rodillas. ¡Qué
postura, Dios mío! ¡Atrevida! ¡De
insolencia total!. Fernando debía arder
bajo las sábanas.
Impensable que en el círculo de mis
amistades imaginaran a la gran dama de
club, a la elegante y glamorosa señora
Paola Covarrubias, exponiendo el culo
ante un extraño.
¡Y menos iban a imaginar que
domesticada, complaciente, me
abandonara a los deseos y caprichos de
aquel fontanero!
Fernando contaría luego que no
aguantó la tórrida y descarnada escena y
se disparó bajo las sábanas. Fermín,
hincado frente a mí, me acarició el
trasero y me dio suaves nalgaditas.
Aferrado a mis caderas, como si
evaluara mis redondeces, se recreó
satisfecho.
De pronto sentí un escupitajo que
escurrió luego de pegar en el centro.
Que vulgaridad, pensé. Con los dedos,
Fermín esparció la saliva en toda la
ruta. Un gesto de fetichismo, supongo.
En ese momento, lo que menos
necesitaba era un lubricante extra. ¡Yo
estaba totalmente húmeda!
Fermín se puso de pie, empujó y
entró suave, pero profundamente.
Bombeó a placer. Sentí que levitaba con
el mete y saca de su rígida curvatura. Se
me antojó, entonces, llevar mi mano
entre mis piernas y alcanzar sus bolas.
Fue electrizante sentir cómo se
movían esas pelotas en mi mano y cómo
golpeaban mis nalgas en cada
arremetida. Fermín se cuidó bien de no
venirse y se quitó cuando la excitación
arreciaba. Tomándome de una mano, me
levantó, se tumbó en el sofá y me jaló de
espaldas, para sentarme en él.
Embonamos fácilmente. Abrazándome,
el fontanero masajeaba salvajemente mis
senos. Tanta postura, tanto movimiento,
tantos ángulos... ¡aquello parecía un
espectáculo montado para el goce de
Fernando! Cumplía, como otras veces,
la fantasía que lo vuelve loco: Ver a su
mujercita abierta, invadida y colmada
por un desconocido.

-Aunque no lo parezca o demuestre,


Valentino, soy muy ardiente. Ya me
había venido varias veces, pero quería
más. Así que me zafé de Fermín y me
puse de pie. Fermín quedó recostado,
despatarrado, con los brazos a los lados
y con ese gancho palpitando
vigorosamente.
Me trepé al sofá, y de frente, me
puse a horcajadas sobre sus piernas.
Apalancándome del respaldo empecé a
hacer sentadillas. Nos enchufamos
rápido. Y así, agarrada del sofá y en
cuclillas, ascendía y descendía en un
fierro incandescente. Todo era
espléndido, pero no quería acabar con
esa espiral de emociones. ¡Quería más!
¡Mucho más, así que me destrabé y me
puse de pie.
Cogí de las manos a Fermín y lo
forcé a que se levantara. Ahora sería yo
quien lo tuviera encima. Me acosté a lo
largo del sofá y abrí las piernas.
Exaltado, Fermín se echó sobre mí.
Ajustamos nuestros cuerpos . Me
sacudió con un golpeteo maravilloso.
Nuestras pelvis se encontraban y
separaban en un ir y venir brutal. El
calor fue fundiéndonos hasta que un
largo grito nos llevó a un
estremecimiento intenso y arrebatador.
Fernando enloqueció con lo que veía
y siguió tocándose hasta alcanzar su
tercera corrida de la noche.
Ya en la puerta, el fontanero voltea a
los dos lados del pasillo, cuidando que
no hubiera gente. Tierno, me planta un
beso en la frente. Como despedida, mete
la mano bajo el camisón y da una última
repasada a mi trasero.
-¿Lo repetimos mañana? –Pregunta
atrevido. Me sonrío y le hago un guiño.
El muchacho no conocía las reglas del
juego: lo lindo del sexo con extraños...
¡es que no se repite!.
-¡Eres increíble, Paola! No sabes
cuánto me excitaste con tu relato. ¿Y
Fernando?
-Fernando gozó como loco todo lo
que hice. Simulando dormir, fue un
espectador de primera fila. Yo cogiendo
y él viendo. ¡Grandioso! Darle esos
gustos a mi marido es lo mejor que he
hecho en mi vida.
-Te felicito. Ese tipo de
experiencias gratifican la existencia y
atizan la pasión de la pareja.
-Sí, tienes razón. Es muy rico
cogerse a otros enfrente de tu pareja. Y,
claro, que una disfrute lo que a ustedes
les gusta.
-Me asombras, Paola. Si alguien me
lo dice, no lo creo. Sólo porque te estoy
leyendo, creo todo lo que me contaste.
Tan serios, tan formales, nunca pensé
que anduvieran en esta onda.
-Somos serios, Valentino. El hecho
que te haya contado esto, no nos quita lo
discreto.
-Esta experiencia, sobre todo, debe
haber sido de mucha adrenalina.
Explosiva, diría…
¿Qué hiciste después con Fernando?
-Ya te imaginarás. Fernando me
pidió que me quedara con el semen
dentro para chuparme y cogerme así.
-¡Demonios! Súper caliente. ¿Te
gustó chupársela al fontanero?
-¡Síííííí! Chupar es mi vicio. Me
encanta sentir la verga en la boca. Una
comadre me enseñó. Era una gran
mamadora. Ella le mamaba a mi marido
y ahí me tenía, cerquita, aprendiendo
cómo le hacía.
-Qué lujo es platicar contigo de
sexo…
-El lujo es para mí. No cualquiera
puede hablar con Míster Sexo. Eres lo
máximo, la verdad, Valentino.
-Jajaja. Te burlas. Tienes mucho qué
enseñarme, Paola.
-Yo te enseño todo lo que me pidas,
pero tú enséñame la forma de tener a
tanta mujer contigo.
-Me calienta mucho platicar contigo,
Paola.
-A mí me pasa lo mismo. Nada más
te veo o platico de ti y me mojo,
Valentino.
-¿Has tenido aventuras en solitario?
¿Sin tu marido?
-Fíjate que prefiero las cogidas
frente a mi esposo. Son más cachondas.
Más morbosas. Nada como hacer lo que
te plazca y disfrutar frente a él.
-Cierto, coger con la pareja viendo
es muy morboso, Paola.
-Me gusta lo morboso. Eso me mata.
Que sientas el morbo encima. Que tú
mismo seas morboso. Eso no tiene
precio.
-¿Qué es lo que más te ha encendido,
Paola?
-Me gusta mucho estar con chavos
diferentes. Como esta vez. Tener
experiencias distintas. Conocer bien a
otros, aunque fuera la primera vez que
los veía.
-¿Lo que más te calienta?
-Cogerme a un extraño.
-Algún extraño en especial?
-Nada especial. Me cojo a
cualquiera. Me excita el momento.
-¿Puede ser un lanchero o un
empresario?
-O un mesero. O uno del servicio de
los hoteles, como el que te platiqué.
También puede ser un repartidor de
pizzas. O un albañil. O igual un político
de altos vuelos. Lo que se mueva
enfrente, ja ja ja.
-¡Mmm, emocionante!
-¡Ay, Valentino, qué experiencias tan
ricas!
-Me imagino. Admiro tu manera de
gozar la vida. Tu creatividad en el sexo,
Paola.
-Yo creo que el sexo debe ser como
cada quién lo conciba, Valentino.
-Cierto. El sexo es el eje del mundo.
Hay qué compadecer a la gente que le da
vueltas al sexo, no por moralidad ni
decencia, ¡sino por pendejos! Por eso
me encanta platicar contigo. Tenemos
muchas coincidencias en nuestro perfil
sexual, Paola.
-¿Cómo cuál coincidencia?
-Pues coger tanto con gente de arriba
como de abajo.
-Es rico tenerlos arriba, Valentino.
-Ja ja ja. Bueno, me refería a un
status.
-Lo único que pido es que sean
limpios. Y sí, me excito con cualquiera.
Y si es extraño, mejor.
-Supongo que se espantan al ver la
mujerona que eres. En su pinche vida
van a olvidarte.
-Sí, es cierto. Ja ja ja. Eso me
decían. Que jamás imaginaron cogerse a
una vieja como yo.
-Eso te calentaba más, pienso.
-Por supuesto. Y ellos, asombrados,
porque eran empleados o sirvientes.
-¡Qué bocado se comieron esos
infelices! Me muero de envidia, Paola.
-Ni lo soñaban. Porque además,
muchas de esas experiencias fueron en
buenos hoteles. Lugares caros. A mí me
encendía lo que me decían.
-¿Qué te decían? Dime…
-Que les calentaba mucho que se las
mamara, porque nunca soñaron que se
los haría una mujer de mi clase.
-Debiste dejarlos locos. Directos al
psiquiátrico. Ja ja ja.

-Me has hablado de pizzeros. ¿Te


has cogido a algún repartidor de pizzas?
-¡Claro! ¿De quién quieres que te
cuente? ¿Cuál prefieres? ¿El de
Domino’s? ¿El de Burguer Boy? ¿El de
Pizza Hut? Dime, porque me he cogido a
repartidores de distintas pizzerías. ¡Creo
que ya recorrí todas! Ja ja ja.
-Ja ja ja. ¡Eres tremenda, Paola!
Cuénteme del que quiera, linda señora…
¡Mire que me tiene bien caliente!
-¡Qué rico! Jálatelo.
-A ver, cuéntame…
-Mira, habitualmente los viernes en
la noche estamos solos. Los hijos se van
a casa de los abuelos. Ya sabrás.
Fernando y yo nos ambientamos con
algunos tragos y música suave. Bailamos
pegaditos, a media luz. Yo, con un
vestido suelto, corto, casi a ras de las
nalgas, de tela suave y sedosa, con la
espalda descubierta y aberturas a los
lados. Nos toqueteamos. Mis piernas
van entre sus piernas y él mete las
manos bajo el vestido y me acaricia. No
sé si te lo dije, pero para esos momentos
no traigo nada abajo. Es el chiste.
-Sí me lo dijiste. Eso es muy
cachondo, la verdad.
-Cuando la temperatura sube y
tenemos la piel erizada, empieza el
juego. Fernando coloca en una caja las
tarjetas de cuanta pizzería hay en el
rumbo. Sacude la caja y yo, sin ver, saco
una. Es la tarjeta afortunada. Marco el
número telefónico que ahí aparece, y de
esa pizzería es el suertudo repartidor
que caerá en mis redes… ja ja ja.
-¿Y siempre cae?
-¿Tú qué crees?
-¡Síguele! Me tienes en ascuas…
-Normalmente pido una pizza
‘Hawaiana’, familiar.
-Bueno, creo que no importa tanto la
pizza como el pizzero.
-Te cuento que una puerta con ‘ojo
de buey’ divide la estancia de la cocina.
Desde ahí, mi marido puede observar
todo sin ser visto.
-Mmm… ¡Fabuloso!
El pizzero timbra. Abro la puerta. Se
desconcierta cuando me ve tan ligera. El
vestido corto, los muslos al aire. A los
lados, aberturas que llegan hasta las
caderas. Queda entumecido, con la caja
de la pizza en las manos, sin poder
articular palabra. Casi me gana la risa.
-¡Qué impresión, carajo!
-Y algo que te puede parecer
extraño: ¿crees que me calientan más los
repartidores feos que los guapos? A
menos que lleguen a ricos, sé que por su
físico difícilmente estará a su alcance
una mujer de mi clase.
-Sí que eres presumida, Paola.
-Para mi buena suerte, llegó uno
feíto. Moreno, de ojos negros, chiquitos
como capulines. Con el cabello casi a
rape y con la nariz de gancho. De labios
gruesos y mentón corto. Estatura media.
Le calculé unos 19 años. Flaco hasta la
compasión. Nervioso, sacado de onda,
me entrega la pizza.
-Pasa, por favor. Siéntate. En unos
segundos te traigo el dinero –Le digo-.
Camino delante de él con el vestido
untado en el trasero. Siento su mirada
clavada en mis nalgas. Ya voy caliente.
Estoy convencida que él ya se calentó.
Le indico el sillón donde se siente. La
escalera a la planta alta le queda
enfrente.
-Imagino que le confunde tanta
atención, que por supuesto, no recibe en
ninguna otra entrega, Paola.
-Pues claro que no. ¿Quién quieres
que los atienda como yo? El muchacho
se ve aturdido, alterado. Dejo la pizza
en la mesa de centro y le digo que
espere. Que voy arriba por el dinero. Al
subir las escaleras, alcanza a ver mis
nalgas como un par de suculentos
melones en movimiento. ¡Siento que
escurro, Valentino!
-¡Y cómo no... con tanta excitación!
-¡Ahorita, Valentino! ¡Ahorita estoy
sintiendo que escurro...!
-Ja ja ja. Creí que hablabas del
momento con el pizzero. ¡Qué perversa
eres, Paola! Síguele…
-Para enardecerlo más, luego de
ascender algunos escalones, me agacho
simulando recoger algo del piso.
"¡Recréate, papacito!", musito para mí.
¡Exhibición completa! El joven se da la
calentada de su vida. Fernando, que ve a
través del 'ojo de buey', contaría luego
que en cuanto desaparecí en el nivel
superior, el muchacho empezó a frotarse
el bajo vientre. "¡Ya bajo, joven!",
advertí desde arriba. "Está bien,
señora", respondió con voz cohibida y
trémula
En cuanto bajé, el pizzero se puso de
pie. "¿Por qué la prisa, chavo? Siéntate
mientras cuento el dinero", le dije
apoltronándome frente a él.
-¡Qué malvada eres, mi querida
Paola! Pero sigue. Sigue contando.
-Mientras seleccionaba las monedas
para pagarle, separé un poco las
piernas. Lo suficiente para que atisbara
el sendero y su final.
-Te noto intranquilo. ¿Te pasa algo?
–Comenté al darle el dinero.
-No, no. Para nada. Es que tengo que
regresar pronto a la pizzería -expresó
nervioso-.
-Te veo muy desosegado. Mira, te
traigo una soda, te calmará los nervios.
- Es que…
-Nada, nada… Seguro que te hará
muy bien. Ya verás.
-Bueno… -respondió el chico,
resignado-.
Sabía que al levantarme, mis nalgas
quedarían de nuevo al descubierto.
Caminé con displicencia hacia la
cocina, sintiendo el deseo del muchacho
en mis caderas.
Abajo me hervía todo y sentí que me
derramaba.
-¡Diablos… para reventar a
cualquiera!
-Al empujar la puerta, qué
barbaridad, encuentro a Fernando
excitadísimo, masturbándose.
-Que no se te escape, mamita… -me
dice ansioso, con la voz agitada.
Saqué una botella de la nevera y
serví el refresco en un vaso.
-¡Mira! ¡Mira! -me alertó Fernando,
con voz baja y desfigurada.
Por el ‘ojo de buey’ pude ver al
repartidor. Se restregaba entre las
piernas. Mis pulsaciones aumentaron.
Llevé mi mano bajo el vestido y
¡carajo!¡chorreaba viendo al pizzero
masturbándose!
-¡Vamos, Paola, es todo tuyo… No
lo dejes ir! –Me animó Fernando,
impaciente-. En cuanto aparecí, el
muchacho dejó de manosearse y
rápidamente se inclinó, juntando sus
manos y colocándolas entre sus piernas.
Dejé el vaso en la mesa y me planté
frente a él. Cohibido, se mantenía
agachado. Lo tomé de la cabeza y se la
eché hacia atrás… Parecía asustado.
"¿Te doy miedo?", le pregunté.
-"No señora, ¿cómo cree?
-¿No te gusto?
-Usted es muy bonita, señora.
-Me levanté el vestido. A nivel de
sus ojos, quedó el esplendoroso follaje.
Se pasmó, alelado. Atónito.
-¿Ya lo conoces? ¿Has visto otros?
¡Vamos, hombre, gózalo…! Lo
apremiaba, pero como no reaccionaba,
le cogí la cabeza y la acerqué a mi
pubis. Me di cuenta que no tenía
experiencia alguna. Como quedó quieto
ante la incitación, lo tomé de las
muñecas y arrastré sus manos alrededor
de mi trasero. Hasta entonces respondió,
moviendo sus temblorosos dedos.
-¡Un pendejo! Pobre güey. ¡Cómo
desperdiciar el suculento manjar que le
ofrecías, Paola!
-Te confieso que es de mucho
morbo avivar a un primerizo. Enseñarle
los caminos. Animarlo a que se
desboque. Pero también impacienta. Lo
animé a que se pusiera de pie y enarcó
los ojos, sorprendido, cuando mi mano
fue sobre su turbulencia. Lo apreté
contra mí y llevé sus manos alrededor
de mi cintura. Alentado, fue más abajo y
me acarició intenso, deseoso.
A mi manoseo abajo, respondía con
quejidos y jadeos recargando su cabeza
en mi hombro. Con sus dedos crispados
en mis nalgas, se animó a pedir casi en
susurro: Apague la luz, señora...
-¡Qué iba a apagar la luz! Capaz que
privo a Fernando del show y salta de su
escondrijo a reventarnos la madre.
-No pasa nada, chamaco, estoy sola.
Sin miedo –le dije en voz baja,
zafándole el cinto- Vi que sería incapaz
de iniciativa alguna, así que yo misma le
bajé el pantalón y los calzones. Para mi
fortuna, el pizzero estaba muy bien
servido. Estoy segura que el pobre no
sabía lo que cargaba. ¡Tremendo
badajo! Una locura.
Le resaltaba más por su físico tan
esmirriado. Su gran paquete invitaba a
la lujuria. Con la mano izquierda
rasguñaba abajo y con la derecha subía
y bajaba. Una calentura terrible ver
cómo desaparecía y aparecía el
tremendo botón.
Sin soltarlo, me deslicé hacia abajo
hasta hincarme. Tomé el badajo con las
dos manos y empecé a lamerle la punta.
Me enardecía ver cómo se estremecía y
quejaba. Emboné luego la cabeza entera
y la chupé por un rato antes de
metérmela toda. ¡Le di la mamada de su
vida!
Cuando sentí que aquello se
hinchaba a extremos peligrosos, lo
saqué de golpe y me aparté. La tremenda
tranca quedó sacudiéndose en el aire.
Me tendí en el piso, bocarriba, abierta.
Desde ahí, la perspectiva increíble: veía
una torre monumental, enfilada hacia el
frente orlada por un par de tremendas
pelotas.
Ardía en deseos de tener todo
aquello en mí. Esperaba que el pizzero
se echara sobre mí, impetuoso, bronco,
grosero y me partiera en dos con su
embestida. ¡Nada! Por instantes me sentí
ridícula. Yo expuesta, sometida,
entregada, dispuesta a recibirlo, y el
otro de pie, inmóvil como una estatua,
conformándose con verme.
Flexioné las piernas y las separé
más. Ninguna reacción. ¡Fue demasiado!
Ya no me pude contener.
-¡Vente sin miedo, chingao! Vamos,
¡cógeme, cabrón!- le grité-.
Torpe y apocado, se hincó entre mis
piernas. Picó por todos lados, sin
acertar.
Tuve que orientarlo y hasta que
sintió la apertura de mis carnes blandas
y húmedas, empujó brutalmente.
¡Méndigo muchacho! Me hizo pegar un
aullido. Lo que siguió fue de instinto.
Empujamos el uno contra el otro de
manera animal. Sacó un berrido
profundo y dio una última embestida
bárbara y atroz. Fue un dolor agridulce.
La 'venida' fue simultánea. ¡Qué corrida,
por Dios! El pizzero dejó caer su cuerpo
sobre el mío y acurrucó su cabeza
sudorosa en mis pechos, gimiendo
satisfecho.
-¿Le gustó…? –preguntó como
preguntan todos, susurrando cerca de mi
oído.
-Mucho… -le dije y a mi vez le
pregunté:- ¿Has cogido mucho?
-Es mi primera vez, señora….
-¿Y cómo supiste hacerlo?
-Pues viendo revistas y videos…
Dejó de hablar para mordisquearme
la oreja, el cuello. Así estuvo unos
instantes hasta que perdió vigor. Poco a
poco se fue ablandando y ya sin firmeza,
se deslizó hacia fuera. Reaccionó de
pronto, y sin hablar, se despegó y se
puso de pie. Por unos momentos,
absorto, quedó admirando mi desnudez
con el vestido revuelto encima. ‘¡Está re
bonita, señora!’, balbuceó mientras se
vestía para desaparecer
precipitadamente. Acostada, saciada,
exhausta, con las piernas abiertas, no
tuve fuerzas ni ánimo para levantarme.
Venía lo mejor. A Fernando, como te
dije, le gusta que me quede con el semen
de los otros. Ya imaginarás lo que
siguió...
-¡Carajo! Qué historia… ¡Vaya que
me has calentado!

¿Y qué es lo más loco que has


hecho, Paola?
-Uff! Tantas cosas. No me digas
cuando estamos de viaje. Mi marido
hasta paga a camareros, afanadores,
vendedores, a quien sea, para me cojan.
Claro, la condición es que él vea. Que
esté presente.
-¡Súper! Pero cuéntame, debe haber
algo supremo. Lo más extraño, lo más
bizarro que hayas hecho…
- Creo que mi más loca experiencia
fue la noche que oficié de puta puta.
-¿Cómo que de puta puta? Ja ja ja.
¿Cómo es eso?
-Ya te lo he dicho, Valentino, todas
somos putas. Unas más que otras. Unas
descaradas. Otras discretas. Otras
mustias. Pero todas tenemos algo o
mucho de putas. La verga es lo máximo.
Te aseguro, porque lo sé, que no hay una
sola vieja, una sola, que no haya
fantaseado con ser una puta de oficio,
aunque sea por una sola vez en su vida.
E igual te digo, a todas nos gusta que
nuestro hombre nos diga putas. ¡Ser la
puta de alguien es lo máximo! Que haya
señoras de doble rasero que se
escandalizan cuando saben de alguna
que pillaron haciendo cosas que ellas
mismas hacen en privado, no significa
que sea malo ser puta.
A muchas, en público, les ofende la
etiqueta de putas, pero son las mismas
que en la intimidad hacen lo que
cualquier puta cachonda: se toman fotos,
mandan mensajes calientes por el
celular, chatean porno con
desconocidos. Se acuestan con novios,
maridos, amantes. Maman. Las maman.
Se desnudan. Tienen vagina, tetas,
pezones y culo. Todo un arsenal para
dar y recibir placer.
El ser puta no es cuestión de buena o
mala persona. Ser puta, es una condición
que todas tenemos, independientemente
de cómo te portes en la vida. Te insisto,
Valentino, aún esas señoras estiradas,
popoff, damas de club, sueñan con ser
putas, ser tratadas como putas, aunque
solo sea una vez en su vida.
-¿En serio…?
-Y te aclaro, son muchas las que no
solo fantasean. Tienen el coraje de
realizar esa fantasía, sueño, deseo, o
como quieras llamarle…
-Cada vez me sorprendes más,
Paola…
-Hace tiempo platicaba de sexo con
una amiga. Le comenté que soñaba ser
puta por un día. Sorprendida, se animó a
confesarme que ella quería ser teibolera
por una noche. Jaja ja ¿Te imaginas?
Dejé de ver a mi amiga y no sé si
cumplió su fantasía.
Te diré que hay algo que te mueve a
transgredir códigos, a partir moldes, a
romper con lo cotidiano. Esto es
terriblemente excitante. Cuando una
coge, tú lo debes saber, se dicen muchas
palabras que aumentan la calentura, la
pasión, el deseo.
Para mí es de lo más caliente que en
plena cogida y a punto de la venida,
Fernando me suelte al oído que yo cojo
muy rico. Que si fuera puta, sería de las
más cotizadas. “La favorita de la
Madam –dice- y tendrías a muchos
haciendo fila por tus servicios”.
Decirme eso lo calentaba mucho. Yo
sentía cómo se ponía más duro. Yo me
calentaba por igual. Lo que me decía,
me alocaba y agitaba al máximo las
caderas. ¡Explotábamos al mismo
tiempo! El universo en un puño,
Valentino. Cosa de locos.
-No sabes cómo estoy exaltado,
Paola.
-Te diré que esas fantasías y lo que
nos contaban parejas conocidas,
aumentó nuestra curiosidad y morbo. Y
me llevó, ja ja ja, quién lo pensara, a
plantearme seriamente si yo sería capaz
de oficiar de puta.¡ Qué risa! Hago un
paréntesis para platicarte de los Luna,
Nadia y Jesús, unos vecinos. Nos
dijeron que jugaban a que Nadia era una
puta y Jesús su cliente. Se citaban en un
bar y él llegaba y se le apersonaba como
un desconocido. Platicaban, flirteaban y
seguían con caricias cada vez más
atrevidas. Les calentaba ser vistos por
los otros clientes. Salían del bar y
terminaban en un hotel de paso donde
daban rienda suelta a su lujuria. Ese
jueguito –decían-, les cargaba las pilas
por varias semanas.
-No maaaanches, ¡qué historia!
- Y te cuento otra. Tú conoces a
Raquel. Tan seria, tan propia. Tan
formalita en la Academia, en la oficina,
en la calle. Me platicó que fue con una
amiga a Cancún. Se fueron solas. Sin
maridos y sin hijos. Las dos tenían la
fantasía de ser prostitutas por una noche
en un lugar donde nadie las conociera.
Cumplieron su fantasía y de esa
aventura, me dijo, sólo quedaron unas
fotografías muy excitantes. Las mira
siempre que quiere masturbarse.
-¡Carajo! Todos los días se aprende
algo nuevo. Seguro que sabes de otras,
Paola. Me tienes al rojo vivo. ¡Sigue,
mamita…!
- Te asombrará que esas señoras
muy de sociedad, de mucho dinero, tan
respingadas y dignas, también tengan
estas fantasías. Me llevaría días y días
contándote de tanta dama que conozco,
que desdobla su personalidad en puta de
arrabal.
Señoras que en la vida cotidiana se
muestran serias, altivas y honorables y
cualquier noche andan con el culo al
aire dando rienda suelta a sus pasiones
más salvajes. Y aunque no lo creas,
entregándose a excesos y a prácticas que
ni te imaginas.
Sé de señoras con título
universitario, profesionistas de alto
nivel social y económico, que se
revuelcan con desconocidos sólo por
cumplir el capricho de sentirse putas.
Aunque sea por un día. ¡O por una
noche, Valentino!
Saber todo esto, inquieta. ¡A fuerza
que te mueve, Valentino!
Una no es de plástico. La carne
quema, Valentino. Y para mí ya era una
obsesión cumplir esa fantasía que
Fernando y yo avivamos una y otra vez
en la cama. Cada vez era más grande el
deseo de ser esclava de alguien. De
alguien que me dijera que soy una puta y
me hablara con obscenidades. Quería
experimentar eso, aunque fuera sólo una
vez. Estar en un cuarto extraño,
cumpliendo los deseos de un
desconocido por una paga, me
alucinaba.
Quería oírlo decirme palabrotas:
Algo así como ‘¡encuérate, cabrona!’ ‘¡
Así quería tenerte, puta! De patas
abiertas,¡ para enterrártela enterita!’”
¡Qué oso, Valentino! Pero es mi fantasía
y solo te la cuento por la confianza que
te tengo. No sabes, Valentino, lo que es
desear eso. Soñar que alguien me pone a
gatas y me separa con violencia las
piernas para embestirme sin
consideración alguna, es tremendamente
excitante.
Sólo me volvía la paz
masturbándome. Imaginando que el tipo
me la ponía en la cara y ordenaba que se
la chupara, que se la mamara. Y que me
decía, ‘¡Vamos, putita! Ahora te la vas a
tragar toda, ¡vamos, anda!’, No sabes las
corridas que tenía con el vibrador,
Valentino…
-Paola! Casi me obligas a que me
derrame. ¿Y sabes de alguna otra de tus
amigas que también la haya hecho de
puta?
- No sé por qué te lo cuento,
Valentino, pero con esta plática y estos
recuerdos, estoy mojadísima…
-Síguele, Paola…
-Esto queda entre ‘nos’, ¿eh? Porque
tú conoces muy bien a Lety, la doctora
del Hospital Central…
-No te preocupes, Paola. Soy una
tumba.

-Estaba de vacaciones con su


marido y sus hijos en un Hotel de la
Riviera Maya. El señor y los niños
salieron temprano a una excursión. Lety
ya conocía el paseo y prefirió tomar sol
en la Alberca del Hotel. Lety tiene un
cuerpazo de 10 y vestía un mini bikini
espectacular que apenas le cubría lo
esencial.
-Lo sé. He estado con ella y su
marido en la alberca del club.
-Lety me platicó que tenía la fantasía
de sentirse puta, de actuar como puta y
cobrar como puta. ¿Te das cuenta?
-¡Carajo! ¿Y por qué no me lo dijo?
-No seas tonto, Valentino. Eso no se
hace con conocidos…Lety me aclaró
que para nada imaginó que en ese viaje,
o precisamente ese día, pudiera cumplir
su fantasía. Recostada en un camastro,
con gafas oscuras, saboreaba una
bebida. Se dio cuenta que un hombre
maduro, alto, fornido, de pelo rubio, la
veía con insistencia. Estaba sentado a
pocos metros de ella, con una cerveza en
la mano.
Lety le sonrió, y él, con un gesto, le
invitó de su cerveza. Lety asintió con la
cabeza. Rápido, el hombre brincó y fue
al camastro de al lado. En ese momento,
el corazón le dio un vuelco a Lety.
Como un relámpago le llegó a la mente
esa fantasía reiterada de querer ser puta
por un día. El extraño resultó ser un
alemán que hablaba perfectamente
inglés, al igual que Lety.
-No te equivoques- le dijo Lety de
inmediato, con total atrevimiento-.
Conmigo no hay romance. Soy prostituta
y cobro por mis servicios.
-¡Magnífico!- exclamó el tipo-.
Tenemos suficiente tiempo para
divertirnos. Mi avión sale a las 7 y
entrego el cuarto a las 4. ¿Cuál es el
precio, amor?
A Lety le dio vueltas la cabeza.
¡Demonios! ¿Cuánto debía cobrar? ¡Ni
puta idea!
Como Lety tardó en responder, el
alemán propuso: -Son las once. Si te
quedas conmigo hasta las 4, te doy mil
dólares… A Lety le pareció una
cantidad exagerada -¿Mil dólares?-
preguntó sorprendida. La expresión de
Lety desconcertó al hombre, que pensó
haberse quedado corto en la oferta.
-Eres una mujer muy hermosa –dijo-.
¡Que sean mil quinientos!
-Lety quedó paralizada. Apenas si
pudo balbucear un tímido ‘ok’. ¿Tanto
dinero se paga por sexo? Por cinco
horas de placer ganaría más de lo que
cobraba por quincena en el hospital.
-Te espero en el cuarto 734 del
séptimo piso -dijo el alemán con una
sonrisa cálida y se puso de pie para
alejarse. Lety leyó la tarjeta que le dejó
y vio que Baastian Netzer era su nombre
y se ostentaba como director general de
un corporativo internacional.
-Fue una jornada sofocante.
¡Increíble! – me contó Lety-. Hicimos de
todo. En mi vida lo había hecho así con
Germán. El alemán resultó todo un
semental con una verga grande y gruesa.
Insaciable. Nos la pasamos desnudos
todo el tiempo. Bebimos whisky y hasta
nos quedamos dormidos un rato.
Abrazados, de frente, descansé mi
pierna sobre sus muslos. ¡De película!
En cuanto llegué al cuarto, Bastian
descolgó el teléfono y llamó al
restaurante solicitando servicio. ¡Cielos!
Aquello pareció un menú de reyes. En
un gran platón había bacalao en salsa de
ajo, ostras, pulpo gallego, langostinos,
gamba alistada, almejas a la marinera. Y
para acompañar, un 'Grüner Veltliner',
de Austria. Un vino de uva blanca, muy
especial. ¿Te imaginas?
Del servi bar Bastian extrajo una
botella y extendiendo el brazo me la
mostró: "Mira, el mejor whisky del
mundo para la mujer más hermosa del
mundo". Me explicó que el 'Sherry Cask'
era un whisky japonés, de producción
limitada. Cerró bien un negocio y para
festejarlo compró cinco botellas. "Es la
quinta y última que me queda y es un
placer disfrutarla contigo", dijo galante.
Media hora antes de las 4 nos
desprendimos. Me dijo que era una
lástima que se tuviera qué ir. Lamentó
no haberme conocido antes, lo cual
celebré, porque me hubiera visto con
toda la familia y nada hubiera ocurrido.
Comentó que regresaría en seis
meses."¡Te quiero ver de nuevo!", me
dijo, "pero ahora me gustaría que me
acompañes los quince días que estaré
aquí. Por dinero no te preocupes".
Nos vestimos y él llamó a recepción
para que recogieran sus maletas."Toma",
me dijo al entregarme un fajo de
billetes. "No te voy a olvidar. Jamás
había tenido sexo de tanta calidad.
Debes ser muy cotizada en el lugar
donde trabajas". Aunque estoy en una
etapa de mi vida que no me asusto de
nada, cuando me pagó sentí un poco de
vergüenza. En la despedida me besó
apasionadamente y aprovechó para
meter por última vez las manos bajo el
bikini
Regresé a la alberca un poco
mareada por el whisky bebido y
adolorida de abajo por las tres veces
que lo hicimos. Pedí una cerveza. Unos
momentos después, a lo lejos, vi pasar a
Bastian hacia la puerta de salida.
Instintivamente, abrí el bolso y conté los
billetes. No eran los mil quinientos
dólares que dijo… ¡eran dos mil!
¡Una cantidad como para regresar de
nuevo a la Riviera!, pensé.
El resto de la tarde la pasé
recordando todo lo que había pasado.
Llegué a dudar si solo fue un sueño.
Pero el dinero en el bolso o el exquisito
ardor de mi entrepierna con mis labios
inflamados, me decían que aquello había
sido una experiencia muy real.
-Por la noche, el marido de Lety se
echó de espaldas a la cama. -Amor,
vengo muerto. No sabes lo cansado que
fue el tour…
-¡Bendito Dios! –pensó Lety- yo
estoy igual…
-Imagina cómo me dejó caliente el
relato de Lety. Los encuentros con
Fernando fueron cada vez más intensos.
Fernando confesaba que le quemaban las
ganas de que me fuera de puta. Yo
estaba igual. Los dos estábamos
sensibles, siempre con una sofocante
calentura. Hasta que una noche, luego de
tres revolcadas épicas que nos llevaron
a terminar en el piso, decidimos que era
el momento de consumar nuestra
ardorosa fantasía. Fernando propuso que
pasáramos por ‘El Granero’, el centro
nocturno del Boulevard de la Luz.
Seguro lo conoces…
-Sí, sí lo conozco…
-Las putas se agrupan fuera del local
y se desperdigan a lo largo de la cuadra
a la espera de automovilistas que buscan
sus servicios. Ahí observaríamos cómo
actúan estas señoras y cómo realizan sus
tratos…
-Qué interesante, Paola. ¡Y qué
excitación!
-Fernando se estacionaría en el
Boulevard, cerca del lugar.
Queríamos ver cómo traficaban sus
favores esas zorras. Fue divertido. Las
mujeres se acercaban a los carros y
agachadas, regateaban la cita. Luego de
unos instantes, si les satisfacía el
acuerdo, supongo, abordaban el
vehículo.
¡Oye –le dije a Fernando al tiempo
que me levantéel vestido y me acaricié
los muslos- ¡yo estoy mejor que todas
esas…!
-Yo te lo he dicho siempre, mi vida
–comentó- y me suelta la pregunta: -
¿estás lista para fichar-?
-¿Por qué no? -le respondo con una
carcajada-. Por algo me dices que si
fuera puta, sería la favorita de la
Madam. ¡Ya me lo estoy creyendo!
-Bueno, ya viste cómo hacen sus
convenios estas señoras, así que espero
no te arrepientas. ¿De veras estás
dispuesta a hacerlo?
-Por supuesto. Si estoy que ardo
solo de imaginarme. Sería muy distinto a
lo que pasa cuando he cogido con
desconocidos en los viajes. ¿Te das
cuenta? ¡Coger por dinero! Que el otro
me crea una verdadera puta. ¡Sería muy
bizarro y extremadamente emocionante!
-Sería perturbador. De mucho
morbo, ¿no crees?
-¿Y si me encuentro un galanazo, te
encelarías?
-Paola, por favor… Bien sabes que
tu placer es mi placer. Que gozo con tus
goces. Que si algo me calienta, es verte
coger con otro. El reto es ser cada vez
más originales y sufrir o gozar la
adrenalina que implican relaciones más
temerarias. Ver cómo te taladran el coño
y pajearme, es lo máximo.
-Resolvimos, entonces, que debía
enterarme cómo negociaban esas zorras.
Luego de platicarlo sobrsadamente, lo
decidimos: Me encogería en el piso de
la camioneta, atrás del piloto. Imposible
que me vieran. Fernando simularía que
iba a la caza de alguna y yo escucharía
los detalles del acuerdo.
Sólo de pensar que estaría cerca de
esas mujeres, me subió una ola de calor
por todo el cuerpo. Me ardían las
mejillas. Sería de lo más morboso
escuchar cómo ofrecían y regateaban su
cuerpo. Hecha un ovillo, con las rodillas
pegadas al pecho, mis manos sujetando
mis pies y con el corazón latiendo a
galope, esperé ansiosa en el piso del
asiento trasero. Fernando, a vuelta de
rueda, se acercó a la acera. Escuché
claramente lo que se decía:
-No te confundas, papito… Estoy
muy buena y te daré placer al máximo.
Te trataré como mi amante. Ya verás
que la pasaremos muy bien. Te aseguro
que no te defraudaré. Soy
fogosa y llena de vitalidad. Mi trabajo
es con seriedad y discreción
Habló casi sin respirar. Como si
fuera un guión aprendido…
-Sólo estoy viendo posibilidades,
hermosa. Tengo que ir a un cajero a
sacar dinero, pero seguro que vuelvo
por ti –fue un estribillo que Fernando
repitió una y otra vez con cada una de
las entrevistadas.
Siguió la número 2:
-Soy Arantza, primor. Y estoy
dispuesta a todo. Yo sí cumplo. No lo
pienses tanto. Seré tuya y te daré un
servicio con la calidad que te
mereces…
La 3:
-Anímate, corazón. Soy estudiante y
con ganas de probar todo lo que tú me
quieras hacer y me quieras dar. Me
gusta aprender y sentir de todo. Me
encantan los hombres. La 4:
No lo dudes. Soy madurita, pero de
buen gusto. Fina y muy complaciente.
Te daré el mejor oral de tu vida. Y te
enseñaré las mejores posiciones. Anda,
decídete….
La 5:
- ¡Eres un suertudo! Estoy llena de
pasión y lujuria. Hoy quiero sacarme
todas las ganas que traigo dentro,
contigo. Con 2000 pesos lo hacemos.
La 6:
-Mi vida, soy toda lujuria y
adrenalina. Bésame, acaríciame y
disfrútame. El sexo conmigo es el
paraíso. Compruébalo, papi.
La 7:
-Te veo y ya me calenté, guapo. Me
muero porque me hagas gritar de
placer. Disfrútame como tú quieras.
Pruébame, lindo, y no te arrepentirás.
La 8:
- Mírame, Don… Soy de Colima.
Cariñosa, tierna y con mucha pasión.
Soy la pareja que siempre has deseado.
Te hago lo que quieras por solo 2500
pesitos.
La 9:
-Tengo 20 años, cariño. Mírame,
piernuda y nalgona. Soy bien
cachonda. Te hago el oral,
¡riquííísimo! Garantizado. Me das 2,
800 y me pagas el taxi
La 10:
- Tengo 30 años. Soy sencilla,
simpática. Puedes llevarme a donde
quieras como dama de compañía o
asistente. Puedo ir contigo en viaje de
placer o de negocios. Tú dices,
papi… nos arreglamos.
La 11:
- Pruébame, querido. Soy una
verdadera fiera en la cama. Soy sexy y
sobre todo muy complaciente. Me
encanta el sexo anal.
La 12:
- Mírame, papi. Soy mujer de moral
muy sucia. Tú dices si me das la mega
cogida de mi vida. Necesito pene todos
los días. No importa por dónde: oral,
vaginal, anal. También hago el 69. Con
tres milanesas quedamos bien felices,
papi.
-Es suficiente, Fernando. ¡Vámonos!
– Le digo excitadísima por todo lo que
había oído-. En la posición que
guardaba, fue muy fácil hurgarme,
haciendo la panti a un lado. Confirmé
que estaba empapadísima.
Fernando aceleró y pasó de largo
ante otras mujeres que hacían fila a lo
largo de la cuadra. Brinqué la consola
de la camioneta y me arrellané en el
asiento del copiloto. Resoplé alterada. -
Fernando –le dije- estoy que ardo. ¡Bien
caliente!
-¿Y cómo crees que yo vengo?
Agárrame…
Sentí su dureza sobre el pantalón. Ya
no me pude contener. Era demasiado
esperar hasta llegar a casa. Me incliné y
clavé la cabeza en su vientre. El horno
no está para bollos, decía la abuela, así
que trabajé de inmediato. Con la lengua
–como me enseñó mi comadre- hice
todo. Lo acaricié, lo lamí, lo envolvía y
circulaba en la punta. La ansiedad de
Fernando fue tan grande, que con una
mano me empujó la nuca, sepultándome
en su entrepierna.
Al llegar a la base, empecé una
fricción de arriba abajo, con labios,
dientes y lengua. Fui intensa y rápida.
Fernando no aguantó ni una cuadra. Sentí
cómo se hinchaba, a punto de la corrida.
No alcancé a desprenderme. O no quise,
la verdad. Los disparos golpearon mi
garganta y me tragué todo.
Cuando Fernando pareció saciado,
succioné con más fuerza hasta
exprimirlo por completo. Seguí
chupando mientras Fernando conducía,
ya con el alma sosegada. Luego, en la
cama, no sabes, un encuentro de lo más
fogoso, platicando de lo que podía ser
mi gran noche de putas. Esto hay qué
hacerlo en caliente –precisó Fernando-.
Si no, todo va a quedar en una fantasía
loca. ¡El viernes lo hacemos!,- exclamó
entusiasmado-.
-No sé si alguna vez te lo he
contado, Valentino, pero con Fernando o
con otros con los que me he acostado,
intento que sientan que están cogiéndose
a una puta. Aquí entre nos, te digo que
ese es mi gran secreto. Ser como ellos
quieren que sea, una verdadera puta.
-Ya estoy ardiendo, Paola. Cuenta,
cuenta cómo fue tu noche de putas…
-Ay, Valentino, no sé porque te
cuento todo esto. Te lo voy a decir, pero
antes te platico de Elizabeth, la del
Almacén. Me confesó que también tuvo
la fantasía de oficiar de puta. Aunque lo
más que hizo fue desnudarse en un
centro nocturno con un streaper,
simulando que tenían sexo. Fue todo.
Me dice que ahora piensa lo bueno
que estuvo. Y asegura que no había
nadie conocido entre el público. De otra
forma, comenta, no faltaría quién le
hubiera dicho ya que la había visto.
Pero, ¿qué crees?, dice que igual, no le
molestaría que la hubiera visto alguien
que la conociera. Otra amiga comentó
que había pedido informes en un club de
bailarinas nudistas. Le pidieron hacer un
casting. Ahí le dio miedo y se olvidó de
la idea.
Verónica, una vecina, me preguntó si
yo podría calcular cuánto cobraría una
prostituta no solo por penetración, sino
también por caricias y sexo oral. Me
pidió que le echara un vistazo a su
cuerpo. Riéndose, preguntó si todavía
aguantaba. Siguió con muchas preguntas
más y al final, con una sonrisa maliciosa
me dijo: ‘Gracias por la información. Es
una posibilidad en mi vida'.
-Estoy segura, Valentino, que una
gran cantidad de mujeres, si no es que
todas, tienen esa fantasía: Conocer lo
que sienten las prostitutas de la calle al
estar con hombres diferentes y cobrando
por tener sexo.

Ya te conté mis secretos, Valentino.


Eres mi amigo desde hace mucho, pero
aparte, eres un hombre que da
confianza. Te he contado que he tenido
una vida sexual muy activa y que mi
marido comparte todas mis experiencias
y, la verdad, la hemos pasado súper
bien.
Pero lo de la pirujeada no se nos
había dado. ja ja ja Hasta que a
Fernando le dio por decirme que lo
hacía tan bien, que si fuera puta sería de
las más cotizadas en el mejor de los
burdeles. "La favorita de la Madam", me
repetía.
En pleno jaleo, al momento en que
los sentidos estaban por estallar,
susurraba: "Mi putita, ¡qué lindo
coges…! Si fueras profesional, tendrías
una fila de cabrones esperando tus
servicios…" Eso me disparaba la
temperatura y aumentaba la intensidad
de nuestro encuentros. Fernando
reaccionaba desmesurado. Embestía con
más fiereza y estaba tan caliente, que me
quemaba toda por dentro.
"¡Eres una golfa, una prostituta, una
ramera!", gritaba Fernando al tiempo
que empujaba vigorosamente. No te
imaginas qué sesiones teníamos
fantaseando así, Valentino…
-Claro que me imagino. Tanto, que
ya me tienes ardiendo, Paola, pero
sigue. Sigue contándome…
-Mira, Valentino, yo me animé,
porque muchas mujeres, aunque lo
nieguen, tienen algo de prostitutas. Los
tiempos han cambiado, Valentino. La
mujer ya no es la pendeja de antes. Ya
no es la mujer sometida, encorsetada en
códigos sexistas, discriminatorios, que
le imponía una sociedad mojigata de
doble moral.
Ya son pocas las mujeres que niegan
su sexualidad, sus deseos, para que no
las vea mal un medio hipócrita.
¡Pendejadas! Ahora las mujeres tienen
sus propias fantasías sexuales y sus
propias necesidades. Se acabó aquella
idea de que la mujer no era propietaria
de su propio cuerpo. Hoy la mujer es tan
libre como el hombre. Y tiene tanta
libertad como el hombre para compartir
o no compartir su sexo.
La mujer actual no quiere que el
marido vaya a buscar afuera lo que no
encuentra en casa. Ahora la mujer
compite. Y si el marido va a buscar
putas, ella quiere ser la más puta de las
putas para que él se quede en casa. ¡Ya
hay gimnasios donde imparten clases de
tubo, Valentino! Es hora que cualquier
mujer, la que me digas, le hace tubo al
marido o se viste con lencería de lo más
provocativa.
-¡Vaya discurso! Tienes madera de
activista, Paola…
-¡No mames, Valentino! Pero es la
verdad. Bueno, te decía, nosotros
queríamos ir más allá. Yo quería sentir
lo que es ser toda una puta y Fernando
quería verme en plena sumisión,
cumpliendo los deseos más arrebatados
y locos de un desconocido.
Entregarme entera, para darle placer
por dinero. Hablar, actuar, contonearme
como puta… Y como puta, recibir
dinero. ¿Te soy sincera? Me resultaba
sencillamente emocionante, provocador,
perverso, pensar todo esto.
-Uff! Sí que me tienes sorprendido,
Paola. ¿Y cómo fueron los días previos
a tu graduación de puta?
- De cachondez tremenda. Un ardor
divino salía de mi entrepierna.
Chorreaba como loca. Debía secarme a
todas horas del día. No dejamos noche
sin coger. La idea de estar con un
extraño que me pagaría por tener sexo,
nos espoleaba.
Verme sometida, ultrajada, tal vez
maltratada, me enardecía. Imaginaba
esas manos ajenas explorando mi
cuerpo. Imaginaba a un cliente loco de
deseo y pasión, penetrándome sin
piedad y apretujando mis pechos.
Imaginaba una cogida brutal. ¡De
escándalo, Valentino! Todas estas
imágenes me revoloteaban en la mente y
me sentía incapaz de rechazarlas.
Anhelaba que llegara la noche para estar
con Fernando y me dijera que soy su
puta, su gran puta.

Bien, pues te cuento que por fin


llegó el gran día. Fernando tenía todo
preparado. A la vuelta de El Granero
hay dos hoteles. Uno frente al otro.
Reservó el cuarto 503 del quinto piso
del Hotel ‘El Paraíso’.
Reservó, también, el cuarto 601 del
sexto piso del Hotel Premier. Quedaba,
con gran precisión, frente al cuarto 503
de ‘El Paraíso’, aunque un nivel arriba.
Yo iría con mi cliente al quinto piso
del Hotel Paraíso. Fernando vería todo,
absolutamente todo lo que pasaría ahí,
desde el sexto piso del Hotel Premier.
-¡Qué ingenio, caramba!
-La luz de mi cuarto quedaría
prendida y las cortinas abiertas.
Fernando, con su cuarto a oscuras,
estaría atento a todo cuanto pasara entre
mi cliente y yo. ¿Te imaginas? La
lumbre me subía por todos lados.
Fernando, ya te imaginarás, pasaba por
lo mismo. Llegó el viernes soñado.
Once de la noche. La calle de El
Granero. Una extraña sensación de
miedo, nerviosismo y excitación me
aturdía. Fernando manejaba lento,
buscando el lugar ideal donde esperaría
al posible cliente. Yo sentí un golpeteo
de corazón tan fuerte, que estuve a punto
de echar todo abajo, olvidándome de mi
fantasía…
-¡Ahí, mira, ahí está bien! -dijo
Fernando al señalar un lugar junto al
monumento al obrero.
-Saqué fuerzas de no sé dónde y me
dije… ¡pues vamos, qué caray!
El vestido, color negro, a media
pierna, me ceñía totalmente. Resaltaba
mis curvas y mi trasero. Llevé una
chaquetilla gris, abierta, que dejaba ver
el pronunciado escote de mi blusa. La
mitad de mis pechos estaban al aire,
ocultando apenas los pezones. El sostén
y la tanga de hilo dental también eran
negros.
No llevé medias. Mis zapatos eran
grises, con un tacón enorme. Me quedé
en la acera. Fernando se alejó para
regresar luego de dar vuelta a la
manzana. Acercando la camioneta, me
dice… ‘Señora, ¡está usted convertida
en la puta más espléndida y sensacional
de la ciudad!’
-¡Yaaa, Fernando, que voy a correr,
¿eh?! Enseguida, como convenimos,
Fernando fue a su Hotel. Ahí esperó
paciente.
"¡Qué bien luces, hermosura!" dijo
mi cliente al cederme el paso para entrar
al cuarto. Sentí que su mirada me barrió
por atrás de pies a cabeza. Temblaba.
Traté de disimular. Era elegante,
maduro. Pelo entrecano. Un rostro de
rasgos duros y bigote corto, pero
espeso. De impecable traje gris.
Distinguido. Con ese porte, ¿para qué
busca putas? Podría levantar a la que le
viniera en gana, pensé.
Debe ser un milloneta extravagante –
supuse-. No cualquiera paga 5 mil pesos
por una sesión de sexo. El tipo con el
que negocié y que iba al volante, ni se
inmutó cuando le dije la cantidad.
Volteó a la parte de atrás del auto y
dijo: ‘Cobra 5 mil, señor…’ "Sube",
ordenó el que iba en el asiento trasero
luego de abrir la puerta. "Pásame el
portafolio, Luisito", pidió al chofer.
Me sorprendió el fajo de billetes
que ahí guardaba. Contó cinco billetes
de mil.
-"Toma de una vez –me dijo-.
Espero te portes como te imagino…"
-Te confieso que sentí un poco de
pena al coger los billetes, pero, bueno…
Ya en el hotel, despidió al chofer y
le advirtió que estuviera atento a su
llamada. "Siéntate en la cama", ordenó
imperativo.
-¿Así, vestida?, tartamudeé
nerviosa…
-Sí, así, vestida. El amor se disfruta
sin prisas.
-¡Qué pinta de puta tienes! -soltó de
pronto-. Me ruboricé, aunque traté de
mostrarme indiferente.
-¿Tú crees? -respondí fingiendo
cinismo.
-¡Estás divina! -exclamó al tiempo
que se desprendía del saco y se sacaba
la corbata. "¿Sabes? Creo que mejor te
acomodas en el reposet. Lo reclinamos
cuanto nos de la gana y quedarás en una
posición estupenda".
-Al sentarme, el vestido se me subió
ligeramente. Se hincó frente a mí y me
separó un poco las rodillas. Me acarició
los muslos. Fue un masaje suave
mientras me besaba una y otra pierna.
Luego me empujó comedidamente,
recostándome. Metió las manos por
debajo del vestido y alcanzó la cintilla
de la tanga. Sin hablar, jaló
simplemente. Debí arquearme para que
saliera sin problema. Me la zafé alzando
un poco los pies.
Recogió la prenda y la examinó en
sus manos para luego frotarla en su cara.
Olisqueó cerrando los ojos y mostró un
gesto de gratificación.
-¡Mmm, hueles muy bien! -murmuró.
Lanzó la tanga a la cama. Puso sus
manos en mis rodillas y quedó absorto
contemplando largamente el interior de
mis muslos. Como niño travieso se
divertía abriendo y cerrando mis
piernas.
"¡Sí que estás súper buena, putita!
¡Coñazo de cielo que tienes!", exclamó.
-Nunca en mi vida había estado tan
caliente, Valentino. Me sentí envuelta en
llamas. Del abrir y cerrar de piernas
volvió a las caricias y besos en los
muslos hasta que repentinamente me
subió el vestido hasta la cintura.
-Estoy enloquecido con tu relato,
Paola. De verdad, calientísimo. Como
para ir a buscarte ahorita y clavarte en
la cama… ¡Pero síguele, mami! ¡Sigue
contándome…!
-Aunque te parezca increíble, me
apené en ese momento. Me sentí
indefensa, vulnerable, expuesta
totalmente a la vista de aquel hombre
que luego supe se llamaba Silvio. Tú
sabes que he fajado y cogido con
muchos desconocidos en los viajes con
Fernando, pero esto era algo totalmente
diferente. ¡Yo estaba cobrando por una
sesión de sexo, Valentino! Era una
experiencia totalmente distinta, brutal,
impactante. De veras. Me enardecía en
exceso.
El tipo me veía todo, Valentino. Por
un momento temí que no le gustara la
mata de vello que tengo. Varias veces
pensé depilarme para la ocasión. Pero al
final decidí no hacerlo. No me gusta
depilarme y no lo iba a hacer para
complacer a un extraño.
Por un momento me pregunté qué
pasaría si al tipo no le gustaban los
vellos. Afortunadamente, el tipo se
entusiasmó con mi breñal. La Selva del
Amazonas, le llama Fernando.
¡Por Dios, qué velluda estás! -
exclamó-. ¡Pero si ahí tienes una
gigantesca araña, criatura! Qué
hermosura de pelos. Las mujeres
velludas me fascinan, ¿sabes? Naturales.
Sin artificios. Me encanta el hermoso
bosque que tienes, preciosa. ¿Qué tesoro
guardas por ahí?
De inmediato fue sobre el pubis. Me
palpó el monte con la palma de la mano,
mientras contaba que los vellos eran su
fetiche. Sus dedos jugaron formando
cadejos o trencitas. Parecía muy
entretenido. Hurgó luego hasta encontrar
lo que dijo era el edén. Con los dedos
recorrió con suavidad el borde, mientras
satanizaba a los mercantilistas abusivos
que imponían la depilación en las
mujeres.
-La depilación es promovida por una
publicidad falsa y truculenta, preciosa –
ilustraba con aires doctrinales - Cremas,
lociones, máquinas de rasurar, gel,
depilaciones por laser… ¡puro negocio,
chula…! Las pobres mujeres se dejan
engatusar y se quitan el maravilloso
encanto de sus pelos.
Tras varios minutos de retozar con
mis vellos, Silvio me sujetó de las
caderas y me jaló hacia el borde del
mueble. Se inclinó y trató de besarme,
sin que la postura ayudara mucho. Cogió
entonces mis tobillos y me levantó las
piernas, separándolas y anclándolas en
los brazos del reposet.
-¡Qué pose tan desvergonzada y
loca, Valentino!. A Fernando nunca se le
ocurrió ponerme así. Silvio echó la
espalda hacia atrás, como para gozar a
todo vuelo la morbosa y descarada
vista.
Estarás de acuerdo que mi postura
era impúdica y turbadora. El
espectáculo tenía mucho de grotesco,
pero también de lujuria: Las piernas
abiertas, colgando en los brazos del
reposet, con mi intimidad expuesta
totalmente.
Silvio fue sobre la mariposa
sacrificada. Mi posición le permitía
llega a lo más profundo. Con los labios
jaló suavemente los vellos y girando la
lengua formó picos pegajosos.
Enseguida separó los labios y no sé
hasta dónde llegó, Valentino, pero lo
que gocé no te lo puedo describir con
palabras. Hundía su cabeza y me besaba,
me lamía, me chupaba, ¡me mataba,
Valentino! Con la lengua martillaba el
clítoris agrandado por la excitación y
luego lo recorría suave, apenas
rozándolo, mientras metía y sacaba sus
dedos. Consiguió que me cimbrara y
jadeara como loca. Parecía como si un
huracán me sacara de este mundo. El
cielo y el infierno juntos. ¡Te lo juro,
Valentino!
Quedé totalmente fuera de control.
Mi cuerpo se contrae y se estremece. Mi
mente está en desorden y mis gemidos se
vuelven más y más fuertes. Mojada,
húmeda, sudada, exaltada, disfruto ese
sexo de brutal lujuria. Y te soy sincera,
Fernando nunca me había hecho algo
igual. Bueno, ninguno me había hecho
gozar como lo hacía este cabrón. ¡Y
todavía me paga! ¡…Ay, papito, si
supieras que yo te pagaría por todo lo
que me haces! Cuando creí que no podía
haber algo más, Silvio me toma de las
corvas y levanta los muslos,
empujándolos hacia mí. Con sus
antebrazos bajo mis muslos, los separa y
vuelve a recrearse con mi sexo
totalmente abierto y ya inflamado de
tanto mimo. Repitió el lameteo a lo
largo de mis labios y temerario llega
hasta el culo.
Sólo Dios sabe lo que ahí padecí,
sufrí, gocé. Me esacudí varias veces,
moviendo agitadamente las caderas. No
te puedo decir si tuve una, dos o tres
'venidas'. Me extravié y todo alrededor
se volvió nebuloso. Ese hombre era el
mismo diablo, Valentino. Un demonio
desatado que me arrollaba de placer.
Cuando Silvio se quitó, resoplando
satisfecho, quedé exhausta,
desmadejada. Eché la cabeza hacia atrás
y quedé con los brazos sueltos a los
lados. No me importó la procacidad de
mostrar todo y seguí abierta,
descansando las piernas en los brazos
del reposet.
Saciada, fatigada, no podía más.
Silvio, sin embargo, no parecía cansado.
Por el contrario, se mostraba vigoroso,
en estado de alerta, como una fiera en
celo dominada por el deseo. Sus
acciones eran desesperadas, ansiosas.
Acomodado en el suelo, entre mis
piernas, estiró el brazo y uno de sus
dedos empieza a entrar suavemente. Lo
bate con maestría y, de nuevo, otra
convulsión. ¡Cuántas descargas,
Valentino!
Por fin, Silvio se permitió y me
permitió unos minutos de reposo. Pero,
increíble, no tardó en recobrar el brío.
"Vamos a la cama", ordenó. De pie, me
abrazó con fuerza, me besó y me dio
vuelta para empujarme hacia la cama.
Quedé bocabajo.
Silvio me subió el vestido hasta la
cintura y me abrió las piernas. Tal
parece que estar con las piernas abiertas
iba a ser una constante de esa noche.
Pensé que Silvio me montaría y me
penetraría. No. No fue así.
Se recostó de lado a mi derecha. Me
acarició las piernas, los muslos, el
trasero. Con su manaza izquierda me
apresó una nalga y metió los dedos en
medio. Me toqueteó toda. Estaba tan
sensible, que con cualquier roce me
estremecía. Hundió los dedos y con el
pulgar presionó el culo.
Fue demasiado. Los músculos de la
vagina se contrajeron, apretando sus
dedos. También contraje el culo para
oprimirle el pulgar. Silvio, jadeando,
dejó escapar lo que pareció un terrible
rugido.
" ¡Vaya sorpresa! Sí que sabes tu
oficio. ¡Cómo aprietas, hermosa!", dijo.
Silvio, muy excitado, empezó a besar y a
morderme el trasero. Sus dedos se
agitaban batiendo mis jugos.
Encendido, voraz, insaciable, me
abrió y me lamió todo lo que pudo
lamer. Otra sorpresa de esa noche,
Valentino. Ni Fernando ni otros habían
llegado tan lejos. Qué cosa.
¡Madre mía! No sabía a dónde me
llevaba este hombre. Te juro, Valentino,
que en esos momentos ya no sabía ni
cómo me llamaba. Estaba totalmente
perdida. La sangre caliente me hinchaba
las venas y temí que me fueran a
estallar. Silvio era un terremoto que me
arrastraba a un túnel de placer sin
regreso.
Yo no soportaba más. Me pregunté,
entonces, en qué me momento me iba a
penetrar este cabrón. No sé cómo me
contuve para no pedirle, casi gritarle,
que ya, que por lo que más quisiera, me
lo metiera.
Silvio se detuvo y se puso de pie.
Me mantuve como me dejó Silvio.
Agobiada, rendida. Ni ánimo para
darme la vuelta o cerrar las piernas.
“Así te ves hermosa”, exclamó.
“Siéntate al borde de la cama”, indicó.
Obedecí y ahí, frente a mí, quedó Silvio
con sus pelvis a la altura de mi cara.
-Ahora te toca a ti, preciosa, deslizó.
Intuí lo que seguía. Y sabía que lo
que fuera, estaba pactado en el precio de
la relación. Así que le zafé el cinto y
saqué el botón del pantalón para luego
bajar la cremallera. Jalé hacia abajo el
pantalón y los bóxers y apareció una
erección en término medio.
-¡Páralo! -Muéstrame que sabes
pararlo-, gruñó enérgico.
Con una mano le acaricié abajo y la
otra se deslizó de arriba abajo una y otra
vez. En cuestión de segundos, Silvio
estaba listo para la batalla. Su erección
apuntaba directamente a mi cara.
"¡Vaya que sabes!", exclamó
exaltado, cogiéndome la cabeza y
empujándola hacia su pelvis. Empecé
por lamerle la punta y enseguida envolví
la cabeza con la lengua, sin dejar de
acariciarle abajo. Silvio gimió varias
veces y tensó el cuerpo. Repetidas veces
rogó desesperado “¡Noooo! ¡Nooo!”
A punto de correrse, Silvio se
aparta. Luego de un respiro, vuelve
sobre mí y de pie entre mis piernas
acomoda su miembro entre mis pechos.
Yo misma los empujé hacia dentro,
agitándolos indistintamente de arriba
abajo. Cuando uno subía, el otro bajaba.
De nuevo, a punto de explotar,
respirando agitadamente, suplicó que me
detuviera.
-Aguanta, deja reponerme-, dijo
mientras se sacaba lo que le quedaba de
ropa. Desnudo, se despatarró en el
reposet y me pidió un vaso con agua. Le
di el vaso y pude observar la ridícula
indefensión de aquel hombre poderoso,
sin ropa alguna. Dio un sorbo al agua y
se llevó una píldora a la boca.
-¡Échate aquí!- me indicó, señalando
el piso entre sus piernas.
Postrada, lo sobé con moderación.
Con la cabeza hacia atrás y los brazos
sueltos a los lados, Silvio reconoció que
nunca lo habían hecho gozar tanto. Luego
de unos minutos, se pone de pie, me
toma de las manos y me levanta. Me
lleva a la cama y me acuesta suavemente
boca arriba.
De rodillas, a un lado, va sobre mi
vientre. Me abre con suavidad las
piernas y lleva sus manos a encontrar las
pulsaciones de mi abertura. Como lo
hizo antes, abre los labios y lametea a su
antojo. Sin que me lo diga, lo busco y
empiezo a masajearlo hasta que una vez
más, suplica que me detenga.
Espera unos instantes y se echa
sobre mí. Apoyado en codos y rodillas
evita dejar caer su peso. Mete los
brazos bajo mis muslos y aferrándose a
la nalgas, besa y lame de nuevo el borde
de mi sexo. Lengüetea el exterior y
enseguida se agita en mi interior
convulsivamente. Respondí frotándole
sus bolas colgantes y chupándole la
tranca.
No tardó mucho en echarse a un lado
bufando de excitación. “¡Esto es la
gloria! No resisto más”, gruñe. En ese
instante, Valentino, también estuve a
punto de decirle que yo tampoco
aguantaba más.
La sesión parecía interminable. Y
créeme que ni siquiera pensé si ya había
desquitado la paga. El goce que me daba
este hombre era fantástico y, cosa
increíble, no quería que terminara.
Recuperado el ritmo de su respiración,
Silvio me tomó del cuerpo para
voltearme boca abajo. “Falta poco,
linda”, susurra. Camina hacia la silla
donde está colgado su saco. ¿Y ahora
qué?, me pregunto. Estaba desfallecida
de tanto jaleo. Cerré los ojos.
Vuelve a mi lado y me soba las
nalgas con suavidad. De pronto, siento
que algo me unta. Mueve los dedos en
círculo para embadurnar bien. Prueba
con dos dedos, que resbalan con
facilidad. ¡Noooo! Me inquieta pensar
que quiera ir por un sendero virgen hasta
entonces.
Llega una segunda aplicación de lo
que tiene en los dedos. Me cuesta
decirlo, pero siento aquello calientito,
suave, rico. Silvio lo esparce
deliciosamente con los dedos. Me da un
masaje suave, muy agradable, que me
excita más.
Por unos minutos juega con sus
dedos en el contorno, y va adentro,
apenas un poco. Excitadísima, me
relajo y dejo que Silvio haga lo que
quiera.
"¡Ya está!", exclama al tiempo que
me da una cariñosa nalgada. “¿Ya está
qué?”, pienso alarmada. “¿Va por ahí?”.
“Quédate quietita” , dice con voz
pausada, grave, cerca de mi oído, sin
dejar de acariciarme el trasero.
Enseguida noto que algo resbala por mis
nalgas y sin dificultad alguna entra. Es
una sensación placentera, inesperada,
pero extraña.
¿Ya me la metió por ahí este
cabrón?, me pregunto. Mientras pensaba,
llega la sensación de algo más que me
penetra. Crece mi excitación. Me ha
gustado y, naturalmente, aumenta el
ardor de mi piel. Intento girar la cabeza
para ver de qué se trata.
Silvio me presiona la nunca y repite:
“Quédate quietita ¿O no te gusta?”. “
¡Síííí…!”, respondo gozosa. Poco
después, me entero que Silvio utiliza
bolas chinas. Un juguete sexual que
Fernando quiso comprar alguna vez,
pero no lo hizo porque me opuse. Si
gocé cuando Silvio metió esas bolas,
gocé más cuando las fue sacando una a
una, tirando lentamente del cordón que
las encadena.
Fue una impresión deslumbrante y
grité desaforadamente. ¡Fue una 'venida'
arrebatadora y espectacular en mi noche
de putas! ¡Mira nada más lo que digo,
Valentino!
Con todo lo que te estoy contando, te
juro que estoy totalmente húmeda.
¡Quedé colmada! Contenta. Y
felizmente satisfecha, serena, luego de
tanta agitación, deseo y placer. Creí que
lo vivido en ese hotel había sido más
que suficiente. Pero la voz de Silvio me
alertó:”Viene lo mejor, linda”, dijo. Y
se dejó caer en la cama boca arriba. Me
pidió que lo montara y me sentara en él.
Quedé en cuclillas y bajé poco a poco
hasta acoplarme. Enardecida, me agité
compulsivamente. Silvio se aferró a mis
caderas y en segundos se sacudió
lanzando un bramido que debe haberse
oído por todo el hotel
-¡Qué noche, Valentino, qué noche!
Camino a casa, Fernando temblaba
frente al volante. De repente, cogía la
botella de Torres y bebía ansioso. -Para
tranquilizarme -justificaba- ¡Eso fue
demasiado! ¡Vi todo, Paola! Estuviste
maravillosa. Me tienes como loco. Por
mucho tiempo me creí enfermo al desear
verte convertida en una puta. Ahora sé
que es lo más normal del mundo y que
hay miles como yo. ¡Que lo más
fantástico que le puede pasar a un
hombre es ver a su mujer oficiando de
puta con otro!
-Así fue la historia de mi día, o de
mi noche de putas, Valentino. ¿Te
dormiste?
-¡Que me voy a dormir! Estoy más
caliente que un leño ardiendo en una
hoguera. Si te dijera que me la pajeé
varias veces con tu plática, no me crees.
-¿Y qué dices, Valentino? ‘¡Qué puta
es Paola!’ ‘¿Cómo pudo hacer todo
esto?’ Pues lo hice y no me arrepiento,
Valentino. Y me vale que me digas puta.
¿A poco no te gustaría que fuera tu puta?
¡Dímelo, Valentino! Yo te aseguro que
todas las mujeres, todas, alguna vez en
su vida, han sentido las ganas de ser
putas, aunque sea por un día.
-Te creo, Paola, te creo…
¡LA VECINA
CACHONDA!
De lunes a viernes, mientras su
marido está en el trabajo, le mostraba a
Celia mi erección de la mañana. Un
ritual de lo más cachondo. A ella le
encantaba.
El escenario se prestaba
perfectamente para la práctica del
divertido juego.
Celia era mi vecina. Vivía en la casa
de enfrente. Su recámara, en la segunda
planta, daba a la calle. Y en vez de
muro, tenía vidrio de pared a pared.
En virtud de que la calle era cerrada
en sus dos esquinas por grandes
avenidas, casi no había vehículos, ni
tampoco gente transitando.
De mi parte, el cubo de la escalera
tenía vidrio en el muro que daba al
jardín. Nos veíamos con Celia sin
ningún problema.
A Celia debía darle su ración de
voyeurismo siempre a la misma hora:
las 8 de la mañana. Aprovechábamos
que mi mujer salía a dejar a los hijos a
la escuela y pasaba al mercado a
comprar lo necesario del día.
Si acaso me quedaba dormido, Celia
me despertaba con el timbrazo del
teléfono.
-¿Qué pasó, muñeco? ¿No me vas a
mostrar cómo amaneció hoy mi amigo? –
decía pícara y mordaz.
Celia aparecía siempre con su
camisón de dormir, a media pierna. Yo
me mostraba solo con una camiseta.
Nada más. Cuando sujetaba el miembro
de la base y lo campaneaba, Celia metía
la mano en su entrepierna, frotándosela.
Aquello era de lo más entretenido y
caliente. El show duraba unos veinte
minutos.
Por mucho tiempo, mi relación con
Celia había sido de lo más formal.
Señora en los treinta, alta, esbelta, de
ojos chispeantes, siempre bromista,
rostro luminoso, tenía la risa a flor de
labios.
Solía visitarnos en las tardes para
tomar un café. La plática era divertida,
de lo más común y trivial. Nada
importante.
Mi juego con Celia empezó antes de
que ella tuviera línea telefónica. Me
encontraba solo en casa y estaba a punto
de salir de la ducha cuando sonó el
timbre. Me asomé por la ventila y vi a
Celia en el enrejado.
-¿Qué se te ofrece, Celia?
-Hola, Valentino. ¿Me permites
hacer una llamada a la Capital?
-Por supuesto. Mira, la puerta de
servicio no tiene seguro, por ahí puedes
pasar. Disculpa si no te voy a abrir, me
estoy bañando.
-No te preocupes. No tardo.
Luego de unos minutos, Celia me
grita desde el lobby: “Gracias,
Valentino. Ya hice la llamada. Me voy”.
-Espera –le digo solo para
embromarla- Bajo a despedirte. ¿No te
importa que baje desnudo?
La respuesta de Celia me
sorprendió: “¡Ay, si tú, ya parece que
vas a bajar en cueros!”. Sus palabras me
alertaron: fueron tanto un reto como una
provocación a que bajara como estaba,
sin ropa alguna.
Me calcé las chanclas y empecé a
bajar los escalones. Al llegar al
descanso y dar vuelta al tramo final, me
encontré a una Celia expectante.
-¡Valentino! ¡Te pasas, Valentino!
Imagina si llega tu mujer ahorita. Ay,
Valentino, de veras que no te mides.
¡Nunca creí que bajaras así! ¡Qué loco!
Ja ja ja.
Celia rezongaba, pero no dejaba de
contemplar mi erección, riéndose.
Al llegar abajo, Celia empezó a
retroceder lentamente, sin dejar de
refunfuñar y soltar risitas nerviosas. Lo
excitante es que no dejaba de mirarme.
-Pero, Valentino, ¿cómo te atreves?
¡De veras que eres un bribón! Mira, que
si llega tu mujer, ¿qué va a pensar?.
¡Anda, vístete, que en cualquier
momento puede llegar!
Mientras Celia, turbada, caminaba
hacia atrás, yo la seguía con pasos
pausados.
Celia se detuvo al chocar de espalda
con el muro. Seguí caminando,
acercándome cada vez más. Acorralada
y sorprendida, con los brazos abajo y
las palmas de las manos contra la pared,
Celia respiraba agitada, sintiendo ya mi
desnudez húmeda sobre su cuerpo. Me
apreté contra ella y dejó escapar un
gemido ahogado. Reaccionó entonces y
atrapó la dureza que presionaba su
abdomen. Dejó de protestar, entornó los
ojos y su voz se volvió suave y
delicada: -¡Qué duro está, Valentino! –
dijo entre dientes.
Celia levantó la cara, cerró los ojos
y respiró con dificultad con los labios
entreabiertos. Hubo un silencio
cómplice mientras pulsaba abajo, para
luego sobar, apretar y masajear con
suavidad. La abracé con intensidad,
disfrutando el inesperado goce.
Aproveché para tocarle la entrepierna y
frotarle sobre sus ajustados jeans. La
excitación crecía y cuando nuestros
labios se imantaban acercándose, un
claxonazo reventó la magia.
Alarmados, nos separamos con
brusquedad. Corrí despavorido hacia
arriba y Celia respiró profundo para
recuperar su ritmo normal.
A partir de ese día, la relación con
Celia se salpicó de matices sexuales,
con bromas sugerentes y picantes.
Obviamente, evitando que ni su marido
ni mi mujer se enteraran.
Varias veces estuvimos a punto de
hacerlo en casa. Pero siempre sucedía
algo que nos cortaba la inspiración y el
fuego. Una tarde, luego de besuquearnos
y toquetearnos todo, la tendí en el sofá.
Ya le había bajado el pantalón y los
calzones. Distendida, plácida, me
esperaba con un pierna estirada en el
mueble y la otra doblada apoyada en el
piso.
Me coloqué encima y cuando estaba
a punto de entrar, ¡zas! el timbrazo del
teléfono que estaba en la mesita de al
lado. Salté sobresaltado y Celia se
incorporó vistiéndose con nerviosismo y
precipitación.
En el colmo, la llamada fue
equivocada. El susto, sin embargo,
apagó nuestra calentura, por lo que
terminamos bebiendo una copa y
platicando banalidades.
Otra ocasión, a punto de oscurecer,
la incliné en la mesa del antecomedor de
la cocina. A la izquierda estaba la
puerta al jardín, mitad hierro y mitad
vidrio corrugado. Desde adentro se veía
claramente la calle. Celia, agachada,
ofertaba generosa su trasero. Lo sobé un
buen rato, llevando mis manos hasta sus
muslos.
Abrazándola desde atrás, le
desabotoné los jeans. Metí los dedos en
la cintura y jalé para bajarlos. Hice lo
mismo con los calzones. Las prendas
quedaron en sus tobillos. Sobé el trasero
desnudo de Celia, que jadeaba
satisfecha con la cabeza apoyada en sus
manos sobre la mesa. Le pasé la mano
por abajo y alcancé sus labios para
hundir con facilidad los dedos. Su
interior, anegado, daba cuenta de su
excitación. Metí y saqué los dedos
varias veces y noté cómo se alteraba
Celia, que empezaba a resollar
compulsivamente.
En un punto de máximo placer,
ansioso me dirigí a su entrepierna. Entré
con suavidad hasta el fondo. Salí
igualmente, despacio. Repetí el
movimiento dos o tres veces. Cuando
aquel vaivén tomaba velocidad y yo
prácticamente estaba echado sobre ella,
apareció el vehículo de mi mujer.
¡Carajo!
Me zafé de inmediato, pero como ya
estaba oscuro, presa del nerviosismo,
estúpidamente se me ocurrió prender la
luz.
-¡¿Para qué prendes la luz, tarugo?!
–rezongó con enfado Celia, que
atropelladamente intentaba subirse
calzones y jeans.
Nos botábamos de la risa
recordando el episodio.

Aquellanoche, una falla en un


transformador dejó la Colonia en total
oscuridad. Tocaron a la puerta. Era
Celia. Preguntó a mi mujer si no le
molestaría que yo la acompañara a
comprar pilas a la tienda.
-Por supuesto que no – le contestó.
Luego de caminar unos metros, tomé
la mano de Celia y la llevé hasta abajo a
tocar lo que ya blandía al aire libre.
-¡Si serás cabrón, Valentino! ¡Te
pasas!- Celia acompañaba sus
exclamaciones de sorpresa con sonoras
risotadas-. Imagina si la luz llega de
pronto –advertía sin dejar de reír, pero
aferrada con firmeza con lo que se había
topado.
-¡Pues ya qué…! – contesté
socarrón.
-¡Valentino, que nos pueden ver! –
alarmaba Celia sin convicción alguna.
Su mano, contrariando su temor, pulsaba
de arriba abajo el mosquetón.
La adrenalina aumentaba cuando
encontrábamos gente que podía
conocernos. Confiábamos en que no
distinguirían nuestros rostros y menos
percibirían lo que Celia atesoraba en la
mano.
Un poco antes de llegar a la tienda,
iluminada con una lámpara de
emergencia, Celia me soltó y guardé
todo, arreglándome la ropa.
De vuelta a la calle, en la oscuridad
total, Celia tomó la iniciativa.
-Cómo está esa cosa… ¿Sigue
alebrestada? –me dice al tiempo que
busca el cierre del pantalón y lo baja.
Mete la mano y saca con brusquedad lo
que quería.
-Mmm… Me encanta cómo se te
pone –susurra apenas, cuidándose de
que no la oigan. El regreso fue de más
nervio. Celia ya no batió el miembro.
Prefirió empuñarlo y deslizar la mano
para cubrir y descapotar la cabeza
humedecida, subiendo y bajando la piel.
–Mamita, ¡qué sabroso lo haces! –le
dije mientras le clavaba la mano en el
trasero.
A unos metros de la casa, se
detiene."Espérate un momento", dice.
Se inclina y besa la punta, para
luego lamerla y chuparla. Succiona y la
mete entera a su boca. Me tiemblan las
piernas. Me lleno de calor. Celia
mantiene el ritmo y estoy a punto de
venirme. En el gran instante, Celia
rompe el encanto. Se endereza y le da un
fuerte manotazo a lo que tenía en la
boca, para dejarlo campaneando en
medio de la noche. El golpe, por
sorpresivo, me arrancó un grito turbador
que más de uno pudo escuchar. Nunca
supe si alguien se percató de lo que
hacíamos. La verdad, no me importó.
Creo que tampoco a Celia.
-Te regreso a tu marido sano y
salvo. Gracias por compartirlo –soltó
dirigiéndose a mi mujer, con una sonrisa
más que irónica.

Mis visitas a la casa de Celia


fueron frecuentes. Obviamente, cuando
su marido y mi mujer estaban en otro
lado, ocupados en sus quehaceres. En
cuanto Celia abría la puerta, me lanzaba
sobre ella y nos enredábamos en un
delicioso roce de cuerpos. Aquella
tarde noche nos besábamos como si no
nos hubiéramos visto en meses. Las
lenguas se enroscaban y los cuerpos
ardían. Cuando le besaba el cuello a
Celia, su rendición era total. Esa vez se
abandonó, y vulnerable, hundía sus
dedos en mi cabello mientras yo le
desabotonaba la blusa. Le arranqué la
prenda y la tiré a cualquier lado.
Le besé las orejas, el cuello, los
hombros al tiempo que le desprendía el
sostén. Sus pechos pequeños lucían unos
pezones puntiagudos, que se avivaban
con mis besos y mordiscos.
Abrazándola, la tumbé en el sofá. Me
hinqué a su lado y sujetándole las
muñecas, llevé sus brazos por encima de
su cabeza. Sus pezones se endurecieron
con las caricias de mi lengua. Celia se
retorcía y jadeaba.
Enseguida, mi boca, rozando apenas,
recorrió su piel yendo del pecho hacia
abajo. Con mordiditas intempestivas en
su costado, obligaba a Celia a sacudirse
voluptuosa. Su ombligo es una
delicia. Mi lengua retozaba trazando
círculos y repiqueteando en el centro.
Lamía luego, su vientre liso y firme. Me
encendía la manera en que Celia
enloquecía y se entregaba plena.
Le desabroché el pantalón y lo abrí
hacia los lados. Con dientes y labios
jugué con los vellos que asomaban y
Celia, fuera de control, se contorsionó
satisfecha.
Aguarda- pidió Celia. Se incorporó
y, sentada, ella misma alzó una pierna y
luego la otra para sacarse los jeans y la
diminuta panti. Se recostó de nuevo y
regresé a besarle los pechos, mientras
metía la mano entre sus piernas,
alcanzando parte de su espalda. Deslicé
la mano, hundiendo el dedo anular en el
surco de su trasero, rozando apenas el
culo.
Celia respondió con un intenso
temblor. Repasé la media luna de su
sexo y hundí varios dedos. Los meneé en
aquella oquedad humedecida y ya con
suficiente lubricación, coloqué el anular
en otro lado. Gema gimoteó cuando se lo
encajé un poco y se enardeció cuando el
pulgar de la misma mano, en la parte
inferior de la vagina, hizo presión contra
él, a través del perineo.
-¡Pinche Valentino, tú sacas agua de
las piedras! -concedió Celia encendida,
disfrutando del contacto de mis dedos.
Una experiencia nueva que la hacía
tensarse, apretar y aflojar las piernas,
retorcerse, sacudirse, hasta estallar en
un aullido.
Celia, derretida, cayó en una
placidez gratificante. Extenuada,
resoplaba con los ojos cerrados, los
labios entreabiertos y las piernas
separadas. Una visión hermosa,
excitante, de la mujer dócil, entregada,
sometida. Una esclava en la piedra de
los sacrificios
-En la cocina hay un ron y refresco
de cola. Prepárate unas cubas, cabrón,
que me tienes toda apendejada -
balbuceó con modorra. La bebida nos
reanimó y desnuda la bajé con cuidado
al piso.
Tendida bocarriba, quedó abierta,
esperando el asalto. Me acomodé entre
sus piernas y flexioné sus rodillas.
Hundí mi cabeza y froté mi cara en ese
triángulo perfectamente delineado de
ensortijado vello.
Batí mi lengua en su interior y lamí
el inflamado clítoris, presionándolo con
los labios. Lo succioné luego hasta que
Celia hizo explosión cerrando los
muslos y prensándome hasta la asfixia.
¡Terrible!
Levanté a Celia, que se mantenía
exhausta y relajada por las dos
turbulentas 'venidas'. Inclinándome, la
ayudé a ponerse de pie y me la eché al
hombro. Con sus nalgas junto a mi cara y
su cabeza colgando en mi espalda, me
dirigí a la escalera.
Con una mano la sostenía
rodeándole las piernas y con la otra le
acariciaba el trasero, propinándole
sonoras nalgadas que toleraba sin
remilgo, soltando uno que otro gritillo.
Al recostarla en la cama, con la cara
enrojecida por la excitación, me dijo: -
¡Cómo me gustaría que mi marido fuera
el 10 % de lo cabrón que eres tú,
Valentino!
-¿Y no es así? –le dije.
-Para nada. ¡Es un soberano
pendejo…!
-Ponte bocabajo, corazón –le susurré
a Celia, en tanto me sacaba la ropa. Me
hinqué a pie de cama y tomando a Celia
de los tobillos le separé las piernas. Me
encaramé en ella, sosteniendo mi peso
con los brazos. En cuanto sintió que mi
erección se acunaba en el surco de su
trasero, lo respingó y propició que
resbalara hacia abajo, directo a su
humedecida grieta.
Fue un ritmo de inicio lento y
pausado que se convirtió en vértigo
feroz. Celia, inimaginable, atrevida y
desenfrenada, empujaba vigorosamente
sus nalgas contra mi pelvis. El balanceo
fue brutal, enloquecedor.
El jadeo de Celia fue cada vez más
intenso, lo que disparó mi excitación y
me llevó a embestir con furia dos, tres
veces, hasta el lance final en el que fui
hasta lo más profundo. Celia se
convulsionó y empujó contra mí, con
gran fuerza.
Una vez quietos, sosegados, todavía
encima, con mi aliento golpeando su
nuca, Celia balbucea con ronroneo
felino: ¡Qué felicidad, Valentino! No te
salgas nunca.

Era una tarde a punto de volverse


noche. Llamé a la puerta de Celia. Sabía
que su marido estaba de viaje.
-¿Qué crees? –Suelta la pregunta en
cuanto abre la puerta.
-¿Qué?
-Hoy no puedo.
-¿Cómo que no puedes? ¿Por qué?
-Imagina…
-¡La regla!
-¡Brujo! –exclama divertida- Pero,
bueno, pasa. Podemos platicar.
Me encantaba la manera como Celia
respondía en nuestras citas. Siempre
dispuesta a lo novedoso, a la sorpresa y
a experiencias excitantes. De acuerdo a
lo que me contaba, le llenaba
plenamente mi imaginación y la fiereza
con que lo hacíamos.
–Parece que lo haces con coraje,
enojado –confiesa-. Lo metes con furia,
Valentino, como si quisieras
destrozarme. Pero, ¿sabes? eso me
gusta. Eres muy diferente al pazguato de
Rolando, mi marido.
Lo mejor de todo es que nuestra
relación iniciaba y terminaba con el
sexo. No había compromisos ni ligas
sentimentales. Sexo puro. O puro sexo.
El sexo en su esencia más primitiva. La
veía con su marido y platicábamos
ajenos a lo que ardía entre nosotros. Lo
mismo sucedía cuando tomábamos un
café en compañía de mi esposa.
Resignado a que esta vez no habría
acción, compartí con Celia unas bebidas
que aprendió a preparar en un viaje por
el Caribe. Platicamos de la película de
moda, de las canciones del 'hit parade' y
hasta de política. Una charla dispersa,
irrelevante.
Aturdidos, luego de varios tragos,
Celia, autoritaria, ordena que me pare
frente a ella.
-¿Sabes qué, cabrón? Desde que te
vi me gustaste –me espetó al tiempo que
zafaba el pantalón-. ¡Ahora me toca a mí
hacerte lo que ni te imaginas! La bebida
caribeña hizo su parte y Celia se
mostraba más atrevida que otras veces.
Enganchó mi pantalón de la cintura y
jaló hacia abajo. El 'amigo', exaltado,
quedó temblando frente a su cara.
Celia lo acunó entre sus manos y lo
acarició suavemente. Luego lo acercó y
se lo restregó en el rostro. Con una mano
empezó a sobarlo y con los dedos de la
otra palpaba, acariciaba y arañaba
abajo. Sus manoseos me llevaron al
borde del colapso. Cuando Celia sintió
que se endurecía de más y se hinchaba,
se detuvo.
-¿Sabías que el esperma es muy
bueno para el cutis? –comentó
sorpresivamente.
-No, no lo sabía –respondí
atolondrado, desconcertado.
-¡Pues así es, señor! Así que quiero
que me de ese tratamiento en mi cara. Se
apuntó directamente al rostro y vigorizó
los movimientos de sus manos. Se me
tensó el cuerpo, sentí que una corriente
eléctrica me subía de pies a cabeza y
con las dos manos me aferré a su
cabeza.
No tardó el estallido. A cada golpe
en su cara, Celia pedía más y más.
Luego del final, Celia, con el rostro
salpicado de blanco, siguió apretando
con gran fuerza, hasta que vio salir una
gota más, que también se untó.
Enseguida esparció el líquido por
toda la cara y chupó lo que todavía
quedaba en sus dedos. Tiempo después
contaría que sí, que el esperma es muy
bueno para el cutis.
¡...PREFERÍ SEXO QUE
CARTERA!
Emilio, el Patrón, dirigió el
Mercedes hacia uno de los
estacionamientos del Gran Almacén. En
el asiento del copiloto, Lázaro,
escudero, guarura, escolta, patiño,
secretario particular, oreja, mandadero,
alcahuete. El clásico 'huelepedos' o
'lamehuevos', lo definía el
conglomerado de la empresa.
Amigo de la infancia del Patrón,
ejercía de ejecutivo de ornato. Un
zángano que irrita a muchos en la
empresa. Gana un putamadral por
hacerle al pendejo, protestaba el
Contador. "Y yo chingándome diez horas
para ganar cuatro veces menos de lo que
este cabrón se lleva. ¡Son mamadas!".
Se quejaba.
El Patrón tenía cita con un médico
especialista en la Avenida de los
Ciruelos. Ahí, cerca del Gran Almacén.
La comida con los japoneses de la
Multinacional terminó pronto. Habíamos
coronado el negocio. Mucho billete.
Satisfechos el Patrón, Lázaro y yo, nos
dispensamos un excelente vino. Un poco
bebidos, todo festejábamos. Nos
reíamos de cualquier cosa.
Chistes simplones. Bromas
ordinarias. Albures previsibles. Las
risas y las carcajadas estallaban casi sin
motivo. Faltaban dos horas para la cita
del Patrón con el médico.
Mucho tiempo de espera. Sugerí ir el
Gran Almacén para no aburrirnos. Café.
Pastelito. Y la oportunidad de admirar
buenas viejas.
El Patrón dudó entre dos niveles de
estacionamiento.
-Arriba, vamos al de arriba. Ahí nos
queda cerca el restaurante -propuso
Lázaro. De un volantazo, el Patrón
cambió el trayecto y subió la rampa.
Dimos varias vueltas en el circuito antes
de encontrar un cajón libre. En viernes,
el Gran Almacén recibe un mundo de
gente. Nos dirigimos a un ascensor, al
fondo del pasillo. -¡Aquí, a la vuelta hay
uno, carajo! -Lázaro, proponiendo de
nuevo y nosotros atendiendo su
indicación.
Emilio pulsó el botón del ascensor.
Entre otros que esperaban, seguíamos
nuestra fiesta particular. No parábamos
de reír por cualquier bobería. Al abrirse
las puertas, entre la gente que entraba y
que salía, una pareja queda visible,
aislada al fondo. En segundos, el tipo se
aparta de la dama y sale disparado del
cubículo como alma que lleva el diablo.
Se nos congeló la risa. Quedamos
paralizados. Lázaro y yo nos vimos, cara
a cara, sorprendidos. Sin acertar a decir
algo. El Patrón quedó petrificado,
pálido, lívido. Como si hubiera visto un
fantasma. Lo que vio fue algo peor que
un fantasma. La dama del ascensor era
Rosaura, su esposa. Y el hombre que
salió en estampida, Heriberto, su
amante. Una relación que Lázaro y yo
conocíamos, pero que jamás
comentábamos. Y menos lo
platicábamos con el Patrón, que ya
sospechaba de su mujer.
Intercambiando gritos e insultos con
Emilio, Rosaura se dirigió a su coche.
Lázaro y yo nos apartamos e iniciamos
un diálogo denso, de cualquier cosa,
como si no nos hubiéramos enterado de
nada.
-Me acompañas al médico y Lázaro
y Valentino se llevan tu coche –ordenó
Emilio a Rosaura, que altanera, se
plantó en una negativa terminante.
La discusión duró un buen rato y,
finalmente, Emilio nos llamó. Valentino
–dijo- te vas con Rosaura a la ciudad y
Lázaro me acompaña al médico.

Rosaura iba seria, hosca, en el


coche. De cara a la ventana, repasaba
avenidas que había recorrido cientos de
veces. Yo respetaba su silencio y trataba
de enfocarme exclusivamente en el
caótico tráfico de esa tarde. Pensé que
esa abrumadora tensión se mantendría
hasta el arribo a su casa. Unos
momentos después me pidió que
prendiera el estéreo. Una música
instrumental suave distendió el
ambiente. Rosaura acompañó la
melodía, tarareándola. En la carretera,
luego de varios kilómetros, Rosaura
habló por fin. Me preguntó si conocía a
Heriberto. "Por supuesto", respondí.
-Te diré algo: Ya tengo tiempo
saliendo con Heriberto, pero ese
'lamehuevos' de Lázaro complicó todo.
Una ocasión me vio platicando con él y
algo le dijo a Emilio. ¡Pinche puto!
Roto el silencio, me animé a
comentarle lo sucedido a las puertas del
ascensor.
-Oye, nos dejaste estupefactos a los
tres. Sin habla. Una coincidencia de
película. ¿Te espantaste, Rosaura?
-¡No, para nada! Aunque cuando los
vi me puse tensa. Después me valió. Tú
lo viste.
-Si te digo que estuvimos a punto de
ir a otro nivel de estacionamiento y
luego a otro ascensor, ni me lo crees.
Pareció guión de telenovela.
-No, Valentino, no hay casualidades.
Tal vez se dio porque Emilio ya me
tiene checada y a veces me manda espiar
con uno o dos detectives.
-Pues yo te puedo jurar que todo fue
coincidencia.
-Date cuenta cómo es de maricón
Lázaro. Según él es mi consejero y luego
le cuenta todo a Emilio. Confidente de
Emilio y consejero mío, ¿cómo ves? "Es
un perfecto hijo de puta", le dije.
-Y Emilio queriéndome mandar ahí.
¿Lo viste? Me decía que lo acompañara.
Creo que iba a ver a un médico. Me
decía que Lázaro y tú se traerían mi
coche a la ciudad y que yo me quedara
con él. ¡Pobre tonto!
-¿Y cómo fue que estuviste en ese
momento y en ese lugar?
-Tú sabes cómo es la vida. Me jugó
una mala pasada. Pero, ¿sabes? no me
arrepiento.
-Cuando fuiste a dejar unas bolsas a
tu coche, Emilio quiso explicar lo
ocurrido a su manera: “¡Qué shock fue
encontrarme a Rosaura! Me quedé frío.
¿Se imaginan si estoy con una vieja?”
-Ja ja ja, Siempre queriendo voltear
las cosas. Si lo veo con otra, los saludo.
Sin problema. Y mira, me manda contigo
y no con Lázaro. Tal vez pensó que tú
me proteges por alto y fuerte. Por cierto,
¿sigues igual de cabrón? ¿De mujeriego?
-¿Yo, mujeriego?
-No te hagas pendejo, Valentino, si
sé de todas tus viejas. Tienes muchas
mujeres. Demasiadas. ¿No te cansas? Y
supongo que sigues de mujeriego.
Bueno, ¿y qué...yo no te gusto?
La última frase me sacó de onda. Me
sorprendió. En ese mismo instante,
Rosaura deslizó un poco su falda hacia
arriba y dejó ver la espléndida blancura
de sus estupendas piernas. ¡Cómo no me
iba a gustar si es una mujer fascinante!
Seductora, escultural, encantadora,
distinguida, sensual. "No sólo me gustas,
¡me encantas!", le dije, al tiempo que
posaba la mano en su muslo descubierto.
-¡A ver, demuéstrame que te gusto! -
Rosaura volteó hacia mí y llevó su falda
hasta la cintura. Tragué saliva y por la
impresión, casi pierdo el carril de la
autopista.
-¿Y el Patrón, Rosaura? Además, es
mi amigo. Tú lo sabes.
-¿Y eso qué? ¿Tienes el miedo que
no tiene Heriberto?
-No tengo ningún miedo. Digamos
que respeto.
-¡Respeto pura chingada! No me
salgas con que eres igual de maricón que
Lázaro.
Rosaura dio un vuelco radical en su
actitud. Tranquila, pasiva al inicio, se
volvió ferozmente autoritaria. Petulante,
sacó a relucir el poder que supone tiene
por ser la esposa del Patrón.
-¿Sabes qué? Tomé unas copas con
Heriberto y me quedé a medias. Vamos
a pararnos por ahí y me invitas un trago.
¿O qué, te da miedo?
-No, señora, no tengo ningún miedo.
Lo que usted ordene.

Alterada, Rosaura se mostró


imperativa, arrogante, déspota. Me di
cuenta que no aceptaría contradicción
alguna, así que me salí en la desviación
a Santa María.
A unos metros nos encontramos el
‘Jacal del Abuelo’, una cantina rústica
en medio del bosque. Ocupamos una
burda mesa de madera. El lugar, que en
ese momento carecía de clientes, tenía
un ambiente de pintoresca nostalgia. Me
extrañó que una mujer con la clase de
Rosaura accediera sin remilgos estar
ahí. En ningún momento se mostró
incómoda o enfadada.
En los muros de madera del local
colgaban diversos objetos. Una antigua
escopeta. Un sarape. Un sombrero de
palma, deshebrado y con varios
agujeros. Una herradura. Una vieja
camisa con manchas oscuras ocupaba un
lugar especial. Conservada en un marco
de vidrio, era el orgullo de Melquiades,
el abuelo, dueño del lugar.
-Fue de mi padre –contó- Las
manchas que tiene son de sangre. Lo
mató el gobierno. Fue una balacera
tremenda en la barranca del Diablo. Mi
padre y otros del pueblo enfrentaron a la
autoridad para que no se hiciera la
carretera que iba a dividir al pueblo.
¡Les valió madre! Cayó mi padre. Y
otros cuatro. Mire el sombrero. Esos
agujeros son de bala. Pinche gobierno.
Acribillaron a mi padre, pero ¿sabe? él
se echó como a seis. Y todo, ¿pa’ qué?
Igual hicieron la carretera. Igual
dividieron al pueblo. Todo esto estaba
parejito y mi casa estaba bien cerquita.
Ora tengo que dar una vuelta de la
chingada para ir por el puente. Qué le
cuento…
Tras el relato, el Abuelo sirvió los
tequilas que pedimos y se fue a fumar un
puro tras la barra, dejándonos
tranquilos. Tenía tiempo de conocer a
Rosaura, aunque siempre nos tratamos a
distancia, con respeto. Reconozco, eso
sí, que no dejaba de admirar sus
espléndidas piernas cuando el Patrón me
invitaba a su casa.
No sé si con intención, pero
habitualmente se agachaba sin ningún
cuidado para recoger cualquier cosa. El
vestido se le alzaba. Era una delicia ver
parte de sus muslos. Y lo que es la vida.
Ahora estaba bebiendo con Rosaura.
Los dos solos. En medio del bosque.
Luego de cinco caballitos de tequila,
Rosaura confió que tenían planeado ir al
departamento de un amigo de Heriberto
en cuanto salieran del Gran Almacén.
–Todo se torció al encontrarme a
Emilio. Me quedé bien caliente –dijo-.
¿Sabes que Heriberto es más chico que
yo? ¿Sabes que lo amo con toda el
alma? ¡Es mi todo! Me llena. Nos
complementamos sexualmente. ¡Y ni te
imaginas dónde me lo he cogido!
Enarqué los ojos, perplejo ante la
insólita revelación.
-Te cuento- dijo luego de pedir otro
tequila, al que le dio un primer sorbo
antes de hablar.
-Varias veces fue en la recámara de
mi casa. En el lugar de Emilio. Pero la
mejor cogida fue en la sala de juntas de
la empresa. ¿Te imaginas? ¡Cogiendo en
la misma mesa donde se reúnen los
directores! Emilio estaba de viaje y
entramos por la puerta principal. Nadie
sospechó a lo que íbamos, porque no
conocían a Heriberto. Eso sí, noté que la
secretaria de Emilio nos vio con
suspicacia. Y tan sospechó a lo que
fuimos, que abrió la puerta de improviso
y nos vio cogiendo. Yo en cuatro sobre
la mesa de la sala de juntas, encuerada
de la cintura hacia abajo, y Heriberto
dándome con todo. ¡El susto que se
llevó! Vieja pendeja. Metiche.
Esa cogida fue de mucha calentura y
mucho morbo. Fue muy excitante
imaginarme a los directores de la
empresa, formalitos, encorbatados,
viendo la gran cogida que le daban a la
mujer de su patrón. Me erizaba pensar
que en el lugar donde se leían y
firmaban documentos, habían quedado
manchas de semen.
-¿No tuviste miedo que la secretaria
le contara a Emilio?
-¡Me valía madres! Emilio...
Emilio… Mira, Emilio es el padre de
mis hijos, pero ya no siento nada por él.
Por cierto, ¿alguna vez te diste cuenta
que siempre me has gustado? Te tenía
cierta confianza, pero jamás te
acercaste. Eres muy vanidoso y
arrogante.
-¿Y qué de Heriberto?, te pregunto
ahora….
-A Heriberto lo quiero, ya te dije.
Pero eso no estorba para que me gustes.
A esas alturas, Rosaura estaba un
poco alterada por el alcohol, así que
pedí la cuenta.
De regreso al coche, Rosaura pide
que me adentre en el bosque. Las
palabras se le atropellan y no deja de
reírse. Su embriaguez la vuelve
temeraria.
Párate ahí –ordena- voy a orinar.
-¿A orinar? Rosaura, pudiste ir al
baño del bar -se me ocurre decirle.
-¿O sea que según tú no puedo orinar
aquí? -preguntó altanera-. ¿No puedo
orinar donde me de la gana? ¡No me
diga que le escandaliza que me orine
aquí, señor moralista...!
-No, señora, para nada. Usted es una
reina y puede hacer lo que le venga en
gana.
Rosaura abre de golpe la puerta y
trompicándose se aleja unos pasos.
Cruzado de brazos, recargado en el auto,
la observo, vigilando que no fuera a
caerse. Imaginé que iría a ocultarse tras
los arbustos. Para mi sorpresa, se
detuvo de improviso y se volteó hacia
mí.
Impactado, vi cómo se levantaba la
falda, se bajaba las bragas y se
acuclillaba para orinar. ¡No lo podía
creer! La señora Rosaura Villavicencio,
de la más refinada sociedad, tan
distinguida, decente y honorable,
exhibiendo sin vergüenza alguna su
tremendo coñazo ¡para orinar! El intenso
chorro, de miel cristalina, brotaba de
aquella grieta color rosa, enmarcada por
un esplendoroso follaje, haciendo
charco en el zacate. Lo que vi, ¡santo
cielo! me desquició.
-¿Le gustó lo que vio, amigo del
Patrón? ¿No se le antojó? –ironizó
mientras se enderezaba. Incrédulo y
boquiabierto, miré cómo zafaba las
bragas de una pierna y luego de la otra.
Caminando hacia mí, zigzagueando y con
el brazo arriba, ondeó la prenda en los
dedos, como trofeo de guerra
Muy cerca, estiró el brazo,
ofreciéndome la tanga. A punto de coger
la prenda, recogió la mano
intempestivamente y la tiró hacia atrás
por encima de su cabeza.
La tanga quedó meciéndose en una
rama de gran altura.
-No te preocupes, enseguida la bajo-
le dije.
-¿Preocupada yo? ¡Vamos,
Valentino, por favor! ¡Déjala! Ahí que
se quede. Se me suben los calores sólo
de imaginar que algún lugareño la
encuentre.
¿Te imaginas? Seguro pensará mil
cosas: Que a la dueña de esos calzones
la encueraron aquí y le dieron con todo,
bien y bonito. A lo mejor solo fue uno el
que se la cogió. O tal vez dos. ¡A lo
mejor tres! Uno la puso contra el árbol,
de pie y con las manos apoyadas en el
tronco. Le abrió las piernas y le surtió
sabroso desde atrás. A lo mejor piensa
que otro la puso en cuatro en el yerbajo
y agarrado de sus tetas la embistió con
furia. O tal vez imagina que a la dueña
de esos calzones la levantaron de las
nalgas, y se la acomodaron a nivel de
las caderas. En esa posición tan
cachonda se la metieron con ardor y
furia. Ja ja ja.
Mira, quiero que el que baje mi
tanga imaginando todo eso,¡ que se
masturbe con ella! ¡Que la llene de
leche! -Vociferó exultante.
-¡Esto me pone a mil, Valentino! Me
encantaría ver cómo ese afortunado
envuelve su cosa ardiendo con mi tanga
y luego de frotarse enfurecido ¡la llena
de mocos! Sería genial, Valentino.
¡Genial!
Y lo que ya sería de maravilla es
que me enviara la tanga almidonada por
correo certificado. ¡Sería súper! Oye,
Valentino, creo que ya estoy borracha y
diciendo pendejadas. ¿Cómo va a
mandarme la tanga si no sabe de quién
es, no me conoce y menos sabe mi
domicilio? ¡Ya no sé ni lo que digo!
Enseguida, Rosaura se encaminó
hacia mí con movimientos felinos. Con
la cabeza inclinada, mirándome
fijamente, descargó:
-Quiero sentir cómo te tengo,
Valentino –avisó-. Y sin más, con la
mano ahuecada, lanzó el zarpazo.
-Mmm! ¡Lo sabía! Estás como
siempre te imaginé: ¡Caliente!
Todo fue supremo, abrasador. Sin
soltarme, se me untó al cuerpo. ¡Valió
madre! ¿Qué podía hacer? Su cercanía,
su aliento, su aroma, rompió cualquier
resistencia.
Me olvidé que era la mujer de
Emilio y la tomé de la cintura.
Le subí la falda hasta tocar el
soberbio trasero que tantos desean y
admiran.
Rosaura, ávida, me restregó la
pelvis. Me perdí, entonces, al igual que
ella, en esa maraña de sensaciones
electrizantes. Aquel instante, tan único,
tan extraño, tan irreal, crepitaba en el
fuego de nuestros deseos.
El alcohol, el bosque en penumbra,
el ansia de nuestros cuerpos, nos llevó a
una espiral de placer. Abrí la puerta del
auto y recosté a Rosaura en el borde del
asiento, con los pies pisando el campo.
Aturdida por los tequilas, gimoteaba
dulzona, revolviéndose el cabello,
sintiéndose mimada. Estiró un brazo y
arrastrando la voz me dice: -¡Hazme el
amor, Valentino! Házmelo como se lo
haces a todas esas putas que te corretean
en la empresa.
Tomé la falda de los bordes y la
eché hacia arriba. Con los últimos
destellos de luz que se filtraban entre los
ramajes del bosque, pude contemplar a
la mujer espléndida, poderosa, que
yacía ahí, desmadejada, dócil, dispuesta
a recibir con regocijo la embestida viril.
Desnuda de la cintura hacia abajo,
abierta, mostraba el hermoso mechón
negro que encandilaba en el vértice de
sus blancas y suculentas piernas.
Sin aliento, con la boca seca, me
arrodillé en la hierba y me acomodé
entre sus piernas. Contemplé y acaricié
ofuscado las vigorosas columnas que
convergían en aquel santuario que
incitaba al placer. Pasé mis dedos
temblorosos por el interior de los
muslos, sobándolos, acariñándolos, para
lanzarme luego, como un cruzado, a la
conquista de la fortaleza prometida.
Mi lengua recorrió sus labios
inflamados y palpitantes y con mis
dedos ensanché la entrada. Un ingreso
de épica en un recinto animado por
fuegos musicales. Lamí, besé, chupé,
succioné, mordisqueé.
Impaciente, revolqué mi cara entre
los muslos de Rosaura, que ya se
retorcía sin control. A punto del
espasmo, con los nervios desquiciados,
sus muslos se cerraron con tal fuerza que
casi me arranca la cabeza.
Enardecida, con las piernas
levantadas y asida de mi cabello, gritaba
eufórica: “¡Así, cabrón, así! ¡Con razón
tus viejas dicen que eres un gran
mamador!”
Los jadeos de Rosaura se mezclaban
con los ruidos del bosque y sus
pulsaciones crecieron hasta que estalló
en un extendido grito que se tragó la
maleza.
Todavía hincado, con labios, nariz y
mentón impregnados de los jugos de
Rosaura, la contemplé desnuda,
distendida, suelta, en el asiento del
vehículo. Una ninfa hermosa, fascinante.
-¡Me enloqueciste, Valentino! Eres
genial, inventivo, soberbio. ¿Por qué
nunca me dijiste que lo hacías como los
dioses?
Oscurecía y había peligro de que un
animal del bosque o un extraño se
acercaran. Lo que siguiera, si seguía,
debía ser rápido. Muy rápido. Me quité
la ropa y cuando iba sobre el cuerpo de
Rosaura, cerró las piernas.
-Así no, Valentino –exclamó-. Se
incorporó con dificultad, salió del
coche, arremangó la falda y se volteó. –
Hazme gozar así, Valentino, como me lo
han contado tus putas
-gimió mientras se inclinaba y se
acodaba en el asiento del vehículo,
ofreciendo el esplendor de su redondo y
magnífico trasero
La portezuela abierta sirvió de
biombo a la atrevida postura de
Rosaura, que elevó las nalgas y bajó el
cuerpo sobre el asiento. Ardiendo,
aprecié su voluminoso trasero, con dos
hemisferios espectaculares, morbosos, y
un tentador botón color rosa. Un poco
más abajo, lucían imperiales,
majestuosos, sus carnosos labios
orlados por una sedosa y fina
vellosidad.
El deseo contenido explotó con la
furia de un volcán. Antes de montarla,
deslicé varias veces la palma de la
mano por su sexo, resbalando los dedos
en su interior, húmedo y vibrante.
Enseguida, impaciente, la tomé de las
caderas y embistiendo, le di piquetes
sesgados antes de encontrar el camino.
Cuando Rosaura sintió que
embonábamos, empujó contra mí con
ímpetu. Los primeros movimientos
fueron suaves, rítmicos, pero a medida
que la excitación creció, el tironeo fue
feroz, estrepitoso. Rosaura se sacudía
delirante y yo arremetía con furia. Si
algo escuchó el Abuelo, espero que haya
pensado que fueron los aullidos y
bramidos que brotan en la noche del
bosque.
Pasó tiempo antes de reencontrarme
con Rosaura en internet.
Los primeros diálogos, lógico,
aludieron a lo que sucedió en el Gran
Almacén y, por supuesto, la aventura en
el bosque.
Con la confianza que uno se
dispensa en internet, Rosaura contó a
detalle lo que había sido su vida. Por
unos años, dijo, pudo combinar, no sin
sobresaltos, su matrimonio con Emilio y
su relación con Heriberto.
Emilio la espiaba con investigadores
privados, pero Rosaura se cuidaba muy
bien de no ser descubierta. Alguna
ocasión, Emilio estuvo a punto de
sorprenderla en compañía de Heriberto.
Uno de los investigadores la vio en
el coche de su amante y avisó a Emilio,
indicándole su ubicación. Emilio, que en
ese momento se dirigía a su residencia,
ordenó a Lucio, el chofer, cambiar de
ruta y que fuera, rápido, a la Colonia
Moderna.
Justo en ese instante, Rosaura salió
del vehículo y fue a comprar viandas a
una tienda de conveniencia. Heriberto,
que se mantuvo al volante, advirtió por
el retrovisor un auto que venía a gran
velocidad. Cuando lo tuvo cerca, vio
que se trataba del Mercedes de Emilio.
Sin razonar, instintivamente, pisó el
acelerador a fondo y emprendió la huida
sin Rosaura.
-¡Sigue ese carro, Lucio! ¡Vamos,
dale rápido! –gritó enfurecido Emilio.
La persecución se dio por varias calles
hasta llegar al nuevo Boulevard de Las
Acacias, de poco tráfico. Heriberto
calculaba por el espejo la distancia del
coche de Emilio. Iba a cien kilómetros
por hora. Aceleró a ciento veinte...
¡ciento cuarenta! Los motores rugían. De
película.
De pronto, Heriberto se preguntó por
qué huía. Ni siquiera iba con Rosaura.
¿Qué le debía a Emilio? ¿Había por qué
darle explicaciones al viejo? ¿De qué?
Decidió, entonces, enfrentar al hombre,
su rival, y bajó poco a poco la
velocidad. Se orilló hasta detenerse por
completo.
Enseguida, de golpe, chirriando
llantas, frenó aparatosamente el auto de
Emilio, atrás de él. Fueron segundos de
gran tensión. Heriberto esperaba que por
lógica, Emilio, el persecutor,
descendiera de su auto y llegara a su
lado. El tiempo corría y Emilio no
aparecía.
Heriberto, impaciente, con los
nervios crispados, decidió terminar con
la incertidumbre. Abrió la puerta de
golpe y bajó de un brinco, azotándola.
Enfurecido, se encaminó al coche de
Emilio. Lucio, el chofer, se aferró al
volante y quedó viendo al frente o a
ninguna parte, desatendiéndose de
Heriberto. -No es mi bronca –se dijo-
Soy su chofer, no su guarura.
Emilio, temeroso en el asiento
trasero, pulsó el seguro de la puerta. Vio
a través del cristal blindado el rostro
desencajado e iracundo de Heriberto.
Amedrentado por sus violentas
gesticulaciones y sin escuchar lo que
decía, sesgó la vista y evitó mirarlo de
frente.
-¿Qué me sigues, cabrón de mierda?
¡Bájate, hijo de la gran puta, para
romperte la madre! Si quieres reclamar
algo, ¡reclámale a tu mujer, viejo
pendejo! Y si tienes algo contra mí, ¿qué
esperas? ¡Bájate, hijo de tu pinche
madre!
Emilio maldijo a Lucio. ¿Por qué se
queda como idiota? ¿Por qué no enfrenta
a este cabrón? ¿Por qué no arrancas,
pendejo? Con el puño, Heriberto dio un
golpazo a la ventanilla. Emilio saltó
asustado en el asiento.
-¡Para eso me gustabas, maricón! Te
hizo así, mira. -Y juntando los dedos
hacia arriba, los abrió y cerró-. ¡Pinche
mariqueta!
Heriberto dio otro golpe a la
ventanilla ante el angustiado Emilio.
Viendo que no habría respuesta del
marido de Rosaura, regresó a su auto,
satisfecho y ampuloso.
Luego de abrir la puerta se dio
tiempo para voltear y altanero, hizo un
corte de manga. Emilio se apachurró en
el asiento como perro apaleado. Con las
sudorosas manos entrelazadas entre las
piernas y la cabeza inclinada, musitó
apenas… “Vamos a la casa, Lucio”.
En el trayecto, como siempre,
encontró justificación a su medrosa
actitud."Casi me saca de quicio este
cabrón, Lucio. Pero yo me conozco.
¡Soy muy calentón! Me bajo y le parto su
madre. Pero imagina el lío en que me
meto. En mi posición no me conviene,
Lucio. Ese cabrón no tiene nada qué
perder y yo sí, Lucio".
-Hizo muy bien, patrón. No tenía por
qué comprometerse –consoló Lució con
una sonrisa socarrona que se guardó en
los labios.

El escándalo llegó con el verano.


Emilio fue en viaje de negocios a Chile
y Rosaura aprovechó para pasear con
Heriberto en Acapulco. Lázaro, que
nadie sabía cómo, pero que de todo se
enteraba, supo de la escapada de
Rosaura. Tomó el teléfono y llamó a
Emilio.
-¡Regrésate, que Rosaura anda con
este cabrón en Acapulco! ¡Ahí los
agarras!. Rosaura y Heriberto,
enamorados, eufóricos, hacían un
cruzado en la piscina del Hotel.
Alelados, no vieron a los hombres de
traje que caminaban hacia ellos. Cuando
los tuvieron encima, Heriberto saltó y
huyó como pudo, brincando camastros.
Rosaura intentó seguirlo, pero Emilio la
detuvo de un empellón y la regresó con
violencia al camastro.
- ¡Aquí te quedas, cabrona puta! -Le
gritó, sin importarle los turistas que
había alrededor. -Tome nota, licenciado
– ordenó nervioso y notoriamente
alterado.
Adulterio en flagrancia. Causal de
divorcio. Para Rosaura, una bendición.
Para Emilio, el infierno. Sería el
hazmerreír de la ciudad, donde era
ampliamente conocido. Él, que presumía
de ser un gran garañón, ¡engañado por su
mujer! Una vergüenza. Terrible
humillación.
Rosaura dejó la casa familiar y tres
hijos adolescentes. Se fue a vivir con
Heriberto, con el que se casó después.
Emilio, burlado, deshonrado, ofendido,
dejó la ciudad y se refugió en la Capital.
Imposible vivir en el lugar donde
todo mundo lo conoce como personaje
de empresa y donde encontraría la burla
en cada calle, en cada plaza, en cada
restaurante. Se alejó un tiempo de los
negocios y vivió solo en un
departamento.
Para reivindicar tamaña vergüenza,
Lázaro le arregló una relación con una
vedette de poca monta a quien hicieron
pasar por una renombrada artista de
Sudamérica.
Luego de un tiempo, Emilio regresó
a la ciudad para teatralizar la boda del
año con la ‘estrella
sudamericana’. En todos los mentideros
políticos y sociales se habló de la
fortuna que gastó para que los diarios
publicitaran su nuevo matrimonio.
El mismo Emilio se encargó de
ordenar el pomposo título que iría a 8
columnas: “¡La boda de la Década!".
Los cientos de invitados que degustaron
un menú internacional y los mejores
vinos, disfrutaron la velada criticando y
contando chistes sobre la nueva pareja.
Tres años después, reventó el
segundo matrimonio de Emilio. La
vedette lo exprimió económicamente, sin
darle nada a cambio. Todos sabían que
la mujer se le escapaba a Nueva
Orleans, donde tenía un amante.
El Patrón vivió un infierno con esa
vieja –confió Lucio, el chofer.
-En la casa, la mujer se la pasaba
maquillándose frente al espejo, sin
atender al Patrón. Y cuando salía,
siempre se iba de compras, chingándole
el dinero. Nunca la vi haciéndole unos
huevitos revueltos o una sopita. En
tamaña residencia, el Patrón siempre
comía en la cocina con la servidumbre.
Muchas noches dormía solo, porque
la señora se iba de reventón a la
Capital.
Recuerdo la vez que los llevaba al
Aeropuerto. Por el retrovisor vi que el
Patrón le puso la mano en la piernas y la
vieja se la quitó con violencia. “No
jodas ahorita”, le dijo. ¡Puta madre! Así
de jodido como estoy, si una vieja me
hace eso, ¡le pongo una madriza! Me
cae.
En la ciudad nadie creyó lo de la
artista sudamericana. Algunos,
sediciosos, suspicaces, investigaron a la
mujer. Efectivamente, no era una figura
del show sudamericano. Era una nudista
mexicana, que, para colmo, había sido
amante de un comandante de la policía
capitalina.
-Hola, Rosaura. ¡Una suerte
encontrarte en internet!
-Qué gusto, Valentino. ¿Sigues de
conquistador?
-Ja ja ja. Ya menos. Ya menos.
-Te admiro mucho. Te ha sobrado
inteligencia sexual, Valentino.
-Gracias, Rosaura. Tú sabes, la vida
se vive una sola vez. Muchos quisieran
disfrutar la vida que yo disfruto. ¿Y
sabes? No me arrepiento de nada.
-Ya sé tu forma de pensar,
Valentino. ¿Recuerdas aquel regreso de
México luego del incidente en el Gran
Almacén? ¡Wow! ¡Fue de locura!
-¿Cómo lo viviste, Rosaura?
-Fue muy lindo lo del bosque.
Inolvidable. ¡Sensacional! Me hubiera
gustado seguir cogiendo contigo, ja ja ja.
-¡Me hubieras dicho, caramba!
-Lo que pasó, ahí queda. Sólo te
puedo decir que fue fantástico. Si
seguimos, a lo mejor me voy contigo y
no con Heriberto.
-¡Qué cogidas hubiéramos dado!
-Ja ja ja. Genio y figura… Te cuento
que aquel encuentro en el Gran Almacén
fue el principio del fin de mi
matrimonio. Pero lo mejor fue que me
permitió irme a vivir con Heriberto.
-¿Y sigues con Heriberto?
-No. Aunque no lo creas,
terminamos hace años. Era mi gran
amor, pero todo se acaba. Luego de
Heriberto, mi vida fue un desastre, a
pesar de que anduve con otros. Le di
vuelo a la hilacha, como dicen.
-¿Y ahora con quién vives?
-Con nadie. Vivo sola, en la Colonia
Los Pirules. Es una casa de mi hijo
Emilio. Al final me quedé solamente con
Natalia, la hija que tuve con Heriberto.
Ella es mi adoración. Debo decirte que
luego de separarme de Heriberto, mi
vida ya no fue la misma. Pero, bueno,
qué hago, la vida corre...
- Hay qué sacarle jugo a la vida,
aunque corra…
-Tú lo dices, porque te ha ido bien,
Valentino.
-Es muy grato platicar contigo.
Encontrarte luego de tanto tiempo,
Rosaura.
-Gracias, pensé que me habías
olvidado, Valentino.
-¿Olvidarte? ¿Cómo crees? Y
menos, luego de lo que pasó en el
bosque, Rosaura.
-¿Te gustó?
-Increíblemente. No sé cómo pudo
suceder, pero fue emocionante y muy
lindo. Recuerdo mucho, también,
cuando iba a tu casa. Y que me dejabas
con la boca abierta cuando te agachabas
y te miraba las piernas.
-¿Por qué nunca me dijiste algo?
-¡Qué te iba a decir! Yo estaba muy
chavo, sin malicia todavía. Recuerdo, en
especial, la vez que solos, en la cocina,
subiste por una escalera para bajar un
frasco. ¡Le vi todo, señora preciosa! Y
no sé cuántas veces me masturbé
recordando la escena
-¡Ay, Valentino, me subyuga oírte
decir eso!
-¿De veras?
-Obvio. Soy mujer. Y te confieso
que siempre fui muy abierta. A lo mejor
si me dices algo, te ayudo a masturbarte.
Como te digo, me enamoré de Heriberto
como loca. A sus amigos les valía y me
tiraban la onda. Pero tú siempre me
gustaste. Sobre todo cuando te veía con
tus pantalones de mezclilla.
-Ja ja ja ¿Y qué tenían los
pantalones de mezclilla?
-Pues que siempre los traías muy
pegados. Te veías muy hombre y se
notaba. Las mujeres te seguían. Y una
cosa, así como te portaste en el bosque,
así te imaginé. Así me contaban que
eras. ¡Un macho de a de veras! Eras
tremendo. El ídolo de todas. Tu nombre
andaba en la boca de todas. Con las que
andabas, te presumían.
-En la empresa corrió el rumor de
que habíamos cogido, Rosaura.
-Emilio dijo lo mismo. Una vez me
preguntó si había cogido contigo. Le dije
que no. Que si hubiéramos cogido, otra
vida sería. Ja ja ja. Si se entera lo que
pasó en el bosque, a lo mejor me
deshereda.
-¿Y no fue traumático el divorcio
con Emilio?
-¡Qué va! Le saqué 25 millones
primero. Y otro tanto, después.
-¿Sabes que algunos juraban que
habías sido mi amante? Ja ja ja . Lo que
hubiera dado por serlo, Rosaura.
-Te conocían. Yo fui demasiado
caliente, ja ja ja. Creo que te diste
cuenta con lo que pasó en el bosque. Mi
calentura volvía loco a Emilio. Pensaba
que lo hacía hasta con Lucio, el chofer.
Pero él también era muy cogelón. Por
cierto, en aquel regreso de México, ya
no aguantaba. Heriberto me había
dejado muy caliente. Por eso te
provoqué. ¡Ardía con las ganas de
cogerte!. Lo bueno fue que respondiste.
Esa vez te imaginé impactado
porque habías agarrado a la esposa de tu
amigo con otro güey. Ja ja ja. Oye, pero
en el carro nunca vi que se te moviera la
verga, por más que te observé.
-¡Es que la traía bien apretada con el
pantalón!
-¿Y te gustó cómo cogimos?
Heriberto decía que cogía muy bien y
muy rico. Otros también lo decían. Y es
que me movía como licuadora y los
destrozaba. Ellos ni siquiera necesitaban
moverse.
Bueno, tus viejas decían que cogías
con una violencia sabrosa. Y sí, la
verdad que fuiste violento cuando me
llegaste por atrás. Eras o eres muy
caliente, Valentino.
Por eso eras el objetivo de muchas.
Yo también era muy caliente y Emilio
sufrió esa calentura, ja ja ja. Y yo, más
caliente me ponía cuando andaba con
Heriberto. Y es que Heriberto es el que
mejor me ha cogido. Me hacía de todo.
Aunque pienso que tú hubieras sido
mucho mejor.
Luego de lo que pasó en el bosque,
comprobé tu buena fama. ¿Sabes que no
olvido de esa tarde?
-Qué, Rosaura...
-¡Cómo descargaste tus manazas en
mis nalgas! Tienes unas manotas,
Valentino. Empinada en el asiento del
coche, con el trasero levantado, nunca
esperé el golpazo de tus manos en cada
una de mis nalgas. ¡Fue terriblemente
excitante!
Me ardieron las nalgas como no
tienes idea, pero al mismo tiempo
encendiste todas mis terminales
nerviosas. ¡Lo hiciste tres veces y yo
quería más! ¡Seguro que me dejaste
pintadas tus manotas! Por la noche
seguía ardiéndome el trasero y al
sobarme me calentaba imaginando que
tú me lo hacías.
Pegas fuerte, Valentino. Pero,
¿sabes? Me dolió, ¡pero me encantó!
¡Eres un condenado diablo, Valentino!
Cómo deseé que me hubieras cogido un
buen tiempo. Gozarte. Soñaba con que
me pusieras a gatas sobre el escritorio
de Emilio. Ja ja ja . Eres un cabrón,
Valentino. Contigo debí coger mucho
tiempo. Eras muy buen partido para
coger. Me daba envidia de cómo
contaban que te cogías a Perla. Siempre
fuiste un detallista con las viejas.
Ese regreso de la Capital no lo
olvido. Fue una tarde de ensueño. Antes
de que empezara todo, recuerdo que
pensaba: cómo me gustaría que este
cabrón gozara mis nalgas.
Ansiaba que dejaras tu semen en mis
nalgas, chorreando. Y cómo me gustó
que me vieras haciendo pis. El chorro
saliendo y embarrándose todo en los
pelos. Fue excitante para mí, aunque
para algunas y algunos, eso es muy
cochino. Estoy muy peluda y sabía que
así te gustan las mujeres. Por eso quise
exhibirme para ti en el bosque...
Me gusta cómo me platicas,
Valentino. Me haces pensar cosas.
Sentir cosas. Eres tremendo. ¿Te gustó
como lo hicimos? Si a todas se lo haces
como me lo hiciste, hay razón para que
no se te negaran las viejas.
Yo sabía de todas tus amantes. Sabía
de los chismes, porque las trabajadoras
de la empresa me contaban. Pensaba que
eras muy cabrón. Todo un semental. Y te
me antojabas. Imagina que me hubieras
cogido y luego se lo hiciéramos saber a
Emilio, ¡qué orgasmos hubiéramos
tenido! Jajajaja.
Me calientas rico, Valentino. Aún
tengo ganas de mucho y tú lo dices de tal
manera que me enloqueces. ¡Qué ricas
nalgadas me diste, Valentino!
Tu defecto es que eres vanidoso y
presumido. Si alguien es buen amante,
sus mujeres lo dicen. Y de ti, tus
mujeres platicaban todo. Eso te hacía
soberbio, Valentino.
-Y así como eras de caliente,
Rosaura, ¿alguien del servicio de tu casa
te vio alguna vez en situación
comprometida?
-Alonso. ¿Lo recuerdas? El chofer
de mis hijos. Fue un día que estaba sola
en la casa y le hablé a Heriberto para
que me visitara. Alonso me encontró
cogiendo con Heriberto en la sala. Al
escuchar ruidos, me incorporé y me vio
desnuda.
-¿Te espiaba o fue casualidad?
-Yo creo que Alonso tenía que llegar
a esa hora y lo olvidé por estar en la
acción con Heriberto.
-Cómo me hubiera gustado ser yo y
no Alonso el que te viera. A lo mejor
hacemos un trío.
-¡Pero tú me viste completita en
aquel regreso de la Capital! Creo que
me disfrutaste como nadie. Pero además,
tienes mujeres muy buenas. Todas
hermosas. Por eso, a mí siempre se me
antojó algo contigo.
Por cierto, Lucio, el chofer de
Emilio, me vio en puros calzones. Así
bajé a la cocina. Pensé que los de
Servicio tenían descanso y me encontré
con él. Se quedó paralizado, sin saber
qué hacer. ¡A mí me valió! Entré a la
cocina como si nada, lo saludé, me
contestó muy cohibido y rápido se retiró
discretamente.

-¿Y sigues igual de caliente,


Rosaura?
-Mira, hay algo bien claro. Todas
las mujeres somos muy putas, aunque
algunas son menos. Pero todas lo somos.
Y no me salgas con que putas son las
que cobran, porque unas cobran dinero y
las otras cobran de otra forma.
-¿Y después de Heriberto, te cogiste
a otros?
-Aunque no lo creas, a Martín, el
jefe de personal de la empresa.
-Martín?? Rosaura me sorprendió.
Emilio sentía un gran afecto por Martín
hasta que éste cayó de su gracia.
"Martincito es muy leal conmigo", solía
decir Emilio. Imagino que ese apañe fue
venganza de los dos, porque Emilio se
cogía a la mujer de Martín.
-Sí, a Martín. Anduve con él unos
tres meses. Era imaginativo. Hablaba
mucho. Cogía bien y le gustaba que se la
chupara mientras manejaba. Me decía
que le excitaba cogerse a la esposa de
su patrón. Bueno, ya no era la esposa de
Emilio, pero eso le calentaba. Es más, le
encantaba. Cada quién tiene sus fetiches,
¿no crees?
Normalmente, los infieles se
esconden, pero a Martín le gustaba
llevarme a comer a los principales
restaurantes de la ciudad. Quería que
nos vieran. Y cuando nos veían
conocidos, iba excitadísimo. Camino al
hotel, me ponía a mamársela en el
coche. Martín me subía el vestido y
desde los otros carros me veían las
nalgas. Y como se daban cuenta de lo
que yo iba haciendo, hasta nos pitaban.
Ja ja ja.
A mí también me gustaba que nos
vieran. Era una forma que Emilio se
enterara y se diera cuenta que cogía con
muchos. Era mi venganza. Yo entraba
prendida de Martín a los hoteles
mientras él pagaba. Notaba que los que
nos veían se calentaban.
Una ocasión, cogiendo, Martín me
dijo que nos estaban mirando por una
ventana. Me preguntó qué hacía. Yo le
dije ¡síguele! Eso me encendió. Después
lo hicimos varias veces con gente
viendo. A la fecha, no sé si los mirones
estaban ahí por casualidad o porque
Martín los había llevado. Yo creo que a
todas nos excita que nos vean.
-¿A Emilio también le gustaba que
los vieran cogiendo?
-No. Con Emilio era muy diferente.
A Emilio le falta inventiva. Es muy
pendejo. Se limitaba a meterla y ya.
Tres, cuatro empujones ¡y zas, se venía!
Por eso me gustaba hacerlo con Martín.
Siempre buscaba nuevas formas.
Siempre lo hacíamos en lugares
diferentes y que nos vieran. También me
tomaba fotos eróticas. Con las piernas
abiertas. De perrito. Mamando. Algo
original y diferente. Todo eso fue muy
bueno con Martín. Me decía que era
súper caliente que alguien nos viera y a
mí me excitaba mucho verlo rendido.
Luego se le ocurrió presentarme a un
amigo, el Piri, ¡y ahí quedé! Me alejé de
Martín y seguí con el Piri.
-¿Tienes juguetes sexuales?
-Tengo varios vibradores. Algunos
me los regaló Emilio. Uno para el culo,
muy rico.
-¿Coges y con el vibrador en el
culo?
-¡Así mero!. Es de una gran
calentura. Me enciendo toda. Ahorita, de
recordarlo, ya estoy bien caliente. Ten
por seguridad que me masturbaré. Oye,
¿y qué sabes de Nancy? Era una niña
muy linda en aquel tiempo. Me gustaba.
-¿Te gustaba? ¿Te la hubieras
tirado?
-Ja ja ja. Bueno, en ese tiempo no
sabía que podía acostarme con una
mujer. Ahora ya no. Ya estoy vieja y
ella es demasiado mujer como para que
me aceptara. Pero sí, me hubiera
encantado retozar con ella. Qué rica
mujer. Cuando la vea, le sonreiré, pero
en mi imaginación me veré haciendo
puterías con ella.

-Bueno, hablando de ti, déjame


felicitarte Valentino por todo lo que has
vivido.
-Nunca me he quejado.
-Ni te quejarás.
-Creo que he sido un bendecido de
Dios, Rosaura.
-¿Por tanto sexo que has tenido?
-A lo mejor me ha dado más de lo
que merezco.
-Claro que lo mereces. Has cogido
con todas las que has querido. Eso es
una bendición. ¿Me hubieras tenido de
planta, Valentino?
-Te hubiera destrozado, Rosaura.
-O yo te hubiera secado. Yo cogía
demasiado. Era insaciable. No
aguantaba estar sin algo adentro. Tú,
igual. Tenías tantas, que de haberte
querido coger, ¡creo que hubiera tenido
que hacer cola!
-En este reencuentro, fantaseo mucho
contigo. Y a veces he llegado a
masturbarme pensando en ti, Rosaura.
-Qué rico saber que te tocas por mí.
Es muy gratificante para mí. Me calienta
imaginarte cogiéndote la verga y
jalándotela con la mente puesta en mí.
Pensando en lo que yo pudiera hacerle.
¡Valentino, ya me siento mojada! ¿Estás
mojado como yo? Tú ya me pusiste a
mil. Eres un dios del sexo. Cómo me
hubiera gustado coger un largo tiempo
contigo. Hubiéramos cumplido todas las
fantasías del sexo habidas y por haber.
-¿Cuántas veces te hubiera gustado
que te cogiera?
-Las que fueran me hubiera gustado.
Eras lo máximo. ¿Sabes cómo me excitó
lo del ascensor en el Gran Almacén?
¡Me calentó mucho que ustedes me
vieran y mi marido apendejado por la
cornada! Ja ja ja. Pensar que siempre me
proponía un trío y nunca se imaginó
verme con otro.
-¿Con quién te propuso un trío?
-Con Nancy, pero ella nunca aceptó.
Y la que estaba dispuesta, no me
gustaba. Era Bertha, su secretaria, fea y
muy voluminosa. Yo prefería a Nancy,
pero ella no quiso. A Nancy sí la
hubiera gozado, pero estaba muy chica y
se espantó.
-Qué cosas. Date cuenta todo lo que
estamos hablando por internet, Rosaura.
-Creo que ahora, con lo que hemos
vivido, ya tenemos derecho a decirnos
las cosas que pudieron haber pasado.
Por ejemplo, me calentó cuando me
dijiste que te habías masturbado por mí.
-¿Y cómo es tu vida ahora? Debes
tener una fortuna.
-¡Ay, Valentino! ¡Cambié la verga
por la cartera! ¡Desperdicié todo!
Por andar de enamorada tiré los
millones que me dio Emilio. Todo se
esfumó. Emilio me dejó el edificio del
Parque Milenio y Heriberto lo vendió en
25 millones hace años. El dinero lo
perdió en malos negocios. Ese edificio,
fácil cuesta ahora unos 250 millones.
Después, sin dinero, tuve qué vender mi
casa del Fraccionamiento Benavides.
Ahora vivo en Los Pirules. Como te
dije, una casa que es de Emilio, mi hijo.

-¿Y tanto billete?


-Invertí en el amor. Es la peor
inversión. Todo se me fue. Pésimas
decisiones. También me costó el
divorcio con Heriberto. Tuve qué darle
como 7 millones. Total, todo se perdió.
Aquí, tú sabes, la ley protege a los
pendejos ladrones.
La realidad me pegó luego que me
divorcié de Heriberto. Les pedía dinero
a mis hijos y no me daban. Me
enseñaron a ver la realidad.
-Bueno, pero estás viva, hermosa.
Estás bien. Es lo que cuenta.
-No me quejo, sólo te platico. Sí
envidio a quién cuida su dinero, pero no
me quejo. Por otra parte, he tenido a los
hombres que he querido.
-¿Por qué terminaste con Heriberto?
-Heriberto es el padre de mi hija
Natalia, que es mi adoración. Todo mi
dinero lo perdí por él, pero no me
importó. Fue linda esa vida con
Heriberto, aunque terminó como debía
terminar. Él es mucho más joven que yo.
Vivimos 18 años juntos. Lo quería
mucho. Por cierto, me dijiste que
conocías a Heriberto. Entonces, ¿por
qué no lo reconociste en el Gran
Almacén?
-¡Claro que lo reconocí! Lo que pasa
que me hice güey, que es otra cosa.
-Emilio me dijo que ninguno de los
tres lo conocía.
-Te lo dijo por disfrazar la
situación, nada más.
-En aquel momento Emilio estaba
frente a ustedes y se puso en su papel.
La realidad es que todos sabían de
Heriberto, menos Emilio. Yo sabía que
Emilio tenía sus aventurillas, pero me
valía, porque yo andaba con Heriberto.
-Y esa noche, luego de lo que pasó
en el Gran Almacén y en el bosque,
¿cómo te fue con Emilio?
-Nada pasó. Se encabronó, pero no
pasó nada. Acordamos el divorcio, que
se dio cuando me cachó en Acapulco.
-¿No tuvieron sexo para una
reconciliación?
-Ya teníamos mucho que no
cogíamos.
- ¿Sabes? Eres una señora muy
linda, apetecible, Rosaura.
-¡Mentiroso!. Sabes bien qué decirle
a cada una. Si no, no serías un auténtico
conquistador. Pero, mira, yo como tú,
me di gusto. ¡Tuve los amantes que quise
tener!
-¿Te puedo hacer una pregunta
indiscreta, Rosaura?
-Viene. La que quieras.
-Era leyenda urbana que te cogiste al
Primer Ministro, Muro Pavía. Que por
eso le soltó a Emilio los millones de
dólares con los que montó la empresa.
¿Es cierto?
-Muro Pavía era puto. Quise
seducirlo, pero no pudo coger.
Simplemente no se le paró. Eso sí, le
encantaba que fuera a verlo. Creo que le
gustaba mi compañía. Muchas veces
mandó a su chofer por mí. Como
político le gustan las cosas buenas,
incluida yo.
-¿Y Emilio sabía que el Primer
Ministro mandaba por ti?
-¡Por supuesto que lo sabía! Él me
mandaba. Emilio es un cabrón. Yo era
una señora de clase y me mandaba por
delante para sacarle lo que le
interesaba.
-Algunos dicen que Emilio te debe
todo lo que tiene…
-Puede ser. Pero además, es
trabajador, inteligente. Buen patrón,
pero mal marido.
-¿Y tú ibas sin resistirte?
- ¿Por qué me iba a resistir? Era
lindo salir con los políticos. Con los
poderosos. Disfruté mucho. Ya te conté
que soy muy puta y eso no se quita. Sé
disfrutar lo que es la verga y me gusta,
la verdad. Gocé lo que se dice, una
buena vida. Aunque la hubiera cambiado
por estar mejor ahora. No me falta nada,
pero todo me lo dan los hijos, cuando
pude haber tenido todo.
Y ya te lo dije, cambié la verga por
la chequera. O al revés. Ja ja ja. Soy
ardiente, no sabes cuánto. Caliente para
ser muy puta. Esa soy yo, la señora
Rosaura. Y tú, papacito, eres igual de
caliente. No me salgas con que no.
Me han platicado que a las viejas
que tienes las traes bien calientes y les
das por todos lados, haciéndolas tus
cómplices. ¡Haces bien. Valentino!

-¿Te gusta mamarla, Rosaura?


-Creo que soy buena mamadora. No
me gustaba tanto, pero disfrutaba mucho
la de Emilio, que es grande y gorda. La
de Heriberto era pequeña y delgada,
pero también la disfrutaba. La del Piri,
gordita y chica. Y todos los demás,
dentro de lo normal.
-¿Te has cogido a muchos?
-Yo creo que unos cien hombres han
pasado por mi vida. En veinte años, son
cinco por año. Nada especial. La pasé
bien y no me avergüenzo de nada. Soy
demasiado abierta con quien quiero ser
y me cierro con quién debo. De ti me
habían contado que te las cogías con
furia. Así te sentí en el bosque. Me
cogiste violento. Con fuerza. Muy bruto.
Eso es delicioso. Eso no se olvida.
Siempre me gustó así. Además, me
encantaba que me hicieran mil
porquerías.
-¿No te cogiste a Salim, el primo de
Emilio?
-¿Al viejito ese? ¿Cómo crees? ¡Ya
ni se le paraba! Lo tenía todo aguado.
Un día le agarré la verga y hasta miedo
sentí que se muriera del susto. Se
espantó y no se le paró. -¿Estaban por
coger o qué?
-Qué va. ¡Estaba de pasado! Me
decía que estaba muy buena, que muy
linda, que muy sexy. Y entonces me dije:
¡va a ver este viejito! Y que me le
acerco y lo sorprendo metiéndole la
mano bajo el pantalón y agarrándole la
verga.
¡No manches! Se dio una gran
espantada. Nunca imaginó que le
respondiera así. Empezó a sofocarse y
mejor lo dejé. Dije, ¡este güey aquí se
me va a morir!
-¿Quién te ha chupado mejor?
-Pues tú estuviste increíble en el
bosque. Lástima que solo fue esa vez.
Martín, el de personal, me la chupó unas
cinco veces y, la verdad, me dejó
satisfecha. Creo que Heriberto fue el
que me dio las mejores mamadas.
Aunque recuerdo a un dominicano y un
argentino que me chuparon como nadie.
Y ahora dime tú, ¿a cuántas se lo has
hecho por el culo? Eso es lo máximo.
Con Martín y otro me hicieron doble
penetración. ¡Mmm! ¡Fue sabrosísimo!
Tener dos vergas dentro de una es
maravilloso. Y eso les gusta mucho a
ustedes. Vernos sometidas los calienta
al máximo. Y si a eso agregas que los
dos tengan buena verga y que estás con
ellos sólo por sexo, ¡uff, de locura!
-¿A qué le llamas que tenga buena
verga?
-Una de 23 centímetros y gruesa, y
que la maneje bien el que la porta. Eso
es una buena verga. Lo demás es normal.
Tú eres normal, pero fantástico por la
manera en que lo haces. Te diré que la
verga más chiquita vale mucho si hace
lo que tiene qué hacer. Mis amantes
sabían lo que es hablar de la verga
cuando los veía calientes.
A unos les gustaba ver vergas. Eso
los motivaba mucho. Se ponían más
calientes. Sentían placer al ver otras
vergas y es algo que se me hace normal.
A Heriberto le gustaba ver videos
donde estuvieran cogiendo y los
disfrutaba. Se calentaba viendo vergas,
y no porque fuera gay, sino porque
aprendía y se excitaba viéndolas. Hay
algunos que esconden su admiración por
otras vergas, pero nada tiene qué ver.
Yo también disfruto ver otras panochas.
-¿Te calentaba cualquiera hombre o
tenía que ser alguien especial?
-Me calentaban los amigos de
Emilio, mi marido. Algunos me
coqueteaban. Yo creo que el solo saber
que era la esposa del patrón, los
excitaba.
-Te leo y no dejo de admirarte. ¡Eres
una mujer extraordinaria!
-¡Adulador! Así les has de decir a
todas. Por eso eras el rey. Pocos he
conocido como tú. Me gusta mucho tu
forma de ver el sexo. Debiste cogerme
por mucho tiempo, y no solo aquella
tarde, cuando regresamos de la Capital.
Yo venía muy caliente porque no había
cogido con Heriberto. Apenas íbamos a
eso… ja ja ja.
¿Te hubiera gustado que fuera putita
tuya, Valentino?
-Imagina... ¡Me hubiera encantado,
Rosaura!
-Eres halagador profesional. Eres
oveja y lobo. El diablo y un ángel. Si
hubiéramos durado más, ¡te la hubiera
mamado tan rico, Valentino!
-Lo que yo hubiera hecho contigo,
Rosaura. Si ahora, en nuestro
reencuentro, ¡me he vuelto a masturbar
por ti!
-¡Noooooo! ¡Qué rico! Me encanta
que me lo digas y que lo disfrutes. Es
rico masturbarse y también es sano para
el cuerpo. Te relajas. ¿Sabes que aunque
quería a Heriberto, te deseaba? Cuando
veníamos del Gran Almacén, ansiaba
que me dijeras algo. Que te me lanzaras.
Es cierto que Heriberto es el que mejor
me ha cogido, me hacía de todo, pero
pienso que tú hubieras sido mucho
mejor.
Luego de lo que pasó en el bosque,
comprobé tu buena fama. Como deseé
que me hubieras cogido un buen tiempo.
¡Gozarte! Como te dije, que me cogieras
a gatas sobre el escritorio de Emilio y
luego se lo contáramos. Ja ja ja .¿Te
imaginas? La verdad, eres un cabrón,
Valentino. ¡Cómo me gustabas!
LA MAMADA DE MI VIDA
-Tengo un buen trabajo, un buen
marido y, mira, la paso bien. Pero
no creas, extraño aquellos días de
gran desmadre en la empresa. Todo
era lindo y el mundo lo veía color
de rosa. Yo quería ascender,
destacar, Valentino. Y para
conseguirlo, no me importó hacer
de puta. Ja ja ja.
Así abrió Perla nuestro
reencuentro. No en la calle. No en
un café. Tampoco en un antro. Pero
sí en la plataforma que ha hecho
del mundo una aldea: internet.
¡Vaya recuerdos que revivió
Perla! De la cintura hacia arriba
estaba casi plana. Tetas de
limoncito, refirió alguna vez un
peladete de la empresa.
Pero de la cintura hacia abajo,
¡madre mía!, la perfección
moldeada en carne. Una cinturita de
avispa y un trasero curvo, redondo,
espectacular. ¡Un par de nalgas de
otro mundo! Su vientre era firme,
liso, satinado, y sus piernas dos
esplendorosas columnas torneadas,
esculpidas con celo de artista. ¡Un
regalo del universo!
-Seguro que ni te acuerdas
cómo trataba de excitarte. ¡Eras un
tonto! Cuando iba a tu oficina, con
disimulo me subía la falda y te
mostraba las piernas. Pero tú, ni en
cuenta.
-Eras la novia del Patrón.
Quería respetarlo. No tanto por ser
el Patrón, sino porque también era
amigo.
-¡Viejo pendejo! En lugar de
cogerme bonito, se la pasaba
hablando de su fortuna. Y de lo que
me regalaría si seguía con él. Se
venía rapidito el cabrón. Siempre
me dejó a medias. En cambio, tú
eras la quinta maravilla, papacito.
Por ese respeto que dices tenías,
pensé que nunca llegaríamos a
coger. Lo bueno que te decidiste la
vez que nos encontramos en la
Capital.
-¡Y cómo no me iba a decidir,
si tu trasero enloquecía a
cualquiera! Esa vez en la Capital,
todo se dio como si se hubiera
planeado. Comimos, bebimos y de
regreso, encendido por el alcohol y
tu figura, ¡se desencadenó la
turbulencia!
-Yo te deseaba desde siempre,
Valentino. Sé que tenías otras
viejas, pero yo también quería
disfrutar te. Por eso, cuando sentí tu
manaza en mi pierna, no dije nada.
¡Qué carajos iba a decir si era lo
que más quería! Te juro que el peso
de tu mano me sacudió desde la
punta de los pies hasta la cabeza.
Una lumbre me recorrió todo el
cuerpo. Tú, manejando, ni siquiera
hablabas. Eso me gustaba mucho de
ti. No hablabas. Sólo actuabas.
¡Eras pura acción! Yo, igual, quedé
como si nada. Mirando al frente,
pero sin mirar nada. Gozando lo
que sentía.

Al no encontrar resistencia a tu
mano, supiste que el camino estaba
libre. Avanzaste sobándome la
pierna sobre el vestido y
arrastrando discretamente la tela
hacia arriba. ¡Ahí me pusiste a mil,
cabrón! Ya estaba totalmente
mojada cuando llevaste tu mano
bajo el vestido y bruscamente me
separaste las piernas. Palpaste mi
sexo sobre la panti, totalmente
empapada, y vi cómo te sonreías
saboreando tu triunfo. "¡Ya la
tengo!", debiste pensar.
No eres tierno, Valentino, pero
eso me gustó. Y creo que a tus
viejas también les gustabas así.
Desesperado, tosco, salvaje, bruto.
Nada suave, jalaste la panti a un
lado. Y de inmediato, sin
consideración alguna, como si me
estuvieras violando, metiste dos,
tres dedos, que meneaste brusca,
pero maravillosamente.
Caliente, apreté las piernas y
cerré los ojos. Los jaloneos a uno y
otro lado, por las curvas de la
carretera, aumentaron las
vibraciones en mis entrañas.
-¡Fue riquísimo, Perla!
-¿Qué te gustó más, Valentino?
-Tu cosita rica. ¡Tienes un coño
espléndido! Jugoso. De carne suave
y blanda. Celestial. ¡Delicioso!
-Comprobé que eres un
excelente mamador. Como lo
decían muchas. No sé cuánto
duraste entre mis piernas, ¡pero fue
la gloria, papacito! Una
gratificación extrema que ni había
sentido ni he vuelto a sentir nunca.
De veras. ¡Tu lengua me
enloquecía!
-Para mí fue una de las mejores
mamadas de mi vida, Perla.
-¡No supe cuántas venidas tuve!
Una tras otra. Me encantó
muchísimo. ¡Fue una mamada de
otro mundo! Lo hiciste súper
extraordinariamente bien.
-Me inspirabas. Te deseaba.
¡Tu trasero me prendía, Perla!
-Y bueno, ni siquiera dijiste
algo cuando diste un volantazo a tu
deportivo y te metiste al Mirador,
el hotel de la montaña. Ni me
preguntaste si quería ir. Tampoco
esperaste alguna reacción mía.
¡Simplemente dejaste la carretera y
ya! Ni dijiste ni dije. Nada de
palabras. Ni siquiera un gesto que
advirtiera lo que seguía.

En cuanto cerraste la puerta


del cuarto, me abrazaste, me
besaste y me llevaste a la cama. Tu
boca me quemaba. Tu lengua me
derretía. Así, besándome, me
desabotonaste el vestido de la
espalda. Tomándolo de los tirantes
lo deslizaste hacia abajo. ¡Me
arrancaste el sostén y exaltado me
bajaste los calzones! Todo lo
hiciste con una ansiedad
desbocada. Quedé totalmente
desnuda, atrapada por tus caricias y
tus besos. Me empujaste sobre la
cama y quedé con las piernas al
borde. Atrabancado, te hincaste en
el piso, me abriste las piernas, las
levantaste, las flexionaste y
apoyaste mis talones en el borde de
la cama. ¡Todo rápido y violento
Te confieso que por un
momento sentí temor de lo que
pudieras hacerme con ese bestial
instinto que mostrabas. Impulsivo,
agresivo, desatado, fuiste de
inmediato sobre mi sexo y, ¡Dios
mío, qué locura! Me besabas
desesperado, ansioso, voraz. ¡Me
fascinó cómo lo hiciste! Sentía que
me devorabas. ¡Tu lengua era un
estilete devastador agitándose por
dondequiera! Me lamías. Me
besabas. Recorrías los bordes de
mi sexo y luego ibas al interior con
repentina rapidez. ¡Sentía la
muerte, Valentino! Me dabas
bocanadas de un gozo celestial.
Chávez, el de Recursos
Humanos, nos había visto en la
Capital. Y recuerdo que, malicioso,
me preguntaba si me habías tratado
bien. ¿Bien? -¡Eso fue de otra
galaxia, Chavitos!- le dije. Después
de eso, siempre me veía con ojos
de lujuria. Ja ja ja. Ferreira, otro
de tu departamento, me decía que te
cuidara. Ja ja ja. Cómo te protegían
tus subalternos.

-Valentino, con tanto recuerdo,


ya estoy mojada. Te diré que me
hace falta una buena cogida, como
esas que me dabas. ¡Inolvidables!
Bien dicen que recordar es vivir.
-Me gustaba enredar tus pelos
con mi lengua, ¿te acuerdas, Perla?
-Ahora me los corto, pero qué
rico era tenerte ahí. En aquel
tiempo los tenía cortitos, pero
ahora es más cómodo cortarlos al
ras. ¡Ya veo tu cara, bribón! Sé que
no te gusta así. Pero te prometo que
si llegamos a vernos, me los dejo
crecer. ¿Qué recuerdas más de
nuestra época, corazón?
-Esa primera mamada que te di.
¡No la voy a olvidar nunca! Fue de
auténtico disfrute.
Tu entrepierna era una alberca
y yo buceaba en tus burbujas.
Abrazándote de las piernas hacía
un festín en tu sexo. ¡Sacudías la
cabeza de un lado a otro, como
poseída! Sentía como te 'venías'. Y
algo que nunca olvidaré es que me
decías con una voz aterciopelada
que todavía resuena en mis oídos:
"¡Ya, Valentino, ya! ¡Valentino,
yaaa!" Esas palabras, con esa voz
tan dulce y sensual que hacías, me
espoleaban para invadirte con más
furia
-¡Te deseaba mucho, Valentino,
así que imagina lo que gocé esa
primera vez! Fue una mamada muy
rica. ¡Tremenda! Me gustó mucho.
Demasiado. Y aunque te decía que
ya no más, la realidad es que
quería más y más. ¿Dónde
aprendiste, corazón? ¡Qué feliz me
hacías con esas mamadas! Me
dejabas mucho, mucho muy feliz.
¡Y en las cogidas, qué te digo,
me dabas duro! Lo sabías hacer
como maestro. Me encantó la forma
en que me desnudaste.¡
Desesperado, ansioso, nervioso,
intenso!
-Recuerdo nuestras cogidas
nítidamente. Como si acabaran de
pasar, Perla.
-Es que yo te deseaba mucho,
Valentino. Y pues creo que tú
también me deseabas.
Sólo así se explican encuentros
tan calientes y arrebatados. Yo
para ti era puro deseo. Por eso me
cogiste rico. Muy rico. Con el
Patrón cogía, pero era por dinero.
Es algo que ahora te puedo decir.
Pero contigo cogía por deseo, por
pasión. Y esas eran cogidas muy
ricas. Además, tus mamadas eran
excelsas. Te repito, ¡nunca nadie
me ha mamado así! Diana, que fue
tu vieja, me decía que se venía de
inmediato cuando empezabas a
mamarla.
-Esa primera mamada que te di
no la voy a olvidar nunca. Te lamía
despacito. Iba de arriba abajo, a
los lados. Te chupaba un labio,
luego el otro. Te hundía la lengua
apenas. Te succionaba y te besaba
con un ardor salvaje. ¡De locura!
-Te digo que es la mejor
mamada que he recibido en mi
vida. ¡Eres único! El viejo me
mamaba siempre, pero nada qué
ver contigo. Estaba con él por lo
que algo me daba, que ni era tanto.
El muy cabrón solo me dio algo de
dinero, regalos, comidas y ropa.
Igual a otras les pagaba por sexo.
¡Pero tú no, cabrón! ¡Te has cogido
un chingo y sin pagar un centavo!
Has tenido más de lo que mereces.
Ja ja ja.
-Eras la gloria, preciosa. Me
gustaste mucho, Perla. ¡Me moría
por ese nicho de placerlo que
tienes en tu entrepierna!
-Hacías que me mojara
demasiado y tú bebiendo mis jugos,
¡me encantaba! Yo disfrutaba
viendo cómo te ponías cuando me
cogías. ¡Eras un terrible garañón! Y
qué bueno que te decidiste a
robarme en la carretera y llevarme
al Mirador. ¡Fui tu putita y eso me
gustó!

-¿No te dio miedo cuando


enfilamos hacia el Mirador?
-¿Por el Patrón? Tú sabías que
andaba con él. Pero me valió porque yo
te traía muchas ganas. Sabía que eras el
más cogelón. ¡Cuando te saliste de la
carretera ya iba bien caliente! No sé por
qué, pero estaba segura que cogeríamos.
-¡Y qué cogida! ¡Fue una linda
y extraordinaria cogida, Perla!
-¡Ay, Valentino, si vieras cómo
te recuerdo! Siempre con gran
gusto.
-Llevo sabor a ti, preciosa.
Nunca te me vas a olvidar.
-¿Y por qué crees eso si tienes
otras mejores?
-Pero ninguna con ese panal de
rica miel que tienes entre las
piernas.
-No sigas, que estoy mojada
recordando esas mamadas tan ricas
que me dabas. Metías la lengua
rico y yo quería que alcanzaras más
adentro todavía.
-¡Cómo me excitaba tu vocecita
diciendo que ya no, pero en el fondo
pidiendo más!
-Me arreglaba la panocha para
ti. Sabía que podía gustarte. Y lo
hacía para verme bien y que te
gustara. Pensando que cualquier día
caerías. ¡No me canso de decir que
fuiste el mejor mamador de mi
vida! Nadie me ha mamado como
tú. Aunque nuestra relación duró
poco, me marcaste de por vida.
Todo entre tú y yo se dio
mágicamente. Ninguno habló
cuando tomaste rumbo al Mirador.
Se dio solo. Donde tú quisiste,
sucedió. Estábamos conectados. Ni
siquiera hubo un cortejo previo.
Todo fue directo. Tal cual. Así de
violento. ¡Sexo violento, pero rico!
¡Eras un remolino! Tú me lo
hacías con brusquedad, pero
muy rico.
Por cierto, me he preguntado si
te gustaba lo que yo te hacía. Tú me
cogías con fiereza y eso me
encantaba. La verdad es que los
dos deseábamos cogernos. Era
como querer, sin decirlo. Tú me
gustabas y yo intuía que también te
gustaba. Notaba tu interés en mí.
Lástima que lo nuestro duró
poco. Dejé de interesarte. Pero
aunque fue breve, fue intenso,
tremendo. Y te repito, lo que más
recuerdo es cómo me mamabas.
¡Me hacías sentir una reina! Y
luego me la metías con brusquedad,
violento. ¡Me gustaba! Mi panocha
te soñaba. ¡Qué rico era ser tu puta!
Me encantaba serlo. Así era y así
me gustaría ahora, ser tu puta. ¡Aún
casada, quisiera seguir siendo tu
puta!

-Con el Patrón fue otra cosa.


Con él acepté putear para crecer y
lo conseguí. Contigo puteé sólo por
coger y porque me gustabas mucho.
Con el Patrón lo hacía sólo porque
me daba dinero. Pero si de alguien
fui su puta, fue de ti. ¡Fui tu puta,
Valentino! ¡Y qué satisfacción! Me
envidiaban las otras. ¡Eras el que
todas querían! La gente de la
empresa, los directivos, los
obreros, los choferes, tus viejas,
sabían que cogíamos, pero me
valía. Yo me estaba cogiendo a los
dos más importantes de la empresa.
Tú y el Patrón. ¡Te disfruté mucho!
¡Eras mágico! ¡Cogías rico! ¡Eras
poderoso! Y aparte, tu lengua me
hurgaba rico. ¿Qué más quería?
Eras muy diferente al Patrón. Ese
cabrón se venía a los cinco
minutos. Contigo eran horas de
sexo duro y feroz. ¡Tú eras muy
caliente! Desde que te conocí me di
cuenta. Me cautivó tu verbo y tu
pantalón. Bueno, el bulto de tu
pantalón. ¡Y esa locura con la que
me cogiste fue de película! Esa
desesperación violenta que
mostrabas, me fascinó. Y yo te
pedía más y más.
¿Te acuerdas cuando fuimos a
aquel hotel del centro? El tipo que
abrió la puerta del estacionamiento,
vio cómo me tocabas. ¡Desde ahí
me calenté tremendamente!
-Cómo me gustaban tus nalgas,
Perla. ¡Tenías un culazo de
milagrería!
-¡Qué rico que te gustaran mis
nalgas, Valentino! Muchos me las
miraban y me decían cosas. Pero no
se atrevían a más porque te tenían
miedo. Todos sabían que cogíamos.
Y también sabían que cogía con el
Patrón. Era la vieja del Patrón y de
Valentino. Lo sabían bien, porque
pendejos no eran. Se daban cuenta
fácil.
Me manoseabas mucho,
¿recuerdas? ¡Cogiendo me
agarrabas las nalgas muy rico! Y
me las chuleabas. ¿Alguna vez te
dije que me era difícil tener
orgasmos? Pero contigo, ¡uff!.. ¡el
cielo! ¡Me daba unas 'venidotas'
contigo! Tan sólo de ver ese deseo
que ardía en tus ojos, me calentaba.
Lo hacías rico. ¡Eras un macho de
primera! Me acuerdo la vez que me
mamaste, intenso como siempre, ¡y
que llegas hasta el culo! Primero en
el contorno y luego repiqueteaste
en el mero centro. ¡Virgen santa!
Sentí raro, pero me encantó. Aún
ahora, recuerdo esa vez y me
estremezco.
-¿Y tu marido sabe tu
historial?
-Obvio que sabe que me acosté
con otros. Me pregunta cosas.
Alguna vez le dije que tú fuiste el
que me cogió más rico y el que
mejor me mamó. Se calienta
cuando le cuento cómo me cogías y
cómo me mamabas. Me pregunta
seguido y siempre de ti. Creo que
le hubiera encantado ver cómo me
mamabas. Inclusive, me ha dicho
que te invite a la casa. Ja ja ja.
No me equivoqué cuando me
dejé llevar al Mirador. ¡Eras el
palo más rico de la región! Me
extasiaba sintiéndote. Tú siempre
has disfrutado lo que quieres. Te
imagino siempre como aquella vez
en el Mirador. Insaciable,
indomable. ¡Un loco por el sexo!
Esa mamada se las he presumido a
todas mis amigas. Mi panocha
ardía de gozo y me hiciste venir no
sé cuántas veces. ¡Fue la mejor
mamada de mi vida! Ninguno,
nadie jamás, me volvió a mamar
así. Seguro que has olvidado a
tantas que te has cogido, pero que
rico que me recuerdes. Me dejabas
guanga de placer. Saciada. Me he
cogido a muchos, Valentino, pero
créeme, ninguno como tú. ¡Sentirme
tu puta fue lo máximo!
-¿Y lo del Patrón?
-Ya te dije, solo fue por dinero.
Por cierto, ¿te llegué a contar que
cuando cogíamos me decía que
soñaba con mamársela a un negro?
-¡No jodas! ¿Cómo crees?
-Cada quién tiene sus fetiches. Yo
creo que es bisexual, al igual que su
mujer. Ja ja ja. Al parecer tenían
relaciones bisexuales o algo así. Yo
estaba muy pendeja para entender.
Cuando empezaba a decir del negro, se
le paraba más. Ahí en la empresa decían
que Arriaga, un prieto casi negro, se lo
cogía. Ja ja ja. Bueno, eso decían, pero
lo dudo.
Lo que sí es cierto es que
cogiendo me decía que se la quería
mamar a un negro. No sé si lo hizo.
No me consta, pero así me decía.
Qué buena está la plática,
Valentino, pero más buena está esa
verga, la que más rico me ha hecho
sentir en mi vida. No me negarás
que las viejas que te coges salen
muy agradecidas.
¡Eres una garantía, Valentino!
¡Mi mejor cogedor! Y sé que te
gusté, además. Creo que te marqué
en tu vida como un buen palo. Sé
que no me quisiste. Yo tampoco te
quise. Entre nosotros no hubo amor,
pero si sexo puro y candente. ¡Yo
cogí muy rico contigo! Eres un
súper buen cogedor. ¡Como nadie
me cogiste!
Y aparte, excelente mamador.
Pocos como tú con ese
conocimiento de la vagina. Pocos
la maman como tú. De pecho tengo
muy poco, pero lo que tengo abajo
te alucinaba.
Te gustaban mis piernas y mis
nalgas, y tu lengua en mi panocha
era lo máximo. Estoy segura que
presumías cómo me la mamabas.
¿Les decías cómo chorreaba
cuando me mamabas?
A mí me gustaba la enjundia
que le ponías a la cogida. Lo
violento que eras para meter y
sacar. ¡Sensacional! ¡Me hacías
sufrir rico! Y cuando tenía tu verga
dentro, ¡me matabas! ¡Fui tuya y
eso sigue siendo una de mis
grandes satisfacciones! Tu lengua
era incansable y batía al máximo.
¡Me hiciste sentir orgasmos que
nadie me ha sacado jamás! ¡Eras un
libidinoso, pero con clase! Cuando
te conocí, de inmediato dije, ¡a éste
cabrón me lo cojo! Ja ja ja.
EL SEXO ES DE SATANÁS... ¿O
DE DIOS?
Hacía años que no sabía de Pepe, el
atildado Contador de la empresa
exportadora donde trabajamos juntos.
Aurelio, un amigo en común que
encontré una tarde en la estantería de
libros de Sanborn's, me dio su correo.
Vaya si se sorprendió al tirarle un
'Hola cabrón, ¿cómo estás?' en el chat.
Luego de los saludos convencionales y
las preguntas y respuestas comunes de
un reencuentro, le pregunto:
-¿Y dónde estás, Pepe?
-En Acapulco…
-¿En Acapulco?
-¿Solo o con tu mujer?
- Con mi mujer. Ella está en la
terraza, leyendo la Biblia.
-¡No mames, cabrón! ¿En Acapulco
y chateando a las 11 de la mañana
mientras tu mujer lee la Biblia? ¡No la
chingues! ¿Son de la Cofradía de la Vela
Perpetua, o qué? Yo que tú estaría
paseando en lancha por la bahía, con una
hielera repleta de cervezas bien frías y
con mi mujer con el culo al aire tomando
el sol.
-Tú porque eres un cabrón,
Valentino. Pero para Julia y para mí el
sexo es punto muerto.
-¡No chingues! ¿En serio?
-En serio. Llevamos seis años que
nada de nada.
-Sí que estás jodido, Pepe… ¿No
sabes que el sexo es vida?
-Ya estamos viejos, Valentino…
-¡No seas pendejo! Viejos los cerros
y todavía reverdecen. Apréndete esto: el
hombre deja el sexo no porque
envejece… ¡Envejece porque deja el
sexo!
-Como me gustaría que eso le
dijeras a Julia. Pero ella, te digo, ya no
quiere saber nada de sexo…Te cogiste a
las mejores viejas de la empresa,
Valentino…
-¿Y tú?
-Yo nada más veía. Sólo espiaba.
Entregado al trabajo al cien. ¡Fui un
pendejo! Ahora te lo puedo decir,
Valentino. Siempre fuiste mi ídolo. A
todas las viejas las traías de nalgas. Se
morían por ti. Yo lo veía. Los hombres
te envidiaban. Y te confieso, me
emocionaba cuando te veía salir con
alguna.
Me quedaba imaginando cómo te la
cogerías. Me emocionaba saber que esa
vieja se comería una verga grande.
Porque supongo que la tienes grande.
Por algo te seguían todas. ¡Que diera yo
por ver a mi vieja agarrando una buena
verga!. Pero eso se murió hace años. El
sexo ya no cuenta entre nosotros. Pero si
pudiera pedir algo, eso sería: ¡ver a mi
vieja comerse una buena verga!
-¿Te gustaría que me cogiera a Julia,
Pepito?
-¡Claro que me gustaría! Pero no
creo que quiera. Te digo, es una santa.
Siempre metida en sus libros de
religión. Sé que exagera. Pero por lo
mismo, estoy seguro que no quiere. Es
inconquistable. Imagino que sería muy
chingón verla coger contigo.
-¿Te digo algo? Yo sí me cogería a
Julia mientras tú miras…
-¡…Eso me fascinaría, Valentino!
Ver cómo te la coges. Pero son puros
deseos, porque no creo que quiera.
-Pepe… Pepe… Se ve que no
conoces a las mujeres…
-Pero tú sí, Valentino. ¡Enséñame!
Sé que Julia no le llega a ninguna de las
viejas que te coges, pero creo que te
podría calentar su santidad…
-¿Y si lo intentamos? ¿Me darías el
correo de Julia?
-Por supuesto. A ver si eres capaz
de sacarla de su cerrazón. Aunque lo
dudo. Pero le dices que el correo te lo
dio una amiga. Ni me menciones.
Pocas veces había visto a Julia. Y
siempre al lado de Pepe, en convivios
que se hacían en la empresa. Nunca
platiqué con ella. Alguna ocasión la
saludé de manera formal, aunque frío y
distante.
Julia no era una mujer que
perturbara. Sin ser fea, tampoco era
atractiva. Se peinaba con sencillez y
casi no se maquillaba. Escabullía la
sonrisa escondiéndose en un gesto
severo y hostil. Excesivamente recatada
en el vestir, costaba trabajo adivinar sus
formas.
Apenas si dejaba ver unas firmes y
torneadas pantorrillas que sugerían que
más arriba podría haber algo interesante
y seductor.
Descuidaba a Pepe por su enfermiza
devoción a las cosas de la iglesia.
Participaba en cuantas obras benéficas
se organizaban en la Parroquia de su
colonia y pertenecía a diferentes
congregaciones. Sus amistades, que eran
pocas y muy selectas, la criticaban a sus
espaldas llamándole beata o santurrona.
Julia, en la computadora, platica
con Isela. Planean el próximo evento de
caridad en la Iglesia del Buen
Samaritano. El Padre Toribio quedará
muy satisfecho de su labor.
Inesperadamente, en la pantalla aparece
una ventana nueva que sobresalta a
Julia…
-Hola, señora linda…!
-¿¿¿¿????
Tras el asombro, la reflexión:
Seguro se confundió el que escribió eso.
"¿Quién eres?"
-Soy Valentino. Tú eres Julia,
¿verdad? La esposa de Pepe, el
Contador. Nos conocimos en la
empresa. En una fiesta. ¿Ya te
acordaste?
-¿Valentino, el mujeriego?
-Bueno, sí, soy Valentino, pero nada
de mujeriego… ¿Te acuerdas de mí?
-Más o menos…
-Yo recuerdo hasta el vestido que
portabas ese día. Estampado verde y
rosa, vaporoso. Te veías linda. Seria.
Distinguida. Atractiva. Muy interesante.
-¡Adulador! Dejarás de ser el
mujeriego que dicen…
Julia no disimuló la turbación que le
provocó platicar con Valentino, el
hombre al que correteaban las mujeres
de la empresa. Pepe se lo platicó
muchas veces. Valentino arrasa con las
mejores mujeres. No se le va una. Pepe
le contaba que Valentino salía siempre
con una distinta. ¿Cómo le hace?, se
preguntaba Pepe. Y también Julia.
-¡Ese hombre debe ser el
demonio…! -decía Julia a su marido.
Y ahora, quién le dijera, tenía a ese
demonio en línea…
-Isela, cierro el chat, tengo que
terminar algunos pendientes del
negocio... -dijo a su amiga-. La realidad
era que deseándolo, pero sin admitirlo,
quería sentirse cómoda y a solas con el
mismo diablo. Despidió a Isela y
reabrió el chat con Valentino.
-¿Qué haces ahora, Valentino?
-Lo de siempre…
-¿Conquistando mujeres?
-Ja ja ja… ¿Cómo crees? Puros
cuentos.
-¿Y por qué quieres platicar
conmigo? Para tu mente pecaminosa
debe ser difícil hablar con una mujer
seria como yo. Debes estar
acostumbrado a soltarte, a desbocarte en
tus instintos. Algo que no conseguirás
conmigo. No te será fácil acoplarte con
una asexual como yo.
-Asexual, asexual, pero desde
aquella fiesta me calentaste mucho.
Imaginaba que metía la mano bajo tu
falda…
-¡Cállate, pecaminoso! De mí no
lograrás nada. Es tu mente cochina la
que te lleva a esos excesos.
-Nada de excesos. Fíjate que
platicar contigo es un lujo
-Ja ja ja, gracias, señor…
-Me pareces muy interesante. Y me
resulta gracioso lo que dices, Julia.
-¿Qué tiene de interesante alguien a
quien no le gusta lo mundano?
-A lo mejor me gusta espantarte…
-¿Te gusta espantarme? ¡Ay,
condenado!
-Pues sí, como que te espanta lo que
te han contado de mí...
-No me espanta. Le doy su
dimensión real, Valentino.
-¡Sí te espantas! Te sorprendes. Te
azoras.
-No me espanto, pero hay cosas que
no son normales.
Luego de ese chat, Julia y Valentino
siguieron encontrándose en internet.
La confianza crecía y Julia mantenía
firme y ceñida una coraza que parecía
invulnerable.
Valentino ataca:
-Reconoce que te intimida hablar de
lo natural.
-¿Natural? ¿A qué llamas natural?
-Te has preguntado por qué me
calientas, ¿por qué me excitas?
-Pues porque te gustan las santas,
como yo… No veo otra razón. Según mi
marido te acuestas con la que quieres.
-Eres muy interesante, Julia, ¿lo
sabías?
-Ja ja ja… Me la voy a creer. Algo
ya lograste. Que te busque para platicar.
-Soy tu gran pecador.
-Gran pecador. Esa es la palabra
exacta.
-¿Te gusta platicar conmigo?
-Digamos que me da curiosidad.
-¿Me vas a redimir?
-Como buena correligionaria de la
Vela Perpetua, soy curiosa. Trataré de
redimirte.
-¿Es serio lo de la Vela Perpetua?
-Eso dices tú.
-Creí que era una vacilada.
-Hablas de mi religiosidad.
-Es que no sé mucho de religión.
-Bueno, pertenezco a la
Congregación de San Carlos.
-Me gusta tu religiosidad.
-No existe. Es invento tuyo,
Valentino.
-Te diré que me excitas. ¿Te gusta
excitarme, Julia?
-No. ¡Digo, no sé que suceda!
-Lo bonito es que me excitas.
-Es tu explicación. Tú haces tus
conjeturas. Si te gusta, muy tu gusto.
- Pasando a otro tema, ¿qué crees?
¡Te soñééééééééé…! Bien bonito.
Desperté a media noche. Emocionado.
Lástima que todo fue un sueño.
-Ja ja ja, ¿Y cómo me metí ahí, en tu
sueño?
-Es lo que yo me pregunto. Mira,
ahorita me tienes todo excitado.
-¿Pepe es tu amigo, Valentino?
-Sí, es mi amigo…
-¡Y te excitas con su esposa…!
-¿Y qué tiene de malo?
-¿Eso es correcto…?
-¡Totalmente! Lo malo es que me
excitara con él. Creo que a nadie
hacemos mal si me excito contigo.
-Tú no haces mal. Pero yo sí. A mi
convicción. A mis ideales. A mi forma
de pensar.
-¿Quieres saber cómo te soñé, Julia?
-No, para nada.
-¿No quieres saber?
-No. Para nada.
-Me excita mucho, señora…
-Ja ja ja. ¡Pérfido! No me imagino
cómo debo ser para platicar como lo
haces tú. ¿Cómo son tus amigas?
Dime…
-¿Cómo son? Normales. Naturales.
-¿Yo soy anormal, entonces,
Valentino?
-No. Eres diferente. Eso me
gusta. Me excita. Quisiera saber
por qué me excitas, pero no le
encuentro…
-A que soy la esposa de tu
amigo. Eso les excita a muchos.
-No va por ahí. He estado con
las esposas de muchos amigos y no
es una excitación especial.
-Entonces es porque todas
deben ser como tú, y conmigo ves
la diferencia. ¿Te has metido con
ellas, Valentino?
-Por supuesto
-¿Cómo lo logras?
-No es un objetivo… Se da,
simplemente.
-¡Son unas prostitutas….!
-No. Para nada. Simplemente
responden a su naturaleza. ¿Nunca
has oído hablar de intercambios, de
parejas o de cuartetos?
-¡Pues no! Bueno, sí, pero no…O
sea, si he escuchado o visto alguna
película donde tratan esos temas, pero
eso no existe en nuestro medio. Es un
estilo de vida de los Estados Unidos.
-Ja ja ja ja ja ja ja ja… ¡Claro que
existe en nuestro medio!
-Pues creo que aquí no.
-Mucho más de lo que crees,
mamita.
-Bueno, existirá, pero en las
revistas… En gente de niveles
bajos.
-Qué poco conoces de la vida,
corazón. Para tu sorpresa, es gente
de todos los niveles.
-Ja ja ja ja, ¿Cómo crees.
Valentino?
-Te lo juro. ¿Te cuento de un
cuarteto que hice con mi mujer?
-Cof cof… ¿cómo crees? Lo
que pasa es que me quieres
impresionar…
-¡La señora se escandaliza, se
espanta! Para nada te quiero
impresionar. Sólo te quiero quitar
la venda y que veas al mundo como
es.
-A ver
-Promete que no te vas a
desmayar ni vas a correr al
confesionario…
-No corro ni me espanto… A
ver qué historia vas a inventar,
Valentino.
-Te juro que no es invento. Fue
con un matrimonio amigo. Nos
conocíamos desde hace mucho
tiempo.
-Si se hacen esas cosas… debe
ser con desconocidos. ¡Qué pena!
-¿Por qué? Lo mismo da que
sean conocidos o desconocidos.
¿Le sigo o qué?
-Sí. ¡Síguele! Cuéntame. Pero
ve la hora, ya es muy tarde… Pepe
me va a preguntar qué hago tan
noche en la computadora. Mañana
me cuentas.
-Okey

Julia apagó la computadora.


Instintivamente llevó una mano
entre sus piernas. Comprobó,
entonces, que tenía la panti
humedecida. Enarcó los ojos y un
rictus de sorpresa le bañó el rostro.
¡No le ocurría en años! Desnuda en
el baño de la recámara, se miró al
espejo. Lo que vio, le satisfizo. Los
pechos, un poco caídos, pero
todavía con textura y volumen.
El vientre acusaba los estragos
de dos partos, pero al palparse.
comprobó que todavía estaba
firme. Admiró luego el triángulo
negro en el vértice de sus muslos.
Giró y de perfil observó que sus
nalgas mantenían una interesante
curvatura.
Después de todo, no estaba tan
mal. "Ese Valentino podría llevarse
una sorpresa", pensó.. Reaccionó
de pronto. "¿Qué hago, Dios Mío?",
dijo y persignándose,
arrebatadamente se enfundó en el
camisón de dormir.
-¡Santo Dios ! ¿Qué estoy
pensando? ¡Quita al Maligno de mi
mente! -
Se volvió a santiguar y se metió
a la cama.
A su lado, Pepe dormía como
bendito bocarriba.
Lo miró por un momento, le
acarició con ternura la cabeza y
besó su frente.
Sin saber por qué, susurró:
“Pobrecito mi Pepe. Tan inocente,
tan bueno, ¡tan pendejo…!”.
Se arrellanó, acomodó las
almohadas y repasó sus oraciones.
Disponiéndose a dormir, un sobresalto
le oprimió el pecho. ¿Qué contará
Valentino mañana?
Otra vez, inconscientemente,
sin querer, metió la mano entre sus
piernas y hurgó haciendo a un lado
la panti. Recorrió con sus dedos el
borde de su sexo y sintió de nuevo
esa humedad que le provocaba un
desasosiego atroz.
-¡Ave María Purísima! ¿Qué
estoy haciendo? ¡Perdóname, Dios
Mío, por escuchar a este pecador
que me incita y que me altera…!
Juntó sus manos y empezó a
rezar un Padre Nuestro. Siguió con
un rosario.

Fue un día larguísimo. Julia sentía


que los minutos, las horas, se estiraban.
Nerviosa, tiró el café que Pepe
acostumbra tomar por las tardes en
la terraza.
-¿Te pasa algo, Julia? ¿Te
sientes mal? Te noto alterada,
inquieta.
-No, Pepe. No pasa nada. Estoy
un poco tensa por la fiesta de la
iglesia y creo que vamos retrasadas
en la organización. Es todo.
Podía escuchar las palpitaciones de
su corazón en el silencio de la noche. El
martilleo fue terrible cuando prendió la
computadora. Al abrir el mesenger dio
un suspiro de alivio.
Ahí estaba el nombre de Valentino.
Disponible.
-Hola, linda señora… ¿Va a querer
que le cuente de mi cuarteto?
-¡Pero si no lo olvidas,
condenado! Habrá qué ver las
mentiras que inventas…
-Todo es real, señora. Sabrá
que hace unos años todo era más
discreto, más oculto.
No como ahora, en que todo
sucede por internet. Había ganas,
deseos de hacer cosas. De
experimentar algo nuevo. Pero no
había valor para reconocerlo, para
decirlo. Para confesarlo,
simplemente. Le cuento pues, de
Francisco y Romina.
Nos visitábamos y tomábamos
algunos tragos mientras oíamos
música y platicábamos.
Hasta ahí. Todo bien. Una relación
convencional.
-Sigo creyendo que en nuestra
sociedad no existen esas
perversiones, Valentino.
-¡Claro que sí! Lo que pasa es
que no te das cuenta. O no quieres
darte cuenta.
Bueno, el caso es que con el
trato y la confianza, empezamos a
hablar de sexo.
Comentábamos sobre lo que se
decía de los matrimonios en
Estados Unidos. De los
intercambios de parejas. De los
grupos swingers. Supongo que
sabes quiénes son los swingers…
- ¿Swingers? No. No sé.
¡Enséñeme!
-Swingers son matrimonios que
intercambian a su pareja
simplemente por goce o diversión.
La condicionante es que todo es
físico y nada emocional.
No vale enamorarse de la
pareja del otro. Un día se practica
el intercambio y al otro día como si
nada. Así es la cosa.
-¡Increíble! Aunque sigo pensando
que en nuestro medio no pasa eso.
-Una noche decidimos que en vez de
estar en casa fuéramos a un antro.
Tomamos algunas copas. Bailamos.
Ya prendidos, saqué a bailar a Romina y
Francisco a Brenda, mi mujer.
¡No sabes cómo se me untaba
Romina! Imagino que Brenda hacía lo
mismo con Francisco.
-¿Se calentaron o ya iban calientes,
Valentino?
-Ja ja ja… Imagino que ya íbamos
calientes, pero no nos atrevíamos a dar
el primer paso. Del antro fuimos al
departamento de ellos. Francisco sacó
una botella de ron, refrescos, hielos,
vasos y seguimos bebiendo.
Romina festinaba que esa noche era
de locura. Y de pronto dice: si es de
locura ¿por qué no bailamos todos
desnudos? Lo extraño fue que nadie
puso reparo a la
propuesta. En menos que te lo
cuento, ya estábamos encuerados todos.
Así bailamos, intercambiados. Ya te
imaginarás. Le puse la verga a Romina
entre las piernas y la abracé tomándola
de las nalgas. Brenda y Francisco, a
nuestro lado, hacían lo mismo.
-¡Dios Mío! ¿Y todo eso sin
espanto? Bailando encuerados, ¡qué oso!
Ya bailando así,
obvio que llegaron a todo.
-Pues imagina, con el roce de las
vergas entre sus piernas…
-¿Y qué dijeron ellas?
-Nada. No se dice nada. No se
habla. Se actúa, solamente. Francisco y
Brenda subieron a la recámara. Me
quedé en la sala con Romina.
La tumbé en el piso, le abrí las
piernas y me las puse en los hombros.
La penetré y respondió de maravilla,
agitando frenéticamente las caderas. A
las pocas bombeadas nos ‘venimos’ los
dos. Casi al mismo tiempo.
-¿Y qué pasó luego?
-Acabó todo. Nos vestimos. Bajaron
Brenda y Francisco. También se
vistieron. Tomamos otra copa y nos
despedimos. Como si nada hubiera
pasado.
-¿Sin hablar nada de lo que habían
hecho?
-Nada. Te digo que nada.
-¿Y entre ustedes? ¿Entre la pareja,
tampoco se dijeron nada?
-Pues pasó que quedamos súper
prendidos. Muy prendidos. Llegamos a
casa, tomamos un baño ¡y a darle!
Cogimos como locos el resto de la
noche.
- ¿Y luego se veían solos con la otra
pareja?
-No. Para nada.
-¿Entonces pasó y se acabó?
-Así debe ser.
-¿Y no hubo otras veces?
-Sí, por supuesto. Ya con más
confianza.
-¿Y cómo fueron esas otras veces?
¿Tampoco hablaban? Pero, ¿cómo se
ponían de acuerdo? ¿Cómo podían?
-A veces Francisco iba solo a la
casa porque su mujer viajaba a la
Capital.
-¿Y lo hacían los tres?
-Sí. ¡Los dos contra ella! Ja ja ja.
-¡Ay, no me digas!
-¿Te vas a desmayar?
-¿Y que decía tu esposa?
-Nada. Te digo que no se habla. Se
disfruta.
-Ya me metiste curiosidad. ¡Ahora
mátala!
-Con Francisco ya hubo confianza
total. Mi mujer bajaba desnuda a la sala.
Platicábamos un rato, bebíamos y luego
él le hacía sexo oral y se la cogía. ¿Ya
te desmayaste?
-No. Pienso… ¡Es que se me hace
imposible! Pareciera que estoy viendo
una película.
-Si supieras cuántos hacen esto. Las
películas sólo retratan la realidad, Julia.
-Es que no sé cuándo me dormí y
nunca supe de esto, pero te creo,
Valentino.
¡Es que no me puedo imaginar a tu
mujer desnuda tomando la copa…! ¿Y le
daban los dos? ¿Cómo puede una mujer
estar con dos? ¿Cómo crees, Valentino?
-Es lo más normal del mundo,
señora. El día que quieras te muestro
fotos de ellos.
-Eso es totalmente contrario a la
naturaleza. ¡ ¿Fotos de ella con él?! ¿Y
las guardas?
-¡Por supuesto! Son muy excitantes.
-Ay, Valentino, sí que eres
demasiado pecador. ¡Dios te ampare!
-Te dije que te ibas a espantar.
-Es que no puedo creer que existan
fotos de tu esposa con el otro haciendo
el amor. Eso no puedo creerlo. ¡No,
pues sí, ya me espanté! Pero no te
burles.
-Es normal que te espantes, si no
sabías nada de esto.
-Que tengas fotos de tu esposa
desnuda puede ser, pero que haya fotos
donde esté con otro, no creo.
-¿Quieres ver alguna?
-Pues me imaginaba que algo así
existía, pero no con alguien tan cercano.
No creo.
-También nos hemos divertido con
desconocidos. Con espontáneos en las
playas.
- Mira, vamos por partes. ¿Cómo te
atreviste a prostituirla?
-Ja ja ja ja
-¡Eres pecador al máximo!
-Eso no es prostituirse.
-¡Dios se apiade de ti!
-No la obligo a nada. Le gusta. Le
excita. Así conozco a muchas señoras.
-Peor para ella. ¿Cómo crees que
conoces a muchas señoras que hacen
eso?
-Por supuesto.
-Es fantasía tuya, Valentino. ¡Dime
una sola!
-Te puedo nombrar a muchas, pero
no las conoces.
-Pues entonces es invento tuyo.
-¿Invento? Tú vives en un mundo que
inventas. Vives en un mundo irreal. No
sabes lo que pasa al lado tuyo.
-No, pues no creo que en mi entorno
exista eso.
-¡Claro que sí! Que no te quieras dar
cuenta, es otra cosa.
-Puede ser. Pero yo veo que las
señoras de mi alrededor son recatadas.
Serias. Buenas personas.
- Ja ja ja ja ja… Caras vemos, sexo
no sabemos.
-Qué burlón eres. ¡Pruebas, señor,
pruebas!
-No, no soy burlón. Sólo te digo que
vives en un mundo irreal. Alguna vez
estuve en reuniones, donde como tú,
juraba que ninguno tenía ese estilo de
vida. Luego descubría que muchos lo
tenían.
-Que se tiren a varias siendo
casados, eso sí sé. Pero no como lo
platicas. A ver, enséñame alguna foto.
-Claro que sí
-Sabrá Dios qué foto me mandes.
Como no conozco bien a tu señora
puedes enviarme a cualquiera diciendo
que es ella.
-¿Qué te pareció la foto?
-¿Ella es tu esposa o la de él?
¿Empezaron jóvenes?
-Nos inició una pareja como diez
años mayor que nosotros.
Brenda tendría unos 24 años. Yo,
26.
-¿A esa edad empezaron? O sea,
¿toda su vida de casados?
-¡Exactamente!
-¡Pecador! ¡Te irás al infierno!
-Mamacita, hoy has aprendido de la
vida más que en toda tu existencia. Si
con esa foto me dices pecador,
enseñándote otras, dirás que soy el
mismo diablo.
-¡Pues enséñame al diablo!
-¿En serio?
-No creo que existan más fotos. Pero
a ver, ¡dame opciones!. Enséñame fotos
para relajarme.
-¿Aunque sean muy explícitas?
-No importa. Sólo dime qué me
enseñarás para agarrarme de la silla.
-Ja ja ja ja… Conste.
-Sí, pero dime primero qué me
mandarás y así sabré qué y cómo…
Julia contempla la foto. Escribe:
-Debió haber disfrutado mucho.
-Obvio
-¿Y tú?
-Yo también. ¿Tú no hubieras
disfrutado, Julia?
-No hablemos de mí.
-Me excita verla disfrutar.
-¿Eso no es prostituirse?
-No.
-Pero no me expliques a tu forma.
Sólo di sí o no.
-Prostituirse es cobrar. Aquí sólo es
goce.
-Okey.
-Es gozar la vida a plenitud. Son
experiencias increíbles.
-Para ti. Pero ella ¿cómo lo toma?
¿Es libre o se somete, Valentino?
-Nunca he sometido a nadie. Es
totalmente libre de hacer o no hacer las
cosas. Si no quiere, simplemente no lo
hace.
-Okey. Tu vida es azarosa.
-¿Sabes qué me dijeron señoras
casadas, amigas mías, sobre estas fotos?
-¿Qué…?
-Que quisieran que sus maridos
fueran sólo el 10% de lo que soy yo…
-¡Claro! Son iguales, cómo no.
¿Todas piden solo el 10 %?
-Solamente el 10%. Con eso se
conforman.
-¡Yo, con el 1 %!... ja ja ja…
Perdón… ¡No, no es cierto!
-Ja ja ja… ¿Lo ves? Tú tienes con el
1 %, Julia.
-Déjame decirte que mi vida es
completa como soy.
-Te traicionó el inconsciente,
preciosa…
-No tomes como referencia eso. Dije
eso muy inconsciente, por cierto.
-¿Has oído hablar de Zipolite?
-Sí, un centro de perdición, por
cierto.
-Ja ja ja… Es una hermosa bahía que
todavía tiene mucho de naturaleza
virgen…
-Y también de prostitución rural. No
me explico cómo puedes gozar viendo a
tu mujer metiéndose con otro. ¡Y tú
viendo!
-Te noto en shock, Julia.
-Es que tú eres un centro de
perdición
-Ja ja ja… Entonces el 99% de la
humanidad está perdida. Señora, no
tome la vida tan en serio…
-Pues es tu apreciación, Valentino.
-¿Te cuento de Zipolite o no?
-¡Sí, cuéntame…!
-En la playa conocimos dos chavos.
De unos 18 o 20 años… Platicamos de
diversos tópicos. Invitaron unas
cervezas. Yo invité otras.
El mar, la playa, el sol, el calor, tú
sabes, enciende los sentidos.
Resultó lógico que la conversación
abarcara temas sexuales.
Preguntaron por nuestra vida sexual.
Querían aprender. Saber el
comportamiento de una pareja adulta.
¿Te dormiste, Julia…?
-No, para nada. ¡Síguele!
-En cierto momento me pidieron una
foto con mi mujer. Uno de ellos dijo que
si la playa era nudista, deberían posar
desnudos. Reí con la ocurrencia. Y les
dije que tenían razón. Se bajaron el short
y yo le bajé el bikini a mi mujer.
-Ja ja ja… Total, que también
disfrutaste.
-¡Por supuesto! ¿Quieres ver una
foto de esa tarde?
-Sí, ¡mándala! Y estoy bien sentada
para no caerme si me espanto con lo que
vea…
Dime algo, Valentino… ¿por qué te
gusta ver a tu mujer con otros?
-Es muy excitante. ¡Una calentura
fantástica!
-¿Y cómo la ves a ella disfrutando?
¿Lo hace mejor con ellos o contigo?
Julia reacciona ante la foto…
-Ay, condenada! Pues sí se ve que
disfruta…
-Pues no se ve enojada…
-¡No, sí se ve…! Dos encima.
¡Pobre de ella!
-¿Pobre? No sabes cómo la
envidiaron las amigas cuando les
platicó, Julia.
-Y tú, ¿cómo observabas? ¿Qué le
dijeron los muchachos?
-Que era una mujer extraordinaria.
Que nunca iban a olvidar ese viaje.
-Me lo imagino. Y siendo
desconocidos, la gozó más. ¿Lo hicieron
una sola vez?
-Al otro día hubo más. ¿Quieres ver
otra foto?
-¡Cochinos! ¿Más fotos? ¡Ponlas! Si
no me gustan, no las bajo. Oye, pero
ahora no sé como destruir esta
pornografía…
-Ja ja ja ja… Pues no la destruyas.
-No puedo dejarla en mi
computadora. ¡Pepe las puede ver!
-Manda las fotos a tu correo.
-Bueno, pero no debo conservar
cosas tan pecaminosas. ¡Y tú, feliz…!
-La pasé bien, digamos.
-¿Y ella?
-¡Súper!, ¿no crees?
-Sí, claro. ¡Y con dos, ya imagino…!
Y ellos, felices. Pero, ¿sabes? Sigo sin
entender cómo aceptas esas cosas. Esas
cosas inician con una infidelidad y
después se acepta porque se ama. ¿Es
ninfómana?
-No. Creo que no. No anda buscando
urgida el…. ¿cómo llamas al órgano
sexual masculino?
-Así como lo dijiste: Órgano sexual
masculino.
-Bueno, yo lo conozco con otro
nombre. Si supieras cuántos hombres
quieren ver a sus mujeres cogiendo con
otros, te desmayas.
-No te creo, Valentino.
-Eres muy espantada.
-Por lo que veo, ella es
exageradamente caliente. ¡Pero tú no te
quedas atrás!
Al principio debió ser traumático.
Pero luego se dieron la oportunidad de
disfrutarlo. Creo que ella más que tú.
-La noche ha sido intensa. Todo lo
que te he dicho. Todo lo que te he
enseñado. Nunca imaginé tener esa
confianza contigo. ¿Ya se te quitó el
espanto, Julia?
-Algo. Aunque las fotos no fueron lo
atrevidas que me habías dicho.
-¿No te parecieron atrevidas las
fotos? ¿Quieres verla cogiendo?
-¡Oí ruido en la cochera! Creo que
ya llegó Pepe. ¿Le seguimos mañana?
-Como quiera, señora linda….
-Hola, señora espantada…
-Hola, pecador irredento. Estuve
ansiosa todo el día. Pensando en las
fotos que me mandarías. Quiero verla
así como dijiste, cogiendo. Pero dudo
que tengas fotos así.
-¿Las quieres ver, Julia?
-Ja ja ja. No creo que tengas esas
fotos. Pero si las tienes, ¡sí quiero
verlas!
-¡Espántate, pues!
-¿Fueron dos los que estuvieron con
ella al mismo tiempo? ¡Dios mío! ¿Son
los muchachos de Zipolite? ¡Santo
cielo!. Bien prendida ella de los dos...
jajajaja.
¿Y cómo se iniciaron en estas
perversiones?
-¿Perversiones? ¿Cuáles
perversiones, Julia? Nos inició una
pareja 10 años mayor que nosotros, te
dije.
-¡Qué abusivos!
-Mira, yo cuente y cuente… ¿No te
has aburrido?
-No, señor. No me he aburrido. Han
pasado horas y aquí sigo. La curiosidad
que despiertas es grande y con mucha
madurez te he aguantado. Por lo que se
ve, tu mujer disfruta al máximo. Qué
gozo, ¡tener los hombres que quiera para
ella! ¿Y te contaba?
-Sí, con detalle y todo…
-No veías, pero con lo que te decía
te sobre excitabas, creo…. Pero era
mejor verlos, ¿no, Valentino?
-Pues sí, pero a veces no hay manera
de ver….
-Bueno, señor, es tarde. Mañana
seguimos…
-De acuerdo, señora linda. Bye

-Aquí me tienes. Nunca había sido


tan puntual en la computadora. La
verdad, me tienes sorprendida. Nunca
imaginé que fuera cierto todo lo que me
has dicho. ¿Cómo han sido sus aventuras
en las playas? ¿Cómo ha sido con esos
lancheros que salen con ella en las
fotos?
-Nos divertimos. Nos calentamos.
¿Viste el lanchero con el que está en la
playa?
-Sí. ¡A ese lo debió secar, exprimir!
Le debe haber sacado todo.
-A ver, dime con la mano en el
corazón, ¿a poco no se te antoja hacer lo
que ella?
-¡Para nada! Es muy pecaminoso
eso, Valentino.
-Perdón. Se me olvida que eres
asexual. Pero no, no es pecaminoso.
-Pero sí son causas de la
promiscuidad, así que no te preocupes.
-¿Quieres ver otras fotos?
-Sí, pero dime cómo son. Dime, por
ejemplo, si está prendida con el
lanchero.
-En una sí está prendida de él. ¿La
quieres ver?
-Eso es lo máximo. A ver.
Muéstrala. ¡Espera! Ya llegó Pepe.
Tengo que salirme. Mañana seguimos,
Valentino.
-¿Te conectas en la noche, Julia?
-Sí, como a las once…
-Okey

-Hola, linda señora, tengo algo qué


contarle…
-Dime…
-La soñé de una manera hermosa
-¿De veras? ¿Y se puede saber cómo
me soñaste?
-Que me chupabas la verga….¡Me
encantó! Aunque haya sido un sueño.
-Ja ja ja. Eres un procaz. Por cierto,
¡están locas!
-¿Quiénes?
-Las fotos que enviaste.
- ¿Por qué?
-Tienen de todo. Qué felicidad
muestra tu mujer en las fotos. Cómo le
gusta eso, ¿verdad? ¡Ay! Con otros dos.
Diferentes a los primeros que me
enseñaste. Estos están muy cueros…
¿Sabes? No sé por qué siento como que
eres mi amigo, ¡caray!
-Por supuesto que soy tu amigo.
-Es que ha sido mágico nuestro
encuentro, Valentino. Mira, por lo que
veo en estas fotos, le gustan tanto feos
como guapos. ¡Este último es un Adonis!
Es impresionante la variedad que ha
tenido.
-El de la última foto soy yo.
-Estás muy bien, Valentino.
-¿Te gusta mi verga?
-Ja ja ja… Sin comentario.
-No seas mala. Dime tu opinión…
-Eres buen tío.
-No te pregunté si soy buen tío. Que
si te gustó mi verga…
-Eres vanidoso, Valentino.
-No soy vanidoso, pero me interesa
tu opinión.
-No te voy a decir nada.
-¿No te gusta?
-Sin opinión
-No seas mala… Dime.
-Batallarás conmigo…
-Sólo da un sí o un no. ¿Te gusta?
-Te vas a decepcionar, Valentino.
-Ni modo. Decepcióname. ¿Está muy
chica?
-Creo que no. ¡Ya, Valentino…! Con
eso es más que suficiente.
-¿Te basta ese tamaño?
-Sin comentario
-¿Sabes algo?
-¿Qué…?
-¡Se me antoja cogerte! ¡Ahora dime
perverso…! ¿Sabes qué te haría?
-¿Qué me harías?
-Estás vestida con una falda amplia
y una blusa. Llegando te rodeó con los
brazos y pongo mis manos en tus nalgas
sobre la ropa. Las palpo y las aprieto
mientras beso tus labios y busco tu
lengua.
Respondes ansiosa enredando tu
lengua con la mía. Me abrazas y te
aprietas contra mí. Sientes mi erección.
Siento el volumen de tus pechos. Te
beso el lóbulo de la oreja. Gimes. Bajo
al cuello. Lo beso. Lo recorro con la
lengua. Te cimbras. No aguantas. Y tu
mano baja nerviosa a buscar lo que te
inquieta...
-¡Yaaa, Valentino...!
-¿Le paro, preciosa?
-¡Noooo! ¡Sigue! ¡Sigue!
-Zafo los botones de tu blusa, la
abro y te la arranco. El sostén, de tela
delgada, revela tus pezones endurecidos.
Voy a tu espalda y quito el broche. El
sostén resbala y deja libres dos globos
que flotan. Los atrapo y los beso uno a
uno. Mordisqueo los pezones y luego los
lamo en círculos. Me aprietas
vigorosamente abajo y sollozas con
intensidad.
-¡Ay, Valentino...!
-Engancho el elástico de tu falda y
de tus calzones y tiro hacia abajo.
¡Quedas totalmente desnuda!...
-¡Valentinooo...!
-Te tomo de los hombros y te
empujo hacia abajo hasta dejarte
hincada. ¡Quítame el pantalón!, te
ordeno. Excitada, nerviosa, sacas el
cinto, tiras del botón del pantalón y
bajas el cierre. Atrapas lo que buscas
sobre la tela. Te ayudo bajándome los
calzones y queda el mazo palpitando
frente a tu cara. ¡Chúpalo!, te exijo. Me
dices que no, porque nunca lo has hecho.
Te tomo del cabello y jalo con fuerza tu
cabeza contra mí. No te queda otra: lo
coges a dos manos y lo besas primero,
lames luego y terminas devorándolo...
-¡Valentino, qué cosas dices! ¡No sé
cómo puedo leer tanta procacidad! ¡Te
vas a condenar, Valentino, y de paso me
vas a llevar en tu maldad!
-Uhh! Ya se espantó la madre
Teresa. Bueno, ahí lo dejamos...
-¡No, Valentino, no! Ya despertaste
mi curiosidad y quiero ver hasta dónde
llega tu perversidad y tu degeneración.
¡Te vas a ir al infierno, Valentino! Pero
sigue, sigue... ¡No sé cómo puedes
imaginar tanta cochinada...!
-Bueno, ya lo tenías todo en la boca
y lo mamabas muy rico. ¡Como si lo
hubieras hecho miles de veces!
-¡Jamás, cretino! ¡En mi vida lo he
hecho y jamás voy a hacer algo así! ¡Qué
asco!... ¿Y qué más pasaba? ¡Quiero
conocer cómo te embarras en el fango de
la inmoralidad!
-¿Cuál inmoralidad, señora? ¿Quiere
que deje de escribir?
-¡No, no! Tú sigue, que he aprendido
a tolerar tus impudicias...
-Pues mamabas y mamabas hasta que
sentiste el torrente en tu garganta. Te
encendiste más y seguiste chupando
enfebrecida hasta exprimirlo totalmente.
¡Todo te lo tragaste!
-Ay, no, Valentino, ¡nunca haría eso!
Eso es de depravados. ¡No es normal!...
¿Y luego? ¡Dime que siguió,
pecador! ¡Dime!
-Te tumbé en el piso, te abrí las
piernas ¡y me batí en tu panocha
inundada! Te chupé hasta que
enloqueciste de placer, te revolcaste y
pegaste un alarido salvaje. Enseguida te
monté y fácil llegué a lo más profundo.
Ya no aguantamos tanto. En menos de
cinco minutos descargamos toda la
energía acumulada... ¡tremendo! .
-¡Valentino! ¡Valentino! ¡Eres el
vivo diablo, Valentino! ¡El vivo diablo!
¡Te vas a condenar en vida!
¡Recuerda que te leo para que no te
ofendas, pero no lograrás nada! No
pienso sostener algo que a mi edad ya
murió.
-Bueno, fantasear no hace mal a
nadie. Te voy a confesar algo. También
me cogí a Verónica, la recepcionista.
Pero ella fue la que me sedujo.
-Sí, lo creo. ¡Eres un inexperto que
requiere ser seducido!.
¿Era virgen?
-Sí, era virgen.
-¿Cuántas vírgenes has tenido?
-Quince o veinte. No recuerdo bien.
-Eres afortunado, Valentino. Y es
que las mujeres confían mucho en ti.
¡Pregúntame a mí, si no!
-Creo que más que confiar, les gusta.
Les gusta estar conmigo.
-Eres buen amante, por lo que sé...
- ¡Todas han quedado contentas!
-Normalmente al que le han sido
infiel y lo sabe, es excelente amante con
otras.
Pero igual supongo que has tenido
buenas amantes. Además, tú eres un
buen maestro.
-¡Se me sigue antojando cogerte,
Julia! Cogerte a ti, tan santa, tan propia,
tan Madre Teresa. Pero también tan
humana, tan real, tan interesante.
-¡Burlón!
-¡Fue alucinante la forma como me
chupaste!
-¡Más burlón!
-Lo hiciste mejor que ninguna. ¡Y te
tragaste todo!
-Buena táctica
-¿Cuál táctica?
-Así has de hacer caer a todas. Pero
conmigo no será igual.
¡Eres muy vanidoso, Valentino!
-¿Por qué dices eso, preciosa?
-¡Porque te quieres mucho!
-No entiendo por qué opinas así,
sólo hablo de ti, de lo que me provocas.
-Es que no creo lo que me dices.
Aunque, obvio, tú estás en lo tuyo.
-¿Sabes lo que es la emoción de
sentir que tenías toda la verga en la boca
y al mismo tiempo me acariciabas
lindísimo los huevos? ¡Mmm!
-Es tu problema y no sé porque te
leo y te aguanto…
-No es problema. Es un regocijo.
¡Mira, sólo de estar platicando contigo,
estoy mojado y con la verga a tope!
-¡Presumido, además! Has de estar
como mi Pepe, que ya nada de nada.
-¡Le compruebo que sí funciono,
señora! Invíteme a su casa y se lo
compruebo.
-¡No, señor! ¡Nada! ¡Nada!
-¡Eres una miedosa!
-Si quieres que sigamos
conversando, tendrás que respetar. Ahí
tienes a otras para que vuelques tus
instintos. ¡Llámales!
-No te compares con nadie. Y no
necesito ni quiero llamar a otras. ¡Me
siento feliz contigo! Tú eres muy
diferente.
-¿En serio? No entiendo cómo me
prefieres a mí.
-Me encanta platicar contigo. Es una
excitación especial. Muy distinta. La
verdad, ni yo lo entiendo. Es algo
gozoso, morboso…
-Eres el primero que no quiere sexo,
siendo el más caliente que conozco.
-¡Claro que quiero sexo! Si no, no te
hubiera soñado como te soñé. ¿Te digo
algo? Mira, hace rato se conectaron
Mina y Elizabeth. Abrieron ventanas
conmigo. No les hice caso. Todo por
seguir platicando contigo.
-Gracias, corazón… ¡Querían
excitarte!
-Me gusta la excitación que tú me
provocas.
-¿Y la excitación que te provocan
ellas, Valentino?
-Es una excitación simple, ordinaria.
En cambio, lo tuyo es diferente. ¿No lo
entiendes?
-¡Estás muy loco, Valentino!
-Sí, ¿verdad? Muy loco. Nunca, pero
nunca, una mística me había embrujado
tanto.
-Ja ja ja ja…¡Me boto de la risa!
¿Yo provocarte, siendo la esposa de tu
amigo?
-Ojalá pudieras verme para que te
enteres cómo me tienes de caliente,
Julia.
-Eso es lo raro, Valentino.
-Bien raro, te lo juro. Pero me gusta,
Julia.
-Ja ja ja ja
-Mamita, me tienes prendido, ¿qué
puedo hacer?
-Nada. Ser mi amigo, nada más.
-Todo este rato con la verga parada.
¡Caray!
-¡Ay, Valentino...!
-El resto del día la voy a traer toda
adolorida, Julia.
-Hace años que mi marido no me
hace ni cosquillas… ¿Te gusta andar
así?
-Yo sí te haría cosquillas, mamacita.
-¿Deseas el sexo siempre?
-Pero no solo te haría cosquillas.
También te daría pellizcos y mordidas.
¡Me gusta mucho cómo me excitas!
-Tus historias son buenas, Valentino.
Realmente he disfrutado todo este rato.
-¿Sabes qué, Julia?
-¿Qué?
-¡Me encanta cómo me paras la
verga!
-¡Qué te digo! No tengo opinión.
-No busco tu opinión. Simplemente
necesito decírtelo.
-No buscas nada, pero eres
vanidoso. Dime lo que sientas. Te leo
con atención, Valentino.
-¿Te hago una pregunta?
-La que quieras. Y ya veo si la
contesto, Valentino.
-¿No te parece extraño y bonito que
nuestra amistad haya surgido como un
estallido de volcán? Así nomás. Y que
con lo poco que hemos platicado,
parece, sin embargo, que te conozco
desde siempre.
-Pues hay confianza porque no leíste
un rechazo a tu forma horrible de pensar.
Por cierto, lo que más me llamó la
atención de las fotos que me mandaste
fue que no había una con la cosa dentro
de ella.
-¿Quieres ver una mía así?
-Por tu forma de ser, imagino que
eso te gustaría.
-¿Quieres ver una foto mía casi
entrando o entrando?
-Sí. ¿Dónde la tienes?
-¿Así querías la foto?
-¿Ella sabe que das estas fotos?
-Sí
-¿Qué opina?
-¡Se calienta!
-Ja ja ja ja… ¡Súper! Bueno, tengo
que atender a Pepe. Me voy. Pórtate
bien. Adiós.

-Hola, señora shockeada… ¿Sigues


schockeada?
-Naturalmente, Valentino.
-Pero aprendiste cómo se mueve el
mundo.
-¡No puedo creerlo!
-Ya ves, pensabas que Melissa era
una mujer muy seria. Muy entregada a su
marido. Y ya te dije que tiene una
mentalidad muy abierta en cuestión de
sexo.
-¡Se hizo prostituta!
-¡Qué radical! No es el término que
dices, pero lo respeto. Prostituta es la
que trabaja en un burdel y cobra.
-¡Ah, mira!, eso debes dárselo a la
Real Academia Española y que cambie
el término.
-Ja ja ja ja… Tan directa como
siempre. Por eso me gustas, Julia.
-Fíjate que eso me ha sorprendido
de ti
-¿Qué?
-Que tú sólo crees en tus términos y
cuando existe un término aceptado por
todos, haces tu mundo aparte. Ja ja ja
-No, no es así. Simplemente que no
puedo considerar a una mujer prostituta
solo porque le gusta el sexo.
-Dices que lo que tú piensas es
universal. Y aunque haya un término
aceptado por todo
mundo, el tuyo es el que vale. Es tu
forma de pensar, no lo que realmente es.
Igual te
digo que esa forma de ser no es
buena ¡y dale!, tú dices que sí, que esa
es la forma más aceptada por todo el
mundo. Ja ja ja. ¡Eres genial!
-Caray, me tienes fascinado, pero
debo ir a la Capital. No quisiera irme,
Julia…
-¡Pues quédate, no te vayas! Sigue
explicándome tu asombro, que el mío es
mayor. Tu forma de vida solo pasa en
las películas.
-Fíjate que me caliento mucho
contigo, Julia…
-Eso es alabanza.
-¿Sabes que te haría si me regalaras
un rato, un rato nada más?
-Okey, ¡dime!
-Llego a tu casa. Abres la puerta. Me
llevas a la recámara. Te abrazo fuerte.
Muy fuerte. Te beso el cuello.
-¡No, no! De mí no hablemos, por
favor. Ya lo dijiste una vez.
-Te doy la vuelta. Te rodeó la
cintura. Te vuelvo a abrazar. Tengo la
verga parada, presionando tus nalgas. Te
muerdo el cuello. Te lanzo a la cama.
Quedas bocabajo. Me echo sobre ti.
-¿Eres escritor?
-¡Nooooo!
-Cuando me veas, te puedes
decepcionar...
-Meto la mano bajo la falda y la
subo hasta la cintura. Ya muy caliente,
tomo el resorte de tus bragas y las jalo
hacia abajo. Te abro las piernas. Sigues
bocabajo.
Como tenemos poco tiempo y estoy
desesperado, ¡te monto! Dirijo la verga
a tu entrepierna. Busco tu santuario. Lo
imaginé peludo. Muy peludo. ¡Y sí, así
es! Linda cosa. ¡Me gustan, me excitan
mucho los pelos! Y te meto la verga
poquito a poquito.
Lentamente, lentamente. A punto de
que entre en toda su longitud, empujo
con todas
mis fuerzas. Gimes. Gritas. Aúllas.
Bramas. Sueltas un alarido…
¡Demonios! Casi me ‘vengo’, caray. ¿Te
desmayaste?
-Sí. ¡Casi!
-Ya acabó todo. Me quito de ti. Te
das vuelta bocarriba.
-¡Insistes…!
-Traes la falda enredada en la
cintura.
-Bueno, termina, Valentino.
-Te acaricio el pelaje. Suavecito,
suavecito. Me inclino. Lo beso. Enredo
tus pelos con la lengua. Cierras los ojos.
Me tomas la mano. Te aprieto. La magia
del encuentro de unos buenos amigos es
celestial.
-¡Eres un genio, Valentino!
-¿Por qué un genio, Julia?
-Por todo lo que dices, Valentino.
-¿Te gustó?
-¡No tengo opinión!
-Y dale con que no tienes opinión,
Julia.
-Sí y no.
-A ver, cómo es eso.
-¡Ya, Valentino...!, no tendrás una
opinión mía sobre el tema.
-Qué mala eres. Yo que me deshago
por ti, Julia.
-¡Soy mala!
-Te pregunto algo: ¿qué sientes el
saber que nos conocemos y que hayas
visto mi verga?
-Ja ja ja. No siento nada físicamente.
-¿No es algo que te impacte?
¿Podría enseñarte otras fotos de mi
verga y no pasa nada?
-Físicamente, no.
-¿Y que es físicamente?
-Lo que esperas que yo diga.
-No espero que digas algo especial.
Si acaso, que te calienta, Julia.
-Ja ja ja. ¡Eso es!
-Qué sabrosa plática. ¿No te
calienta?
-Sí. ¡La verdad, sí, Valentino!
-¿Te calientas mucho, Julia
-No tendrás opinión de eso.
-¿Hasta cuándo te abrirás conmigo?
¿Cuándo te atreverás a decir lo que
verdaderamente sientes?
-¡No tengo que abrir nada!
-¿Lo ves? Más de lo que nos hemos
contado, ¡difícil!
-Verdaderamente.
-Es para que ya me tuvieras la
confianza del mundo. ¿Acaso no soy tu
amigo?
-Sí, pero no. ¡Qué raro eres,
Valentino! Además, que les debes gustar
mucho a las mujeres.
Para que estés tranquilo, te diré que
hay mucha curiosidad en mí por saber de
ti. Y cuando sienta algo, te lo diré.
Bueno, tengo que salirme. No sabría
a qué hora me conecto mañana.
Pepe se duerme a veces temprano y
a veces tarde. Sorpréndeme y mándame
otras fotos a mi correo.
Te mando un beso. Bye.

-Hola, señora preciosa. De nuevo


por aquí, ja ja ja… ¿Cómo estás?
-Bien. Precisamente pensaba en ti,
Valentino.
-Qué bien. ¡Gratificante! Un lujo
ocupar la mente de tan apreciable
señora.
-Gracias
-¿Qué crees? Llegué a una
conclusión, Julia.
-¿Cuál, Valentino?
-¡Que te quiero cogerrrrrr!
-Ja ja ja… Para qué, si no tengo un
cuerpazo como tus viejas.
-Lo del cuerpazo no importa,
tampoco estás vieja. ¡Yo te quiero
cogerrrr!
-Pues no creo que sea lógico, ¡pero
qué te digo…!
-¡Que también quieres coger
conmigo!
-Ja ja ja… ¡qué chistoso! Eso sí,
confieso que no he dejado de pensar en
lo que me has contado. Y más de los
amigos que me dijiste. Sígueme
contando cosas.
-Pues que pensé mucho en ti. Y algo
que no ocurría en siglos… casi me
masturbo pensando cómo sería nuestro
encuentro en la cama.
-¿Casi? ¡Es que no puedo creer que
no te masturbes! O eres muy pudoroso y
te da pena confesarlo.
-¿Pena contigo? ¡Si parece que te
conozco desde hace mil años!
-Puedes ser de lo más abierto, pero
definir tu restricción a diversas cosas.
-Me gusta cómo me excitas. ¡Cómo
me enciendes, Julia!
-Ja ja ja ja ja
-¡Ahorita ya tengo la verga bien
parada!
-¿Y eso qué? No viene al caso,
Valentino.
-Como que no viene al caso. ¡Es por
tu culpa!
-¿Mi culpa?
-Pues sí. Me calientas mucho. ¡Pero
me gusta! Me encanta que me calientes,
Julia.
-¿Así, hermética, como dices que
soy? En el correo que mandaste dices
que soy cobarde, ¿por qué? ¿Cómo
quieres que me abra?
-¡Totalmente! En cuerpo y alma.
-De lo que hablas ahí, ¡te repito que
jamás he dado una felación!
-¿Por qué, Julia?
-¡Porque es la cosa más inmunda que
hay
-¡De lo que te pierdes, Julia!
-Y te diré que jamás he aullado.
¡Menos bramar! De tus amigas que me
contaste, seguro que sí aúllan. Y
braman. ¡Y deben gozar como locas
contigo! ¿Cuál ha bramado más?
-Creo que todas por igual.
-¿Cuál bramó más?
-¿Te gustaría que te hiciera aullar?
-¡Dime cuál ha bramado más
contigo! Cuéntame de ellas. ¿Qué
hacían? ¿Cuánto bramaban? ¡Y los
cuartos de al lado oyendo todo! ¡Qué
pena...!
Lo que dices...Aguántame unos
minutos. Voy a bañarme.
-¿No quieres que te bañe, Julia?
-¡Tonto! ¡Ya vete!
Bueno, me espero un poco y me
cuentas de Nancy, Valentino. ¡Es lo
máximo que he oído! Aparte de tus
intercambios, por supuesto. ¿Nancy lo
deseaba así, a gatas en la cama, con el
novio detrás y otros enfrente
enseñándole sus cosas?
-Ella pidió que los otros 3
estuvieran enfrente con la verga de
fuera, mientras la
bombeaba el novio.
-¡Qué prosti! Seguramente le
gustaban, Valentino.
-Por supuesto que le gustaban. Es su
naturaleza. Gozaba. Se daba el placer de
tener a 4 para ella sola, Julia.
-¡Es ninfomaníaca! El calor de la
vagina obstruye la mente y la obnubila.
¡La inercia se apodera de ella y acepta
todo cuanto le proponen o le hacen!
-Ja ja ja… ¡Ya te pusiste científica!
El sexo es emoción humana. Golpe de
instinto. Explosión de los sentidos. ¡No
hay qué buscarle explicación alguna!
Yo, por ejemplo, no busco una
explicación del por qué me calientas. De
por qué te quiero coger.
-A ver, dime Valentino, ¿qué
empujaba a Nancy a estar con cuatro
hombres?
-¡El deseo! Las ganas de
experimentar. Muchas señoras me han
dicho que hubieran querido hacer lo que
hizo Nancy.
-¿Y ellas cómo saben lo que hizo
Nancy? ¿Es del dominio público o les
platicas y se calientan?
-Les platico, Julia.
-Por cierto, el concepto que tienes
de la pornografía es malo y falso. No
describes lo que es pornografía.
-¿Has visto pornografía?
-¿Qué si he visto? Para nada. ¡Jamás
la vería!
-¿Quieres ver unas fotos porno?
Después de todo, son muy interesantes,
Julia.
-Bueno, ¡una y ya! Pero solo una. Es
más pornografía lo tuyo. ¡Dios mío!
¡Qué foto! Debes tener muchas como
ésta en tu álbum personal. Me da gusto
que tengas admiración por los falos. Es
una conducta meramente varonil
compararse así y soñar que con esos
falos poseen a sus esposas.
-No les digas falos. Se oye feo,
Julia.
-Es su nombre. ¡Qué feo está el de la
última foto! ¿Te gustaría que todos éstos
poseyeran a tu mujer en presencia tuya?
¡ Nancy también lo desearía! Ja ja ja.
Voy conociendo a tus personajes
-¿Te gusta ver las vergas solas o
cogiendo, Julia?
-¡Nunca había visto tanto como
contigo, Valentino
-¿Quieres más fotos?
-Te diré que pudiendo mandar fotos
propias, me mandas cosas horribles.
Bueno, me voy…
-¿Estarás mañana, Julia?
-¿Para…?
-Para platicar bonito. ¡Para que me
calientes!
-Si se enterara Pepe de lo que me
has platicado, ¡le da otro infarto!
-Ja ja ja … No se lo digas, Julia.
-¡No le digo!, ¿cómo crees? Me
creería loca. ¡O prostituta de internet!
-Te preocupas por Pepe y a lo mejor
le gustaría verte coger con otro.
-Es que nada de esto despierta algo
en mí. Apenas curiosidad por los
comportamientos humanos.
-¿No crees que a Pepe le gustaría
verte coger con otro? ¿O conmigo? A lo
mejor se súper calienta. ¡Y a lo mejor te
vuelve a hacer cosquillas!
-No creo. Pepe es anti sexual.
-Ja ja ja. Nadie es anti sexual.
-Así nos morimos sexualmente Pepe
y yo.
-¡Yo te resucito, mamita!
-En cuanto a tus personajes, no
puedo saber cómo se hicieron así,
Valentino.
- Muchas parejas salvaron su
relación cuando un tercero entró en sus
vidas, Julia.
-Mi tercero es Dios.
-Deja a Dios en paz. Lo que es de
Dios, de Dios. Lo que es de César, al
César.
-¡César eres tú! Y quiero que sepas
que nombrar a Dios no es molestarlo.
Dios vive contigo, a pesar de que eres
un gran pecador, Valentino.
-No seas tan sensible, Julia.
Además, ¡yo me llevo a toda madre con
Dios!
-Y yo no tengo que dejar a Dios en
paz, porque no lo molesto, Valentino.
-¡Y Dios me quiere mucho, Julia!
-¡No sé cómo, si eres muy pecador,
Valentino!
-A los pecadores nos quiere más. Te
diré que me encantan tus refunfuños.
-¡Me choca la gente que se cree que
todo lo sabe y domina!
-Yo no soy así, preciosa. Al
contrario, he aprendido mucho contigo.
-¿Ahora te consideras mi alumno?
¿Te enoja mi resistencia?
-Yo nunca me enojaría contigo,
Julia.
-Perderás la paciencia, Valentino.
-Nunca. Además, ¡te quiero
cogerrrrr!
-¡Jamás, pérfido!
-¡Y me encantaría que me hicieras la
felacio que imaginé!
-¡Seré tu deseo, pero jamás lo haré!
¡Nunca he hecho algo así y ni lo haré!
-No sabes de lo que te pierdes. Sentí
que lo hacías muy rico.
-Eso es anti naturaleza, aunque digas
que el sexo es naturaleza, Valentino.
-Lo que usted diga, dama preciosa.
Me encantas por regañona.
-Me voy. ¡Adiós! Que tengas buena
noche.

-Hola, ¿cómo estás, Valentino?


- ¡Chuladaaaaaaa! Qué bueno que te
conectaste.
-Un ratito solamente, porque ya
duermen todos.
-Lo que sea es bueno.
-¿Qué me ibas a contar, Valentino?
-¡Lo que quieras, mi cielo!
-Ja ja ja. Mis clases, Valentino. Fue
muy interesante la plática de ayer.
-Todo el día estuve pensando en ti,
Julia. En lo que dijiste: ¡Que soy muy
pervertido!
-Eres muy inteligente. Improvisas
rápido, Valentino.
-¡Un pérfido, me dices!
-Eso sí. Eres un pérfido.
-¡También procaz!
-Eso, totalmente, Valentino.
-¡Pecador, Julia!
-Procaz al máximo.
-¡Satanás, Julia!
-Pecador, sí. ¡No, Satanás no,
Valentino!
-¿Pero sabes qué, Julia? Me encanta
platicar contigo.
-¡Porque eres un diablo, pero no
llegas a tanto! Te vas a enojar de tantas
cosas que te digo.
-No, nunca me enojaría contigo. No
quiero perderte. Has sido luz en mi vida.
-Eres muy adulador. No sé cómo
registras tanto y atiendes a tantas
mujeres.
-¿Crees eso? La verdad es que has
sido un parte aguas en mi vida…
-Es que no dices nada en serio. ¿Por
qué soy parte aguas? ¿De qué o de
quién, Valentino?
-De mí. Nunca conocí alguien como
tú. Por eso me excitas tanto, Julia.
-No te creo, pero te doy el derecho a
la duda, Valentino.
-¿No sientes nada por este pecador
mundano?
-¡Nada! Bueno, quizá curiosidad,
Valentino.
-Snif, snif, ¿soy un bicho raro?
-No, para nada. Si no, no tendrías
tantas mujeres. Mínimo 300, me
imagino, Valentino.
-¡Ellas me persiguen! Ja ja ja ja…
¡No te creas! ¿Te has preguntado por
qué me gusta tanto platicar contigo,
Julia?
-No dudo que varias, muchas, te
persigan. En cuanto a por qué te gusta
platicar conmigo, será por ser esposa de
tu amigo. No encuentro otra razón,
Valentino.
-No, eso no tiene nada qué ver.
-Bueno, me voy. Te dije que sólo un
rato. Tengo una cita mañana a las 7,
Valentino.

-¡Hermosaaaaa! Qué bueno que te


encuentro. ¡Eres un gozo!
-Hola, cómo te va, Valentino. Voy a
escribir lenta mientras termino una
plática con una amiga que está conmigo.
Pero tú escribe, por favor.
-Oye, tarde, pero reaccioné. ¿Cómo
que admirador de falos?
-Ja ja ja ja. Es la verdad, no quieras
justificarte conmigo.
-Pero no es cierto, Julia.
-Es una situación de personalidad.
En tu caso sólo es admiración del
artefacto que da satisfacción a tu mujer.
Por eso buscas algo inconscientemente.
-Te mandé esas fotos porque quise
que te dieras un hartazgo de verga,
Julia…
-Bueno, esa es tu opinión. La mía es
otra. ¿Cómo estás, Valentino?
-¡A toda madre cuando platico
contigo! No sé qué fascinación
provocas, pérfida Madre Teresa.Yo
creo que eres el diablo disfrazado de
mística, porque… ¡ya se me paró!
-¿Qué haré contigo, Valentino?
-¡Cogerrrrrrr!
-¡Eres muy prosaico! De alguna
manera he aprendido contigo. Con tus
historias.
-¿No quieres que sea sincero,
honesto, Julia?
-Cuéntame una historia con esas
mujeres de la empresa que formaron tu
vida y la marcaron de forma superlativa.
¡Son las causantes de tu vanidad,
Valentino!
-Te contaré de una pareja que
conoces: Fernando y Paola.
-¿Fernando y Paola? Sí, los conozco.
Excelentes personas. No sé qué me
puedas contar de ellos.
-Pues bien, en la Capital hay una
calle donde se paran putas a esperar
clientes. Fernando llevó a Paola a esa
calle. Vestida muy provocativa.
Exageradamente provocativa. ¡Como
una puta, pues!. Y la dejó ahí, en una
esquina, esperando ligar posibles
‘clientes’…
-¡Noooooooooooo…! ¡Dime que es
pura mentira! Que es cuento tuyo. No lo
puedo creer. ¡Es una prostituta,
Valentino!
-Bueno, Fernando veía a prudente
distancia desde su carro.
-¡Ya me decía Pepe de ella y no le
creí…!
-No se escandalice, Madre Teresa.
Eso no es prostitución. ¡Es un juego!
Un juego perverso, pero juego al fin.
Fernando me diría después que le
calentaba mucho cómo se le acercaban
los coches. Él le haría una señal para
que aceptara al cliente adecuado.
-¡Y tú serías feliz si fuera tu caso!
¡Pecadores!
-Ja ja ja. ¡No se sobresalte, Madre
Teresa! El caso es que Fernando ya
tenía reservados dos cuartos en hoteles
ubicados uno frente a otro. Paola
llevaría al cliente al cuarto y tendría la
luz prendida con las cortinas corridas a
los lados de la ventana. Desde un nivel
superior, enfrente, Fernando tendría una
vista sensacional de todo lo que hiciera
su mujer. Emocionante. ¿A poco no?
-¡Ay, Valentino... Me harás decir
cosas que no deseo!
-¡Dilas, mamacita! Esto es el mundo
real, pero tú te empeñas en vivir en
Disneylandia. -¡Estoy impactada! Esto
es lo máximo que me has contado. Las
aventuras de Nancy se quedan cortas con
ésta de Fernando y Paola. Mi mundo es
más limpio y sin tanta atadura sexual.
-Lo que pasa es que te inhibes.
Tienes miedo, pánico, a descubrir tu
sexualidad. ¡Te reprimes. Julia!
-Pero qué le descubro a mi
sexualidad ¡si está muerta!
-¡Revívela, carajo!
-Con estas cosas que me cuentas, es
probable. ¡Pero qué pecadora es Paola!
¡Es una puta, carajo!
-Todo es un juego. Ya te lo dije,
Julia.
-Un juego que nunca imaginé tan
cerca, Valentino.
-Y debes tener otros juegos muy
cerca, y tú perdiéndolos., Julia.
-No, gracias. No me pierdo de nada
Valentino.
-Es tu decisión. Yo solo opino.
-Me di cuenta que ocupé palabras
que jamás había dicho. ¡Perdóname,
Valentino!
-Ja ja ja. Nada tengo que perdonarte.
Las palabras ahí están. Existen. El
hombre es el que las hace buenas o
malas. Y no sé por qué te espantas. La
Biblia también habla de sexo. ¿Sabes
quién fue Onán, no? ... Bueno, para qué
nos metemos en religión. Simplemente
disfrutemos con lo que sucede, Julia...
-Sí, sé que en la Biblia se dice algo
de sexo, Valentino.
-¡Me encanta cómo te escandalizas,
Julia!
-Ya sé que te aburrirías conmigo,
Valentino.
-Para nada, preciosa…
-¿Y sentía rico Fernando cuando te
lo contó?
-Sí, me dijo que se calentaba
recordando la travesura…
-Seguro tenía parado ese falo
pecador mientras platicaba contigo. ¡Y
tú también, condenado! ¡¡Perdidos!!
-Ya me calentó tu berrinche, Julia.
-Eso me dices, pero te creo. ¡Seguro
ese Fernando es más caliente que tú!
-A lo mejor. Pero yo no haría lo que
él hizo, Julia.
-Pero tú tienes miles de mujeres.
Cuéntame cómo te involucraste con
Paola…
-A ella no me la cogí, Julia.
-Pensé que sí. Pero la conoces.
Debiste haber escudriñado su vida por
la curiosidad que despierta una mujer
así en ti.
-Alguna vez estuvimos en una
reunión.
-Seguro le echabas ojitos a su
cuerpo.
-Eso es obvio. He platicado con ella
y me dice que es una adicta al sexo.
-¿De veras? ¡Ay, Valentino, sólo
buscas mujeres promiscuas!
-Que su hobby es masturbarse con un
vibrador… Ja ja ja… Lo que te estoy
contando, mamita… ¿Debería contarlo?
-Ay, sí. Por supuesto. ¡Vas a hacer
de mí una mujer más perdida que ellas!
-No es lo que pretendo. Simplemente
me gusta mucho platicar contigo, Julia.
-Pero eres tenaz. ¡No descansarás
hasta verme prostituida, Valentino!
-Fíjate que no. Para nada quiero
hacer de ti algo diferente. Te respeto
como eres.
Ya te dije, me gustas como eres.
-¡Creo que quisieras que fuera como
ellas!
-La verdad, sí. ¡Me gustaría que
fueras como ellas, Julia! Abierta,
temeraria, desvergonzada, apasionada
por el sexo, caliente, ¡calientísima!
-Algún día te doy ese gusto,
Valentino.
-Yo quiero que seas una mujer que
transpire sexualidad. Que entiendas que
quieras o no, tienes sexualidad. Que la
tengas reprimida, encajonada,
arrumbada, es otra cosa.
¡No eres de plástico, Julia! Tienes
miedo a liberar la hembra que vive
dentro de ti.
-Ja ja jaja. ¡Pérfido! Sigue con
Paola.
-¿Quieres ver unas fotos?
-Sí, las quiero ver.
-Deja, me baño y te las mando, Julia.
¿Me acompañas? Me encantaría que me
enjabonaras verga y huevos, ¿gustas?
¡Sería un sueño!
-Ja ja ja. ¡No te vayas, Valentino!.
¡Eres un cabrón! Ja ja ja, perdón. Se me
salió…
-¡Vaya! Ja ja ja. Así me gustas más,
Julia.
-¡Ya me hiciste como Paola o tus
amigas!
¿Te gustaría bañarte conmigo?
-¡No, para nada!
-¿Me secas? Me encantaría que me
agarraras la verga. Mojadita.
Enjabonada. Así como la tengo parada.
Resbalaría tu mano muy sabroso. ¡Mmm!
-¡Ándale, ya, Valentino! Sígueme
platicando de Paola. Bueno, a ver,
manda otras fotos...
¿Quiénes son?
-Mi mujer con un lanchero.
-¿Le hizo el amor?
-No. Puro cachondeo.
-Ella se ve feliz. Si no le hizo el
amor completo, se reprimió.
-No, ¿por qué? También se goza con
un cachondeo.
-¡Ese muchacho con todo el falo de
fuera! ¡Ya imagino cómo lo gozó tu
mujer! Qué bueno que disfrutas al verla
feliz.
-Sí, es una gran calentura.
¡Tremenda calentura, Julia!
-Y ella lo disfruta más. Se ve su
cara. Ahí está el muchacho que, según
me dijiste, se agasajó con tu mujer toda
la noche. No sé cómo aguantaste para
estarlos viendo.
¡Ayyyy, esa foto…! Por atrás debió
dolerle mucho. ¡Pobre muchacho! Tu
mujer debió dejarlo muerto. Pero,
además, su mano quedó en buen lugar.
¡En el mismo culo! ¡Ay, Valentino, ¿qué
digo?! Y mira, el muchacho está muy
bien dotado. Paola diría, ¡qué envidia!
Ya hasta me gusta el tema… ja ja ja.
-Te digo que hablar de sexo es
fascinante, Julia…
-Ja ja ja ¡Como tú lo expones, sí,
Valentino! No me explico por qué, pero
sé que te gusta mucho el sexo.
-Mucho. Un chingo, Julia. El sexo es
el elíxir de la vida.
-Me imagino que ella disfruta
muchísimo. Creo que su vida es el sexo.
-No tanto, ja ja ja ja.
-Vivir para el sexo es esclavizarte,
Valentino.
-Mira, éste es un cuate que
conocimos en Zipolite.
-¿Aparte de los otros dos?
¡También, bien dotado!
-Pero aparte, hubo otro. Un nativo.
-Ja ja ja A ver. ¿Más dotado o
normal?
-Ja ja ja. Pues no sé.
-¡Claro que sabes! ¡Y más que tu
mujer! Sabes bien todo. Eres muy
analítico, ¡no te hagas pendejo,
Valentino!
-Es que lo que para ti puede ser muy
dotado, para otras es relativo, Julia.
-Ja ja ja. Relativo en tus
explicaciones. No hay más que o es
grande o es chico. Y tú sabes, porque
los ves. ¡Qué relativo ni que ocho
cuartos!
-Ésta es la verga de un joyero, Julia.
-¡Pequeñita! ¿Se la comió? ¡Ay,
perdón! Ya me contagiaste. ¡Qué cosas
digo, Dios mío! ¡Qué felicidad la de
ella!
-Me dijiste que nunca has hecho una
mamada o felacio. ¿Te han mamado?
-Una vez. Estaba dormida. ¡Jamás lo
volví a aceptar!
-¿Y de veras nunca has mamado una
verga?
-¡Nada de eso, puerco! Del sexo
sólo lo que es normal.
-¡Es normal que te chuparan la
panocha!
-¡Estaba dormida! No me di cuenta.
-Pero te chuparon, Julia…
-Sí, pero desperté rápido y no
siguió. ¡Qué asco!
-Ya ni friegas. Es riquísimo. ¡A ti te
lo haría muy sabroso, Julia!
-Ja ja ja Ni sabes lo que dices,
Valentino.
-¡Las vuelvo locas!
-¿Eres selectivo o discriminador?
-Digamos que selectivo. No todas
me inspiran. ¡A ti te daría una real
mamada, Julia!
-¡Tú se lo harías hasta a una escoba
con falda! ¿A quién sí se lo harías,
discriminador?
-¡A tíííí!
-A Nancy ¿cómo se lo hiciste?
-Llegando al hotel la eché sobre la
cama. Sus nalgas quedaron en el borde.
Me hinqué. Le alcé la falda y le saqué
las pantis. Ella misma puso sus piernas
en mis hombros. ¡Fue muy rico!
-Sigue contando, pérfido.
-Primero le pasé la lengua por los
labios. Despacito. Luego recorrí su
hendidura. Quería desesperarla. Se
convulsionaba. Hubo un momento en que
ya no aguantó.
Me cogió la cabeza y la apretó en su
entrepierna. ¡Estaba mojadísima!
-Ay, qué desesperación. ¿Pero cómo
pudo empujar tu cabeza en su cosa?
¡Qué cochina! ¿Y eyaculaste dentro de
ella? Estaba muy chica. Era una niña,
Valentino.
-Eyaculé dentro de todas, Julia. ¿Te
gustaría que eyaculara dentro de ti? ¿No
tendrías miedo a embarazarte?
-¡No, para nada! A mi edad, ya no
me embarazo.
-¿Entonces, sin problema podría
eyacular dentro de ti?
-Ja ja ja. ¡Qué absurdo, Valentino!
-Yo te llevo a la gloria sin que te
despegues de la tierra, Julia…
-Ay, sí… ¿A poco a Nancy se lo
hiciste volando? Jajaja, ¡qué cursi!
-Mira, primero te chuparía toda.
Todita. Empezaría a lamerte las piernas.
El interior de los muslos. Lentamente. Y
al llegar a tu santuario lo cubriría de
besos y mordidas.
-¡Ay, por favor, mejor cambia de
tema, Valentino! Es mejor el chisme.
-Pasaría la lengua por tu vulva. La
recorrería de arriba abajo.
-¿Así platicas con tus amigas,
Valentino?
-Con los dedos abro tus labios para
lamerte todos tus rincones, Julia. Y
cuando estuvieras desesperada, te
enterraría la verga de golpe. Te
sacudirías como si te golpeara un
torbellino.
-Ja ja ja. ¡No me moverás ni un
centímetro, Valentino! Pierdes tu tiempo
y tu imaginación.
-Estoy seguro que con eso te
revolcarías enloquecida, Julia… No
aguantarías.
-Ja ja ja. El diablo te domina,
Valentino, pero a mí no.
-Pues mira, ya gocé y sentí que te
cogí…
-Ay, sí. Ya soy de tu colección, ¿no?
Si Pepe sabe, ¡se muere! Soy una
perdida. Y tú, ¡eres Satanás!
-Ya te dije, a lo mejor a Pepe le
gustaría verte coger con otro.
-No sé, ni me interesa saber. Es lo
peor eso. ¡Le da otro infarto! Valentino,
¿qué piensas cuando observas que se la
meten a tu esposa y ves como le entra y
sale y ella contenta?
-¡Es lo máximo! Es una calentura
muy cabrona, Julia.
-¿Sientes rico de verla gozar?
-Riquísimo. Me encanta verla gozar.
Ver cómo calienta a otros.
-Ay, ¿cómo es eso de poner a la
mujer y ella contenta, Valentino?
¿Y verla chupar te da satisfacción?
-Todo lo que hace me satisface. Es
muy excitante. Arde todo el cuerpo,
Julia.
-La verdad, ¡no lo entiendo! Y
menos, cómo ella acepta. Bueno, me voy
porque Pepe ya llegó por mí…
Mañana le seguimos. Un beso. Bye.

-Hola, señora hermosa. ¿Dónde


andas?
-Aquí, en la casa. ¿Por qué?
-No te conectabas.
-Estaba mi mamá. No podía. ¿Cómo
has estado, Valentino?
-Extrañándote un chingo. Me mal
acostumbraste a platicar contigo, Julia.
-¿Y eso por qué? Siempre te digo
mil cosas feas. ¿Cómo te vas a
acostumbrar?
Pero te extrañé también. Aunque
siempre te diré de todo y con la verdad.
-La otra vez dijiste que estabas con
una amiga. ¿Leyó lo que te escribía,
Julia?
-No. ¿Cómo crees? A nadie le
enseñaría eso que me escribes. ¡Oye,
soy una señora respetable! No podía
mostrarle tu pornografía.
-¡Qué linda…!
-Sólo tú sabes que te leo. Pero yo
soy incapaz de todo eso. Sólo que tú me
has marcado y por eso te leo. ¡La
verdad, no sé por qué, Valentino!
-Soñé que estaba acostado y me
decías: eres un cochino, pero quiero
hacer mi primera felacio contigo… ja ja
ja
-Sí que eres un cochino, Valentino.
Ja ja ja
-Y me repetías que lo querías
hacer….
-¡Jamás, niño!
-Insistías diciendo: ‘quiero hacer mi
primera felacio contigo, aunque seas un
puerco. Eres un Satanás. Un procaz.
Todo eso me decías…
-Ja ja ja. Sí eres todo eso. Ja ja ja.
Todo lo que siempre te digo. ¿Y te hice
la felacio?
-¡Claro que me la hiciste! Aunque
me decías de todo, pero lo bonito es que
querías hacerlo. Bien padre. La verdad,
lo hiciste muy bien. ¡Diría que muy bien!
-¡Procaz!
-Sentía muy bonito cuando me
bajabas los calzones, Julia.
-Valentino, es que, ¿cómo te atreves
a decirme eso?
-Y empezabas a lamerme, Julia…
-No sé por qué te despierto esos
sentimientos. Si me vieras, llorarías…
-Me lamías los huevos. Luego el
tallo. Llegabas a la punta. Y toqueteabas
con la lengua.
-¡Ay, Valentino, no sé por qué te leo,
la verdad!
-De repente, ¡zuuuum!, que te la
metes entera a la boca y me mordías
sabroso.
-¿Cómo crees, Valentino?
-Ya te veo diciéndome procaz,
pérfido, Julia.
-¡Eso eres! Exactamente.
-Pues sí, pero me encantas. Y no me
importaba lo que me dijeras porque
sentía bien rico.
-Ya me imagino a tus amigas.
¡Vueltas locas con lo que les dices!
-¿Que tienen qué ver mis amigas?
Yo estoy contigo, Julia.
-No me imagino así. No sería capaz
ni de estar sola contigo, Valentino.
-¿Te daría miedo?
-Miedo, no. ¡Pánico! ¡Asco! Asco y
pánico, ¡pero sí quiero estar contigo,
cabrón…! A ti se te hace muy fácil...
-¿Hacerme la felacio, Julia?
-Seguramente toda la vida te la han
hecho, Valentino.
-Sí, pero no alguien como tú.
Imagina qué lujo. Ser el primero al que
se lo haces.
-¡No tuvieras tanta suerte!
-Pero, bueno, al menos en sueños ya
me lo has hecho varias veces. ¿Y sabes
qué? Lo haces divinamente. Eres
sensacional. Toda una experta, Julia.
-Bueno, ni vernos siquiera… ¡Eres
un pecado mortal para mí, Valentino!
-Ja ja ja. Ahora soy tu pecado
mortal, Julia.
-¿Y yo una experta? ¿Experta en
qué? No, para nada.
-¡En felacio! Al menos conmigo, sí.
¡Lo hiciste sensacional!
-No me digas. Con lo que me has
platicado de tus amigas, me quedo
chiquita.
- ¡Qué va! Las superaste a todas. Me
mordías todo. Desesperada.
-¡Nooooooooooooooo!
-Lo hacías ansiosa, perversa
- ¡Que nooooooooooo!
-Delirante, enloquecida…
-¡Soy yo, Julia! No soy Nancy o
Paola. Estás mal. ¡Equivocado!
-Porque eres tú, Julia, todo es
fantástico. Increíble. Cósmico. Sideral.
-Ja ja ja.
-No te burles de mis sentimientos,
Julia, pero te veía enloquecida con mi
verga…
- ¡Jamás!
-Me mordías los huevos, mientras
con la mano me frotabas muy fuerte la
verga. Una experiencia estupenda.
Maravillosa.
-¿Así te lo hacen?
-No. El sueño fue contigo.
¡Superaste a todas!
-Me refiero a que tuviste a las
mejores, Valentino.
-No. En el sueño fuiste la mejor,
Julia.
-¡Yo creo que fui la peor!
-Luego de todos tus insultos, me
decías: ¡dime que esto es sólo mío, sólo
mío…! ja ja ja, ¡qué sueño tan loco…!
-¡El loco eres tú…!
-Lo bueno que al final decías que
todo lo que tenías entre tus manos y en la
boca era tuyo, sólo tuyo.
-Ja ja ja. Gozas, ¿verdad?
-¿Te digo, Julia?
-Sí
-Pues sí, bruja… ¡adivinaste! Qué
diera por tenerte así, entre mis piernas.
¡Qué disfrute!
-Ya, Valentino. ¡Me has metido la
semilla de la indecencia!
-Esto no es indecencia. Es goce
puro, mamita.
-Totalmente pérfido. ¡Eres Satanás,
Valentino!
-Qué lindo lo hacías. ¿Así me lo
harías, Julia?
-¡Seguramente te estarás
masturbando conmigo, odioso!
-¡Bruja!
-¡Gozando nada más de mis dichos!
-Me tienes con la verga bien parada,
mamita… Cómo quisiera tenerte entre
mis piernas…
-Ya me estarás diciendo cómo…
-Así, lamiéndome, chupándome,
mordiéndome. Y sobando, restregando
todo.
-¡Yaaaaaaaaa!
-Y diciéndome, esto es mío. ¡Júrame
que es solo mío!.
-Si Pepe viera mis risas, lo que
estaría diciendo…. Ya me voy. La
verdad, Valentino, ¡me pasé un gran rato
contigo! Besos. Bye.
-Adiós, chula. Ya sabe que la quiero
un chingo.
-Señora hermosa, aquí, esperándote.
¡Que los astros se alineen a tu favor!
-Hola, Valentino, ¿Cómo estás?
-Pues nada más veo tu nombre en la
pantalla ¡y me caliento!
-Ay, ya vas a empezar. ¿Cómo
crees?
-En serio, Julia, estoy caliente.
-Eres incorregible. Desde nuestro
primer chat eres así. Deberías ver un
médico. Es imposible tanta calentura.
-¿Médico? ¡Noooooooooooo! Me
gusta que me calientes, Julia.
-¿Yo? Y cómo si no tengo ni un
pensamiento así. Menos tendría
influencia sexual.
-Pues no sé, pero me calientas. ¿Qué
quieres? No lo decido yo… Es el
instinto. Lo que despiertas.
-Quien te oiga decir eso pensará que
es cierto, Valentino.
-¿A poco no es bonito que me
calientes, Julia?
-Pues obvio que no. Estás
satanizado, Valentino.
-Claro que es bonito. Muy
gratificante, Julia.
-Tu mente vuela por el sexo,
Valentino.
-Tú eres la culpable de eso.
-El sexo ha de ser para ti como un
alimento. Si no lo tienes, sufres,
Valentino.
-Tus poses de Madre Teresa me
excitan. Me encantas, Julia.
-Ya, Valentino, mándame lo que me
ibas a mandar…
-¿Las fotos de una mamada que me
dieron?
-A ver, pervertido…
-Así me encantaría tenerte…
-¿Quién es ella?
-Se llama Blanca. No la conoces.
-Okey, porque sí noté que no es tu
señora. ¡Qué feliz te ves! ¡Vieja
cochina!
-¡ja ja ja!
-Manda una foto más fuerte. Una que
no soporte.
-¿Viste mi verga?
-Ja ja ja. ¡Pelado! La tienes grande.
En esta foto, la mujer es diferente. Ella
se ve de más clase. Y se ve mejor tu
cosa.
-Se llama Lorena. Es de la Capital.
-Ay, pobre Lorena, cómo aguanta
todo eso en la boca.
-¿Y ésta que te parece?
-Ay, no. ¡Qué asco! Qué horror.
¿Cómo puede tener eso en la boca?
-Querías una que no soportaras, me
dijiste.
-¡Ay, Valentino, qué caliente saliste!
No conozco alguien igual. Con solo el
2% de lo que eres, Pepe aprendería
mucho.
-Ja ja ja. Dile que yo lo enseño…
-Uyyy, se espanta y hasta se infarta
si sabe todo lo que he leído de ti.
-Entonces ni le digas. ¿Es muy
espantado?
-Sí, mucho. ¡No le he dicho nada de
esto! Ni le diré. Te digo que eres mi
pecador secreto.
-¿Y qué te parece esa foto de
Zipolite? Cogiendo con uno y el otro en
fila de espera. Jaja ja ja.
-Ay, Valentino, temo decir una sarta
de barbaridades… Debiste estar muy
excitado
viendo cómo pasaba uno y luego el
otro. Así, ¡hasta que ella quedara
satisfecha!
-Adivinas, mamita…
-Se ve que ella disfruta. ¡Está feliz!
Me voy Valentino. Debo llevar a mi
madre con el médico...
-Uff, qué lástima. Ni hablar. Estamos
en contacto, Julia.
-¡Holaaaaaaaaaaaaa!
-Qué gusto, señora. Te veo y de
inmediato me prendo de ti.
-¡Eres muy mentiroso! Otra mancha
al tigre, Valentino.
-Para nada. En serio. Mira, algunas
abren la ventana del messenger para
platicar y ni las pelo. Pero apenas te
veo, ¡voy en chinga contigo!
-Ja ja ja. ¿Cómo quién quiere
platicar contigo? A ver, dime para
engrandecer mi ego.
-Nancy, Sandra, Rossy…
-Ay, sí… ¿A poco no te siguen las
coscolinas?
-Sí, pero prefiero estar contigo.
-No sé si creerte. ¿Y a ellas por qué
no? Dime, ¿por qué me prefieres sobre
Nancy?
-Porque me gusta más platicar
contigo. Ella habla sobre temas
conocidos. Contigo todo se reinventa
cada día.
-¿Y no te gusta platicar con ellas? …
Si con todas tuviste sexo.
-Porque con ellas es contar lo que ya
se hizo. Contigo todo es nuevo.
-Lo que pasa es que te gusta que te
frieguen.
-Pues si es por eso, lo acabo de
descubrir. Te voy a contar algo que
guardé por muchos años. Algo te dije
cuando empezamos a chatear, pero
obvio, en ese momento no mencioné
gran cosa. Hubo una cena en la empresa.
Fuiste con Pepe. Llevaste un vestido
color verde y rosa, estampado. Te veías
muy seria. Altiva. De mucho porte. Te
me antojaste un chingo, ¿crees?
-¡Ay, por favor! No me digas que
hasta eso recuerdas…
-En serio. Creo que te me antojaste
por estirada. ¿Y sabes qué pensé?
-¿Qué?
-A esa señora le quito lo estirada y
soberbia poniéndola a gatas y
levantándole el vestido...
-Ja ja ja. Me haces pensar cada cosa
que no sé qué decir.
-Me imaginaba arrancándote las
bragas, y ya con el culo expuesto, ¡te
quitaba la arrogancia con una sarta de
nalgadas bien dadas que resonaran con
estrépito!
Besaría luego tu trasero enrojecido
para calmar su ardor.
-Ja ja ja. Así me imaginabas, pero te
cogías a las otras… ¡Ay, perdón, qué
digo!
-Pues solo porque no me pelaste ni
me diste chance alguno. Si no, lo hubiera
hecho.
-Ay, ya no sé ni lo que digo. ¡Tú me
haces caer!
-Tú di lo que quieras, amor. Ya ves,
tanto tiempo ¡y cómo se me antoja
cogerte!
-Ya no sigas, que ya no estoy para
estas cosas. Los años no pasan en balde.
Mejor dime de Cecilia, otra de la
empresa que te cogiste, con su papá ahí.
¿Qué le hacías o que te hacía?
-A Cecilia me la llevaba en las giras
de trabajo. Viajamos mucho... Fuimos a
Morelia, Guadalajara, Puebla, Mazatlán,
Monterrey...uff!, qué te cuento...
-¿A qué la llevabas?
-¡Pues a coger! Ja ja ja.
-¿En serio?
-Pues ni modo que la llevara a rezar
el rosario. Ja ja ja . Siempre dijo que yo
me la cogía con furia.
-¡Es que a todas te merendabas!
-Les gustaba mi violencia para
coger.
-¿Y si eres así, violento?
-Eso decían. A Cecilia y a muchas
otras les gusta mucho la furia con que se
las meto.
Imagina que te cojo. ¿Aguantarías
mis salvajadas?
-Ja ja ja ¡Viejas perdidas! De lo
otro, no te contesto.
-¡No te inhibas, carajo! ¡Contéstame!
-Estoy contaminada por ti, pero no
sacarás una sola palabra de mí. ¡Sigue!
Eres el pecado andando, pero no
lograrás nada de mí.
-¿A poco no te gustaría que te
cogiera así, brutal, salvajemente?
Quiero oírte aullar, bramar. ¡Y que me
pidas que te de más y más!
-¿Quién de ellas lo hacía?
-¡Todas!
-¡Ay, sí…! Sigue diciéndome de
Cecilia. No la conozco, pero oí hablar
mucho de su papá. Te la cogiste y su
papá era tu amigo. ¡Qué pérfido!
¡Satanás! ¿Gozabas en comerte a la hija
de tu amigo?
-No, no me mataba que fuera la hija
de mi amigo. Como tampoco me inquieta
que seas la esposa de Pepe. Me da lo
mismo. Pero si no soy yo, otro llega y se
me adelanta. A lo mejor para otros hay
un morbo especial. Para mí no.
-Ja ja ja. Es la visión que le das,
pero tu realidad es otra. Por cierto,
Cecilia tenía hermanas. ¿También a
ellas les hiciste el amor?
-No es amor, linda. Es sexo. El amor
es otra cosa. El sexo es coger. Nada
más.
-¿A cuántas más de la empresa
hiciste tuyas?
-Ja ja ja. Ellas también me hicieron
suyo…Fue un tiempo lindo. Me cogí a
muchas y otras muchas andaban tras de
mí.
-Sabía que eras un Don Juan. Sabía
que Rosaura, la esposa del dueño de la
empresa, andaba tras de ti. Ella misma
me lo dijo. Varias veces me comentó
que le gustabas.
A ella me la cogí en el bosque,
regresando de la Capital.
-Sí, me contaste. De hecho así
empezó nuestra plática. ¡Mundana!
Debió gozar mucho.
-Como todas… Ja jaja
-Ella me dijo que eras muy violento
para el sexo.
-Es que me convierto en una bestia
de instintos arrebatados en cuanto tengo
un buen par de nalgas enfrente.
¡Enloquezco! Pierdo la razón. Dejo de
ser yo y surge el monstruo de mis
impulsos. ¡Embisto sin control! Donde
sea. No hay lugar malo para liberar la
carga erótica.... en la hierba a campo
abierto, en un sofá, en una mesa de
comedor, encima de la estufa, en el
suelo, contra la pared, en el ascensor, en
fin...
-Pero eso les gusta. La brutalidad.
-Yo te diría que les encanta, les
fascina.
-¿Y Cecilia te seguía o tú la
obligabas a ir contigo?
-Nunca he obligado a nadie a ir
conmigo.
-¿Qué te hacía? ¿Cómo lo hacía?
¡Cuéntame todo eso! ¿Eres muy violento
en la cama?
-Salvaje, te digo. Las sacudo. Las
volteó sin miramiento. Con brusquedad
les llevo las manos por encima de su
cabeza y así mismo les abro las piernas.
Nada de ternura. Ellas están hasta la
madre de noviecitos tranquilos,
delicaditos, que de manita ven series
románticas de televisión. Quieren sexo
duro, cavernario. ¡Un 'palo' para no
olvidar!
-¡Las mujeres te seguían! Eso lo sé.
Tenías fama de buen amante. Rosaura
debió haber gozado como loca contigo.
¿Cecilia se enamoró de ti?
-Nunca me lo dijo. Pero comentaba
que le gustaba mucho salir conmigo.
Tenía un cuerpazo.
-¡Todas tus amantes lo tuvieron!
Ellas, felices, hasta lo han de platicar.
-A otra, Nuri, la encueré en mi
oficina. Ya desnuda, pues no quedaba
otra…
-¡Promiscuo!
-Ja ja ja. Envidiosilla que eres…
-¡Viejas putas! Pero, dime, ¿cuál lo
hacía mejor?
-Todas lo hacían bien. O más bien,
yo hacía que lo hicieran bien. Es el
secreto.
A todas las hago sentirse reinas en el
sexo y no digo en la cama, porque lo
hacíamos en cualquier sitio. ¡Un breñal
al lado de la carretera lo convertíamos
en lecho de faraón!
-¿Te gustaba cómo lo hacía Cecilia
o sólo su cuerpo?
-Su cuerpo me encantaba. Cuando
íbamos de viaje, ella no quería salir ni
del hotel.
¡Quedaba adolorida por las cogidas!
Adolorida, pero contenta. Y muy feliz.
-¡Vieja loca!
-¿Te da coraje? ¿Te hubiera gustado
ir conmigo a uno de esos viajes?
-No sacarás un comentario de mi
boca. ¡Debes acostumbrarte! Manda más
fotos, Valentino.
-A ver qué te parecen unas de
Huatulco.
-A ese negro se le ve la cara de
libidinoso. ¡Qué banquete se dio con tu
mujer!
-Esa vez fueron dos lancheros. Ella
anduvo retozando desnuda en la bahía.
-¿Con dos? ¡Perdida! ¿Cómo dos?
¿Por qué no puede ser natural? ¡Como
debe ser, con uno solo! Y tú que
permites eso. ¡Ay, Valentino, me voy a
condenar por ver tanta cosa!
-Ja ja ja. ¿Ya no quieres ver?
-Sí. ¡Sigue pervirtiéndome! Manda
unas cinco más, que debo llevar a mi
madre a terapia. Manda rápido unas
cinco para recordarte todo el fin de
semana. En Zipolite fueron 4 y en
Huatulco 2. ¿Es el mismo viaje?
-No, mi reina.
-¿Hiciste más viajes? ¡Perdido! Esos
lugares son de pecado. Bueno, bye. Te
espero mañana.

-¿Cómo estás, preciosa?


-Bien, gracias. ¿Qué me tienes
ahora, Valentino?
-Ja ja ja ja
-Ya es vicio, ¿verdad? Que feo digo,
Valentino.
-Un vicio sabroso. ¿Quieres ver
vergas entrando a una panocha, Julia?
-Si es entrando en tu mujer, sí.
-Te voy a enseñar unas fotos muy
íntimas, sólo porque eres tú, amor.
-Gracias, corazón. Enséñame de tus
mujeres…
-Mira ésta, está con dos negros…
-Qué dolor tan grande habrá sentido,
Valentino…
-Qué dolor ni que nada. ¡Puro
placer!
-¡Negros méndigos! ¡Pobre de ella!
-¿Por qué pobre? La vagina es
flexible. Aguanta mucho.
-¡No me digas! Con esas teorías las
has de convencer.
-¡Eres una bruja! Me tienes
hechizado. Me gusta platicar contigo.
-Y eso por qué, si soy la que más te
chinga. ¡Ay, perdón!
-Pues hasta eso me gusta, Julia.
-Yo creo que el que yo sea asexual
te atrae.
-A lo mejor me gusta. Me calienta.
Me paras la verga y me excita. ¿Estás
lista?
-¿Para que me mandes fotos? Sí, ya
estoy lista.
-No, para eso no. ¡Para que hagas tu
primera felacio conmigo! Ja ja ja.
-¡No, niño! Eso jamás lo lograrás.
-Te imaginé devorándome, Julia.
-Pero voy aprendiendo tu léxico. A
lo mejor cualquier día te doy la sorpresa
de hablar como tú y ponerte a mil. Ja ja
ja.
-Te vi chupándome los huevos y
sobando mi verga. Lamiéndola y luego
comiéndotela toda.
-¡Puerco! Como tus putitas, ¿no?
-¡Sí, como mis putitas! ¡Así de
caliente! ¡Así de dispuesta!
-¡Ten fe! Algún día.
-Lo harás mejor todavía. ¡Como
experta!
-Ja ja ja. ¿Yo, experta? Será en el
2,050. ¡Desde el cielo!
-Al menos en mi imaginación ya lo
hiciste.
-Buena fantasía. ¡Una vieja como yo
haciéndotelo!
-Sentirte entre mis piernas es una
obsesión.
-Ja ja ja. Iluso. ¡Pobre iluso! Pero,
bueno, debo admitir que mi vida cambió
desde que leo tus cosas.
-¿Para bien?
-Para bien, no. ¡Para mal!
-Uhh, ¡pues qué mal!
-¡Porque el sexo es de Satanás! Y
mal porque tú vives en el infierno,
Valentino.
-Estás muy equivocada. ¡El sexo es
de Dios!
-¡No digas cosas que no te consten,
Valentino! Mis juicios son más sabios
que los tuyos.
-Mis juicios no son nada sabios,
pero son de naturaleza humana, Julia.
-Tus juicios son tuyos, pero malos,
Valentino.
-Si Dios no hubiera querido que
existiera el sexo, yo no tendría verga ni
tú vagina.
-¡Eso de que la falta de sexo te
envejece es lo más idiota que he
escuchado!
-Pues así es, aunque no lo creas.
¡Mejor piensa en que te cojo!
-¡Noooooo...! Ja ja ja… ¡Loco!
-Imagina que te tengo a gatas...
-Mejor sigue contando de Cecilia.
-...Que te levanto la falda. Como te
imaginé aquella vez en la empresa.
-¡Seguro así le hiciste a varias! Me
gusta la confianza que me tienes. ¡Sigue
siendo así!
Más te conviene. Pero sigue
contándome de Cecilia.
-Ahora que la reencontré por
internet, dice que recuerda mucho
cuando subía a mi carro. Que ya iba
caliente y me sacaba la verga de
inmediato. Me la iba mamando todo el
camino.
-¿Así iba en la calle y tú manejando?
¿Los veían?
-Pues más de alguno la vio clavada
en mis piernas.
-¡Cochinos! Y tú, ¿qué sentías?
-¡Divino!
-A ella le gustaba eso, supongo.
-Le súper encantaba. Hoy dice que
fue una de las etapas más bonitas de su
vida.
-Pero teniendo un cuerpazo como
dices, ¿cómo andaba contigo sólo por
chuparte? ¿Eras un Adonis, entonces?
-Pues no sé, pero ella era feliz
chupando…
-Y a ti, ¿te gustaba?
- ¡Me encantaba! Se recostaba en
mis piernas, le alzaba la falda y le
acariciaba las nalgas. Le metía el calzón
en el culo. Sabrosísimo. Le sobaba el
trasero mientras batallábamos entre el
tráfico. Varios la vieron, seguro. Eso era
muy morboso.
-Para tu sexualidad, sí. ¿Y a ella le
gustaba que la vieran?
-Supongo que sí. Porque le valía ir
con la falda enredada en la cintura y con
el culo al aire.
-¿Todo el tiempo iba así? ¡Y ella
feliz!
-Hubo veces en que toda la noche
quedábamos empiernados.
-¿Tanto te duraba parada?
-¡Me sigue durando, amor!
-Ja ja ja. ¡Presumido! Con lo que
platicas, ahorita la has de tener así. ¡Ay,
Valentino, me haces decir cada cosa!
-Tú puedes decir lo que quieras,
amor.
-Se ve que disfrutabas mucho
hacerlo con Cecilia.
-Pues sí. De no ser así, no la llevo a
tanto viaje.
-¿Y ella qué buscaba en ti? ¿Sexo
solamente? ¿Tenían acuerdo de solo
sexo y la vida seguía igual?
-No había por qué firmar acuerdos.
Esto se da de forma natural. Así nada
más. Sin acuerdos ni convenios. El
placer por el placer. Sin compromisos
ni ataduras. Que los cuerpos exploten y
ya. Es todo.
-Así, con todas. Sabía de otros que
sí hacían de la relación un compromiso,
Valentino.
-Ja ja ja. ¿Me exigirías un contrato si
cogemos, Julia?
-Ja ja ja El acuerdo era que si tenían
sexo, nadie debía saberlo, ¿no?.
-No, pues no. Ni en eso nos
poníamos de acuerdo. Imagino que nos
valía madre si se sabía o no se sabía.
-Te digo que tienes tus formas muy
especiales.
-Éramos como pajaritos que se
encuentran en una rama. Ahí se ensartan
sin compromisos ni condiciones. Y
luego, si te vi, ni me acuerdo. Ja ja ja.
-¿Se daba y lo podían andar
diciendo?
-Eso ya dependía de cada quién,
Julia.
-¿O el acuerdo era mantener la
discreción?
-Para nada. Creo que con todas las
que cogí lo contaron. ¡No podía evitar
que presumieran…! Ja ja ja.
-Bueno, por ejemplo, el acuerdo
entre nosotros es que Pepe no sepa nada.
Que seamos lógicos y que respetemos lo
que decimos. Había una de tus amantes,
Diana, que calentaba a sus amigas. En
cuanta oportunidad tenía, les contaba
que lo hacías muy rico. ¡Le complacía
que supieran que cogía contigo!
-Eso me han dicho algunas. Que a
todo mundo le contaba. Que se calentaba
contando.
-¡Les daba carne para los perros,
Valentino!
-Y a ti, amor, ¿te gustaría que te
metiera la verga hasta lo más profundo?
¿Qué te hiciera gritar de placer y que
luego lo contaras a todas tus amigas?
-¡Conmigo no lograrás nada! Jamás.
Por cierto, mañana estaré sola. ¡Toda
para ti!
-Mmm. ¡Me encantará, Julia!
-¡Podrás masturbarte lo que quieras,
Valentino!
-Contigo me chorreo todo, pero no
me masturbo.
-¡Menso!

-¿Dónde andas? Me conecté como


18 veces a ver si te veía y nada,
Valentino.
-Lo importante que ya estamos aquí,
señora linda. Y yo, con muchas ganas de
platicar contigo.
-No hay problema, sólo que no
pensaste en sexo como todos los días.
Como tardaste, imaginé que debía andar
bajo tu nivel sexual.
-¿Cómo crees? Contigo sólo pienso
en sexo. Ya le dije, Teresa de Calcuta,
me incita, ¡me calienta…!
-Ja ja ja.
-¡Te has convertido en mi fetiche
sexual, Julia!
-Yo no pienso en nada de eso.
-¡Qué ganas de que hagas tu primera
felacio conmigo!
-Después de ver todo lo que has
mandado, sé que cuando no tienes sexo,
debes andar
como burro en la primera estación.
-Ja ja ja.
-Jamás en la vida te haré una felacio.
¡Guácala!
-Nunca digas no. Te va a gustar.
Luego no te vas a querer desprender.
-¿Se hace vicio? ¡No lo creo,
Valentino!
-Oyee, si te pusiera a gatas como
pusieron a Nancy ¿a quiénes te gustaría
tener enfrente para que les chupes la
verga?
-¡Cómo! ¡Jamás oirás algo de mí!
-No sea cobarde. Dígalo, señora.
-Tú ¿a quién le llevarías a tu
esposa?
-¡A quién me dijera!
-Yo no te contesto, porque el sexo
no entra en mi vida.
-Si el sexo no entra en tu vida, ¡serás
marciana!
-Estuvo lo suficiente cuando era
joven,. No más. ¿No te has dado cuenta?
A mi edad, ¡solo a misa!
-Ya te dije, no se deja el sexo
porque se envejece… ¡Se envejece
porque se deja el sexo!
-No me eches sermones de tus
ideas.¡ Esa frase no sirve de nada! Ni
siquiera es cierta. Así la acomodaste. A
ver, ¿dónde leíste eso que tomaste como
paradigma?
-No sé dónde, pero es real y
verdadera, Julia.
-No sé cómo has durado tanto
tiempo platicando conmigo sin aburrirte,
Valentino.
-¿Aburrirme? Para nada. Al
contrario, te has vuelto mi vicio.
-¡Deberías estar con alguna de esas
locas que te merendaste desde joven!
-Entre más me dices eso, más me
calientas. Más ganas me dan de cogerte
y destrozarte.
-Para vengarte por tanto que te digo,
seguramente.
-¡Te sacaría esa lumbre que arde y
se consume entre tus piernas!
-Yo creo que nadie te había dicho
tanto como yo. ¿Cómo crees que mi
cuerpo trae esa lumbre?
-¡Claro que la trae, Julia! Le hace
falta una chispita para volverse
llamarada.
-La verdad que no sé cómo te has
acostado con esas mil mujeres.
-No siempre ha sido acostado, amor.
A veces fue paraditos. De pie.
-La triste posición del misionero,
con la lista del mercado en la cabeza, es
lo que recuerdo haber hecho algún día.
Y nada más, Valentino.
-Uhhh, ¡qué simpleza! Yo te
enseñaría miles de posiciones: de
perrito, de carretilla, el salto del tigre,
de tijera… Uff! Haríamos trizas el Kama
Sutra. ¡Te vuelvo loca de placer!
-Ya sé que te faltaría cuadro del chat
para mencionar todas las posiciones que
te sabes. Ja ja ja. ¡Eres increíble!
Bueno, mañana te busco… ¡y piensa
cómo me vas a terapear!

-Hola, señora hermosa…


-¿Cómo estás, Valentino?
-De lujo cuando estoy contigo, amor.
-¿Qué hiciste ayer?
-Pensar en ti. Entraba al chat y no
estabas. Luego estabas y yo no estaba.
Un circo.
-Pero ya estoy, Valentino.
-Estuve reflexionando, Julia.
-¡Qué reflexivo te has vuelto!
-Pues aunque no lo creas. Meditaba
qué te gustaría más: si verme la verga
dormida y que tú la pares… ¡O verla
parada y gozarla de inmediato!
-Ja ja ja. ¡Ya lo sabía! Era
demasiado bonito para ser cierto. ¡Qué
vas a ser reflexivo tú!
-Pues eso pensé. ¿Qué te gustaría
más?
-Ja ja ja. ¡Vaya que he aprendido
contigo más de lo que he aprendido en
toda mi vida!
-Ahora mismo, cómo quisiera tener
tus manos, mi amor.
-¿Dónde?
-En los huevos y en la verga, mi
vida.
-Ja ja ja. ¡Estás calientito!
-¡Así me pones, corazón!
-¿Yo?
-Imagínate pulsándome los huevos
con una mano y con la otra sobando la
verga de arriba abajo.
-¡Jamás! ¡Válgame!
-Bajando la piel y subiéndola.
Cubriendo la cabeza y luego
descapuchándola. ¡Mmm, qué rico!
-Ja ja ja.
-Y luego, apretándome bien fuerte,
Julia.
-¡Iluso!
-¿No te gustaría, Julia?
-¡Pues no!
-No sea mentirosilla. ¡Yo sé que sí
le gustaría!
-Un día seré como tú quieres, aunque
sea una sola vez.
-Soñaré con ese día.
-Necesito más información de tus
amigas para de todas hacer una.
-¡Te volverás una fiera!
-Con tanto que me dices, uhhh! Dime
cómo era Cecilia en la cama.
-¿Sabes? Sería lindo que me hicieras
la felacio. Estrena la felacio conmigo y
no te arrepentirás. ¡Ándale!
-Bueno, siempre sigues con tu
plática y lo que yo digo no vale. Te he
pedido 7 veces que me digas cómo te
hacía el amor Cecilia.
-Te cuento: Desde la carretera ya me
iba mamando. Su cara entre el volante y
mis piernas. Kilómetros y kilómetros
mamando. Llegaba con la mandíbula
trabada. Ja ja ja
-¿Tanto? ¿Y no eyaculabas?
-Cecilia sabía dominar los tiempos
muy bien. Aflojaba cuando sentía que la
verga empezaba a hincharse. Se limitaba
a lamer. En cuanto sentía que el espasmo
pasaba, ¡arremetía de nuevo! Una
locura.
Con la mano izquierda tomaba el
volante. Con la otra le acariciaba el
pelo o le sobaba las nalgas. ¡Fantástico!
De veras. Ja ja ja. Los choferes de los
trailers que manejan a un nivel superior,
se daban las grandes recreadas.
¡Espectáculo completo! ¡Y gratis!
Luego del rebase, más de alguno
lanzó el bocinazo. Imagino que de
agradecimiento.
-Dices que tenía buen cuerpo,
Valentino.
-¡Cuerpazo! Pechos levantados,
turgentes, con pezones bien definidos,
siempre erectos. Una cinturita de avispa.
De caricia fácil. Y enseguida, ¡unas
caderas monumentales con un trasero
endemoniadamente perfecto con un par
de suculentas nalgas redondas y
vigorosas! Sus muslos, exquisitos,
macizos, redondeados, y unos chamorros
que invitaban a la mordida voraz.
-¡Eres un cabrón, Valentino! Escoges
pura mujer monumental.
-Como debe ser, amor. ¿Sabes? Me
encantaría coger contigo y que nos
vieran. Te darás cuenta cómo sube la
adrenalina. ¿Quién te gustaría que nos
viera?
-Ja ja ja ja ja ja ja ja Ja ja ja ja ja ja
ja ja ¡Tu esposa!
-¡Sale! ¿Quieres que le diga? Le voy
a decir que la esposa de Pepe quiere que
me la coja, pero la condición es que nos
mires…
-Ja ja ja ja Eres incorregible. Oye,
¿tus amigas hablan contigo así como tú
hablas?
-Algunas.
-¿Quiénes?
-Más bien, creo que todas.
-¡No puedo creerlo! Nancy sí es un
alma de Dios. Una gran señora.
-Ja ja ja ja ja Si supieras cómo habla
Nancy. Sin tapujos. Sin rodeos. Ella
dice que su gran vicio es tener la verga
en la boca. Y si son dos vergas, mejor.
-¡Cómo creerlo…!
-Pero te diré que hablando de esa
manera no pierde su señorío.
-¿Y así habla de la verga, con todas
sus letras, Valentino?
-Así mero. Además, me dice que
siempre soñó con tener mi verga en la
boca… ¡Y que será muy feliz el día que
se la vuelva a meter!
-Ja ja ja ja Mira nada más. ¡Vieja
perdida! ¿Ella quiere volver a tenerte?
-¡Obvio!
-¿Por qué no te tuvo más veces,
como las otras?
-Porque yo no quise. Estaba muy
chica y temí que hubiera problemas con
su familia.
-¡Debe desearte mucho! Pero, bueno,
si lo hizo contigo, ya no era señorita.
¿Contigo fue su primera vez?
-No. Ya se había cogido a dos. Yo
fui el tercero en su vida.
-Empezó muy chica, entonces.
-Sí, me dijo que al primero que se
cogió fue a los 16 años.
-Uff! Mi primera relación fue a los
27.
-¿Con quién?
-¡Casada con Pepe! He sido mujer
de un solo hombre.
-¡No friegues, qué aburrido! ¿A poco
nada más te has cogido a Pepe?
-Así es, Valentino.
-¡Qué desperdicio! Supongo que
tienes ganas de conocer otras vergas.
-Ja ja ja Tantas como Nancy, no.
¿Cuántas ha tenido tu esposa? ¿Unas
100?
-Ja ja ja No tantas.
-Cuéntalas y dime, Valentino.
-Serán unas veinte...
-¡20 cosas! No puedo creerlo. En
fin. Hablando de ti, tenías fama de gran
amante.
-¡Ninguna se me ha quejado!
-Ya veo lo que dice Nancy. ¡Quiere
tenerte otra vez!
-Dice que será muy feliz si me la
vuelvo a coger.
-¿Y te dice qué te hará, o cómo?
-Dice que me dará una mamada
histórica. Quiere que me la coja en 4
patas.
-Ya me imagino. ¡Y con cinco
enfrente, chupándole!
-Imagínate tú, a gatas. Con la falda
enrollada en la cintura. Te acaricio las
nalgas. El culo. Te rozo con la verga y
la meto de a poquito. Enfrente tienes a
tres con la verga
bien parada. Le chupas a uno. A
otro. Y al otro. Y vas de nuevo con el
primero. ¡Delirante!
-Ja ja ja. ¡Eres un loco, Valentino!
¡Un loco lindo!
-¿Y qué haces con tu marido en una
playa, amor?
-Descansar. Ver. Nadar. Comer...
-¡Qué aburrido! Sé sincera, honesta.
¿No se te antoja coger conmigo?
-¡No! ¡No, Valentino, no!
-¡Pues yo sé que sí! Tan sólo para
comprobar si soy buen amante o un
pinche hablador.
-¡Soñador…!
-Si te cojo nunca me vas a olvidar.
¡Conmigo, en una cama, te volvería
loca! ¡Incontrolable!
-Ja ja ja. ¡No sé cómo puedes soñar
con una vieja cincuentona como yo! Tú
estás a otro nivel, pero te diré que eres
un ser humano hermoso. Hablo de hacer
el amor, para no escribir la sarta de
sandeces que tú escribes. Bueno, ya,
¿qué otra foto loca tienes? ¡Oye, esa está
súper! ¡Mira qué contenta se ve! Y un
chavo entre sus piernas. ¿Le gustó lo que
le hizo?
-Me dijo que se la chupó genial.
¡Súper!
-¡Méndiga!
-Ja ja ja. ¿Por qué méndiga?
-Me reservo. ¡Tú sigue! Nada malo.
-Ella le sacó la verga y se la frotó
hasta que eyaculó el muchacho.
-¡Méndiga! Te digo… Me gustan tus
historias. ¿Cómo te mamaba Cecilia en
la carretera?
-En carretera siempre voy de pants.
Cecilia me bajaba el pants y fácil botaba
todo el paquete: verga y huevos.
-Así era más fácil, supongo.
-Mientras me chupaba la verga, me
acariciaba los huevos, apretados contra
el pants. ¡Una sensación electrizante!
-¿Con uñas o sin uñas?
-¡Con las uñas! ¡Es divino con las
uñas! Claro, unas uñas largas, bien
cuidadas. Me arañaba lentamente abajo
de los huevos y eso me desesperaba.
Luego los atrapaba con las puras uñas y
retiraba los dedos con una parsimonia
que me enardecía. ¡Madre mía! Cosa de
locos.
Te cuento que muchos deseaban a
Cecilia. Y por cierto, tenía su noviecito
santo, ¡pero yo era el que me la cogía
-¡Presumido! Seguro la presumías
con tus amigos.
-Se morían de envidia. ¿Te hubiera
gustado acompañarme a uno de esos
viajes?
-Ja ja ja. ¡Soñador!
-Por ti iría al fin del mundo. Tu
santidad me trae prendido. Imagina, qué
honor. Ser la segunda verga en tu vida.
-¿Mi santidad? ¡Qué loco! Ja ja ja.
Jamás. ¡Pero te doy permiso que sueñes!
-Te voy a decir algo, Julia...
-¡Otra frasecita tuya!
-Lo que he platicado contigo, nunca
lo he platicado con nadie.
-Jamás lo sabrá nadie, Valentino.
-Y las fotos que te he mandado
jamás las he mandado a alguien más.
-Caíste en el mejor lugar para expiar
tus culpas. ¡Mándame otras fotos!
Conmigo no hay peligro. Están seguras.
-¿Cuál peligro? Son para tu disfrute.
Puedes hacer con ellas lo que quieras.
-Tú eres mi amigo y pecador secreto
y te respeto. Y seré leal a tu amistad. Ya
es tarde, Valentino. Me voy. Te espero
mañana.
-Bye, preciosa.

-Qué tal, Valentino.


-¡Chuladaaaaaaa! ¿Sabes que se me
antojó en la mañana?
-¿Qué se te antojó?
-Al bañarme se me antojó que me
estuvieras enjabonando verga y
huevos….¡qué rico!
-¡Ay, Valentino, eres incorregible!
-¿A poco no se te antoja, Julia?
-¿Sabes? Has sido capaz de cambiar
mi forma de ser. ¡Me has dado vida,
cabrón!
-Qué bueno, ¿no?
-Aunque ya no me regalas fotos...
-Es que las quieres muy, pero muy
atrevidas…
-¿Y no tienes…?
-Sí, te daré más atrevidas. Más
procaces, dirías… Ja ja ja ja ja
-Bueno, es que tu medicina sube de
intensidad cada día. Oye, Perla, otra de
tus amantes, debió tener muchos chicos.
Es interesante saber de tus amantes. Se
me ha metido mucha curiosidad sin
conocerlas.
-Te cuento todo lo que quieras,
mami.
-Bueno a algunas las conozco de
vista. O de saber que trabajaban en la
empresa, pero no porque fueran amigas,
Valentino.
-¿Te las has pasado bien conmigo,
chula?
-¡No te contesto, pecaminoso!
Bueno, sí, la verdad es que me la he
pasado muy bien.
-¿Ya ves? ¿Qué te cuesta ser
sincera?
-Ya me voy soltando. Me siento muy
impúdica, Valentino.
-¿Verdad que aquel ‘méndiga’ que le
endilgaste a mi mujer fue por envidia?
¡Te dio envidia cómo gozaba…!
-¡Sí, la verdad me dio envidia! No
tanto, pero sí, ¡mucha envidia!
-¿Le has contado a alguien de
nuestras pláticas, Julia?
-No. ¡A nadie! Lo nuestro es secreto,
Valentino.
-Okey. Me gustan los secretos, Julia.
-A mí también. ¡Mucho! Son padres.
-¿Sabes que he aprendido mucho
contigo, Julia?
-¡Yo soy la que he aprendido
demasiado...!
-Los dos, creo. Eres una mujer que
por su cerrada manera de ver la vida,
me calienta.
-Ja ja ja ja. ¡ Qué loco!

(Luego de semanas sin internet, un


correo de Julia a Valentino)
“Valentino, tanto me has incitado,
que lo que me has dicho me hizo sentir
algo que hacía muchos, pero muchos
años, no sentía. Volver a vivir como tú
dices, me lo han transmitido tus relatos
de esas amigas tan calientes que veo
cómo las disfrutas. Y a las que
considero las más bajas, pero las más
ricas del sexo para tu satisfacción.
Cosa que agradezco que sientas por
una mujer como yo. Pero sí, al leerte,
me he sentido viva de nuevo. Siento lo
que hace muchos años no sentía. Y
tengo que agradecértelo, porque sentí
unas ganas inmensas de leerte. Como
tú dices, aunque sea por el Messenger.
Valentino, te pido que no me quites
nunca tus relatos de esas mujeres
promiscuas que te han dado mucha
vida también. Porque vivir así, como tú
dices, es la gloria.
¿Sabes? Se me antojó algo contigo.
Besos.”

-¡Señora linda! Por fin la encuentro.


Me encantó que dijeras que se te
antojaba algo conmigo.
-Escribí. No dije nada. ¡Sólo
escribí!
-Me gustó que te gustara leerme…
-¡Sí, me gusta! Eres mi pecado
mortal.
-¡Me encanta ser tu pecado mortal!
-Ja ja ja. Con todas las mujeres que
has tenido, ¿cómo se te puede antojar
alguien como yo?
-Pues te me antojas y me alegro que
disfrutes con lo que te digo, Julia.
-¡Me excitó lo que me contaste de
Nancy! La forma en que lo contaste me
movió como jamás me había movido
algo.
-¿Y a poco no se te antojó hacerlo
conmigo?
-¡No!
-¡Júralo!
-¡Lo juro!
-Yo sé que se te antoja. Y más,
porque sabes que yo te puedo dar
experiencias nuevas.
-Ja ja ja. ¡A lo mejor, Valentino!
-Es bonito saber que tienes un
cómplice, ¿no?
-Eso sí. Ayer vi en la iglesia a
Nancy. ¡Me condené por tener
pensamientos locos!
La imaginé en tu casa ¡y tú
haciéndole de todo! Cuéntame de nuevo
cómo hiciste tuya a Rosaura.
-Fue en el bosque, de regreso de la
Capital. En el mismo coche. Se me
ofreció. No tuve más remedio que
hacerlo.
-¡Qué sacrificado! ¿Y cómo?
-Fue fácil. Traía falda. Abrí la
portezuela de la derecha y la empiné en
el asiento. Le subí la falda y ya no traía
bragas. Le pasé la mano por la
entrepierna. Mis dedos resbalaron en su
abundante jugo. Le abrí las piernas y
dirigí mi verga a su sexo. Entró como
cuchillo en mantequilla. ¡Hasta adentro!
Varias arremetidas y listo. No era cosa
de durar en un lugar que se vuelve
peligroso por la noche.
-¡Igual que a las otras! A Nancy la
imaginé en una tina. De rodillas. ¡A
gatas, pues, como dices! Con el
trasero expuesto. Esperándote desnuda.
Y, mira, no sé cómo te excitas conmigo,
que no tengo experiencia alguna ni tengo
nada para contarte.
Contigo estoy viendo lo perdidos
que están todos. Pero, dime, ¿qué sientes
que te cuenten de otros…?
-Antes de contestarte, te digo algo:
Quisiera tener tu boca… ¡Pregúntame
dónde!
-Jajajajaja. ¡Jamás!
-Bueno, no me preguntes, pero igual
te digo: ¡en los huevos y en la verga!
-Jajajaja. ¡Yaaa, señor pecaminoso!
-Y ya deja de cubrirte con
prejuicios. Habla como quieras hablar.
-Algún día aprenderé. Tal vez por el
año 2,040, ya muriéndome.
-Se me antoja tenerte entre mis
piernas. Yo desnudo. Y tú,
acariciándome los huevos. Besándome
la verga. Empiezas a lamer la base. Vas
lenta hacia arriba.
-¿Crees, Valentino?
-Llegas a la cabeza y con la mano
aprietas fuerte. Entonces chupas lindo.
Lames con delicia.
-Yaaaaaaa! ¡Cámbiale, Valentino…!
-Me das mordiscos suavecitos. Y de
repente te la metes toda. Completa.
¡Entera!
-Ja ja ja. Me haces reír con tus
sandeces, Valentino.
-Mientras, pulsas los huevos…
¡Chingao, casi me ‘vengo’! ¡Aquí,
ahorita, no en el relato!
-¡Ven a mi casa, Valentino, y me
convierto en lo que quieras!
-¡Te alocas, hermosa! Tu respiración
se agita y te veo temblorosa,
estremecida. Y mientras aprisionas la
verga con la mano, besas por todos
lados.
-No sigas, Valentino... ¡Vente,
corazón, y verás en mí a tu aliada...!
-Muerdes los muslos. No dejas la
verga. La frotas con las dos manos. La
acaricias.
La aprietas. Te la pasas por la cara.
Te rozas con ella. La besas. Entonces te
sueltas
la blusa. Colocas la verga entre tus
pechos. Y subes y le bajas la piel con
las tetas. ¡Una sensación divina!
-Ja ja ja. ¡Estás bien loco, Valentino!
-¡Ya no aguantas! Me lo dices en
susurro. Desesperada te pones de pie y
te tumbas el
vestido. Me empujas al piso. Quedo
bocarriba. Te bajas los calzones y me
montas.
-¡Yaaaa, Valentino!
-Tú misma orientas la verga. La
acomodas a la entrada. Te vas sentando
en ella lentamente. Sintiendo cómo se te
mete. Cuando tienes la mitad adentro, ¡te
dejas caer de golpe para que llegue a lo
más profundo! Empiezas a cabalgar. ¡Te
meces violentamente! Adelante. Atrás.
Adelante.
-¿Así le escribes a Nancy, a Cecilia
o a las otras?
-No. Sólo a ti, mi vida.
-Yo creo que sí. Si no, ¿de dónde
sacas tanto…?
-Lo siento contigo. Pienso en ti. ¡Te
deseo!
-¡Pues no creo que haya nacido en ti
todo eso por mí, Valentino!
-Tú me calientas mucho.
-¿Y yo por qué?
-Pues no me lo explico. A lo mejor
por santa, Julia…
-Ja ja ja ja
-Tú haces volar mi fantasía.
Imaginar que me chupas la verga me
prende.
-Ja ja ja. Prosaico. ¡Lengua suelta!
Valentino, me habla Pepe... Luego le
seguimos. Besos. Bye.

-¿Por qué no te habías conectado?


Te he extrañado, bribona.
-¿Por qué, si soy la que más te
madrea?
-A lo mejor por eso, Julia.
-Me da gusto platicar contigo,
Valentino. Leerte en el chat.
-¿Recuerdas lo que platicamos,
Julia?
-¡…Ya empezabas a quebrarme!
¡Eres muy cabrón!
-Era lindo soñar que estabas entre
mis piernas, besándome todo…
-¿Te digo algo, Valentino? Me gustó
eso que dijiste: "¡Hasta comerme tus
huevos…!".
-¡Qué bonito lo dices! Besabas y
mordisqueabas muy rico, Julia.
-¡Qué imaginación la tuya,
Valentino!
-¿Recuerdas que te dije cómo te
sentabas en mí? ¿Cómo quedábamos
acoplados y tú moviéndote con furor?
-¡Ay, señor, qué imaginación tienes!
Ja ja ja. Me espantas, ¡Satanás, sal de
este cuerpo sano!
-Colgada de mi cuello, ¡cabalgabas
rico, Julia!
-Eres iluso, pero machacante.
-Dime quién puede prohibirme
imaginar que estás cogiendo conmigo.
-¡Pervertido!
-Creo que conmigo en la cama
romperías tu santidad. ¡Te convertirías
en una fiera sexual! Desbocada. Salvaje.
Brutal. Voraz.
-¡Me quedaría idiota con tanto sexo!
En mi vida he tenido todo eso que me
dices, Valentino.
-¡Pero ahora lo puedes tener
conmigo! Soy el único que te puede
llevar al cielo sin despegar de la tierra.
-Ja ja ja. Con una sola vez de lo que
platicas superas todos los años que he
vivido con Pepe.
-¡Seguro que sí! Ahora mismo me
gustaría tocarte. Y sentir tus pantaletas
húmedas.
-Ja ja ja ja
-Sería fácil hacerla a un lado y meter
los dedos en tu interior. Resbalarían
suave y oiría
el chapoteo que harían con tus jugos.
-¡Sí que provocas algo, ¿eh?! ¡Pero
nada de importancia! Sólo que leo en ti
mucha pornografía.
-No trato de provocar nada, Julia.
-¡Sigue, Valentino, mi amor! ¡Seré lo
que tú quieras! ¡Haré lo que quieras!
¡Hazme tu esclava, Valentino! ¡Hazme
una de tus putas!
-¡Me gustaría cogerte a gatas!
Trepado en ti. Abrazándote y
prendiéndome de tus pechos mientras
empujo sobre tu trasero y te bufo en el
cuello.
-¡Jamás! Mi Dios me protege y no
me harás caer.
-¿Quién te entiende? Acabas de
escribir que te haga lo que yo quiera.
Mira, no te quiero hacer caer, ¡pero un
día te voy a coger como Dios manda…!
-La posición del misionero es la
única que me sé… ¡Ay, perdón…! ¡Dios
me salve!
-De lo que te has perdido. Yo te
enseñaría otras posiciones. Todas
riquísimas. Imagina una donde estoy en
medio de ti y tú con las piernas
apoyadas en mis hombros…
-¡Mi marido se escandalizaría con
todo lo que me dices…!
-De esa manera, la verga te llegaría
hasta lo más profundo…
-¡Salte de aquí, Satanás! ¡Tú eres
Satanás! ¡El mismo Satanás en persona!
-Un Satanás con una verga que se te
antoja, mami. ¡No lo niegues!
-Ja ja ja ja. ¡Impúdico! Ya estás
como todos esos amigos de los que me
has platicado. ¡Satanás, sal de aquí!
-¿A poco no se te antoja mi verga?
-¡Ya, Valentino…! ¡No me hagas
pecar!
-A poco no dices, ‘¡Quiero probar a
este cabrón, a ver si es verdad todo lo
que me cuenta...!
-¡Debe ser verdad! Con tanta vieja
loca que te sigue, debes tener un harén.
-¿A poco no se te antoja tenerme en
ti? Sentir mi verga parada entre tus
piernas.
-¡No, Valentino! ¿Y a poco a ti si se
te antoja todo eso?
-¡Claro, señora! Si ahora te tuviera
enfrente, me echaría encima de ti y te
cogería furiosamente.
-¿Me deseas como alguien que te ha
hecho saber tu suerte, Valentino?
-¡Me calientas! ¡Te quiero coger! Te
quiero meter la verga. Que sientas el
sexo como nunca lo has sentido. Que te
calientes como nunca te has calentado.
¡Te quiero hacer gritar, aullar, bramar
de placer!
-Ja ja ja ja. Me haces reír. ¡Eso es
imposible!.
-¡Estoy seguro que te calentaría
como nunca te has calentado!
-Ja ja ja. Eso sí puede ser, porque
jamás me he calentado.
-¿No te gustaría sentir mi verga en
tus manos? ¿Acariciarla?
-¡Noooooooooo!
-La tienes en tus manos. La miras. La
frotas. La acaricias con las dos manos…
-Siempre te ha gustado que te hagan
eso, ¿verdad? Pero, ¡guácala! ¡No, no
quiero! ¡Ni tocarla, Valentino!
-Te rozarás la cara con ella.
-¡Menos!
-Te la meterás a la boca. La sentirás
en el paladar. La rodearás con tu lengua.
Te llegará a la garganta.
-¡Deberías estar excomulgado!
-Ya te veo chupando la cabeza,
Julia...
-Ja ja ja. ¡Menos! ¡Ay, Valentino,
eres incorregible! Sólo me has dicho
cosas de Satanás.
-¿Le contarías a Pepe de nuestras
pláticas?
-Mira, cuando quiera que se muera
Pepe, con dejarle leer una conversación
tuya tiene.
-¡No, entonces no! No quiero ser un
asesino, Julia.
-¡Lo serás de todos modos! Si me
hicieras lo que me platicas, ¡me
matarías!
-¿Sabes que eres la única mujer a la
que le mandé una foto de mi verga?
-Es que, ¡cómo te atreviste! Si se la
enseñara a Pepe, ¡hasta ahí llegó!
-No, pues no se la enseñes. ¿Te
gustó la foto, Julia?
-Ja ja ja. ¡Nada!
-¿Te masturbas con ella?
-¡Imposible! No tengo esos
pensamientos.
-Ahorita te tumbaría en un sofá. Te
levantaría el vestido y te rompería las
bragas. ¡Estarían mojadísimas! Lo sé. Y
tú, ¡quemándote de caliente!
-Ten fe, Valentino.
-Tú misma abrirías las piernas. Las
levantarías. Vería tu mechón de pelos
expuesto. Y me dirías: "¡Mira lo que
tengo para ti, cabrón! ¡Es todo tuyo!
¡Ámalo! ¡Gózalo! ¡Dale con todo,
papito! ¡Dame placer, dolor, lo que
quieras!
-Ja ja ja ja. Sí que eres genial,
Valentino.
-Y me pondría entre tus piernas para
mamarte. ¡Para beberme todos tus jugos!
-¡Dices cada cosa!
-Hincado, dejarías tus piernas en
mis hombros. ¡Me tomas de la cabeza y
te aferras a ella, desesperada! Gritas, ¡te
vienes! Me paro, te abro más las piernas
y te entierro la verga de golpe.
-Ay, Valentino. ¡Me pervertiré de
tanto que leo!
-¿Se te antoja?
-¡Nada! Me salgo, Valentino. Debo
hacer unas compras.

-¡Qué milagro, amor!


-Me conecté estos días, Valentino,
pero no te vi.
-Te extraño, bella señora.
-Ay, sí…. ¡Ya vas a empezar!
-¿Sabes que me gratifica mucho
platicar contigo, Julia?
-¡Estás enamorado!
-Tal vez.
-¡Será de mi alma! Y como eres
humano de buen corazón, pues te
enamoraste de mi alma.
-¡Entonces me quiero coger a tu
alma! Eso sí nunca lo he hecho. ¿Qué se
sentirá cogerse un alma? Julia, bien
sabes que tu blindaje me calienta. ¡Me
incita!
-¡De hacer sexo, jamás! ¡Nunca me
arrancarás una sola palabra que venga
de Satanás!
-Me calienta el solo ver tu ventana
en el chat. No pensaba encontrarte.
-¿Y qué dijiste cuando me viste? ¡Ya
me calenté, ¿no?! Ja ja ja ja Me gusta tu
forma de ser. Pero no sé por qué te
aguanto. No debería oír ninguna de tus
letanías. Si mi marido supiera lo que me
dices, ¡aquí habría un crimen pasional!
-A lo mejor tu marido se calienta si
le cuentas.
-¿Tú crees que Pepe sobreviviría a
tus palabras mundanas? ¡Se nos va!
-Te digo que a lo mejor le
gustaría…
-Ja ja ja. ¿Cómo crees? Se calienta,
pero del corazón…¡y se muere!
-¿Quieres que le diga que me quiero
coger a su mujer?
-Pepe es de una arrogante civilidad
que le impide ser así como tú.
-Caras vemos, sexo no sabemos.
-¡Tú que le dices y al día siguiente
estás invitado al velorio!
-Te digo, apenas empiezo a platicar
contigo… ¡y ya tengo la verga parada!
-¡Es tu alma que está podrida,
Valentino!
-Ja ja ja ja
-¡El infierno te espera!
-Señora linda, quisiera tener su
boca…
-¡Tendrás mil años de fuego, si es
que fuego quisiste en la tierra!
-Pero mientras llega el fuego, quiero
tener tu boca…
-Como sea, ya me induces a decir
algunas palabras que usas. ¡Me
sorprendo de mí!
-Ahorita traigo pants. Casi me salta
la verga. Quisiera que te acercaras de
espalda. Que restregaras tus nalgas en
mi vientre. ¡Mmm, qué rico!.
-¡Dios te perdone por tanto pecado,
Valentino!
-Como te gusta el pecado, comienzas
a moverte. Te gusta sentir la dureza de
la verga en tu trasero. Presionas. Te
empujas… Te balanceas.
-¿A quién más le dices así?
-Pues no, a nadie. Eso solo me nace
contigo, Julia.
-Que me balanceo ni que me
balanceo... ¡Estás pecando!
-Pecando, pero muy sabroso. Estás
bien mojadita y eso me gusta. Te meto
los dedos en la entrepierna. Te exploro.
¡Estás anegada! ¡Estás caliente! Me
gusta sentirte así.
-Ja ja ja ja. ¡Casi lloro de tanto que
me haces reír!
-Me encanta enredar tus pelos
húmedos en mis dedos. Te mueves
divino. Te contoneas. Circulas las
caderas, Julia.
-¿Quién te hizo así, Valentino?
-¡Tú! ¡Tú que me inspiras todo eso,
Julia!
-Yo no te hice así. ¡Peco tan solo de
leer, Valentino!
-¡Lo haces tan divino, mami…!
-He tenido grandes penitencias por
leer tus dichos que me laceran el alma.
-¡Te mueves lindo! ¡Fabuloso! Si
fueras putita, serías de las más caras.
¡Eres un torbellino en mi verga!
-¡Qué cosas dices! ¡Tendré que
seguir yendo a la iglesia por el perdón!
Antes escribías una línea y no volvías a
escribir hasta que yo escribía algo.
Hasta me reclamabas porque no
escribía. Ahora escribes líneas y líneas
porque sabes que te estoy leyendo.
-Tú crees que si cogiéramos una vez,
¿seguiríamos cogiendo, Julia?
-Sin respuesta, Valentino.
-¡Tendrías un amante secreto!
-Dios es mi amante secreto.
-¡Pepe sería feliz! Haríamos un trío.
¡Los dos dándote placer!
-¡Pepe se moriría de inmediato!
-Imagina, tú en medio de los dos.
¡Disfrutando al mismo tiempo de dos
vergas!
-¡Qué cochinadas dices! No conozco
a alguien que haga eso. ¡Eso es
antinatural!
-De veras que eres muy inocente,
Julia…
-¡Seguramente gozas con las diablas
locas que tienes por amigas!
-Tú, con dos vergas, Julia. ¡Qué
felicidad! Chuparías una. Luego la otra.
Tendrías un placer intenso al frotar dos
vergas sólo para ti.
-¡Qué mente tienes, caray! ¡Te vas a
condenar, Valentino!.
-Y tú, ya bien caliente, me
montarías. Galoparías como loca. Y
cuando sientes que estoy a punto de
venirme, te quitas, Julia.
-¡Cochinooooooooooo!
-Te le montas a Pepe y haces lo
mismo:¡ lo cabalgas briosa y frenética!
-Ya adiviné tus intenciones…
¡Jamás me subí en Pepe! Lo que
practicamos siempre fue la posición del
misionero. ¡La insulsa posición del
misionero...!
-¡Qué desperdicio de vida, Julia!
-¡Desperdicio el tuyo que pregonas
el deseo carnal y vives consumiéndote!
Así será tu final. Vivirás consumiéndote
día a día.
-¿Qué crees, Julia?
-Qué creo…
-Tengo el calzón todo mojado de lo
caliente que estoy…
-Ja ja ja.¡Eres un tonto!
-La verga se quedó pegada al calzón.
La quise despegar y, ¡carajo! Me
dolió…
-¡Eres prosaico! ¿A poco duele? No
creo.
-Oye, no puedo creer que sólo hayas
cogido en la posición del misionero.
¡Qué aburrido, Julia!
-¡Pues sólo en esa posición! Para la
procreación. En mis tiempos había
respeto.
-De veras que tienes ideas de la
Edad Media, mami.
-Soy de la Edad Media, pero sana,
Valentino.
-No creo que seas sana. No es sano
limitarse, reprimir los deseos, Julia.
-Aparte, eres grosero, Valentino…
-Decir la verdad no es grosería…
-Cuando hablas de tus putas, no me
importa. ¡Pero de mí, corrige, Valentino!
-¿Has tenido orgasmos, Julia?
-¡Jamás te diré!
-Ja ja ja. ¿Ves? ¡Tienes miedo
hablar! Recuerda que soy tu pecado
mortal. ¿Qué tiene de malo que me digas
tus cosas?
-Sí, eres mi pecado mortal. Me voy
a condenar. ¿Miedo yo? ¡Para nada!
-Entonces no te espantes. Nadie te
va a decir las cosas como yo, Julia…
-¡Pues claro, con nadie hablo!
-Te he enseñado cómo es el mundo,
Julia.
-¡El infierno, más bien!
-Te he enseñado el mundo como es,
no como el ideal que tú tienes, Julia.
-¿Ideal? Ja ja ja. La vida normal,
diría yo.
-Tienes miedo a aceptar la realidad.
Te han pasado de noche emociones,
sentimientos. Experiencias que pudiste
tener…
-Nada de lo que me cuentas me haría
feliz. Al contrario, sería condenarme.
-Con tus negativas, ¡ya me la
volviste a parar! Me gustaría tenerte
boca abajo y meterte la verga poquito a
poquito, ¡para que entiendas, carajo!
-¡Qué verga ni que verga! Ya,
Valentino… ¿De dónde sacas tantas
sandeces?
-¿Te gustaría ser una de mis putitas?
Por espantada, me gustaría entrar a tu
recámara. Tú me recibirías desnuda, con
las piernas abiertas y pidiéndome verga.
-¡Seguro a las otras ya les habrás
dicho que acepté ser una de tus putitas!
-Sólo a ti te lo diría. ¿Quieres ser mi
putita, amor? ¿Y sabes qué? Por haber
llevado una vida sexual plana, gris,
anodina, practicando solo el
‘misionero’, te convertirías en una fiera
en celo conmigo. ¡Serías salvajemente
sexual! Arrebatada. Delirante.
-¡Te faltó que también sería bisexual
y ninfómana, Valentino!
-No te quiero bisexual ni ninfómana.
¡Sólo como mi putita! Quiero descubrir
la lumbre que arde entre tus piernas.
-¡No tengo lumbre alguna entre las
piernas! La limpieza es mi pasión.
-¡Mira nada más, preciosa! Yo que
te quiero cultivar y tú que no te dejas.
-¡Más bien me quieres pervertir,
pero ves rechazados tus esfuerzos por
llevarme al camino del mal!
-¿A poco no te gustaría ser mi putita,
Julia?
-Te falta negociación. ¡Eres pésimo,
Valentino!
-¡No se enoje, chula!
-No me enojo. El que se enoja eres
tú, por ver el fracaso de tu propósito
malsano.
-¿A poco no te aburrió coger solo en
posición de ‘misionero’, Julia?
-Mira cuánto llevas convenciéndome
y no logras nada. ¡Jamás arrancarás de
mí un comentario de eso!
-No trato de convencerte de nada.
Sólo quiero que aprendas conmigo. ¿A
poco no te has superado?
-Sí, mucho. Sólo falta que me digas
que me subo en ti y me retuerzo de
placer porque la tengo adentro. Ja ja ja.
-Quisiera tenerte cabalgando sobre
mí, Julia. Disfrutarías al máximo. ¡Te
mueves como loca! Te meces hacia
adelante. Hacia atrás. Mueves las nalgas
que es un contento.
-Ja ja ja
-La verga te hurga todos tus
rincones, Julia.
-Eso dependería del tamaño, creo...
¡Ay, Dios mío, me pasé!
-Para nada. Y así, sentada, llevas
una mano hacia abajo y me sobas los
huevos… ¡la pura locura! ¡Reviento
fácil!
-¿Quién te hacía eso? ¿Nancy o
Cecilia?
-Quiero que tú me lo hagas, Julia.
-¡Jamás, Valentino!
-Al menos, piénsalo. No te prives de
una experiencia excepcional.
-Jamás lo pensaré. Olvídalo. Eso no
entra en mí, Valentino.
-No lo puedo olvidar. Así te sueño.
Así te imagino. Así me calientas, Julia.
-Ya de por sí me proyecto al
contestar lo que dices del sexo,
Valentino…
-¡Te veo cabalgando sobre mí, Julia!
-¡Jamás me verás! Te pudrirás en el
infierno, ¡pero jamás me tendrás
cabalgando en tu verga, Valentino!
-Nunca digas no, Julia.
-Ja ja ja. Pero algún día podría ser
que te conteste como hoy, Valentino.
-¿Cómo te gustaría más? ¿A gatas o
cabalgando? ¿Sabes? Me gustaría
llevarte a Acapulco. Pasearte desnuda
en una lancha por la bahía. Recibiendo
aire y sol a flor de piel. En partes a
donde jamás han llegado. ¡Daríamos una
real cogida al vaivén de las olas, Julia!
-¿Y conseguirme dos tipos que me
revienten el culo? ¡No, papacito!
Gracias.
-Si quieres dos tipos, te los consigo.
¡Se te antojan! No digas que no, Julia.
-Ja ja ja. ¡Ahora presumes de
adivino!
-A todas las que les platiqué esto, se
les antoja. A menos que seas de vinil, no
se te antojaría.
-Ja ja ja ja. ¡Impúdico!
-¡Quiero estar en el mar, con acoso
sexual! ¡Que me agarres verga y huevos
sin parar!
¡Que me chupes en alta mar, con el
vaivén majestuoso de las olas!
-¡Ahora hasta poeta! Sí que me
sorprendes, Valentino. ¡Sé que serías
feliz con una mamada mía, pero jamás lo
hice ni lo haré! Así que pierdes tu
tiempo.
-¡Te he imaginado que mamas de
manera soberbia
-Y de plano me echas a perder, ¿no?
-Mira, empiezas lamiendo los
huevos. Subes por el tallo. Llegas a la
punta. Lames. ¡Y chupas después como
si tuvieras un helado de fresa en los
labios!
-Ja ja ja ja
-Finalmente te meterías toda la verga
en la boca.
-Sí y la aguantaría aunque es mucha
carne, ¿no?
-Mamándome y acariciándome los
huevos. ¡Qué delicia! Ya estoy
chorreando, linda…
-¡Ni me digas, Valentino!
-¡Si le hicieras eso a Pepe lo
tendrías en el paraíso, Julia!
-¡Pepe es feliz como es! No le falta
nada.
-¡Claro que le falta! Le falta que
tengas más imaginación, más inventiva.
-Con este curso tuyo es como echar a
perder una vida en tres meses.
-A tu relación de pareja debes
ponerle pimienta. ¡Algo que la
revitalice, la retroalimente! ¡Que tu vida
sea más picante!
-Mi relación no requiere nada. Es
estable y superior.
-Bueno, ¡bájate al mundo terrenal
conmigo! Deja brotar los instintos. ¡Nos
volveremos bestias! ¡Animales! ¡Nos
entregamos a un sexo desbocado sin
límites ni freno! ¿Qué te parece?
-¡Eres un desquiciado, Valentino!
¡Así son tus putitas! Ya aprendí tus
conceptos.
-¿Cómo te gustaría ver mi verga?
-Me gustaría verla dentro de la
vagina de tu mujer.
-Ya te he mandado fotos…
-Sí, pero es la verga de otro. ¡Yo
quiero ver la tuya, Valentino!
-Ya te mandé una foto de la mía...
-Dentro de la vagina de tu esposa,
no.
-¿Quieres ver mi verga entrando a la
vagina?
-Sí. Y si tienes con Nancy , con
Cecilia o con Gloria, también.
-¿Quieres ver una foto de Nancy
desnuda?
-¡Pero cogiendo con tu verga por
atrás!
-Mira, ¡así te quiero tener…!
-Ay, Valentino, hoy me hiciste decir
muchísimas cosas que jamás había
dicho.
-Di lo que quieras. ¡Libérate! Sal de
ese mundo oscuro en que te encierras y
despierta a la vida.
-No te acepto la foto en el
Messenger porque estoy en la
computadora de Pepe. No quiero
problemas. Mándala a mi correo. Ahí
manda lo que quieras. ¡Lo que quieras,
dije!
-¿Quieres otra foto por aquí? Digo,
sólo para que la veas….
-Sí. Mándame muchas. ¡Te confieso
que hoy me sentí conforme al decirte o
escribirte tantas cosas de las que tú
escribes!
-¿Y a poco no es un desahogo, un
descanso, un disfrute?
-¡No! ¡No! Tampoco.
-Debieras tomar el sexo como algo
natural, humano. Como el deseo que
purifica el espíritu. Tú tienes el
privilegio de pararme la verga sin
artificio alguno. ¡Eso es genial!
-Ja ja ja. ¡Menso!
-Inspiras a imaginarme muchas
cosas, Julia. Encontrarte es lo mejor que
me ha pasado en mucho tiempo.
-¿Tu esposa sabe que platicamos?
-Por supuesto.
-¿Y qué dice?
-¡Que te coja para que sepas lo que
es una buena verga!
Ja ja ja. ¡Iluso! Dile que no sé por
qué usurpo un marido teniendo al mío.
¡Pero es que también me atrapó tu
plática!
-Creo que te quité la venda de los
ojos, Julia.
-Esa venda la usarás para tener sexo
masoquista, bribón.
-¡Anda, ya, mámame la verga!
Bonito. Sabroso. Cómo sólo tú lo harías.
Sé que quieres. ¡Anda!
-Ja ja ja. No sé por qué no me
separo y cierro esto. ¡No sé por qué te
aguanto!
-Porque somos almas gemelas,
dijiste. Te vuelvo a preguntar: ¿Te han
vuelto a mamar?
-Ya te dije, el día que Pepe empezó
a hacérmelo dormida, desperté y lo
quité. ¡Jamás he practicado eso! Jamás
dejaría que me dieran una mamada.
¡Esas son cochinadas!
-El día que te bese esa ricura que
tienes entre tus piernas, que te lama, que
te chupe, que te succione, que te hunda
la lengua en tu interior, ¡te voy a volver
loca!
¿Sabes cómo lo haría? Te recostaría
al borde la cama. Con tus manos
sostendrías tus piernas abiertas en alto.
-¡Valentino, eres mórbido!
¡Incontrolable! ¡No sé cómo te aguantan
tus putitas!
-¡Me recrearía contemplando tu
animal peludo! Y tu vulva hinchada y
palpitante. La hendidura dejando correr
un líquido viscoso que se pierde entre
los vellos. Te beso el interior de los
muslos. Y subo lentamente mientras te
retuerces. Te convulsionas…
-¡Dices todo eso por ver tanto porno.
-Paseo la lengua por los bordes de
tus labios. Los repaso una y otra vez,
por un buen rato. Luego enredo tus
pelos. Con la punta hago cadejos.
Enseguida repaso la puerta entreabierta
de tu santuario. ¡Ya no puedes más!
Tomas mi cabeza con tus manos. Y con
toda tu fuerza la jalas hacia el penacho
ardiente. ¡Quieres enterrarte mi cabeza!
Te beso y chupo insaciable mientras tú
aúllas y pides, gritas, ¡que te haga de
todo!
-¡Ay, Valentino…! ¿Serías capaz de
perder el tiempo conmigo?
-¡Que perder el tiempo ni que el
carajo! Sería un viaje al paraíso. ¿Eres
peluda de ahí?
-Tengo poco vello.
-Si tienes poco vello, ¡la mamada
será más directa, más profunda! ¡Qué
mamadota te daría, mi amor!
-No tengo muchos pelos, ¡así que
podrías hacerlo como dices…!
-No habría obstáculo para clavarte
la lengua y mordisquearte a placer.
-Lo sé. ¡Me emocionas! La verdad,
tengo pocos pelos, pero bien cortados.
-¡Qué lamidas te daría, mamita!
-¡Sííí, Valentino! ¡Te imagino en mí
como gran mamador! Me lo has dicho.
Lo han dicho esas locas a las que te has
cogido. ¡Quiero tu cara aquí, Valentino,
entre mis piernas!
-Hermosa, ¿en serio nunca te ha
mamado Pepe?
-¡Jamás!
-Es divino. ¡Cuando te lo haga, vas a
querer que te lo haga siempre!
-¡Te has perdido el cielo, Valentino!
Por todo lo que dices te quemarás en el
infierno por toda la eternidad. ¡Lo peor
es que casi me convences y me llevarías
contigo!
-Haríamos un trepidante 69,
preciosa… Yo te mamo. Tú me mamas.
¡Nos mamamos! -¡Eres un cochino!
¡Un re cochino, Valentino! ¡Pero me
atraes, me enloqueces!
-Imagina cómo te pondrías, Julia...
-Roja y rosada, supongo…
-Me tienes tan caliente que por tu
culpa me voy a masturbar. Hace mucho
que no lo hago.
-¡No te creo, Valentino!
-Tengo tanta calentura que ya me
duelen los huevos...
-¡Mastúrbate, Valentino, y te creeré!
-Me gustaría que tú me masturbaras
-Ja ja ja ja.
-Con una mano me pulsas los
huevos. Con la otra atenazas la verga y
subes y bajas la piel, dándole besitos a
la cabeza. ¡Riquísimo!
-Ja ja ja ja. ¡Jálatelo rico, Valentino!
¡Jálate, Valentino!
-¡Mámamela, Julia!
-Imagina que te lo hago ¡Jálate la
verga, Valentino! ¡Fuerte, hazte fuerte
con la mano hasta que te salga todo!
-Pero dime cómo me harías, ¡cómo
empezarías a chuparme, Julia…!
-Ja ja ja ja ¡Loco!
-Dime qué me harías para
encenderme más, Julia…
-¡Te haría de todo! Sólo porque me
has caído bien. Te llevaría a Nancy o a
Perla para que vieran cómo te sale…
¡Yaaaaaa! ¡Fue mucho para mí!
-Dime cómo lo harías, preciosa…
-¡Te jalo, pues! ¡Ándale, pero
mastúrbate, Valentino! ¡Prométeme que
te lo jalas!
-Te lo juro que lo hago
-¡Bueno, a ver, dame la verga!
¡Ponla en mi mano! ¡Uuy, Dios mío! Ya
me espanté de mí. ¡Jamás pensé decir
algo así…! ¡Te la beso, Valentino! ¡Te
la muerdo! ¡La meto toda en mi boca!
¡También muerdo tus huevos! ¡Los tienes
lindos, hermosos! ¡Me como todo lo que
tienes, Valentino! ¡Dios mío, qué locura!

(Chat con Pepe)


Al reencontrarme con Pepe en
internet, le conté de un viaje a Cancún,
en el que mi mujer retozó, uno tras otro,
con dos turistas españoles.
-¡Qué emocionante! Yo me
emociono cuando sé que una vieja se
come vergas grandes. Cómo has de
gozar viendo a tu mujer. Y te confieso
algo, ¡qué diera yo por ver a mi vieja
así! Pero eso se murió hace años. El
sexo ya no cuenta entre nosotros. Pero si
pidiera algo, sería eso: ¡ver a mi vieja
comiéndose una buena verga!
-A propósito de tu mujer, ¿te contó
algo?
-¡Que le producías unos orgasmos
riquísimos…! Ja ja ja … ¡Que eras el
mismo diablo! Bueno, no me contó, pero
yo la hackeo y en la computadora quedó
todo. ¡Lo leo y me vengo a lo cabrón!
-¡No maaames! ¿En serio? ¿Y te
gustó lo que leíste?
-Sí, sí me gustó…
-¡Pinche Pepe!
-Todos tenemos nuestros secretos.
Tú me has dicho los tuyos. Yo te digo el
mío. Me calienta lo que platicas con
Julia. Me calienta cómo la veo ahora,
arreglándose, cantadora, feliz.
-¿Sirvió, entonces?
-Estoy seguro que se calienta con lo
que le dices. ¡Si yo me vine de haberlo
leído! Además, la noto medio
apendejada.
-¿Has leído todo lo que le digo?
-Sí, todo…
-¡Eres un cabrón, Pepe! Abusivo.
¡No maaames!
-Es que no sabes… ¡Es un morbo
bien cabrón! Es como si los viera a
escondidas. ¡Como si los espiara!
-¿Te digo algo? Tal vez por su
religiosidad, por su mojigatería, me he
dado unas calentadotas con ella, Pepe.
-Sigue platicándole. ¡Nos das
alegría a los dos! Bueno, ella no sabe
que yo sé
-Ja ja ja ja. Y ella dice que si tú
supieras lo que le digo, ¡te daba otro
infarto…!
-Casi me da… ¡pero de calentura!
-¡Qué cabrón! Así que te diste cuenta
de todo…
-Seguro le gustó que le platicaras
todas las cogidas que dabas a tus viejas,
Valentino…
-La verdad, me calentó mucho tu
mujer. Te lo juro. Aunque a veces da la
impresión de que exagera en su papel de
moralista.
-Eso sí. Yo sé que exagera, pero así
es. Casi una santa.
-Pues te digo algo, ¡yo si me la
cojo…!
-¡Eso me gustaría! De veras. Sería
sensacional ver cómo te la coges… ¡Lo
máximo! Pero sólo son deseos, porque
no creo que quiera…
-¿No te molesta todo lo que le he
dicho?
-¡Para nada! Yo hubiera hecho lo
mismo.
-Julia me dice que tú eres asexual.
-Porque estamos separados en eso.
Hace años que no cogemos.
-¿No te pone celoso lo que le digo?
-Mira, tú tienes tantas viejas que una
más no es de cuidado. ¿Cuántas viejas te
has cogido? ¿300?
-Ja ja ja ja.
-Creo que jamás tendré tus
experiencias, Valentino. Debe ser lo
máximo ver a tu vieja cogerse con otro.
¡De locos!
-Pues no lo haces porque te pones a
rezar, güey, en vez de encuerarla y
pasearla por la playa o en lancha.
¡Imagínala encueradita, a mar abierto!
-¡…Y con dos güeyes cogiéndosela!
Me gustaría. ¡De veras, Valentino, me
gustaría…!
¡Te confieso que me encantaría que
agarrara buenas vergas y que se la
cojan.

-Qué onda, putito. ¿No saludas?


-Hola, Valentino. No me di cuenta
que estabas.
-¿Ya cogiste con Julia?
-Nada. Nada…
-¡Toma viagra, carajo!
-No sirve. ¡Es una mamada! Ya tomé
dos veces y nada.
-¿Serio? A lo mejor lo tuyo es
mental.
-Puede ser, pero nada. Tiré mi
dinero. Tú, ¿qué usas?
-Jajajaja La mejor droga, compadre:
¡el cerebro!
-No mames. Enséñame fotos donde
tu vieja esté con cabrones que tengan la
verga parada.
-Oye, güey…. ¿te gusta ver vergas
paradas?
-¡Sí, me gusta ver vergas! Te lo
confieso. Pero no para putearme. Me
excita ver vergas por lo paradas y duras.
Me imagino que si yo la tuviera así, ¡qué
feliz sería mi vieja y otras! Por eso me
excitan.
-¡Ah, chingao! Me sorprendes, Pepe.
-Pero no mamaría alguna.
-No necesita disculparse, cabrón.
¡Cada quién sus gustos! Además,
estamos en confianza.
-Pues sí, es rico eso, Valentino. ¡Me
gusta ver buenas vergas! Supongo que es
rico ver una verga parada antes de que
se cojan a tu mujer. ¡Me gusta ver vergas
bien grandes y paradas! Fantaseo
pensando que así la tengo yo.
-¿Te gustaría ver a tu vieja prendida
de otra verga?
-¡Me encantaría que le gustara hacer
de todo! Que tuviera valentía para
hacerlo. ¡Que tuviera libertad sexual! Si
mi esposa estuviera con otros, gozaría
con todo lo que
hiciera. Además, nunca he visto a
una mujer cogiendo con dos. Si viera a
mi mujer así,
¡sería increíble! Mándame otra foto
de tu mujer.
-Va…
- ¡Qué buena verga! ¡No mames! Ya
se me antojó... Tenerla así, claro. ¡Así
de firme! No mames... ¡está muy buena!
-Sabía que estas fotos te iban a
emocionar, Pepe.
-Ya sabes de qué pie cojeo. Y si ella
se la come,¡ me pone más duro! Sólo así
logro la erección. ¡Te debo mucho,
Valentino! Con lo que has contado de tu
mujer me regresó el deseo sexual. Oye,
¡qué foto! ¡Esa si es verga! No mames.
¡Qué buena verga se comió con ese
lanchero! Esa ya es otra buena verga,
pero la anterior estuvo mejor.

-Hola, putito...
-Estaba viendo la verga del
lanchero, Valentino. No mames. ¡Esa sí
es verga!
-Oye, ¿te cogiste a tu vieja antes de
casarse, Pepe?
-¡Ni madres! Ni eso, siquiera. Hasta
que nos casamos.
-¡Uta, si que eres muy güey!
-¡Ya sé, güey! Ni me digas. Por eso
te tengo de maestro.
-Yo también me cogí a mi mujer
hasta que nos casamos.
-¿Pero qué tal después? ¡Mi
admiración para ti, Valentino! Esa
mentalidad abierta que tienes, jamás la
tendré. Tu esposa debe ser muy feliz.
Valentino. Debo reconocer que te has
convertido en mi guía. ¡A ti te acepto lo
que sea…!
-¿Hasta que me coja a Julia?
-¡Sí, hasta eso...!
-Conste, ¿eh?
-Ya me voy a volver tan libre como
tú, Valentino…
-Verás que es muy emocionante…
-¿Tú crees?
-Por supuesto. Es más, ¿por qué no
organizamos algo para cogerme a tu
vieja y que tú mires? Ella no sabrá que
tú y yo lo planeamos. Ahí te va: Llego a
tu casa. Te escondes. La cortejo. ¡Me la
cojo y tú atisbas!
-Todo está en que lo organicemos
bien…

Pepe sudaba como si estuviera en


un sauna. La bragueta, abierta. La mano,
tensa, aprisionando la verga. Dura,
como piedra.
‘¡Y sin pinche viagra!’, alardeó.
-Bien me lo dijo Valentino. Esto
dispara todos los sentidos. ¡Siento que
algo me quema todo el cuerpo.
Jadeando, sin dejar de sobar la
verga, Pepe goza con el impensable
escenario:
Valentino empina a Julia sobre la
mesa y le remanga la falda hasta la
cintura.
De un violento tirón le quita las
bragas y deja expuesto el apetecible
trasero.
Julia emite un leve quejido ante la
embestida y apenas si acierta a decir:
-¡Me espantas, Valentino! Me
espanta tu violencia… ¡Es diferente a
estarlo platicando!
Sudando, atrapado por la excitación,
Pepe contempla la escena escondido tras
el cortinaje de una puerta. Esperaba
ansioso que Valentino desenfundara y
arremetiera con furia sobre su mujer.
La vista le parecía irreal. ¡Increíble!
Su mujer, su religiosa y mística mujer,
casi una santa, en pose procaz,
esperando, tal vez deseando, que por
primera vez otro hombre llegue a
lugares de su cuerpo sólo conocidos por
él.
-¡No lo puedo creer! ¡No lo puedo
creer! -se repetía Pepe- mientras se
entusiasmaba con la dureza de su
erección. Le costaba aceptar tanta
excitación, viendo cómo Valentino
empalaba con brutalidad a Julia.
Julia, la casta Julia, la santa Julia,
tumbada en la mesa. Con la falda hecha
bolas en la cintura. Los calzones, por un
lado. En el piso. Y ella, acodada en el
mueble con el cuerpo en escuadra. Las
piernas abiertas y la visión
esplendorosa de culo y vulva.
-¡En tantos años de casados, jamás
vi así a Julia!-se sorprendía Pepe-.
Un latigazo eléctrico le recorrió la
espina dorsal cuando vio a Valentino
zafarse pantalón y calzones. Un mástil,
duro como el metal, enfilaba a los
puntos secretos de su mujer. -¡Ay,
güey! Siento que el corazón se me sale.
¡Vamos, Valentino! ¡Llégale! Me estoy
masturbando, ¡por Dios! Qué vergota,
Valentino. ¡Eres mi héroe! ¡Métesela!
¡Métesela, ya! ¡Síguele, güey, que casi
me vengo!
Pepe hablaba entre dientes,
mascullando apenas.
Valentino tomó las caderas de Julia
y con la punta le picó apenas.
Ante la sorpresa de intruso y marido,
Julia, la santa Julia, grita:
-¡Así, Valentino! ¡Métela toda!
¡Reviéntame el culo! Quiero sentir.
Quiero saber qué se siente. ¡Ay, Dios,
qué locura!
Aferrado a las caderas de la señora,
Valentino se desliza hacia abajo y queda
en cuclillas. Acerca la cara y con la
lengua como un afilado estilete recorre
la fina línea que divide en dos el
trasero.
Enseguida, sin delicadeza, le separa
las nalgas. Clava la lengua y lame con
furor.
-¡Valentino! ¡Valentino! ¿A dónde
me llevas, infame pecador? ¿Qué
sensaciones del demonio me das?
¡Siento que levito, Valentino! Tenías
razón, esto es la gloria…¡Es el cielo en
la tierra…!
-¡Puta madre! ¡Qué mamada! Nunca
imaginé que Julia aceptara eso. ¡Pinche
Valentino, la estás pervirtiendo…!
Julia nunca había aceptado comentar
el rol del sexo anal. Perversiones de
degenerados, decía. Cochinadas del
infierno. Afición de desquiciados.
Pepe, en su escondite, aceleraba el
movimiento de su mano. Sólo atinaba a
repetir:
-¡Qué mamada! ¡qué mamada!
Julia, desbordada, respingó el
trasero. El instinto quebraba su rancia
moral. Era su primera vez en esa
conexión electrizante mujer-hombre.
Nunca imaginó que existiera esa extraña
e insólita comunicación que le estrujara
todo su sistema nervioso. Valentino, con
una lengua que lameteaba todo, llegó al
epicentro de un volcán que, generoso,
ofrecía su fuego. Desbocado, se
sumergió en aquella deliciosa humedad
caliente.
-¡Este Valentino es un cabrón! ¡En
mi pinche vida pensé hacerle algo así a
Julia!
Entre gemidos y grititos de placer,
Julia estalló en una 'venida' que la llevó
a agitarse frenéticamente sobre la cara
de Valentino.
"¡Eres maravilloso, Valentino! ¡Eres
lo máximo como hombre!", dice Julia
mientras desesperada termina por
tumbarse la falda y arrancarse la blusa.
Valentino mismo se encarga de
quitarle el sostén.
¿Cuánto hace que Pepe no veía así a
Julia, totalmente desnuda?
¡Desnuda y ante un extraño! Parecía
una imagen de exaltación y pesadilla.
-Qué pechos tan firmes tienes, mi
amor...
-¡Para ti, Valentino! Haz lo que
quieras. ¡Son tuyos, corazón!
Valentino chupó uno y otro, ante una
Julia que se doblaba hacia atrás en la
mesa. Estremecida, cerraba los ojos
mientras una sonrisa de satisfacción le
partía el rostro.
-¡No lo puedo creer! ¡Me cae que no
lo puedo creer! -balbuceaba Pepe en su
escondite.
Julia disfrutaba el repiqueteo de
unos golpes en su vientre. Bajó la mano
y apresó un trozo de carne dura y
caliente. -¡Qué linda verga tienes,
Valentino!
Rendida, Julia se dejó resbalar por
el cuerpo de Valentino. Hincada, quedó
frente al monstruo que tanto temía.
-¡Te la ganaste, cabrón! ¡Contigo
haré mi primera felación! -dijo resuelta,
sin que le importaran ya las palabras
que soltaba.
Siempre creyó que el sexo oral era
un acto de pervertidos. Un acto de
cochinos. Un acto de repugnancia. Pero
ahora, ese asco que imaginaba, se
convertía en apasionado ardor con la
verga de Valentino en su cara.
Sujetándola con firmeza en la base, la
besaba y mordisqueaba.
-¡Tú sembraste en mí la semilla de
la tentación, Valentino! Me inquietaron
los relatos de tus putitas. Dime cómo te
lo hacían. ¿Cuál fue tu mejor mamadora?
Dime cómo te lo hizo. ¡Yo te lo voy a
hacer mejor! ¡Voy a ser tu mejor puta! A
través de nuestras pláticas aprendí a
desearte, Valentino. ¡Y a desear
mamarte esa verga tan linda que tienes!
Deseaba besarte en todas partes.
También en tu verga. La soñaba. Quería
meterla toda en mi boca. ¡Saber qué se
sentía! Oía a tu verga pedir que la
mamara. Y no me importaba si otros se
daban cuenta. Si Pepe se daba cuenta.
Quería tenerla toda para mí. ¡Tampoco
me importaba si se derramaba! Estaba
dispuesta a tragarme tu semen, que estoy
segura sabe rico, riquísimo.
¡Me hiciste tu puta, cabrón! ¿Y sabes
qué? ¡Me gustó!
Hace años que no tengo sexo con
Pepe. Y mira, es un regalo de Dios tener
tu verga aquí. Dura, firme, deseosa de
que me la coma toda.
¡Me cambiaste, Valentino!
Cambiaste mi vida. Vivía en la
desesperanza. En un mundo gris, plano,
sin chispa ni estridencia. Contigo volví
a soñar, cabrón. ¿Me dejas que te diga
cabrón? ¡Eres un cabrón, Valentino!.Un
cabrón divino. Me has hecho sentir lo
que jamás he sentido con Pepe.
¡Tienes razón, Valentino, en todo lo
que decías! Una mamada es como un
paraíso compartido. No es cosa de
Satanás, Valentino, como yo creía. ¡Es
una bendición de Dios! Lo sé, Valentino.
Lo aprendí contigo: ¡El sexo no es de
Satanás… es de Dios!
Julia acariciaba suavemente el tallo
y recargaba su cabeza en el vientre de
Valentino. Con la lengua tocó la punta.
Se excitó al sentir la sacudida de
Valentino, que tembló de gozo. Luego
envolvió la cabeza con sus labios y
lentamente la introdujo toda en su boca,
como le había contado tantas veces
Valentino.
Cuando Valentino sintió los labios
en la base, supo que la santa Julia la
había devorado toda. ¡Una oleada de
placer lo invadió y gritó, bramó, al
venirse!
Julia se sorprendió al tragarse sin
remilgo alguno la descarga, evitando
que la presa escapara de su boca.
"¡Julia! ¡Julia!", gemía Valentino,
mientras sus manos crispadas revolvían
el pelo de aquella cabeza empotrada en
su bajo vientre.
Aferrada al trasero de Valentino,
Julia seguía saboreando aquello que
empezaba a perder consistencia.
-¿Lo hice bien, Valentino? ¿Te gustó,
Valentino? Dime que lo hice mejor que
cualquiera de tus putas. ¡Dímelo,
cabrón!
-¡Lo sabía, corazón! ¡Lo hiciste
genial, Julia! ¡Sensacional!
-¡Dime que fui la mejor de tus
putitas! ¡Dímelo, Valentino! ¡Dime que
nadie te dio una mamada así! ¿Verdad
que soy tu puta favorita? ¡Dilo,
Valentino!
-Por supuesto que sí, hermosa.
Estuviste fantástica. Y sí, ¡claro que eres
mi puta favorita!
Valentino levanta a Julia y la abraza.
El contacto de los cuerpos, entrañable y
prolongado. Valentino reacciona al
sentir los muslos de la señora.
La erección es completa. Valentino
aprovecha y se coloca entre las piernas
de Julia.
-¡Corazón, eres maravilloso! En mi
vida sentí algo así. Ahora, ¡cógeme!
¡Cógeme como solo tú sabes! ¡Cógeme
como te coges a tus putitas!
Dame ese placer que les das a ella y
las vuelves locas. ¡Házmelo, Valentino!
¡Méteme la verga! Como tú quieras,
amor. Hazlo como quieras.
No me importa que todos se den
cuenta. No me importa que Pepe se
entere. ¡No me importa nada más que tú!
¡Vuélveme loca, Valentino!
¡Reviéntame, Valentino, por tantas
noches que me dejaste caliente,
ardiendo!
Valentino acomodó a Julia a gatas,
de tal manera que Pepe pudiera ver a
detalle cómo la penetraba. Pepe casi se
desploma al ver que Julia, por iniciativa
propia, recarga la cara en el piso y
levanta el trasero.
Pepe está impactado, estupefacto,
incrédulo. Sorprendido, tanto por la
entrega incondicional como por el
lenguaje desmesurado de Julia. Jamás la
imaginó tan temeraria. Tan capaz de
tanto atrevimiento y audacia.
-¡Quiero tu verga adentro, Valentino!
¡Que me cojas como te coges a tus putas!
¡Quiero ser una de tus putas! ¡La mejor
de tus putas!
Todos tus relatos, todas tus historias,
me hicieron desearte como no tienes
idea. ¡Anhelaba ardientemente que
estuvieras dentro de mí! ¡Que me
cogieras así como eres, loco, bruto,
inmoderado, feroz! Que me dieras con
todo, Valentino. ¡Que me rompieras el
culo, papacito! Oh, Valentino, ¡qué lindo
es tenerte!.
Pepe, mientras tanto, tartamudea:
-Me emociona ver tu verga lista para
entrar. ¡Eso me calienta a madres, güey!
Qué buena verga, güey. Lo dicen
todas tus viejas. Ya lo dijo Julia. ¡Y
ahora lo digo yo!
Valentino enfila hacia Julia. La toca
apenas. Solo un piquete.
-¡Yaaaa, Valentino! ¡Métela! El grito
es de Julia. El grito ahogado es de Pepe.
Julia, desesperada, empuja hacia
atrás y la engulle con furia. Valentino
empieza a meter y sacar. Alterna el
bombeo entre lo suave y lo frenético.
Julia, en algo que en su vida había
hecho, agita el trasero como palmera
sacudida por el viento.
Pepe está bañado en sudor.
Jalándose la verga. Desde su posición
de mirón, la escena es diabólicamente
ardiente.
-¡Qué rico te está cogiendo este
cabrón, mamita! Te está cogiendo con
furia. Te veo y no lo creo. ¡Cómo gozas!
Y gozo con tu gozo, Julia. ¡Esto es de
otro mundo!
-¡Dame verga, Valentino! ¡Dame
duro!- pide Julia.
-Quiero ver cuando eyacules,
Valentino - masculla Pepe- ¡Aviéntale
toda tu leche a mi vieja! ¡Estoy que me
quemo, masturbándome!
Valentino deja de atacar. Da vuelta a
Julia. La acuesta boca arriba. Le abre
las piernas y las levanta. Admira por
unos instantes un paraje solo conocido
por Pepe
-¡Qué hermosura, Julia! ¿Por qué
nunca me dijiste lo que tenías?
Valentino acomoda las piernas de la
señora en sus hombros y pasea la punta
apenas por encima. Sin meterla.
Rozando apenas.
"¡Ya, Valentino! No me hagas sufrir.
¡Métela ya, por favor! ¡Métela! ¡Quiero
adentro esa verga linda!", grita Julia
ansiosa.
Tras las cortinas, Pepe, siempre en
voz baja: " ¡Qué rico te la coges, güey!
Me tienen a punto de la 'venida'… Si se
la mamas, deja afuera tu verga. ¡Quiero
ver cómo se te para!
Me excita que ella consiga parártela.
¡Ha sido más fría que la puta madre!
¡Qué rica se te ve la verga, güey! Me
gusta ver vergas paradas. ¡Cógetela!
¡Cógetela, cabrón!" Valentino desbarata
la posición y endereza a Julia para
llevarla a un plano extremo. Se acuesta
de espaldas al piso, a un lado de ella y
le ordena: ¡Móntame!
Julia se coloca encima de Valentino
y deja caer su cuerpo. Siente la erección
en su vientre y con las manos la
acomoda entre sus piernas. Meneándose,
la lleva a su interior. Con el fuego en las
entrañas balancea las caderas adelante-
atrás. Sus ojos miran directamente los
de Valentino. Las narices se rozan. Los
labios se unen apenas.
"¡Ahora sí me la voy a tragar toda
hasta exprimirle hasta la última gota,
cabrón!", exclama exaltada y retadora.
Lo abraza por el cuello y acopla sus
movimientos con los de Valentino, que
le sujeta con firmeza y vigor las nalgas.
Empuja hacia adelante y
hacia atrás, con aquella estaca en sus
entrañas.
-¡Estoy cabalgando, Valentino! ¡Te
estoy montando! ¡Pude hacerlo! ¡Esto es
maravilloso! ¡Genial! ¡Increíble! ¡Oh,
Dios, esto es celestial!
Julia empieza a sacudirse. Lo mismo
hace Valentino. ¡Dos cuerpos en uno,
convulsionados y estallando en una
vorágine feroz!
-¡Eres un cabrón, Valentino, qué
cogida le estás dando a mi mujer! ¡Pero
qué rico, güey, también me 'vine'! Eres
un cabrón. Me están temblando las
piernas. ¡Eres un campeón, Valentino!
Me gustó cómo te la cogiste, güey.
¡Carajo! Derramé todo en el piso.
¡Qué gozo me has dado, Valentino!
Ver tu verga entrando en la panocha de
Julia fue lo máximo. ¡Estoy súper
caliente! Normalmente no tengo la verga
así de dura ¡y ya me
'vine'! Fue fabuloso ver tu verga
entrando y saliendo y bombeándola
duro. Eres mi todo sexual. ¿Cómo te lo
pago, güey?

-Hola, Valentino. ¿Cuándo lo


hacemos de nuevo?
-Cuando quieras... ¡Pero te puede
dar otro infarto, güey! Son emociones
muy cabronas.
-Ya qué… ¡Prefiero morir así!
¡Viendo tu verga entrando en el culo de
mi vieja es lo máximo! Qué rico, güey.
Me encanta calentarme contigo. Quién lo
diría.
-Es tu señora, Pepe, la que te
revoluciona las hormonas.
-Pues no hablo con ella sino contigo.
¡Tienes magia, güey! Me encantó ver
cómo le gustó tu verga. Cómo sintió con
tu verga. Me causa morbo ver lo que
sintió mi vieja
con tu verga. O lo que hizo contigo.
Ver cómo disfrutó. Y mira, llevo más de
treinta masturbadas platicando contigo.
¡Te envidio, Valentino!
Todo lo que has vivido ha sido
sensacional, Valentino. Pero yo ya viejo,
¡ya qué chingaos! Sólo me queda
aprovecharte y saber de tus desmadres
para calentarme. Reconozco que
lograste lo que ni el viagra pudo. En
cuanto te veo en internet, ¡se me para la
verga! Ja ja ja ja. Eres el único hombre
que me para la verga cuando lo veo.
Ver cómo se la metías a Julia, me
enervó. Te la cogiste muy rico. ¡Qué
rico coges, güey! Quiero que te la
vuelvas a coger. ¡Que le des verga hasta
que se harte!
-¿Viste cómo me chupó los huevos y
cómo me acariciaba la verga?
-Sí. ¡Y hubiera querido ver cómo se
tragaba tus mocos, güey! De recordarlo,
ya se me paró la verga. Parece que veo
cómo se la metías. Así, rico,
¡rompiéndole el culo!
¿Así te coges a todas, papacito? Sé
que les rompes el culo y les encanta.
¡Qué rico coges, güey! Estoy
ardiendo de acordarme cómo golpeaban
tus huevotes las nalgas de mi vieja.
-Fue una experiencia fabulosa.
Cuando quieras nos ponemos de acuerdo
para la próxima vez, Pepe.
-Oye, güey, en la próxima, ¿me dejas
dirigir tu verga en la panocha de mi
vieja?
-¡No chingues! ¿Qué tal si en vez de
dirigirla a la panocha te la quieres
comer?
-¿Te molestaría, Valentino? Obvio,
si está buena, ¡me la como! Si no, pues
no.
-¡Ah, cabrón! ¿Cómo que te la
comes? ¡Eso no, compadre!. Sólo miras.
Hasta ahí. Confórmate con ver cómo le
meto la verga a tu vieja…
-No mames, güey. ¡Nada más me
calientas! ¿Me estaré volviendo puto?
Me calienta leer de tu verga y pensar
en lo que le hace a mi vieja. Lo que pasa
es que me gusta leer lo que le harías
ahora a Julia. Y, mira, ¡yo sentí que ya
estaba muerto para el sexo! Tú
encontraste la llave de mi sexo. Por eso
confío en ti.
Te confieso que me metía 4
masturbadas diarias cuando te
calentabas a Julia en el chat. ¡Me
encanta que te la cojas! Pero eso es
entre tú y yo. Tampoco ando diciendo a
todos
que me gusta la verga, güey.
¡Qué rico que me guste ver cómo te
coges a mi vieja! Perdí mucho tiempo,
carajo. ¡Ahora viejo, ya qué!
-Pues tú dices cuando repetimos la
cogida. ¡Y qué cogida! ¿eh?
-Tengo miedo y tengo ganas de
repetirla. Tengo todo, Valentino.
-¿Miedo a qué, güey?
-Pues no sé, Valentino...
-No seas sacatón, Pepe…
-Tal vez a enfrentar a Julia. Con algo
que jamás hemos hablado. La otra vez
no se dio cuenta que yo vi todo,
escondido. Si sabe que yo te la puse, ¡se
caga!
-Pues no la enfrentes. Simplemente
crea las condiciones. Como la otra vez.
-¡Gracias a ti, ahora soy muy
caliente! Necesitaba algo así y tú caíste
como del cielo. Luego que ya nada de
nada de sexo, nada más te veo en el chat
y me prendo. Se me para la verga.
Pienso que me vas a mandar fotos de
tu vieja o que me vas a contar cómo te
volverías a coger a mi vieja. Por eso
siempre ando con la verga dura, como
hace años no sucedía. Así que mi
querido Valentino,¡ ahora soy feliz…!
Mi mujer es feliz. Los dos somos felices
¡y tú eres el causante!

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