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SWEET HOME

Catherine Hall

El texto comienza describiendo la historia de intrigas maritales y políticas entre el rey


Jorge III y la Reina Carolina, o la Reina agraviada. Jorge y Carolina era un típico
matrimonio por conveniencia. Cuando Jorge está listo para coronarse Rey intenta sacarse
de encima a Carolina con calumnias y así coronarse en soledad. Pero la opinión pública en
1820 se inclina por la Reina castigando al Rey. Lo condena por ser un mal padre o cabeza
de hogar, por no llevar dignamente un hogar, por no representar en su seno la “virtud
doméstica”. ¿Cómo un Rey puede ser un buen Rey si no es buen marido, padre y esposo?

El caso de la reina Carolina marcó uno de los primeros momentos públicos en los que
quedó demostrado el importante apoyo del que gozaba la nueva visión del matrimonio y
las relaciones sexuales. El pueblo exigía del rey no solo responsabilidades hacia los
ciudadanos, sino también responsabilidades familiares en su hogar. Para 1820 la virtud
domestica era la base de la civilización británica. La monarquía después de Jorge y
Carolina se cuidó bien en las apariencias de mostrar una virtud domestica para con sus
ciudadanos. A partir de 1820 quedó claro que, si un monarca quería ser popular, debía
estar domesticado. El libertinaje sexual ya no estaba de moda, el matrimonio y la familia
sí.

El mensaje de los evangélicos: cambiar su vida

¿Por qué la opinión pública cambió? ¿Cómo se creó una mayoría moral de ciudadanos que
aglutinaba a grupos tan dispares de ideologías, anglicanos, unitarios, conservadores, whigs
y radicales? Esta mayoría moral era el resultado de décadas de lucha intelectual durante
las cuales se habían definido las relaciones entre hombres y mujeres; 1820 fue uno de los
momentos en los que quedó reflejado el peso y la importancia de dichos temas para la
opinión pública.

La doctrina evangélica apareció a fines del siglo XVIII y fue la base para la promoción de
estas nuevas ideas. Con raíces en las clases bajas pretendía reformar la iglesia desde
dentro apelando para ello principalmente a los ricos. W. Wilberforce y Hannah More son
sus representantes principales. El mensaje evangélico se centraba en el pecado, la culpa y
la redención. La redención se lograba con un correcto accionar de la vida espiritual
individual. Una fe como esta exigía mucho de sus adeptos. Y para lograrlo se necesitaría
una ayuda muy poderosa. Había que machacar en todo minuto, Dios todo lo ve y en todo
momento. Periódicos, clero, cada uno debía celar por el comportamiento del otro, ya que
la primera misión evangélica era ganar la salvación por mantener una conducta intachable
en cada momento, y la segunda meta era evangelizar, o sea, vigilar que el prójimo se
comporte de la misma forma. Por eso la familia era vital para este esquema. La familia era
un lugar de reposo y regocijo donde esconderse de los pecados del mundo. Los hombres
estaban más expuesto a esos pecados que las mujeres porque son ellos los que llevaban a
cabo actividades comerciales fuera del hogar. Por eso los mayores esfuerzos de los
evangélicos se centran en la familia y en la vida cotidiana, por su independencia del
mundo que le rodea.

La moral familiar de Hannah More

Pero había que desarrollar unas reglas de conducta a seguir. Aquí entra Hannah, escritora
evangélica que se destacó por sus esfuerzos en proporcionar modelos de hombres y
mujeres cristianos, patrones de conducta a seguir en la vida cotidiana. En la década del 80
escribió una seria de libros orientados a las clases altas con la intención de reformarlas
moralmente. La Revolución Francesa la conmovió al punto de incrementar sus esfuerzos,
en parte a instancias del gobierno, para convencer a los ciudadanos de la importancia del
mensaje cristiano. La pasión espiritual y moral de sus escritos la convirtieron en la autora
más leída de su época.

More veía como fundamental la búsqueda de la salvación religiosa donde la familia


ocupaba un posición fundamental. Pero los deberes de hombres y mujeres para tal fin
presentaban diferencias bien marcadas. Hay que remarcar que More comenzó escribiendo
para los pobres, pero luego apuntó a la burguesía, que fue donde más adeptos captó.,
cosa que nunca hizo con los pobres. Fue en su novela Coeleb in search of a wife donde
explica de forma didáctica y narrativa como deben comportarse hombres, mujeres y
ambos para obtener la salvación y ser buenos cristianos. En la novela se observa a un
personaje que es el patriarca de una familia de campo que More toma como modelo de
hombre ejemplar. Ya no representa al hombre interesado en la caza, pesca, comida y
bebida, él es un propietario con un objetivo moral serio, encargado de la economía y la
moral, tanto de su familia como de sus empleados a cargo. Se tomo en serio sus deberes
familiares, ya sea marido o padre. Padre atento y siempre dispuesto a hablar que se apoya
en la familia y disfruta de la vida domestica. El nuevo hombre cristiano debe desempeñar
su trabajo con espíritu religioso y cuidando su alma y el alma de quienes lo rodean,
además de ejercer cristianamente la autoridad.

Dos esferas: hombre público y mujer privada

El hombre se movería en el mundo público y la mujer debía centrarse en su hogar y


familia. More creía que el hombre y la mujer habían sido creados para ocupar esferas
diferentes, no solo lo dictaba la Naturaleza sino también las costumbres dictaban. Si se
intentaba salir de cada esfera la Naturaleza se encargaría de hacer fracasar ese intento.
Todos aquellos que abogaban por una igualdad de los sexos era inmoral y contra natura. Si
la mujer quería triunfar en la esfera del hombre significaría la negación de las tareas y
deberes particulares que Dios le había otorgado. Esto no quería decir que las mujeres no
tuvieran influencia. Los hombres ostentaban el poder del mundo, pero la mujer debía
cuidar del hombre y que estos la escucharan, siguieran sus consejos y apreciaran sus
palabras. Las mujeres en el seno del hogar gozaban de un status y dignidad que implicaba
un reconocimiento por sus habilidades exclusivas y especiales.

La evangelización era incansable en su trabajo por su convencimiento de que realizaban el


trabajo del señor. Para mediados del siglo XIX ya se había extendido por toda la iglesia
anglicana y el control sobre instituciones tanto eclesiásticas como estatales era muy
amplio. Tenían grandes enemigos, pero para mal de las mujeres, las otras ramas de la
iglesia Anglicana compartían el concepto de las diferentes esferas de la masculinidad y la
feminidad.

¿A qué se debió esta transformación, que ocasionó que en 1820 la opinión pública
decretara que los reyes no debían despreciar los vínculos del matrimonio y de la vida
familiar? ¿de qué modo Hannah More, una subversiva radical y peligrosa a los ojos de
ciertos sectores de la Iglesia oficial en las últimas décadas del siglo XVIII, pudo convertirse
en un nombre familiar, citado desde innumerables pulpitos, elogiado en multitud de textos
y cuyos libros eran el regalo ideal para quienes se consideraban a sí mismos respetables?
¿Por qué cayeron en el olvido las viejas ideas relativas a la insaciable sexualidad de la
mujer y se adoptaron otras nuevas que ponían el énfasis en su modestia y su pasividad
natural? ¿Por qué el trabajo de las esposas, con el cual se había contado desde tiempos
inmemoriales, quedaba ahora limitado, en lo que a las mujeres respetables se refiere, a las
tareas domesticas? ¿Por qué las mujeres llegaron a convencerse de que su profesión era la
de esposa y madre, mientras los hombres tenían ante sí una inmensa diversidad de oficios
y actividades nuevas? ¿Por qué la burguesía llegó no solo a creer en la existencia de
esferas separadas sino a organizar sus vidas alrededor de estas creencias?

Los evangélicos trabajaron con ahínco para difundir sus ideas y encontraron un terreno
abonado. Pero el concepto de las esferas separadas no quedó solo en el ámbito religioso.
Pronto se extendió a toda nueva sociedad que se creara, clubes, instituciones,
fundaciones, etc. Podían ser admitidas las mujeres, pero al momento de la admisión, la
función a desempeñar variaba mucho dependiendo el sexo. Las mujeres, aun pagando la
misma cuota que los hombres, no podían participar en ningún modo de organización
formal y tenían acceso limitado a ciertos sectores y ser excluidas de acontecimientos
importantes.
A principios del siglo XIX se observa unas diferencias bien marcadas entre las esferas
correspondientes a los hombres de aquella correspondientes a las mujeres.

La familia Cadbury

No fueron solo las ideas religiosas la que definieron la separación de las esferas masculinas
y femeninas, públicas y privadas. Las circunstancias materiales de los hombres y mujeres
de la burguesía estaban cambiando y favorecían una división del trabajo (y esferas) entre
los sexos más neta.

Para ejemplificar estos cambios y como modifica más radicalmente las separación de la
esfera pública y privada o de los sexos y su división del trabajo, la autora toma a la familia
Cadbury. Familia de comerciantes de Birmingham a fines del siglo XVIII. Vivian arriba de su
negocio familiar (en esa época se acostumbraba vivir en familia en la planta alta del
negocio o en el edificio contiguo sobre todo para los burgueses). Era común que la mujer
ayudara en el negocio familiar además de atender a su familia de 8 hijos y su madre. Sus
cartas demuestran esta participación activa en el negocio familiar. El negocio prospera y
en 1821 el esposo compra una segunda casa a las afueras de la ciudad. Allí fueron a vivir
los niños más pequeños con sus criadas y los animales domésticos. Ahora la señora
Cadbury debía supervisar dos hogares, que junto con sus hijas mayores iba y venía
constantemente. Mientras tanto, los hijos varones fueron a aprender oficios y recibieron
educación formal. Sus hermanas no recibieron educación formal, ellas aprendían de su
madre los quehaceres del hogar, el horno, administración del hogar y la posibilidad de
ayudar ocasionalmente en el negocio familiar si era necesario.

Segregación creciente de tareas y espacios

Pero las prácticas comerciales estaban cambiando de tal manera que era cada vez más
difícil mantener este tipo de negocio familiar. La ley no le daba participación a la mujer en
firmar contratos, demandar o ser demandadas o formar parte de una sociedad. Solo los
hombres tenían entidad jurídica ante la ley. Desde el punto de vista jurídico el hombre era
responsable ante la ley, y la sociedad entre marido y esposa de cara a un negocio familiar
era de tipo informal. La profesionalización del comercio e industria y su crecimiento,
desarrollaron nuevas prácticas comerciales que hacían imposible este tipo de sociedad
informal entre marido y esposa. En tal expansión las sociedades se formaban entre
hombres con afinidades por parentesco o religiosas, debido a las restricciones legales que
impedían la participación de las mujeres. Por consiguiente, los nuevos sistemas de
educación que surgieron para satisfacer las necesidades de las clases mercantiles, no
estaban abiertos a las mujeres. Así, la mujer se fue relegando al hogar y el hombre
dinamizó sus relaciones con otros hombres para fundar sociedades de todo tipo.
Ya no se practicaba vivir arriba o junto al negocio. Las familias burguesas compraban casa
a las afueras de la sucia y ruidosa ciudad, lejos de todo eso. Se crearon barrios con ciertas
características arquitectónicas rigurosas. Esto hace que la división entre trabajo y hogar se
profundice, ya que los negocios no podían ser llevados “desde la casa de campo”. Los
cambios comerciales y económicos estimularon esta separación entre hogar y negocio. A
medida en que la empresa creciera, crecían los aspectos de trabajo en que la mujer no
podía participar. Se rompió la conexión física entre hogar y empresa. Al adoptar esta
decisión, se aceptaba la idea del concepto de esferas separadas.

Cottage y nursery

En este apartado la autora nos muestra como se fue modificando la arquitectura de las
casas de campo y se fue transformando en hogares con pautas delineadas según las ideas
burguesas, aplicando el concepto de separación de esferas masculinas y femeninas.

Una casa con un comedor y un salón, un cuarto de estudio y una guardería, respondía al
nuevo concepto. Los niños con cuartos independientes, la separación del lugar donde se
comía del de donde se cocinaba, la “naturaleza domesticado” de los jardines, donde el
hombre se ocupa de los árboles y la mujer de las flores, respondía al concepto de las
esferas.

“hombre”, trabajo y virtud

Los sueños de Hannah More se habían materializado en los ladrillos y el cemento de las
casas de la burguesía. El compromiso religioso que exigía un hogar regido por la fe, se
había materializado en la separación gradual del trabajo de los hombres y las mujeres.
Mientras al hombre se le abrían nuevos campos de trabajo (comercio, profesiones
liberales, función pública) la mujer se alejaba de ese mundo para hacer de la maternidad y
administración de la casa, su oficio. El hombre se movía en una esfera peligrosa para la
buena moral cristiana, por eso, el hogar significaba un bálsamo y un santuario de moral y
cariño donde la mujer era la encargada. La dignidad de un hombre residía en su profesión;
la mujer perdía su distinción si tenía una. Surge a mediados del siglo XIX la categoría de
“ama de casa”.

La aristocracia como la burguesía adopta estas costumbres para esta época ¿y los pobres?

La moralización de los pobres

Los evangélicos dirigieron sus esfuerzos hacia las clases altas en un principio, pero pronto
se redirigieron hacia la burguesía y en intentar mejorar los hábitos domésticos de los
pobres. Pero ¿Cuánto éxito tuvieron y en qué medida adoptaron los nuevos valores
domésticos las clases trabajadores del siglo XIX?

Esta transmisión de los valores burgueses a las clases trabajadoras se llevó a cabo
mediante un sinfín de sociedades filantrópicas. Pero sus pretensiones eran un tanto
grandilocuentes, y no sorprende que los hombres y mujeres de las clases trabajadoras no
se metamorfosearan milagrosamente por obra y gracia de las instituciones creadas por la
burguesía en hombres respetables y sobrios y mujeres domésticas y amantes de su hogar.
Pero tampoco rechazaron de plano los valores de esta cultura dominante. Se produjo un
proceso de negociación entre dominadores y subordinados. Los trabajadores mantuvieron
cierta independencia pero adoptando algunos conceptos burgueses de forma específica
de su clase. Así, los hombres y mujeres trabajadores no adoptaron en su totalidad el
concepto burgués del modo de vida correcto, pero ciertos aspectos, tanto religiosos como
laicos, sobre las ideas de masculinidad y feminidad y vida doméstica si encontraron eco.
Tomemos como ejemplo el alcoholismo. Muchos trabajadores lucharon voluntariamente
por la abstinencia en el hogar pues el alcohol era un destructor de hogares. La iniciativa
surge de trabajadores con conciencia de clase muy vinculados al cartismo, pero el
concepto es claramente tomado de modelos culturales de la burguesía.

Aunque influidos por las ideas dominantes, presentaban, sin embargo, inflexiones propias.

Elogio de la buena ama de casa: Francis Place

Para el trabajador las comodidades de la vida dependían de sus parientes femeninas. Pero
a las mujeres trabajadoras se les exigía cualidades diferentes de sus hermanas burguesas.
Mientras que a las esposas burguesas se hacía hincapié en la moral y en la administración,
a las esposas de los trabajadores se hacía hincapié en las habilidades prácticas como el
cocinar, limpiar y criar a los niños. La dignidad de una mujer radicaba en estas tareas.

La autora toma los escritos de Francis Place y William Cobbett para ejemplificar.

Place recurre a los dictados de las buenas costumbres para describir el papel de las
mujeres. Pero también sintió gran interés por mejorar los modales y la moral de la clase
obrera. Critica la promiscuidad, el alcoholismo que destruía familias. Place creía en la
conveniencia de tener una casa acorde al modelo burgués mucho antes que esto pasara
en la propia burguesía. Para Place nada degradaba mas a la familia que cocinar, comer,
criar a los niños en el mismo lugar (habitación) donde el hombre trabaja. Cuenta que
cuando jóvenes él su esposa y sus hijos vivían en un cuarto donde se realizaban todas las
actividades. Cuando logra construir un cuarto separado donde él pudiera trabajar escribe
“Esto permitía a mi mujer mantener el cuarto más ordenado, lo que fue también
ventajoso para sus efectos morales. El cuidado del niño no tenía lugar, como en el pasado,
ante mí. Se me evitaba la visión de las actividades domésticas: ya no tenía que presenciar
cómo se encendía el fuego, se fregaba y limpiaba el cuarto, se lavaba y planchaba la ropa,
así como cuando se cocinaba”.

William Cobbett y Cottage Economy

Periodista y escritor que en opinión de E.P. Thompson fue la influencia intelectual más
importante del radicalismo de principio del siglo XIX, demuestra el mismo tipo de
sentimientos con respecto a la cuestión de las esferas masculinas y femeninas. Thompson
sugiere que Cobbett fue el creador de la cultura radical de la segunda década del siglo XIX
“no porque ofreciera las ideas más originales, sino en el sentido de que encontró el tono, el
estilo y los razonamientos capaces de reunir al tejedor, al maestro de escuela y al
carpintero de barcos en torno a una idea común. A partir de las distintas reclamaciones e
intereses él obtuvo un consenso radical”. Pero el consenso radical de Cobbett seguía
situando a las mujeres en la esfera doméstica y defendió firmemente la vida hogareña y
los modelos familiares arraigados y probados.

Según Cobbett, las familias felices constituían la base apropiada de una sociedad ideal.
Con su tratado de economía doméstica rural Cottage Economy, esperaba contribuir al
renacimiento de técnicas domesticas y caseras que se veían amenazadas por una
economía de salarios. En la obra detallaba instrucciones para elaborar cerveza, ya que no
solo era más barato, sino porque satisfacía al hombre en el ambiente del hogar sin tener
que ir a la taberna. La mujer debía saber hacer pan, hornear, ordeñar para obtener el
respeto de su familia como de la sociedad.

Cobbett odiaba que una mujer rural se quiera asemejar a una mujer burguesa. El quería
que las mujeres de los granjeros volvieran a las vaquerías, pero no solo era una mera
vuelta al pasado, él exigía todo tipo de derechos nuevos para los trabajadores. Un salario
digno para mantener a mujeres y niños, libertad de pensamiento y sobre todo derecho al
voto, ya que la representación tenía que basarse no en la propiedad de bienes sino en el
trabajo honrado y en la posesión de un oficio. La mujer debía obedecer al hombre por ser
cabeza de familia, y este debía representar tanto política como legalmente a las personas
a cargo. La determinación de esto es natural del sexo.

Este reconocimiento de la docilidad y pasividad del espíritu femenino, esta creencia en


que la condición doméstica era algo “innato” en las mujeres y que la división entre los
sexos era la única base posible para conseguir la armonía social, esta aceptación de la
teoría de las esferas separadas por parte de las clases obreras radicales indica hasta qué
punto en ciertos sectores de la clase trabajadora las teorías sobre las diferencias sexuales
se habían apoyado en dichos postulados. Los activistas evangélicos disponían sin
duda de un terreno abonado sobre el que trabajar.
Salario familiar y mujeres en el hogar

El desarrollo de una política estatal relativa al trabajo femenino en la década del 40 pone
de manifiesto la coincidencia de las ideas evangélicas con las de ciertos sectores de la
clase obrera masculina. El salario familiar juega un papel importante, puesto que podría el
hombre mantener dignamente a una familia, un salario que pudiera mantener al hombre,
su mujer y sus hijos. Esto ya estaba arraigado en la clase burguesa, pero pronto iba a
introducirse también en la clase trabajadora. Los sindicatos lucharon por esto. Vemos en
la lucha por el salario familiar no una simple aceptación de los valores burgueses, sino más
bien una adaptación y remodelación para esta clase.

Un ejemplo es el trabajo de las mujeres en las minas. La creencia de que las mujeres de
clase media trabajaran por dinero significaba perder su feminidad era aceptado; en el caso
de los trabajadores las normas eran ligeramente diferentes. Se aceptaba que trabajaran,
pero en trabajos acordes con su Naturaleza. No estaba bien visto por los trabajadores que
las mujeres trabajaran en ambientes mixtos. Las minas era la negación más absoluta del
concepto evangélico de feminidad. Fue por medio de los evangelistas como punta de
lanza que se excluyó a la mujer del trabajo de las minas.

Los mineros de la clase obrera apoyaban la prohibición pero por razones diferentes de las
burguesas. A los trabajadores no les gustaba que los burgueses se entrometieran en
decirles como vivir. Abogaban por obtener mejores condiciones de vida y así poder
mantener a sus mujeres en el hogar, como lo hacían las mujeres de los dueños de las
minas. Pero había un motivo más poderoso para apoyar la exclusión. El trabajo femenino
mantenía bajo los salarios, esto atentaba contra los reclamos de los sindicatos por
mejores salarios. Las mujeres no podían pertenecer a los sindicatos, por eso no pudiendo
expresarse estaban perdidas. Odiaban las condiciones de trabajo pero necesitaban el
dinero. Sus voces no fueron escuchadas.

El Estado, los filántropos burgueses y los trabajadores legitimaron a los hombres en el


sostén de la familia y a las mujeres en el de esposas y madres.

En la aristocracia: una nueva privacy

En el siglo XVIII se produjo entre los terratenientes un viraje muy acusado hacia un nuevo
concepto de la vida doméstica, donde fue la elite de la burguesía mercantil y financiera la
inspiradora de estas ideas. A mediados de siglo se produjo una fusión entre las clases altas
con la alta burguesía. Las clases altas ajustaron su imagen de modo que resultara
aceptable para la moral de la clase media. Se volvieron más serios, más religiosos, más
hogareños y más responsables.

La crítica de la burguesía hacia las clases altas, de su corrupción e inmoralidad, alcanzaron


su punto culmine entre 1820 y 1830, pero se fue apaciguando en la medida que la
aristocracia y la alta burguesía demostraron un mayor aprecio por los valores domésticos.

Las mujeres, excluidas del mundo público o de mercado, dominaban en privado, por
medio del sistema de “etiqueta”, las normas de la sociedad. Eran los líderes de la
sociedad; eran ellas las que decidían quien era aceptado y quien rechazado socialmente.
La vida social se hizo más exclusiva y privada, desarrollándose en los hogares de los ricos.
Los refugios privados de la burguesía (el hogar), presentan un matiz ligeramente diferente
en el exclusivo mundo de la lata sociedad.

Para conseguir una mayor intimidad y aislamiento, las clases altas modificaron los hábitos
de construcción de sus casas. Los criados en el piso alto, cuartos separados para cada sexo
y solo 2 ocupantes por habitación. Los cuartos de los niños cerca de las de sus padres y
toda casa tenían una guardería. Los dormitorios para solteros se ubicaban en pasillos
distintos de los de las damas. Se introdujeron salones de fumar solo para los hombres,
siendo las damas las usuarias de los cuartos de estar. Toda la casa estaba dividida en zonas
diferenciadas según las damas o caballeros, mientras el comedor el lugar de encuentro
común en el interior, el jardín, una vez más, era el encuentro perfecto para los dos sexos.

El hogar era un lugar de dulces placeres en la imaginación nacional inglesa a mediados del
siglo XIX, pero estos placeres eran experimentados de modo diferente por hombres y
mujeres. Los hombres podían combinar las preocupaciones, inquietudes y satisfacciones
de la vida pública con los encantos del hogar, pero en lo referente a las mujeres no solía
existir esta dualidad: el hogar era su “todo”, el escenario “natural” de su feminidad.

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