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Compasión sostenible
Basándonos en el coraje y la alegría
El corazón de todos los seres humanos del planeta anhela estar en todo
momento libre de sufrimiento. Todos tenemos este deseo a lo largo de nuestra
existencia. Nuestro deseo de ser felices y estar libres del sufrimiento se halla
entre los anhelos más básicos que compartimos.
Hace mucho tiempo el Tíbet tenía muy poca relación con el mundo exterior.
Escasas personas habían oído la palabra <<América>>, que lo mismo podía
designar a una ciudad que a un continente. No había realmente ninguna idea
clara de su tamaño ni de lo que esa palabra de extraña sonoridad designaba
realmente. El término <<Rusia>> era más conocido. Nuestra idea acerca de
Rusia era que en los malos tiempos por venir, ¡los rusos aparecerían y nos
comerían vivos! Suena como un cuento de hadas contado a los niños, pero
esto es lo que la gente del Tíbet solía decir acerca de los rusos. Sin embargo, a
pesar de esta estrecha visión del mundo más allá de nuestras fronteras, las
personas eran generosas. Sus corazones podían estar tan abiertos como el
cielo. Los tibetanos imaginaban que allí donde hubiera un cielo azul, había
seres sensibles. Y allí donde hubiera seres sensibles, sabían que había
sufrimiento y anhelo de felicidad. De modo que sentían que debían elevar sus
ruegos para que todos los seres sensibles –tan numerosos que llenan todo el
espacio- encontraran la felicidad y se liberaran del sufrimiento. Sin ningún
contacto real o una idea clara de quiénes o qué eran los otros, o de dónde
estuvieran, los tibetanos podían abrir sus corazones, lo bastante amplios para
abarcar todo el espacio, y aspirar a terminar con el sufrimiento de todos los
seres y aportarles felicidad. Esta es la dicotomía: los seres humanos pueden
tener un conocimiento limitado, pero unos corazones infinitamente expansivos.
Reconozco que este deseo de crear una sociedad mejor, terminar con el
sufrimiento de todos los seres y proteger al planeta entero puede no ser
alcanzable. Pero logremos o no estos objetivos en nuestro tiempo de vida, es
sin embargo tremendamente importante cultivar un sentido tan vasto de la
responsabilidad y un deseo incondicional de beneficiar a los demás. Esta
perspectiva es tan saludable y noble que es digna por sí misma de que la
desarrollemos, con independencia de la probabilidad que exista realmente de
llevar a la práctica una idea tan amplia.
Más allá del propio cuerpo y del propio discurso, cualquier cosa que crees
puede ser un medio de expresar el amor: tu poesía, tu música, tu trabajo
artístico… Incluso los hechos cotidianos -cocinar, comer, dormir, vestirte-
pueden estar impregnados de amor y compasión. Un simple paseo puede
teñirse con una perspectiva de generosidad. Cuando todo lo que hagas
proceda de las fuerzas motivadoras del amor y la compasión, tus acciones
llegarán a ser verdaderamente sostenibles.
Hay otra forma de considerar la relación entre el trabajo para nosotros mismos
y el trabajo para los demás. Estas dos orientaciones no tienen por qué entrar
en conflicto. Simplemente podemos hablar de la compasión orientada en dos
direcciones: exterior e interior.
Hay una forma simple de calibrar si lo que estás sintiendo por los otros es o no
auténtica compasión. Si lo es, también podrás aplicarla a ti mismo sin ningún
cambio de cualidad o intensidad. La comparación que sientes por ti mismo es
auténtica, igualmente podrás aplicarlo a los demás sin ningún cambio. Tu
deseo compulsivo de ver un final al sufrimiento sería el mismo en ambos casos.
Pero si tu compasión viene mezclada con un sutil sentido de superioridad hacia
la persona que ves sufrir, el sentimiento cambia según lo dirijas a ti mismo o a
los otros. Obviamente, no serías capaz de sentirte superior a ti mismo. Si tu
experiencia cambia cuando diriges tu mirada hacia el interior más que hacia el
exterior, ese es un signo de que lo que sientes no es una comparación real.
Más bien puede ser un esfuerzo por satisfacer a tu ego o evitar tus propios
problemas centrándote en otros que crees que tienen problemas más grandes
que los tuyos. Eso no es lo que debemos llamar compasión. Puede ser, más
bien, una forma de superioridad o incluso de codependencia.
Podemos empezar, por ejemplo, por reconocer que quienes hacen daño a
otros están carentes de una cierta clase de libertad. Deberíamos comprender
que sería imposible que quienes dañan o aterrorizan actuaran de esa forma si
no estuvieran abrumados por graves aflicciones emocionales.
Esto puede aplicarse incluso a los asesinos más notorios: matan bajo el control
de graves problemas mentales, fuertes trastornos emocionales u otras
influencias negativas igualmente poderosas. Han caído bajo el control de un
terrible estado de violencia. Hacen daño a otros mientras se encuentran en una
completa carencia de verdadera libertad. Podemos incluso decir que han
llegado a ser las primeras víctimas de su propio odio. Este odio es mucho más
fuerte que ellos y ha tomado posesión de su ser.
Comprendo que esto puede sonar difícil de aceptar, pero cuando entendemos
la realidad de su situación, debemos intensificar nuestra compasión al observar
a gente que actúa de forma tan terrible. Después de todo, sus acciones son un
resultado de su propia falta de libertad para controlar su mente.
[…]
Esto puede ser un problema, pues parece que vivimos en una era de
resultados inmediatos. Nuestra cultura consumista está obcecada con la idea
de que los resultados deben materializarse de forma instantánea y ser
tangibles. Cuando se trata del desarrollo espiritual, esta orientación puede ser
muy dañina. Muchos de los resultados más profundos debidos a la compasión
no serán exteriormente perceptibles. Después de todo, la actitud compasiva no
se parece en nada a lanzar un puñetazo al mundo y ver a continuación el ojo
morado. La acción amable y amorosa actúa de un modo muy diferente.
[…]