Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
La primera parte del poema lleva por título “El entierro de los muertos” (“The burial
of the dead”), nombre de una antigua plegaria inglesa del siglo XVIII, que se realizaba
durante los funerales. Pero también, si leemos atentamente veremos numerosas imágenes
relativas al entierro, claramente relacionables a uno de los rituales que explica Frazer: la
imagen del dios de la vegetación que es enterrada para lograr la fertilidad de la tierra, y
desenterrada cada primavera.
El texto de esta primera parte está dividido en cuatro fragmentos o series, separados
entre sí con espacios en blanco. A su vez, cada fragmento es divisible interiormente por el
cambio de las voces o del tono, que no siempre es tan claro.
Primer fragmento
A pesar de que no tenemos notas de Eliot al primer fragmento (recién marca una
intertextualidad en el verso 20), los exégetas del poema (verbigracia, Richard Parker) han
encontrado al menos dos referencias a otros textos, ya en los primeros dos versos.
La primera es a Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, que comienza así:
Vemos allí la mención a abril, a la lluvia con poder fecundador y también a las
raíces (roots, la palabra es la misma). En comparación, la visión de Eliot es subversiva, o al
menos extrañadora, ya que no original (al menos Quevedo había tenido ya una visión
negativa de la primavera: “Salime al campo; vi que el sol bebía...”).
La otra intertextualidad posible es a un poema de Walt Whitman, “When Lilacs Last
in the Dooryard Bloom’d” (“Cuando las lilas al fin florecieron en el patio delantero”). Ya el
uso del verso libre (raro en inglés hasta ese entonces) hizo pensar en Whitman a muchos
críticos. En el poema al que nos referimos, el Yo lírico se entristece con la llegada de la
primavera (y de las lilas), pues le recuerdan a la muerte de Abraham Lincoln, que fue
asesinado en primavera.
William Ames apunta que Eliot ya había hablado de las lilas en el poema “The
Portrait of a Lady” (“Retrato de una dama”, con idéntico título que la novela de Henry
James)1:
Empiezan aquí a aparecer distintas voces, sin que podamos delimitar claramente una
de otra; la voz que evoca el verano en Munich, ¿es la misma que recién se refirió al
invierno? Situar Winter y Summer al comienzo de los versos así lo sugiere (dicho sea de
paso: yo dividí las partes para analizarlas, pero no están divididas, son todo parte del primer
fragmento), pero el tono es del todo distinto. Ya se pierde la cohesión dada por las
estructuras sintácticas compactas y los encabalgamientos que vimos en la parte anterior; el
tono es mucho más conversacional (véase, por ejemplo, el polisíndeton entre los versos 10
y 11, que no es completo), y los referentes mucho más concretos.
Tenemos ahora una situación espacial mucho más concreta, Munich, dada por dos
referencias: el Starnbergersee (un lago) y el Hofgarten (un parque), y sugerida por la frase
en alemán que se intercala en medio del texto inglés. Según sabemos, Eliot estuvo en
4
Aunque no sepamos quién es el hablante, invariablemente podemos decir que habita la tierra baldía.
Munich durante el verano de 1911 (allí terminó de escribir La canción de amor de J. Alfred
Prufrock). Según comenta su viuda (en El facsímil, volumen que incluye la versión
original, pre-Pound, del texto), hay fragmentos de esta parte que están tomados literalmente
de una conversación que el poeta tuvo con la Condesa Marie, miembro de la familia real de
Bavaria. Sin necesidad de ponernos excesivamente biográficos, es saludable suponer
referentes reales en este fragmento (de hecho, el texto da dos referentes reales de lugar,
¿por qué no suponer que las personas también son reales?). Pero lo que nos interesa es el
texto, así que volvamos a él.
La primera referencia de lugar que apuntamos es el Starnbergersee, lago muniqués.
Según Parker, la versión original decía Königssee, otro lago de Munich; apunto el hecho
porque el cambio es significativo. En 1886, el Rey Luis II de Bavaria (pariente de la
Condesa Marie), que era homosexual, apareció ahogado junto con un amigo (suponemos
que su pareja) en el Starnbergersee. Hoy el hecho se olvidó, pero algunos lectores de 1922
seguramente asociaran el lago a ese hecho escandaloso, que introduce lateral y veladamente
dos temas que serán esenciales en la obra: el sexo estéril y la muerte por agua.
Veamos las primeras oraciones: “El verano nos sorprendió, llegando por sobre el
Starnbergersee con un chaparrón (a shower of rain); nos detuvimos en la columnata y
seguimos la luz del sol, hacia dentro del Hofgarten, y tomamos café y hablamos por una
hora”. El verano está en el pasado del hablante; la línea no es ordenada: después de la
mención de la primavera y el invierno, salta hacia el verano.
El verano (nuevamente animizado) sorprende al hablante (que nuevamente usa la
primera persona del plural, pero ahora con un sentido mucho más concreto: se refiere a
él/ella y su acompañante, con quien habla). La mención a la lluvia y a la luz del sol sigue la
línea de referencias a elementos de la naturaleza, ahora con el signo de la vida. La respuesta
del hablante es asimismo mucho más vital: lejos de desear la olvidadiza nieve, persigue la
luz del sol.
Por otra parte, el momento aquí evocado es un momento de comunicación humana:
“tomamos café y hablamos por una hora” (Valverde traduce “un buen rato”, menos literal
pero acaso más fiel.) En el recuerdo primaveral, al principio no deseado, se evocan
momentos vitales, de comunicación. Toda la escena de dos personas tomando café y
hablando en una tarde de verano es bastante mundana y agradable.
Y ahí, en el medio y sin previo aviso (ni posterior aclaración) tenemos una frase en
alemán: Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch. Valverde, me temo, no la
traduce; Buscarons traduce: “Yo no soy ni ruso ni lituano, soy alemán”. (Según pude ver en
un diccionario, stammen significa “proceder”, y echt quiere decir “genuinamente”, de modo
que quedaría mejor la traducción de Parker: “Yo no soy ruso, yo vengo de Lituania, un
verdadero alemán”.) Algunos dicen que es una referencia a una línea de una novela de
Wyndham Lewis (The Tarr), donde un personaje afirma ser ruso, pero es dudoso. Lo único
cierto es que es una frase en alemán (viva el perogrullo), en consonancia con la situación
espacial en Munich, y con las referencias a la familia real de Baviera. La frase, sea o no
lituano nuestro hablante (o nuestra hablante: el alemán, como el inglés, no distingue
géneros en la desinencia), es una afirmación de la nacionalidad. De hecho, como vimos en
la cita de Camino al caos de Herman Hesse (en el resumen anterior), nos hallamos
probablemente en una época en que media Europa (la mitad oriental, donde están Rusia,
Lituania y Alemania) va alegremente hacia la guerra, mientras que los santos (y los poetas)
miran horrorizados.
Tenemos ahora un recuerdo de infancia, enunciado por una voz femenina que dice
llamarse Marie. Como dijimos, nada nos impide pensar en Marie Larsich, condesa de
Baviera, que efectivamente tenía un primo archiduque, de nombre Francisco Fernando.
¡Ah! ¿Ese que era heredero del trono, cuyo asesinato desencadenó la Primera Guerra
Mundial? Sí: has adivinado. Pero aunque careciéramos de este dato para interpretar, la sola
referencia a un archiduque, después de una afirmación de nacionalidad en alemán nos hace
pensar en Francisco Fernando -cuya muerte no se había producido aún cuando Eliot
conoció a la condesa-.
Hay un tono de vitalidad banal, arrogante, frívola y aristocrática (todo lo cual se
cifra en la palabra snob) en el discurso: la explicación (“quedándonos en lo del archiduque,
en lo de mi primo”) que enfatiza que el archiduque es primo de quien habla, la referencia a
las montañas (mirá qué lindas vacaciones que me tomo en las montañas) y a los deportes de
la nieve, incluso alguna formulación verbal (In the mountains, there you feel free), o en la
vacuidad mental que sugiere el último verso citado. Pero es una impresión, nomás.
Los referentes, en cualquier caso, son de una infancia idílica. La nieve no es ya la
nieve del olvido, sino el escenario del juego infantil. Aun el miedo del juego es el miedo
del juego infantil, es la inseguridad pasajera de una niña que se desliza en un trineo, y de su
primo, cuyas palabras se recuerdan -como si su recuerdo siguiera vivo- en discurso directo
libre (es decir: discurso referido en forma presuntamente literal, pero sin comillas). Es el
miedo que puede agarrarse a algo. (Sobreinterpretación: es el miedo de quien se asume
como sujeto, que tiene una certeza de la que agarrarse, y sabe que, en definitiva, se trata de
un juego de niños.)
La repetición del vocativo sugiere movimiento, regocijo, posibilidad de vida. Ese
riesgo pequeño de los niños en el trineo hacen recordar a la hablante la sensación de
libertad, que está asociada a las montañas -lugar que, por su elevación, siempre se supone
como sitio de contacto con lo divino-.
El recuerdo infantil contrasta con la vacuidad del último verso, más adulto: I read,
much of the night, and go south in the winter. La hablante cambió el regocijo por la rutina.
La distancia entre los dos miembros coordinados da la idea de una rutina irreflexiva; su
formulación parece, efectivamente, procedente de un hablante no muy dotado
intelectualmente: de noche leo y en invierno me voy al sur. ¿Y qué tiene que ver la noche
con el invierno? En todo caso, seguimos presumiblemente con la misma hablante, la
aristócrata que, cuando viene el frío, viaja al sur.
Segundo fragmento
En el segundo fragmento tenemos un nuevo cambio de voz, de tono y de ritmo: todo
es más solemne, pausado, con reminiscencias bíblicas; la escena cambia por completo:
El fragmento se abre con una pregunta: ¿Qué raíces que se aferran, qué ramas
crecen de esta pétrea basura?, que marca una incomprensión del hablante, respecto del
origen (raíces) y el desarrollo (ramas) de la vida. El verbo to clutch suele predicarse de
personas, no de raíces, y denota esfuerzo, que está intensificado por la reiteración de los
sonidos /ch/ y /r/ (What are the roots that clutch, what branches grow / out of this stony
rubbish?), como si la vida luchara por aferrarse.
La pregunta, pues, es acerca de cómo esta tierra baldía puede originar vida; o, mejor
aún: cómo la vida puede crecer de esta pétrea basura (el agente de la acción es la vida, que
se aferra y crece, y no la tierra). La vida es la que realiza el movimiento, luchando contra la
basura, que es pétrea, inmóvil, fija.
Lo que sigue parece una respuesta, y registramos aquí una nueva intertextualidad,
esta vez apuntada por Eliot: Ezequiel, II:1, de donde Eliot toma el vocativo “hijo de
hombre”, emitida por una voz divina, que viene a enfatizar la debilidad humana: el receptor
del mensaje es hijo de hombre, no de Dios. (El libro de Ezequiel, dicho sea de paso, es la
fuente de Dante para la procesión al final del Purgatorio.) En cualquier caso, se trata de un
vocativo que interpela al hijo del hombre, que le prepara para escuchar la palabra divina.
Después del vocativo, viene la respuesta propiamente dicha: No puedes decirlo, o
adivinarlo, pues tú solo conoces un montón de imágenes rotas. En consonancia con el
vocativo, la respuesta da la medida de la incapacidad humana; no puede decir, ni siquiera
adivinar, qué vida surge de la pétrea basura. Lo único que conoce el hombre es un montón
(una acumulación desordenada) de fragmentos, de imágenes rotas (que, por lo tanto, en
algún momento estuvieron enteras). Friedrich dice que este verso es una profesión de fe
fragmentarista; en efecto, la técnica del fragmentarismo no es caprichosa, sino que está al
servicio de la visión del hombre en la gran ciudad moderna.
A esto sigue una sucesión de imágenes rotas, introducidas por el adverbio de lugar
where (“donde”), que no sabemos qué indica exactamente (en rigor, debería referirse al
montón de imágenes rotas, pero todo indica que está describiendo un lugar, la ciudad
moderna, la pétrea basura). Estas imágenes son todas de elementos naturales (el sol, el
árbol, el grillo y la piedra); salvo el sol, del que se predica un verbo con connotaciones
negativas5, el resto de los elementos se caracterizan negativamente:
5
Beat, literalmente, significa “golpear”; the sun beats es una metáfora lexicalizada, que significa algo así
como “el sol quema”.
Sol - beats
Árbol (muerto) - no da refugio
Grillo - no da alivio
Piedra (seca) - no da sonido de agua
Ninguno de los elementos naturales da vida: el sol no ilumina, golpea; el árbol -que
no está vivo- ni siquiera sirve para dar refugio; el grillo no alivia (ni siquiera se menciona el
canto), y la piedra (cuya sequedad -pleonásmica- se opone al agua ausente) ni siquiera
evoca el murmullo del agua. La piedra seca y el árbol muerto (la madera) son materiales de
construcción. Por oposición se sugiere un momento en que el sol brillaba para el hombre, el
árbol le daba refugio, el grillo alivio y la piedra traía ruido de agua; un momento casi
paradisíaco en que la naturaleza estaría en función del hombre.
Pero el paisaje que pinta ahora yuxtaponiendo imágenes, está completamente
muerto, carece de vida. Es un paisaje de aridez, de esterilidad, análogo al de la leyenda del
Santo Grial.
Eliot anota en el verso 23 una nueva intertextualidad bíblica, a un fragmento donde
se describe (en futuro) el fin de la vida humana:
“...se temerá también lo que es alto y habrá terrores en el camino; y el almendro echará sus blancas
flores y la langosta vendrá a ser una carga y las ganas se acabarán; porque se va el hombre a su casa duradera
y los plañidores andarán por las calles...” (Eclesiastés, XII:5).
6
El paisaje que se pinta en el fragmento se parece bastante al de “El inmortal” de Borges.
¿Qué es, pues, aquello distinto que el hablante promete mostrar al hombre? La
conciencia de la muerte, en una bella metáfora, de raíces bíblicas: el miedo en un puñado
de polvo. Lo único distinto en la insoportable rutina es el miedo (recuérdese el miedo
infantil de la hablante en el fragmento anterior). El puñado de polvo es el destino último del
hombre; y el miedo (que está trasladado hacia dentro del puñado) es la conciencia del
hombre de que su destino es el polvo. Leavis agrega que no se trata solamente del miedo a
la muerte, sino, en general, del miedo al no-ser del hombre en la tierra baldía.
A esto sucede un cambio brusco, no ya de tono, sino de idioma:
...(Texto en alemán)...
“Me diste jacintos por primera vez hace un año;
Me llamaron la chica de los jacintos”
- Pero cuando volvimos, tarde, del jardín de los jacintos,
Tus brazos llenos y tu pelo mojado, no podía
Hablar y me fallaban los ojos, no estaba ni
Vivo ni muerto, ni sabía nada,
Mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Oed' und leer das Meer
(I: 31-34)7
7
Valverde no traduce; Buscarons sí: “Fresco sopla el viento / hacia el país. / Mi muchachita irlandesa, /
¿dónde esperas tú?”.
símbolo de la masculinidad (por su forma fálica, añaden los freudianos); y el mito griego
del origen del jacinto está asociado a la homosexualidad8. Parker dice que tal vez el acento
debería recaer en la palabra girl, en el sentido de que “lo llamaron la chica de los jacintos”
por maricón. Vaya uno a saber. Si así lo leyéramos, todo el asunto de los jacintos quedaría
en consonancia con el tema del sexo estéril, que aparece en toda la obra.
Independientemente del sexo del hablante citado entre comillas, la sola mención del
jacinto está en la misma línea de la referencia floral de los lirios en la sección anterior.
Como afirma Leavis, la “chica de los jacintos” representa la “memoria y el deseo” de los
versos anteriores, ya que se evoca una imagen a todas luces agradable. Por otra parte, el
jacinto es una de las flores asociadas al dios de la fertilidad, lo que nos remite a .
Luego cambia el hablante, y también la forma de referir el discurso; ahora se usa un
guión (por contraposición a las comillas, que sirven en este caso para referir el discurso
recordado). La imagen de la chica es de plenitud: el jardín de los jacintos (donde
suponemos que habría muchos jacintos, vegetación, vida, por oposición al paisaje de la roca
roja que recién describió), sus brazos están llenos, y el pelo mojado (el agua tiene ahora
valor vital).
La reacción del hablante es, a primera vista, inexplicable. Tenemos allí una alusión
(no señalada en las notas de Eliot, pero indiscutible) a Dante (Inferno, XXXIV:80-85);
cuando llega al último círculo del Infierno y ve a Lucifer, dice -dirigiéndose al lector-:
“Cómo quedé entonces helado y yerto / no preguntes, lector, que no lo escribo / pues todo
hablar sería poco // yo no morí y no permanecí vivo. / Piensa por ti mismo, si tienes tanto
ingenio, / cómo permanecí privado de lo uno y de lo otro”. En The Waste Land, el hablante
dice no poder hablar, y que quedó en un estado entre la vida y la muerte.
En el caso de Dante, la reacción está dada por el terror total, que lo deja en un
estado de no-ser. Recordemos entonces el terror que otro hablante, unas líneas atrás, le
mostraría “en un puñado de polvo”: tal vez era eso. Si la primavera, la vida, le parece cruel
al habitante de la tierra baldía, acaso esta mezcla de memoria y deseo (este recuerdo
romántico-wagneriano de la chica de los jacintos) sea también intolerable, porque le
recuerda la posibilidad de estar vivo. Y, por lo tanto, la posibilidad de morir.
Pero la reacción de este hablante -habitante, sin duda de la tierra baldía- es análoga a
la de Dante (aunque el objeto que la provoque sea diametralmente opuesto): permanece
callado, sin hablar, en un estado imposible (privado de la vida y de la muerte). Se trata del
no-ser, de la imposibilidad de asumir la condición de sujeto. Este tema, que aquí se plantea,
se retomará varias veces en la obra; más explícitamente: la imposibilidad de ver (v.31) y el
I knew nothing del verso 32 nos remite a la segunda parte, al pasaje de la neurasténica: Do /
You know nothing? Do you see nothing? ... (II:121-122). El pasaje de la neurasténica es un
ejemplo concreto de esta actitud, manifestación de la nada, del no-ser, del vacío, de la vida
del sujeto que no quiere asumir su condición de sujeto, que prefiere la nieve del olvido al
florecimiento de la vida primaveral.
En esta misma línea está la referencia al silencio, en el verso siguiente. Pero antes
debemos notar una nueva alusión (ya perdí la cuenta), también bastante clara: the heart of
light nos remite inmediatamente al título de una novela de Joseph Conrad, The Heart of
Darkness. Ya que mandé a esta altura el resumen donde explico lo del epígrafe,
permítaseme ahora una revelación más. El epígrafe de Petronio sustituye, por consejo de
Ezra Pound, al epígrafe de Conrad, que era “The horror! The horror!”. Cuento brevemente
8
V. Ovidio, Las metamorfosis, X:2. ¿Más correspondencias? El mito de Jacinto es espartano, y su amigo
murió en la guerra...
de qué trata la novela: a un marinero mercante, Marlow, lo mandan al centro del África, al
Corazón de las tinieblas, a buscar a un hombre ilustrado y civilizado; lo encuentra, pero
devenido jefe de una tribu de congoleses, completamente salvaje. Y Kurtz le dice, antes de
morir, “The horror! The horror!”. Estas palabras quedan en Marlow por el resto de la
novela, volviendo como un leit motiv obsesivo. La historia de Conrad, transmutada, es la
base del argumento de Apocalipsis Now -que, dicho sea de paso, incluye una recitación de
los primeros versos de The Waste Land.
El corazón de las tinieblas es el centro del África, pero también el corazón del
hombre civilizado que deviene en salvaje. ¿Qué es, pues, el “corazón de la luz, el silencio”?
El absoluto vacío: el vacío del hombre de la tierra baldía, el vacío del ancho mar de la cita
de Wagner. Ante la contemplación de ese vacío, que súbitamente aparece revelado a partir
de la visión de la chica de los jacintos: como en los primeros versos, la contemplación de la
vegetación, que hace aflorar la memoria y el deseo, revela al hombre su propio vacío. Por
eso abril es el mes más cruel, porque obliga al hablante a enfrentarse nuevamente al
surgimiento de la vida, cuando él prefiere la comodidad del no-ser, de la muerte.
Así se cierra esta parte del fragmento, enmarcada en dos citas de Wagner, de sentido
plenamente opuesto: una que denota amor romántico, comunicación, y otra que habla del
vacío del mar (nuevamente el agua), que es el vacío de la ciudad moderna ante la
imposibilidad de comunicarse (no puede hablar, solo ve el silencio). Donde había promesa
de algo bello, queda solo el no ver, el no hablar, el no ser (ni vivo ni muerto).
Tercer fragmento
Incapaz de construir su propio futuro, de asumir su condición de sujeto, el hombre
de la tierra baldía incurre en la curiosa comodidad de creer que alguien puede revelarle lo
que vendrá, como si ya estuviera escrito. Por alguna razón que no soy capaz de determinar,
se me hace que el siguiente pasaje tiene un aire de cuento infantil:
Cuarto fragmento
Veamos:
Unreal City,
Under the brown fog of a winter dawn,
A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not thought death had undone so many.
Sighs, short and infrequent, were exhaled,
And each man fixed his eyes before his feet.
Flowed up the hill and down King William Street,
To where Saint Mary Woolnoth kept the hours
With a dead sound on the final stroke of nine.
Ciudad irreal,
Bajo la niebla parda de un amanecer de invierno,
Una multitud fluía por el Puente de Londres, tantos,
No creí que la muerte hubiera deshecho a tantos.
Se exhalaban suspiros, breves y poco frecuentes,
Y cada cual llevaba los ojos fijos ante los pies.
Fluían cuesta arriba y bajando King William Street,
A donde Santa María Woolnoth daba las horas
Con un sonido muerto en la campanada final de las nueve.
(I: 60-68)
Muchas explicaciones se han dado del nombre Stetson; que era un compañero de
trabajo de Eliot en el banco, que era su amigo Verdenal (chic@ de los jacintos). Más
simpática es la de Buscarons, que dice que Stetson era una marca de sombreros, por lo cual
el hablante lírico reconoce al hombre común, no a un individuo. El gesto sinecdótico de
reconocer a alguien por el sombrero es, además, muy fragmentarista.
Stetson y el hablante se conocen de la batalla de Mylae; coherentemente con la línea
dantesca, se mencionan sucesos antiguos, aunque algunos apuntan que se trata de una
referencia velada a la batalla de Gallipoli (Primera Guerra Mundial), donde murió el amigo
de Eliot. No es imposible -en la ficción- que el hablante conozca al muerto de una batalla
reciente; ahora, ¿por qué entonces habla, en la Londres moderna, de una batalla de la guerra
púnica? No sé. No te dé escozor la verosimilitud burguesa.
Y luego siguen las palabras del viajero dantesco; la abundancia de preguntas deja
entrever una ansiedad. Lo que dice parece sin sentido, hasta que lo asociamos con Frazer.
Hay una referencia al ritual del dios de la vegetación que consistía en enterrar la imagen de
la divinidad y desenterrarla en la primavera. Lo que suena curioso aquí es que el cadáver
florezca. Se trata de la idea, primitiva y mítica de que el hombre, al morir, se integra a la
tierra, al ciclo de la vida. Pero no sucede esto aquí, donde se teme que el frío “disturbe su
lecho” o que el perro desentierre su cadáver.
En cuanto a la referencia al perro, Eliot apunta una alusión a El diablo blanco, de
John Webster (como se sabe, Eliot era fanático de los isabelinos). En la obra de Webster,
un hermano accidentalmente mata a otro10, y la madre canta una endecha (una lamentación,
un canto fúnebre) que dice: But keep the wolf far thence, that's foe to men, / For with his
nails he'll dig them up again.” (“Pero mantén lejos de aquí al lobo, que es enemigo del
hombre, / pues los volverá a desenterrar con sus uñas.”). Como al comienzo de la Ilíada,
está presente aquí el terror primitivo de que el cadáver sea presa de perros.
Hay algunos cambios en la cita: el lobo se sustituye por el perro, y por lo tanto,
“amigo” por “enemigo”. Como en el Fausto, el perro tiene un valor negativo. El hombre es
amigo de aquello que puede destruirlo, pues puede impedir, simbólicamente, que la vida
retorne. Parker sugiere que el cambio apunta a Anubis, el dios con cabeza de perro (de
chacal, más bien) de la mitología egipcia, que se ocupaba de la preparación de los
cadáveres después de la muerte, y pesaba el corazón de cada víctima, juzgando la medida
de sus actos buenos y malos. No sería raro que estuviese aquí, a la entrada de este infierno
que es la ciudad moderna.
La primera parte se cierra con una cita de “Al lector” (poema inaugural de Las
flores del mal), texto que también tiene un aire dantesco, habla de multitudes
hormigueantes y de chacales, y del ennui (el tedio), que es el peor vicio de todos. Y el
personaje lírico se dirige al lector. En nuestro poema, las palabras son parte de lo que el
hablante dice a Stetson. Doble receptor, pues, Stetson (el sombrero, el hombre común) y el
lector, todos hipócritas y semejantes del hablante de la ciudad moderna.
Naturalmente, la cita de Baudelaire también implica que este texto que acabamos de
leer tiene el valor de introducción a todo el texto.
Retomemos, pues, algunas características generales. El texto es fragmentario: con
bastante frecuencia cambia de voz, sin que podamos determinar siempre en dónde se
realizan los cambios, que reconocemos por la alteración súbita del tono, de la sintaxis, o
aun del idioma. Mas aún: esta primera parte está separada incluso por espacios en blanco.
Ahora bien, a pesar del fragmentarismo, no podemos decir que se trate de una obra
inorgánica, ya que no interviene aquí el azar; el “montón de imágenes rotas” están
enhebradas cuidadosamente para construir un mensaje más complejo. Y los hilos
conductores son fuertes isotopías que unen los fragmentos entre sí: la vegetación, el agua y
el sol (fuego) en su doble valor de dadores de vida y de muerte, llevado a veces a sus
extremos (innundación y aridez), la tierra como lugar de origen de la vida (y sus
derivaciones: el entierro, el desentierro), la aridez (el amor sin frutos). Todas estas isotopías
están, como se ve, relacionadas entre sí, de modo que construyen un mensaje complejo
cuyo tema es la vacuidad existencial del hombre de la ciudad moderna, del habitante de la
tierra baldía.
Fuentes: Richard Parker, “Exploring The Waste Land” (en línea)
10
La referencia a la muerte entre hermanos puede ser una crítica a la guerra, recién mencionada.