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La imaginación y la

filosofía
Por LUIS O. BREA FRANCO 08-06-2019 00:04

Hoy no quiero referirme a libros de historia, ni a crónicas de memorias, ni


a constataciones de estados de situación, ni a horizontes concretos de
sentidos.No deseo, explícitamente pensar en abstracto, aunque por
necesidad de oficio tendré que hacerlo a diferencia de Bartleby el
escribiente.
Para desarrollar mi tema me concentro en el planteamiento de una
situación hipotética posible y de ahí explicó mi experiencia respecto al
caso desde el relato de una anécdota como medio para hacer entender
lo que trato de comunicar.
Primero, invito al lector a imaginar una escena muy difundida sobre el
descubrimiento de la presencia de la gravedad lograda por el físico
inglés, Issac Newton.
Se cuenta que reposaba bajo el ramaje umbroso de un manzano, y de
repente acontece algo normal, un fruto maduro, en plenitud frutal, cae a
sus pies. Es un hecho cotidiano, rutinario.
Generalmente, las manzanas gotean del árbol del que se generan.
Empero, el hombre de ciencia no se queda allí, agrega algo que
transmuta el significado común del evento. Se cuestiona por algo que por
así decir no está ante la vista de todos. Su reacción ante el
acontecimiento corresponde al agregar un elemento que no se percibe
por los sentidos.
En su interior se cuestiona, cuál podría ser ese elemento oculto que
participa del hecho que se revela, pero que no sabemos describir en qué
consiste ni cómo opera dentro de lo que distinguimos de lo que se
percibe a simple vista. Y a esa incógnita -por mor de brevedad- supongo
que la identifica como una fuerza que actúa provocando el declive, la
caída de la fruta. Esta supuesta toma de consciencia es lo que nos revela
el cuento, el relato.
Newton vislumbra en este supuesto elemento presente, pero que se
oculta, percibe allí el poderío de una nueva realidad enriquecida desde la
suposición de que el elemento oculto dona al hecho un sentido prístino
con el que antes no contábamos.
De hecho transforma la circunstancia de la caída de la manzana en un
eterno arquetipo de un nuevo modo de contemplar y asumir el mundo;
revela de esta manera una nueva forma de entender y de codificar lo real
agregando al todo inmediatamente donado a la percepción sensorial algo
que es intangible, que se constituye desde la construcción de un
supuesto que es, pero que no se revela en el evento como tal en su
inmediatez.
Deberíamos en este caso, hablar del descubrimiento de un contenido
imaginario, irreal hasta ese momento, que se suma a lo que
supuestamente acontece como evento.
Siempre he dicho a quien me ha querido escuchar que estimo el filosofar
como un ejercicio creativo de un tipo especifico, como una modalidad de
elaborar un relato imaginario, inédito al seguir reglas propias.
Pero para que se pueda tener un parámetro comprensible de lo que
deseo expresar debo decir que entiendo por imaginación en sentido lato.
La imaginación para mí vendría a constituirse mediante la creación de
horizontes psíquicos en que se desatan en un individuo o colectividad, se
constituyen en un proceso creativo de orden interior a su propia
experiencia, que permite al actuante interpretar con cierta libertad la
información generada desde diversas fuentes no siempre conscientes ni
homogéneas intrínsecamente, con el fin de crear una representación
nueva.
Eclosionaría desde una dialéctica en que cuenta lo múltiple percibido y la
vivencia propia de quien actúa al proceder a postular contextos,
relaciones que son inéditas y que pueden llegar a constituirse como
un mundo más rico de lo inmediatamente dado sensorialmente.
Lo imaginario se constituiría como una capacidad superior humana.
Entiéndase que al hablar de capacidad entiendo que quien la posee
dispone de una forma de ejercer dominio, de un poder o potencia, de una
predisposición virtual de plantear posibilidades de orden y jerarquizacion
de criterios y campos de sentidos abiertos. Es así como podríamos
proyectar y hacer “visible” lo “invisible”, lo imaginario.
Recurro ahora a intentar presentar un ejemplo que particularmente a mí
me transformó en otra persona mediante la toma de conciencia de otra
forma de percibir la realidad en el momento que descubrí la presencia de
lo imaginario en la filosofía.
En mi caso se origina de una lectura primera, distraída y soñolienta de un
párrafo del inicio de un libro, que después de la experiencia que relato a
continuación ya no puede ser sino un texto paradigmático, dado que
desde entonces su eterna presencia ocupa el centro de mi espíritu
comprensivo como lector.
Tenía entonces dos años residiendo en Italia por estudios. Ya leía bien
ese idioma dúctil, hermoso y extremadamente bien estructurado que es
la lengua culta que por esos años aprendí a experimentar con mayor
destreza que mi lengua materna. Me refiero al italiano toscano que en
1966, era el docto vehículo de comunicación en la Facultad de Letras y
Filosofia de Florencia.
Era, el inicio del húmedo y friolento noviembre florentino, cuando a las
siete de la mañana ya los alumnos esperábamos desde hacía una hora,
en el exterior del aula magna donde tendría inicio la esperada lección
precedida de una media hora afortunada en la que podíamos conversar
con mucho respeto pero con amplia libertad y sin temor, con el sabio
profesor Eugenio Garin, sabio entre sabios, la persona más docta y
sencilla que he podido conocer en el ya dilatado despejo de tiempo vivido
como estudioso de filosofía y desplegado vida intelectual.
Ese día yo iba armado de un tesoro que me quedaba demasiado holgado
para mis veinte años. El objeto de que hablo me había sido entregado a
prima noche el día anterior, en la más espléndida señorial y antigua
librería de la Patria de Dante, la Librería Seeber, reconocida como
monumental por la más rancia intelectualidad europea, visita obligada
cuando se pasaba por Florencia mientras estuvo activa desde 1865
hasta que cerró sus puertas el año 2000.
Allí me tenian reservado el primer volumen del tomo I, de la primera obra
de la canónica edición impecable de los libros de Nietzsche, editadas con
pericia y rigor filológico único a cargo de los estudiosos provenientes del
Partido Comunista Italiano y su imperio editorial, Giorgio Colli y Mazzino
Montinari.
En esa ocasión, de este primer libro de la nueva edición solo llegaron dos
ejemplares, uno destinado al profesor Garin y el otro, el solicitado por mí.
La tarde anterior en el cuasi mítico local de La Seeber ya habíamos
tenido oportunidad de encontrarnos y comentar sobre la edición que al
momento permanecía intonsa, virgen, con las paginas cerradas, con los
márgenes sin cortar. Privilegio reservado al que sea su descubridor como
lector.
Cuando se presentaban estas ediciones virgenes, el placer del lector se
constituía como un auténtico agregado de valor inestimable , abrir uno
mismo las páginas impresas y degustar individualmente en soledad, la
pureza de la impresión, la textura del papel, descubrir la tipografía y su
carga volumétrica era un avance pleno de los goces del paraíso.
En el momento de la tonsura, el libro se abría ante tus ojos en una
experiencia única e irrepetible para otro ser humano. Era en ese
momento que lector y obra fundían y la lectura se transformaba en una
experiencia única, eterna e ineludible.
Pero ahora el tiempo me impone despertar, y debo retormar al eje de mi
discurso, la obra era el primer volumen de los dos tomos en que
saldría: Umano, troppo umano
[ Humano, demasiado humano, según su traducción habitual al español].
A la mañana siguiente, con modestia y con cierto pudor ante mis
compañeros de estudio, presenté mi ejemplar con perdida parte de su
virginidad, que cubría toda la introducción de los editores y la primera
parte del texto de Nietzsche.
Me había dedicado desde que regresé a casa aquella afortunada noche
hasta tarde la madrugada a intentar sorber el mensaje de esas páginas.
El primer aforismo de la primera parte titulada muy significativamente: De
las cosas primeras y últimas, lo leí varias veces pero me daba cuenta de
que lo esencial me quedada fuera, no lo apresaba. No entendía el
mensaje en su transparente formulación.
En la conversación matinal el profesor proporcionó, en un instante, un
código, una cifra que resumía el modo de pensar de Nietzsche, y si la
tomaba en cuenta la comprensión de su pensamiento se pondría a mi
alcance, claro el texto tenía que ser pacientemente desglosado y
asimilado en dosis lentas y reducidas, con mucha paciencia.
Insistió que el elemento determinante al asumir su lectura era poner en el
centro la dimensión imaginaria siempre presente en la obra de Nietzsche.
Este no es un erudito de la filosofia, sino alguien creador, un artista que
al disponer de una consciencia metodología rigurosa, constitutiva mente
jamás renunciaría al razón más destacado de su personalidad, su
sensibilidad artística, su actitud ineludiblemente poética para analizar y
asimilar el mundo.
El componente imaginario no se percibe por quien no lo ha
experimentado como parte de su ser. Este se despliega como presente
en la vivencia de las cosas pero solo algunos humanos están
debidamente abiertos a esa dimensión, entrenados en el manejo de esa
presencia misteriosa que solo trasluce en quienes se abren sin prejuicios,
con cierta ingenuidad, sin prepotencia y con alegría a los juegos
imaginarios que constituyen la riqueza y plenitud del ser.
¿Un ejemplo? Un verso de Rilke: Rosa contradicción pura / ser sueño de
nadie / bajo tantos párpados. Citado de memoria.
Semejantes textos no actúan si solo son frutos de un mero ejercicio de
tirar y sumar palabras al desgarre en un espacio geométrico
supuestamente predispuesto para la escritura, sino que esas propuestas
son parte de un diálogo que el pensador va tejiendo con un entorno
secreto que es su mundo infantil e insconsistente, y que incluye el tejido
de su personalidad que integra actitudes, sentimientos, valores, palabras
poéticas, experiencia dolorosas, recuerdos y olvidos, arquetipos y voces
amadas que luego toman cuerpo en un pseudo lenguaje racional con
apariencia objetiva, y la labor del lector filósofo es descubrir lo oculto y
mensurar la carga anímica de lo propio para no falsear el texto con las
mezquinas limitaciones de su ser contingente y egoista.
La lección se formuló en diez minutos, pero ese instante me revelo la
insondable consistencia e importancia del elemento imaginario para la
vida humana creativa, dirigida a prestar atención no a lo que aparecerá a
todos con la misma consistencia en apariencia, sino a qué deberíamos
atender, a aquello que está presente de una manera diferente y una en el
evento en que consolida y se constituye como oidor y forjador de cosas
extraordinarias.
Semejante experiencia, que no se revela como un objeto, sino que su
presencia surge desde una actitud generativa, activa, que nace o surge
sin que podamos dar reglas, criterios o normas de ciertos procedimientos
que estemos obligados a seguir para llegar a un resultado feliz.
La única regla que rige la imaginación, pienso, es establecer desde un
campo abierto de libertad ciertos parámetros innecesarios, o para decirlo
de manera positiva, desde asumir criterios, aserciones hipotéticas
caprichosas que elegimos, aparentemente por azar o de manera no
plenamente consciente, pero que de manera intuitiva, indirecta,
oculta, sentimos, percibimos, que tienen una cierta afinidad con lo que
tratamos de vislumbrar.
Pero este es un campo donde, puedo afirmar desde mi vivencia, rige la
total incertidumbre, la incerteza, la negación total de la actitud que
domina hoy en nuestras vida, el cálculo, la planificación, lo utilitario, la
prisa en forma de desasosiego.
Estimo desde esta actitud que ni en la creación de la obra de arte, ni en
los sueños, ni en la reflexión filosófica funciona que nos establezcamos
una meta de llegada, un fin.
Si el proceso ha de ser auténticamente creativo nos movemos en un
territorio del que no conocemos su estructura, la orografía de los flujos,
no conocemos sobre la densidad del terreno, ni sobre la consistencia o
los límites de una región dominada por un sentido fluctuante como el ser.
En la imaginación somos seres errantes que esperan y labran en
dirección de dar con posibilidades que nos conduzcan a diferentes
territorios de los explorados, transitados, ansiados habitualmente.
Hay una expresión que amo y cuido con mucho recato, por ello no hablo
mucho de ella ni la nombro. Es un monumento para el pensamiento
creativo, es un templo para habitar en ella por mucho tiempo para
intentar aprender a movernos en ello con mucha pureza espiritual. Su
autor es el pensador francés, Henri Bergson.
Su creador con su formulación busca orientar su investigación hacia la
búsqueda de algo que el denominada como una Lógica de lo posible, o
dicho en el contexto de este discurso mío en despejar direcciones o
tendencias hacia un despeje del mundo desde un horizonte que
pretendería guiarse por un ejercicio posible de juegos de las múltiples
eventualidades que descubrir la imaginación.
La palabra de Bergson es la siguiente: Creo que acabará por hacerse
evidente que el artista crea lo posible al mismo tiempo que lo real cuando
ejecuta su obra,pues resulta claro que lo real es lo que se hace
posible y no lo posible lo que se hace real. Creo que ahí el lector
atento encuentra una cifra que resume todo lo dicho hasta
aquí. [En Preludios a la posmodernidad, Academia de Ciencias de R. D.,
2001, Ed. Buho, pp.165. La segunda es que el resaltado en negritas, es
de quien estas palabras pergeña.
Creo que ya es tiempo de la despedida, se impone que libere al lector
distraído en estas naderías filosóficas que a nada productivo llevan
según la común opinión del vulgo cuasi infinito.
Me tomo la libertad de agregar solo otra referencia que estimo que no
está demás. La primera es una necesaria cortesia para el lector
interesado, que tal vez quisiera saber de que trata el tema del primer
aforismos de la obra citada de Nietzsche, que lleva por subtítulo: Un libro
para espíritus libres, -cayendo en lo anecdótico confieso que esa obra
constituye en mi historia personal el cumplimiento de mi liberación
personal, su presencia en mi existencia es la persistencia de mi
revolución personal aún hoy en curso. En ella descubrí la liberación de la
ideas de la ilustración y descubrí una forma nueva de ser histórico, me
transformé en un ser moderno.
El texto fue publicado por su autor en 1878. Produjo muchos efectos
personales e históricos. Fue la causa de la ruptura de Nietzsche con el
universo de la cultura del nuevo imperio domesticada por las ideas
antisemitas y elitistas sobre la cultura que implicaba las ideas que se
plasman en la concepcion de la música de Richard Wagner, la música
que reinaría oficialmente sobre la cultura alemana hasta el hundimiento
del Tercer Reich.
El gran maestro de la cultura alemana liberada de semejantes efluvios
demoníacos, el inmenso Thomas Mann, en diálogo con el maestro de la
escuela filosófica de Frankfurt, T. W. Adorno elaboran un monumento
cultural para interpretar las fuerzas secretas que se movían en ese
espacio de sentido intelectual e histórico en el tiempo de ejecución
del Holocausto, en la gigantesca obra hermenéutica en forma de novela
que lleva por título, Doctor Faustus, comenzada en plena segunda guerra
mundial en 1943 y publicada en 1947, con el subtítulo: La vida del
compositor alemán Adrián Leverkühn.
Pues bien, para cerrar este ya interminable barroco antillano cito el
aforismo inicial del que vengo tratando por este espacio escritural y que
constituye el ilimitado océano en que hice por vez primera contacto con
lo que significa el descubrimiento de la imaginación en la filosofía.
¿Cuál podría decir es la revelación que hace Nietzsche en ese aforismo
inaugural de su obra de pensador fundamental de la modernidad?
Citó breves expresiones en que encuentro lo esencial de su
aporte: Química de los conceptos y sentimientos: Los problemas
filosóficos adoptan ahora de nuevo en casi todos los respectos la misma
forma de pregunta de hace dos mil años: ¿Cómo puede algo nacer de su
contrario, por ejemplo, lo racional de lo irracional, lo sensible de lo
muerto, la lógica de la ilógica, la contemplación desinteresada del querer
ávido, el altruismo del egoísmo, la verdad de los errores? Hasta ahora la
filosofía metafísica soslayaba esta dificultad negando que lo uno naciese
de lo otro y suponiéndoles a las cosas valoradas comb superiores un
origen milagroso, inmediatamente a partir del núcleo y la esencia de la
«cosa en sí». (…).Todo lo que necesitamos y es todo lo que hasta ahora
nos ha venirlo faltando es la química del mundo moral, estético, religioso.
También aquí las cosas más preciosas se extraen de otras viles y
menospreciadas. Cómo puede lo racional nacer de lo irracional, la lógica
de la ilógica, la contemplación desinteresada de la ávida, el altruismo del
egoísmo, la verdad de los errores; ése es el problema de la generación a
partir de los contrarios. Estrictamente hablando, no hay ninguna
oposición, sino sólo una sublimación (algo habitualmente
sustraído).[Texto traducción de Alfredo Brotons Muñoz, Editorial Akal,
1996, 2001 – Madrid, España].
¿Qué acontece aquí, en este fragmento, además de su manejo y
manifestación de cómo debería actuar lo imaginario en la filosofía? Actúa
en ello algo maravilloso y sorprendente en ese texto tan breve y genial,
Nietzsche fundamenta la base de su método de destrucción de ideas
hueca, formula la quintaesencia de su modo de filosofar con el martillo.
Encontramos aquí formulada de manera plena y acabada la base de su
pensamiento, el método genealógico.

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