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Este artículo trata sobre la revolución en Rusia de 1917. Para otros usos de este
término, véase Revolución rusa (desambiguación).
Revolución rusa
Русская революция
Consejo de obreros de la fábrica Putílov, que empleaba a más de 35 000 personas y que
Petersburgo
Revolución de octubre:
7–8 de noviembre de 1917
(Estilo Antiguo 25 - 26 de octubre)
Guerra Civil:
7 de noviembre de 1917 - 25 de octubre de 1922/16 de
junio de 1923
(Revuelta contra el gobierno soviético continuó en Asia Central hasta
1934)
Influencia Comunismo, Socialismo, Bolchevismo, Menchevismo, M
s arxismo
ideológica
s de los
impulsore
s
Gobierno previo
Gobierno resultante
Pérdidas
Índice
San Petersburgo, capital del Imperio ruso en aquella época y cuna de las tres revoluciones.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían
sido convencidos por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios.
Sin embargo, el poder zarista se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios
movimientos organizados por miembros de todas las clases sociales (estudiantes
u obreros, campesinos o nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito.
Algunos recurrieron al terrorismo y a los atentados políticos, convirtiéndose los
movimientos revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo por la
todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos revolucionarios fueron
encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y unirse a las
filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917 es la
culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas
necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los atentados políticos y la
actividad parlamentaria de la Duma habían logrado, desembocaron en una
revolución impulsada por el proletariado.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en
la guerra ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San
Petersburgo para exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente
reprimida, en lo que se conoce como el Domingo Sangriento. Se trató de un
intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se caracterizó por los
levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los campesinos.
Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado y la tensión
fue en aumento. Las consignas, hasta el momento más discretas, se politizaron:
«¡Abajo la guerra!», «¡Abajo la autocracia!». 18 En esta ocasión, los
enfrentamientos con la policía se saldaron con víctimas en ambas partes. 19 Los
manifestantes se armaron sustrayendo armas de los puestos de policía. Tras tres
días de manifestaciones, el zar ordenó la movilización de la guarnición militar de la
capital para sofocar la rebelión. Los soldados resistieron las primeras tentativas de
confraternización y mataron a muchos manifestantes. Sin embargo, durante la
noche, parte de una compañía se sumó progresivamente a los insurgentes, que
pudieron de esta forma armarse más convenientemente. Entre tanto, el zar, sin
medios para gobernar, ordenó disolver la Duma y nombrar un comité interino.
Todos los regimientos de la guarnición de Petrogrado se unieron a la revuelta. Fue
el triunfo de la revolución. Presionado por el Estado Mayor, el zar Nicolás II abdicó
el 2 de marzo: «Se deshizo del imperio como un comandante de un escuadrón de
caballería».20 Su hermano, el gran duque Miguel Aleksándrovich, rechazó al día
siguiente la corona. Fue el fin del zarismo y se produjeron las primeras elecciones
al sóviet de los trabajadores de la capital, el Sóviet de Petrogrado. El primer
episodio de la revolución se había saldado con más de un centenar de víctimas,
principalmente manifestantes,21 mas la caída rápida e inesperada del régimen, con
unas pérdidas humanas relativamente pequeñas, suscitó en el país una ola de
entusiasmo y un sentimiento de liberación.
La dualidad de poderes[editar]
El periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo
entre la población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente,
mientras que la revolución ganaba profundidad y la masa de trabajadores y
campesinos se politizaba.
Los sóviets, nacidos de la voluntad popular, no se atrevieron a contradecir de
primeras al Gobierno provisional, pese a su inmovilidad y su actuación en la
guerra.22 Sin embargo, el pequeño Partido Bolchevique, liderado por Lenin quien
había vuelto del exilio en Suiza en el mes de abril, fue quien impuso una
radicalización estratégica, se hizo portavoz del creciente descontento general y se
convirtió en depositario de las aspiraciones populares, mientras que los partidos
revolucionarios rivales se desacreditaban entre ellos, alimentando así el peligro
contrarrevolucionario.
«El país más libre del mundo»[editar]
La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin precedentes. En Rusia
se abrió un periodo de intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria.
Un frenesí por hablar y exponer las ideas propias se instaló en todos los estratos
sociales. Las reuniones fueron diarias y los oradores se sucedían de manera casi
interminable. Se multiplicaron los desfiles y las manifestaciones. Decenas de miles
de cartas, con direcciones y peticiones se enviaban cada semana desde todos los
puntos del territorio para dar a conocer el apoyo, las quejas o las reclamaciones
del pueblo. Se dirigían principalmente al nuevo Gobierno provisional y al Sóviet de
Petrogrado.
Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda
forma de autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses
como «el país más libre del mundo», como describió Marc Ferro:
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero;
en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones;
en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo; en
el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus vidas.
Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse
escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés. 23
Poco a poco, los obreros y los soldados se fueron convenciendo de que no podía
haber una reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por
Kornílov y el nuevo. El golpe y la caída del Gobierno Provisional, que dio a los
sóviets la dirección de la resistencia, fortaleció y reforzó la autoridad y la presencia
en la sociedad de los bolcheviques. Su prestigio iba en aumento: apremiados por
la contrarrevolución, las masas se radicalizaron y los sindicatos se alinearon con
los bolcheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado ya era
mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como su presidente el 30 de
septiembre.
Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: así, en las
elecciones de Moscú, entre junio y septiembre, el PSR pasó de 375 000 a 54 000
votos, los mencheviques de 76 000 a 16 000 y el KD de 109 000 a 101 000
sufragios, mientras que los bolcheviques aumentaron de 75 000 a 198 000 votos.
El lema «Todo el poder para los sóviets» fue utilizado más allá del ámbito
bolchevique, siendo usado por obreros del PSR o por los mencheviques. El 31 de
agosto, el Sóviet de Petrogrado y otros 126 sóviets votaron una resolución en
favor del poder soviético.
La revolución continuaba y se aceleraba, especialmente en las zonas rurales.
Durante el verano de 1917, los agricultores adoptaron medidas, tomando las
tierras de los señores, sin esperar a la prometida reforma agraria y retrasada de
forma constante por el Gobierno. El campesinado ruso, de hecho, regresó a su
larga tradición de grandes levantamientos espontáneos (los bunts), que ya habían
marcado el pasado nacional, como las revueltas protagonizadas por Stenka
Razin en el siglo XVII o Yemelián Pugachov en tiempos de Catalina II. No siempre
violentas, estas ocupaciones masivas de tierras fueron a menudo el escenario de
levantamientos espontáneos donde las propiedades de los maestros eran
quemadas, llegando ellos mismos a ser maltratados o asesinados. Estos
inmensos levantamientos campesinos, sin duda los más importantes de la historia
europea, consiguieron que las tierras se compartieran sin que el gobierno
condenara ni ratificara el movimiento. Sabiendo que la «repartición negra»
(nombre de la antigua organización naródnik Repartición Negra) estaba
cumpliéndose en sus pueblos, los soldados, de origen mayoritariamente
campesino, desertaron en masa con el fin de poder participar a tiempo en la nueva
distribución de las tierras. La acción de la propaganda pacifista y el desaliento tras
el fracaso de la última ofensiva del verano hicieron el resto. Las trincheras se
vaciaron poco a poco.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como
«insignificante puñado de demagogos»33 controlaban la mayor parte del país.
Desde junio de 1917, en una sesión del 1.er Congreso Panruso de los
Sóviets, Lenin ya había anunciado abiertamente —durante una célebre discusión
con el menchevique Irakli Tsereteli— que los bolcheviques estaban dispuestos a
tomar el poder, pero que por el momento sus palabras no habían sido tomadas en
serio.34
Octubre de 1917[editar]
Artículo principal: Revolución de Octubre
En octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento
de terminar con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el
gran descrédito y el aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la
impotencia, así como por la impaciencia de los propios bolcheviques.
La insurrección[editar]
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo
de que este organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez
más intensos. Algunos en torno a Kámenev y Zinóviev consideraban que todavía
había que esperar, porque el partido ya estaba asentado en la mayoría de
los sóviets, y se encontraría, según su opinión, aislado en Rusia y en Europa si
tomaba el poder de manera individual y no dentro de una coalición de partidos
revolucionarios. Lenin y Trotski consiguieron superar estas reticencias internas y el
Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que Lenin fijó para la víspera
del 2.º Congreso de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.
Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado,
siendo dirigido por Trotski, presidente del mismo. Se componía de obreros
armados, soldados y marineros. Aseguraba el apoyo o neutralidad de la guarnición
militar de la ciudad y la preparación metódica de la toma de los puntos
estratégicos de la ciudad. La preparación del golpe se hizo prácticamente a la
vista de todo el mundo, ya que todos los planes que se ofrecieron a Kámenev y
Zinóviev se podían encontrar disponibles en los periódicos, y el propio Kérenski
solamente esperaba que el enfrentamiento final terminara con la situación. 35
La guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los
«ejércitos blancos» monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su
violencia extrema no se debió tampoco al impacto entre el «terror blanco» y el
«terror rojo». Se trató de una guerra de los campesinos contra las ciudades y
contra toda autoridad exterior al pueblo y al campo. Así fue como el «Ejército
Verde», constituido por campesinos que rechazaban los reclutamientos forzados y
los requerimientos, se enfrentó al Ejército Rojo y a los blancos.
A estos combates se sobrepusieron un importante conflicto de generaciones (los
jóvenes campesinos decepcionados de las ciudades o los ejércitos deseosos de
desembarazarse de la tutela de la familia patriarcal, convirtiéndose en los agentes
más determinantes de la revolución en el campo),70 la acción de las minorías
nacionales que procuraban emanciparse de la vieja tutela rusa, la intervención de
ejércitos extranjeros (como la de la nueva Segunda República Polaca en la guerra
polaco-soviética), o incluso las tentativas de los revolucionarios antibolcheviques.
Pero las expectativas de los opositores socialrevolucionarios, del comité de los ex
constituyentes, mencheviques, o incluso de los anarquistas en un tiempo dueños
de Ucrania durante la Revolución majnovista, jamás se hallaron en situación de
prevalecer. Mediante las reuniones, la fuerza o la represión, los bolcheviques
impusieron su hegemonía sobre la revolución, como los Blancos sobre la
oposición a la revolución.
Confusa y caótica, la Guerra Civil Rusa se caracterizó por la desintegración del
Estado y de la sociedad bajo la acción de fuerzas centrífugas. La victoria
bolchevique significó, en una Rusia arruinada y exhausta, la reconstrucción de un
Estado bajo la autoridad de un partido único sin rivales ni enemigos y dotado de
un poder absoluto. En particular, se forjó un nuevo Estado policial en torno a la
Checa en el transcurso de la Guerra Civil y del terror rojo.
Todo ello en detrimento de los sueños de las Revoluciones de Febrero y de
Octubre, que habían rechazado toda autoridad y visto confirmarse la autonomía de
una sociedad civil, en lo sucesivo muy duramente magullada, agotada y de nuevo
sometida al poder.
El Ejército Rojo contra el Ejército Blanco[editar]
El 23 de febrero de 1918, Trotski fundó el Ejército Rojo. Organizador enérgico y
competente, buen orador, atravesó el país a bordo de su tren blindado y voló de
un frente al otro para restablecer por todas partes la situación militar, galvanizar
las energías y desplegar un esfuerzo enorme de propaganda destinada a los
soldados y las masas. Restableció el servicio militar y aplicó una disciplina de
hierro hacia los enemigos y los desertores.
A pesar de las reacciones negativas de numerosos viejos bolcheviques, Trotski no
vaciló tampoco en reciclar por millares a los antiguos oficiales zaristas. Catorce mil
de ellos (el 30 % del total) aceptaron servir al nuevo poder a veces por fuerza (su
familia respondería por su lealtad, en virtud de la «ley de rehenes»), pero también
en nombre de la continuidad del Estado y de la salvación de un país amenazado
por la anarquía y el desmembramiento. Estaban flanqueados por comisarios
políticos bolcheviques que vigilaban su acción.
El Ejército Rojo controlaba solamente un territorio del tamaño del
antiguo Principado de Moscú cercado de todas partes, pero contaba con la ventaja
de su superior disciplina y organización, de su posición central, de formar un
bloque cohesionado, de disponer de ambas capitales —Moscú y Petrogrado— y
de las mejores carreteras y vías de ferrocarril.
Los Blancos de Kolchak, Yudénich, Denikin o Wrangel se encontraban divididos e
incapaces de coordinar sus ofensivas. Principalmente, no tenían nada que ofrecer
a la población salvo la vuelta a un antiguo régimen unánimemente detestado, la
restitución de las tierras a los antiguos propietarios, la negativa a toda concesión a
las minorías nacionales y los pogromos antisemitas responsables de cerca de 150
000 muertos.71 Las masas finalmente dejaron ganar a los bolcheviques, aunque
los golpes violentos tampoco faltaron entre ellas y estos últimos.
Campañas contra las ciudades: el Ejército Verde[editar]
Artículo principal: Rebelión de Tambov
Tanto el Ejército Rojo como los Ejércitos Blancos sufrieron las acciones de
guerrillas campesinas. El llamado Ejército Verde estaba compuesto por
campesinos que rechazaban el reclutamiento en ambos ejércitos, las requisas
forzadas y la restitución de las tierras a los antiguos propietarios de bienes
inmuebles deseada por los Blancos.
Los desertores de ambos ejércitos, extremadamente numerosos, fueron un vivero
esencial del Ejército Verde. En 1919-1920, había no menos de tres millones de
desertores de los cinco millones de reclutas del Ejército Rojo; entre la mitad y dos
tercios consiguieron escapar de las búsquedas, detenciones y de la reintegración
forzada en el ejército, reuniéndose con frecuencia los combatientes verdes en los
bosques.72 Los Blancos generalmente fusilaban a los desertores sin otro proceso.
Después de la derrota de los Blancos a finales de 1920, la paz volvió realmente a
Rusia solamente en 1921-1922, tras el aplastamiento de las grandes rebeliones
campesinas como la rebelión de Tambov conducida por el
socialrevolucionario Antónov a mediados de 1921, la destrucción de los ejércitos
verdes (tiempo atrás dueños de territorios inmensos, como en Siberia oriental,
donde controlaron hasta un millón de km²) y el compromiso de la NEP (marzo de
1921), aprobada por el régimen bolchevique y los campesinos.
Las minorías nacionales y la Revolución[editar]
Véase también: Las minorías nacionales y la Revolución
Los dirigentes de la República montañesa fundada durante la Guerra civil. Rusia se descomponía en
decenas de gobiernos más o menos efímeros, mientras que innumerables campesinos volvían a
la autarquía.
Consecuencias[editar]
Consecuencias culturales[editar]
Liberación de las costumbres y emancipación de la mujer[editar]
Tras la guerra civil, tuvo lugar un cambio muy importante en las costumbres
sexuales. La crítica marxista a la familia burguesa ya había conducido a los
bolcheviques a modificar la legislación concerniente al divorcio, el matrimonio y
la interrupción voluntaria del embarazo.100 En 1922, la homosexualidad se vio
despenalizada.101 A lo largo de la década de 1920, el deseo de acceder a una
sexualidad más libre puso en marcha un movimiento social calificado por Wilhelm
Reich de «revolución sexual». Impuesto por las bases, no tuvo tantos apoyos por
parte de los responsables del régimen, y progresivamente fue perdiendo
importancia.102
Más generalmente el poder bolchevique, en particular bajo el impulso
de Aleksandra Kolontái, tomó medidas importantes para mejorar el estatus social
de la mujer. Además de las legislaciones en materia de costumbres, una serie de
decretos comenzaron a reconocer desde finales de 1917 el derecho de las
mujeres a la jornada de 8 horas, el de negociar el importe de los salarios, la
preservación del empleo en caso de embarazo, posibilidad de asegurar cuidados a
sus hijos durante las horas de trabajo, así como derechos políticos idénticos a los
hombres. Se fomentó el trabajo de las mujeres, tanto desde una perspectiva
emancipadora (el régimen declaró que «encadenada al hogar, la mujer no podía
ser igual al hombre») como para paliar el déficit de mano de obra provocado por la
guerra y las hambrunas.103
La lucha contra el analfabetismo y el acceso de las capas populares a la cultura [editar]
Dado que la RSFS de Rusia, al final de la guerra civil, contaba con decenas de
miles de huérfanos, se procedió a crear comunidades educativas con niños de
todas las edades a cargo de maestros voluntarios, educándolos en el espíritu
socialista. En la misma época, se abolieron los grados en el ejército y las reglas
académicas en el arte. La gramática y la ortografía se simplificaron y la lucha
ideológica contra los prejuicios y las convicciones de origen religioso alcanzaron
su apogeo.
El régimen inició rápidamente un importante esfuerzo en materia de instrucción
pública. Bajo la dirección de Anatoli Lunacharski, el comisariado del pueblo para la
instrucción publicó un decreto declarando la apertura de un «frente contra
el analfabetismo» el 10 de diciembre de 1919. El alcalde de Boulogne-Billancourt,
el socialista André Morizet, en un resumen de su viaje a la Unión Soviética afirmó:
«podemos pensar lo que queramos de los jefes del bolchevismo. Podemos criticar
sus métodos, condenar sus actos en general o en detalle [...]. Pero hay un punto
en el que me parece imposible que no aprobemos unánimemente sus esfuerzos,
que no apreciemos sin reservas los resultados ya obtenidos: en materia de
instrucción pública».104
Desde el comienzo de 1918, el régimen impone el triple principio de laicidad,
gratuidad y obligación de la educación. El número de escuelas pasó de 38387 en
1917, a 52274 en 1918 y 62238 en 1919. Asimismo, el presupuesto de educación
pasó de 195 millones de rublos en 1916 a 2914 millones en 1918. 105 Se crearon
alfabetos nacionales para las nacionalidades sin escritura, al tiempo que se
creaban comisiones de instructores.106 Debe considerarse además que este
incremento presupuestario se produjo en un contexto de posguerra y de escaso
desarrollo económico de las repúblicas integrantes de la Unión Soviética, lo que
derivaba en carencias en el material escolar y en el profesorado, lo que explica la
mediocridad de la instrucción en los primeros años del régimen.
La Revolución y el arte[editar]
Las consecuencias de la revolución se dejaron sentir igualmente en el arte. 107
Desde finales del siglo XIX, Rusia se abrió a las nuevas corrientes artísticas que
se desarrollaban en Europa: el impresionismo (con pintores como Leonid
Pasternak y Constantin Kousnetzoff), el fovismo (con Mijaíl Lariónov o Natalia
Goncharova) y el cubismo (con Vladímir Burliuk). Otras corrientes emergieron en
Rusia, como el supremacismo, que proclamaba la supremacía de la forma pura en
la pintura. En la poesía, Nikolai Gumilev inició en 1911 el acmeísmo. El estreno de
la ópera futurista Victoria sobre el sol, de Alekséi Kruchónyj y Velimir Jlébnikov se
produjo el 3 de diciembre de 1913 en San Petersburgo.
Tras la Revolución de Octubre, si bien los bolcheviques prohibieron las obras
abiertamente hostiles hacia el régimen, el nuevo poder no dio sin embargo
directivas en materia de arte; Trotski declaró: «el arte no es un dominio donde el
Partido deba ser líder»108 y animó el florecimiento de las corrientes de vanguardia.
Según el historiador del arte Jean-Michel Palmier, «hay pocos países que
dedicasen tanto dinero a las bellas artes, al teatro, a la literatura o a la pintura
como la URSS en el período más difícil que conoció. Mientras que el hambre
reinaba y la contrarrevolución levantaba la cabeza sobre todos los frentes -interior
y exterior-, la joven república de los sóviets gastaba sumas enormes para
desarrollar el arte —y ni siquiera como instrumento de propaganda—. 109
Desde los primeros días posteriores a la Revolución de Octubre, el gobierno
bolchevique puso en marcha una serie de medidas destinadas a asegurar la
preservación, el inventario y la nacionalización del patrimonio cultural nacional. 110
La colección privada del comerciante y mecenas Serguéi Shchukin fue requisada
para abrir el «primer museo del arte occidental». Vasili Kandinski fue nombrado
director del Museo de la Cultura Artística, creado en 1919, y abrió una veintena de
museos fuera de la capital. Aquí todavía, las penurias limitaban las ambiciones del
régimen. Por falta de créditos para la reconstrucción, la inmensa mayoría de los
proyectos innovadores de arquitectura no pudieron efectuarse. 111
El nuevo entorno político y cultural favoreció el nacimiento de corrientes nuevas y
de debates de escuelas. Según Anatole Kopp, «dentro de esta nueva visión, es
posible distinguir dos orientaciones, de hecho dos vanguardias: una vanguardia
esencialmente formal, que, a pesar del recurso a formas de expresiones inéditas,
no asignará al arte una misión nueva, y una vanguardia social y políticamente
consciente, que intentará, a la luz del marxismo, poner a las técnicas artísticas al
servicio de la transformación de la humanidad».112 Los miembros de esta última
corriente, los partidarios del alumbramiento de una nueva «cultura proletaria», se
reagruparon en el seno de la Proletkult, que tuvo su primer congreso en 1920.
Este grupo efectuó rápidamente una agresiva campaña contra los «compañeros
de camino» del partido y todo lo que se apartaba del «arte proletario», 113 pero no
obtuvo medidas políticas del aparato estatal.114 A finales de la década de
1920, Iósif Stalin se apoyó sin embargo en las teorías de la Proletkult para reprimir
a los artistas e imponer la línea del realismo socialista.
Consecuencias económicas y sociales[editar]
Rusos partiendo al exilio en un vagón plataforma.
La Revolución de febrero de 1917 fue leída por los occidentales con arreglo a la
Gran Guerra en curso, y en general sin gran conocimiento de las realidades rusas.
Las democracias de la Triple Entente (Francia y el Reino Unido) se libraron de un
gravoso aliado como Nicolás II, ya que la continuidad de la autocracia zarista
entraba en contradicción con su propia propaganda sobre la «guerra de derecho».
La prensa (sometida a censura o autocensura) no dio noticia del creciente y
robusto rechazo que la guerra despertaba en la opinión rusa. La revolución se
interpretó de forma contraria, como una voluntad popular de llevar la guerra hasta
el fin con un gobierno más competente.124
No hubo consciencia de la amplitud de la rebelión social. El historiador
monárquico Jacques Bainville se expresaba así en L'Action française: «hace falta
que la renovación rusa no se haga lo que hasta aquí no quiso ser, una
revolución».125 El socialista nacionalista Gustave Hervé escribió: «¡Qué
son Verdún y el Marne mismo al lado de la inconmensurable victoria moral que
han alcanzado los aliados en Petrogrado!».126
Sin embargo, en septiembre de 1917, el motín de los soldados rusos de La
Courtine en el Lemosín hubo de ser sofocado por fuerzas francesas, dejando
varios muertos. Se sucedieron huelgas importantes y prácticamente
insurreccionales que apelaban abiertamente al ejemplo de los sóviets de
trabajadores de Rusia en abril de 1917 en Leipzig, en mayo-junio en Leeds y en
agosto en Turín. En Italia o incluso en España, país no beligerante, aparecieron
pintadas con «viva Lenin», más por rechazo simbólico a la guerra y las
condiciones sociales que por un conocimiento efectivo del programa
bolchevique.127 No obstante, el patriotismo obligó a que ninguna tentativa
revolucionaria se efectuara antes del fin de la Gran Guerra.
Varias delegaciones oficiales fueron a Rusia en tiempos del gobierno provisional y
descubrieron la amplitud de la revolución. Volvieron de allí en ocasiones
estremecidas, como fue el caso de los socialistas franceses Albert
Thomas y Marcel Cachin, el ministro laborista inglés Arthur Anderson o la
feminista británica Emmeline Pankhurst. Un puñado de extranjeros presentes en
Rusia se adhirió activamente a la Revolución de Octubre, como el futuro
historiador y periodista estadounidense John Reed, o el filósofo cristiano
francés Pierre Pascal. En marzo de 1919, André Marty y Charles Tillon dirigieron
el motín de la flota francesa en mar Negro contra la intervención. Ciertos
prisioneros de guerra de los Imperios centrales, convertidos al bolchevismo
durante su cautividad en Rusia, se hicieron propagadores de la revolución al
regresar a sus países, como es el caso del yugoslavo Josip Broz Tito.
La Alemania de Guillermo II dejó a diversos revolucionarios exiliados en Suiza,
entre los que estaba Lenin, atravesar su territorio para volver a Rusia,
considerando que el pacifismo contribuiría a la retirada de Rusia del conflicto. Ya
en esta época circulaba en Rusia y Occidente la idea de un Lenin «agente
alemán», o incluso el rumor de que los «maximalistas» (traducción inexacta
difundida del término bolcheviques) estaban financiados por «el oro alemán». La
Revolución de Octubre fue percibida inicialmente solo como una peripecia política
después de mucha otras, y ni la Entente ni las potencias centrales creían que el
nuevo poder fuera duradero. Tras el tratado de Brest-Litovsk (contra cuya
ratificación votó el SPD en el Reichstag), el Kaiser pasó a ser un objetivo y
paradójico aliado de un régimen bolchevique interesado en jugar a divisiones
«interimperialistas» y en no añadirse un enemigo más. La Entente intervino
primeramente sobre el territorio ruso para evitar la desaparición del Frente
Oriental, siendo el reproche principal hecho a los bolcheviques su «traición» a la
alianza. Tras el armisticio de Compiègne de 1918, fue la revolución como tal lo
que se empezó a combatir.
El pacifismo y la crisis económica de la posguerra, así como el rechazo a ver una
revolución fracasada, suscitaron simpatías fuertes y activas en las capas
populares de Europa hacia la Revolución de Octubre. Los excesos del Terror
Rojo fueron ignorados, negados, minimizados o justificados como una respuesta
simple al Terror Blanco.
En Francia, la Revolución rusa se ha interpretado al prisma de la memoria de
la Revolución francesa de 1789: los bolcheviques son asimilados así a
los jacobinos, Aleksandr Kérenski a la Gironda, los blancos a los vandeanos, León
Trotski a Lazare Carnot, etc. Un historiador simpatizante con el proceso ruso
como Albert Mathiez trazó desde 1920 la analogía entre Maximilien
Robespierre y Lenin, el Terror Rojo y el Terror de 1793.128 El poeta André
Bretón no fue el único que leyó también la Revolución rusa como una revancha de
la fracasada Comuna de París. Pero la «gran luz en el Este» (título de una obra
de Jules Romains) no fue acogida tan bien por todo el mundo. La clase media se
vio afectada por la pérdida del empréstito ruso, que Lenin dejó de reconocer a
comienzos de 1918. El anticomunismo era muy fuerte entre los socialistas fieles a
la «vieja escuela» en el momento del congreso de Tours de 1920, entre los
anarquistas, entre ciertos intelectuales humanistas hostiles hacia los métodos de
los bolcheviques (por ejemplo Romain Rolland, amigo de Gorki) y por supuesto
entre las derechas. Desde 1919, un cartel célebre estigmatiza al bolchevique «el
hombre con el cuchillo entre los dientes».
En Estados Unidos, el red scare o el miedo a los «Rojos» marcó los años
inmediatos de posguerra y contribuyó a las reacciones autoritarias, puritanas y
xenófobas (los emigrantes fueron percibidos como portadores potenciales del
«virus» bolchevique) que marcaron la década de 1920. En Alemania, Hungría e
Italia las fuerzas conservadoras, nacionalistas o fascistas, a veces aliadas por un
tiempo a socialdemócratas como Gustav Noske en Berlín, pelearon para reprimir
violentamente el «bolchevismo» (una palabra por otra parte elástica, bajo la cual
acabó por incluirse abusivamente a todo partidario de un cambio social, incluso
cualquier adversario). En 1919, el miedo y el odio al bolchevismo y a la Revolución
de Octubre, de sus transformaciones y de su posible extensión desempeñan un
papel para nada despreciable en la formación de las ideologías y de los
movimientos fascistas de Benito Mussolini en Italia y de Adolf Hitler en Alemania.
En los países colonizados, la Revolución de Octubre también suscitó esperanzas
importantes. En 1920, en Bakú, los bolcheviques convocaron un «congreso de los
pueblos de Oriente» (del 1 al 8 de septiembre) que intentaba ejercer de unión
entre los nacionalismos de los colonizados y el movimiento comunista mundial.
Posterioridad y fin[editar]
La ruina económica y moral que sucedió a la guerra civil dejó paso a una élite de
burócratas, que en el mismo seno del partido bolchevique van a conseguir
imponerse al frente del país. Para eso, debieron deportar y masacrar a todos sus
opositores, tanto «contrarrevolucionarios» como revolucionarios. Millares de
militantes comunistas, entre los que estaba la mayoría de la «vieja guardia»
bolchevique, héroes de octubre y de la guerra civil, fueron de esta forma
deportados y posteriormente fusilados. Los más célebres de estos fueron
humillados y desacreditados en público en el momento de los procesos de
Moscú en 1936-1938.
Para asentar su poder, y también para hacer olvidar el muy limitado papel que
desempeñó en la Revolución de Octubre, Iósif Stalin se propuso también liquidar,
en el momento de la Gran Purga de 1936-1938, a toda una generación de
militantes, cargos políticos y económicos, militares, escritores e incluso policías
que conocían la situación previa a 1917, la revolución y la posterior guerra civil. En
1930, la mitad de los cargos del Estado y hasta de la policía había servido bajo el
antiguo régimen.129 La «generación de 1937» que los reemplazó gracias a las
purgas, conoció únicamente a Stalin y le debía todo: fue esta nomenklatura sin
pasado revolucionario la que dirigió en lo sucesivo la URSS hasta casi su
disolución.
El régimen «totalitario» de Stalin terminó de asfixiar los ideales de la Revolución
de Octubre. Desde mediados de la década de 1930, restableció un cierto número
de valores deshonrados en tiempos de Lenin y Trotski: exaltación de la familia y
de la patria «socialistas», restauración de títulos militares como el grado
de mariscal, venta libre de vodka por el Estado, academicismo en el
arte, rusificación forzada de las minorías y «chauvinismo de la Gran
Rusia», antisemitismo oficial cada vez menos disimulado... La Segunda Guerra
Mundial acabó con esta evolución, La Internacional dejó por ejemplo de ser el
himno soviético en 1943, y los grados y los uniformes del Antiguo Régimen fueron
espectacularmente restablecidos.
Muy poco sensible al internacionalismo de los primeros dirigentes bolcheviques,
Stalin abandonó toda idea de exportar la revolución mediante la Komintern. En su
opinión, esta debía extenderse solo gracias al Ejército Rojo, bajo control estricto
de Moscú y como una extensión del imperio soviético. Fue lo que ocurrió a partir
de 1939 con las anexiones permitidas por el Pacto germano-soviético (mediante
las que la URSS recuperó los territorios perdidos en el momento de la guerra civil
rusa) y a continuación con la victoria de 1945.
Todos estos hechos fueron caracterizados por León Trotski como el «Termidor»
de la Revolución rusa (comparación con la reacción que siguió a la caída de
Robespierre durante la Revolución francesa). El símil presenta, no obstante,
ciertos límites. En efecto, la era estalinista se señala también por una vuelta,
contra los campesinos, a los métodos del «comunismo de guerra». Coincide
también con una época de purgas sin precedentes. Por otra parte, el advenimiento
de Stalin significó también una reactivación espectacular de la transformación
económica de Rusia, pudiéndose hablar de la «segunda revolución» de
1930: nacionalización íntegra de las tierras y plan quinquenal, que sacó
bruscamente a la URSS del atraso. Todo ello al pesado y disimulado precio de
millones de víctimas, consecuencia de la ambición totalitaria del poder estatal.
Interpretaciones[editar]
Las causas de esta «degeneración» han sido explicado de diversas formas. Para
los anarquistas, se debió a los principios «autoritarios» del partido bolchevique.
Para otros, como ciertos liberales, se inscribe en las mismas ideas de Karl Marx.
Para un cierto número de marxistas no bolcheviques, Lenin cometió el fatal error
de querer poner en marcha una revolución obrera en un país masivamente
campesino y sobrestimó las potencialidades revolucionarias en los países
occidentales. Para los comunistas marxistas antileninistas, como los comunistas
consejistas, los bolcheviques instauraron de golpe un capitalismo de Estado y se
burlaron de los principios comunistas y marxistas.
Ya desde esa época hubo comentarios sobre los acontecimientos de octubre y de
la guerra civil, con marxistas como el teórico Karl Kautsky o la revolucionaria Rosa
Luxemburgo que criticaron la naturaleza del partido bolchevique y su organización
leninista (que el mismo Trotski había denunciado como un peligro ya en 1904). En
su opinión, la asimilación abusiva del partido al pueblo, su desprecio por la
democracia y su culto a la violencia transformaron las purgas y la dictadura
impuestas por las circunstancias en un sistema permanente. El poder del partido
sobre el proletariado sustituyó de forma duradera al poder de los sóviets y de la
clase obrera. Se señaló también su carácter jerarquizado, centralizado,
militarizado y monolítico que provocó una concentración de todos sus poderes
dictatoriales en manos de un pequeño grupo en la cúspide (el Politburó, fundado
en 1917)130 y más tarde, en manos de un solo hombre. Este análisis crítico se
repitió en la década de 1930 por un cierto número de antiguos compañeros de la
Revolución de Octubre, como Boris Souvarine, pionero en la crítica
al estalinismo.131
Para Trotski y los trotskistas, las causas de la dictadura totalitaria debían buscarse
en el nacimiento de la burocracia, así como en el aislamiento de la revolución en
un país pobre y poco desarrollado. Puede no obstante subrayarse que
precisamente en ningún país rico e industrial estalló una revolución «marxista» en
todo el siglo XX, sino en países agrarios o subdesarrollados
(China, Vietnam, Etiopía, Mozambique, etc.). Por otro lado, ninguno de los
regímenes que apelaba a una revolución comunista evitó el orientarse con rapidez
hacia una dictadura policial y burocrática, lo que puede explicarse en parte porque
la inmensa mayoría de los movimientos comunistas eran satélites de Moscú y por
la influencia de Stalin y la URSS en esos países, tanto en materia militar como
económica o política.
La Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, enfrentando al Bloque del
Este y a Occidente (principalmente Estados Unidos) con una carrera
armamentística que nunca desembocó en un conflicto directo, hasta la disolución
de la Unión Soviética en 1991.