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CD - COMUNICACIONES

LOS VESTIDOS DE CLÍO


Métodos y tendencias recientes de la historiografía
modernista española (1973-2013)

Edición a cargo de
OFELIA REY CASTELAO y FERNANDO SUÁREZ GOLÁN

2015
UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
LECTURA CRÍTICA DE FUENTES DOCUMENTALES:
EL MÉTODO POSTERGADO*

FRANCISCO ANDÚJAR CASTILLO


Universidad de Almería

RESUMEN.  Aunque constituye uno de los principios esenciales en la investigación histórica, la crítica
documental ha sido olvidada por cierto sector de la historiografía en los últimos años. El problema
se agudiza en los estudios de historia social cuyas fuentes han sido reproducidas con frecuencia sin
análisis crítico de las mismas, dando plena validez a lo literalidad de sus contenidos. A partir de dos
tipos concretos de fuentes documentales, las «cédulas de diligencias» que emitía la Cámara de Castilla
en ocasiones, antes de que el rey aprobara la concesión de títulos nobiliarios, y las pruebas que se
hacían para el ingreso de los caballeros de las órdenes militares, se demuestra que ambas tipologías
documentales respondían a rituales pactados y dirigidos por los propios interesados en ennoblecerse,
en lugar de ser verdaderos instrumentos de control sobre el origen social –hidalguía y limpieza de
sangre– de los que iban a acceder a estos segmentos de la nobleza.
Palabras clave: Metodología. Crítica documental. Historia social. Títulos nobiliarios. Ordenes Militares.

ABSTRACT.  Although it constitutes one of the essential principles of the historical research,
documentary review has been forgotten by one sector of the historiography in the last few years.
The problem increases in the studies of social history, whose sources have been reproduced
frequently withouth an analitical review of them, giving validity to the literallity of its content. From
two specific types of documentary sources, the «cédulas de diligencia» delivered by the Cámara
de Castilla in some occasions before the king’s aprovement of nobility titles, and proofs made to
knights aiming military entry, it is shown that both typologies answered to ritual agreements ran

* El presente estudio se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación de I+D El poder del
dinero. Dimensiones de la venalidad en los siglos XVII y XVIII (HAR2011‑23105), financiado por
el Ministerio de Economía y Competitividad.
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MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

by those interested in the acquirement of the title, instead of being true instruments of control
about the social origin –honorability and y purity of bloodline– of those who were going to gain
access to those segments of nobility.
Keywords: Methodology. Documentary review. Social History. Titles of nobility. Military order.

1. Del método y la metodología

Señalar que no se entiende una investigación histórica sin una metodología


que la sustente es una obviedad que no debería ni ser referida. Sin embargo, cier‑
tos aires «neopositivistas» que recorren los caminos de la historiografía reciente,
al calor de la fragmentación de la Historia en múltiples «subdisciplinas», y azu‑
zados por los vertiginosos requerimientos administrativos que en la profesión
valoran cada día más la cantidad que la calidad, están conduciendo en los últimos
años a una sorprendente pérdida de preocupación por la aplicación de un método
en la investigación histórica. La metodología, en lugar de erigirse en premisa
imprescindible de una investigación parece más bien algo que debe ser ignorado
o, cuando menos postergado. La consecuencia de estos males, por fortuna secto‑
riales, es una deriva más que notable hacia una historia que se aleja de postulados
científicos y del rigor en la construcción de nuevo conocimiento para aproximarse
más el empirismo de la mera descripción o reproducción de documentos desem‑
polvados de los archivos. En cierto modo, una parte –que no toda, por suerte– de
la historiografía parece haber cogido la senda de un precipicio que no conduce
más que una historia tan plana y sin rigor crítico como aquella que se hiciera en
las viejas escuelas que se pierden en la penumbra de los tiempos.
La manifestación más preclara de esta tendencia a «transcribir» –valiéndose
de otros términos más actualizados y supuestamente propios del «historiador»–
la literalidad de un documento se encuentra en un sinfín de publicaciones.
Otrora, se encasillaban todas ellas como propias de la historia «trasnochada», a
menudo «localista», propia de «genealogistas» sin conocimientos históricos que
solía aglutinarse con el despectivo recurso a su denominación como «historia
decimonónica». Pues bien, a pesar de encontrarnos ya bien entrada la segunda
década del siglo XXI, la denostada centuria del XIX parece reivindicarse, al menos
a juzgar por la lectura de algunos estudios emanados de diferentes ámbitos, aca‑
démicos y no académicos, locales y estatales, alcanzando incluso en ocasiones a
las más consideradas –y supuestamente cualificadas– instancias de producción
del saber histórico. Se puede observar, no sin estupor, cómo una llamada «inves‑
tigación» a veces no es más que la reproducción y comentario de un documento.
La calidad del mismo puede justificar en ocasiones que el esfuerzo consista tan
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el método postergado  |  francisco andújar castillo

sólo en eso, en su reproducción y correspondiente comentario. Pero no siempre


concurren semejantes circunstancias, y el estupor se transforma en auténtico
pavor cuando nos situamos ante «trabajos» que no contienen ni el más mínimo
análisis crítico de la fuente o fuentes utilizadas, cuando se dan por verdades acep‑
tadas y firmes los contenidos del «hallazgo», que reproducen sin más análisis ni
contextualización que permita cualquier reflexión sobre la fuente documental
utilizada o, en propiedad, parafraseada.
A pesar de que es sobradamente conocido que las fuentes con las que opera‑
mos los historiadores no son siempre inocuas, veraces, fidedignas, portadoras de
realidades absolutas, el tratamiento a las mismas como si fueran fiel reflejo de la
certezas históricas ha conducido a la producción de estudios con errores históri‑
cos, inducidos tanto por el contenido mismo de las propias fuentes como por la
aceptación por parte del historiador de que no se podía poner en cuestión lo que
afirmaba un texto escrito en grafía original del siglo XVI, o lo que simplemente
contenía, por ejemplo, una disposición normativa. A propósito de esta última,
suele ser casi unánime la aceptación de que las normas emanadas desde el sobe‑
rano o sus Consejos siempre se cumplían de forma cabal y exacta, del mismo que
se suele pensar con demasiada frecuencia que todos los agentes del rey las aca‑
taban y cumplían con idéntico esmero y ajuste a lo dispuesto. Se podrían aducir
numerosos casos de las enormes distancias que hubo entre norma y aplicación
pero ninguno más ilustrativo que el protagonizado por la propia Corona en el
siglo XVIII cuando legisló en las ordenanzas militares que para pasar de un grado
del ejército a otro había que haber desempeñado obligatoriamente el anterior y,
paralelamente, la propia monarquía conculcaba dicha norma desde el momento
en que vendía directamente empleos de la oficialidad pudiendo acceder un indi‑
viduo al rango de capitán o de coronel sin haber desempeñado los empleos1.
Del mismo modo, en las ordenanzas de 1632 se regulaba de forma explícita esa
misma circunstancia de la obligatoriedad de servir en un grado para ascender al
siguiente del escalafón. Así fue aceptado por la historiografía pero recientemente
diversos estudios han venido a demostrar cómo el monarca rompía esa norma
mediante la concesión de las denominadas cédulas de «suplimiento», documen‑
tos que permitían a un oficial del ejército desempeñar un grado de la jerarquía
militar sin haber ejercido en el inmediatamente anterior2. En el mismo sentido,


1
ANDÚJAR CASTILLO, F.: El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del
siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2004.

2
JIMÉNEZ ESTRELLA, A.: «Mérito, calidad y experiencia: criterios volubles en la provisión de
cargos militares bajo los Austrias», en PARDO MOLERO, J. F.; LOMAS CORTÉS, M. (coords,),
Oficiales reales. Los ministros de la Monarquía Católica (siglos XVI-XVII), Valencia, Universidad
de Valencia, 2012, pp. 241‑264.
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MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

pero en otro ámbito bien distinto del gobierno de la monarquía hispánica, sabe‑
mos que la justicia no se podía enajenar y, de haber aceptado tal premisa, no
hubieran sido posibles estudios como los que en los últimos años han venido a
demostrar que la justicia también fue objeto de mercadeo3.
Si las fuentes documentales deben ser, más que leídas y transcritas –para
luego describirlas–, analizadas para su consiguiente interpretación histórica,
cuando atañen a determinados aspectos de historia social cualquier análisis
debe ser mucho más fino y riguroso. Se requiere la aplicación de un método
de trabajo más exhaustivo por cuanto la sempiterna ambición de prosperar en
la pirámide de la jerarquía social, en especial, en el seno del propio estamento
nobiliario, condujo a numerosos individuos a desarrollar cuidadas y diversifica‑
das estrategias que les permitieran prosperar ocultando o disimulando orígenes
familiares o el ejercicio de actividades poco acordes con el estatus nobiliario que
se pretendía alcanzar. Las estrategias de ascenso social utilizadas por muchos
individuos se basaron en muchas ocasiones en la manipulación del pasado, en
la invención de una memoria de servicio a la monarquía, en la ocultación de los
hechos poco convenientes para esa promoción, así como en numerosas prácticas
que tuvieron un hondo calado en la sociedad del Antiguo Régimen, tal y como
ha demostrado Enrique Soria Mesa en sus estudios sobre la invención genealó‑
gica4, la usurpación de apellidos5 y la falsedad documental6. Un compendio de
estas prácticas, a las que se sumó la venalidad, se puede encontrar en el caso de
un caballero, Tomás González Galeano, que acabó titulado como marqués de
Sotoflorido en 16967.
3
MARCOS MARTÍN, A.: «La justicia también se vende. Algunas consideraciones sobre las ventas
de jurisdicción en la Castilla de los siglos XVI y XVII, en CASTELLANO CASTELLANO, J. L.;
LÓPEZ-GUADALUPE MUÑOZ, M. L. (coord.), Homenaje a Antonio Domínguez Ortiz, Grana‑
da, Universidad de Granada, 2008, T. II, pp. 469‑486; GÓMEZ GONZÁLEZ, I.: La justicia en al-
moneda. La venta de oficios en la Chancillería de Granada (1505‑1834), Granada, Comares, 2000;
SANZ TAPIA, A.: «La justicia en venta. El beneficio de cargos americanos de audiencia bajo Car‑
los II (1683‑1700), Anuario de Estudios Americanos, 69, 2012, pp. 63‑90; ANDÚJAR CASTILLO,
F.: Necesidad y venalidad. España e Indias, 1704‑1711, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2008.
4
SORIA MESA, E.: «Genealogía y poder: invención de la memoria y ascenso social en la España
Moderna», Estudis: Revista de historia moderna, 30, 2004, pp. 21‑56.
5
SORIA MESA, E.: «Tomando nombres ajenos. La usurpación de apellidos como estrategia de
ascenso social en el seno de la élite granadina durante la época moderna», en SORIA MESA, E.;
BRAVO CARO, J. J.; DELGADO BARRADO, J. M. (coord.): Las élites en la época moderna: la mo-
narquía española, Córdoba, Universidad de Córdoba, 2009, T. I, pp. 9‑28.
6
SORIA MESA, E.: La nobleza en la España moderna. Cambio y continuidad, Madrid, Marcial Pons,
2007, pp. 294‑300.
7
ANDÚJAR CASTILLO, F.: «Hacerse noble a finales del siglo XVII. Las contradicciones de la je‑
rarquía social», en JIMÉNEZ ESTRELLA, A.; LOZANO NAVARRIO, J.; SÁNCHEZ-MONTES
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Las prácticas y estrategias seguidas para el ascenso social fueron diversas,


y algunas de ellas llegaron a alcanzar extrema complejidad, por lo que en la
actualidad su investigación presenta serias dificultades. Sin embargo, numero‑
sos historiadores y una legión de aficionados, sobre todo a la genealogía, han
dado plena validez a lo que los documentos narran hasta convertirlos en dogmas
de verdades absolutas que otorgan glorias y hazañas a las memorias familia‑
res remontándose a los tiempos más pretéritos. La secuencia narrativa siempre
buscaba los mismos referentes. Así, por ejemplo, no fue inusual que algunos soli‑
citantes de títulos nobiliarios de Castilla remontasen sus ancestros hasta tiempos
de los godos, de la misma forma que los naturales de Canarias se retrotraían
hasta antepasados que participaron en la conquista de aquellas islas y, siguiendo
la misma estela, algunos de los nacidos en América que, como producto de la
compra del honor, consiguieron numerosos títulos a partir de la década de los
años ochenta del siglo XVII, situaron sus orígenes en los tiempos de los prime‑
ros conquistadores de aquellas tierras.
Entre esas prácticas, una de las más importantes fue la elaboración de cui‑
dadas relaciones de méritos y servicios para la obtención de cargos, que eran
elaboradas y certificadas por la Cámara de Castilla o la de Indias8, a partir de los
memoriales de solicitud y que, como es obvio, incorporaban toda la trayecto‑
ria de servicio, si bien no siempre expresaban el origen del mérito que le había
llevado a obtener esos cargos. De la misma manera esas relaciones de méritos
solían omitir todos aquellos aspectos de una carrera que no convenían que se
supiesen pues no se podía incluir un demérito en un documento que tan sólo
debía reflejar todos aquellos aspectos positivos que pudiesen decidir la promo‑
ción solicitada. Cuando esas relaciones de méritos incorporaban la memoria del
linaje y tenían como objetivo la consecución de mercedes honoríficas, lo mejor
era recurrir a especialistas en la construcción de genealogías que supieran ador‑
nar convenientemente un pasado familiar que no siempre se sustentaba en la
gloria y fama de acciones guerreras o de grandes servicios a la monarquía.

GONZÁLEZ, F.; BIRRIEL SALCEDO, M. M.ª (eds.): Construyendo historia. Estudios en torno a
Juan Luis Castellano, Granada, 2013, pp. 17‑25.
8
Un estudio sobre el proceso de elaboración de esas Relaciones, aunque poco crítico, se encuen‑
tra en GREGORI ROIG, R. M.ª: «Representación pública del individuo. Relaciones de Méritos
y Servicios en el Archivo General de Indias (siglos XVII-XVIII)», en CASTILLO GÓMEZ, A.
- SIERRA BLAS, V. (coords.), El legado de Mnemosyne: las escrituras del yo a través del tiempo,
Gijón, Trea, 2007, pp. 355‑380. Más analítico e interesante resulta el trabajo realizado sobre esa
misma documentación por MACLEOD, M. J.: «Self-promotion: the ‘relaciones de méritos y
servicios’ and their historical and political interpretation», Colonial Latin American Historical
Review, 7‑1, 1998, pp. 25‑42.
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Dado que esa movilidad social que caracterizó a la sociedad castellana en el


Antiguo Régimen tuvo una de sus palancas más activas en la compra de cargos
y honores, muchos de los que accedieron a los más altos honores que dispensaba
el monarca trataron de borrar el rastro del dinero de aquellos documentos que
les acreditaban como hombres de acrisolada nobleza que habían sido honrados
por el rey con cualquiera de las mercedes del extenso campo de las distinciones
honoríficas que otorgaba el soberano. Como el «oro» manchaba de tonos ama‑
rillos la sangre de supuestos reflejos azules, lo mejor era ocultar que el dinero
había circulado por los alrededores de la Corte, ora fuese por alguna covachuela,
ora por los pasillos de palacio, ora por las arcas de alguna de las múltiples teso‑
rerías de la monarquía.
En las páginas siguientes nos proponemos mostrar, a partir de datos concre‑
tos, las posibles lecturas que se pueden hacer de los documentos, tomando como
modelo datos inéditos o publicados y que, de acuerdo con la metodología que
proponemos, se muestran como de «lectura parcial», sesgada o podríamos decir
que han sido interpretados de manera errónea. Los referidos procesos venales
presentan la dificultad adicional de que, como a menudo se trató de eliminar «el
ruido del dinero», abundan los vacíos en la información, las pérdidas documen‑
tales, la alteración de los registros conservados y la ocultación del dinero como
principal mérito en la obtención de un cargo u honor9. Tan sólo el cruce siste‑
mático con otras fuentes documentales permite desvelar lo que determinados
documentos ocultan o, de forma intencionada, fueron alterados en su día para
reflejar lo que sus productores quisieron que se hiciese constar. Se impone pues
la aplicación de una metodología específica que permita determinar, en el caso
de la concesión de mercedes regias en forma de cargos y honores, la realidad his‑
tórica que las fuentes silencian o tratan de manipular.
Entre las diferentes posibilidades metodológicas, en los últimos años, para
el ámbito de la historia social, hemos venido desarrollando una metodología
específica de investigación en procesos de ennoblecimiento y de movilidad social
cuyos resultados permiten dibujar un panorama muy distinto del que conocía‑
mos hasta ahora. En esencia, el método consiste en estudiar los procedimientos
político-administrativos que se seguían para alcanzar dos escalones de la jerar‑
quía social que se encontraban entre los más deseados de la sociedad española
del Antiguo Régimen: los títulos nobiliarios y los hábitos de las órdenes militares.

9
ANDÚJAR CASTILLO, F.: «Venalidad de oficios y honores. Metodología de investigación», en
STUMPF, R. y CHATURVEDULA, N. (orgs.), Cargos e oficios nas monarquias ibéricas: provimen-
to, controlo e venalidade (sèculos XVII-XVIII), Lisboa, CHAM, 2012, pp. 175‑197.
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Los resultados respecto a los primeros ya han visto la luz con la publicación de
la obra de María del Mar Felices de la Fuente sobre el reinado de Felipe V10, en
donde se revela que un análisis minucioso del procedimiento para la obtención
de títulos nobiliarios resulta capital para detectar los procesos venales en la con‑
secución de los mismos y cómo las manipulaciones de los despachos, así como
las ocultaciones de actividades y de orígenes poco adecuados para el fin que se
perseguía estuvieron detrás de mucho títulos de marqueses y condes que se expi‑
dieron durante aquel período11. Los resultados obtenidos por Domingo Marcos
Giménez Carrillo sobre los segundos, los hábitos de las órdenes militares, a par‑
tir del análisis en profundidad del procedimiento seguido por cada aspirante
a colgarse una venera, permite concluir que con frecuencia muchos de los que
lucieron sobre sus pechos las esplendorosas cruces de caballeros nunca fueron los
beneficiarios directos de la merced regia que les habilitaba para que el Consejo de
Órdenes iniciara las pruebas12. Se trata de una metodología que nosotros mismos
habíamos experimentado en estudios de procesos venales tanto en el estudio de
los oficiales del ejército durante el siglo XVIII13 como en el extraordinaria coyun‑
tura de ventas de cargos que tuvo lugar con ocasión de la Guerra de Sucesión
entre los años de 1704 y 171114.
A las conclusiones de esos estudios añadimos ahora otra consideración rela‑
tiva de forma específica a los instrumentos de control que la monarquía estableció
para el acceso al estamento nobiliario o la promoción en el seno del mismo,
centrando el análisis en las últimas décadas del siglo XVII. Es sobradamente cono‑
cido que, con el fin de controlar el origen social, la limpieza de sangre, nobleza y
riqueza de quienes pretendían un título nobiliario –o las dos primeras condicio‑
nes para el caso de los hábitos– la monarquía arbitró una serie de mecanismos que
tuvieron su fundamento esencial en la realización de pruebas orales a una serie
de testigos. Las mismas pruebas se extendieron a otros ámbitos, como por ejem‑
plo, a quienes pretendían ingresar en el elitista grupo de los capellanes de honor
del rey. Sabemos igualmente que para acceder al más alto peldaño de la nobleza


10
FELICES DE LA FUENTE, M.ª M.: La nueva nobleza titulada de España y América en el siglo XVIII
(1701‑1746). Entre el mérito y la venalidad, Almería, Universidad de Almería, 2012,

11
FELICES DE LA FUENTE, M.ª M.: «Silencios y ocultaciones en los despachos de los títulos no‑
biliarios. Análisis crítico de su contenido», Chronica Nova, 36, 2010, pp. 229‑252.

12
Los primeros avances se encuentran en algunos de sus estudios. Vid. GIMÉNEZ CARRILLO, D.
M.:«Los caballeros de las Órdenes Militares. Nuevas perspectivas de investigación», en SERRA‑
NO, E. (coord.), De la tierra al cielo. Líneas recientes de investigación, comunicaciones, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico, 2013, pp. 745‑756.

13
ANDUJAR CASTILLO, F.: El sonido del dinero…, op. cit.

14
ANDÚJAR CASTILLO, F.: Necesidad y venalidad…, op. cit.
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titulada no siempre se requirieron pruebas de nobleza sino que mediante decre‑


tos decisivos o ejecutivos el rey ordenaba a la Cámara que expidiera los despachos
de un título nobiliario a quien hubiera sido agraciado con semejante merced por
procedimientos extraordinarios, generalmente mediando dinero, que implicaban
la supresión de cualquier investigación sobre las calidades y servicios de quien se
encumbraba hasta el grado de marqués o conde. Lo ha demostrado por extenso
María del Mar Felices en diversos estudios15.
Pero nos interesa aquí analizar, en relación a la crítica documental que veni‑
mos planteando, aquellos procedimientos de averiguación de «calidades» para
ennoblecimiento que la monarquía puso en marcha para determinar sin concu‑
rrían los requisitos necesarios para ser un Título de Castilla, un caballero de una
orden militar o capellán de honor del rey. En concreto, las cédulas de diligencias
que a veces emitía la Cámara antes de proponer al rey la concesión de un título
nobiliario y las pruebas de limpieza de sangre y nobleza que debían pasar los
aspirantes a hábitos de las órdenes militares.
En principio, señalaremos que en todos los casos se han estudiado más los
resultados de esos procedimientos de «pruebas» que los mecanismos mismos de
realización de esas averiguaciones. De ahí que, sin más análisis de esos documen‑
tos, encontremos centenares de estudios que reproducen de manera casi literal
textos sobre acrisoladas noblezas de quienes obtuvieron un hábito de las órde‑
nes militares, de la misma forma que un sinfín de estudios han reproducido los
despachos de los títulos nobiliarios sin preguntarse ni cómo se habían obtenido
ni qué tipos de pruebas se habían realizado sobre los titulados para determinar
los méritos familiares o personales. Por el contrario, nuestra hipótesis principal
es que todas esas probanzas y testificaciones formaron parte más de un ritual
burocrático –al menos para la cronología de la coyuntura estudiada–, que de un
verdadero proceso de averiguación de las calidades que debían reunir los candi‑
datos a ennoblecerse.
Frente a esa lectura textual de los resultados de esas pruebas, basadas en su
mayoría en la oralidad de las testificaciones, proponemos en las páginas siguientes
una reflexión del imprescindible acercamiento crítico a esas fuentes documenta‑
les. Para ello adoptamos un método de estudio de casos que, al reducir la escala
observación y combinar la información con la procedente de otras fuentes de
información, nos arroja un resultado muy distinto al que tanto ha proliferado en


15
FELICES DE LA FUENTE, M.ª M.: «Procesos de ennoblecimiento. El control sobre el origen
social de la nobleza titulada en la primera mitad del siglo XVIII», en ANDÚJAR CASTILLO, F.;
FELICES DE LA FUENTE, M.ª M. (eds.), El poder del dinero. Ventas de cargos y honores en el An-
tiguo Régimen, Madrid, Biblioteca Nueva, 2011, pp. 243‑269.
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los estudios de nobleza en los que todos sus miembros suelen responder al perfil
constante de orígenes inmaculados, de méritos y servicios a la monarquía perso‑
nales y familiares, y de goce de hidalguía desde tiempos inmemoriales.

2. Las cédulas de diligencias emitidas por la Cámara de Castilla


para la obtención de títulos nobiliarios

María del Mar Felices se ha ocupado en diversos estudios de detallar el pro‑


cedimiento que seguía la Cámara de Castilla cuando trataba de averiguar si en
pretendiente a un título nobiliario concurrían las condiciones necesarias de
nobleza, riqueza y mérito como para condecorarse con tan excelsa categoría de
la jerarquía social. De forma muy clara ha explicado que mediante dos proce‑
dimientos, la emisión de una «cédula de diligencias» o la petición de «informes
reservados», la Cámara trataba de asesorar al rey antes de que procediera a la
concesión de un título de Castilla16. En adelante nos referiremos a las primeras.
Según su estudio, relativo a los nuevos titulados durante la primera mitad
del siglo XVIII, cuando la Cámara recababa a corregidores o a otras justicias
que abrieran diligencias para averiguar acerca de un pretendiente a titular sobre
los empleos que había ejercido, sus rentas, propiedades y mayorazgos, así como
sobre su origen familiar, aunque el proceso se encomendaba que fuese incoado a
las citadas autoridades, en la práctica estaba dirigido por los mismos aspirantes
a los títulos, de manera que escogiendo a los testigos entre sus propias clientelas
y allegados se aseguraban unas testificaciones favorables a sus orígenes y calida‑
des. Es por ello que la inmensa mayoría de las diligencias hechas por la Cámara
acabaron con resultados positivos para los aspirantes a titular, porque se inquiría
no para informarse sobre la realidad del pretendiente sino que, en razón a cómo
se recababa luego la información por parte de corregidores y justicias, se buscaba
ratificar que nada impedía que el procedimiento administrativo siguiera su curso.
Durante las dos últimas décadas del siglo XVII se reproducen las mismas
pautas observadas por María del Mar Felices para la primera mitad de la centu‑
ria borbónica. El caso de un comerciante genovés, Juan Martín Pesenti, que titula
en 1683 como marqués de Montecorto, lo deja muy claro pero, al mismo tiempo
demuestra que esas cédulas de diligencias más que mecanismos de control sobre
el origen de los nuevos titulados podían adquirir el carácter de verdaderas farsas
orquestadas por los principales agentes que intervenían en las mismas.


16
FELICES DE LA FUENTE, M.ª M.; «La Cámara de Castilla, el rey y la creación de títulos nobi‑
liarios en la primera mitad del siglo XVIII», Hispania, Revista Española de Historia, 236, 2010,
pp. 661‑686.
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MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

En 1683 Juan Martín Pesenti, genovés asentado en Cádiz da poder a un


jesuita que residía en el Colegio Imperial de Madrid, Ignacio de Zuleta, para
que le consiguiera un título nobiliario, con la denominación de marqués de
Montecorto, por el que estaba dispuesto a pagar hasta 18.000 ducados, la mitad
de ellos al contado y la otra mitad en el plazo de un año. Sus méritos son esca‑
sos pero tampoco le hacen falta muchos porque está dispuesto a pagar la citada
cantidad por ser marqués. Por entonces se presentaba como regidor perpetuo de
Cádiz, propietario del cortijo del donadío de Montecorto en Jerez de la Frontera
así como de otros bienes inmuebles que en total sumaban más de 120.000 duca‑
dos, pero, al parecer, carecía de la cantidad de numerario en efectivo como para
hacer el pago total del título que pretendía adquirir. En aquel momento no podía
acreditar orígenes nobiliarios demasiado sólidos y por ello tan sólo pudo argu‑
mentar que había vivido «con mucha estimación y lucimiento» y que a la sazón
en la ciudad de Cádiz «no hay acto de nobleza sino es la estimación común y
conocimiento de los nobles»17. A pesar de la debilidad de su fundamento, nada
debía temer sobre el buen fin de su pretensión pues le avalaba la riqueza y la pla‑
nificación de una operación que no dejaría ningún cabo suelto.
Conocía a la perfección el procedimiento seguido por otros comerciantes
gaditanos que habían logrado similares honores así como los mecanismos vena‑
les para conseguir cargos y honores. Su propio título de regidor perpetuo de
Cádiz lo había comprado en 1674 por 3.700 ducados18. Por otro lado se hallaba
casado con la hija mayor de García Dávila Ponce de León, marqués de Villamarta
Dávila, cuyo título nobiliario puede servir, al igual que en el caso de Presenti,
como modelo de documentos «alterados» para no desvelar la realidad de los
méritos, pues según rezaba en el despacho de concesión Carlos II se lo dio «en
atención a la calidad y servicios, propios y heredados».19 El historiador que se
acerque a ese título anotará que por tales méritos fue ennoblecido por el último
monarca de la casa de Austria. Sin embargo, ese título de marqués de Villamarta
Dávila no fue producto de esos méritos sino del pago de 350.000 reales de vellón
que fueron abonados en 1679 para financiar el casamiento del rey con María
Luisa de Orleans.20 Por otro lado, un cuñado suyo, Miguel Toñarejos, se hallaba


17
Archivo del Ministerio de Justicia [AMJ], Leg. 10‑1, Exp. 67.

18
BUSTOS RODRÍGUEZ, M.: «Origen y consolidación de las elites gaditanas en la época moderna»,
en TORRES RAMÍREZ, B.: Andalucía y América. Los cabildos andaluces y americanos. Su historia
y su organización actual: Actas de las X Jornadas de Andalucía y América, Huelva, Diputación de
Huelva, 1992, p. 179.

19
AMJ, Leg. 199‑3, Exp. 1769.

20
AGS, Contaduría Mayor de Cuentas, Tercera época, Leg. 1796, p. 13.
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el método postergado  |  francisco andújar castillo

casado con la hija mayor de la marquesa de Villacampo, título concedido en 1666


al comerciante gaditano Antonio Fernández de Castro, probablemente por un
procedimiento similar al anterior21.
Juan Martín Pesenti no se valió por casualidad de la «vía eclesiástica» para
conseguir su título de marqués de Montecorto. Con anterioridad a tomar la
decisión de ennoblecerse debió tener conocimiento de que el convento de mer‑
cedarias descalzas del «barrio del Barquillo» de Madrid había sido agraciado
en enero de 1683 con un título nobiliario para «beneficiarlo» para proseguir la
fábrica de su obra. A través del jesuita Ignacio de Zuleta, predicador del rey y
calificador de la Inquisición, había entrado en contacto con el convento que ven‑
día el título. Una vez cerrada la transacción, Zuleta dio a su vez poder en el mes
de agosto a un presbítero de Madrid, de nombre Francisco Santos de la Madrid,
para que se encargara de la segunda fase de la operación, esto es, de todo lo rela‑
tivo a la presentación de los testigos y hacer la información de las diligencias.
La Cámara de Castilla, abrió diligencias para comprobar todo aquello que
quería «comprobar el rey» antes de conceder el título, léase, qué clase de persona
era Juan Martín Presenti, de qué calidad era, con quién estaba emparentado, lo
que había servido él y su familia, si era heredero de mayorazgos, qué rentaban
éstos y si sus bienes tenían cargados censos. Igualmente, por esa cédula de dili‑
gencias el rey pretendía saber si los servicios de Presenti habían sido remunerados
con anterioridad. Pero la Cámara debía ser partícipe de aquel juego de intereses
que se movía en torno a este comerciante. No en vano, en lugar de recabar que
iniciara las diligencias el corregidor de Cádiz, la información fue recabada al
corregidor de Madrid, lugar en donde no se conocía al aspirante al título ¿Pero
por qué la Cámara colaboraba en aquella obra teatral de indagar de forma tan
poco rigurosa sobre Juan Martín Presenti? La explicación hay que buscarla en
la intervención de otro actor, García de Medrano, un consejero y camarista de
Castilla que tenía gran interés en que la transacción entre las mercedarias descal‑
zas del Barquillo y Presenti fructificara. De hecho, García de Medrano participó
en aquel asunto en calidad de protector del mencionado convento, haciéndose
todo bajo su «intervención y orden», de manera que todo el dinero se debía apli‑
car a la citada obra. Y es que, por entonces, García de Medrano no sólo ejercía
como protector de ese convento sino que años anteriores, al menos desde 1675,
se había encargado de «beneficiar efectos» –vender cargos y honores– para apli‑
carlos a las fábricas de los conventos de Mercedarias Descalzas y Nuestra Señora
de la Esperanza de Ocaña22.


21
SÁNCHEZ BELÉN, J.A.: La política fiscal en Castilla durante el reinado de Carlos II, Madrid, 1997,
p. 310.

22
AHN, Consejos, Lib. 2752.
938 LOS VESTIDOS DE CLÍO
MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

Todo aquel complejo entramado tenía en los testigos a sus actores princi‑
pales pues de las deposiciones testificales que hicieran dependía el éxito final de
aquella empresa. Todos los cabos estaban tan bien atados que las testificaciones
vinieron a ratificar que todo aquel procedimiento respondía más bien al cumpli‑
miento de unos trámites burocráticos que no tenían otra finalidad que sancionar
lo que ya se había decidido con anterioridad, que no era otra cosa que la compra
del título de marqués por parte de Juan Martín Presenti. Sencillamente, los testi‑
gos lo eran, pero «de parte» del aspirante a ennoblecerse, no personas imparciales,
y por ello ratificaron, punto por punto, todos los supuestos méritos y servicios
que el comerciante genovés había puesto en su solicitud. En total comparecie‑
ron cinco testigos pero uno lo hizo en dos ocasiones, una a título personal y otra
en representación del padre Francisco Morejón, rector del Colegio Imperial de
Madrid. Ese doble testigo no fue otro que el jesuita Ignacio de Zuleta, el mismo
que había sido comisionado por parte de Presenti para negociar la compra del
título. Un tercer testigo también tenía gran interés en ratificar las calidades del
«inspeccionado» pues era el General de los mercenarios descalzos, la misma
orden que se beneficiaba de aquella transacción del título nobiliario. Los otros
dos testigos que comparecieron eran compañeros de Presenti en el ayuntamiento
de Cádiz, regidores perpetuos, Manuel Enriquez Figueroa y Francisco Antonio
Soto Guzmán23. Amén de compañeros de banco en el concejo gaditano, debían
compartir con Presenti más intereses. Pues bien, con tan claros avales el teniente
de corregidor de Madrid elevó a la Cámara de Castilla un informe positivo para
que se le concediera el título nobiliario que previamente había comprado al con‑
vento de las mercenarias descalzas del Barquillo.
Aunque precisaría de un estudio monográfico, el último de los testigos,
Francisco Antonio Soto Guzmán, fue algo más que «testigo de parte», pues
por entonces debía hallarse en Madrid ocupado en asuntos similares a los que
incumbían Pesenti. Su trayectoria tenía grandes parecidos con la de este último.
En 1640 había accedido al cabildo gaditano cuando su padre, Juan Soto, le com‑
pró una regiduría en subasta pública por el precio de 2.600 ducados.24 La fortuna
familiar procedía sin duda de la Carrera de Indias, pues muchos años después,
en marzo de 1664 adquirió a perpetuidad un oficio de nueva creación, el de
Alguacil Mayor y Guarda Mayor del Consejo de Guerra, por la considerable
fortuna de 455.000 reales de vellón25. La carrera venal prosiguió después al conse‑
guir en 1686 el honor de nominarse como gentilhombre de boca del rey, aunque

23
AMJ, LEG. 10‑1, EXP. 67
24
Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Prot. 11278, fol. 739 r. y ss.
25
AGS, Contadurías Generales, Leg. 812.
Lectura crítica de fuentes documentales: 939
el método postergado  |  francisco andújar castillo

desconocemos el precio abonado.26 Por entonces ya había iniciado el «asalto»


definitivo al ansiado título nobiliario pues en 1685 había conseguido del rey
una facultad para vender su regiduría gaditana con la condición de invertir su
producto en la paga de los 22.000 ducados que valía el título nobiliario.27 Y en
efecto, en octubre de 1689 acabó titulando como marqués de Torre Soto merced
a ese servicio pecuniario28.
Luego, esos títulos, el de marqués de Montecorto y el de Torre Soto, como
muchos más de los que se concedieron en el último tercio del siglo XVII, figu‑
rarían como otorgados en remuneración de la «calidad, servicios y méritos» de
ambos. Poco importaba que en realidad su actividad principal fuese la de comer‑
ciantes. No era preciso demostrar sangre noble alguna. Bastaba con que no se
hicieran pruebas algunas –valiéndose el rey del decreto decisivo–, o si se hacían,
como en el caso de Pesenti, convertir las probanzas en una ficción tutelada por el
propio interesado para que los «testigos de parte» depusiesen lo que previamente
se había pactado con ellos. En un caso y en otro, el dinero vencía todo, ya fuese
a parar a la financiación de las obras de un convento, destino del abonado por
el marqués de Montecorto, ya tuviese como final de recorrido las arcas de cual‑
quier tesorería, como sucedió con la suma pagada por el marqués de Torre Soto.

3. Los testigos en las pruebas para caballeros de hábito


¿ficción o realidad?
Si quienes testificaban en las cédulas de diligencias no parecen ser dema‑
siado imparciales, antes al contrario, «testigos de parte», la situación no parece
que fuera demasiado distinta en cuanto a las pruebas para la obtención de los
hábitos de las órdenes militares. Y no se trata tanto de referirnos a la presenta‑
ción de pruebas falsas o al soborno de los testigos sino de la planificación del
proceso de pruebas para que quienes comparecían ante los informantes dijesen
justamente lo que necesitaba el pretendiente a cruzarse una cruz en el pecho. En
un estudio reciente, relativo a las postrimerías del siglo XVII, hemos mostrado
cómo la configuración de complejas redes de relaciones eran determinantes para
conseguir el buen fin de estos procesos testificales y cómo quienes aspiraban a
un hábito comparecían como testigos de forma recíproca en las pruebas de los
demás29. Nada mejor para asegurarse el éxito que «trabajar en red».

26
Archivo General de Palacio, Reinados, Felipe V, Leg. 290‑1
27
AHN, Consejos, Leg. 9270.
28
Idem
29
ANDÚJAR CASTILLO, F.: «Redes de amistad, paisanaje y venalidad de indianos en torno a los
hábitos de las Órdenes Militares a finales del siglo XVII» (en prensa).
940 LOS VESTIDOS DE CLÍO
MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

Una vez más, la reducción de escala de observación a un solo individuo y la


diversificación de fuentes documentales en torno al mismo nos permite obtener
unos resultados muy distantes del uso que la historiografía más tradicional ha
hecho de los conocidísimos «expedientes de caballeros» de las órdenes milita‑
res que se conservan en el Archivo Histórico Nacional. Si leemos de una forma
«plana» o literal, el expediente que se conserva relativo a la concesión del título
de caballero de la orden de Calatrava en 1693 a José de la Rocha Carranza, saca‑
ríamos, de forma abreviada, las siguientes conclusiones: que se trataba de un
natural de Quito, hijo de un oidor de esta misma población, Diego Andrés de
la Rocha, que había nacido «de paso» en Sevilla cuando su padre –abuelo del
pretendiente– se hallaba a la espera de embarcar para Indias; que en sus prue‑
bas testificaron un total de 30 testigos, 20 de ellos por la parte que tocaba a las
naturalezas de Indias y 10 por las de Madrid, ciudad esta última en la que supues‑
tamente habría nacido su padre30. Por otro lado, otro tipo de documento –menos
utilizado por la historiografía– el denominado «expedientillo», aclara, además,
que ocho testigos más comparecieron en ese mismo proceso para dar fe de que
tanto el padre de José de la Rocha como su abuela materna nacieron en Sevilla
«de paso» antes de partir hacia América31. De esta forma, tomando como refe‑
rencia el expediente del título, ha sido reproducido su «historial nobiliario» de
ilustre caballero en alguna obra sobre caballeros de las órdenes militares.
Se trata pues de dos testificaciones distintas, una para conseguir que las
pruebas relativas a Indias se hicieran en Madrid, y otra para que las «naturale‑
zas» de España no se hiciesen en Sevilla sino en Madrid. Los dos informantes, el
caballero José de Páramo y el religioso Fray Luis de Torres, tuvieron que hacer
unas pruebas previas, las de las «naturalezas» de España y, una vez que encon‑
traron testigos «fidedignos», procedieron a realizar las pruebas sobre limpieza
de sangre y nobleza de José de la Rocha Carranza.
Aunque en apariencia las probanzas definitivas debían ser las que se acos‑
tumbraban hacer para conseguir vestir el hábito, en este caso las más importantes
eran esas previas que le permitirían sortear cualquier investigación en su Sevilla
natal ¿Quiénes fueron los testigos de unas y de otras? ¿Gentes neutrales dispues‑
tas a declarar la verdad o miembros de una red perfectamente organizada por el
propio pretendiente al hábito que pretendía así asegurarse que depusiesen según
indicaciones suyas?


30
AHN, Ordenes Militares, Calatrava, Exp. 2229.

31
AHN, Ordenes Miliatares, Expedientillo 11378.
Lectura crítica de fuentes documentales: 941
el método postergado  |  francisco andújar castillo

Para lograr que todas las pruebas se le hicieran en Madrid, José de la Rocha
Carranza, debió contar primero con el concurso de nueve testigos que declara‑
ron «haber oído» que tanto su padre como su abuela materna habían nacido
por casualidad en Sevilla. Corría el mes de octubre de 1692 cuando se hacían
esas «pruebas previas». De esos nueve testigos todos menos uno volvieron a tes‑
tificar luego en las pruebas para avalar la limpieza de sangre e hidalguía de José
de la Rocha. Todos conocían o habían oído hablar del viaje de su padre y abuela
materna hacia América, así como de la vida del pretendiente en aquellas tierras.
Debían pertenecer al círculo más íntimo de José de la Rocha, tanto como para
testificar en probanzas tan distintas como las de ambos interrogatorios.
Algunos de esos nombres nos resultan conocidos y otros menos. Entre estos
últimos un tal Gaspar Peinado Fanega, secretario del Consejo de Inquisición,
relación que sin duda preparaba el asalto de José de la Rocha a una familiatura
de la inquisición de Lima que conseguiría en 169632; Francisco Sánchez Aguilera,
escribano de cámara de la Contaduría Mayor de Hacienda desde 1691; dos maes‑
tres de campo, Tomás de Valdés, caballerizo del rey, y Nicolás Montijo, ambos
caballeros de Santiago; un racionero de Arequipa y un contador de retasas del
Perú llamado Pedro Antonio del Castillo. Todos ellos, como hemos señalado,
participaron luego en las pruebas definitivas, al igual que lo hicieron tres perso‑
najes que nos son más familiares.
El primero de ellos es el limeño Diego José Quint que a la sazón buscaba
en la corte conseguir un hábito de caballero de Alcántara, que lograría en 1694
tras haber adquirido por 220.000 reales en ese mismo año de 1692 una plaza de
contador del Tribunal Mayor de Cuentas de Lima33. También depuso en favor de
José de la Rocha el abogado Juan Santiago Céspedes Cavero, quien a la sazón se
encontraba en Madrid en los mismos «negocios» que muchos americanos ávidos
de comprar los cargos y honores que se vendían en la Corte. Y lo propio hizo Juan
Santiago Céspedes Cavero, quien de forma secreta –como «beneficio secreto»–
compraría en 1693 la futura de una plaza de oidor de la audiencia de Charcas
por 110.000 reales de plata34. Por último testificó en favor de José de la Rocha una
figura central en cuantos procesos de testificaciones tuvieron en lugar en Madrid
por aquellos años. Se trata de Juan Pérez de Urquizu, un letrado perteneciente a
una familia de comerciantes limeños35, que consiguió su primer objetivo al viajar

32
AHN, Inquisición, Leg. 1276, Exp. 3.
33
AGI, Contaduría, Leg. 156.
34
AGI, Contaduría, Leg. 156.
35
SANZ TAPIA, A.: «La justicia en venta…», p. 80.
942 LOS VESTIDOS DE CLÍO
MÉTODOS Y TENDENCIAS RECIENTES DE LA HISTORIOGRAFÍA MODERNISTA ESPAÑOLA (1973-2013)

a Madrid al «beneficiar» en diciembre de 1692 una plaza de alcalde del crimen


de la Audiencia de Lima en 220.000 reales. Luego permanecería en la Corte hasta
1695 por lo que esa dilatada estancia y el contacto con los limeños que habían
llegado en pos de cargos y honores, le hicieron omnipresente en buena parte de
las testificaciones para las pruebas para caballeros originarios del virreinato del
Perú que se hicieron durante esos años.
En la nómina de los que hicieron de testigos en las segundas pruebas
encontramos a los mismos nombres referidos –con la excepción de Pérez de
Urquizu– así como algunos más que nos resultan familiares tanto por su par‑
ticipación como testigos en pruebas de otros aspirantes a caballeros como por
encontrarse en Madrid a la búsqueda de «pretensiones», esto es, honores y car‑
gos, que por entonces se podían comprar con cierta facilidad. El comentario
de esa nómina excede los límites de esta aportación pero merece reseñarse la
figura capital de Iñigo de Acuña Castro, marqués de Escalona, pues por enton‑
ces, además del papel de testigo junto con otros importantes mediadores debió
desempeñar un destacado papel en la consecución de las mercedes –que no los
hábitos– para todo el numeroso grupo de limeños que se habían desplazado
hasta Madrid por aquellos años36. Su posición en la Corte, como mayordomo
mayor de la reina, le permitió actuar como gran patrón de esa red pues com‑
pareció en numerosas testificaciones para pruebas de hábito durante esos años
finiseculares, aunque sus negocios debían exceder a ese puesto. No en vano pagó
en 1679 una desorbitada fortuna por el título de marqués de Escalona37.
En suma, una sólida red de colaboradores ayudó a que José de la Rocha
Carranza consiguiera sin demasiadas dificultades su hábito de caballero de la
orden de Calatrava. Su experiencia en esas redes de individuos dispuestos a com‑
prar cargos le sirvió para lanzarse en los años siguientes a una desenfrenada
carrera marcada por la venalidad, la misma práctica que tal vez le llevó hasta el
hábito. En 1697 compró por 45.000 pesos la futura de la presidencia de la audien‑
cia de Charcas y el puesto de Capitán General de Tierra con la presidencia de la
audiencia de Panamá38. Por entonces mantenía negocios con dos de los princi‑
pales financieros de Felipe V, Bartolomé Flon y Huberto de Ubrecht39 quienes le

36
ANDÚJAR CASTILLO, F.: «Redes de amistad…», op. cit.
37
Ibidem.
38
ANDÚJAR CASTILLO, F., Necesidad y venalidad…, op. cit., p. 106.
39
SANZ AYAN, C.: «Financieros holandeses de Felipe V en la Guerra de Sucesión: Huberto Hu‑
brecht», en HERRERO SÁNCHEZ, M. - CRESPO SOLANA, A.: España y las 17 provincias de los
Países Bajos: una revisión historiográfica (XVI-XVIII), Córdoba, Universidad de Córdoba, 2002,
pp. 563‑582.
Lectura crítica de fuentes documentales: 943
el método postergado  |  francisco andújar castillo

prestaron 79.000 pesos para adquirir esos empleos y para otros asuntos relacio‑
nados con el comercio con América. De hecho en sociedad con Ubrecht contrató
con el rey la formación en 1704 del regimiento de Fusileros de Artillería40. En
aquellas operaciones, se procuró un ascenso a «general de artillería», vivió
unos años convulsos tras ser suspendido de la presidencia de Panamá –en la
que luego sería restituido tras ser absuelto en 1713 por el Consejo de Indias– y
tuvo numerosos problemas con sus socios Flon y Ubrecht en algunos negocios.
Previamente, en 1703, había culminado su ascenso social al obtener por suce‑
sión de su abuelo el título de marqués de la Rocha cuya denominación cambió
a la de marqués de Villa Rocha.
En todo caso, la historia de José de la Rocha Carranza, ejemplifica, como las
de otros centenares de personas, la diferente lectura que se puede hacer de las
testificaciones de las pruebas de hábito, desde la simple y sencilla de reproducir
el documento, hasta la más compleja que trata de indagar no tanto sobre lo que
se narra en esas deposiciones escritas sino en lo que hay detrás de las mismas y
cómo se han realizado. Ese método pasa, de manera indefectible, por el cruce
sistemático de múltiples fuentes documentales sobre cada individuo.


40
ANDÚJAR CASTILLO, F.: El sonido del dinero…, op. cit., pp. 67‑70.

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