El subjetivismo El subjetivismo trata de ser una explicación más moderada que
la escéptica sobre la realidad del conocimiento humano. El subjetivismo parte del mismo hecho del que parte el escéptico: los hombres conocen de modos muy diversos según cada cultura y según los grupos sociales a los que pertenecen. Es más, incluso la psicología de cada individuo puede llevarlo a interpretar de un modo distinto la realidad: un neurótico se hace una imagen del mundo distinta de la del hombre psicológicamente sano. Pero, a diferencia del escéptico, el subjetivista no piensa que esto signifique que el conocimiento es imposible. Para el subjetivismo, la verdad es posible. Lo que sucede no es algo absoluto, sino algo relativo al sujeto. Todo conocimiento significaría una relación entre dos polos: entre lo que es conocido (el objeto) y el que conoce (el sujeto). La posición subjetivista es justamente la que afirma que la verdad es siempre la verdad para un sujeto. Con esto, el subjetivista se opone a la mentalidad ingenua de quien piensa que las cosas son tal como las conocen. El subjetivismo afirma que es imposible saber de un modo definitivo cómo son las cosas en sí mismas, pues todo conocimiento humano del mundo es un conocimiento en el que hay implicada una subjetividad. Puede ser que Dios conozca cómo son las cosas de un modo absolutamente puro y objetivo. Pero todo conocimiento humano es un conocimiento subjetivo. Es más, si el conocimiento es posible, lo es justamente porque hay un sujeto capacitado para conocer. La verdad de los conocimientos del hombre solamente se puede entender desde la subjetividad de quien conoce. No hay más verdad que la verdad de un sujeto.
El subjetivismo, en cierto modo, caracteriza toda la llamada "filosofía moderna,"
es decir, la filosofía de los siglos XVI al XIX. Se trata justamente de la época de crecimiento y auge de la civilización burguesa en el mundo europeo occidental. Es el triunfo del capitalismo y de las ciencias naturales, que supone el cuestionamiento de los modos de vida clásicos y de las verdades sobre las que reposaba la cultura cristiana del medioevo. Los hombres modernos quieren que la filosofía proporcione verdades tan ciertas e inconmovibles como las verdades de las ciencias. Y el realismo clásico, la confianza medieval en un saber objetivo del mundo, deja de ser fiable. Se necesita una certeza absoluta en filosofía, y esta certeza no la puede proporcionar ni la filosofía medieval ni la religión. ¿Dónde hallar esta certeza, una vez que la tradición y las autoridades clásicas han sido puestas en tela de juicio? La respuesta de los filósofos modernos va a ser unánime: en el sujeto.
a) El racionalismo. Descartes no es solamente un gran exponente del
subjetivismo moderno, sino también el verdadero iniciador del racionalismo. El racionalismo es una variante del modo subjetivista de plantear el problema del conocimiento. El subjetivista en general parte de un conocimiento verdadero, indubitable: el del sujeto. El problema está en cómo fundamentar todos los demás conocimientos del hombre en esta primera verdad. Para el subjetivista no tenemos ninguna certeza sobre el mundo exterior, de lo único que podemos estar ciertos es de lo que se da en nuestro interior. Cómo sea en realidad este libro no lo sabemos, pero sí podemos estar seguros de que, en nosotros, en nuestra conciencia, este libro es por ejemplo azul... aunque en el mundo exterior no lo sea. El gran intento de racionalismo consiste en llevar a cabo un "salto" desde estas verdades que se dan en nuestro mundo interior hacia algún tipo de conocimiento del mundo exterior a nosotros. El "trampolín" que utiliza el racionalismo para dar este salto no es otro que la razón. Para Descartes los sentidos del hombre son fuente de engaños y de errores: nos hacen ver espejismos, tomar a una persona por otra, etc. En cambio, la razón, piensan los racionalistas, es segura. Una verdad matemática o lógica es cierta, independientemente de mis sentidos o de los de cualquier otro, tanto despierto como dormido. El que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo sea igual a la suma de los cuadrados de los dos catetos es una verdad independiente de toda experiencia sensible o de cualquier época histórica. Del mismo modo, si digo que A implica B, B implica C y por lo tanto A implica C, obtengo una verdad lógica siempre válida. El racionalista pone su confianza en la razón como fuente de conocimientos bien fundados, y no en los sentidos. El camino que seguirá Descartes es el siguiente: construirá, a partir de la subjetividad, una "prueba" deductiva de la existencia de Dios. Y de la existencia de un Dios bueno que no puede engañarnos deducirá la existencia de un mundo exterior. Al mundo se accede no por los sentidos, sino mediante la razón, piensa en el fondo el racionalista. Y el mundo al que se accede de este modo es un mundo racional, lógicamente ordenado. No podría ser de otro: es un mundo creado por Dios, por la Razón Infinita. Las grandes creaciones científicas de la edad moderna confirmaban justamente esta imagen del mundo como un enorme reloj racionalmente construido. Como decía el fundador de la física moderna, Galileo Galilei, "el gran libro de la naturaleza está escrito con caracteres matemáticos." Es decir, la sustancia del mundo es racional. Y esto implica entonces perfectamente la posibilidad del conocimiento: el conocimiento es posible porque tanto nuestra razón humana como la estructura del mundo son productos de la mente divina. Dios ha sido el "coordinador" entre nuestra razón y la razón del mundo. El es quien explica en último término la adecuación entre nuestra inteligencia y la realidad. El optimismo racionalista funcionó muy bien mientras se aplicó a la imagen ordenada y 50 coherente del mundo que presentaban las ciencias del momento. Los problemas comenzaban cuando este racionalismo se trataba de aplicar al mundo humano: ¿cómo es posible la existencia del mal físico —enfermedad, dolor, desastres naturales— o del mal moral —opresión, injusticia, crímenes— en un mundo racional? ¿Cómo es posible el mal si todo ha sido ordenado por un Dios racional y bondadoso desde el principio de los tiempos? La confianza en la racionalidad plena del mundo queda en entredicho y se abre el campo a corrientes, también subjetivistas, caracterizadas por una mayor desconfianza ante la razón y ante las posibilidades cognoscitivas del hombre. b) El empirismo. Frente a los racionalistas, el empirismo va a defender que la verdadera fuente del conocimiento humano no está en la razón, sino en los sentidos. Es la experiencia sensible {empina) la que explica la posibilidad del conocimiento. La razón no tiene, para los empiristas, la capacidad de conocer últimamente el mundo real: el hombre viene usando su racionalidad desde tiempos remotos para indagar las estructuras últimas del mundo, sin que jamás se haya logrado un acuerdo sólido entre los distintos pensadores. Las pruebas y contrapruebas interminables sobre la existencia de Dios son buena prueba del fracaso de las construcciones deductivas del racionalismo. El empirista reconoce el valor de la razón en lo que se refiere a las construcciones lógicas o matemáticas "puras:" el teorema de Pitágoras es riguroso y exacto; el problema está en que no nos proporciona un conocimiento del mundo real. Un auténtico conocimiento que quiera evitar las especulaciones vacías ha de fundarse en la experiencia sensible. Solamente podemos afirmar la verdad de aquellas tesis que puedan ser comprobadas por los sentidos. La fuente del conocimiento verdadero no es la razón, sino los sentidos: solamente éstos nos libran de las grandes especulaciones vacías sobre el mundo y nos pueden servir para fundamentar un conocimiento cierto y seguro. La certeza y la seguridad, como en el racionalismo, sigue estando en la subjetividad, en el interior de la conciencia del hombre: pero ahora se trata de una certeza subjetiva no racional, sino sensible. El empirismo es característico de las corrientes filosóficas anglosajonas, y tiene sus primeros representantes en John Locke y David Hume, ambos británicos. Para las teorías de corte empirista, una vez que han señalado a los sentidos como verdadera fuente de todo conocimiento, es muy difícil aceptar cualquier tipo de teoría que vaya más allá de los datos de los sentidos. Para el empirismo, cualquier tesis teórica que quiera ser aceptada no puede ser más que una combinación, una asociación, de los datos que ya tenemos en los sentidos. Los conceptos humanos no serían más que un "resumen," un residuo de los datos sensibles: el concepto de "hombre" no sería más que una vaga idea que permanece en nuestra mente después de haber visto muchos hombres particulares. Pero estas ideas son algo mucho menos cierto que aquellas experiencias sensibles particulares que hemos tenido anteriormente, dotadas de verdadera nitidez y viveza. Todo lo que se aleja de la experiencia sensible inmediata es algo dudoso, en lo que no se puede poner mucha confianza. El empirismo termina por reducir el mundo entero a meras conjeturas. Incluso los conocimientos científicos no son más que generalizaciones a partir de la experiencia: creemos que mañana saldrá el sol porque estamos acostumbrados a que siempre suceda esto, pero no porque realmente conozcamos una ley natural que determine al sol a salir diariamente. En realidad, el mundo exterior nos es desconocido. El empirismo radical es una práctica negación de la posibilidad del conocimiento, es decir un escepticismo. Aunque con una salvedad: sí conocemos lo que nos está inmediatamente dado a los sentidos. Este profundo escepticismo va a motivar la aparición de corrientes filosóficas, también subjetivistas, que tratarán de fundar de algún modo la posibilidad de un conocimiento más riguroso y fiable del mundo. c) El kantismo. La Crítica de la razón pura (1781), del filósofo alemán Inmanuel Kant constituye en buena medida un intento de dar respuesta al escepticismo de Hume. Kant, profesor de filosofía en la universidad de Koenigsberg, quedó hondamente impresionado por su temprana lectura de la obra de Hume. En su juventud, Kant había sido formado en el pensamiento racionalista de Leibniz y de sus discípulos, pero la estructura lógica y coherente del mundo presentada por el racionalismo parecía deshacerse ante la corrosiva crítica del empirismo. Kant, reconociendo el valor del planteamiento humano tratará de encontrar una 52 síntesis entre el racionalismo y el empirismo que evite las consecuencias radicalmente escépücas del último. Para llevar a cabo su proyecto, Kant acude al modelo que le proporcionan las ciencias de la naturaleza. En concreto, la física de Galileo-Newton es para Kant el modelo de conocimiento efectivo y operante. Si queremos saber cómo es posible el conocimiento, debemos volver los ojos hacia este conocimiento exitoso de las ciencias modernas. En ellas encontramos, efectivamente, como pretendía el empirismo, un importante componente experimental. El verdadero conocimiento científico continuamente reclama su verdad en la comprobación empírica. Una teoría científica no puede considerarse verdadera si no tiene una corroboración en la experiencia: el experimento es la piedra de toque del conocimiento científico. Para Kant esto significa lo siguiente: el conocimiento que no pueda mostrar una experiencia en su base no es verdadero conocimiento, es solamente creencia. Dios o el alma pertenecen, no al conocimiento, sino al mundo de las creencias más o menos razonables. Sólo es posible el conocimiento que parta de la experiencia sensible. Ahora bien, dirá Kant, con la experiencia no basta. Si nos quedamos solamente con los datos que nos dan nuestros sentidos nos estamos condenando a un escepticismo como el de Hume. Pero tampoco es suficiente, como creen los racionalistas, la mera razón. Si usamos nuestra razón con independencia de los sentidos, probablemente inventaremos teorías muy hermosas sobre el mundo entero, sobre Dios o sobre cualquier otro asunto, pero estas no serán verdadero conocimiento, sino mera creencia. Kant propone entonces una síntesis: todo conocimiento comienza en los sentidos, pero no se acaba en los sentidos. En todo conocimiento humano hay algo más que pone la razón a los sentidos. Y esto nos lo muestran cabalmente las ciencias: el conocimiento de los físicos no consiste en un mero acumular datos y observaciones empíricas, sino también en la construcción racional de teorías e hipótesis complejas. La ley de la gravedad, por ejemplo, no consiste en un mero conjunto de observaciones más o menos semejantes sobre la caída de los cuerpos graves. Se trata de mucho más: de una ley matemática, construida racionalmente por el científico, que explica de un modo universal determinados hechos del mundo material. Además de las observaciones de los hechos empíricos, necesitamos el aporte de la racionalidad, que es capaz de pasar de los datos dispersos a las conceptuaciones rigurosas, a las leyes. Esto nos sirve para entender cómo es posible el conocimiento humano: en éste hay una síntesis de los datos sensibles con otros elementos que pone el entendimiento humano. ¿Qué es lo que aporta el entendimiento que no tengamos en los sentidos? Justamente lo que Kant denomina conceptos y categorías. En todo conocimiento, además de las experiencias sensibles, tenemos siempre una serie de conceptos y categorías puestos por el entendimiento. Así, por ejemplo, en la ley física que afirma que la v=s/t se presupone una amplia experimentación científica que ha llevado a la formulación de la ley y que después ha servido para verificarla. Pero además de toda la base experimental, dice Kant, hay una serie de elementos —esquemas— que no se han sacado de la experiencia, sino que han sido puestos por el científico. La igualdad (=) no es algo que se nos dé en una sensación; nadie tiene la experiencia sensible de la igualdad. Se trata de una categoría a priori, es decir, de un esquema previo a la experiencia, que aplicamos a ésta cuando conocemos. Esta idea de unos conceptos y categorías a priori le sirve a Kant para sortear algunos escollos del empirismo. El problema de la causalidad, que había conducido a Hume al escepticismo, puede ser explicado de otro modo. Kant reconoce la verdad de la idea fundamental de 53 Hume: no tenemos experiencia ninguna de la causalidad. Ninguna sensación nos da la idea de causa: en nuestra experiencia sensible lo que tenemos son datos dispersos, que a lo más siguen un orden temporal. Ahora bien, aunque la causalidad no se dé en la experiencia, esto no quiere decir que no forme parte de nuestro conocimiento: la causalidad es justamente una de esas categorías a priori que el sujeto pone en la experiencia, aplicándola a los datos sensibles. Tenemos el dato sensible del halón de la cuerda y el dato del sonido de la campana. Esos dos elementos que vienen de la experiencia son enlazados por el entendimiento humano, aplicándoles la idea de causa: el halón es causa del sonido de la campana. Y entonces tenemos un verdadero conocimiento. El conocimiento, para el kantismo, es una síntesis entre la experiencia sensible y las categorías del entendimiento. Esto significa una afirmación decidida de la posibilidad del conocimiento, pero una afirmación que se sigue moviendo dentro del ámbito del subjetivismo. El hombre, para Kant, es capaz de conocer el mundo, y de ello dan buena muestra las ciencias modernas. Ahora bien, el mundo que el hombre conoce es un mundo estructurado por la subjetividad. Cómo sean las cosas en sí mismas, dice Kant, no lo podremos llegar a saber jamás, pues siempre que conocemos estamos proyectando nuestras categorías subjetivas sobre ellas. Como diría Kant, conocemos fenómenos, pero nunca la cosa en sí. La realidad es siempre una realidad estructurada y configurada por el entendimiento humano, y nunca podemos ir más allá de éste. El mundo es, por lo tanto, una verdadera construcción del sujeto pues, aunque haya un mundo real independiente de nosotros, nunca lo podremos conocer tal cual es. Todo lo que podemos decir del mundo es siempre algo dicho por nosotros, a partir de las categorías que le hemos aplicado. La subjetividad en cierto sentido construye el mundo cuando lo conoce. El kantismo es una forma de subjetivismo: el conocimiento es posible gracias a la actividad constructiva del sujeto, gracias a sus categorías y conceptos.