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MANUAL DE EVANGELISMO

Y DISCIPULADO

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MANUAL DE EVANGELISMO Y
DISCIPULADO

EVANGELIZACIÓN Y CONSOLIDACIÓN

IGLESIA CRISTIANA DISCÍPULOS DE CRISTO


FILADELFIA

EDWIN PARADAS VELLOJIN

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN...................................................................................... 3

LA EXISTENCIA DE DIOS ..................................................................... 4

EL CARÁCTER DE DIOS ........................................................................ 7

EL CARÁCTER DE LA HUMANIDAD ................................................ 11

EL DILEMA DIVINO Y EL EVANGELIO ........................................... 14

LA RESPUESTA DE DIOS AL DILEMA. ............................................ 18

NUESTRA RESPUESTA ........................................................................ 24

LA FE........................................................................................................ 28

LA SEGURIDAD DE SALVACIÓN....................................................... 31

¿CÓMO DEBEMOS VIVIR? .................................................................. 40

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INTRODUCCIÓN

¿Qué es el evangelio?

El mensaje central del cristianismo es el evangelio de Jesucristo, procede del griego


evangelion equivalente a “buenas nuevas” ¡El cristianismo ofrece las mejores noticias de todos los
tiempos! De hecho, ofrece la única solución al problema más apremiante del mundo entero, el cual
no ha podido ser abordado por ningún programa educativo o terapia psicológica. Si bien la sabiduría
humana ha traído muchos beneficios temporales, la historia muestra ¡Cuán pobres somos al tratar
con la profunda culpa y la penetrante corrupción de la humanidad!

El mensaje del evangelio revela que Jesús ha venido y ha ganado la victoria por nosotros.
Son buenas noticias precisamente porque no se trata de lo que nosotros hemos hecho o pudiéramos
hacer, sino de lo que Jesús ha hecho y hará a favor de Su pueblo. De hecho, cuando leemos,
escuchamos o contamos la historia del evangelio, tenemos la dicha de incluirnos a nosotros mismos
en el lugar del pecador, porque los somos. Para siempre y por siempre, Dios es el único que llega a
ser el perfecto en el mensaje y el lugar común que tenemos hace que el evangelio sea diferente de
todas las otras historias ¡Todos nosotros lo necesitamos!

El evangelio anuncia las buenas noticias de la venida de Jesucristo. Aproximadamente hace


dos mil años, durante el apogeo del imperio romano, Dios envió a Su Hijo al mundo para salvar a
pecadores (Jn 3.16). Jesús fue concebido por el Espíritu de Dios en el vientre de una virgen y nació
como Jesús de Nazaret, el Dios-hombre (Mt 1.18).

Jesús vino a cargar con el pecado de hombres y mujeres caídos y a ofrecer Su vida como un
sacrificio en nuestro lugar. Su muerte satisfizo las demandas de la justicia de Dios contra los
pecadores e hizo posible que un Dios justo los perdonara. Su resurrección tres días después testificó
que Él es el Hijo de Dios (Mr 16.5-6) y que Dios aceptó Su muerte como el pago completo por
nuestro pecado. Ahora, todos pueden ser perdonados completamente, reconciliarse con Dios y
recibir vida eterna a través de la fe en la persona y obra de Jesucristo. A través de esta grandiosa
obra de salvación, Dios nos ha revelado quién es Él.

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Lección 1

LA EXISTENCIA DE DIOS
¿Cómo sabemos que Dios existe?

LA EXPLICACIÓN Y BASE BIBLICA

¿Cómo sabemos que Dios existe? La respuesta se puede dar en dos partes: Primera,
todo ser humano tiene un sentido interno de Dios. Segunda, creemos en la evidencia que se halla en
la Biblia y en la naturaleza.

A. El sentido humano interior de Dios

Toda persona, en todas partes, tienen un sentido hondo e interno de que Dios existe, que es
su criatura y que Él es su Creador. Pablo dice que incluso los gentiles que no creen <<han
conocido a Dios>> pero no le honraron como Dios ni le dieron gracias, “Pues habiendo conocido
a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en
sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Ro 1.21). Además, que los
perversos incrédulos “cambiaron la verdad de Dios por la mentira” (Ro 1.25), implicando que
activamente o a propósito ellos han rechazado algo de la verdad en cuanto a lo que sabían respecto
a la existencia y carácter de Dios. Pablo dice que “porque lo que de Dios se conoce les es
manifiesto” y añade que esto que es así “pues Dios se lo manifestó” (Ro 1.19).

Sin embargo, la Biblia también reconoce que algunos niegan este sentido interno de Dios e
incluso niegan que Dios exista. <<El necio>> dice en su corazón: “No hay Dios” (Sal
14.1;53.1). El malo, primero “alaba al ambicioso y menosprecia al Señor” y luego en su
orgullo repetidamente piensa que “no hay Dios” (Sal 10. 3,4). Estos pasajes dan a entender que
el pecado lleva a las personas a pensar irracionalmente y negar la existencia de Dios; asimismo que
quien piensa irracionalmente o que ha sido engañado es el que dice: <<No hay Dios>>.

Pablo también reconoce que el pecado hace que las personas nieguen su conocimiento de
Dios; habla de su maldad, así: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Ro 1.18) y dice
que al hacer esto <<nadie tiene excusa>> por su negación de Dios (Ro.1.20).

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B. Creencia en la evidencia de la Biblia y de la naturaleza

Además de la consciencia interna del ser humano en cuanto a Dios, queda claro el
testimonio del hecho de que Dios existe, en la Biblia y en la naturaleza se ve clara evidencia de su
existencia. De esta forma, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gé 1.1). La Biblia
no comienza con un argumento racionalista de la existencia de Dios; más bien presupone que
existe, que siempre ha existido, desde antes del comienzo de todas las cosas y que solo hay un
Dios.

La fuente adecuada para comprender la existencia de Dios es el testimonio mismo de Dios


en Su Palabra inspirada y verdadera, la Biblia. Nuestro concepto de Dios no proviene “de abajo”, de
los razonamientos humanos sobre el universo, porque la razón humana es finita en sus
componentes y en sus operaciones, corrupta por el pecado que habita en nosotros, por lo que nunca
puede, ni podrá obtener por sí misma una comprensión exacta del Dios que es infinito y Santo. Las
pruebas de la existencia de Dios deben proceder, ante todo, del testimonio que Él nos ofrece de si
mismo. En la Biblia, Dios nos ha dado pruebas irrefutables de Su existencia.

Las únicas pruebas confiables de la existencia del único Dios verdadero son Sus propias
afirmaciones al respecto y la de otros, en Su Palabra inspirada. El testimonio de Dios sobre sí mismo
no debe excluirse. Muy al contrario: impartido como está por Su propia inspiración, Su testimonio
debe aceptarse como una evidencia singular y perfectamente confiable. Puesto que solo la Escritura
es inspirada o “soplada por Dios”, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para
enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti 3.16).

El mundo también da evidencia abundante de la existencia de Dios. Pablo expresa respecto


a la naturaleza eterna de Dios y su deidad, “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto,
pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se
hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las
cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro.1. 19-20).

Esta amplia referencia a <<lo que Él creo>> sugiere que, en cierto sentido, todo lo
creado da evidencia del carácter de Dios. No obstante, es el hombre mismo, creado a imagen de
Dios, lo que prueba con mayor veracidad la existencia de Dios. Teniendo en cuenta que, el ser
humano es una criatura tan increíblemente complicada, hábil, comunicadora, viva y especial, que
sólo pudo haber sido creada sólo por un creador infinito y todo sabio.

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“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los
creó” (Gn 1.27).

Respecto a la evidencia que suministra la naturaleza, sobre la existencia de Dios; David


afirmó: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus
manos. Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría” (Sal
19.1–2). Mirar al cielo de día o de noche es ver el sol, la luna y las estrellas, firmamento y nubes,
junto a la increíble belleza y grandeza que poseen, deben ser atribuidas a un Creador poderoso y
sabio que los hizo y los sostiene en su orden.

Esta amplia variedad de pruebas acerca de Dios sugiere que, en cierto sentido todo lo que
existe da evidencia de la existencia de Dios. Si nuestros corazones y mentes no tuvieran tan
cegados por el pecado, sería imposible que viéramos detenidamente una hoja de algún árbol y
dijéramos: “Nadie creó esto, apareció de la nada o es producto de la evolución e incluso ¡Por una
explosión!”. Por eso, para los teólogos, quienes evalúan correctamente la evidencia, todo en la
Biblia y todo en la naturaleza prueban claramente que Dios existe y cada uno de sus atributos.

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Lección 2

EL CARÁCTER DE DIOS

A través de las Sagradas Escrituras se refleja y revela las cualidades, atributos y el carácter
de Dios, quien no es una fuerza impersonal o una energía a nuestro alrededor, sino el Creador y
Señor de todo. De hecho, la primera afirmación bíblica, expresa: “En el principio creó Dios los
cielos y la tierra” (Gn 1.1). Asimismo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo
Testamento, se muestra que el único Dios verdadero existe en una Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo, tal como se muestra en Mt 3.16–17:

“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le
fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre
él. 17Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien
tengo complacencia” Comp. (Mt 28.19).

Por lo que se puede apreciar, que son tres personas distintas que se distinguen la una de la
otra; sin embargo, es un solo ser, no tres. Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos. Entonces los
judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle. 32Jesús les respondió: Muchas buenas
obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? 33Le respondieron
los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú,
siendo hombre, te haces Dios” (Jn 10.30–33). De esta forma, es necesario considerar que
comparten la esencia divina única con las mismas cualidades y a su vez, son estos atributos que
hacen a Dios único, donde el Señor requiere un sacrificio por el pecado si es que lo pecadores han
de salvarse. Por lo tanto, para ver la necesidad de la muerte de Cristo, debemos conocer más
acerca del carácter del Dios trino.

Dios es Amor

Las Escrituras nos enseñan que Dios es amor, “El que no ama, no ha conocido a Dios;
porque Dios es amor” (1 Jn 4.8), y que su amor lo mueve a entregarse a Sí mismo libre y
abnegadamente por otros para su beneficio o bien. Es importante entender que el amor de Dios es
mucho más que una actitud, una emoción o algo que Él hace, es uno de sus atributos; es su mismo
ser o naturaleza. Dios no solo ama; Él es amor. Él es la esencia de lo que es amor y todo verdadero
amor fluye de Él como su única y máxima fuente.

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Otras palabras frecuentes asociadas con el amor de Dios son benevolencia, misericordia,
gracia y paciencia. A pesar de lo que pensemos o incluso oigamos, ¡el testimonio firme de la Biblia
es que Dios es amor!:

“Misericordioso y clemente es Jehová; Lento para la ira, y grande en misericordia”


(Sal 103.8) Comp. (Éx 34.6; Sal 86.15; Sal 145.8).
“Acuérdate de mí, oh Jehová, según tu benevolencia para con tu pueblo; Visítame
con tu salvación” (Sal 106.4).
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad,
ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Ro 2.4).

Dios es Santo

La Biblia nos enseña que Dios es santo, “Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo,
santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Is 6.3). La
palabra “santo” significa aquel que se separa del mal y se dedica al servicio divino. La palabra
comunica la idea de estar “separado”, “marcado” o “apartado”. Con relación a Dios, tiene dos
significados importantes. En primer lugar, significa que Dios está por encima de toda Su creación y
que es completamente distinto de todo ser creado. A pesar de su esplendor, todos los demás seres
en la tierra y el cielo son simples criaturas. Solo Dios es Dios – separado e incomparable. En
segundo lugar, la santidad de Dios significa que Él está por encima, o separado, de la corrupción
moral de Su creación y de todo lo que sea profano y pecaminoso. Dios no puede pecar, no puede
complacerse en el pecado y no puede tener comunión con el pecado.

“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él” (1Jn 1.5).
“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a
los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él” (Hab
1.13).
“Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará
junto a ti” (Sal 5.4).
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios
no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg 1.13).

Al repasar las obras de grandes teólogos como Agustín, Tomás de Aquino, Martín Lutero,
Juan Calvino, John Owen y Jonathan Edwards, se aprecia la presencia del gran tema de la majestad

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de Dios. Estos hombres contemplaron con asombro la santidad de Dios. Esta actitud de reverencia y
adoración está presente a través de las páginas de toda la Escritura. Calvino dijo:

“De aquí procede aquel horror y espanto con el que, según dice muchas veces la Escritura,
los santos han sido afligidos y abatidos siempre que sentían la presencia de Dios. Porque vemos
que cuando Dios estaba alejado de ellos, se sentían fuertes y valientes; pero en cuanto Dios
mostraba su gloria, temblaban y temían, como si se sintiesen desvanecer y morir. De aquí se debe
concluir que el hombre nunca sentirá su bajeza hasta que se vea frente a la majestad de Dios.
Muchos ejemplos tenemos de este desvanecimiento y terror en el libro de los Jueces y en los
profetas, de modo que esta manera de hablar era muy frecuente en el pueblo de Dios: moriremos
porque vimos al Señor´” (Jue 13.22; Is 6.5; Ez 1.28; 3.14, Job 9.4; 1 Re 19.18).

Dios es Justo

La palabra justo nos habla de la excelencia moral de Dios. De acuerdo con la Biblia, Dios es
un ser absolutamente justo y no hay nada malo o incorrecto en cuanto a la naturaleza de Dios o Sus
obras. Nunca será o hará nada que justifique una acusación de delito contra Él. Sus obras, decretos
y juicios son absolutamente perfectos.

“Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro” (Sal
11.7).
“El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios
de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Dt 32.4).

La justica de Dios no solo describe Su carácter, sino también Su relación con Su creación, y
especialmente con la humanidad. De acuerdo con la Biblia, Dios ha revelado Su voluntad a todas las
personas a través de Su creación, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por
medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”.
“Quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son
dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las
practican” (Ro 1.20,32) y a través de sus conciencias, “Porque cuando los gentiles que no
tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley
para sí mismos, 15mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio
su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, 16en el día en que Dios
juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Ro 2.14–

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16). Se ha revelado a Sí mismo más claramente a través de Su Palabra, la Biblia (Sal 19.7-11).
Juzgará a cada persona según el estándar que les ha sido revelado. Vendrá un día en que Dios
juzgará a cada uno de acuerdo con los estándares más estrictos de justicia y equidad, castigando al
pecador por su pecado.

“Pero Jehová permanecerá para siempre; ha dispuesto su trono para juicio. Él


juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud” (Sal 9.7–8).
“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea
buena o sea mala” (Ec 12.14); ver también (Pr 5.21; 15.3; Je 17.10; He 4.13; 9.27).

Siempre debemos reconocer que el juicio de Dios sobre el hombre no es injustificado ni


cruel, sino una consecuencia de Su carácter justo y una parte necesaria de Su gobierno. Un Dios
que se negara a juzgar la iniquidad no sería amoroso, bueno o justo. Una creación donde la
iniquidad no fuera restringida y juzgada pronto se autodestruiría.

¿Has conocido a este Dios? Una cosa es hablar de Dios, pero es otra cosa muy diferente
encontrarse con Su santidad en la Biblia. Donde Dios es verdaderamente conocido, toda la
humanidad se vuelve como nada. El vistazo más pequeño de Su santidad nos humilla y amenaza
con destruirnos. Incluso en nuestra condición original e inmaculada cuando Dios nos formó, éramos
simplemente imágenes y sirvientes; Él, el Dios todopoderoso. Sin embargo, hemos caído mucho
más bajo por causa de nuestro pecado contra Él.

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Lección 3

EL CARÁCTER DE LA HUMANIDAD

Para entender y apreciar el evangelio, no solo debemos entender algunas cosas sobre el
carácter de Dios, sino también sobre nuestro carácter. Lo que la Biblia tiene que decir sobre
nosotros no es halagador ni agradable, pero es aceptable.

La humanidad está moralmente corrompida

Antes de caer en pecado, el estado original del hombre era honorable, pero la condición
presente del hombre es miserable. La Biblia nos enseña que, la humanidad fue creada buena,
afirmando así: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias,
en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la
tarde y la mañana el día sexto” (Gn 1.26, 31)

Sin embargo, también muestra la perversión del hombre, donde expresa que la humanidad
entera ha pecado, “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro
3.23), todos han caído en la muerte espiritual, “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais
muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef 2.1). Por naturaleza somos moralmente corruptos,
inclinados hacia lo malo y enemigo del Dios justo.

“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos
buscaron muchas perversiones” (Ec 7.29).

“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios,
las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt 15.19).

“Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo
de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos
llevaron como viento” (Is 64.6).

“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se
sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Ro 8.7).

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Puede ser que los versículos de la Biblia que acabas de leer te ofendan; sin
embargo, la condenación de la humanidad es atestiguada en cada página de la historia.
Además, si eres honesto contigo mismo, admitirás que las verdades de estos versículos
también han sido confirmadas en tus pensamientos, hechos y palabras, los cuales
quebrantan continuamente la santa ley de Dios que se encuentra en los Diez Mandamientos
(Éx 20.1-17; Mt 5.21-48).

Culpables y condenados

La Biblia nos enseña que nuestra corrupción moral nos lleva a cometer hechos que van
contra los estándares de un Dios amoroso, justo y santo. Todos nosotros, sin excepción, somos
pecadores tanto por naturaleza como por los hechos que hemos cometido. Todos somos culpables y
sin excusas delante de Dios.

“por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 3.23).

“(porque no hay hombre que no peque)” (1Re 8.46).

“Como está escrito:


No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos
se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni
siquiera uno” (Ro 3.10–12).

“Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para
que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Ro 3.19).

“JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse?” (Sal


130.3).
Examínate. ¿Eres pecador? Esta pregunta no es sobre si cometes errores o no. Tampoco es
asunto de simplemente reconocer que has hecho algunas pocas cosas malas. ¿Reconoces que
tienes un corazón pecaminoso y un historial de haber quebrantado la ley de Dios? No
pongas excusas. No finjas que eres básicamente una buena persona. Si lo haces, entonces Jesús
no es nada para ti, pues Él vino por los pecadores. Sin embargo, si reconoces tu pecado con dolor,
entonces la sabiduría de Dios ha resuelto tu gran problema de manera más asombrosa.

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Reflexión.

Un misionero en un país pagano leyó una vez el primer capítulo de romanos a una
congregación donde había individuos que previamente nunca habían oído parte alguna
de la Biblia. Mientras leía la terrible descripción del pecado y corrupción, notó a un
hombre viejo que refunfuñaba, haciendo gestos amenazadores y aparentemente muy
enojado. Cuando terminó el capítulo y cerró el libro el anciano saltó a sus pies y gritó:
«¿Quién le contó a usted todo esto acerca de mí?» Esa es la experiencia de una multitud
de hombres pensadores, que cuando son confrontados con lo que las Escrituras
enseñan acerca de la humanidad caída, aunque no son culpables de muchos de los
crímenes individuales, tienen que confesar: «Esa es la raza a la que yo pertenezco; soy
de esa clase. Pertenezco a esa ruina».

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Lección 4

EL DILEMA DIVINO Y EL EVANGELIO

Las Escrituras nos enseñan que Dios es santo, justo y digno de todo amor, reverencia y
obediencia. También aprendemos que el hombre, aunque fue creado bueno, se corrompió así
mismo, desafió la ley de Dios, y se expuso así mismo al juicio divino. En este estudio descubriremos
la asombrosa obra de Dios para reconciliar consigo mismo al hombre caído.

EL DILEMA DIVINO

El diccionario de la real academia española define la palabra “dilema” como una <<situación
en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas>>. En las
Escrituras, el más grande de los dilemas está frente a nosotros: “Dios es justo, por tanto, debe
actuar de acuerdo a las más estrictas normas de justicia, adsorbiendo al inocente y condenando al
culpable. Si Él perdona al culpable y no castiga cada infracción a Su ley y cada acto de rebelión,
entonces Él es injusto. Sin embargo, si Él actúa con justicia para con todos los hombres –si les da
exactamente lo que se merecen– todos los hombres serán condenados. ¿Cómo puede Dios ser
justo y mostrar misericordia con aquellos que deberían ser condenados? Nos dice el
proverbista: “El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente
abominación a Jehová” (Pr 17.15). Entonces, ¿Cómo puede el Señor justificar a los pecadores y
seguir siendo justo? Si Dios es bueno, ¿qué hará con aquellos que no lo son? ¿Qué hará un Dios
bueno y justo con unos seres humanos centrados en sí mismos, rebeldes, malvados e inclinados al
mal por naturaleza? Si el juez de toda la tierra tratara con nosotros en base a Su justicia, ¿no
debería condenarnos a todo? Parafraseando las Palabras del apóstol Pablo en Ro 3.26, podemos
hacer esta pregunta:

¿Cómo puede Dios ser justo y el que justifica al hombre pecador?

¿POR QUÉ DIOS NO PUEDE SIMPLEMENTE PERDONAR?

Alguien podría preguntar: ¿Por qué Dios no simplemente perdona al hombre pecador su
pecado y ya? Las Escrituras nos manda a perdonar con libertad, ¿Por qué sería malo que Dios
hiciera lo mismo? La respuesta a esta pregunta tiene tres partes. En primer lugar, Dios no es
como nosotros; Él es de valor infinitamente superior al de toda Su creación. Por lo tanto, no solo es
correcto sino también necesario para Él buscar Su propia gloria y defenderla. Debido a quién es Él,

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hasta la más pequeña forma de rebelión es una ofenda grotesca a Su persona, un crimen de la más
alta traición, y digna de la más estricta condenación. Si Él aceptara que cualquiera ofensa quedara
sin castigo sería una injusticia por dos razones:
1. Actuaría de manera injusta contra Su propia persona, negándose la gloria que le
corresponde como Dios.
2. Él sería injusto con Su propia creación permitiéndole negar la mismísima razón de Su
existencia (la gloria de Dios) y caer de cabeza en la mediocridad y en el irrespeto. Si esto es
muy difícil de aceptar para el ser humano moderno, es solo porque tiene una visión muy
baja de Dios.

En segundo lugar, Dios no puede simplemente perdonar el pecado del hombre y ya, porque no
hay contradicciones en Su carácter. Las Escrituras enseñan que Dios es perfecto (sin
contradicciones) en todos Sus atributos y obras. Debido a esto, Él siempre actuará de forma
perfectamente consistente con todo lo que Él es. Él no exaltará un atributo acosta de otro, ni negará
un aspecto de Su carácter para manifestar otro. Él es amoroso, compasivo y sufrido; sin embargo,
también es santo, justo y recto en todas Sus obras y juicios. No puede negar Su santidad en nombre
del amor, y no puede ignorar Su justicia para ejercer misericordia. Muchos evangelistas bien
intencionados han enseñado erróneamente que, en lugar de ser justo con el hombre pecador, Dios
ha determinado ser amoroso. Sin embargo, la conclusión lógica de esta mentira es que el amor de
Dios es injusto o que Él es capaz de volver la espalda a Su propia justicia en el nombre del amor.
Esta declaración revela una ignorancia de los atributos de Dios. La maravilla del evangelio no es que
Dios haya elegido el amor en lugar de la justicia, sino que É fue capaz de permanecer justo al
otorgar perdón en amor.

En tercer lugar, Dios es el juez justo de toda la tierra. Le corresponde velar que la justicia sea
hacha, que el mal sea castigado, y que el bien sea vindicado. No sería apropiado que el juez
celestial perdonara al malvado, así como no sería apropiado que un juez terrenal perdonara a un
criminal culpable que está frente a Él en la corte. ¿No es la queja frecuente de muchos que nuestro
sistema de justicia es corrupto? ¿No nos molestamos cuando los criminales convictos son
indultados? ¿Deberíamos espera menos justicia de Dios de la que esperamos de nuestros jueces?
Es una verdad bien fundamentada que, sin la aplicación de la justicia, todas las naciones, pueblos, y
culturas correrían de cabeza hacia la anarquía y autodestrucción. Si Dios ignora Su propia rectitud,
si se otorga perdón sin satisfacer la justicia y si no hubiera un juicio final de la maldad, la creación no
lo soportaría.

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EL DILEMA PRESENTADO EN LAS ESCRITURAS

Posiblemente la pregunta más grande de todas las Escrituras es: ¿Cómo puede Dios ser justo y
el que justifica al hombre pecador? En las siguientes Escrituras, este dilema divino aparece con
claridad innegable.

1. En Éxodo 23.7 y Romanos 4.5 encontramos ejemplos excelentes del dilema divino: ¿Cómo
puede Dios ser justo y aún así justificar al malvado?

a. ¿Qué declara Dios acerca de sí mismo en Éx 23.7?

(1) Yo no___________ al ______________.

NOTAS: La palabra “justificaré” viene de la palabra hebrea tsadeq, que significa “justificar, vindicar,
o declarar recto”.

b. ¿Cómo comunica esta profecía que el Mesías sería más que un hombre: que sería el Dios
eterno?

(1) Aquel que ____________ al ______________.

NOTAS: La palabra “justifica” viene del verbo griego dikaióo, que significa “declarar justo o
absolver”.

c. ¿Cómo es que estos dos textos ilustran el dilema divino?

NOTAS: Éxodo 23.7 afirma claramente que Dios no justificará o perdonará al impío, sino que
actuará con perfecta justicia hacia él. Sin embargo, en Romanos 4.5, ¡Las Escrituras
declaran enérgicamente
que la gran esperanza de cada creyente es que Dios justifica al impío que cree en Jesús!
¿Cómo pueden ser verdad ambas declaraciones?

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2. En Proverbios 17.15 se encuentran unas de las ilustraciones del dilema divino más
poderosas de todas las Escrituras:

a. ¿Qué verdad universal e inmutable se presenta en Prov 17.15?

(1) El que __________ al___________ es una _____________ a Jehová.

NOTAS: La palabra “abominación” viene de la palabra hebrea tow`ebah, que


denomina algo que es abominable, asqueroso, repugnante. ¡Es una de las palabras
más fuerte de las Escrituras hebrea!

b. Cómo es que la verdad revelada en proverbios 17.15 y la verdad que Dios justifica al
impío en (Romanos 4.5) ilustran el dilema divino?

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NOTAS: Habíamos dicho antes que el dilema divino es otra expresión de las palabras
del apóstol Pablo: “¿Cómo Dios puede ser justo y el que justifica al malvado?”. Aquí está
el dilema declarado en otra forma: “¿Cómo Dios puede justificar al malvado de manera
que no sea abominable o detestable a Su santo y justo carácter?”.

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Lección 5

LA RESPUESTA DE DIOS AL DILEMA.

Si Dios actúa de acuerdo a Su justica, entonces el pecador debe ser condenado. Si Dios
perdona al pecador, entonces Su justica se ve comprometida. La respuesta al más grande de los
dilemas – “¿Cómo puede Dios ser justo y aun así justificar al malvado?”, puede ser hallada solo en
el evangelio glorioso de nuestro Señor Jesucristo. El mismo Dios que rectamente condena al
malvado se hizo hombre y murió en el lugar del malvado. En Su Justicia, Dios condenó a la
humanidad y demandó satisfacción completa por nuestros crímenes contra Él. En amor, Jesucristo
cargó con nuestros pecados, sufrió el castigo que merecíamos y murió en nuestro lugar. El mismo
Dios, cuya justicia demandaba satisfacción por nuestro pecado, el mismo pagó las demandas de la
justicia a través del sufrimiento y muerte de Su propio Hijo en la cruz del Calvario. ¡Esto es lo que
hace el evangelio verdaderamente buenas noticias!

Jesucristo, nuestro Sustituto

De acuerdo a la Biblia, el amor del Padre por nosotros Lo movió a entregar a Su Hijo como
sacrificio por nuestros pecados y el amor del Hijo lo movió a entregarse a Sí mismo voluntariamente
por nosotros.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3.16).
“Dios es amor. 9En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió
a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. 10En esto consiste el amor: no
en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su
Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4.8–10).
[Jesús dijo:]: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”
(Jn 15.13).

La Cruz

En la Cruz, Jesucristo, el Hijo de Dios, se ofreció a Sí mismo como sacrificio del pecado del
mundo. La mayoría de los historiadores consideran la cruz como el mecanismo de tortura más cruel
que la humanidad ha diseñado. Esta crueldad sirve como una ilustración de dos realidades
importantes.

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En primer lugar, esta crueldad ilustra nuestra enemistad contra Dios. Dios amó tanto al mundo
que dio a Su único Hijo, y el mundo odió tanto a Dios que lo sujetó a la peor forma de tortura y
muerte.

En segundo lugar, esta crueldad ilustra la grandeza de nuestro pecado contra Dios. ¡Nuestros
crímenes contra Dios fueron tan deplorables y los castigos tan severos que solo podían ser pagados
por el indescriptible sufrimiento y muerte del Hijo de Dios!

El sufrimiento físico y la muerte que Cristo soportó en la cruz eran absolutamente necesarios.
Pero debemos entender que Su sufrimiento implicó más que la mera crueldad de los hombres. En la
cruz, ¡Cristo sufrió el juicio de Dios! La justicia de Dios demandaba satisfacción por nuestros
pecados y Su ira estaba encendida contra nosotros. Para satisfacer la justicia de Dios y apaciguar
Su ira, era necesario que Cristo sufriera el juicio que merecíamos. De esta manera, Él cargo con
nuestros pecados, se hizo maldición en nuestro lugar, fue abandonado por Dios y sufrió la total
medida de la ira de Dios contra nosotros.

Cristo llevó nuestro pecado. En la cruz, nuestros pecados fueron imputados a Cristo. Eso quiere
decir que Dios puso nuestros pecados en la cuenta de Cristo y los consideró suyos.
Consecuentemente, Cristo fue declarado culpable delante del juicio del trono de Dios y fue tratado
como el culpable.

“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is 53.6).
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él” (2 Co 5.21).

Cristo sufrió nuestra maldición. Ser maldecido por Dios es convertirse en objeto de Su
desagrado y condenación. Todos nosotros estábamos bajo la maldición de Dios por causa de
nuestros pecados. Para salvarnos de la maldición, Cristo se hizo maldición por nosotros y sufrió el
juicio de Dios en nuestro lugar. Nos redimió, lo que significa que Él pagó el precio para satisfacer la
justicia divina para que así todos los que crean en Él sean liberados.

“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues
escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el
libro de la ley, para hacerlas” (Gl 3.10).

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“Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque
está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)” (Gl 3.13).
Cristo fue desamparado por Dios en la cruz. Unos de los resultados más terroríficos de nuestro
pecado es la separación de Dios – ser destituido del favor de su presencia y comunión.

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 3.23).
“pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros
pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Is 59.2).

Para salvarnos de esa separación eterna, Cristo llevó nuestros pecados en la cruz del Calvario y
fue desamparado por Dios en nuestro lugar.

“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani?
Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27.46).

Cristo sufrió la ira de Dios por nosotros. La Biblia nos enseña que Dios está enojado todo el
tiempo con el hombre por causa de su constante maldad, esta es una verdad importante: “Dios es
juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal 7.11).

La ira de Dios no es una emoción incontrolable, irracional, o egoísta, sino un resultado de Su


santidad, justicia y amor por todo lo que es bueno. Dios odia el pecado y reacciona contra él con una
ira terrible y a menudo violenta. Si el hombre es objeto de la ira de Dios, es porque ha escogido
desafiar la soberanía de Dios, violar Su voluntad y entregarse al mal.

Puesto que todos los hombres son culpables de pecado, merecen la ira de Dios. Sin embargo,
en amor, Cristo tomó la copa de la ira de Dios que merecemos y bebió cada gota hasta que
disminuyó completamente la ira de Dios contra nosotros quedo completamente satisfecha.

“Porque así me dijo Jehová Dios de Israel: Toma de mi mano la copa del vino de este
furor, y da a beber de él a todas las naciones a las cuales yo te envío” (Jr 25.15).
“Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si
es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
“Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta
copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt 26.39,42).
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. 5Mas él herido fue por nuestras

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rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su
llaga fuimos nosotros curados” (Is 53.4–5).

Cristo murió en nuestro lugar, murió nuestra muerte. Uno de las pruebas más grande del
juicio de Dios contra nuestra justicia es la muerte física: la separación del alma del cuerpo. Desde los
tiempos de Adán hasta el presente, todas las personas son confrontadas con la terrible e innegable
realidad de que morirán, “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por
el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”
(Ro 5.12). La Biblia nos enseña que la muerte no era parte original ni natural de la creación. Es el
juicio de Dios sobre la humanidad por causa del pecado. Para salvarnos del poder de la muerte, era
necesario que Cristo muriera en nuestro lugar.

“Porque la paga del pecado es muerte” (Ro 6.23).


“Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lc 23.46).
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos,
para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en
espíritu” (1 P 3.18).

Cristo no murió como mártir, sino como el Redentor de una humanidad pecadora. Antes de
exhalar su último aliento declaró: “Consumado es” (Jn 19.30). Cuando dijo esto, quiso decir que,
a través de Su sufrimiento y muerte, hizo el pago completo por los pecados de los que creen en Él, o
se apropien de Su obra redentora.

¿Crees que Cristo murió por los pecadores? Si no lo crees, ¿por qué resistes la palabra de Dios
que no puede mentir? Si lo crees, ¿cómo te ha afectado esta verdad? ¿Permaneces indiferente al
Señor crucificado? O peor aún, ¿usas la cruz como una excusa para vivir una vida impía e inmoral?
Si la muerte de Cristo ha llegado verdaderamente a tu corazón, no podrás vivir más para ti mismo,
sino que te verás obligado internamente a vivir para Aquel que murió y resucitó por ti. Una vez que
Dios abre tus ojos y tu corazón para ver Su sabiduría y poder en la cruz, nunca más serás el mismo,
sino que seguirás al Cristo resucitado.

La Resurrección

El testimonio de la Biblia es que Cristo no solo murió por los pecados de Su pueblo, sino que
también resucitó de entre los muertos al tercer día. La resurrección de Cristo es fundamental para el

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cristianismo. Si Cristo no resucitó, el evangelio es un mito y nuestra fe es inútil, “Y si Cristo no
resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1 Co 15.14).
Pero puesto que la resurrección de Cristo es un hecho histórico, valida tanto lo que Él afirma ser
como lo que Él hizo por nosotros.

La resurrección es prueba de que Jesús es el Hijo de Dios. En “Y los judíos respondieron y


le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? (Jn 2.18), los líderes de los judíos le
pidieron a Jesús una señal que demostrara que Él tenía la autoridad para limpiar el templo de Dios.
Como respuesta Jesús dijo: “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días
lo levantaré” (Jn2.19). En romanos, “Que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Ro 1.4). Esto no significa
que Jesús se convirtiera en el Hijo en la resurrección, sino que la resurrección era la validación del
Padre de que Jesús era el Hijo del Dios eterno.

La resurrección es prueba de que Dios aceptó la muerte de Cristo como el pago total por
nuestros pecados. “el cual fue entregado por causa de nuestras trasgresiones, y resucitado a
causa de nuestra justificación” (Ro 4.25). El significado de este texto es que Dios levantó a
Jesucristo porque Su muerte había satisfecho la justicia de Dios y asegurado el perdón y el derecho
de estar los creyentes delante de Dios (justificación).

La resurrección es prueba de la resurrección futura del creyente. Jesús declaro: “Jesús le dijo:
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn
11.25). Si Cristo hubiera permanecido en la tumba, esta promesa habría sido nula y sin efecto. Su
autoridad sobre la muerte quedó demostrada en Su propia resurrección. Demuestra que Él tienen el
poder para levantar de a la vida a todos los que creen en Él. El apóstol Pablo escribió: “Y Dios, que
resucitó al Señor, también a nosotros nos resucitará mediante su poder” (1 Co 6.14).

La resurrección es prueba de que el mundo tiene un Señor y un Juez. La Biblia nos enseña que
Cristo no solo resucitó a la vida, sino también que Dios lo exaltó para ser Señor y Juez sobre toda la
creación. En el primer sermón predicado después de la resurrección, el apóstol Pedro declaró a los
judíos: “Sepa pues con certidumbre toda la casa de Israel, que, a este Jesús, a quien
vosotros crucificasteis, Dios lo hizo Señor y Mesías” (Hch 2.36). El apóstol Pablo también
declaró esta verdad: “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio el Nombre
que es sobre todo nombre; 10para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Flp 2.9–10).

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“Pues bien, Dios, pasando por alto esos tiempos de ignorancia, ahora manda a todos
los hombres en todo lugar, que se arrepientan; 31por cuanto ha establecido un día en el
cual va a juzgar a la humanidad con justicia, por medio del Varón que designó,
presentando a todos garantía de ello cuando lo resucitó de entre los muertos” (Hch
17.30–31).

Las buenas noticas de la resurrección no muestran que el cristianismo no es solo una lista de
reglas o una filosofía de la vida. No es solo por lo cual debatir o sostener una posición. La persona
viviente de Jesús está en el corazón del cristianismo. Hoy el Señor Jesús habla solo a través de Su
Palabra, la Biblia, y salva a pecadores poderosamente. ¿Te has entregado a Él? ¿Te ha salvado de
tu pecado, de tu culpa y de la condenación eterna?

EL LOGRO DE CRISTO

Inmediatamente antes de Su muerte, Cristo declaró: “Consumado está” (Jn 19.30). esta
breve declaración era la declaración de victoria de Cristo. Por medio de Su muerte cumplió todo lo
que era necesario para la salvación de la humanidad. Las demandas de la justicia de Dios contra
nosotros fueron satisfechas y Su ira apaciguada. Dios es tanto justo como el justificador de los
impíos, “Con el propósito de demostrar su justicia en el tiempo presente, a fin de que Él
siga siendo justo también cuando declara justo al que es de la fe de Jesús” (Ro 3.26). En la
cruz de Cristo, “La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz se besaron”
(Sal 85.10). Ahora, el perdón y la justificación están disponibles para todos a través de la fe en la
persona y obra de Cristo.

“Por tanto, habiendo sido declarados justos por la fe, tenemos paz ante Dios mediante
nuestro Señor Jesucristo” (Ro 5.1).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8.1).
“Jesús le dice: Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie viene al Padre sino por
mí” (Jn 14.6).
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4.12).
“Pues hay un solo Dios y un solo Mediador entre Dios y los hombres: el Hombre Cristo
Jesús” (1 Ti 2.5).

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Lección 6

NUESTRA RESPUESTA

Habiendo considerado la obra de Dios a favor de la humanidad pecadora, debemos


preguntarnos cómo debemos responder para beneficiarnos de una salvación tan grande o, ¿qué
debemos hacer para ser salvados? La Biblia demanda dos cosas:

1) Que se arrepientan de sus pecados.


2) Que confíen en la persona de Jesucristo.

[Jesucristo dijo]: “¡El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado!


¡Arrepentíos, y creed en el Evangelio!” (Mr 1.15). El apóstol Pablo predicando el evangelio
tanto a judíos como a los gentiles, dicen las Escrituras, “Proclamando solemnemente a judíos y
a griegos el arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesús” (Hch 20.21).

El arrepentimiento

El arrepentimiento es un don de Dios, “Al oír esto, se callaron y glorificaron a Dios,


diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios el arrepentimiento para
vida!” (Hch 11.18) y una obra del Espíritu Santo en el corazón del pecador que resulta en un
cambio de vida, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino
también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles
fuimos entre vosotros por amor de vosotros”.

“porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os
convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” 1Ts 1.5,9). Esto
puede parecer superficial hasta que entendemos que el corazón se refiere al centro del control de
nuestro intelecto, emociones y voluntad. Por esta razón, un cambio de voluntad y de mente genuino
siempre se demostrará a través de cambios reales en nuestra conducta y actitud.

Un ejemplo maravilloso de arrepentimiento se encuentra en la vida de Saulo de Tarso, conocido


después como el apóstol Pablo. En su ignorancia e incredulidad, pensó que Jesús de Nazaret no era
más que un impostor y un blasfemo y que todos lo que lo seguían eran enemigo de Dios y digno de
muerte, “En ese tiempo, Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del
Señor, se acercó al sumo sacerdote, 2 y le solicitó cartas para las sinagogas de Damasco,

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para que cuando hallara hombres o mujeres que eran de este Camino, pudiera traerlos
atados a Jerusalem” (Hch 9.1–2). Comp. “habiendo sido antes blasfemo, perseguidor e
insolente. Pero alcancé misericordia porque siendo ignorante, lo hice en incredulidad” (1
Ti 1.13). Sin embargo, a su camino a Damasco, Saulo fue confrontado por el Cristo resucitado,
(Hch 9.3-8) y descubrió que había estado equivocado en cuanto a Él. Había pensado que Jesús era
un blasfemo, para luego descubrir que era el Hijo de Dios, el Mesías prometido y el Salvador del
mundo, Había pensado que la justicia se ganaba a través de la obediencia a la ley, para luego
descubrir que no había nada bueno en él, “Porque yo sé que en mí (esto es, en mi carne) no
mora el bien, porque el querer está en mí, pero no el hacer lo bueno” (Ro 7.18) y que la
salvación era un regalo de Dios, “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe,
y esto no es de vosotros, es el don de Dios. 9No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef
2.8–9). Había pensado que los discípulos de Jesús eran enemigo de Israel y que debían morir,
“Saulo consintió en su asesinato, y en aquel día hubo una gran persecución contra la
iglesia en Jerusalem, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria,
salvo los apóstoles” (Hch 8.1), para luego descubrir que estaban persiguiendo la iglesia de
Jesucristo, “Y era desconocido de cara por las iglesias de Judea, las que eran en Cristo.
23Sólo oían: Aquél que en un tiempo nos perseguía, ahora proclama la fe que antes
trataba de destruir” (Gl 1.22–23) y asesinando a los hijos de Dios, “Porque todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15Porque no recibisteis espíritu de
esclavitud para estar otra vez en temor; sino que recibisteis el Espíritu de adopción, por el
cual clamamos: ¡Abba! (¡Padre!)” (Ro 8.14–15).

Por un solo encuentro con Jesucristo, Saulo de Tarso, el orgulloso fariseo de fariseo y justo en
su propia opinión, fue convencido de su error, se arrepintió de sus pecados e inmediatamente
comenzó a proclamar a Jesús en las sinagogas, diciendo: “Este es el Hijo de Dios” (Hch 9.18-
22). Las noticias se esparcieron a través de todas las iglesias de Judea que, “Y era desconocido
de cara por las iglesias de Judea, las que eran en Cristo. 23Sólo oían: Aquél que en un
tiempo nos perseguía, ahora proclama la fe que antes trataba de destruir” (Gl 1.22–23).
¡El cambio de mente de Saulo lo llevó a un cambio en todo lo demás!

El arrepentimiento es volverse de manera radical del pecado hacia Dios; es un repudio de la


antigua vida y un giro hacia Dios para la salvación del dominio del pecado y del infierno. El
arrepentimiento incluye un cambio en nuestra mente que lleva a reconocer que lo que Dios dice es
verdad y que hemos estado equivocados.

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“Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. 4Contra
ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas
reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio” (Sal 51.3–4).
Es un cambio en nuestras emociones. Un reconocimiento genuino de nuestra culpa y
pecaminosidad también nos llevará a sentir un genuino dolor, vergüenza e incluso odio por aquello
en lo que nos hemos convertido y por lo que hemos hecho. Comenzamos a despreciar, con un
profundo sentido de vergüenza y remordimiento, el pecado que una vez amábamos o que nos daño.

“Y allí os acordaréis de vuestros caminos, y de todos vuestros hechos en que os


contaminasteis, y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros pecados
que cometisteis” (Ez 20.43).
“Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta,
herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud” (Jr
31.19).
“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago” … “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro
7.24).
“Ahora me regocijo, no porque fuisteis contristados, sino porque fuisteis contristados
para arrepentimiento. Porque fuisteis contristados según Dios, para que en nada
sufrierais pérdida por causa de nosotros” (2 Co 7.9).
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios” (Sal 51.17).

Es un cambio en nuestra conducta o acciones. Afirmar que pensamos diferente y las emociones
que expresamos contra el pecado no son en sí mismas evidencia genuina del arrepentimiento. El
verdadero arrepentimiento involucra un cambio de la voluntad que produce acciones justas,
especialmente volverse del pecado hacia Dios en obediencia. Como tal el arrepentimiento genuino
tiene como resultado un cambio de conducta. Donde no hay cambio de conducta notable, no
podemos asegurar que haya habido verdadero arrepentimiento.

“Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, 9y no penséis decir dentro de vosotros


mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar
hijos a Abraham aun de estas piedras. 10Y ya también el hacha está puesta a la raíz de
los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”
(Mt 3.8–10).

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“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, 20sino que anuncié
primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y
a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de
arrepentimiento” (Hch 26.19–20).
“porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os
convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, 10y esperar de
los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira
venidera” (1Ts 1.9–10).

Autoexamen: ¿Te estás arrepintiendo?

Hemos aprendido que debemos arrepentirnos para ser salvos. La pregunta que queda por
responder es personal: ¿Te has arrepentido? ¿Te estás arrepintiendo? Las siguientes preguntas de
examinación te ayudarán a determinar si el arrepentimiento es genuino en tu vida.

1. ¿Ya piensas diferente sobre Dios? ¿Reconoces que Dios y no tú, debería ser el centro de
todas las cosas en tu vida? ¿Lamentas de haber estado alejado de Dios? ¿Estás
comenzando a reconocer Su valor?
2. ¿Ya piensas diferente sobre el pecado? ¿Reconoces que el pecado es una ofensa terrible
contra Dios? ¿Sientes vergüenza y dolor por tu pecado? ¿Anhelas ser libre tano de la
esclavitud como de la condenación del pecado? ¿Estas decidido a arrepentirte, a confesar
tu pecado y volverte a Dios?
3. ¿Ya piensas diferente sobre la manera de ser salvo? ¿Estas completamente de acuerdo que
no puedes regresar a Dios por tus propios méritos, sino solo a través de la obra y persona
de Jesucristo? ¿Reconoces que tus mejores obras son como trapos de inmundicia delante
de Dios, y has rechazado toda esperanza en tu propia justicia?

Si puedes responder de manera afirmativa y si estas cosas son realidades que se están
desarrollando en tu vida, es un indicador de que Dios ha estado obrando y está obrando en tu
corazón, iluminando tu mente para ver la verdad y dándote el arrepentimiento para salvación.
Si no puedes responder de manera afirmativa a estas preguntas, pero deseas la salvación,
entonces sigue escrudiñando las Escrituras. Reconsidera los versículos de la Biblia que hemos
estudiado y examina tu vida a la luz de ellos. Dale lugar en tu corazón al Espíritu Santo que es el
único que convence al hombre de pecado, de justicia y de juicio; humíllate ante Dios en oración y
clama para que el pueda responderte con misericordia para salvación.

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Lección 7

LA FE

Ya hemos visto que el arrepentimiento es otorgado por Dios y no es una obra humana, (Hch
11.18; 2Ti 2.25). De igual manera, la fe es un don sobrenatural de Dios, “Porque por gracia
habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no es de vosotros, es el don de Dios” (Ef
2.8). Es posible que Pablo tuviera en mente el proceso completo de la salvación (gracia, fe y
salvación) como don de Dios. Por lo tanto, la fe es una parte integral del “don” que Su gracia nos
otorgó.

Con el arrepentimiento para vida viene la fe. La fe es más que creer en la existencia de Dios;
también incluye una confianza o dependencia en Su carácter y en la veracidad de Su Palabra. La
Biblia declara: “¿Tú crees que Dios es uno? Bien haces: los demonios también lo creen… ¡y
tiemblan!” (Stg 2.19). Las personas con la fe verdadera no solo creen que hay un Dios, sino que
confían en lo que Él ha dicho y dependen de eso.

La definición de fe

La Biblia define la fe como, “Y la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de


lo que no se ve” (He 11.1). Esto nos lleva a una pregunta muy importante: ¿Cómo puede una
persona razonable asegurarse de que aquello que espera o cómo puede tener la convicción de que
lo que él o ella nunca ha visto realmente existe?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en el carácter de Dios, la veracidad de la Biblia y


en el ministerio del Espíritu Santo. Podemos tener la certeza del perdón de pecados, la
reconciliación con Dios y la esperanza de la vida eterna porque Dios ha prometido estas cosas en la
Biblia, “Acerca de la esperanza de la vida eterna, que Dios, que no puede mentir, había
prometido desde antes del principio de los siglos, 3pero en sus propios tiempos manifestó
su palabra por la predicación que me fue encomendada por orden de Dios nuestro
Salvador:” (Tit 1.2–3) y el Espíritu Santo testifica a nuestros corazones que son verdad, “Pero
cuando venga Aquél, el Espíritu de la Verdad, os guiará en toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará cuanto oirá, y os anunciará las cosas que
han de venir” (Jn 16.13). Comp. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios, éstos son hijos de Dios. 15Porque no recibisteis espíritu de esclavitud para estar otra
vez en temor; sino que recibisteis el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba!

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(¡Padre!). 16El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de
Dios” (Ro 8.14–16), Comp. (Gá 4.6; 1Jn 2.20.27).

El enfoque de la fe

La fe salvadora consiste especialmente en confiar que Jesucristo es nuestro Salvador, y


única justicia con Dios. Una de las evidencias más grande del arrepentimiento genuino es que no
solo nos estamos alejando del pecado, sino también de confiar en nuestras propias virtudes, méritos
u obras para ganarnos el derecho de estar delante de Dios. Nos damos cuenta de que todas
nuestras supuesta justicia personal y buenas obras son como trapos de inmundicia, “Todos
nosotros somos como cosa impura, y nuestra justicia como trapo de menstruo” (Is 64.6), y
las rechazamos firmemente como medios de salvación. Sabeos que, si estamos reconciliado con
Dios, no será como resultado de nuestras obras hacía Él, sino como resultado de Su gran obra de
amor hacia nosotros a través de Jesucristo. Estamos incondicionalmente de acuerdo con los
siguientes versículos bíblicos.

“Sabiendo que el hombre no es declarado justo por las obras de la Ley, sino por la
fe de Jesucristo, también nosotros creímos en Cristo Jesús, para que fuéramos
declarados justos por la fe de Cristo, y no por las obras de la Ley; porque por las
obras de la Ley ninguna carne será declarada justa” (Gl 2.16).
“Pero al que trabaja no se le cuenta el salario como un regalo, sino como deuda;
5 pero al que no trabaja, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es
contada por justicia” (Ro 4.4–5).
“porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es
don de Dios. 9 no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2.8,9).

La fe Ilustrada

En la vida de Abraham, la Biblia nos provee una ilustración maravillosa de la fe genuina.


Cuando Abraham y su esposa Sara, siendo de edad avanzada para tener hijos, Dios le prometió un
hijo. En respuesta a esta promesa, la Biblia declara que Abraham estaba “plenamente convencido
de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Ro 4.21). Abraham
creyó a Dios, “pues ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios y le fue contado por
justicia” (Ro 4.3).
En cuanto al evangelio, la fe genuina incluye creer y depender de lo que Dios ha revelado
sobre Sí mismo, sobre nosotros y sobre Su obra de salvación a través de la vida, muerte y

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resurrección de Jesucristo. Creer es estar completamente seguro de que Dios está realmente
dispuesto y es capaz de realizar lo que ha prometido a través de Jesucristo. Los próximos versículos
bíblicos son una buena representación de lo que Dios ha prometido.

“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3.16).
“Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad
de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1.12).
[Jesús dijo]: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me
envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a
vida” (Jn 5.24).

Autoexamen: ¿Estás creyendo?

Debemos creer en Jesucristo para ser salvos. La pregunta que ahora queda por responder
es personal: ¿Has creído en Jesucristo como tu Señor y Salvador? ¿Estás creyendo, confiando y
dependiendo de la persona y obra de Jesucristo en la cruz del Calvario por tus pecados? Las
siguientes preguntas explicativas te ayudarán a determinar si la fe genuina o Bíblica es una realidad
en tu vida.

1. ¿Estás convencido de que la salvación no se encuentra en otro nombre sino en el de


Jesucristo? ¿Estás convencido de que las afirmaciones de todos los demás supuestos
profetas y salvadores son falsos? ¿Le confías tu alma eterna al poder y fidelidad de una sola
persona; Jesucristo el Hijo de Dios?

2. ¿Estás convencido de que la salvación no es un resultado de tu propia virtud o méritos?


¿Estás convencido de que incluso tus hechos más justos son como trapo de inmundicia
delante de Dios? ¿Estás convencido de que la salvación por obras es totalmente inútil?

3. ¿Has puesto toda tu confianza en el Hijo de Dios para que te salve de tus pecados? ¿Estás
dispuesto a someterte a Su voluntad como Señor y Salvador de tu vida? ¿Estas
dependiendo de Él para que te guie en todo con respecto a tu vida? ¿Estas dependiendo de
Él para que te enseñe la verdad de Biblia, perdone tus pecados por Su sangre y por Su
Espíritu cambie tu corazón?

30
Lección 8

LA SEGURIDAD DE SALVACIÓN

Jesús advirtió que no todos los que dicen ser cristianos o inclusos los que lo confiesan como
Señor entrarán en el reino de los cielos, “» No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”, entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”
(Mt 7.21). en el día del juicio, muchos estarán horrorizados de que fueron engañados y que Cristo
nunca los conoció, “Entonces les declararé: “Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores
de maldad!” (Mt 7.23). este hecho inquietante nos lleva a una pregunta muy importante: ¿Cómo
podemos saber que hemos creído y tenemos vida eterna?

Los verdaderos discípulos de Cristo son conocidos por sus frutos, “Por sus frutos los
conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? 17Así, todo
buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 18No puede el buen árbol
dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19Todo árbol que no da buen fruto, es
cortado y echado en el fuego. 20Así que por sus frutos los conoceréis” (Mt 7.16–20). En
otras palabras, estas son evidencias visibles de un verdadero arrepentimiento y de una fe genuina.
La salvación no es el resultado de las obras, sino que las obras son evidencia de la salvación.
Santiago escribe: “Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus
obras y yo te mostraré mi fe por mis obras»”. “Así como el cuerpo sin espíritu está muerto,
también la fe sin obras está muerta” (Stg 2.16, 26).

La salvación es el resultado de una obra sobrenatural y regeneradora de Dios en el corazón


por el Espíritu Santo. Por esta razón, el apóstol Pablo escribe: “De modo que, si alguno está en
Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Co 5.17).
Si realmente hemos creído en Cristo, entonces realmente somos nuevas criaturas con corazón
nuevo y espíritu nuevo, con una conducta nueva, nuevos deseos que nos hacen querer obedecer a
Dios y amarle. Por causa de esto, comenzamos a vivir una vida que refleja cada día más la obra de
salvación de Cristo en nosotros.

Esto no quiere decir que la salvación sea por fe y por obras o que debemos mantenernos
salvos por lo que hacemos. Simplemente quiere decir que el nuevo nacimiento, “Le respondió
Jesús: De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de
Dios”.

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“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del
Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3.3, 5) y la obra continua de Dios en
nuestras vidas (Ef 2.10; Fil 1.6; 2.13) garantizarán que reflejemos las evidencias de que somos hijos
de Dios. Como cristianos, tendremos grandes luchas con el pecado, e incluso puede ser que
caigamos en graves pecados por un tiempo. Sin embargo, si realmente hemos nacido de nuevo, no
podemos seguir en tal condición, sino que nos arrepentiremos y seguiremos creciendo en
conformidad con Cristo. Esto está asegurado porque el Dios que comenzó la buena obra en
nosotros la perfeccionará, “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la
buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Flp 1.6).

Evidencias de la conversión

La Biblia nos enseña que los cristianos deben examinarse o probarse así mismo para ver si
están en la fe, “Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos? ¿No sabéis que Jesucristo está en
vosotros? ¡A menos que estéis reprobados!” (2Co 13.5). sin embargo, para que tal examen
sea preciso, tenemos que tener un estándar verdadero. No es sabio juzgarnos a nosotros mismos en
base a nuestra opinión o la opinión de otros. La Palabra de Dios es el único estándar apropiado para
juzgar la autenticidad de nuestra fe para poder crecer en la seguridad de salvación. Hay un libro en
la Biblia escrito específicamente con este propósito: 1Juan. Aquí Juan escribe: “Estas cosas os he
escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis
vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn 5.13).

En primer lugar, Juan presenta varias características que pueden encontrarse hasta cierto
punto en la vida de cada verdadero cristiano. Hasta el punto en el que estas características sean
evidentes en nuestras propias vidas, podemos tener la seguridad de que verdaderamente Cristo nos
ha dado nueva vida y de que estamos siendo transformados por Su poder. Estas marcas de la
verdadera conversión se resumen en las siguientes declaraciones. Haríamos bien en examinarnos
cuidadosa y devotamente a la luz de ellas.

1. Los cristianos caminan en la luz, “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os
anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. 6Si decimos que tenemos
comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; 7pero
si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre
de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1.5–7). El carácter y la conducta

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de los cristianos están siendo progresivamente conformados a la voluntad de Dios como Él no
los ha revelado en la Biblia.

2. Los cristianos son sensibles al pecado que está en su vida y lo confiesan, “8Si decimos que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
9Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. 10Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él
mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn 1.8–10). Los cristianos no son inmunes
al pecado, pero lo odian y luchan contra él. Sus vidas están marcadas por el arrepentimiento, la
confesión y la victoria gradual.

3. Los cristianos guardan los mandamientos de Dios, “Y en esto sabemos que nosotros le
conocemos, si guardamos sus mandamientos. 4El que dice: Yo le conozco, y no guarda
sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; 5pero el que guarda
su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto
sabemos que estamos en él” (1 Jn 2.3–5). Los cristianos practican la justicia; “29Si sabéis
que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn2.29).
“Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo”.
“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que
no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn 3.7,10) y no
se entregan al pegado como estilo de vida, “Todo aquel que comete pecado,
infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”.
“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto,
ni le ha conocido”.
“El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el
principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del
diablo. 9Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la
simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”
(1 Jn 3.4,6, 8–9). La vida de los cristianos está marcada por su conformidad con la
voluntad de Dios, la confesión y el arrepentimiento de haberse alejado del camino de
Dios. Esto no significa que los cristianos sean capaces de obedecer perfectamente a los
mandamientos de Dios. Quiere decir que su manera de vivir reflejará una nueva
apreciación por los mandamientos de Dios cada vez mayor y un crecimiento en la
obediencia a ellos.

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4. Los cristianos procuran caminar como Jesús caminó, “El que dice que permanece en él,
debe andar como él anduvo” (1 Jn 2.6). La gran ambición de los verdaderos discípulos es
ser como su Maestro, “Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su
señor…” (Mt 10.25). desean imitar a Cristo en todo, “Sed imitadores de mí, así como yo
de Cristo” (1 Co 11.1). Consecuentemente, los cristianos también sienten un repudio cada
vez mayor por imitar a este mundo caído o ganar su aprobación.

5. Los cristianos aman a otros cristianos, desean estar en comunión con ellos y servirlos en obras
prácticas, “El que dice estar en la luz y aborrece a su hermano, está en las tinieblas.
10El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo; 11pero el
que aborrece a su hermano, está en las tinieblas, y anda en las tinieblas, y no sabe a
dónde va, por cuanto las tinieblas le cegaron sus ojos” (1 Jn 2.9–11). Esta es una de las
evidencias de la verdadera salvación (Mt 25.34-40; 1Jn 3.14-18).

6. Los cristianos crecen en su desprecio y rechazo del mundo, “No améis al mundo ni las cosas
que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
16Porque todo lo que hay en el mundo: la codicia de la carne, la codicia de los
ojos, y la soberbia de la vida, no viene del Padre, sino del mundo.
17Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre” (1 Jn 2.15–17). “El mundo” conjunto de todas las cosas
que existen y de la humanidad, se refiere a las ideas, actitudes y hechos de esta era
caída actual que contradice y se opone a la naturaleza y a la voluntad de Dios y que
está bajo el gobierno del dios de este siglo.

7. Los cristianos siguen en las enseñanzas y prácticas de la fe que una vez fueron dadas a la
iglesia a través de Cristo y sus apóstoles, “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros;
porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron
para que se manifestase que no todos son de nosotros”.
“Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que
habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros
permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Jn 2.19,24).

“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común
salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. 4Porque algunos
hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido

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destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en
libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a
nuestro Señor Jesucristo” (Jud 3–4). Los cristianos han sido han sido enseñado por
Dios, “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano,
diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño
de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos,
y no me acordaré más de su pecado” (Jr 31.34). Comp. (Jn 6.45) y no son llevados
por doquiera de todo viento de falsa doctrina, “para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema
de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Ef
4.14).

8. Los cristianos deben purificarse a sí mismos, “2Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún
no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn 3.2–3). Procura crecer
en la santidad, en pureza moral, “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas,
limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad
en el temor de Dios” (2 Co 7.1) comp. (1P1.15,16). Esto incluye no solo apartarse del mal,
sino también acercarse a Dios que es la fuente de la pureza y de todo lo bueno.
9. Los cristianos están sujetos a la disciplina amorosa y paternal de Dios, “y habéis ya olvidado
la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la
disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 6Porque el Señor al
que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.
7Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es
aquel a quien el padre no disciplina? 8Pero si se os deja sin disciplina, de la
cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. 9Por otra
parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los
venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los
espíritus, y viviremos? 10Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos
disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso,
para que participemos de su santidad. 11Es verdad que ninguna disciplina al
presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto
apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (He 12.5–11). Dios
no permitirá que Sus hijos continúen en desobediencia y en inmadurez, sino que los

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disciplina para que participen de Su santidad y lleven frutos de justicia. Esta es una gran
marca de la verdadera conversión.

Los beneficios de la salvación

Aunque no podemos presentar y describir apropiadamente los beneficios de la salvación en


este tratado, es útil repasar algunos de ellos. En primer lugar, el cristiano es regenerado. La biblia
nos enseña que las personas nacen muertas espiritualmente y son incapaces de responder a la
voluntad de Dios en amor y obediencia, “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos
en vuestros delitos y pecados” (Ef 2.1). “Por cuanto los designios de la carne son
enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; 8y los
que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro 8.7–8).

Sin embargo, los que han experimentado el arrepentimiento y han creído en Jesús han sido
regenerados, “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por
su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu
Santo, 6el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador” (Tit
3.5–6) o resucitados espiritualmente, “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),” (Ef 2.5), para que anden en la vida nueva,
“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que
como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos
en vida nueva” (Ro 6.4). El creyente es una nueva creación con un nuevo corazón y espíritu; e
igualmente tiene el Espíritu Santo dentro de él que lo capacita para que se deleite en Dios y desee
obedecerle y agradarle, “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros;
y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27Y pondré
dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis
preceptos, y los pongáis por obra” (Ez 36.26–27); comp. (2Co 5.17; 1Jn 5.3). Este es el
verdadero significado de la frase “nacer de nuevo”, “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3.3),
comp. (Jn 3.5; 1Jn 5.1). No solo hemos cambiado nuestras mentes; ¡Dios ha cambiado nuestra
naturaleza misma!

En segundo lugar, el cristiano es justificado delante de Dios, “Justificados, pues, por


la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro 5.1). Es decir,
no solo hemos sido perdonados de nuestros pecados pasados, presentes y futuros, sino que
también la vida perfectamente justa nos ha sido imputada o acreditada a nuestro favor. Aunque aún

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luchamos con el pecado y con fallas frecuentes, Dios ha declarado que somos justos legalmente
ante Él y nos trata así, “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el
que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Ro 8.33–34),
comp. (2Co 5.21).

En tercer lugar, el cristiano ha sido adoptado. Dios es el creador, el soberano y juez de


toda la tierra, “para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos” (Gl 4.5), comp. (Ef 1.5). A través de la fe en Cristo, hemos sido adoptados
en la familia de Dios y disfrutamos todos los privilegios de la filiación, “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
13los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de
varón, sino de Dios” (Jn 1.12–13). Aunque pareciera ser demasiado maravilloso para ser
verdad, Dios nos ama igual que a Su propio Hijo, “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a
ellos como también a mí me has amado” (Jn 17.23), y nos da Su Espíritu como promesa de
nuestra herencia futura, “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez
en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba,
Padre!” (Ro 8.15); comp. (Ef 1.13,14).

En cuarto lugar, el cristiano moro con el Espíritu de Dios. No caminamos solo en este
mundo; Cristo ha enviado al Espíritu Santo para que more en nosotros, “Y yo rogaré al Padre, y
os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: 17el Espíritu de
verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn 14.16–17). El Espíritu testifica
de Cristo, enseña, guía, ayuda y sirve como promesa de la plenitud de Dios que le espera al
creyente en el cielo, “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre” (Jn 14.16); comp. (Jn 15.26; ¡6.7,8; Ro 8.14; 2Co 1.22; 5.5; Ef
1.14; 1Jn 2.27). A través de la persona del Espíritu Santo, Jesucristo sigue siendo nuestro
Emmanuel, que significa “Dios con nosotros” “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He
aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Is
7.14); comp (Mt 1.23).

En el quinto lugar, al cristiano se le ha dado vida eterna. Es importante que la vida


eterna comenzó para nosotros en el mismo momento que creímos en Jesucristo como nuestro
Señor y Salvador, “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra y cree al que me

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envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida”
(Jn 5.24). La vida eterna es mucho más una cantidad de vida (vida sin fin); también es una calidad
de vida (vida en comunión con Dios). Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn 17.3).

En sexto lugar, el cristiano es obra de Dios. Una de las evidencias más grandes de que
Dios nos ha justificado es que sigue santificándonos; esto es, que Él obra en nuestras vidas para
hacernos santos. La Biblia nos enseña que Dios dirige todas las cosas en nuestra vida, incluso S
disciplina, para que seamos conformados a la imagen de Cristo y hagamos las buenas obras que Él
ha preparado de antemano para que la hiciéramos, “Sabemos, además, que a los que aman a
Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados. 29A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”
(Ro 8.28–29); comp. (Ef 2.10). Qué privilegio es caber que Dios no descansará al obrar en
nuestra transformación. El apóstol Pablo escribió que él estaba, “6 estando persuadido de esto,
que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
(Flp 1.6).

Po último, el cristiano será glorificado. Nuestra esperanza grandiosa y segura es que,


puesto que Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos de entre los muertos y seremos
glorificados cuando Cristo regrese, “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús está en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que está en vosotros”.
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es
que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
“A los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes
a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30Y a los
que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los
que justificó, a estos también glorificó” (Ro 8.11, 17, 29–30). Nuestros cuerpos mortales
serán transformados en conformidad con el cuerpo glorioso de Cristo, y ya no estaremos sujetos al
pecado, la muerte o la corrupción, “pues es necesario que esto corruptible se vista de
incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad.
54Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Sorbida es la
muerte en victoria» (1Co 15.53,54); comp. (Fil 3.20,21; 1Ts 4.16,17). Para siempre
estaremos con el Señor en un nuevo cielo y nueva tierra en la cual mora sólo la justicia, “Pero,

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según su promesa, esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia”
(2 P 3.13).
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar no existía más.
2Y vi que descendía del cielo, de Dios, la ciudad santa: Una nueva Jerusalén,
dispuesta como una esposa ataviada para su esposo.
3Y oí una gran voz procedente del trono, que decía: He aquí el Tabernáculo de
Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán pueblos suyos, y Dios mismo estará
con ellos.
4Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no existirá la muerte, ni habrá ya llanto,
ni clamor, ni dolor. Las primeras cosas pasaron” (Ap 21.1–4), comp. (Ap 21. 22-27).

39
Lección 9

¿CÓMO DEBEMOS VIVIR?

La Biblia nos llama a vivir de una manera digna de nuestro llamamiento, “Yo, pues, preso
en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”
(Ef 4.1), crecer en conformidad con la imagen de Cristo, “Sabemos, además, que a los que
aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito
son llamados” (Ro 8.28), y caminar en las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros,
“ pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2.10). En respuesta a la
misericordia de Dios, debemos presentar nuestras vidas en gratitud a Dios como sacrificios vivos,
santos y aceptables a Él, “Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios
que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro verdadero culto. 2No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de
la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (Ro 12.1–2). Los siguientes ejemplos prácticas han sido tomados
de la Biblia para ayudarnos en esta magnífica tarea.

Estudia la Biblia

Debemos crecer en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, crecer en el


conocimiento de todo lo que Él ha hecho por nosotros y nuestro conocimiento de Su voluntad para
nuestras vidas. Debemos ser fortalecido en nuestra fe, animados en nuestra obediencia y
conformados a la imagen de Dios. Esto puede cumplirse solo a través de la lectura, el estudio, la
memorización y la obediencia a la Biblia. La Biblia dice, “ya que desde niño conoces las
Sagradas Escrituras, las cuales pueden hacerte sabio en la salvación que por la fe hay en
Cristo Jesús.
16Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para la enseñanza, para la
refutación del error, para la corrección, para la instrucción en la justicia,
17a fin de que el hombre de Dios esté completamente calificado, equipado para
toda buena obra” (2 Ti 3.15–17). Por esta razón, debemos ser diligentes en conocer sus
verdades y aplicarlas a nuestras vidas, “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza correctamente la palabra de la
verdad” (2 Ti 2.15). Jesús dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece
que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí;” (Jn 5.39).

40
Dedicación a la oración

Dios nos habla a través de la Biblia y nosotros hablamos a Dios a través de la oración. No
podemos hacer nada por nuestra cuenta, “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el
pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. 5Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis
hacer” (Jn 15.4–5), pero podemos ser fructíferos al depender del poder de Cristo y dar a conocer
nuestras necesidades delante de Él en oración, “Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. 8En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (Jn 15.7–8). La
Biblia está llena de enseñanzas sobre la necesidad de la oración, los beneficios de la oración y las
promesas de bendición sobre todos los que oran, “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como
los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. 8No os hagáis, pues,
semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que
vosotros le pidáis. 9Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. 10Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra. 11El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12Y perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos
los siglos. Amén” (Mt 6.7–13); comp. (Lc 11.1-13; Stg 4.2). Por estas y más razones
debemos dedicarnos a la oración y nunca desmayar, “También les refirió Jesús una parábola
sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lc 18.1).
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col 4.2).

La oración es tener comunión y conversar con Dios. Incluyendo la adoración, o la alabanza;


dar gracias, pedir que la voluntad de Dios se haga en nuestras vidas, familias, iglesias y mundo;
pedir que Dios satisfaga nuestras necesidades de acuerdo con Su sabiduría; confesar el pecado y
pedir fuerza espiritual para vencer. Una de las mejores maneras de aprender a orar es estudiar la
oración modelo del discípulo Mateo 6.9-13.

Identificación púbica con Cristo a través Del Bautismo

Somos salvos solo por fe en Jesucristo, pero Cristo manda a todos aquellos que creen en Él
a que se identifiquen públicamente con Él a través del bautismo, “Jesús se acercó y les habló

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diciendo: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. 19Por tanto, id y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, 20 y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Amén” (Mt 28.18–20); comp.
“Yendo por el camino llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: —Aquí hay
agua, ¿qué impide que yo sea bautizado? 37 Felipe dijo:
—Si crees de todo corazón, bien puedes. Él respondiendo, dijo:
—Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hch 8.36–37).

Comunión con una iglesia Bíblica

La voluntad de Dios es que todos los verdaderos creyentes se unan a una comunidad de
creyentes de un mismo pensar, “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra
esperanza, porque fiel es el que prometió. 24 Y considerémonos unos a otros para
estimularnos al amor y a las buenas obras, 25 no dejando de congregarnos, como algunos
tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se
acerca” (He 10.23–25).

 Un compromiso con la infalibidad de la Biblia.


 Un reconocimiento de la verdad bíblica y una pasión por predicarla y enseñarla.
 Una fidelidad al cristianismo ortodoxo (tradicional) y trinitario, como la que se encuentra en las
confesiones de la fe clásica que viene de la reforma.
 Una alta estima de Dios y un reconocimiento de la pecaminosidad y necesidad del hombre.
 Una comprensión bíblica de la conversión que lleva al arrepentimiento, la fe y la santidad.
 Una dedicación a la adoración bíblica en el temor de Dios frente al entretenimiento y la
emotividad.
 Un liderazgo que consiste de hombres discípulos, santos, humildes y capaces de enseñar, que
ponen sus vidas por los creyentes que están bajo su cuidado y ejercen disciplina pastoral sobre
ellos.
 Un compromiso con la consejería bíblica y la disciplina eclesiástica.
 Una búsqueda genuina de la semejanza de Cristo, la santidad y el amor con un quebrantamiento
por sus propios defectos y un rechazo a exaltarse sobre las demás iglesias sanas y fieles.
 Un compromiso real y visible con el evangelismo y las misiones.
 Una dependencia de Dios expresada en reuniones y ayunos regulares de oración ferviente.
 Un compromiso con la mayordomía cristiana.

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Crecer en la santificación

La Biblia nos enseña que la santificación (el crecimiento personal en la semejanza a Cristo)
es la voluntad de Dios, “La voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de
fornicación” (1 Ts 4.3); comp. (He 12.14; 1Pe 1.14-16). Para que esto se convierta en una
realidad en nuestras vidas, demos buscar a Dios a través de la lectura de la Biblia, la oración, el
ayuno y la comunión con creyentes piadosos, y abstenernos de cosas pecaminosas de este mundo,
no sea que nos contaminen y venga la ira de Dios sobre nosotros los hijos de desobediencia, “No
os unáis en yugo desigual con los incrédulos, porque ¿qué compañerismo tiene la justicia
con la injusticia? ¿Y qué comunión, la luz con las tinieblas? 15 ¿Qué armonía puede haber
entre Cristo y Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? 16 ¿Y qué acuerdo hay
entre el templo de Dios y los ídolos? Y vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios
dijo:
«Habitaré y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». 17Por lo cual,
«Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro; y yo os
recibiré 18 y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor
Todopoderoso».
Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación
de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2Co 6.14–7.1).

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones


desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. 6Por estas cosas la ira de Dios
viene sobre los hijos de desobediencia, 7 en las cuales vosotros también anduvisteis en otro
tiempo cuando vivíais en ellas” (Col 3.5–7).

Servicio en la iglesia local

La Biblia nos enseña que cada discípulo es parte de un sacerdocio real, “Pero vosotros
sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P 2.9).
Cada uno de nosotros ha sido provisto de dones espirituales (habilidades) que deben ser utilizadas
para edificar la iglesia local, “De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros,
pero no todos los miembros tienen la misma función, 5 así nosotros, siendo muchos, somos
un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.
6 Tenemos, pues, diferentes dones, según la gracia que nos es dada: el que tiene el
don de profecía, úselo conforme a la medida de la fe; 7 el de servicio, en servir; el que

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enseña, en la enseñanza; 8 el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con
generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (Ro
12.4–8), comp. (1Co 12.4-7). No debemos simplemente unirnos a una iglesia bíblica; debemos
servir en la iglesia según nuestras habilidades. El ministerio en la iglesia no está limitado a los
pastores ni a unas cuantas personas. Los pastores están puestos por el Señor para equipar a todos
los miembros de la iglesia para la obra del ministerio, “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles;
a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, 12a fin de
perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo” (Ef 4.11–12).

Servicio en el evangelismo y las misiones

Es la voluntad de Dios que el glorioso evangelio de Jesucristo sea predicado a todas las
naciones y a cada persona debajo del cielo, “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. 16El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no
creyere, será condenado” Mr 16.15–16). “Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario
que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; 47y que se predicase en
su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando
desde Jerusalén” (Lc 24.46–47). La orden dada por Cristo de predicar y discipular ha sido
llamado la Gran Comisión, “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada
en el cielo y en la tierra. 19Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo. Amén.” (Mt 28.18–20), y cada cristiano debe estar comprometido con
esta tarea según sus dones. Esto también incluye cuidar de los cristianos que son perseguidos por la
fe, ayudar a los que sufren necesidad y hacer buenas de caridad por aquellos que no creen,
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará en su trono de gloria, 32y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los
cabritos. 33Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. 34Entonces el
Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado
para vosotros desde la fundación del mundo. 35Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; 36estuve desnudo, y
me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37Entonces los justos
le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o
sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo,

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y te cubrimos? 39 ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? 40Y
respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos
mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. 41Entonces dirá también a los de la
izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus
ángeles. 42Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de
beber; 43fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y
en la cárcel, y no me visitasteis. 44Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te
servimos? 45Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo
hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. 46E irán éstos al castigo
eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt 25.31–46). Comp. (Gá 6.10; He 13.3,16; Stg
1.27).

NUESTRA ESPERANZAY ORACIÓN POR TI


“Entonces ya no seremos inmaduros como los niños. No seremos arrastrados de un lado a
otro ni empujados por cualquier corriente de nuevas enseñanzas. No nos dejaremos llevar
por personas que intenten engañarnos con mentiras tan hábiles que parezcan la verdad.
15En cambio, hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo sentido hasta
parecernos más y más a Cristo, quien es la cabeza de su cuerpo, que es la iglesia” (Ef
4.14–15 NTV).

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Bibliografía
1. EL EVANGELIO DE JESUCRISTO. PAUL WASHER
2. TEOLOGÍA SISTEMÁTICA. WAYNE GRUDEM

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