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Desde el 1 de enero de 2005, todas las empresas del sector alimentario deben haber
implantado un sistema de trazabilidad, de acuerdo con lo que dispone el artículo 18 del
Reglamento Europeo 178/2002. Sin embargo, algunas todavía se preguntan ¿qué es la
trazabilidad?
Para la empresa, proporciona valor añadido: además de ser un instrumento para lograr
un nivel elevado de protección de la vida y salud de las personas, genera información a
efectos de control de procesos y gestión y contribuye a asegurar la calidad y
certificación del producto. Además, permite servir de apoyo en el caso de que surja
algún problema y depurar responsabilidades.
Por otra parte, para el consumidor supone una garantía de que, ante cualquier problema,
habrá una máxima eficacia, rapidez y coordinación para encontrar una solución.
Además, saber que existe transparencia y que toda la información está disponible, al
menos para las autoridades sanitarias, genera confianza. En este sentido, sería
interesante que las empresas se animaran a poner también a disposición de los
consumidores, y no sólo de las autoridades, toda esa información. Aunque se debe tener
en cuenta que es lícito y lógico que las empresas se cuestionen, a su vez, si el
consumidor va a valorar el gasto que para ellas supone implantar los sistemas de
trazabilidad, gasto que podría repercutir en el consumidor.
Iván Nieto apunta, a este respecto, que existe la necesidad de formar a los consumidores
acerca del concepto y las repercusiones de la trazabilidad. Así, cita los resultados de un
estudio realizado por la Organización de Consumidores y Usuarios en mayo de 2003
según el cual aproximadamente al 95 por ciento de los encuestados les gustaría tener el
máximo de información a la hora de adquirir un producto pero, al mismo tiempo, un 54
por ciento admitía no saber qué es la trazabilidad y sólo un 8 por ciento lo conocía con
certeza.
Las mayores complicaciones, en todo caso, se van a producir en el sector primario, dado
que tienen menos sistemas de gestión.
J.M. Cambra